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ETICA Y MORAL EN EL SISTEMA JURÍDICO PERUANO

INTRODUCCION

La hipótesis central de este ensayo es que en el Perú, en la medida que no constituye un


auténtico estado laico de hecho (aunque lo sea de derecho por llamarse República) la
moral tradicional pretende situarse por encima del derecho. A través de la Iglesia y sus
mayoritarios seguidores influye sobre el sistema jurídico que no llega a ser un sistema
autónomo, es decir, moderno. Aquí no se da la separación del Estado y la Iglesia, propio
del sistema republicano que se supone hemos adoptado hace casi dos siglos, sino una
intromisión de esta ultima en la actividad estatal y en asuntos jurídico-políticos.

Es el caso del “aborto terapéutico”, por ejemplo, que aunque está permitido jurídica y
legalmente, no se aplica en los centros de salud porque se impone directa o
indirectamente la voluntad de la Iglesia Católica directamente y a través de sus
seguidores, con el pretexto que no hay protocolo. Estos pueden ser, por ejemplo,
ministros de salud, médicos o autoridades médicas, etc., enemigos de los derechos
humanos, en la medida que al actuar como opositores tenaces de la aplicación de
protocolos para garantizar medicamente la interrupción del embarazo por razones
terapéuticas, colisionan con el derecho a la vida y a la salud de la gestante.

La falta de discusión e investigación, de organización de eventos regionales sobre temas


como “moral” y “ética”, en relación —o no— al derecho, reproduce y mantiene la
ignorancia y la confusión respecto a ellos. Estas son bien aprovechadas por todos los
defensores del statu quo peruano, que en este aspecto no ha cambiado sustancialmente
desde la Colonia. En este ensayo intentamos una aproximación a ese esclarecimiento a
partir de una perspectiva que no niega su carácter subjetivo.

EL CASO DE ADAN

Presento primero, y luego comento, una interpretación del Génesis bíblico que era la del
impecable filósofo Baruch Spinoza, según Gilles Deleuze en su libro “Spinoza:
Philosophie practique”, que aquí traduzco y comento “No comerás ese fruto…
Adán, el angustiado, el ignorante, escucha la voz de Dios y cree que él le prohíbe
moralmente algo. Sin embargo, ¿de qué se trata? Se trata de una manzana que como tal
envenenará a Adán si la come. Las partes del cuerpo de Adán no se compondrán con
las partes de la manzana y, en consecuencia, se producirá una descomposición, un
desencuentro (intoxicación, indigestión o envenenamiento). Pero como Adán desconoce
las causas por las cuales esa voz le dice que no coma esa fruta, cree que le están dando
una prohibición moral (norma obligatoria) cuando Dios lo único que hace es advertir a
Adán respecto a las consecuencias de su acto”

La voz paternal, que parece venir del cielo, puede ser interpretada así: “Si comes la
manzana, querido Adán, podrías morir porque la manzana está envenenada, pero no seré
yo quien te lo prohíba” Su padre omnisciente y bueno quiere su vida y su salud, pero
también su libertad. Por eso es Adán quien tiene que decidir si come o no la manzana.
En tanto ser autónomo y libre Adán merece elegir su propio destino, es digno de ello,
como todos los hombres.

Si Spinoza habla a propósito de Adán de “ignorancia”, es porque este no sabe la causa


por la cual esa voz le dice “no comerás ese fruto”. El cree que es pecado hacerlo. El cree
que se trata de imputación, no de explicación. Y toda imputación es una interpretación de
la realidad que se aplica cuando no se puede y ni se intenta explicarla (las
interpretaciones animistas de nuestro pueblo por ejemplo). Y como Adán ignora la causa
aludida antes es presa de la angustia, del remordimiento, de la mala conciencia, de la
idea de pecado: de la moral.

Adán y sus hijos creen que hay conductas humanas objetivamente pecaminosas que
merecen castigo o penitencia. Adán cree que si come la manzana pecará. Pero comer
una manzana envenenada es un problema de salud, no un problema moral. Los hechos
y las conductas, además, no son pecaminosos, sino los puntos de vista de los que creen
en el pecado como hecho objetivo. Pero no hay hecho pecaminoso sino idea de pecado,
es decir, mala conciencia, sentimiento de culpa, remordimiento, angustia: “pasiones
tristes” que restan, que absorben la salud, la potencia o la energía (Spinoza-Deleuze).
Estas pasiones tristes no son naturales o innatas ni divinas, sino condicionadas y
humanas, productos de la educación. Y además producen “ideas inadecuadas”, como
las llamaba el filósofo hispano holandés. En suma: no hay hechos morales sino
interpretación moral de los hechos, como dijo Nietzsche.

De esa angustia, de este remordimiento de conciencia, de esta idea de pecado vino a


liberarnos Jesús de Nazareth, según su paisano de Holanda. ¿De qué serviría que el
sacerdote nos perdone los pecados, en nombre de Dios, si vamos a volver a pecar a los
cinco minutos? ¿En qué sentido se podrá decir que “Cristo nos libera del pecado” si el
sacerdote al perdonarnos —punición mediante— confirma y legitima la idea de pecado
perennizándola? Este parece el insalubre razonamiento sacerdotal implícito: el pecado
existe y tú eres un pecador, pero yo, representante del todopoderoso, te perdono a
cambio de un castigo. Y en esto consistiría la liberación del pecado. Pero ¿cómo liberarse
del pecado de esta manera si uno se mantiene atrapado a la idea que existe
objetivamente? Liberarnos de él sería tomar conciencia de que no hay tal sino solamente
“idea de pecado”: no un hecho objetivo sino una creencia. San Pablo ya sabía que Cristo
vino a liberarnos del pecado y lo dice en su “Epístola a los romanos”. Pero el no pudo
deshacerse de esa idea. Era una época muy temprana para eso.

En otras palabras, Cristo vino a liberarnos del pecado porque murió inocente como un
niño. Y así nos libra de él al plantear, con su conducta, la maravillosa posibilidad de su
inexistencia. ¿No dijo él que había que volverse niño? Recuperar la inocencia del que no
cree en el pecado objetivo porque no lo conoce y no lo ha vivido: el niño en su primera
edad. Eso ocurre cuando nos sacudimos del alma esa idea puramente subjetiva. Spinoza
define la moral como un hecho subjetivo de poder interno: “mecanismo de dominación de
la conciencia sobre el cuerpo y las pasiones”. Luego, asunto de poder, no de salud: es
la moral.

La angustia de Adán se solucionaría con el conocimiento de la causa: la manzana está


envenenada. Si hay una razón causal ya no hay moral, tiene sentido, es recomendable.
Así se diluye el remordimiento, la mala conciencia, a través de la razón crítica y la fuerza
autocrítica. Dios-Padre quiere lo mejor para su hijo, quiere salvarlo de la muerte, por
supuesto pero no hasta el punto de negar su libertad. Por eso al advertirle las
consecuencias de este acto le da la posibilidad de que él mismo decida si come o no el
fruto. Dios no se lo prohíbe, Dios no es moralista. Él quiere su salud y su libertad. Dios
es ético, no moral, por así decirlo. El moralista es el ignorante y angustiado Adán…y sus
hijos y descendientes:

Con esto tal vez estemos listos para intentar distinguir, esquemáticamente, la moral
tradicional de una ética moderna, estableciendo algunas diferencias. Opinión subjetiva
que no pretende ser verdadera sino útil: un artefacto que puede usar en propio provecho
incluso el lector con diferente cosmovisión del autor.
Ética y Moral.

El lenguaje común postula la sinonimia entre Ética y Moral, pero el filosófico


no. Procuraremos ver, brevemente, dónde radica la diferencia.
Para los griegos lo ético es el obrar bien para ser feliz. Con Kant ese pensamiento
varía, viéndose el acto ético como el obrar bien per se y no como razón para
alcanzar la felicidad, la cual es considerada como algo extra-ético porque se
puede ser feliz obrando mal y no serlo obrando bien; por tanto, la felicidad no
puede constituir la finalidad de la conducta moral.
Para Hegel , la “eticidad” se expresa en la forma de vida y en el “ethos” de una
comunidad, y la “moralidad” en el orden de principios de valor universal,
producto de la reflexión sobre la ley moral y el sentido del deber; así, la ética
realiza las exigencias de la moral. Zan, por su parte, precisa que los filósofos
modernos y contemporáneos ven los términos desde dos perspectivas: por un
lado, lo que es el bien para mí como individuo y lo que es bueno para nosotros
como comunidad; por el otro, lo que es correcto en las relaciones con los demás.
Filósofos modernos como Dworkin y Jürgen Habermas , distinguen moral de
ética, señalando que aquélla estudia los principios universales, como la
incondicionalidad del deber, de la obligación, de la rectitud, de la justicia o del
respeto a la dignidad de la persona humana; en tanto que ésta estudia
el ethos histórico de cada comunidad o grupo, o sea, el conjunto de creencias,
actitudes e ideales que caracterizan la personalidad cultural del individuo y
refleja el modo de vivir que tiene un grupo como ideal de la vida.
Los dos principios básicos de la Ética son la voluntad como razón, reflexión,
inteligencia, y la libertad como capacidad de autodeterminación para escoger o
decidir. Así, la libertad se presenta como atributo de la voluntad; por eso es
acertado decir que un juez es independiente solo cuando es capaz de decidir
voluntariamente serlo, perfilándose como objeto de la ética el acto humano libre,
generador de la voluntad de actuar razonadamente, con pleno conocimiento y
aceptación de los resultados.
ÉTICA Y MORAL: DIFERENCIAS

La moral es un conjunto de normas sociales creadas difusamente. Su fecha de nacimiento


es indeterminable, (y esta es una diferencia con las normas jurídicas). Tienen carácter
obligatorio, general, coercitivo (y eventualmente coactivo) como cuando se amenaza con
el infierno eterno, o como cuando se castiga el adulterio de las mujeres en algunos países.
Se funda en criterios de autoridad, es decir, de orden u obediencia a partir de las ideas
de “Bien” y de “Mal” generales y abstractos, (pecaminoso o no pecaminoso, mal o bien
en sentido moral).

En la moral “se trata de obedecer y solo de obedecer” (Deleuze-Spinoza). Es el caso de


la moral católica hispano-andina que entre nosotros es inseparable de cierta ideología
propia de los pueblos de tradición judeo cristiana, indiscernible de una idiosincrasia pre
moderna. Las normas morales no se heredan biológicamente ni caen del cielo para
apoderarse de nuestro corazón. Una vez internalizadas por la vía familiar y social de la
educación, una vez que esas normas se depositan en el alma, se hacen cuerpo, se
incorporan. Esto es posible a partir de la actividad normativa que sobre el infante primero
y sobre el adulto después ejerce la familia y el medio educativo. Así se constituye la moral:
esfera subconsciente, suerte de depósito mental de normas obligatorias internalizadas y
sedimentadas por el tiempo, desde la primera infancia.

Cuando eso ocurre es difícil erradicar esas normas, porque se han grabado inconsciente
e inconsultamente en la infancia. Se han vuelto sentimiento, convicción íntima, con toda
la fuerza de una creencia aceptada sin crítica ni inventario alguno. Como el niño tiene
poca o ninguna conciencia de este proceso, esas normas pasan directamente al
subconsciente, (para seguir con los conceptos freudianos) sin filtro crítico mental. Se
asumen esas normas como si fueran naturales, eternas, absolutas. Este depósito
subconsciente es la moral, la mala conciencia. La conciencia, sin embargo, no está o no
debe estar por encima del cuerpo y las pasiones y tampoco estos últimos sobre aquella,
en una relación inversa igualmente vertical.

Una vez internalizadas las normas morales dejan de ser norma social externa y se
convierten en vida mental de un individuo, o sea “fuero interno”, “voz de la conciencia”,
“idea de pecado”, Super Yo moral. Spinoza, predecesor de Freud, entendió la moral como
una relación de poder en el interior del alma, indiscernible del cuerpo. Y por eso ante el
criterio vertical del poder de la moral, él planteó el paralelismo: es decir la armonía entre
el cuerpo y el alma; el camino de la ética moderna. Para eso había que ir “más allá del
bien y del mal” de la moral judeo cristiana.

Las normas morales tienen, en primer lugar, carácter obligatorio y generalizante.


Obligatorio quiere decir que todos debemos obedecerlas sí o sí, como se dice ahora,
porque quien las emite tiene autoridad para dar normas de ese carácter (o creemos que
la tiene). Lo que significa que las normas morales se deben cumplir por quienes se sienten
obligados a ello. Generalizante quiere decir que nadie puede ser exceptuado de su
cumplimiento. No tiene en cuenta, en consecuencia, al individuo en su singularidad,
trata al ser humano como grey, como conjunto homogéneo. Por eso se habla de
“pastores” y de “ovejas” seguramente.

Por otra parte, la norma moral no tiene fundamento racional porque es un hecho de poder,
salvo que se considere como fundamento racional el “argumento de autoridad”, que no
es argumento ni principio, sino llamado al orden, un uso de poder que muchos veneran
como si fuera algo más que eso. Se trata de obedecer y nada más que obedecer ¿Es
malo moralmente consumir cocaína? Simplemente no, salvo para los que creen en el
pecado; aunque puede ser un problema eventualmente grave para la salud en el caso de
adicción, dependencia o vicio (problema sicológico)… o con la policía. Es un problema
ético porque atañe a la salud físico mental, no moral.

La ética moderna solo acepta la autoridad de la razón y de los valores propios de las
sociedades modernas, desarrolladas o democráticas que hemos mencionado más de una
vez: libertad, dignidad, igualdad de derechos, etc. La ética moderna se funda en el
desarrollo de la conciencia y de todas las potencialidades psíquicas y físicas de la
persona, que solo se pueden separar por abstracción: ese conjunto de factores que
llamamos salud. Si una norma moral se puede fundamentar razonablemente deja de ser
una norma moral y deviene ética en sentido moderno, porque se basa en la razón
humana, en la libertad o en la salud.

Lo que se lamenta en la moral no es, sin embargo, sólo su carácter obligatorio y general
sino que sea impuesto inconsultamente en la niñez. Esto se hace en la familia de muy
buena fe y con la mejor intención, pero transgrediendo el art. 2º de la Constitución, que
versa sobre libertad de conciencia y de creencia, que no abarca sólo el derecho a escoger
religión sino a no tener ninguna. Se niega, seguramente de buena fe, el derecho de los
hijos a escoger algo tan decisivo y profundo. Como tiene carácter obligatorio y
generalizante no toma en cuenta que cada uno es único, singular e irrepetible. En
consecuencia, se viola el principio de dignidad, es decir, que cada ser humano merece
decidir, autónomamente, su propio destino. Las consecuencias de esas actitudes las
hemos visto en los sistemas totalitarios del siglo XX y antes en el Tribunal de la
Inquisición. Todos tenían que pensar igual a todos, sólo había una respuesta a la
pregunta de cómo se debe vivir, una sola moral obligatoria y general.
Por ello las actitudes tradicional y moderna no siempre son compatibles. La moral
colisiona con la libertad en la imposición de una creencia, aunque la imposición sea bien
intencionada y de buenas maneras. Esa actitud impositiva va bien con la mayoría peruana
y explica el desprecio social y estatal por los derechos humanos en nuestra cultura contra
reformada. Por eso para el Cardenal Cipriani los Derechos Humanos son “una cojudez”.
El siente claramente la incompatibilidad con los valores católicos. Los derechos humanos
son, sin embargo, valores modernos, principios generales de derecho. La ética moderna
es, junto con la política democrática, elemento sustancial del derecho moderno. Está
constituida por los mismos valores que lo fundan. Esto no tiene que ver mucho con la sub
conciencia colectiva en el Perú, lamentablemente, que es bien tradicionalista.

La moral juzga con términos de Bien y de Mal abstractos. Está mal porque lo dice la
autoridad, sea el Papa, Carlos Marx, la abuelita o los vecinos. La ética puede utilizar los
calificativos de “bueno” o “malo” pero concretamente, como un jugo de papaya puede ser
bueno para alguien y un vomitivo para otro, no es asunto moral. La ética no juzga, sólo
advierte las consecuencias de un acto.

Insistimos en que estas ideas solo son instrumentos, herramientas abstractas que
esperamos ayuden a formar criterio en los estudiantes y enriquezcan los diversos puntos
de vista sin exigir adherencia alguna. No reflejan la realidad ni representan la verdad.

Solo corresponden al punto de vista del autor.

ÉTICA MODERNA

Desde los últimos siglos del medioevo renace frente a la moral tradicional el sentido de la
ética clásica greco romana, ahora en versión moderna. No es casualidad que haya sido
en los Países Bajos donde se afinó este concepto. En especial “La ética al modo de la
geometría”, obra maestra producto de la relevante inteligencia y el profundo sentimiento
religioso de la vida de Baruch Spinoza.

La ética, en sentido moderno, en sentido spinozista, deja de ser solo una disciplina
filosófica para convertirse también en un estilo de vida, en una forma de ser, la práctica
de vida de un individuo, grupo social o colectividad basada en la autonomía mental del
hombre, en la libertad de conciencia y pensamiento. La ética en sentido moderno es una
manera autónoma de ver el mundo y de vivir en él. Pero eso no significa que se puede ir
contra el derecho (como libertad no significa que uno puede hacer lo que le viene en
gana) porque como dijimos esa ética es un elemento sustancial de él. Ética y política
modernas hacen el derecho moderno.

Como todos somos seres singulares, virtual o actualmente, únicos e irrepetibles, no son
aceptables las normas extra jurídicas generales y obligatorias que no tienen en cuenta
esa singularidad y que no dan razones de su necesidad. En las normas jurídicas los seres
humanos intervienen como creadores. La persona está en primer lugar en las
Constituciones modernas. No puede haber, por principio, imposición o arbitrariedad. Y
menos se puede aceptar normas no jurídicas que tengan carácter imperativo, que no
estén fundamentadas más que en la obediencia y el miedo. El fundamento de la vida
democrática es la libertad de los ciudadanos; su limitación es excepcional, no la norma.

Desde ese punto de vista, la ética moderna es un conjunto de normas facultativas creadas
autónomamente por los individuos o grupos con fines de salud, libertad, desarrollo de las
potencias y facultades humanas, sin preocuparse mucho en ver si eso es pecado o no lo
es. Este concepto implica bienestar físico y psicológico, aceptables niveles de vida,
posibilidad de desarrollo personal, etc.: un conjunto de condiciones psicofísicas óptimas.
La libertad y la independencia personal están en la base de dicho desarrollo. Y ese era y
es el caso de Holanda: desde el comercio y la política, hasta la pintura, el derecho y la
filosofía: como la saludable filosofía de Spinoza.

La ética moderna no funda su observancia en imperativos emitidos por alguna autoridad


(política, social, religiosa, doméstica o psicológica) suficientemente coercitiva, sino en
razones de desarrollo, de salud, de fuerza. Y no en reacciones sino en acciones. El
médico es un facultativo porque el régimen que nos propone no nos obliga (el médico no
puede ni debe dar órdenes pues no es autoridad) sino que se limita a advertir las
consecuencias de nuestros actos, diagnostica y pronostica pero no manda: respeta la
libertad del paciente de seguirlo o no, es un consejero, un asesor, un servidor, no un jefe,
no una autoridad en relación al paciente, ni menos un padre. Es un “facultativo”.

Como dijimos, la libertad —principal fundamento de la ética moderna— no es un hacer


todo lo que nos apetezca, desde el momento que implica por definición auto conocimiento
y auto superación, conocimiento de las genuinas necesidades y conocimiento y
valoración de los otros. Libre es el que conoce esas necesidades y las supera
satisfaciéndolas.

La libertad, como valor humano, es entonces inseparable de la conciencia, del aumento


de la (auto) conciencia y de la capacidad de decidir. El que sabe su genuina necesidad
puede intuirla también en el otro y puede hacer sugerencias razonables para contribuir a
su liberación.

Aunque no es obligatoria —y por no serlo— la ética en sentido moderno excluye el


capricho o la arbitrariedad. Es un conjunto de normas que reposan en presupuestos
distintos a los de la moral: como la libertad y la salud psicofísica y ambiental. No carece
de principios o valores, pero esos valores no son los de las sociedades premodernas. La
ética moderna quiere el mayor desarrollo posible de los individuos en sociedad. No hay
afán de obediencia sino conveniencias humanas legítimas, intereses bien concretos y
recíprocos que no tienen que ver con el utilitarismo, la mezquindad o la chatura de miras,
ni con sectas ni partidos excluyentes, sino con menesteres como la buena alimentación
o la buena educación pública, por ejemplo. Asunto de salud.

Desde esta perspectiva ética, no se trata de saber quiénes son buenos y malos, santos
o pecadores, en una sociedad determinada, sino qué sistema, qué medios, qué
actividades contribuyen más eficazmente al aumento de salud en amplio sentido, de una
comunidad o de un individuo. Esto independientemente de las motivaciones subjetivas,
que pueden ser incluso monstruosamente egoístas pero provechosas socialmente (como
el que crea una empresa exitosa). O muy bien intencionadas, pero fatales para la vida
social, (el infierno está empedrado de buenas intenciones senderistas).
Pero insistimos en que la ética moderna se atiene a los resultados, (beneficios, perjuicios,
costos, consecuencia, efectos), está motivada y conducida por la lógica de la libertad,
que es conciencia y, por tanto, respeto por el orden, aunque también riesgo, aventura y
desorden (Fernando de Trazegnies)

El egoísmo solo puede ser “malo” si se le da un sentido moral exclusivo y excluyente a


esta palabra, como ocurre con el que reprueba el egoísmo en bloque. No ve la posibilidad
de un tipo de egoísmo (o ambición) superior, de uno que coincida con el interés general,
como el estudiante que para ser el primero de la clase duplica sus horas de estudio. ¿No
es esta actitud egoísta saludable socialmente? ¿No convendría socialmente que los
demás estudiantes fueran tan egoístas como éste?1
INTERNALIZACIÓN

La moral no es el único código de conducta que implica un proceso de internalización.


Las normas de la ética moderna también requieren de un proceso semejante, pero por
libre decisión o convicción, no por imposición u obligación. Sin olvidar que entre ética y
moral hay diferencias que no son sólo de grado sino de calidad. Tal vez por eso se
confunde o ignora simplemente la ética en sentido moderno, rigiéndose (por lo menos en
teoría) por la moral tradicional eclesiástica. Pero como ética moderna y moral tradicional
no son sinónimos, el creer eso ocasiona confusión, incongruencia y malentendidos.
En resumen, la moral se internaliza inconscientemente desde la infancia, mientras que la
ética moderna requiere —en culturas como la nuestra— un proceso de auto
internalización para ser posible, en el contexto de una educación para la democracia y la
libertad, por eso es rara en nuestro medio. Sin embargo, la moral, por estar “situada” en
el umbral de la conciencia con la inconciencia, requiere de un trabajo de
desideologización. Es trabajo de autonomía mental, todo lo contrario al adoctrinamiento:
frente a la doctrina, reflexión.

El maestro moderno no pretende decirle la verdad al alumno porque él no cree que


alguien la tenga. Sólo trata de darle todas las armas posibles para que pueda conocerse,
darse una (auto) educación y desarrollar sus propias ideas y concepciones, sus propias
verdades. Pero que la internalización se dé tanto en la ética moderna (consciente) como
en la moral tradicional (subconsciente) no anula sus diferencias.

Sin embargo, no es necesario ni posible erradicar del alma todas las normas morales
recibidas en esas condiciones. La decisión a ese respecto requiere de ese inventario
crítico ideológico de la herencia recibida2. Si el adulto libre y maduro encuentra
razonables algunas de las normas impuestas en la infancia no tendría por qué
abandonarlas o negarlas. Pero eso tiene que tener fundamentos claros y consistentes.
En la ética moderna las relaciones son “paralelas” (Spinoza), horizontales, inter pares.
La relación con la moral se da porque la norma moral deja de serlo propiamente cuando
el sujeto toma conciencia de sí al encontrar la razón, el sentido de esa norma, si la tiene:
la hace suya, la hace ética.
Todo ello no puede ocurrir en la infancia cuando el ser humano carece de la capacidad
crítica y la madurez suficiente para tomar decisiones libres tan trascendentales como la
elección de una religión o una moral. Eso habría que dejarlo para otra edad, garantizando
el respeto a la libertad de creencia y de conciencia de los niños y jóvenes. Los valores
que hemos adoptado como sociedad son los que fundan la Constitución y estos deberían
ser los que prevalezcan en caso de colisión. Para que República no sea sólo de nombre.

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