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ENCARNACIÓN Y PASIÓN 667

CAPITULO IX
de «bendición supraterrena», está «predeterminado» y escogido para ser «santo
y puro» ante su Creador (Ef 1,3-4), y ello «en el Ungido», en el Hijo, y pre-
EL MISTERIO PASCUAL cisamente «en su sangre». Todo el orden de pecado y redención queda englo-
bado e integrado en una idea del hombre que, ya en este primer paso, es de
impronta económico-trinitaria. Sin duda, «el hombre» no es, a los ojos de Dios,
«el primer hombre Adán, alma viviente», sin referencia al segundo, «espíritu
que da vida» (1 Cor 15,45). Pero la muerte, al entrar en el mundo «por el
pecado» (Rom 5,12), desgarra por medio el ser del hombre tal como Dios lo
pensaba. No hay filosofía ni religión capaz de modelar un todo coherente con
el fragmento que es la vida terrena camino de la muerte 4 . No hay filosofía ni
religión capaz de dar con el trozo («inmortalidad del alma», «transmigración
de las almas» o lo que sea) que cubra el hueco producido por la muerte. La
imagen rota por la mitad no puede restaurarse sino desde Dios, no puede res-
taurarla sino el «segundo Adán, que viene del cielo». El centro de esta acción
SECCIÓN PRIMERA restauradora es necesariamente el propio punto de ruptura: muerte, hades,
extravío en la lejanía de Dios. Un «lugar», pues, que se halla fuera de la antro-
ENCARNACIÓN Y PASIÓN pología corriente y que tampoco es contemplado por el adagio filosófico de que
la vida es aprender a morir.
b) Partiendo del tema del «hombre mortal» cabe, a lo sumo, introducir en
«Consideraremos ahora el problema y el dogma que tantas veces se pasa en
nuestra problemática la idea de que, quien vive con vistas al «acto de morir»,
silencio y que precisamente por eso voy a examinar con más empeño: esta
siempre es libre para imprimir al conjunto de su existencia este o aquel sen-
gloriosa y preciosa sangre de Dios derramada por nosotros: ¿... por qué y para
tido global. Es decir, mientras el hombre vive, ese sentido está al aire. Con
qué se pagó un precio tan alto?» 1. Es el problema del sentido de la pasión:
¿es inevitable tras la encarnación? ¿No es al menos, como dicen los escotistas,
algo añadido y accidental frente al fin principal, cual es la glorificación del una felicidad eterna en Dios: al ver Dios que «el género humano, por la ley de su pro-
Padre por el Hijo, que todo lo reasume en sí (Ef 1,10)? Y si la pasión es el pia esencia, sería incapaz de perdurar, apiadado de él, le otorgó el favor de perseverar...,
centro de todo, hasta ser la encarnación misma un camino hacia ese fin, ¿no le hizo partícipe de la fuerza de su propio Logos...». Más a fondo va el más sólido teó-
pasa la autoglorificación de Dios en el mundo a depender del pecado del hom- logo de entre los primeros apologetas, Atenágoras, cuyo escrito Sobre la resurrección
bre, no se convierte Dios en un medio para conseguir los fines de la creación? de los muertos (hacia 177) es «lo mejor que han escrito los antiguos sobre la resurrec-
ción» (Altaner-Stuiber, 74, Ed. Otto [Cop. Apolog., VII], 1857, 187-291). A pesar de
Evitando todo intento de armonización superficial 2 , mostraremos en lo que ser filósofo ateniense, corta radicalmente con la idea de que el hombre es básicamente un
sigue cómo el hecho de centrar la encarnación en la pasión permite armonizar alma inmortal (que ha de liberarse de la carne en que ha caído). Para él, el hombre es
los dos planteamientos: al servir y lavar los pies a su criatura, Dios se revela inseparablemente cuerpo-alma, destinado por la bondad del Creador a conocer el ser y
en lo más propio de su divinidad y da a conocer lo más hondo de su gloria. la voluntad de Dios. De la eternidad del objeto percibido (la sabiduría y la gloria de
A fin de captar en esta introducción el papel central que para toda la teo- Dios), ya en la tierra, se sigue la eternidad del acto subjetivo de conocimiento y amor.
logía desempeña el triduo sacro recorremos (1) toda la economía salvífica desde Pero el sujeto es el hombre corpóreo-espiritual. Y es la resurrección de ese sujeto indi-
sociable lo que Dios quiere al crear al hombre. De esta misma verdad puede hacerse una
una altura todavía abstracta; preguntamos luego a la (2) Escritura y (3) la tra- demostración apologética (Dios tiene sabiduría, poder y voluntad para hacer que el
dición, y (4) concluimos con el problema de la kénosis, donde la encarnación hombre sea imperecedero) o darse una explicación dogmática: partiendo de que Dios,
reviste ya un carácter de «pasión». que es la causa, ha creado al hombre para sí y lo ha puesto por encima del animal pe-
recedero; o partiendo de la doble naturaleza del hombre mismo, que realiza todos sus
actos (los de goce y los de renuncia, los buenos y los malos) siempre como sujeto cor-
1. La encarnación, orientada a la pasión póreo y espiritual; y, finalmente, por la providencia universal, que hará que sobre el
hombre destinado a la eternidad se pronuncie un juicio correspondiente a su existencia
espiritual y corpórea, juicio que sólo será correcto si en él entra también el cuerpo.
a) La imagen del hombre que nos presenta la revelación difiere funda- A esta notable antropología cristiana no puede reprochársele que deduzca la resurrec-
mentalmente del concepto de «animal racional mortal» de un empirista. De ción como un postulado de la naturaleza, pues para Atenágoras todo descansa en una
hecho 3 , el hombre, «desde antes de la fundación del mundo» y con la plenitud gracia primera del Dios creador, siendo ajena a su mundo de ideas la distinción entre
«inmortalidad natural y sobrenatural». A lo sumo podría ponérsele el reparo de que ve
1
Gregorio de Nacianzo, Or. 45, 22: PG 36, 653A. la muerte nada más que como una «cierta anomalía» (TI? ávcono&ía, núm. 16), ya que
2
Para una exacta delimitación del problema entre tomistas y escotistas, cf. A. Spin- la considera «hermana del sueño» más que desgarrador efecto del pecado, y por eso no
deler, Cur Verbum caro factum? (Forsch. chr. Lit. Dogm. gesch., XVIII/2) (Pader- habla de que la muerte y resurrección de Cristo sea el prototipo de la permanencia del
born 1938) 13-38. Por eso no hablaremos con Suárez de un «doble motivo fundamen- «hombre en identidad consigo mismo» (núm. 25). Pero lo que aquí a nosotros más nos
tal de la encarnación». Bibliografía en Summa Theol. (BAC III), 1953 (Solano), 14-24. interesa es su idea de que el hombre corpóreo y espiritual es inseparable de su destino
3
H. de Lubac, Le mystére du Surnaturel (París 1965); id., Surnaturel. Études his- eterno más allá de la muerte.
toriques (París 1946). Atanasio (Incarn. 3: PG 25, 101BC) describe sencilla y magní- 4
Ampliamente al respecto: H. U. von Balthasar, Das Ganze im Fragment, Aspek-
ficamente cómo el «primer Adán terreno» está llamado a participar en el segundo y a te der Geschichtstheologie (Einsiedeln 1963) 61-123.

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ello no quiero decir que en el acto supremo de la muerte sea el hombre por todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas
sí mismo capaz de dar a su existencia el sentido trascendente previsto por Dios. cosas» (Le 24,46-48). Los discípulos lo atestiguan relatando lo que han vivido
Lo que quiero decir es que, mientras dura la vida, su sentido sigue indeciso y saliendo garantes de ello. Pablo seguirá esta línea al pie de la letra. Y los
y oculto; que sólo el muerto adquiere en el juicio de Dios su orientación defi- evangelistas la confirmarán con su exposición. Pero todos ellos, como muestra
nitiva. Por eso la salvación del hombre por Cristo no puede realizarse defini- el texto que acabo de citar, aducen en primer lugar el AT como prueba.
tivamente en el acto de la encarnación (en sentido precisivo) ni a lo largo de a) «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, fue sepultado
su vida mortal: únicamente puede realizarse en el hiato de la muerte. y resucitó al tercer día según las Escrituras» (1 Cor 15,3ss; cf. Hch 26,22s).
c) Considerémoslo ahora desde la perspectiva de Dios: si Dios quiso hacer Esta frase la transmite Pablo como «tradición». Según 1 Pe 1,11, también los
la «experiencia»6 (•rcEt.pá^EW; cf. Heb 2,18; 4,15) s de la existencia humana profetas se ocuparon de indagar con antelación, en el «espíritu de Cristo», «sus
«desde dentro» , para «desde dentro» restaurarla y sanarla, hubo de poner el sufrimientos y la gloria subsiguiente». Pruebas de Escritura en favor de la
acento decisivo en el punto en el que el hombre pecador y mortal llega «al muerte y resurrección aduce ya Pedro en su discurso de Pentecostés (Hch 2,
final» 7—perdido en la muerte sin por eso encontrar a Dios; hundido en la 25ss.34ss). Y en su discurso del templo (Hch 3,18.22s) oímos cómo hizo Dios
«fosa» , en el abismo de tristeza, pobreza y tiniebla, sin poder salir de ahí que se cumplieran el padecimiento preanunciado del Mesías y su resurrección.
por sus propias fuerzas para reanudar en la experiencia de «estar acabado» La perspectiva del cumplimiento sirve para ver que toda la existencia «tipo-
los cabos sueltos de la idea del hombre—: en la identidad del Crucificado y el moria» de Israel converge en el triduo sacro. Esta convergencia se puede pro-
Resucitado. bar estrictamente, aunque no a base de textos concretos como Is 53, Os 6,2, Jon
d) Sólo cuando Dios mismo ha recogido esta última experiencia de su 2,1 y los salmos 16 y 110. Se puede probar a partir de toda la orientación del
mundo —mundo que en la libertad humana tiene la posibilidad de dejar de pueblo hacia una meta trascendente, a partir de la teología del sacrificio (Rom
lado la obediencia a Dios y así perder a Dios—, sólo entonces deja de ser 4,25; Heb), a partir sobre todo de la teología del mediador vicario entre
alguien que juzga a sus criaturas desde fuera y desde arriba. Ha experimentado Dios y los hombres, figura que desde el Moisés del Deuteronomio (1,37; 3,26;
el mundo desde dentro, se ha hecho hombre y conoce experimentalmente todas 4,21), pasando por Oseas, Jeremías y Ezequiel hasta llegar al «Siervo de Dios»,
las dimensiones de la existencia humana (hasta el abismo del infierno). Así se irá adoptando, cada vez más acusados, los rasgos del mediador entre Dios y ei
hace norma del hombre, en cuanto que el Padre (como Creador que es) trans- pueblo, entre el cielo y la tierra, cargado con la culpa de todos para cumplir
fiere al Hijo (como redentor) «todo el juicio» (Jn 5,22; cf. Hen 51), que en con la alianza. Es cierto que, si el punto de convergencia no lo diera Dios
adelante consiste en que «él vendrá sobre las nubes: todos lo verán con sus —en la nueva alianza—, no se podría construir por sólo la antigua alianza.
ojos, también aquellos que lo traspasaron, y todos los pueblos reconocerán lo Pero la indeducibilidad de su trascendencia y la incompatibilidad humana de
que han hecho con aquel que es el alfa y la omega, con aquel que (como tras-
pasado) es, era y será» (Ap 1,7-8; Jn 19,37; Zac 12,10-14). La cruz (Mt 24, los símbolos y teologúmenos que la sustentan constituyen una prueba negativa
30), o mejor, el crucificado, es el punto de referencia de toda la existencia de que los enunciados positivos neotestamentarios son correctos 1.
humana personal y social: punto de referencia en cuanto juicio final y reden- b) Es sabido (1 Cor 1,17) que para Pablo coinciden la predicación del
ción «como por el fuego» (1 Cor 3,15). Habremos de mostrar cómo en todo evangelio y la predicación de la cruz de Jesucristo (la resurrección demuestra
ello se ve cumplida la «profecía» básica de la antigua alianza. Pero, resumien- que la cruz es salvación)2. En Corinto no quiere Pablo saber más que de la
do estos cuatro primeros puntos, hemos de decir ante todo que en ese aconte- cruz de Cristo (1 Cor 1,23; 2,2); y ante los gálatas no quiere gloriarse sino en
cer llega el mundo por medio de Dios a su meta («soteriología») y que además la cruz (Gal 6,14). La cruz constituye el centro de la historia de la salvación,
el mismo Dios, con ocasión del extravío del mundo, consigue su más auténtica pues en ella se cumple la promesa y se hace pedazos toda la ley con su carác-
revelación y glorificación («teología», «doxología»). ter de maldición (Rom 4). Es el centro de la historia universal porque recon-
cilia a todos en el cuerpo crucificado (Ef 2,14ss), superando las categorías de
«elegido» y «no elegido». Y es el centro de toda creación y predestinación, ya
que «antes de la fundación del mundo» fuimos predestinados en la sangre de
2. El testimonio de la Escritura Cristo para ser hijos de Dios (Ef l,4ss). Lo único que Pablo quiere con su
predicación es servir a la reconciliación del mundo con Dios en la cruz de Je-
Que los evangelios son «relatos de la pasión con una introducción prolija» sús (2 Cor 5,18). Pero al hacerlo no proclama un hecho histórico más entre
(M. Káhler) es evidente tanto por su estructura interna como por el lugar que otros: lo que proclama es que en la cruz y la resurrección se ha producido el
ocupan en la predicación primitiva: las primeras predicaciones de los apóstoles trueque y la «recreación» de todas las cosas —«pasó lo viejo; todo es nuevo»
no hablan fundamentalmente más que de la muerte y resurrección de Cristo; (2 Cor 5,17)— y con ello se ha desvelado la más honda verdad de la historia.
y al hacerlo pueden remitirse a unas palabras del Señor: «Está escrito que el Esta verdad es escandalosa para los judíos y constituye una necedad para los
Cristo había de padecer y resucitar al tercer día de e/itre los muertos, y que paganos porque parece hablar de la «debilidad e imbecilidad de Dios». Pero
había de predicarse en su nombre la conversión para perdón de los pecados a esa verdad está dotada de una fuerza crítica que en la cruz pone de manifiesto
toda la «fuerza de Dios» (1 Cor 1,18.24). Esa fuerza es tal, que incluso puede,
5
J. Coste, Notion grecque et notion biblique de la «Souffrance éducatrice»: RSR
43 (1955) 481-523. 1
6
Cf. nuestro volumen Alter Bund, en Herrlichkeit, III/2, primera parte (Einsie-
Atanasio, Incarn. 44: PG 25, 173C-176A. deln2 1967).
7 A. Oepke, Die Missionspredigt des Apostéis Paulus (Gütersloh 1920); U. Wil-
Ch. Barth, Die Errettung vom Tode in der individuellen Klage- und Dankliedem
des AT (Zollikon 1947) 52s, 82. ckens, Weisheit und Torheit (Tubinga 1959).
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paradójicamente, salvar (Rom 11,26) al Israel que ha tropezado con la piedra mado amor a los amigos (15,10). Lo que exige a cambio no es sólo «entrega a
angular (Rom 9,30ss). La existencia cristiana es «reflejo» de la forma de Cris- los hermanos» (1 Jn 3,16), sino el mismo marchar gozoso del Señor hacia la
to: si uno ha muerto por todos, todos han muerto radicalmente (2 Cor 5,14). muerte, que le devuelve al Padre (Jn 14,28). Pero la sombra de la cruz es tan
La fe lo tiene que ratificar (Rom 6,3ss), la existencia lo tiene que hacer pal- pesada que Jesús ya antes «llora» y «se conturba» (ll,33ss). Y, conturbado,
mario (2 Cor 4,10). Y si esa muerte se produjo por amor «a mí» (Gal 2,20), quisiera esquivar esa «hora». Pero se mantiene (12,27-28). «Hacerse carne» y
mi respuesta ha de ser una «fe» de total entrega a ese destino divino; y el «no ser recibido» (1,14.11) es ya de antemano «ser pulverizado» (6,54.56),
escándalo y la persecución pasan a ser títulos de gloria del cristiano (Gal 5,11; desaparecer en la tierra por la muerte (12,24), ser «alzado» en muerte-resurrec-
6,12-14). ción como serpiente donde se recoge y muere todo veneno (3,14), como ese
c) Los sinópticos narran la prehistoria de la pasión a la luz de la cruz y único que de buen grado se ofrenda por los muchos —más de los que los ho-
resurrección de Jesús. La cruz no es en ellos «un acontecimiento aislado..., micidas piensan— (ll,50ss), como pan de vida que desaparece en la boca del
sino el acontecimiento al cual se encamina la historia de su vida y por el cual traidor (13,26), como luz que brilla en la ciega y hostil tiniebla (1,5). Y eso
reciben sentido los demás sucesos» 3 . La constante presencia de la luz de la re- tan esencialmente que, siendo él el juicio subsistente, sin ponerse a juzgar
surrección en la vida hace que las sombras de la cruz sean aún más sombrías: (12,47; 3,17) y siendo amor toda su existencia, provoca una división inexorable,
esa luz no produce en ningún momento un efecto que apunte hacia el doce- una crisis: aceptación o rechazo (3,19s), tanto más radicales cuanto más a fondo
tismo. La vida de Jesús transcurre a impulsos del SEZ, del imperativo de «pa- se ha desvelado la palabra del amor: al amor abismal responde el odio abismal
decer mucho» (Me 8,31 par.; Le 17,25; 22,37; 24,7.26.44). A ello le lleva su (15,22ss). Los cristianos se verán en la misma contradicción (15,18s; 16,1-4).
actitud de servicio, cuando él tendría derecho a vivir como Señor. Su servicio Desde el prólogo parte una línea que pasa por el lavatorio de los pies —gesto
llega hasta a entregar su vida para rescatar a la multitud (Me 10,45). A ello que resume la peculiar unidad joánica de lo dulce y lo implacable, del abaja-
se encamina también la tentación, que no concluyó con la del desierto (Le 4, miento indecible y la purificación sublimadora—, sigue en el gran discurso de
13) y que la carta a los Hebreos ve correr pareja con todo el padecer de su despedida —cuando a la «hora» de la cruz entrega Jesús todo a su Padre— y
vida (2,18; 4,15): ese «suspirar» de Jesús por la generación con que le ha llega a la escena del Tiberíades, cuando coloca a la oficialidad de la Iglesia
tocado vivir (Me 8,12) y que le resulta «insoportable» (Me 9,19). Una vez que bajo la ley del mayor amor y del seguimiento hasta la cruz.
ha dado signos suficientes de su misión divina, pone a los suyos en tesitura de Todo el NT está centrado en la cruz y la resurrección. Bajo esta luz pasa
confesión. Y el tiempo que desde ese momento queda hasta la pasión está jalo- la antigua alianza a ser un único preludio del triduo sacro, centro y final de los
nado por las predicciones de sus sufrimientos (Me 8,31s; 9,30s; 10,32s). A la caminos de Dios.
primera responden los discípulos con el desconcierto: «¿Qué puede significar
la resurrección de los muertos?» (9,10). La segunda vez no entienden ni se
atreven a preguntar (9,32). Y la tercera, como Jesús iba por delante hacia Je- 3. El testimonio de la tradición
rusalén «con gesto decidido» (Le 9,51), «le siguen desconcertados y con mie-
En ningún otro principio teológico coinciden Oriente y Occidente tan ple-
do» (Me 10,32). Cuando habla del seguimiento, pone la cruz como forma básica
namente como en el principio de que la encarnación se produjo para redimir
y típica de negación propia (Me 8,34s): hay que «beber el cáliz» y «ser bauti-
a la humanidad en la cruz. No contento con profesar una profunda devoción a
zado» (10,38). El mismo sueña con ese final (Le 12,50), como sueña con la
la cruz 1 , el Oriente ha enmarcado siempre en el conjunto de la economía re-
cena en que finalmente repartirá su carne sacrificada y su sangre derramada
dentora una teoría que le es propia: el hecho de que fuese asumido un indivi-
(Le 22,15). A pesar de que el imperativo divino marca su camino, todo sucede
duo tomado del seno del conjunto de la humanidad (entendida como una espe-
con absoluta libertad por su parte. El sabe lo que hace cuando provoca a sus
cie de «universal concreto») es algo que afecta y santifica a toda esa humani-
adversarios (quienes ya desde muy pronto «buscan perderle», Me 3,6): los pro-
dad. «Asumir al hombre» significa cargar con su destino concreto, incluido el
voca saltándose el sábado, distinguiendo lo original y lo advenedizo en la ley;
sufrimiento, la muerte y el infierno, en solidaridad con todos los hombres.
y los provoca, finalmente, poniéndose por encima de todas las instancias de la
Oigamos a los Padres mismos:
ley, de la que sólo él es intérprete auténtico (Mt 5,21ss). Su autoridad es poder
Tertuliano: «Christus mori missus nasci quoque necessario habuit ut morí
contra todo reino hostil a Dios: él es «el más fuerte» (Me 3,27). Numerosos
posset» 2 . Atanasio: «El Logos de suyo no podía morir. Por eso tomó un cuer-
milagros prueban esa autoridad. Pero él paga esa autoridad con su fuerza (Me
po que pudiera morir, para ofrecerlo por todos» 3 . «El Logos impasible portó
5,30 par.), como dice Pablo cuando afirma de sí mismo: «Cuando soy débil,
entonces soy fuerte» (2 Cor 12,10). Lucas habla de la pasión durante la trans-
1
figuración (Le 9,31). Marcos, inmediatamente después: con el precursor Juan P. Bernardakis, Le cuite de la croix chez les Grecs: EO 5 (1905) 193-202, 257-
(Elias) hizo Herodes (Jezabel) lo que quiso. Lo mismo pasará con el Hijo del 264; A. Rücker, Die adoratio crucis am Karfreitag in den orientalischen Riten, en Mise.
hombre (Me 9,12s). Los precedentes son martiriales.* Liturg. Mohlberg, I (Roma 1948) 379-406; S. Salaville, Le coup de lance et la plaie
También el Evangelio de Juan está dominado por el «es preciso» (3,14; du cóté dans la liturgie oriéntale: «L'unité de l'Église» 8 (1929) 77-86; J. Vogt, Be-
richte über Kreuzeserscheinungen im 4. Jahrhundert, en nayxoáxeia, Melantes Henri
20,9; cf. 12,34), que es a la vez libertad absoluta (Jn 10,18; 14,31b; 18,11). Grégoire I (1949) 593-606.
Camino y meta están aquí integrados de manera que muerte y resurrección van 2
De carne Christi, 6: PL 2, 764A.
unidas como tránsito hacia el Padre; y la pasión (18,4-8) es la consagración de 3
Be incarn. 20: PG 25, 152B. A. Spindeler, Cur Verbum caro jactum? (Paderborn
Jesús por los hombres que Dios le ha dado (17,19) y la prueba de su extre- 1938), resume así a Atanasio: «Tras el pecado habíamos de volver a recibir la gracia;
3
pero no desde fuera, sino desde dentro; habíamos de recibir la divinización en relación
P. Tillich, Systematische Theologie, II (Stuttgart 1958) 171. con el cuerpo» (53). Redimir «no es simplemente quitar el pecado..., es una sobreabun-
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un cuerpo... para tomar sobre sí lo nuestro y ofrecerlo en sacrificio... para que den una relación directa. Para ello eliminó uno por uno dichos obstáculos: el
todo el hombre alcance la salvación» 4 . Gregorio de Nisa: «Si interrogamos al primero, asumiendo la naturaleza humana; el segundo, muriendo en cruz; el
misterio, nos dirá que su muerte no fue una secuela de su nacimiento, sino último, desterrando por completo de la naturaleza humana, al resucitar, la tira-
que nació para poder morir» 5 . Fiel a la tradición de Ireneo, Hipólito insiste nía de la muerte» 16.
en que Cristo hubo de asumir el mismo material de que nosotros constamos. Estos textos muestran, en primer lugar, que la encarnación está ordenada
Si no, no habría podido recabar de nosotros cosas que él no hizo. «Para ser a la cruz: acaban así con un mito extendido en los libros de teología, según
como nosotros, cargó con lo penoso: quiso pasar hambre, pasar sed, dormir, no el cual la teología griega, al contrario que la latina, piensa que la redención
resistir al sufrimiento, obedecer a la muerte, resucitar visiblemente. En todo se produjo fundamentalmente en la encarnación misma y que frente a ella la
ello ofreció su propia humanidad como sacrificio primicial» 6 . Para Gregorio cruz no es más que una especie de epifenómeno. De ahí que refuten también
de Nacianzo, la encarnación consiste en la asimilación de lo maldito de la hu- el mito moderno (que pretende basarse en el anterior) de que el cristianismo
manidad. Y sólo asumiendo todas las partes del hombre afectadas por la muerte es ante todo «encarnacionismo», inserción en el mundo (profano) y no morir a
—cuerpo, alma, espíritu— pudo Cristo actuar como fermento en la masa para este mundo 17.
santificar a todos 7 . Crisóstomo habla en el mismo tono*. Para Cirilo de Ale- Pero esos textos muestran además, y en un nivel más profundo, que quien
jandría, Cristo se convierte por nosotros «en maldición» al asumir un cuerpo dice encarnación está ya diciendo cruz. Por dos razones: porque el Hijo de
para redimir a los hombres 9 . Al crear, tenía Dios prevista la redención por Dios asume la naturaleza como está, caída; es decir, con el gusano de la mor-
medio de Cristo 10 . De los griegos pasa esta idea a la teología latina. León talidad, la fragilidad, la autoalienación y la muerte: con la muerte, que entró
Magno: «In nostra descendit, ut non solum substantiam, sed etiam conditionem en el mundo por el pecado. Agustín escribe: «Ex quo esse incipit in hoc cor-
naturae peccatricis assumeret» n . «Nec alia fuit Dei Filio causa nascendi quam pore, in morte est. An potius et in vita et in morte simul est» 18. Por eso
ut cruci possit affigi» 12. Hilario: «En (todo) el resto aparece ya la disposición puede Bernardo aventurar la afirmación siguiente: «Fortasse crux ipsa nos
de la voluntad del Padre: la virgen, el nacimiento, el cuerpo. Y después: la sumus, cui Christus memoratur infixus... 'Infixus sum in limo profundi'
cruz, la muerte, el infierno: nuestra salvación» 13 . Y lo mismo Ambrosio 14 . (Ps 28,3): quoniam de limo plasmati sumus. Sed tune quidem limus paradisi
Para Máximo el Confesor, la sucesión de encarnación, muerte, resurrección fuimus, mine vero limus profundi: barro y fango del abismo»19. La segunda
ofrece al creyente y al pensador teológico una visión cada vez más honda de razón no radica en las características del hombre asumido, sino en las del Lo-
la creación del mundo: «El misterio de la encarnación de la Palabra encierra gos que asume: ya el hacerse hombre es para él abajamiento en un sentido
el resumen interpretativo de todos los enigmas y modelos de la Escritura, así muy oculto, pero muy real; e incluso, como algunos dicen, es un abajamiento
como el sentido de todas las criaturas sensibles y espirituales. Pero quien co- mayor que la subida a la cruz. Con ello está planteado un nuevo problema de
noce el misterio de la cruz y del sepulcro, conoce las verdaderas razones (logi) la teología de la pasión: el que nace no de la relación horizontal entre el pese-
de todas las cosas. Y, finalmente, quien se adentra en la fuerza oculta de la bre y la cruz, sino de la relación vertical entre el cielo y el pesebre: el proble-
resurrección descubre el fin último por el que Dios creó todo desde el princi- ma de la kénosis.
pio» 1S. Nicolás Cabasilas da la razón soteriológica de este paso: «Los hombres
se distinguen de Dios por tres cosas: por su naturaleza, por su pecado y por
su muerte. Pero el Redentor hizo que desaparecieran los obstáculos que impi-

dancia de vida... por medio de la encarnación de Dios, por medio de la sangre y el 16


sacrificio de este Dios hecho hombre» (55). De vita in Christo, III: PG 150, 572CD.
17
4
Ep. ad Epict. 6-7: PG 26, 1061A. Cf. los diagnósticos y avisos de H. de Lubac, Paradoxes (París 21959) 41ss: «El
5
Or. cat. 32: PG 45, 80A. Una encarnación sin redención habría sido superflua- cristianismo ario es un cristianismo totalmente encarnado: se es cristiano ya por naci-
Antirret. 51: PG 45, 1245B. miento carnal». «¡Qué plan tan magnífico de cristianismo encarnado esboza Satán ante
6
Adv. Haer. X, 33: PG 16/3, 3452C. Para Ireneo, cf. Adv. Haer. V, 14, 1 (también el Señor en el desierto! Pero Jesús prefirió un cristianismo crucificado». «El misterio
III, 16, 9; IV, 5, 4; V, 1, 1; 17, 1). Cuando Ireneo habla de «recapitulación» de ma- de Cristo es también nuestro misterio. Lo que sucedió en la Cabeza debe también su-
nera que parece que es sobre todo la encarnación o determinados hechos de la vida de ceder en los miembros: encarnación, muerte y resurrección, es decir, arraigo, desarraL
Jesús lo que logra la vuelta de la raza de Adán a la unidad con Dios, en todos los pa- go y transformación. Una vida no es auténticamente cristiana si no contiene este
ritmo de tres tiempos». «Cristo no vino para realizar la obra de la encarnación. La Pa-
sajes decisivos contrapone la obediencia del nuevo Adán a la desobediencia del antiguo: labra se hizo carne para llevar a cabo la obra de la redención». «¿Humanizar primero
el hombre es liberado por el Dios-hombre de los «poderes» de la muerte y el demonio y luego cristianizar? Si la empresa tiene éxito, el cristianismo llega tarde, el sitio está
7
Or.theol. 4, 21: PG 36, 13B. ya ocupado. <¡Y quién dice que lo cristiano no posee fuerza humanizadora?».
8
In Ep. ad Hebr. h. 5, 11: PG 63, 46; In Ep. ad Ept>. 1: PG 62,14. 18
' Thes. XV: PG 75, 265. Civ. Dei, 13, 10: PL 41, 383; cf. Conf., I, 6: PL 32, 663s. C. Hartmann, Der
10
Thesaurus, Assert. XV: PG 75, 282A. Tod in seiner Beziehung zum menseblichen Dasein bei Augustinus (Giessen 1932); cf.
11
Sermo, 71, 2: PL 54, 387. «Catholica» 1 (1923) 159-190.
19
12
Sermo, 48, 1: PL 54, 298. Cf. Tomus, I: PL 54, 763; Sermo, 46, 1: PL 54, 292; In vig. Nat. sermo, 4: PL 183, 103B. Para todo ello, el sutil libro de J. P. Jos-
Sermo, 59, 8: PL 54, 342, etc. sua Le Salut. Incarnation ou Mystére Pascal chez les Peres de l'Église de St. Irénée a
13
De Trin. II, 24: PL 10, 66A. S. Léon le Grand (París 1968), donde se supera la tesis antes sustentada, sobre todo por
14
Be incarn. Domini, 54: PL 16, 831. P. Malevez, sobre el «encarnacionismo» de los Padres griegos, en la línea de una idea
15
Cap. theologica et oecumenica, I, 66: PG 90, 1108AB. de redención (con la cruz como centro) común a Oriente y Occidente.
43
ENCARNACIÓN Y PASIÓN 675

(quizá originariamente «mítico»), no hay más remedio que interpretarlo en el


4. La «kénosis» y la nueva imagen de Dios horizonte de la cristología y, consiguientemente, de la doctrina de la Trinidad.
Entonces hay que admitir que en el Dios supramundano e «inmutable» ha
Tan difícil es el problema de la kénosis l desde el punto de vista exegé- «sucedido» algo. Y ese suceso que se describe en términos de «vaciamiento»
tico 2 , tradicional 3 y dogmático 4 , que aquí sólo podemos tocarlo en la medida (anonadamiento) y «abajamiento» es «abandonar la igualdad con Dios» (í<r<x
en que lo exige nuestro tema. El enunciado fundamental del himno prepaulino itey) por lo que toca a la preciosa posesión de la «gloria».
completado por Pablo en Flp 2 reza así: «El (Cristo Jesús), siendo de condi- El verdadero problema estuvo oculto mientras, con los arríanos, se negó
ción divina, no consideró una presa (o un bien que era preciso conservar, o un la igualdad de esencia del Hijo con el Padre (ya se interpretara el &^may%¡£c,
privilegio que había que defender a toda costa) ser igual a Dios, sino que se como res rapienda o rapta) o, con los gnósticos, se afirmó que el Logos no
vació de sí mismo tomando la condición de siervo, con el aspecto de un hom- asume más que un cuerpo aparente (lo cual excluiría una kénosis) o, con Nes-
bre más, con el porte de un hombre, se abajó a sí mismo, haciéndose obediente torio, se puso el acento en que un hombre «ascendió» a la categoría de Hom-
hasta la muerte». Y Pablo apostilla: «y muerte de cruz». Y sigue el himno: bre-Dios: así sólo entraba en juego la segunda parte del himno. En lucha
«Por eso Dios lo encumbró (sobremanera: vmep-) y le concedió un nombre contra este triple frente herético entró la ortodoxia, con la ventaja de tomar
sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el el texto literalmente y con toda la dificultad de su interpretación. Había que
cielo, en la tierra y en el infierno, y toda lengua confiese: Jesucristo es Señor pasar entre dos escollos: no defender la inmutabilidad de Dios de forma que
para la gloria del Padre». Puede considerarse probado que el sujeto que se excluyera que ocurre algo real en el Logos anterior al mundo, que se dispone
«vacía» al asumir la condición de siervo no es el Cristo ya hecho hombre, sino a encarnarse, y evitar que ese suceso real degenerara en teopasquismo 6 .
el sujeto supramundano, que es de condición divina. Es más, en esta primera La ortodoxia tuvo a su disposición una primera idea básica que pudieron
kénosis está ya comprendida y proyectada la segunda, la de no apetecer como esgrimir Atanasio contra Arrio y Apolinar, Cirilo contra Nestorio y León con-
hombre la misma (ópoíttipa y C X Í p a son sinónimos aproximados de %iop<frí\) tra Eutiques: cuando Dios decide que el Logos se haga hombre, ello implica
condición de los demás, sino abajarse aún más en la obediencia: hasta la muerte para el Logos una verdadera humillación, un verdadero abajamiento, tanto
de cruz. Si el enunciado básico se refiere al Logos preexistente, entonces el más cuanto que ya desde siempre entraba en cuenta la condición histórica en
ápraYUÓ^ n o significa algo que se arrebata injusta o violentamente, sino «una que se encontraba la humanidad pecadora. Atanasio establece así el movimiento
cosa valiosa y poseída justamente que ha de conservarse a toda costa». Y esa básico de lo acaecido en Cristo: descenso y no ascenso. Cita Flp 2 y prosigue:
cosa no puede ser otra que la (condición de) gloria (la aludida en la última «¿Qué puede haber de más luminoso y convincente que estas palabras? No
frase acerca del Padre), a la que se renuncia en la kénosis. Es cierto que, como vino a más, sino que, siendo Dios, tomó la condición de siervo y, al hacerlo,
observa Kasemann 5 , no se debe sobrecargar el texto introduciendo en él la doc- lejos de venir a más, se puso por los suelos». Era el hombre el que precisaba
trina dogmática de las dos naturalezas, sino ver en él «la sucesión de fases de la elevación, «dada la postración de la carne y de la muerte». El Logos,
diversas en la continuidad de un único drama salvífico» y, por tanto, hablar que no precisaba de elevación alguna, tomó esa condición «y por nosotros su-
con P. Henry de coniitions (y no de naturalezas) del sujeto. No obstante, si- frió como hombre la muerte en su carne para ofrecerse en la muerte al Padre
gue en pie el problema: si se quiere entender cristianamente este esquema por nosotros» y elevarnos así a la altura que desde la eternidad es propia
suya 7 . Ahí está también el punto fuerte de Cirilo contra una cristología nesto-
1
riana que hoy podríamos calificar de «antropología dinámico-trascendental»:
Exposiciones generales menos recientes: O. Bensov, Die Lehre von der Kenose Cirilo no parte de que el hombre tenga una estructura «abierta» que se tras-
(Leipzig 1903); H. Schumacher, Christus in seiner Práexistenz und Kenose, 2 voLs. ciende, sino de que Dios renuncia a sí mismo y desciende por amor 8 . Para
(Roma 1914 y 1921); P. Henry, Kenose: DBS V (1957) 7-161 (con amplia bibliografía; Dios, la encarnación no es un incremento: es un vaciamiento 9 . Es cierto que,
falta el análisis de Kasemann).
2
Fundamentales hoy: E. Kasemann, Kritische Analyse von Pbil 2,5-11: ZThK 47 según Cirilo, la encarnación no altera en nada la condición divina (ni, por
(1950) 313-360, citado según Exeget. Vetsuche und Besinnungen, I (Gotinga 41965) 51- tanto, la gloria) del Logos eterno. Pero, en la perspectiva de la preexistencia,
95; A. Feuillet, L'homme-Dieu consideré dans sa condition terrestre de serviteur et de es un acto totalmente libre en el que el Logos acepta los límites (jxÉTpov se
rédempteur (París 1942); J. Dupont, Jésus Christ dans son abaissement: RSR 37 (1950) repite una y otra vez) y la á S o ^ í a 1 0 de la naturaleza humana, lo cual implica
500-514; L. Cerfaux, L'Hymne au Christ-Serviteur de Dieu, en Recueil L. Cerfaux (Pa- un «vaciamiento de la plenitud» y una «humillación de lo elevado» n. La mis-
rís 1954) 425-437; O. Michel, Zur Exegese von Phil 2,5-11, en Theologie ais Glaubens- ma preocupación de armonizar la integridad e impasibilidad de la divinidad
wagnis (Hamburgo 1954) 79-95; L. Krinetzki, Der Einfluss von Is 52,13-53,12 par auf con la promoción del hombre mediante la humillante («divinitatem usque ad
Phil 2,6-11: ThQ 139 (1959) 157-193, 291-388; R. Schnackenburg, supra, cap. IV, sec-
ción 4.", 1.
3
J. Gewiess, Zum altkirchlichen Verstandnis der Kenosisstelle: ThQ 128 (1948) 6
463-487. Discusión exhaustiva de todos los textos patrísticos en P. Henry, op. cit., En lo que sigue prescindiremos ya del problema exegético.
7
56-136. Adv. Arium, I, 4041: PG 26, 93CD, 96CD.
4 8
Sobre la dogmática y sobre los errores dogmáticos de la Edad Moderna (kenóticos «La encarnación es en sí una humillación. Esto lo dice Cirilo tan a menudo que
de los siglos XVI/XVII y xix), cf. M. Waldhauser, Die Kenose und die moderne protestan- no cabe dudar de ello» (Spindeler, op. cit., 110; ahí ve él el gran argumento contra
tische Christologie (Maguncia 1912); P. Henry, op. cit., 136-158, detalladamente sobre Nestorio: 112-113).
9
Bulgakow. Sobre los anglicanos, cf. A. M. Ramsey, From Gore to Temple (Londres Apol. pro 12. cap., anath. 10: PG 76, 366; Ep. 55 in s. symb.: PG 77, 304.
10
1960). 11
Dial, de trin. 5: PG 75, 933B.
5
Op. cit., 80. Ad Reginas, 2, 19: PG 76, 1360B.
676 EL MISTERIO PASCUAL ENCARNACIÓN Y PASIÓN 677
12
humana submisit») asunción de la «conditio naturae peccatricis» caracteriza como neotestamentaria en el himno de Flp 2 sin otro aparato conceptual que
a León Magno. En la línea de lo que aquí queremos destacar, Hilario dice el de la idea veterotestamentaria de Dios. El acento recae en el enunciado:
acerca de la encarnación (no expresamente de la cruz): «Su bajeza es nuestra «A pesar de ser de condición divina (dicho en lenguaje dogmático: a pesar de
alteza, su debilidad es nuestra gloria» u , y habla de la «debilidad del abaja- participar ópoowríiix; de la esencia divina), pensó que no debía aferrarse a ella
miento emprendido», del «amenguamiento de la fuerza indescriptible hasta el como a una posesión preciosa e inalienable». Si este aferrarse podría ser una
paciente aceptar el cuerpo» 14. Luis de Granada dirá en esta línea que la encar- propiedad fundamental del Dios veterotestamentario, que con nadie comparte
nación es para Dios más humillante que la cruz 15. Con una humillación, dice ni puede compartir su gloria, que se contradiría a sí mismo si renunciara a su
Agustín, comienza la encarnación16. honor y su gloria, no sirve ya para caracterizar a «Jesucristo» en cuanto sujeto
Ahora bien, ¿es intrínsecamente compatible este enunciado con el de la anterior al mundo y, por tanto, divino. Aun siendo de condición divina, él
inmutabilidad de Dios y, consiguientemente, con el de la gloria que el Hijo de puede renunciar a su gloria. Es tan divinamente libre que puede atarse a la
Dios tiene en el Padre? Desde la madura cristología de Efeso y Calcedonia obediencia servil. En esta ruptura entre ambas ideas de Dios se enfrentan por
volvamos la mirada al himno de Flp 2, y ello con la intención de no forzar su un momento el Hijo, que se despoja, y el Dios Padre, descrito aún hasta cierto
densidad «dogmática». No podremos menos de comprobar en su lenguaje arcai- punto con rasgos veterotestamentarios (Flp 2,11). Pero la reflexión teológica
co, en su balbuceo del misterio, algo que no percibimos en las precisas fórmu- equilibra pronto esta oposición: es el Padre mismo quien «piensa que no ha de
las sobre la inmutabilidad de Dios. Se palpa ese resto que los kenóticos rusos, aferrarse» a su Hijo y lo «entrega» (tradere: Jn 19,11; Rom 4,25; 8,32; daré:
ingleses y alemanes de los siglos xix y xx intentan hacer suyo. Jn 3,16; 6,32, etc.). Y, con todo, sigue hablándose del Espíritu como del «don»
Pero tenemos también los casi sobrehumanos esfuerzos de Hilario por ex- de ambos.
presar sin trabas el misterio de la kénosis, esfuerzos que si no nos satisfacen No se trata, pues, de una especie de tentación «mítica» anterior al mundo
plenamente, sí nos ponen en la senda verdadera. Para Hilario, todo se produce que induciría al Hijo, como hombre original, a adueñarse inmediatamente de
en virtud de la soberana libertad de Dios (y, por tanto, de su poder y majes- la gloria suprema sin encarnación. Ni tenemos aquí un paralelo con Adán, que
tad), que tiene la facultad de «someterse por obediencia a la (posible) asunción desoyendo el precepto de Dios «arrebató»23 la manzana. Lo que aquí está en
de la condición de siervo, despojándose de la condición divina» 17: permane- juego, al menos de fondo, es el viraje decisivo en la visión de Dios: de ser
ciendo en sí mismo (puesto que todo sucede por el poder de su soberanía), primariamente «poder absoluto» pasa a ser absoluto «amor». Su soberanía no
tiene la facultad de despojarse de sí mismo (en lo referente a su condición de se manifiesta en aferrarse a lo propio, sino en dejarlo. Su soberanía se sitúa
gloria). Si ambas condiciones o formas (pop<p.aí) fuesen sin más compatibles en un plano distinto de lo que nosotros llamamos fuerza y debilidad. El ano-
(como pensaban los tres grandes doctores antes citados), no ocurriría nada pro- nadamiento de Dios en la encarnación es ónticamente posible porque Dios se
piamente en Dios. El sujeto sigue siendo el mismo («non alius est in forma despoja eternamente en su entrega tripersonal. Partiendo de aquí, la definición
servi quam qui in forma Dei est»); pero un cambio de estado es inevitable: primaria de persona creada no ha de ser la de «subsistencia en sí». Si ha sido
«cum accipere formam servi nisi per evacuationem suam (!) non potuerit qui creada a imagen y semejanza de Dios, la persona será «regreso (reflexio com-
manebat (¡uTOxpxwv!) in Dei forma, non conveniente sibi formae utriusque pleta) desde el despojo» y «existir por sí como interioridad que se expresa
concursu» 18. Se produce una duplicidad que no se elimina hasta que la forma entregándose». Los conceptos de «pobreza» y «riqueza» se hacen dialécticos.
servil es elevada a la forma gloriosa del Kyrios 19. El intermedio lo cubre la Lo cual no quiere decir que la esencia de Dios sea en sí (unívocamente) «kenó-
«vacuitatis dispensatio»x, que, sin alterar («non demutatus») al Hijo de Dios, tica», como si un mismo concepto pudiera abarcar la kénosis y el fundamento
significa que se repliega en sí mismo («intra se latens»), que «se vacía dentro divino que la hace posible. Ese es en parte el error de los kenóticos modernos.
de su propio poder» («intra suam ipse vacuefactus potestatem»)21 sin perder Lo que quiero decir es que, como Hilario pretendía indicar a su modo, el «po-
su libre poder divino («cum virtutis potestas etiam in evacuandi se potestate der» divino es de tal calidad que puede hacer sitio en sí mismo a un despojo
permaneat»)22. como el de la encarnación y la cruz y puede llevar ese despojo hasta el colmo.
Entre condición divina y condición servil reina analogía de naturalezas en la
En estas afirmaciones falta la dimensión trinitaria, esto es, la de las perso- identidad de persona, según aquello de la «maior dissimilitudo in tanta simi-
nas en cuanto procesiones, relaciones y misiones. Es la dimensión que despunta litudine» (DS 806).
Sólo ahora tenemos el camino expedito para abordar especulativamente dos
12
León, Sermo, 3, 2: PL 54, 145; Sermo, 71, 2: PL 54, 387. La encarnación como principios enunciados en la Escritura y en la tradición, pero cuya comprensión
«inclinatio maiestatis», y con ello como «humilitas»: Sermo 26, 1 in Naí., 6: PL 54, estaba bloqueada por las tomas de postura antiheréticas (inmutabilidad de la
212-213.
13
divinidad e inmutación de la condición divina y de la gloria del Hijo incluso
14
Hilario, De Trin. II, 25: PL 10, 67A. durante su kénosis). Uno es el principio joánico de que en el colmo de la con-
15
Ibid., XI, 48: PL 10, 432A. dición servil, en la cruz, irrumpe la gloria del Hijo, en cuanto que en ese mo-
16
Luis de Granada, Obras completas. mento llega y se revela su amor hasta el colmo (divino). El segundo es el
17
In Jo tr., 104, 3: PL 35, 1903. principio de que el Dios trino, con la encarnación del Hijo, no sólo ha venido
De Trin. VIII, 45: PL 10, 270.
18
Ibid., IX, 14: PL 10, 292B. en auxilio del mundo, sino que se ha revelado a sí mismo en su más honda
" Ibid., IX, 39: PL 10, 312A.
20
Ibid., IX, 41: PL 10, 314B. 23
21 Sobre estas y otras posibles fuentes del himno, cf. P. Henry, op. cit., 38-56; es
22
Ibid., XI, 48: PL 10, 432A. posible que en él hayan influido los cantos del Siervo —como piensan él y Krinetzki—;
Ibid., XII, 6: PL 10, 437B. pero en este contexto ese influjo no es decisivo.
678 EL MISTERIO PASCUAL ENCARNACIÓN Y PASIÓN 679

peculiaridad. Este principio no aparece plenamente en la teología trinitaria de hubo de ser la de un Agustín s y u n Tomás x—. La problemática de las dos
los Padres y de Agustín: habrá que esperar hasta Ricardo de San Víctor. escuelas luteranas no toca el núcleo del problema de la kénosis, porque ante
Sólo desde esta perspectiva se comprenden algunas afirmaciones de los Pa- todo tienen en cuenta la existencia de lo limitado dentro de lo ilimitado, aun
dres. Entre ellas, por ejemplo, esta declaración de Orígenes: «No hay por qué cuando ven que lo segundo está seriamente afectado por lo primero. Les faltan
tener miedo a decir que la bondad de Cristo aparece mayor, más divina y real- además nuestras categorías de personalidad divina: barajan las propiedades
mente conforme con la imagen del Padre cuando se humilla obediente hasta la divinas desde una perspectiva hasta cierto punto veterotestamentaria, y en ese
muerte, y muerte de cruz, que si hubiera considerado un bien irrenunciable ser marco sitúan la encarnación.
igual a Dios y se hubiera negado a hacerse siervo por la salvación del mun- Los kenóticos alemanes del siglo xix 3 1 escriben después de Hegel, para quien
do» M . O la de Crisóstomo: «Nada hay tan sublime como el hecho de que Dios el sujeto absoluto, a fin de hacerse concreto y sustantivo, se hace finito en la
derramó su sangre por nosotros. Y más que tomarnos por hijos, más que todo naturaleza y en la historia. Así resulta que el punto de mira de estos teólogos
lo demás, es que ni a su propio Hijo le perdonara... Esto es con mucho lo es inverso: sujeto de la kénosis no es el hecho hombre, sino el que se hace hom-
mayor» 2S. Cirilo hablará incluso de una felix culpa, no para nosotros, sino para bre. Se trata de una «autolimitación de lo divino», como dice Thomasius. El
el Hijo de Dios, ya que le dio la oportunidad de conseguir con su humillación Hijo renuncia, según él, a las propiedades divinas «relativas» al mundo, como
una nueva gloria 26 . A base de textos así, Lossky explica la kénosis como reve- son la omnipotencia, la omnisciencia, la omnipresencia, etc., para conservar las
lación de la Trinidad 27 . Por eso es comprensible que de cuando en cuando propiedades inmanentes, como la verdad, la santidad y el amor. Como esta autoli-
asome oscura y titubeante la idea de que el modelo primero del Creador al mitación de la divinidad es absolutamente libre y obra del amor, no acaba con la
crear el hombre fue el Hijo encarnado como Redentor 28 . divinidad de Dios. Frank será más radical y hablará de que la conciencia del
Si ponderamos convenientemente todo lo dicho, resulta que la encarnación Hijo eterno se depotencia en conciencia finita, pero de modo que el Hijo encar-
de la segunda persona de Dios no deja sin afectar a las relaciones de las per- nado se sabe Hijo de Dios. La semejanza del hombre con Dios se convierte en
sonas divinas. El lenguaje y el pensamiento humano fracasan ante este miste- receptáculo de un contenido divino que se condensa y limita en ella. Gess va
rio: que las relaciones eternas entre Padre e Hijo durante el «tiempo» de la todavía más lejos: el Logos hecho hombre renuncia también a las propiedades
inmanentes y a su conciencia eterna. Este sistema diluye en último término al
vida eterna de Cristo tengan su climax (en un sentido que no se debe triviali-
Logos en el proceso del mundo, y la Trinidad sólo emerge a través de la econo-
zar) en las relaciones entre el hombre Jesús y su Padre celestial; que el Espí-
mía. Es cierto que Thomasius está aún cerca de las intuiciones de Hilario, pero
ritu Santo viva entre ellos y que, en cuanto procede del Hijo, se vea también con su distinción entre propiedades inmanentes y trascendentes —en sí insoste-
afectado por su humanidad... Un problema que intentaron abordar a su modo nible— no sobrepasa el horizonte veterotestamentario.
los kenóticos modernos: los luteranos Chemnitz (1522-1586) y Brentz (1499-
1570) admitieron una communicatio idiomatum entre las naturalezas humana Si el kenotismo alemán fue provocado por el idealismo especulativo, tam-
y divina de Cristo, en el sentido de que la humanidad debía participar de la bién la «marejada kenótica» (Ramsey) de la teología anglicana entre 1890 y
omnipotencia y omnipresencia de la divinidad: para Chemnitz, nada más que «po- 1910 está influida indirectamente por Hegel (a través del influjo de T. H.
tencialmente» (en cuanto a la posesión), y «actualmente» (en cuanto al uso: Green) y por la idea de que la evolución cósmica culmina en Cristo. Pero esen-
Xpííoi^) sólo cuando la voluntad de Cristo lo permite. Para Brentz, el estado cialmente es un intento autónomo de reconciliar la cristología patrística con
de exinanitio es siempre coextensivo al de exaltatio; sólo que esa omnipresencia, el realismo terreno del hombre Jesús, puesto de manifiesto por la investigación
aunque siempre a disposición de Cristo, queda a menudo oculta (xpiiipu;) por de los evangelios. El punto débil de esta escuela consiste en que, mientras el
razón de la economía. A Chemnitz le sigue la escuela de Giessen, y a Brentz, idealismo especulativo equipara conciencia y persona, pone el acento en lo em-
la de Tubinga. Brentz había desarrollado más consecuentemente la communicatio
idiomatum, mientras que Giessen le reprocha haber recaído en el extra calvinis- 29
ticum, según el cual el Logos no deja de gobernar el mundo ni durante la vida A Agustín podemos caracterizarlo con solas las palabras siguientes: «Sic se exina-
y muerte de Jesús, con lo cual realiza la encarnación y la muerte como si se nivit formam servi accipiens, non forman Dei amittens; forma servi accessit, non forma
Dei discessit» (Sermo, 183, 4, 5: PL 38, 990). Pero este puro «añadirse» a lo divino
tratara, por decirlo así, de una ocupación más —idea ésta que consecuentemente contradice el sentido del «vaciarse» de FÍp 2, del «empobrecerse» de 2 Cor 8,9, y con-
tradice también los enunciados aducidos de los Padres griegos, según los cuales el Lo-
24
ln Jo, I, 32: Preuschen, IV, 41. gos con encarnarse no ganó nada, sino que se degradó a la condición de siervo.
30
25
InEph, 1: PG62, 14. Para Tomás de Aquino, cf. S. Th. III, q. 14, a. 1 ad 2; a. 2c; q. 15, a. 5 ad 3,
26
De Trin. 5: PG 75, 968. donde toca el problema de la delimitación de la beatitud en el alma de Cristo: «dis-
27
Die mystische Theologie der morgenlandischen Kirche (Graz 1961) 182s: «Esta pensative» la restringe de tal modo el mismo Hijo encarnado que de la mente «non
renuncia a su propia voluntad no es una decisión, no es un acto propio, sino que es derivatur ad vires sensibiles». El autolimitarse para sufrir es también libre: no se debe
como el ser mismo de las tres personas divinas, quienes no tienen más que un único a limitación natural ajena a su voluntad. El sujeto de tales actos de autolimitación es
querer correspondiente a su naturaleza común... La kénosis... y la obra del Hijo en- el Hijo encarnado mismo. Estas afirmaciones quieren decir que la «ontología de Cristo»
carnado (es) la obra de la Santísima Trinidad, de la cual no puede separarse Cristo». ha de precisarse desde lo funcional soteriológico.
31
28
Tertuliano, Adv. Prax. 12: PL 2, 167; Pseudo-Gregorio de Nisa, De eo quid sit Sobre todo, G. Thomasius, Christi Person und Werk (Erlangen 1853-1861; 21886-
ad imaginem: PG 44, 1328; Anastasio Sinaíta, ln Hex., lib. 6: PG 89, 930: Dice Dios, 1888) § 40s; K. T. A. Liebner, Christliche Dogmatik aus dem christologischen Prinzip
el Creador trino: «Hagamos al hombre a nuestra imagen». Y esa imagen es ya de ante- (Gotinga 1849) (más acusadamente hegeliano); F. H. R. Frank, System der christliche»
mano el Hijo encamado; y en esas palabras está ya el asentimiento del Hijo a la encar- Wahrheit (Erlangen 1878-1880; 21885-1886) § 34; W. F. Gess, Christi Person und Werk
nación; ibíd., 935B: Cristo es el único en quien se cumplió el encargo recibido por el (Basilea 1887). Para los demás, cf. O. Bensow, op. cit., 61s, 91s. A ellos se une el con-
hombre en el paraíso de que dominara toda la creación. gregacionalista A. M. Fairbairn, Christ in Modern Theology (Londres 1893).
680 EL MISTERIO PASCUAL ENCARNACIÓN Y PASIÓN 681

pírico de la conciencia de Jesús, conciencia que, como humana e histórica que leza... La altura brilla en la bajura, sin que por ello la altura quede reba-
es, no puede menos de ser limitada. También para Charles Gore es ya la crea- jada» 36.
ción, y más la encarnación, «autolimitación» de Dios, siendo ella el verdadero Hay una verdad teológica que media entre ambos extremos irreconciliables:
desvelamiento de Dios. Pues el puro «poder físico hace que el sujeto se en- de una parte, una «inmutabilidad de Dios» tal que la encarnación se comporta
cuentre con su simple 'afirmación' y poderío. La renuncia, en cambio, es la como una «incidencia» externa; de otra, una «mutabilidad de Dios» tal que la
más alta prueba del amor». Así habla Gore 3 2 , a quien sigue Frank Weston conciencia divina del Hijo se ve «enajenada» por el tiempo de la encarnación
en The One Christ (1907). Weston critica las debilidades de Gore e intenta en una conciencia humana 37 : esa verdad atañe al «cordero degollado desde la
reconciliar las categorías ónticas tradicionales con las idealistas de conciencia, creación del mundo» (Ap 13,8; cf. 5,6.9.12). Ahí se cruzan claramente dos
admitiendo en Cristo dos naturalezas y dos facultades cognoscitivas y volitivas, líneas: el «degüello» no es un elemento gnóstico, un sacrificio celeste indepen-
pero una sola conciencia donde una de las facultades es codeterminada por la diente del Gólgota: es el aspecto de eternidad del sacrificio histórico y san-
otra: no hay acción ni pasión del Encarnado en la que no intervenga la natu- griento de la cruz (Ap 5,12), como profusamente supone Pablo. Pero, de todos
raleza divina; pero tampoco hay ninguna relación del Hijo eterno con el Padre modos, indica una permanente situación supratemporal del «cordero». Y no sólo
y con el mundo que no vaya condicionada por la autolimitación del hombre —como explica la «escuela francesa»— que el «estado sacrificial» perdure en
Jesús. Con la misma conciencia con que en la tierra es el hombre limitado y el resucitado, sino que ese estado del Hijo es coextensivo con toda la creación
obediente, con esa misma conciencia es en el cielo el rector del mundo. Tales y afecta de algún modo a su ser divino. La moderna teología rusa 38 ha situado
especulaciones llevan a un callejón sin salida. Su único valor es resaltar la hon- certeramente este aspecto en el centro —aunque sin escapar a tentaciones
dura del misterio de la kénosis. Igual que con la antigua teología óntica había
gnósticas y hegelianas x—. Parece posible 40 despojar la visión fundamental de
sido imposible hacer creíble que la encarnación fuera un «elemento nuevo
Bulgakow de sus presupuestos «sofiológicos» y decantar la idea central —des-
añadido» a la naturaleza inmutable de Dios (ya que la kénosis no es ganancia,
no es dcpTOXYlxó*;), tampoco la teología de la conciencia —sea especulativa o arrollada en múltiples facetas— que antes hemos situado en el centro: el pre-
empírica— logra dar con un tertium quid que permita dominar la confluencia supuesto último de la kénosis es la «abnegación» de las personas (como puras
de la conciencia humana y divina. Debe seguir en pie la paradoja de que en relaciones) en la vida intratrinitaria del amor. Se da además una kénosis básica
una humanidad sin mengua pueda hacérsenos presente todo el poder y la gloria con la creación como tal, puesto que Dios desde la eternidad asume la respon-
de Dios. sabilidad de su éxito (aun contando con la libertad humana) y, al prever el
pecado, «incluye» la cruz (como fundamento de la creación): «La cruz de Cris-
Lleva razón P. Althaus: «La cristología debe idearse desde la cruz: en la to va inscrita en el mundo creado desde su fundación» 41 . Finalmente, en el
absoluta impotencia del Crucificado, en su debilidad mortal, de la que no se mundo real pecador, «su pasión redentora comienza en el momento de la en-
debe sustraer la «naturaleza divina», reina sin mengua ninguna la divinidad carnación» 42 . Y puesto que el acto de querer la kénosis redentora es un acto
de Dios. Pablo aplica a su propia vida unas palabras del Señor: 'La fuerza se indivisiblemente trinitario, Dios Padre y el Espíritu Santo están también com-
cumple en la debilidad' (2 Cor 12,9). En esas palabras reconocemos por la fe prometidos hasta el fondo en la kénosis: el Padre enviando y abandonando 43 ;
en Jesucristo una ley de la misma vida divina. Con este reconocimiento se el Espíritu uniendo a través de la separación y la distancia 44 . Esto se refiere
quiebra la antigua concepción de la inmutabilidad de Dios. La cristología debe a la «Trinidad económica», que, según Bulgakow, debe distinguirse de la «in-
tomar muy en serio que es Dios mismo quien en su Hijo entra realmente en manente». Pero ya se ve cómo (adoptando la perspectiva de Schelling y Hegel)
la pasión y que, al hacerlo, es y sigue siendo plenamente Dios» (P. Althaus, la Trinidad económica «va ya incluida en» la inmanente, de modo que el pro-
Kénosis: RGG I I I , 1245s). ceso de creación del mundo y la relación de Dios con él siguen siendo decisión
Por tanto, hay que estar de acuerdo con los Padres que no sólo equiparan libérrima suya.
la kénosis —en cuanto renuncia y autolimitación de Dios— con la libertad
divina (contra la idea de que aquí se produce un proceso natural y gnóstico
36
o lógico y hegeliano), sino que también ven brillar la omnipotencia de Dios en Or. cat. 24: PG 45, 64CD.
37
la impotencia del Hijo encarnado y crucificado. Se puede decir que el Hijo D. M. Baillie, Gott toar in Christus. Bine Studie über Inkarnation und Ver-
libremente «se ovilla» M para germinar como la «diminuta semilla de mostaza» sóhnung (Gotinga 1959), pregunta con toda razón a los modernos kenóticos por qué
en virtud de su potencia interna 34. Y por lo que toca al sufrimiento de la cruz, entonces la kénosis dura sólo un tiempo y no todo el tiempo que Cristo es hombre, es
Hilario puede acentuar tanto la libertad divina, de la cual pende la condición decir, para siempre (110). Una objeción semejante había formulado ya Weston contra
servil, que roza los límites del docetismo 35 . Finalmente, Gregorio de Nisa Gore.
38
puede decir: «Prueba mucho más patente de su poder que la magnitud de sus Cf. N. Gorodetsky, The humiliated Christ in modern Russian thought (Londres
milagros es el hecho de que la naturaleza omnipotente fuera capaz de descen- 1938) (sobre todo Solowjew, Tarejew y Bulgakow).
39
der hasta la bajura del hombre... El descenso de Dios es cierto exceso de po- Esto es claro en Bulgakow cuando hace de la Sofía, como realidad creada y como
realidad increada, una «condición de posibilidad» de la unidad de ambas naturalezas
der, para el cual no supone óbice alguno lo que parece contrario a su natura- en Cristo, así como un esquema supracristológico de la cristología (Du Verbe Incarné;
Agnus Dei, París 1943, 113ss, 121ss). Gnóstica es la idea de que la cruz histórica no
32
es más que la traducción fenoménica de un Gólgota metafísico (ibíd., 238ss).
Bampton Lectures (Londres 1891) 160. 40
33 41
Cf. la crítica conclusiva de P. Henry sobre Bulgakow, op. cit., 154s.
Homélies Paséales, I (ed. Nautin, 165): owa&QoÍ<?u<; xaí owayaywv xoaovxoc, Bulgakow, op. cit., 281.
v¡Kñev ooo; éfréVr)<jE'v. ° Ibíd.
34 43
Gregorio de Elvira, Tr. 7: PL supl. I, 464. 44
Ibíd., 289, 305s.
35 Ibíd., 306.
De Trin. X, 10: PL 10, 350AB; cf. Tomás, S. Th. III, q. 15, a. 5 ad 1.
682 EL MISTERIO PASCUAL
ENCARNACIÓN Y PASIÓN 683
El más notable teólogo congregacionalista, P. T. Forsyth, puso a su modo
el sacrificio celeste del Cordero en el centro —que une a Dios y al mundo—: de la pasión. En la Edad Media y Moderna nunca se logró del todo fundir la
llama a ese sacrificio el «acto crucial», en el que se cruzan y se unen creación teología «científica» con la teología que, con un ligero aire despectivo, suele
y redención. «El sacrificio (de Cristo) comenzó antes de que él viniera al mun- llamarse «afectiva». Y hoy más que nunca está depreciado este segundo tipo de
do, y su cruz era la cruz 'del cordero degollado desde la fundación del mundo'. teología. El mismo planteamiento «existencial» no pone en primer plano a
Allí arriba existe un Calvario de donde ha partido todo. Por grande que sea Cristo, sino al sujeto necesitado de redención.
la obediencia de Cristo, no tendría dimensión divina ni podría obligarnos a Pero no hay que olvidar que el modelo y punto de partida de toda teolo-
obedecer si no se alzase de antemano por encima de la tierra. Su obediencia gía, cual es la Sagrada Escritura, es un ejemplo de coherencia total entre el
de hombre no era más que un aspecto de esa otra obediencia suprema que le planteamiento concreto y el abstracto (o mejor, universal); y eso tanto en las
movió a hacerse hombre» 45 . El anglicano William Temple lo explicará en su situaciones proféticas decisivas del AT (salvación y juicio, situación del Media-
libro Christus Ventas (1924) diciendo que la cruz «es el descubrimiento de un dor, etc.) como en todas las facetas de la teología neotestamentaria de la pasión.
misterio de la misma vida divina» 46 ; no que Dios sea directamente sujeto
La raíz de todo lo que es la fe, la justificación y la santificación está para Pa-
de nuestro padecer, sino que al Creador y Redentor no le es extraño ni exterior
blo en el «Hijo de Dios, que me ha amado y se ha entregado por mí» (Gal 2,
nada de lo que ocurre en la creación, de la cual responde y por la cual «ha
pagado». Ya Orígenes intentaba trascender el dogma de la pura «apatía» de 20), y ha dado con ello la prueba trinitaria del amor y la entrega del Padre
Dios cuando, hablando del Hijo que sufre en la cruz, decía: «Quizá no esté (Rom 8,32), y de que en nosotros ha sido derramado el amor del Espíritu
exento de TzáQoq, el Padre mismo» 47 . Y el «sublime altare tuum» del canon (Rom 5,5). Para toda la cristología de Juan son esencialmente una la persona
de la misa romana, ¿qué otra cosa significa sino el aspecto eterno del sacrifi- y la función; y el amor de Dios se concreta con una exclusividad casi escalo-
cio del Gólgota tal como lo encarna el Cordero eternamente degollado, sentado friante en la persona y la obra de Cristo (1 Jn 4,2.9-10, etc.). Dígase lo mismo
eternamente con el Padre en el trono de donde salen los «relámpagos y el fra- de los sinópticos: todos los «títulos» de Cristo le señalan como la única perso-
gor de trueno» de la gloria (Ap 4,5)? 48. na en la cual Dios se muestra salvador del mundo. Esa misma unidad se da,
con un acento fuertemente afectivo, en Ignacio de Antioquía y, envuelta en un
lenguaje helenista, pero claramente reconocible, en Clemente Romano.
Con los apologetas de un lado y con Ireneo y Tertuliano de otro, comienza
5. La pasión en los autores espirituales un discurso «abstracto», a la vez «polémico» y «diplomático», que se impone
por medio de los documentos teológicos y conciliares de la época de los Padres.
En lo que sigue trataremos de una «teología de la pasión, del descenso a Un nuevo tono, personal y afectivo, asoma en Orígenes: su comentario al Can-
los infiernos y de la resurrección». En contraste con la teología usual de escue- tar de los Cantares influye directamente en Beda y Bernardo, e indirectamente
la, que encabeza el presente capítulo con títulos abstractos como «redención», en Francisco y en la mística renana l .
«justificación», etc., esta teología adopta como objeto primario la realidad con-
Pero de donde parte, sobre todo, una y otra vez una teología de la pasión
cretísima y personal de que el Hombre-Dios, «por mí» y «por nosotros»,
es de las grandes figuras de santos fundadores, cuyo carisma consistió en pasar
padece, desciende a los infiernos y resucita. No hay duda de que la causa de
por encima de las convenciones y sumergirse en una «contemporaneidad» con
que ese planteamiento abstracto pasase al primer plano fueron las luchas here-
el evangelio para legar a sus hijos e hijas su más honda experiencia. Basta enu-
siológicas de los primeros siglos (desde Ireneo al Damasceno y la Escolástica,
merar los nombres: las famosísimas tentaciones de Antonio son, sin duda, pri-
pasando por Atanasio y Cirilo), aunque el objeto intencional último de las
mariamente experiencias de la pasión 2 . Las reglas de san Basilio y sus introduc-
luchas conceptuales siguiera siendo siempre la persona concreta de Cristo en su
ciones rezuman el espíritu de la cruz 3 . De la teología espiritual de los orien-
función (primaria) de Redentor y (secundaria) de Revelador. Pero, para que
tales, desde Evagrio y Nilo hasta Máximo y Simeón, trataremos expresamente
junto a esta dogmática conciliar y de escuela apareciera el valor teológico del
cuando hablemos del abandono de Dios 4 . La conversión de Agustín sucede en
elemento personal, fue preciso que una y otra vez se produjera una reacción
dos etapas: primero se convierte al Dios único y bueno (de Plotino) y luego al
que, partiendo de una teología implícita de los grandes santos y de su expe-
débil Dios crucificado (Conf., VII, 18), porque sólo en el Crucificado se hace
riencia de Cristo, intentara con más o menos fortuna virar hacia una teología
concreto Dios (X, 43), y todo el fulgor del mundo redimido brota de la «se-
dienta raíz» del Dios paciente 5 . De aquí saca la temprana Edad Media su «teo-
45
The Person and Place of Christ (Londres 1909) 271. Cf. el fundamental artículo logía afectiva», aunque siempre interferida por las sucesivas oleadas de teología
de Klaus Rosenthal, Die Bedeutung des Kreuzesgeschehens für Lehre und Bekenntnis areopagítica y apofática, que no es teología de la pasión en sentido propio.
nach Peter Taylor Forsyth: KuD 7 (1961) 237-259.
46
262. Sobre las relaciones entre eucaristía y pasión, cf, infra, pp. 710ss. 1
F. Bertrand, Mystique de Jéstts chez Origine (París 1951). Ya G. Bardy, La Vie
47
Mat. 17,17: Klostermann, X, 637. Spirituelle d'aprés les Peres des trois premiers siécles (París 1935) 214ss; H. de Lubac,
48
Un esbozo de fundamentación trinitaria de la kénosis parece encontrarse ya en Histoire et Esprit. L'intelligence de l'Écriture d'aprés Origéne (París 1950).
Mario Victorino, quien llama ya al primer origen del Logos recessio y, por tanto, passio, 2
Cf. en la Vita Antonii de Atanasio, caps. 75, 78, 79: PG 26, 948-953.
echando mano de la hylé noété de Plotino: Adv. Arium, IV, 31: PL 8, 1135D. Pero 3
PG 31, 619s.
esta fundamentación le permite prescindir de una kénosis en sentido moderno: «Intel- 4
Cf. infra, pp. 700s.
Ügamus autem ípsum se exinanisse, non ín eo esse quod potentiam suam alibi demi- 5
Sermo, 44, 1-2: PL 38, 259s: «'Ascendit... sicut radix in térra sitienti'. Crevit
serit aut se prívaverit, sed ad sórdida quaeque se humiliaverit, ad postrema officia illud granum sinapis... Unde haec tanta pulchritudo? De nescio qua radice surrexit...
descendens» (In Phil. II: PL 8, 1208). Cf. P. Henry, op. cit, 114-117. Quaeramus radicem. Consputus est, humiliatus est, flagellatus est, crucifixus est, vul-
neratus est, contemptus est...».
ENCARNACIÓN Y PASIÓN 685
684 E L MISTERIO PASCUAL

Raras veces se armonizan ambas corrientes 6 . Ni siquiera en Buenaventura. y ha provocado toda una teología cristocéntrica " ) y las innumerables represen-
La contenida teología de la pasión de Benito se manifiesta indirectamente en taciones dramáticas de la pasión (que frecuentemente duran días enteros y en-
sus «grados de humildad», registra una cierta novedad en las asombrosas ple- cierran una gran carga teológica n). Si prescindimos de ellas, pocas son las cres-
garias de pasión de Anselmo y, finalmente, en la mística de Helfta. El gran tas teológicas que emergen de la marea literaria. La manida obra de Jacob
impulso de Bernardo no llega a desarrollarse plenamente ni en su escuela ni en Gretser, De Cruce Christi, vol. I (en tres libros, 1588), vol. II (con textos grie-
la escuela de San Víctor: se interfieren esquemas neoplatónicos de ascen- gos, apéndice, 1600), no merece apenas consideración, porque se detiene en la
sión mística (de matiz agustiniano o dionisiano). La experiencia del Poverello materialidad histórica de la cruz, de su veneración e imitación, y porque (en el
en el monte Alvernia, cima de su meditación de la cruz, es desarrollada por libro cuarto) no sale de la «cruz espiritual»: falta, pues, en ella la auténtica
los discípulos en dos direcciones: Buenaventura vuelve a integrarla en el teología de la cruz. Citemos, en cambio, dos obras sobresalientes: al final del
esquema «ascensional»; los espirituales, en un joaquinismo, el cual, pese a Renacimiento escribe Jean de la Ceppéde sus Tbéorémes sur le Sacre Mystére
su piedad efectiva, piensa que la pasión ha de ser radicalmente superada por de Notre Rédemption 13, tres libros de cien sonetos cada uno, un cuarto libro
la edad del Espíritu. Así, la gran obra de Ubertino de Cásale, copia formal de con cincuenta sonetos sobre el descenso a los infiernos y tres libros más con
Buenaventura 7 , no da lo que promete su título: Arbor vitae crucifixae Jesu*. ciento sesenta y cinco sonetos sobre la resurrección, la ascensión y la efusión
El fruto más puro del árbol franciscano fue Isabel de Turingia, sin olvidar por del Espíritu, todo ello de gran valor literario, acompañado de amplios comen-
ello a Jacopone de Todi. La época fuerte de la teología de la pasión va de tarios tomados de los Padres y de la Escolástica. La inspiración es ignaciana.
1300 a 1700. Mientras la postura de Suso está dividida entre estados de pasión Al comienzo del Barroco compone el oratoriano de tinte jansenista J. J. Du-
y devoción a la «sabiduría», Taulero es el padre (a través de Suso) de una teo- guet un Traite de la Croix de Notre Seigneur Jésus-Christ en catorce tomos,
logía ampliamente refractada de la cruz, que afecta a todos los países de Euro- y dos tomos más de contemplaciones teológicas titulados Le Tombeau de Jésus-
pa y a las grandes órdenes (dominicos, jesuítas, carmelitas, etc.). La mística Christ, que incorporan también toda la especulación patrística (1733ss) 14 . Una
«pasional» femenina logra a menudo expresiones magníficas9. Un nuevo im- de las cimas de la teología rigorista de la pasión (si bien el editor, P. F. Flo-
pulso lo da la contemplación de la pasión de Ignacio de Loyola. Sin ser rand OP, ha demostrado que se halla inserta en una línea tradicional) es La
independiente de la contemplación concreta de la tardía Edad Media, Ignacio Croix de Jésus, de Luis Chardon (París 1647) 15 . Sobre esta obra hemos de
inaugura en su mística de la «llamada» de Jesús desde la cruz y del «colo- volver. Obra de parecida intensidad no ha vuelto a aparecer después de la Ilus-
quio con el Crucificado» (Ejerc, núms. 97s, 165s, 53s, 61) una nueva teo- tración l6.
logía personal y dialogal. Junto a Ignacio, que no desarrolló por sí mismo su Hemos citado estas obras porque, cuando menos, suponen el intento de ar-
teología de la cruz, está el agustino Lutero, quien, desde su época católica (cruz monizar la devoción personal y concreta a la pasión con la visión económica
y humillación de Dios) hasta sus últimos años, no cesó de construir toda su de conjunto de la patrística —la cruz como cumbre de toda la obra redentora
teología partiendo del acontecimiento de la pasión. y reveladora del Dios trinitario—. Este equilibrio ha sido siempre inestable.
A pesar de los grandes impulsos dados por los santos, no se logró consti- Ni siquiera la liturgia histórica ha sabido mantenerlo definitivamente 17. Con-
tuir junto a la soteriología abstracta una auténtica teología del triduo sacro. cretarse a determinados misterios (en recuerdo de determinadas situaciones del
A grandes rasgos, la razón fue que la teología implícita de los santos se ence- drama salvífico) encierra siempre el peligro de perder de vista el curso total
rraba en un tipo especial de teología «afectiva» o «espiritual» y estaba, además, del drama y con él su dramatismo. Por otra parte, concretar (recuérdese a un
vinculada a un esquema antropocéntrico de ascenso y purificación, predominan- Pablo) no es ni mucho menos lo mismo que retroceder al «Cristo según la car-
te incluso en el doctor de la Iglesia Juan de la Cruz.
Hay un cúmulo de devociones, más bien populares, centradas en la pasión: 11
En la devoción al Corazón de Jesús es céntrica la lanzada del costado. Richtstatter,
la del viacrucis 10 , la del Corazón de Jesús (esencialmente es devoción a la pasión Die Herz-Jesu-Verehrung im deutschen Mittelalter (Munich 21924); A. Bea-H. Rahner-
H. Rondet-F. Schwendimann, Cor Jesu, 2 vols. (Roma 21956); J. Heer, Der Durchbohrte
(Roma 1966).
6 12
El ejemplo asombroso de fusión auténtica nos lo vuelve a dar una figura de fun- Como el Christus patiens (siglos XI-XII: PG 38, 133-138), atribuido a Gregorio
dador: Pablo de la Cruz, fundador de los pasionistas. Cf. St. Bretón, La Mystique de la Nacianceno, o el drama tan representativo de Arnoul Graban, Le Mystére de la Pas-
Passion. S. Paul de la Croix (París 1962). sion, en 30.574 versos (anterior a 1452), que enmarca la pasión entre creación, historia
7
F. Callaey, Étude sur Ubertin de Cásale (Lovaina 1911) 73s. de la salvación y un final escatológico. Edición de Gastón Paris y Gastón Raynaud
8
Reedición de Turín, 1961, con introducción y bibliografía de Charles T. Davis. (París 1878). Bibliografía sobre los dramas de la pasión: LThK IX (1964) 374s.
13
' Sobre todo, Metgilda de Magdeburgo, Gertrudis de Helfta, Angela de Foligno, Reedición, con introducción de Jean Rousset (Ginebra 1966).
14
Margarita Ebner (edit. por J. Prestel, Weimar 1939) y Catalina de Siena, y más tarde Cf. A. Guny, Duguet: DS III (1957) 1759-1769, sobre todo 1766.
15
María de la Encarnación (Oeuvres completes, 4 vols., Parí* 1929). Reedición: Ed. du Cerf, 1937. Sobre ello, H. Bremond, Hist. sent. reí, t. 8 (La
10 Métaphysique des Saints, II, París 1930, 19-77); Y. Congar, «La Croix de Jésus» du
K. A. Kneller, Geschichte der Kreuzwegandacht von den Anfángen zur vólligen
Ausbildung (Friburgo 1908). Habría que tener también en cuenta el calendario litúrgico: P. Chardon: VS suppl. 51 (1937) 42-57, y también en Les Voies du Dieu Vivant (Pa-
triduo sacro, invención de la cruz (cf. J. Straubinger, Die Kreuzauffindungslegende, Pa- rís 1962) 129-141.
16
derborn 1913), exaltación de la cruz, preciosísima sangre, los dolores de María, etc., en Sobre todo ello: Basilio de S. Pablo, La espiritualidad de la Pasión (Madrid 1961);
torno al cual se ha desarrollado una teología específica. Sólo con la liturgia del tri- DS III (1957) 767s.
17
duo sacro puede desarrollarse una teología del misterio pascual entero (así, L. Bouyer, O. Casel, Art und Sinn der áltesten Osterfeier: JLW 14 (1934) 58ss, 69s. Para la
Le Mystére Pascal, París 51957), pero al hacerlo quedará necesariamente demasiado corto Edad Media, ante todo, H. de Lubac, Corpus Mysticum (París 21949); A. Franz, Messe
el sábado santo. im deutschen Mittelalter (Friburgo 1902).
686 EL MISTERIO PASCUAL LA MUERTE DE DIOS 687

ne» ls . Tras la larga experiencia de la historia de la teología, lo que hoy habría dito por Dios en el«juicio» (Jn 12,31) se hunde en el lugar que le correspon-
que hacer sería intentar una penetración teológica de cada uno de los misterios de. En ese «definitivamente» no hay tiempo.
salvíficos en su contexto encarnatorio, sin caer por ello en un interés histori- Existe el gran peligro de que nos comportemos como espectadores de un
zante ateológico y, sobre todo, sin perder de vista el trasfondo trinitario y lo espectáculo inconcebible que esperan a que cambie la escena. En esa falta de
funcional de la obra de Jesús, es decir, la referencia trinitaria de su persona. tiempo no parece tampoco que exista quien suceda a aquel que se ha visto re-
ducido al silencio. Romano el Músico ha cantado a María al pie de la cruz en
su himno 35, y en el diálogo hace que el Hijo explique a la Madre cómo él,
como médico, hubo de desnudarse para llegar al lugar donde yacen los enfer-
mos de muerte y poder curarlos. La Madre le ruega que la lleve consigo. El la
previene: toda la creación temblará, huirán la tierra y el mar, los montes se
SECCIÓN SEGUNDA
tambalearán, las tumbas quedarán vacías... Entonces se interrumpe el diálogo,
y la oración del poeta se dirige al Hijo, «poseedor de los dolores» 1 . No sabe-
LA MUERTE DE DIOS mos si se produce el seguimiento a través del caos del mundo que se hunde
o si María se queda fija mirando al Hijo que desaparece camino de la inacce-
sible tiniebla, camino de lo inalcanzable 2 . Los apóstoles aguardan en el vacío.
1. El hiato En todo caso, no entienden que se dé una resurrección ni qué puede ser eso
de resucitar (Jn 20,9; Le 24,21). Lo único que Magdalena puede hacer es bus-
Sin el Hijo nadie puede ver al Padre (Jn 1,18), nadie puede llegar al Pa- car al amado —su cadáver, naturalmente— en la vacía tumba, llorándole con
dre (Jn 14,6), a nadie puede revelársele el Padre (Mt 11,27). Si esto es así, ojos vacíos y tanteándole con vacías manos (Jn 20,11.15). Bajo el velo de un
una vez que el Hijo, Palabra del Padre, está muerto, nadie puede ver ni oír ilimitado cansancio de muerte no bulle ya nada que pueda parecerse a una fe
ni llegar al Padre. Y ese día en que el Hijo murió y Dios se hizo inasequible viva y esperanzada.
existe. Es más, como la tradición nos ha dicho, Dios se hizo hombre en orden El poeta hace decir a Cristo: «Descendí hasta donde el ser proyecta su
a ese día. Se puede decir que vino para llevar nuestros pecados en la cruz, sombra, miré al abismo y grité: '¡Padre!, ¿dónde estás?'. Pero no escuché sino
para romper nuestra factura, para triunfar sobre dominaciones y potestades el torbellino eterno que nadie rige... Y cuando miré al mar inconmensurable
(Col 2,14s). Pero ese «triunfo» se produce cuando Cristo grita al verse abando- en busca de los ojos divinos, el mar me miró fijamente con las órbitas vacías
nado por Dios en las tinieblas (Me 15,33-37), cuando «bebe el cáliz», cuando y sin fondo. Y la eternidad se extendía sobre el caos, lo roía y se rumiaba a
«pasa por el bautismo» (Me 10,38), que le sumerge en la muerte y en el in- sí misma» 3 . Con bastante frecuencia se ha tomado esta «visión» como punto
fierno. Entonces el silencio se cierra, como se cierra la tumba sellada. Al final de partida de la moderna teología de la muerte de Dios. Pero hay algo más in-
de la pasión, cuando la Palabra de Dios está muerta, la Iglesia no tiene ya pa- teresante para nosotros: el vacío y el abandono que tal visión expresa es más
labras. Mientras muere la semilla de mostaza, no hay nada que cosechar. La hondo que el que puede causar una muerte normal de un hombre en el mun-
muerte de la Palabra de Dios no es una situación más de la vida de Jesús, do. Con otras palabras: lo propio de la teología del Sábado Santo no consiste
como si la muerte no fuese sino una breve interrupción de una vida que luego en el cumplimiento de un acto final de entrega del Hijo encarnado al Padre,
en Pascua habría de proseguirse sin más, según parecen indicar algunas palabras como el acto que toda muerte humana —más o menos ratificada por el indi-
consoladoras de Jesús a sus discípulos, como aquellas que hablan de que su viduo— comporta estructuralmente. Lo propio es algo totalmente único, que
ausencia no durará más que un «ratito». Entre la muerte de un hombre, muerte se expresa en la «vivencia» de toda impiedad —es decir, de todo pecado del
que, por definición, es final sin regreso, y eso que llamamos resurrección no mundo— como sufrimiento y caída en la «segunda muerte» o «segundo caos»,
existe conmensurabilidad. Hay que comenzar valorando esto seriamente: lo mis- fuera del mundo ordenado por Dios al principio. Así, es Dios, realmente, quien
mo que un hombre que muere y es enterrado queda mudo y no dice ni comu- carga con lo absolutamente antidivino, con lo eternamente rechazado por él; y
nica nada, así cuando muere el hombre Jesús, que era la palabra, la manifesta- carga con ello en la forma de la extrema obediencia del Hijo al Padre. Proce-
ción y la comunicación de Dios, cesa lo que en su vida era revelación de Dios. diendo así, por decirlo con la expresión de Lutero, se oculta al manifestarse
Es más, este cese no es el cese cuasi natural del muerto del AT, que se va a la sub contrario. Es la radicalidad de este ocultamiento lo que atrae la mirada
tumba para volver al polvo del que vino. Es la caída del «maldito» (Gal 3,13) hacia él, lo que llama la atención de los ojos de la fe. Ahora bien, es extraor-
lejos de Dios; es la caída del «pecado» personificado (2 Cor 5,21), que se ve dinariamente difícil abarcar la «absoluta paradoja» que se encierra en este hiato,
«arrojado» (Ap 20,14) al lugar en que debe «consumirse» (Ap 19,3; «la ciudad así como la continuidad entre el resucitado, el muerto y el que antes vivió.
de la nada se derrumba y se arruina»: ls 25,10): «pánico, hoya y trampa contra Sin embargo, es necesario intentarlo. Pero tal intento aumenta la paradoja. Si
ti, morador de la tierra. El que se escape del pánico caerá en la hoya, y el que uno se queda en el puro sub contrario, entonces es inevitable pasar de Lutero a
suba de la hoya caerá en la trampa» (ls 24,17s = Jr 48,43s). Pues aquí muere Hegel: la cristología puramente dialéctica se trueca en una pura dialéctica «filo-
la quintaesencia de la segunda muerte: lo definitivamente rechazado como mal-
1
2
Romano el Músico, Hymnes, IV, 13-17 (Sources Chr., 128; París 1967) 179-187.
A. von Speyr, Kreuz und Hollé (impresión privada 1966) 49, 80, 120s, 134s, 139s,
18
Así, aunque con excesiva unilateralidad, F. X. Arnold, Das gott-menschliche Prirt- 144, 147s, 316-324. El descenso a los infiernos al morir no podía ir incluido en el sí
zip der Seelsorge und die Gestdtung der christlichen Frommigkeit: Chalkedon, III, de María.
3
287-340. J. Paul, Siebenkds, en Werke, II (Munich 1959) 269.
688 EL MISTERIO PASCUAL LA MUERTE DE DIOS 689
sófica» como cifra del mundo. Por otra parte, el callejón sin salida (aporía) que y de la historia»5. No es posible ni una teología que no esté intrínsecamente
abre sus fauces en el hiato de la muerte del hombre y de Dios no puede trivia- marcada y estructurada por «la palabra de la cruz» ni una teología que se que-
lizarse a base de reducirlo a una analogía domeñable entre el antes y el después, de anclada en el gran antagonismo (escándalo) que en el ser y en el pensar
entre el Jesús mortal y el Kyrios resucitado, entre el cielo y la tierra. No es líci- reina entre Dios y el hombre (en todo caso, una teología dialéctica de ese tipo
to eliminar «el escándalo de la cruz» (Gal 5,11) ni «reducir a la nada la cruz no sería paulina).
de Cristo» (1 Cor 1,17). Todo ello vale también de las fórmulas dialécticas de 1 Cor l,17ss, cuya in-
tención antignóstica ha destacado U. Wilckens 6. La «sabiduría» de los corintios
ha situado definitivamente al creyente más allá de la cruz, lo cual se intenta
2. La «palabra de la cruz» y su lógica probar aduciendo que Cristo ( = la sabiduría) pasó inadvertido a los ángeles
o príncipes de este mundo, quienes por error lo crucificaron —llevado por el
En un artículo así titulado4, E. Stauffer ha desarrollado con acierto el pro- calor de la polémica, Pablo mismo hace suya esa ideología: ¡1 Cor 2,8!—,
blema. Partiendo de 2 Cor 8,9 (Jesucristo, «siendo rico, se hizo pobre para en- mientras que toda la fuerza de su manifestación residiría en su exaltación o
riqueceros con su pobreza»), muestra cómo este enunciado antitético es un resurrección. Frente a esto, Pablo quiere comenzar ateniéndose a la paradoja
tópico central en la predicación paulina (cf. Gal 4,5; 3,13s; 2 Cor 5,21; Rom de la cruz: en la debilidad de Dios se manifiesta su fuerza, en su imbecilidad
8,3s; Gal 2,19; Rom 7,4): se trata siempre de enunciar el escándalo, pero en se muestra su superioridad sobre la sabiduría humana. Por eso Pablo, ante esta
conexión con su significado y efecto para nosotros y el mundo. La eficacia de gente que ya ha superado la cruz, «no quiere saber de otra cosa que del Cru-
este hecho histórico único, incondicional e indeclinable, es un «principio» que cificado». En él está el centro de la salvación. Pero esta reducción polémica
afecta al ser de todo lo creado. «Si uno murió por todos, pienso que todos mu- encierra en sí misma la dinámica que la supera: si la debilidad de Dios es más
rieron» (2 Cor 5,14). La universalidad de la segunda comprobación no es diso- fuerte y la imbecilidad de Dios es más sabia que los hombres, serían «vacías
ciable de la singularidad de la primera. Pero «estar muerto con él» no quiere paradojas estos comparativos hirientes si no apuntaran a algo que está en el
decir «ser arrebatado con él al abismo», pues «él murió por todos para que centro de lo sucedido en la cruz... y que es realmente fuerte y sabio... Ello
los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para el que murió y resucitó implica evidentemente... que Jesús fue resucitado por Dios... Y lo implica de
por ellos» (ibíd., 15). El hecho de que el Único descienda al abismo lleva con- tal modo que la afirmación de la resurrección es inseparable de la crucifixión,
sigo que todos asciendan de ese mismo abismo. Y lo que hace posible este ya que ambas realidades están objetiva y estrechamente unidas»7. Pablo
trueque dialéctico es, por un lado, que él descendió «por todos» (no simple- sabe lo que dice cuando habla de «Cristo crucificado» (1 Cor 1,23; 2,2): «Es
mente al «morir», sino al ser quemado como macho cabrío expiatorio fuera del pneumático quien tiene el espíritu de Cristo crucificado... Por tanto, todo el
campamento de Dios, Heb 13,lis), y por otro, que él resucitó como prototipo. pathos con que el gnóstico habla de sí mismo ha de ponerse al servicio de la
Si no, al hundirse él en el abismo no habrían resucitado «todos». El ha de proclamación de Cristo crucificado», hasta el límite mismo del equívoco8, cosa
ser la «primicia de los durmientes» (1 Cor 15,20), el «primogénito de los que ocurriría si las expresiones polémicas no estuvieran equilibradas por otras
muertos» (Col 1,18). formulaciones de la doctrina.
Es cierto, pues, que está patente la «paradoja absoluta» de Kierkegaard en Del hecho de que la fuerza de la resurrección de Cristo se muestre precisa-
el hiato del sub contrario de Lutero; pero no se limita a su afirmación estática. mente cuando el creyente, y sobre todo el Apóstol, muere con él, no puede sa-
La fórmula paradójica tiene, por el contrario, una dinámica interna que se ma- carse la conclusión de que la dialéctica muerte-vida tenga en sí misma su pro-
nifiesta en la finalidad (se hizo pobre para que vosotros os hagáis ricos). Y esa pia razón de ser. La paradoja de esta unidad de destino demuestra una clara
finalidad prende una luz en las tinieblas de la incapacidad racional de com- y no dialéctica superioridad de la fuerza de la resurrección, esto es, de la gloria
prender: la luz del amor, por cuya lógica se guía Pablo para sacar la «conclu- de Dios. Esa superioridad rompe el equilibrio entre la «muerte cotidiana del
sión» dicha (xpívavTGfc;; 2 Cor 5,14: «el amor de Cristo» le espolea y obliga hombre viejo» y la «revitalización diaria del nuevo» en virtud de un predomi-
a sacar esta conclusión y las consecuencias existenciales que de ella se derivan). nio infinito del peso de la gloria» (2 Cor 4,16s).
Si la muerte de Jesús es función del amor absoluto, tiene la validez y la fuer- Cristiana sólo puede ser una teología que entienda dinámicamente el escán-
za de un principio. No es ésta una lógica formal. Es la lógica colmada, creada dalo ineludible de la cruz: como crisis, pero como crisis que supone el viraje
y coincidente con la singularidad y personalidad del Logos eterno y encarnado. del eón antiguo al nuevo, con la tensión que media entre «situación y meta
Y esta fuerza categórica forma también parte del «escándalo» y no puede ser del mundo». Pero lo que une estos dos términos no es una evolución inmanen-
«desvirtuada» ni «vaciada». Esta es la única lógica que conoce el NT. te, sino el instante imperceptible que separa el sábado del domingo de Pascua.
E. Stauffer puede, por eso, calificar el citado tópico paulino de «fórmula Esto se ve también desde la antropología, dado que la «evolución», concíbasela
de ruptura», que él considera como un «desarrollo original» sobre el esquema como se la conciba, no puede nunca unir los dos cabos de un hombre que está
mítico de ascenso y descenso, en cuanto que la «discontinuidad paradójica del partido por medio. Lo más que se puede hacer de la mano de la evolución es
enunciado queda superada por el movimiento dialéctico contrario de la oración
5
final». «Paradoja y razón, escándalo y sabiduría, muerte y vida se contrapo- Ibíd., 186.
6
nen»..., «siendo ahí donde se afianza o se estrella toda idea de Dios, del mundo U. Wilckens, Weisheit und Torheit. Eine exegetisch-religionsgeschichtliche Un
suchung zu 1 Kor 1 und 2 (Tubinga 1959); id., Kreuz und Weisheit: KuD 3 (1957)
77-108.
* E. Stauffer, Vom Xóyos rov aravgov und seiner Logik: «Theol. Stud. Krit.» 103 7
U. Wilckens, Kreuz und Weisheit: KuD 3 (1957) 87.
(1931) 179-188. 8
Ibíd., 92.
44
690 EL MISTERIO PASCUAL LA MUERTE DE DIOS 691

ver que los individuos enfermos y tarados son estadios regresivos de una hu- la idea de que el Demiurgo cortó el alma del mundo a modo de cruz, en forma
manidad que camina hacia su salud. Pero Jesús no vino a animar a los sanos, de X, idea que sirve de base a las especulaciones del platonismo de escuela (de
sino a sanar a los enfermos (Me 2,17 par.). La verdadera teología tiene trabajo un Albino), especulaciones que parecen constituir el trasfondo de la teología de
de sobra si se ocupa de su principal objeto: la «muerte de Dios» en el triduo la cruz de los Hechos de Andrés. La cruz «ha sido plantada en el cosmos para
sacro. Entonces no le queda tiempo para ocuparse de problemas superfluos 9 . consolidar lo inestable». «Una parte de ti se alza hasta el cielo, para que así
señales al Logos celeste, cabeza de todas las cosas»; los brazos derecho e iz-
quierdo de la cruz ponen en fuga a los enemigos caóticos y agavillan el cosmos;
3. Cruz y filosofía la parte inferior, bien metida en lo profundo, une lo ínfimo con lo sumo. La
cruz tiene dimensiones cósmicas. Se la canta por haber «unido todo el mundo»
Lo que acabo de decir muestra lo difícil que ha de resultar distinguir entre (Kart., I, 4) 1 2 . Aquí enlaza la Homilía del Pseudo-Hipólito, de indudable orto-
una afirmación teológica válida sobre el triduo sacro y el trastrueque (a menudo doxia, cuando atribuye a la cruz un significado cósmico, y ello con imágenes
imperceptible) de la misma por una verdad filosófica umversalmente válida, que recuerdan a Platón y hasta al budismo 13: «De este árbol me nutro para la
umversalmente cognoscible al margen de la fe. La dificultad crece si hacemos vida eterna..., en sus raíces me arraigo, con sus ramas me extiendo... Este ár-
entrar en juego el problema de la kénosis o del «eterno degüello del Cordero», bol grande como el cielo ha crecido desde la tierra hasta el cielo. Planta in-
cuyo sujeto es el Logos preexistente, esto es, Dios mismo. Aun dejando de mortal que se alza entre el cielo y la tierra. Es el sólido punto de apoyo del
lado las formas de filosofía que se salen claramente del ámbito teológico cris- universo, el quicio de todas las cosas, el cimiento del orbe de la tierra, el eje
tiano, quedan en pie varias formas de pensamiento de acusada ambigüedad, cósmico. En sí unifica las múltiples formas de la naturaleza humana. Está fijado
o formas tales que por su contexto y coloración pueden pasar por enunciados con los clavos invisibles del Espíritu para no perder su unión con lo divino.
tanto filosóficos como teológicos. Toca las cimas más altas del cielo y apoya sus pies en la tierra, y con sus in-
conmensurables brazos abarca la ancha atmósfera intermedia» 14. Aquí el teolo-
a) Ya el primer ejemplo es equívoco: las teologías de la cruz que apare- gúmeno de la cruz, sin perder su realidad histórica, ha sustituido a un filoso-
cen en los apócrifos de los Hechos se mueven en unos términos difícilmente fúmeno o lo ha absorbido.
precisables entre una gnosis filosófica no cristiana y un cristianismo en el cual
lo gnóstico o neoplatónico no es más que un revestimiento externo. Para Va-
12
lentín (simplificando su pensamiento), la cruz verdadera es idéntica al Logos M. Hornschuh, Andreasakten, en Schneemelcher, II, 292-293. Cf. W. Bousset,
(Cristo), que en el cielo procede del pléroma para salvar a la sofía (-Acha- Platons Weltseele und das Kreuz Christi: ZNW 14 (1913) 280s.
13
moth), que cayó de la plenitud y origina la materia. La «cruz celeste» tiene H. de Lubac, Aspects du Bouddhisme (París 1950) cap. 2: Deux arbres cosmiques,
dos funciones básicas (Súo bjzpyEÍajC,)' consolidar lo que, en otro caso, se dis- 55-79. Notas sobre ello, en 157-170. Aquí se encontrarán también notas sobre la figura
gregaría —la cruz es boros: barrera— y separar lo material caótico 10 . Desde aquí de gigante que a veces se atribuye tanto a Buda como a Cristo, así como más textos
hay que interpretar las revelaciones de los Hechos de Juan (97s). Mientras Je- sobre la función cósmica de la cruz. Id., Catholicisme (París 1937). Sobre la cruz
cósmica, cf. además Dom Sebastien Steckx, Introduction au monde des Symboles,
sús padece o parece padecer en la cruz rodeado por la multitud, Juan recibe (Zodiaque 1966) 25-49, 365-373.
del Cristo celeste una iluminación sobre la verdadera cruz, la «sólida y lumi- " Nautin, Une Homélie inspirée du traite sur la Páque d'Hippolyte, en Homélies
nosa cruz», que los hombres llaman también Logos, razón, pan, resurrección, paséales I (Sources Chr., 27; París 1950) 177-179. En la misma tradición: Lactancio,
verdad, fe, etc., que es la delimitación de todas las cosas y que supone un «pa- Div. Inst. IV, 26, 36: CSEL 19, 383; Fírmico Materno, De en. prof. reí, 27: CSEL 2,
decer» puramente gnóstico: «Oyes decir que he sufrido, y en realidad no he 121; Gregorio de Ñisa, Or. de resurr.: PG 46, 621-625; Catequesis mayor, J>2: PG 75,
sufrido. Oyes decir que no he sufrido, y en realidad he sufrido... Reconóceme 81 C; Cirilo de Jerusalén, Trece catequesis: PG 33, 805 B; Máximo de Turín, Hom. 50
por ello como el tormento del Logos, la transfixión del Logos, la sangre del de Cruce: PL 57, 341s. Más textos en H. Rahner, Das Mysterium des Kreuzes, en
Logos, la ulceración del Logos, la sutura del Logos, la muerte del Logos». Todo Griech. Mythen in chr. Deutung (Zurich 1945) 77-89.
lo que sucedió en el Calvario no fue más que «un suceso simbólico y econó- Aquí podemos añadir unas palabras sobre un tema que a nosotros nos toca de
refilón y que constituye el objeto de las importantes investigaciones de E. Dinkler
mico» u . [cf. Das Apsismosaik von S. Apollinare in Classe, Colonia y Opladen 1964; así como
Mientras la línea valentiniana (incluso en sus estadios previos) incluye de- Zur Geschichte des Kreuzsymbols (1951); Kreuzzeichen und Kreuz, Tav, Chi und
formaciones filosóficas de motivos cristianos, del Timeo de Platón (36b) viene Stauros (1962); Das Kreuz ais Siegeszeichen (1965), reproducido en Signum Crucis,
Aufsatze zum NT und zur chr. Archáologie (Tubinga 1967)]. Interpretando las cruces
radiantes del ábside de San Apolinar y del clípeo del mausoleo de Gala Placidia, Din-
9
Es una pena que la teología escolástica no haya acertado a plantear el problema kler traza una línea hasta los relatos de la transfiguración de Jesús, y de ellos a la
del Sábado Santo y haya trabajado en falso sobre el problema de si Jesús, mientras descripción de su parusía escatológica: estas y semejantes cruces luminosas no han de
estuvo muerto, siguió siendo hombre y el Dios-hombre.* Las disputas sobre este tema interpretarse gnóstica, sino escatológicamente; son signo radiante, judicial y redentor
fueron acaloradas en el siglo xn. Textos en Roberto de Melún, Quaestiones de div. pa- del Hijo del hombre que viene (oxauoóc; qx»Tosi8r|?), a cuyo encuentro va la Iglesia.
gina, 59 (ed. Martin), nota 30; A. Landgraf, Das Problem «Utrum Christus fuerit homo Es evidente que aquí han influido los apócrifos (Apsismosaik, 80ss), sobre todo el
in triduo mortis» in der Frühscholastik, en Hom. A. Pelzer (Lovaina 1947) 109-158, Apocalipsis de Pedro, y probablemente también los Hechos de Juan. El que el Tav
y F. Pelster, Der Oxforder Theologe Richardus Rufus O. F. M. über die Frage: «Utrum judío —signo utilizado para sellar— y la X platónica hayan sido asumidos y transfor-
Christus in triduo mortis fuerit homo»: RThAM 16 (1949) 259-280. mados por la teología cristiana de la cruz es para nosotros menos importante que la
10
Ireneo, Adv. Haer. I, 2, 2; I, 3, 5: PG 7, 453B-456A; 476A. indicación de que, al incorporarse el signo de la cruz al arte imperial (hacia el 400),
11
K. Schaferdiek, Johannesakten, en W. Schneemelcher, Neutestamentliche Apokry- la cruz pasa a ser también un signo profano de victoria, con lo cual se pone en serio
phen, II (Berlín 1964) 157-159, y las notas de la p. 143. peligro su carácter de escándalo.
692 EL MISTERIO PASCUAL LA MUERTE DE DIOS 693

Más difícil de situar es la teología de los Hechos de Pedro (Vercell.) 15 , medio de la «muerte» se sublima o «regenera» en una forma superior total-
donde Pedro (37-39) solicita ser crucificado cabeza abajo y revela «el misterio mente remozada. Y esta ley de «inversión», de «transformación», de «descen-
oculto de la cruz en su alma»: aquí se produce el restablecimiento del (primer) tramiento», esta «fase de desgarramiento» que tiene que atravesar tanto la mó-
hombre, caído del cielo al principio, quien con este trueque se ve restablecido nada como el universo 21 , entendida como una ley cósmica, como ley incluso
en sus correctas dimensiones. De todos modos, esta idea no nos acerca mucho de personificación creciente, encuentra en la cruz de Cristo su «cierre, sobre-
al significado de la cruz de Cristo. Motivos encratitas y docetas vienen a orlar natural, sí, pero físicamente implantado (physiquement assigné) para culminar
una teología que quiere ser cristiana: en la «piedad popular cabe la mezcla la humanidad» 22 . Sabe muy bien Teilhard que ese equilibrio que él busca entre
de no pocos elementos que los teólogos suelen separar cuidadosamente» 16 . ley cósmica y ley de Cristo es muy difícil de encontrar, y que en todas sus
H . Schlier demuestra que la idea gnóstica del hombre y de la cruz celeste se fórmulas que intentan armonizar su fe incondicional en la cruz con su deseo
refleja incluso en Ignacio, quien sabe de ella, pero vuelve claramente a la autén- de unidad entre la cruz y la evolución del mundo persiste una tensión. Valga
tica cruz de Cristo, a su auténtica pasión 17. aquí como representante de otros innumerables que han aspirado a una síntesis
Lo que hemos dicho sobre la kénosis y sobre el Cordero degollado en el de este tipo 23.
cielo (Cristo como idea primigenia del hombre) muestra que las concepciones c) Un tercer intento consiste en negar radicalmente toda relación de este
que ven en la cruz de Cristo un principio que cimenta y consolida el cosmos tipo y dejar la cruz como pura paradoja. Lutero llevó esta actitud al límite en
pueden estar dentro de los dominios de la teología cristiana. Es lo que expresa ciertas fórmulas en que da a la paradoja de la cruz una expresión estática for-
Agustín en De Civ. Dei, X, 20, cuando habla de que el sentido (la plenitud) mal. Pero esta paradoja, unida para Lutero al Cristo histórico, pugna desde
del mundo es que toda la humanidad se sume al sacrificio de adoración de dentro (por ser totalmente original y aspirar, no obstante, a ser umversalmente
Cristo al Padre. válida) por convertirse en la clave de todo, en «método dialéctico». E. Seeberg
b) En cambio, se está fuera de esos dominios cuando la cruz es una resume así su análisis de la teología de Lutero: «Es en Cristo donde lee Lutero
idea simbólica general que se expresa análogamente en las más diversas reli- la ley fundamental de la vida: él es a la vez maldito y bendito (simul mdle-
giones y visiones del mundo, incluida la cristiana. Como ejemplo podemos po- dictus et benedictus), vivo y muerto (simul vivus et mortuus), triste y alegre
ner a R. Guénon, Le Symbolisme de la Croix)8: de la realidad del símbolo (simul dolens et gaudens). En él está prefigurado el gran simul que constituye
forma también parte un elemento histórico real; pero «si Cristo murió en cruz, la idea básica de la doctrina de la justificación —justo y pecador a la vez (si-
eso fue por el valor simbólico que la cruz tiene en sí y que todas las tradiciones mul iustus et peccator)— y que con tanta facilidad suele desvirtuarse en un
le han asignado siempre» 19. El sentido primario (sens principiel) es el «metafísi- 'antes y después'... En Cristo se ve el modo que Dios tiene de actuar: en con-
co». «Todo lo demás son aplicaciones contingentes» 20 . Es lógico que entonces se tradicción con la razón y con la evidencia, etc.» 24 . Pero si en Cristo se puede
desarrolle una metafísica del ser en identidad con una metafísica del hombre leer la ley de la providencia universal, cabe preguntar si no habrá de ser igual-
cósmico primordial. El punto de intersección de las dimensiones del mundo es mente legible en Sócrates o en el «justo crucificado» de Platón. Acecha el pe-
el punto de indiferencia de todos los contrarios, y con ello de la «redención», ligro de dogmatizar también la actuación de Dios sub contrario y hacer de ella
etcétera. La teología cristiana no tiene nada que ver con todo esto. Lo suyo es un esquema inviolable de la «comprensión de la historia» 25 , como ocurre en
encontrar la diferencia entre la universalidad del hecho histórico concreto de Hegel entre los escritos de juventud y la Lógica de Jena. En un estadio incom-
parablemente superior al de la lógica valentiniana, se repite aquí el mismo pro-
la crucifixión y resurrección de Cristo y la universalidad de una idea genérica
ceso de filosofización del misterio de la cruz. En ambos casos vienen, en última
—plasmada de un modo más o menos simbólico, conceptual, histórico o exis-
instancia, a coincidir el Hombre-Dios que se revela (el hombre primigenio)
tencial, e incluso como ley de la historia—, idea dentro de la cual quizá des- y la idea que el hombre se hace de sí mismo. El «Viernes Santo especulativo»
empeñaría un papel de excepción la cruz de Cristo. Esto último es teológica- y el «Dios ha muerto» («sentimiento sobre el que descansa la religión de la
mente inaceptable. Se ve además cómo ese «papel de excepción» podría derivar Edad Moderna») tienen en Hegel su máximo de seriedad precisamente cuando
en un «caso límite» y, en consecuencia, en una idea que lo determine todo. aflora la idea de la absoluta libertad y del sufrimiento absoluto 26 . Pero este
Se necesita entonces mucha perspicacia para establecer las fronteras de lo teo- nuevo Viernes Santo sustituye a aquel «que históricamente sucedió» 27 . Aun
lógico. C. E. Raven (en sus Gifford-Lectures de 1951-1952, Life, Mind and cuando la Fenomenología del Espíritu reserve un puesto para la forma histó-
Spirit) pretende ver creación y redención como una unidad donde naturaleza rica, esta forma histórica queda fuera de la dogmática del hecho cristiano, y
y sobrenaturaleza son indisociables y donde reina una ley general de «muere ésta no es objeto de fe, sino de ciencia. Téngase, además, en cuenta otra cosa:
y vuelve a nacer», de la resurrección a partir de la muerte. Y la cima y clave
de todo este proceso cósmico no es otra que la cruz y resurrección de Cristo.
21
Algo parecido cabe suponer en Teilhard de Chardin, teniendo en cuenta el ritmo Hymne de IVnivers (París 1961) 30-31.
72
global de su pensamiento: ascenso gradual por evolución, estructura que por En «Études», 20, junio de 1921 [reproducido en La Vision du Passé (París 1957)
9 37]. Cf. en H. de Lubac, La Pensée religieuse du P. Teilhard de Chardin (París 1962)
281-295.
15 23
W. Schneemelcher, Pelrusakten, en Schneemelcher, II, 219-220. Cf., por ejemplo, Henry Scott Holland, Logic and Life (Londres 1882), que pre-
16
Ibtd., 187. senta la cruz como principio cósmico.
24
17
H. Schlier, Religionsgeschichtlicbe Untersuchungen %u den Ignatiusbriefen (Gies- 25
Luthers Tbeologie II (Stuttgart 1937) 8s.
E. Benz, Der gekreuzigte Gerechte bei Plato, im Neuen Testament und in der
sen 1929) 102-110. alten Kirche (Maguncia 1950).
18
Ed. Vega (París 1931). 26
K. Léese, Die Religión des protestantischen Menschen (Munich 21948) 248.
19
Ibtd., 13. 27
Glauben und Wissen, en Werke I (Berlín 1832) 157.
20
Ibtd., 14.
694 E L MISTERIO PASCUAL
LA MUERTE DE DIOS 695

la dialéctica de Lutero entre ley y evangelio (antigua y nueva alianza) prolonga, servir a dos señores... Nunca podré demostrar con Descartes que exista una
en cierto modo, la primitiva dialéctica estática de la gnosis y de Marción, y a verdad (ni siquiera una verdad segura y útil) que no sea hija de una verdad
través de Lutero, los escritos de juventud de Hegel vuelven a conectar con este insegura, inútil y absolutamente impotente. Pero la verdad industrial es una
antisemitismo del primer gnosticismo: la cruz es, en último término, la «ruptu- hija ingrata y, por otra parte, castigada cientos de veces con la recompensa que
ra» de lo judío, que en la nueva alianza pasa a ser «lo que rompe». Y eso ya recibe... Es posible que el espíritu renuncie un día a toda clase de poder.
no es cruz de Cristo, sino una «situación dialéctica» (que en Marción se pro- Ese será el culmen de su reino. Esto es precisamente lo que preanuncia el Cal-
ducía entre el Dios verdadero y el Dueño del mundo), en la cual no se puede vario, de modo tan elocuente y poderoso que sobran los comentarios»35.
sino sufrir. Podrían aducirse aún los nombres de otros muchos que intentaron explicar
d) St. Bretón, en su notable estudio La Passion du Christ et les Philo- la cruz antropológica u ontológicamente, precristianamente (como Simone Weil
sophes28, ha rastreado el camino que va de Hegel, pasando por Feuerbach, a en sus Intuitions préchrétiennes, 1951) o como pantragicismo (al cual se incli-
Alain, en quien aparece un nuevo tipo de interpretación filosófica de la cruz. na Reinhold Schneider). Entonces el Cristo crucificado se convierte en símbolo,
Si la libertad es algo absoluto, entonces —dice ya Hegel— en Dios se da su- más denso quizá que toda la realidad, pero nada más que símbolo. Con ello
frimiento absoluto. Pero —añade Feuerbach— ¿no habría que trocar sujeto y entra dentro de lo genérico, por más que lo abarque como ley o como libertad
predicado? «Sufrir por otros es divino». Pero el sujeto de esa «divinidad» es absoluta (del hombre). Otro modo de saltarse la teología y de sustituirla por
el hombre. Y en el cristianismo Dios tuvo que hacerse hombre para padecer29. antropología.
«Si el Dios personal es una verdadera necesidad cordial, debe pasar necesidades. En todos estos modos de eludir filosóficamente la teología es difícil trazar
Sólo en su sufrimiento reside la certeza de que es real. Sólo ahí carga el peso la línea divisoria. Existe la posibilidad de sentir la cruz de Cristo como «cruz
y el acento de la encarnación... Sólo en la cruz de Cristo se calma la sed de del mundo» (Franz v. Baader36), como algo que pesa anónimamente sobre la
que haya un Dios personal, es decir, humano, copartícipe, sensible»30. Tras existencia, pero sin identificarse por ello con el auténtico Crucifero. Pascal,
estas toscas formulaciones de Feuerbach late un idea sutil, que prácticamente Hamann, Kierkegaard, Dostoievski han sentido la existencia profana determinada
encontró ya expresión en la tragedia griega —el hombre que sufre es superior por la cruz de Cristo, si bien esa existencia determina, a su vez, la cruz. Pero
al Dios que no puede sufrir— y que ocupa el centro de la obra de Alain31. en el fondo del alma reside una disyuntiva (que sólo Dios conoce): someterse
Lo primero es el signo de la cruz: «En el signo desnudo se hace visible el a la ley del amor absoluto «hasta el final» o utilizarlo en última instancia en
querer. El signo no se proclama más que a sí mismo: recuerda el hombre al provecho propio.
hombre. Todas las grandes ideas concluyen aquí. La imagen del justo crucifica- La filosofía puede hablar de muchas formas sobre la cruz. Pero, si no es
do no añade nada. El signo habla en voz más alta. Y mejor, en la soledad; «logos de la cruz» (1 Cor 1,18) desde la fe en Jesucristo, entonces sabe dema-
mejor si es místico» 32. Esto suena a Guénon, pero dice mucho más. Dice que siado o demasiado poco. Demasiado, porque toma la palabra y el concepto de
en lo más hondo del hombre hay algo que Alain llama espíritu y a lo cual ha allí donde la Palabra de Dios guarda silencio, sufre y muere para revelar lo que
de sacrificarse todo. Todo lo que es poder mundano y carnal ha de sacrificarse ninguna filosofía puede saber si no es por la fe: el amor trino, mayor siempre
al espíritu, que es pura impotencia. «La cruz es el no opuesto al poder. Y esto que todo y que todos, que supera aquello que ninguna filosofía soluciona:
supone una revolución en el concepto mismo de Dios». Se dice que Dios es la muerte del hombre para restablecer la totalidad humana en Dios. Demasiado
omnipotencia. Pero nadie ama a la omnipotencia. Y así el poderoso es el más poco sabe la filosofía porque no es capaz de medir el abismo en que se hunde
pobre de todos. «Sólo se ama la debilidad». La existencia de la antigua alianza la Palabra y, sin sospechar nada, colma el hiato o «adorna» conscientemente
vuelve a calificarse de contradictoria. Contra el Dios del poder, el «escandaloso lo horroroso —«Se alza la cruz cubierta de rosas. / ¿Quién ha puesto rosas
colgado»33. «En la Biblia no hay gracia. El Espíritu es un tirano absoluto. junto a la cruz?»37—, en vez de hacer como Jerónimo, que «sigue desnudo al
Ese es su modo de ser. El Espíritu con sus leyes es peor que una cosa». desnudo». Una de dos: o la filosofía falsea al hombre gnóstica o platónicamente
En lenguaje desmitificado esto quiere decir: «La primera escuela de la inteligen- no aceptando plenamente su existencia terrestre y situándolo en otra parte, en
cia es la necesidad». Tal fue la iniciación realizada por la antigua alianza34. el cielo, en la pura espiritualidad, o sacrificando su personalidad única a la na-
Pero en la nueva alianza se descubre que esa necesidad es libertad para padecer. turaleza o a la evolución, o bien piensa al hombre tan a imagen y semejanza
El cristiano es «librepensador»: el Espíritu se le impone como libertad para de Dios que Dios viene a ser imagen y semejanza del hombre, toda vez que
la impotencia y para el sufrimiento absoluto. Navidad: «Mirad al niño. Esa de- el hombre que sufre y supera el sufrimiento se muestra mayor que Dios, y
bilidad es Dios. Esa insignificancia que de todos necesita es Dios. Ese ser que Dios no alcanza la meta de sus deseos sino cuando se despoja de su ser y se
sin nuestro cuidado dejaría de ser es Dios... El niño no paga. Pide y vuelve hace hombre para sufrir y morir «divinamente» como hombre. Si la filosofía no
a pedir. Es la estricta regla del espíritu: el espíritu no paga, y nadie puede quiere resignarse a hablar del ser en abstracto o a considerar en concreto lo
terreno (y nada más), lo primero que tiene que hacer es despojarse de sí mis-
ma para «no querer saber otra cosa que Jesucristo, y éste crucificado» (1 Cor
28 2,2). Entonces podrá subsidiariamente «hablar de una sabiduría de Dios, mis-
a
Ediciones «Eco», Teramo (Italia 1954).
Das Wesen des Christentums, en Werke (Leipzig 1841) 6, 77.90ss. teriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria
30
31
Ibíd., 177.
Las principales obras de Alain están reunidas en Les Arts et les Dieux (París 35
Ibíd., 1352.
1958).
32
36
Bemerkungen über einige anttreligiose Philosopheme unserer Zeit, en Werke
33
Systéme des Beaux-Arts, 348. (Leipzig 1851) 492.
34
St. Bretón, op. cit., 39. 37
Goethe, Die Geheimnisse.
Alain, Les Dieux, 1324s.
696 EL MISTERIO PASCUAL LA MUERTE DE DIOS 697

nuestra» (1 Cor 2,7). Pero esta proclamación da paso a un silencio más hondo el hiato y, por ello, tiene incluso en la muerte una identidad absoluta consigo
y a un abismo más oscuro de lo que puede conocer la pura filosofía38. mismo («el mismo ayer y hoy y para siempre»: Heb 13,8), identidad que se
manifiesta en las apariciones mediante el gesto de «mostrar las manos y los
4. El puente sobre el hiato pies» (Le 24,39) y de permitir meter la mano en la herida del costado (Jn
20,27). No es como la bestia apocalíptica (Ap 13,3.14), cuya herida mortal
La predicación cristiana anuncia al Crucificado resucitado. De ahí que no pue- se cura sin dejar huella. El ha asumido el hiato con toda su continuidad.
da ser sino la prolongación, en virtud de una misión, del anuncio que Jesús hiao Ahora bien: ¿cómo «concebir» un acontecimiento semejante? Porque si ha
de sí mismo, dado que sólo él puede salvar el hiato. Él se hunde de tal modo que de proclamarse, habrá de pensarse de un modo, cuando menos, aproximativo.
el hiato se hunde en él. El debe proclamarse a sí mismo como «la vida» y «la El contenido de la proclamación debe ser la soldadura del hiato, la curación,
resurrección» (Jn 11,25), porque sólo él puede ser la identidad de aquello que desde Dios, del hombre quebrado por la muerte de pecado, el acontecer mis-
para Dios solo (que no muere) y para el hombre solo (que no resucita) sería mo, y no determinados síntomas (como la «tumba vacía») o puras «aparicio-
pura contradicción. Y no se aduzca como precedente (los discípulos niegan ex- nes» del mismo, que podrían quizá haber sido alucinaciones (Le 24,11) y dan
presamente tener precedente alguno a este respecto) 1 la idea generalizada lugar a «dudas» (Le 24,38; Mt 28,17; Jn 20,27). Ahora ya podemos apuntar
de dioses que mueren y resucitan, pues en este caso muere un hombre y no lo siguiente:
una figura mítica. Ni se aduzca que, al parecer, el judaismo tardío juega con a) Si el verdadero epílogo de Marcos (sustituido en su día por 16,9-20) no
la idea de hombres que resucitan 2 , ya que, en el mejor de los casos, dicha idea existió nunca, el dato originario estaría constituido por el relato de la tumba
aparece en el plano escatológico (relacionada, por tanto, con la resurrección vacía que «aterra» a las mujeres (v. 5), el anuncio del «joven» de que Jesús
universal), mientras que para los discípulos el tiempo continúa 3 . Con ello surge ha «resucitado» y —si tachamos con Marxsen el v. 7 como redaccional 4 —
para los testigos elementalmente —y sin posibilidad de dominarlo en su propio el «temor» de las mujeres que les impide notificar lo que han visto y oído.
plano— el problema del tiempo teológico. ¿Dónde se encuentran ellos en este Marcos habría añadido (según Marxsen) la alusión a que más tarde verían a
acontecimiento? ¿Con el Resucitado más áüá («al final») del tiempo o dentro Jesús en Galilea: según esto, la Iglesia, al emigrar a Galilea (quizá a Pella),
del tiempo? ¿Qué quiere decir que el cristianismo es «del tiempo final», «es- habría ido en busca de la resurrección y la parusía («como él os dijo»), consi-
catológico»? ¿Cómo es posible que ese final que se dice ser ya presente sea deradas como un único acontecimiento. Este remontarse a que Jesús prometiera
futuro para los testigos mismos (tras la ascensión), para la Iglesia y para el que habría de volver a aparecer deja en pie la identidad de resurrección y paru-
mundo? Que el tiempo terreno ha saltado hecho pedazos se ve porque el Resu- sía, aun conservando el v. 7. La visión del Resucitado sigue entonces siendo
citado «estaba muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos y ten- futura y acusadamente escatológica. Lo visible es la tumba vacía (16,4), llena
go las llaves de la muerte y del hades» (Ap 1,18), y no es alguien «que vuel- del fulgor celeste (16,5). Juan subraya vigorosamente la simultaneidad del vacío,
ve» al tiempo para morir otra vez. «Sabemos que Cristo, una vez resucitado de la ausencia y el fulgor celeste («dos ángeles con vestidos refulgentes, sentados
entre los muertos, ya no muere. La muerte no tiene ya poder sobre él. Su uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cuerpo de Jesús»:
muerte fue un morir al pecado de una vez para siempre (écpdíTOici;), mas su
20,12). Del vacío de la muerte de Dios surge el brillo de la doxa y surgen
vivir es un vivir para Dios» (Rom 6,9-11; 1 Pe 3,18; Heb 9,26). Ha pasado
las palabras de la resurrección. Para el Marcos genuino, la Iglesia caminaría
hacia Galilea al encuentro del acontecimiento escatológico de la resurrección.
38
A la theologia Crucis debe corresponder una verdadera pbilologia Crucis, que es Y en Juan la Magdalena contempla al Señor en el acontecimiento de su resu-
lo que intenta llevar a cabo, sobre todo, Hamann [cf. W. Leibrecht, Pbilologia Crucis. rrección (a la vuelta del Hades hacia el Padre —«todavía no he subido»—)
Job. G. Hamanns Gedanken über die Sprache Gottes: KuD 1 (1955) 226-242]. Este y se ve conminada a dejar que el acontecimiento siga su curso («suéltame»:
lenguaje no es ni directamente simbólico (contra R. Unger), ni directamente dialéctico 20,17). Este aspecto primero resalta el mensaje de que la sima se cubre desde
(contra F. Lieb), ni admite la simple equiparación entre palabra de Dios y palabra de
la Biblia (contra E. Peterson). «Intentar separar las palabras pronunciadas en condición la sima misma (ya transfigurada) y acentúa especialísimamente el carácter ge-
gloriosa de las pronunciadas en condición de siervo es, para él, desvariar» (Leibrecht, nuinamente escatológico de la «otra orilla».
235). Los enunciados son tan fragmentarios que ahí es precisamente donde se manifiesta b) El segundo puente lo traza la palabra de Jesús, palabra que anunciaba
por el Espíritu la totalidad y la salvación. insistentemente la muerte y la resurrección y que se cumple de modo evidente.
1
Le 24,11.22.38.41; Jn 20,9.14.27. El, con su palabra, es la identidad de la promesa y el cumplimiento. Con res-
2 pecto a los discípulos, es el puente entre su absoluta incomprensión anterior
Cf. Me 9,10s; 6,12-16. Las grotescas anécdotas de resurrecciones de muertos por
rabinos (Strack-Billerbeck, I, 557, 560) proceden de una época mucho más tardía y son y su nítida comprensión posterior. Lucas explota a fondo este tema. Ya los dos
lo único que se aduce a propósito de Mt 14,2. Otros paralelos, cf. P. Seidensticker, ángeles del sepulcro desarrollan el argumento: «Recordad cómo os habló cuan-
Zeitgenossische Texte zur Osterhotschaft der Evangelien (Stuttgart 1967); H. Braun, do estaba todavía en Galilea, diciendo: Es necesario (8EÍ) que el Hijo del
Der Sinn der ntl. Christologie: ZThK 54 (1957) 341-377. hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado y al tercer
3
Aun cuando Me 1,14 (al contrario que Jn 3,24) dice que Jesús no comenzó a día resucite» (24,6-7). De hecho, Lucas aduce seis o siete anuncios de la pa-
predicar sino una vez que el Bautista «fue entregado», el rumor popular reproducido sión, y no tres como Marcos. Además presenta a Jesús explicando el decisivo
en Me 6,14, según el cual Jesús era Juan redivivo, no puede referirse sino a que Jefus
(con sus treinta años ya) estuviera dotado de las fuerzas proféticas del «entregado» 8eí a los discípulos de Emaús (24,26) y a los discípulos congregados (24,46):
(cf. 2 Re 2,9s). O quizá la idea sea aún más primitiva y aluda a una especie de «me- en tales casos no sólo prueba su propia identidad mediante la Palabra, sino
tempsicosis». Herodes mismo adopta esta opinión en Me 6,16 a causa de su mala con- también la identidad de toda la palabra de Dios («Ley de Moisés, profetas,
ciencia. La idea de una vuelta de Elias (¡no había muerto!), aplicada a Jesús (Me 6,15)
4
o a Juan (Me 9,13), es puramente escatológica (Mal 3,23; 4,5). W. Marxsen, Der Evangelist Markus (Gotinga 21959) 54.
698 EL MISTERIO PASCUAL

salmos»: 24,44) con él en cuanto resucitado: todo ello el día mismo de la re- 5. Aproximación experimental al hiato
surrección. La experiencia espiritual de la exactitud de la palabra, de su abso-
luta coherencia por encima del hiato del Hades —tal hiato es imprescindible De las palabras pronunciadas en la cruz, el Evangelio de Marcos no contiene
para esa exactitud— es el fundamento sólido de una proclamación inteligible más que el grito de abandono y la gran voz al morir. Se añade a ello la escena del
que todavía no tiene más soporte que los signos sensibles (tumba vacía y apa- Huerto, compuesta con gran arte 5 , en la que Jesús cae en el terror (ixQctp,-
riciones). La proclamación tiene lugar por medio de Jesucristo, el Dios que 0£WT0ai) y la angustia (<x-8irfrMV£Ív: angustia al verse apartado del «pueblo»),
históricamente vivió, murió y resucitó y se reveló en el sonido de su palabra en una tristeza tan aguda (TOPÍ-XUTO^) que ya de antemano, en plena vida, le
viva. pone «en trance de muerte», le hace vivir ya la muerte como algo presente. Es
c) Juan da un paso más en el discurso de despedida al hacer que Jesús la hora, -f) &p¡x (Me 14,34s). Abandonado por los discípulos, que desfallecen
salve el hiato con la omnipotencia de su amor, y por adelantado. Trueca en y se duermen. Unido con el Padre sólo a través del cáliz, que, a ser posible,
este momento la eucaristía (sacramental) en una apelación a los discípulos y al debería pasar; pero «no como yo quiero, sino como quieres tú». Este «no-sino»
Padre, y hace que ya de antemano Jesús se ocupe del momento de abandono. es todo lo que le mantiene unido con Dios. Y esta unión revestirá en la cruz
Está a punto de recorrer el «camino» hacia el Padre (13,36; 14,4.12; 16,5.28; la forma de total abandono del Padre. Con la «gran voz» que resuena en me-
17,11.13), un camino que ellos ya «conocen» (14,4), pero en el cual no podrán dio de las «tinieblas» se hunde Jesús en el mundo de los muertos, del cual no
seguirle ahora (13,3), sino que le seguirán más tarde (13,36). El abismo que nos llega ya ninguna palabra suya. La soledad o, más bien, el carácter único de
se abre y en el cual le buscarán en vano (13,33), el interludio durante el cual este sufrimiento parece prohibir todo acceso a su interior: en el mejor de los
«llorarán y se lamentarán» (16,20) y «ya no le verán» (16,6) es definido como casos, lo único que cabe es «asistir» «desde lejos» en silencio (Me 15,40). El
un «ratito» (siete veces en 16,16-19; cf. 13,33). Es, como en Marcos, lo que resto de la narración pinta los aspectos mundanos del proceso, que apenas nos
queda hasta la resurrección y hasta la parusía. Esa cesura podría quizá, por su dicen nada sobre el drama interior. Y es en ese ámbito interior donde se en-
amor y sus promesas, trocarse en puro «gozo» (sería lo deseable: 14,28). Lo úni- cierra para la fe cristiana toda la salvación del mundo. ¿No habrá modo de
co que la hace «triste» (16,6) es que le niegan (13,38) y le «dejan solo» adentrarse?
(16,32). Pero, mientras en Marcos y Mateo Jesús grita al verse abandonado, De haber accesos a ese ámbito interior, sólo podrán encontrarse en la anti-
el Jesús de Juan no está solo ni cuando se ve abandonado, «pues el Padre gua alianza y en la Iglesia. Y tales accesos habrán de responder a un doble
está conmigo» (ib'td). El hiato de ese breve interludio encierra un sentido múl- requisito: habrán de ser aproximación verdadera (por la gracia de Dios) y ha-
tiple: emprender el camino para prepararles un sitio (14,3), una «morada» en el brán de mantener la distancia, sin acercarse demasiado al incomparable sufri-
Padre (14,2), desaparecer para que pueda venir el Espíritu, que explicará plena- miento del Redentor.
mente (16,13-15) las palabras de Jesús, que ahora cesan (16,12), para que él
y el Padre puedan vivir dentro de quien cree y ama y revelarse a él (14,21), y,
en fin, para que la mediación entre el mundo y el Padre conduzca a una rela- a) En la antigua alianza.
ción inmediata entre ambos (14,13s; 16,26s). Durante el tiempo del hiato con- En la antigua alianza está predicho y vivido de antemano el sufrimiento
fía todo lo suyo (como un nadador que se despoja) parte a ellos y parte al interno de Jesús. Para ver que esto es así basta con conocer las relaciones,
Padre: a ellos les confía su paz (14,27), sus palabras (15,7), es decir, su amor incluso las puramente exteriores, entre la pasión y los temas veterotestamenta-
hasta la muerte, amor en el cual pueden y deben permanecer (15,12ss), su gozo rios del «Justo entregado» 6 , del «sufrimiento del inocente» 7 , del martirio por
(15,11), pero también su existencia, expuesta al odio abismal del mundo (15, la fe 8 , con su carácter incluso expiatorio y meritorio 9 , y sobre todo los temas
18-25), que incluye la participación de los cristianos en su destino a través de de los cantos del Siervo, con su poderoso influjo en el NT 10. Pero estas líneas,
la persecución (16,2). Al Padre le confía lo más querido que tiene en la tierra: por las cuales suelen indagarse las influencias literarias del AT en las narra-
los discípulos, que han creído en sus palabras (17,6-8) y que se quedarán en el ciones de la pasión, no son las que aquí vamos a seguir. Pues si es en la cruz,
mundo cuando él lo abandone (17,11). A su requerimiento habrá de tomar el y sólo en ella, donde se produce la ruptura abismal por la «ira de Dios», en
Padre en sus manos la obra que él no puede ya realizar durante el breve inter-
ludio: debe «guardarlos», «protegerlos» (17,12.15). Y para que su petición se
cumpla infaliblemente, se «consagra» por ellos (al lanzarse al hiato) (17,19). 5
E. Lohmeyer, Das Evangelium des Markus (Gotinga u1953) 313: «Un conjunto
Es más, ya de antemano se los lleva consigo («estar conmigo donde yo estoy»: acabado de valor único y permanente». Esto no excluye que se hayan unido diversas
17,24), de modo que no hay distancia alguna entre su venida para llevárselos tradiciones, al igual que se entrecruzan tensionalmente diversos motivos teológicos.
6
a la morada eterna (14,3) y su retorno con el Padre a ellos (14,23). También W. Popkes, Christus traditus. Bine Untersuchung zum Begriff der Dahingabe im
en este sentido es la Pascua lo final o la presencia del fin del mundo. En con- Neuett Testament (Zurich 1967) (bibliografía).
7
secuencia, ya no habla con los suyos del futuro de» la promesa en el lenguaje J. J. Stamm, Das Leiden des Unscbuldigen in Babylon und Israel (Zurich 1946)
parabólico de todo lo pasajero (16,25), y los discípulos, como representantes (bibliografía).
8
de la Iglesia pospascual, responden con un presente (escatológico) (16,29-30). H.-W. Surkau, Martyrien in jüdischer und frühchristlicher Zeit (Gotinga 1938);
De estas tres formas puede la Iglesia, por don de Dios, proclamar a la vez N. Brox, Zeuge und Martyrer (Munich 1961) para el AT: 132-173.
' W. Wichmann, Die Leidenstheologie. Bine Form der Leidensdeutung im Spat-
tanto el hiato (la ruptura de la continuidad) como su superación por Jesús (la judentum (Stuttgart 1930).
continuidad se restablece únicamente en su persona). Pero esta paradoja sigue 10
H. Hegermann, Jesaia 53 in Hexapla, Targum und Peschitta (Gütersloh 1954);
siendo totalmente formal. Sobre el contenido del hiato, en el cual «Dios está H. W. Wolff, Jesaia 53 im Urchristentum (Berlín 31952). Además, E. Kásemann: VF
muerto», no hemos dicho nada todavía. (Gotinga 1949-50) 200ss.
700 EL MISTERIO PASCUAL LA MUERTE DE PÍOS 701

el AT no podremos encontrar más que pistas e imágenes (y nosotros las ten- Es algo «inédito», es algo «inaudito». «Yahvé quiso triturarlo con el sufrimien-
dremos presentes) n . to» (53,10). Pero, a diferencia de Job, él «no se resiste» (50,5); «él expuso su
Habría que partir de los detallados cuadros de terror de Lv 26,14-39 y vida a la muerte» e «intercedió por los pecadores» (53,12).
Dt 28,15-68: entregado a los enemigos, temblando de miedo, con un «cielo Al menos, estas dos últimas imágenes descuellan por encima de toda la con-
broncíneo sobre sí», se precipita lejos de Dios el pueblo rechazado, irrisión de cepción del «reino de los muertos», que no daba cabida a la esperanza. En el
todo el mundo, «llevado por Dios con regusto a la perdición», reembarcado sheol se acaba la comunicación con Dios, ya que ésta presupone un sujeto vivo
hacia Egipto, la tierra del extravío y la maldición, etc. Y hay que añadir a todo (Sal 6,6; 30,10; 88,11-13; 115,17; Is 38,18; Eclo 17,27). Pero en las Lamen-
ello el cuadro que el libro de la Sabiduría nos ofrecerá luego de las tinieblas taciones, en Job y en el Siervo de Dios experimenta Israel algo mucho más
de Egipto, tinieblas hechas esencialmente de miedo (y miedo a nada, miedo horroroso que el estado del sheol: experimenta que Dios se aleja, que Dios le
a fantasmas: Sab 17,3; cf. Lv 26,36): «encerrados en una prisión sin cerrojos», agobia, que el llevar el pecado del mundo produce frutos más que mortales.
«encadenados en las tinieblas», en pleno «miedo provocado por el Hades im- Más honda que el sheol es la vivencia «del pozo del abismo» (Sal 55,24; 140,
potente» 12. Aislados, privados de toda comunicación, ajenos a toda realidad, l l ) 1 5 , del «lugar de perdición» (abbadón: Sal 88,12; Job 26,6; 28,22; Prov
iluminados sólo por un tenebroso contraluz «angustioso»... (17,6). 15,11; Ap 9,11), del verse preso y entapiado (Sal 142,8; 88,9; Lam 3,7; Job
Y habría que añadir, sobre todo, dos cosas: el abandono del pueblo, cuando 19,8, etc.), del fuego de la ira inminente en Jeremías («y nadie lo puede apa-
la presencia de Dios se va del templo y de la ciudad santa (Ez 10,18s; ll,22s), gar»: 21,12). Las imágenes podrían multiplicarse. Lo importante es que esas
ahuyentada por la idolatría (Ex 8,6), y el abandono del individuo que se hun- imágenes, partiendo de la idea de la alianza con Dios, presentan la pérdida de
de solo (Job) o representando al pueblo (Jeremías). El abandono en que se ve la gracia de la alianza, el pecado de infidelidad, el rechazo divino como algo
el pueblo es genuino y original abandono, porque sólo Israel ha sabido lo que mucho más acuciante y trascendental que el simple hundirse en el reino de los
es una genuina y original presencia de Dios 13. Exiliado de la tierra de Dios muertos. Por ello surge al final de la antigua alianza la idea de la gehenna
y a la vista de las ruinas del templo, comprende lo que quiere decir que Dios como lugar escatológico de castigo (Is 66,22ss, y ya en Jer 7,30ss; 19,6s) para
se ha apartado y se ha vuelto «enemigo» (Lam 2,5). Ya sólo puede dirigirse pecadores vivos (Hen[et] 90,26s; 54,ls, etc.) 16 . Esta idea será recogida por
a Dios como a un ausente: «¿Es que nos has rechazado de plano? ¿Es que tu el NT y, en su núcleo sustancial y no en sus representaciones mítico-simbólicas,
ira no tiene límite?» (5,22). El abandono del individuo va desde la figura de implica la esperanza en la redención definitiva prometida por Dios.
mediador que Moisés reviste en el Deuteronomio hasta Job y el Déutero-Isaías,
pasando por Jeremías y los salmos de lamentación (Sal 22,2: «¡Dios mío! b) En la nueva alianza.
¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?»). Job experimenta la absoluta des-
proporción entre la culpa y el castigo, el peso absoluto del sufrimiento y, con El Espíritu, que «toma de lo mío» para conducir a los cristianos a la verdad
ello, el oscurecimiento total de la imagen de un Dios justo y bondadoso. Por total (Jn 16,14.13) y es el Señor de los carismas otorgados libremente (1 Cor
eso, lo único que le queda en su sufrimiento es un diálogo interno con ese 12,11), inicia a los cristianos a lo largo de los siglos, tanto mediante su ense-
Dios que se contradice: internamente se ha quebrantado el diálogo, y, para ñanza general como mediante los carismas particulares, en las inefables profun-
colmo, por ninguna parte se encuentra una instancia de conciliación. «Por mu- didades de la cruz y del descenso a los infiernos al hacer que, en cumplimiento
cho que hable, no se alivia mi dolor; y si me callo, no noto mejoría» (16,6). de las promesas del Señor, los creyentes sean odiados, perseguidos, martiriza-
Y a la vez que le abandona, Dios le tiene «cercado» (3,23), «sitiado» (19,12). dos, encarcelados (Hch 5,18, etc.), azotados (5,40), apedreados (2 Cor 11,25),
Frente a un poder tan exorbitante, está derrotado de antemano, no puede sino crucificados (Jn 21,19), calumniados y tratados como la escoria del mundo
quejarse de que Dios «degrade la obra de sus manos» y quiera «destruirla» (1 Cor 4,12s). Pero también los inicia en esas profundidades cuando los cristia-
(10,3.8). Le han «entregado» (16,11). La idea de Dios le paraliza de terror: nos cargan voluntariamente con «frecuentes noches sin dormir, hambre, sed,
«Ante él me quedo petrificado de miedo. Cuanto más pienso en él, más miedo ayunos, frío y desnudez, etc.» (2 Cor 11,27), y cuando aceptan el oprobio de
me produce... Las tinieblas me lo ocultan. La noche me encubre su presencia» la cruz en cualquiera de sus formas (Heb ll,26.35ss; 12,lss; 13,13). Pero existe
(23,15.17). Sea cual fuere la solución final que se dé a la insoluble problemá- realmente una gradación entre el genérico ser crucificado, morir y resucitar con
tica de Job (antes de Cristo no puede en absoluto resolverse), lo importante Cristo en el bautismo y en la vida cristiana (Rom 6,3-6; Col 3,3) y el peculiar
es que Israel vivió esas experiencias y las plasmó en una obra representativa, «ser crucificado» de un Pablo (Gal 2,19; 6,14), su «llevar los estigmas de Je-
que es, como todo lo demás, anticipación umbrátil de Cristo. El «Siervo de sús» (Gal 6,17), su «padecer en su cuerpo la muerte de Jesús» (2 Cor 4,10),
Dios» habla misteriosa y quedamente de verse «entregado por Dios» (los LXX aunque no podamos precisar el contenido exacto de este carisma.
lo recalcan «radicalizándolo» 14: 53,6cd, 12c, 12s), de que queda desfigurado al Ahora bien, una ininterrumpida reinterpretación carismática de la cruz (y
cargar con los pecados, de que le toca verse despreciado, de que enmudece... éste es el único punto que aquí vamos a examinar e ilustrar con algunos ejem-
plos) recorre los largos siglos de Iglesia como reflejo neotestamentario de la
11
Cf. Agustín, Contra adv. leg. et proph. I, 16, n. 32: PL 42, 620: «Quod enim veterotestamentaria experiencia del abandono de Dios. El doctor de la Iglesia
diluvium comparan aeternís ignibus potest?, etc.».
12
Para el análisis teológico: H. Ü. von Balthasar, El cristiano y la angustia (Edi- 15
ciones Cristiandad; Madrid 1964) 33-68. En este caso, como maldición contra los malos, que serán o que fueron (Coré)
13
Las lamentaciones sumerias y acadias que lloran por un santuario destruido son arrojados allá.

posibles modelos literarios de las lamentaciones de Israel, pero no paralelos teológicos. La ulterior relación especulativa entre sheol y gehenna no es algo que deba ocu-
Cf. nuestro Alter Bund (Herrlichkeit III/2, primera parte) 258, nota 1. parnos aquí. Cf. J. Nelis, Gehenna, en H. Haag, Diccionario de la Biblia, Barcelona,
14
W. Popkes, op. cit, 30s. 1963, 739-740.
702 EL MISTERIO PASCUAL LA MUERTE DE DIOS 703

Juan de la Cruz lo vivirá y describirá como «noche oscura». Y, antes y des- en juego algo más que un «infierno espiritual» (VOTJTTI yséwt)), algo más que
pués de él, revestirá a menudo la forma de experiencia de la condenación, del «gustar el infierno» (y£Í¡cri,<; -xr^ Y£éwri<;), ya que esa experiencia es intem-
infierno. Quizá convenga comenzar recordando que el «infierno», en toda una poral: «Un hombre así cree que no habrá ya modo de que se produzca cambio
corriente de tradición cristiana, es primariamente uri estado interno y no un alguno que le haga recuperar la paz... La esperanza en Dios y el consuelo de
«lugar» de «tormento externo»: así desde Agustín 17 en un Honorio de Autún 18 la fe se han esfumado por completo de su alma. El alma ha quedado colmada
o un Dietrich von Freiberg 19 , por no hablar de Escoto Eriúgena y Nicolás de de duda y angustia» 28 . Máximo el Confesor enumera (asumiendo puntos de
Cusa. Consiguientemente, en el «infierno» reina un tiempo especial, un tempus vista de Diadoco y Evagrio) cuatro modos de verse abandonado de Dios: 1.°, el
informe: suspensión del curso del tiempo (contraposición paradójica de la eter- económico en Cristo: «por abandono aparente han de ser salvados los abando-
nidad entendida como vida eterna) 20 . A medida que avanza la Edad Moderna, nados»; 2.°, el abandono como prueba; 3.°, el abandono como purificación;
el «infierno» se va viendo cada vez más como estado del yo emparedado en sí 4.°, el abandono como castigo de la infidelidad, como en el caso de los judíos;
mismo, no liberado por Dios, hasta convertirse en urJ existencial de la existen- los cuatro modos sirven para la salvación "s.
cia presente 21 . Pero aquí no nos vamos a referir a esa clase de infierno, sino En Occidente, las experiencias de abandono narradas por Bernardo en su co-
a las experiencias carismáticas de la noche oscura y del abandono, que se dan mentario al Cantar de los Cantares llevan una fuerte carga de agustinismo y
ya en los monjes y espirituales griegos y que en Occidente perduran, por lo areopagitismo; pero luego se crean una expresión propia en Angela de Foli-
menos, hasta la Edad Moderna. La diferencia es que en Oriente las experien- gno x, Matilde de Magdeburgo 31 , Suso 2 y Taulero 33, Margarita Ebner M, Cata-
cias de la cruz van estrechamente unidas con la ideología de la lucha contra lina de Siena 35 , Hilton 3 6 , María des Vallées 37 , Magdalena de Pazzis 3S , Rosa de
el demonio (el alma que aspira a Dios se ve metida en el reino del espíritu Lima 39 y otros muchos. Algo semejante experimentó Ignacio en Manresa*1.
impuro maldito de Dios), mientras que Occidente las ha mezclado con la ideo- El joven Francisco de Sales se tuvo por condenado y cursó a Dios una decla-
logía neoplatónica-areopagítica de la «tiniebla luminosa» del Dios desconocido ración escrita de que su deseo era servirle incluso en el infierno 41 . También
(hasta Juan de la Cruz y con él) y, por otro lado, con la ideología de la puri- hay que mencionar aquí a Lutero 42 . Surin describió la noche mística como in-
ficación del alma por medio de «pruebas» (Dios abaldona al alma que k bus-
ca) 22. Orígenes conoce la obligación de luchar vicariamente con los demonios, 28
Textos en I. Hausherr, op. cit., 26s, 31s.
interpreta espiritualmente la marcha por el desierto y la tempestad nocturna, 29
Cent, de Caritate IV, 96: PG 90, 1072. Cf. el descenso místico a los infiernos
al igual que los pasajes del Cantar de los Cantares en que el esposo abandona en Ambigua: PG 91, 1384 BC.
al alma-esposa23. En Gregorio de Nisa y en los (semi)mesalianos, verdaderos 30
A. de Foligno, Le Livre de l'expérience des vrais fideles, ed. M.-F. Ferré (París
autores de las homilías de «Macario», se da una experiencia muy intensa de 1927) nr. 96ss; carta 3, pp. 494ss.
la separación espiritual de Dios M . El antimesaliano Diadoco de Fotique conoce 31
Matilde de Magdeburgo, Das fliessende Licht der Gottheit (Einsiedeln 1955) I, 5;
por experiencia las mismas «pruebas» (TCEcpaapwí) y las describe al modo clá- III, 10 (60 y 145).
32
sico 25. Pero también Evagrio se expresa con claridad *: todo esfuerzo por entrar 33
Zehn Jahre Gottverlassenheit: «Biographie», cap. 23 (Bihlmeyer 1907) 66s.
en relación con Dios parece vano: la acedía (para los griegos no es sólo torpor Juan Taulero, Predigten, edit. por W. Lehmann (Jena 21923) vol. 1, 9 (42s);
del alma, sino sensación de impotencia, de desesperación, de estar abandonado vol. 2, 50 (30-31.35); 53 (47); 55 (56ss); 76 (223s).
34
Ph. Strauch, Die Offenbarungen der Margaretha Ebner und der Adelheid Lang-
por Dios) hace pasar al alma las penas del infierno 27 . En Isaac de Nínive está tnann, ins Neuhochdeutsche übertragen von Josef Prestel (Weimar 1939) passim.
35
Catalina de Siena, Dialogo della divina Provvidenza, ed. P. Innocenzo Taurisano
" Be Gen. ad litt. VIII, 5, n. 9s: PL 34, 376-377; XII, 32, n. 61s: PL 34, 480-481, (Roma 1947) I, 13. Cf. Raymond de Capoue, Vie de Sainte Cathérine de Sienne (París
2
prolongando quizá el citado capítulo 17 del libro de la Sabiduría. 1859) primera parte, XI, 2ss (71ss); tercera parte, II-III (287ss).
18 36
De animae exilio et patria, c. 14: PL 172, 1246 D. W. Hilton, Scale of Perfection (Londres 1927) I, 37; II, 45.
15 37
Textos en E. Krebs, Meister Dietrich (Theodoricus Teutonicus de Vriberg). Sein E. Dermenghen, La vie admirable et les révélations de Marie des Vallées (París
Leben, seine Werke, seine Wissenschaft (Miinster 1906) 105*, nota 1, 108*. 1926) 36, 38ss.
20 38
Agustín, De Civ. Dei, XX. 21, 4; 21, 1-4; 22, 30: PL 41, 693, 709-714, 801; V. Puccini, Vita della Ven. Madre Suor M. Maddalena de'Pazzi (Florencia, 1611)
cf. Alejandro de Hales, Summa (Quaracchi) I, nr. 69-70. cap. 1, 34-40.
21 39
En la teología teutónica, el infierno es la voluntad personal. La idea se continúa Cf. Gbrres, Ch. Mystik II (Ratisbona 1840) 286s: «A diario se veía visitada por
en S. Franck, Cepko, Silesio. L. Malevez, Le message chréúen et le mythe. La théologie terribles noches del alma, que de tal manera la angustiaban durante horas que a menudo
de R. Bultmann (Bruselas 1954) 158; L. Grünhut, Eros und Ágape (Leipzig 1931) 31-41. no sabía si estaba en ei infierno... Scüczaba bajo el tremendo peso de las tinieblas...,
22
I. Hausherr, Les Orientaux connaissent-ih les «nuits» de S. ]ean de la Croix?: su voluntad quería tender al amor, pero seguía quieta y paralizada como el hielo. Su
OrChP 12 (1946) 1-46; M. Lot-Borodine, L'aridité dans l'antiquité chrétienne: «Études memoria se esforzaba aunque no fuera más que por sacar a flote la imagen de anteriores
Carmélitaines» 25 (1937) 196. consolaciones, pero en vano... El terror y la angustia se adueñaban de ella por com-
23 pleto, y su quebrantado corazón prorrumpía en gritos: Dios mío, Dios mío, ¿por qué
Textos en H. de Lubac, Histoire et Esprit (París 1950) 185ss; I. Hausherr,
op. cit., 24-26. me has abandonado? Pero nadie respondía... Y lo peor de sus dolores era que sus males
24 parecía que habían de durar eternamente, que no se entreveía un final de sus miserias
H. Dorries, Symeon von Mesopotamien (Leipzig 1941) 15s; I. Hausherr, op cit.,
20-22. y que una muralla de bronce cerraba el paso y hacía imposible salir del laberinto..,».
25
Centurie über die geistliche Vollkommenheit, edit. por J. E. Weis-Liebersdorf * Autobiografía, nr. 24.
41
(Leipzig 1912) cap. 69, p. 87; cap. 27, p. 30; cap. 81, p. 104. Texto en M. Hamon, Vie de Saint Francois de Sales (París 21922) 56s.
26
Cent. I. 37 (Frankenberg) 81; según él, están reservadas al perfecto las peores «Sed et ego novi hominem qui has poenas saepius passum se asseruit, brevissirno
experiencias de este tipo. quidem temporis intervallo, sed tantas ac tam infernales, quantas nec lingua dicere nec
27
Praktikos, 19: PG 40, 1226. calamus scribere nec inexpertus credere potest, ita ut, si perficerentur aut ad mediam
704 EL MISTERIO PASCUAL LA MUERTE DE DIOS 705

fiemo con todas sus penas 43 . Teresa de Avila puede a veces rozar tales viven- exaltado ya en su abajamiento y abajado en su exaltación? ¿En Pablo quizá,
cias de infierno 44 . Juan de la Cruz las describe detalladamente 45 . Teresita habla donde el Crucificado no sería aún el Resucitado, o éste no sería ya el Crucifica-
de una corriente subterránea por la cual se desliza sin saber adonde va y cuán- do?». Partiendo de aquí es «objetivamente correcta y necesaria» una cristología de
to habrá de durar la marcha 46 . Aquí no podemos examinar la autenticidad, ni Calcedonia, pero a condición de que no se prescinda de la acción viva de Dios
la peculiaridad, ni el especial alcance teológico de tales vivencias. Muy a me- en el acontecimiento Cristo, sino que se recuerde siempre «que han de explicar-
nudo son la respuesta al magnánimo deseo de almas que desean ser condenadas se mutuamente lo que Jesús es en cuanto verdadero Dios y verdadero hombre,
en lugar de los demás 47. Esto hace que las vivencias neotestamentarias sean un y lo que en su abajamiento y exaltación se efectúa como obra divina de recon-
reflejo de las veterotestamentarias: sólo quien de verdad «ha poseído» a Dios ciliación». Así recibe la doctrina de la kénosis su última dilucidación (coinci-
en la alianza sabe lo que supone verse de verdad abandonado por él. Pero dente con nuestras explicaciones anteriores): al abajarse Dios, lejos de dar de
todas las «noches oscuras» de la antigua alianza y la nueva son en el mejor mano a su divinidad, la acredita «al introducirse en las ataduras e indigencias
de los casos aproximaciones, lejanos indicios del inaccesible misterio de la cruz: de la criatura humana, al hacerse siervo él, que es el Señor: abajándose a sí
por ser irrepetible el Hijo de Dios, lo es también su experiencia de verse aban- mismo se distingue precisamente de los falsos dioses. Y acredita su divinidad
donado por el Padre. cuando en fuerza de su divinidad, y gracias a su abajamiento, viene a ser el
hombre en Jesucristo, sin pérdida ni mengua de su humanidad..., no el hombre
divinizado..., pero sí el hombre exaltado por Dios. En consecuencia, abaja-
6. Cruz y teología miento de Dios y exaltación del hombre: un abajamiento de Dios en su honor
supremo, porque confirma y demuestra su ser divino; la exaltación del hom-
En lo que respecta al hiato, la «logia» de la teología no puede basarse en bre, como obra de la gracia de Dios, consiste precisamente en destacar su ver-
la continuidad (ininterrumpida) de la «logia» humana (o científica), sino única- dadera humanidad». Todo se basa en que este Dios al actuar «revela y acredita
mente en la teo-«logía» establecida por Dios mismo en el hiato de la «muerte ser concreta y divinamente libre, es decir, el que ama por su libertad» 1.
de Dios». Incluso el enunciado «el Logos de Dios ha muerto» tiene al Logos Sólo porque Dios se manifiesta y había podemos nosotros entender y repe-
de Dios como sujeto gramatical y por tanto, si el Logos es realmente el Lo- tir que él haya podido colocarse en situación de abandonado de Dios sin dejar
gos de Dios, como sujeto óntico del enunciado. Ahora bien, el Logos de Dios de ser Dios, puesto que, como Dios, es tan imánente como trascendente al mun-
es la vida eterna. Sólo él puede responder del enunciado de que es la vida do por él creado. «Hace suyo el ser del hombre opuesto a él; pero no colabora
eterna y a la vez ha muerto, y que ha muerto con la muerte de los malditos. a su oposición». Al hacerse hombre se va al exilio. Y en el exilio sigue fiel
El teólogo creyente (y no existe otro tipo de teólogo) no puede atreverse a a sí mismo. «En él no hay paradoja, ni antinomia, ni división»: «al hacer lo
enunciar su «logia» sino partiendo de la razón que de sí da el Logos mismo que hace, nos está demostrando que puede hacerlo, que el hacerlo entra de
(©EÓC; Xéytúv, que ya al explicitarse se hace ®E¿<; \s.y6[is.\)oc, y viene a ser re- lleno en su naturaleza. Y así se nos hace patente que es más libre, mayor y más
petible por el hombre). Pero la muerte y el enmudecimiento del Logos son tan rico de lo que nosotros pensábamos» 2 . Todo pende de su amor intratrinitario.
céntricos en su autoafirmación que precisamente en su silencio tenemos que ver Sólo él explica que «un acto de obediencia puede no ser algo ajeno al mismo
su suprema revelación, su palabra definitiva, puesto que al humillarse obede- Dios» 3 . «La relación intradivina entre el que rige y ordena en la altura y el
ciendo hasta la muerte en cruz es idéntico al glorificado como Kyrios: la conti- que obedece humildemente viene a ser, en la obra de reconciliar al mundo con
nuidad la establece el amor absoluto de Dios por el hombre, amor que actúa Dios, idéntica al tipo totalmente distinto de relación que media entre Dios y
en ambas riberas, y, por tanto, en el hiato mismo, y cuya condición de posibi- una de sus criaturas, cual es el hombre» 4 . Si está claro que incluso la más
lidad es el mismo amor trinitario. extrema kénosis es una posibilidad al alcance del amor eterno de Dios, enton-
Por ello podemos ceder la palabra final a Karl Barth cuando habla de la ces queda radicalmente superada la contraposición entre teología de la cruz
doctrina de la kénosis y de sus consecuencias para la teología. Barth no habla y teología de la gloria (sin que por ello hayan de diluirse una en otra).
de «dos 'estados' (status) sucesivos de Jesucristo», sino de «dos caras o direc- «Una teología de la gloria, el canto a lo que Jesús al resucitar ha recibido
ciones o formas de lo que ha ocurrido con Dios en Jesucristo para reconciliar para nosotros y a lo que es para nosotros como Resucitado, no tendría sentido
a los hombres». «Abajamiento» y «elevación» describen la doble acción de Je- si no incluyera siempre la teología de la cruz: el canto a lo que al morir ha
sucristo, lo material de su obra, «obra única que no hay que dividir en grados hecho por nosotros y a lo que es para nosotros como crucificado. Pero tampoco
o tiempos de su existencia, sino que con esa doble forma realiza y colma toda tendría sentido una teología abstracta de la cruz. La pasión y la muerte de
su existencia. ¿No es verdad que esto responde mejor al testimonio del NT Jesucristo no pueden cantarse como corresponde si ese canto no incluye ya la
acerca de Jesucristo? ¿Dónde y cuándo no sería él el exaltado y el abajado, teología de la gloria: el canto a aquel que, al resucitar, recibe nuestra justi-
cia y nuestra vida, el canto al que por nosotros ha resucitado de entre los
horam durarent, immo ad horae decimam partem, funWitus periret et ossa omnia in muertos» 5 .
cinerem redigerentur» (WA I, 557, 32). Esto vuelve a confirmar lo que decía E. Stauffer sobre el carácter dinámico
43
De l'enfer de l'áme, en Guide Spirituel pour la perfection (París 1963) 303s. de las «fórmulas de ruptura» sobre la cruz. Y esto marca también los límites
44
Moradas VI, 1. de validez del sub contrario luterano.
45
La noche oscura como infierno: La noche oscura II, cap. 5ss.
* Escritos autobiográficos. 1
47 KD IV/1 (Zollikon 1953) 145-147. Sobre la historia de la doctrina de la kénosis,
Alvarez de Paz, Tract. de Vit. spir., 1, 4, p. 3, c. 12 (Lyon 1608); J. E. Nieren-
berg, Vlam. am. div., § 3 (Madrid 1639); D. Schram, Théol. mystique I (París 1872) ibíd., 196-199.205ss.
2
§ 275 (cf. § 274). Ibíd., 202-204.—3 Ibíd., 211.—4 Ibíd., 222—5 Ibíd., 622.
45
706 EL MISTERIO PASCUAL CAMINO DE LA CRUZ 707

Sentar esto no es recaer de la teología en una filosofía, dialéctica o no, que es fiel a los textos de la Escritura 6 , y la complementa con una idea que cree
dice haber «comprendido» la cruz. Pues ¿quién sería capaz de comprender la encontrar en Ambrosio, Agustín y, sobre todo, en Ireneo: la idea de la solida-
debilidad y necedad del amor de Dios? Ó, aun en el caso de que de esta ridad natural de Jesús con todos los hombres. Y los hombres, por culpa de
manifestación de Dios hubiera de hablarse en términos de «gnosis» y de «so- la maldición que pesa sobre Adán y su descendencia, son pasibles y mortales:
fía», ¿quién se atrevería a hacerlo si no es pendiente de los labios de Dios, «De ahí que el Hijo, por la misma encarnación, se encuentre con una senten-
cuyas palabras son inseparables de su cruz y resurrección históricas? Y aun cia de muerte dada por Dios que también a él le alcanza» 7. Pero, por no tener
entonces habremos de quedar mudos ante el «exceso de amor» (Ef 3,19) allí pecado (y aquí recurre Galtier a Anselmo), acepta libre y espontáneamente, y no
donde la palabra de Dios enmudece en el hiato, por ser ése un punto en el como castigo, la muerte que ha de sufrir en su física «existencia para la muer-
que toda «logia» humana se queda sin concepto y sin aliento. te». Ante Dios es, en cuanto hombre, «siervo»; en cuanto portador de la natu-
raleza pecadora está «destinado a la muerte de los malditos»; en cuanto Hijo
mantiene su libertad al entregarse (cf. Jn 10,18). Este planteamiento parece
pasar por alto dos cosas: que Jesús, además de llevar el destino mortal (real-
mente maldito) de Adán, carga también expresamente con los pecados del
género humano y con la consiguiente «segunda muerte», la de verse abando-
SECCIÓN TERCERA nado por Dios, y que en la «condición de siervo» no obedece a un destino
anónimo, sino concreta y personalmente al Padre 8 . Estos puntos de vista deben
CAMINO DE LA CRUZ ser integrados, pero también superados.
Para ello tenemos que remontarnos al misterio de la kénosis, de la que,
(Viernes Santo) como hemos visto, son resultado la encarnación y, luego, toda la existencia hu-
mana de Jesús. La persona que se rebaja a la condición de siervo es la del
Hijo divino: por eso toda su existencia de siervo es expresión de su libertad
1. La vida de Jesús y la cruz divina —en armonía con el Padre—. Pero también es cierto que la obediencia
que determina toda su existencia es más que función de lo que ha venido a
Ya vimos en la introducción cómo la Escritura y la tradición presentan ser (év ÓJOOUÍHJUXTI ávBpwiKOV, cx'rpa'n, &c, #v0pwn:o<;, y así «existencia para
toda la vida de Jesús como una marcha hacia la cruz. Pero esto hay que con- la muerte»): es función de lo que quiso llegar a ser al despojarse y rebajarse,
cretarlo más desde diversos puntos de vista. Hay que ver hasta qué punto todos al renunciar a su «condición divina» (y con ella a su autonomía divina), él que
los anteriores episodios de la vida de Jesús 1 apuntan a la cruz e incluso, hasta pertenece al Padre de una manera superior y única; su obediencia había de ser
cierto punto, forman parte de ella. la traducción kenótica de su amor eterno de Hijo por el Padre, que está por
encima de todo. En este sentido, esa inspiración del Padre de que hablábamos
a) Obediencia hasta la muerte de cruz. antes no es simplemente el impulso interno de su amor, sino la sumisión a la
norma dada por el Padre y a la dirección del Espíritu Santo, que «lo lleva»
Al himno de Flp 2, según el cual la obediencia hasta la cruz es consecuen- (Le 4,1.14, etc.). El hecho de que durante el «abajamiento» del Hijo el Espí-
cia del despojo y abajamiento del Hijo, responde en Juan el «mandatum a ritu (que desde la eternidad procede del Padre y del Hijo) adquiera un prima-
Patre» (10,18; 12,49.50; 14,31) que Jesús cumple: «sic fació». El Hijo eterno, do sobre el Hijo, que le obedece a él (o por él al Padre), manifiesta que toda
que aparece aquí como sujeto, no puede hallarse ante una orden adicional del su existencia está ordenada, funcional y kenóticamente, a la cruz. Incluso las
Padre a la que decide prestar obediencia. Por eso intentaron Crisóstomo 2 , An- grandes afirmaciones en primera persona, lejos de ser palabras que reflejan
selmo 3 y Tomás de Aquino 4 poner de relieve que entre la voluntad del Padre la «conciencia de sí mismo», expresan la misión.
y la del Hijo se da una total unidad y que, por consiguiente, el Hijo actúa
espontáneamente (sponte), lo cual es para Tomás muy superior a obedecer a un b) Existencia consciente de que llega la hora.
mandato. A lo más se podría hablar de obediencia en el sentido de que en el
deseo inconmovible de entregarse interviene una especie de «inspiración» o La dialéctica que en las palabras y acciones de Jesús parece haber entre
atracción por parte del Padre 5 . P. Galtier se pregunta si esta interpretación «ser Señor» y «ser siervo» no obedece primariamente a una proyección de la

1
vel impellitur, non inconvenienter trahere aut impeliere Deus, cum talem dat volun-
León, Sermo, 60, 3: PL 54, 344: «Hoc igitur illud est sacramentum, cui ab initio tatem, affirmatur. In quo tractu... intelligitur... bonae voluntatis spontanea et amata
omnia sunt famulata mysteria». Aquí se engloban también los misterios del AT- Tom T tenacitas». Tenemos, pues, aquí, lo mismo que en Crisóstomo, una aprobación del Padre
PL 54, 775s. (approbat: p. 65, línea 23). Cf. Tomás, CG IV, c. 35 ad 15 y 16.
2 6
Hom. in Jo, 50 (49), 2: PG 59, 331; Crisóstomo llega a dar la vuelta a la frase P. Galtier, «Obéissant jusqu'a la mort»: RAM 1 (1920) 113-145.
7
de Juan: éxeívco SOJCSÍ TOÍTO, O kyá> ítoicó: «Lo que yo hago le parece bien a él». Ibíd., 13.
3 8
Cur Deus homo I, 8-10 (Schrnitt, II, 59ss): la obediencia de Jesús es un servicio A propósito del vny\xoo<; (Flp 2,8), Kásemann hace notar el «hecho curioso de que
al Padre emprendido por amor: ejercer su justicia, predicar su verdad, eso fue lo que no se dice a quién fue obediente Cristo» (Exeg. Versuche und Besinnungen, I, Gotinga
provocó la oposición de los pecadores y su muerte (I, 9, p. 62, líneas 6-8). "1965, 77). Esto puede tener su interés dentro de un análisis crítico (de ahí se deduce
4
S. Th. II-II, q. 104, a. 2 ad 1; a. 5 ad 3; III, q. 47, a. 2 ad 1. que el interés primario del texto es el abajamiento). Pero para el dogmático, que ha
5
Anselmo, op. cit. I, 10 (Schrnitt, II, 65): «Quoniam namque volúntate quisque de añadir a este texto los textos joánicos de mandato, es «evidente» que la cosa se
ad id quod indeclinabiliter vult, trahitur [cf. Agustín, In Jo tr., 26, 2: PL 35, 1607] refiere al Padre (ibíd.).
708 EL MISTERIO PASCUAL CAMINO DE LA CRUZ 709

cristología pospascual sobre el período prepascual —de forma que Jesús se que él no anticipa y cuyo conocimiento deja en manos del Padre (Me 13,32),
habría aparecido a los discípulos unas veces como Kyrios y otras como Siervo de es patrón de su existencia.
Yahvé, cosa que sólo se puede armonizar artificialmente (por ejemplo, por medio
del «secreto mesiánico» de Marcos)—. Al contrario, esa dialéctica está siempre c) ¿Existencia como anticipación de la pasión?
objetivamente superada en la existencia de Cristo. Y lo está a partir de la misión,
que exigía la venida de Jesús tanto con é^outría como con «mansedumbre y hu- Si combinamos las reflexiones de a) y b) es fácil concluir que toda la exis-
mildad». Esta unidad, sólo en apariencia «dialéctica», indisociable en la vida de tencia de Jesús fue internamente cruz desde el principio. La «escuela francesa»
Jesús, lo ilumina todo: ilumina en Marcos el relevo cuando «es entregado» el pasaba de la sucesión de acontecimientos a los estados (états) internos y, en
Bautista (1,14), que había anunciado que uno más fuerte vendría «bautizando cierto modo, intemporales del Redentor, estados caracterizados esencialmente por
con Espíritu» (1,8); y luego ese más fuerte provoca a los «justos» al solidarizarse su voluntad de entrega, su deseo de cargar con el pecado del mundo, y ello
con los pecadores (2,16), perdona los pecados (2,10), traspasa las barreras de la partiendo de la kénosis (abaissement) 9. Tomás Leonardi sacó las últimas conse-
ley (2,18-3,6), de suerte que parece haber perdido la razón (3,21). Plantea exi- cuencias en su librito Christus crucifixus, sive de perpetua cruce Jesu Christi
gencias muy duras (3,31ss), airea todo (4,21), critica sin compasión (7,18; 8,17. a primo instanti suae conceptionis usque ad extremutn vitae10. En favor de la
21). Con toda «libertad y claridad» (8,32) anuncia tres veces su pasión, que tesis enunciada en el título podríamos aducir los nombres de Bérulle y Bour-
se avecina, y arrastra tras sí a los aterrados discípulos hacia la pasión (10,32), going, Francisco de Sales u y Belarmino 12, e incluso de Ricardo de San Víctor,
en la que «dará su vida como rescate por la multitud» (10,45). Lucas, sin al- Alberto, Taulero y Ruysbroquio, Tomás de Kempis, Catalina de Siena y otros.
terar las líneas fundamentales, llega más al fondo del corazón del Hijo, que se El ya citado Luis Chardon desarrollará su teología en el mismo sentido13.
rebaja para servir y sufrir (4,18s): será signo de contradicción, y una espada Bossuet y Bourdaloue, e incluso modernos como el oratoriano Faber, desarro-
atravesará el corazón de la madre (2,34s), a partir del momento en que María llan la misma doctrina 14. Habrá que andar con mucho cuidado a la hora de
busque a su hijo adolescente sin comprender (2,48). Se mueve en el ámbito rechazar esta teoría, ya que lo que pretende es expresar que el misterio de la
de los embates del maligno (4,13; 22,28), hace que sus paisanos se enfurezcan kénosis está en la base de la existencia del Dios-hombre. Pero, aun cuando pa-
con él (4,28), lo mismo que sus enemigos (6,11), divide a sus oyentes con su rezca a primera vista lo más contrario al docetismo gnóstico, podría haber en
«felices» y su «¡ay de vosotros!» (6,20ss); pero sufre con quien sufre (7,14; ella una especie de gnosis a la inversa: el estado (état) de abajamiento del Sal-
10,33.37; 15,20); en el samaritano y en el buen pastor (15,3s) descubre su vador coincide aquí con el suceso histórico de la cruz: otro modo de poner
propio corazón; en las parábolas del hijo pródigo y del banquete (14,21) des- en contingencia la verdadera temporalidad de la «hora» y, por tanto, la verdad
cubre el corazón del Padre; y en las palabras al ladrón y en las de perdón de la humanidad y de la encarnación. El himno de Flp 2 no pone el acento
descubre el sentido de su cruz (23,34.43). Incluso el centro de la transfigura- en la pasión como tal, sino en la obediencia y, por consiguiente, en la humilde
ción lo ocupa la pasión (9,31). Hacia ella se encamina «sin volver la vista» «indiferencia» (Ignacio de Loyola) con que el Siervo de Dios acepta todo lo
(9,51) —ya entonces veía a Satanás caer del cielo (10,18)—. El, que ha de del Padre, tanto el «rebosar de gozo en el Espíritu Santo» (Le 10,21) como la
bautizar en «Espíritu y fuego» (3,16), corre hacia el bautismo de la cruz, que «tristeza mortal» (Me 14,34). Los textos distinguen claramente «la hora y el
debe recibir para poder encender el fuego en la tierra (12,49s). Lázaro está a poder de las tinieblas» (Le 22,53) de todo lo que precede. La obediencia plena
la puerta (16,19ss) esperando que le den de comer: «Con verdadera avidez» implica más bien que el conocimiento de la hora inminente no absorba la con-
desea Jesús entregarse a los suyos como comida y bebida (22,15ss), tan total- ciencia del que obedece hasta el punto de dificultarle o impedirle captar otras
mente como la viuda que «echa todo cuanto tenía para vivir» (21,4). Mateo modalidades de la voluntad de Dios.
abre la vida de Jesús con una huida y con un baño de sangre de inocentes
(2,13ss): ¿cómo no había de estar ya marcado? De ahí que desde los primeros d) Existencia compartida.
milagros cite a menudo Is 53 (8,17): el hecho de que remedie nuestras debili-
dades mediante sus milagros no puede carecer de relación con su muerte vica- La vida de Jesús es impensable sin la convivencia y la compañía de hom-
ria. Pero, sobre todo, tras su primer discurso programático está ya toda la ética bres elegidos libre y específicamente para tal fin (Me 3,13s), a los que Jesús
de la cruz: la exigencia allí planteada es palabra «cubierta» ya de antemano por introduce en su camino particular comunicándoles una parte de su «poder»
la cruz, es auténtico Xóyoc, TOÜ axaupoC (5,20.39.44.48; 7,13). Lo mismo en (Me 1,17; 3,14; 6,7), iniciándolos en sus misterios (Me 4,11) y, sobre todo, en
el discurso de misión: integra a los judíos y el sentido todo de su existencia el misterio de su pasión (8,31, etc.). Aquí chocamos con una paradoja insolu-
en el destino de su cruz (10,5-39). El signo de Jonás se interpreta también ble: el camino de su pasión es esencialmente original; en el tramo decisivo no
desde la pasión (12,40). Para Juan, toda la «vida» de Jesús entre nosotros es posible seguirlo (Jn 13,33); es más, quienes intentan y prometen seguirlo
«alumbra» a todo hombre en el mundo (1,9), hace que «la luz brille en las 5
tinieblas» (1,5), es el comienzo del retorno al Padre'(16,28). Todo lo que era Bérulle, Discours de l'état et des grandeurs de Jésus, en Oeuvres I (París 1644)
«parábola» pasará a ser «claro» (16,25), cosa que suena a gnóstica, pero que 261-525.
10
es profundamente antignóstica, ya que por doquier entra en juego la «carne» 11
Bruselas 1648.
(1,14), la «sangre y el agua» del corazón (19,34), la carne y la sangre como 12
Oeuvres, vol. IX, 458.
De gemitu columbae (1617) II, c. 3, p. 153.
«comida verdadera y verdadera bebida» (6,55), la inseparabilidad del agua y el 11
Sobre todo esto, cf. la introducción de F. Florand a Chardon, La Croix de Jésus
Espíritu (3,5), e incluso del «Espíritu, el agua y la sangre» (1 Jn 5,8). Jesús (París 1937) sobre todo pp. LXXXV-XCVI. En la misma línea, Kierkegaard, Ejercita-
vive ya de antemano de cara a la «hora»: por lo que falta hasta ella mide él ción14 del cristianismo II, § 4 (Madrid 1960).
su acción y su pasión (2,4; 7,30; 8,20; 12,23.27; 13,1; 16,32; 17,1): la cruz, En su libro Bethlehem (Londres 1860).
710 EL MISTERIO PASCUAL CAMINO DE LA CRUZ 711

«deben» quedar desorientados por él y traicionarle. Sólo tras el hiato de la La postura interior, simbolizada en el lavatorio de los pies, cobra definitiva-
muerte, cuando él solo haya llevado a cabo toda la obra, estarán en condicio- mente cuerpo en el reparto de sí mismo, reparto que anticipa e introducé la
nes de seguirlo hasta la cruz como testigos, incluso con su vida y con su pasión. Jn 6 muestra la unidad de lo que es casi inconciliable: por un lado,
muerte (Jn 21,19). Para explicar esta extraña «analogía» entre el jefe y los «espíritu y vida», «fe», «palabras de vida eterna», «la carne no sirve para
seguidores fallidos podríamos recurrir a la teología martirial judía precristiana, nada» (v. 63-69); por otro, «comer» y «beber» la carne y la sangre es condi-
que pudo constituir en los discípulos una especie de «presupuesto». Pero los' ción indispensable para resucitar (v. 53-59). El programático «Verbum-Caro»
textos no nos dicen nada de eso. Jesús no se presenta como climax de algo (1,14) no permite tachar, con Bultmann, esa segunda parte, ya que el «Verbtfm-
genérico que pudiera subsumir los pasos de los discípulos. Jesús apela a su Caro» se expresa precisamente en la tensión entre las dos series de afirmacio-
propio camino, que no tiene analogía, que no se explica sino desde sí mismo nes. No es ni la simple presencia en la palabra 1 ni una «cosificación» de la
y que sólo es accesible desde sí mismo, es decir, desde la cruz una vez cum- corporalidad de Cristo: la unidad indivisible de su entrega «por la multitud»
plida. Sólo mucho más tarde, como para ilustrar este císo único, vuelve a echar- no se reduce a una «postura»; es la realización totalmente humana precisamente
se mano de la teología martirial judía 15 . En el curso de la participación, la por su corporalidad, y por eÚo revela más a fondo la identidad de la persona
eucaristía significa a la vez el límite y la superación del límite: hasta aquí le de Jesús y de su función soteriológica. En esa función, él es a la vez protago-
han acompañado los discípulos (Le 22,28); en adelante se «dispersarán» (Mt nista activo (como fundador de la eucaristía, alianza nueva en su sangre) y pa-
26,31). Y, sin embargo, por haberle comido y bebido en cuanto entregado, sivo (al someterse a la hora que su Padre determina).
quedan incorporados a él por encima de los límites humanos. O a la inversa:
pasan a ser recipientes en los que (como miembros suyos) podrá él sufrir a vo-
b) Pan y vino: banquete y sacrificio.
luntad 16.
Falsearíamos por completo el carácter definitivo que la hora tiene en la
2. Eucaristía conciencia del fundador si no viéramos en ella al mismo tiempo el cumplimien-
to de las instituciones veterotestamentarias, y esto aun en el caso de que las
Aquí no podemos tratar temáticamente de la eucaristía. Lo único que po- distintas líneas se hubieran ido diferenciando paulatinamente: la fundación legal
demos hacer es contemplarla en lo que tiene de pasión. Para evitar que los de la alianza tiene su punto final en «mi sangre de alianza» 2 (Me, Mt; cf. Ex
distintos elementos queden dispersos en una serie de análisis de las fuentes 24,8), la promesa profética culmina en el «cáliz de la nueva alianza» (Pablo,
estudiaremos las diferentes corrientes tradicionales en 5u convergencia teológica, Le; cf. Jr 31,31) y la teología deuteroisaiana de la vicariedad (¿influida por la
en la medida en que son indispensables para una visión de conjunto. teología martirial judía?) desemboca en la promesa y la entrega «por la multi-
tud» (Me 14,24; la expresión semita equivale a «por todos», con lo cual salta
a) Entrega espontánea ante la pasión. también la barrera veterotestamentaria que excluía de la salvación escatológi-
ca a los paganos) 3 . Y convergen también definitivamente las ideas, de siempre
El banquete es para Jesús un punto final durante largo tiempo ansiado. relacionadas (Ex 24,8.11, etc.), de sacrificio y banquete, sean cuales fueren las
La indicación «antes de padecer» (Le 22,15) y la formulación negativa de la variaciones que esta relación sufriera a lo largo de la historia (hasta penetrar
perspectiva escatológica («no volveré a comer, no volveré a beber», ibíd., la idea de sacrificio en la idea misma de banquete). Si las palabras acerca del
v. 16,18) no son sino explicaciones del mismo. Lo rnismo ocurre con la alu- pan resaltan lo que hay de banquete (en cierta contraposición con la Pascua,
sión al traidor, cuya mano se posa en la misma mes* (v. 21). «Ha llegado la que entre los judíos era banquete sacrificial), las palabras acerca del vino, con
hora». Pero, al despuntar esa hora, Jesús sigue decidiendo por sí mismo la alusión a que se derrama y con la perspectiva escatológica exclusiva saya,
(Jn 13,1). Es una hora que no se puede superar y sobre la cual ha de volverse acentúan más el carácter sacrificial. La insistencia en la separación de la carne
una y otra vez (como lo indica la orden de repetir los mismos gestos). Por en- y la sangre (subrayada originariamente por el hecho de que las palabras sobre
cima no hay nada, fuera de la continuación de lo (jue ella espontáneamente el pan y sobre el vino se pronunciaban en distintos momentos de la comida)
inaugura: la muerte. Pero ella misma es escatológica, ya que llega E¿<; TéXo<;, alude a la permisión de comer carne desde Noé (Gn 8,21) y a la prohibición
hasta el final, que culmina el amor (Jn 13,1). Dos tradiciones describen su de beber sangre (Gn 9,2ss; Lv 7,27), prohibición que llevaba consigo que el
sentido, pero sin que la una pueda prescindir de la otra: un relato de la cena animal fuera totalmente vaciado de su sangre (cf. Hch 15,20.29; 21,25). La
con un reparto de sí mismo y la indicación de que se sella una nueva alianza sangre, como sede de la vida, a nadie pertenece más que a Dios: por eso Dios
(con referencias al ritual veterotestamentario), y un relato sobre el extremo reclamará al asesino la sangre de su víctima (por medio de la venganza de
servicio de Jesús, la postura de servicio por él fundada, con vistas al cumpli- sangre y más tarde por ejecución expiatoria legal). Ahora bien, cuando en
miento escatológico (Le 22,15-20.27-30; Jn 13 y los discursos de despedida). Is 53, en lugar del animal, es llevado al matadero un hombre que sangra y
«derrama su vida» por nuestros pecados (Is 53,12c), y esta sangre que perte-
15
Cf. la tesis, acertada en esencia, de E. Lohse, Martyrer und Gottesknecht (Gotinga nece a Dios tiene ante este Dios tal valor que «justifica a la multitud», está
2
1963) 193ss, aunque su interpretación de Pablo necesite completarse. Para Pablo,
cf. E. Güttgemanns, Der leidende Apostel und sein Herr (Gotinga 1966). 1
" Esa es la tesis fundamental de Chardon, tesis que J. Ñacchiante y, aún más clara- E. Schweizer, Abendmahl: RGG I, 20.
2
mente, J.-P. Nazari se encargaron de desarrollar. Según estos teólogos, la eucaristía 3
J. Jeremías, Die Abendmablsworte Jesu (Gotinga 41966) 186s.
«est ad illius hypostaticum esse provehi et ad eandem cum illa (Persona) subsístentiam Ibíd., 171, 222. Sobre la convergencia de los tipos veterotestamentarios de sacri-
personalem admitti» (Florand, op. cit., LXXXI, nota 1). Cristo es la única hipóstasis de ficio, cf. el esbozo de J. Ratzinger, La eucaristía, ¿es un sacrificio?: «Concilium» 24
su cuerpo místico. (1967) 72-85.
712 EL MISTERIO PASCUAL

ya en marcha la idea de que la «sangre preciosa» (1 Pe 1,19), reservada a 3. El Huerto de los Olivos
Dios pero entregada por él a la multitud, será un día el mejor regalo que Dios
haga a los hombres, aun cuando éstos sean los matarifes de su Hijo. El horror a) La soledad.
cafarnaítico a beber la sangre está ya internamente superado desde el momento
en que Israel vive y se justifica por la muerte del Siervo. Y en el «Verbum- Prescindamos ahora de la tentación, el llanto por la Jerusalén homicida y
Caro» se saca de ahí la última consecuencia para el banquete eucarístico. Por por el poderío de la muerte, de la ira, del cansancio, del hastío, etc., preludios
eso importa poco decidir si la Ultima Cena fue una cena pascual (sinóptica), de la pasión, siempre presentes en la vida de Jesús. La pasión «propiamente
cuyo desarrollo patentizó la separación de ambos Testamentos, o si esa diso- dicha» comienza en el relato de Marcos —el más primitivo de todos— con un
ciación tiene lugar (Juan) en la simultaneidad de Pascua y cruz, es decir, al «caer en tierra» (Me 14,35, diluido por Mateo en una postración orante, y por
quedar cubierto y superado el sacrificio vicario del animal por el sacrificio vo- Lucas en una genuflexión) para superar destrozado la tentación escatológica.
luntario y sangriento del Siervo de Dios. Lo importante es que Cristo, al final Todo comienza por dentro: con el «pavor» (éx0ap,3eío^ai.) y la «angustia de
de los tiempos, logró con su propia sangre atravesar el cielo y llegar hasta el la soledad» (á-Sip/OVEÍv: Me 14,33). Soledad con respecto al Dios que se aleja,
Padre (Heb 9,12), y logró asimismo penetrar en el interior de los comensales; pero no ha desaparecido todavía y al que Jesús se dirige con una tierna queja:
y todo ello en estado de total «liquidación» como sacrificado. Si las consecuen- «Papá», Abba. Pero no existe ya otra comunicación sino el ángel que en Lucas
cias implicadas en el «Verbum-Caro» se cotejan teológicamente con las implica- le conforta para sufrir, o la voz celeste que en el paralelo de Juan resuena para
ciones de las ideas de sacrificio y de banquete en el culto del templo y en los atestiguar y afirmar que por la pasión se produce la glorificación del Padre
profetas, nos encontramos con que se nos imponen casi a priori las convergen- (no de Jesús). Soledad con respecto a los discípulos, que Jesús toma consigo
cias indicadas. Se acabó la disyuntiva entre carne-sangre y espíritu-vida, ya que y deja a distancia. Dialéctica cuyo sentido teológico se desentraña de diversas
ambos binomios coinciden plenamente en la eucaristía. El Hijo da gracias al maneras: 1) guardar las distancias de la obediencia' (vosotros «aquí» y yo
Padre (EÍIXO-PKTTEÍV, EÚXoyeív) por haber permitido que se disponga de él «allí»: Mt); 2) participación escalonada: tres elegidos pueden estar a la distan-
de forma que ahí se produzca a la vez la suprema revelación del amor divino cia de la voz, pero no más cerca (Me, Mt); 3) unión en la oración («¡orad!»),
(su glorificación) y la salvación de los hombres. pero con la diferencia de que Jesús ora durante la tentación, mientras que los
discípulos han de orar para librarse de que les llegue la tentación; 4) ir y ve-
nir (triple Me, Mt) de Jesús, para subrayar distancia y cercanía; 5) incapacidad
c) Comunidad. de los discípulos (Le la excusa por «tristeza») para acompañar a Jesús en la
Se trata de aceptar la Palabra en su condición de carne y sangre. Lo deci- lucha de su oración, por lo cual Pedro (Me) y los otros dos (Mt) escuchan
sivo para el que la recibe es la fe, esto es, estar dispuesto a seguir el paso que un reproche decepcionado. Esta dialéctica de una Iglesia que acompaña y aban-
quiere y marca la Palabra (Jn 6,63ss; de ahí que sea «crisis»: 1 Cor 11,27-29). dona a su Cabeza sufriente es indisoluble. El «deber» de acompañarle (deber
Reaparece agudizada la dialéctica del seguimiento descrita antes (III, Id): reci- tomado por la parénesis cristiana de los labios mismos de Jesús) lucha contra
bir en mí al por mí sacrificado significa dejarle que penetre y que disponga la importancia descubierta y sentenciada en la pasión.
en el ámbito de toda mi existencia corpórea y espiritual, y seguirle así. Es dis-
tanciarse para que él disponga (masculinamente), mientras yo le dejo disponer b) La hora del pecado.
(femeninamente). Y es unirse, puesto que de mí (de mi disponibilidad) no pue-
de disponer sino en la línea de lo que es y fue su propia disponibilidad. El En lugar del «terror aislante» de Marcos, Juan habla de «turbación» (11,
banquete es así la participación real de la Iglesia en la carne y sangre de Cristo 33.38; 12,27; 13,21). El verdadero sentido de esta turbación sólo se capta si
en estado de víctima (1 Cor 10,16s). El sacrificio de la Iglesia es distinto y a a la oración que angustiosamente pugna por salir airosa de la «hora», y al be-
la vez idéntico al de Cristo en cuanto que consiste en estar de acuerdo (actitud ber el cáliz de la ira apocalíptica descritos en los relatos del Huerto (también
femenina) con el de Cristo (y todas las consecuencias que de ello se derivan Jn 18,11), se añaden los grandes enunciados soteriológicos de Pablo (como
para la Iglesia) 4 . El estado kenótico de Cristo —pan que «se come» y vino 2 Cor 5,21; Rom 8,3; Gal 3,13, etc.) y de Juan (12,31; 16,11, etc.). Se ve
que se derrama— parece asignar a los comensales el único papel activo. Pero entonces que la «hora» y el «cáliz» implican que el pecado del mundo penetra
«la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres», incluso y precisamente en la existencia personal, corpórea y espiritual del Representante y Mediador.
en la eucaristía: Cristo protagoniza activamente la incorporación de los comen- Partiendo de esta confrontación de lo narrativo con la reflexión soteriológica
sales a su cuerpo místico. no bastará argumentar partiendo de la «dignidad» única, la inocencia y la liber-
tad del Representante para establecer la eficacia de su expiación (óntica o ju-
rídica): habrá que recurrir a la unión hipostática como condición de posibilidad
del tomar sobre sí toda la culpa del mundo. Dos cosas parecieron oponerse
a ello en la antigua teología. La primera, el teologúmeno de que el alma de
4
C. Spicq, La Tkéologie et la liturgie du précieux Sang, en Épitre aux Hébreux II Cristo siguió gozando de la visión (¿beatífica?) del Padre incluso durante su
(París 1953) 271-285. Sobre la teología de la sangre: A. M. Stibbs, The meaning of pasión, lo cual parecía excluir que Cristo pudiera ser plenamente sujeto de la
the word «Blood» in Scripture (Londres 1947); L. Morris, The biblical use of the term experiencia del pecado. La segunda, el teologúmeno de una idea de predesti-
«Blood»: JThS NS 6 (1955) 77-82; S. Lyonnet, Conception paulinienne de la Rédemp-
tion: «Lumiére et Vie» 38 (1958) 45-52; F. Grandchamp, La doctrine du sang du
1
Christ dans les ¿pitres de S. Paul: RThPh 10 (1961) 262-271; P. A. Harlé, L'agneau Es cierto que ya antes se apartaba Jesús con cierta frecuencia para orar. Lo nuevo
de l'Apocalypse et le NT: ETR 31 (1956) 26-35. aquí es que expresamente se dice a qué distancia se aleja de los discípulos.
714 EL MISTERIO PASCUAL
CAMINO DE LA CRUZ 715
nación tal que excluía un sufrimiento expiatorio (o al menos una intercesión)
por aquellos que estaban condenados por Dios con certeza. La antigua menta- naturaleza humana tuviera una medida de sufrimiento totalmente distinta de la
lidad chocó con estas dos barreras, y a veces las atravesó en parte. Hoy, en que puede admitir el pecador, que no tiene más remedio que sufrir.
cambio, no suponen un obstáculo serio 2 . Buenaventura da una luz más penetrante. Lo primero que hace es demos-
Supuesto que esta doble barrera ha caído, escuchemos un par de enuncia- trar que la «visión beatífica de Dios» no es óbice para que el sufrimiento
dos medievales. Las Sententiae Divinitatis se preguntan si Cristo pasó el timor afecte también a las partes espirituales del alma de Cristo, puesto que «es toda
gehennalis en el Huerto. «Algunos dicen que lo pasó en sus miembros (ecle- el alma pecadora la que ha de ser salvada» 6 . Luego introduce una distinción
siales). Nosotros, en cambio, decimos que lo pasó en sí mismo, pero no por sí entre padecer y com-padecer, añadiendo que el compadecer no se entiende bien
mismo, sino por sus miembros. Si por la muerte temporal de Lázaro sufrió si no se ve como auténtico «padecer con». La tesis dice así: «Por lo que se
verdadera turbación y dolor, y derramó lágrimas, ¿cómo no habría de sentir refiere al dolor de la pasión, donde más intensamente sufrió Cristo fue en su
dolor y angustia por la condenación eterna que preveía que por él habría de sensibilidad. Pero, por lo que toca al dolor de la com-pasión, fue más intenso
tocar a los judíos?» 3 . Cambiemos este «habría» por «podría», y tenemos a en su espiritualidad. Y el dolor de la compasión fue más intenso que el de la
Pablo: en su pasión supera Cristo la culpa (y, por tanto, la pena consiguiente) pasión». Bernardo y Hugo hacen suya esta distinción y le asignan un influjo
de sus asesinos (Rom 5,16). mutuo: el dolor físico induce al alma de Cristo a la compasión, y el dolor mo-
ral por nuestros pecados repercute sobre el cuerpo: por eso llora por nosotros.
Roberto Pullo plantea también el problema del timor gehennalis en Cristo. Y el sufrimiento espiritual es mucho más agudo porque su causa era mucho ma-
Los Salmos hablan a favor. Pero su presciencia de que había de ser glorificado yor: la ofensa de Dios y nuestra separación de Dios, y porque además la supe-
habla en contra. «¿Cómo se adueñó, pues, de él la angustia? ¿Al modo como
rioridad absoluta de su amor hacía que fuese mucho mayor su capacidad de
nosotros tenemos miedo de algo que sabemos racionalmente que no nos va a
sufrimiento. Cuanto más intenso es el amor, tanto más dolorosas son las heri-
ocurrir? De noche tenemos miedo de encontrarnos con un muerto. Y sabemos
que es natural que eso no ocurra. O, cuando estamos en una altura expuesta, das de la compasión. «Su sufrimiento supera cualquier otro sufrimiento (corpo-
nos asalta el vértigo y el miedo de caer, mientras nuestra razón nos dice que ral). Pero es mucho más lo que su com-pasión supera cualquier otra com-pasión,
estemos tranquilos, ya que no tenemos razón para temer. En una situación así pues la superioridad de su amor es mayor que la superioridad comparativa de
es supersticioso orar para que no suceda lo que tememos, ya que sabemos que su sufrimiento, aun cuando en ambos planos supere con mucho a todos». Dos
no ha de suceder. No sería, pues, razonable que Cristo, supuesto que le pun- muestras de lo dicho: «La primera, que prefirió que su alma se separara de
zara la sensación de estar condenado, hubiera insistido en pedir verse libre de su cuerpo a que nosotros nos separáramos de Dios. La segunda, que lloró por
la condenación si sabía de sobra que estaba salvado». La idea que está en la nuestros pecados, pero no por sus dolores corporales» 7 .
base de esta extraña problemática viene a decir que Cristo no llegó a estar Estos diferentes ensayos de solución pueden interpretarse en una línea
seguro de su salvación sino a base de implorar, y que el miedo a caer en el convergente y, así, muestran que la angustia del Huerto supone una com-pasión
infierno, siendo como es el «inicio de la sabiduría», no pudo conocerlo Jesús tal con los pecadores, que lo que a ellos les esperaba, cual era la pérdida de
en sí mismo, sino únicamente en sus miembros místicos 4 . Dios (poena damni), lo hizo suyo el Amor encarnado de Dios en la forma de
un timor gehennalis: al «cargar» con el pecado del mundo pasan Jesús y su
Al comentar algunos enunciados cristológicos de Hilario, el Maestro de las destino a no distinguirse del de los pecadores —y tanto menos se distingue,
Sentencias (III, dist. 16) da pie a numerosas especulaciones sobre la relación dirá Buenaventura, cuanto mayor es el amor—, y el tipo de angustia y de tris-
entre la pasión de Cristo y la originalidad de la unión hipostática. Con Oto teza que Jesús experimenta es el que por derecho habían de sufrir los pecado-
Rigaldo, la Suma de Alejandro plantea la siguiente oposición: «La posibilidad res por sus pecados. Tres son los puntos de vista que explican cómo fue posible
(de padecer) va en nosotros (pecadores) unida a la necesidad de padecer y el que Jesús cargara con la pecaminosidad de todos los pecadores: 1) toda la con-
deseo de no padecer, deseo que no puede evitar el padecer... En el Señor ciencia humana de Jesús estaba determinada por el Logos y por su eterno amor
existía la posibilidad, y no una posibilidad remota (indisposita) como en Adán. al Padre; 2) ello hace que esa naturaleza humana esté absolutamente dispuesta
Pero esa posibilidad no va en él unida como en nosotros con la necesidad de (disponibilidad servicial que es expresión de la kénosis del Logos en orden a
padecer, sino con una inclinación a padecer y con un deseo que habría tenido una obediencia absoluta) a ser el ámbito de la pura (com-)pasión; 3) la natu-
el poder de evitarlo» 5 . Se apunta ya aquí confusamente que el Dios-hombre raleza humana asumida está en comunicación real (solidaridad) con toda la hu-
posee una estructura especial debido a que su kénosis fue libre e hizo que su manidad real y con su destino escatológico. Del carácter judicial hablaremos
luego.
2
K. Rahner, Problemas actuales de cristología, en Escritos I (Madrid 1961) 169-222; c) Reducción a la obediencia.
véanse, además, las notas críticas y complementarias de A. Grillmeier, La imagen de
Cristo en la teología católica actual: PTA, 334-376, y de F. Malmberg, Über den Gottmen- La lucha que en forma de plegaria se desarrolla en el Huerto tiene como
schen (Friburgo 1959) 89-114, espec 113-114. Sobre lo segundo, cf. la teoría de la pre- único objeto el sí a la voluntad del Padre. Es contenido y es forma. Toda vi-
destinación de K. Barth en KD II/2 (1942). sión parcial es imposible. Se cumple el programa general de la vida de Jesús
3
Tr., 4, 2 [editado por B. Geyer, Die Sententiae divinitatis (BPhThMA VII, 2-3)
(Münster 1909) 77]. formulado por él en Juan (4,34; 5,19; 6,38; 8,55; 12,49) e ilustrado con el
4
Sententiarum libri VIII, lib. 4, c. 7-8: PL 186, 814-815s. Lo unilateral de su teoría gesto de lavar los pies, servicio propio de esclavos (13,13s). Lo mismo dicen
de la predestinación hace que el curso ulterior de sus ideas (en el c. 10) se descamine en los sinópticos las palabras referentes al servicio (Me 10,42ss par.), cerrando
por completo.
5 6
Summa Theol. III (Quaracchi, IV, nr. 141, p. 197). En 3 Sent., d. 16, a. 2, p. 2, concl. (Quaracchi, III, 356).
7
Ibíd., p. 3, concl. (358).
716 EL MISTERIO PASCUAL

Marcos ese servicio con el dicho sobre el rescate. Las primeras predicaciones 4. Entregado a los pecadores
apostólicas confirman esta visión al interpretar la vida de Jesús mediante la teo-
logía del Siervo; y el himno de Flp 2,5 y la carta a los Hebreos amplían esta El concepto básico de tradere ([napaüSiSóvai.)' reaparece al final del epi-
obediencia (como cifra de la vida de Jesús) hasta la preexistencia: ya su misma sodio del Huerto con la aparición de Judas y su cuadrilla: «Ya basta. La hora
encarnación como tal fue obediencia (Heb 10,5-10). Pero esa existencia obe- ha llegado: el Hijo del hombre es entregado en manos de los pecadores. Le-
diente tiene para ambos un climax: para Flp 2,8, la muerte en cruz, es decir, vantaos. Vayamos. Se acerca el traidor» (Me 14,41s = Mt 26,45b-46). «Es vues-
la muerte más ignominiosa; para Heb 5,7s, la oración agónica de Getsemaní, tra hora y el poder de las tinieblas» (Le 22,53). De esta «entrega» habían ha-
donde se «aprende a obedecer». Es importante notar que en este climax fallan blado ya a menudo las predicciones de la pasión (Me 9,31 par.; 10,33 par.; 10,
todas las categorías generales que tenemos a mano. Las primeras predicciones 45 par.), siempre en pasiva y con el «Hijo del hombre» como sujeto: es entre-
de la pasión hablan expresamente de resucitar al tercer día, con lo cual están gado en «manos de los hombres», o «de los pecadores», o «de los paganos»;
fijándose en que tras el abajamiento viene la exaltación. En cambio, en el y es entregado para la pasión, cosa que se expresa de formas diversas. Del Bau-
Huerto no hay nada que apunte hacia delante, hacia la glorificación. Tanto los tista se afirma la misma entrega (Me 1,14 — Mt 4,12) por influjo de la narra-
enunciados anteriores como los ulteriores textos que los interpretan dan pie a ción de la pasión de Jesús y en relación con ella, como indica la adición «e hi-
enmarcar el destino de Jesús en el esquema judío veterotestamentario del «justo cieron con él lo que quisieron» (Me 9,13).
doliente» que luego recibe la recompensa y la exaltación. En cambio, la escena Esto es prolongación de la tradición veterotestamentaria, donde Dios es
del Huerto, reducida a «mi voluntad, tu voluntad» como lo único importante, quien actúa y, por fidelidad a su alianza, «entrega» a Israel a sus enemigos, al
invalida cualquier intento de esquematización8. Tampoco aclaran nada en este destierro y cautiverio, etc. (Lv 26,25; Dt 1,27). Pero Dios puede también entre-
punto las categorías de la teología martirial del judaismo tardío: las múltiples gar al pueblo los enemigos de Israel en la guerra santa (Nm 21,2.3 y passim).
motivaciones y repercusiones ventajosas del martirio 9, así como la actitud ético- Cf. 1 Sm 24,5a: «Te pongo a tu enemigo en tus manos. Haz con él lo que te
heroica del mártir, son totalmente ajenas a la perspectiva de la escena del Huer- plazca». Esta intervención de Dios es en cada caso un acto judicial o un acto
to. Todo su «sentido» queda implacablemente reducido a preferir humildemente de la cólera divina2. «Quien así es entregado se ve abandonado por Dios en el
la voluntad del Padre por sí misma. Tampoco se habla aquí de la esperanza más genuino sentido del término» 3. Ya no es Dios quien dispone de él. Ahora
en inmortalidad de la teología apocalíptica y sapiencial, que embota el aguijón es el enemigo. Más tarde los ejecutores del castigo pueden ser ángeles (Hen[et]
de la muerte (cf. Sab 2,24; 3,2s). 63,1). Los apócrifos, los apocalipsis y la literatura rabínica adoptan sin modifi-
De ese contexto más amplio sólo hay una cosa que puede incorporarse a la cación alguna este significado del término4. En este sentido, Pablo lo utiliza
interpretación de este «climax»: la angustia abismal es, sobre todo, miedo a la tres veces al comienzo de la carta a los Romanos (1,24.26.28). Pronto y en pro-
«ignominia» o «vergüenza». Esto lo encontramos ya en las capas más antiguas de gresión creciente se plantea el problema de por qué Dios «entrega» incluso a
las predicciones de la pasión (á.TZoSo%i\JJXCíQf¡va.V ser declarado inútil, Me 8,31; «justos» e «inocentes». Aunque las respuestas son diversas, el centro de las
Le 9,22; 17,25); lo desarrollan Pablo (1 Cor 4,10ss, etc.), 1 Pe 2,19s y amplia- mismas lo va ocupando la idea de expiación y mérito. Como islotes quedan las
mente la carta a los Hebreos, hablando de la «cruz vergonzosa» (12,2) y de la tres afirmaciones de que el Siervo de Dios es entregado (Is 53,6cd.l2c). Aun
«ignominia de Cristo» (11,26), y diciendo que llevar la cruz es en esencia «llevar cuando los LXX las subrayan con respecto a la Biblia hebrea (que en una oca-
su ignominia» (13,13; cf. 10,33). He aquí la última consecuencia del «no buscar sión habla de autoentrega), la tradición no las utiliza hasta Jesús. Variados son
la propia gloria» (Jn 8,50). Los mártires de Dn 3,34Th piden a Dios que no los modos como la idea martirológica salta a la escena desde el libro de Daniel
se olvide «hasta el final» (EÍ<; TÉX,O?) de los que sufren. Juan, en cambio, con- y los Macabeos: autoentrega del justo (en favor de Dios y del pueblo, con efec-
trapone intencionadamente la afirmación de que Jesús anduvo su camino «hasta tos expiatorios); coincidencia entre la voluntad que Dios tiene de entregar y el
el final» (tic, 'zé'koc,: 13,1), es decir, sin fijarse en un más allá de la muerte deseo que el hombre tiene de ser entregado 5. La autoentrega es un «compromiso
ignominiosa. totalmente existencial»6 que, sin tener la muerte como consecuencia necesaria,
Pero, al contrario que en el episodio de la tentación, en el episodio de aho- se expone a ella 7 a consecuencia de una total obediencia a Dios8. En el judais-
ra no se habla del demonio. Toda la historia de la pasión lo ignora. Es algo mo tardío, cuando se cuenta ya con premios y castigos tras la muerte, el coraje
que se decide entre el Padre y el Hijo. Lo que está en juego es cargar con el ante la muerte deja de ser el valor supremo, y el sabio, desde su puesto de
pecado del mundo (Jn 1,29). Y eso es algo que «desarma» (Col 2,15)10 al An- observador, puede contemplar cuál es la suerte de los buenos y los malos en el
tagonista, sin lucha expresa contra él. más acá y en el más allá: los malos condenan al justo «a muerte vergonzosa,
ya que él mismo dice que recibirá protección»; pero los justos, «tras superar
1
W. Popkes, Christus traditus. Eine Untersuchung zum Begriff der Dahingabe im
NT 2 (Zurich 1967).
8
Sirva esto de sordina a la colección de textos de E. Schweizer sobre la obediencia 3
Ib'td., 23s.
de Jesús en Erniedrigung und Erhohung bei Jesús und seinen Nachfolgern (Zurich 4
Ibid., 25, 41.
1955) 44-60. 5
Ibid., 37-74.
' W. Wichmann, Die Leidenstheologie, eine Form der Leidensdeutung im Spat- Ibid., 79: «Propio del verdadero justo es que vayan a la par su acción y la de
judentum (Stuttgart 1930); E. Lohse, Mdrtyrer und Gottesknecht (Gotinga 41963) Dios».
6
(bibliografía).
10 7
Ibid., 46.
1 Cor 2,8 es una incorporación puramente «literaria» de una idea gnóstica de los 8
Ibid., 127-129.
adversarios corintios, como demuestra la obra citada de U. Wilckens. E. Schweizer, Erniedrigung und Erhohung, 36.
718 EL MISTERIO PASCUAL CAMINO DE LA CRUZ 719

un breve tormento, recibirán grandes beneficios», mientras que los impíos que ria 14. Y por otro, a partir de los enunciados universalistas del NT, son Judas
los despreciaban pagarán sus culpas (Sab 2-3). e Israel los agentes visibles de lo que todos los pecadores —cristianos, judíos
Con ello parece que está ya puesto una especie de escenario objetivo para y paganos— hacen en común (Rom 5,12ss; 1 Tim 2,6; Jn 12,32, etc.).
el drama de la pasión. Pero ese escenario, como «cosa de promesa» que es, La entrega de Jesús en la pasión sigue siendo misterio. De ahí que los ele-
se diluye cuando se cumple lo definitivo. En la pasiva de «ser entregado en mentos globales sean irreducibles a un sistema conjunto. Y si en la historia
manos de los pecadores» y similares, el sujeto agente no es otro que Dios, im- textual del NT se dan preferencias por determinadas interpretaciones, ello no
placable e inconmovible (8eí) como quien realiza un acto judicial, aun en los puede atribuirse unilateralmente al trueque de aspectos más primitivos por otros
casos en que no se habla de su «cólera», sino más bien del «plan previsto y más tardíos que se van imponiendo. Lo teológico es pensar que estamos ante
sancionado por él» (Hch 2,23) y de su amor, que le lleva a «no perdonar ni una lenta integración de los diversos aspectos. No hay duda de que en un prin-
a su Hijo y a entregarlo por todos nosotros» (Rom 8,32). No por ello deja cipio hallamos la idea de que Dios ejecuta una sentencia implacablemente:
de tener lugar una «condena» (Rom 8,3). Cuanto más recientes son los estra- Jesús, el «Siervo de Dios» (Hch 3,13.26; 4,27, etc.), el «Justo» (Hch 3,14),
tos del NT, tanto más claramente hablan de la autoentrega de Jesús. El cambio es entregado por Dios en manos de los pecadores, como lo fueran los justos
se aprecia cuando el Siá causal del dicho paralelo prepaulino («fue entregado del AT: «por los pecadores», que significa a la vez «por medio de» y «en fa-
por —8MX— nuestros pecados y resucitado por —Siá— nuestra justificación»: vor» de los pecadores. El Entregado, como obediente perfecto (Flp 2), está de
Rom 4,25) se trueca en un ávxí final —«para», «en favor de»— (por primera acuerdo con ser entregado. Y desde este punto se despliega el motivo trinita-
vez en el famoso medio versículo trastrocado 9 de Me 10,45b: «poner su vida rio en tres direcciones a la vez: si Dios Padre entrega a su Hijo («no le per-
en favor de todos como rescate») o un vizíp final (1 Cor 11,24; Le 22,19 en dona»), es que Dios nos ama (Rom 8,32; Jn 3,16), pero es también que Cristo
contexto eucarístico; 1 Pe 2,21; -rrepí: Rom 8,3). El darse es expreso en Gal nos ama (Rom 8,35; Gal 2,20; Ef 5,1, etc.); y cuando Cristo se entrega libre-
2,20 y en varios paralelos más 10 . Lucas, en un momento decisivo, trueca el mente a sí mismo (Jn 10,18), está manifestando el absoluto amor del Padre 15.
grito del Hijo abandonado, última parádosis realizada por el Padre, por la últi- La parénesis se va abriendo paso: la autoentrega de Jesús es el modelo que
ma parádosis del Hijo mismo, quien entrega su espíritu al Padre (Le 23,46, hay que imitar: primero es Pablo el exponente privilegiado de los sufrimientos
siguiendo al Sal 31,6; cf. Jn 19,30). En la misma línea va 1 Pe 2,23 cuando de Cristo; luego (1 Pe 2,18s) lo es todo aquel que sufre injustamente o por
exhorta a sufrir con paciencia, como Cristo, que «se entregó al que juzga con su fe. La teología martirial del judaismo tardío penetra de costado en la teo-
justicia» (en el sentido de «ponerse en manos de»). logía de la pasión y provoca una igualación moralizante que pone en peligro
la originalidad absoluta de la pasión de Cristo. Frente a esta corriente hay que
Pero al «Verbum-Caro» neotestamentario n y a la existencia en relación con
sostener que el elemento originario del juicio constituye la afirmación funda-
otro implicada en él responde una tercera entrega: además de ser entregado
mental —a pesar, o incluso a causa, de la manifestación de amor de Dios y
por el Padre y de entregarse a sí mismo, Jesús es entregado por el traidor.
pese a una cierta posibilidad de imitarlo mediante la gracia— y debe ser man-
Judas, «uno de los doce», es el «traidor» (traditor). Y esa acción suya lo con-
tenido con todo su carácter inexorable. La autoentrega de Cristo es también
vierte en exponente del Israel incrédulo e infiel que rechaza a su Mesías y,
cosa de obediencia (Flp 2; Jn 5), de durísima y ciega obediencia (escena del
con ello, es él mismo entregado (por un tiempo: Rom 11). La cooperación entre
Huerto). Y se entrega al «poder de las tinieblas» (Le 22,53) 16 . Que lo «aten»
el Dios que entrega y los pecadores que entregan y traicionan entraña una pa-
y que Judas y su cuadrilla se «lo lleven», son otras tantas imágenes de lo
radoja punzante, si bien ya en la antigua alianza cuenta Dios con personas que
mismo.
ejecuten sus sentencias, sin que eso signifique que a los ejecutores dejen de
La teología de la entrega no puede elaborarse más que en perspectiva trinita-
imputárseles semejantes hechos: por ellos serán sometidos a juicio como con-
ria. El que Dios «entregue» a su Hijo «figura entre los enunciados más inauditos
viene. Esa cooperación puede interpretarse también como misterio ele la provi-
del NT. La 'entrega' debemos entenderla en sentido fuerte y no dulcificarla
dencia divina (Hch 2,23), como ignorancia relativa de los judíos (Hch 3,17;
convirtiéndola en 'misión' o en 'don'. En este caso pasó lo que Abrahán no
cf. el atenuante del «arrepentimiento» de Judas en Mt 27,3); pero puede utili-
tuvo necesidad de hacer con Isaac: el Padre entregó totalmente a Cristo al des-
zarse también de forma polémica (o incluso política) como medio para encon-
tino de morir. Dios lo arrojó en medio de los poderes de la perdición, llámense
trar un «chivo expiatorio» personal o racial 12 . La situación escatológica hace
tales poderes hombres o muerte... 'Dios hizo a Cristo pecado' (2 Cor 5,21),
que en el traidor se vean confluir todos los poderes antidivinos (Jn 13,27).
Cristo es el maldito de Dios... La theologia crucis que aquí resuena no puede
El carácter estereotipado 13 de los enunciados evangélicos hace que todo presente
ser más radical» 17. Pero este aspecto sólo es neotestamentario cuando se le com-
una férrea objetividad, con el fin de dar a Dios la gloria. Por un lado tenemos
plementa con la autoentrega de Jesús, entrega que, sin embargo, no debe que-
a Judas y a Israel desempeñando el papel de reprobos mientras dure la histo-
dar aislada como un factor autónomo, puesto que, de lo contrario, se está muy
9 14
Desprendido probablemente de la tradición de la cen& (Wellhausen, Markus, 91) Mejor es hablar de «papel» que de «representación», como hace K. Lüthi acer-
con origen en Is 53. tadamente puntualizando (op. cit., 174) la magnífica panorámica de K. Barth sobre
10 todos los textos de entrega en su tratado de la elección (KD U/2).
Gal 1,4; Ef 5,2.25; 1 Tim 2,6; Tit 2,14; H. Schlier, Galaterbrief, 32. Sobre estas 15
partículas, cf. K. H. Schelkle, Die Passion Jesu, Heidelberg, 1949, 131s. Esto lo recalca P. Althaus, Das Kreuz Christi, en Theologische Aufsatze I (Gü-
11
Hombres entregados por hombres: en el AT, a traición: 2 Re 6,11; en el rabi- tersloh 1929) 1-50.
16
nismo: W. Popkes, op. cit., 59s; en el helenismo (a traición): ibíd., 90s. Aunque en la narración de la pasión no entren directamente en juego las fuerzas
12 satánicas, no conviene olvidar en este contexto que Pablo conoce y practica una «en-
K. Lüthi, Judas Iskarioth in der Geschichte der Auslegung von der Reformation
bis zur Gegenwart (Zurich 1953). trega» del pecador a Satán (1 Cor 5,5; 1 Tim 1,20).
13 " W. Popkes, 286-287.
W. Popkes, op. cit., 174s.
720 EL MISTERIO PASCUAL CAMINO DE LA CRUZ 721

cerca de perder de vista el horizonte escatológico para deslizarse hacia una sim- romano, de si fue condenado por atribuirse el título de Mesías o el de «Rey ele
ple teología martirial. Cristo debe ser Dios para que, al ponerse a disposición los judíos», e incluso de si en el Sanedrín se planteó expresamente el proble-
de la aventura del amor que procede del Padre y que quiere reconciliarse al ma mesiánico o si la misma pretensión de ser Jesús el Salvador escatológico en
mundo, toda la tiniebla de lo antidivino sea en él juzgada y liquidada. La «trai- persona incluía ya implícitamente su mesianismo. Una expresa confesión mesiá-
ción» de los hombres no puede ser en todo este acontecer sino un factor de nica ante el tribunal haría que en este punto coincidieran la historia y la fe
segundo orden. Y la contraposición entre la traición humana y el amor de la cristiana 3 ; pero bastaría con que esa situación se hubiera producido implícita-
entrega de Dios debe reanudarse y resolverse a la vez en la «contradicción de mente para que se llegara prácticamente a lo mismo 4 . Tan fuerte impresión
la cruz». Y el que Jesús fue entregado, apresado, maniatado y conducido por teológica produjo en la primitiva Iglesia la triple «entrega» (de los cristianos
los esbirros no pueden menos de ser realidades de una seriedad histórica ab- a los judíos; de los judíos a los paganos, y de éstos a la muerte) que los He-
soluta. chos de los Apóstoles la reproducen en Pablo (Hch 21,27ss). Es ése, además,
el modo como, previamente a toda diferenciación ulterior, son incluidos en Ja
5. Proceso y condena lista de culpables de la muerte de Jesús todos los representantes de la huma-
nidad considerada teológicamente, en la línea de Rom 11,32: «Dios encerró a
Aquí nos ocuparemos solamente del contenido teológico de las grandes esce- todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia».
nas del proceso', el cual, a pesar de su variedad y de haber nacido de la con- Sólo entonces puede establecerse cierta gradación de responsabilidades, según
fluencia de tradiciones diversas, supone una unidad de sentido de toda la na- la pendiente de las traiciones: en Judas «se ha metido Satanás» (Jn 13,27);
rración 2 . Nos fijaremos en tres cosas: 1) en la teología de la condena de Jesús Judas es el «perdido», el «hijo de la perdición» (Jn 17,12), cuyo terrible final
por parte de la humanidad en conjunto; 2) en la postura de la Iglesia en ese (Mt 27,3-10) responde a las palabras de los profetas y se convierte en un tris-
hecho; 3) en la postura de Jesús. tísimo y patente aviso (Hch l,18s) s . Y sólo cuando la cristiandad ha admitido
que en ella existe también esa mancha, sólo entonces puede mirar alrededor en
a) Cristianos, judíos y paganos en la condena. busca de otro chivo expiatorio y resaltar la culpabilidad de los judíos, culpa-
bilidad que en boca del Jesús de Juan es mayor que la de Pilato (Jn 19,11)-
El tema de la «entrega» (itapaSiSóvat,) lo trataremos ahora en dimensio- El hecho de que la cristiandad primitiva viera la pasión enmarcada en los acon-
nes teológicas de humanidad, humanidad que consta de la masa de no elegidos tecimientos veterotestamentarios (es decir, en perspectiva teológica) 6 hace que
(paganos), del pueblo elegido de entre esa masa (judíos) y de los discípulos el largo período de la reprobación de Israel (Jeremías, Ezequiel) aparezca como
elegidos de entre ese pueblo (cristianos). El auténtico «traidor» es Judas, uno trasfondo de la nueva y agudizada situación de pecado y reprobación, que, sin
de los Doce (Mt 10,4, etc.), que entrega a Jesús a los judíos; éstos «se lo en- embargo, no es considerada como absolutamente definitiva (ignorancia: Le 22,
tregan» a Pilato (Me 15,1), Pilato «lo pasa» primero a Herodes (quien se lo 34; Hch 3,17; fidelidad de Dios a sus promesas: Rom 11,1.29). Lo que sí
«devuelve»: Le 23,7.11) y, finalmente, lo «entrega» a los judíos (Me 15,15; perdura, como en tiempos de Jeremías, es la negativa radical a dejarse guiar
27,26; Jn 19,16), «les entrega a Jesús para que hagan lo que quieran con él» por Dios (Is 7,9b; 28,16; 30,15), una supuesta sabiduría política constituye
(Le 23,25). La cadena de las tradiciones está hecha de eslabones teológicos: también aquí la causa de su erróneo juicio, que se plasma en la decisiva pre-
judas es internamente solidario del ideal mesiánico mundano de los dirigentes gunta y respuesta: «¿Eres tú?». «Yo soy» (Me 14,61s).
judíos y, por ello, sacrifica su fe neotestamentaria en aras de una fe supuesta- Los tres pasos de la prueba teológica no hacen sino ilustrar más la situa-
mente veterotestamentaria; los dirigentes judíos conciben lo teológico del «Me- ción: 1) las palabras «sobre el templo», ciertamente históricas (aun cuando
sías» y del «Hijo de Dios» (Me 14,61) como algo político: de ahí que el sesgo Me 14,57ss fuese una adición posterior); con esas palabras refiere Jesús a sí
político de su acusación ante Pilato (Le 32,2: amotina al pueblo, niega que mismo las antiguas palabras proféticas de la destrucción del templo y de su re-
hayan de pagarse los tributos, pretende hacerse rey) no sea, como ellos supo- construcción escatológica (Jr 26; Ez 40ss); 2) la aplicación del Sal 110 y de
nen, un camuflaje diplomático de sus motivos religiosos, sino que desenmascara Dn 7,13 (Mt 26,64; Me 14,62; Le deja el texto apocalíptico de Daniel y con-
que sus verdaderas intenciones son en el fondo intenciones políticas profanas: serva únicamente el texto de entronización del Salmo) para subrayar su digni-
«No tenemos más rey que al César» (Jn 19,15). Así, resulta intrascendente el dad mesiánica, y, finalmente, al pasar del tribunal judío al pagano, 3) el título
problema de si Jesús fue condenado por un tribunal judío o por un tribunal de Rey, reivindicado ante Pilato (Me 15,2), como demuestra la inscripción col-
gada sobre la cruz (Me 15,26), y que en Juan, en quien aparece diez veces el
1
J. Blinzler, El proceso de Jesús. El proceso judío y romano contra Jesucristo, 3
expuesto y juzgado según los más antiguos testimonios (Barcelona 1959) con toda la N. A. Dahl, Der gekreuzigte Messias, en H. Ristow-K. Matthiae (eds.), Der histo-
bibliografía anterior; Th. Innitzer, Kommentar zur Leidens- und Verklarungsgeschichte rische Jesús und der kerygmatische Christus (Berlín 1961) 149-169.
4
Jesu (Viena "1948); W. Hillmann, Aufbau und Deutung der synoptischen Leidensberichte Por eso resulta un tanto minimalista la posición de W. Trilling, dictada como
(Friburgo 1941); K. H. Schelkle, Die Passion Jesu in der Verkündigung des NT está por su tesis fundamental de que una tal coincidencia entre «fe» e «historia» pon-
(Heidelberg 1949). dría en peligro el libre riesgo de la fe: Fragen zur Geschichtlichkeit Jesu (Dusseldorf
2 1966) 134ss.
K. L. Schmidt, Der Rahmen der Geschichte Jesu (Berlín 1919) 305s, y G. Schille, 5
Das Leiden des Herrn. Die evang. Passionstradition und ihr «Sitz im Leben»: ZThK 52 6
Sobre el final de Judas, cf. P. Benoit: Exégése et Théologie I (París 1961) 340-359-
(1955) 161-205, opinan que el marco está dado por la liturgia. M. Dibelius, Das H.-W. Bartsch, Die Bedeutung des Sterbens Jesu nach der Synoptikern: ThZ 20
historische Problem der Leidensgeschichte: ZNW 30 (1931) 193-201, y en lo esencial, (1964) 85-102: las alusiones a la Escritura pertenecen al primitivo estado de la narra-
R. Bultmann, Geschichte d. syn. Tradition (Gotinga 21933) 297s, reconocen la unidad ción. Al relacionarlo con el AT, lo escandaloso de la pasión se hizo aceptable. Cf.
de la narración primitiva. J. Schmid, El Evangelio según San Marcos (Barcelona 1969) nota 27.
46
722 EL MISTERIO PASCUAL CAMINO DE LA CRUZ 723

término «rey», reviste diversos matices teológicos. En este título se aunan personajes activos son un hombre extraño a todo lo que sucede, a quien le
la primitiva idea veterotestamentaria de la teocracia (Jue 8,23) y la idea genui- hacen cargar con la cruz (Le 23,26), y los dos «malhechores», con quienes el
na de que hay en Israel un Rey representante de Dios (2 Cr 9,8), realzada por Jesús crucificado forma una nueva comunidad de condenados a muerte. Ahora
la promesa de un rey davídico (2 Sm 7,16), que habrá de ser superior al mismo están por delante de los elegidos.
David (Sal 110,1, en Mt 22,41ss), es decir, un «Rey que no es de este mundo» En comparación con todo esto, el relato de Juan produce la impresión de
(Jn 18,36ss; 19,11). ser una explicación mistérica: bajo la cruz, y a diferencia de la ausente Iglesia
Si esta triple cadena de entregas es la prueba de que todos son culpables, ministerial, está una Iglesia del amor, representada sobre todo por la Madre
no lo es menos la forma en que todos los culpables intentan librarse de culpa- dolorosa y por el «discípulo amado», a quien Jesús encomienda su Madre:
bilidad pasándose unos a otros el reo: Judas se «arrepiente» y devuelve el di- núcleo visible de Iglesia fiel, que luego (en la pregunta que escucha Pedro:
nero (dinero que no es recibido); los judíos no quieren echar el precio de san- ¿me amas más que éstos?) se difuminará en el seno de la Iglesia petrina para
gre en el tesoro del templo y lo emplean para construir un cementerio de seguir siendo a pesar de todo un resto inexplicable para Pedro (21,22s).
extranjeros (!); Pilato, pese a su interés por librar a Jesús, lo pasa a la jurisdic-
ción de Herodes; Herodes, decepcionado por no poder divertirse, devuelve el c) Postura de Jesús.
prisionero a Pilato; los dirigentes del pueblo alegan que no tienen atribuciones
judiciales políticas (Jn 18,31). Y Pilato, obligado bajo fuerte presión política Al final de la oración agónica, Jesús recupera la plena disponibilidad. «La
a emitir su fallo (Jn 19,12), se sacude toda responsabilidad moral (Mt 27,24). cuenta está concluida» (á.iúx^: Me 14,41)7. Ahora Jesús es ya libre para su-
Nadie quiere cargar con la responsabilidad. Y eso es precisamente lo que prue- frir cualquier tipo de atadura, tanto interna como externa. Cuando le apresan
ba la culpabilidad de todos. y atan por primera vez (Me 14,46; Mt 26,50; Jn 18,12) queda fuertemente
subrayado que es él quien se entrega espontáneamente: en cualquier otro mo-
b) Postura de la Iglesia. mento habrían podido echarle mano (Me 14,48s par., puesto más correctamente
por Juan en la escena ante Anas 18,19ss, contra Le 22,52). Juan destaca tanto
Por el modo como la Iglesia se retrata en la narración de la pasión es claro esta libertad mayestática que bordea los límites del docetismo (18,6). Marcos
que ha reconocido que en este punto no existe inmediato «seguimiento de Cris- y Mateo ponen bajo la autoridad de la Escritura, aunque sin citar ningún texto
to». La negación de Pedro y la huida de los demás tiene sobre sí una necesi- determinado (Me 14,49; Mt 26,56) el hecho de que Jesús es maniatado. Jesús
dad profética (Mt 26,31s) y fue predicha por el mismo Señor (Jn 16,32). Pero se entrega voluntariamente porque obedece al Padre (Jn 8,11) y porque decide
esto no impide que se repruebe duramente la infidelidad de los discípulos, su quedar indefenso: renuncia a las «doce legiones de ángeles» (Mt 26,53)8, se
cobardía y su inconstancia. Sólo Juan se sitúa fuera de esta problemática al opone a que le defiendan (Le 22,51 par.) y advierte a Judas: «¡Amigo, a lo
indicar que la huida obedece a que Jesús ordena que se les deje marchar que has venido!» (é(p' 8 irápeí,: Mt 26,50; cf. Jn 13,27). De ahí que se obstine
(18,8). Sin embargo, no puede omitir las negaciones de Pedro, pues las nece- en callar, puesto que todo lo que dijera tropezaría con incredulidad («si os lo
sita como elemento teológico para su doctrina sobre la investidura de Pedro digo, no me creeréis»: Le 22,67 = Jn 10,25). Su silencio, que provoca admira-
en su función (21,17 como presupuesto de 21,19). Todo lo que Pedro empren- ción, lo enmarca Me 15,4s en Is 53,7: el cordero no abre la boca.
de en el contexto de la pasión resulta equivocado: su deseo de que el Señor no Sin entrar en el problema histórico de las mofas y escarnios de que fue ob-
sufra: al proceder así, hace de «Satanás», por abrigar «planes humanos y no jeto el prisionero —probablemente hubo dos escenas principales: una tras el
divinos», situándose muy próximo a Judas (Mt 16,23; cf. Le 22,31); sus pro- interrogatorio nocturno en casa de Anas (y difícilmente tras la sesión celebrada
testas de que él no lo traicionará aun cuando todos los demás lo traicionen: por el Sanedrín durante la mañana) y otra en el patio de la guarnición roma-
la suya será la negación más fuerte (Mt 26,34 par.); su disponibilidad para na—, teológicamente estas dos escenas son recopilaciones de textos veterotesta;
defender al Maestro contra los atacantes: si saca la espada mundana, a espada mentarios, sobre todo de Is 50,6: «No he apartado mi rostro de los malos
morirá (Jn 18,11; Mt 26,52): al curar a Maleo, toma Jesús partido contra Pe- tratos y de los salivazos». El juego de tapar a Jesús los ojos y preguntarle quién
dro (Le 22,51); su sentido de responsabilidad, que le lleva a seguir de cerca le ha pegado tiene varios estratos: en Lucas es, sobre todo, una farsa usual
los acontecimientos: ese mismo puesto de observación le lleva a caer lamenta- entre soldados; en Marcos se trasluce el «Siervo de Dios», y en Mateo aparece
blemente (Me 14,66ss par.). Sólo le queda un modo de estar cerca, y es alejarse Jesús como Profeta, como Sumo Sacerdote mesiánico 9. Los partidos se lo pasan
para llorar amargamente, más por sí mismo que por el Señor. Los demás huyen unos a otros. Nadie se queda con él. Nadie lo quiere. La amnistía pascual ofre-
aturdidos. Y el discípulo que en Marcos pierde su única vestimenta para poder ce una buena oportunidad en el plano humano: Pilato quisiera conciliarse la
escapar (Me 14,52) constituye la contrapartida paradójica y simbólica de Jesús opinión pública en contra de los jefes. Pero el preferido es el preso político.
despojado de sus vestidos: lo que para Jesús es algo que él mismo hace que Tampoco sirve de nada el recurso a la instancia intermedia de Herodes Anti-
suceda por obediencia, es para aquél un despojo imprevisto. Tras desaparecer pas. Sea cual fuere el encuadre histórico de la escena del Ecce Homo de Juan
los varones y los jefes de la Iglesia, aparece la Iglesia de las mujeres, grupo (que presupone flagelación y coronación de espinas), ya sea en medio o al final
firme que «de lejos» «le acompaña» y «cuida de él». Marcos (15,41) habla de del proceso, el hecho es que constituye un cuadro que compendia todo, pre-
«muchas», además de las tres que cita por sus nombres. A la hora de dar tierra
a Jesús estarán presentes y luego serán los primeros testigos de la resurrección. 7
W. Bauer: WNT 168.
Están allí «contemplando» (ftswpoíJcm), sin compadecerse activamente ni —a 8
Cf. la referencia de P. Benoit, Passion et Résurrection du Seigneur (París 1966)
diferencia de las mujeres de Jerusalén, que se lamentan y son rechazadas por 53, 9a la batalla escatológica en la mentalidad de Qumrán.
Jesús (Le 23,28s)— asumir mediante sus llantos una función activa. Los únicos Ibíd., 107.
724 EL MISTERIO PASCUAL CAMINO DE LA CRUZ 725

sentando al que es entregado como «el hombre que veis», colocado sobre el ría, para lograrlo, la «sola compunción»? Quien piense algo semejante debe
estrado del mundo, y el Ecce Homo como el Ecce Deus: la única imagen ahora tomar en serio la respuesta de Anselmo a la propuesta de Boso: «Nondum con-
válida y vinculante de lo que el pecado del mundo es para el corazón de Dios, siderasti, quanti ponderis sit peccatum» l . «Es absoluta e irremediablemente
visible en «el» hombre. En la imagen de la kénosis total «brilla la gloria de imposible el que exista un hombre así. La injusticia es una abominación ante
Dios en el rostro de Jesucristo» (2 Cor 4,6). Dios. Debe desaparecer simple y absolutamente. Lo exige la supremacía
del derecho de Dios. Para él es insostenible la existencia de la injusticia. La
vida de Dios la coge, la tritura y la aniquila como si de lefia seca en el fuego
6. Crucifixión se tratara» 2 . Quien obra la injusticia no puede como tal apelar a Dios sin con-
tar con que sus pecados han de ser rechazados. Y sólo cuando él como tal es
a) La cruz como juicio. rechazado puede volverse hacia él la gracia de Dios. Ahora bien, el hombre
no es más que uno, así como uno es el Dios que se encoleriza por ser miseri-
La cruz es ante todo el cumplimiento del juicio de Dios sobre el «pecado» cordioso. ¿Cómo ha de desarrollarse este acontecer de dos miembros? ¿Como
recopilado, desenmascarado y sufrido en el Hijo (2 Cor 5,21). El Hijo fue en- en la historiografía deuteronómica, donde se da una incesante sucesión de cas-
viado a la «carne pecadora» para poder «condenar al pecado en su carne tigo y gracia, hasta que por fin el exceso del pecado provoca un rechazo defi-
(xaToucpívEiv)» (Rom 8,3). nitivo que no deja en pie más que la promesa (esperanza) de una salvación
En Juan parecen contradecirse los enunciados judiciales. Por un lado, Jesús final (porque Dios no puede menos de ser fiel a sí mismo: Ez 36,21s)? El
es el único competente en materia de juicio (5,22) y ejercita esa competencia icpáimS, (Heb 9,12) pone punto final al -JTOXV>LIEPW<; %od •jroXutpÓTtox; (Heb
(8,16.26), pues para ello ha venido (9,39). Por otro, no ha venido a juzgar, 1,1) de la antigua alianza al asegurar Dios por su propia cuenta los dos extre-
sino a salvar (3,17; 12,47). Su misma existencia realiza el juicio (3,18), en re- mos de la alianza, el divino y el humano, y al cumplir como Dios-hombre todas
lación evidente con su exaltación en la cruz (12,31). Su abogado, el Espíritu, las exigencias de su justicia, la Sucawxrúvr) t)eoO. No quita la injusticia a me-
urgirá desde la cruz el proceso para probar contra el mundo su inocencia (16, dias y a base de componendas. La coge y la quita por completo. La cólera di-
7ss). En lo que sigue no podremos resolver sino parcialmente el problema de vina consume toda la injusticia del mundo, para que toda la justicia de Dios
la relación entre cruz y juicio. Para resolverlo del todo necesitaríamos tratar sea asequible al pecador. Este es el evangelio de Pablo 3 , evangelio que ve en
a la vez la doctrina de la justificación, que en esta obra se estudia en otro la cruz y resurrección de Jesucristo el cumplimiento del sentido de toda la an-
lugar. Habría que demostrar cómo el Justo es condenado justamente para que tigua alianza. Nadie más que Dios era capaz de llevar a cabo esta depuración.
el injusto y pecador sea absuelto justamente. Aquí no abordaremos temática- El hombre era absolutamente incapaz. El hombre, que ante Dios es íntegra-
mente más que el primer miembro de la frase, que expresa el drama central mente pecador y que dentro de sí no puede distinguir entre un yo empírico
de la revelación. falible y otro yo ideal o trascendental infalible. Sólo es capaz Dios, quien, al
Para entender los enunciados judiciales de Juan lo mejor es recorrer el ca- hacerse hombre en Cristo, viene a ser en la misma persona «objeto y sujeto»
mino que va del AT a Pablo y de Pablo a Juan. En el AT, Dios es juez en del juicio y de la justificación, y se mete en el campo de los hombres para
cuanto celador de su derecho (mispat) establecido en la alianza. Es decir, Dios defender ante ellos la causa de Dios. La iustitia Dei que mediante el juicio de
es juez en cuanto que es fiel a su alianza, y esa fidelidad manifiesta quién es él: Dios nos ha conseguido Cristo en la cruz es una justicia aliena, por ser una
el veraz, el que siempre es coherente consigo mismo, el que debe a su propio justicia de Dios restablecida por él mismo en lo ajeno, que es el mundo peca-
nombre la fidelidad a la dignación que supuso su alianza. Y eso, sobre todo, dor. Pero eso mismo hace que sea propia nuestra, a nosotros asignada, para
cuando el signatario humano falla, se resiste a esa gracia, opone sus injustas nosotros válida y por nosotros asible. Y sólo así viene a ser realmente (por
pretensiones al derecho de Dios y necesita por ello de «corrección» para volver hacernos hijos y familiares de Dios) la iustitia propria Dei en nosotros. Lo mis-
a los términos de la alianza (cf. Agustín y Anselmo: rectitudo). En la antigua mo que nosotros «en él estamos en nosotros» 4 , así él en nosotros está en sí
alianza, el derecho establecido por Dios es el fundamento de toda confianza mismo. Todo esto presupone para Pablo el juicio de la cruz, en el que Dios
y de toda esperanza. Su justicia no es más que otro aspecto, insoslayable, de su como hombre-Cristo toma sobre sí toda la culpa «de Adán» (Rom 5,15-21)
misericordia, fidelidad y paciencia. Para quien conoce de verdad a Dios es una para «ser entregado» (Rom 4,25), como encarnación «corporal» del pecado
tautología decir que «Dios es justo y ama la justicia» (Sal 11,7). Es misericor- y de la enemistad (2 Cor 5,21; Ef 2,14), al juicio divino (Rom 8,3) y para
dioso porque es justo, y viceversa. Cuando el hombre se niega a moverse en el «ser resucitado por Dios para nuestra justificación» (Rom 4,25) como vida de
ámbito de su alianza, no puede responder Dios de otro modo que negándose, Dios muerta y sepultada en el abandono de Dios mismo. Esto no es mística.
a su vez, a admitir que se ataque y contradiga su justicia y dando forma efec- Es el centro del mensaje bíblico. No hay que dulcificar lo que toca a la cruz
tiva a esa su negativa. El quiere y debe «ser el juez» (Sal 50,6). Si por gracia
ha entrado en contacto con los hombres y ha cerrado Con ellos su trato —indi-
soluble por parte de Dios—, su fidelidad y su veracidad le exigen que «se 1
Cur Deus Homo I, 21 (Schmitt, II, 88, línea 18).
encolerice» en vez de comportarse con una indiferencia superior, impropia de 2
K. Barth, KD IV/1 (Zurich 1953) 602, y todo el capítulo titulado «Juicio de
Dios, a la vista de la destrucción de su obra. No puede menos de «hacer que Dios».
3
lo torcido se enderece». No puede menos de tomarse en serio al otro signatario St. Lyonnet, De iustitia Dei in ep. ad Romanos: VD 25 (1947) 23-34, 118-121,
de la alianza y, mediante el juicio, la corrección y el castigo, reconducirle al 129-144, 193-203, 257-263; VD 42 (1964) 121-152. Para la historia de la interpretación:
derecho que el descarriado no puede restablecer por su cuenta. Pues ¿qué hom- A. Schlatter, Gottes Gerechtigkeit (Stuttgart 1935). Panorámica
2
de las interpretaciones:
bre podría restablecer el derecho de Dios que él mismo ha lesionado? ¿Basta- P Stuhlmacher,
4
Gerechtigkeit Gottes bei Paulus (Gotinga 1966).
K. Barth, op. cit., 612.
726 EL MISTERIO PASCUAL CAMINO DE LA CRUZ 727

de Cristo, como si el Crucificado, sin sufrir conmoción alguna en su unión con Lo mismo que para Pablo, en la cruz quedan «desarmados» los que dominan
Dios, se hubiera dedicado a recitar salmos y hubiera muerto en la paz de Dios. el mundo (eso significa «arrojar»: 12,31; cf. Col l,20ss; 2,14; Ef 2,14ss) u ;
Juan 5 , acusado de haber destacado en la pasión la divinidad de Cristo el acontecimiento judicial es «el decisivo cambio de dueño, pero no sin que
hasta rozar el gnosticismo 6 , pinta el carácter judicial de la cruz con más radi- «el dueño de este mundo venga» a lanzar contra Jesús su última embestida.
calidad que Pablo. Contra W. Thüsing ha demostrado J. Blank que para Juan Pero «nada encuentra» en él que le dé pie a hacer valer sus pretensiones de
la vuelta del Hijo al Padre no sucede en dos fases, una primera de «exalta- dominio (Jn 14,30) 12 . Así, la injusticia se estrella con el derecho infinito de
ción» en la cruz (como la serpiente en el desierto: 3,14; cf. 12,32s: la exal- Dios, y el supremo abajamiento de Jesús, previsto de antemano, se convierte en
tación indica el tipo de muerte) y una segunda de «glorificación» en la resu- su exaltación definitiva, en su «entronización como Kyrios cósmico con toda
rrección y ascensión; que «exaltación» y «glorificación» son para Juan algo la pasión». Para Juan, lo mismo que para Pablo, significa todo esto que en
unitario e inseparable y que, por tanto, la cruz (junto con la resurrección) cons- «el umbral de la gloria se halla definitiva e irrevocablemente la cruz», «pues
tituye la glorificación. Juan «no ve el hecho de la muerte en cruz en su pura nadie es exaltado si no es crucificado. Y la gloria de Jesús sólo se comprende
facticidad de hecho histórico aislado». Está muy próximo a Pablo al ver la cruz bien si se comprende que es la gloria del Crucificado», la cual se manifiesta
como el acontecimiento escatológico y objetivo del juicio, la «hora» en que en la resurrección. Significa también —como deduce J. Blank de acuerdo con
Dios se glorifica a sí mismo o glorifica su «nombre» 7 (12,28) (por su justicia K. Barth— que en la cruz «Dios se ha decidido por la salvación del mundo
impregnada de misericordia y amor) en el Hijo, que encarna su juicio, ha- objetivamente y sin depender de ninguna postura humana de fidelidad». «El
ciendo así del Hijo la manifestación real de su gloria. Jn 12,20-36 presenta despojo del dueño de este mundo es la obra cara de la decisión positiva de
la «hora» como «glorificación» y, a la vez, como «juicio»: como juicio objetivo salvar a la humanidad, decisión que en el acontecimiento Cristo es real y enti-
(xpúric) y como «ser juzgado» subjetivo (TapaxVi). La Tapocxif) («ahora está tativa y no sólo 'judicial' o 'forense'». Con ello queda también precisado el
turbada mi alma»: 12,27) significa «que aquel que ha venido para vencer a la sentido de la afirmación de que desde lo alto de la cruz Cristo «traerá a todos
muerte se deja sobrecoger por la conciencia del poder que posee la enemistad hacia sí» 13.
y lo antidivino que se trata de derrotar» 8 . Las expresiones «turbarse» y «tem- b) Palabras desde la cruz.
blar interiormente» (évefipi.y/ria'aTo: 11,33; cf. Mt 9,30; Me 1,43) son muy afi-
nes. Jesús tiene que «aguantar hasta el final» la fuerza de lo antidivino «en el A la luz de la interpretación teológica de Juan y Pablo adquieren su perfil
Espíritu», que no es «una fuerza psicológica», sino la misma realidad en la que, teológico las descripciones de la pasión. Ante todo, las palabras. La primera es
según 4,23, «hay que adorar al Padre». Con la adición de que Jesús «da testi- el grito de abandono, lo único que en Marcos dice Jesús desde la cruz y que
monio» se corrobora, «con más fuerza que con 11,33, que la turbación no es la caprichosa ordenación de una armonía de los evangelios relega a la «cuarta
una pura conmoción afectiva... El sufrimiento en cuanto Tapocxif) viene, en palabra». Desde el punto de vista teológico se trata, como en el caso de la
última instancia, del Padre, y Jesús lo acepta». Es ésta una de las más suges- ta.pa.xi] joánica, de una palabra que «apunta» hacia Jesús y alude a lo que
tivas expresiones de Juan, que dice más de lo que el sentido usual del término en él hay de absolutamente singular, no del comienzo de la recitación de un
contiene, porque designa analógicamente una realidad cristológica originalísima: salmo que concluye con la glorificación del doliente y debe interpretarse en el
está queriendo decir que «de Jesús se adueña un movimiento de ánimo de una contexto del salmo. Como ya indicamos, en el AT y en la historia de la Igle-
sia se dan abandonos más hondos de lo que quisieran admitir en la cruz algu-
intensidad tal que en los demás hombres supone una total confusión» 9 . Es lo
nos que esgrimen en este punto un veto teológico, histórico 1 o exegético. Aquí
mismo que el «cáliz» que Jesús ha de beber (Jn 18,11 par.): no se trata de un
sufrimiento cualquiera, sino del cáliz veterotestamentario y apocalíptico de la 11
ira de Dios, cáliz que ha de beber el pecador (Is 51,17.22; Jr 25,15; Ez 23, Cf. H. Schlier, Machte und Gewdten im Neuen Testament (Friburgo 1958).
12
J. Blank, op. cit., 285; cf. 1 Jn 3,8: «El Hijo de Dios se manifestó para destruir
31ss; Sal 75,9, etc.). Y el «bautismo» con que ha de ser bautizado es el hun- las obras del diablo».
dirse veterotestamentario en las aguas que arrastran hasta el fondo (Is 43,2; 13
Ibid., 289s, 291s.
Sal 42,8; 69,2s, etc.). Y es entonces precisamente cuando se produce la upíme, 1
G. Jouassard, L'abandon du Christ par son Veré durant sa Passion d'aprés la
del mundo en su conjunto (Jn 12,31). Es el acontecimiento judicial totalmente tradition patristique et les Docteurs du XIII' siécle (Lyon 1923); id., L'abandon du
objetivo, donde se desenmascara por completo el pecado del mundo: «en este Christ en Croix chez S. Augustin: RSPhTh 13 (1924) 316-326; id., L'abandon du Christ
juicio hay exposición, prueba y sentencia condenatoria. Pero la crisis, además en Croix dans la tradition grecque: RSPhTh 14 (1925) 633; id., L'abandon de Jésus
de 'juicio' sobre el estado del mundo, es condena, y es juicio final y juicio ani- en Croix dans la tradition: RSR 25 (1924) 310s; 26 (1925) 609s.
quilador. Con él deja realmente de existir 'este mundo'. Al viejo eón le llega El autor muestra cómo desde Orígenes predominan dos interpretaciones: tristeza
su fin. Y todo ello —y esto es francamente decisivo— en Jesucristo mismo» 10 . espiritual de Jesús por los pecadores (sin abandono directo por parte del Padre) y
pasión de la cabeza en sus miembros eclesiales. Según el autor, es la mística renana la
5 primera en establecer una relación entre las experiencias místicas de sentirse abando-
Para lo que sigue, cf. sobre todo W. Thüsing, Die Erhohung und Verherrlicbung nado por Dios y el grito de la cruz. La prueba positiva de esto mismo intenta aportarla
im ]ohannesevangelium (Münster 1960); J. Blank, Krisis, Untersuchungen zur johan- L. Mahieu, L'abandon du Christ sur la Croix: «Mél. Se. Reí.» II (1945) 209-242,
neischen Christologie und Eschatologie (Friburgo 1964). haciendo a Taulero responsable de la «sombría» teología de la cruz desarrollada en los
6
Cf. la interpretación que de Juan hacen Bultmann y Kasemann. siglos siguientes y que, desde Jansenio a Bossuet, parece presentar al Padre junto a la
7
«El own» del Padre denomina al Padre mismo, dado que el Padre es glorificado cruz como el veterotestamentario «Dios de la venganza». Hay que reconocer, es cierto,
cuando es nombrado y reconocido como Padre» (Bultmann, Johannes, 357, nota 6). que Taulero, en su sermón sobre el «invierno» espiritual [Lehmann, I (1923) 62s],
8
W. Thüsing, op. cit., 79s. parte de la experiencia mística del abandono de Dios para explicar el abandono de la
» Ibid., 80s. cruz (como su prototipo), y desde ahí vuelve parenéticamente al comportamiento de
10
J. Blank, op. cit., 282.
728 EL MISTERIO PASCUAL CAMINO DE LA CRUZ 729

es válido el principio que Ireneo estableció contra los gnósticos: Cristo no po- de «entregar el espíritu» (19,30) como de tarea cumplida («consummatum est»:
día exigir a sus discípulos sufrimientos por los que él mismo como Maestro 19,30a). El TcapaTÍGsixa!, de Lucas estaría así a medio camino entre el simple
no hubiera pasado (Adv. Haer., I I I , 18, 5-6). Por eso, los terribles peirasmoi E^éTWEUQ-EV de Me 15,37, el áqnpcsv de Mt 27,50 y el preñado •jtapéStoxev
de quienes en la antigua alianza y en la nueva se sintieron abandonados por TÓ TEVEÜp,a de Juan, donde no hay duda de que, en el acontecimiento, a la
Dios no pueden interpretarse primariamente como pedagógicos o según esque- vez crítico y glorioso, de la cruz, el Espíritu queda «libre» con el último sus-
mas ascensionales neoplatónicos. La interpretación primaria ha de ser cristo- piro de Jesús (cf. Jn 7,39), y por ello el Resucitado puede en seguida infun-
lógica. dírselo a la Iglesia (Jn 20,22) 3 . Precisamente en Lucas, el Espíritu es Espíritu
El resto de las palabras pronunciadas desde la cruz pueden interpretarse, de misión. Y para Juan es la comprobación (también subjetiva) de que la tarea
sin que eso suponga reducir esencialmente su alcance real, como interpretacio- encomendada está cumplida ( t ó Epyov TEXEHIXTOK;: antes, en 17,5), la confir-
nes de la situación efectiva, objetiva y subjetiva de juicio, que habla con harta mación solemne de que el xéXoc, (13,1), el ésjaton, ha llegado de verdad.
claridad en lo que acontece. El «tengo sed» joánico expresa el abandono de
modo distinto, pero no menos acuciante: la fuente del agua viva que salta hasta
la vida eterna, la fuente de la que todos están invitados a beber (4,10.13s; c) Los acontecimientos de la cruz.
7,37ss), ha manado tanto que tiene más sed que nadie. Las palabras parecen Marcos y, sobre todo, Mateo interpretan lo escatológico en un estilo apoca-
ser históricas, pues explican mejor que el grito de Me y Mt que, inmediata- líptico que es recogido secundariamente por Le. El velo del templo se des-
mente, le den de beber con la esponja empapada en vinagre. Reírse del médico garra 4 . Ello indica en Me que la ley y el culto antiguos quedan eliminados,
que ha curado a otros y a sí mismo no puede salvarse (Mt 27,42), que ha mientras que en Mt puede haber además otro sentido de fondo: que el viejo
confiado en Dios y debiera ahora ser salvado por Dios si es Hijo de Dios,
eón queda hecho pedazos. Esta interpretación se basa en que el velo del tem-
si Dios le quiere, etc., es desarrollar exactamente la misma paradoja que el
plo llevaba tejidas figuras de astros y era considerado como una reproducción
«tengo sed». También es verosímil que Jesús confiara su Madre a Juan: eso
explicaría que María viviera luego en casa del discípulo. Pero, además de indi- del cosmos (Filón, Josefo) 5 . Los tres sinópticos refieren también que el cosmos
car que Jesús ama a su Madre y se preocupa por ella, esas palabras tienen un se entenebrece: es el modo de expresar que la interna «hora de tiniebla» tiene
trasfondo teológico: lo mismo que el Padre le ha abandonado a él, él establece valor objetivo y cósmico. Mt incorpora este rasgo a su cuadro apocalíptico,
la comunidad de cruz con su Madre abandonándola: «homo punís pro Deo mucho más amplio, que tiende a hacer coincidir la cruz con el fin del mundo
vero» 2. Las palabras de Lucas, históricas o no, interpretan el carácter miseri- o, más exactamente, con el «día de Yahvé». Según Am 8,9-10, las tinieblas
cordioso del juicio de la cruz. La solicitud de perdón (Le 23,34a) se refiere que se extienden sobre toda la tierra no son primariamente un lamento del
objetivamente a la pasión misma. Las palabras de gracia dirigidas a uno de los cosmos por la muerte de Jesús, sino un duelo del propio Dios: «De este duelo
malhechores interpretan en primera instancia la crisis de la cruz como separa- haré yo el duelo por el hijo único». El eco de estas palabras resuena en Zac
ción de carneros y ovejas, en la línea de Mt 25,31ss. Pero, en el fondo, van 12,10. Tampoco en los demás signos —la tierra se mueve, las rocas saltan hechas
más allá de esta parábola y apuntan hacia la interpretación de Juan: el juicio pedazos, las tumbas se abren—, interviene activamente el cosmos, sino que más
de la cruz es, como tal juicio, de gracia, como indica el mismo Lucas cuando bien contempla pasivamente cómo cuartea sus fundamentos el acontecimiento
narra que, tras la muerte de Jesús, el centurión «da testimonio» y «todo el final. Estos sucesos son «signos escatológicos usuales» 6 ; pero no están simple-
pueblo se da golpes de pecho» (Le 23,48). La sustitución de Sal 22,2 por Sal mente yuxtapuestos, sino encadenados: el terremoto hace que las rocas se quie-
31,6 (Le 23,46a: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu») interpreta tam- bren, ello hace que las tumbas se abran, y así queda al descubierto el sheol
bién el abandono (objetivo-subjetivo) en la línea de Juan, quien habla tanto para entregar su botín en presencia del que acaba de morir en la cruz. La acla-
ración «después de su resurrección» parece estar añadida posteriormente para
armonizar la afirmación de que «muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron
los cristianos que se sienten abandonados por Dios. Pero punto de partida psicológico y, saliendo de los sepulcros, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a
y fundamentación teológica son cosas bien distintas. Resulta, por ello, de una super- muchos», con el principio inconcuso de que Jesús es el primero de los resuci-
ficialidad imperdonable que Carra de Vaux Saint Cyr escriba: «L'abandon ici (en la
cruz) en cause n'a ríen d'une épreuve mystique, c'est la détresse (!) du juste livré aux tados (1 Cor 15,20; Col 1,18). Precisión cronológica en plena escatología al
persécutions de ses ennemis... dont apparemment Dieu ne se souvient plus, puisqu'il ne servicio de la exactitud teológica. Visión grandiosa del verdadero acontecimien-
le protege pas» [L'abandon du Christ en Croix, en Problemes actuéis de Christologie, to escatológico inaugurado por la muerte de Jesús. No se resucita en horizon-
editado por H. Bouessé y J. J. Latour (Brujas 1965) 295-316, espec. 305]. Tanto la tal, hacia el futuro mundano, sino cortando en vertical el tiempo del mundo
poca importancia que se le concedió al tema en la patrística y en la Escolástica como la
parcial exacerbación que sufrió en el gótico y en el barroco (el Padre como Dios de 3
Opiniones exegéticas a este respecto en J. Heer, Der Durchbohrte (Roma 1966)
la venganza y no de la justicia) podrían, en última instancia, equilibrarse con una inter- 212, n. 108-110.
pretación bíblica objetiva y de conjunto, teológica y no «puramente exegética. Cf., ade- 4
G. Lindeskog, The Veil of the Temple, en Mél. Fridrichsen (Lund 1947) 132-137;
más, B. Botte, «Deus meus, Deus meus, ut quid dereliquisti me?»: QLP 11 (1926) 105ss; A. Pelletier, La Tradition synoptique du «Voile déchiré» a la lumiére des réalités archéo-
W. Hasenzahl, Die Gottverlassenheit des Christus nacb dem Kreuzeswort bei Mt und logiques: RSR 46 (1958) 161-180.
Mk und das chrístologiscbe Verstandnis des griechischen Psalters (Gütersloh 1937); 5
A. Pelletier, op. cit., 167s. El tema de la perturbatio naturae como participación
D. H. C. Read, The Cry of Dereliction: ET 68 (1956-57) 260-262; M. Rehm, Eli, Eli, en la muerte del Redentor fue tratado ampliamente en la teología y la iconografía poste-
lamma sabachthani: BZ 2 (1958) 275-278; J. Gnilka, «Mein Gott, mein Gott, warum riores. Así, por ejemplo, con gran retórica, en la homilía pascual del Pseudo-Hipóüto
hast du mich verlassen?» (Mk 15,34, par.): BZ 3 (1959) 294-297; F. W. Bückler, Eli, (Nautin, Homélies paséales I [Sources Chr., 27; París 1950] 103, 182, núm. 56: «¡Oh
Eli, lamma sabachthani?: AJSL 55 (1933) 378-391. crucifixión, que se extiende por todas las cosas!»).
2 6
Bernardo, Serm. dom. infra oct. ase: PL 183, 438 A. E. Lohmeyer, Matthaus, 396, n. 1.
730 EL MISTERIO PASCUAL

hacia la verdadera «Ciudad Santa», la «Jerusalén de arriba» (Gal 4,26; Heb 7. Cruz e Iglesia
12,22). Las apariciones terrenas no son más que una imagen de lo mismo. Así
como los ladrones servían para simbolizar el hecho de que Jesús fue «crucifi- a) El corazón abierto.
cado con» los pecadores, así también esta escena legendaria es un símbolo de
la solidaridad en la resurrección 7 . A pesar de esta repentina penetración en lo Que la cruz es solidaridad es algo que la antigua Iglesia vio siempre en la
apocalíptico, que hace ver algo así como una identidad supratemporal entre forma misma de la cruz: expansión hacia todas las dimensiones del mundo,
la muerte en cruz y el último día, entre el centro del tiempo y su fin, añade brazos abiertos que quieren abrazarlo todo. La cruz es, según la Didajé1, <nv
Mt la confesión del centurión «y de su gente», visión anticipada del futuro ijtEtov ÉTcex-rácrew^. Y una expansión así sólo puede operarla Dios mismo: «En
terreno, en cuanto que los que aquí se convierten son paganos, al igual que la cruz ha extendido Dios sus brazos para abarcar todo el orbe de la tierra»
Jn 12, en contexto de pasión, hace por primera vez aparecer a paganos que (Cirilo de Jerusalén) 2 . «Dios en su pasión extendió sus brazos y abarcó el orbe
desean ver a Jesús. de la tierra para indicar por adelantado que desde Oriente a Occidente habría
Al mismo contexto, a un tiempo apocalíptico y eclesiológico, apunta Jn de congregarse bajo sus alas un pueblo futuro» (Lactancio) 3 . «¡Oh feliz made-
cuando atestigua que fue atravesado el costado de Jesús: la palabra profética ro, en el cual fue extendido Dios!» 4 . Pero Dios sólo puede hacer esto en cuan-
de «verán al que traspasaron» (Zac 12,10) se aduce tanto en el contexto his- to hombre, cuya figura se distingue de la de los animales «en que puede estar
tórico de la pasión (Jn 19,37) —como una imagen que en adelante habrá que de pie y extender los brazos» (Justino) 5 . Así puede alcanzar a los dos pueblos,
contemplar— como en el contexto apocalíptico del Cristo que sobre las nubes representados por los ladrones, y romper el muro divisorio que los separa (Ata-
viene a realizar el juicio final (Ap 1,7). El último y definitivo rasgo de este nasio) 6 . Ya por su misma forma externa, la cruz es inclusiva.
cuadro es la lanzada, la herida del corazón y la efusión de sangre y agua. Sobre Pero la inclusión interna se manifiesta en el corazón abierto, de donde se
ello hemos de volver. Con este rasgo, el Jesús exaltado y traspasado por la derrama lo último de la sustancia de Jesús: sangre y agua, los sacramentos de
lanza constituye —todavía más que el «Ecce Homo» (19,5)— el icono defini- la Iglesia 7 . En una perspectiva bíblica y en una perspectiva humana comple-
tivo para la meditación contemplado personalmente por Juan y presentado so- xiva (filosófica)8, el corazón es el centro verdadero del hombre corpóreo y es-
lemnemente (19,35), el «Ecce Deus», la imagen suprema y el mensaje defini- piritual y, por analogía, el centro del Dios que se abre al hombre (1 Sm 13,14).
tivo del Dios a quien nadie ha visto (1,18). Ahí se cumple también la teología En el AT, el corazón es más bien la sede de la fuerza espiritual y del pensa-
de la serpiente alzada, a la cual había que mirar, según Sab 16,6, para conse- miento, mientras que las entrañas, rajamim, OTrXáyxva, son primariamente la
guir la salvación 8 . Es la misma imagen, el reflejo del Padre, transfigurado y sede de la afectividad. En el NT, en cambio, confluyen ambas cosas en el cora-
vulnerado a la vez, que Tomás habrá de palpar con sus manos (20,26ss), aun zón: que «todo el corazón» ha de ser para Dios significa que el hombre entero
cuando le debiera haber bastado con la visión creyente (mirar, reconocer y creer debe abrirse a Dios (Hch 8,37; Mt 22,37). El corazón endurecido (Me 10,5
son sinónimos para Juan). siguiendo a multitud de paralelos veterotestamentarios) debe renovarse: el cora-
El cuadro es perfecto y presenta la unidad «sin rupturas» entre la cruz zón de piedra debe pasar a ser corazón de carne (Ez 11,19, etc.; cf. 2 Cor 3,3).
y la gloria. Tal es el significado del detallado relato en que Jn explica que La filosofía griega, siguiendo a Homero, vio en el corazón el centro de la vida
a Jesús, en vez de romperle las piernas, lo atravesaron con la lanza (19,31-34). anímico-espiritual (para la Estoa, el corazón es la sede del «hegemonicón»). La
Cierto que tenemos aquí en primer lugar una alusión al auténtico Cordero Pas- teología neotestamentaria va más allá, ya que incluye dos elementos nuevos:
cual, cuyos huesos no debían romperse (Ex 12,46). Y puede que se aluda tam-
bién al Sal 34,20s: el Señor cuida de tal modo de los huesos de los justos 1
«que no será quebrantado ni uno solo». Ocurre además que, según Juan (19, 16,6 (Funk, I, 36 Z 12). Cf. E. Stommel, 2r¡fi¿Cov eTtexxáoeoíe: RQ 50 (1955) lss.
2
Catequesis, 13, 28: PG 33, 805 B.
14), Jesús fue crucificado a la misma hora en que los corderos pascuales eran 3
Div. Instr. IV, 26, 36: CSEL 19, 383.
sacrificados en el templo 9 . Por la misma razón, Jesús no podía ser lapidado 10. 4
Oracula Sibyllina VI, 26-28: GCS 132.
En cambio, la legislación rabínica exige: «Al cordero degollado abrásele el co- 5
Apología I, 55 (Otto, I, 150s).
razón y déjese correr la sangre» n . 6
De Incarn., 25: PG 25, 139 AC.
7
De la mucha bibliografía (cf. J. Heer, Der Durchbohrte, 277s), citemos sólo una
pequeña parte: para la interpretación de Jn 7,38, los tres trabajos de P. Grelot,
M.-E. Boismard y J.-P. Audet, De son ventre couleront des fleuves d'eau: Jn 7,38:
7 RB 66 (1959) 369-386 (bibliografía); J. E. Ménard, L'interprétation patristique de
Para todo ello: H. Zeller, «Corpora Sanctorum». Eine Studie zu Mt 27,52-53: ]ean 7,38: «Rev. Univ. Ottawa» 25 (1955) 5-25; M. Zerwick, Flumina de ventre eius
ZKTh 71 (1949) 385-465. fluent aquae vivae: VD 21 (1941) 327-337; C. Stein, Stróme lebendigen Wassers: «Bib.
8
G. Ziener, Weisheitsbucb und Johannesevangelium: «Bíblica» 38 (1957) 396418; u. Lit.» 24 (1957) 201-202; A. M. Dubarle, Les fleuves d'eau vive: «Vivre et Penser» 3
39 (1958) 37-60; F. M. Braun, ]ean le Théologien I I I / l (4>arís 1966) 173s. (1921) 238-241; J. Heer, op. cit., 57ss. Sobre el texto en relación con la apertura del
' Cf. E. Schweizer, Erniedrigung und Erhóbung, 58; J. Heer, Der Durchbohrte corazón, cf. sobre todo los abundantes trabajos de H. Rahner, Flumina de ventre Christi:
(Roma 1966) 140-142. «Bíblica» 22 (1941) 269-302, 367-403; Fons Vitae (Innsbruck 1930); Stróme fliessen
10
Las teorías rabínicas sobre la mayor integridad posible, incluso de quienes habían aus seinem Leib: ZAM 18 (1943) 141-149; sobre Juan recostado en el pecho de Jesús,
de ser lapidados, para que puedan tomar parte en la resurrección de los muertos, son De dominici pectoris fonte potavit: ZKTh 55 (1931) 103-108.
8
analizadas por E. Lohse, Martyrer und Gottesknecbt (Gotinga 1955) 43s. Sobre la filosofía del corazón: A. Maxsein, Philosophia Cordis (Salzburgo 1966);
11 D. von Hildebrand, Über das Herz (Ratisbona 1967); G. Siewerth, Der Mensch und
N. Füglister, Die Heilsbedeutung des Pascha (Munich 1963) 63. Además, los
corderos eran asados en una estaca de madera con un leño atravesado (que adquiría sein Leib (Einsiedeln 21963). Sobre la teología bíblica: N. Adler, Herz: LThK V (1960)
así la forma de cruz) (ibíd.). 285 (bibliografía).
732 EL MISTERIO PASCUAL CAMINO DE LA CRUZ 733
un elemento encarnatorio (el alma se encarna plenamente en el corazón; el en la muerte nace la nueva Eva) 14 . Con esta primera línea se cruza la de que
cuerpo es en el corazón la esfera expresiva del alma) y un elemento personal en el «resto santo» se supera y culmina el antiguo pueblo, de tal modo que en
(sólo el hombre cristiano, corporal y espiritual, es llamado por Dios en cuanto
esta transmutación creadora y graciosa a partir de la antigua alianza ha de pre-
persona absolutamente irrepetible y orienta hacia Dios, con todo su corazón,
suponerse una especie de pre-Iglesia (representada por María, Juan y las mujeres
lo que tiene de irrepetible).
fieles). Nada impide admitir que también la fe precristiana vivía de la gracia
Las palabras acerca de la lanzada y de la sangre y el agua han de leerse de la cruz (Heb 11,26; 1 Pe 1,11; Jn 8,56, etc.), al igual que María en espe-
en continuidad con el simbolismo joáníco del agua, el espíritu y la sangre.
cial debe ser considerada como pre-redimida (por el sacrificio de Cristo). Con-
A este orden de símbolos pertenece también la sed: el agua terrena vuelve a
fluye además aquí y culmina la teología de la alianza, en cuanto contrato bila-
dar sed; en cambio, el agua de Jesús sacia la sed para siempre (4,13s);^ «quien
tenga sed, que venga a mí; quien cree en mí, que beba» (7,37s), y así la sed teral entre Dios y el hombre, con el cumplimiento de la promesa unilateral que
del creyente se apaga para siempre (6,35). Conexa con ello va la insuperable subyace y precede a ese concepto de alianza: al ser Dios en el cielo y Dios en
promesa de que su agua hará brotar en el que la beba una fuente que salte la tierra la unidad de la alianza («Dios no hay más que uno, ¿Le,»: Gal 3,20),
hasta la vida eterna (4,14): «De su xoikla. manarán ríos de agua viva» (7,38). todos los hombres se ven en la unidad de Cristo incluidos en dicha alianza
Ya vimos cómo Jesús, el sediento absoluto, se hace fuente eterna. El texto («todos vosotros sois uno, zlc,, en Cristo Jesús»: Gal 3,28), ya que Cristo es
puede enlazarse, siguiendo a Audet, con la analogía que siempre existió entre nombre, y hombre en favor de todos los hombres. Y de esta segunda confluen-
agua y palabra-espíritu 9 (las palabras de Jesús son «espíritu y vida»). O quizá cia resulta una tercera: el contrato unilateral y bilateral entre Dios y el pueblo
sea más acertado seguir a Phythiam-Adams 10 y enlazarlo con la fuente del tem- en la antigua alianza fue siempre comparado con un vínculo matrimonial, ha-
plo nuevo de Ezequiel (Ez 47; cf. Zac 13,1), con el que Jesús comparó su ciendo referencia a lo santo de su institución y a la fidelidad en el amor. Aho-
cuerpo (2,21). No cabe duda alguna de que Juan ve en la efusión de la sangre ra bien, puesto que la Palabra se hizo carne y demostró humanamente la fide-
y el agua la institución de los sacramentos de la eucaristía y el bautismo. Esto lidad del amor hasta sus últimas consecuencias, quedó encarnada la imagen
se desprende con claridad del conjunto de su simbolismo (c£. Cana: 2,lss, la de matrimonio y se vio cumplida la teología del Cantar de los Cantares. Y todo
unidad de agua y espíritu; 3,5, agua, espíritu y sangre; 1 j n 5,6, con alusión ello con la bilateralidad exigida necesariamente por la segunda convergencia
expresa a «Jesucristo: él es quien vino por el agua y por la sangre) u . Abrir antes indicada, de suerte que la Iglesia ha de ser a la vez el cuerpo de Jesu-
el corazón es entregar lo más íntimo y personal para uso público. Todos pue- cristo (por la eucaristía: 1 Cor 10,16; participando de la carne y la sangre en-
den penetrar en ese ámbito abierto y vacío. Había que aducir además la prueba tregadas en la muerte: 1 Cor 11,26) y, en cuanto tal cuerpo, su esposa virginal
oficial de que la separación de carne y sangre (como presupuesto de la forma (2 Cor 11,2). La posibilidad de esta simultaneidad está corroborada por el relato
eucarística de manjar) había sido total 12 . El (nuevo) templo y la nueva fuente del paraíso sobre la creación de la mujer a partir del varón (Ef 5,30-33; en
están hablando de comunidad: el cuerpo entregado es el lugar donde se funda una reciprocidad indisoluble: 1 Cor 11,7-12, en cuanto que también Cristo, de
la nueva alianza, donde se consagra la nueva comunidad: ámbito, altar, sacri- quien la Iglesia brota, «nació de una mujer»: Gal 4,4). Esto implica que hay
ficio, banquete, comunidad y espíritu de la comunidad. Todo ello a la vez. que afirmar a la vez la absoluta soberanía del Dios, que sólo en Jesucristo
establece con la humanidad su alianza nueva y eterna, y la intervención efecti-
va del «sí» de la humanidad representada en la cruz, «sí» que María a la hora
b) Iglesia nacida de la cruz. de la encarnación (y a todos los efectos) hubo de pronunciar «loco totius hu-
manae naturae» 15 , y concretamente en cuanto núcleo de la nueva Iglesia 16 .
Que la Iglesia tiene su origen en la cruz 13 es un teologúmeno tan complejo Al ser el sufrimiento vicario de Cristo no exclusivo, sino inclusivo 17, el gesto
que aquí no podremos esbozarlo siquiera. La primera línea que confluye en con el que asume a alguien no puede ser sino un gesto que convierte al asu-
este teologúmeno es que el pueblo de la alianza experimenta una total recrea- mido en sufriente. Partiendo de aquí, queda definitivamente en claro que las
ción a partir del único representante total de esa alianza en la tierra (en esta aproximaciones al abandono de Dios apuntadas a partir de la antigua alianza
línea va una imagen cara a los Padres: del costado del nuevo Adán adormecido y la nueva no son de índole «psicológica» o «ética». Si son auténticas, no pue-
den entenderse más que cristológicamente. Es más, como tales hay que postu-
9 larlas. Esto de convertir al asumido en sufriente es en Juan especialmente claro
RB 66 (1959) 382-386. Los targumes equiparan las cisternas móviles del desierto
al agua de la roca de Ex 17,1-7: P. Grelot, op. cit., 369-374. cuando Jesús deja morir al «amado» (11,3) y no envía ninguna noticia a las atri-
10
The People and the Presence. A study of the Atonement (Oxford 1942). Discusión buladas hermanas, sino que las abandona en una oscura noche de aparente
(es una pena que no tenga en cuenta a Phytiam-Adams) en P. Grelot, Jean 7,38: Eau olvido. Es más, él mismo se ve desbordado por esta noche que él mismo ha
du rocher ou source du Temple?: RB 70 (1963) 43-51. Según él, confluyen ambas tra- provocado (ll,33ss), anticipando y repartiendo así eucarísticamente el momento
diciones en Juan. en que se verá abandonado por Dios. Esta com-passio es también parte esen-
" O. Cullmann, Der johanneische Gebrauch doppeldeuHger Ausdrücke ais Schlüssel
zum Verstandnis des 4. Evangeliums: ThZ 4 (1948) 360-374; id., Les sacrements dans
l'Évangile johannique (París 1951). 14
Agustín, In Jo tr., 9, 10: PL 35, 1463-1464; De Gen. ad litt., 9, c. 19: PL 34,
12
P.-Th. Dehau, Le contemplatif et la Croix (París 21956) 32, 68. 408; Ambrosio, In Luc, 4, 66: PL 15, 1632 BC, passim.
a
S. Tromp, De Nativitate Ecclesiae ex Corde Jesu in Cruce: Gt 13 (1932) 489-527; 15
Tomás, S. Th. III, q. 30, a. le.
H. Rahner, Die Kirche aus dem Herzen Jesu: «Korr. bl. d. Innsbr. Priestergebetsve- 16
Precisar esto pertenece a la mariología. Cf. del autor: Sponsa Verbi (Ed. Cristian-
reinigung» 69 (1935) 98-103; S. Tromp, Corpus Christi quod est Ecclesia I (Roma 1946) dad; Madrid 1964) 174-237; A. Müller, Ecclesia-Maria (Friburgo 1951).
26ss; II, De Christo Capite (Roma 1960) 193ss; III, De Spiritu Christi Anima (Roma 17
Quien con más claridad ha mostrado esto es P. Althaus, Das Kreuz Christi,
1960) 62ss; id., Kommentar zu «Mystici Corporis» (Heidelberg 31958). loe. cit.
734 EL MISTERIO PASCUAL CAMINO DE LA CRUZ 735

cial del legado que deja a su Iglesia y permite a ésta superar el hiato del día (2 Cor 4,10s). Aun sentido como propio, el sufrimiento del cristiano no es pro-
en que «Dios está muerto». piedad suya. Es puro préstamo que el cristiano, con su sí (eclesial y esponsal),
Las implicaciones bíblico-teológicas están aquí entrelazadas con gran rigor debe depositar en manos de su verdadero dueño 21. La aprioridad y objetividad
y densidad, de suerte que sólo un análisis totalmente consecuente de la síntesis de ese ser concrucificados en la fe viene corroborada por la dialéctica propia
alcanzada a partir de las «promesas» permite tenerlas en cuenta todas a la vez. del bautismo (Rom 6,3-11) y de la eucaristía (1 Cor 11,26), previa a todo sufri-
La síntesis no es alcanzable ni dominable en lógica mundana. Sólo se desen- miento subjetivo y que ha de regir toda la subjetividad del cristiano. Que al
traña en el horizonte último de la fe trinitaria. Pero su infraestructura es tan cristiano le está reservado un espacio objetivo en la cruz lo dice Pablo con
amplia y tan rica que en la panorámica creyente no puede dejarse de lado una expresión paradójica: «Completo (ávT-avaicX.Tipóío) n en mi carne lo que
ninguno de los elementos que están en juego. falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24) B .
La Iglesia, nacida del extremado amor de Dios por el mundo, es esencial- Se puede indicar aquí que no cuadraría con la solidaridad auténticamente hu-
mente amor. Y a la vez, debe hacer realidad lo que ya es: su esencia es su mana de Jesús querer realizar su obra salvadora excluyendo a los demás. O más
único mandamiento (Jn 15,12). Es significativo a este respecto que el amor de exactamente: que sería inhumano no introducir en la exclusividad (que le corres-
los discípulos a Jesús (diez veces en Juan) se denomine cpi,A,£Ív, la palabra pre- ponde como Hijo único de Dios) un factor de inclusión. Así, pues, en la cris-
ferente para indicar el amor humano, mientras que el amor de los discípulos, tología debe darse a priori algo así como una asunción de la teología vetero-
de los cristianos entre sí, se denomina sin excepción diya.'Kav, la palabra pre- testamentaria del sufrimiento expiatorio y del martirio. En este mismo sentido
ferente para indicar el amor divino 18 . Lo que une a los discípulos con Cristo habría que interpretar el texto que otorga a los discípulos la facultad de beber
es la «amistad» establecida por él mismo, cuya prueba es que él «entrega su su cáliz y de recibir el bautismo de Jesús (Me 10,38s). Sin embargo, es prefe-
vida por sus amigos» (Jn 15,13.15). Pero lo que a ellos les une entre sí es el rible comenzar por disolver realmente esta «asunción» en lo propio del miste-
ser todos hermanos bajo el mismo Maestro (Mt 23,8), todos miembros de la rio de Cristo para presentar la participación en la cruz como la gracia más libre
misma Cabeza superior. La ley del amor de la Cabeza les hace cuidarse los de la nueva alianza.
unos de los otros (Rom 12; 1 Cor 13; Ef 4,llss; 5,1; Col 3,13). Los cristianos llevan con Cristo sus sufrimientos de muerte. Pero no todos
en el mismo grado. La promesa de que Pedro será también crucificado (Jn 21,
c) Iglesia crucificada con Cristo 19), la gracia otorgada a María y a Juan de estar al pie de la cruz y los sufri-
mientos de Pablo poseen un rango propio frente a la comunidad y a la Igle-
La Iglesia en su conjunto es (por la eucaristía) cuerpo de Cristo. Tiene, sia 24 . María y las mujeres al pie de la cruz representan lo «esponsal» de la
por consiguiente, que ser crucificada juntamente con su Cabeza, sin que ello nueva alianza. Pedro y Pablo representan normativamente el kerigma apostó-
haga referencia primaria al sufrimiento subjetivo de los cristianos: lo exige el lico «cual es en verdad: como palabra de Dios y no de hombres» (1 Tes 2,13).
hecho desnudo de su existencia y la lógica de la fe misma. El contenido de Predican con toda la existencia, como corresponde al Verbum Caro neotesta-
esa fe es que el pecador en cuanto pecador está colgado de la cruz de Cristo, mentario.
realmente y no a modo de imagen difusa; que Cristo «sufre mi muerte de
pecado» y que yo, más allá de mí mismo, adquiero en esa muerte la vida del 8 Cruz y Trinidad
amor de Dios. Pablo expresa con la mayor precisión la situación del conjunto
de la Iglesia cuando afirma en Gal 2,19-20: «Vivo yo, pero ya no yo (ya no El escándalo de la cruz sólo es soportable para el creyente como acción del
como un yo que está en sí mismo), sino que es Cristo quien vive en mí»; lo Dios trino. Pero en esa perspectiva constituye lo único de que el cristiano pue-
cual quiere decir: «Con Cristo estoy crucificado...; mi vida de ahora en la carne de gloriarse (Gal 6,14). La acción proviene originariamente de Dios Padre:
es un vivir de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí. «Todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por (8u£) Cristo y nos
Yo no anulo el don de Dios». Esta es la expresión de la estructura esencial de confió (a los apóstoles) el ministerio de la reconciliación. Porque era Dios
la existencia eclesial 19 . Hacerse cristiano significa subir a la cruz 20 . Cuando quien, en Cristo, reconciliaba consigo al mundo» (2 Cor 5,18s). Y la señal de
esta ley (como «forma Christi»: Gal 4,19) comienza a actuar en el cristiano, que esa obra de reconciliación tuvo éxito es el Espíritu, que hace que los re-
lo primero que sigue ineludiblemente es que «no soy yo quien sufre, sino que conciliados, «en quienes no hay ya nada que merezca condenación», «tengan
es Cristo quien en mí sufre», pues de mí se ha hecho él un instrumento para vida y paz» (Rom 8,1.6). Es «el Espíritu de Cristo», «Cristo en nosotros»
su redención. Nuestro sufrimiento no es nuestro sufrimiento, sino que «lleva-
mos en nuestro cuerpo el morir de Jesús», para que no sea nuestra vida la que 21
Así escribe acertadamente P. Th. Dehau, op. cit., 33-37. Cf. A. Feuillet, Mort
se manifieste, «sino que la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal» du Christ et mort du chrétien d'aprés les ¿pitres de S. Paul: RB (1959) 481-513.
22
G. Delling, 'Avravaot^QÓco: ThW VI, 305.
* 23
J. Kremer, Was an den Leiden Christi noch mangelt (Bonn 1956) 164ss:
18
Cf. J. Heer, Der Durchbohrte, 49, n. 149; la distinción de los términos la jus- úateQr|i(«xTa: no tanto lo que «falta» cuanto lo que se ha dejado pendiente en espera
tifica C. Spicq, Ágape III (París 1959) 219s. de un complemento y se decide y completa mediante la respuesta de los apóstoles
19
«Ecclesia... fidei sui soliditate in cruce Christi suspensa... firma et stabili per- (avxí se acentúa) y de la Iglesia. La interpretación de E. Lohse, según el cual la pasión
severantia in arboris suae natura, i. e. in crucis ligno perdurat» (Gregorio de Elvira, de Cristo no hace sino inaugurar los «dolores mesiánicos» escatológicos, dolores que
tr. 11: PL suppl. I, 426427). la Iglesia ha de seguir sintiendo, resulta un tanto forzada en el contexto preciso de
20
«...ut susceptus a Christo Christumque suscipiens non idem sit post lavacrum Colosenses (Martyrer und Gottesknecht, 202).
24
quod ante baptismum fuit, sed corpus regenerati fiat caro crucifixi» (León Magno, Así escribe acertadamente E. Güttgemanns, Der leidende Apostel und sein Herr
Sermo, 63, 62, c. 6: PL 54, 357). (Gotinga 1966) 323-328.
736 EL MISTERIO PASCUAL CAMINO DE LA CRUZ 737

(ibid., 9-10). En esta visión se desvela (BlÁ) la cruz de Cristo como medio de capaz «no sólo de morir por el pueblo» (esto podría hacerlo también el mártir
reconciliación entre el Padre y nosotros, hijos suyos por el Espíritu, que en desinteresado), sino incluso de «reunir así a los hijos dispersos» y fundar la
nosotros vive (ibíd., 15). Pero esta interpretación de la cruz, la única que cabe, auténtica Iglesia de Dios (Jn 11,52)? ¿Existe acaso algo que se parezca al «se-
presupone que fue atravesado todo el abismo del no humano contra el amor gundo Adán», en quien «todos adquieren la vida» (1 Cor 15,22)? ¿Existe algo
de Dios. Dicho de otro modo: que Dios es solidario con nosotros no sólo en que se parezca al «único que subió al cielo, el Hijo del hombre que bajó del
lo que es síntoma o castigo del pecado, sino también en la experiencia com- cielo» (Jn 3,13)? ¿Existe acaso alguna proporción entre la esterilidad de todos
partida, en el peirasmos del propio rechazo, aunque sin «cometerlo» personal- los sacrificios antiguos y la eficacia absoluta del sacrificio de Cristo, absoluta-
mente (Heb 4,15). mente único e irrepetible (Heb 7-9)? No existe más que un punto en el que
Así, caen por tierra todas las teorías que, prescindiendo de la redención tal convergen todos los sacrificios y liturgias veterotestamentarias (y si se quiere
como se ha dado, especulan sobre otros «posibles» modos de reconciliación del paganas), todas las leyes e instituciones religiosas, todas las profecías y símbo-
mundo, como si hubiera bastado un puro «decreto» de Dios, o la simple encar- los, todos los oficios sacros y profanos. Sin ese punto de convergencia, todos
nación, o «una sola gota de sangre» de Cristo. Contra tales especulaciones en ellos resultan heterogéneos e inconciliables entre sí. Y ese único punto de con-
el vacío hay que recordar que Dios, siempre y absolutamente libre y soberano, vergencia es el único Gólgota, que los colma a todos, los supera, los deroga
es personalmente el fundamento y la razón absoluta de su acción y que es ne- y los sustituye por lo único que hace Dios. Dios como hombre, es cierto, y sólo
cio pasar por alto su modo real de actuar y ponerse a adivinar cómo hubiera como hombre; de tal modo que aquí el hombre desempeña un papel que fuera
podido actuar de otro modo. Y hay que decir además, positivamente, que ha- de aquí nunca ha desempeñado ni puede desempeñar. Pero no Dios de con-
cerse solidario con los perdidos es más que morir por ellos representándolos suno con un hombre cualquiera, sino Dios, el único y absoluto, en este hom-
de forma puramente extrínseca; es más que proclamar la palabra de Dios de bre absolutamente único, que es el único por ser Dios. Y no por otra razón
modo que esa proclamación lleve accidentalmente, por la oposición que suscita puede hacerse más hondamente solidario de los hombres de lo que ningún otro
entre los pecadores, a una muerte violenta; es más que tomar sobre sí un des- hombre es capaz —en la muerte, cuando todos los demás están absolutamente
tino mortal ineludible y común; es más incluso que cargar conscientemente con solos— y hacer a sus hermanos los hombres partícipes de su cruz, única e irre-
la muerte, constitutivo inmanente de toda vida pecadora desde Adán, y hacer petible.
de ella un acto personal de obediencia y de entrega a Dios, quizá con una pu- Si esto es así, en ese acontecimiento debe quedar patente no sólo que el
reza y una libertad inasequibles para cualquier hombre pecador y que por ello hombre pecador se hunde en la irrealidad y la oscuridad de la muerte, sino
establecen un «nuevo existencial» de la realidad mundana'. Todo ello es válido. simplemente que Dios odia el pecado. «Dios no puede amar el mal; sólo puede
Pero hay más. Se trata de que el Hijo único del Padre, cuya divinidad y hu- odiarlo. Por su naturaleza, el mal se opone totalmente a la esencia de Dios, es
manidad son más que un «caso límite» de antropología trascendental, está lo contrario del amor santo de Dios. No hay amor verdadero sin enojo. El
capacitado en exclusiva para cargar de un modo absolutamente intransferible, y enojo es la otra cara de la moneda del amor. Dios no podría amar de verdad
de hecho carga, con toda la culpa del mundo. ¿Quién, fuera de él, tendría «el lo bueno si no odiase y rechazase lo malo... Por eso no perdona el pecado sin
poder de entregar su vida y el poder de recuperarla» (Jn 10,18)? ¿Quién sería expiación. Una pura amnistía sería ignorar el mal, ignorancia que toma el pe-
cado a la ligera o incluso le reconoce el derecho a la existencia» 2 . Escuchemos
1 las palabras de Jesús contra quien induce a alguien a pecar: sería mejor que se
A estos elementos parece reducir K. Rahner la solidaridad de Cristo con nosotros le amarrara una rueda de molino al cuello y se le echase al fondo del mar
en su Theologie des Todes (Friburgo 1958), tras una crítica, sin duda justa, de todo (Mt 18,6). Es éste un eco perfecto de lo que es la cólera de Dios en cuanto
«extrinsecismo» en la teoría de la redención. Surge con ello, cuando menos, la sospecha reverso del amor (a «uno de estos pequeños»). A esta cólera debe exponerse
o el temor de que «la oscuridad de aquella noche de la cruz, en la cual la vida eterna
bajó hasta lo más bajo del mundo al morir» (51), se equipare sin más al «vacío, al el Hijo en la pasión. El Hijo debe poner fin escatológico a esta cólera terrible,
callejón sin salida, al desvanecimiento, a lo desencializado» del fenómeno general de de consistencia divina, que crepita a lo largo de todo el AT y que finalmente
morir (tras el pecado). Esta sospecha se refuerza cuando Rahner dice en otro lugar abrasa a la Jerusalén infiel en el propio fuego de la gloria (Ez 10,2).
que en la soteriología no hay que atender tanto a los «amargos sufrimientos» de Cristo Habría que hablar una vez más de Lutero, quien, pasando por alto todas
cuanto al modo como él realiza el acto de morir (Escritos de teología IV). «Es precisa- las indulgentes mediaciones escolásticas, se vio sumergido de lleno en el fuego
mente su opacidad lo que hace que la muerte de Cristo sea expresión y encarnación de de la absoluta cólera y del amor absoluto para sacar de ahí su teología del
su obediencia amorosa, de la entrega libre de todo su ser creado a Dios» (57). En la Dios oculto sub contrario en la cruz 3 . Anteriormente hemos apuntado (II, 2)
base de esta idea está, sin duda, una interpretación minimalista de textos como Rom
8,3; 2 Cor 5,21; Gal 3,13, etc., donde toda la ái\wQx'ui del mundo se carga sobre el 2
único, quien, por consiguiente, vive una experiencia inédita de sufrimiento y de muerte. E. Riggenbach, Das Geheimnis des Kreuzes Christi (Stuttgart-Basilea 31927) 16s.
Por tanto, carece de suficiente fundamento bíblico y teológico la interpretación (pura- «La negatividad de Dios contra lo negativo no es otra cosa que amor. Lo malo de la
mente filosófica) del descenso a los infiernos como «fundación» de un nuevo existencial criatura lo rechaza él nada más que porque lo malo refrena su unión con él, fuente de
en la raíz del ser cósmico. Esto lo pone bien en claro Ladislaus Boros, Mysterium la vida» (F. von Baader, Werke, 13, 62).
3
Mortis (Olten 31964), al discutir las ideas de Rahner. Boros desarrolla ideas interesantes Kattenbusch, Deus absconditus bei Luther, en Hotn. J. Kaftan (Tubinga 1920)
y atinadas desde el punto de vista filosófico sobre la muerte como situación decisiva 170-214; J. Blank, Der verborgene Gott bei Luther (Berlín 1928); E. Seeberg, Luthers
y decisoria, pero está ayuno del sentido de lo escatológico, tanto de la cruz comodel Theologie, I: Die Gottesanschauung (Stuttgart 1929); O. Michel, Luthers Deus abscon-
descenso a los infiernos. El descenso a los infiernos es para todo el mundo una «prima- ditus und der Gottesgedanke des Paulus: «Th. Stud. Krit.» 163 (1931) 181-194; W. von
vera cósmica» (159), y nosotros somos «arrastrados hacia Dios por una inmensa marea Loewenich, Luthers theologia crucis (Munich 41954); H. Bandt, Luthers Lehre vom
del todo» (160). Estos términos cuadran quizá a Teilhard de Chardin, pero no a la verborgenen Gott (Berlín 1958); G. Ebeling, Luther. Einführung in sein Denken (Tu-
Palabra de Dios. binga 1964) 259ss.
47
738 EL MISTERIO PASCUAL ENTRE LOS MUERTOS 739

los límites de una estaurología que plantea la «paradoja absoluta» de un modo Lo primero que aquí hemos de considerar es que Jesús está muerto de ver-
absolutamente estático. Pero, si Lutero se aproxima a ese extremo por razones dad 1 y que, por ser hombre de verdad, como todo hijo de Adán, no utiliza el
polémicas, ello no representa en el conjunto de su teología de la cruz más que breve tiempo en que está muerto para llevar a cabo en el más allá todo tipo
un elemento particular que se integra en la dinámica total de su idea de la de «actividades» (como suele leerse en ciertos libros de teología). Si en la tie-
justificación. Más decisivo es otro punto: la interpretación del pro me paulino rra era solidario de los vivos, ahora, en la tumba, es solidario de los muertos.
(Gal 2,20) en un sentido que, al menos tendencialmente, es antropocéntrico Y a esta «solidaridad» hay que darle un alcance y una ambigüedad que pare-
(«¿cómo consigo yo un Dios de gracia?») y que ha tenido una influencia deci- cen excluir una comunicación subjetiva. Cada uno yace en su tumba. Y de este
siva y fatal en la teología protestante hasta nuestros días. Para conservar sin estado, propio del cuerpo separado, se hace Jesús solidario.
paliativos toda la seriedad existencial del pro me es preciso que a la apertura Por ello prescindiremos provisionalmente de una palabra tan gastada como
ahí manifiesta del amor trinitario por el pecador responda el pecador con un «descender», palabra que introdujo la Iglesia primitiva como interpretación
pro te sin reservas que comprenda que en el pro me de la entrega de Cristo quizá inevitable y que más tarde (oficialmente a partir de finales del siglo iv)
está él asumido y entregado desde siempre por ese amor y que su fe no es se insertó en el símbolo de los apóstoles. Tanto los defensores como los opo-
una «obra» propia, sino la ratificación de lo que Dios ha hecho ya; que su fe nentes teológicos de un «descensus ad infer(n)a, ad infer(n)os» atribuyen a este
es entregarse al amor trinitario 4 . La tendencia antropocéntrica no podrá nunca término, involuntaria y acríticamente, el significado de una acción que en el
poner de manifiesto el trasfondo trinitario de la cruz, pues lo que, en última fondo no puede realizar un muerto, sino sólo un vivo. En los símbolos no apa-
instancia, pretende es interpretar la «existencia» individual, con una especie de rece en un principio más que la afirmación de que «estuvo sepultado tres
trascendentalismo teológico, mientras que la tendencia opuesta quiere interpre- días» 2 y de que resucitó ¿x T&V vexpwv 3 , a mortuis *, vivus a mortuis5, lo
tar todo lo cristológico y soteriológico abriéndolo a lo trinitario. Pero sólo así cual indica que estuvo (en solidaridad) con los muertos. Preparada teológica-
responde el creyente a las grandes interpretaciones que de la cruz hacen Pablo mente durante mucho tiempo y empleada por los semiarrianos (Sirmio, 359) 6 ,
y Juan: la cruz del Hijo es revelación del amor del Padre (Rom 8,32; Jn 3,16), la adición «descendit ad inferna» aparece por vez primera en la explicación del
y la efusión sangrienta de ese amor se realiza internamente al derramar su Es- símbolo de Aquileya por Rufino, con el comentario: «Sciendum sane est quod
píritu común en los corazones de los hombres (Rom 5,5). in Ecclesiae Romanae symbolo non habetur additum: descendit ad inferna. Sed
ñeque in Orientis ecclesiis habetur hic sermo» 7. Desde los tiempos de Rufino,
la frase aparece en diversos lugares; desde la Galia penetra, en el siglo ix, en
el credo de la Iglesia romana. Papas y concilios la habían utilizado ya desde
mucho antes 6 .
Para aclarar hasta qué punto la expresión «descendit ad inferna» es una in-
SECCIÓN CUARTA terpretación válida de los enunciados bíblicos hemos de indagar en los funda-
mentos escriturísticos. Para comenzar podemos decir que la palabra %aT<x@<xí-
ENTRE LOS MUERTOS veiv está aquí formada en simetría con la palabra áva(Jaív£iV, que indica la
ascensión o, más en general, la vuelta al Padre. En ninguno de los dos casos
(Sábado Santo) indica el uso de la palabra una relación necesaria con una «imagen del mundo
mítica en tres estratos» (que habría que eliminar totalmente del credo de la
Iglesia). Lo que denota es la idea que del mundo tiene el hombre natural, para
1. Prenotandos metodológicos quien la luz y el cielo están «arriba» y la oscuridad y el mundo de los muer-
tos «abajo». Y lo que el credo de la Iglesia quiere enunciar no es una «ima-
Los evangelios narran prolijamente la pasión de Jesús, su muerte y su se- gen científica del mundo» (que siempre es producto artificial del trabajo hu-
pultura. Pero, como es natural, guardan silencio sobre el tiempo que media
entre la sepultura y la resurrección. Es algo que les tenemos que agradecer. De 1
Con razón concede Atanasio el máximo interés a la sepultura oficial de Jesús.
la muerte es propio este silencio. Y no sólo por cuanto se refiere a la tristeza Ello acredita definitivamente que Jesús murió: De Inc. Verbi, 25 y 26: PG 25, 136, 141.
de los que sobreviven, sino mucho más por lo que toca a la conciencia, la per- Me 15,45 habla del uxoria (cadáver). Que Jesús fue sepultado pertenece a las fórmulas
manencia y el estado de los muertos. Cuando atribuimos a los muertos formas de confesión más antiguas: 1 Cor 15,3-4 (J. Kremer, Das alteste Zeugnis von der
de actividad nuevas, peto que en el fondo son prolongación de las formas terre- Auferstehung Christi [Stuttgart 1966] 36s). Las fuentes (sometidas a un proceso con-
nas, no hacemos otra cosa que expresar nuestra perplejidad. Lo hacemos tam- tinuo de reelaboración) no dejan en claro quién fue en ultimo término quien sepultó
bién por reacción contra una convicción más acertada, que nos dice que la a Jesús. Cf. Hch 13,29.
2
muerte, lejos de ser algo parcial, afecta al hombre erltero —aunque no por ello Breve símbolo bautismal armenio: DS 6.
3
pensemos que el sujeto se destruye por completo— y que este estado implica Marcelo de Ancira: DS 11.
4
primariamente pasividad, pérdida de toda actividad espontánea, estado en el Cod. Laudianus: DS 12; Ambrosio: DS 13; Agustín: DS 14, etc.
5
Trad. apost. (rec. lat.): DS 10; Nicetas de Remesiana: DS 19, etc.
cual se resume y consuma quizá misteriosamente toda la actividad realizada en 6
«Murió, bajó a los infiernos, ordenó lo de allí (T<X éxslos oÍ5tovon.r|oavTa), y los
la vida. porteros del infierno temblaron al verle» (lo último es una alusión directa a Job 38,
4
17: 7LXX). Cf. también los sínodos de Nicea (359) y Constantinopla (360).
Sobre ello, mi artículo Zwei Glaubensweisen: «Hochland» 59 (1967) 401412; Comm. in symb., n. 18: PL 21, 356.
8
también, Spiritus Creator (Einsiedeln 1967) 76-91. Los detalles: DThC IV/1, 568-574 {Deséente de Jésus aux enfers).
740 EL MISTERIO PASCUAL
ENTRE LOS MUERTOS 741
mano), sino la natural y espontánea (espiritual y sensible) que emplea el hom-
bre en su vida diaria. Pero ¿no ocurre que la palabra descendit evoca inequí- acontecimiento y no documentada en ninguna otra parte 16 , en el Pastor de
vocamente una actividad, sobre todo si se la toma como marco de otras activi- Hermas, en las Odas de Salomón, etc. Ello abrió, según Bieder, la puerta a un
influjo en el mundo religioso n . Esta tesis está mucho más abonada que la tesis
dades de Jesús en el reino de los muertos, actividades que siguen al descenso?
contraria de W. Bousset 18 , quien piensa que lo primero fue la idea del descen-
¿No sería mejor contentarse con hablar de que «estuvo con los muertos»?
so y la lucha (por transferencia de esta representación religiosa a la figura de
Nuestro epígrafe evita intencionadamente el término «descenso». Cabría hablar Cristo redentor) y que luego, por reflexión teológica, la idea se fue desnudando
de «ida a los muertos», ya que en 1 Pe 3,19 se dice que «fue a predicar a de los rasgos mitológicos (en textos como Ap 1,18; Mt 16,18; Ef 4,8s y sobre
los espíritus encarcelados» «la buena nueva», como añade 1 Pe 4,6 como acla- todo 1 Pe 3). Tiene razón contra él C. Schmidt (entre otros) cuando niega que
ración obvia. Esta «idea» está al final del fragmento, en claro paralelismo con en el NT haya alusiones a una lucha en el mundo inferior: no se habla más
la resurrección, que indica la «ida al cielo» (TOPEUOEIC, tic, oúpavóv) (1 Pe que de una predicación a los muertos 19.
3,22). No se olvide que en un principio también la resurrección y la ascensión
Propongo, pues, que el planteamiento del problema se reduzca a ver en la
se presentan como algo pasivo: activamente no obra más que Dios (el Padre) 9 .
expresión descensus una reinterpretación de los enunciados neotestamentarios.
Nada impide que esta «ida a los espíritus encarcelados» se entienda pri- Así se podrá encontrar una vía media entre una acumulación, exegéticamente
mariamente como «estar entre» ellos y la predicación como el anuncio de la inconsistente, de textos neotestamentarios, que quiere referirlo todo al descen-
«redención» sufrida activamente y realizada mediante la cruz de Jesús, y no sus —se puede añadir, naturalmente, toda una serie de enunciados del cristia-
como una nueva actividad distinta de la primera. La solidaridad con el estado nismo primitivo y de la teología posterior 20 —, y el otro extremo, representado
de los muertos sería entonces el presupuesto de la obra de la redención, cuya por un Bieder. Al excluir de antemano de la ida de Cristo a los muertos
eficacia se prolonga hasta el reino de los muertos, pero que se cumplió funda- todos los motivos mitológicos, estamos de paso respondiendo a quienes rechazan
mentalmente (consummatum est!) en la cruz. En este sentido habría que en- todo el teologúmeno por considerarlo absolutamente incompatible con la actual
tender la formulación activa de «predicar» (1 Pe 3,19; en 4,6 en pasiva: eurrY- imagen del mundo 2 1 ; pero tampoco debemos asustarnos de que, para expresar
•yeXlcrOi}) como lo realizado dentro de la temporalidad histórica, pero en cuanto el acontecimiento único de la revelación, se empleen una serie de temas parale-
que su eficacia se prolonga «en el más allá». los tomados de otras religiones, a menudo como mera ilustración 22.
Si nos atenemos a esta interpretación restrictiva, pueden aceptarse sin difi-
cultad y valorarse correctamente como interpretaciones de dicha eficacia algu-
nos de los rasgos mitológicos trasvasados del mundo religioso circundante. No 2. El Nuevo Testamento
son más que ropaje y adorno simbólico y retórico de un cuerpo absolutamente
libre de mitología. El trasfondo del mito es, sobre todo, la idea de que la divi- El AT no conoce «trato» alguno entre el Dios vivo y el reino de los muer-
nidad desciende al mundo inferior, lucha y vence al poder antidivino, que debe tos, pero sabe que Dios tiene poder sobre ese reino: Dios puede matar y puede
dejar en libertad bien a la propia divinidad, amenazada o encarcelada, o bien a dar la vida, puede arrojar al sheol y puede sacar del sheol (1 Sm 2,6; Dt 32,39;
otra presa 10 . Es indiscutible que la interpretación posterior del descensus (hasta Tob 13,2; Sab 16,13). Basado en esta convicción, entona el salmista los versos
las grandiosas pinturas retóricas del evangelio de Nicodemo al comienzo del si- que Pedro cita en su discurso de Pentecostés (Hch 2,24-28) para probar que
glo v n , las de Cirilo de Jerusalén 12 , las de Epifanio 13 y Cesáreo M, y las repre- se han cumplido en Cristo y no en David (fue sepultado, y su sepultura se
sentaciones de la pasión que de ellos parten) ha hecho de las sobrias indicacio- encuentra cerrada hasta hoy entre nosotros). Lo importante aquí no es la ida
nes de la Escritura todo un drama en el mundo inferior. Ello ha llevado a a los muertos, que se supone como obvia y se identifica simplemente con el
posiciones como la de W. Bieder 15 , quien niega que en la Escritura haya nada estar muerto de verdad, sino el retorno de ese lugar. Dios «no dejó (o aban-
de la dramática del descenso y afirma que el «viaje a los infiernos» se encuen- donó) a Jesús en el hades», donde estaba. No dejó que su justo viera la corrup-
tra por primera vez en los apócrifos (sobre todo en los apócrifos judíos con ción. El acento recae en que Jesús volvió (éx vexpwv aparece unas cincuenta
interpolaciones cristianas), en Justino e Ireneo por referencia a un apócrifo de
Jeremías (de origen cristiano) que contenía una «profecía» determinante del 16
Ibíd., 135-153, donde es clara la utilización de diversos conceptos neotestamentarios
para la composición del texto. Reza así: «El Kyrios Dios (el Santo) de Israel se acordó
9
Mt 14,2; 16,21 par.; 17,9; 27,6s par.; Jn 2,22; 5,21; Hch 3,15, etc.; Rom 4,24s; de sus muertos que duermen bajo tierra. Descendió a ellos (yuxxé$r\) para anunciarles
6,4.9, etc.; 1 Cor 6,14. Los muertos siempre «son resucitados» pasivamente: 1 Cor (evayYeXíaaoftai) su salvación».
17
15,12ss.29.32.35, etc.; 2 Cor 4,14; Gal 1,1; Ef 1,20, etc. Ascensión: áv8XT¡wdti; Me Ibíd., 204.
18
16,19; Hch 1,2.11.22; 1 Tim 3,16. Kyrios Christos (Gotinga 21921); id., Zur Hadesfahrt Christi: ZNW 19 (1920)
10
Análisis de los mitos en cuestión entre los sumerios, ¿sirios y babilonios, egipcios, 50-66.
griegos, romanos y mándeos: DBS II, 397-403. " Der Descensus ad inferos in der alten Kirche (Leipzig-Berlín 1919) 453-576.
20
11
W. Schneemelcher, Apokr. Evang., 348-356. Así, por ejemplo, J. L. Konig, Die Lehre von Christi Hbllenfahrt nacb der
a
Catequesis, 14, n. 19: PG 33, 848-849. Heiligen Schrift der altesten Kirche, den christlichen Symbolen und nach ihrer vielum-
u
Homilía del Sábado Santo: PG 43, 452-464, recogida parcialmente en H. de Lubac, fassenden Bedeutung (Francfort 1842).
21
Catholicisme (París 1941) 336s. Con esa radicalidad, F. Huidekoper, The Belief o} the First Three Centuries
14
Hom. 1 de paschate: PL 47, 1043 = Pseudo-Agustín, Sermo 160 de paseba: concerning Christ's Mission in the Underworld (Boston 1954). Ya la teología de la
PL 39, 2059-2061. Ilustración se expresó en términos semejantes.
22
15
Die Vorstellung von der Hbllenfahrt Christi (Zurich 1949). Cf. la gran colección de textos de J. Kroll, Gott und Hollé. Der Mythos vom
Descensuskampfe (Leipzig 1932).
742 EL MISTERIO PASCUAL ENTRE LOS MUERTOS 743
veces en el NT). Esto supone que, antes de volver, estuvo con los muertos. ahora no tendrán ya poder para aprisionar a los hombres y que incluyen, sin
Una muerte caracterizada 23 por «gemidos» y «dolores» (¿bSíve^)24 y por su afán duda, también al «último enemigo, la muerte» (1 Cor 15,26). Con ello parece
de arrebatar y retener (>cpateíff6ai.), pero Dios es más fuerte que la muerte. que las «partes inferiores de la tierra» no aluden expresamente al reino de los
Lo único que aquí cuenta es el obvio «estar en la muerte» o, lo que es lo mis- muertos; pero tampoco aluden a la pura encarnación 27 , sino a una encarnación
mo, en el hades, caracterizado como tal (objetivamente) por la palabra «dolo- tal que condujo a Cristo intrínsecamente hasta la cruz para triunfar en ella
res». De allí es «despertado» Cristo. Nada se dice aquí de que el hades sufriera sobre los poderes de la muerte 28. Es lo que dice explícitamente Col 2,14s cuan-
«dolores (escatológicos) de parto» para «entregar» a este muerto (cf. Ap 20,14). do habla de que Jesús desarmó por completo a las dominaciones y potestades
El signo de Jonás es interpretado por Mateo en función del triduum mor- y las «exhibió públicamente» paseándolas en triunfo; pero el sujeto es Dios:
tis: «Pues lo mismo que Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del Dios es quien actúa por la cruz de Cristo y desarma y derrota a las domina-
cetáceo, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el vientre de ciones y potestades. Pero a las potestades va unida, según el contexto (2,12ss),
la tierra» (Mt 12,40). No es preciso decidir si ese vientre es la tumba o el la muerte interna del pecado: ése es el término a quo de la resurrección común,
hades, pues lo que quiere decir es que muere de verdad, y lo dice valiéndose tanto de Cristo como de los muertos «por sus delitos». Todo ello presupone
de una localización usual. El paralelismo entre el cetáceo y el corazón de la una solidaridad del que muere en la cruz con los sometidos al poder de la
tierra no tiene secreto ninguno: la alusión al «signo de Jonás» daba obviamente muerte.
paso a esta asociación de ideas 25. Jonás clama a Dios en su oración: «Desde el Esto nos da derecho a no distinguir entre la muerte física y la espiritual
vientre del sheol te pedí auxilio, escuchaste mi voz» (Jon 2,3): el veterotesta- en un texto como Rom 14,9: «Para eso murió Cristo y recobró la vida, para
mentario «volver a sacar» se cumple en la resurrección de Jesús de «entre los tener señorío sobre vivos y muertos». El primer plano lo ocupa la muerte físi-
muertos». Y un poder que aprisiona vuelve a quedar convicto de que es inca- ca (cf. 14,7s) y, por consiguiente, la solidaridad de Cristo con los muertos;
paz de retener a nadie. pero el trasfondo está incluyendo la relación entre el pecado y la muerte (Rom
Antes de reconsiderar este tema, que se repite insistentemente, citemos los 5,12; Sant 1,15). Sería, por tanto, incorrecto de antemano clasificar los textos
enunciados que explican las dimensiones de la tarea y del consiguiente poder en dos grupos adecuadamente distintos según hablen de la «muerte física» o de
de Cristo. En Rom 10,7s avisa Pablo al creyente (combinando Dt 30,12 y Sal la «muerte espiritual». El tránsito de la segunda a la primera es patente en
107,26): «No digas en tu corazón: ¿quién subirá al cielo? (es decir, con la Jn 5,25.28.29.
idea de hacer bajar a Cristo); ni tampoco: ¿quién bajará al abismo? (es decir, Ello nos remite a los textos que hablan de que Jesús se ganó en la cruz
con la idea de sacar a Cristo de entre los muertos) 26 . ¿Qué dice entonces? el poder de «maniatar al fuerte» para «entrar en su casa y saquearla». El con-
Esto: cerca de ti está la palabra...». El texto modificado del Dt (que en su texto habla de la expulsión de Satanás (Me 3,24-27 par.). La serie de imágenes
forma originaria habla de buscar al otro lado del mar y no de bajar al abismo) —maniatar, entrar en casa, saquear— no alude a fases diversas en la obra sal-
se refiere, según Pablo, a la muerte y resurrección de Cristo; de ahí que estar vadora de Cristo —encarnación, pasión, descenso—; pero muestra con toda
muerto equivalga a estar en el abismo. Ya tiene el creyente las dimensiones claridad que la derrota total del enemigo coincide con una penetración en el
precisas de la tarea y del poder de Cristo. No queda más que asirse a ellas. ámbito más íntimo de su poder. De ahí que tanto Mt 16,18 —donde se habla
Es típico de la mentalidad simbólica de la Biblia ver los abismos marinos de la incapacidad de las puertas del infierno para vencer a la Iglesia— como
(tehom) en relación con el sheol, sin que eso implique una identificación ex- todos los textos que incluyen la é^ouoia de atar y desatar deban incluirse en
presa. el contexto siguiente: si Dios no «desata» de los «dolores de la muerte» (Hch
El hecho de bajar (xaTayaYeív) y el de subir ( á v a y a y e i v ) aparecen tam- 2,24), Cristo no puede hacer a nadie partícipe de su propia l^ouoia de «des-
bién en Ef 4,8ss, donde lo primero que se nombra es el «subir», siendo el atar» («perdonar pecados»: Me 2,10) que se ratifica «en el cielo» (Mt 18,18;
«bajar» a «las regiones inferiores de la tierra» un simple presupuesto. Al subir, Jn 20,22s).
«lleva cautiva consigo a la cautividad» (Sal 68,19): son los poderes que desde Es preciso añadir aquí las palabras del Señor en el Apocalipsis: «Estuve
muerto, pero ahora estoy vivo para siempre y tengo las llaves de la muerte
23 y del infierno» (Ap 1,18). Vemos de nuevo cómo no se habla ni de «lucha» ni
No puede referirse al dolor del crucificado, pues su dolor es ya pasado para los de «descenso». Se habla del poder absoluto, que se basa en que el Señor estuvo
muertos. Dios le salvará de los «dolores de la muerte»: muerte aparece aquí personi- muerto (sufrió una verdadera muerte) y en adelante vive para siempre, habiendo
ficando al reino de los muertos, al sheol.
24
«Los dolores de la muerte», Hch 2,24 según Sal 17,6: LXX; en cambio, el hebreo derrotado y convertido a la muerte en «pasado» para sí y para todos. El cuadro
hebel significa «lazo» (cf. Sal 118,61; 139,6). Se refiere, por tanto, a los lazos de la apocalíptico de Mt 27,51-53 muestra el resultado de esa derrota con imágenes
muerte, que no consiguieron maniatar a Cristo. muy expresivas: la tierra y las rocas se conmueven de tal modo que las tum-
25
Acertadamente, K. Gschwind, op. cit., 159: «La salvación de Jonás del vientre bas se abren, y los que yacían en ellas pueden aparecer en la Ciudad Santa y
de la ballena... me parece que se mantiene en el genuino'sentido del signo de Jonás», acompañar a Jesús una vez resucitado. Es lo legendario de la narración lo que
a pesar de Le 11,30. da pie a articular las cosas con toda precisión: en la cruz ha quebrado ya el
26
St. Lyonnet, St. Paul et l'Exégése juive de son temps. A propos de Rm 10,6-8, poder de la muerte, los cerrojos de la tumba han saltado ya; pero aún es pre-
en Mélanges bibliques A. Robert (París 1957) 494-506, cita el targum fragmentario ciso que Jesús sea sepultado y «esté con los muertos», para que el día de Pas-
de Jerusalén II sobre Dt 30,12-13: «¡Ojalá tuviéramos nosotros a alguien como el cua tenga lugar la resurrección común i% -c&v VEXpwv —con «Cristo primi-
profeta Jonás que bajara al fondo del mar para subírnosla (la ley) y nos trajera sus
estatutos para cumplirlos!» Así, pues, no fue Pablo quien transformó la horizon- 27
tal del mar en su profundidad vertical. La existencia de una idea así puede arrojar H. Schlier, Epheserbrief, 192, juntamente con otros muchos.
28
también luz sobre el texto que en Mt hace referencia a Jonás. W. Bieder, Hollenfahrt, 89.
744 EL MISTERIO PASCUAL ENTRE LOS MUERTOS 745

cia»—. No se puede, pues, decir (apoyándose, por ejemplo, en Flp 2,8-9) que parece sumamente inverosímil que esa «cárcel» no sea el hades infraterreno,
entre la muerte y la resurrección no cabe un estado especial durante el cual sino una cárcel situada en los aires (cf. Ef 6,12) entre el cielo y la tierra
Jesús estuviera muerto. El texto del signo de Jonás sitúa ese estado en el (Gschwind; cf. Schlier 34 ) y que el iropEuOei^ haya de interpretarse como «as-
centro. censo» y no como «descenso», es decir, como algo que tiene lugar durante la
Nos queda el discutido texto de 1 Pe 3,18-20; 4,6, cuya interpretación a lo ascensión de 4,22. 4) El acento principal recae en la contraposición entre la
largo de la historia es tan cambiante que no podemos entrar a describirla. Tras época en que se desbordó el pecado y la actual época escatológica de resurrec-
la crítica de Karl Gschwind 29 , voces de peso se han pronunciado contra una ción. Y ello obliga a dirigir la mirada a 2 Pe 3,5ss: un primero y total juicio
interpretación en la línea del «descenso» 30 . Spicq recomienda la mayor circuns- del mundo hizo «al mundo de entonces perecer inundado por las aguas del
pección; pero, a pesar de todos los argumentos en contra, sigue interpretando diluvio». Pero ese juicio pertenece ya al pasado. Nosotros vamos camino de un
el texto en la línea del «descenso» 31 . El estilo del pasaje es muy elíptico y pre- fuego futuro que para los impíos será el día de la ruina. Con todo, Dios hace
supone el conocimiento de contextos y relaciones que a nosotros se nos escapan. que reine la paciencia: «no quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen
Sólo de pasada, en contexto parenético y en relación con la promesa bautismal a la conversión». La paciencia de que habla 2 Pe en relación con el fin del
de los cristianos ( é r a p t í n r p a ) , habla el texto de que Cristo «fue» «en el espí- mundo la refiere 1 Pe al primer juicio (cuando el diluvio). Era un intervalo
ritu» (ÉV 5) = Tivaip/a-n,) «a los espíritus encarcelados» con el fin de «procla- salvador introducido con vistas al signo de salvación, que era el arca: había que
mar» (EXTQPU^EV). Estos espíritus son los mismos que «antiguamente se negaron decidirse a creer. Pero gracias a la paciencia de Dios en Jesucristo, era un in-
a creer, cuando en tiempo de Noé la paciencia de Dios aguardaba mientras se tervalo provisional y superable. 5) A base de todo ello queda finalmente en
construía el arca; en ella unos pocos, ocho personas, se salvaron por medio del claro que la «proclamación» de 1 Pe 3,19 no podía ser otra que la predicación
agua, a la que corresponde el bautismo que ahora os salva: no el hecho de qui- salvadora a los muertos (téngase en cuenta el yáp). Pero por tal no hay que
tarse una suciedad corporal, sino el compromiso con Dios de una conciencia entender una predicación subjetiva para mover a la conversión, sino la notifica-
honrada, fundado en la resurrección de Jesús el Mesías, a quien sometieron ción objetiva (la voz del heraldo) de un hecho: que el juicio («cárcel») contra
ángeles, autoridades y poderes, llegó al cielo y está a la derecha de Dios». Sigue la impiedad antes del primer signo de salvación, aunque aparentemente defini-
un trozo parenético, que en 4,1 vuelve a partir de lo que Cristo sufrió en la tivo, ha sido superado por la gracia de Cristo, gracia que del signo condenatorio
carne y recomienda apartarse de las pasiones paganas aun cuando eso les dé en (diluvio) ha hecho un signo de salvación (bautismo), y del «pequeño resto»
rostro a los paganos: «Darán cuenta a quien está pronto para juzgar a vivos («ocho almas») que sobrevivió a la gran ruina ha hecho todo un pueblo de sal-
y muertos. Por eso hasta a los muertos se ha anunciado la buena nueva, para vación (1 Pe 2,9). Bieder lleva razón: en 3,19 «no se trata de que se consiga
que, condenados en su carne mortal según los hombres, vivan por el espíritu una victoria por medio de un descenso, sino que se anuncia en triunfo una vic-
según Dios» (4,5-6). toria ya conseguida. Cae fuera de duda que la primera carta de Pedro, al igual
1) Mantenemos contra Gschwind que, de acuerdo con lo dicho sobre lo que todo el NT, se refiere con ello a la muerte y a la resurrección de Cristo» 3S .
fluido que es el paso de la muerte espiritual a la corporal, el texto de 4,5 Y, con todo, ese anuncio se introduce con el primer •KopzvQzíc,: tiene lugar el
no puede referirse exclusivamente a los espiritualmente muertos, y más si se anuncio al ir a los muertos «encarcelados». Este «ir» tiene un doble contenido
tiene en cuenta que la fórmula escatológica («juzgar a vivos y muertos») es un (y ninguno más): la solidaridad del Cristo muerto con los muertos (de entre
título de gloria del Señor exaltado y se refiere al juicio final 32 . 2) La procla- los cuales se destacan simbólicamente los impíos del primer juicio del mundo)
mación de la buena nueva a los muertos (4,6) es, por consiguiente, algo que y la proclamación de que es un hecho (factum) el que en Cristo se ha produ-
sucede en el más allá y que hace que los frutos de lo que Cristo sufrió en la cido la reconciliación de Dios con el mundo entero (2 Cor 5,19; Col 1,23:
carne tengan allí su efecto, sin meternos a explicar qué puede ser eso de una Tcácri XIÍGIC)-
conversión después de la muerte. También los corintios se hacían bautizar vica- «Para comprender el episodio del viaje al hades es de una importancia deci-
riamente por los muertos (1 Cor 15,29). La eficacia de la muerte redentora siva saber que en el libro etiópico de Henoc tenemos el modelo opuesto, que
en el juicio final se expresa con la paradoja de que los muertos son «juzgados» recibió su forma actual después de la invasión de los partos en el año 37 antes
(por la muerte) según el destino humano común, pero que, a pesar de ello, de Cristo. Los capítulos 12-16 describen cómo Henoc recibe el encargo de ir
pueden vivir en el Espíritu (es decir, por la resurrección de Cristo: 3,18c.21c). a anunciar a los ángeles de Gn 6 que 'no encontrarán paz ni perdón' y que
3) Estas acotaciones hacen muy probable que la proclamación de la buena nue- Dios rechazará su petición de paz y misericordia. Temblando de terror, piden
va a los muertos (4,6) y la proclamación a los espíritus encarcelados (3,19) a Henoc que componga un escrito de súplica solicitando remisión. Henoc es
sean el mismo hecho, con la particularidad de que parece acertado admitir con arrebatado al trono llameante de Dios para saber qué respuesta ha de transmi-
Bo Reicke que esos «espíritus» son los poderes cósmicos de la época que pre- tir a la solicitud de los hijos caídos de Dios. La decisión no consta más que
cede al diluvio juntamente con los hombres por ellos dominados M . Pero me de una breve y terrible frase: 'No tendréis paz'. Apenas se puede dudar de que
29 el teologúmeno del viaje de Cristo al hades se inspira en este mito de Henoc.
Die Niederfahrt Christi in die Unterwelt (Münster 1911). Hasta los espíritus desobedientes encerrados en el oscuro calabozo de la forta-
30
Sobre todo, B. Reicke, The Disobedient Spirits and Christian Baptism (Copen-
hague 1946); sobre esto, W. Bieder: ThZ 6 (1946), 456462; id., Die Vorstellung von leza del inframundo llega otro mensajero de Dios. Pero el mensaje es ahora
der Hóllenfahrt Jesu Christi (Zurich 1949); W. Dalton, Christ's Proclamation to the muy otro: buena nueva (4,6). Así, pues, lo que la idea de la predicación de
Spirits (Roma 1965).
31
Les ¿pitres de St. Fierre (París 1966) 147. 34
32
Hch 10,42; 17,31; 1 Cor 4,5; 2 Tim 4,1; 1 Pe 5,4. Epheserbrief, 15ss.
33 55
Op. cit., 70ss. Op. cit., 116.
746 EL MISTERIO PASCUAL ENTRE LOS MUERTOS 747
Cristo en el hades quiere expresar es que el Justo murió por los injustos se puede volver (Job 7,9; 10,21; 14,12). Allí no se hace nada (Ecl 9,10), ni se
(3,18): su muerte redentora ha logrado la salvación incluso de los perdidos sin goza de nada (Eclo 14,11-17), ni se sabe lo que pasa en la tierra (Job 14,21s;
remedio ni esperanza» 36. 21,21; Ecl 9,5; Is 63,16). Allí no se alaba ya a Dios (Sal 6,6; 30,10; 115,17;
Eclo 17,27; Is 38,18). Privados de fuerza y vitalidad (Is 14,10), los muertos
se llaman refá'im, los impotentes. Son los que no son (Sal 39,14; Eclo 17,28).
3. Solidaridad en la muerte Residen en la tierra del olvido (Sal 88,13). «Allá descendió también Cristo
después de su muerte» 4 .
Lo dicho hasta ahora nos lleva a un examen crítico de la tradición teológica En su famosa Carta a Evodio (164, n. 3: PL 33, 710), Agustín proporciona
que va de finales del siglo i hasta nuestros días, pero no a rechazarla por com- un testimonio exegéticamente débil, pero teológicamente fuerte, de cómo el
pleto: hay que ordenar sus enunciados según su valor, hay que examinarlos por sheol abarca todas las localizaciones veterotestamentarias del más allá. Agustín
separado, y luego volver a reunirlos, aunque de modo distinto. Algunos ele- distingue un infierno inferior (donde está el «rico») y un infierno superior (don-
mentos habrán de retirarse por completo (como el ropaje mítico de una lucha
de está Lázaro en el seno de Abrahán). Ambos están separados entre sí por un
activa en el hades), mientras que otros, sobre todo temas soteriológicos que
chaos magnum. Pero los dos pertenecen igualmente al hades. Para Agustín es
en aras de una sistemática férrea fueron eliminados por la dogmática moderna,
han de ser considerados a una nueva luz. seguro (non duhito) que Cristo descendió también al infierno para «liberar de
sus tormentos» (salvos faceré a doloribus) a las almas atormentadas, es decir,
Un primer punto de vista es la solidaridad del que murió en cruz con todos a los pecadores». Agustín se pregunta si la gracia de Cristo redimió a todos
los hombres muertos. La descripción cuidadosa, libre aún de toda tendencia los que allí se encontraban (adhuc requiro). Cf. De Gen. ad litt., 12, 63 (PL 34,
apologética, del descendimiento, la unción del cadáver y el entierro, es un sen- 481): «Et Christi quidem animam venisse usque ad ea loca in quibus pecca-
cillo testimonio de esa solidaridad: el cadáver debe ir a la tierra (ni una pala- tores cruciantur, ut eos a tormentis, quos esse solvendos occulta nobis sua jus-
bra de que deba darse aquí una excepción, en virtud, por ejemplo, de la «in-
titia judicabat, non immerito creditur» 5 . Obsérvese que, para Agustín, se trata
corruptibilidad»: Hch 2,27.31). Esto está implícitamente afirmando que el alma
aquí de salvar del sheol y no del infierno neotestamentario.
de Jesús «está» entre los muertos'.
Roberto Pullo, que trató en sus Sentencias con la máxima agudeza y origi-
nalidad los problemas del hades, y a quien aún volveremos a encontrar a me-
a) El «sheol». nudo, sigue fundamentalmente a Agustín y hace notar cómo el chaos magnum
que media entre el lugar de premio y el de castigo no hace imposible la con-
Estar con los muertos no redimidos quiere decir solidaridad en el sheol
versación entre Epulón y Lázaro. El hecho de esta conversación es para él un
veterotestamentario, como corresponde a quien ante Dios está viviendo el estado
indicio cierto de que ambos lugares radican en el infierno 6.
de pecador. El sheol hay que tomarlo, por consiguiente, en el sentido veterotes-
tamentario clásico, sin hacer entrar en juego las especulaciones del judaismo
tardío, de influencia persa y helenista, sobre diferencias de premios y castigos b) El «sheol» como estado.
tras la muerte, aun cuando ese tipo de ideas llegó a entrar marginalmente en
Las descripciones veterotestamentarias son tan existenciales que en ellas
el NT (especialmente en Lucas, en la parábola del rico Epulón y el pobre Lá-
recae la atención más en el estado de los muertos que en el lugar. No es de
zaro [16,19-31] y en el diálogo entre Jesús y el ladrón en la cruz [23,43]).
extrañar, pues, que en la teología cristiana no se dé apenas influjo mutuo entre
«Paraíso» (que conserva la variedad de significados) 2 y «gehenna» 3 siguen man-
el tema de los lugares (receptacula, promptuaria) 7 y el de los estados, y que
teniendo el sentido amplio y tradicional del concepto de sheol: es el hades,
el segundo pueda a veces aparecer sin el primero. Es muy significativo que
cuyas llaves posee el Resucitado (Ap 1,18), el tártaro (2 Pe 2,4), la «fosa» (Is
Beda, aun admitiendo una localización del infierno, pueda concebirlo como un
24,22) e incluso la cárcel donde los ángeles malos están «guardados con ligadu-
«acto»: cuando el demonio abandona el infierno local, lleva el infierno siempre
ras eternas bajo tinieblas para el juicio del gran día» (Jds 6). El Pentateuco,
consigo 8 . Esta idea la comparte también la Summa de Alejandro 9 . De acuerdo
Josué, los libros de los Jueces y de los Reyes no conocen distinción ninguna
con una tradición que proviene de Platón y Plotino, Agustín admitió en su
por lo que toca al destino en el más allá: a lo más, una resposabilidad perso-
De Gen. ad litt. que el infierno es de carácter puramente espiritual 10 : con ser
nal ante Yahvé. Al estado de muerte corresponden tinieblas (Job 10,21s; 17,13;
espiritual el alma, puede percibir imágenes de la fantasía que reflejan a cuer-
38,17; Sal 88,7.13; 14,3; incluso eternas, Sal 49,20), polvo (Job 17,16; 20,11;
pos, y ello (por ejemplo, en el sueño) puede tanto atormentarla como deleitarla.
Sal 30,10; 146,4; Is 26,19; Dn 12,2), silencio (Sal 94,17; 115,17). De allí no
M
J. Jeremías, Der Opfertod Jesu Christi: «Calver Hefte» 62 (1963) 8. 4
J. Nelis, Seol, en H. Haag, Diccionario de la Biblia, 1828-1830; de él hemos toma-
1
La obra más completa sobre la sepultura de Jesús fcs la de Duguet (oratoriano do los textos anteriores; ofrece bibliografía.
5
de matiz jansenista, 1649-1733), Le Tombeau de Jésus Christ (París 1731-32, 1735), Igualmente, Fulgencio, Ad Thrasymundum, 1. 3, c. 30: PL 65, 294; DThC
con todo el material patrístico. Según Bremond (Histoire, vol. 9), es ésta la obra IV/1, 602.
6
maestra de Duguet. Cf. DS 1759ss. Sobre la sepultura: J. Blinzler, op. cit., 282ss. Sent. 4, c. 19-20: PL 186, 824-825.
2 7
Existe un «paraíso de Adán», un «paraíso de los justos que duermen» («seno Esta idea es ya del judaismo tardío; cf. P. Volz, op. cit., 257.
8
de Abrahán», «Edén», equivalente al Elíseo helénico) y un paraíso escatológico. In ep. Jac, c. 3: PL 93, 27.
Cf. W. Bousset-H. Gressmann, Religión des Judentums (Tubinga J1925) 282; P. Volz, ' III, tr. 5, q. 2, c. 4 (Quaracchi, IV, 233).
10
Eschatologie der jüdischen Gemeinde (Tubinga 1934) 417s. L. 12, c. 32-33, n. 60-64: PL 34, 480-482. Con la edad le pesó su osadía y retiró
3
J. Nelis, Gehenna, en H. Haag, Diccionario de la Biblia (Barcelona 1963) 739-740. a medias lo dicho: Retractationes, 1. 2, 24, 2: PL 92, 640.
ENTRE LOS MUERTOS 749
748 EL MISTERIO PASCUAL

que en alma descendió al infierno» 19 . Esta participación era ya en el siglo n


El infierno sería una intensificación de una reacción de este tipo. «Puede pre- la meta de la encarnación. Los «dolores de la muerte» que invaden a Jesús no
guntarse con toda razón por qué del hades se dice que se encuentra bajo tierra, se acaban hasta que el Padre lo resucita 20 . Según Tertuliano, el Hijo de Dios
siendo así que no es un lugar corpóreo, o por qué ha de llamarse inframundo
se sometió de lleno a la ley del morir humano: «huic quoque legi satisfecit,
si no está bajo tierra». Escoto Eriúgena n , Nicolás de Cusa n y, finalmente, Fici-
forma humanae mortis apud inferos functus» 21. Lo mismo escribe Ireneo: «Do-
no 13 siguen defendiendo que el alma que se mueve preferentemente en lo sen-
sible (y no en lo espiritual) es torturada tras de la muerte a base de imágenes minus legem mortuorum servavit, ut fieret primogenitus a mortuis» 22. Según su
sensibles de la fantasía. Pulleyn recorre también en este punto sus propios principio fundamental, insiste en que sólo lo sufrido queda curado y redimi-
caminos y llega, tras largas reflexiones, a la conclusión de que el hades es algo do 2 3 . Puesto que lo que en primera instancia se pretendía era penetrar en los
espiritual más que local. Ello le hace rechazar la idea de que entre Epulón infiernos, Cristo hubo de morir para ser capaz de ello, dice el Ambrosiaster en
y Lázaro medie un chaos magnum local. Lo que en realidad los separa es un las Quaestiones ex Novo Testamento M . Cristo quiso asemejársenos, dice Andrés
estado espiritual interno: «poena et quies (sunt) simul, praetermissa divisione de Creta, «habitando en las sombras de la muerte, donde las almas estaban
locorum» 14 . Una desmitologización tan radical como ésta, aun no siendo co- aprisionadas con cadenas insalvables» 25 . Todo esto no es más que llevar hasta
rriente, deja paso libre a una solidaridad anímica del Cristo muerto con quienes el final la lógica del morir humano, y no tiene nada que ver ni con un «des-
viven en el hades espiritual. censo», ni con una «lucha», ni con una «marcha triunfal» de Cristo por el
hades. La vivencia de la muerte supuso objetivamente una superación intrínseca
de los poderes antagónicos, y, en ese sentido, incluye un triunfo. Pero no es
c) Solidaridad. que Jesús muerto tuviera la vivencia del triunfo, pues eso hubiera dado al
traste con la ley de la solidaridad. No olvidemos que entre los muertos no hay
Esta última solidaridad es la meta del primer «descenso», tan claramente ninguna comunicación viva. Ser solidario significa, en este caso, compartir la
descrito por la Escritura, del descenso a ese «mundo inferior» que, por contra- soledad.
posición al cielo, merece, según Agustín, el nombre de infierno 15. Tomás de
Aquino le seguirá 16 . La necesidad de ir al hades radica, para Tomás, en que
d) Ambigüedad de la permanencia en el «sheol».
Jesús asume todos los defectus de los pecadores, y no en que los sufrimientos
de la cruz sean insuficientes 17. Y, dado que alma y cuerpo son proportionalia, Tras esta solidaridad se oculta un grave problema teológico, cuya dialéctica
Cristo hubo de estar con las almas del hades todo el tiempo que su cuerpo des- no puede resolver nuestra mente, limitada por la categoría de tiempo. El cas-
cansó en la tumba: «ut per utrumque fratribus suis similaretur» 18. De entre tigo impuesto a la humanidad «precristiana» por el «pecado original» —pres-
las cuatro razones que asisten a la ida a los muertos, la primera que Tomás cindimos aquí del pecado personal— es de iure definitivo: es la poena damni,
enumera es la siguiente: «ut sustineret totam poenam peccati, ut sic totam la privación de la visión de Dios. Por otra parte, existe antes de Cristo —abier-
culpam expiaret». Ahora bien, la pena por el pecado del hombre no era úni- tamente entre los judíos, ocultamente entre todos los pueblos— un orden sal-
camente la muerte del cuerpo. El pecado había sido también anímico. También vífico provisional con vistas a Cristo. Y ese orden permite de algún modo ser
el alma debía sufrir castigo. Y ese castigo del alma fue la privación de la visión «justo» colaborando con la gracia de Dios y «esperar» así una redención en
de Dios. Esto estaba aún sin expiar. Por eso antes de la venida del Cristo des- plena poena damni. Se desvirtúa esta dialéctica si se atribuye ingenuamente a
cendían todos al infierno, incluso los santos patriarcas. Y por ello, para cumplir los justos de la antigua alianza la «luz de la esperanza» en plena tiniebla de la
toda la pena impuesta a los pecadores, Cristo «no se contentó con morir, sino poena damni, pues «esperanza» en sentido teológico es participación en la vida
divina y contradice, por tanto, a la poena damni y a la idea de sheol de los
11
De Praedest. 17: PL 122, 417s; De Divis. Nat. V, 949s, 971s. textos veterotestamentarios clásicos. Cuando Tomás dice que Cristo tiene amigos
12 en el infierno y no sólo en la tierra, porque «in inferno multi erant qui cum
Docta Ignorantia III, 9-10 (Petzelt, 1,107-112).
13
R. Klein, L'enfer de Ficin, en E. Castelli (ed.), Umanesimo e Esoterismo (Padua veritate et fide Venturi decesserant» 26, está dejándose llevar por esa concepción
1960) 47-84. Ahí se habla también de influjos árabes. De Ficino toman la idea Francesco ingenua que olvida la dialéctica. Lo dialéctico aparece en la frase de la Summa
Giorgi (Harmonía Mundi III, 7c, 14-17) y Giordano Bruno (De vinculis in gene- de Alejandro: «Nullius hominis caritas potest mereri vitam aeternam post pecca-
re, opp. lat. III). Cf. sobre todo ello P. Courcelle, Les Peres devant les Enfers virgiliens: tum nisi interveniente mérito Christi, quia omnes sunt originali reatu obligati
AHD 22 (1955) 5-74.
14
Sent., 4, c. 24: PL 186, 828.
15
«Propter dúo inferna missus est Dei Filius, undique liberans: ad hoc nascendo, 19
Expos. symboli, a. 5 (Spiazzi, n. 926): «Descenditque cum illo in foveam»
ad illud moriendo» (En. in Ps. 85, n. 17: PL 37, 1093). La tierra, con su miseria y su (ibíd., n. 930).
mortalidad, su ir y venir, sus «timores, cupiditates, horrores, laetitiae incertae, spes 20
Policarpo, 2 ad Phil, 1, 2 (Fischer, 248).
fragilis», merece de lleno el nombre de infierno. Por eso Se puede ya orar así desde 21
De anima, c. 55: PL 2, 742.
ahora: «Quoniam non dereliques animam meam in inferno» (Sal 15,10; Sal 85,12-13; 22
Adv. Haer., 1. 5, c. 31, n. 2: PG 7, 1209. Cf. Hilario, In Ps., 53, 4: PL 9, 339A;
cf. Hch 2,27). Ireneo había recriminado a los gnósticos por calificar de infierno al mun- In Ps., 138, 22: PL 9, 803C-804A.
do; Adv. Haer. V, 31, 2. 23
Adv. Haer., 1. 3, c. 23, n. 2: PG 7, 961.
'* S. Th. III, q. 57, a. 2 ad 2, distingue un primer «descensus secundum exinani- 24
PL 35, 2277.
tionem», cuyo sujeto es Dios, y un segundo descenso al hades, descenso que él llama 25
Or. 1 de dormitione: PG 97, 1048.
«motus localis» y cuyo sujeto es el hombre. 26
Expos. symboli, a. 5 (n. 927); cf. In 3 Sent., d. 26, p. 2, a. 5; qla. 1, sol. 3;'
17
In 3 Sent., d. 22, p. 3, a. 1. S. Th. III, q. 52, a. le.
» Ibíd.
750 EL MISTERIO PASCUAL ENTRE LOS MUERTOS 751
27
ad satisfactionem» . Así puede decir el Ambrosiaster: «El hombre ya reconci- cargar nuestra culpa. Al igual que era preciso que muriera para rescatarnos de
liado con Dios no puede todavía ascender hasta Dios. Por eso desciende Cristo, la muerte, era preciso que descendiera al hades para salvarnos de descender al
para arrebatar a la muerte el botín que injustamente retiene» 28 . Visto cristo- hades..., según las palabras de Isaías: 'Realmente ha cargado con nuestra en-
lógicamente, el hades adquiere un algo de condicional: el hombre ya reconci- fermedad y con nuestros dolores'» (Tomás de Aquino) 37 .
liado con Dios y en posesión de la fe, la esperanza y el amor, teológicamente
no puede ser reconciliado sino por Cristo; por consiguiente, para poseer esa
gracia no puede propiamente esperar a Cristo, pues tiene ya en sí algo de su 4. El Hijo de Dios estuvo muerto
vida. Ricardo de San Víctor ve la dificultad: los justos precristianos tienen la
caritas y, a pesar de todo, deben ir a esperar al infernum hasta que Cristo vaya Lo dicho últimamente nos lleva de modo inevitable a la idea siguiente: si
al hades: «tenebantur debito damnationis aeternae, non quod eis aeterna fuerit, el Redentor, por su solidaridad con los muertos, les ahorró toda la experiencia
sed quos eis aeterna fuisset, nisi mors Christi eos ab hoc debito absolveret» 29 . del estar muerto (en cuanto a la pena de daño) haciendo que una luz celeste
Notemos, en primer lugar, que los conceptos temporales no cuadran ya al mun- de fe, esperanza y amor iluminara siempre el «abismo», eso es porque cargó
do de después de la muerte. Por consiguiente, la asunción de la vivencia del vicariamente con toda esa experiencia. Aparece así como el único que sobre-
sheol por el Redentor (y, por tanto, la espera de los no redimidos) no podemos pasó la vivencia general de la muerte y llegó a tocar el fondo del abismo. Es
fijarla temporalmente 30 . Nos vemos entonces obligados a formarnos un concepto ésta una razón más para rechazar como incompleta una «teología de la muerte»
paradójico de «pena temporal de daño» 31 que se está contradiciendo a sí mis- que limita la solidaridad de Jesús con los pecadores al acto de decisión o acep-
mo. Pero hay otra idea que nos lleva más al fondo; si la eficacia anticipada de tación de que la existencia nos sea arrebatada en el momento de la muerte.
la gracia de Cristo hace que quienes, antes de llegar él, vivieron en el amor Dicho con palabras de Althaus: para que la muerte de Cristo pueda ser inclu-
no experimenten toda la pena de daño propiamente merecida (y no la experi- siva ha de ser a la vez exclusiva, ha de ser único en lo que tiene de valor vica-
mentan porque le esperan a la luz de la fe, la esperanza y el amor), ¿quién rio. Que el Hijo de Dios «estuvo más muerto que nadie» es el tema que nos
la experimenta realmente si no es el Redentor mismo? ¿No es precisamente esta ocupa en el presente apartado. Podemos desarrollarlo por tres caminos: como
desigualdad la consecuencia última de la ley de la solidaridad? ¿No ocurre vivencia de la «segunda muerte» (haciendo referencia primaria al concepto neo-
—como vio acertadamente Gregorio Magno— que Dios soporta en Cristo, con testamentario de infierno); como vivencia del pecado como tal (es el puesto
su hondura inigualable, todas las honduras del inframundo? El, que está por del teologúmeno del «descenso como triunfo»), y, finalmente, como realidad
encima de los cielos, es también «inferno profundior, quia transcendendo sub- trinitaria, puesto que ninguna situación salvífica de la vida, muerte y resurrec-
vehit» 32 . Cristo es quien, por compassio, cargó con el timor horroris: «verum ción de Jesucristo puede interpretarse, en último término, más que trinitaria-
timorem, veram tristitiam sicut et veram carnem», no porque él tuviera que su- mente. Es también éste el momento preciso y oportuno para examinar crítica-
frir, sino «miserationis volúntate» (Alain de Lille) 33 . mente los numerosos fragmentos de tradición y recomponerlos de modo diverso
El es, pues, quien establece los límites de la condenación en sí ilimitada, quien de como hace tiempo venía siendo usual.
planta el mojón adonde llega lo ínfimo y comienza el movimiento de retorno.
Es lo que dice el Canon de Hipólito con una misteriosa expresión: «Qui cum a) Experiencia de la segunda muerte.
traderetur voluntarie passioni ut mortem solvat et vincula diaboli disrumpat
et infernum calcet et justos inluminet et terminum figat...»M. Lo mismo dice Las Sententiae Parisienses formulan sencillamente el principio: «Anima
Gregorio de Nisa cuando habla de que la luz de Cristo brilla desde el extremo Christi ivit ad infernum, id est sustinuit passiones, ut liberaret suos de infer-
de las tinieblas 3S. «El Señor ha tocado en todas las partes de la creación... para no» l. No se nos dice en un principio cuáles son esas passiones. Nos traen a la
que todos, incluso los extraviados en el mundo de los demonios, encontrasen memoria la tesis de Buenaventura, según el cual las compassiones espirituales
por doquier al Logos» (Atanasio) 36 . Cristo descendió hasta estar muerto «para ganan en intensidad a las passiones corporales 2 . Pero en este punto nos referi-
mos a la compassio de compartir el estado de muerte, no a la compassio del
27
Summa III (Quaracchi, IV, n. 161, p. 223a). Es ésta también la doctrina del Viernes Santo en la cruz 3 .
Aquinate: el pecado original retiene a los justos en el infierno: «Ad vitam gloriae propter Nos enfrentamos aquí con la conocida tesis de Lutero y, sobre todo, de
peccatum primi parentis aditus non patebat» (S. Th. III, q. 53, a. 5c). Calvino: en la cruz sufrió Jesús vicariamente por los pecadores los tormentos
28
In 1 Tim: PL 17, 493. del infierno. Está, pues, de más una vivencia del infierno en el Sábado Santo.
29
Be pot. lig. atque solv., c. 19: PL 196, 1171. De la oración del Huerto y de la cruz dice Lutero: «Veré enim sensit mortem
30
Cf. mi Escatología, en Verbum Caro (Madrid 1964) 325ss.
31
Pohle-Gierens, Dogmatik III (Paderbom 51937) 660. et infernum in corpore suo» 4 ; pero puede también aceptar que el Cristo muer-
32
Moralia, 1. 10, c. 9: PL 75, 929A. 37
33 S. Th. III, q. 52, a. le.
Sermo 4: PL 210, 204. , 1
34
Texto según J. Á. Jungmann, Missarum Solemnia I (Viena 1948) 38 (trad. espa- Editado por A. Landgraf, Écrits théologiques de l'école d'Abélard (Lovaina
ñola: El sacrificio de la misa, Madrid 1953). Cf. Pedro Crisólogo, Sermo 74: «Sistuntur 1934) 16.
2
inferna»: PL 52, 409C. Cf. supra.
35 3
«Cum igitur malitiae vis se totam effundisset, ... quando conclusa sunt omnia Fulgencio ve esta compassio (Ad Thrasym., 1. 3, c. 30), si bien, siguiendo a Agus-
sub peccato, ... quando vitiorum tenebrae ad summum usque terminum venerant: tune tín, no le concede importancia real (PL 65, 294s).
apparuit gratia..., tune in tenebris et umbra mortis sedentibus ortus est justitiae sol» * Sobre Gn 42,38 (WA 44, 523); E. Vogelsang, Weltbild und Kreuzestheologie in
(In diem nat. Christi: PG 46, 1132BC). den Hollenfahrtsstreitigkeiten der Reformationszeit: «Arch. f. Ref. gesch.» 38 (1941)
36
De incarn. 45: PG 25, 177. 90-132.
752 EL MISTERIO PASCUAL ENTRE LOS MUERTOS 753

to pasó por el sufrimiento del infierno: bajó al inframundo (infierno) para «estar con los muertos», y da a entender cómo teológicamente se puede pasar
también «cargar con los dolores post mortem»s. Pero ese sufrimiento es su del sheol o hades veterotestamentario al infierno neotestamentario. Para ese
triunfo sobre el infierno, de modo que se puede hablar de una «victrix infir- paso no nos proporciona la gehenna judía más que una mediación extrínseca.
mitas» 6 . Melanchton destaca unilateralmente el factor triunfo y determina así El paso incluye teológicamente un salto y no tiene más fundamento que el
al luteranismo posterior. cristológico.
Calvino conoce el sentido soteriológico del «descenso». Pero para él es más En la carta a los Hebreos vemos surgir formalmente el concepto ante nues-
importante el que Cristo tuvo que haber sufrido «divinae ultionis severitatem», tros ojos: antes del <5CTOX£ cristológico nada es definitivo, ni en el más acá ni
«diros in anima cruciatus damnati ac perditi hominis». «Nada se habría logra- en el más allá. Pero en la originalidad de Cristo llega el hombre a la decisión
do si Jesús no hubiera sufrido más que la muerte corporal». Jesús hubo de única y definitiva. Quien ha gustado de la plenitud de los bienes escatológicos,
«entrar en liza con el horror de la muerte eterna» para liberarnos de ella, con «y a pesar de ello vuelve a caer», «no puede ya volver a convertirse», será
la particularidad de que los dolores de la muerte no podían hacerse dueños «quemado al final» (6,4-8). «Porque, si voluntariamente pecamos después de
de él. Calvino cita a Hilario: «El Hijo de Dios está en el infierno, pero el haber recibido el pleno conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por
hombre es elevado al cielo» (Trin., 3, 15). Calvino se niega a interpretar el los pecados, sino la terrible espera del juicio y la furia del fuego pronto a
abandono de la cruz como «desesperación del incrédulo», pues «la debilidad de devorar a los rebeldes». La transgresión de la ley estaba penada con la muerte;
Cristo estaba limpia de toda mancha, ya que siempre se mantuvo dentro de «¿cuánto más grave será el castigo que merecerá el que pisoteó al Hijo de
los límites de la obediencia a Dios». Y ahí radica la diferencia entre su aban- Dios y tuvo como profana la sangre de la alianza, que le santificó, y ultrajó
dono y angustia mortal y la angustia común del pecador. Para Calvino consti- al Espíritu de la gracia?» (10,26-29). Ahí está el caso de Esaú, quien perdió
tuye una única realidad el abandono que «comienza» en el Huerto, sigue en el por ligereza la bendición y luego «no logró enmendar la plana, aunque lo pro-
Calvario y culmina en el Sábado Santo 7 . El Catecismo de Heidelberg sigue a curó con lágrimas» (12,16-17). Y así, con claridad meridiana en 12,25s: «Guar-
Calvino en su pregunta 44 8 . Estos textos acentúan más la continuidad que la daos de rechazar al que os habla. Pues si los que rechazaron al que promulga-
distinción entre el abandono de antes y de después de la muerte. Nosotros en ba los oráculos desde la tierra no escaparon al castigo, mucho menos nosotros
este contexto acentuamos más la distinción. Podemos aquí pasar por alto las si volvemos la espalda al que nos habla desde el cielo». Dos veces aparece la
interminables discusiones y distinciones (consumatistas e infernalistas) de la idea de que Dios es un fuego devorador.
teología protestante a que ha dado lugar la oscilación de los reformadores con Es un error teológico proyectar en el AT el concepto neotestamentario
respecto al carácter kenótico y triunfal del Sábado Santo 9 . (cristológico) de infierno y plantear así sobre el Sábado Santo problemas que
Nicolás de Cusa se ocupó expresamente del sufrimiento del Sábado Santo no tienen solución por estar mal planteados. Agustín se expresa con claridad
y lo consideró integrante de la pasión vicaria propiamente dicha: «La visión meridiana sobre esta sustitución del hades por el infierno n . Infierno en senti-
(visio) de la muerte por el camino de la vivencia inmediata (via cognoscentiae) do neotestamentario es una función de la realidad Cristo. Ahora bien, si Cristo
es el castigo más completo. Ahora bien, dado que la muerte de Cristo fue sufrió por todos los hombres y no sólo por los elegidos a, resulta que Cristo
completa por haber visto la muerte por propia experiencia, por haberlo elegido ha asumido el no escatológico de todos los hombres a su salvación. En conse-
así, descendió el alma de Cristo al infierno (ad inferna), donde se da la visión cuencia, hay que conceder que el Cusano lleva fundamentalmente razón, pres-
de la muerte. Pues la muerte recibe el nombre de infierno (infernas) y procede cindiendo de cuáles sean los términos precisos de la vivencia del Sábado Santo.
de lo más hondo del infierno (ex inferno inferiori). Lo más hondo del infierno Esta vivencia no tiene por qué ser otra cosa que lo que exige una auténtica
se sitúa donde se ve a la muerte. Cuando Dios resucitó a Cristo, le sacó, como solidaridad en el sheol, no iluminado por luz salvadora alguna, pues toda la
leemos en los Hechos de los Apóstoles, del infierno inferior, tras liberarle de luz de la salvación procede en exclusiva de quien fue solidario hasta el final;
los tormentos del infierno (solutis doloribus inferni). Por ello dice el profeta: y si él puede transmitir la luz es porque vicariamente renunció a ella.
'No dejó mi alma en el infierno'. El sufrimiento de Cristo, el mayor que pen-
sarse puede, fue como el de los condenados que no pueden ya estar más conde- b) Experiencia del pecado como tal.
nados. Es decir, que llegó hasta sufrir las penas del infierno (usque ad poenam
infernalem)... El es el único que, con una muerte así, entró en su gloria. La Antes hemos oído cómo Nicolás de Cusa, con una gran precisión, hablaba
pena de sentido quiso pasarla igual que los condenados en el infierno para de una visión de la (segunda) muerte, de una «visio» mortis. Y en este factor
glorificar a su Padre, para enseñar que hay que obedecerle aun a costa de los de visión contemplativa y objetiva (pasiva) es donde reside la diferencia entre
mayores sufrimientos (quod ei oboediendum sit usque ad extremum supplicium).
Es decir, que a Dios hay que glorificarle de todos los modos posibles y para 11
«Cum vero Deus et dicendo: 'Adam, ubi es?' mortem significaverit animae,
nuestra justificación, lo mismo que Cristo» 10. quae facta est illo deserente, et dicendo: 'Terra es, et in terram ibis' mortem significa-
Esto es la continuación lógica de lo que dijimos «obre la vicariedad en el bat corporis, quae illi fit anima discedente, propterea de morte secunda nihil dixisse
5
credendus est, quia occultam esse voluit propter dispensationem Testamenti Novi, ubi
Sobre Sal 16,10 (WA 5, 463). secunda mors apertissime declaratur, ut prius ista mors prima, quae communis est
6
Cf. W. Bieder, op. cit., 6-7. ómnibus, proderetur ex illo venisse peccato, ... mors vero secunda non utique communis
7
Institutio II, 16, 10-12. est ómnibus, propter eos, 'qui secundum propositum vocati sunt' ... quos a secunda
8
Bekenntnisschriften (Gotinga 1938) 159. morte per Mediatorem Dei gratia liberavit» (De Civ. Dei, 1. 13, c. 23, 1: PL 41,
9
W. Bieder, op. cit., 6-13; M. Waldhauser, Die Kenose und die moderne protes- 396-397).
u
tantische Christologie (Maguncia 1912). DS 901 y passim; 1 Tim 2,4-6; 4,10; Tit 2,11; Rom 12,32; 1 Cor 10,33; Flp 2, 11;
10
Excitationes, lib. 10 (edición de Basilea 1565), 659. Heb 9,28; 2 Pe 3,9; Jn 12,32.
48
754 EL MISTERIO PASCUAL ENTRE LOS MUERTOS 755
la vivencia del Sábado Santo y la vivencia activa y subjetiva de los sufrimien- Según esta exposición, el infierno es un producto de la redención, cuya
tos de la pasión. Ahora pertenece Cristo a los refá'im, a los «impotentes». esencia no debe «verla» más que el Redentor, pasando así a ser algo «suyo»,
Ahora no puede emprender una lucha activa contra las «fuerzas del infierno», algo cuyas llaves le son entregadas al resucitar. Por eso sobra aquí todo tipo
ni puede tampoco «triunfar» subjetivamente, porque ambas cosas suponen vida de descripción dramática, al estilo de las que emprende la forma burda o ate-
y fuerza. Pero su extrema «debilidad» puede y debe coincidir con el objeto nuada de la «teoría del rescate» 18.
de su visión de la segunda muerte, que a su vez coincide con el puro pecado
como tal, no anejo a hombre concreto alguno ni encarnado en una existencia
viva, sino abstraído de individuación y contemplado en su realidad desnuda c) Carácter trinitario.
en cuanto pecado (pues el pecado es una realidad).
En este estado es amorfo el pecado y constituye lo que se puede llamar La estancia del Redentor con los muertos o, mejor, con aquella muerte que
segundo «caos» (provocado por la libertad del hombre) y es —separado del hace de los muertos muertos de verdad es la consecuencia última del encargo
hombre viviente— el producto del sufrimiento activo de la cruz. En este sen- redentor recibido del Padre. Es vivir el extremo de la obediencia que, por ser
tido, el Redentor muerto no contempla en el sheol otra cosa que su propio la obediencia del Cristo muerto, es la única «obediencia de cuerpo muerto» (la
triunfo, pero no con el fulgor de su vida de resucitado, pues el resucitado a expresión procede de Francisco de Asís). Es medir existencialmente toda la
una vida eterna no puede tener punto ninguno de contacto con ese caos. Sólo envergadura de lo puramente antidivino, de todo el objeto del juicio escatoló-
puede tenerlo estando en el único estado que permite ese contacto interno: en gico de Dios, que se concentra en el acto de «ser arrojado de golpe» (ópprj-
el estado del muerto, absolutamente vacío de vida 13. El objeto de esa visión IJum, 3X"n6rjcnE-roa.: Ap 18,21; Jn 12,31; Mt 22,13). Éso es medir a la vez
de la muerte no puede ser tampoco un infierno poblado, ni un purgatorio toda la envergadura de la tarea encomendada por el Padre: el «examen» del
poblado (pues, como luego veremos, un purgatorio no puede existir «antes de» infierno es una realidad (económico-)trinitaria. «Patiens vulnerum et salvator
Cristo), ni una «antesala del infierno» poblada (que, según la visión simbólica, aegrorum, unus defunctorum et vivificator obeuntium, ad inferna descendens
haya de ser despoblada por el «descenso» de Cristo). El objeto de esa visto et a Patris gremio non recedens» 19. Si el Padre es el creador de la libertad
mortis no puede ser más que la pura sustancialidad del «infierno» en cuanto humana —con todas sus consecuencias previsibles—, a él le pertenece origina-
sustancialidad del «pecado en sí». Platón y Plotino proporcionaron la expresión riamente el juicio y, consiguientemente, el «infierno». Y si envía a su Hijo al
de (JopPopói; (fango, lodo), y los MPadres de la Iglesia (sobre todo los Capado- mundo para salvar en vez de juzgar, y para cumplir esa función le «entrega
cios) la hicieron suya agradecidos . También se impone la imagen del caos 15. todo el juicio» (Jn 5,22), debe también, en cuanto hecho hombre, introducirle
Con otro símil habla Eriúgena de que en nuestra16 redención «se echa sobre el en el «infierno», por ser el infierno la consecuencia última de la libertad crea-
demonio toda la lepra de la naturaleza humana» . «Babilonia, la gran prosti- da. Pero el Hijo no puede entrar realmente en el infierno sino una vez muerto,
tuta», resumen del pecado del mundo, «ha caído» y «se ha convertido en la el Sábado Santo. Esta entrada de Jesús en el infierno se presupone cuando se
morada de los demonios, en la residencia de todos los espíritus impuros». dice que «los muertos oirán la voz del Hijo de Dios» y al oírla «vivirán»
Todos la han abandonado para que «sea convertida» en «epidemia, duelo y (Jn 5,25). El Hijo debe «ver de cerca lo imperfecto, informe y caótico de la
hambre» (Ap 18,2.8) y para ver «de lejos subir el humo del incendio» (ibíd., creación» para hacerlo suyo como Redentor. En palabras de Ireneo: «Propter
18,9.17). «Será arrojada, y ya nadie la podrá encontrar» (21) y «el humo su- quod et descendit ad inferiora terrae, id quod erat inoperatum conditionis
birá para siempre» (19,3). He aquí la última imagen que la Escritura aporta visurus oculis»20. Esta visión del caos por el Hombre-Dios vino a ser para
para describir la autodestrucción del mal puro. A. Gügler, discípulo de Herder
y de Sailer, describió esta autodestrucción en un cuadro detallado, pintado con nosotros la condición de nuestra visión de Dios21. Su sondeo de lo más hondo
la paleta de la filosofía romántica de la naturaleza: el infierno es el último del abismo convirtió la «cárcel» en «camino». Escribe Gregorio Magno: «Cris-
«residuo y flema absolutamente irrevitalizables», donde se «ha objetivado el to descendió al fondo del mar cuando se metió en lo más hondo del infierno
odio y la enemistad como tal». Lo consumido no puede volver a prender en para sacar de allí las almas de sus elegidos. Antes de la redención era el fondo
nada vivo. No le queda más que consumir eternamente su propia consunción, del mar una cárcel y no un camino... Pero Dios convirtió el abismo en cami-
como un fuego tenebroso cerrado en sí mismo, y «devorar para siempre los no... Se le llama también 'abismo el más profundo', pues lo mismo que no
consumidos restos de todo lo consumible en el abismo vacío» 17. hay quien pueda otear los abismos del mar, no hay conocimiento humano que
pueda taladrar lo oculto del infierno...». Pero el Señor puede recorrer el fondo
del infierno (deambulare), porque, al no tener las ligaduras del pecado, es
13
Sobre todo ello: A. von Speyr, Kreuz und Hollé (impresión privada; Einsiedeln «libre entre los muertos». De los abismos del Sábado Santo se vuelve Gregorio
1966). a los descensos espirituales del Redentor hacia los extravíos del corazón peca-
14
M. Aubineau, Le theme du «bourbier» dans la littérature grecque profane et dor: el mismo descenso se repite cada vez que el Señor baja al hondón de los
chrétienne: RSR 50 (1959) 185-214. Orígenes hablaba de una letrina del mundo
(Num., h. 14, 2 Baehr., 7, 124). En Swedenborg, Oetinger, F. von Baader, vuelve a apa-
a
recer15 la misma imagen. Derecho del diablo sobre las almas, sangre de Cristo que se le paga al diablo
L. Eizenhofer, Taetrum chaos illabitur (Ratisbona 1952) 94s; Pedro Crisólogo, como rescate, argucias del diablo al entrar Cristo en su reino por no tener ningún12 de-
Sermo
16
74: «Movetur chaos»: PL 52, 409C. recho a retenerle, etc.: textos en Diekamp-Jüssen, Kath. Dogmatik II (Münster 1959)
Div. Nat. V, 6: PL 122, 873C. Para Cirilo de Alejandría, Hom. paschal. 7: PG 77, 323-324.
552, Jesús despoja al diablo al redimir al hades de tal manera, que el diablo se queda " Hormisdas, Ep. «ínter ea quae» ad Justinum imperatorem: DS 369.
20
solo17 y vacío. 21
Adv. Haer. IV, c. 22, n. 1: PG 7, 1047A.
Nachgelassene Schriften, tomo 5 (Lucerna 1836): «Die Hollé», 545-569. Summa Alexandri III, tr. 7, q. 1, a. 1 (Quaracchi, IV, n. 205).
756 E L MISTERIO PASCUAL
ENTRE LOS MUERTOS 757
22
corazones desesperados . Siguiendo a Gregorio, también Isidoro de Sevilla se cia trinitaria, se lleva el «infierno» consigo como expresión de que tiene el
refiere a la «via in profundo maris» que abre a los elegidos el camino hacia el poder de decidir como juez sobre la suerte o la desgracia eterna del hombre.
cielo 23 . Cuando el Hijo recorre el caos por encargo del Padre, estando en las Lo primero que en todo ello hay de realidad salvífica es, sin duda, ía im-
tinieblas de lo antidivino está objetivamente en el «paraíso»; y eso es lo que plantación del fruto de la cruz en el abismo del abandono de la muerte. En
quiere expresar la idea simbólica de triunfo 24 . «Hoy ha llegado a la cárcel esto tienen razón K. Rahner y L. Boros. Su idea, lejos de ser nueva, há sido
como rey, hoy ha roto las puertas de bronce y los cerrojos de hierro. El, que lanzada a menudo después de Schleiermacher y Hegel. E. Güter apufltó la
fue tragado como un muerto más, ha asolado el infierno en Dios» 25 . Es una «consecuencia soteriológica» del Sábado Santo: la salvación se les ofrece en
«toma de posesión», como subraya Tomás de Aquiíio 2é . El infierno le perte- adelante a todos los hombres, de suerte que los muertos, de acuerdo con la
nece en futuro a Cristo y, al resucitar él conociéndolo, puede dárnoslo a cono- «posibilidad del hombre, han de tomar una decisión en pro o en contra de la
cer también a nosotros 27. revelación de Dios en Cristo», decisión que tomarán influidos también por
la «orientación fundamental del alma» a lo largo de su vida; y esto ocurrirá
con todos los muertos, tanto con los anteriores como con los posteriores a la
5. La salvación en el abistfio aparición de Cristo 2 . El fondo del interés que el siglo xix mostró por el teolo-
gúmeno del descenso era que la salvación se implanta en la estructura funda-
Por su carácter trinitario, la ida a los muertos tiene necesariamente una mental del mundo, es decir, que la oportunidad de salvarse es universal. El
dimensión salvífica. Es incorrecta la teología que limita a priori esta realidad problema de si el descenso es un status exinanitionis o exaltationis recibe así
salvífica partiendo de una determinada teoría de la predestinación y de una una respuesta nueva: el descenso es un «trueque dialéctico de derrota y victo-
equiparación de hades (gehenna) e infierno, y afirmando, por consiguiente, ya ria» (Ph. Marheineke), es una transición de la primera a la segunda (G. Tho-
de entrada que Cristo no pudo llevar a cabo salvación alguna en el «auténtico masius) que «reactiva el estado intermedio de los muertos», pues con ello se
infierno» (infernus damnatorum). Siguiendo a algunos de los Padres, la alta constituye Cristo en el «centro que abarca y supera todas las barreras natu-
Escolástica plantó estas barreras apriorísticas. Presuponiendo la existencia de rales» {]. A. Dorner) 1 .
cuatro «depósitos» infraterrenos (limbo de los justos, purgatorio, limbo de los
niños e infierno propiamente dicho), se pregunta hasta dónde descendió Cristo a) El «purgatorio».
y hasta dónde alcanzó su eficacia salvadora: por presencia propia (praesentia)
o por pura repercusión (effecíus). Suele responderse que se mostró a los con- Teológicamente, el «purgatorio» no puede deducirse sino del Sábado Santo.
denados para demostrar que es Señor incluso del infierno; en el limbo de los Incluso cuando Pablo en 1 Cor 3,12-13 se sirve de un lenguaje veterotesta-
niños no había nada que arreglar; en el purgatorio pudo darse una amnistía de mentario y habla de que el fuego escatológico judicial del «día del Señor»
cuyo alcance se disputa; el limbo de los justos queda como el lugar propia- «probará» al hombre, el único criterio de juicio sigue siendo el «fundamento»,
mente dicho de la actividad redentora l. Según lo dicho, toda esta maraña debe que es Jesucristo. El fuego escatológico someterá a prueba las obras construidas
soltarse, puesto que «antes de Cristo» (tomando «antes» objetiva, no cronoló- sobre ese fundamento, llegando incluso a consumirlas totalmente. Pero al hom-
gicamente) no puede haber ni infierno ni purgatorio (y de un hades especial bre mismo lo salvará «como a través del fuego» A. Ni palabra de una depura-
de los niños no sabemos absolutamente nada); antes de Cristo no puede haber ción, sí de una prueba: el fuego es instrumento de un juicio escatológico, juicio
más que el hades del cual Cristo «nos» libró por su solidaridad con los cor- que dirigirá el Jesús solidario nuestro y no la ira llameante de Dios. El texto
poral y espiritualmente muertos (a lo más, especulativamente puede ese hades paulino (cuyo tema de fondo es el fuego del día de Yahvé) no tiene nada en
dividirse en uno superior y otro inferior; pero no se ve cuál sea la relación común con el dicho de Mt 25,41, basado en la idea judía de la gehenna. Exe-
entre ambos). Pero caeríamos en el extremo contrario si pretendiéramos deducir géticamente, es Orígenes muy discutible en este punto; pero teológicamente
de ahí que todos los hombres, tanto anteriores como posteriores a Cristo, han lleva razón 5 : al «estar con los muertos» introduce Cristo el factor misericordia
sido salvados; que Cristo vació el infierno y que ya no tiene sentido el miedo en lo que simbólicamente se describe como fuego de la ira de Dios 6 . «A todos
a la condenación. Volveremos sobre ello. Digamos pof ahora que es aquí donde nosotros nos ha tragado y retenido el hades. Por eso Cristo no descendió úni-
adquiere relieve teológico la distinción entre hades e infierno (cf. Heb): con la camente a la tierra, sino que descendió también bajo tierra... Nos ha encon-
resurrección deja Cristo tras de sí el hades, es decir, que la humanidad deja trado a todos de antemano en el infierno» y desde allí no nos ha reintegrado
de tener cerrado el paso hacia Dios. Pero partiendo de su más honda experien-
2
22
Moralia, 29: PL 76, 489. Sobre el descenso a los más hondos recovecos del Die Lehre von der Erscheinung Jesu Cbrísti unter den Todten (Berna 1853) 367,
según W. Bieder, op. cit., 17.
sheol, cf. ya Od. Sal. 42, 13ss. , 3
Textos en W. Bieder, op. cit., 22-25. De modo semejante se había ya expresado
23
1 Sent. c. 14, sent. 15: PL 83, 568A. Herder, para quien el «viaje a los infiernos» supone la «evolución» de la concepción
24
Philo Carpasius, Comm. in Cant. (sobre el «descenso del esposo a su huerto»: puramente sensible del AT a la concepción espiritual del NT: Erlauterungen zufn NT
6, 1): «Me parece que ello se refiere al descenso del Señor al infierno», y justifica su III, 1, en Werke (Cotta 1852) 7, 131.
parecer a base del diálogo entre Jesús y el buen ladrón (PG 40, 112-113). 4
25 5
J. Gnilka, Ist 1 Kor 3,10-15 ein Schriftzeugnis für das Fegfeuer? (Dusseldorf 1955).
Proclo de Constantinopla, Sermo 6, ti. 1: PG 65, 721. Ibíd., 20ss.
26 6
Expos. symb. (n. 928). El problema de cuándo entra en acción ese fuego, tras la muerte individual
27
Ibíd., 935. o a la hora del «juicio final», es algo que pertenece a la escatología, y por ello no po-
1
Tomás, Sent. III, d. 22, q. 2, a. 2; S. Th. III, q. 52, a. 2-a. 8. demos tratarlo aquí.
758 EL MISTERIO PASCUAL ENTRE LOS MUERTOS 759
a la tierra, sino al reino de los cielos 7 . La teología dogmática católica debe, en que no ha vuelto a tener cierta vigencia hasta que la nueva ordenación litúr-
todo caso, hablar de una «tendencia universal de la redención», oponiéndose a gica eliminó el «aleluya» del Sábado Santo.
las limitaciones que establece la teoría de la doble predestinación 8 . Que esta 1 Pe 3,19 habla de XTjpúffffeiv (activo); 4,6 de EÍKXYYE^Eoflai (pasivo);
visión es teológicamente acertada lo prueban por contraste las especulaciones Hch 2,24 habla de XviEtV (los dolores o las ligaduras de la muerte: el sujeto
escolásticas, que caen en contradicciones irresolubles al suponer la existencia es Dios). De ahí surgen consecuentemente los dos temas: el anuncio (la procla-
de un «purgatorio» en el hades. Donde más claras resaltan estas contradiccio- mación) y la redención (el rompimiento). Y surge la concurrencia entre ambos
nes es en Pullo, que es también quien con más agudeza trata estos problemas 9 . temas.
La proclamación ha de tomarse en su pura objetividad, incluso en lo que
b) «Rompimiento de las ligaduras». tiene de euangelion: «proclamar» es, en este caso, enfrentar a la muerte eterna
Si se pregunta qué «hizo» Cristo en el hades, o mejor —dado que su estan- un manifiesto de la vida eterna, sin opinar sobre cómo se llevó a cabo esa
cia en él la hemos descrito como «visión» pasiva del pecado como tal—, cuál proclamación a ni qué personas la proclamaron 13 y si eran buenas o menos
fue el «fruto» de la estancia de Jesús en el hades, lo primero que habrá que buenas las disposiciones de quienes la recibieron. Con ello eliminamos de ante-
hacer será dejar de lado todo practicismo teológico y toda impaciencia religiosa mano un problema que tanto ocupó a los Padres: el problema de la posterior
y no pretender adelantar de Pascua al Sábado Santo ese fruto, que es la reden- conversión de los ya muertos. Y el problema se refiere tanto a la posibilidad
ción eterna por medio de la pasión temporal. de semejante conversión después de la muerte como al número de los con-
Sin duda que se puede, como suele hacerlo la Iglesia oriental, hacer del vertidos 14.
«descenso» la imagen clave de la redención, considerando que en el descenso Con el mismo sentido objetivo ha de tomarse el tema del rompimiento, es
se rompen las puertas del infierno y los cautivos dejan la cárcel 10 . Los pinto- decir, el tema de la llegada de la salvación a los muertos, en cuanto contenido de
res de iconos han repetido multitud de veces esta escena, la auténtica imagen la proclamación. Al igual que la estancia de Jesús en la muerte no se describe
pascual del Oriente n . Es ver toda la obra del triduum mortis como un único subjetivamente, tampoco se habla de que la proclamación hecha a los «espíritus
movimiento cuya máxima intensidad dramática se alcanza el Sábado Santo. Las encarcelados» produjera un efecto subjetivo. La descripción dramática de un
imágenes pascuales del Occidente presentan siempre a Cristo resucitando él solo. triunfo 15 , de un encuentro gozoso entre Jesús y los cautivos, y en especial
En cambio, el Oriente nos hace ver la cara social y soteriológica del hecho 12
redentor. Para ello se está incrustando anticipadamente el domingo en el sá- No se trata de «exhortaciones» e intentos de convertir, como da a entender Hi-
bado, convirtiendo el triunfo objetivo y pasivo en un triunfo subjetivo y activo. lario, In Ps 118, 11, 3: PL 9, 572-573.
13
A esta necesidad de anticipación cedió también en gran medida la predicación Hermas piensa que los apóstoles y doctores prosiguen esa obra de predicación
del más allá: Sim., 9, 16, 5 (Funk, 1, 532). También en el hades son para Orígenes los
de los primeros siglos, secundados parcialmente por las representaciones pas- profetas, y sobre todo el Bautista, precursores de la proclamación de Jesús: C. Cels., 1. 2,
cuales de la Edad Media. En estas prédicas y representaciones se mantuvo un c. 43: PG 11, 865; Reg., h. 2 (865). Clemente sigue la idea de Hermas y afirma que
factor teológico de importancia, factor que fue perdiéndose cada vez más en la esa proclamación la prosiguen los discípulos tras la resurrección de Jesús: Strom., 6, 6:
teología sistemática. Pero, a la vez que mantenían ese factor, confundían otro PG 9, 265; 2, 9: PG 8, 980.
14
7
La especulación oscila entre un vaciamiento total del hades en el sentido de una
Ex., h. 6 (Baehr., VI, 197-198). Cf. Pseudo-Agustín, Sermo 197: «Tune leonem liberación de todos (cf. Cirilo de Alejandría, Hom. paseb. 7: PG 77, 657, y el Pseudo-
et ursum strangulavit quando ad inferna descendens omnes de eorum faucibus libera- Ambrosio, Hom. de Paschate, c. 3s: en Adán cayeron todos en el infierno y allí son
vit» (PL 39, 1819). todos atormentados hasta que llega Cristo, fuerza el infierno y libera a todos) y una
* Cf. M. J. Scheeben, Dogmatik, § 266, III (Friburgo 1961) 356ss. redención limitada, sólo de las almas (¿judíos?, ¿quizá también paganos?) que estuvie-
' Se ve obligado a situar el purgatorio entre ambos estratos del hades: el inferior, ron en posesión del mérito de una cierta fe y vida buena o de una conversión en trance
donde Epulón es atormentado, y el superior, donde Lázaro descansa en el seno de de muerte: Ireneo, Adv. Haer., 1. 4, c. 22 y 27, n. ls: PG 7, 1047 y 1056-1058; Orí-
Abrahán. Pero, en primer lugar, se opone a esto la afirmación de que entre ambos «lu- genes, C. Cels., 2, 43: PG 11, 865; Ambrosiaster, In Eph, 4, 9: PL 17, 837 («quotquot
gares» media el chaos magnum, y en segundo lugar, esa purificación no lleva a los cupidi eius essent»); In Rom, 10, 7: PL 17, 143 («quicumque, viso Salvatore apud
purgandi a Dios, sino a otro tipo de pena de daño. Sólo tras la ida de Cristo al infierno inferos, speravit de illo salutem»); titubea Gregorio Nacianceno, Or., 45, 24: PG 36,
deja de ser el hades superior la «salida» del purgatorio y pasa a serlo el cielo (Sent., 1. 4, 657 (todos, o al menos los que en él creyeron); Crisóstomo, In Mt, h. 26, 3: PG 67, 416
21-26: PL 186, 825-830). Cf. también Ludolfo de Sajonia, Vita Christi II, c. 68; De (también paganos que no esperaron a Cristo, si no adoraron ídolos y sí al Dios verda-
Sabbato Sancto, n. 5. dero); Filastrio de Brescia, De haeres., 125: PL 12, 1251-1252, incluye también a los
10
J. Monnier, op. cit., 183-192; B. Schultze, La nuova soteriologia russa: OrChrP poetas, filósofos y otros paganos, con las condiciones establecidas por el Crisóstomo;
12 (1946) 130-176; J. H. Schulz, Die «Hollenfabrt» ais «Anastasis»: ZKTh 81 (1959) el más estricto es Gregorio Magno, Ep., 1. 7, 15: PL 77, 869-870 (no «omnes qui illie
1-66. confiterentur eum Deum», sino «solos illos... liberavit, qui eum et venturum esse credi-
" M. Bauer, Die Ikonograpbie der Hollenfabrt Christi von ihren Anfangen bis derunt et praecepta eius vivendo tenuerunt»; pues lo mismo que hoy son necesarias
las buenas obras y la fe para la salvación, también entonces hubo de ser así); Agus-
zum 16. Jahrbundert (disert. manuscrita; Gotinga 1948); G. Cornelius, Die Hollen- tín, Ep. 164, 14: PL 33, 715 («recte intelligitur solvisse et liberasse quos voluit»).
fabrt Christi (Munich-Autenried 1967); O. Schonwolf, Die Darstellung der Aufer- Tenemos todo el abanico de opiniones, desde la más amplia a la más estricta.
stehung Christi, ihre Entstehung und ihre áltesten Denkmaler (Leipzig 1909); 15
H. Rothemund, Zur Ikonograpbie der Hollenfabrt Christi: «Slav. Rundschau» II (1957) Aparece el tema de que Cristo, al llegar al hades, lo inundó todo de luz; cf. Dolger,
20ss; J. Villette, La Résurrection du Christ dans l'Art (París 1947); E. Volter, Darstel- Sol Salutis (Münster 21925) 336-364, repetido a menudo, y ya en el evangelio de
lung der Auferstehung Christi bis zum 13. Jahrbundert (Friburgo, s. f.); R. B. Green, Nicodemo (Schneemelcher, I, 349, 351): «A la hora de la medianoche penetró en aquella
Hollenfabrt Christi (in der Kunst): RGG III, 410s; Handbucb der Ikonenkunst tiniebla algo como la luz del sol y brilló... y todos los rincones del hades se ilumina-
(Munich 21966) 308. ron»; de modo parecido, Pseudo-Agustín, Sermo 160, 2, de Pascha: PL 39, 2060
760 EL MISTERIO PASCUAL EL RETORNO AL PADRE 761

entre el nuevo y el viejo Adán, no puede prohibirse ni es pura consideración Esa realidad del Domingo de Pascua la ponemos bajo el epígrafe de «ida al
piadosa, pero sobrepasa las posibilidades de la teología. Si en alguna ocasión, Padre», epígrafe que es joánico (Jn 16,28) y que ha de enriquecerse con las
en ésta hay que tener a raya al afán de sistema, que llevaría a la teoría de demás descripciones del hecho si se quiere captar todo su significado: es el
la apokatástasis. Padre creador quien culmina su obra actuando en el Hijo el Domingo de Pas-
En lugar de ello, la Iglesia se pone el Sábado Santo a acompañar de lejos: cua; es él quien, elevando al Hijo, pone fin a su misión y la presenta abierta-
Gregorio Nacianceno nos recomienda tomar parte espiritualmente en el descen- mente al mundo cuando envía al mundo el Espíritu común a ambos. A la
so del Señor: á v EÚ; aSou xa-ríf], GvrpdttúJbe., yvwdi YXLÍ -r¿c EXSÜTE TOO estructura de este fenómeno pertenece a priori una serie de elementos: que
XpiOToO y,'H'Cnn!)ip&a.16- Tomás de Aquino repite el consejo: «Nam Christus la complejidad de esta realidad se nos escapa (es algo que va a perderse en la
descendit ad inferos pro salute nostra, et nos frequenter debemus solliciti esse eternidad del Padre) y a la vez se nos manifiesta (para que en la fe podamos
illuc descenderé...» 17 . Sigue en pie el problema de cómo sea posible teológica- captar el sentido de la historia de la salvación); que es a la vez «suprahistó-
mente ese acompañamiento, una vez supuesto que el Redentor se sitúa vicaria- rico» o «prehistórico» i e histórico; que, a pesar de poseer la máxima certeza
mente en soledad extrema. Y sigue en pie el problema de si tal compañía teológica, no cabe dentro de las formas literarias de narración humana, plan-
puede calificarse de otro modo que de participación en esa soledad aceptada teando así problemas que los exegetas nunca podrán resolver del todo, haciendo
auténticamente, es decir, cristianamente: estando muerto con el Dios muerto. que se entable un «diálogo crítico continuo entre análisis histórico y compren-
sión teológica» 2 . Ahora bien, dado que la certeza de fe de lo sucedido da lugar
a toda la gama de intentos ultramundanos de enunciación (que han de ser ana-
lizados por los exegetas), resulta que esa variada gama, con todas sus incon-
gruencias y contradicciones, está preñada de contenidos teológicos del más alto
valor; todo lo cual proporciona a nuestra investigación tres puntos de vista
SECCIÓN QUINTA básicos: 1) Acotar y describir lo unitario y convergente de la afirmación teoló-
gica fundamental. 2) Plantear la situación de la exégesis, cuyas aporías proceden
EL RETORNO AL PADRE en gran medida de la estructura de la misma realidad pascual. Resolver esas
(Domingo de Pascua) aporías lleva al exegeta a opciones que le marcan el camino que ha de seguir
su investigación. 3) Desarrollar los aspectos teológicos contenidos en las diver-
sas y divergentes exposiciones, aspectos cuyo contenido total es tan importante
Todo el NT coincide en afirmar que la cruz y la sepultura de Cristo sólo que sólo por eso hay que dejar como están las incongruencias de los relatos.
tienen sentido a la luz de la resurrección, sin la cual no habría fe cristiana.

(«Quisnam est iste terribilis et niveo splendore coruscus?»); igualmente, Cesáreo, Hom. 1 1. La afirmación teológica fundamental
tn Paschate: PL 67, 1043; y la representación pascual, cuando ante la iglesia a oscuras
se enciende el fuego pascual y se lleva a la iglesia como «Lumen Christi», simbolizando
la entrada de Cristo en el hades, que con esa entrada se trueca en el paraíso: Redentiner La afirmación teológica fundamental debe abordarse por tres vertientes: su
Osterspiel (compuesto en 1464), Golther, 492. Aparece también el tema de una lucha originalidad (con la problemática aneja de cómo algo que no posee analogía
con el diablo, quien por la superioridad de Cristo se ve obligado a abrir los «portones ninguna puede y debe enunciarse en formas categoriales y a base de determina-
de bronce» y a dejar entrar al vencedor triunfante. La primera victoria de Cristo sobre dos presupuestos conceptuales); su estructura trinitaria (el Padre lleva toda la
el infierno anuncia una segunda y definitiva victoria en el juicio final, cuando el infier- iniciativa, el Hijo actúa personalmente como «quien está vivo» y el Espíritu
no ha de ser definitivamente destruido. Así en la «representación redentina» y hasta comienza con la Pascua a «estar libre» para el mundo) y, finalmente, lo coin-
en Ayrer, Historischer Processus juris in welchem sich Luzifer über Jesum, darüber, cidente de las descripciones de cómo el Resucitado se muestra y se conduce,
dass er ihm die Hollen zerstóret, beklaget (Francfort 1680). Finalmente, aparecen los
temas del encuentro con Adán, de las conversaciones mantenidas con él (ya en el evan- que es donde radica lo inconmovible de la fe pascual.
gelio de Nicodemo, y con gran belleza en el sermón del Pseudo-Epifanio: PG 43,
452-464), que se extienden en las representaciones de la pasión. Cf. Pasión del Palatino: a) Carácter único de la afirmación.
«Issiez hors de ceste prison / Mi ami, mi cousin, mi frére. / Je vieng de la destre mon
pére / Pour vous sauver ai morte soufferte. / Maintenant vous sera ouverte / La porte a ) El principio supremo de toda filología es el de que a los textos hay
d'enfer e li huis», en Jeux et Sapience du Moyen-Áge, ed. Pauphilet, Pléiade, 257; que dejarles que digan lo que por sí mismos quieren decir 3 . En segundo lugar,
St. Galler Passionsspiel (Hartl 1952) versos 1509-1529; Das Osterspiel von Muri (Ranke pero sólo en segundo lugar, viene el problema de si lo que dicen sigue tenien-
1944) 45s; Donaueschinger Passionsspiel (Hartl 1942) versos 3949ss. Y ya Efrén: do validez para nosotros 4 . «Pero es decisivo que en la confesión de todos los
«Ramus se inclinavit usque ad Adamum in infernum, deiade se erigens assumpsit euro
atque reduxit in Edén» (Hymni [Lamy] IV, 678; cf. 758, 762-764); Casiano, Instit. III, 1
3, 6 (Petschenig, 36-37); sermón del Pseudo-Tadeo en Edesa (en Eusebio, Historia de K. Barth, KD IV/1 (Zollikon 1953) 371. Pero obsérvese la cautela con que Barth
la Iglesia, 1, 13, 3). P. Claudel, que ha pensado y compuesto mucho sobre el hades introduce y acota esos conceptos.
2
(cf. su drama del descenso: Le Repos du Septiéme Jour, compuesto en 1896), ha vuelto L. Goppelt, Das Osterkerygma heute, citado según B. Klappert, Diskussion um
a hablar de una procesión interna de Sábado Santo desde el infierno al cielo (La Sensa- Kreuz und Auferstehung (Wuppertal 1967) 212.
3
tion du Divin, en Présence et Prophétie, París 1942, 113s). 4
H. Schlier, Über die Auferstehung Jesu Christi (Einsiedeln 1968) 15.
16
W. Marxsen, Die Auferstehung ais historisches und ais theologisches Problem
17
Or., 45 (In Sanctum Pascha), n. 24: PG 36, 657A. (Gütersloh 1965). Citado según Die 4Bedeutung der Auferstehungsbotschaft für den
Expos. symb. (n. 932). Glauben an Jesús Christus (Gütersloh 1967) 12s.
762 E L MISTERIO PASCUAL EL RETORNO AL PADRE 763

creyentes se da una total coincidencia en la afirmación misma de que Jesús ha proceder de Jerusalén, o quizá de Antioquía. Contra lo que se ha supuesto a
resucitado» 5 . La confesión de fe dice, por una parte: el enunciado afirma una menudo desde Harnack, no hay por qué atribuir el paralelo entre «Cefas y los
realidad objetiva como la que se expresa en las primitivas aclamaciones y fór- Doce» y «Santiago y los apóstoles» a corrientes de tradición independientes y
mulas breves: «El Señor ha resucitado de verdad (¡fr/mc,) y se ha aparecido a opuestas, e interpretarlo primariamente como una «fórmula de legitimación»
Simón» (Le 24,34); «Dios ha resucitado a Jesucristo de entre los muertos» apostólica (¿para qué añadir, entonces, la aparición a los quinientos hermanos?) 13 .
(Hch 2,32; 3,15; 4,10), etc. Pero esa misma confesión de fe está, por otra parte, No habría de ponerse en duda que Pablo quiere enumerar las apariciones con un
diciendo algo que sólo por la fe se puede afirmar: de la resurrección «no habló cierto orden cronológico M, ni va descaminado el intento de traducir el éqxjcTOxS;
la Iglesia primitiva asépticamente, sino con una postura creyente» 6 . Y esa (en: «a quinientos hermanos a la vez») por «de una vez por todas», y remon-
creencia es la que funda a la Iglesia. De no haber resucitado Cristo, no habría tar todas las demás apariciones a esta única aparición 15 . Por otra parte, no
ni Iglesia ni fe: «tanto ellos como yo (Pablo), esto e5 lo que predicamos; y así debiera atribuírsele a la fórmula toda una teología de la primitiva misión
es como habéis llegado a la fe» (1 Cor 15,11). La unanimidad de la proclama- cristiana 16.
ción no es algo acumulativo —una serie de individuos que en este punto son Estas son las dos afirmaciones fundamentales de la fórmula: 1) Existe un
de la misma opinión—, sino que, al estar de acuerdo los testigos, forman la gran número de testigos de la resurrección. Que todavía hoy se les pueda «in-
Iglesia. La Iglesia es, por tanto, el auténtico sujeto de la fe pascual, al igual terrogar» (v. 6) no quiere en modo alguno decir que Pablo quiera «probar»
que esa fe es el auténtico objeto por el cual se constituye primariamente la la resurrección. Lo que hace Pablo es remitir a los «testigos escogidos de ante-
Iglesia como sujeto creyente. No se da Iglesia sin la presencia viva del Señor mano» (Hch 10,41) e incluirse entre ellos. 2) Ya en esta fórmula tan primi-
a partir de la Pascua 7 . Por eso no tiene sentido desplazar con Schleiermacher tiva van unidas, formando una unidad de confesión, la muerte de cruz, la se-
y su escuela la resurrección de Cristo del centro de H fe eclesial 8 . El punto de
pultura, la resurrección y las apariciones del Resucitado. Ya en esta fórmula
partida de la teología eclesial es la resurrección, y sólo desde ahí adquieren
—y esto es importante— se concibe la cruz como muerte propiciatoria «por
el relieve que tienen la existencia terrena y la cruz ele Jesús 9 .
nuestros pecados» sobre el horizonte de la resurrección, y ambas, muerte y re-
El testimonio más antiguo 10 de la resurrección es la fórmula de fe que surrección, se comprenden, y se iluminan definitivamente sobre el horizonte
Pablo recuerda a los corintios en 1 Cor 15,3-5: «Que el Mesías murió por total de la Escritura 17 . Ambos sucesos se sitúan frente por frente (la cruz se
nuestros pecados, según las Escrituras, / y que fue sepultado / y que resucitó subraya con la alusión a la sepultura: sepultar a alguien es certificar definiti-
al tercer día, según las Escrituras, / y que se apareció a Cefas y luego a los vamente que está muerto) 18 ; la repetición del «según las Escrituras» presenta
Doce...». Se discute dónde acaba esta fórmula antiquísima, compuesta rítmica- ambos sucesos como conexos, pero distintos. Lleva la razón Barth contra Bult-
mente. Sin duda que no acaba antes de «Cefas», ya que el «se apareció» está mann cuando afirma que la resurrección es una acción del propio Dios 19, y no
pidiendo un predicado. Parece que también los «Doce» han de pertenecer a la
fórmula primitiva. Pablo prosigue la lista: «después se apareció a más de qui- Christus. Ein exegetischer Beitrag (cf. supra, nota 4), rechaza la idea de U. Wilckens,
nientos hermanos a la vez...; luego se apareció a Santiago, y más tarde, a to- según el cual la fórmula puede también proceder de Antioquía o Damasco y posee
dos los apóstoles; y en último término se me apareció a mí, como a un abor- rasgos helenistas (Der Ursprung der Überlieferung der Erscheinungen des Auferstan-
tivo». La fórmula básica contiene lo que Pablo mismo, tras de su conversión, denen, en Dogma und Denkstrukturen, editado por W. Joest y W. Pannenberg, Gotin-
«recibió» de los apóstoles en Jerusalén (el año 33 o poco después). El texto, que ga 1963), y rechaza también a H. Conzelmann por discutir que la forma original de la
muestra muchos rasgos no paulinos u , muy probablemente semíticos u, parece fórmula sea semítica (Zur Analyse der Bekenntnisformel 1 Kor 15,3-5: EvTh 25 [1965]
1-11). Sobre todo ello, cf. también B. Klappert, Zur Frage des semitischen oder grie-
chischen Urtextes von 1 Kor 15¡3-5 (Cambridge 1967) 168-173, y J. Kremer, op. cit., 82s.
5
W. Künneth, Theologie der Auferstehung (Munich 51968) 109. No debiera, por tanto, etiquetarse sin más el texto como «fórmula antioquena de fe»
6 (así lo hace Ph. Seidensticker, Die Auferstehung Jesu in der Botschaft der Evangelien
H. Schlier, op. cit., 9; W. Künneth, op. cit., 107; L. Goppelt, op. cit., 213.
7
H. Grass, Ostergeschehen und Osterberichte (Gotingfl 21961) 263; G. Koch, Die [Stuttgart 1967] 24s).
Auferstehung Christi (Tubinga 21965) 325ss; F. X. Durwell, La resurrección de Jesús, 13
Sobre todo, E. Bammel, Herkunft und Funktion der Traditionselemente in 1 Kor
misterio de salvación (Barcelona 1962) 169ss. 15,1-11: ThZ 11 (1955) 401-419.
8 14
Der christliche Glaube II, § 99: «Los hechos de la resurrección y ascensión de Así piensa acertadamente H. Grass, op. cit., 298.
15
Cristo... no pueden ponerse como parte propiamente dichas de la doctrina sobre su Como hace Ph. Seidensticker, op. cit., 27, quien quisiera identificar esta única
persona» (Berlín 21831) 92. aparición con la aparición pascual de Galilea en Mt 28,16ss. En contra se pronuncia
' De ahí el primado de la teología en el tratado de la resurrección tal como lo J. Kremer, op. cit., 71, nota 30, quien sigue manteniendo la pluralidad de aparicio-
desarrollan, por ejemplo,
5
K. Barth, W. Künneth, K. H. Rengstorf (Die Auferstehung nes (86s).
Jesu, Witten-Ruhr 1952), F. X. Durwell, A. M. Ramsey (The Resurrection of Christ, 16
2 17
Como hace G. Koch, op. cit., 200ss.
Londres 1956), a pesar de la encendida protesta de E. Kasemann, Die Gegenwart des «Según las Escrituras» se refiere primariamente a la resurrección misma y no a la
Gekreuzigten, en Christus unter uns (Stuttgart 31967). * precisión de «al tercer día»: J. Kremer, op. cit., 35, 49; cf. infra.
10 18
Sobre 2todo desde que U. Wilckens, Die Missionsreden der Apostelgeschichte K. H. Rengstorf ve en el «muerto y enterrado» una «fórmula fija, usual ya en
(Neukirchen 1963) ha puesto en duda la antigüedad de las llamadas fórmulas «arcaicas» el AT, aplicada en el caso de las personalidades relevantes en la historia de Israel»,
de los discursos de Pedro. que tiene probablemente su «origen en los anales reales» (op. cit., 52). Indica que en la
11
Lista en J. Kremer, Das alteste Zeugnis von der Auferstehung Christi (Stuttgart parábola de Lázalo y el rico, del rico se dice que murió y lo enterraron, mientras que
1966) 25. del pobre Lázaro sólo se dice que murió (Le 16,22): «y eso quiere decir que murió y se
a
J. Jeremías, La Ultima Cena (Ed. Cristiandad, Madrid 1980); E. Fascher, Die quedó sin una tumba propia».
19
Auferstehung Jesu und ihr Verbaltnis zur urchristlichen Verkündigung: ZNW 26 (1927) KD IV/1, 335s: «Una nueva acción de Dios, distinta de lo acaecido en la cruz...,
1-26. G. Delling, Die Bedeutung der Auferstehung Jesu für den Glauben an Jesús y no sólo la revelación y explicación del significado y el alcance positivos de la cruz»
764 EL MISTERIO PASCUAL EL RETORNO AL PADRE 765

la toma de conciencia del sentido de la cruz 20 . La fórmula prepaulina de Rom contraposición a la temporalidad del eón antiguo) 24 . Es también importante la
4,25 relaciona primaria y esencialmente nuestra justificación no con la cruz, caracterización del término a quo, del punto en el cual la historia queda supe-
sino con la resurrección 21 . A partir de los textos no se puede poner en duda rada ejemplarmente. Se puede por ello decir sin miedo que la resurrección es
que primero actúa Dios objetivamente en Cristo y que luego esa actuación «un hecho realmente intramundano... por haber sucedido dentro del tiempo
produce un efecto secundario, pero decisivo, en el mundo como tal y en cada como una historia particular dentro de la historia universal humana» 25. Se pue-
uno de los hombres. Schleiermacher, Herrmann y su discípulo Bultmann niegan de incluso aventurar el intento de situar la resurrección como suceso histórico
esa objetividad, pues piensan que neutraliza la relación existencial con el yo en el marco conjunto de la historia como tal 2 6 . Pero se puede también hablar
creyente al «dogmatizar» o «mitificar» el hecho. Ahora bien, destruir esa obje- de un «margen histórico» de la resurrección 27 , o de que la realidad «metahis-
tividad lleva a eliminar también la importancia de la cruz para la redención: tórica» posee una «vertiente que se abre hacia la historia» 2S , todo lo cual pone
entre el Dios de gracia y el yo agraciado desaparece la mediación objetiva de de manifiesto la ambigüedad de los signos históricos cuando se separan de la
Cristo 22 . realidad de la fe. Con razón hay quien rechaza como peligrosa la alternativa
3) Que un muerto vuelva a la vida no carece de precedentes en el ámbito «histórico-no histórico» 29. Históricamente (es decir, dentro de la historia), sólo
bíblico. Pero no es esto lo que quiere decir la resurrección de Jesús. Lo que la se puede proclamar que la historia del mundo y del hombre ha quedado supe-
resurrección en el caso de Jesús expresa es que Jesús pasa a un tipo de exis- rada en Dios, si el Dios que está por encima de la historia actúa en su Hijo
tencia que ha dejado tras de sí la muerte de una vez para siempre (Rom 6,10), muerto y hace que su Hijo vivo se revele a la historia y en la historia como
que ha llegado a Dios superando para siempre las fronteras de este eón (Heb superior a la historia. Por eso, como luego veremos, nadie fue testigo de la
9,26; 1 Pe 3,18). Al contrario que David y que todos los resucitados por él resurrección como tal 30 . La tumba vacía no se adujo desde un principio como
mismo, Jesús se ve libre de la corrupción (Hch 13,34), vive para Dios (Rom «prueba» de la resurrección 31 . En fin de cuentas, nadie podía ser observador
6,10), vive «por los siglos de los siglos, y tiene las llaves de la muerte y del desinteresado de la manifestación del Señor.
hades» (Ap l,17s). Esto carece de analogías, como suele repetirse con toda Pero con ello se plantea el agudo problema de cómo hay que entender este
razón 23 . Rompe de una vez todo nuestro mundo de vida y muerte, y al rom- acontecimiento único. Esa comprensión sólo es posible si existen principios ca-
per nos abre un camino nuevo hacia la vida eterna de Dios (1 Cor 15,12ss). tegoriales de comprensión que se trasciendan a sí mismos y converjan necesa-
Ambos términos son importantes en este paso sin precedentes de un eón a riamente en eso que se juzga único. La Escritura nos proporciona fundamen-
otro. No sólo es importante el que entre y sea recibido en el nuevo eón (que talmente tres de esos principios: 1) La idea, cada vez más densa, de que Dios
se piensa entonces erróneamente como una eternidad abstracta e intemporal por vive y es, en su alianza, un Dios de vivos. 2) El horizonte abierto de la apoca-
líptica judía precristiana. 3) La pretensión del Jesús histórico de ser para los
(cual es la idea de Bultmann). En el mismo sentido se expresan también J. Schniewind que con él se encuentran el quicio de la suerte o de la desgracia eternas.
(Antwort an R. Bultmann [texto en B. Klappert, op. cit., 76-89]) y L. Goppelt Desde siempre el Dios de la alianza no sólo fue el Dios vivo, sino el Dios
(ibíd., 207-221). H. Grass, op. cit., 245s: «Dios ha actuado en Cristo antes de actuar que da vida: «vida verdadera no la hay para el israelita más que en comuni-
en sus testigos; y de suerte tal que actuando en él actuó en ellos... Ni siquiera una cación con el Dios vivo» 3Z . «Pues en ti está la fuente de la vida» (Sal 36,10).
antropología de tantos vuelos como la contenida en esa proclamación, que descubre Y para Jesús no es Dios «un Dios de muertos, sino de vivos» (Mt 22,32). Ya
las raíces más hondas de nuestra existencia humana, puede justificar desde atrás esa en la antigua alianza ocurre que la piedad levítica, partiendo de esta idea del
misma proclamación». De modo similar, H. S. Iwand, Kreuz und Auferstehung Christi Dios vivo, trasciende la inexorable barrera de la muerte: se imaginaba una
(en B. Klappert, op. cit., 275-297).
20 «seguridad que no nacía sino de la certeza de que la comunidad de vida ofre-
«Decir que Jesús ha resucitado, ¿puede ser otra cosa que enunciar la importan-
cia de la cruz?» (Neues Testament und Mythologie, en Kerygma und Mythos, editado cida por Dios no podía destruirse» 33 . Jesús, como Palabra de Dios hecha carne
por H. W. Bartsch, I [1948] 47-48). Se refiere Bultmann a la importancia pro me, en 24
cuanto «realidad presente en la concreta realización vital del creyente» (p. 46). Acertadamente se opone (sobre todo a P. Althaus) W. Künneth, op. cit., 246-281.
21
Sobre este texto construye principalmente F. X. Durwell su teología de la resu- La resurrección
25
como culminación del tiempo (ibíd., 191-192).
rrección. Cf. también K. H. Rengstorf, op. cit., 63-64: «Lo asombroso se... enuncia K. Barth, op. cit., 368. Barth corrige sus enunciados más radicales de Die Auf-
en 1 Cor 15,17... 'Pero si Dios no ha resucitado a Cristo, resulta entonces que seguís erstehung der Toten (Munich 1924), donde había desvalorizado la historia en aras del
empecatados'. Esto quiere decir, examinado de cerca, que para Pablo no basta una puro «hecho de la revelación».
26
confrontación con el Crucificado si el hombre ha de llegar a Dios y..., en último térmi- W. Pannenberg, Fundamentos de cristología (Salamanca 1964). En plan crí-
no, a sí mismo». tico, B. Klappert, op. cit., 22: «Se produce así una disolución de lo escatológico en lo
22
R. Bultmann, op. cit., 45: «El sentido de su historia (de Jesús) viene dado por lo histórico universal».
27
que Dios quiere decirme por medio de ella». En acusada contradicción se expresa B. Klappert, op. cit., 18.
28
H. Grass, op. cit., 268, 275, 323. H. Grass, op. cit., 12s.
29
23
«Falta aquí todo tipo de analogía» (W. Künneth, op/cit., 62; cf. 78s). «Por ello B. Klappert, op. cit., 50.
30
no debe ponerse la muerte de Jesús en parangón con la muerte de otros hombres» W. Marxsen, op. cit., 18. Es significativo que sea el evangelio apócrifo de Pedro
(ibíd., 159). «La resurrección carece de analogía, es decir, no hay en la historia nada el primero en intentar describir gráficamente el hecho de la resurrección (Schnee-
parangonable con ella» (B. Klappert, op. cit., 17). «El acontecimiento pascual carece melcher, I; Tubinga 1959, 122s).
31
de analogía» (G. Koch, op. cit., 54). «El hecho carece de analogías en la historia» 32
K. H. Rengstorf, op. cit., 60-62.
(ibíd., 208). «Nos falta toda posibilidad de parangón y la categoría correspondiente» F. Mussner, ZÜH, Die Anschauung vom «Leben» im vierten Evangelium (Mu-
(J. Kremer, op. cit., 61). «Parangones» con otras resurrecciones de muertos van «des- nich 1952) 6s.
33
caminados» (ibíd., 46). «Por ello la comprensión de la resurrección de Jesús está por G. von Rad, «Gerechtigkeit» und «Leben» in den Psalmen (Hom. a A. Bertholet;
encima de todas las analogías» (G. Delling, op. cit., 86). Tubinga 1950) 418-437, recogido en Ges. Studien zum AT (Munich 1965) 244-245.
766 EL MISTERIO PASCUAL EL RETORNO AL PADRE 767

viva, es el auténtico viviente (Jn 14,19, etc.), e incluso tiene por el Padre vida le adoran, como una escena apocalíptica 37. Pero todo ello no pudo pasar de ser
en sí mismo (Jn 5,26). Es, por tanto, obvia la pregunta de los ángeles de Lucas más que un intento de comprensión, que pronto se demostró insuficiente para
a las mujeres junto a la tumba: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que hacer creíble en la predicación la realidad pascual que había que interpretar 38 .
está vivo?» (24,5; cf. 24,23; Hch 1,3; 25,19). Lo original y lo inesperable de Dígase lo mismo o parecido del intento de W. Pannenberg de hacer del tras-
que un muerto resucite a una vida definitiva e inmortal es el cumplimiento fondo mental apocalíptico la condición indispensable para entender la resurrec-
acrecido de algo ya conocido y hasta cierto punto esperado. ción de Cristo 39.
El horizonte profético y apocalíptico del judaismo tardío brinda una serie Vuelve a ser Pannenberg quien más radicalmente saca partido al tercer fac-
de categorías que ayudan a entender la originalidad del misterio pascual. Pero tor, siguiendo, por un lado, los caminos de Albert Schweitzer (cristología esca-
ninguna de ellas basta. En el momento decisivo fallan. Desde Daniel 12,2 y tológica radical), y por otro, los de Eduard Schweizer, quien quiere explicar el
desde el apocalipsis de Isaías 24-27 es común a una parte del judaismo la destino y la conciencia de Jesús partiendo del esquema judeo-profético del
idea de que los muertos resucitarán al final de los tiempos (Hch 23,8; cf. Me Justo humillado y exaltado* 3 . Piensa A. Schweitzer que Jesús vivió a la espera
del reino venidero y de su propia constitución en Mesías e Hijo del hombre,
9,10). Pero para nada se plantea ese judaismo la posibilidad de anticipación
pero que en la cruz renunció a esas sus aspiraciones. Y piensa también Pan-
individual de esa resurrección universal. «La resurrección, una nueva existencia
nenberg que Jesús vivió con la conciencia de que Dios Padre «anticiparía la
corporal, no se espera hasta que irrumpa el nuevo mundo que ha de venir. confirmación que sólo del futuro podía esperarse», confirmación que respondía
Cuando los discípulos hablan de que Jesús ha resucitado, están diciendo que a la visión histórica de los apocalípticos, pero que Jesús mismo no había de
en este individuo ha tenido lugar lo escatológico como tal. Va en esa misma realizar, ya que él vivía «para la inminente resurrección de todos los muertos».
línea Pablo cuando relaciona la resurrección de Jesús con la resurrección esca- Es muy cierto que la pretensión mesiánica absoluta es de carácter proléptico.
tológica de los muertos y califica al Resucitado de primicia del mundo nuevo Pero esta concepción falla esencialmente por trabajar sobre un doble orden de
(1 Cor 15,20-58). El anuncio pascual es, por consiguiente, para el mundo judío ideas cuya conjugación es imposible. El Justo paciente (incluso el Profeta pa-
una afirmación única e inaudita. Y al mundo helénico le es extraña» 34 . Pero ciente) no es nunca un Mesías paciente: una idea así no existe en el tiempo
antes de enfrentarnos con esta evidente limitación de la categoría de «resurrec- de Jesús 41 . Ni Is 53 se relaciona con la idea de Mesías. Jesús «anticipando»
ción de los muertos» debemos detenernos un momento a pensar que la certeza su «justificación» por el Padre puede tener una analogía, pero nada más que
de la resurrección real de Jesús tuvo de significar para la mentalidad judía una analogía, en la confianza del Justo humillado. Por su intensidad e implica-
que el antiguo eón, la temporalidad, había de algún modo llegado a su fin. ciones es la pretensión de Jesús cuando menos formalmente mesiánica. Y ocurre
Hay por ello en los estratos más antiguos de los relatos pascuales algo así como que la categoría existente del Mesías no presenta dicha pretensión como anti-
una coincidencia entre resurrección y parusía, como si se tuviera la sensación cipación.
de estar ante la última intervención de Dios, tras la cual no queda ya nada En la resurrección se cumplen y se desbaratan a la vez todos los esquemas
nuevo que esperar. Pero al reflexionar en que los testigos de ese acontecimien- previos. Esos esquemas han de utilizarse para la predicación, pero el hecho de
to seguían viviendo en la temporalidad, volvió a dividirse el presente escato- que se les aplique acumulativamente está mostrando que cada uno de ellos no
lógico en un ahora y un después, un poseer y un esperar y aguardar algo próxi- puede ofrecer más que una aportación fragmentaria a un todo trascendente: «Lo
mo. H. W. Bartsch ha descubierto el parentesco formal de Mt 28,2-4 y la cris- que los discípulos confesaron caía fuera de lo pensable» 42 . Cada cambio en la
tofanía de Ap l,13ss, y sospecha que tras la angelofanía de Mateo está también
originariamente una aparición de Cristo. Es también claramente apocalíptico y 37
Op. cit., 55; cf. también G. Koch, op. cit., 62-63. Contra H. W. Bartsch, cf. H. Con-
escatológico el fragmento de Mt 27,51s con el terremoto, el cuartearse las rocas, zelmann, Historie und Theologie in den synoptischen Passionsberichten, en Zur Bedeu-
el abrirse las tumbas y el que muchos cuerpos de santos muertos resucitaran tung des Todes Jesu (Gütersloh 21967) 41, n. 10; igualmente crítico, L. Goppelt,
también el domingo. La tiniebla que se extiende sobre toda la tierra (Me 15, op. 38cit., 218.
33 par.) es signo de que irrumpe el fin del mundo (Am 8,9). Y la cita de Da- 39
Ph. Seidensticker, op. cit., 56.
niel sobre el Hijo de hombre, que aparece sentado a la derecha del Poder y Crítica en W. Künneth, op. cit., 28ss; B. Klappert, op. cit., 22ss; H. G. Geyer,
viniendo sobre las nubes del cielo (Me 14,62), puede muy bien referirse prima- Die Auferstehung Jesu Christi. Ein Úberblick über die Diskussion in der gegenwárti-
riamente a que el acontecimiento escatológico está ya presente 35 . En la misma gen Theologie, en Die Bedeutung der Auferstehungsbotschaft für den Glauben an
Jesús Christus (Gütersloh 41967) HOs. Apenas si merece citarse el intento de inter-
dirección apunta también Ph. Seidensticker cuando se pone a reunir los frag- pretar los testigos neotestamentatios de la resurrección a base de la categoría del ju-
mentos de «relatos pascuales de estilo apocalíptico» (nacidos sobre todo de daismo tardío de los videntes apocalípticos de misterios ocultos del mundo futuro. Con
Dn 7) y refiere «la poderosa parusía de nuestro Señor Jesucristo» de 2 Pe 1,16 quien los testigos neotestamentarios se encuentran no es con un extraño Hijo de
no a su vuelta al final de los tiempos, sino a la venida poderosa del Señor en hombre de Daniel, ni ocurre que para verle hayan de «ocultarse». Ellos se encuentran
la presencia eclesial36, y luego entiende Mt 28,16-20, ^que describe cómo Cristo con el Señor, con el Señor que ellos ya conocían. Y le reconocen por sus heridas y por
está dotado de «todo poder» (¿SóOlQ pxx TOCOTC i%¡ovoia) y cómo los discípulos el modo de partir el pan, etc. Y tratan con él en este mundo, y no en una esfera celeste
sustraída a este mundo. Para entender el fenómeno no sirve, pues, tampoco esta categoría
apocalíptica.
1*34 40
41
Erniedrigung und Erhohung bei Jesús und seinen Nachfolgern (Basilea 1955).
L. Goppelt, op. cit., 215. W. Popkes, Christus traditus (Zurich 1967) 55, 56; E. Sjoberg, Der verborgene
35
H. W. Bartsch, Das Auferstehungszeugnis, sein historisches und theologisches Menschensohn in den Evangelien (Lund 1955) 255s, 262s; E. Lohse, Die Geschichte
Problem (Hamburgo 1965) 12-15. des Leidens und Sterbens Jesu Christi (Gütersloh 1964) 14s; cf. E. Schweizer, op. cit., 49.
36
Ph. Seidensticker, op. cit., 52; cf. del mismo, Zeitgenossische Texte zur Osterbot- * G. Koch, op. cit., 53.
schaft der Evangelien (Stuttgart 1967) 43-51.
768 EL MISTERIO PASCUAL EL RETORNO AL PADRE 769

conciencia de la Iglesia puso en circulación nuevos esquemas. Así, por ejemplo, mente y a título ilustrativo. Por eso, por serles a los paganos extrañas las ca-
la espera de la joven Iglesia se distingue profundamente de la espera profética tegorías bíblicas, era difícil predicarles la resurrección de Jesús. Las analogías
e incluso de la espera de Jesús, puesto que con la resurrección ha irrumpido tomadas de la naturaleza que Pablo aduce en 1 Cor 15,35-41 son poco escla-
ya fundamentalmente el fin y no queda más que esperar su implantación defi- recedoras. Por ello vuelve Pablo en seguida a echar mano de las imágenes judías
nitiva. Las categorías en circulación descienden al orden de símbolos y medios y apocalípticas. También los paganos han de tomar las Ypaqwxí c o m o u n a tota-
de expresión, y así pueden utilizarse simultáneamente, sin dar lugar a incom- lidad: para llegar a comprender la resurrección es preciso tener en cuenta y
patibilidades. Ocurre que ya en los estratos más primitivos es imposible disociar valorar la convergencia de todo el AT. Puede que el himno cultual de Flp 2,
el esquema muerte-resurrección del esquema abajamiento-exaltación43. En el 5-11 esté aplicando el esquema mítico de un dios que desciende y vuelve a
trasfondo mental antes indicado destaca la categoría de «vida», categoría que ascender. Lo cierto es que la idea central de que el descenso fue un acto de
no debe separarse de las otras ni destacarse de tal modo que se la considere obediencia al Padre hasta la muerte está vaciando todo el mito para llenarlo de
como la única válida para nosotros 44 . En Lucas cuenta la categoría de análemp- sustancia puramente bíblica y, en último término, cristológica. El que ha des-
sis (ser arrebatado muriendo y subiendo al cielo), probable reminiscencia de los cendido no es quien se eleva a sí mismo. Es el Padre trinitario quien eleva al
«arrebatos» veterotestamentarios 45. La «elevación» y la «glorificación» de Juan Hijo por haber sido obediente hasta la muerte de cruz 50 .
tienen un doble sentido: se refieren a la elevación en la cruz y a la hora de la Esta larga colección de imágenes, aplicadas al misterio de la resurrección
resurrección, aspectos ambos de un único «ir», «subir» al Padre. No sólo la —no son otra cosa que imágenes, como imagen es incluso el término «resu-
cruz y la resurrección, sino incluso la resurrección, la ascensión y Pentecostés rrección»—, nos lleva a la conclusión siguiente: lo original del misterio en
van en Juan «estrechamente unidas» 46 . Ocurre además que, ya en la más pri- cuestión es inasequible. Las imágenes no hacen sino dar vueltas alrededor de
mitiva reflexión sobre el misterio pascual, es la figura del Siervo de Dios y de un centro que posee la fuerza magnética capaz de ordenar concéntricamente
su pasión vicaria la imagen interpretativa clave, como denotan las fórmulas pre- a su alrededor todo ese cortejo de imágenes 51 . Y así como las imágenes por sí
paulinas de Rom 4,24s ; 10,9 CT; cf. 1 Cor 11,26 y la fórmula de 1 Cor 15,3-5. mismas no pueden confluir en una unidad objetiva, tampoco pueden las ex-
Parece claro que en esta última fórmula la alusión a las Escrituras se está re- periencias subjetivas de los testigos adecuarse con el contenido de su testi-
firiendo básicamente a Is 35 4 S . monio S2.
Todas estas categorías son intrabíblicas. Hoy está ya generalizada la con- Con ello no quiero en modo alguno decir que no podamos perseguir un en-
vicción de que en la interpretación original de la resurrección de Jesús no en- riquecimiento paulatino de la comprensión teológica de la resurrección. Es nor-
tran en juego analogías tomadas del mundo religioso pagano (dioses que mue- mal, y no tiene por qué extrañar a nadie, el que la síntesis teológica centrada
ren y resucitan) m . Tales analogías pueden a lo más haber entrado secundaria- en la resurrección no se haya logrado sino gradualmente. No estaba nada pre-
parado. Los evangelios refieren al unísono «cómo a los discípulos les cogió
43
«En los testimonios más antiguos coinciden resurrección y exaltación... El texto totalmente desprevenidos el que Jesús resucitara. Los evangelios dan a entender
arcaico de Hch 2,36 ('a este Jesús lo ha hecho Dios Señor y Cristo') está, evidente- que el que Jesús resucitara caía fuera por completo de lo que los discípulos
mente, haciendo coincidir resurrección y exaltación. El texto de Hch 5,30s ('Dios, nues- hubieran podido esperar. En las ideas de que ellos disponían no había lugar
tro Padre, ha resucitado a Jesús, a quien vosotros clavasteis en la cruz e hicisteis mo- alguno para una resurrección de J e s ú s » s . Prescindiendo de los esbozos frag-
rir. A éste le ha exaltado Dios a su diestra como Jefe y Salvador') no quiere decir mentarios de imágenes apocalípticas a que hemos aludido anteriormente, la pri-
que primero fuera la resurrección y luego la exaltación. Ambas frases están diciendo mera reflexión hubo de ser la siguiente: que Dios ha tomado partido por Jesús
lo mismo» (H. Grass, op. cit., 229-230). Cf. J. Kremer, op. cit., 90-91. K. H. Reng- contra los que le mataron y que a su Siervo le ha elevado a Señor y Mesías
storf, op. cit., 70, comienza diciendo que se da una «cuidadosa distinción» entre resu- (Hch 2,36). Y al ser Jesús «justificado» por Dios, lo son también sus seguido-
rrección y exaltación, pero se ve obligado luego a conceder que en muchos textos se
citan ambas cosas juntas. H. Schlier, op. cit., 22s: «El Resucitado es ya esencialmente res: la primera idea de la justificación, y con ella la del perdón de los pecados,
el Exaltado... en el sentido de que la resurrección tiene lugar por el impulso de la se relaciona con la resurrección y no con la cruz (Rom 4,25; cf. Le 24.46S) 54 .
exaltación hasta Dios, y la exaltación por la fuerza de la resurrección». Según Schlier,
«puede que originariamente existieran interpretaciones independientes del mismo hecho», en la p. 184 que la resurrección es el cumplimiento más hondo del mito; H. Grass,
«pero ya desde el principio estaban relacionadas», aunque esa relación «no se refleje op. cit., 237; L. Goppelt, op. cit., 221; W. Pannenberg, en B. Klappert,^ op. cit., 239.
expresamente en nuestros textos». Cf. G. Koch, op. cit., 56; W. Künneth, op. cit., 132, Bultmann renueva el intento de deducir del mito gnóstico la cristología. Se le opo-
nota 30. nen E. Stauffer, Entmythólogisierung oder Realtbeologie (Stuttgart 1949) lOs, y Carsten
44 Colpe, Die religionsgeschichtliche Schule. Darstellung und Kritik ihres Bildes vom
Discusión y acotación de esta categoría en W. Künneth, op. cit., 31-39.
45 gnostischen Erlósermythus (Gotinga 1961). Cf. también H. M. Schenke, Der Gott
W. Michaelis, Die Erscheinungen des Auferstandenen (Basilea 1944) 82;
art. 'Avákttiirpie: ThW IV, 8-9 (G. Delling). «Mensch»
50
in der Gnosis (Gotinga 1962).
46
H. Grass, op. cit., 64. G. Delling, Die Bedeutung der Auferstehung, op. cit., 86-88.
51
47
Cf. R. Bultmann, Theologie des NT (Tubinga 1948) 124. «El encuentro con el Resucitado descifró la Escritura. El encuentro con el Re-
48
«Pues sólo en este momento del AT se encuentra una afirmación equivalente sucitado no nació de las cavilaciones sobre la Escritura» (H. Grass, op. cit., 236).
52
al 'murió por nuestros pecados'. Nunca entenderé cómo pueda negarse o ponerse en «Hay que reconocer que no ha llegado a resultados convincentes ninguno de los
duda que hay aquí una referencia a Is 53» (J. Jeremías, Der Opfertod Jesu Christi, intentos psicológicos o históricos de explicar el que los discípulos creyeran en la
Stuttgart 1963, 21). resurrección» (H. Grass, op. cit., 234).
53
49
Críticas decisivas a tales analogías son las de K. Holl, TJrchristentum und Religions- 54
K. H. Rengstorf, op. cit., 22.
geschichte (1918), en Gesammelte Aufsatze zur Kirchengeschichte II (Tubinga 1928) K. X. Durwell, op. cit., 48ss; W. Künneth, op. cit., 162s, y su alusión a E. Schader,
1-32; A. Schweitzer, Geschichte der Lehen-Jesu-Forschung (Tubinga 1921) 536ss. Die Bedeutung des lebendigen Christus für die Rechtfertigung (Gütersloh 1893);
Cf. K. H. Rengstorf, op. cit., 30-31; W. Künneth, op. cit., 43s, quien indica también H. Grass, op. cit., 42.
49
770 EL MISTERIO PASCUAL

Y puesto que el sentido salvador de la muerte en cruz «por nosotros» se de- b) Forma trinitaria de la afirmación.
dujo a partir de la resurrección (probablemente a base de Is 53, como ya he-
La impresión de revoltijo de imágenes que puede producir la afirmación
mos indicado), y eso ya en época prepaulina 55 , planteamiento que Pablo hizo
kerigmática se esfuma si se tiene en cuenta su forma trinitaria básica. La re-
profundamente suyo, pervive en la mentalidad de Pablo un esquema en el cual
surrección del Hijo muerto se ve como la obra del Padre. Y en estrecha rela-
la resurrección gana en fuerza salvadora a la pasión (Rom 5,10.17; 8,34). Con
ción con esa resurrección está la infusión del Espíritu divino. El que «Dios en-
todo, para Pablo y luego para los evangelios son inseparables la cruz y la resu-
vió a nuestro corazón el Espíritu de su Hijo» (Gal 4,6) es lo que hace que la
rrección: inseparables a modo de oscuro problema y luminosa respuesta; pero
realidad objetiva se convierta para nosotros en realidad existencial. Recordemos
inseparables también más tarde a modo de acción veladamente decisiva y resul-
una vez más que los textos no permiten equiparar el hecho de la salvación y
tado manifiesto. La acción no procede tampoco primariamente de los hombres
su anuncio actual. El mensaje atestigua que sigue dándose un encuentro con el
que crucifican (Hch 2,36; 3,14; 4,10), por muy cierto que sea que ellos actúan
Cristo vivo. Pero ese encuentro se remite a un hecho anterior, no contemplado
según el designio y la previsión (Hch 2,23) y el plan expreso de Dios (Hch 3,
por nadie más que por aquella «noche con suerte» ó0. H. Schb'er ha hecho notar
18ss; Le 24,7.26.46). Quien propiamente actúa es Dios Padre, que por amor
que si, como dice Bultmann, Cristo resucitó para el kerigma, eso sería un mila-
entrega a su Hijo (Rom 8,32; 2 Cor 5,21). Y es el Hijo quien, por amor acti-
gro no menos asombroso que el de su resurrección objetiva, cuyo objetivismo
vo, carga con nuestos pecados (Rom 8,32; Gal 2,20) y con nuestra maldición
dogmático quiere obviar esa interpretación 61 . Sólo si se comienza por recono
(Gal 3,13; Col 2,13s). Pablo ve cómo en la obra redentora de la cruz y la re-
cerle al hecho su dimensión trinitaria puede luego hablarse como conviene del
surrección se trasvasan el amor del Padre y el de su Hijo hecho hombre (Rom
«por nosotros» y «por el mundo».
8,32-35.39) y habla de un Espíritu del Padre y del Hijo (Rom 8,9.11). Y Juan
ve este amor inseparable de Padre e Hijo glorificado finalmente en lo insepara- En la oposición de los quereres del Padre y del Hijo, así como en el aban-
ble de la cruz y la resurrección. Con ello se va también desarrollando el reco- dono del Hijo en la cruz, se hace patente, por un lado, la suprema oposición
nocimiento implícito de la divinidad de Jesús (como constituido en Kyrios reci- «económica» entre las personas divinas; pero, por otro, a quien piense a fondo le
be el veterotestamentario título de señorío de Yahvé) 56 , hasta llegar a ser reco- resultará evidente que esa misma oposición es la manifestación última de toda
nocimiento explícito al final del Evangelio de Juan 5 7 (Jn 20,28; cf. 1,1). La la acción unitaria de Dios, cuya lógica interna (SsE: Me 8,31 par.; 10,34 par.)
idea de la preexistencia real del Hijo se introduce lógicamente, y no por in- se pone nuevamente de manifiesto en la unidad inseparable de muerte en cruz
fluencia de un esquema mítico previo (cual podría suponerse en Flp 2,6-11). y resurrección. Juan da a este misterio trinitario su expresión más breve al
Al ritmo de la reflexión se va enriqueciendo (posiblemente en dos direcciones acuñar a partir del AT 6 2 la fórmula de «la Palabra se hizo carne», dando a
opuestas) el sentido cristológico del tiempo: el Jesús presente en Pascua des- entender que el hombre Jesús, que vive, muere y resucita, es el cumplimiento
aparece luego, y pasa a ser el Hijo del hombre escatológico que ha de venir, de la palabra viva de Dios en la antigua alianza; que la realidad Jesús es la
y por otra parte, la experiencia pascual hace que la figura futura de Daniel última y suprema consecuencia de la intervención histórica de Dios, y que
no sea una figura apocalíptica encerrada en Dios (como en el libro de Henoc; cuando Dios se arma de poder y resucita a su Hijo, está produciéndose la
cf. Hch 3,21), sino una figura presente en la historia humana «todos los días irrupción fundamental del reino tó.
hasta que llegue el fin del mundo» (Mt 28,20; Jn 14,19). Ocurre además que, Es, pues, al Padre a quien corresponde toda la iniciativa a la hora de resu-
lenta y gradualmente, se va repensando a partir de la resurrección todo lo que citar al Hijo. Como Creador que es, actúa el Padre culminando su acción crea-
Jesús hizo y dijo mientras vivió en la tierra, con lo cual queda todo ello situa- dora con la resurrección de los muertos. El enunciado, estereotipado, aparece
do en su enfoque definitivo. Es éste un proceso cuyas fases podemos nosotros una y otra vez: «por ejemplo, en las frases paralelas de los Hechos de los
hasta cierto punto seguir por los estadios sucesivos de la redacción de los Apóstoles: 'Vosotros habéis matado al que conduce a la vida; pero Dios le ha
evangelios. Debe finalmente pasar por una reflexión propia la dimensión y la resucitado de entre los muertos' (Hch 3,15; cf. 2,24; 5,30, etc.). La formula-
eficacia antropológica, histórica y cósmica de la resurrección. Se ve en primer ción da a entender que la resurrección de Jesucristo es una acción poderosa de
lugar cómo el hombre creyente está determinado por la realidad salvadora de Dios, una acción 'de la eficacia de su fuerza poderosa', como dice Ef 1,19 ple-
la cruz y la resurrección: «conmorir», «ser consepultado», «conresucitar» (Rom rofóricamente (cf. Col 2,12). De su dóxa, y no sólo de su dynamis, se habla
6), y ello no como un suceso momentáneo, sino como un ser permanente «en también en ese mismo contexto: 'Cristo ha sido resucitado de entre los muertos
Cristo» 58 . Viene luego la teología de la historia: la situación total de la historia por la gloria del Padre' (Rom 6,4), esto es, por el poder glorificador de Dios...
en Rom 8,18-25 y su dialéctica en Rom 9-11. Y, finalmente, la cosmología en Finalmente, la resurrección de Cristo tiene también lugar por la fuerza del Es-
Efesios y Colosenses (cf. Hebreos), lo cual acaba abriendo «la posibilidad de píritu de Dios (Rom 8,11 y 1 Pe 3,18). En esa obra poderosa y glorificadora
una ontología que arranca de la visión de una teología de la resurrección» 59 . de su Espíritu se manifiesta Dios como el Dios que resucita muertos; y ello
Pero toda esta evolución no es el crecimiento anárquico de la especulación: se tan decisivamente, que las predicaciones participiales y relativas como 'el que ha
mueve inmersa de lleno en el ámbito de la predicación de la Iglesia y, por resucitado a Jesús de entre los muertos' (Rom 8,11; 2 Cor 4,14; Gal 1,1;
tanto, en el ámbito de la fe de quien no ve (Rom 10,9; Jn 20,29). Ef 1,20; Col 2,12) pasan a ser —como dice J. Schniewind en una ocasión—
55 m
J. Jeremías, op. cit., n. 48. «O veré beata nox, quae sola meruit scire tempus et horam, in qua Christus ab
56 inferís resurrexit» (liturgia de la noche de Pascua).
Art. Kvgioe: ThW III, para el NT 1085-1095 (Foerster). 61
57
Si prescindimos del discutido texto de Rom 9,5. Op. cit., 39-43.
58 62
E. Lohmeyer, Zvv Xgtavm (Homenaje Deissmann; Tubinga 1927) 218ss; del R. Schnackenburg, Das Johannesevangelium I (Friburgo 1965) 207ss; G. Ziener,
mismo, Gmndlagen paulinischer Theologie (Tubinga 1929) 139ss. Weisheitsbuch
63
und ]ohannesevangelium: Bibl 38 (1957) 396-418; 39 (1958) 37-60.
55
W. Künneth, op. cit., 217. K. H. Rengstorf, op. cit., 34s, 69s, 108.
772 EL MISTERIO PASCUAL EL RETORNO AL PADRE 773

'títulos honoríficos' de Dios» 64 . Al obrar así proporciona Dios (el Creador y bra crucificada es a la vez entronizarla como Kyrios. Esa entronización es la
Padre) el último refrendo de la verdad de su palabra y de la verdad de la que describe solemnemente el himno de Filipenses (2,9-11). Y a esa misma en-
vida obediente de su Hijo, quien se identifica con esa palabra. tronización pertenece también la presentación del «nuevo» Señor a los ángeles
Dios demuestra ser el Dios fiel y vivo en quien había ya creído Abrahán: (fixpflri áyyéXoic,: 1 Tim 3,16) 70 . Si, como hace la carta a los Hebreos con
«Abrahán creyó... al Dios que da vida a los muertos..., que resucitó de entre gran estilo, el sacrificio de la cruz se interpreta en contexto cultual, la resu-
los muertos a Jesús, Señor nuestro» (Rom 4,17.24). Sella definitivamente su rrección pasa a ser la aceptación del sacrificio por parte de la divinidad. Este
alianza con el mundo al «reconciliar consigo al mundo en Cristo» (2 Cor 5,19), punto de vista (tan acentuado por F. X. Durwell) responde sobre todo a la
al «hacer residir en él toda la plenitud (de la acción de su gracia) y reconciliar tradición teológica francesa desde Bérulle y Condren a De la Taille 71 . «La men-
por él y para él todas las cosas, pacificando mediante la sangre de su cruz lo talidad cultual está exigiendo que el sacrificio sea realmente aceptado por la
que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1,20). Se puede por eso decir que santidad de Dios» 72 . Cuando Jesús, antes de la pasión, pronuncia el árfiáZfú
toda la actuación de Dios ha previsto desde siempre la resurrección del Hijo ( s , é^oarróv (Jn 17,19), está sustrayéndose al mundo profano para entregarse en
que la culminación de la cristología por la intervención del Padre es a la vez manos de la consumiente santidad de Dios, para «ser degollado» (Ap 5,6.9.12;
la culminación de su acción creadora 66 . Pero una vez que la Palabra de Dios 13,18) «como sacrificio de olor agradable» (Ef 5,2), por ser él «el cordero sin
se ha hecho carne y ha muerto por fidelidad a Dios, la resurrección de la Pa- mancha» (1 Pe 1,19) entregado «por los muchos» (Mt 20,28; Me 10,45) «para
labra no es algo así como su reincorporación a Dios, sino su glorificación ante que también ellos sean consagrados en la verdad» (Jn 17,19). Y cuando el Cor-
el mundo, su refrendo a la vista de todos, su entronización como Pantocrátor dero que lleva los pecados (Jn 1,29) sube al altar celeste para reinar allí eter-
definitivo, y, finalmente, dado que la muerte de Jesús fue una muerte sacrifi- namente con el Padre y recibir la alabanza eterna, no es él mismo quien se
cial por el mundo, la aceptación solemne de ese sacrificio. Estos aspectos diver- alza: lo único que el Cordero hace es entregarse (Gal 1,4; 2,20; Ef 5,25; Tit
sos giran alrededor de la misma realidad. Que Dios manifiesta con la resurrec- 2,14; Heb 9,14) en manos (Le 23,46) de aquel que puede recibir ese sacrificio
ción de Cristo definitivamente una gloria que en la antigua alianza aparecía y hacerlo fecundo. Sólo con esta aceptación pasa a ser objetiva la idea de que
una y otra vez en acciones aisladas es algo que se ha repetido muchas veces 67 : «quien come de la ofrenda entra en comunión con el altar» (1 Cor 10,18). Esta
el término c¡>cp0-r), utilizado a propósito de las apariciones del Resucitado, está aceptación del Padre es lo que pretende la oración del Hijo: «Padre, glorifíca-
haciendo referencia a la aparición del kabod divino 68 . El himno de 1 Tim 3,16 me...» (Jn 17,5).
dice que, al obrar así, Dios se justificó a sí mismo y justificó a su Hijo (ISt.-
xawóOr) év TWEÚIJWXTI.; es decir, en la existencia de resucitado). Es «la senten- Al llevar a término todas estas líneas resucitando al Hijo, muestra el Padre
cia del Padre» (K. Barth) en el proceso que el mundo ha sostenido y aparen- al mundo a su Hijo resucitado y glorificado. «Dios presenta a Jesús como Hijo
temente ha ganado contra Dios, pero que ahora pierde por la intervención del suyo» 73. Mostrarle es proporcionarle, regalarle, como indica la fórmula de Lucas:
Abogado de Cristo y de Dios (Jn 16,8-11). Si con Pannenberg se quiere hablar ®EÓ¡;--. gScoxev ati-cóv é p ^ v f j Yevéatiat, (Hch 10,40). Cuando Dios resucita
de que el Hijo plantea una pretensión proléptica, hay que decir entonces que de entre los muertos, es decir, corporalmente, a su Palabra hecha hombre, no
el Padre refrenda esa pretensión con la resurrección 69 . Refrendar la Pala- da marcha atrás a la encarnación. Piensa G. Ebeling 74 que Jesús hubo de des-
aparecer del orden de la corporalidad y hacerse espíritu para que la fe queda-
ra libre del impedimento que supone su personalidad y llegara así a adquirir la
64
H. Schlier, op. cit., 17-18. Sobre la terminología, cf. E. Fascher, Anastasis- pureza total de lo invisible. Eso no es así. Pretender deducirlo de Jn 16,7 va
Resurrectio-Auferstehung: ZNW 40 (1942) 166-229; E. Lichtenstein, Die alteste descaminado, aunque no fuera más que por 16,22; 14,2, etc. Lejos de encerrar
christliche Glaubensformel: ZKG 63 (1950) 1-74; K. H. Rengstorf, op. cit., 29; Ph. Sei- en lo invisible a su Palabra una vez colmada, hace de ella la revelación (á-rco-
densticker, op. cit., 11; G. Delling, op. cit., 76-78. «La resurrección de Jesús es la xáXu^w;) escatológica (Gal 1,12.16). Y esta revelación «no la contempla todo
acción por la cual Dios le resucita y es, en cuanto tal, irrupción del ésjaton... Por ello el pueblo, sino únicamente los testigos elegidos de antemano» (Hch 10,41),
no tiene sentido deducir del uso de las palabras 'resucitar' y 'ser resucitado' diferencias
de tradición y atribuir a la tradición palestinense el 'ser resucitado' y a la tradición de lo religioso..., pero por la resurrección pierden todos los dichos de Jesús su condi-
helenista el 'resucitar'» (G. Koch, op. cit., 55). cionamiento y limitaciones temporales y pasan a adquirir un valor absoluto y universal.
65
W. Künneth, op. cit., 121. La resurrección de Jesús pone de manifiesto que tras sus palabras está, respaldándolas,
66
67
Ib'td., I66ss; K. H. Rengstorf, op. cit., 91ss. la autoridad de Dios. Las palabras de Jesús pasan a ser retrospectivamente 'palabras
H. Grass, op. cit., 225; L. Goppelt, op. cit., 216: «No es pura casualidad que del Señor' dotadas de la cualidad de ser 'palabra de Dios'».
las teofanías veterotestamentarias sean el género más próximo a los relatos de las 70
Ph. Seidensticker, op. cit., 44s.
apariciones». G. Koch, op. cit., 27, 65, 178: «En él (en el Resucitado) ha aparecido 71
en el mundo la dóxa de Dios» (op. cit., 192). Cf. K. H. Rengstorf, op. cit., 67-68. F. X. Durwell, op. cit., passim, sobre todo 77-89. En las pp. 84s habla de la
Más de un exegeta quiere ver una alusión de Pablo a su experiencia de Damasco en resurrección con la imagen de la entrada del Sumo Sacerdote en el Santuario en virtud
2 Cor 4,6: «El mismo Dios que dijo: 'del seno de las tinieblas brille la luz|, ha hecho del sacrificio de su propia sangre según la carta a los Hebreos. Sobre la teoría sacrifi-
brillar la luz en nuestros corazones para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios, cial de la escuela francesa: H. Bremond, Histoire du Sentiment Religieux III (París
que está en la faz de Cristo». 1935). En Maurice de la Taille, Mysterium Fidei (París 31931), sobre todo Elucidatio,
68 XII-XV.
Ph. Seidensticker, op. cit., 40-41. Acotaciones en H. v. Campenhausen, op. cit., 9, 72
F. X. Durwell, op. cit., 83.
73
69
W. Künneth, op. cit., 144-145: «El problema de si las palabras del Jesús histó- U. Wilckens, Die Überlieferungsgeschichte der Auferstehung Jesu, en Die Bedeu-
rico no son más que una doctrina sapiencial y un conocimiento profético del Rabí de tung der Auferstehungsbotscbaft für den Glauben an Jesús Christus (Gütersloh 41967)
Nazaret, o son palabras sin precedentes, no recibe una respuesta hasta que Jesús resu- 56. 74«Hijo» puede ser la designación peculiar del exaltado: Rom l,3s; 1 Tes 1,10.
cita. Sin relación con la resurrección, las palabras de Jesús no pasan del campo común Wort und Glaube, en Ges. Aufsatze (Tubinga 1960) 317. En plan crítico:
G. Eichholz, Die Grenze der existenziálen Interpretation (Munich 1965) 219.
774 EL MISTERIO PASCUAL E L RETORNO AL PADRE 775

según aquello de que Dios no se manifiesta sino en su esencial ocultamiento 75 . muerto y resucitado por el Padre (Jn 2,22; cf. 20,9) el poder de entregar y de
Y, sin embargo, al hacer aparecer al Hijo como el justificado y resucitado, está recuperar su vida (10,18; 2,19), y el poder de resucitar muertos en el tiempo
el Padre mostrándose a sí mismo, por ser el Hijo la Palabra del Padre. «A tra- (12,1.9.17) y al final de los tiempos (5,21; 6,39, etc.) con la resurrección cor-
vés de las apariciones del Resucitado se está manifestando Dios mismo» 76 , poral (11,25) (con aínro^avdwrracxe,, podríamos decir, siguiendo la conocida
«como término de todas las anteriores manifestaciones de Dios» 77 , tanto que expresión de Orígenes). La absoluta obediencia del Hijo «hasta la muerte de
con la resurrección se cumplen «las Escrituras» (1 Cor 15,3s) en conjunto y no cruz» se dirige prolépticamente al Padre (de lo contrario carecería de sentido
sólo tal o cual texto profético. o, al menos, no sería absoluta). En el poder del Padre —poder que es envío
Cuando el Padre muestra al mundo a su Hijo definitivamente vivo deja al y envío que es poder— se abandona el Hijo hasta llegar a la más extrema de-
Hijo para mostrarse un margen total de espontaneidad, ya que en caso contrario bilidad. Esta obediencia es amor al Padre e idéntica con el amor del Padre
veríamos una imagen y no una persona viviente. La libertad del Padre al resu- (Jn 10,30). Tanto, que el Padre al enviar y el Hijo al obedecer obran por la
citar al Hijo por un acto de libre señorío se da a conocer en la libertad con misma libertad que es el amor divino: el Hijo, al dejar al Padre tan libre que
que el Hijo decide por sí mismo el mostrarse. Sobre ello volveremos. Lo deci- pueda llegar incluso a aceptar morir. Por eso, cuando el Padre concede al Hijo
sivo aquí es el misterio trinitario: que es precisamente la persona del Hijo la resucitado a la vida eterna la libertad absoluta de manifestar su identidad con
que da a conocer la persona del Padre que en él se manifiesta. Y si a la ex- el Jesús de Nazaret muerto, dotado de las huellas de la crucifixión, no está con-
trema obediencia del Hijo correspondía el dejarse resucitar por el Padre 78 , cediéndole una libertad nueva y extraña, sino la libertad propia del Hijo. Y es
corresponde en no menor grado a la plenitud de su obediencia el que deje que con esa su propia libertad como el Hijo manifiesta en última instancia la liber-
se le «otorgue tener la vida en sí mismo» (Jn 5,26), quedar en adelante inves- tad del Padre.
tido con todos los atributos de la soberanía propiamente divina, sin que ello Quien encierra los testimonios de la resurrección en la expresión «apari-
obste en absoluto al hecho de que tales atributos le sean propios ya desde «an- ción» los está falseando de la manera más burda, ya que una aparición podría
tes de que el mundo existiera» (Flp 2,6; Jn 17,5). Toda cristología debe tomar muy bien ser pura cuestión de imaginación o alucinación. Lo que los testimo-
en serio eJ que Jesús venga a ser el que ya es antes de venir al mundo y mien- nios de la resurrección atestiguan es un encuento con una persona a quien se
tras está en el mundo. Quien en ello vea un contrasentido, es que ya de ante- ora 80 , a quien se adora (Jn 20,28), con quien se mantiene una «relación perso-
mano está esquivando la proclamación del evangelio. Habrá quien destaque la nal»: «Yo le pertenezco» (Schniewind) 81 . La persona del Resucitado que les
distinción entre Jesús y el Hijo del hombre escatológico: eso le llevará a sub- sale al paso la reconocen los discípulos esencialmente por su identidad con el
rayar lo que en Jesús hay de «evolución» (según Me 8,38 par.). Y habrá quien Crucificado. E incluso Pablo, con no haber conocido al Jesús mortal, no admite
con Mt 10,33 destaque la identidad y subraye consiguientemente lo que en que los Corintios se separen ni un ápice de la identidad entre el Crucificado
Jesús hay de «constante entitativa». Pero ninguno de los dos aspectos puede y el Resucitado. Si se pierde de vista esa identidad —en una línea gnóstica
aislarse. La cristología dinámica no puede separarse de la ontológica. Con otras o ebionita— se derrumba toda la fe cristiana 82 . Es esa unidad la que Dios
palabras: la renuncia a la «forma divina» y la adopción de la «forma servil» Padre, creador y fundador de la alianza, pone como realización final de su Pa-
con todas sus consecuencias, no lleva consigo enajenación ninguna en la vida labra, como la auténtica culminación de la alianza entre Dios y el hombre, como
trinitaria de Dios: Dios es lo suficientemente divino como para llegar a ser en la perfecta SwGcaocnivr] frsoO. El Crucificado, que ha resucitado, ha venido a
ser la alianza en persona. Por eso se le presenta investido con todo el poder
un sentido verdadero y no sólo aparente al encarnarse, morir y resucitar lo que
(Mt 28,18) «de pie» (Hch 7,56) o «sentado a la diestra de Dios» (Sal 110,1).
como Dios es ya desde siempre 79 . Juan ve ambas cosas incluidas en las catego-
Esta identidad es la que hace que los encuentros de los discípulos con Cristo
rías de «exaltación» y «glorificación»: áffUYXÚTüx; áxwpícrto? (DS 302). Y eso no se queden en oscuras e irrelevantes visiones, sino que pasen a ser testimo-
no significa que Juan amengüe la hondura del abajamiento de Dios en Cristo, nio de lo más importante que ha sucedido entre el cielo y la tierra.
sino que Juan ve que ese «extremo» abajamiento (Jn 13,1) coincide con la
exaltación, ya que ambos son la expresión del único amor de Dios. Esta visión La resurrección del Hijo es, finalmente, revelación del Espíritu. Para man-
de conjunto hace que Juan no resulte contradictorio cuando reconoce al Hijo tenernos en la visión original, no partiremos de la división temporal en perío-
dos del libro de los Hechos, que separa la resurrección y la ascensión cuarenta
75
días y hace de la ascensión un presupuesto del envío del Espíritu en Pente-
Sobre el ocultamiento de Dios en la resurrección de Jesús, cf. K. H. Rengstorf, costés. Dejemos de momento el problema de los cuarenta días. Adquiere en-
op. cit., 95-107. tonces un hondo sentido teológico la idea de Lucas 83 , según el cual el Hijo
76
L. Goppelt, op. cit., 217.
77
Ibid., 220. 80
78
W. Künneth, op. cit., 125s. «La fe entendida al modo del NT sabe que tras las palabras está la persona de
75
«Quién es Dios y qué es lo divino: eso lo hemos de aprender allí donde Dios Jesús y se dirige a él en oración... La llamada a la fe se convierte en exigencia legal
mismo se ha revelado a sí mismo y con ello su naturaleza* la esencia de lo divino. Y si si el Señor vivo desaparece tras el kerígma» (L. Goppelt, en B. Klappert, op. cit., 33;
en Jesucristo se ha revelado como el Dios que hace tales cosas, no podemos pretender cf. ibid.,
81
218).
ser más sabios que él y afirmar que eso es incompatible con la naturaleza divina... Antwort an R. Bultmann, en Kerygma und Mythos I (Hamburgo 51967) 92. La
Nosotros pensamos que Dios sólo es absoluto por contraposición a todo lo relativo, respuesta de Bultmann a Schniewind dice con claridad (ibid., 127): «Debo reconocer...
infinito por exclusión de toda finitud, supremo por contraposición a toda inferioridad, que considero también mitológico hablar de relación personal con Cristo».
82
activo por contraposición a todo padecer, intocable por contraposición a todo influjo, E. Güttgemanns, Der leidende Apostel und sein Herr. Studien zur paulinischen
trascendente por contraposición a toda inmanencia... Esta opinión nuestra se mani- Christologie
83
(Gotinga 1966); U. Wilckens, Weisheit und Torheit (1959).
fiesta insostenible, errada y paganoide por el hecho de que Dios fuera y actuara de ese E Lohse, Die Bedeutung des Pfingstberichtes im Kahmen des lukanischen
modo en Jesucristo» (K. Barth, KD IV/1, 203). Geschichtswerkes: EvTh 13 (1953) 422-436.
776 EL MISTERIO PASCUAL EL RETORNO AL PADRE 777

no adquiere el Espíritu prometido para infundírselo a la Iglesia (Hch 2,33; Para Pablo, como para el libro de los Hechos de los Apóstoles —«con el
l,4s) hasta que no sube al Padre. Y el valor teológico de la idea es aún más refrendo de todos los autores neotestamentarios» ffi—, es la acción del Espíritu
hondo si se la relaciona con la promesa que en Juan hace el Señor al despe- Santo en la Iglesia la prueba auténtica de que Jesús ha resucitado, es decir, de
dirse: él tiene que marchar para que pueda venir el Espíritu (Jn 16,7), él ro- que ha tomado posesión del ámbito del Espíritu de Dios cuyo acceso había él
gará al Padre (cuando sea exaltado, naturalmente) que envíe a los discípulos prometido a quienes en él creyeran. Con los sucesos de Pentecostés proporcio-
otro Paráclito que se quede con ellos para siempre (14,16), e incluso será él na Lucas un centro cultual datable a la conciencia que la Iglesia tiene de estar
mismo quien desde el Padre les envíe el Espíritu (15,26; cf. Le 24,49). Rela- poseída del Espíritu. Y esa posesión del Espíritu se manifiesta en la prosecu-
cionando estos aspectos con la idea de Lucas, aparece que el que el Hijo, tras ción de los «signos y milagros» por medio de los cuales «Dios acreditó a Je-
cumplir plenamente su misión (Jn 19,30), vuelva a reunirse con el Padre es el sús» (Hch 2,22). Y se manifiesta también, y no en menor medida, en la con-
presupuesto para que el Espíritu salga (económicamente) a la Iglesia y al mundo ciencia de la comunidad: en su oración, en su fe viva, en su fraternidad, en su
redimido. Dicho especulativamente: la reunión de Padre e Hijo (en su natura- atención a los necesitados, etc. 86 . Y se manifiesta, finalmente, en la posibilidad
leza humana) es el único principio (económico) de «inspiración». Esta idea la de tomar parte en los sufrimientos de Cristo, cosa que sólo es posible por la
desarrolla Lucas acoplándola al ciclo temporal y festivo, con una especie de incorporación interna de los creyentes a la esfera del Espíritu de Cristo 87 .
diástasis de intención pedagógica y de componente cultual. Juan, en cambio, con Por tanto, la revelación definitiva del misterio trinitario no tiene lugar antes
una visión teológica también esencial, reúne la resurrección, la ascensión y Pen- del misterio pascual 88 . Como ya dijimos a propósito de la pasión, esa revelación
tecostés, haciendo que el Resucitado infunda el Espíritu a la Iglesia ya en la se preparó en la oposición de las voluntades en el Huerto y en el abandono de
tarde de Pascua (20,22); pero alude también a que la «subida al Padre» (20, la cruz. Pero con la resurrección se hizo plenamente patente. D. M. Stanley
17) ha de preceder a la efusión del Espíritu. Tampoco Lucas quiere decir en cierra su análisis del puesto de la resurrección en la soteriología paulina con
Hch 2,33 que Jesús haya debido esperar a la ascensión para recibir «del Padre las tres tesis siguientes: 1) «La salvación cristiana, tanto la de Cristo como la
el Espíritu Santo prometido». Se trata de la promesa hecha por Jesús a los del cristiano, procede de Dios Padre. 2) Jesucristo en cuanto Hijo de Dios la
discípulos (Le 24,49), es decir, de la gran promesa de Joel según la cual se pro- vivió plenamente en su sagrada humanidad, y esa humanidad ya glorificada ini-
duciría una efusión escatológica del Espíritu «sobre todo hombre» (Hch 2,17). cia el proceso de su glorificación en el cristiano. 3) Su realidad actual y su rea-
En Lucas es esencial lo siguiente: «sólo de Jesús puede recibirse el Espíritu, lización futura dependen, en el cristiano, del Espíritu Santo que habita como
al igual que en la época actual de la historia de la salvación, en cuanto tiempo principio de la adopción filial cristiana» 69 . No podemos aquí seguir la pista a
del Espíritu, no puede tomar parte más que quien por ese Espíritu tome parte la serie de aspectos soteriológicos y eclesiológicos relacionados inmediatamente
en el tiempo de Jesús» •*. con todo esto. Baste decir que «en la resurrección de Jesús tiene su raíz, para
Pablo es aquí decisivo. Faltan en él todos los problemas referentes a la cro- el NT, no sólo la Iglesia cristiana, sino incluso la teología específicamente cris-
nología de la resurrección de Jesús y del Espíritu. Ambas cosas las ve él en la tiana, esto es, trinitaria, en cuanto desarrollo de la fe en el Dios único a base
más estrecha unidad. Ya vimos antes cómo el Padre resucita al Hijo por medio de la revelación central que tuvo lugar en la resurrección de Jesús de entre los
de su Espíritu (Rom 8,11) y cómo Súvafii^, 8ó£<x y TW£Ü[jia, principios alter- muertos» 90 . Con ello se prueba también negativamente lo siguiente: «La fe cris-
nantes de resurrección, son en gran parte intercambiables. Ahora bien, el Espí- tiana en el Dios trino se viene abajo si el mensaje neotestamentario de que
ritu es más que instrumento de la resurrección: es el «medio» en el cual la re- Jesús ha resucitado se modifica, se corrige o se reinterpreta» 91.
surrección tiene lugar: ^woTOi/nfleu; Si l e v a d o r a (1 Pe 3,18), iSixaiúQi) áv Pero con ello aparece otro punto importante. Cuando Dios Padre concluyó
7WeúuaT0 (1 Tim 3,16; cf. Rom 1,4). Pero no es medio extraño. Es su medio por su palabra una alianza con Israel (y ya en la alianza de Noé con toda la
hereditario propio, puesto que ya de antemano es él, como «segundo Adán», el humanidad), cuando hacía su promesa a Abrahán, cuando daba leyes en el Si-
TCVEÜ¡JUX ^toOTOJioüv (1 Cor 15,45); y al resucitar como aw\xa itVEUiJia-irtfCÓv naí, cuando en los profetas apuntaba a una forma definitiva de alianza, todo
(1 Cor 15,44), se identifica todo él con la esfera del Espíritu («el Kyrios es el ello significaba que Dios es para nosotros y está con nosotros. Ello sube de
Pneuma»: 2 Cor 3,17). Quien quiera vivir en el Kyrios, debe vivir en el Pneu- punto en la encarnación de la Palabra de Dios y se hace incuestionable y con-
ma y según el Pneuma (Gal 5,16.22s.25). Es lo mismo que expresa Juan cuando cluye en la resurrección de Jesús. Desde que el Padre resucitó a Jesús y desde
dice que al Jesús terreno el Padre le «otorga el Espíritu sin medida» (Jn 3,34),
y que Jesús, verdadera «roca del desierto», es la fuente del agua y del Espíri- 85
Ph. Seidensticker, op. cit., 24.
tu (7,38). Pero la lanzada de la pasión debe antes abrir la roca, para que, tras 86
Ib'td., 100-101.
derramar su sangre, derrame también el agua (del Espíritu) prometida a partir 87
Los diversos aspectos de la presencia del Espíritu vienen desarrollados sucesiva-
de la glorificación (7,39; 4,10.14). Y tras la glorificación, por la unidad del mente por la dilatada narración de la curación en el nombre de Jesús junto a la puerta
agua, el Espíritu y la sangre, funda la fe eclesial (1 Jn 5,6ss; Jn 3,5.8). Cuan- «Hermosa», el testimonio valiente ante el Gran Consejo («llenos del Espíritu Santo»:
do Jesús en la cruz «expira» su propio irveOiia, no hay duda de que está tam- Hch 4,8), la oración comunitaria «en el Espíritu» (4,31), la flagelación de los apóstoles,
bién «expirando» el Espíritu de misión (TCVEÜp/a aíwvwv: Heb 9,14) «otorgado que «sufren ultrajes por el nombre de Jesús» (5,41), y la lapidación de Esteban.
88
sin medida», que el Padre al resucitarle le devuelve como algo que personal- El que Lucas date con anterioridad (1,28.31.35) la revelación trinitaria está in-
mente le corresponde; Espíritu que en adelante será abiertamente divino; Espí- dicando que se trata de una composición pospascual: A. Resch, Das Kindbeitsevangelium
nach Lk und Mt (Leipzig 1897); R. Laurentin, Structure et Théologie de Luc I-II
ritu idéntico a la Súvoqju^ y la 8ó%oc (cf. Rom 1,4). (París 1957).
89
D. M. Stanley, Christ's Resurrection in Pauline Soteriology (Roma 1961) 251.
84 90
U. Wilckens, Die Missionsreden der Apostelgeschichte. Form- und traditions- 51
K. H. Rengstorf, op. cit., 38.
geschichtliche XJntersuchungen (Neukirchen 21963) 95. Ib'td., 108.
778 EL MISTERIO PASCUAL
EL RETORNO AL PADRE 779
que ambos derramaron su Espíritu común, Dios «vive» total y definitivamente mundo101. He aquí la realidad pascual, personal e inobjetivable. Es siempre algo que
para nosotros, se nos revela hasta lo más hondo de su misterio trinitario, aun «sucede en el presente» m y no un hecho que se pueda datar en un punto del pasa-
cuando es precisamente esa manifiesta hondura (1 Cor 2,10ss) la que nos abre do. Decisiva es la identificación entre resurrección y aparición m . La resurrección no
de modo totalmente nuevo a lo inabarcable de Dios (Rom 11,33). es algo que esté más allá de la historia m. Por ello no puede tampoco hablarse de un
Por eso hay que proceder con mucho tiento y no convertir en esquema do- simple «margen histórico» del hecho 105. «Jesús resucitó en la historia y para la his-
minante el esquema joánico según el cual el Redentor desciende para volver a toria» m. Definitivamente adquiere Dios en este hecho una figura para el hombre.
ascender, viene del Padre al mundo para volver al Padre dejando el mundo Pero una figura que consiste en la relación indisoluble del Dios que en Cristo se da
(Jn 16,28). Ya en el mismo Juan se complementa ese esquema con otra pers- y del hombre que recibe y se confía: relación primordial (como el noema y la noesis
pectiva (en el discurso de despedida y en los relatos de las apariciones). Esta de Husserl) que no da más que cuando la persona se realiza, es decir, en el encuentro
nueva perspectiva no elimina el otro esquema, es cierto, pues «os conviene que interpersonal: «¡La figura 'se produce'! Aparece en la relación de epifanía y fe, ma-
me vaya» (16,7). De un «carnalis amor ad Christi humanitatem», quien «vide- nifestación y visión, percepción y profesión» m. El que esa figura haya de «configu-
batur esse quasi homo unus ex eis», debían pasar y elevarse los discípulos, al rarse» en orden a la comunicación es lo que la hace cuestionable108, pues en Jesús
sustraerse Jesús en la esfera del Espíritu, a un «spiritualis amor ad eius divini- aparece Dios mismo con toda su vitalidad y a la vez en figura normativa 109. ¿Y quién
tatem» 92. Las apariciones mismas del Resucitado son una iniciación en ese cam- puede imitar esa figura, si ya entre los hombres los rasgos determinativos no conser-
bio: «El Resucitado aparece de paso», sobre todo en Mateo, en quien la única van su valor más que cuando transparentan a quien se manifiesta, otorga o rechaza? .
aparición a los Once «es a la vez la despedida». Los discípulos de Emaús reco- Toda diástasis entre el cielo y la tierra debe soldarse en este suceso que reconcilia
nocen al Señor en el momento en que «desaparece de su vista»; Lucas vuelve a Dios y al mundo y que en Jesús dilucida el ser del mundo "'. La aparición de la
a subrayar de varios modos este tema de la desaparición (Le 24,51; Hch l,9ss). figura (de la resurrección) es un enunciado ontológico decisivo m y es en cuanto tal
Juan «desarrolla teológicamente» este tema al hacer que su presencia terrena el centro superior de convergencia entre la historia (objetividad) y la fe (subjetivi-
sea desde el principio «una constante despedida» 93 . Y a pesar de todo, sigue dad) '". El nombre que el ser recibe desde Dios es amor "4, y el que recibe desde el
siendo importante, e incluso más importante, la verdad complementaria: la des- hombre es el de entrega confiada y responsiva, que en adelante determina toda su
aparición está al servicio de una presencia más honda y más definitiva: presen- problemática existencia mundana115.
cia no de un Dios lejano que se vuelve a ocultar, sino del Dios hecho hombre,
No se puede pasar por alto una síntesis como la de Koch, elaborada a base de
«heredero total» de la obra creadora del Padre, «reflejo de su gloria y expresión
repensar con precisión toda la situación de la teología moderna. Pero esta síntesis se
de su sustancia» (Heb 1,3): «Estoy con vosotros» (Mt 28,20); «no voy a deja-
ha logrado a costa de un precio muy alto: la forma como se apareció el Resucitado
ros huérfanos. Volveré a vosotros..., me veréis, porque yo vivo y vosotros vi-
durante los «cuarenta» días y la forma como se hace presente Jesús en el banquete
viréis» (Jn 14,18s). Esto se refiere a la presencia en la Iglesia. Las apariciones
cultual de la comunidad (y en la palabra que en él se pronuncia) no puede ser otra
del Resucitado son una especie de anticipo de esa presencia permanente, de esa
que la forma que reviste la actual aparición del Resucitado116. Cuando Lucas introduce
continua venida («parusía») de la Palabra definitiva de Dios a la Iglesia. Aquí
el inciso de la ascensión, lo está haciendo como reacción obligada y de emergencia
adquiere un sentido ajustado Bultmann cuando dice que Cristo resucitó en el
contra la creciente «materialización» de los relatos neotestamentarios de apariciones .
kerigma y para el kerigma. Y lo mismo ocurre con Gerhard Koch cuando afir-
La pretendida vitalización del encuentro con Cristo y de la ulterior predicación se ve
ma 94 que Cristo ha resucitado y sigue resucitando directamente en la historia
más amenazada que fomentada al eliminar la diferencia entre los «testigos oculares»
de la humanidad, y más en la historia de la Iglesia, y más todavía en su re-
y los posteriores creyentes 11!. Es cierto que la expresión «resurrección para la histo-
unión cultual.
ria» corona en un sentido muy positivo la teología de la alianza y pone de relieve su
actualidad para todas las épocas poscristianas. Pero es cierto también que la forma tri-
Debemos decir unas palabras sobre el intento de G. Koch, realizado con pasión y nitaria de la teología de la alianza queda fundamentalmente destruida, ya que no hay
gran despliegue mental, y que constituye la teología de la resurrección más original de
nuestros tiempos. Koch parte del fracaso tanto de una teología subjetivista (Jesús está
101
dentro de mi intimidad) como de una teología objetivista (antigua dogmática de los 268s.—102 6, 153s, 293s.
103
hechos salvíficos, problema del Jesús histórico, o —con Barth— intervención objetiva 26s. «No puede distinguirse entre resurrección y aparición»: 179.
del Padre con el Hijo antes de su aparición como Resucitado)95. A partir de ahí Koch 104
174,_103 179. ,06 54. 107 17.
108
lo reduce todo al encuentro personal del Cristo vivo con el hombre. Presencia de «La figura de la aparición hubo de someterse a la aventurada tarea de la con-
«compañía» *, y de compañía corporal", que urge la participación*. Presencia que figuración... Entonces se ofrecieron la imagen y las palabras del mito» (ibíd., 73). La
encierra en sí (y sólo en sí) toda la vida histórica de Jesús ", e incluso toda la histo- transmisión no puede menos de ser «el eco de la figura» (ibíd., 224). Pero la aparición
ria de Israel100, y que en último término ilumina toda la historia de Dios con su misma
109
no se da «nunca sin figura» (ibíd., 206).
«Jesús es el reflejo, es la figura de Dios, Dios se hace en él manifiesto... Ahí
* está la correspondencia de Dios. Esta correspondencia es cosa única, pues en ella son
92 lo mismo la «fidelidad divina» y la «confianza humana» (ibíd., 257).
Tomás de Aquino, Super ]oannem 16, 7, edición Marietti (1952), núm. 2.088. 110
Ibíd., 295. Cf. 305: «Los signos de la presencia de Cristo emergen en lo visi-
Se expresa de modo similar en 3 Sent., d. 22, q. 3, a. 1 ad 5. ble. Son los signos indicativos, la figura de una realidad oculta que se hace presente.
93
H. Schlier, op. cit., 36-37. Los111signos nos llevanmla raíz ym la esencia».
94
Die Auferstehung Christi (Tubinga 21965). Además, H. Grass, op. cit., 324; Ibíd., 271s.— 57.— 264.
W. Koepp: ThLZ 84 (1959) 927-933. 114
«En esta figura se ha dirigido a los hombres el corazón de Dios» (265'1 «Que
95
G. Koch, op. cit., 9-11.—% Ibíd., 21, 40s.—" 314.—98 71, 273. Jesús está con116el mundo es, por consiguiente, ,17 que vive en el amor» (122).
99
67s.—m 268s. >" 305s.— 21, 47, 61, 201s, 237, 301s.— 279-280.—,I! 308s.
EL RETORNO AL PADRE 781
780 EL MISTERIO PASCUAL

lugar para una intervención propia del Espíritu Santo. Esa intervención queda despla- admiración, etc. m. En el lenguaje de la Escritura ¿íxpfrn «significa la irrupción
zada y sustituida por la permanente intervención del Cristo resucitado. Muchas de las de lo oculto e invisible en el ámbito de lo visible» 125. Resulta así un término
aporías y extremosidades de Koch se resuelven por sí mismas en la eclesiología católi- especialmente adecuado para calificar el punto álgido de la intervención del
ca, ya que en ella es la Iglesia a la vez presencia de la plenitud de Cristo y obra del Dios de la alianza tal como lo hemos descrito en la sección anterior. De este
Espíritu que interpreta a Cristo. De ahí que en el ámbito católico no existan tampoco modo, en la aparición del Hijo se expresa la suprema vitalidad y espontaneidad
las trágicas contradicciones que enfrentan a «Barth» y a «Bultmann» (tomados como de aquel que «se aparece». No vale la categoría de pura visión 126, «ni es tam-
exponentes de dos tendencias). poco suficiente hablar de 'visiones objetivas'» 127. Es absolutamente preciso ha-
blar de «encuentro» 128 . Sólo entonces se está reconociendo la personalidad
precisa de «quien sale al encuentro» 129. No quiere esto decir que la identidad
c) El testimonio del propio Resucitado. material del «aparecido» con el Crucificado acaparara el interés en la aparición.
Lo que se afirma es que esa identidad debe quedar totalmente fuera de duda
Seguimos con la afirmación teológica fundamental como nos llega cuando (de ahí que muestre las manos y los pies y, en Juan, el costado) para que
a los textos les dejamos decir lo que ellos quieren decir. Hemos comenzado pueda hacerse patente la verdad de toda la revelación, tanto del AT como
mostrando la originalidad sin precedentes de esa afirmación. Luego nos hemos del NT m. Sólo así se prueba que Abrahán hizo bien «al creer en Dios, que
fijado en su forma teo-lógica, es decir, trinitaria. Ahora someteremos a consi- da vida a los muertos» (Rom 4,17) y que suspiró por ver el día de Cristo y
deración su contenido concreto: es el relato creyente de encuentros con un lo llegó a ver de verdad (Jn 8,56). Pueden someterse a una crítica exegética
muerto y resucitado, que a los apóstoles «les dio muchas pruebas de que vivía» estricta las palabras que Jesús dirigió a sus discípulos. Sin duda que están muy
(Hch 1,3). Entre estas «pruebas», que no deben en modo alguno reducirse a estilizadas m. Pero eflo no resta nada al hecho de que lo esencial en la mani-
puras «visiones» —objetivas o subjetivas—, pueden distinguirse cinco, que se festación de Jesús fue que Jesús habló: «La realidad primaria de la palabra no
relacionan naturalmente entre sí y que son esencialmente previas a los proble- es que afirma un contenido objetivo: la palabra es primariamente revelación de
mas exegéticos planteados por las incoherencias y contradicciones de los textos. la persona y es signo... La palabra del Resucitado es interpelación... Es histo-
oc) Unánimemente se habla de encuentros con el Cristo vivo. «El encuen- ria que se sitúa en el contexto total de la historia y emerge de ella» 132. Y es
tro que viven los testigos procede de él. Ese encuentro —palabra y signo, salu- palabra que llega al corazón: «¡María!» (Jn 20,16) 133 .
do y bendición, llamada, interpelación y enseñanza, consuelo e instrucción y @) Con ello nos situamos ante el segundo punto, cuya definición exige
misión, fundación de una comunidad nueva— es puro don» 119. Como en los recurrir a expresiones varias, como persuasión, conversión, confesión. W. Kün-
encuentros humanos, entran en éste también en juego los sentidos de quienes neth habla de una «conciencia subyugada por fuerza» 134, y H. Schlier habla
lo viven: ven y oyen, tocan e incluso degustan (caso de que Le 24,43 Vulg. igualmente de «verse forzado» 135. Lo que se trata de describir con esas palabras
sea auténtico). Pero el acento no recae en las experiencias sensibles, sino única- es que en el encuentro los discípulos, más que reconocidos, se sienten traspa-
mente en el objeto. Y éste, el Cristo vivo, se muestra por sí y desde sí. Este sados. Más incluso: que el Jesús con quien se encuentran es en sí mismo tal,
es el significado del ¿kpíh] que aparece en textos decisivos (1 Cor 15,3ss: cua-
tro veces; Le 24,34, en el encuentro con Simón; Hch 13,31; a propósito de las 124
apariciones a Pablo, Hch 9,17; 16,9; 21,16). En los LXX sirve esta palabra, W. Künneth, op. cit., 84. Le pone limitaciones U, Wilckens, Überlieferungs-
sobre todo, para denominar la manifestación de Dios o de seres celestes «nor- geschichte, 56. "Qqrffr) no es la única expresión. Alterna con muchas otras: análisis
crítico en H. Grass, op. cit., 186-189. Peto Grass tiene interés en limitar el sentido
malmente inaccesibles a los ojos» 120, porque los sentidos humanos no podrían de la expresión al de «ver» o «ser visto», pues considera que el fenómeno original fue
sufrirlo y porque a Dios no puede vérsele sino cuando él mismo se digna libre- «un encuentro en visión de tipo visionario», «un ver que hizo nacer a la fe» (op. cit.,
mente manifestarse. La palabra dice, pues, más que «visión» m: incluye que el 258). Más aún se adelgaza la consistencia del &<pfh\ en W. Marxsen. Lo que en Grass
puente del conocimiento va del objeto al sujeto. Es lo que subrayan los relatos se llama aún «hipótesis objetiva de visión» (op. cit., 233s) es en Marxsen el «resultado»
de las apariciones del Resucitado cuando le presentan no como un hombre de una fe «que cuenta con visiones objetivas» y llega «por una interpretación reflexiva
mortal, sino «con figura extraña» (Ps.-Mc 16,12), mientras «sus ojos estaban a la afirmación: Jesús ha sido resucitado por Dios». Piensa Marxsen que, junto a ésta,
cegados y no podían reconocerlo» (Le 24,16; cf. Jn 20,15; 21,4; quizá tam- conoce el NT otra interpretación posible: Die Auferstehung Jesu ais historisches uní
bién 24,41). Orígenes ha destacado, sobre todo, esta espontaneidad del Resu- ais theologisches Vroblem, 22s. Para la crítica de la teoría de Marxsen, cf. J. Kre-
citado al manifestarse 122. Puede también darse una revelación gradual, un des- mer, op. cit., 115-131, así como U. Wilckens, op. cit.; G. Delling, op. cit.; B. Klap-
pert, op. cit., 45-51.
velamiento dentro del ocultamiento («¿no ardía nuestro corazón?»: Le 24,32). 125
G. Koch, op. cit., 58.
Tenemos, pues, que ¿j<p0T) es el «término más usual para referir las teofanías 126
J. Kremer, op. cit., 61, n. 110.
y las angelofanías» m y sobre todo las teofanías que provocan terror, duda, 127
Ibíd., 63.
128
G. Koch, op. cit., 295ss.
125
119 «Pues lo decisivo en el hecho de las apariciones es que los discípulos recono-
H. Schlier, op. cit., 38.—12° K. H. Rengstorf, op. cit., 56. cieron a Jesús, a su Rabí, en aquel que se les apareció» (U. Wilckens, op. cit., 51).
121
K. H. Rengstorf, en la p. 58, quiere ver en el uso de la palabra una protesta 130
G. Koch, op. cit., 48-49.
de la cristiandad contra la hipótesis de las visiones. 131
H. Grass, op. cit., 250-253.
122
Luc. hom., 3: Rauer, 9, 20-23. De ahí que Orígenes considere posible que 132
G. Koch, op. cit., 303.
Jesús se apareciera a unos transfigurado y a otros sin transfigurar. Comm. in Mat. ser., 133
«El pastor conoce a sus ovejas y las llama por su nombre (Jn 10,3), y cuando
35: Klostermann-Benz, 11, 65; Comm. in Mat., 12, 37-38: Klostermann-Benz, 10, 152-154. ellas oyen su voz, le reconocen a él» (R. Bultmann, Johannes, op. cit., 532).
123
J. Kremer, op. cit., 86; sobre todo acerca del «ángel de Yahvé», Ex 3,2; cf. Hch 134
Ibíd., 102.—^ Op. cit., 46, 63.
7,30.35; otros ejemplos en J. Kremer, op. cit., 35.
782 EL MISTERIO PASCUAL EL RETORNO AL PADRE 783

que les conoce y entiende mucho mejor de lo que ellos mismos se conocen y todo lo afirmado acerca de lo terreno (y todo lo afirmable acerca de él según
entienden; es algo de lo que se ve en la triste confesión de los discípulos de Juan) y enlaza con el prólogo y consiguientemente con el Preexistente, en cuya
Emaús. Sin duda que ya antes querían ellos de verdad creer, esperar, amar. altura premundana vuelve a verse Jesús con la resurrección (Jn 17,5)» u9. El
Pero su fe había tropezado con barreras insalvables, acentuadas por la mala hecho de que la confesión de Tomás se sitúe al final (en el primer final) del
conciencia creada por su huida y por su negación. Su fe (fe bíblica en el Dios evangelio, enlazando tan claramente con el comienzo del mismo, hace de lo más
vivo) la había vinculado Jesús mismo a su obra y a su persona. Y así parece inverosímil la idea de que el episodio de Tomás no tenga para Juan más que
que, al morir Jesús, murió también la fe de sus discípulos. Los textos no nos un interés periférico m. Recordemos también que el título de %úpw<; no es un
dan pie a decir que, a pesar de esa muerte, pudiera «proseguir el asunto de título pagano introducido por comunidades helenísticas usurpando para Jesús
Jesús» (W. Marxsen). De ahí que el mensaje de las mujeres no pueda volver prerrogativas divinas. Esta tesis de Bousset olvida «que ya en los relatos pas-
a despertar la fe muerta de los discípulos (Le 24,11). Sólo puede volver a des- cuales galileos se ha experimentado el poder del Kyrios y que, por consiguiente,
pertarla el Resucitado al devolverles consigo mismo al Dios vivo 136. Con los la fe en el Kyrios surgió ya en aquellos tiempos pascuales... La aclamación del
Once, al igual que con Magdalena junto al sepulcro, debe de ocurrir algo seme- Kyrios, que nos relata el NT, tiene estructuras esenciales distintas que la acla-
jante a lo que ocurrió con Pablo camino de Damasco: caer a tierra, al menos mación de los cultos mistéricos. Se refiere al caminar histórico de Israel, cuan-
espiritualmente (Hch 9,4). Esta conversión de toda la postura interna se parece do Israel clamaba a su Dios... Dios revela en Cristo su esencia. Y Cristo es el
existencialmente a una confesión: provoca miedo (Me 16,8; Le 24,37), repren- nombre de Dios, la manifestación de su esencia» Mi .
sión (Le 24,25; Ps.-Mc 16,14), remordimiento (Jn 21,17), una mezcla de miedo 8) Los evangelistas coinciden en atestiguar que sólo a partir de la realidad
y gozo (Mt 28,8; Le 24,41) y, finalmente, puro gozo pascual (Jn 20,21). Todo pascual comprendieron los discípulos el sentido de la anterior vida de Jesús
ello corresponde modélicamente a la realidad sacramental, regalo del Señor a la y de la totalidad de la Escritura. Esta afirmación recibe la más sólida confir-
Iglesia en el día de Pascua (Jn 20,22s). Prosigue el comportamiento revelador mación por el hecho de que los evangelistas salpican de luz pascual toda su
y conversor de Jesús mientras vivía en la tierra y preludia su comportamiento pintura de la vida de Jesús 142. Hasta entonces no habían tenido, en el mejor
judicial pospascual frente a su Iglesia en cuanto Señor ensalzado (Ap 2-3). Es de los casos, más que tímidos atisbos, y esos tímidos atisbos se vinieron abajo
quizá aquí donde con más hondura se manifiesta su identidad, al ser él, como con la muerte de Jesús. Pero con la resurrección adquiere todo ello una cohe-
persona viva, la personificación de la espada justiciera de Dios. Pero incluso rencia tal, que no pudo menos de deslumhrar la visión espiritual de la primera
las más fuertes palabras de juicio son ya palabras de salvación, como se ve en comunidad y llevarla de descubrimiento en descubrimiento a la hora de leer
el episodio de Tomás. las «Escrituras». «Las proyecciones de conocimientos pospascuales sobre la vida
y ) Este poder que convierte y trastrueca los corazones es el que hace que histórica de Jesús no pueden, por tanto, liquidarse con el argumento de 'for-
los discípulos reconozcan por primera vez la divinidad del Resucitado. Es im- mación de leyendas'... Responden plenamente al 'asunto' del evangelio, en cuan-
pensable que una confesión así hubiera podido producirse antes de la resurrec- to el evangelio de la resurrección es una realidad» 143. Lo decisivo en este caso
ción 137. El simple hecho de que ande vivo entre ellos es para los discípulos no es que determinadas palabras del AT puedan ahora leerse y valorarse como
una prueba de ambas cosas: que la pretensión absoluta que en los años pasa- profecías de modo nuevo 14*, sino que las Ypowpaí, el AT en conjunto, adquie-
dos iba unida a su persona estaba justificada y que en él está presente el Dios ren una síntesis superior imposible de obtener desde el mismo AT 145 . Partien-
vivo, quien por fin ha hecho valer su antiguo título: «El que hace bajar al do del cumplimiento total, pudieron legítimamente destacarse a una luz cristo-
hades y retornar del hades» (1 Sm 2,6; Dt 32,39; Sal 16,13; Tob 13,2). Estos lógica determinados textos: unos siguieron en primer plano (sobre todo Is 53);
dos aspectos no admiten ya ningún tipo de distinción. Por eso es la evolución otros (como Sal 16,8-11), tras utilizarse temporalmente, volvieron a caer en
de la cristología, desde la idea de exaltación del Siervo a Kyrios y Mesías (Hch desuso. Lo importante del hecho lo destaca Lucas: es Jesús mismo, el Jesús
2,36) hasta Calcedonia, un proceso absolutamente consecuente. En los textos resucitado, quien interpreta las Escrituras cristológicamente: «todo cuanto ha-
pascuales se habla por primera vez de que se adora a Jesús: dos veces en Ma- bían anunciado los profetas» (24,25); «debe cumplirse todo lo que está escrito
teo (28,9.17) y dos veces en Juan (20,16: «Rabbuní» es por aquel entonces en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos sobre mí» (24,44), y Lu-
un título divino; 20,18) 13s . «El predicado (en la confesión de Tomás) supera cas llega incluso a cambiar en esta línea el mensaje de los ángeles a las mujeres
en el sepulcro (24,7). La Palabra personal de Dios se explica a sí misma frente
136
Sobre Jn 20,8, cf. infra. a la Iglesia en su tradición. En esta autointerpretación incluye su propia pre-
137 historia veterotestamentaria, así como su propia historia terrena. Sean pre o
Parecen también producto de la perspectiva pospascual atributos como «Hijo
de Dios» (Jn 1,49), «Cristo (Mesías)» (Me 8,29), «Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt
139
16,16). Esto no quita que los discípulos pudieran y debieran tener elementos para G. Delling, op. cit., 87.
140
comprender que la misión de Jesús venía de Dios: H. Schürmann, Die vorosteríichen H. Grass, op. cit., 70.
141
Anfange der Logientradition (1960), integrado ahora en ¿Traditionsgeschichtliche Un- G. Koch, op. cit., 64s.
1,2
tersuchungen zu den synoptischen Evangelien (Dusseldorf 1968) 39-65, sobre todo p. 49: «Todo el NT fue escrito en la perspectiva del hecho de la resurrección» (F. V. Fil-
«¿Es que acaso no pudo haber una confesión pospascual de Cristo por el hecho de que son, Jesús Christ the Risen Lord, Nueva York 1956, 31). «Es totalmente acertada la
ya hubiera una confesión de Cristo —con todas sus diferencias— en el círculo prepas- afirmación de que la presentación evangélica de Jesús se hace del principio al final
cual de los discípulos?... Para que la realidad pascual se entendiera como 'cumplimien- a la luz de la vivencia pascual» (G. Kittel, Der historische Jesús, en Mysterium Christi
to', prepascualmente hubo de darse cuando menos una 'sospecha' mesiánica». [1931] 64s).
138 143
Nótese el acusado contraste en Lucas: la fe prepascual de los discípulos de W. Künneth, op. cit., 152-153.
144
Emaús no pasa de la imagen de un «profeta, poderoso en palabras y obras ante Dios Recopilación de estas pruebas de Escritura en H. Grass, op. cit., 262.
145
y ante todo el pueblo» (24,19). J. Kremer, op. cit., 53s.
784 EL MISTERIO PASCUAL E L RETORNO AL PADRE 785

pospascuales las formulaciones de los anuncios de la pasión, lo cierto es que Se apoya internamente en los encuentros con el Resucitado —con los cuatro
pospascualmente se las toma y se las pone a la luz de la necesidad histórico- rasgos descritos—, de tal modo que sin ellos sería imposible. La misión es el
salvífica: «¿No sabíais que era preciso que el Cristo padeciera todo eso y así fin principal de las apariciones que, lejos de ser fin en sí mismas, fundan la
entrara en su gloria?» (Le 24,26). La primera comunidad necesitaba esa inter- Iglesia. Es también la misión lo que distingue la fundamental vivencia paulina
pretación global de la Escritura para, a base de las relaciones espirituales, reco- de Damasco de todas las demás experiencias místicas o carismáticas de Pablo
nocer la posición clave de Jesús. En su predicación y catequesis se sirvió una (cf. Rom 1,5). La misión al «servicio del mundo» es el perfecto seguimiento
y otra vez del binomio «promesa-cumplimiento». En cambio, Juan piensa que de Cristo, quien en un sentido pleno vino a «servir» a toda la obra creadora
el Señor es «plenitud» (1,16), hasta tal punto que no necesita que nadie dé y salvadora de su Padre (Le 22,27 par.). Para hacer posible un seguimiento de
testimonio a su favor —ni Moisés ni el Bautista— para redondear su plenitud. tal envergadura infunde Jesús en los discípulos su Espíritu, que les «moverá»
Su verdad es tan evidente, que los testimonios de la Escritura y del Bautista por todos los caminos del mundo de su historia (Rom 8,14).
son una concesión externa para aquellos que buscan creer, y no parte integrante
de la verdad de Cristo '*; Jesús se basta a sí mismo. No altera en nada esta
comprobación el hecho de que tanto la comunidad palestina como la cristiandad 2. Estado de la exégesis
helenista (cf. cartas de Pablo) utilizaran acerca de la pasión y la resurrección
un lenguaje, unos conceptos y unas imágenes ya establecidas a partir del AT 1 4 7 . a) La aporía y los intentos de solución.
Juan mismo no tiene reparo en decir que «recordaron» lo que antes no habían
entendido (2,22; 12,16) 148. Marcos, quien escribe todo su evangelio en una Todos los hechos salvíficos del Dios vivo, desde Abrahán (Rom 4,17), se
perspectiva pospascual (1,1), busca cómo hacer plausible el que Jesús pudiera encaminaban a la resurrección de los muertos. Si esto es así, resulta que ese
haber pasado «inadvertido». Para ello se sirve de la teoría del secreto mesiá- acontecimiento final, cuya «primicia» y cuyo iniciador es Jesucristo (1 Cor 15,
nico: Jesús prohibe que se le dé a conocer, y los discípulos, además, están 20; cf. Mt 27,53), no puede ser un acontecimiento que nada tenga que ver
incomprensiblemente ciegos. Por eso tiene su parte de razón N. A. Dahl cuan- con la historia de la salvación por el hecho de que la trascienda bajo todos
do a los sucesos pascuales los califica de interpretandum, ya que eran tan im- los aspectos. Ahora bien, ese acontecer final de la resurrección rompe radical-
previstos para los discípulos, que sólo situándolos en el contexto histórico- mente el marco de la existencia humana limitada por el nacimiento y la muerte,
salvífico total podían llegar a entenderlos 149. Siempre que esto no quiera decir supera el «viejo eón» «actual» y funda el «futuro» (Heb 6,5). Según eso, se
que los sucesos pascuales se les presentaron a los discípulos como algo irracio- puede decir a priori que la resurrección no puede ser un suceso ¿«ira-histórico,
nal que dé lugar a puras «interpretaciones». Los sucesos pascuales se les pre- si tomamos la historia en el sentido usual que nosotros conocemos y si medimos
sentaron como el centro pleno de sentido que ordenó magnéticamente a su lo que en ella sucede con los medios de «comprobación» corrientes o con los
alrededor todos los elementos fragmentarios de las Escrituras. científicamente depurados. Lo que la «historia» es para nosotros puede servir,
E) En la crítica a G. Koch hemos aludido a que Jesús se aparece de paso a lo más, como término a quo de un «camino» no comprobable intrahistóricamen-
y de despedida. Este tema, la misión, es el envés del último motivo pascual. te (sustraído por completo al espacio y al tiempo), camino que sólo en sentido
A aquellos que le han visto y que sobre todo han recibido su Espíritu les metafórico puede calificarse de «ida», «marcha» o «subida», o «ser elevado»
pone Jesús en camino hacia los hermanos. «Como el Padre me ha enviado, yo o «ser glorificado» (Juan), de «no estar ya aquí» (Me 16,6), de «ser arrebatado
os envío a vosotros». Estas palabras de Juan (20,21) resuenan con no menor hacia arriba» (Le 9,51; Hch l,2.11ss; 1 Tim 3,16; Ps.-Mc 16,19). Y sólo meta-
fuerza en Lucas (24,47-49; Hch 1,8) y en Mateo (28,18-20). El impulso misio- fóricamente podemos describir el término ad quem como «cielo», «Padre»,
nero prevalece sobre todo lo demás. Lo que antes de Pascua se llamó «segui- «estar sentado a la diestra de Dios», etc. Este hecho que supera a la historia
miento» (seguimiento que en ocasiones se convirtió en una especie de ensayo no puede presentarse dentro de la historia más que de un modo paradójico,
de misión: Le 10,1; Mt 10,5.16), después de Pascua se llama definitivamente inaprehensible por los enunciados y los métodos históricos. El «camino» que
misión. Y esa misión tiene ahora las dimensiones que desarrolla el cuádruple recorre el Resucitado no se puede seguir, aunque no fuera más que porque ese
«todos» del epílogo de Mateo, de acuerdo con las dimensiones que alcanza el «camino» no existe hasta que el Resucitado lo recorre. Es más, el caminante
poder del Kyrios: la base es que Jesús tiene «todo poder en el cielo y en la mismo es en este caso «el camino» (Jn 14,6), al igual que él mismo es «la
tierra»; «todos los pueblos» a lo largo del espacio y del tiempo es la extensión; resurrección» (Jn 11,25). Con ello se pone a sí mismo como la categoría com-
«a guardar todo lo que os he enseñado» es la catolicidad de lo encargado, y plexiva dentro de la cual podrán tener lugar otras «idas» y «resurrecciones»,
«yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» es la garantía. que superarán también al viejo eón y serán «escatológicas».
Una misión así sólo puede producirse después de la resurrección. «El primitivo Lo único que intrahistóricamente se puede comprobar es que el sitio donde
apostolado cristiano no depende del envío histórico de los discípulos por el él yacía estaba vacío, «ya no está aquí» (Me 16,6). Y es obvio que ese «no»
Rabí de Nazaret, sino que está fundado por las apariaiones del Resucitado» 150. en modo alguno da pie a seguir la pista a un camino que conduce fuera de
144 nuestra historia. (Sería de lo más ingenuo interpretar el hecho salvífico final
Ph. Seidensticker, op. cit., 124s. en el sentido de la antigua imagen del mundo a base de pisos, de un modo
147
E. Lohse, Die alttestamentlichen Bezüge zum ntl. Zeugnis vom Tode Jesu Christi,
en Zur Bedeutung des Todes Christi (Gütersloh 1967) 104. intracosmológico y como algo «mítico». Ya lo anteriormente dicho sobre una
148
H. Schlier, op. cit., 53. convergencia de las imágenes bíblicas para expresar un contenido que las sobre-
'** Eschatologie und Gescbichte im Lichte der Qumrantexte, en Zeit und Geschichte pasa está prohibiendo una interpretación así). Desde dentro de la historia no
(Homenaje a R. Bultmann; Tubinga 1964) 14. puede menos de ser la tumba vacía un fenómeno ambiguo. «Al carácter único
150
W. Künneth, op. cit., 92. y escatológico de la resurrección» se debe el que «no pueda 'probarse' en el
50
786 EL MISTERIO PASCUAL
EL RETORNO AL PADRE 787
sentido en que hoy entendemos nosotros eso de probar... Lo único que se Este 'algo' es el núcleo histórico de la fe pascual» (M. Dibelius) 7 . Esta frase,
puede probar es la convicción misma de los testigos y de la primitiva Iglesia» . a menudo citada, marca bien el tipo de divisoria en la cual el método ultra-
Ahora bien, lo único que nos queda no es el relato de la tumba vacía. Tene- mundano se ve invitado a seguir abierto a una realidad fundamentalmente indo-
mos otros relatos más importantes que nos refieren cómo hombres mortales meñable con sus métodos. Tampoco ayuda a pasar este límite el tipo de ana-
se encontraron con el Resucitado. Y esos encuentros despertaron en esos hom- logía que comienza por echar puentes intrabíblicos que puedan luego —de
bres la convicción de que aquel a quien ellos conocían por el antiguo eón, modo problemático— elevarse a antropología general u «ontología fundamen-
aquel mismo «se les había presentado después de su muerte dándoles muchas tal» 8 . Ya sabemos cómo todas las analogías convergen en esta cima «carente
pruebas (T£mTf)pioi<;) de que vivía» (-rcapéoTTiaiEV scanróv: Hch 1,3) desde el de analogías».
nuevo eón. Es decir: ese presentárseles fue tan vivo, que sin ser prueba en el Difícil será, por tanto, calificar la resurrección, en cuanto paso del antiguo
sentido de un procedimiento probativo científico, tuvo el valor de una evidencia al nuevo eón, de «suceso intramundano real... en el espacio y en el tiempo
objetiva insuperable. Tan evidente y tan objetiva, que además de hacer de su humano» 9 . Y será difícil calificarla así a pesar de que el Dios vivo se mani-
vida un testimonio de esa realidad, vieron que a partir de esa realidad habían fiesta realmente en este mundo, dentro de este espacio y de este tiempo, y a
de dar una interpretación global nueva del mundo y de la historia. Contempla- pesar también de que el Resucitado ha transpuesto nuestro tiempo y nuestro
da intrahistóricamente, esta convicción de los testigos es también un fenómeno espacio, es decir, nuestro mundo como tal, a su nuevo orden de existencia (de
psicológico ambiguo —en otro plano de todos modos que la «tumba vacía»— cHüpua TTV£ipa.TWCÓ\0 10- La fórmula de G. Koch —Cristo «ha resucitado a la
según se crea o no se crea a los testigos, o según se considere objetiva o subje- historia»— podría ser correcta si expresara que el nuevo eón encarnado por
tiva (o lo que es lo mismo, nacida de su idea del mundo) la evidencia de que Cristo se da inmediatamente a quienes viven en mortalidad. Pero Koch desqui-
ellos dan testimonio. En el testimonio de los testigos, en el kerigma eclesial de cia la fórmula al equiparar resurrección y aparición. Todo intento de traducir
la resurrección de Cristo, se dividen los espíritus. Y si la teología es una cien- en imágenes y conceptos ese encuentro único de los eones es, a priori, proble-
cia (sui generis), pertenece entonces a su estructura fundamental el que por mático. Lo más que se puede lograr son aproximaciones, circunloquios bien-
medio de ella pase la divisoria entre la fe y la incredulidad; o mejor, la divi- intencionados, lo mismo que la luz filtrada por un prisma da lugar a una
soria entre la fe y la incredulidad pasa por medio del examen de los datos transición continuada de los colores, pero a la vez a los mayores contrastes
sobre los cuales la teología está construida. Ese examen de los datos, cuando (verde-rojo, amarillo-azul). Los relatos pascuales de los evangelios están en con-
se hace científicamente, se llama exégesis. Por eso dice acertadamente H. Schlier tinuidad entre sí, pero a la vez en contraste parcialmente irreconciliable. En
que la resurrección es para la exégesis un «problema límite». Frente a este nuestro tercer apartado describiremos el sentido teológico de cada una de las
objeto se ve la exégesis «en seguida enfrentada a una elección: reinterpretar franjas de color (reproducciones parciales de un blanco que ningún color puede
el objeto según los criterios que implica la historia en cuanto visión del mundo reproducir). Pero en este apartado diremos aún algunas palabras sobre la situa-
y reducirlo a puro componente de una determinada 'época histórica'», o ren- ción en que al exegeta le coloca esta descomposición de colores.
dirse a la evidencia propuesta, evidencia que «no está 'históricamente asegura- Comenzando por lo más general, diremos que esta situación consiste en que
da', pero que es mucho más, ya que se puede decir que se impone por convic- la dificultad o la imposibilidad de armonizar los relatos se puede superar acu-
ción histórica». «Es la evidencia de un fenómeno que se muestra imparcialmente diendo a las afirmaciones de fe o a la antropología del tiempo, según la deci-
por sí mismo» 2 . Se puede decir con W. Pannenberg que la evidencia que brilla sión básica del investigador. Es más, dentro de esta opción básica, y a menudo
en el testimonio es «patente a todo el que tenga ojos para ver» 3 , y más desde en posiciones intermedias entre ambos extremos, se toman p>•e-decisiones par-
el momento en que «los hechos en los cuales ha manifestado Dios su divini- ciales (que desde la situación del exegeta puro es preciso tomar), de las cuales
dad... son evidentes por sí mismos dentro de su propio contexto histórico» 4 . depende el que los textos se ordenen de uno u otro modo. Dentro del método
Pero cabe la posibilidad de relativizar «todo ese contexto histórico» desmito- filológico-histórico es inevitable tomar tales decisiones previas que colocan los
logizándolo. Por eso han de ser dichos ojos los «ojos iluminados del corazón» textos en una perspectiva determinada. Pero se puede comprobar que es diverso
(Ef 1,18), la «oculata fides» (Tomás de Aquino) 5 . Estos ojos son los únicos el alcance de tales decisiones en sus repercusiones teológicas. Ninguna de tales
que pueden ver la figura de la revelación tal como ella se presenta 6 . Una opciones es teológicamente indiferente, pero algunas son relativamente perifé-
visión un tanto imparcial de los hechos reconoce a partir de la historia «que ricas u (el problema, por ejemplo, de si las angelofanías de las mujeres junto
al menos en el momento de la decisión, cuando Jesús fue apresado y conde- al sepulcro fueron «reales»). Otras, en cambio, son relativamente centrales y se
nado, no tenían los discípulos certeza alguna de este tipo (es decir, de que aproximan más o menos a la opción fundamental (entre creer y no creer).
Jesús fuera a resucitar). Huyeron dando por perdida la causa de Jesús. Algo Científicamente, se impone la máxima cautela ante tales opciones (a menudo
debió de ocurrir para que en poco tiempo se produjera un cambio total en su
ánimo y se lanzaran además a una nueva actividad y a fundar la comunidad. 7
Dibelius-Kümmel: Jesús (Berlín 41966) 117s. Cf. también la cita de F. C. Baur,
en H. Grass, op. cit., 233, quien reconoce que «no hay análisis psicológico que pueda
1
penetrar en el proceso espiritual por el cual en la conciencia de los discípulos pudo
J. Kremer, op. cit., 134. darse el paso de no creer al morir Jesús a creer en su resurrección».
2 8
H. Schlier, op. cit., 69-70. W. Pannenberg, Fundamentos de cristología (Salamanca 1974) 92ss.
3
Dogmatische Thesen zur Lehre von der Offenbarung, en Offenbarung ais Ges- ' K. Barth, KD IV/1, 368.
chichte, editado por W. Pannenberg (Gotinga 1961) 98. 10
4
Es digno de consideración W. Künneth, op. cit., 185-194: «Der christozentrische
Ibíd., 113-114. Zeitbegriff», reflexiones con las cuales un Teilhard de Chardin, a su manera, podría
5
S. Th. III, q. 55, a. 2 ad 1. declararse de acuerdo.
6
Cf. a este propósito mi libro Schau der Gestalt [Herrlichkeit, I] (Einsiedeln 21968). 11
Sobre tales gradaciones, cf. W. Künneth, op. cit., 108.
788 EL MISTERIO PASCUAL EL RETORNO AL PADRE 789
inconscientes); pero, de hecho, el contexto que se le asigne a un texto o la la perícopa siguiente se aterran cuando aparece Jesús, y que sólo a fuerza de
valencia que se le atribuya depende mucho de qué luz se arroje sobre él. No varias pruebas palpables llegan a convencerse» 15 (Le 24,33-42). El que los
podemos aquí entrar a enumerar todos los problemas exegéticos ni a discutirlos ángeles en Mateo indiquen a las mujeres que digan a los discípulos que se va-
con los métodos de la exégesis. Lo único que haremos será poner de relieve yan a Galilea y que allí verán al Señor cuadra mal con el que las mujeres
con algunos de los ejemplos más importantes la mutua dependencia entre exé- mismas, de camino, es decir, en Jerusalén, contemplen una aparición del Resu-
gesis y teología. Con ello pretendo establecer la conexión entre la afirmación citado. Es por otra parte inverosímil que Jesús se limite a repetirles las pala-
dogmática fundamental e inconcusa de que Cristo ha sido resucitado (1) y el bras que ya el ángel les había dicho (28,7-10). Es difícil creer, en Juan, que
desdoblamiento de esta afirmación dogmática en imágenes y conceptos di- Magdalena esté dos veces en el sepulcro: que la primera vez lo encuentre vacío
versos (3). y sin ángeles; la segunda, con los mismos ángeles que aparecen en los sinópti-
Se discute el carácter unitario o heterogéneo de la antiquísima lista de testi- cos, pero sin nada que decirle, y que, finalmente, tenga un encuentro con Jesús.
gos que Pablo presenta en 1 Cor 15,3-5. De todos modos, es tal la antigüe- 2. Es un hecho que los relatos se van enriqueciendo. Con todo, se exige
dad de esa lista, que su composición no ha podido durar mucho t i e m p o a . en este punto la máxima cautela, ya que tras la comprobación se ocultan no
Pablo remite a los corintios a testigos (entre los quinientos hermanos enume- pocas veces pre-decisiones sobre la edad de los textos. El episodio de la sepul-
rados en tercer lugar) que en parte viven todavía y a los cuales se les puede tura parece irse enriqueciendo: José de Arimatea es, en Marcos, un «miembro
preguntar. Sin duda que con su lista Pablo quiere ofrecer una serie de testi- respetable del Consejo, que esperaba también el Reino de Dios»; en Lucas,
monios históricos, y muy probablemente en sucesión cronológica. Si esto es así, «un hombre bueno y justo, que no había asentido al consejo y proceder de los
la teoría de Seidensticker, según el cual el ápá-roc?; del v. 6 quiere decir «de demás» (23,50s), y en Mateo, le tenemos (ya) como discípulo de Jesús (27,57);
una vez por todas» y resume todas las apariciones en una (como la narrada por discípulo es también en Juan, pero discípulo clandestino, como Nicodemo,
Mateo), contradiría al enunciado paulino. Por los evangelios no conocemos más quien le ayuda a sepultar a Jesús (19,38s). Los apócrifos lo adoban mucho
que tres de los seis encuentros que Pablo enumera: el encuentro con Pedro más 16. En Me 15,47 las mujeres contemplan cómo sepultan a Jesús, y luego,
(aludido fugazmente por Le 24,35; pero cf. Jn 21,15ss), el encuentro con los en la mañana del domingo, quieren seguir embalsamándole; en Mateo, las mu-
Doce y el encuentro con Pablo. No sabemos cuándo tuvo lugar, o si pudo en jeres se quedan sentadas junto a la tumba, hasta que son relevadas por la guardia,
absoluto tener lugar, una aparición a «quinientos hermanos a la vez»; cuándo sin que nada se diga de que vayan a ocuparse del cadáver; en Juan tiene lugar
y dónde ha de situarse la aparición a Santiago. Las hipótesis enunciadas a este el embalsamamiento con gran lujo («con cien libras») ya al sepultarle. Otro
respecto divergen y nos dejan al aire 13 . No sabemos tampoco quiénes puedan crescendo lo tenemos en el progresivo descargo de los discípulos que huyen y
ser «todos los apóstoles» (v. 7) distintos de los Doce (v. 5) 1 4 . Frente a esta que ni junto a la cruz ni en el entierro están presentes (hasta llegar a Jn 18,8).
antigua fórmula de fe tenemos, por un lado, las predicaciones apostólicas de Es también patente la exculpación progresiva de Pilato 17. Es también proba-
los Hechos de los Apóstoles, que repiten la afirmación kerigmática sin ado- ble que el tema de la duda de los discípulos haya ido acentuándose por moti-
barla, y, por otro, tenemos una tradición que muy probablemente es doble: la vos apologéticos, y más si se tiene en cuenta que en los apócrifos debe el
tradición de la tumba vacía y la tradición de las apariciones a los discípulos, Resucitado echar mano de medios exagerados para acabar con esas dudas 18 .
tradiciones ambas que los evangelios combinan de diverso modo. Pero es claro Se ve cómo se da una tendencia a reunir las apariciones, tanto localmente (en
que la resurrección de Jesús no fue anunciada por testigos que no tuvieran ya Galilea o en Jerusalén) como cronológicamente (en un solo día: Le), y a pre-
entonces algo que narrar sobre los encuentros con el Resucitado, por más reela- sentar a la vez un «cuadro final» esquemático 19 . La ampliación del tiempo a
borados que estén sus relatos en su forma actual. Y dado que en el kerigma cuarenta días presenta otro problema que luego trataremos. Se da quizá —sin
van siempre unidas la resurrección y la muerte de Jesús, estas narraciones hu- olvidar que aquí se exige la mayor cautela— un desarrollo que puede califi-
bieron de hacer frente al realismo de los sucesos de la pasión, con los cuales carse de evolución hacia un «realismo cada vez más macizo» del Resucitado,
los oyentes estaban familiarizados («como sabéis»: Hch 2,22). hasta llegar a comer ante sus discípulos y a hacerles palpar su cuerpo. Si se
El problema se plantea así: ¿Podemos nosotros descubrir en los textos que toma como patrón la visión de Damasco, al parecer «más bien espiritual», y lo
tenemos a mano un trabajo de composición? ¿Y hasta qué punto? que Pablo dice del cuerpo espiritual, han de aparecer los relatos evangélicos
1. Hay sin duda diversos textos cuyas junturas chirrían. «Los once que se como «toscas reducciones» con fines seguramente apologéticos 20 . Se entendería
adelantan a los discípulos de Emaús, ansiosos por contar su experiencia, con entonces por qué Lucas reduce a cuarenta días tales escenas «macizas». A esta
el anuncio gozoso de la visión de Pedro, cuadran mal con los discípulos que en última teoría hay que ponerle sus reparos: falta el estrato previo de Marcos;
Mateo, con ser «posterior» a Lucas, no es «más tosco» que él, y Juan junta
12 sin reparo ninguno rasgos totalmente espirituales con rasgos totalmente sensi-
J. Kremer, op. cit., 84.
13
¿Quién puede probar que la aparición a los quindenios es la misma que la apa-
rición a los once en Galilea narrada por Mateo (Seidensticker)? ¿Quién puede probar 15
H. Grass, op. cit., 38.
que no pudo tener lugar más que en Galilea al aire libre (Lohmeyer, v. Campenhausen)?, 16
H. Grass, op. cit., 176ss.
¿que es idéntica al acontecimiento de Pentecostés (Dobschütz, Bousset y otros)?, ¿que 17
E. Haenchen, Historie und Geschichte in den johanneischen Passionsberichten,
no pudo tener lugar sino después de Pentecostés, ya que sólo después de Pentecostés en Zur Bedeutung des Todes Jesu (Gütersloh 21967) 65. Sobre esto de tapar la huida
era la comunidad lo suficientemente grande como para ello (Grass)?, etc. La reserva de de los discípulos, cf. ya Wellhausen, Evang. Marci (Berlín 1909) 136.
Kremer es la única postura posible: lo único expreso es el hecho. Todo lo demás queda 18
H. Grass, op. cit., 29.
a oscuras (72). Dígase lo mismo de la aparición a Santiago. 19
H. Grass, sobre el escenario: op. cit., 91s, 120; sobre los cuadros finales: 114.
14
Sobre las diversas suposiciones, cf. H. Grass, op. cit., 102-104. 20
Esta es la tesis central sustentada por Grass: op. cit., 40s, 48s, 106s.
790 EL MISTERIO PASCUAL EL RETORNO AL PADRE 791

bles. Ni hay tampoco razón alguna para poner el tipo de aparición de Damasco ricos. Esto podría aplicarse a la leyenda de la guardia puesta en el sepulcro,
como patrón de todas las apariciones pascuales. que, además de ser exclusiva de Mt, manifiesta una intención apologética: en
3. Existen entre los diversos relatos ciertas acomodaciones que pretenden la base está la tendencia a atribuir a la tumba vacía una fuerza demostrativa,
limar diferencias. Pero esas acomodaciones no siempre llegan a eliminar todas cosa totalmente ajena a los relatos más antiguos. Supone también una polémica
las contradicciones. También en ese caso ciertas opciones prefijadas determinan con los judíos: el texto sería la réplica cristiana a la afirmación de que el ca-
qué evangelio ha servido de substrato a otro. No tenemos por qué entrar aquí dáver había sido robado o trasladado a otro lugar. Los apócrifos acentúan la
a discutir la teoría de que el epílogo de Marcos, que habla de que se promete leyenda: incluso los enemigos de Jesús, los escribas, fariseos y ancianos, al
una aparición en Galilea, sin narrarla luego, haya sido complementado luego cerrar la tumba con siete sellos, pasan a ser testigos de la resurrección 25 . Re-
por el «presbítero Arist(i)ón» con un «epítome propio» de las apariciones, sulta, pues, que la narración de Mateo refleja una situación eclesiológica se-
resumen sobre todo de las escenas de Lucas. Lo que llama la atención es que cundaria.
la aparición a Pedro, que Pablo enumera en primer lugar, no nos la citen los Todos los demás colores del prisma pueden reflejar, en diversas bandas,
sinópticos más que una vez, sin relieve y como in obliquo (Le 24,34). «Ningu- la luz original de la resurrección. Desde ninguna de las franjas puede asirse
na tradición... nos narra qué vio y qué vivió Pedro». Quizá sea superflua la directamente esa realidad inabarcable. Como ya dijimos al principio, eso con-
pregunta, si no se trata más que de «una fórmula eclesial de interés kerigmá- traría su esencia. Existe con todo en las revelaciones divinas de la Biblia, den-
tico» 21 («el Señor ha resucitado de verdad —ovrox;— y se ha aparecido a tro de su misma fragmentariedad, una coherencia —coherencia que manifiesta
Pedro»), fórmula que Lucas ha tomado de Pablo o de la tradición de donde la obra de la inspiración divina— que surge de la coordinación del Señor que
procede la fórmula de Pablo. Otro problema abierto es Le 24,12: «Pedro se se revela y de la comunidad (tanto del AT como del NT) que cree y medita.
levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio las vendas y se volvió a Este encuentro es un fenómeno que no puede destruir crítica alguna.
su casa, asombrado por lo sucedido». ¿Es esto un resumen de Jn 20,2-10 con
la carrera de los dos discípulos hasta el sepulcro, de todo lo cual Lucas, por b) Opciones de la exégesis
motivos de devoción, ha conservado al menos la visita de Pedro a la tumba?
Esto parece más verosímil que suponer que Juan haya construido toda su sutil En lo que sigue citaremos las principales dificultades exegéticas de los tex-
escena a base de ese único texto de Lucas 22 . Las apariciones a los apóstoles tos pascuales, no para resolverlas y ni siquiera para tratarlas de modo relati-
se parecen tanto en Lucas y en Juan, «que uno puede preguntarse si los ma- vamente completo, sino para mostrar cómo, en grados diversos naturalmente,
nuscritos de ambos no habrán sido concordados». En este caso parece también las «hipótesis» —se podría traducir por «pre-decisiones»— de los investigado-
más probable que Lucas haya conocido y utilizado una tradición joánica 23 . Lo res las sitúan a una luz que hasta cierto punto satisface.
más difícil de precisar es la relación entre la aparición del Tiberíades en Juan a ) El problema del epílogo de Marcos nos sitúa ante una opción pura.
y el episodio de la vocación junto al lago en Le 5,1-11. Apenas se puede dis- La abrupta interrupción del evangelio es de lo más extraña. «O el epílogo ori-
cutir el que ambos textos tengan como base un mismo hecho. Pero no se ginal no ha existido, o se ha quitado adrede, o se ha perdido casualmente» 26 .
puede decidir cuál de las dos versiones está más cerca del origen. Y, como en La tercera posibilidad sería la más satisfactoria si contase a su favor con la
el caso anterior, la decisión dependerá sobre todo de la antigüedad que se atri- menor prueba. La pérdida de la última hoja —con el episodio pascual a que
buya a la tradición joánica. No sería descabellado pensar que su núcleo lo cons- alude el ángel en los últimos versículos— hubo de producirse muy pronto,
tituye la primitiva aparición del Señor a los apóstoles en Galilea, de la cual pues ni Mateo ni Lucas pudieron ya leerla. Esto es improbable. ¿Se habrá
formaría parte la escena en que Pedro recibe plenos poderes. En consecuencia, quitado adrede por haber en él algo que estorbaba a la predicación de la Igle-
habría que situar ahí aquello de los «pescadores de hombres» y Mt 16,18-19. sia primitiva, o por ser o parecer incompatible con otras tradiciones que pre-
Un tanto fantástica, aunque digna de mención, es la idea de E. Hirsch, según tendían imponerse (sobre todo la tradición de Jerusalén que representa Lucas)?
el cual la aparición original a Pedro se obtiene juntando Mt 14,28ss y Jn Se abre un camino de especulaciones sin fin y sin base, que van a depender
21,7*. de las pre-decisiones que los exegetas tomen en otros problemas 27 . ¿O habrá
Junto a estas comprobaciones de suturas, enriquecimientos y préstamos, to- que admitir que Marcos quiso realmente concluir con 16,8: «Ellas salieron
das ellas con su peculiar problematicidad, se puede preguntar aún si la crítica huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de
literaria puede con alguna certeza excluir determinados relatos como no histó- ellas, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo»? ¿Basta con recordar
que Marcos hace a menudo desembocar las narraciones de milagros en el terror
21
Ph. Seidensticker, op. cit., 97-98. de los testigos? El que la perícopa quede concluida 28 no significa de por sí
22
Así, H. Grass, op. cit., 34, 54. No se excluye lo contrario si al epílogo de Juan que la obra esté terminada. ¿Piensa Marcos que la aparición pascual no perte-
se le reconoce un carácter decididamente simbólico y alegórico; cf. infra. nece ya a la historia de Jesús, a pesar de que escribe toda esa historia a la luz
23
P. Benoit, Passion et Résurrection du Seigneur (París 1966) 321-322. pascual? 29. ¿Hay un reparo (Ed. Meyer) o una disciplina del arcano (J. Jere-
24
E. Hirsch, Die Auferstehungsgeschichte und der cbristliche Glaube (Tubinga
1940) 3. Contra él W. Michaelis, op. cit., 31-34. Contra todo tipo de retrotracción de 25
relatos originariamente pascuales a la vida de Jesús: K. H. Rengstorf, op. cit., excurso 26
Evangelio de Pedro, 28-29 (Schneemelcher, I, 122s).
4, 146-154. Sobre la relación entre Jn 21 y Le 5, cf. M.-E. Boismard, Le chapitre XXI H. Grass, op. cit., 16.
27
de S. Jean. Essai de critique littéraire: RB 54 (1947) 471-501. O. Cullmann mantiene Cf. H. Grass, op. cit., \G-2i.
28
que fue a Pedro a quien primero se apareció Jesús, lo cual hubo de reforzar su autoridad R. Bultmann, Synoptiscbe Tradition (Gotinga 31957) 309, n. 1, con L. Brun, Die
entre los discípulos. Cullmann intenta también explicar por qué se fue diluyendo el re- Auferstehung Christi in der urchristlichen Überlieferung (Lund 1925) 9-11.
29
cuerdo de esta primera aparición: Petrus. Jünger-Apostel-Mártyrer (Zurich 21952) 64s. Cf. H. Schlier, op. cit., 52.
792 EL MISTERIO PASCUAL EL RETORNO AL PADRE 793

mias)? En Marcos y en los demás evangelistas no hay lugar para afirmar nada de la vocación, que pertenece al material exclusivo de Lucas (Le 5,1-11). Es
semejante. ¿O será que Marcos, como opina Marxsen 30 , hace coincidir parusía posible que la «tercera» aparición en Juan (21,14) contenga rastros de la pri-
y aparición en Galilea (con lo cual todas las demás apariciones se vendrían por mera y de la segunda 35 . No acaba de verse en la reconstrucción de H. v. Cam-
tierra, por legendarias)? H. Grass considera esta idea «más descaminada aún» 3 1 penhausen por qué «el golpe decisivo que lo echó todo a rodar... tuvo que ser
que la de que los oyentes no notaron que faltara el epílogo por conocerlo ya el descubrimiento de la tumba vacía» 36 ; o más exactamente, por qué la noti-
a través del kerigma. Pero G. Koch vuelve a radicalizar la posición de ficación de las mujeres hubo de ser lo que a los discípulos les decidió a mar-
W. Marxsen al plantear el problema decisivo de la vivencia de la comunidad charse. Frente a todo esto queda en situación un tanto difícil la tesis que sitúa
ante la parusía: «¿Procede en Marcos la resurrección de la interpretación de la en Jerusalén las primeras apariciones. Lucas, el único que desarrolla dicha tesis
comunidad que transfiere a Jesús una cristología del Hijo del hombre? ¿O es consecuentemente, está guiado por motivos teológicos (E. Lohse) 37 ; y el origen
la resurrección la respuesta de la comunidad a la revelación del Kyrios?». Esa jerosolimitano de la fórmula de fe de 1 Cor 15,3-5, en el que trata de apoyarse
revelación, que Koch interpreta como experiencia de la «presencia del Kyrios», H. Conzelmann x , no es argumento suficiente. No se habla de que «se marcha-
es la «razón y el fundamento sobre el cual escribe Marcos su evangelio» 32 . ran» o «huyeran» a su tierra, ni tampoco de que, a más tardar en Pentecostés,
También en esta interpretación equivaldrían resurrección y parusía, y eso no «se volvieran». Pueden señalarse diferencias temáticas y teológicas entre las
responde en absoluto a la nota apocalíptica de Marcos. El que la pregunta siga apariciones de Galilea y las de Jerusalén 39 . Pero eso no explica el origen de
abierta es punzante, porque no sabemos si del epílogo (¿que falta?) podemos la doble tradición. Es cierto que la tumba tiene una especie de tendencia a
y debemos o no hacer un teologúmeno. Pero el exegeta no ha podido dar hasta atraer cerca de sí las apariciones 40 . Pero difícil será decidir si la tradición jero-
ahora al teólogo ninguna indicación positiva. Por eso el teólogo no tendrá por solimitana del sepulcro y la tradición galilea de las apariciones estuvieron origi-
ahora más remedio que interpretar el epílogo de Marcos en el contexto de los nariamente unidas (como en la hipótesis de la «marcha») o «surgieron inde-
demás evangelios, sin cometer la osadía de relativizar a los demás en aras de pendientes» 41 para luego entrelazarse.
una teología de la parusía especial de Marcos. y ) El problema de la tumba vacía plantea otro tipo de cuestiones. A fa-
3) Ante una opción de tipo totalmente distinto nos sitúa el problema de vor de su historicidad habla el que no pueda aducirse como prueba de que
Galilea y Jerusalén. Por lo que toca a las apariciones, los relatos nos hablan de Cristo resucitara 42 y el que la tradición más antigua no la utilice apologética-
ambos lugares. Marcos es el primero en remitir claramente a Galilea. Le sigue mente: lo único que en un principio provocó la tumba vacía fue miedo y des-
Mateo, pero incluyendo la aparición de Jesús a las mujeres en las cercanías del concierto 43 . «El descubrimiento de la tumba vacía es un signo ambiguo que
sepulcro. Juan (si es que se acepta el apéndice final) mantiene la dirección Jerusa- prepara las apariciones pascuales, y que sólo ellas explicarán» 44 . «La tumba
lén-Galilea, pero «integra» una aparición a Magdalena junto a la tumba, al estilo vacía no es una prueba de la resurrección. Es un indicativo y un signo de la
de Mateo, y la aparición a los Doce en Jerusalén, al estilo de Lucas, único que misma». Será la voz del ángel la primera en explicar por qué la tumba está
sitúa todas las apariciones en Jerusalén. La orden de ir a Galilea (Me 16,7), que vacía 45 . Reina una fuerte división de opiniones sobre si la vieja fórmula pauli-
según Marcos se basa en una predicción de Jesús (14,28), predicción que no se na que cita el entierro implica lo de la tumba vacía, y en caso afirmativo, si
recoge en Mateo (Mt 28,7, a pesar de Mt 26,32) 33 , queda luego desvirtuada eso se debe únicamente al horizonte mental judeo-apocalíptico, para el cual re-
por medio de un hábil giro (Le 24,6). Si se opta por señalar a Galilea como sucitar no puede ser otra cosa que revivir un cadáver materialmente 46 . De la
lugar de las primeras apariciones, no es necesario pensar que haya sido una pala-
35
bra del ángel o una indicación de Jesús el motivo del cambio de lugar. Puede Algunos apócrifos apoyan la hipótesis de Galilea, sobre todo el Evangelio de
pensarse que los discípulos huyeron, lo cual, además de ser difícil por causa del Pedro, 58 (Schneemelcher, I, 124).
36
sábado, hace imposible el que las mujeres notificaran al tercer día que la tumba 37
Op. cit., 50.
estaba vacía (Grass) M . O puede también pensarse que los discípulos se quedaran E. Lohse, Die Aujerstebung ]esu Christi im Zeugnis des Lukasevangeliums (1961)
en Jerusalén hasta el tercer día y que, al recibir la inquietante notificación de 8s; J. Kremer, op. cit., 69.
38
las mujeres, salieran dirigidos por Pedro, en quien se había cumplido la pro- RGG3 I, 699s; igualmente, W. Michaelis, Die Erscheinungen des Auferstandenen
(Basilea 1944).
mesa de Jesús (Le 22,31s) (H. v. Campenhausen). En ambas hipótesis debe 39
G. Koch, op. cit., 46.—*' H. Grass, op. cit, 120s.
de haber tenido lugar en Galilea una primera aparición a Pedro y luego una 41
H. Schlier, op. cit., 9.—° K. H. Rengstorf, op. cit., 60-62.
segunda a los Once. Y estas dos apariciones se revistieron de un colorido gali- 43
W. Nauck, Die Bedeutung des leeren Grabes für den Glauben an den Aufer-
leo tal, que Lucas, el único que cita la aparición a Pedro, tuvo que desnudarla standenen: ZNW 47 (1956) 243-267. Para Nauck son los relatos sobre la tumba vacía
de todo carácter narrativo (24,34) para trasladar su contenido concreto al relato tradiciones muy antiguas y seguras, pero en su forma más antigua hubieron de aludir
únicamente a las apariciones pascuales, sin constituir un testimonio independiente.
30 44
Der Evangelist Markus (Gotinga 21959). El substrato de Marcos lo reconstruye 45
L. Goppelt, op. cit., 216.
Lohmeyer, Galilda und ]erusalem (Gotinga 1936). Para él so» los relatos de apariciones 46
H. Schlier, op. cit., 28-29.
la objetivación que da fe de un tránsito, un «centro móvil» hacia la parusía (p. 13). Kremer piensa que la tumba vacía «se supone y va implícitamente atestiguada
31 cuando Pablo alude a que le enterraron...» (38s); en la nota 33 aduce a favor una
H. Grass, op. cit., 289, 300, la califica de «fantástica». H. v. Campenhausen, Der
Ablauf der Osterereignisse und das leeré Grab (edición revisada y aumentada; Heidelberg larga serie de autores. Después de que Grass ha tratado al detalle lo que significa «cuer-
1966) 38, considera «un tanto chocante esta mezcla de ideas mitológicas e ideas de la po espiritual» (146-173), v. Campenhausen en las siguientes ediciones de su análisis
teología moderna» y piensa que su fundamento bíblico es «más que frágil». es menos categórico que en la primera: «Probablemente» (primera edición: «sin lugar
32
G. Koch, op. cit., 38-40. a duda») cuenta Pablo con una transformación y transfiguración real del cuerpo muerto
33
Cf. Ph. Seidensticker, op. cit., 88. y, en ese sentido, con que la tumba quedó «vacía» (20). Künneth aduce el análisis un
34
Op. cit., 113-116. tanto antiguo de K. Bornhauser, Die Gebeine der Toten (Gütersloh 1921), como si Pablo
794 EL MISTERIO PASCUAL
EL RETORNO AL PADRE 795
historicidad del hecho de que la tumba se encontró vacía apenas si se puede
dudar, a pesar de que sin tumba vacía no habría podido proclamarse en el modos distintos. La principal objeción es la siguiente: «Es incomprensible que
ámbito judío (y menos en Jerusalén) que Jesús había resucitado. Pero es tam- el Resucitado se aparezca a las mujeres en Jerusalén y a los discípulos los
bién cierto que ese hecho se utilizó después apologéticamente, como no podía mande a Galilea» 50 . Pero con P. Benoit puede también hacerse por encontrar
menos de suceder desde el momento en que un signo en sí ambiguo, como es en Jn 20,2-10 (en conexión con Le 24,12) rastros de la más antigua tradición:
éste, hubo de sufrir en seguida una interpretación polémica por parte de los una visita de Pedro al sepulcro, sin aparición, y una cristofanía a Magdalena
oponentes 47. Hay quien dice que esa tendencia apologética del relato de Mateo (que habría reproducido Mateo sumariamente) 51 . El problema de la cristofanía
«entra también en juego en el Evangelio de Juan»"*, sobre todo cuando Jesús a las mujeres está, además, mezclado con el problema de la prioridad entre
aparece como «jardinero», ya que el jardinero Judas era una figura que en la las mujeres y los apóstoles. De él nos ocuparemos más adelante (3).
réplica judía habría trasladado el cadáver de Jesús sin saberlo los cristianos. S) Unido también con este problema, aunque en conjunto de menos inte-
Esto es insostenible. Lo más que se puede admitir es que Juan utiliza para sus rés, está el de las apariciones angélicas en la tumba. En Marcos tenemos un
fines alegóricos y simbólicos temas de la discusión apologética 49 . Se ha pregun- ángel («un joven») que explica por qué la tumba está vacía. En Lucas apare-
tado también si el extraño detalle de que el epílogo de Marcos deje al aire el cen dos ángeles con la misma función. En Mateo baja del cielo un ángel lumi-
encargo dado por el ángel a los discípulos no estará trasluciendo una tendencia noso, vuelve la piedra de la tumba y explica por qué está vacía. En Juan no
apologética. Creo que quien más razón tiene es H. v. Campenhausen cuando tenemos al principio ángel alguno, sólo el aterrador vacío de la tumba. Luego,
dice que esta incoherencia (que Mateo y Lucas eliminan) supone «un viraje en la segunda escena de la Magdalena, son dos los ángeles, pero que nada
secundario e intencionado de la tradición». Otra cosa es que este cambio de la explican, con lo cual parecen haber perdido lo propio de su función (cf. con
tradición pretenda proteger a los discípulos, haciendo que ellos no tengan nada todo infra, 3) 5 2 . Quien ya a priori esté contra la presencia de angelí interpretes
que ver con la tumba. Con ser en absoluto posible, esta tesis produce la impre- no verá en esas apariciones más que la escenificación de inspiraciones y certezas
sión de ser artificiosa. Si es acertada, entonces hay que tachar como añadidura internas. En su favor habla la ligera corrección de Mateo sobre Marcos: en
Le 24,12, y hay que dejar de tomar como histórica la escena de la carrera de Marcos remite el ángel a las palabras de Jesús («allí le veréis, como él os
Jn 20,3-10 (de donde podría proceder el versículo aludido de Lucas). El estado dijo»: Me 14,28); en Mateo, en cambio, les envía el ángel (a pesar de Mt 26,
del epílogo de Marcos no permite decidir el problema. La cristofanía a las 32) por su propia cuenta a Galilea («mirad, que os lo he dicho»: 27,8). Ten-
mujeres aducida por Mateo (que tiene un equivalente en Juan) es juzgada de dríamos entonces que esto quiere decir lo siguiente: «Lo que a los discípulos
les llevó a Galilea no fueron unas palabras de Jesús, sino las palabras de un
pensara claramente que la tumba hubo de quedar vacía (W. Künneth, op. cit., 96s) ángel, es decir, la fuerza del impulso divino» (Ph. Seidensticker) H . Se puede
dentro del horizonte de la mentalidad judía, horizonte al que Pablo escapa hasta cierto eliminar aquí el papel de los ángeles, al igual que en la anunciación, el naci-
punto con su especulación del cuerpo espiritual. A pesar de 2 Cor 5,1, parece que la miento, la tentación y la ascensión. Pero ¿es eso correcto si se tiene en cuenta
pauta en ese difícil texto la da la palabra y la idea de que lo mortal «queda consumido» toda la revelación bíblica...?
en lo inmortal (v. 5; cf. 1 Cor 15,55). Pero con ello no queda dicho que Pablo conociera E) La antigua fórmula de fe contiene la afirmación siguiente: Cristo «fue
la tradición histórica de la tumba vacía, ni que esa tradición haya existido al margen de resucitado al tercer día según las Escrituras». La interpretación del «tercer día»
todos los problemas del horizonte mental, ni que dicho horizonte mental siga teniendo
vigencia para nosotros. A la primera pregunta responde E. Stauffer afirmativamente con es difícil y controvertida entre los exegetas. Sin duda que J. Kremer tiene ra-
energía: «Sólo una crítica falta de crítica puede seguir calificando de leyenda la noticia zón: «La explicación más simple y más obvia es que la alusión al tercer día
de la tumba vacía. Todos los indicios históricos y todo el examen crítico de las fuentes descansa en un hecho histórico, y ese hecho es o el descubrimiento de la tum-
están diciendo que la tumba de Jesús estaba vacía en la mañana de Pascua» (Entmytho- ba vacía o las primeras apariciones del Resucitado» 54 . Esto hace que, aunque
logisierung oder Realtheologie, Stuttgart 1949, 20; cf. E. Stauffer, Der Auferstebungs- en sí misma la resurrección sea indatable, pase a ser, al menos en cuanto a su
glaube und das leeré Grab: «Zeitschrift für Religions- und Geistesgeschichte» 6 [1954] conocimiento, un hecho histórico comprobable como la muerte y el sepelio.
146s). H. Grass sigue manteniendo que todo ello podría ser una leyenda, con una re- Sería también posible que el «según las Escrituras» se refiriera, al menos pri-
serva: ninguno de los argumentos en pro de la historicidad le parecen «concluyentes» mariamente, a la resurrección como tal (punto donde culmina, como hemos
(183), y la «laguna en la prueba histórica de la tumba vacía es muy pequeña» (184). visto, la intervención salvadora de Dios), y que al «tercer día» se refiera en el
Sobre el segundo problema escribe acertadamente J. Kremer (apoyándose en W. Künneth,
op. cit., 85; cf. también P. Althaus, Die Wahtheit des kircblicben Osterglaubens,
Gütersloh 21941, 27): «En una visión puramente teórica y abstracta puede darse una 50
H. Grass, op. cit., 27.
51
resurrección de los muertos, la recreación del hombre espiritual y corpóreo, aun siguiendo P. Benoit, Marie-Madeleine et les disciples au Tombeau sélon Jean 20,1-18, en
el cadáver en el sepulcro» (143); por consiguiente, la tumba vacía no es más que un Judentum, Urchristentum, Kircbe (Homenaje a J. Jeremías; 1960) 14ss. De modo simi-
signo. Pero signo sigue siendo en todo caso, sea cual fuere el horizonte mental que se lar, C. H. Dodd, The Appearences of the Risen Christ, en Studies in tbe Gospels for
acepte. # R. H. Ligbtfoot (1957) 18s.
47 52
En Mateo es evidente esta tendencia, y su relato sobre la exigencia de que Pilato Sobre todo ello: P. Gaechter, Die Engelserscheinungen in den Auferstehungs-
ponga una guardia (27,62-66; 28,4.11-15) está lleno de contradicciones (H. v. Campen- berichten: ZKTh 89 (1967) 191-202.
53
hausen, op. cit., 29). El relato anda cerca de las exageraciones de los apócrifos, donde Op. cit., 88. A base de Mt 28,6 y 10 no se puede argumentar, ya que es Jesús
las precauciones para asegurar la tumba «llegan a lo fantástico» y se aduce toda quien ahí repite las palabras del ángel. Las palabras del ángel tienen la prioridad.
54
una serie de testigos neutrales y hostiles, que en el Evangelio de Pedro, a diferencia de J. Kremer, op. cit., 45. H. v. Campenhausen se pronuncia por el descubrimiento
todos los evangelios, asisten al hecho de la resurrección. de la tumba vacía al tercer día, op. cit., 11-12, 42, 59. Quien desplace a Galilea las pri-
48
H. v. Campenhausen, op. cit., 31s. meras apariciones difícilmente podrá contar con una indicación cronológica así. Esta
49
Cf. infra, 3. objeción la lanza Grass, op. cit., 129, contra F. Hahn, Christologische Hoheitstitel
(Gotinga 21964).
796 E L MISTERIO PASCUAL EL RETORNO AL PADRE 797

mejor de los casos indirectamente 55 . El único texto que con cierta base puede segundo libro al cierre de los cuarenta días durante los cuales estuvo Jesús apa-
aducirse como «prueba de Escritura» es Os 6,ls en la versión de los LXX: reciéndose a sus discípulos (Hch 1,3) ez . No supone dificultad alguna pensar
«Después de dos días nos sanará. El tercer día nos levantaremos (o resucita- que esta cifra de cuarenta días es un número redondo. Sin duda que tiene que
remos: ávoKTTriírópEfla) y viviremos ante él». La exégesis rabínica sacó de este ver con las historias de Moisés 65 y Elias 64 y con la estancia de Jesús en el
texto «que la resurrección de los muertos se producirá al tercer día después desierto. Cuarenta es aquí un número sagrado 65 . La dificultad reside en esa
del fin del mundo» S6 . Pero en contra de la referencia a este texto habla el distinción entre resurrección y ascensión y en el sentido de esa época especial
hecho de que el NT no lo aduce nunca. Esto llevaría, caso de no aceptar como de apariciones intercalada entre ambas. Volvemos a toparnos con opciones
válida la explicación histórica sencilla, a una explicación «dogmática», que cuen- exegéticas. Hay quien piensa que los relatos pascuales primitivos o no hablaban
ta a su favor con una multitud de alusiones, pero con ninguna prueba conclu- de apariciones, o hablaban a lo más de apariciones espirituales, del tipo de la
yente. Los paralelos del mundo religioso están muy lejos de un kerigma pales- visión paulina de Damasco o de la escena ideal del Kyrios exaltado en Mateo,
tino ^ y el texto es demasiado primitivo como para que tenga un origen cultual y que las escenas cada vez más terrenas y realistas (de Lucas y de Jn 20,19ss)
(celebración del domingo) 58 . La relación del signo de Jonás de Mt 12,40 con no son más que simplificaciones apologéticas. En ese caso sería preciso que —se-
la estancia de Jonás «tres días y tres noches en el vientre del cetáceo» es una cundariamente— se estableciera una divisoria entre el tiempo de dichas apari-
construcción posterior, como demuestra la comparación con Le ll,29ss y Mt ciones y el tiempo ulterior de la Iglesia, cuando lo decisivo son el Espíritu y la
16,4. Pero quizá no haya que tomar el «tercer día» en sentido cronológico fe de quien no ve. Esta hipótesis parece que se pasa de la raya: ¿Quién puede
estricto, como parece indicar ya la formulación del signo de Jonás a que acabo decir a priori de qué modo haya de manifestarse el Resucitado, cuando la resu-
de referirme. Por otra parte, el «tercer día» es paralelo de «al cabo de tres rrección carece de analogías? ¿Por qué ha de ser la visión de Damasco, sobre
días» 59 . Podría en absoluto significar un breve lapso. Pero es más probable cuyo realismo nada sabemos además, el canon de todas las demás visiones? Los
que signifique que lo anterior vuelve tras una interrupción. Además de las pa- representantes de esta hipótesis, así como aquellos que se interesan por la
labras en que Jesús predice que «al cabo de tres días resucitará», J. Jeremías uniformidad de la relación de Cristo con la comunidad 66 , derribarán la barrera
encuentra otro tipo totalmente distinto de palabras en que se habla de tres puesta por Lucas entre el tiempo de la resurrección (tiempo de la revelación)
días. Al cabo de tres días dice Jesús que reconstruirá el templo (Me 14,58 par.). y el tiempo de la Iglesia, y al obrar así encontrarán un fuerte apoyo en los
«Hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; al tercer día acabo» numerosos textos que ven la resurrección y la ascensión como una misma reali-
(Le 13,32). Hoy y mañana y al día siguiente debe caminar; luego sufrirá en dad: el Hijo humillado es ensalzado por el Padre, es entronizado como Kyrios
Jerusalén el destino de los profetas (13,32-33). Al cabo de breve tiempo deja- y está sentado a la derecha del Padre 67 . Incluso el libro de los Hechos pone
rán de verle, pero al cabo de otro poco volverán a verle: hoy, comunión con ese tipo de textos en boca de los apóstoles (por ejemplo, 2,32s; 5,30; 13,33).
él; mañana, separación, y al tercer día, vuelta (Jn 16,16)*°. Es también curio- Esto parece significar que el mismo Lucas no ha visto contradicción alguna
so que a Elias se le busque tres días después de ser arrebatado al cielo y no entre una «ascensión» que se identifica con la resurrección y una manifestación
se le encuentre (2 Re 2,17). Otros intentos de explicación podemos aquí pasar- de esa ascensión al final de la época de las apariciones. H. Schlier y G. Lohfink
los por alto 61 . En resumen: hay que elegir entre la explicación histórica (de la han seguido hasta el final el camino abierto por P. Benoit. Lohfink piensa
cual podemos eliminar las predicciones de Jesús como vaticinia ex eventu) y acertadamente que en una realidad que sucede fuera del espacio y del tiempo
una explicación dogmática e histórico-salvífica un tanto vaga, a la cual parecen del antiguo eón no cabe distinguir entre una glorificatio in fieri y una glorifi-
aludir algunas palabras de Jesús, y cuyo trasfondo concreto podría ser alguna catio in jacto esse. Por consiguiente (como vio certeramente Benoit), Jesús, que
de las ideas de aquel tiempo. ya con la resurrección misma había subido al Padre, era libre de manifestar a
£) Lucas es el único en aducir (Le 24,51; Hch 1,2) y describir (Hch 1,9) sus discípulos ora este aspecto, ora el otro, sin que deba introducirse aquí factor
cómo el Señor sube al cielo ante sus discípulos. Este hecho lo data Lucas en su ninguno cronológico. (Donde más clara se ve la distinción sería en dos escenas
de Juan, de las cuales hemos de ocuparnos todavía: Jn 20,11-18, in fieri; Jn
55
J. Kremer, op. cit., 35, 49. 20,19-23, in jacto esse). Los discípulos hubieron de ser en Lucas testigos de am-
56
H. Grass, op. cit., 137. bos aspectos, aspectos que no presentan la cosa misma, sino sólo su manifesta-
57
Resurrección de Osiris o de Atis (Adonis) al tercer día: textos y bibliografía en
H. Grass, op. cit., 133. 62
58
J. Kremer, op. cit., 51; H. Grass, op. cit., 131s. Para lo que sigue, cf. sobre todo: P. Benoit, L'Ascensión: RB 56 (1949) 161-203;
55
Textos en J. Kremer, op. cit., Al, n. 55. id., Himmelfahrt: HaagBL2, 738ss; A. M. Ramsey, What toas the Ascensión?: «Stud.
60
J. Jeremías, en B. Klappert, op. cit., 180. Cf. también Ph. Seidensticker, Das N. T. Soc. Bull.» 2 (1951) 43-50; G. Kretschmar, Himmelfahrt und Pfingsten:
antiochenische Glaubensbekenntnis 1 Kor 15,3-7 im Lichte seiner Traditionsgeschichte: ZKG 66 (1954-55) 209-253; H. Schlier, Jesu Himmelfahrt nach den lukanischen
Schriften: «Korr. blatt des Coll. Canisianum» 95 (1961.) 2-11, recogido luego en
ThGl 57 (1967) 299-305: la fórmula no hace sino proclamar que se ha dado el giro Besinnung auf das Neue Testament (Friburgo 1964) 227-241; G. Lohfink, Der historische
hacia la salvación; no incluye una datación exacta. Esto lo* prueba Seidensticker a base Ansatz der Himmelfahrt Christi: «Catholica» 17 (1963) 44-48.
del lenguaje de los LXX. 63
61
Sobre el tema: J. Dupont, Ressuscité «le troisiéme jour»: «Bíblica» 40 (1959) Ex 24,18; 34,28; Dt 9,11.15.18; 10,10; cf. los cuarenta años de marcha de Israel
742-763. Sobre ello, E. Lohse, Die dttestamentlichen Bezüge zum neutestamentlichen por el desierto.
64
Zeugnis vom Tode Jesu Christi, en Zur Bedeutung des Todes Jesu, loe. cit., 108; í5
2 Re 19,8.
J. B. Bauer, Drei Tage: «Bb.» 38 (1958) 354-358; Fr. Mildenberger, Auferstanden am H. Grass, op. cit., 48.
66
dritten Tag nach den Schriften: EvTh (1963) 265-280; Fr. Notscher, Zur Auferstehung Es, naturalmente, el caso de G. Koch: al resucitar Cristo a la historia, su encuen-
nach drei Tagen: «Bíblica» 35 (1954) 313-319; K. Lehmann, Auferweckt am Dritten tro con la comunidad es siempre el encuentro primero: op. cit., 279-280.
67
Tag nach der Schrift (Friburgo 1968; publicado después de concluido este trabajo). Discusión de estos textos en P. Benoit y G. Lohfink.
798 EL MISTERIO PASCUAL EL RETORNO AL PADRE 799

ción (Hch 5,30ss). Podemos estar totalmente de acuerdo con H. Conzelmann de lo único e indecible en muchas manchas de color pueden conducir a una
cuando habla de que Lucas «desapocaliptiza» el tiempo de salvación 68 . Pero oposición entre las mismas. El sentido auténtico de cada uno de los enunciados
no hay que perder de vista que Lucas establece relaciones totalmente directas, es un sentido teológico y & la vez, y por ello mismo, kerigmático. Para captar-
tanto entre la resurrección y la ascensión (entre las cuales intercala la época lo, el camino no es el de intentar a toda costa concordarlos en el plano de lo
terrena de los cuarenta días) como entre la ascensión y la parusía (entre las terreno y visible. Lo primero que hay que hacer es captar su enunciado propio,
cuales intercala la época terrena del Espíritu Santo y de la Iglesia). A lo pri- hasta cierto punto independiente (algo así como cada uno de los dichos de los
mero nos hemos referido hace un momento, al recordar cómo Lucas yuxtapone evangelios), y concordarlos por referencia a la fuente trascendente común que
en los Hechos de los Apóstoles ambos tipos de exaltación. Lo segundo es pa- ellos expresan. Con este principio general pierden relieve los problemas crono-
tente en el modo cómo la nube del Hijo de hombre de Daniel desempeña en la lógicos y topográficos de las apariciones. Esto no quiere decir que haya que
ascensión el papel de «vehículo escatológico» y cómo los angelí interpretes sub- ceder unilateralmente la palabra a una «teología kerigmática» *. Pero no se
rayan la igualdad entre desaparición y regreso. Puede, por consiguiente, acep- puede perder de vista la «dialéctica propia» de los relatos: Jesús «es recono-
tarse que Lucas establece una cierta periodización del tiempo de salvación, sin cido sin ser reconocible. Está presente poniéndose al alcance y a la vez sustra-
que por ello haya de negarse que la última aparición de Jesús reviste el carác- yéndose. Hace que le toquen y se niega a que le toquen. Está corporalmente
ter peculiar de bendición y despedida. Pues «en un número indeterminado de presente, pero de un modo celeste inaprehensible». En los evangelios «conviven
apariciones puede manifestarse una y otra vez la misma realidad ultraterrena. tradiciones distintas y en parte contradictorias con ligeros intentos de armoni-
Las manifestaciones son sucesos históricos distintos, pero la realidad manifesta- zación» 7 . Así habla H. Schlier. Y K. Barth se expresa en la misma línea: «Na-
da es siempre la misma. La plenitud infinita de la realidad ultraterrena no pue- die nos obliga a traducir en formas expresables lo inexpresable que ellos testi-
de manifestarse nunca plenamente en la finitud» (G. Lohfink) 69 .
fican... Lo único que puede hacer toda traducción de ese tipo es velar y borrar
lo decisivo que ahí está dicho» 8 .
La resurrección y ascensión de Cristo es escatológica para nuestro mundo tem-
3. Desarrollo simbólico de los aspectos teológicos poral y mortal. Debió de comenzar por concebirse como parusía, para pasar luego
a distinguirse de ella (quoad nos), quedando siempre en estrecha relación con la
a) Necesidad de los símbolos.
misma. Tanto los enunciados protológicos como los escatológicos —del tipo del
Cuando una realidad radicalmente ultraterrena se manifiesta a testigos que Génesis y del Apocalipsis— no pasan nunca de ser enunciados límite. Su len-
se mueven en el espacio y en el tiempo está exigiendo de ellos, además del guaje gira alrededor de un centro móvil. Los enunciados pascuales son tan
margen de adhesión libre, un margen de interpretación en palabras e imágenes sobrios 9 y se atienen de tal modo a ese centro, que resultan asombrosos si se
humanas, margen éste que el intérprete tiene derecho a exigir tanto en fuerza los compara con los productos de la literatura apócrifa. Ya vimos cómo en más
de su propia libertad como por la precariedad de medios con que se enfrenta de una ocasión están a medio camino entre la imagen y el mito decidido. En
su necesidad de expresarse. La diferencia que aquí aflora la califica G. Koch de cambio, los apócrifos entran de lleno en el mito. Y lo que a los relatos evan-
diferencia entre figura y configuración'. Tanto las palabras como las imágenes gélicos les impide traspasar la barrera del mito no es un gusto estético, sino
(escénicas) no pueden pasar de ser «enunciados límite» 2 de una realidad que, la norma del enunciado teológico, que así lo exige. Lo objetivo de un encuen-
por absorber en sí toda la realidad del antiguo eón, desborda por todos los tro pascual puede objetivarse de diversas maneras: es el caso de los tres relatos
costados la capacidad del mismo. Según como se interprete el concepto de «mi- de Damasco, ligeramente divergentes: el autor realiza conscientemente variacio-
tología», puede decirse que esas imágenes que contienen «sagas sacras» son nes sobre un tema fundamental, sin alejarse de la enunciación del mismo ob-
«míticas» 3 , o se puede también prescindir de esa expresión, tantas veces mal jeto 10. El hecho de que no se traspase la barrera de lo mítico, o con otras
utilizada, para hablar de que «es necesaria la traducción» a un «lenguaje sim- palabras: el hecho de que el mundo mítico sea irrelevante en la perspectiva
bólico» y que «ya los apóstoles se decidieron por la elección de los conceptos teológica de la exposición, hace que los enunciados bíblicos sigan teniendo valor
y modos objetivos de expresión» 4 . A menudo se ha hecho notar que la proli- para nosotros por encima de los cambios que se produzcan en nuestra visión
feración de «sagas» o «leyendas» no atenta necesariamente contra la historici- del mundo y que no sea necesario hacer en ellos (a base de una desmitologiza-
dad 5 . Con todo, para volver a nuestra imagen, las legítimas descomposiciones ción) tachaduras o correcciones de importancia. Los «hechos desnudos» (en
cuanto puede haber hechos desnudos en la historia humana) vienen revestidos
48
H. Conzelmann, El centro del tiempo. La teología de Lucas (Madrid 1974). de modo tal, que dejan ver su alcance teológico. Lo histórico es reconocible
69
Op. cit., 73. tras lo kerigmático. E histórico quiere decir en este caso que el Resucitado,
1
G. Koch, op. cit., 17s, 53, 73, 224s. que ha pasado a estar más allá de la historia, se pone en relación con deter-
2
W. Künneth, op. cit., 89. minadas personas situadas en el espacio y en el tiempo. Ciertos enunciados teo-
3
W. G. Kümmel distingue entre «rasgos míticos imprescindibles» y prescindibles lógicos pueden poseer un peso tal, que lo histórico haya de acomodarse a ellos,
a la hora de traducir en lenguaje humano la revelación de Dios. Los rasgos míticos
«prescindibles» dependen de la época y hay que desmitologizarlos: Mythiscbe Rede und
6
Heihgeschehen im Neuen Testament (1947), citado según B. Klappert, op. cit., 94-104, Cf. las enérgicas protestas de H. Grass, op. cit., 300-302, así como los acentos
sobre todo 99. Cf. J. Schniewind en Antwort an R. Bultmann, en Kerygma und Mythos I puestos por W. Pannenberg.
(Hamburgo 51967) 79-84. 7
8
H. Schlier, Über die Auferstehung Jesu Christi, loe. cit., 21; cf. 37.
4
W. Künneth, op. cit., 55s. Cf. H. Schlier, Was heisst Auslegung der Heiligen KD IV/1, 377.
Schrift?, en Besinnung auf das Neue Testament, loe. cit., 43-44. ' H. Schlier, op. cit., 12.
5 10
W. Nigg, Der Glanz der Legende (Zurich 1964); H. Grass, op. cit., 301. G. Lohfink, Paulus vor Damaskus (Stuttgart 1965).
800 EL MISTERIO PASCUAL EL RETORNO AL PADRE 801

hasta dar la impresión de que de lo histórico se ha hecho una escena alegórica. del sentido teológico más alto está el cambio del deseo de retenerle (Juan hubo
Los testigos de la resurrección pusieron toda su vida al servicio de ese testi- de corregir a Mateo, en quien las mujeres consiguen las dos cosas: asirle y ser
monio. Ellos responden de su testimonio como expresión de la verdad de lo enviadas [Mt 28,9s]) por la misión de hacer de testigo ante los hermanos,
sucedido y no como verdad poética. misión que María cumple al pie de la letra (contra Marcos) 12 .
En las «vueltas» de María, vueltas que en último término serán volver del
Señor, que se va, a los hermanos, se refleja el cambio de situación operado
b) ¿Cómo sucedió la resurrección?
tanto en las mujeres como en los discípulos por la indicación de los ángeles de
Se ha acentuado siempre con razón que cuando el Padre resucitó al Hijo la resurrección y de la ascensión. En Lucas entran las mujeres en la tumba,
no hubo testigos, como tampoco los hubo en el acto de la encarnación. Y, con pero no encuentran el cadáver. Al encontrarse con los ángeles se asustan y
todo, ambos son sucesos de salvación fundamentales para el hombre, y Dios no «hunden los ojos en tierra» (24,5). Este hundir los ojos en tierra lo interpretan
los realiza sin el hombre, al igual que la pasión no se realizó sin que el hom- los ángeles: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No esta
bre cooperara. Es evidente que no basta el que María compruebe luego que aquí. Ha resucitado». Los discípulos, en la ascensión, siguen mirando al que ha
está encinta, como no basta tampoco que las mujeres encuentren la tumba va- desaparecido, «sin retirar la vista del cielo». El aviso de los ángeles es ahora
cía. Mateo ha sentido esta insuficiencia, y eso le hace acercarse a las fronteras inverso: «¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?». Hasta que el Señor vuelva no
de lo mítico, aunque no llega a atravesarlas: sin llegar a hacer a las mujeres habrá ya nada más que ver. Se les remite a la misión encomendada por el
testigos de la resurrección misma, las hace presenciar cómo un ángel relampa- Señor (Hch 1,7-8). Ahora toca caminar por el mundo.
gueante abre la tumba (28,2s). Lucas y Juan, cada uno a su modo, van más
allá. Ya dijimos cómo para Lucas la resurrección y la ascensión son fundamen- c) El estado del Resucitado.
talmente lo mismo: cuando en el Monte de los Olivos los discípulos son tes-
tigos de la desaparición camino del Padre (sólo se ve la desaparición; la nube Ya expusimos antes cómo el estado del Resucitado es absolutamente único
hace que el viaje se pierda en lo invisible), están ellos «viendo» el punto final y original (1). Lo es teológicamente: en la extrema distinción de estados —aba-
de aquello cuyo punto inicial «vio» María cuando habló con el ángel de la jamiento el más profundo y exaltación la más alta, abandonado por Dios y uno
anunciación. Son testigos de la «prueba» conclusiva (Hch 1,3). A su manera con Dios— se manifiesta la extrema identidad de la persona, e incluso la iden-
lo es también Magdalena en la mañana de Pascua, pues se encuentra con el tidad de «actitud» (Flp 2,5), como lo expresa Juan al unir las contradicciones
Señor cuando «todavía no se ha ido al Padre», a medio camino entre muerte en forma de «exaltación» y «glorificación», o con la imagen del Cordero dego-
y vida, cielo e infierno, en pleno acontecer de la resurrección. A esa resurrectio llado en el trono. En ambas fases está en juego la sublimidad divina de la
in fieri debe ella dar su conformidad: en vez de retener al que está resucitando obediencia del Hijo como muestra del amor trinitario en sí mismo y de cara al
(Jn 20,17), debe dejarle hacer, al igual que María hubo de dejar hacer al Espí- mundo 13. Ahora bien, dado que este hecho único supone el giro de los eones
ritu que la cubrió con su sombra, y al igual que María de Betania, con su y la función del mundo nuevo tras la muerte del antiguo, no se puede precisar
gesto de amor, estaba de antemano de acuerdo con todo lo que el Señor dis- de antemano la cercanía o lejanía, la semejanza o desemejanza con que Jesús
puso, incluso con su muerte y sepultura. En los tres quicios de la redención resucitado se apareció a sus discípulos. No hay, pues, base para poner como
in fieri se recaba el sí de las tres Marías, símbolo sin duda de la Iglesia que patrón de todas las demás apariciones una forma determinada de aparición,
cree y ama (personam Ecclesiae gerens). Puede, naturalmente, decirse que nos como puede ser la de Pablo o la última de Mateo.
encontramos ante «una representación de lo más mitológica» u . Pero si se mira En todos los episodios pascuales encontramos el tema de que el Señor se
lo que teológicamente quiere decir esa representación, desaparece completamente manifiesta libremente. La «extraña figura» en que se aparece puede sonar a
lo mitológico, sobre todo desde el momento en que no hay movimiento local mítica. Y de hecho, H. Gunkel eliminó como legendario el episodio de Emaús,
y sí un suceso que no se puede expresar de otro modo y en el cual debe tomar porque recuerda el antiguo mito de dioses que de incógnito se juntan a los
parte el hombre creyente a toda costa (in actu primo).
caminantes, y pudo tener su origen en la llíaia o en el Génesis 14. ¿Es ésta
A la narración se le notan las puntadas: llama la atención que los dos ánge- una razón convincente, cuando ese tema está exponiendo un factor distintivo
les no interpreten nada, que los ángeles y Jesús dirijan a María la misma pre- de lo cristiano? Para llegar al reconocimiento no basta con hablar (en Lucas
gunta, que María diga tres veces que al Señor se lo han llevado de la tumba y Juan se da conversación sin reconocimiento): es necesario además el deseo
(v. 2.13.15), que se vuelva dos veces (v. 14.16). Parece que se ha trabajado de ser reconocido. Esto puede entenderse y casi postularse si partimos de la teo-
sobre fuentes más antiguas, sin lograr una unidad literaria final. Sin embargo, logía de la palabra de Dios, central en el AT. La conversación puede conservar
María es la que con los ojos «vendados» busca al desaparecido y se inclina la forma de velamiento total (María y el «jardinero»), ser un paso hacia el des-
hacia el vacío del sepulcro, donde aquél debiera yacer. Los ángeles radiantes velamiento («¿no ardía nuestro corazón?») o dar paso al reconocimiento («¡Ma-
que «están sentados donde había estado el cadáver de Jesús, el uno a la cabe- ría!»). Una vez que llega el reconocimiento, pueden producirse las más diversas
cera y el otro a los pies», hablan sin palabras un lenguaje elocuente: miden el reacciones: «Miedo y terror» (Le 24,37), «duda» (ibíd., 38), «gozo y asombro
vacío y visibilizan el reverbero de su gloria: en ellos está presente de modo de quien no acaba de creérselo» (ibíd., 41), «miedo y a la vez gran gozo»
indecible el desaparecido. También la doble «vuelta» es teológicamente acerta-
da: la una es una vuelta física hacia el desconocido, que es Jesús; la otra, al 12
Sobre la unidad entre la ascensión lucana y la joánica, cf. G. Lohfink, Der
oír pronunciar su nombre, es una vuelta espiritual hacia el Señor divino. Lleno historische Ansatz der Himmelfahrt Christi, loe. cit., 68-75.
13
14
Cf. K. H. Rengstorf, op. cit., 22ss.
11 Zum religionsgeschichtlichen Verstandnis des Neuen Testaments (Gotinga 1903) 71.
H. Grass, op. cit., 60.
51
802 EL MISTERIO PASCUAL EL RETORNO AL PADRE 803

(Mt 28,8), puro «gozo» (Jn 20,20), y un reparo insistente en anudar la con- les, casi seguro que tenderá también a espiritualizar unilateralmente la eucaris-
versación que se les ofrece, un guardar distancias que es quizá equivocado, tía eclesial 19 .
desde el momento en que Jesús parece provocar un ambiente de confianza Hay que mantener, finalmente, la tensión entre velamiento y desvelamiento
total al prepararles aquella comida mañanera (Jn 21,12s; cf. Me 9,32). de Dios en las palabras con que se cierra su revelación: «in tanta similitudine
Tenemos aquí patentes dos libertades: el Resucitado es libre de manifestarse maior dissimilitudo» (DS 806): Dios se revela al máximo; y, al hacerlo, sólo
cuando y como quiere, y el hombre es libre (aspecto de la gracia pascual) de puede revelarse como alguien que es totalmente distinto. Este principio abs-
reaccionar como quiere. Aquí radica la importancia de la duda de los discípu- tracto reviste forma concreta en la historia de la salvación: según los enun-
los, tan cantada por los Padres (la duda de los discípulos refuerza nuestra fe). ciados claros de la Escritura, el Hijo no «resucita a la historia» (G. Koch se-
Puede que este tema de la duda haya sido utilizado y acrecido apologética- guido por J. Moltmann), sino que se despide para volver al Padre, y, en su
mente 15. Pero eso no es aún razón suficiente para tacharlo de falso. No puede lugar, envía al «otro Paráclito», al Espíritu, que interpreta y guía. La última
decirse que las manifestaciones del Resucitado no sean lo suficientemente pode- revelación de Cristo se produce cuando vuelve a ocultarse. «Me buscaréis, pero
rosas como para imponerse por su evidencia. El episodio de Tomás muestra no me encontraréis» (Jn 7,34); «desde ahora no me volveréis a ver» (Mt 23,
que el Resucitado puede revelarse con una soberanía que no deja lugar a dudas. 39). Incluso lo que el Espíritu revele a la historia seguirá siendo siempre signo
La evidencia parece otras veces tan fuerte que supera las medidas humanas de contradicción, no podrá imponerse en la historia más que indirecta y dia-
(Le 24,41). Cuando asoma la duda, habrá que decir más bien que la libertad lécticamente. Es más que osadía, es «escándalo e imbecilidad» el que Dios haga
del Resucitado es tal que da de esa libertad al hombre con el cual se encuen- que el Resucitado «no se aparezca a todo el pueblo, sino nada más que a los
tra, pasando el hombre a ser libre de entrar o no entrar en relación. En el testigos elegidos de antemano» (Hch 10,41) y el que Dios construya la fe de los
mismo sentido puede él ser el dominador absoluto (a quien se le «ha dado pueblos sobre la precaria base de ese testimonio («Señor, ¿quién cree en nues-
todo poder»: Mt 28,18) y, a la vez, llamar ahora por primera vez a los suyos tra predicación?»: Is 53,1 = Rom 10,16; y, con todo, «la fe viene por la pre-
«mis hermanos» (Mt 28,10; Jn 20,17). Es alguien a quien hay que adorar dicación»: 10,17). Al Dios oculto, fiel a su alianza hasta el final, no pudo
(Mt 28,9.17; Le 24,52 [ ? ] ; Jn 20,28) y que «se sienta con ellos a la mesa» Jesús manifestarle sino «porque él mismo participó y sigue participando del
como en los viejos tiempos (Hch 1,4; Le 24,41s; Jn 21,12s). Esta misma ten- ocultamiento de Dios» 20 .
sión la encontramos en Pablo: «en Cristo» somos «un cuerpo con él»; y a la
par «está separado y lejos de nosotros ('arriba', 'en el cielo': 2 Cor 5,6; Flp 1,
23; Col 3,1) y presente y activo en medio de nosotros (Col 1,27)» lé . d) Fundación de la Iglesia.
Una razón más para tomar una postura escéptica ante la crítica del llamado a ) Las apariciones del Resucitado desembocan de lleno en una misión.
«realismo macizo» de los episodios pascuales. El concepto mismo paulino de Cuando María, en vez de retenerlo, va a dar parte a los hermanos, está vivien-
awy.a. TWEupux-axóv es un contrasentido interno si se le mira desde el antiguo do la resurrección. Los relatos rivalizan en énfasis y solemnidad: Lucas es el
eón. Decir que el cuerpo transfigurado de Cristo no puede ya comer ni beber, más prolijo: la gran lección sobre la Escritura y el reino de Dios desemboca
por no poder transferir nada del antiguo al nuevo eón, es una afirmación ca- en Lucas dos veces en misión (Le 24,44ss). El Señor, por el poder absoluto
rente de prueba. Karl Barth se ha opuesto, también «macizamente», a ese espi- que le ha sido concedido sobre todos los pueblos y épocas (cf. Dn 7,14), envía
ritualismo crítico 17 , y las reacciones no han sido muy amables que digamos. en Mateo a los discípulos por todo el mundo, provistos de la palabra y el
Ninguno de los evangelios está libre de eso que se ha dado en llamar realismo sacramento (28,18ss). Juan hace salir esta misión de la misma misión trinitaria
«macizo». Se mitifica a Marcos cuando se le asignan tendencias espiritualistas.
del Hijo: «Como el Padre me ha enviado, os envío yo también» (20,21). Fue
Se ignora a Mateo cuando se le interpreta por sólo 28,16-22. No se puede in-
terpretar a Juan esquivando el paso de Jn 20,1-18 a 20,19-28: ¿qué pudo obli- mucho lo que, en orden a fundar la Iglesia, quedó preparado en la época pre-
gar a Juan a añadir a su teología «espiritual» unas escenas «macizas» que, por pascual, en punto al seguimiento y a la instrucción de los discípulos. Pero el
otra parte, expresan tan adecuadamente su teología? Y es también obvio que acto fundacional propiamente dicho no pudo tener lugar más que cuando el Re-
las palabras «felices los que creen sin ver» nada dicen contra la validez de los sucitado culminó su obra y, en virtud de su muerte y resurrección, pudo in-
testimonios oculares, ya que esas palabras están dichas desde la perspectiva de suflar su Espíritu en la Iglesia que trataba de fundar. Las palabras fundacio-
la segunda generación 18 . Quien espiritualiza unilateralmente los relatos pascua nales y la conciencia de los apóstoles dan claramente a entender que esa Iglesia
fue desde un principio de constitución jerárquica. La colación del oficio que
15 nos narra Juan (Mateo anticipa quizá la fecha) funda el primado de Pedro.
H. Grass, op. cit., 29. En la escena conclusiva ideal de Mateo resulta el inciso
de «pero algunos dudaron» «como una señal que estropea toda la atmósfera de la po- Pablo lo reconoce (a Pedro le llama siempre Cefas). Los discípulos, en cuanto
derosa venida del Señor resucitado» (Ph. Seidensticker, op. cit., 91). Ante todo produce testigos oculares de la resurrección, se saben llamados y enviados. Pablo, reza-
la impresión de esquemático. Sin duda que se ha metido aefuí tomándolo de otros relatos gado, cierra la serie de los enviados fundamentales por haber visto al Resuci-
más concretos, sin encajarlo bien en el relato actual. t e Frage nach dem historischen Jesús (Friburgo de Br. 1965); H. Schlier, Glauben,
16
J. Kremer, op. cit., 94. Erkennen, Lieben nach dem Johannesevangelium (1962), recogido en Besinnung auf
17
KD III/2, 530ss. das Neue Testament (Friburgo 1964) 279-293; H. Wenz, Sehen und Glauben bei
18
H. Grass, op. cit., 71s. Para todo el problema del ver y el creer en Juan, más
complejo de lo que aquí podemos indicar, cf. O. Cullmann, Eider xcu éníaxevaev. Johannes: TáL 17 (Basilea 1961) 17-25. Más en Ph. Seidensticker, op. cit., 108, n. 3.
Aux sources de la tradition ebrétienne (Mélanges Goguel; 1950) 52-61; K3. Lammers, " Cf. toda la problemática sobre Jn 6 y 7,38-39. Sobre ello, F. X. Durwell, op. cit.,
Hóren, Seben und Glauben im Neuen Testament (Stuttgart 21967); J. Mateos, El Evan- 98ss.
20
gelio de Juan (Madrid 1979) 842-884; Fr. Mussner, Die johanneische Sehweise und K. H. Rengstorf, op. cit., 104.
804 EL MISTERIO PASCUAL
EL RETORNO AL PADRE 805
tado (1 Cor 15,8). Nunca compiten con estos envíos fundamentales otras visio- al Señor; al Señor le verán los discípulos y Pedro (Marcos destaca a Pedro)
nes y carismas (ni siquiera en Pablo). R. Sohm piensa que la constitución ori- en Galilea. En Lucas tampoco ven las mujeres más que ángeles, y cuando ellas
ginaria de la comunidad fue carismática. Contra esta idea ha hecho notar acer- hablan, no las creen; Pedro corre al sepulcro, y, «asombrado» y sin creer aún,
tadamente K. Holl que, al cerrarse la lista de fundadores, «inmediatamente la ve las vendas (caso de que 24,12 sea original de Lucas); el Señor se aparece
idea de autoridad y de tradición se eleva por encima del carisma» 21. «En la
a los discípulos de Emaús, y éstos, al volver a Jerusalén, antes de que puedan
comunidad cristiana encontramos desde el principio una jerarquía regulada, un
contar lo que han visto, se encuentran con el siguiente saludo de los discípu-
orden puesto por Dios, un derecho divino de la Iglesia, una Iglesia como insti-
tución donde son recibidos los individuos» 22. los: «El Señor ha resucitado de verdad y se ha aparecido a Pedro». Sólo en-
tonces pueden contar lo suyo. Ha quedado claro que el primero en ver al Resu-
Los discípulos se congregan alrededor del Resucitado. Y el Resucitado mis- citado ha sido Pedro. Mateo rompe el esquema al intercalar la aparición a las
mo les descubre el sentido total de la Escritura. Se ven obligados a salir de sus mujeres en el camino de Jerusalén entre la aparición angélica a las mujeres y la
estrechas y falsas perspectivas (Le 24,19s) y aprenden a verlo todo desde la
gran aparición final a los discípulos en Galilea. Parece que se pone así en con-
cima: la ley («Moisés»), los profetas y los libros sapienciales («Salmos») (Le 24,
tingencia el derecho prioritario de Pedro. Mateo no conoce una aparición espe-
44s). El Resucitado mete en la memoria de la Iglesia la comprensión auténtica
de la Escritura. A la Escritura le sigue el sacramento; es claro en Juan: con la cial a Pedro. Mateo lo resume todo en dos cuadros: una primera aparición
infusión del Espíritu se les da el poder de perdonar pecados, y ése es también a las mujeres, de pasada y orientada a la segunda (pero la primera al fin y al
el objeto primario del poder de las llaves en Mt 16. En Mateo tenemos la cabo), y la gran aparición oficial a los discípulos. Parece como si Mateo no hu-
orden de bautizar. Con la repetición de las comidas de carácter eucarístico biera podido aceptar el que las mujeres, las únicas que se mantuvieron firmes
viene dada (al menos implícitamente) la orden de hacer «esto en memoria mía», junto a la cruz y en el entierro, no fueran también las primeras en ver al Resu-
y al hacerlo, anunciar la muerte de Jesús y la obra suprema del amor de Dios citado. Juan une los temas de Lucas y Mateo al ahondar teológicamente tanto
(1 Cor ll,25s). Las comidas pascuales pueden para Jesús mismo ser ya escato- la ida de Pedro al sepulcro como la aparición a la Magdalena. Comienza por
lógicas (Me 14,25 par.; Ap 3,20). Para los discípulos son «arras», signo que estar la mujer sola junto a la tumba, sin ver nada. Comunica a Pedro y al
proclama «hasta que él vuelva». Por encima de la distancia que separa a am- discípulo amado que la tumba está abierta. Sigue la carrera de los discípulos
bos eones (Jn 21,12), la comida sigue siendo comunión interna, participación hasta la tumba. Pedro comprueba que el cadáver no ha sido robado (el sudario
sustancial en el altar («en la sangre de Cristo»), participación, por tanto, en el está recogido) 25 . El discípulo amado cree, aun sin ver al Señor (ve a través del
carácter reconciliador de todo banquete cultual 23 , y, finalmente, y por ello signo). Esta fe de quien ve sin ver adquiere así una prioridad sobre la apari-
mismo, unión esencial de los participantes entre sí (1 Cor 10,16ss). Por consi- ción subsiguiente a la Magdalena, quien se convierte en testigo de la resurrec-
guiente, el que Jesús aparezca de «comensal» {<T\)vc£kií,b\x£voc;- Hch 1,4) una tio in fieri, y con esa visión es enviada a los discípulos. Los discípulos ven
vez resucitado, lejos de ser un «realismo macizo» que se ha colocado secunda- entonces al Resucitado in jacto esse y reciben la misión definitiva. Ya vimos
riamente, es un rasgo «simbólico» teológicamente imprescindible 24 . antes cómo la aparición a la Magdalena se desarrolla en fases, cada una de las
cuales tiene su valor: visión de la doxa del ausente (representada por los ánge-
(3) El rasgo rectilíneo, varonil y jerárquico de la historia de la fundación les), visión velada del presente desconocido y, por fin, visión abierta, pero con
de la Iglesia encuentra un contrapeso en el papel relevante de las mujeres a la
reservas y en orden a una misión.
hora de la crucifixión, del sepelio y del descubrimiento de la tumba vacía. En los
•y) Lo anterior se puede resumir en la pregunta: «¿Es la Iglesia masculina
relatos sinópticos es patente el juego de representantes masculinos y femeninos
de la Iglesia en Pascua. Esto lo ahonda Juan hasta hacer de ello una alegoría, o femenina?». Con ella va unida una amplia alegoría sobre la relación entre la
que es una parte de la sutil teología de la Iglesia que llena sus dos últimos Iglesia del ministerio (Pedro) y la Iglesia del amor (Juan, o «el discípulo que
capítulos. Al discípulo amado se le confía la Madre de Jesús; el autor del Apo- amaba Jesús»). Sólo quien vea en ambos los símbolos reales de esas dos caras
calipsis ve a la Iglesia como una mujer que da a luz al Mesías. El capta la de la Iglesia de Cristo está entendiendo la idea del evangelista 26 . Para escribir
femineidad de la Iglesia ante el Señor. En última instancia se trata, por tanto, el capítulo adicional, el evangelista se ha servido seguramente, como material
de algo mucho más importante que de una «rivalidad» entre mujeres y apósto- de tradición, de una tradición galilea que incluía muy probablemente la confe-
les a cuenta de la prioridad a la hora de ser testigos. Incluso la idea de que sión de su culpa por parte de Pedro y la vocación del mismo (cf. el eco en
las mujeres no pueden testificar, según el derecho judío, desempeña un papel Le 5). ¿Ha servido Le 24,12 de base para Jn 20,3-10? La mayor parte lo niega.
de segundo orden. El tema central es el equilibrio entre la Iglesia en cuanto ¿Posee la narración un núcleo histórico? (¿Tiene lugar este episodio entre la
«esposa» de Cristo y en cuanto institución jerárquica. Pablo suprime todo el notificación de las mujeres y la marcha de los discípulos a Galilea, caso de que
testimonio de las mujeres y no habla más que de apariciones a hombres, pri- aún estuvieran en Jerusalén?). Son preguntas que han de quedar en suspenso.
mero a Pedro y luego a los doce. En Marcos ven las mujeres al ángel, pero no 25
Esta interpretación se encuentra por primera vez en Crisóstomo, Hom. 85, 4 in
Jo; cf. H. v. Campenhausen, op. cit., 35, n. 138.
26
21 Bultmann (Johannes, 531) habla de un cristianismo judío (Pedro) y otro pagano
K. Holl, Der Kirchenbegriff des Paulus in seinem Verhaítnis zu dem der Ur- (Juan). Una interpretación tan descaminada y falta de objetividad se encuentra ya en
gemeinde (1921), en Gesammelte Aufsatze zur Kirchengeschichte II (Tubinga 1927) 50s. Gregorio Magno, Hom. 22 in Evang. No basta tampoco con aludir a las rivalidades que
22
23
Ibíd., 54. pudieron existir entre las comunidades de orientación joánica y las de orientación petrina.
J. Jeremías, La Ultima Cena. Palabras de Jesús (Ed. Cristiandad, Madrid 1980). Tales rivalidades fueron, sin duda, la ocasión de que Juan, mucho después de la muerte
24
Bibliografía para la comprensión de esta palabra en W. Bauer: WNT5, 1552. de Pedro, a la cual se refiere en 21,18s, vuelva a repensar la relación entre ambos; pero
Aun cuando aquí no se tratara de comunidad de mesa, bastan como citas las comidas que el resultado sobrepasa lo pasajero de la ocasión y conserva su vigencia para todos los
aparecen en Lucas y Juan. Sobre la teología, cf. F. X. Durwell, op. cit., 81s, 92, 334ss. tiempos.
806 EL MISTERIO PASCUAL EL RETORNO AL PADRE 807

Ambos corren «juntos» (ópLOÜ). Esta primera comprobación no queda supri- un punto medio fluido, cuya fijación no puede lograrla más que el Señor. Lo úl-
mida por la segunda: el amor es más libre y «va por delante»; el ministerio, timo que se dice al siervo Pedro, las últimas palabras del Señor en el evan-
que tiene que pensar mucho las cosas, llega más tarde. El amor ve lo que se gelio (palabras que atañen a la Iglesia y a la teología de todos los tiempos),
puede ver (desde fuera); pero deja paso al ministerio: el ministerio se percata son la advertencia siguiente: «¿Qué te importa a ti eso?».
de todo (incluso de lo que desde fuera no se ve) y, por el orden del «sudario S) Toda la fundación de la Iglesia va estrechamente unida con la misión del
que había cubierto la cabeza», llega a una especie de nihil obstat que deja paso Espíritu. Lucas la describe como algo futuro: la marcha del Señor es un acon-
libre al amor, y el amor (¿al ver los signos?, ¿al ver lo que Pedro ha descu- tecimiento oficial, y para el descenso del Espíritu se exige de la comunidad
bierto?) llega a la fe. Es una «fe» totalmente imprecisa, «pues aún no habían que se prepare a base de oración. Juan, en cambio, la describe como algo ya
entendido que él había de resucitar de entre los muertos» (el añadido «la Es- presente, puesto que el Resucitado como tal es ya el hombre del Espíritu que
critura» hay que tacharlo). Ese primer episodio da lugar a una especie de Igle- dispone ya del Espíritu. Sea lo que fuere de esta diferencia, el caso es que la
sia de dos cismas: Iglesia del ministerio e Iglesia del amor, en tensión armó- existencia de una Iglesia visible del Señor en plena historia no puede tener más
nica: el ministerio trabajando por el amor y el amor dejando respetuosamente que una lejana analogía con «pueblos», «estados» y «comunidades» profanas.
paso al ministerio. Su visibilidad (institución) no puede separarse de su carácter pneumático. No
El capítulo adicional prosigue el simbolismo: Pedro lleva la iniciativa en la quiere esto decir que el Espíritu, por ser libertad y soplar donde quiere, vaya
primera singladura que el barco de la Iglesia realiza sin el Señor. No tiene a distanciarse caprichosamente de la fundación de Cristo (el Espíritu es enviado
éxito: esfuerzo y cosecha no son proporcionales en la obra sobrenatural de la para que «permanezca para siempre con vosotros»: Jn 14,16). Lo que esto
misión. Hablan con el Señor velado y obedecen a su indicación, incluso sin quiere decir es que el andamiaje visible no sirve de nada si no contiene la pre-
reconocerle. Por el milagro, el amor reconoce al Señor. Pero inmediatamente sencia animadora del Espíritu. Donde más patente se hace esto es en la pala-
bra testimonial entregada a la Iglesia para que la transmita a los pueblos: es
se lo dice al ministerio. Y el ministerio sabe lo que hay que hacer: con el
esencialmente palabra del Espíritu que «en vosotros está» (Jn 14,17), os «ins-
atuendo justo, lo más pronto posible, estar junto al Señor. Siguen una serie de
truye» y os «recuerda» (14,26) y os «introduce en la verdad plena» (16,13).
cuadros: el Señor con Pedro en la orilla (símbolo de la eternidad, de la base La religión de Cristo no será una religión de libro: «La nueva alianza no... es
sólida e «infalible»). Los demás llevan a ambos el producto de la pesca. Luego alianza de la letra, sino alianza del Espíritu. La letra, mata; el Espíritu, en
Pedro, como responsable de todo, sube a la barca y trae al Señor la red re- cambio, da la vida» (2 Cor 3,6). Cristo no es su propia Palabra, sino la Pala-
pleta. Finalmente, la comida compartida. Y luego, la colación del ministerio: bra del Padre. Lo mismo ocurre con el Espíritu: en la Escritura y en la predi-
la pregunta que Pedro, el desertor, no puede responder: «¿Me amas más que cación no nos dice las palabras literales de Cristo, sino sus palabras dichas en
éstos?». Para Pedro no hay otra solución que echar mano del amor mayor de el lenguaje del Espíritu. Sólo así es de verdad palabra trinitaria. Sólo así es
Juan (comunismo de la «comunión de los santos») y dar así la respuesta espera- palabra que resucita siempre de nuevo y al resucitar da la vida. Así se entiende
da 27 . El primado de Pedro es establece sobre la renuncia de Juan a un amor la prohibición: «¡No me retengas!» La libertad de la resurrección (y de la
«privado» al Señor. Con la orden de apacentar al rebaño recibe Pedro a renglón Iglesia, que surge de la resurrección) no admite sujeción alguna. Cabe un «to-
seguido la promesa de que morirá mártir por las ovejas en seguimiento del que» creyente. Cabe quizá tocar ingenuamente la «orla» (Mt 9,20). Pero lo
Señor: con ello se sella en él la unidad del amor y el ministerio. El evangelio visible y palpable, aislado, no da «seguridad». Y esto se refiere tanto a la «ma-
del amor acaba así en una apoteosis del ministerio, al cual se entrega el amor gia sacramental» católica como a la «magia bíblica» protestante. «Nolui per
particular. Pero queda un resto sin salir a la luz (21,20-25): Pedro ve que el atramentum...» (3 Jn 13; cf. 2 Cor 3,3). Aquí vienen a cuento la reprensión
discípulo amado (quien ya debiera haber desaparecido en él) sigue estando allí, y la promesa dirigidas a Tomás, el que buscaba seguridades. Con esas palabras
y se acuerda de que su papel es mediar entre el ministerio y el Señor (Jn 13, se cerraba en un principio el Evangelio de Juan. «Creer a pesar de no ver».
23s; cf. 18,15s; 21,7). No lo entiende, pero siente el deber ministerial de en- Un modelo de esa fe lo tenemos en el comportamiento del mismo Juan en el
tenderlo. Y por ello pregunta: «Señor, ¿qué será de éste?». Desde el punto sepulcro (20,8). Para llegar a la fe le basta con que los signos apunten en una
de vista del ministerio, la pregunta es comprensible e incluso justa. Pero la dirección. Juan mira con los «ojos de la fe», con los «ojos iluminados del cora-
respuesta queda oculta, pues reposa totalmente en la libertad del Señor de la zón» (Ef 1,18). Cuando Jesucristo muere, baja a los infiernos y resucita no hay
Iglesia. Pedro tiene una tarea como siervo; cuáles sean en la tierra las fron- fundamentalmente más que una cosa que ver: que el Dios trino ama al mundo.
teras entre la Iglesia del ministerio y la Iglesia del amor, eso no le toca a él. Y ese amor no puede percibirse más que amando a ese amor.
La Iglesia «perdurará» hasta que el Señor regrese. Pero cuándo y cómo, eso
sólo lo sabe el Señor. Pedro tiene que amar; es decir, en cuanto le sea posible,
debe ser Iglesia del amor. Con este espíritu debe pastorear. No debe hacerse e) Vivir el misterio pascual.
a la idea de que toda religión es igualmente buena, que basta con que alguien
tenga amor, ese amor que Cristo, muriendo por todos, ha ganado para todos La fundación de la Iglesia no es un fin en sí mismo, como demuestra la
y ha puesto al alcance de todos como amor sobrenatural 28 . Pero no puede tam- dialéctica en la cual desemboca la eclesiología del último evangelio. La Iglesia
poco encastillarse en la idea contraria y pensar que sólo aquel que se acoge está abierta a todo el mundo, ya que a todo el mundo, sin limitación alguna,
a su redil visible posee la garantía del verdadero amor y de la salud eterna. la envía el Todopoderoso (Mt 28). El mundo entero, y no la Iglesia, es quien
Entre estas dos eclesiologías insostenibles nos coloca el Evangelio de Juan en ha sido reconciliado con Dios por la cruz y la resurrección de Cristo (Col l,19s).
Y, sin embargo, esa reconciliación ya acaecida precisa del servicio eclesial, ser-
27
Adrienne von Speyr, Johcmnes, vol. 4 (Einsiedeln 1949) 420ss. vicio en el cual ve Pablo la razón de haber sido enviado por Cristo. «Somos
28
Agustín, In Jo tr. 45, 2: PL 35, 1720. embajadores de Cristo. Dios exhorta por medio de nosotros. En nombre de
808 EL MISTERIO PASCUAL BIBLIOGRAFÍA 809

Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2 Cor 5,20). Pero el servicio re- sor consiguiente, que aguardar pasivamente, ya que contiene una carga notable
conciliador del cristiano no es el de una súplica (impotente), sino el de poner le impaciencia, de oposición, de iniciativa y de cambio, siempre con el deseo
en el empeño toda la existencia hasta el punto de «ser derramado como ofren- le abrir al Reino de Dios que viene (por estar ya veladamente presente) todos
da» (Flp 2,17; 2 Tim 4,6). os horizontes del mundo. El núcleo de la ética cristiana no lo constituye la
Exponer al detalle esta relación no es ya cometido del presente capítulo. ;xhortación de los escritos neotestamentarios a someterse a la autoridad esta-
Lo que sigue mostrará los grandes aspectos soteriológicos del misterio pascual: Dlecida (Rom 13,lss; 1 Pe 2,13s), a trabajar tranquilamente (2 Tes 3,12), a vi-
toda la creación reconciliada con Dios; el Mediador está por encima de todos m correctamente y sin llamar la atención entre los paganos (1 Pe 2,11.15;
los poderes cósmicos e históricos, como «heredero universal» de la obra crea- 3,6) y a soportar si llega el caso el sufrimiento inmerecido con la mirada puesta
dora del Padre (Heb 1,2); en él se cumple la alianza antes establecida con Is- :n el Señor. Las escuetas exigencias del Sermón del Monte, así como la carta
rael; en él culmina la 8ucat,o<rúvr) freoü: Cristo, como Dios y hombre que es, ie Santiago, prolongan los postulados veterotestamentarios de ética social y si-
es la alianza encarnada, nueva y eterna: quien vive en él (por la entrega cre- túan la cruz cristiana al final de los mismos, como algo que en Cristo fue el
yente de la existencia: Gal 2,19-20) participa de esa justicia de Dios y de la cesultado normal de su intento de ser fiel. Cristo mismo fue treinta años obrero
paz en ella reinante entre Dios y el mundo. Todo esto lo damos por supuesto manual y tres años obrero espiritual antes de sufrir tres días, morir y resucitar.
en estas palabras finales. La ética de Mateo y de Santiago no debe considerarse inferior a la ética pau-
Pero todo esto no nos resuelve la pregunta de cómo el hombre que vive en lina. La constitución Gaudium et spes ha emprendido la difícil tarea de lograr
el antiguo eón puede recibir al Resucitado que le habla (en el kerigma de los la síntesis. Para terminar, diremos de esa síntesis únicamente que con su eje
testigos) y responder a su llamada. Cristo, al haber vivido el abandono de la no puede dar nadie, ya que no está más que en Cristo, y no sólo en el Cristo
cruz y del infierno, ha vencido al mundo (Jn 16,33). Yo, en cambio, sigo en individual, sino en el Cristo en cuanto cabeza de la Iglesia y del universo,
el mundo (17,11). Con su llamada, siendo activamente asumido en su destino quien una y otra vez, y siempre con novedad, introduce en su ser a los envia-
total, debo yo estar muerto al mundo, ser sepultado y resucitar con Cristo dos y seguidores. Estamos bajo la ley del Resucitado: él nos pone en el camino
de la cruz, y nosotros recorremos nuestro camino hacia la cruz con la fuerza
(Rom 6,2ss; Ef 2,6); debo buscar «lo de arriba». Pero todo eso sigue «velado»
y la esperanza de quien ha vencido ya al resucitar. La Iglesia y los cristianos
para mí (Col 3,lss). Esta anticipación de lo que sólo con «esperanza» creyente
no pueden situarse en el triduo pascual: su puesto no está ni delante ni detrás
puede captarse, de lo que hay que «aguardar con paciencia» (Rom 8,24s), clava de la cruz. Su puesto está a ambos lados: mirando de un sitio al otro, pasando
al cristiano en la cruz que forman al cruzarse los maderos del viejo y del nue- de un sitio al otro, pero sin afincarse en ninguno de los dos. Esto no es un in-
vo eón. Es ésta una cruz más dura que la del hombre natural, quien como hom- soportable balanceo, ya que hay Uno que es la identidad de la cruz y la resu-
bre sin hogar está en la frontera entre el mundo creado y el Dios absoluto. rrección, y en ese Uno se pierde la existencia cristiana y eclesial: «Porque nin-
Ya vimos cómo la gnosis y la filosofía dialéctica han intentado una y otra vez guno de nosotros vive para sí ni ninguno muere para sí: si vivimos, vivimos
reducir aquella cruz más dura a esta «cruz luminosa» más suave. Pero, desde para el Señor, y si morimos, morimos para el Señor; o sea, que en vida o en
que el Jesús histórico venció y fue elevado a Señor del mundo, está el cristia- muerte somos del Señor. Por eso murió el Mesías y recobró la vida: para tener
no mucho más implacablemente reclamado por la cruz histórica de Cristo, hecho señorío sobre vivos y muertos» (Rom 14,7ss).
jirones entre la posesión anticipada de la ciudadanía celeste (Heb 12,22s) y la
exigencia de iniciar lo que allí ya está realizado, en un mundo esencialmente HANS URS VON BALTHASAR
desprovisto de las condiciones para lograr tal realización y dotado de unos ins-
tintos de conservación que le hacen ponerse a la defensiva contra la irrupción
del Reino escatológico de Dios. Para quien así está crucificado, el único punto
donde su conciencia se hace coherente es su misión. Ahora bien, esta misión
no puede nunca captarse estáticamente, ya que reside y consiste en un movi- BIBLIOGRAFÍA
miento absoluto: «No digo que lo tenga ya conseguido ni que sea perfecto.
Continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcan- (Selección)
zado por Cristo Jesús... Olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por
delante» (Flp 3,12s): la existencia como caminar. Se diría que es utópica si I. PASIÓN Y MUERTE
tras la misión cristiana no estuviera «el trasfondo veterotestamentario: crorrnpúx
ha de entenderse también como shalom... Esto no significa únicamente salva- 1. Diccionarios
ción del alma, salvación individual, consuelo para la conciencia torturada. Sig- DACL III (1914) 3045-3131: Croix et Crucifix (H. Leclercq).
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y por haber dejado las anticipaciones terrenas de la escatología en manos de chesi-Palli-D. Schaefers).
los exaltados y entusiastas» 29 . «Paciencia» en sentido neotestamentario es más,
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Nicolaipen, A., Der Auferstehungsglaube in der Bibel und ihrer Umwelt (Helsinki I, su estudio. Esto nos remite a una concepción que objetiviza la obra redentora
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Pannenberg, W., La problemática histórica de la resurrección de Jesús, en Fundamentos o quizá en unos «resultados objetivamente verificables». Ahora bien, aquí nos
de cristologia (Salamanca 1974) 110-132. encontramos en el terreno de lo personal y se trata de relaciones, decisiones
— Offenbarung und Geschichte (Gotinga 21963). y actitudes de personas o también de una purificación de relaciones personales'.
Rahner, K., Cuestiones dogmáticas en torno a la piedad pascual, en Escritos de teo- Sin duda que también en la esfera de lo personal existen «causas y efectos»
logía IV, 159-175. cuyo punto de partida y cuyo objetivo no es solamente el hacer de las perso-
Ramsey, A. M., The Resurrection of Christ (Londres 41956). nas, sino en definitiva su «ser» 2. Pero en principio hemos de ser siempre cons-
Rengstorf, K. H., Die Auferstehung Jesu. Form, Art und Sinn der urchristlichen cientes de que la «redención» se realiza ante todo en el contacto entre perso-
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Schader, E., Die Bedeutung des lebendigen Christus für die Rechtfertigung (Güters- ser mismo, ser que está a su vez constantemente condicionado por esas relacio-
loh 1893). nes mutuas. Al preguntarnos por el «efecto» de la redención hemos de ocupar-
Schillebeeckx, E., Jezus. Het verhaal van een Levende (Bloemendaal '1975) 263-467. nos de toda una historia de acciones personales o, mejor, interpersonales. Es la
Schlier, H., Über die Auferstehung Jesu Christi (Einsiedeln 21968; trad. española: De historia del ofrecimiento hecho libremente por Dios y de la aceptación también
la resurrección de Jesucristo (Bilbao 1970). libre por parte del hombre de este ofrecimiento; la obra de salvación individual
Schmitt, J., Jésus ressuscité dans la prédication apostolique (París 1949). y comunitaria que Dios ha realizado en Cristo y que consiste sustancialmente
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129-251. logía es sólo una parte): La enseñanza religiosa es un lenguaje operante, afirma Halbfas.
Stanley, D. M., Christ's Resurrection in Pauline Soteriology (Roma 21963). «Ño informa sobre hechos ni tiene relación alguna directa con un saber objetivo, sino
Strobel, A., Kerygma und Apokalyptik (Gotinga 1967). que pretende alcanzar al oyente allí donde él vive realmente» (263, y también 199ss,
Wilckens, U., Der Ursprung der Überlieferung der Erscheinungen des Auferstandenen, 219-230). Sin embargo, en la página 264 dice: «En la enseñanza de la religión... se
en Dogma und Denkstrukturen, edit. por W. Toest y W. Pannenberg (Gotinga trata igualmente de 'cosas' como 'la palabra de Dios', puesto que sólo cuando se habla
1963) 56-95. de cosas se habla también de la palabra de Dios, aunque nunca como cosa, sino en la
— Die Überlieferungsgeschichte der Auferstehung Jesu, en Die Bedeutung der Au- manera como se dicen las cosas».
ferstehungsbotschaft für den Glauben an Jesús Christus (Gütersloh 41967) 43-63. 2
Puede hablarse, por tanto, de una ontología de la persona. Cf. W. Joest, Onto-
logie der Person bei Luther (Gotinga 1967), donde se analiza este problema desde las
perspectivas católica y protestante.

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