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La agonía del Eros – Byung - Chul Han

Melancolía

El autor nos habla de un tiempo en que el amor ha muerto. Explica esto en base a la ilimitada libertad
de elección, las numerosas opciones y la coacción de lo óptimo. A esto se suma el enfriamiento de
la pasión, que, según Eva Illouz, es resultado de la racionalización del amor y la ampliación de la
tecnología de la elección.

El autor quiere ir más allá. Señala que contemporáneamente hay algo que ataca más al amor que a
la libertad sin fin. Puesto que el amor se realiza en su paso enfático hacia el otro, Han comenta que
el mundo actual tiene por propósito erosionar al otro, extinguirlo. Domesticarlo.

Como el amor se trata de una relación asimétrica y amparada en la exterioridad del otro, Han define
al otro –sujeto de amor- como atópico, esto es, que carece de lugar. Este ser definido como
misterioso es incapaz de coexistir en un mundo motivado por la necesidad de comparar todo
elemento para, luego, igualarlo y, posteriormente, ser consumido. De esta manera, es que se
resuelven las diferencias del mundo. Consumiéndolas.

Todos estos mecanismos de anulación del otro residen dentro del uno, el cual es llevado al
paroxismo del narcisismo. Este concepto debe ser diferenciado del sujeto del amor propio pues este
realiza una delimitación negativa frente al otro. En cambio, el sujeto narcisista no muestra sus
límites. Y ante esa inexistencia de límites, de acuerdo al autor, todo lo exterior al uno es proyección
de sí mismo. Todo es sombra de uno mismo. Así, la alteridad (lo otro) no se llega a conocer.

De ahí que la depresión sea considerada por Han como una enfermedad narcisista. Para él, en la
depresión se manifiesta una relación exagerada y patológica consigo mismo. En la depresión uno no
tiene mundo, está completamente abandonado. Por eso, el autor opone a la depresión el amor.
Pues este conduce a lo externo. La depresión es una mismidad espuria.

El autor comulga su discusión con el sujeto del capitalismo moderno, aquel que está abocado al
éxito, al rendimiento. Pero el éxito es una dimensión en la cual los otros forman parte. Sin embargo,
dada la operación de anulación de la alteridad del otro, aquellos que son testigos del éxito ajeno,
solamente son espejos del uno. Así, se da una confirmación del ego. Esta lógica del reconocimiento
funge de trampa para el uno.

¿Cómo salir de eso? La respuesta está en el amor. Toda vez que es el Eros quien arranca al uno de
su infierno de lo igual, él mismo es quien le imprime la fuerza necesaria para entregarse al otro. Sin
embargo, esta no es una entrega gratuita, una pérdida dependentista del uno, sino un ejercicio de
autonomía.

La depresión es vista como infierno. Y ante tal tenebroso lugar se le hacen necesarios soluciones
análogas. Por eso, el Eros es evocado como forma apocalíptica, una suscitación de crisis que da paso
a un nuevo comienzo. En este momento, el autor utiliza la película Melancholia de Lars von Trier
para fundamentar los momentos en que el amor invade y da una nueva luz. La atopía del otro,
continúa el autor, se manifiesta como utopía del Eros. Haciendo gala de sus conocimientos
hegelianos, el autor nombrará este pasaje como dialéctica del desastre. Pues lo desastroso se torna
en salvación.

No poder poder

La sociedad del rendimiento está rendida ante el verbo modal poder. Esta es una contraposición al
a sociedad de la disciplina estudiada por el filósofo francés Michel Foucault. La sociedad de la
disciplina tiene por límites los límites del deber, término que tiene una caducidad definida. En
cambio, el aumento de la productividad tiene un aliado importante en las significaciones del poder,
pues estas garantizan la búsqueda –convencida- de motivación e iniciativa.

Han habla del sujeto del rendimiento contemporáneo metaforizado bajo la figura del empresario de
sí mismo. Este es visto como alguien que no es amo ni esclavo (nuevamente utilizando las figuras
hegelianas), y, por ello, es ajeno a explotación de cualquier índole. Sin embargo, al ser “empresario
de sí mismo”, este sujeto debe explotarse para obtener los bienes necesarios para (sobre) vivir. Por
esta razón, para nuestro autor el explotador es explotado y, todavía más, la explotación es posible
sin dominio. Aunque estamos hablando de una figura retórica, (puesto que no todo trabajador está
sustraído de organizaciones sociales económicas y, por tanto, no todo trabajador es empresario de
sí mismo), sí estamos de acuerdo con el autor en la medida de que el discurso hegemónico de “ser
empresario de sí mismo” oculta la experiencia de la explotación, pues esta es consustancial a la
actividad económica, sobre todo en el competitivo mundo económico en el que vivimos.

Por estas razones discute a Foucault y a su creencia en que el homo oeconomicus es un ser hacia la
libertad. Esto es falso pues no se contempla la estructura de poder y coacción del capitalismo
neoliberal. Más aún: regidos los trabajadores bajo el poderoso imperativo del sé libre, ellos
quedarán paradójicamente en manos de sí mismo. Lo que no salga de acuerdo a sus planes es por
exclusiva responsabilidad de ellos. Los fracasos son exclusivamente suyos. Y, peor, no hay
posibilidad de excusa.

Como quiera que el autor quiere argumentarnos sobre una situación terrible para la humanidad,
dirá que no hay excusa, ni desendeudamiento ni gratificación porque estas presuponen la existencia
de otro que las haga existentes. Al no poseer instancias de perdón, el capitalismo solamente
endeuda. Y todo este cargamontón existencial solo conduce a la depresión.

Diríase que el Eros puede ser intento de solución pues supone una relación que está mucho más allá
del rendimiento y del poder. Sin embargo, el autor pasa revista de las intentonas, cada vez más
factibles, por las que el sistema actual coacciona la capacidad negativa del amor para “remover”
nuestras conciencias.

Señala todo intento de “aprehender”, “conocer” y “poseer” anulan la alteridad del otro, sujeto del
amor. Comenta que el amor se positiva (un término curiosamente negativo en su argumentación)
como sexualidad, que esta tiene que ver con rendimiento y que la sensualidad como característica
del amor se capitaliza (acumula). El cuerpo es mercancía y una vez expuesto solamente es ansiado
como objeto, esto es, como mercancía.
La exposición pornográfica pervierte la “distancia originaria”, que es como aquella dimensión que
dota de originalidad al ser humano por ser su principio. Los medios digitales, afanados por acercar,
no solo alejan al otro, sino que lo desaparecen. Quizá como un intento de conocer (colonizar) al
otro, lo positivizan y le restan negatividad, consistente “en que las cosas sean vivificadas justamente
por su contrario”. La empresa principal del mundo contemporáneo es que todo sea identificado,
domado. Específicamente en el amor, aunque este en sí mismo supone dolor y sufrimiento, se busca
que sea indoloro. Es decir, que ya no sea amor.

La mera vida

Si el amor en la antigüedad era aquello que transtornaba –condición de negatividad - a los sujetos,
hoy esta actividad se pierde por su creciente positivación y domesticación para ser objeto de
consumo. Se pretende que al amor se le arranque de su sufrimiento y pasión intrínsecos. Pero sin
ello, responde el autor, solo faltará la trascendencia y trangresión.

Esta falta de pasión y emotividad son expuestas interesantemente en la metáfora hegeliana del amo
y el esclavo. Hay esclavos a los cuales sus deseos de libertad están más allá del a mera vida. Pero
también hay esclavos que se aferran a la esclavitud, a la mera vida, por miedo a la muerte. Esta
tensión entre el amo y el esclavo no se resolverá por las armas empuñadas, sino por quien tiene
“capacidad de muerte”. Y para el autor, el Espíritu Absoluto, descubrimiento de Hegel, representa
muy bien a quien tiene capacidad de muerte. Pues el Espíritu Absoluto retorna reconciliadamente
hacia sí desde lo otro. Y esto solo se logra soportando a la muerte y su advenimiento. Se es vital por
la capacidad de muerte. Se es absoluto por el atrevimiento de conocer lo extremo. Como se ve,
todos ellos son atributos del Eros. El Espíritu Absoluto es el Espíritu del Eros.

Por eso que el trabajo y la mera vida están en las antípodas del Eros. El empresario de sí mismo,
atrapado en la perversa dialéctica del amo y el esclavo, trabaja por la mera vida. No por la vida
buena que mostró Aristóteles. En un tiempo que trabaja por la positividad, que exige rendimientos
solamente y sobrevivencia, lo que se puede encontrar en mayoría son esclavos. La pregunta es:
¿cómo superar ese estado de depravación?

Porno

El autor no se preocupa por dar una respuesta detallada del porqué del atractivo del porno. Le es
suficiente con decir que el porno es sexo muerto en vez de sexualidad viva. ¿Será que el consumidor,
de domesticada psique, busca aquello que está precisamente a su alcance? Pero Han dirá también
que el mundo es una pornografía. Puesto que el porno es depravación y profanación, el mundo
también es escenario de continuas profanaciones. He ahí el ejemplo del turismo como degeneración
del peregrinaje. Del camino hacia los lugares a la proliferación de no-lugares del turismo global.

¿Pero cuál es la preocupación del autor? Que la profanación, como utilización generalizada de
elementos otrora puestos bajo el régimen de uso de las deidades, está exenta de misterio,
expresión. La profanación desritualiza, desacraliza. ¿Resta importancia a lo importante? Es curioso
este apartado pues el autor da una sensación de conservadurismo. Esto en oposición a un Agamben,
filósofo de la provocación, que señala que profanar puede ser una invitación para dar nuevos usos
a las cosas. El problema es que para Han el contexto pervertido derivará en usos pervertidos, ajenos
a los designios del Eros.

Fantasía

Si la imaginación en la era pre moderna se caracterizaba por su falta de información, la imaginación


hoy en día deviene en decepción. Todo esto se entiende siguiendo la tríada de Illouz: consumo-
deseo-fantasía. El consumo estimula el deseo y la imaginación, indica la autora. Pero, responde Han,
la capacidad de elección sin límite anula la añoranza del deseo, lo que vendría ser un importante
ingrediente para la fantasía. A su vez, “la alta definición” no deja nada indefinido, cuando este es el
barro genésico de la fantasía. Es decir, la fantasía está en terreno crítico. Como quiera que desee
cerrar su argumentación, Han dirá que la fantasía por construir al otro todavía más no se puede
basar en meramente información. Requiere de dar cuenta de la alteridad, aquella que, como se ha
venido señalando, es una y otra vez cancelada.

Política del Eros.

El Eros provoca cosas bellas y acciones bellas en el alma. A su vez, domina en nuestro ser tres
instancias: el deseo (epithymia), la valentía (thymos) y la razón (logos). Hoy, empero, el deseo rige
los destinos del alma. Por eso, las acciones no son guiadas por la valentía, que son las que se atreven
a romper con el estado de cosas, sino más bien por descontento, que solo roza, no quiebra.

Esta cualidad del Thymos, sin embargo, es terreno fértil para la unión entre política y Eros. Pero lo
valiente, está visto, no es propio de la vida de los esclavos, “ciudadanos” del neoliberalismo. De
todas maneras el autor incita a la política, la buena política, aquella que ve al mundo como
posibilidad de vida distinta. Esto es justamente lo que la hermana al Eros. Y es la lealtad a esta visión
lo que dotará a la política de un mayor erotismo.

El final de la teoría

El trabajo intelectual sin Eros es solo un rumiar de ideas superficiales. Es el Eros quien insufla de
motivación para tantear lo desconocido. Sin Eros el pensamiento es repetitivo y aditivo, dice el
autor. Él critica a un jefe de redacción de una importante revista por postular que la abundancia de
información posibilita el deshecho de modelos que expliquen el mundo. Responde Han que las
teorías muestran al mundo bajo otra mirada, le da claridad interpretativa. A su vez, señala que ante
la abundancia de ruido, propia de estos tiempos, lo que se hace imperativo es el silencio. Un silencio
que permita la tarea de la filosofía: entrar en lo desconocido, para mostrar cuál es el camino.

21-11-18

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