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Responsabilidad jurídica de los psicólogos en la práctica profesional

El material que vamos a compartir hoy, trata en lo manifiesto sobre el tema de la mala
praxis; más precisamente, de la prevención del riesgo legal de la práctica profesional, y
por lo tanto, de la responsabilidad jurídica que, como profesionales, pudiera derivar en
un juicio por mala praxis; esta última constituye una temática cargada de equívocos y
connotaciones, que preocupa por sus posibles consecuencias tanto a los profesionales
como a la Institución de los psicólogos.
Este trabajo podría también haberse titulado “Psicólogos: responsabilidad en la práctica
profesional”; o , con mayor precisión, si focalizamos en la temática de la mala praxis,
“Psicólogos: responsabilidad jurídica en la práctica profesional” ; en cualquiera de los
casos lo que insiste aquí es responsabilidad; y parece que sería conveniente e
insoslayable empezar desde ahí. El tema de la responsabilidad no nos es ajeno a los
psicólogos, y no hemos esperado la existencia o vigencia de normativas o sanciones
para ser éticos y responsables. La responsabilidad, es decir, el compromiso y la
obligación de responder por las consecuencias de nuestro acto, es consustancial a
nuestra práctica; sabemos también, Freud mediante, que somos moralmente
responsables hasta del contenido (censurado) de nuestros sueños; pero queremos decir,
estrictamente hablando, que más allá de las responsabilidades subjetivas, personales, y
además de aquéllas que nos corresponden como a cualquier ciudadano, los psicólogos
tenemos una responsabilidad jurídica específica que emerge de nuestra conducta
profesional y que puede consecuentemente, en el ámbito del Derecho y de la Justicia,
derivar en demandas civiles y/o penales, afrontando el riesgo de juicios por mala praxis.
Por eso, todo lo que ayude a difundir el tema, a hacer una manifestación que apunte a
ser ordenada, sistemática, que torne accesible su conocimiento, va a servir a nuestros
objetivos, a los objetivos del Tribunal (informativos; preventivos; docentes) , más allá
de su función rigurosamente específica de dictar sentencias . Si dando información y
fundamentos para un mejor discernimiento y posicionamiento ético-profesional,
logramos que un solo juicio por mala praxis no se realice (tal vez el que me hubiese
correspondido a mí; y esto lo dijese cada uno de nosotros) la intención de esta
exposición estaría sobradamente cumplida. Retroactiva y preventivamente, sabemos que
el mejor antídoto, la mejor precaución contra la mala praxis es, aunque parezca una
obviedad, la buena praxis, implementada desde la correcta articulación teórico-técnica y
ética, que respalda en cada caso nuestro acto, junto con la observancia de nuestra
específica normativa legal y ético-deontológica; y también sabemos que el mejor juicio
es siempre en estos casos, según dicen los abogados, el que no llega a realizarse.
Ultimamente está más presente en la sociedad el tema de la mala praxis; los usuarios de
las prácticas profesionales conocen más y hacen valer más sus derechos de recibir una
correcta y eficiente prestación; al mismo tiempo se sugiere que muchos de estos
reclamos son perversamente incentivados por inescrupulosos en razón de los beneficios
económicos que pudieran aparejar; esto nos trae incertidumbre, ya que nadie quiere que
le caiga encima algo así; y no es bueno trabajar con temor: se imaginan , por ej., un
psicoanálisis “defensivo” (a la defensiva de la transferencia negativa), que propicie la
transferencia idealizada?; o una idealización de la situación de “asegurado”, en el
sentido de estar o de sentirse a salvo?; a cubierto o a salvo de qué?.

El hecho es que el tema está instalado entre nosotros, y algo debemos decir desde
nuestro lugar en la profesión y en la Institución.
En realidad la temática de la mala praxis se ubica casi en los límites de nuestra
jurisdicción, ya que constituye inicialmente un problema ético que puede terminar
resolviéndose en la Justicia; de ahí este llamado de atención y preocupación sobre el
territorio que circunda dicha jurisdicción y sobre sus riesgos.
Partiendo de lo más general, semánticamente hablando, toda mala práctica involucra
una mala praxis; pero desde nuestra especificidad profesional se infiere siempre,
además, una posible falla ética, pasible de ser sancionada a través del Tribunal . De
hecho, y en este sentido, la mayoría de los fallos del Tribunal expresan sanciones al
incumplimiento de la responsabilidad profesional, en alguna de las temáticas en que se
ordena nuestro Código de Etica, siendo aquella referida a la “responsabilidad en
relación a los usuarios/consultantes” (aunque no por supuesto la única), la que parecería
más homologable a la calificación de mala praxis jurídica; pero existe además, en dicha
normativa, una puntuación específica (art. 3 d; 3.3; 3.3.5), que prácticamente incluye la
imputación jurídica de la culpa: “ Los psicólogos prestarán sus servicios profesionales
eficientemente, con sumo cuidado de no incurrir en negligencia o impericia”. Sin
embargo, no todas las transgresiones deontológicas y sus correspondientes sentencias
disciplinarias dan lugar a demandas civiles y/o penales como consecuencia de un acto
profesional, aún cuando pudieran establecer un antecedente de juicio calificado al
respecto; la mala praxis, en este sentido amplio, podría constituirse así, tanto en el
antecedente de una sanción disciplinaria en el fuero profesional, como en la calificación
jurídica de la demanda que al mismo tiempo (o también como resultado de aquella
sanción), pudiera iniciarse en el fuero Civil y /o Penal.
Estos reproches jurídicos pueden ordenarse entonces en relación a diferentes fueros y
legalidades laborales y profesionales que es conveniente destacar:
Responsabilidad administrativa: tendría que ver con la relación de dependencia laboral
frente al Estado; la Administración (o el empleador; el empresario) tiene la posibilidad
de sancionar disciplinariamente a los funcionarios, agentes o empleados que transgredan
su normativa (Ley; estatuto o reglamentación interna) a partir de un sumario,
determinando resoluciones con diferentes alcances (suspensión; destitución;
inhabilitación; etc.), recurribles ante instancias superiores.
Los hospitales, clínicas, sanatorios, por ej., tienen el deber de indemnizar por el obrar
dañoso de sus profesionales (empleados dependientes en relación contractual); por otra
parte, se acepta que el damnificado puede demandar tanto al autor civilmente
responsable (vg. la institución) como al autor material.
Aquí cabría delimitar y graduar la responsabilidad institucional de la individual
(solidaria); o aún de la grupal o compartida, si correspondiera (corresponsabilidad en
equipos; servicios; interservicios), determinando en cada ocasión si existe concurrencia;
si obran por separado; o si una (por caso, la institucional) subsume a las otras.
Para mayor complejidad, en la prestación por equipos, podría plantearse el problema
acerca de quién es el autor del acto equivocado (coautoría); o si corresponden
diferencias de responsabilidad por diversidad de jerarquías (por ej., en una institución
asistencial pública, la del psicólogo de planta por sobre la del psicólogo residente).
Responsabilidad Disciplinaria: es la que nos corresponde y a la que nos debemos por
Ley de Ejercicio Profesional, a partir del Poder de Policía que detenta nuestro Colegio.
Su accionar estaría encuadrado dentro del Derecho Público (al que subsidiariamente se
le aplican las leyes del Derecho Civil), siendo igualmente recurribles los fallos del
Tribunal que sancionan las transgresiones, dado que constituímos un Tribunal de
primera instancia y que es aceptada la calidad administrativa de sus sentencias. Cabe
destacar que, en caso de apelaciones, dichos fallos debieran ser tenidos en mucha
consideración por los Jueces, al tratarse de un juzgamiento especializado, efectuado por
pares, que puede contener valiosos elementos probatorios y que constituye documento
público .
Responsabilidad Penal: tiene que ver con la sanción y castigo de los delitos en el fuero
Penal; digamos que para este fuero son delitos o faltas las acciones y omisiones dolosas
o culposas penadas por la Ley; las sanciones previstas (reclusión; prisión; multa;
inhabilitación especial) surgirán de la responsabilidad penal que determinen los poderes
públicos acorde al caso; se entiende que la conducta reprochada está, en todos los casos,
agravada por la cualificación profesional.
Responsabilidad Civil: de toda responsabilidad penal pudiera derivarse además una
responsabilidad civil; dicha responsabilidad se imputa en razón del incumplimiento de
una obligación profesional; esto determina la obligación de reparar (generalmente en
términos dinerarios) los daños y perjuicios ocasionados.
Cabe destacar aquí a la responsabilidad profesional como contractual (se entiende como
contrato de locación de servicios), de modo que sus fallas lesionan el hecho lícito del
cual deriva (incumplimiento del contrato).
El acuerdo puede formalizarse verbalmente o por escrito; pero de cualquier manera,
estando prestado el servicio, se configura un “principio de ejecución”; quiere decir que
el contrato puede probarse no sólo por el escrito previo, si este existiese, sino por todos
los (otros) medios disponibles (Art. 1190 C.C.). Digamos que el consentimiento puede
ser tácito y se presume (puede someterse a prueba) “si una de las partes entregare y la
otra recibiere la cosa ofrecida o pedida” (art. 1146 C.C.).
Es sumamente importante, al establecer el contrato, informar adecuadamente acerca de
la prestación de que se trate, como paso previo a obtener el consentimiento de las
personas con las que se va a trabajar); esto significa el consentimiento informado
(incorporado taxativamente en nuestro Código de Etica, art. 3 “d”, Código de FEPRA),
debiendo ser éste, jurídicamente, voluntario: es decir, con capacidad de discernimiento,
manifestación de intención y libertad.
El incumplimiento contractual se describe como un acto injusto, un ilícito que puede
derivar en responsabilidad penal (cuando así lo describe el tipo) o civil; la culpa
contractual supone un incumplimiento de contrato por negligencia, impericia,
imprudencia, implicando una indemnización resarcitoria; el tiempo de prescripción de
las demandas (durante el cual puede iniciarse un juicio) es de diez años. Otro dato a
tener en cuenta es que la responsabilidad se da en el marco de la obligación de medios,
que no asegura el resultado (por ej., la curación) sino la correcta asistencia o prestación
profesional; en la obligación de resultados, éste debe garantizarse.
La responsabilidad extracontractual importa la violación del deber jurídico general de
“no dañar”: daño causado violando derechos ajenos por fuera de toda relación
convencional (en nuestro caso, por ej., robar o estafar a un paciente); aquí habría
además que delimitar si se trata de una violación del contrato, o si se califica como un
hecho extraño al mismo (por ej., el abuso sexual, desde el poder que otorga la
transferencia, podría estimarse como un acto doloso y penalmente punible en el plano
extra-contractual; y civilmente responsable, como acto culposo, por imprudencia, en el
plano contractual) ; tal responsabilidad, en caso de derivar de una conducta profesional
por fuera del contrato, podría tener asimismo lugar bajo circunstancias que deberán
luego ser analizadas y calificadas (o no) como reprochables; por ej., la intervención en
un acto profesional afectado justificadamente por la urgencia (una atención espontánea
o por pedido de un tercero en la vía pública, con consecuencias lesivas para el asistido y
luego imputadas como dañosas). El “estado de necesidad” podría obrar aquí como
justificación o eximente de responsabilidad por el daño causado.
Es necesario subrayar que la actuación profesional, si pretende eximición de
responsabilidad jurídica, deberá acreditar siempre, en todos los casos, haberse efectuado
conforme a Lex artis (reglas de la técnica de actuación profesional ; y la valoración
sobre si es correcta o ajustada a lo que debe hacerse).
La culpa extracontractual conlleva una indemnización condenatoria, siendo dos años el
tiempo de prescripción.
(Todas estas responsabilidades pueden ser complementaria y sumatoriamente
concurrentes; así ha sucedido en algunos casos que hemos tratado en el Tribunal.)
Digamos desde ahora que no todas las responsabilidades profesionales pueden
calificarse en el ámbito del Derecho como mala praxis, sino tan sólo las culposas (que
conforman un daño de tipo culposo, a ser reprochado en el fuero -Penal o Civil-
correspondiente); las responsabilidades dolosas - en las que hay intención y voluntad
hacia una finalidad ilícita- se configuran como la comisión de un delito, no como mala
praxis profesional y admiten, según hemos visto, otro tipo de sanciones. Esto último
constituye un criterio opinable: aquí “culpa”, entendida a modo de ámbito exclusivo de
la mala praxis, se opone a “delito”, como si se tratara de categorías (equivalentes;
excluyentes) de igual nivel cuando, según el razonamiento de otros juristas, la noción de
culpa aparece subordinada a la de delito, desde el momento que representa, al igual que
“dolo”, una de sus tipificaciones posibles (delitos dolosos o culposos).
Al respecto subsisten cuestiones muy complejas de interpretación, y aún de aplicación
de normas disímiles, en las que no se ponen de acuerdo aún los especialistas; tengamos
en cuenta, además, que vamos a hallar tanto la calificación de culpa en Derecho Penal
como la de dolo en Derecho Civil; pero por ahora retengamos el hecho de que nuestro
acto profesional (más allá de su caracterización en términos de oposición o
subordinación “culpa-delito”) puede alcanzarnos tanto por Responsabilidad Civil como
por Responsabilidad Penal, en cuanto permanezca en la esfera de lo culposo (si un
psicólogo comete un crimen, obviamente doloso, la responsabilidad penal primaria lo va
a alcanzar por asesino, no por psicólogo).
Con esto apuntamos a señalar y recordar que la mala praxis no podría entonces ser
rápidamente asimilada (de manera imperiosa; casi como un sinónimo) a la sola
responsabilidad civil por daños y perjuicios, desde el momento que, según vamos
viendo, también podría correspondernos una responsabilidad penal culposa como
consecuencia de una mala praxis profesional (aunque debemos admitir que la gran
mayoría – por ej., más del 80% de las demandas contra los médicos- cursa la vía del
fuero Civil; los usuarios reclamantes parecerían estar menos interesados en obtener una
condena penal que un resarcimiento económico).
La responsabilidad penal incluye entonces los delitos de acción u omisión dolosos y
culposos penados por la ley, por ej., en el homicidio culposo; o, y esto puede tocarnos
más de cerca, en infringir algún “deber de cuidado” -caratulado como culposo- del cual
resulte, por ej., un acto suicida; al respecto el art. 94 del C.P. establece penas de prisión,
multa e inhabilitación especial “para quien, por imprudencia o negligencia, por
impericia en su arte o profesión o por inobservancia de los reglamentos o deberes –por
caso, de cuidado- a su cargo, causare a otro un daño en el cuerpo o en la salud”.
De acuerdo a estas nociones, la mala praxis admitiría una doble expresión jurídica y
podría representar una doble responsabilidad (fuero Penal y fuero Civil): en el
requerimiento Penal –refiriéndonos siempre a lo culposo, a la Responsabilidad Penal
(culposa) por mala praxis profesional, es decir, a lo que podría llegar a configurar la
responsabilidad penal del psicólogo- aparecerían inicialmente más destacadas las
conductas (generales; no homogéneamente corporativas) que configuran delitos
(culposos) previstos por el Código Penal (por ej., abuso sexual y/o económico;
revelación indebida del secreto profesional; incurrir en falso testimonio; infringir algún
deber de cuidado ; etc.); la caracterización de tales delitos, en el caso de los psicólogos,
nos afecta en principio de modo inespecífico (no son artículos que se refieran
taxativamente al obrar indebido de los psicólogos; no existe una ley penal exclusiva
para los psicólogos, aunque al respecto se ha mencionado, en la última jornada de
APFRA, 09-08-‘02, que el “Derecho médico” se nos aplica, si corresponde, como
marco jurídico general); en esta instancia, la referencia a la profesión (el mal desempeño
en el ejercicio profesional), constituiría tanto la contextualización necesaria del hecho a
considerar, como un agravante (significa: agravado por el vínculo) de lo primariamente
tipificado como delito. En el ámbito Civil, en cambio, es más nítida y singularmente
nuestra prevalente responsabilidad específica como profesionales (sus fallas; los daños
causados) lo que está primariamente cuestionado y en trámite de reparación.
Digamos que a los ojos de un lego, como somos nosotros, en lo Penal es como si
operara una medida “de confección”: el marco (el traje; el art. que corresponda) ya está
hecho, y habrá que adecuarlo al presunto infractor; en la Responsabilidad Civil por
presunta mala praxis, es como si hubiese que hacerlo “de medida”, según la
particularidad del hecho jurídico a imputarse.
Veamos si podemos auxiliarnos con un ejemplo: si un psicólogo, aún en ocasión de su
ejercicio profesional, estafa dolosamente a su paciente, habrá incurrido en la comisión
de un delito y en mala praxis profesional, y deberá responder en este caso tanto por
Responsabilidad Penal (dolo; delito) como por Responsabilidad Civil (mala praxis;
culpa; daños y perjuicios derivados de su acto profesional).
Pero de haber incidido, por ej., en infringir algún deber de cuidado (de modo culposo;
no doloso; vg. el cit. art. 94 del C.P.), su acto podría calificarse como de mala praxis
profesional en ambos fueros (Penal y Civil) y tramitarse tanto por Responsabilidad
Penal (culposa; no dolosa) como por Responsabilidad Civil.
El Código no distingue entre gradaciones de culpa ni fueros específicos; “la
clasificación de la culpa la harán los poderes públicos, asignando tratamientos en una u
otra jurisdicción (Penal o Civil) , teniendo en cuenta los fines de protección que deben
ejercitar” (resguardo de lo público, castigando los delitos penados por la Ley, en un
caso; y de lo privado, a través de la consecuente reparación, en el otro). La distinción
entre culpabilidad Civil y Penal no es clara en la doctrina ni en la jurisprudencia; o sea
que la mala praxis es una pretensión procesal que va a calificar un Juez, pudiendo
investigarse y resolverse en sede Civil o en sede Penal (si la responsabilidad degenera
en delito).

Dejando constancia de estas salvedades, continuemos en la línea de la anterior


conceptualización, ubicando siempre a la mala praxis en el campo de la culpa:
La culpa (aquí como la caracterización de un ilícito en el ámbito de la “responsabilidad
subjetiva”; el otro es el “dolo”), consiste en la “omisión de aquellas diligencias que
exigiere la naturaleza de la obligación y que correspondiesen a las circunstancias de las
personas, del tiempo y del lugar”, art. 512, Código Civil; quedaría de este modo ubicada
a mitad de camino entre el dolo (implica juicio de responsabilidad jurídica) y el acto
fortuito que, según veremos mas adelante, desresponsabiliza.
El universo de la culpa, de la responsabilidad por culpa, es el que circunscribe el campo
de la mala praxis; aquí no encontramos dolo (intención ni voluntad dañosa) ni la
tipificación entonces como delito (según algunos autores), pero igualmente se producen
daños de tipo culposo, por incumplimiento de las obligaciones contraídas. La culpa a la
cual se refiere es “la de omitir el deber de cuidado –la previsibilidad de un resultado
perjudicial- en cuanto sea exigible una conducta prudente, con pericia, diligente,
tendiente a evitar la peligrosidad de la propia conducta” (Dr. Hornos, Rev. Claves,’96).
La culpa admite la siguiente caracterización:
Por imprudencia; grave: (culpa delictiva o grave, cercana al dolo eventual); algunos
seguros de Resguardo Profesional no se hacen cargo de la defensa de quienes han
incurrido en ella; evidencia una manifiesta, grosera, (casi entonces indefendible, de
acuerdo a tales Seguros) imprudencia, impericia y negligencia; es un hacer
(irresponsablemente; muy acentuadamente) mal; simple: es un hacer que no ha tomado
suficientemente en cuenta las posibles consecuencias dañosas en el afrontamiento de un
riesgo.
Por impericia: es un no saber hacer; es un actuar negligente o imprudente en un arte o
profesión; indica falta de idoneidad.
Por negligencia: es no hacer lo que se debe, con diligencia (con cuidado y actividad en
la ejecución de una cosa); implica el incumplimiento de un deber.
En general y sin omitir, según venimos señalando, la calificación o recalificación que al
respecto puedan hacer los jueces, las demandas se harán entonces ante la Justicia,
habitual e inicialmente, por los perjuicios derivados de una prestación inapropiada de
servicios profesionales, o sea por (presunta) mala praxis.
Para acreditarse fehacientemente la falta a la responsabilidad profesional en términos
jurídicos, deben concurrir los siguientes supuestos:
Un autor, para definir la responsabilidad directa o indirecta, como es el caso del
dependiente (agente; empleado; funcionario; etc.), que cometiera un acto dañoso dentro
de la esfera de cumplimiento de una prestación, en ocasión o con motivo de sus
funciones.
Un incumplimiento al deber del adecuado ejercicio profesional (mala praxis) por acción
u omisión; es decir, que se ha actuado en forma contraria a las obligaciones
profesionales por imprudencia, impericia o negligencia.
Un daño o perjuicio (físico; psíquico; moral; patrimonial) en la persona; los bienes; los
derechos; mensurable (seguramente peritable); susceptible de apreciación pecuniaria.
La relación de causalidad, directa y probada, entre la atención profesional inapropiada y
el daño ocasionado.
Los factores de atribución, como el fundamento necesario para imputar la
responsabilidad en términos de culpa, dolo o riesgo.
Digamos algo también en referencia a los eximentes de culpa que podrían aportarse en
caso de controversias, de acuerdo al tipo de obligación que se hubiera estipulado:
Si el profesional debió obtener un resultado determinado (obligación de resultado),
únicamente podrá liberarse de responsabilidad demostrando la incidencia de una causa
ajena; en materia Civil , la llamada causa ajena (que conforma una situación sumamente
amplia e implica la ruptura del nexo causal entre la conducta profesional cuestionada y
el daño resultante) es exonerativa de responsabilidad profesional, e involucra, entre
otras, las siguientes circunstancias:
La culpa de la víctima; el proceder del propio damnificado; se refiere a los deberes de
colaboración en toda su dimensión.
El caso fortuito (o fuerza mayor); indica un hecho extraño a la cosa que no ha podido
preveerse o que, previsto, no ha podido evitarse (por ej., un hecho natural; art. 514,
C.C.).
El hecho de un tercero que hace imposible la ejecución de una obligación.
En general, cualquier rompimiento de la cadena causal que obstaculice o dificulte una
prestación apropiada (v.g., que se efectúe o pueda cumplirse una indicación y esto afecte
negativamente la prestación de que se trate).
Si se ha contraído una obligación de medios (es decir, la procuración del resultado, no
su garantización), como es usualmente en nuestro caso (nosotros no prometemos la
“curación rápida; a plazo fijo; o infalible”; los médicos la tienen prohibida por su Ley,
n° 5413/58, art. 6 a) del Reglam. de Anuncios y Publicidad ), queda a cargo del
profesional la prueba de haber obrado “sin culpa”, es decir, de manera diligente e idónea
(art. 514, C.C.).
Por regla general, es conveniente enfatizar que hay falta de culpa si el profesional
acredita que ha empleado la diligencia exigible de acuerdo a “la naturaleza de la
obligación, y ... a las circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar”(art. 512,
C.C.).
Para la acreditación de su defensa el profesional deberá sólo probar ( a veces no resulta
tan fácil) que (por ej. y en relación a una prestación en una institución asistencial
pública) dados los antecedentes del cuadro; el conflicto o la patología atendida; los
medios con que contaba; el habitat donde se desempeñaba; así como los recursos
económicos del usuario de su práctica; realizó la conducta profesional adecuada.
Los medios de la defensa serán variados según el asiento y modalidad de la prestación
profesional en cuestión (institucional; pública; privada; individual; en equipo; etc.),
pudiendo consistir en diferentes elementos probatorios, por ej., constancia de historia
clínica; aval de jefes inmediatos superiores; acta administrativa; libro de quejas; etc.
Las conclusiones de los especialistas en relación al tema de la defensa determinan
(sobre todo en el espacio médico) la necesidad de contar con dos herramientas
fundamentales: la confección de una adecuada historia clínica y el consentimiento
informado (Algo hemos señalado al respecto -desde nuestro Código de Etica- en
relación al registro apropiado: Art. 3, “d”; 2; 2.7; y en cuanto a la información y
consentimiento, se encuentra aludido en: artículos 19; 20; y 22; y categóricamente
explicitado, en el art. 3 “d”; 1).
Otros modos idóneos, quizás además pensando en una perspectiva más individual de
realización de la práctica, podrán ser: la acreditación bibliográfica; un peritaje de parte;
recurrir a la garantía de personas reconocidas en la materia y sobre todo a la prueba de
oficio a entes especializados o fundaciones (creo que en esto último nuestras
instituciones deberían prepararse y no faltar a la cita).
En concordancia con lo que venimos exponiendo, queremos ahora hacer la propuesta
para que la Función Consultiva de nuestro Colegio (ya mencionada en otros trabajos del
Tribunal), si lo evalúa conveniente, extienda su acción al ámbito de la Com. de Ejercicio
Profesional, con el fin de expedirse acerca de si una determinada acción profesional se
adecua y es apropiada a lo que de ella se espera, desde un punto de vista estrictamente
profesional más que jurídico, (es decir, para que opere como referente y elemento de
juicio acerca de si constituye -o no- mala praxis), sirviendo de esta manera a modo de
Auditoría calificada y especializada desde nuestra Institución y ante quien pueda
jurídicamente corresponder.
Consideremos al respecto que, en un sentido riguroso, la determinación de mala praxis
no la van a hacer el Juez, ni el agraviado, ni el inculpado, sino , en gran medida, los
referentes periciales específicos en que se funde la decisión judicial al respecto.
Consultadas las autoridades de FEPRA sobre la materia, conveníamos en que se trata de
una temática confusa y poco conocida (y entonces mucho menos difundida entre
nosotros); de todas maneras, ellos estaban pensando en la posibilidad de realizar, de
considerarse oportuno, alguna contratación general de seguro para los psicólogos, por
un monto mínimo, ya que teniendo en cuenta la cantidad de profesionales y la bajísima
siniestralidad, las pólizas, anticipaban, deberían ser casi gratuitas.
También admitíamos en que falta caracterizar adecuadamente el acto del psicólogo a ser
cubierto: la Superintendencia de Seguros de la Nación no tiene una cobertura de
Responsabilidad Civil que contemple específicamente dicho acto; habrá que definírselo
desde FEPRA?; y diferenciar acto (médico?) de proceso (psicológico)?. Y más aún, en
términos jurídicos, sería oportuno distinguir entre hecho (fáctico, más atribuible tal vez
a lo médico?), y acto (que supone una potencialidad verbalizable más que una
consecuencia tangible manifiesta, y que podría entonces corresponder más al acto del
psicólogo, al hecho psicológico?).
Hasta ahora, la cobertura que se ofrece desde las aseguradoras que fueron requeridas,
tiende a homologar (y esto también en concordancia con la estimación jurídica más
habitual) el Riesgo de Responsabilidad Civil por Mala Praxis en el ejercicio profesional
del psicólogo, al que se ofrece para el acto médico, ubicando prioritariamente a ambos
en el área de Salud y en referencia a lo asistencial “para todos los riesgos jurídicos
emergentes de su profesión en el territorio nacional”, abarcando las distintas inserciones
y modalidades laborales : institucional –público o privado-; individual o por equipos;
etc.
Destacan, al igual que nuestra Ley 10.306 (art. 9°, inc. “f”), la prohibición de prescribir
medicamentos; al respecto indican, con el fin de evitar acciones judiciales, la
interconsulta con psiquiatras y de ese modo “despejar responsabilidad en el profesional
capacitado para realizar un tratamiento total y abarcativo”(sic); desde su casuística nos
dicen que la mayoría de las demandas por mala praxis contra los psicólogos, se fundan
en reclamos por falta de diagnóstico de enfermedades graves que determinaron la
muerte del paciente (suicidio); la falta de derivación o interconsulta con médicos
psiquiatras, en tiempo y forma; etc.; al respecto también advierten que en la atención de
pacientes de riesgo (v.g. suicidas) se deben procurar todas las medidas de seguridad para
que no ocurran daños en el paciente dentro del consultorio (esto parecería una extensión
de los criterios para adjudicar normas de responsabilidad a los establecimientos médico-
asistenciales); señalan asimismo la necesidad de observar la normativa con respecto al
secreto profesional, con las excepciones que le son propias; y esto con respecto a
probables demandas por presunta violación del secreto profesional en, por ej.,
situaciones de violencia familiar y/o abuso sexual infantil, (Ley Nacional 24.417, art. 2,
y Código Penal vigente); (estas y otras temáticas conexas podrían ser provechosamente
tratadas, a los efectos de su conocimiento y prevención, en el ámbito correspondiente de
nuestra Institución).
Aconsejan como un proceder básico para una eventual defensa, la correcta confección
de la historia clínica (lo más minuciosa, documentada y actualizada posible); en este
parecer encontramos bastante consenso desde varios discursos (jueces; compañías
aseguradoras; médicos; dicen que “es el documento más importante con que contamos
los profesionales para probar que los medios utilizados eran los adecuados”) pero no
unanimidad ni mucho menos unidad de criterio; faltan todavía desarrollar acuerdos
conceptuales y establecer procedimientos formalizados comunes; la misma importancia,
según hemos visto, se le asigna al consentimiento informado, aunque le corresponden
similares reparos . Lo que no puede hacerse, esencialmente, es extrapolar acríticamente
el modelo de asistencia y cobertura médico-psiquiátrica, en sus indicaciones, formas y
contenidos, a nuestra práctica psicológica.
La historia clínica, por ej., constituye todo un asunto problemático: en principio, es un
derecho del paciente y una obligación del profesional documentar fehacientemente su
evolución y tratamiento; una ordenanza impone desde el ‘97 su obligatoriedad en los
hospitales públicos de Capital; muchas prepagas la exigen; desde el punto de vista
administrativo constituye un documento que, llegado el caso, puede requerirse desde los
poderes públicos (este criterio no se aplicaría en la atención privada, aunque subsisten
discrepancias de criterio). Desde qué pautas se construye, se protocoliza?; desde el
modelo médico; psicológico; psicoanalítico?; hay acuerdo, univocidad, para estos
últimos?. Cierto número de médicos y psicoanalistas se resisten a su obligatoriedad: en
un caso plantean que al no poder controlar adecuadamente su circulación, se corre el
riesgo de violación del secreto profesional; en otro añaden que, “llevada según pautas
médicas, no es indicativa para valorar si hubo o no mala praxis en un psicoanálisis”.
Este es otro buen tema para reflexionar desde la profesión del psicólogo.
Las aseguradoras coinciden en que la cobertura de profesionales psicólogos es un riesgo
de baja siniestralidad (querrá decir que no somos muy siniestros los psicólogos ?) “pero
en casos resulta de importante monto de reclamos” (casi nunca cae un rayo, pero...).
Cómo se justificarían entonces las contrataciones de pólizas?; y además, debieran ser
individuales (tal el criterio de algunos asesores) o provenir de convenios desde las
Instituciones de los psicólogos (Colegios; Asociaciones) o de aquéllas que los agrupen
profesionalmente desde su inserción laboral particular ?.
Si, como dijimos antes, los hospitales, clínicas y sanatorios están obligados a
indemnizar por el obrar dañoso de sus profesionales, surgiría tanto desde ellos como
desde las Obras Sociales la indicación obligatoria de que sus profesionales (empleados;
o prestadores del sistema) estén cubiertos por la institución o tomen pólizas de seguro.

Pero aquí tampoco existe una norma generalizada . Algunos hospitales municipales
(Ciudad de Bs. As) han tratado de imponer la obligatoriedad del seguro aún a los
colegas en formación: hace un tiempo (Junio 2001), estando el Dr. Lombardo en la
Secretaría de Salud, el gobierno porteño decretó ( Decreto n° 2310, Res. 1231) que los
concurrentes a los hospitales públicos (Centro de Salud Mental n° 3, “A. Ameghino”)
debían contratar un seguro por mala praxis, a favor del Gobierno de la Ciudad; o sea
que en tal caso el seguro cubre a la institución, no a sus profesionales; esta medida
luego se suspendió (pronunciamientos de la Asoc. de Profesionales del Hospital; de la
Asoc. de Psic. Municipales; de Fepra ) pero el intento se hizo. Hasta ahora tenemos
información que no se le exige seguro a los colegas que trabajan ad-honorem; que los
profesionales rentados estarían cubiertos por el seguro global del establecimiento donde
se desempeñan (constatación de colegas del Hospital Penna), acordado en forma
colectiva desde la Asociación de Profesionales de la Salud del Gobierno de la Ciudad
(según dicha Asociación); que el seguro sería obligatorio para los que trabajan con
Obras Sociales.
En la Pcia. de Bs. As., y de acuerdo a datos de la Asociación de Profesionales de la
Salud (Hospital “San Martín”, La Plata), los hospitales públicos estarían
apropiadamente cubiertos desde el seguro genérico que les proporciona el Ministerio de
Salud de la Pcia. (nuevamente los establecimientos, no sus empleados dependientes), no
requiriendo entonces tal seguro a sus profesionales ni a sus organizaciones ; las clínicas
y sanatorios, por lo que hasta ahora conocemos, tampoco lo estarían reclamando. Con
respecto a las Obras Sociales, nos consta que (según Fepra), por lo general no exigen
seguro en la Pcia; cuando alguna (muy esporádicamente) lo hubo solicitado en ciertos
casos, se le explicó que no hay caracterización oficial al respecto que obligue a su
contratación (fíjense que IOMA, por el contrario, sí lo exige a los psiquiatras, ante el
riesgo de afrontar juicios por mala praxis, aunque de hecho se conoce también muy
poca jurisprudencia a su respecto en la Prov. de Bs.As.).
Lo dicho: la Superintendencia de Seguros de la Nación (en respuesta a una petición del
Colegio de Psicólogos de Chubut) informa que en el mercado asegurador del país no
hay cobertura de Responsabilidad Civil para los riesgos de una mala praxis por
profesionales psicólogos; la exigencia para los prestadores es (solamente) de cobertura
médico-legal, no haciendo referencia en la norma a los psicólogos.
Consultados nuestros asesores legales acerca de estos conceptos (antes desde el Consejo
Directivo; y ahora , en ocasión de este trabajo del Tribunal), nos han respondido, ante el
requerimiento de información sobre jurisprudencia: que desconocen casos concretos
(nota a Consejo Directivo, Feb. 2001); que su búsqueda les resulta difícil aún a ellos (y
más todavía, como les fuera en esta ocasión solicitado, encontrarse con la carátula,
estado y trámite de los expedientes); que hasta este momento (y eso cubre el pasado
año, 2001) , no han encontrado jurisprudencia por mala praxis de psicólogos en las
bases de datos que manejan (JUBA, Pcia.; FANA, Cámaras Nacionales de Capital);
aunque esto, afirman, no es definitivo.
Como antecedente específico entonces, encontramos que ante la consulta de nuestro
Colegio, los asesores aconsejaron (15-2-01), ante su evidencia de no haber encontrado
jurisprudencia que involucre a psicólogos y a valorar que no hay litigiosidad claramente
instalada, que, como Institución, no tenía mayor sentido asegurar.

Explicitaron en esa oportunidad que la conveniencia debía ser evaluada por cada
profesional, en función de los riesgos; del valor del seguro; de los términos de la póliza
(qué incluye y qué queda por fuera de la cobertura); y de la solvencia del asegurador.
Nosotros contábamos, al hacer ahora la consulta a los asesores desde el Tribunal, con
información periodística acerca de la existencia de más de diez juicios contra psicólogos
– creíamos al principio que en Capital-, según manifestaciones del Dr. Espector,
Presidente de la Asociación de Psiquiatras de la Ciudad de Bs. As. (art. sobre Mala
Praxis, Diario Página 12, 19-10-00; y del mismo autor otro art. en Rev. Desarrollos en
Psiquiatría Argentina, donde hacía mención acerca de una profesional que los había
consultado por una situación de presunta mala praxis “y a quien posiblemente ya la
hayan demandado”). Estas fuentes pudieron medianamente corroborarse hace dos
semanas (Jornadas de APFRA ya aludidas, mesa sobre Responsabilidad Profesional del
Psicólogo): los 10 casos eran, no en Capital, sino en todo el país; el ejemplo aludido en
la Revista citada (del ‘97) era uno de los 2 que se tienen conocimiento en Ciudad de
Buenos Aires (en el primero se desatienden predictores de riesgo suicida, con el
previsible y trágico desenlace; en el otro, se desaconseja la interconsulta y derivación
psiquiátrica a una paciente psicótica, que termina suicidándose). A la fecha estamos aún
esperando las precisiones que en esa oportunidad le hemos solicitado: Fueros; Cámaras;
n° de Juzgados; carátulas; artículos por los cuales se imputan los ilícitos; denuncia;
estado de los procesos (sumario; sentencia; firme o apelada; etc.).
Otra referencia que tuvimos en cuenta: en Página 12, 19-4-01, la Sala II de la Cámara
del Crimen sobreseyó a una mujer denunciada por su psicóloga, porque se trató de
información revelada durante la terapia, violando sin “justa causa” el secreto
profesional; ahora, de hecho, la denunciante pasó a ser la denunciada (delito por
Responsabilidad Penal?; derivará en una demanda de Responsabilidad Civil por
presunta mala praxis?).
También se había presentado a la consulta de los asesores un caso similar, de
conocimiento del Tribunal, relacionado con una demanda Penal (al mismo tiempo que
Administrativa y Disciplinaria) donde queríamos definir si podría tratarse, en caso que
también se ventilase en el fuero Civil, de una implicación por (presunta) mala praxis
profesional.
En fin, quedan planteados caminos a recorrer, a abrir en muchos casos.
Seguramente estas elaboraciones podrán ser tenidas en cuenta como elementos de
juicio, si en algún momento se plantea en el ámbito del Colegio (y en concordancia con
los criterios que Fepra pueda ir recomendando), algún Sistema de Asistencia Profesional
o Fondo de Resguardo Profesional que obre como Seguro de Responsabilidad Civil por
Mala Praxis (en este último caso el costo del seguro es menor y se prorratea); sabemos
que APBA ha establecido un convenio con una aseguradora (St. Paul; desconocemos
por ahora sus términos), incluyéndolo dentro de los servicios que brinda a sus
asociados; y por otra parte hemos tomado conocimiento de una encuesta al respecto que
FEPRA está difundiendo por su página en la Red.
Por ahora da la sensación de que no nos van a inundar los juicios por mala praxis, desde
el momento que no hay aquí instalada entre nosotros, al menos por ahora, una “nueva
industria del juicio” ( al disminuir los juicios laborales contra el Estado), como pareciera
desde otras profesiones; de todas maneras hay como cierto “temple persecutorio” cada
vez que aparece entre nosotros el tema de la mala praxis, y el desconocimiento
acrecienta el temor de algún reproche jurídico, sumado al de un costo económico
gravoso, como si la sola mención del tema conllevara, al mismo tiempo, una vivencia de
inseguridad laboral junto a la amenaza de un potencial despojo a cuestas.

Es cierto que nuestro acto no tiene (según la Superintendencia de Seguros de la Nación)


caracterización ni obligatoriedad pero, sin embargo... (existe): las compañías de seguro
ofrecen cobertura, y algunas obras sociales y pre-pagas pueden requerirlo como
condición para trabajar con ellas; vimos ya que el gobierno porteño lo exige a los
profesionales que trabajan en sus hospitales y que alguna vez pretendió extenderlo a los
concurrentes ad-honorem (medida suspendida pero aún posible); ahora bien, por otra
parte, es muy contundente el hecho de que no se encuentra prácticamente jurisprudencia
al respecto; además nuestro acto es en sí mismo elusivo, de difícil probanza
(responsabilidad incriminatoria), donde, según los especialistas, “predomina la materia
opinable y por tanto la culpa debe ser evidente”. Shakespeare decía, en “Ricardo III”:
“Estamos hechos de la misma materia que nuestros sueños, y como ellos nos iremos
desvaneciendo...”.
Convendría asegurarnos de que algún sueño no llegue a transformarse para alguno de
nosotros en una pesadilla?; o por el contrario, el riesgo es de que (“con oferta hemos
generado demanda”; Lacan) ofrezcamos blanco fácil a las reinvindicaciones, sobre todo
a aquellas desaprensivamente injustas, que pudiera hacernos cualquiera que quisiese
aprovecharse de esa promoción?. Este último sería el parecer, por ahora, de la mayoría
de los asesores consultados.
Tiempos condicionales; preguntas; ambigüedades; contradicciones; imprecisiones; falta
de información y documentación apropiada; fuentes requeridas de difícil verificación,
que en ocasiones no responden y en otras no terminan de expedirse o corroborar las
consultas efectuadas; más que solamente acercar un conocimiento, este desarrollo
parece expresar a la vez, la medida de nuestra incertidumbre y desconocimiento actual.
Quizás sea así por ahora; uno siempre espera al que desee y pueda “tomar la posta”, a
cuenta siempre de mayor cantidad y calidad; al menos, con este trabajo ha quedado
difundida, actualizada y más resueltamente planteada la problemática y “el estado de la
cuestión” entre nosotros.
Esperamos que esta presentación se continúe en nuestro Colegio con la profundización e
implementación, en la medida de lo posible, de lo que hasta aquí hemos señalado, ya
que lo entendemos como un aporte necesario para un buen desempeño profesional y
para el cumplimiento, por parte del Colegio, de sus funciones de encuadramiento,
contralor y defensa, tanto de la Institución como de sus profesionales.
En última instancia, si como autoridades responsables del Colegio, en ejercicio de “la
otra función” del Tribunal de Disciplina, estamos alertando hoy sobre la mala praxis, es
sencillamente para seguir promoviendo la buena praxis; es como si en el quehacer
clínico nos negáramos ideal y dialécticamente a la asistencia (Fiorini) para recuperarnos
como educación y prevención.
Y, para finalizar, queremos decir que no desconocemos los riesgos que significa abordar
un discurso específico, como el jurídico, en el que los psicólogos ( en este caso Tribunal
mediante) somos unos recién llegados que tocamos de “oído”; esperemos no haber
cometido demasiadas inexactitudes (o al menos que sean adecuadamente reparables); lo
que sí sería inexcusable y peligroso es hacer , como frente a tantas otras realidades de la
vida, “oídos sordos”; por las dudas, hagamos buena praxis.

Este trabajo está extractado (corregido y ampliado) de “El Tribunal de Disciplina: la


otra función”, presentado al X Congreso Metropolitano de Psicología, ODISEA DE LA
ETICA, Mayo 2002, en el Simposio del Foro de Tribunales de Disciplina de la Prov. de
Bs.As.

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