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PODER

NACIONAL

IMPERIALISMO EQUILIBRIO
DEL PODER
UNIDAD
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ELEMENTOS
DEL PODER COLONIALISMO
NACIONAL

Unidad XV

El imperialismo. Formas o tipos de imperialismo. Expansión ultramarina europea:


los proyectos imperiales. El colonialismo. Política del equilibrio o del balance del
poder. Orígenes, culminación y ocaso del equilibrio político en la historia de las
relaciones internacionales en el mundo moderno (Siglos XVII al XIX). Rigidez de
las alianzas.

PODER NACIONAL.
ORIGEN: Periodo de políticas exteriores nacionalistas. Inicio con Napoleón.
Retrogradación durante 2º guerra mundial.
NOCIÓN: Alude al poder político exterior de ciertos individuos que pertenecen a la
misma nación. No siempre es de todos.
NACIONALISMOS MODERNOS relación con la formación de estados, con la
delegación del poder en órganos, existencia de aspiraciones de poder en cada
individuo. En la actualidad las tendencias psicológicas se apoyan en reglas de
conducta e instituciones sociales. Existen identificaciones colectivas basadas en
éticas y costumbres sociales.Con las guerras napoleónicas comenzó el periodo de
las políticas exteriores nacionalistas y las guerras de esta índole, es decir, la
identificación de grandes masas de ciudadanos con el poder nacional y las
políticas nacionales, dejando atrás la identificación con los intereses dinásticos.

ELEMENTOS DEL PODER NACIONAL.

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Geografía: El factor más estable del que depende el poder de una nación es,
obviamente el geográfico. El hecho de que EEUU se encuentre separado por agua
del reto de los continentes, es una circunstancia que configura la situación de este
país en el escenario mundial. Pero es una falacia sostener, como suele hacerse a
menudo, que el perfeccionamiento de los transportes, las comunicaciones y de las
tecnologías bélicas ha anulado el efecto aislacionista que representan los
océanos. Por cierto es que este factor es mucho menos importante de lo que era
hace cincuenta años atrás, pero desde la perspectiva de EEUU aun continua
siendo un elemento de importancia.
La posibilidad de guerra nuclear ha aumentado la importancia del tamaño del
territorio como fuente del poder nacional. Una nación requiere contar con un
territorio lo suficientemente amplio, como para diseminar en él sus centros
industriales y de población como así también sus instalaciones nucleares. De ahí
que el tamaño casi continental de sus respectivos territorios sea el que les permite
a naciones como EEUU, UniónSoviética y China desempeñar el papel de
potencias nucleares mayores.
Recursos naturales.

Alimentos: Un país que es autosuficiente en materia de producción de alimentos


tiene gran ventaja sobre otra nación que no lo es y que, por lo tanto, debe importar
productos alimenticios. O de lo contrario, sufrir de hambre.
Esta carencia en el autoabastecimiento alimentario ha sido uno de los flancos
permanentes de debilidad de Inglaterra y Alemania, situación que enfrenta a la
disyuntiva de superarla o perder la condición de grandes potencias. Países como
EEUU, que gozan del autoabastecimiento, no necesitan diversificar sus energías
nacionales ni sus políticas exteriores de sus objetivos primarios a los efectos de
que su población no pase hambre.
Por el contrario, la constante escasez de alimentos es un elemento generador de
debilidad en materia de política internacional. Una de las mayores ilustraciones al
respecto lo constituyo la India.
La capacidad de abastecerse de alimentos es un factor relativamente estable para
edificar el poder de una nación pero a veces se ve sometido a cambios decisivos.
Pueden ocurrir modificaciones en el consumo de alimentos como resultante de
cambios en los conceptos de nutrición. Pueden ocurrir modificaciones en las
técnicas de agricultura que lleven a un aumento o disminución en la producción
agrícola; entre otros.
Materias primas: La importancia relativa y absoluta de los recursos naturales,
bajo la forma de materias primas, para el poder de una nación depende
necesariamente de la tecnología bélica practicada en un momento particular de la
historia. Con el incremento de la mecanización de la tecnología bélica, que desde

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la revolución industrial ha avanzado a un ritmo mucho más rápido que en toda la
historia precedente, el poder nacional se ha tornado más y más dependiente del
control de las materias primas tanto en tiempos de paz como en tiempos de
guerra.
En la medida que la importancia absoluta del control de las materias primas como
base del poder nacional fue aumentando en proporción a la mecanización de la
tecnología bélica, ciertas materias primas fueron también, adquiriendo
preponderancia sobre otras.
La influencia que el control de las materias primas puede llegar a ejercer sobre el
poder nacional y sobre los desplazamientos de ese poder queda
impresionantemente demostrada en nuestros días con el caso del uranio.Países
que poseen yacimientos de uranio (EEUU, Canadá, Unión Sudafricana) han
experimentado un ascenso en la jerarquía del poder, mientras los demás han visto
declinar su poder relativo.

El poder del petróleo.


Desde la primera guerra mundial, el petróleo como fuente energética ha venido
siendo más y más importante para la industria y la guerra. Los países que poseen
considerables yacimientos petrolíferos tienen una influencia en os asuntos
internacionales que en algunos casos debe atribuirse primeria, sino
exclusivamente, a esa posesión. La Unión Soviética se volvió más poderosa en
cuanto logro autoabastecerse de este elemento, mientras que Japón se volvió
mucho más vulnerable puesto que carece totalmente de yacimientos petrolíferos.
Además de su ubicación como cabeza de puente de tres continentes, el Cercano
Oriente es estratégicamente importante en razón de las cuencas petrolíferas de la
península arábiga. Su control es la mayor cuestión de la importancia en la
distribución del poder, puesto que quien logre agregarlo a sus propios recursos
naturales dispone de una enorme fuerza que correlativamente, debilita a sus
rivales.
Las relaciones de naturaleza funcional entre poder tecnológico y poder económico
por una parte, y poder político y poder militar por otra, fueron perturbadas por el
reciente empleo del petróleo como arma política. Muchos de esos Estados
productores de petróleo solo pueden denominarse Estados en virtud de una
cortesía semántica. Medidos en términos de recursos naturales solo cuentan con
arena y petróleo. Pero es el petróleo precisamente quien de la noche a la mañana
ha hecho de esas pequeñas parcelas importantes y poderosos factores en el
mundo político.
El resultado que le confiere el petróleo es, ante todo, resultado del desarrollo
tecnológico de las modernas naciones industrializadas. Quince o veinte años
atrás, el petróleo no confería el poder a las naciones productoras puesto que su
uso como elemento vital para la industria era limitado.
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Un Estado que carece de poder en todos los demás aspectos, que no es una
fuerza mayor en términos del poder nacional, puede ejercer un enorme poder
sobre naciones que tienen todos los atributos del poder a su disposición excepto
uno, el petróleo. Así, una nación como Japón, una de las principales naciones
industrializadas del mundo y potencialmente una gran potencia, es completamente
dependiente del suministro del petróleo.
Mientras las naciones productoras de petróleo cooperen contra las naciones
consumidoras, mientras entre aquellas no exista competencia por mercados o por
ventajas económicas o políticas serán virtualmente capaces de imponer cualquier
condición a las naciones consumidoras, tan como lo hicieron a raíz de la crisis de
1973.
Capacidad industrial: La tecnología de guerra moderna, del transporte y de las
comunicaciones ha hecho que el desarrollo de las industrias pesadas se convierta
en un elemento indispensable del poder nacional. Dado que la victoria en las
guerras modernas depende de la cantidad y calidad de las carreteras,
ferrocarriles, aviones, tanques y armas de todo tipo, la competencia por el poder
entre las naciones se convierte ampliamente en una competencia por la
producción de mejores, mayores y más abundantes implementos bélicos.

La calidad y capacidad productiva de las plantas industriales y de los técnicos, la


habilidad de los ingenieros, el genio inventivo de los investigadores y la
organización empresarial son los factores sobre los que se apoya la capacidad
industrial de una nación y por ende, su poder.
El drástico incremento en la importancia de la capacidad industrial a los efectos
del poder nacional también ha acentuado la distinción entre pequeñas y grandes
potencias. El propio término “superpotencia” denota la acumulación de poder sin
precedentes en manos de unas pocas naciones, que las diferencian no solo de las
pequeñas sino también de las tradicionales grandes potencias. Lo que diferencia a
las superpotencias de las demás naciones, además de su capacidad para librar
una guerra nuclear y absorber un ataque nuclear limitado, es su virtual
autoabastecimiento y capacidad tecnológica para mantenerse al margen de las
demás naciones. Por el mismo motivo, la dependencia de las naciones del tercer o
cuarto orden de las del primer rango, a las que llamamos superpotencias, también
se ha incrementado drásticamente.

Aprestos militares: La preparación militar requiere un establecimiento militar


capaz de apoyar la política exterior que se implementa. Tal capacidad proviene de
un cierto número de factores, entre los cuales destacan las innovaciones
tecnológicas, el liderazgo y la cantidad y calidad de las fuerzas armadas.

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Tecnología.
A menudo el destino de las naciones y las civilizaciones ha estado determinado
por un desequilibrio en la tecnología bélica que la parte vencida no supo
compensar de otros modos.
El siglo XX ha sido testigo de cuatro innovaciones mayores en la técnica de la
guerra, las que le otorgaron una ventaja temporaria a quienes se anticiparon a
usarlas o bien las emplearon antes de que sus enemigos pudiesen resguardarse.
Primero, el submarino, utilizado por Alemania contra la armada británica, durante
la primera guerra mundial. Segundo, el tanque, empleado en gran numero y
concentración por los ingleses. Tercero, la coordinación estratégica y táctica de la
fuerza aérea con las fuerzas navales y de tierra contribuyo en gran medida a la
superioridad germana y japonesa durante las fases iniciales de la segunda guerra
mundial. Finalmente, las naciones que cuentan con armas nucleares y los medios
para descargarlas tieien una enorme ventaja tecnológica sobre sus competidores.
Sin embargo, la disponibilidad de armas nucleares también resulta en dos
extraordinarias paradojas ya mencionadas. Las mismas derivan de su enorme
capacidad de destrucción y la otra en la relación inversa que existe entre el grado
de destrucción de las armas nucleares y su empleo racional.
Si una nación cuenta con capacidad de contraataque nuclear, amenazara con la
destrucción total como represalia, por lo que la amenaza y la contra amenaza se
anularan recíprocamente o llevaran a la destrucción mutua de los beligerantes. Si
la nación amenazada no tiene capacidad nuclear de respuesta, sufrirá una
destrucción total o se rendirá incondicionalmente.

Liderazgo.
Además del empleo ocasional de las innovaciones tecnológicas, la cualidad de
liderazgo militar siempre ha ejercido una influencia decisiva sobre el poder
nacional. El poder de Prusia durante el siglo XVIII consistió ante todo en la
proyección del talento militar de Federico el Grande, y en las innovaciones
técnicas y tácticas que supo introducir. El arte de la guerra se modificó
sustancialmente ante la muerte de éste, en 1786 y la batalla de Jena, donde
Napoleón destruyo al ejército prusiano, que era tan fuerte y tan eficiente como lo
había sido hace veinte años. Pero lo que era más importante, faltaba en sus
líderes el genio militar, mientras en el otro bando había un genio militar al frente,
un genio que empleaba ideas nuevas en los aspectos estratégicos y tácticos.

Cantidad y calidad de las fuerzas armadas.


En términos militares, el poder de una nación también depende de la cantidad de
hombres y armas de que disponga, y de su distribución en las diferentes ramas de
la estructura militar. Una nación puede contar con un buen conjunto de
innovaciones tecnológicas. Sus líderes militares pueden sobresalir en el manejo
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de las técnicas y las tácticas apropiadas para las nuevas técnicas de la guerra. Sin
embargo, esta nación puede ser militar y políticamente débil si no tiene una
estructura militar que, en la fuerza global se sus partes y en cada una de sus
partes, sea lo suficientemente poderosa como para cumplir con cada una de las
tareas que le sean requeridas.

EL EQUILIBRIO DEL PODER.


Las aspiraciones del poder de varias naciones, cada una de ellas tratando de
mantener o de quebrar el status quo llevan, necesariamente, a una configuración
que se denomina el equilibrio del poder y a las políticas que procuran a
preservarlo.
La expresión “equilibrio de poder” se emplea en el texto con cuatro sentidos
diferentes: 1) como política que aspira a un cierto estado de las cosas; 2) como un
cierto estado de las cosas; 3) como una distribución del poder aproximadamente
igual; 4) como una distribución cualquiera de poder. Cuando la expresión se
emplea sin precisiones se refiere a un estado en que el poder se distribuye entre
varias naciones casi con igualdad.
El equilibrio de poder como concepto universal.
El concepto de “equilibrio” como sinónimo de “balance” se emplea habitualmente
en muchas ciencias y significa estabilidad dentro de un sistema compuesto por
cierto número de fuerzas autónomas. Si el equilibrio es perturbado ya sea por una
fuerza exterior o por el cambio en alguno de los elementos que componen el
sistema, este experimenta la tendencia a restablecer el viejo equilibrio o establecer
uno nuevo.
El mismo concepto de equilibrio se emplea en ciencias sociales. En los cimientos
de tales equilibrios (referidos en el ámbito que engloba las ciencias sociales) se
encuentran dos supuestos: primero, que los elementos a ser equilibrados son
necesarios para la sociedad o han acreditado alguna razón para existir y,
segundo, que sin un estado de equilibrio entre ellos, alguno de los elementos
conseguirá ascendencia sobre los otros, usurpara sus intereses y sus derechos y
en última instancia, puede llegar a destruirlos. Por lo tanto, el propósito de tales
equilibrios consiste en mantener la estabilidad del sistema sin destruir la
multiplicidad de los elementos que lo componen. Los medios empleados para
mantener el equilibrio consisten en permitir a los diferentes elementos del sistema
proseguir sus tendencias opuestas hasta el punto en que la tendencia de uno de
ellos no sea tan fuerte como para sobreponerse a la de otro, pero si lo
suficientemente fuerte como para evitar que las de los demás la superen.

DOS MODELOS PRINCIPALES DEL EQUILIBRIO DEL PODER.


En la base de la sociedad internacional se encuentran dos factores: uno es la
multiplicadas y el otro es el antagonismo de sus elementos. Las expectativas del
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poder de las naciones pueden llevar a situaciones del conflicto entre ellas a través
de dos modalidades diferentes. En otras palabras, la lucha por el poder en el
campo internacional puede desarrollarse mediante dos modelos típicos
El modelo de oposición directa: Una nación A se embarca en una política
imperialista con respecto a otra nación B; ésta puede contrarrestar aquella política
con un status quo o a través de otra política imperialista. Japón poniéndose a
China entre 1931 y 1941. Se trata de un modelo de oposición directa entre la
nación que busca establecer su poder sobre otra que se niega a someterse.
La nación A también puede llevar adelante una política imperialista hacia la nación
C, que puede resistir o ceder a tal política, mientras que la nación B desarrolla una
política de imperialismo o de status quo con respecto a la nación C. en este caso,
el dominio de C es una meta de la política A. por otra parte, B se opone a la
política de A ya sea porque desea preservar el status quo con respecto a C o
porque desea ser la dominadora de C. en este caso, el modelo de la lucha por el
poder entre A y B no es de oposición directa sino de competencia, cuyo objeto es
el dominio de C. Este modelo es visible por ejemplo en la competencia entre
EEUU y China.
En el modelo de oposición directa, el equilibrio de poder resulta directamente del
deseo de cada nación de ver como sus políticas prevalecen sobre las políticas de
otras naciones. “A” tratará de aumentar su poder en relación a B hasta un extremo
que le sea posible controlar sus decisiones, por su parte, B tratará de incrementar
su poder hasta el grado de poder resistir las presiones de A. Este equilibrio de
fuerzas opuestas- el aumento del poder de una nación como acreedor de por lo
menos un incremento proporcionado en el poder de otras- continuara hasta que
las naciones involucradas cambien el objetivo de sus políticas imperialistas o
hasta que una de ellas gane, o piense que ha ganado, una ventaja decisiva sobre
los demás.
El equilibrio del poder cumple dos funciones. Crea una estabilidad que siempre se
encuentra en peligro de ser alterada y que por lo tanto, siempre necesitará
restauración. Estas relaciones están en su propia naturaleza, sometidas a
continuo cambio. Son esencialmente inestables. Dado que el peso que determina
la posición relativa de los platillos tiende a cambiar continuamente, tornándose
más pesado o más liviano. Sin embargo, esta es la única estabilidad que puede
lograrse bajo las supuestas condiciones del modelo de poder. La otra función que
cumple un satisfactorio equilibrio del poder bajo estas condiciones consiste en
asegurar la libertad de una nación del dominio de otra.
En virtud del carácter esencialmente inestable y dinámico del equilibrio, que no es
inestable y dinámico por accidente o solamente a veces, sino por naturaleza y
siempre, la independencia de las naciones afectadas también es esencialmente
precaria y está en constante peligro.
El modelo de la competencia: En el otro modelo, el de la competencia, la
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mecánica del equilibrio de poder es idéntica a la que acabamos. El poder de A
necesario para dominar a C frente a la oposición de B, es balanceado, si no
superado, por el poder de B, mientras, a su vez, el poder de B para lograr dominio
sobre C se encuentra balanceado, si no sobrepasado por el poder de A. La
función adicional que en este caso cumple el equilibrio, además de crear una
estabilidad y una seguridad precarias en las relaciones entre A y B, consiste en
salvaguardar la independencia de C contra la intromisión de A o de B. La
independencia de C es una mera función de las relaciones de poder existentes
entre A y B.
Si estas decisiones toman un rumbo en favor de la nación imperialista- es decía,
A- la independencia de C se verá complicada de inmediato.
Si la nación que procura el statu quo – esto es B- ganara una ventaja decisiva y
permanente, la libertad de C se encontraría más segura en la medida de esa
ventaja.
Si finalmente, la nación imperialista – A- abandona su política imperialista o
cambia permanentemente su objetivo de C a otro, la libertad de C quedara a salvo
permanentemente.
Las pequeñas naciones siempre han debido su independencia al equilibrio del
poder, a la preponderancia de una potencia protectora o a su falta de atractivo
para las aspiraciones imperialistas. La habilidad de esas naciones pequeñas por
mantener su neutralidad siempre se ha debido a alguno de esos factores o a la
conjunción de todos ellos.
Los mismos factores son responsables de la existencia de los así llamados
“Estados tapón”, Estados débiles ubicados cerca de otros poderosos, a cuya
seguridad militar sirven.

DIFERENTES METODOS DEL EQUILIBRIO DEL PODER.


Divide y gobierna: Este lema se refiere principalmente al método que utilizaron
las naciones que han tratado de conseguir o mantener la debilidad de sus
competidores impidiéndoles que se unieran. La política más consistente e
importante de esta clase en los tiempos modernos fue la política de la Unión
Soviética frente al resto de Europa.
El otro modo de equilibrar el poder de varias naciones consiste en agregar
fortaleza a la nación más débil. Este método puede realizarse de dos modos: B
puede aumentar su poder lo suficiente como para compensar, si no sobrepasar, el
poder de A y viceversa; o B puede unir su poder al de todas las naciones que
tienen políticas idénticas con respecto a A, en cuyo caso A podrá unir su poder
con todas las naciones que persiguen idénticas políticas con respecto a B. La
primera alternativa encuentra ejemplificación tanto en la política de
compensaciones y en la carrera armamentística como en el desarme; la segunda
en la política de alianzas.
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Compensaciones: Las compensaciones de naturaleza territorial fueron un
recurso común en los siglos XVIII y XIX a los efectos de mantener el equilibrio de
poder que había sido, modificado por las adquisiciones territoriales de una nación.
El principio de compensación nunca se halla ausente de los acuerdos políticos que
se hace dentro de un sistema de equilibrio de poder. Ninguna nación está de
acuerdo en conceder ventajas políticas a otra nación sin la expectativa – que
puede estar bien o mal fundada- de recibir a cambio ventajas proporcionales a las
otorgadas. El desarrollo de negociaciones diplomáticas que concluyen en
acuerdos políticos no es otra cosa que el principio de compensación en su forma
más general y, como tal, se encuentra orgánicamente conectado con el equilibrio
del poder.
Armamentos: El principal medio de que se vale una nación para ejercer el poder
a su disposición, o para mantener o restablecer el equilibrio del poder, es el
armamento. La carrera armamentista mediante la que la nación A trata de no
verse relegada, y si es posible sobrepasar, los armamentos de la nación B y
viceversa, es el típico instrumental de un equilibrio del poder dinámico e inestable.
La situación inmediatamente anterior a la primera guerra mundial, con la rivalidad
naval entre Alemania y Gran Bretaña y la competencia entre los ejércitos
franceses y alemanes, ilustra bien este punto.
La técnica de estabilizar el equilibrio del poder mediante una equitativa reducción
de los armamentos es, en parte, similar a la técnica de las compensaciones
territoriales. Ambas requieren una evaluación cuantitativa sobre la influencia que el
acuerdo verdaderamente ejercerá en los respectivos poderes de cada una de las
naciones involucradas. Las dificultades inherentes a semejantes evaluaciones
cuantitativas han contribuido en gran medida al fracaso de muchos intentos
tendientes a crear un equilibrio del poder mediante el desarme.
Alianzas: Las más importantes manifestaciones de equilibrio de poder se
encuentran en las relaciones entre una nación o una alianza de naciones con otra
alianza.

La naturaleza general de las alianzas


No toda comunidad de intereses que reclame políticas y acciones comunes
también requiere codificación legal en una alianza explicita. Y, por el otro lado,
una alianza requiere la necesidad de una comunidad de intereses de su fundación.
Una alianza agrega precisión, especialmente bajo las formas de limitaciones, a
una comunidad de intereses existente, a las políticas generales y a las medidas
concretas para satisfacer esos intereses. Los intereses que las naciones tienen
en común no son tan típicamente precisos y limitados a regiones geográficas,
objetivos y políticas adecuadas como han sido los intereses norteamericanos e
ingleses en el mantenimiento del equilibrio de poder europeo. Tampoco son tan
incapaces de precisión y limitación en lo concerniente a la prospectiva del
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enemigo. Puesto que, mientras una alianza típica se dirige contra una nación
específica a contra un grupo de naciones.
Las intereses típicos que unen a dos naciones contra una tercera se encuentran
mejor definidos cuando de la determinación del enemigo se trata y son menos
precisos cuando se refieren a los objetivos y políticas a emprender.
Por lo tanto, no toda comunidad de intereses que reclame la cooperación de dos o
más naciones requiere que los términos de esta cooperación sean especificados
mediante las estipulaciones legales de un tratado de alianza. Las alianzas pueden
diferenciarse en cinco categorías según: - su naturaleza intrínseca y su relación,-
la distribución de los beneficios y poder,- su alcance en relación a los intereses
totales de las naciones involucradas, - su alcance en términos de tiempo y – su
efectividad en términos de políticas y acciones comunes. En consecuencia,
podemos distinguir alianzas que sirven a intereses políticas idénticas,
complementarias e ideológicas. Másaún podemos distinguir entre alianzas mutuas
y unilaterales, generales y limitadas, temporarias y permanentes, operativas e
inoperantes.
En una alianza al servicio de intereses idénticos; el objetivo de uno de los socios
es también el objetivo del otro. En la alianza ideológica se presentan principios
morales que los signatarios se comprometieron a observar y objetivos generales
cuyo cumplimento también prometen. En nuestros tiempos, muchos tratados
contra la subversión comunista que figuran en muchos tratados de alianza
cumplen la misma función.
La distribución de beneficios dentro de una alianza debería contemplar idealmente
mutua reciprocidad; los servicios prestados por cada parte deben estar de acuerdo
con los beneficios recibidos. Este ideal está más cerca de cumplirse en una
alianza celebrada entre partes que tienen un poder semejante y que se mueven en
pos de intereses idénticos. El otro extremo de la distribución de los beneficios es la
unilateralidad, en la que una parte sostiene la parte del león mientras que la otra
sostiene la mayor parte de la carga.
La distribución de beneficios tiende a reflejar la distribución de poder dentro de
una alianza, tanto como la determinación de las políticas a seguir. Una gran
potencia tiene las mejores posibilidades de hacer lo que desea en cuanto a
beneficios y políticas si su aliado es débil.
Una alianza típica intenta transformar una pequeña fracción de los intereses
totales de las partes signatarias en medidas y políticas comunes. Encaja en el
campo dinámico de intereses y propósitos diversos. Si llega a ser operativa,
depende de la fortaleza de los intereses que sostienen la alianza, especialmente
frente a la fortaleza de los demás intereses que animan las naciones involucradas.
Las alianzas de tipo general son típicamente temporarias y predominan en
tiempos de guerra. En ese momento, el máximo interés común consiste en ganar
la guerra y asegurar mediante acuerdos de paz los intereses que se defendieron
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durante con conflicto bélico. Solamente un interés específico y limitado puede
durar lo suficiente como para asegurar el establecimiento de una alianza duradera.
Para que una alianza sea operativa – esto es, que sea capaz de coordinar las
políticas generales con las medidas concretas correspondientes a cada uno de
sus miembros- es preciso que estos integrantes estén de acuerdo no solo con los
objetivos generales sino también con las políticas y las medidas.
Alianzas versus dominio mundial: Concebido generalmente como una forma de
protección por parte de la alianza de naciones, preocupadas por su
independencia, contra los designios de otras naciones del dominio mundial,
llamado entonces monarquía universal. Al ser directamente amenazado por A, B
se une a C, D y E, potenciales víctimas de A, para neutralizar los designios de A.
Las alianzas que celebró Francisco I de Francia con Enrique VIII y los turcos a los
efectos de que Carlos V de Hasbusgo no consiguiera estabilizar y expandir su
imperio, constituyen un ejemplo de equilibrio de poder en gran escala, polarizado
entre una alianza de naciones y otra, solitaria que intentaba establecer una
monarquíauniversal.
Alianzas versus contraalianzas: La oposición de dos alianzas, en las que una o
ambas se mueven tras objetivos imperialistas mientras defienden la independencia
de sus miembros contra las aspiraciones de la otra coalición, es la configuración
más frecuente dentro de un sistema de equilibrio de poder. Esta evolución hacia
un equilibrio de poder mundial instrumentado a través de alianzas y contra
alianzas se consumó en el transcurso de la primera guerra mundial, en la cual
prácticamente todas las naciones participaron activamente de uno u otro lado. La
propia denominación de “mundial” que recibió la conflagración señala la
consumación de ese desarrollo.

SISTEMAS DOMINANTES Y DEPENDIENTES.


Hemos hablado del equilibrio del poder como si se tratara de un sistema sencillo
que comprende a todas las naciones activamente comprometidas en la política
internacional. Sin embargo, una observación más detenida revela que un sistema
semejante frecuentemente está compuesto por cierta cantidad de subsistemas
interrelacionados, que conservan dentro de cada uno de ellos su propio equilibrio
del poder. La interrelación entre los diferentes sistemas es generalmente de
subordinación, en el sentido de que uno domina en función del mayor peso relativo
que ha conseguido acumular, mientras que los demás están apegaos a lo que
sucede en los platillos del sistema dominante.
En la medida en que un equilibrio de poder se encuentra más íntimamente
conectado con el dominante, menores oportunidades tendrá de operar con
autonomía y más tendera a convertirse en una mera manifestación localizada del
equilibrio del poder dominante.

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PODER POLITICO.
La política internacional implica una lucha por el poder. No importa cuales sean los
fines últimos de la política internacional: el poder siempre será objetivo inmediato.
No todas las acciones que una nación puede llevar a cabo respecto de otra son de
naturaleza política. Muchos de esos actos son normalmente realizados sin tomar
en consideración ninguna razón de poder y tampoco afectan el poder de la nación
que los lleva a cabo. En otras palabras, la intervención de un país en la política
internacional es solo uno entre varios tipos de actividades posibles en el marco de
la escena internacional.
Su naturaleza: cuatro distinciones.
Cuando hablamos de poder nos referimos al control del hombre sobre las mentes
y las acciones de otros hombres. Por poder político significamos las mutuas
relaciones de control entre los depositarios de la autoridad pública y entre estos
últimos, a la gente en general.
El poder político es una relación psicológica entre quienes ejercen y aquellos
sobre los que se ejerce. Otorga a los primeros control sobre ciertas acciones de
los segundos mediante el impacto que ejercen sobre las mentes de estos últimos.
El impacto deriva de tres fuentes: la expectativa de beneficios, el temor a las
desventajas y el respeto o amor hacia los hombres o instituciones. Puede
ejercerse mediante órdenes, amenazas, la autoridad o carisma de un hombre o de
un equipo de hombres a través de la combinación de cualquiera de estos factores.
A la luz de esta definición, deben hacerse cuatro distinciones: entre poder e
influencia, entre poder y fuerza, entre poder aprovechable y poder no
aprovechable, entre poder legítimo y poder ilegitimo.
El poder político debe distinguirse de la fuerza en el sentido del ejercicio de la
violencia física. Especialmente en la política internacional la fuerza armada como
amenaza, real o potencial, es el más importante factor material que contribuye a
conformar el poder político de una nación. Entonces debemos distinguir entre
poder militar y poder político. La disponibilidad de armas nucleares hace necesario
distinguir entre poder aprovechable y poder no aprovechable. Una de las
paradojas de la era nuclear, que contrasta con la experiencia de toda la historia
pre nuclear, consiste en que un incremento del poder militar no necesariamente
lleva a un incremento del poder político. La amenaza de una violencia nuclear
masiva implica la amenaza de la destrucción total. Como tal, continua siendo un
adecuado elemento de política externa cuando está dirigido a una nación que no
puede responder del mismo modo.
Finalmente debe distinguirse entre poder legítimo, es decir el poder cuyo ejercicio
se encuentra moral o legalmente justificado, del poder ilegitimo. Y el poder que se
ejerce con autoridad moral o legal a su vez debe distinguirse del poder a secas. El
poder del oficial de policía que me registra en virtud de una orden de arresto es
cualitativamente diferente del poder de un ladrón que realiza la misma acción en
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virtud de que porta un arma. El poder legítimo, al invocar una justificación moral o
legal para su ejercicio, es probablemente más efectivo que un equivalente poder
ilegitimo.

LUCHA POR EL PODER.

Cualquier política, sea interna o internacional, responde a tres modelos básicos o,


dicho de otro modo, cualquier fenómeno político puede reducirse a tres tipos
básicos. Una acción política procura mantener elpoder, aumentar el poder o
demostrar el poder.
A estos tres modelos típicos corresponden otras tres políticas internacionales
también típicas. Así, una nación instrumenta una política exterior tendiente a
conservar el poder y evitar el cambio de la distribución de poder en su favor, en
última instancia desarrolla una política de statu quo. Por su parte, una nación con
una política exterior orientada a la adquisición de un mayor poder mediante un
cambio con la estructura de poder existente lleva a cabo una política imperialista.
Finalmente, una nación cuya política exterior tiende a demostrar el poder que
posee, para mantenerlo o incrementarlo, desarrolla una política de prestigio.

La política del Statu Quo.

El concepto statu quo deriva de statu quo ante bellum, termino diplomático que se
aplicaba a las cláusulas de estilo en los tratados de paz que proveían a la
evacuación de un territorio de tropas enemigas con la consecuente restauración
de la soberanía de preguerra.
La política de statu quo tiende al mantenimiento de la estructura del poder
existente en un determinado momento de la historia. Puede señalarse que cumple
una función análoga a la de la política conservadora en el campo interno. El
momento histórico particular que sirve de punto de referencia para la política de
statu quo es frecuentemente el final de una guerra, cuando la distribución del
poder ha sido establecida en algún tratado de paz. Por lo tanto, la característica
distintiva de una política de statu quo es que aparezca como defensora del tratado
de paz que dio fin a la última guerra general.
La manifestación de política de statu quo que ha tenido mayor importancia para
EEUU y se ha convertido en la piedra basal de sus relaciones exteriores es la
Doctrina Monroe, que establece los dos principios esenciales de cualquier política
de statu quo. Por una parte, estipula respecto a la parte que le cabe a EEUU
dentro de la distribución del poder existente en el hemisferio occidental. Por otra
parte, proclama la resistencia al cambio por parte de EEUU en todo lo que tenga
que ver con la distribución del poder entonces existente, especialmente si
proviniera de una nación no americana.
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Hemos dicho que la política de statu quo tiende al mantenimiento de la distribución
de poder tal como existe en un momento particular de la historia. Esto no significa
que tenga que oponerse necesariamente a todo cambio. Si bien no se opone al
cambio en general, por el contrario se opone a cualquier cambio que signifique la
modificación de la relación de poder entre dos o más naciones. Los ajustes
menores en la distribución del poder pueden, sin embargo, mantener intactas las
posiciones de poder relativo de las naciones involucradas y ser completamente
compatibles con la política del statu quo. La adquisición de las Islas Vírgenes
puede haber contribuido al fortalecimiento de la ya dominante posición
estadounidense en el Caribe; pero no lo hizo y por lo tanto, fue compatible con una
política de statu quo.

La política de Prestigio.

El prestigio, en oposición al mantenimiento y la adquisición del poder, solo muy


rara vez implica un fin en sí mismo. Mas habitualmente la política de prestigio es
uno de los instrumentos mediante el cual las políticas de statu quo e imperialista
tratan de llevar a cabo sus fines.
La política de prestigio es en la actualidad un elemento tan intrínseco de las
relaciones entre las naciones como la aspiración al prestigio lo es en las
relaciones interindividuales. En este punto vuelve a resultar evidente que tanto la
política internacional como la interna no son más que diferentes manifestaciones
de un mismo y único hecho social.
La finalidad de esta política consiste en impresionar a otras naciones con el poder
que nuestra propia nación realmente posee o con el poder que cree o que quiere
que otras naciones crean que la nuestra posee. Dos instrumentos específicos
están al servicio de este propósito: el ceremonial diplomático, en el sentido más
amplio de la expresión y el despliegue de la fuerza militar.
Ceremonial diplomático: Las relaciones entre los diplomáticos representan
instrumentos de una política de prestigio, puesto que los diplomáticos son las
imágenes simbólicas de sus respectivos países. El respeto que se les tributa es,
en realidad, rendido a los países que representan. El insulto que infieren o que
reciben también realiza ese tránsito a los respectivos países. En 1945, Churchill,
Stalin y Truman no consiguieron ponerse de acuerdo acerca de quién debía
ingresar en primer término a la inauguración de la Conferencia de Potsdam; la
solución consistió en que los tres entraran al mismo tiempo por puertas diferentes.
La política de prestigio halla un terreno fértil en la selección de localidades que
han de ser sede de encuentros internacionales. Cuando por la pretensión de
muchas tendencias antagónicas no se llega a una conciliación, el lugar de reunión
se elige con frecuencia en un país que no forme parte del grupo que compite por

14
el prestigio. Por eso ciudades como La Haya y Ginebra sin siempre lugares
predominantes para la realización de reuniones internacionales.

Despliegue de la fuerza militar: Para lograr sus fines, la política de prestigio


recurre a las demostraciones militares además del empleo de los manejos
diplomáticos. Dado que la fuerza militar es obvia medida del poder de una nación,
mostración sirve para impresionar a los demás. Así por ejemplo, los
representantes militares de naciones extranjeras son invitados en tiempos de paz
a presenciar las maniobras del ejército para impresionarlos con la capacidad
militar de la nación anfitriona.
Virtud de la enorme movilidad de las embarcaciones, que son capaces de pasear
el pabellón y el poderío de una nación por todos los mares del mundo con la
consiguiente ostentación del poderío, en el pasado las maniobras navales fueron
el instrumento favorito de las políticas de prestigio. Cada vez que las pretensiones
marítimas se veían desafiadas en zonas coloniales, la nación hegemónica
despachaba barcos de guerra a la zona como manifestación simbólica de su
poderío.
El prestigio se usa tanto como para disuadir como para preparar la guerra. Una de
las expectativas consiste en que el prestigio de una nación sea lo suficientemente
importante como para disuadir a las otras de embarcarse en una guerra contra esa
nación tan prestigiosa.

Dos objetivos de la política de prestigio.


Toda política de prestigio tiene dos objetivos finales y posibles: el prestigio por el
prestigio mismo o, más amenudo, el apoyo a una política de statu quo o
imperialista. En todo caso, el prestigio es un grato subproducto de las políticas
exteriores, cuyos objetivos finales no son la reputación el poder sino la esencia del
poder. Los integrantes individuales de una sociedad nacional. Los integrantes
individuales de una sociedad nacional sociales y normas de conducta, pueden
dedicarse a competir por el prestigio en una suerte de juego social inofensivo. En
cambio, las naciones, en tanto integrantes de la sociedad internacional, en su
mayor parte deben acudir a su propio poder para proteger su existencia o la
misma posición de poder que tienen; muy difícilmente dejaran de tener un cuenta
la influencia que un avance o un retroceso en el campo del prestigio ejercerá
sobre su ubicación en el escenario internacional.
La función que cumple la política de prestigio con respecto a las de statu quo y de
imperialismo surge de la propia naturaleza de la política internacional. La política
exterior de una nación configura siempre el resultado del cálculo de la relación de
poder tal como existe en un determinado momento de la historia entre diferentes
naciones. La política exterior de EEUU se basa sobre la evaluación del poder de

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Inglaterra y Argentina y con el probable desarrollo del poder de esas naciones.
La función primaria de la política de prestigio se orienta a influir sobre estas
evaluaciones. Por ejemplo, si EEUU puede imponer sobre las naciones
latinoamericanas su poder, hasta el punto de persuadirlas de que su hegemonía
en el hemisferio occidental es indiscutible, entonces su política de statu quo en
dicho hemisferio estará a salvo de desafíos, con lo que su preponderancia
continuara asegurada. La política de prestigio es siempre un factos imprescindible
de cualquier política exterior nacional. La guerra fría se ha llevado a cabo
primordialmente con las armas de prestigio. EEUU y la Unión Soviética han
procurado intimidarse mutuamente con sus respectivos poderíos militares, logros
tecnológicos, potencial económico y sus principios políticos. El objetivo ha sido
claro: mantener la alianza con sus aliados, minar la unidad de la coalición hostil y
captar el apoyo de las naciones no comprometidas.
El prestigio se ha vuelto especialmente importante como arma política en los
tiempos modernos, cuando la lucha por el poder no solo requiere métodos
tradicionales de la presión política y la fuerza militar sino otros instrumentos más
adecuados para triunfar en la lucha por conquistar las mentes de los hombres.
Una política de prestigio logra un verdadero éxito cuando ofrece a la nación que le
persigue una verdadera reputación de poder que la exime de tener que emplear el
poder que realmente tiene. En este éxito intervienen dos factores: una indiscutible
reputación de poder y la reputación de restringirse en cuanto a su empleo. Son
ejemplos clásicos de esta sutil combinación de las políticas los imperio romano y
británico y la política del bueno vecino ejecutada por EEUU.
Durante la era de la política del buen vecino, la hegemonía estadounidense en el
hemisferio occidental se basó en la reputación de poder imbatible antes que en su
ejercicio real.

Imperialismo

Definimos al imperialismo como: una política orientada a la ruptura del statu quo y
a la modificación de las relaciones de poder entre una o varias naciones
(Morgenthau). En el terreno de las relaciones internacionales, el imperialismo se
opone a la política de statu quo, lo que le otorga un carácter dinámico.

Teorías económicas del imperialismo

El desarrollo de las principales teorías económicas de imperialismo ha estado a


cargo de tres escuelas distintas de pensamiento: la marxista, la liberal y la teoría
“demoniaca” del imperialismo.

1. La marxista se basa en la certeza que todas las manifestaciones políticas


obedecen a fuerzas económicas. Por lo tanto, el fenómeno político del

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imperialismo es producto del sistema económico que lo origina, esto es el
capitalismo. Las sociedades capitalistas no son capaces de encontrar dentro de sí
mercados suficientes para sus productos ni inversiones suficientes para el capital
que poseen. Por lo tanto, tienen la tendencia a dominar áreas mayores no
capitalistas e incluso aéreas capitalistas a los efectos de convertirlas en mercados
para el excedente de su producción y para dar nuevas oportunidades de inversión
a los capitales también excedentes. Los marxistas pensaban que el imperialismo
era política del capitalismo y que, en consecuencia, una política imperialista era
cuestión de opción a la que el capitalismo podía recurrir o no según las
circunstancias. Según Lenin imperialismo es capitalismo en aquella fase de
desarrollo en la que el dominio de los monopolios y el capital financiero se
establecen por sí mismos, en la que adquiere mucha importancia la exportación de
capital, en la que ha comenzado la división del mundo entre los grandes trust
internacionales, en la que se ha producido el reparto de todos los territorios de la
tierra entre los grandes poderes capitalistas. Para los marxistas, el mal principal es
el capitalismo y el imperialismo solo en su expresión necesaria o probable.

2. La escuela liberal, de la que John A. Hobson es su principal representante,


se ocupa principalmente del imperialismo, en el que ve el resultado no tanto del
capitalismo en cuanto tal, sino de determinados desacoples que se producen
dentro del sistema capitalista. En concordancia con el pensamiento marxista, la
escuela liberal ubica como fuente del imperialismo al excedente de bienes y de
capital que buscan canalizarse hacia mercados extranjeros. No obstante, de
acuerdo con Hobson y su escuela, la expansión imperialista no es inevitable, y ni
siquiera el más racional, método de disponer de excedentes. Ya que los
excedentes son producto de la mala distribución de la capacidad de compra, la
solución se halla en la expansión del mercado interno mediante reformas
económicas tales como el aumento de la capacidad de compra y la supresión del
sobre ahorro. Precisamente esta creencia en una alternativa domestica al
imperialismo es la que introduce la principal diferencia entre la escuela liberal y la
marxista.

3. La teoría “demoniaca” del imperialismo trabaja en un nivel intelectual mucho


más bajo que el de las otras dos. Es ampliamente sostenida por los pacifistas y ha
llegado a convertirse en un valor de venta de la propaganda comunista. La misma
identificaba a ciertos grupos que se aprovechaban de la guerra, tales como los
fabricantes de materiales bélicos (llamados constructores de munición), los
banqueros internacionales (Wall Street) y otros de esta naturaleza. Dado que se
beneficiaban con la guerra, estos grupos debían estar interesados en que hubiese
guerra. Entonces los negociantes de la guerra se transformaron en los traficantes
de guerra que las planeaban para así poder enriquecerse.

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Diferentes tipos de imperialismo

La real naturaleza del imperialismo como política orientada a romper el statu quo
puede ser mejor explicada mediante la consideración de ciertas situaciones típicas
que favorecen las políticas imperialistas, y que, en presencia de las condiciones
objetivas y subjetivas que requiere una activa política exterior, casi
inevitablemente producirá una política imperialista.

Tres incentivos para el imperialismo

1. Las guerras victoriosas: cuando se produce una guerra entre dos naciones
es bastante probable que la nación triunfadora proseguirá una política que procure
un cambio permanente en las relaciones de poder con su enemigo derrotado. La
vendedora adoptara esta política sin reparar en cuáles eran sus objetivos al
momento de la ruptura de hostilidades. El objetivo de esta política de cambio
consiste en transformar la relación existente entre el triunfador y el vencido al final
de la guerra en el nuevo statu quo en los acuerdos de paz. Así, una guerra
iniciada por el triunfador como medio de defensa del statu quo de preguerra, con
la proximidad de la victoria, se convierte en una guerra imperialista, ósea en el
intento de un cambio permanente del statu quo.

2. Las guerras perdidas: este verdadero estado de subordinación,


teóricamente permanente, con facilidad puede engendrar en el vencido el deseo
de cambiar de papeles con el vencedor, modificar el statu quo creado por la
victoria y cambiar de posición en la jerarquía del poder. Es decir, la política
imperialista emprendida por el triunfador puede llegar a transformase en una
política imperialista de parte del derrotado. Si no queda arruinado para siempre o
no se integra a la causa del vencedor, el vencido deseara recuperar lo que perdió
y, de ser posible, más aun. El típico ejemplo de imperialismo entendido como
reacción del triunfante imperialismo de otros es el imperialismo germano entre
1953 y fines de la segunda guerra mundial.

3. Debilidad: otra circunstancia típica que favorece las políticas imperialistas


en la existencia de estados débiles o con espacios políticamente vacíos que
suscitan la apetencia de un estado más poderoso. De esta situación nace el
imperialismo colonial.

Tres metas del imperialismo

Dado que el imperialismo crece a partir de tres situaciones típicas,


consecuentemente se mueve hacia tres objetivos típicos. El objetivo del
imperialismo puede ser el dominio de todo el mundo políticamente organizado o

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llegar a un imperio mundial. Puede ser también un imperio o hegemonía de
dimensiones aproximadamente continentales. O puede ser una preponderancia de
poder estrictamente localizada. Dicho de otro modo la política imperialista puede
carecer de límites o tener solo aquellos que le oponga el poder de la presunta
víctima. Puede, también, tener límites geográficamente determinados, tal como las
fronteras físicas de un continente o quedar limitado por lo propósitos localizados
del propio poder imperialista.

1. Imperio mundial: los ejemplos históricos más rotundos del imperialismo


ilimitado están dado por las políticas expansionistas de Alejandro el Grande,
Roma, Los árabes en los siglos VII y VIII, Napoleón y Hitler. Tienen en común un
impulso hacia la expansión que no conoce límite racional, se alimentan de sus
propios triunfos y si no los detiene una fuerza superior llegan hasta los confines
del mundo político. Este apetito no será saciado en tanto exista algo en algún sitio,
algún posible objeto de dominación, algún grupo de hombres políticamente
organizados que con su independencia desafíen la sed de poder del conquistador.

2. Imperio continental: la movida de imperialismo geográficamente


determinado se observa con mayor claridad en las políticas de las potencias
europeas tendientes a conseguir una situación de predominio en Europa.

3. Preponderancia local: el imperialismo localizado por excelencia se


encuentra en las políticas monárquicas de los siglos XVII y XIX. Los límites de
esta clase de imperialismo no son, como en el tipo de geográficamente limitado, el
resultado primario de los hechos objetivos de la naturaleza, más allá de los cuales
seria técnicamente difícil o políticamente inadecuado ir. Por el contrario, son el
principio la resultante de una libre opción entre varias alternativas, entre ellas una
política de statu quo, otra de un imperialismo continental y una tercera un
imperialismo localizado.

La diferencia entre la política imperialista localizada, el imperialismo continental y


el imperialismo ilimitado es la misma que puede observarse entre las políticas
exteriores de Bismarck, Guillermo II y Hitler. Bismarck buscaba el predominio de
Alemania en Europa central, Guillermo II en toda Europa y Hitler en todo el mundo.

Tres métodos del imperialismo

Se puede distinguir entre imperialismo militar, económico y cultural según los


medios típicos que emplean las políticas imperialistas. El imperialismo militar
procura la conquista militar, el imperialismo económico la explotación económica
de otras naciones y el imperialismo cultural el reemplazo de una cultura por otra,
pero los tres responden siempre a un mismo fin imperialista, la destrucción de un

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statu quo o el cambio de la relación de poder entre la potencia imperialista y sus
posibles víctimas.

1. Imperialismo militar: la ventaja de este método desde el punto de vista de la


nación imperialista radica en la circunstancia de que nueva relaciones de poder, a
partir de la victoria militar, solo pueden cambiarse por otra guerra realizada por la
nación vencida. Los grandes inconvenientes de la conquista militar como método
imperialista es que como en un juego, se puede ganar o perder. La potencia que
desarrolla una guerra para sus fines imperialistas pueden llegar a conseguir un
imperio y luego conservarlo, como Roma. O puede conseguirlo y en medio del
impulso de expansión llegar a perderlo, como Napoleón. Es factible también que lo
obtenga, luego lo pierda y finalmente quede sojuzgada por el imperialismo de
otras potencias. El imperialismo militar es un juego de azar en el que las apuestas
tienden siempre a lograr los premios más valiosos.

2. Imperialismo económico: resulta no tan directo y por lo general no tan eficaz


como su homónimo militar; en tanto método racional para lograr el poder solo
aparece durante los tiempos modernos y es coetáneo a la expansión del
mercantilismo y el capitalismo. Su emblema moderno más conocido es lo que se
conoce bajo el nombre de “imperialismo del dólar”. Los rasgos más comunes de
las políticas que llamamos imperialismo económico tienen que ver, por un lado,
con su tendencia a romper el statu quo para modificar las relaciones de poder
entre la potencia imperialista y las otras naciones y, por otro, con el cuidado de
realizarlo no mediante conquistas territoriales sino a través del dominio
económico. Si una nación no puede o no desea conquistar territorios a los efectos
de establecer su dominio, puede lograr el mismo fin ejerciendo su dominio sobre
quienes dominan su territorio. La índole del imperialismo económico como método
encubierto, indirecto pero de eficacia para lograr y consolidar el dominio, es
particularmente perceptible cuando los imperialismos rivales entran en
competencia mediante métodos económicos para el control de un mismo
gobierno.

3. Imperialismo Cultural: el así llamado imperialismo cultural es la más sutil y,


en caso de llegar triunfar por sí sola, la más exitosa de las políticas imperialistas.
No pretende la conquista de un territorio o el control de la vida económica, sino el
control de las mentes de los hombres como herramientas para l modificación de
las relaciones de poder entre dos naciones. Si se pudiera imaginar la cultura y,
más particularmente, la ideología política de un estado A con todos sus objetivos
imperialistas concretos en trance de conquistar las mentalidades de todos los
ciudadanos que hacen la política de un estado B, observaríamos que el primero de
los estados habría logrado una victoria más que completa y habría establecido su
dominio sobre la base más sólida que la de cualquier conquistador militar o amo

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económico. El estado A no necesitaría amenazar con la fuerza militar o usar
pretensiones económicas para lograr sus fines. Para ello, la subordinación del
estado B a su voluntad se habría producido por la persuasión de una cultura
superior y por el mayor atractivo de su filosofía política. Sin embargo, este es un
caso hipotético. El imperialismo cultural dista mucho en los hechos de estar en
condiciones de obtener una victoria tan rotunda que vuelva superfluos a los otros
medios. El rol característico que cumple el imperialismo cultural en nuestros
tiempos es el de subsidiario de los otros medios. Ablanda al enemigo y abona el
terreno para la conquista militar o la penetración económica.
EL COLONIALISMO.
Mario amadeo.

DEFINICION Y CONCEPTO DE COLONIALISMO.


Llámese colonialismo al régimen en cuya virtud un Estado mantiene bajo su
dependencia a territorios habitualmente no contiguos y cuyos habitantes poseen
diferencias étnicas o un grado de desarrollo cultural, político o económico menor
que la población de la potencia dominante. En primer lugar, el régimen colonial
supone una relación de dependencia entre la potencia dominante (comúnmente
llamada metrópoli) y la colonia. Esa dependencia debe estar jurídicamente
formulada y corresponder a una situación del hecho en la cual el dominio de una
sobre la otra sea real.
El grado de dependencia entre la colonia y la potencia dominante puede ser muy
diverso. La posesión colonial puede carecer en absoluto de autonomía y ser una
mera dependencia administrativa de la metrópoli o bien puede tener un margen
bastante amplio de gobierno propio. Pero en todos los casos, si existe alguna
medida de alienación de soberanía el régimen existente encuadra dentro de la
definición de colonialismo.
Si en los hechos los territorios que alguna vez estuvieron bajo dependencia son
realmente tratados como parte de la Nación y si sus habitantes adquieren el status
de ciudadanos, entonces puede considerarse que no hay régimen colonial. Pero si
la paridad jurídica no corresponde a una igualdad de hecho, debe afirmarse que
existe un régimen colonial disfrazado.
Una posesión colonial puede-como decíamos- tener un grado muy alto de
autonomía. Pero no perderá ese carácter si no obtiene tres derechos que son
esenciales para que una unidad geográfica pueda ser considerada independiente:
1° el derecho de legación; 2° el derecho de celebrar tratados y 3° el derecho de
declarar la guerra y concretar la paz. Si algunos de estos derechos han sido
delegados en otro Estado; la unidad geográfica en cuestión es, indiscutiblemente,
una colonia.
En segundo lugar, los territorios bajo el dominio colonial suelen estar
geográficamente separados de la metrópoli y no forman con ella una sola unidad
21
geográfica. Esta característica no es, por cierto, una exigencia intrínseca del
concepto de colonialismo sino que corresponde a una realidad histórica derivada
de la distancia que de hecho, suele separar a las colonias de los territorios
metropolitanos. Pero puede existir una contigüidad siempre, naturalmente se den
otras diferencias que hemos anotado. Así por ejemplo, el Tíbet o Sin kiang son
auténticas colonias de China porque si bien geográficamente deben ser
consideradas contiguas, están pobladas por habitantes de diferente origen racial
que no están equiparados de hecho con la potencia dominante.
En tercer lugar, deben existir diferencias étnicas de nivel cultural y económico
entre la población de las colonias y la población de la metrópoli. Desde luego las
diferencias étnicas de algún modo connotan de suyo superioridad o inferioridad
cultural pues a lo largo de la historia ha habido colonias más cultas que la
metrópoli, aunque el color de la piel de sus habitantes fuese en unas y otras
diferente. Así, la India fue colonia hasta 1947y nadie podría negar los valores
culturales que en el pasado y en el presente, este país ha brindado a la
civilización.
Lo normal sin embargo es que la metrópoli supere en adelanto cultural y material a
las colonias. El poder no es un fenómeno aislado, y si bien no siempre es índice
de otras aptitudes, por regla general es consecuencia de un mayor nivel de
progreso. Sobre todo cuando el dominio de un pueblo sobre otro perdura y se
vuelve permanente.

ANTECEDENTES HISTORICOS.
El sistema colonial, entendido en su acepción más amplia, es tan antiguo como la
existencia de las unidades políticas. Desde las épocas más primitivas los pueblos
se han dividido en fuertes y débiles, y más fuertes siempre han tratado de dominar
a los más débiles, como por ejemplo, el caso del cautiverio del pueblo judío en
Egipto.
Roma fue el pueblo “colonialista” por excelencia en el mundo antiguo. No solo fue
solamente por su innata vocación conquistadora sino porque practico el sistema
colonial en un sentido muy semejante al de los tiempos modernos. Roma tuvo,
tanto durante el Imperio, diferentes tipos de cultura. Practicó, como los pueblos
más primitivos, la política de la tierra arrasada y de ello da cabal testimonio la sal
sembrada sobre las ruinas de Cartago. En Asia y en África estableció el sistema
de tributos o el régimen del protectorado, dejando nominalmente en el ejercicio de
la autoridad a los príncipes derrotados. Pero en los que fueron teatro de sus
principales conquistas extendió el sistema de vida propia. Esas regiones (Sicilia,
las Galias y gran parte de España) no fueron, en sentido estricto, colonias. Fueron
una prolongación de la propia Roma.
La Edad Media no conoció el sistema colonial. La única expansión territorial
europea a gran escala fue el resultado de una empresa religiosa – las cruzadas- y
22
por su propia índole no podía generar, ni generó, establecimientos coloniales. Los
principados cristianos erigidos en Tierra Santa estaban integrados en el sistema
feudal pero no fueron colonias de los pueblos occidentales.
El sistema colonial moderno comienza con la conquista de los territorios de
Ultramar realizados por los pueblos de Occidente de Europa a partir de fines del
siglo XV. Se inició en esa época una sucesión prodigiosa de expansiones
territoriales en cuya virtud, los conquistadores europeos se hicieron dueños, en
menos de cien años, de la mayor parte del mundo conocido. Los primeros Estados
que se lanzaron a la aventura fueron los de la Península Ibérica.

DIFERENTES TIPOS DE COLONIALISMO


Desde el punto de vista de la relación jurídica, los territorios bajo dependencia
pueden ser colonias propiamente dichas o protectorados. En el primer caso, no
conservan personalidad política propia ni están sometidos a otra autoridad que no
sea la de la metrópoli. En el segundo caso, mantienen algunos elementos del
Estado – inclusive autoridades diferentes a las de la metrópoli- y algunas
prerrogativas propias de los Estados soberanos en el plano de la administración
interna- Por lo que concierne a las colonias propiamente dichas, su estatuto legal
puede ser también variable. En ciertas ocasiones la potencia dominante les
permite mantener órganos representativos al lado de la autoridad ejecutiva
metropolitana, sobre todo en el orden municipal.
El margen de gobierno propio que se deja a los protectorados es también variable.
Algunos de ellos solo enajenan la facultad de decisión final en materia de
relaciones exteriores.
Ya hemos establecido una precisión en el supuesto de que la potencia dominante
declare que sus posesiones forman parte integrante, en igualdad de condiciones
con la metrópoli, del territorio nacional. Si esa incorporación es efectiva en el plano
político, económico y cultural (caso de las Islas Canarias respecto de España) no
hay régimen colonial. En caso de que solo se trate de una cobertura, si lo habría.
Una forma particular del protectorado –y por ende del sistema colonial- fue
establecido por el Pacto de la Sociedad de Naciones con respecto a las ex
colonias alemanas que fueron separadas del Reich después de la primera Guerra
Mundial. Estas colonias fueron adjudicadas a algunas de las Naciones vencedoras
bajo el régimen de los “mandatos”. Los Estados mandatarios ejercían pleno poder
en esos territorios pero lo ejercían a nombre de la Organización mundial, a la cual
debían dar cuenta de su gestión. Los territorios fideicometidos fueron divididos en
tres categorías –A B C.- de acuerdo con su grado de adelanto y con las
perspectivas más o menos próximas que tenían para que les fuera otorgada la
independencia. La ONU continuo –bajo el nombre de fideicomisos- el régimen de
mandatos.
También son muy variables las formas de colonialismo en función de los objetivos
23
que la metrópoli se propone con respecto a los territorios bajo su dependencia.
Desde este punto de vista, las diferencias se refieren al predominio que en la
escala de prioridades de la potencia dominante tienen los valores políticos,
económicos o socio-culturales.
Hay posesiones coloniales que tienen un valor exclusivo o predominantemente
estratégico para los países que las detentan; es el caso del canal de Panamá para
los EEUU.
Se dan situaciones en que la necesidad de adquirir o conservar posesiones
coloniales se basa en el deseo de contener la expansión colonialista de otros
países. Las aspiraciones de Francia de llegar al Nilo fueron causa determinante,
sino única, de que Gran Bretaña estableciera sobre esta región el condominio
anglo-egipcio.
Los motivos económicos desempeñan un papel primordial en la vocación
colonialista de algunos Estados. Contra la tesis marxista, no creemos que sean
estos motivos los únicos que gravitaron para lanzar a los pueblos europeos a la
conquistas de nuevas tierras. Pero ese factor no estuvo nunca ausente, ni siquiera
cuando las motivaciones más profundas fueron de índole completamente distinta.
Después del descubrimiento de América, las existencias de oro y plata se
multiplicaron varias veces en occidente gracias al aporte de las minas del Nuevo
Mundo.
El valor económico de las colonias de Gran Bretaña fue muy considerable pues la
pequeñez de las islas británicas hizo que al producirse la explosión demográfica
del siglo XIX y al aumentar los consumos per capita, el aporte de los productos
coloniales se volviera indispensable para abastecer al mercado metropolitano. Las
colonias fueron también, fuente de trabajo y centros de inversión de los capitales
sin los riesgos que esas inversiones comportan cuando se hacen en países
extranjeros.
Algunas colonias tuvieron, para los países dominantes, una importancia de
carácter socio-cultural. Las metrópolis volcaban en esos casos, vastos núcleos de
población en los territorios conquistados y diseminaban en ellos su cultura y su
modo de vida. España envió a América muchos centenares de miles de sus hijos
en el lapso que medía entre el descubrimiento del Nuevo Mundo y la
emancipación de sus posesiones americanas. Aparte de ello, implantó el idioma
castellano que acabo siendo hablado por la mayor parte de las poblaciones
indígenas. Dicto un cuerpo orgánico de leyes basadas en los principios del
Derecho Natural que si bien no fueron observadas, marcaron rumbos y
morigeraron la rudeza de las costumbres. Y por encima de todo, consagró una
parte considerable de su esfuerzo colonizador a la conversión de los nativos a la
religión cristiana. La obra evangelizadora que España cumplió en Américano tiene
parangón en la historia de los sistemas coloniales, esto, lo mismo que un sistema
jurídico al de la generalidad de los casos, permite afirmar que, en cierta medida, el
24
régimen de las posesiones ultramarinas de España no fue estrictamente colonial.
Un factor gravitante en todas las empresas coloniales- cualquiera sea el motivo
predominante que condujo a realizarlas- ha sido el prestigio. El prestigio que
confirió durante mucho tiempo la condición de potencia colonial, la competencia un
tanto pueril de ver pintados muchos territorios con un mismo color en los mapas,
contribuyo a explicar ese aferrarse a conquistas onerosas.

COLONIALISMO E IMPERIALISMO.
Estos dos términos son usados con frecuencia en forma indistinta, y sin embargo
no son sinónimos. Existe entre ellos puntos de contacto, pero también poseen
diferencias que conviene apuntar. Imperialismo, dijimos, es toda política de
expansión que no limita sus objetivos a un campo o a un punto determinado sino
que los considera como virtualmente ilimitados.
El colonialismo ha sido imperialista en la medida en que ha procurado, mediante la
adquisición de nuevos territorios y mediante la subyugación de otros pueblos,
perseguir una política e poder. El imperialismo ha sido colonialista en la medida en
que sus aspiraciones ecuménicas de poder lo han llevado a conquistar regiones
distantes y habitadas por poblaciones de un grado inferior de desarrollo
económico o cultural.
La confusión entre estos dos términos se justifica porque históricamente las
primeras potencias han sido generalmente colonialistas y a su vez las naciones
dueñas de imperios coloniales más vastos han sido imperialistas.
El imperialismo fue colonialista porque la posesión de colonias confería una serie
de elementos que el imperialismo procura como metas supremas. Las colonias
estimulaban la actividad nacional y abrían campos nuevos al desarrollo de la
energía creadora de los más capaces. Servían de argumento persuasivo para el
aumento del poderío militar, sobre todo en el aspecto naval. Permitían extender la
presencia de un Estado hasta los confines más apartados de la tierra. Y estaban
de moda. En la época de oro de la política internacional clásica, todo país
imperialista que se respetara debía tener colonias. Esa posesión daba status. Ello
explica la urgencia con que Alemania se lanzó a las empresas coloniales después
de la guerra del 70.
El auge del colonialismo fomento pues, el imperialismo. Pero no lo engendró
porque el imperialismo responde a causas más profundas y permanentes que las
adquisiciones territoriales. Hoy la era colonial ha llegado a su término y sin
embargo el imperialismo continuasiendo una realidad actuante. Ya no se nutre de
tierras lejanas o de poblaciones exóticas. El imperialismo de hoy es menos
pintoresco pero más efecto que el de hace cien años. No se contenta con
domesticar al bon savage. Quiere dominar el cosmos.

25
BALANCE DEL COLONIALISMO.
Desde el término de la segunda guerra mundial el régimen colonial ha sido uno de
los “tabús” de la política internacional. Es innegable que el régimen colonial genero
graves males, no solamente para los pueblos dominados sino también para las
metrópolis. Estos males fueron de orden moral, político y económico.
De orden moral porque el sistema colonial favoreció la corrupción de los
conquistadores y los conquistados, además el descubrimiento y la colonización de
nuevas tierras hizo revivir a la esclavitud (extinguida en los pueblos cristianos a
fines del siglo XV), además la carencia y mala calidad de la mano de obra
americana provoco, con su cortejo de inenarrables crímenes y sufrimientos, la
esclavización de muchos millones de negros africanos.
A la reviviscencia de la esclavitud se añadieron otros efectos nocivos del orden
moral. Vicios y enfermedades no conocidas por los nativos fueron transportados a
las colonias por los conquistadores e hicieron estragos. Poblaciones que eran,
antes del descubrimiento, comparativamente sanas se vieron diezmadas por el
alcoholismo y la tuberculosis, la lujuria de muchos conquistadores hizo fácil presa
en las mujeres indígenas. Por mucho tiempo, las “ovejas negras” de las familias
prominentes eran enviadas a las colonias para salvarlas así de la cárcel o del
patíbulo.
Del orden político porque el coloniaje exacerbo las rivalidades y las luchas por el
poder entre algunas de las grandes potencias europeas. Estas guerras coloniales
no fueron llevadas a cabo con el decoro con lo que fueron las contiendas
metropolitanas.
En el plano económico, la explotación irracional de algunos territorios coloniales
agotó rápidamente sus fuentes de producción y se volvieron inservibles. Los
metales preciosos fueron un arma de doble filo pues si bien promovieron rápidos y
fabulosos enriquecimientos, estos fueron efímeros y el oro y la plata traídos de las
Indias por España y Portugal fueron a parar en manos de los países más
industrializados del norte de Europa.
Con el mismo esfuerzo de objetividad veremos ahora los bienes que trajo consigo
la colonización.
Ante todo, la conquista de nuevas tierras fue el motor principal que impulso una
ampliación de conocimientos como no se había registrado en ninguna época
anterior en la historia universal. Las ciencias de la naturaleza recibieron aportes
invalorables que se extendieron desde la flora, la fauna hasta la sociología y la
historia. El repertorio del saber humano se ensancho en proporciones
incalculables.
Junto con estas tareas, el hombre europeo llevo a las nuevas tierras muchos
bienes de una civilización y cultura incomparablemente superiores a las de los
pueblos conquistados. Los europeos difundieron las ciencias y las técnicas; a
26
través de su empuje, el Viejo Mundo se benefició con recursos y productos hasta
entonces ignorados y los mundos nuevos pudieron aprovechar los progresos
ganados por la inteligencia y el trabajo del hombre occidental a lo largo de tres mil
años. Los lugares malsanos se volvieron salubres. La medicina hizo bajar la
mortalidad y atenuó los efectos de muchas enfermedades antes endémicas. Las
artes, las ciencias y las letras dieron frutos admirables.
Finalmente, y sobre todo, la colonización de regiones desconocidas permitió
difundir el mensaje evangélico y con él, su doctrina de amor y fraternidad. La
propagación de la fe cristiana de los misioneros es una de las páginas más nobles
de la historia humana y redime a los pueblos que la llevaron a cabo de muchas de
sus culpas y de sus errores. Con la nueva fe llegaron a los pueblos sometidos
formas más dignas de vida, una organización de vida familiar más conforme a la
naturaleza del hombre, un sentido más cabal de la ley, un mayor respeto por la
dignidad de la persona humana. La obra evangelizadora cumplida a la vera de la
colonización europea represento una obra grandiosa de elevación moral.

EL “NEOCOLONIALISMO”.
Ante la persistencia de los resquemores y los econos provocados por los siglos de
dominación entre las antiguas colonias y las antiguas metrópolis, se ha facilitado la
creación de un nuevo mito que se ha designado como “neocolonialismo.
Nasser ha declarado que existe neocolonialismo cuando las potencias
imperialistas, aun renunciando a las apariencias de la dominación política, retienen
el poder real en otro país por procedimientos militares, económicos o culturales o
por los tres a la vez. El neocolonialismo se valdría pues, de tres medios distintos
para llegar a la misma meta de dominación.
Dentro de esta definición, habría neocolonialismo cuando una ex metrópoli
conserva en su antigua colonia bases militares o mantiene fuerzas de ocupación.
No importa que estos establecimientos militares resulten de tratados suscriptos
entre las partes. En realidad, toda alianza militar entre una ex colonia y la antigua
metrópoli sería una manifestación de neocolonialismo.
También habría neocolonialismo cuando, en virtud de la perduración de las
relaciones económicas estrechas, la ex colonia estuviera a la merced de la ex
metrópoli para asegurar su subsistencia material. Así, por ejemplo el hecho de que
aquellas comercien predominantemente con estas, la agrupación en organismos
económicos que agrupen a las colonias emancipadas con sus antiguos
dominadores, serian también expresiones de neocolonialismo.
Finalmente, habría neocolonialismo cuando la potencia dominante mantiene un
influjo cultural preponderante sobre la ex colonia. Este predominio cultural se
puede traducir en la orientación de la enseñanza, en la vinculación entre las elites
intelectuales con la ex metrópoli, en el cultivo de tradiciones comunes y sobre
todo, en la solidaridad ideológica con el pensamiento que prevalece en la antigua
27
potencia dominante.
La peor manifestación de neocolonialismo para quienes condenan este sistema es
la preservación de la unidad espiritual entre “amos y esclavos”.
Corresponde ahora analizar qué es lo que hay de verdadero y que es lo que hay
de ficticio con el tema del neocolonialismo. Pero antes conviene puntualizar que si
bien la acusación va principalmente dirigida contra las ex metrópolis en sus
relaciones con las antiguas colonias, ella se extiende también al trato entre las
potencias calificadas de “imperialistas” y los países más débiles. Habría así, un
neocolonialismo norteamericano en relación con África, Asia y América Latina
aunque los EEUU no hayan sido una potencia colonial.
Lo cierto es que para las potencias coloniales las colonias habían dejado de “ser
negocio” porque los gastos que importaban para garantizar su orden interno y su
seguridad exterior eran mayores que los beneficios que de ellas se extraía. La
conservación de un poder oculto sería mucho más onerosa para ellas que el
simple mantenimiento del status quo anterior.
Es verdad que, en algunos casos, las antiguas metrópolis han suscripto pactos de
seguridad con las ex colonias, pero lo que las ha movido a concretarlos es el
esquema estratégico general frente al otro bloque ideológico antes que la
intención de mantener una posición dominante en el país en el cual se ha
celebrado el acuerdo.
Por último, en lo que concierne al “neocolonialismo cultural” la acusación parece
poco seria, porque son las ex colonias las que han deseado conservar, para su
propio beneficio, este tipo de vínculos. La incorporación a culturas innegablemente
superiores como generalmente son las de las ex metrópolis levanta y no rebaja el
nivel intelectual interno y realza el prestigio de los nuevos países en el exterior. Es
esa la razón por la cual los pueblos anteriormente sometidos no han renunciado a
la lengua y a muchas de las instituciones y costumbres de la potencia dominante.
Por esa vía seguían comunicados con la civilización. La otra vía, podía llevarlos,
en breve plazo, a la barbarie.
Excusado es decir que esta apreciación general negativa que se acaba de hacer
respecto de la realidad del neocolonialismo no implica negar la existencia de
situaciones en las que un país poderoso emplea los canales que se han
mencionado para dominar a otros. Sabemos además, que en la descolonización
contemporánea los cortes de vínculos no han sido totales.

Unidad 15

28
DIPLOMACIA

ORGANOS ANTECEDENTES

UNIDAD
16
PROCEDIMIENTOS PROCEDIMIENTOS
NO AMISTOSOS AMISTOSOS

FUNCIONES FORMAS

UNIDAD XVI

Medios e instrumentos de la política exterior. Métodos diplomáticos. La


negociación. La conciliación. Métodos coactivos no bélicos. La presión económica.
La posición en los organismos internacionales como recurso para la imposición de
políticas o intereses nacionales. Acuerdos políticos y alianzas militares. La OTAN.
La guerra como instrumento de política exterior.

Los instrumentos de la Política Exterior.

Mario Amadeo.

LA DIPLOMACIA: DEFINICION Y CONCEPTO.

La diplomacia consiste en el conjunto de organismos mediante los cuales los


Estados manejan sus relaciones internacionales y de los procedimientos que
dichos organismos emplean para la consecución de sus objetivos. En efecto, es
habitual que se la utilice para caracterizar la política exterior de un determinado
país en un momento o en una circunstancia dada, sin embargo; una cosa es la
política exterior que sigue un Estado y otra el mecanismo formal que emplea para
ejecutarla. La diplomacia tuene carácter de medio; no tiene carácter de fin.

La diplomacia consiste en un conjunto de organismos. La diplomacia como hecho


histórico precede a su institucionalización, de tal manera que los organismos de la
diplomacia son cronológicamente muy posteriores a ésta. Pero en la época actual,

29
los organismos son parte esencial e inseparable de la diplomacia; por esto es justo
identificarlos dentro de la definición.

La diplomacia también consiste en un conjunto de procedimientos. No todos los


procedimientos de acción internacional tienen carácter diplomático. No lo tiene la
guerra, ya que los conflictos bélicos movilizan a la Nación en pleno y manejan,
como principal instrumento la fuerza armada. La diplomacia, en cambio, se vale de
medios pacíficos y se conduce por vías especializadas.
Todo Estado que realiza una acción diplomática tiene en vista la consecución de
determinados objetivos. Como es obvio, no toda acción diplomática está
directamente ligada a los grandes objetivos nacionales. Pero aun en los casos en
que la acción se persigue, existe, en última instancia, una meta que con esa
acción se persigue.

Para la gran mayoría de la gente. La palabra diplomacia evoca instintivamente la


idea de protocolo o ceremonial. Sin embargo, la diplomacia, siendo también eso,
es mucho más que eso. En última instancia la diplomacia es el camino que ha
encontrado la civilización para que los conflictos entre los pueblos sean ordenados
y pacíficos y no se limiten a la agresión armada con fines de mutua destrucción.

ANTECEDENTES HISTORICOS.

Desde que hay registro continuado del acontecer humano, se comprueba la


existencia de relaciones que, dentro de la latitud de nuestra definición cabe
calificar de diplomáticas.
Como todas las instituciones del mundo antiguo, la diplomacia estuvo en sus
origines, bajo el signo de lo sacral. El enviado extranjero era respetado no porque
representara a otra comunidad política sino porque se lo consideraba investido de
una misión religiosa. Más que el representante del gobierno, era el emisario de los
dioses.
Donde la diplomacia antigua alcanzo un mayor grado de perfección fue, sin duda,
en Grecia. Contribuyo para ellos su división en pequeñas unidades políticas que
generaron alianzas y antagonismos entre ellas de los cuales surgió una actividad
diplomática bastante intensa.
Los romanos en cambio, no practicaron las artes diplomáticas con mucha
asiduidad. La vocación imperialista del pueblo romano no lo movía a resolver sus
conflictos por medio de la negociación sino por medio de la guerra. En
compensación, este pueblo de juristas estableció normales legales que definían la
situación jurídica de los extranjeros dentro del Estado romano y fijaban sus

30
obligaciones y derechos.
Existe consenso unánime de que la diplomacia tal como hoy la conocemos, así
como la instalación de misiones permanentes ante los gobiernos extranjeros,
nació en Italia, hacia el final de la Edad Media y comienzos del renacimiento. La
primera misión de este tipo que la historia registra fue la que estableció el duque
de Milán, Francisco Sforza, en la Republica de Génova, en 1455. Muy poco
después, la práctica se generalizo entre las repúblicas y principados italianos,
sobresaliendo en esa práctica, la Republica de Venecia. Los embajadores
venecianos fueron acreditados ante los gobiernos no italianos, como España y
Francia.

LA DIPLOMACIA CLASICA
La era de la llamada “diplomacia clásica” se extiende entre la Paz de Westfalia
(1648) y el Tratado de Versalles (1919). Durante estos 270 años se elaboró y
perfeccionó una de las grandes creaciones de la civilización europea. Los rasgos
que caracterizan a la diplomacia clásica son los siguientes: La primera “regla de
juego” sobre la que se basaba la diplomacia clásica era el respeto por la soberanía
de los Estados. Este respeto no comportaba la idea de igualdad jurídica, pero si
entrañaba la noción de integridad política (aunque no territorial) del Estado y su
derecho a la existencia.
La segunda regla era la afirmación implícita de la unidad europea. Durante el
periodo dinástico de la diplomacia clásica, esa unidad se manifestó bajo la forma
de una “comunidad de fortuna” entre las testas coronadas. En el periodo nacional,
ese sentimiento de solidaridad subsistió bajo la forma de una creencia genérica en
los valores de la civilización y en la existencia de intereses comunes a todas las
potencias. El “concierto europeo” fue la expresión política de esa solidaridad.
La tercera regla consistía en considerar a la guerra como un conflicto entre
gobiernos y no como una lucha entre pueblos. Las luchas terminaban por
concesiones territoriales que no destruían al vencido y en el periodo dinástico, la
paz se completaba a menudo por alianzas matrimoniales entre las familias de los
soberanos beligerantes.
La cuarta regla de juego de la diplomacia clásica consistía en respetar el equilibrio
de poder o sea la norma según la cual ningún Estado de la comunidad
internacional podía poseer más poder que todos los demás reunidos. (Ej actual,
EEUU para con el resto de América).
La quinta regla comportaba el respeto absoluto por lo que hoy se denomina el
“dominio reservado” de los Estados. Cada país y cada gobierno era absolutamente
libre de hacer dentro de su territorio, lo que más le placiera.
El auge de la diplomacia clásica coincidió con el pleno desarrollo del derecho
internacional. Fundado por Francisco de Vitoria y perfeccionado por Grocio, el
derecho internacional se perfecciona como disciplina independiente en la época
31
que ahora examinamos y se erige en elemento esencial y complementario de la
actividad diplomática. La regla pacta sunt servanda se afianza hasta el punto de
que entre 1815 y 1914 –culminación de la diplomacia clásica- son suscriptos más
de diez mil tratados y acuerdos internacionales. Muchos de estos instrumentos
son el resultado de conferencias y congresos cuyo desarrollo marca así el
comienzo de la diplomacia multilateral.
Ya señalamos que el régimen de representaciones permanentes se generalizó a
partir de la paz de Westfalia y a comienzos del siglo XVIII. Como consecuencia – o
simultáneamente- se instituyeron los órganos centrales de la política exterior y
empezaron a funcionar las cancillerías. La carrera diplomática (la carrera por
excelencia) era celosamente preservada de los avatares de la política interna. Se
creó un “estilo diplomático” que tuvo universal vigencia y una lengua común. Al
comienzo, esa lengua fue el latín, pero a partir de la paz de Utrecht (1713) el
francés quedo consagrado como el idioma de la diplomacia. La acción de los
representantes diplomáticos comenzó a gravitar poderosamente en los asuntos
internacionales.
En la era de la diplomacia clásica las relaciones internacionales se vieron
reguladas por formas exteriores estables y sujetas a un severo ceremonial. La
cortesía internacional se regía por reglas que eran tanto, o más observadas que
las propias normas jurídicas.
Regla de oro de la diplomacia clásica era el secreto de las negociaciones y,
muchas veces, de los acuerdos entre ellas celebrados. La opinión pública no fue
tenida en cuenta hasta la Revolución Francesa, y después de este acontecimiento
histórico se juzgó preferible no hacerla participar de las vicisitudes diplomáticas.
En síntesis, a lo largo de casi tres siglos se había elaborado un sistema de trato
entre los Estados que permitía con todos los defectos que dicho sistema poseía,
asegurar la vigencia no lejana de una comunidad internacional orgánica. Pero la
falta de principios auténticamente rectores, la carencia de instancias últimas a las
cuales referirse, impidieron que ese ideal pudiera realizarse. La derrota del
legitimismo afecto seriamente el estilo de la diplomacia clásica. La guerra de 1918
transformo sustancialmente el panorama internación y, entre otras cosas, puso
término a su reinado.

LA DIPLOMACIA CONTEMPORANEA.
Muchos de los valores de la diplomacia clásica se extinguieron junto con la época
que los vio florecer, otros nuevos han surgido cuyos méritos son innegables.
Cabe, ante todo, precisar que no todos los elementos y valores de la diplomacia
clásica han desaparecido de la escena. Más aun no solamente puede afirmarse
que algunos de sus basamentos principales siguen en pie sino también debe
reconocerse que algunas instituciones capitales se han vigorizado en sus
fundamentos políticos y jurídicos. Por vía de ejemplo, recordemos que la
32
Convención de Viena de 1960 sobre privilegios e inmunidades diplomáticas
confiere mucho más rigor y universalidad a las prerrogativas de los agentes
diplomáticos de las que poseían en tiempos de la diplomacia clásica.
Los tres elementos capitales que han contribuido a la creación de la diplomacia
contemporánea son: el sentido creciente de la comunidad internacional, la
valoración cada vez mayor de la opinión pública y la aceleración de las
comunicaciones.
El sentido creciente de la comunidad internacional ha determinado una prodigiosa
multiplicación de la actividad diplomática tanto en extensión como en profundidad.
Hasta hace muchas décadas, los países que participaban de la vida de relación
internacional eran menos de la tercera parte de los que hoy se encuentran
incorporados a ella. Este aumento, se ha hecho casi en su totalidad, a base del
acceso de países no europeos y anteriormente no independientes a la comunidad
internacional. Esta pues, se ha “democratizado” y ha perdido el carácter de un club
casi exclusivamente reservado a los pueblos de raza blanca.
La diplomacia contemporánea – con relación a la clásica- se ha expandido
también en profundidad. Quierese decir que no solamente ha aumentado el
número de sujetos de la actividad diplomática sino que se ha producido una
extraordinaria diversificación de los temas en el repertorio cotidiano de dicha
actividad. Antes, los problemas que se abordaban entre los Estados eran, en el
sentido estricto de la palabra, predominantemente políticos. Hoy, casi casi todos
los asuntos que son de materias de interés interno lo son también de interés
internacional. Las cuestiones económicas y financieras, los problemas científicos y
técnicos en sus más variados aspectos, los asuntos culturales, son objeto de
negociaciones internacionales y determinan la celebración constante de
encuentros bilaterales así como también de congresos y conferencias.
La valoración cada vez mayor del factor opinión pública ha dado lugar a la
aparición de lo que Nicolson llama diplomacia democrática. Se trata, tal vez, del
rasgo que más nítidamente distingue a la diplomacia contemporánea de su
predecesora, la diplomacia clásica.
La aspiración de que el pueblo tomara conocimiento y opinara sobre la conducción
y manejo de los negocios extranjeros fue ya planteada en la época anterior (en
1808 Matternich, embajador de Paris, hacía referencia a ese anhelo)
La situación cambio como consecuencia de la primera guerra mundial, que barrió
con los regímenes mas firmemente adeptos a la diplomacia tradicional. El primero
de los 14 puntos del presidente Wilson, que establecía la necesidad de que los
acuerdos internacionales fueran negociados a la luz pública y dados a conocer
una vez celebrados; marco la pauta a la que se ajustaría la actividad diplomática
hasta el día de hoy.
El tema de la diplomacia secreta y la diplomacia abierta está muy trillado, y son
ampliamente conocidos por los argumentos a favor y en contra de cada uno de los
33
procedimientos. Por nuestra parte, creemos que la publicidad de la acción
diplomática, en la forma irrestricta en la que se ha llevado a cabo, no ha favorecido
la causa de la paz internacional. La diplomacia secreta tenia, sin duda,
inconvenientes serios. Pero la “diplomacia abierta” ha agravado las tensiones
internacionales mucho más.
El elemento más nocivo que contiene la diplomacia abierta es la permanente
necesidad en que se encuentran los conductores de la política exterior de
presentar ante sus propios pueblos (y también ante los demás) éxitos
espectaculares y victorias resonantes. La búsqueda de prestigio nacional o
personal se convierte así en primicia. Esta apetencia inmoderada de “victorias de
prestigio” y de ese temor de hacer un “mal papel” ante la opinión publica resultan
muy peligrosos cuando se trata de países poderosos y dotados de fuerte
capacidad destructiva.
El ideal sería retomar algunas prácticas de la diplomacia clásica por lo que
concierne al secreto de las negociaciones y mantener el principio de la publicidad
por lo que se refiere a los actos formales. Los pueblos tienen derecho a saber, sin
duda, cual es la índole de los compromisos contraídos por sus gobiernos y cuál es
el alcance de sus obligaciones internacionales. Pero no necesitan interferir
permanentemente en el quehacer cotidiano de los diplomáticos ni inyectar
elementos emocionales en la toma de decisiones que requieren un conocimiento
cabal de los verdaderos términos del problema.
Donde resulta evidente que la diplomacia contemporánea es de nivel inferior a la
diplomacia clásica es en la observancia de las formas. Es admisible afirmar que la
diplomacia tradicional confirió excesiva importancia a los formalismos con que se
rodeaba a las relaciones internacionales y que muchos de los elementos de su
ritual nos parecerían hoy complicados y por veces ridículos. Hoy se ha caído en el
exceso opuesto y el desdén por las formas se manifiesta tanto en los
acontecimientos trascendentales como en los actos baladíes. Esta subestimación
de las formas en la diplomacia contemporánea afecta sobre todo al lenguaje. En la
diplomacia contemporánea se utiliza una terminología directa y cruda que
contribuye a la exacerbación de los conflictos.

LOS ORGANOS DIPLOMATICOS


Desde la instalación de las primeras misiones permanentes en países extranjeros
la vida de relación internacional empezó a moverse por los canales institucionales.
Surgió así la diplomacia organizada. Los aspectos jurídicos de la organización
diplomática forman parte del derecho internacional público, con el nombre de
“derecho diplomático”.
Todos los Estados de la comunidad internacional,poseen hoy, con mayor o menor
grado de amplitud y desarrollo, un “Servicio Exterior”. El Servicio Exterior está
formado por una Cancillería o Ministerio de Relaciones Exteriores y por las
34
misiones diplomáticas acreditadas en los países extranjeros.
El Ministerio de Relaciones Exteriores o Cancillería (que recibe nombres diferentes
según los países) es el órgano por cuyo intermedio los países dirigen y ejecutan la
política exterior. Tiene a su cabeza a un Ministro o Secretario de Estado que es
designado de acuerdo con los procedimientos constitucionales de cada país.
Aunque el Ministro de relaciones exteriores es el jefe nato del Servicio Exterior, no
forma parte del ex officio, lo que no impide que pueda ser, accidentalmente,
funcionario diplomático de carrera.
Corresponde al Canciller, bajo la autoridad del jefe del Estado o del gobierno, la
responsabilidad directa de dirigir y ejecutar la política exterior de su país.
En los países de régimen parlamentario, el Canciller, como los demás secretarios
de Estado, es miembro del poder legislativo, y debe abandonar el cargo si es
derrotado en las elecciones, Por la importancia que reviste la política exterior para
algunos países de ese régimen, el Primer Ministro o Presidente del Consejo suele
adjudicarse a sí mismo la cartera de Relaciones Exteriores.
Conviene tener en cuenta que el Ministro de Relaciones Exteripres es un
funcionario político y que, por tanto, no se requiere que sea un “técnico” en
relaciones internacionales.
Lo dicho no implica, por supuesto, preconizar la conveniencia de que el Ministro
sea un lego total en relaciones internacionales. Aparte de la sensibilidad y de la
intuición política, que son cualidades inherentes a todo estadista, debe tener ideas
generales, pero al propio tiempo bastante clara, sobre la política internacional de
su tiempo y, particularmente, sobre la política exterior de su país. Debe poseer
una sólida cultura general, hablar con fluidez alguno de los idiomas de
comunicación internación y no ser un ignaro de la geografía, debe estar dotado de
la necesaria flexibilidad y, al propio tiempo, ser un hombre de firme carácter. No
debe estar permanentemente preocupado por el “qué dirán” ni ser demasiado
sensible a los elogios y los vituperios.
Después de la primera magistratura, el Ministro de Relaciones Exteriores, es
quizás, el puesto público desde el cual se puede prestar servicios más destacados
a la Nación y por consiguiente aquel desde el cual se le puede inferir más daños.
Ello es así en virtud de la importancia de los intereses del Estado, para su
seguridad y para su grandeza, tienen las relaciones internacionales.
El Ministro de Relaciones exteriores conduce la política exterior y la ejecuta. La
tarea de conducción es personal y no puede ser delegada en otros si bien, el
Ministro puede y debe requerir el asesoramiento de los colaboradores. En cuanto
a la ejecución su papel el primordialmente de conducción y vigilancia. Resulta,
inclusive, conveniente que el Canciller no intervenga de forma demasiado directa
en todas las fases de negociación y que no sea demasiado accesible a los
representantes extranjeros.
Por lo que concierne al Ministerio de Relaciones Exteriores como institución, se
35
trata de un resorte administrativo comparativamente reciente y, desde luego,
posterior a la creación de misiones diplomáticas permanentes (antes estas
dependieron directamente de los jefes de Estado). Hasta el siglo XVIII las grandes
potencias europeas no tuvieron siquiera los rudimentos de lo que hoy puede
considerarse como un Ministerio de Relaciones Exteriores organizado.
La organización y estructura del Ministerio de Relaciones Exteriores es materia de
política interna y el régimen administrativo.
Es esencial que la Cancillería sea el órgano por excelencia para la dirección de la
política exterior y que su palabra sea la final, bajo la autoridad del Estado.
Las representaciones diplomáticas en el exterior constituyen el otro ingrediente del
Servicio Exterior, ellas son los canales naturales a través de los cuales se
desarrolla la actividad diplomática, las representaciones diplomáticas pueden
tener, en principio, jerarquía de Embajadas o de Legaciones pero la tendencia
universal es unificar el nivel representativo en el rengo de Embajada.
Las representaciones diplomáticas se encarnan en la persona del Jefe de Misión
pues, a él corresponde la plenitud de la representación. En cierto modo, él es la
Misión y tanto sus méritos como sus fallas revierten en el país. Los demás
funcionarios, cualquiera sea su jerarquía diplomática, son sus auxiliares. Solo él
tiene la capacidad representativa. Por eso, el primer papel que cuadra al Jefe de
Misión consiste en representar a su patria ante la nación ante la cual se encuentra
acreditado. Esta representación no solamente es formal y burocrática sino
también moral y humana.
En su carácter de representante del Estado que lo acredita, el Jefe de Misión
negocia conel gobierno recipiente y, debidamente autorizado, suscribe acuerdos
que obligan al país acreditante. Pese a que el nombre del cargo que desempeña
sea Embajador (o Ministro) Plenipotenciario, los Jefes de Misión no pueden
obligar a su país sin autorización expresa, o plenipotenciaria firmada por el Jefe de
Estado.
Función también del Jefe de Misión es observar lo que ocurre en el país en el que
se encuentra acreditado e informar de ello a su gobierno.
Finalmente, el Jefe de Misión tiene el deber de velar por sus connacionales que
se encuentran en el país donde actúa y prestarles, con el debido respeto por la
soberanía local, la asistencia que necesiten. A esto se llama protección
diplomática.
Además del personal de Cancillería, las Representaciones diplomáticas cuentan
con personal de otros Ministerios para funciones especializadas. Este personal
esta jerárquicamente subordinado al Jefe de la Misión pero actúa por instrucciones
directas de los Ministerios y reparticiones del cual depende.
El Servicio Exterior está también integrado por los agentes consulares cuyas
funciones son económicas y administrativas. A los cónsules compete todo lo
concerniente a los connacionales residentes en la jurisdicción, expedición de
36
pasaportes, otorgamientos de visados y otros asuntos de análoga naturaleza.

LA PERSONALIDAD DEL DIPLOMATICO.


Para nuestro estudio, cobran interés primordial los aspectos que se refieren a la
personalidad humana y política de los funcionarios diplomáticos, que son algunas
de las condiciones que se deben reunir para desempeñarse con capacidad y con
acierto.
Entre las leyendas que rodean esta peculiar profesión está la de que el
diplomático debe ser en principio y suele ser en los hechos, un personaje mendaz,
ejercitado en el arte del disimulo e incapaz de expresarse con franqueza. Pero no
es cierto que la mejor diplomacia consista en la ocultación sistemática de la
verdad. Creemos, por el contrario, que la veracidad en lo esencial constituye una
virtud capital del diplomático y una condición indispensable para su éxito.
Lo que quiere significar cuando se dice que el diplomático debe ser veraz es que
no debe falsificar los hechos ni introducir deliberadamente a error al interlocutor ni
hacer promesas que sabe que no han de ser cumplidas.
Esta fidelidad a la verdad esencial no es exclusivamente el fruto de la sumisión a
una norma moral, sino también una sabia regla de convivencia política. El prestigio
es uno de los valores más cotizados en la vida internacional y el prestigio solo se
adquiere cuando se inspira confianza.
El diplomático puede ser sincero o ser mentiroso con un gesto, con la acentuación
de su voz, con una infamia alteración en el matiz. Ser veraz quiere, ante todo,
decir ser preciso y claro.
La otra condición que cabría exigir al diplomático, es su compresión íntima del
país donde vive. El gran riesgo que acecha a los diplomáticos en el exterior es la
incomprensión y esta se traduce las más de las veces en aversión insuperable.
Esta aversión que no tarda en ser advertida, conspira contra la eficacia de la
acción del diplomático pues lo aísla de la comunidad y le priva de medios de
información y de penetración en el medio en el que actúa.
Entiéndase bien que “comprender” en manera alguna significa identificarse con el
país extranjero y abrazar sus puntos de vista. Ocurre algunas veces que el
diplomático, deseoso de ver su misión coronada por el éxito, procura congraciarse
con el gobierno y con la opinión pública del país donde se encuentra acreditado, y
ello lo lleva inconscientemente a convertirse en el abogado de éste ante su propio
gobierno.

EL ESTILO Y EL LENGUAJE DE LA DIPLOMACIA.


La diplomacia se caracterizó, desde sus orígenes, por poseer un estilo y lenguaje
propios.
Cuando hablamos del “estilo” diplomático hacemos referencia a un modo de
proceder, unas reglas de acción que son privativas de la vida de relación
37
internacional.
En primer término, conviene recordar que la finalidad primordial de la diplomacia
consiste en defender el interés nacional, en la medida de lo posible por vías
pacíficas y por el camino del acuerdo. El objeto de la actividad diplomática no es
provocar conflictos, sino tratar de resolverlos. Ciertamente, ocurre con frecuencia
que, ante el fracaso de los esfuerzos conciliatorios, la actividad diplomática debe
manifestarse con una fuerza de la que su final expresión es la declaración de
guerra. Pero ello no invalida la afirmación de que el propósito básico de la acción
diplomática sea procurar soluciones armónicas.
La segunda realidad que conviene tener presente es que no siempre la violencia
de las actitudes constituye el mejor camino para llegar a los objetivos que se
persigue. Cuando Austria-Hungríaenvió su ultimátum a Serbia a raíz del crimen de
Sarajevo, planteo exigencias que ningún otro país digno podría haber aceptado.
Acaso esa actitud, que implicaba la guerra. Hubiera sido conveniente si el
pequeño país balcánico hubiera estado solo. Pero detrás de él se encontraba
Rusia que no podía tolerar- en salvaguarda de su propio prestigio- la humillación
de su protegido. El resultado fue la conflagración mundial.
Por estos motivos, la mesura constituye la característica más peculiar del estilo
diplomático.
A la mesura debe agregársele la calma. Ya hemos señalado la necesidad de que
en el manejo de las relaciones internaciones predomine la razón sobre las
pasiones. Este predominio supone moverse con imperturbable serenidad. El
nerviosismo y la exaltación no son buenos consejeros e inducen, casi siempre, a
cometer errores irreparables.
Esta demás decir que estas virtudes de moderación no excluyen la firmeza cuando
las circunstancias lo exigen. El gobierno que emplea un estilo ambiguo n
circunstancias que exigen claridad y energía incurre en una falta tan grave como
aquellos que actúan bajo los efectos de la ira.
El estilo diplomático debe tener muy en cuenta las modalidades del país al cual se
habla o respecto del cual se actúa.
Parte inseparable del estilo diplomático es el lenguaje. La importancia de las
palabras es a veces mayor que la de los hechos y es conocida la frase que se le
atribuye a Talleyrand: “A veces es peor decir una tontería que cometerla”.
El decir las cosas en un tono menor- lo que los anglosajones llaman
understatement- es una modalidad propia y a veces un vicio de la diplomacia.
(Suavizar las cosas para que no quede tan mal). Otra manera de quitar énfasis a
las expresiones consiste en formular la frase de manera negativa. El recurso, a
veces abusivo, a fórmulas estereotipadas y a frases hechas constituye otra
modalidad del lenguaje diplomático.
Una de las manifestaciones más ostensibles del tránsito de la diplomacia clásica a
la diplomacia actual ha sido la transformación del lenguaje diplomático, al pasar
38
desde los eufemismos al uso de un lenguaje más directo y a menudo más crudo.
La “Guerra Fría” ha dado pie a una verdadera irrupción de vulgaridad. Todavía
está presente en la memoria de quienes contemplaron la escena, el gesto de
Krushev interrumpiendo violentamente al primer ministro inglés, mediante el
procedimiento de sacarse el zapato y golpear violentamente con él su pupitre de la
asamblea de las NU.
Por anacrónico y por rebuscado que pueda parecer a los profanos de nuestra
época, el lenguaje diplomático representa un auxiliar valioso para promover la
convivencia internacional. La suavidad de las expresiones no engaña al
interlocutor sobre el verdadero sentido que éstas encierran pero atenúa la dureza
de los choques y no exacerba a la opinión pública. Es de desear, por tanto, que en
este punto, al menos, se recupere algo del afinamiento verbal logrado por la
diplomacia clásica.
La diplomacia tradicional no solo tuvo un lenguaje propio sino también un idioma
común. Este idioma vario según las épocas pero siempre represento el vehículo
para el dialogo entre los países de lenguas diferentes.
Desde los orígenes de la diplomacia clásica y hasta comienzos del siglo XVIII el
idioma diplomático fue el latín, la lengua culta del mundo occidental. En latín se
redactaban los tratados, se comunicaban entre si las cancillerías, conversaban los
embajadores entre sí y con las potencias extranjeras. En latín fueron escritas
todas las obras primas del derecho internacional.
A partir del Tratado de Utrecht (1713) y hasta la primera guerra mundial, la lingua
franca de la diplomacia fue el francés. A ello contribuyo tanto el rigor y la precisión
de esta lengua como el prestigio mundial que Francia conquistó durante el reinado
de Luis XIV.
La supremacía mundial que Gran Bretaña conquisto después de las guerras
napoleónicas y el surgimiento de EEUU como gran potencia, confirieron al idioma
inglés el predominio que antes tenía el francés. Entre las dos guerras mundiales
se estableció entre ambas lenguas una suerte de paridad, pero después de la
segunda, la supremacía del inglés se volvió indiscutible.
Actualmente, el organismo mundial reconoce cinco idiomas oficiales que son el
inglés, el francés, el ruso, el español y el chino. De estos cinco idiomas, dos – el
francés y el inglés- son considerados “idiomas de trabajo”.

FORMAS DE DIPLOMACIA.
Diplomacia directa.
Llámese diplomacia “directa” aquella que prescinde de los emisarios y
representantes habituales- el personal diplomático- y se lleva a cabo a través de la
negociación o el dialogo entre los propios conductores de la política internacional.
La diplomacia directa es pues, la que reúne a los Jefes de Estado o de gobierno o
a los Ministros de Relaciones Exteriores o titulares de otras carteras de los
39
respectivos países.
La diplomacia directa no fue muy practicada en la era de la diplomacia clásica.
Señalada excepción a esta regla fue el Congreso de Viena, donde se reunieron los
Jefes de Estado y los Cancilleres de casi todos los países intervinientes.
A partir de la primera y sobre todo la segunda guerra mundial, la diplomacia
directa ha proliferado de tal manera y en tal medida que se ha convertido en un
modo de negociación regular y permanente entre los Estados. Los acuerdos entre
los vencedores que regularon el ordenamiento posterior a la segunda guerra
mundial fueron logrados por medio de las conversaciones mantenidas entre los
“tres grandes” 8los jefes de los gobiernos norteamericano, británico y ruso) en
Yalta y en Potsdam. Cuando los encuentros congregan a los Jefes de Estado o de
gobierno, se duele usar la expresión “diplomacia en la cima” o “en la cumbre”.
La diplomacia directa es materia de muchas controversias, estos inconvenientes
pueden ser resumidos en tres puntos. En primer lugar, suscitan en la opinión
pública, una expectativa desmedida que se basa en la que se basa en la
preparación espectacular y en la difusión excesiva con que se la rodea. Como los
resultados son generalmente magros, se produce una decepción que muchas
veces deja las cosas peor de lo que estaban antes.
En segundo lugar, las pronunciadas diferencias psicológicas y culturales, los
antagonismos ideológicos y hasta la incomunicabilidad idiomática entre hombres
más acostumbrados a mandar que a negociar, genera incomprensión y es causa
de rivalidades.
En tercer lugar, las reuniones a tan alto nivel suelen carecer de la debida
preparación técnica. La exclusión de los diplomáticos profesionales, la frecuente
carencia de un orden del día ajustado y preciso, coadyuvan a la confusión de los
debates. En algunos casos extremos, los gobernantes se apartan de las líneas
centrales de la política de sus países y deben, luego, desdecirse de sus promesas
y compromisos.
No hay duda de que esas críticas son exactas, aunque, la diplomacia directa y
muy especialmente la que se limita a dos países, puede ser útil para momentos
difíciles.
La diplomacia directa, y sobre todo la diplomacia “en la cumbre”, son la última
instancia a la cual solo convendría recurrir cuando las instancias inferiores se
hubieran mostrado incapaces de resolver los problemas.

Diplomacia bilateral.
La diplomacia bilateral es la forma, por antonomasia, que asumen las relaciones
entre los Estados.
Cuando un gobierno trata con otro no puede asumir la representación de terceras
potencias, salvo que reciba un mandato expreso para actual en su nombre. El

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caso más frecuente es el que se plantea en tiempos de guerra cuando los
beligerantes designan a una nación amiga para que defienda sus intereses ante el
Estado con el cual se encuentran en guerra.
Si bien los Estados en sus relaciones bilaterales no pueden, por regla general,
asumir la representación de otras potencias, es frecuente, en cambio, que su trato
verse sobre su posición respecto a terceros países. El caso más típico es el de las
alianzas que se conciernan para defenderse de un potencial enemigo común.
La diplomacia bilateral es menos ostentosa y se presta menos al lucimiento de sus
protagonistas que las otras formas de diplomacia. Pero suele ser mas eficaz en
sus resultados y más duradera en sus efectos. Las relaciones entre dos países
versan sobre cuestiones concretas y poco se prestan para las generalidades y las
divagaciones. Exigen más sentido de responsabilidad por parte de quienes la
manejan porque en ella las consecuencias de un error o de un mal paso pueden
ser más graves que en la diplomacia colectiva. Por ello, los conductores de la
política exterior de un país no deben dejarse llevar por las apariencias y deben
prestar a la diplomacia bilateral la preeminencia que efectivamente tiene

Diplomacia multilateral y parlamentaria.


La diplomacia multilateral- llamada también “diplomacia porconferencias”- dista de
ser un invento de nuestra época. Es, sin embargo, indiscutible que el gran auge de
la diplomacia multilateral se produjo al término de la primera guerra mundial y
culminó al final de la segunda. A este auge coadyuvó decisivamente la creación de
organismos internacionales de carácter mundial y regional que genero una
variante especial de la diplomacia multilateral a la que se le suele llamar
“diplomacia parlamentaria”
Sería erróneo suponer que la diplomacia multilateral es esencialmente diferente a
la diplomacia bilateral. El trato entre los Estados reconoce reglas generales que
son aplicables a cualquier tipo de diplomacia porque se basan en la naturaleza de
la relación internacional. El predominio de la razón sobre las pasiones; la firmeza y
la mesura; la capacitación técnica de los agentes negociadores y todos los demás
requisitos de la diplomacia considerada en sentido lato, son también aplicables a
la diplomacia multilateral. Desde este punto de vista, conviene subrayar que hay
una sola diplomacia.
El incremento de la diplomacia multilateral es la expresión y, al propio tiempo, el
fruto del desarrollo de las relaciones entre los Estados y de la creciente
independencia que existe entre ellos, ese incremento también es una prueba del
fortalecimiento de la solidaridad internacional.
Para los Estados de poderío reducido, la diplomacia multilateral ofrece la gran
ventaja de contrarrestar parcialmente la diferencia que los separa de los más
poderosos, haciendo un frente común en los temas que afectan sus intereses
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vitales.
Otra ventaja de la diplomacia multilateral, finca en que permite recoger el
“consenso” de un grupo más o menos grandes de países y, en ciertos casos, de
toda la Comunidad internacional respecto de asuntos de gran importancia. Las
tendencias dominantes en la vida de relación internacional encuentran, así, un
modo de manifestarse que la diplomacia bilateral no ofrece.

LOS DIPLOMATICOS Y SUS FUNCIONES.


Tanto en la diplomacia multilateral como en la bilateral, los diplomáticos tienen
enderecho y el deber de formular observaciones a las instrucciones que le son
impartidas. Puede, inclusive, objetarlas y proponer fórmulas alternativas respecto
de aquellas que consideran inconvenientes. El conocimiento que se supone que
tienen los autoriza a sugerir a su gobierna las medidas o los pasos que estimen
más conducentes para la mejor consecución de los objetivos trazados. Pueden,
también, proponer la modificación de textos cuya redacción les parezca más
conveniente.
Ello no obstante, una vez que el gobierno a través de su órgano competente ha
tomado una decisión final, los diplomáticos y todos cuanto ejercen
representaciones oficiales en el exterior deben ajustarse escrupulosamente a
ellas. Constituiría una falta gravísima el hecho de que un agente del gobierno
procediera de modo contrario a las instrucciones, las alterara parcialmente o, aun,
demorara su cumplimiento. Las sanciones que conllevarían este tipo de actos
pueden poseer no solo el carácter de administrativas, sino también penales.
Si bien la obligación es acatar y cumplir las instrucciones reza por igual en el caso
de la diplomacia multilateral y en el de la bilateral, la flexibilidad con que pueden
actuar los agentes es mayor en el primer caso que en el segundo.
En síntesis, el representante de un país en el exterior-cualquiera sea la índole de
su representación- es un agente calificado de la posición de su gobierno y debe
gozar ante éste del crédito que surge de la confianza en él depositada. Por otra
parte, el funcionario debe hacer honor a esa confianza y actuar con lealtad y con
eficacia en el marco de sus instituciones.

FUNCIONES DE LA DIPLOMACIA.
Calduch.
Una vez hemos determinado el significado y alcance del concepto de diplomacia,
debemos referirnos a las principales funciones que cumple en el marco general de
las relaciones internacionales; se pueden destacar las siguientes:

Función de representación: El diplomático tenía como principal actividad,


representar a su monarca ante otros soberanos. Esta representación,

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originariamente política, se ha convertido también en una representación
administrativa. La verdadera importancia del diplomático radia en la
representación política que desempeña. Gracias a ella, el Estado acreditante goza
de la capacidad de mantener y participar en una variada y decisiva gama de
relaciones con el Estado receptor. En efecto, precisamente porque los gobiernos
de ambos países admiten políticamente que sus respectivas misiones
diplomáticas representan a los propios Estados, sus agentes pueden actuar
comprometiendo con sus decisiones y actividades la voluntad y responsabilidad
estatal. Esta función de representación política constituye, por tanto, el sustrato
último sobre el que descansa el ejercicio de todas las demás funciones que se
desempeñan por los agentes diplomáticos.
Función de comunicación e información: Constituye una de las funciones
primordiales que justifican la necesidad de la diplomacia permanente. El desarrollo
de las nuevas formas de diplomacia directa y al más alto nivel exige para su
eficacia la disponibilidad de canales oficiales de comunicación y gestión que solo
pueden garantizarse con la presencia de misiones permanente.
Las funciones de comunicación que realizan las misiones y agentes diplomáticos,
operan en ambos sentidos, de las autoridades del Estado acreditante a las del
Estado receptor y viceversa. A diferencia de las informaciones realizadas por los
medios de comunicación social, la comunicación diplomática posee la
característica de oficialidad, es decir que garantiza que la información comunicada
se corresponde con la posición gubernamental.
La función comunicativa resulta decisiva para el desarrollo de los procesos
negociadores y la notificación de las instrucciones que deberán seguir los
representantes diplomáticos en el desempeño de su actividad. Pero también sirve
para facilitar cuantas informaciones son solicitadas por el gobierno acreditante
sobre las condiciones políticas, económicas, etc. Del país receptor.

Dichas informaciones se incorporaran al proceso decisional de la política exterior.


Esta tarea de obtención de información ha sido la que ha asociado a la diplomacia
con funciones de espionaje. En todo caso, la diplomacia ofrece unos canales de
comunicación e información privilegiados que facilitan las relaciones interestatales,
incluso en las difíciles condiciones que ofrecen los conflictos armados.

Función negociadora: Ya hemos señalado que la negociación forma parte


intrínseca de la diplomacia. No obstante coincidimos que durante las últimas
décadas, esta función ha tendido a desplazarse desde el ámbito de actividades de
la misión diplomática permanente al de las nuevas formas de diplomacia,
singularmente la diplomacia en la cumbre. El ejemplo de las negociaciones sobre
desarme SALT I o la más reciente Conferencia para la Paz en Oriente Medio, son

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suficientemente reveladores.
Función de protección de los nacionales y los intereses del Estado: La
diplomacia ha venido desempeñando tradicionalmente la tarea de proteger a sus
ciudadanos que se encuentran en el Estado receptor. Esta protección se extiende
desde la seguridad física en los supuestos de desórdenes políticos o conflictos
bélicos, llegando incluso a coordinar operaciones de evacuación, hasta el
asesoramiento jurídico ante las autoridades del país receptor. La misión
diplomática junto con las misiones consulares, se convierten así, en órganos de la
Administración estatal establecidas en el extranjero. Ya se trate desde
inscripciones registrales (nacimientos, matrimonios, defunciones) a la participación
electoral, legalización de documentos, etc.

La diplomacia opera como un decisivo instrumento del Estado para facilitar y


garantizar sus relaciones tanto con los nacionales del país acreditante como con
los ciudadanos en el país receptor.
Estas múltiples actividades de protección, desempeñadas por la misión
diplomática acreditada en un Estado, han adquirido una creciente importancia ante
el auge experimentado por los movimientos migratorios.

Función de asesoramiento: Las misiones diplomáticas ejercen una función de


asesoramiento ante sus propios gobiernos que resulta, en ocasiones,
determinante en la adopción y ejecución de las distintas opciones de política
exterior. Los informes que periódicamente envían las misiones a sus respectivos
gobiernos pueden ser ocasionalmente completados mediante consultas directas
entre el gobierno y los embajadores, con objeto de que estos aporten sus
valoraciones sobre las distintas alternativas de actuación exterior que contemplan
las autoridades de sus países.

La función asesora puede resultar particularmente útil para el desarrollo de las


negociaciones que realizan misiones diplomáticas especiales o los propios jefes
de Estado o de Gobierno.

PROCEDIMIENTOS DE LA POLITICA INTERNACIONAL.


Mario Amadeo.
Puesto que la diplomacia no es solo una herramienta, sino también un conjunto de
métodos, los procedimientos que analizaremos a continuación se encuadran, en
su mayor parte, dentro del marco de la diplomacia. Pero conviene señalar que no
todos los procedimientos de la política internacional se desarrollan por canales
diplomáticos. Entre las excepciones más destacadas figuran la acción psicológica
y la guerra.
Muchos de los procedimientos internacionales están regidos por normas jurídicas.

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Tal es, entre otros, el caso de los tratados p de los procedimientos para la solución
pacifica de los conflictos. Otros, en cambio, constituyen usos comúnmente
aceptados y configuran lo que cabría llamar “las reglas del juego” de la política
internacional. Aunque no tiene obligatoriedad legal, su violación importaría
menospreciar esa convivencia amistosa que es el complemento indispensable de
la verdadera paz.
Los procedimientos internacionales, como todo lo humano, están sujetos a
cambios. Pero estos cambios no son frecuentes y cuando ocurren es porque
también han variado los elementos básicos que integran la vida de relación
internacional.

PROCEDIMIENTOS AMISTOSOS.
La clasificación más difundida de los procedimientos de acción internacional los
divide en procedimientos amistosos y procedimientos no amistosos. Los primeros
son aquellos por los cuales los Estados se esfuerzan de común acuerdo por
encontrar una solución armónica de las dificultades que los separan o por
establecer fórmulas de cooperación en asuntos en que sus intereses coinciden.
Los procedimientos no amistosos son aquellos por los cuales los Estados
procuran imponer sus propios criterios mediante una acción de tipo unilateral. Los
procedimientos no amistosos puede, a su vez, ser pacíficos cuando no se recurre
a la fuerza y bélicos cuando implican el uso de esta.
Los procedimientos amistosos de acción internacional son los más frecuentes
puesto que ellos forman la trama diaria de la actividad de las Cancillerías.
Los procedimientos amistosos pueden ser políticos o jurídicos. Los primeros se
usan indistintamente para acciones de cooperación o para situaciones conflictivas.
Los segundos se emplean exclusivamente en ese segundo caso.

La negociación.
La negociación es el procedimiento por excelencia de acción internacional.
Consiste en el conjunto de gestiones que dos o más Estados realizan para llegar a
una acción común o para resolver amistosamente las diferencias surgidas entre
ellos.
La negociación se realiza siempre por los canales diplomáticos. Estos canales
pueden ser, o bien por vía normal de las Cancillerías a través de sus
representantes, por el conducto directo de los Jefes de Estado o de gobierno o
finalmente, por el contacto a través de organismos técnicos.
La negociación es el más universal y más frecuente medio de acción internacional,
es usada en todo género de situaciones. La actividad diplomática es una
permanente negociación.
La primera condición que se requiere para entablar una negociación es saber

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exactamente lo que quiere obtenerse de la contraparte. El Estado debe fijarse con
toda claridad sus objetivos y determinar en cuanto sea posible el límite máximo de
las concesiones que esté dispuesto a efectuar. Para ello, como es obvio, debe
guardar sin demasiado margen de erros la fuerza que posee en cada caso para
hacer prevalecer sus puntos de vista.
No es menos esencial que la claridad de las ideas sobre la propia posición es el
conocimiento cabal que ha de asumir la contraparte. La apreciación equivocada
sobre el grado de firmeza con que un adversario, en caso de conflicto grave, ha de
sostener sus puntos de vista ha sido la cauda de muchas tragedias en las historia
de la política internacional.
La estimación correcta de la voluntad de compromiso que anima a la contraparte
es un don innato de los grandes estadistas y no se aprende en los libros. Cuando
el presidente Kennedy decretó la cuarentena a Cuba en la crisis de “los misiles” de
octubre de 1962 corrió el riesgo de que la UniónSoviética no cediera ante esa
imposición y provocaraasí el estallido del conflicto armado. Pero su instinto político
le hizo prever que los rusos no forzarían el bloqueo y logro, con su actitud uno de
los triunfos diplomáticos más resonantes que un país haya obtenido en nuestra
época.
El negociador no solo debe estimar con precisión el grado de flexibilidad de la
contraparte sino que también debe comprender sus motivaciones; el negociador
inteligente debe siempre tener en cuenta este factor y estar dispuesto a facilitar
fórmulas que permitan “salvar la cara” del gobierno con el cual negocia.
La condición capital para llevar a efecto con resultado favorable una negociación
es la paciencia. El negociador que se irrita y se impacienta lleva todas las de
perder.
Es muy conveniente que el negociador establezca para sí una diferencia entre
aquellos puntos esenciales sobre los cuales no puede ceder y otros accesorios en
los que le es permitido hacer concesiones. Esta disyunción entre lo principal y lo
secundario le permitirá ser firme y a la vez poner de manifiesto ese espíritu de
compromiso sin el cual ningún acuerdo resulta posible.
El negociador internacional no es un “mercachifle” pero hay ocasiones en que no
tiene más remedio que apelar a las tácticas que suelen aplicarse en el trato
comercial. Cuando el secretario estadounidense estaba negociando con los rusos
la compra de Alaska, advirtió que el gobierno zarista estaba muy necesitado de
dinero y ansioso por concluir la operación, el estadounidense estaba aún más
interesado en el negocio que la contraparte, simuló una indiferencia y le hizo saber
que su gobierno no tenía urgencia alguna en llegar a un acuerdo sobre el tema;
los rusos se atemorizaron y bajaron sus pretensiones. Así es como EEUU se
adueña de esta zona por una ínfima cifra.
Por elevada que sea su jerarquía, el negociador debe estar en permanente
contacto con su gobierno y mantenerlo permanentemente informado sobre la
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marcha de la negociación pues resulta altamente inconveniente para su país y
para él mismo que sea desautorizado.
Este tipo de incidentes es hoy poco frecuente en virtud de la rapidez de las
comunicaciones y de las facilidades con que los representantes diplomáticos y
otros agentes autorizados a negociar pueden mantenerse en contacto con sus
gobiernos.
La negociación internacional puede versar sobre los temas más dispares, desde
los más trascendentales hasta los más baladíes. Pero en todos los casos, las
pautas que acabamos de nombras constituyen elementos que deben ser tenidos
en cuenta por quienes tienen a su cargo la delicada tarea de representar a sus
países frente a las potencias extranjeras en asuntos en que está en juego algún
aspecto del interés nacional.

Los tratados.
Cuando la negociación internacional llega a buen término y cuando versa sobre
materias de cierta importancia, lo normal es que se concrete en algún tipo de
acuerdo permanente.
Llámese tratado a todo acuerdo de voluntad entre dos o más Estados que genera
derechos y obligaciones para las partes que lo celebran.
el pilar fundamental sobre el que descansa la buena armonía internacional es el
principio de pacta sunt servanda: los pactos deben ser observados.
Una vez más debemos recordar, a este respecto, que las relaciones
internacionales se funden en la confianza puesto que, no existiendo una autoridad
superior a los Estados que imponga coercitivamente la observancia de sus
compromisos, los acuerdos de voluntad dependen de la buena fe con que los
contratantes cumplan.
Sobre la base de la interpretación literal de un texto celebre de Maquiavelo, los
políticos y algunos autores de la escuela realista afirman que la observancia de los
tratados debe subordinarse al interés nacional de los Estados pactantes. Cuando
el cumplimiento de un compromiso lesiona ese interés, los Estados deben
considerarse en libertad para desconocerlo.
Esta tesis, como la mayoría de las que propugnan la escuela realista, no
solamente constituye una flagrante violación de la moral y del derecho natural sino
que importa un gravísimo error en el campo estrictamente político.
El deber y la conveniencia de cumplir con los compromisos internacionales
imponen a los Estados la necesidad de ser muy cuidadosos en la concertación de
sus acuerdos. Un Estado que firma un tratado inconveniente por error o por dolo
de los funcionarios signatarios, no puede invocar esas causales para desconocer
los acuerdos prescriptos.
Hay sin embargo, una circunstancia en la cual los acuerdos internacionales

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pierden vigor. Es cuando varíanfundamentalmente las condiciones dentro de las
cuales fueron suscriptas. Se aplica en tales casos la llamada cláusularebus sic
stantibus.
En virtud de lo arriba expuesto, la aplicación de la cláusula rebus sic stantibus es
de carácter restrictivo. Solo puede ser invocada cuando pierde personalidad
jurídica uno de los contratantes, cuando desaparece o se altera sustancialmente el
objeto principal acerca del cual el acuerdo versó o cuando la alteración del estado
de cosas existente al tiempo del acuerdo vuelve su aplicación materialmente
imposible.
Existen varias figuras de acuerdos internacionales. Los tratados propiamente
dichos son acuerdos formales y solemnes, como por ejemplo, un tratado de límites
o un tratado de paz. Las convenciones son acuerdos multilaterales sobre temas
específicos. Los pactos son acuerdos de colaboración política o militar. Los modus
vivendi son acuerdos que reconocen el estado de cosas existente sin
comprometer la posición doctrinaria de las partes contratantes. Los protocolos son
instrumentos escritos que formalizan acuerdos celebrados en forma verbal. Las
notas reversales son acuerdos que constan en comunicaciones de Cancillería a
Cancillería y en las cuales se consigna la materia del compromiso. Las
declaraciones son expresiones comunes de anhelo que carecen de obligatoriedad
jurídica pero que comprometen moralmente al Estado que lo suscribe.

La consulta.
En sentido lato, la consulta consiste en el intercambio de puntos de vista entre dos
o más Estados sobre asuntos de interés común. Por medio de estos intercambios,
cada Estado da a conocer su posición y toma conocimiento de la que aquellos con
los cuales la consulta se celebran.
En este sentido amplio, la consulta es un procedimiento tan antiguo como la
negociación. Pero en su forma institucionalizada tiene origen reciente y es una
creación de la comunidad americana.
El objeto de la consulta en el sistema interamericano es el de intercambia puntos
de vista y adoptar resoluciones frente s situaciones que constituyan una amenaza
para la independencia y la integridad territorial de los países del continente.
El procedimiento de consulta representa un aporte muy valioso de los países de
América al desenvolvimiento armónico de las relaciones internacionales. Fortalece
el sentimiento de igualdad y de cooperación entre los países que a través de él
manifiestan su reciproco respeto. Es, además un método eficaz para coordinar la
acción conjunta y para proseguir coordinadamente las metas comunes. La
consulta excluye la coacción moral de las mayorías sobre las minorías o sobre los
países aislados. Pero facilita la transmisión de informaciones útiles en cuya virtud
aquellos Estados que disienten con los demás por falta de adecuado

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conocimiento, pueden ilustrarse mejor y adherir así al sentir dominante.
El procedimiento de consulta ha sido también incorporado a algunos acuerdos de
carácter bilateral celebrados entre países americanos. Así por ejemplo se
encuentra consagrado por el protocolo firmado en 1961 entre la Argentina y el
Brasil como resultado de la conferencia celebrada en Uruguay entre los Jefes de
Estado de ambos países.

LAS SOLUCIONES PACIFICAS CON INTERVENCION DE TERCEROS.


Cuando los Estados no pueden solucionar sus dificultades por la vía directa de la
negociación y del acuerdo, suelen recurrir a la intervención de terceros. Esta
intervención puede revestir la forma de los buenos oficios, de la mediación, de la
conciliación, del arbitraje, de la justicia internacional y de la actuación de
organismos internacionales.

Los buenos oficios. Los buenos oficios consisten en gestiones realizadas por
terceros países para actuar como intermediarios en la procura de soluciones
amistosas para los diferendos que separan a las partes en conflicto. Los países
oferentes de buenos oficios no proponen soluciones sino que se limitan a servir de
intermediarios entre las partes para que estas mismas lleguen a la solución. A lo
sumo, pueden limitarse a sugerir de manera extraoficial fórmulas de arreglo.
La mediación. Se diferencia de los buenos oficios en que la intervención de los
terceros países es más activa e incluye la propuesta de fórmulas concretas de
solución. La mediación puede, eventualmente limitarse a procurar el cese de las
hostilidades dejando librada a la negociación directa entre las partes la
concertación de los acuerdos de paz. En 1914 la Argentina, el Brasil y chile
mediaron exitosamente en el conflicto que dividió a México (entonces agitado por
una guerra civil) de los EEUU.

La conciliación. La conciliación consiste en un procedimiento según el cual la


cuestión del litigio es referida a una comisión de personas que después de
escuchar a las partes y elucidar los hechos, presentan a las partes contendientes
un informe y formulan propuestas para la solución del conflicto. La conciliación se
diferencia de la mediación en que este último procedimiento la misión de los
terceros se limita a procurar que las partes se pongan de acuerdo para negociar
ellas mismas el acuerdo. Y se diferencia del arbitraje en que las propuestas de las
comisiones de conciliación no tienen, como en este último, la fuerza obligatoria.

El arbitraje. En el arbitraje, las partes del litigio refieren voluntariamente la

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solución de sus dificultades a un tercero. Este tercero puede ser un Jefe de Estado
o personalidad destacada o bien un tribunal arbitral. Los poderes del árbitro
emanan de la decisión de las partes y están establecidos en un instrumento
llamado “compromiso arbitral”. Los litigantes pueden apelar al arbitraje en virtud de
un tratado previamente suscripto o en virtud de un acuerdo concertado como
consecuencia del conflicto. Según lo determine el compromiso arbitral, el árbitro
puede dictar su laudo conforme a derecho o según la equidad. En todos los casos,
el laudo arbitral es obligatorio para las partes y su desconocimiento entraña una
de las faltas más graves que pueda cometerse en la vida de relación internacional.
El arbitraje representa una formula políticamente aceptable siempre que no se
someta a la decisión arbitral cuestiones que afecten los intereses vitales de la
Nación. Si así ocurriera, un fallo adverso correría el riesgo de ser repudiado por
quienes se han sometido a él o por las generaciones subsiguientes.

La justicia internacional. La justicia internacional se diferencia del arbitraje en


que los jueces no son elegidos ad hoc por las partes sino que el tribunal es un
órgano internacional permanente que existe con anterioridad a la decisión de los
litigantes de someter el caso a su jurisdicción.

La actuación de los organismos internacionales. La forma más habitual a que


hoy se recurre para resolver los conflictos con la intervención de terceros consiste
en la actuación de los organismos internacionales. Esta actuación está aceptada
por los Estados miembros desde el momento en que ratificaron los instrumentos
constitutivos de las entidades. Pero los organismos internacionales están también
facultados a actuar aun en el supuesto de que algunos de los contendientes de un
conflicto internacional no sea parte del organismo.
En este caso, como es obvio, los países no están obligados a acatar las
decisiones de los organismos actuantes, pero son pasibles de sanciones si
realizan actos que pongan en peligro la paz.

PROCEDIMIENTOS NO AMISTOSOS.
Cuando los Estados no consideran posible o eficaz resolver un conflicto por vías
amistosas y cuando se consideran con fuerza suficiente para imponer su voluntad
a la contraparte, suelen apelar a los medios no amistosos. Por ellos se procura
que el conflicto quede resuelto según el criterio de una de las partes, con
prescindencia del sentir de la otra.
Los procedimientos no amistosos pueden ser de carácter violento y de carácter no
violento según se recurra o no al uso de la fuerza armada.
Los procedimientos no violentos se denominan métodos coercitivos y forman una

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variada gama de medidas de presión material o moral. En cuanto a los métodos
violentos, que suponen el uso de la fuerza armada son dos: la guerra y la
intervención.
Los procedimientos no amistosos pueden ser usados por los países en forma
individual o adoptados en virtud de decisiones emanadas de los organismos
internacionales, en este último caso revisten el carácter de sanciones y tienen por
objeto castigar a un país que ha cometido alguna infracción grave contra de los
derechos de los demás Estados.

La acción psicológica.
Recién en 1914 se renueva el intento de utilizar la acción psicológica como medio
de acción internacional. En principio, la acción psicológica no podría ser
considerada como un procedimiento no amistoso, sino “neutro”.
La primera característica de la acción psicológica como procedimiento de acción
internacional es que no está dirigida a operar directamente sobre los gobiernos,
sino sobre los gobernados. Por ello está al margen de la diplomacia, que dice
siempre relación de gobierno a gobierno. El influjo de la acción psicológica sobre
los gobiernos es indirecto y se produce a través de la presión que se espera
obtener por parte de la opinión pública de los países extranjeros sobre sus
respectivas autoridades.
Como sinónimo de la acción psicológica es frecuente que se use la palabra
“propaganda”. Indudablemente la propaganda es una de las armas de la acción
psicológica. Pero estas dos expresiones no son idénticas y no deben ser
confundidas. La propaganda consiste en el conjunto de actos mediante los cuales
se procura presentar de manera favorable ante la opinión pública la propia
posición. La acción psicológica engloba la propaganda pero tiene un alcance
mucho más amplio. No solamente incluye la presentación favorable de la propia
posición sino también la presentación adversa de la posición ajena.
La propaganda.
La propaganda es uno de los hechos más importantes de la vida contemporánea y
su aplicación no se restringe al campo político. Por lo que a nuestro tema
concierne, la propaganda es hoy uno de los elementos básicos de la acción
internacional de los Estados y reviste, para estos, tanta o mayor importancia que
la labor que se realiza a través de los canales clásicos.
La propaganda de proponer objetivos y se vale de técnicas. Los objetivos de la
propaganda son fijados por los gobiernos y corresponden, en líneas generales, a
los objetivos de la política exterior de cada Estado. Las técnicas se asemejan, con
las debidas variantes, a las técnicas de la propaganda en la actividad privada.
Se puede enumerar cuatro principales formas que asumen las técnicas de
propaganda: 1° métodos de presentación; 2°tecnicas para atraer atención; 3|

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sistemas para lograr respuesta; 4° métodos para obtener aceptación.
La presentación consiste en la exhibición del caso de la manera más favorable
posible. Debe poner máximo énfasis en todos aquellos aspectos susceptibles de
causar simpatía y en omitir todos aquellos que puedan causar aversión. La
propaganda a veces dice la verdad per casi nunca dice toda la verdad.
Llamar la atención equivale a despertar interés. La propaganda es ineficaz cuando
no apela a pasiones o convicciones que preexisten en el ánimo de la gente a la
cual va dirigida. Provocar respuesta significa tener eco y suscitar reacción.

A veces es preferible, para el buen éxito de una propaganda, que la reacción


inicial sea desfavorable a que no haya ninguna. Finalmente la propaganda debe
ganar aceptación pues este es, su primordial objetivo. El arte de lograr esa
aceptación consiste en la capacidad del propagandista para convencer a aquellos
a quienes la propaganda se dirige de que él es en verdad quien los expresa y los
representa.
En última instancia, la fuerza y la eficacia de la propaganda dependen de
elementos imponderables. El vigor de la expresión, la simplicidad elemental de las
consignas, la fuerza de las pasiones que se sea capaz de despertar, no son
elementos susceptibles de clasificación racional.
La guerra psicológica.
La acción psicológica en el plano internacional no se fija a si misma límites.
Cuando las relaciones entre los Estados son tensas, se considera lícito denigrar al
contendiente y despreciar los valores que encarna. Se está entonces en presencia
de la guerra psicológica.
La guerra psicológica es un invento del siglo XX. La aparición del elemento
ideológico en los enfrentamientos internacionales fue factor decisivo para la
exacerbación de la guerra psicológica. Los comunistas iniciaron la agresión verbal
contra las potencias “capitalistas” seguidos, más tarde, por los países fascistas.
Por su pate las democracias occidentales no se quedaron atrás y montaron un
aparato de difusión destinado a contrarrestar la acción de sus adversarios. La
iniciación de la guerra fría marcó el apogeo de la acción agresiva en el plano de la
publicidad, el dominio “sobre las mentes” exigía desconceptuar a los posibles
rivales.
La acción psicológica en su doble vertiente –afirmativa y negativa de valores- usa
como una de sus armas favoritas el slogan es decir, una formula sintética
planteada en forma de consigna. Pero el slogan es más operante aun como
instrumento de ataque que como elemento de apología.
La tendencia de la política internacional contemporánea a usar los slogans como
lenguaje corriente es una forma de degradación ciertamente repulsiva de las
formas y del estilo de las relaciones entre los Estados. No está, desde luego,
prohibido creer que algunas veces los slogans expresen verdades. Pero la

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simplificación violenta que comportan promueve la mendacidad porque rara vez la
verdad es tan elemental y tan unilateral como el slogan la presenta.
La guerra psicológica, más todavía que las diferencias de ideología o los choques
de intereses o las pugnas por el poder, es instrumento preparatorio de los
enfrentamientos bélicos. Es posible llegar a compromisos cuando se puede
distribuir los bienes o repartir el poderío. Pero el odio es un sentimiento indivisible
y total en el que no hay parvedad de materia.

Los métodos coercitivos.


Los métodos coercitivos son aquellos actos mediante los cuales los Estados
procuran obtener que otros Estados se allanen a sus exigencias en virtud del
temor o de los perjuicios que tales actos le provoquen.
Los procedimientos coercitivos son hoy solo lícitos cuando están decretados por
una organización internacional y asumen en carácter de sanciones. Las castas de
la ONU y de la OEA enumeran una serie de procedimientos coercitivos que
tomaremos como punto de referencia para nuestro examen.
Retiro del Jefe de Misión diplomática: Después de la protesta, es la forma más
suave como un Estado manifiesta su desagrado por la actitud de otro y constituye
un paso preliminar a la ruptura de relaciones.
Ruptura de relaciones diplomáticas: Es un paso mucho más fuerte que en anterior
y más de una vez ha sido el prólogo de una declaración de guerra. Cuando se
toma en virtud de la decisión adoptada en un organismo internacional tiene
carácter colectivo. Así, en diciembre de 1961 los gobiernos americanos decidieron
romper sus relaciones con el gobierno cubano. Todos los países salvo México
acataron la decisión.
La ruptura de las relaciones diplomáticas supone que los Estados que ven sus
relaciones ininterrumpidas designen a terceros países para que se hagan cargo de
sus intereses. Pero ello no siempre ocurre cuando la ruptura no desemboca en
guerra y cuando los países mantienen relaciones consulares normales.
Ruptura de relaciones económicas: La ruptura de relaciones económicas significa
la interrupción total del intercambio entre dos o más países. Se ve a veces
acompañada de la congelación de fondos estatales o privados del país con el cual
se ha producido la ruptura y del embargo, es decir, de la incautación de bienes de
propiedad gubernativas existentes en el país.
La ruptura de relaciones económicas suele provocar dificultades con terceros
países pues los Estados que rompen esas relaciones suelen aplicar medidas
punitivas a los ciudadanos o empresas de esos terceros países que siguen
comerciando con el país con el cual han interrumpido sus relaciones comerciales.
Interrupción de comunicaciones: Entre las sanciones previstas en la Carta delas
Naciones Unidas y en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca figura la
interrupción de comunicaciones postales y telegráficas con el país declarado

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agresor. Los países africanos han procurado aplicar esta medida a la Republica de
Sudáfrica por su política de apartheid.

Boycott: El boycott consiste en la exclusión de los productos de un determinado


país de la lista de importaciones permitidas, se diferencia de la interrupción de
relaciones económicas en que se aplica inclusive cuando el transporte es
efectuado por o desde terceros países. Una forma particular de boycott consiste
en la interrupción de la ayuda económica y financiera a otros países como sanción
por actos que esos países hubieren cometido. La llamada enmienda
“Hickenlooper”, aprobada por el congreso de EEUU, prohíbe prestar ayuda de
cualquier naturaleza a los Estados que hubieren expropiado sin la debida
indemnización bienes pertenecientes a ciudadanos norteamericanos.
Represalias: Las represalias son las medidas hostiles que se toman contra un
Estado por otro que juzga que aquel contra el cual la represalia se aplica, ha
lesionado su derecho. Cuando la medida de la represalia es idéntica a la actitud
que la provoca se llama retorsión.
Embargo: Consiste en la inmovilización de los buques mercantes contra el cual la
medida se dirige. No importa la confiscación del buque sino su incautación
temporaria hasta que cesen las causas que provocaron la medida. El embargo
puede versar también sobre los fondos que un Estado tiene depositados en otro.
Durante la segunda guerra mundial, Gran Bretaña y los EEUU decretaron un
embargo sobre las reservas de oro de la República Argentina que tenía
acumulada en esos países. El pretexto utilizado para esa medida arbitraria fue que
esos fondos podrían ser utilizados para ayudar potencias enemigas.
Demostraciones militares sin empleo efectivo de fuerza: Cuando los Estados
desean usar la fuerza, suelen realizar demostraciones armadas. Estas pueden
consistir en “demostraciones navales” delante de los puertos del litoral del país
que es objeto de la medida o en la concentración de unidades militares en zonas
próximas a la frontera.
La intervención.
La intervención consiste en la acción que uno o más Estados realizan en tiempo
de paz para imponer su voluntad a otro Estado sin su consentimiento.
De acuerdo con la precedente definición, la intervención debe consistir en actos.
Esos actos pueden comportar o no uso de la fuerza armada pero deben ser
siempre de naturaleza coercitiva y poseer suficiente eficacia como para doblegar
al destinatario de la acción.
Así, la intervención puede tener como objeto imponer a un Estado desde un
cambio en su forma de gobierno hasta la modificación e sus alianzas o su entrada
en un conflicto bélico. Esta intervención no debe basarse en instrumentos jurídicos
pues la acción que desarrolla un Estado dentro de la órbita del derecho
internacional para que otro cumpla con sus compromisos no entraña intervención.
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La moral católica ha repudiado el principio de no intervención entendido de
manera absoluta y admite la intervención en el caso de que una comunidad
política se encuentre en estado de disolución o bien cuando un Estado oprima a
los ciudadanos y éstos requieran ayuda exterior.
La no intervención en los asuntos internos o externos de los Estados está hoy
inscripta en la Carta de las NU y constituye un precepto obligatorio para sus
miembros.

La guerra
Desde el punto de vista de nuestra disciplina, la guerra es la lucha armada entre
dos o más Estados mediante la cual un bando procura destruir el poder del
adversario e imponerle su voluntad.
Las causas de la guerra pueden ser inmediatas o mediatas. Las causas
inmediatas son las motivaciones concretas que han llevado a los Estados
beligerantes a enfrentarse. Las causas mediatas se refieren a los orígenes
profundos de los antagonismos que conducen al enfrentamiento armado entre los
pueblos.
Las causas inmediatas de los conflictos pueden ser la apetencia por más
territorios, la conquista de nuevos mercados, la obtención de gloria y prestigio,
entre otras. Las causas mediatas de la guerra son mucho más difíciles de
discernir, hay en este tipo de causas un elemento biológico, porque el hombre es
un animal naturalmente agresivo. Hay un elemento sociológico porque las
sociedades humanas poseen elementos conflictivos que no siempre pueden
armonizarse. Hay un elemento psicológico porque el temor, el resentimiento, el
odio o la voluntad de poder suelen están en la raíz de los conflictos que generan
los choques armados. Incluso el instinto lúdico lleva a la competición y al desafío
entre los pueblos.
En muchos conflictos armados es posible determinar quiénes son los agresores y
quienes los agredidos. Pero no son raros los casos en los cuales no es atribuible a
ninguno d ellos bandos o puede ser adjudicable a ambos.
La guerra desde el punto de vista de la moral ha sido juzgada de diferentes
maneras según las épocas. Ningún pensador del mundo antiguo repudio la guerra,
solo Horacio la deplora diciendo que “es detestable para las madres”.
La doctrina cristiana creo la doctrina de la “guerra justa”. Para el cristianismo, es
justa la guerra cuando tiene por objeto defender los derechos propios amenazados
por el agresor o restaurar el orden jurídico o moral subvertido. La guerra es, pues,
acto de legítima defensa y también pena para el agresor.
Cuando la política internacional se “desacralizo”, a comienzos de la Edad Moderna
el problema de la guerra justa dejo de preocupar a los filósofos y a los hombres
del Estado. La guerra fue entonces, considerada como un medio licito entre otros,
de hacer valer los propios derechos o simplemente actuar en el campo
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internacional. De lo que se trató fue, más bien, de regular su curso y de
circunscribir sus efectos. Las llamadas “leyes de la guerra” no concernieron a la
guerra en sí, sino el modo en que era llevada a cabo. Por el Pacto de Paris de
1928 más de setenta países declararon su voluntad de renunciar a la guerra como
instrumento de la política internacional. Finalmente la carta de la ONU impone
recurrir a la organización para obtener justicia y considera contrarios al derecho
los conflictos armados que no surjan de decisiones colectivas tendientes a hacer
frente a los países declarados agresores.
No obstante, la idea de ilicitud intrínseca de la guerra como medio de acción
internacional, no ha penetrado todavía profundamente en la conciencia de los
pueblos. La guerra sigue siendo implícitamente considerada como la última ratio
para resolver los conflictos internacionales .
La guerra no sustituye por completo a los demás medios de acción internacional.
Más aun, durante los conflictos bélicos, los Estados que participan en ellos suelen
desarrollar una acción diplomática todavía más intensa de la que llevan a cabo
durante los tiempos de paz.
La mayor parte de esa acción está dedicada a lograr condiciones más favorables
entre los países ajenos al conflicto. Se trata, en primer lugar, de evitar que otros
Estados se unan al enemigo. Y se trata, en segundo término, de hacer todo en
cuanto sea posible para conseguir más adeptos para la propia causa. El objetivo
ideal de la política exterior para un país en guerra es dejar aislado al enemigo y
obtener el máximo apoyo para la propia causa.
En los dos conflictos mundiales ocurridos en este siglo, los dos bandos se
propusieron ese objetivo.
La conquista de nuevos aliados es intrínsecamente contradictoria con la
neutralidad. En general, los beligerantes toleran esta para evitar males mayores
pero en general la miran con poca simpatía. Excepción a la regla es el caso de
aquellos Estados que por su situación geográfica pueden prestar mayores
servicios como neutrales que como beligerantes.
El intento de alinear a los neutrales en las propias filas puede reducirse a
instancias persuasivas o al empleo de, medios de presión política o económica.
Puede, finalmente, apelar al uso de la fuerza armada. Cuatro países del norte de
Europa fueron invadidos por Alemania ante su negativa de permitir el paso pacifico
de las tropas germánicas por sus territorios.
Cuando la acción para obtener el apoyo de los neutrales o impedir que se pasen al
bando enemigo es de carácter persuasivo, se ve acompañada de promesas u
ofrecimientos. Hitler ofreció a España la restitución de Gibraltar.
La guerra ha evolucionado sustancialmente en el transcurso del presente siglo, y
existe una diferencia de naturaleza casi más de grado entre la guerra clásica que
rigió hasta 1914 y la guerra total que se inicia con la primera guerra mundial.
En virtud de la elaboración de la legislación internacional y de la doctrina y, sobre
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todo, en virtud de la fuerza de las costumbres establecidas, la guerra clásica o
“convencional” se desarrollaba dentro de los límites prefijados y comúnmente
aceptados por los beligerantes. Los efectivos que participaban en las operaciones
eran comparativamente poco numerosos en relación con la población de los
países y hasta la guerra e 1914 no llegaron al millón de hombres. Si los efectivos
eran limitados, también lo era el campo de operaciones. Aún no había entrado a
actuar la aviación, de tal manera que los bombarderos aéreos contra las
poblaciones civiles eran desconocidos. Las hostilidades se llevaban a cabo en las
regiones fronterizas de los países en pugna o en el mar.
Finalmente, los objetivos perseguidos por los beligerantes en la guerra clásica
también eran limitados. Como resultado de la lucha, cambiaba de mano alguna
fracción del territorio, se alteraba alguna alianza o algún príncipe reinante trocaba
su trono por otro, pero nunca se soñaba con la posibilidad de borrar del mapa al
rival sino solo se aspiraba a debilitarlo. La guerra era, en suma, un deporte de
reyes.
La primera guerra mundial modifico sustancialmente el esquema clásico con
respecto a la guerra. Esta alteración culmino con la segunda guerra mundial. Con
estas dos contiendas se configuro una nueva forma de conflicto bélico al que se
denominó “guerra total”
Como su nombre lo indica, la guerra total se caracteriza por la ilimitación
prácticamente absoluta en el empleo de los medios y en la consecución de sus
fines por parte de los beligerantes. La guerra, lo mismo que en las épocas
primitivas, volvió a ser de pueblo a pueblo y afecto por igual a los civiles como a
las fuerzas combatientes. El empleo masivo del arma aérea y la difusión del
espionaje y las “quintas columnas” convirtió en campo de operaciones todo el
territorio de los beligerantes. El objetivo de la lucha fue, la rendición total del
enemigo.
La aparición de la guerra total no ha significado el fin de la guerra convencional de
los objetivos limitados; la Guerra de Corea, la guerra árabe-israelí, la Guerra de
Vietnam, se liberan conforme a modelos tradicionales.
El hecho más transcendental en cuanto a la modificación de las condiciones de la
guerra se refiere a la utilización de la energía atómica con fines bélicos. Hoy no se
duda de que el efecto destructivo producido por el empleo de tales armas
provocarían el fin de la civilización y, muy probablemente, la inhabitabilidad de
vastas zonas del planeta. El efecto disuasorio de semejante perspectiva ha sido el
factor determinante de que la tercera guerra mundial no haya estallado todavía.
La experiencia ha enseñado que las formulas puramente procesales son
inoperantes para impedir los conflictos armados. Ellas solo valen en cuanto
reflejan una honda creencia, profunda e irremovible de los males de la guerra. Los
estados que firmaron el Pacto de Paris se limitaron a pagar un tributo verbal al

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repudio de la guerra. La verdad es que no creían en lo que firmaban.

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