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8. LAS CARTAS DE JUAN

La tradición de la Iglesia ha atribuido al autor del cuarto evangelio tres cartas que se
conocen por consiguiente con el nombre de Cartas de Juan. Dos de ellas, la segunda y la
tercera, están escritas por alguien que se denomina a sí mismo el Presbítero y presentan
entre sí, además del saludo inicial y la despedida, formulaciones y expresiones casi
idénticas. Por otra parte, las dos, aunque especialmente la segunda, contienen ideas y
modos de decir que aparecen también en la primera de Juan, hasta el punto de que se
puede afirmar que no hay un versículo de la segunda de Juan que no encuentre su
paralelo en la primera. Por su parte, la primera carta tiene un contenido y unas
expresiones que son claramente comunes al cuarto evangelio. Se entiende así que se
consideren provenientes de una misma tradición y se atribuyan a un mismo autor.
Su lugar en el canon, a continuación de la carta de Santiago y de las dos de Pedro,
quizá refleja el orden de las “columnas” de la Iglesia (Santiago, Cefas y Juan), tal como
aparece mencionado por Pablo en Gálatas 2,9 (“y al conocer la gracia que se me había
concedido, Santiago, Cefas y Juan –que eran considerados como columnas– nos dieron
la mano a mí y a Bernabé”). Pero, independientemente de ello, guarda un paralelismo
con el final del cuarto evangelio, donde encontramos juntos a Pedro y al discípulo
amado. Es como si se quisiera dar a entender que son dos figuras inseparables.

I. LA PRIMERA CARTA

1. TESTIMONIOS DE LA TRADICIÓN
Que la primera carta de Juan tuvo una pronta difusión y autoridad lo muestra el hecho
de que ya en el siglo II san Policarpo (Filipenses 7,1) y san Justino (Contra Trifón 123)
la conocen. De todas formas, no indican quién es su autor. No mucho después, sin
embargo, aparecen testimonios que manifiestan que Juan el hijo de Zebedeo es el autor
del evangelio y de la carta que lleva su nombre. San Ireneo de Lyon, hacia el año 180,
supone en su Adversus haereses que la carta la escribió el apóstol Juan, pues cita pasajes
atribuyéndolos a “Juan, el discípulo del Señor” (3,16,5.8). También Clemente de
Alejandría, hacia el 200, la cita en sus obras con frecuencia, asignándola de forma
explícita al apóstol san Juan (Stromata 2,15,66; 3,4,32; 3,5,44; 3,6,45). Lo mismo hacen
Orígenes (+ 253) (según el testimonio de Eusebio en Historia Eclesiástica 6,25,8) y
Tertuliano (+ hacia el 222) (Adversus Praxeam 15, Scorpiace 12; Adversus Marcionem
5,16). Desde el siglo IV es citada habitualmente como obra del evangelista Juan.
Eusebio de Cesarea, en su Historia Eclesiástica (3,24,17), se hace eco de esta tradición
al clasificar 1 Juan entre los escritos “reconocidos” o canónicos (homologoúmena), tal
como suele aparecer en las listas de libros canónicos desde el siglo III. Ya el Canon de
Muratori, posiblemente del siglo II, testimonia que el autor de la carta es Juan, el autor
del cuarto evangelio.

2. TRASMISIÓN
Estas referencias manifiestan la autoridad de que gozó este escrito como testimonio
apostólico. Los antiguos manuscritos, como el P9 (siglo III) y los grandes códices del
siglo IV, muestran que el texto que conservamos se ha trasmitido bien. Tan solo en
tiempos pasados se produjo cierta inquietud por un pasaje que se había incluido en la
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edición Sixto Clementina de la Vulgata (año 1592) y que suscitó un debate sobre su
autenticidad. Hoy esa polémica es mera anécdota, pero en otros tiempos fue muy
encendida. El pasaje en cuestión es llamado comma joanneum (“inciso joánico”).
La edición Sixto Clementina de la Vulgata introdujo en el texto de 5,7-8 un añadido
que hacía decir al texto lo siguiente: “Pues son tres los que dan testimonio en el cielo: el
Padre, el Verbo y el Espíritu Santo y estos tres son uno; y son tres los que dan
testimonio sobre la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre y los tres coinciden en lo
mismo”. El añadido, señalado en cursiva, es una reflexión dogmática trinitaria sobre el
texto original más breve. Se piensa que originalmente nació como una nota marginal que
luego pasó al texto. Aparece por primera vez incorporada al texto de la carta en un
tratado latino del siglo IV. A partir del siglo V y VI se encuentra con más frecuencia en
manuscritos de la Vetus Latina y de la Vulgata (a partir del siglo IX). Pero de hecho
falta en los manuscritos griegos y en los de tradición oriental. Sólo se encuentra en dos
manuscritos griegos, el más antiguo del siglo XIV o XV, y en el margen de otros dos, el
más antiguo del siglo XI, como un añadido posterior. Además, no fue citado en las
controversias trinitarias del siglo IV (sabelianismo y arrianismo) por ningún padre
griego, omisión que no se explicaría si conocieran este pasaje. Se puede decir, por tanto,
que no pertenece al texto original. Sin embargo, la discusión de su autenticidad dio
origen a una acalorada polémica, que no terminó hasta que la Congregación del Santo
Oficio emitió una Declaración el 2-VI-1927. La edición oficial latina, la Neovulgata, ya
no lo incluye.

3. CONTENIDO Y ESTRUCTURA
Dado el carácter expositivo, poco lineal y polémico de la carta, resulta difícil resumir
su contenido sin traicionarlo. Aun así se puede intentar señalar brevemente lo que
fundamentalmente dice.
Comienza con un prólogo donde se indica la intención del autor: dar un testimonio
sobre el Verbo de la vida con el fin de que los destinatarios estén en comunión con Dios,
con Cristo y con los hermanos (1,1-4). A continuación, a partir del enunciado “Dios es
luz”, desarrolla las exigencias que requiere la vida cristiana, presentada como un
caminar en la luz, que garantiza la comunión con Dios y con Jesucristo, cuya sangre
limpia de pecado (1,5-7). Para mantener esta unión con Dios es necesario reconocerse
pecador y luchar contra el pecado, pues no reconocer el pecado es hacer mentiroso a
Dios (1,8-2,2). Además hay que guardar los mandamientos –especialmente el del amor
fraterno– y así perfeccionar el amor a Dios. Este mandamiento del amor es un
mandamiento nuevo porque todavía no se ha puesto completamente en práctica en un
mundo liberado por Jesús del poder de las tinieblas (2,3-11). El cristiano no puede amar
al mundo y debe luchar contra él y sus atractivos: lujuria, tentación de los ojos y un
estilo de vida pretencioso, manteniéndose en guardia contra el Maligno (2,12-17). La
presencia del Anticristo que se hace realidad en los falsos maestros manifiesta que han
llegado los últimos tiempos. Esos falsos maestros son mentirosos y se han marchado de
la comunidad. Les caracteriza la negación de que Jesús es el Cristo venido en la carne
(2,18-23). Los destinatarios, en cambio, han sido ungidos por el Santo, y por eso no
tienen necesidad de que los falsos maestros les enseñen, si permanecen en la verdad que
lleva a la vida eterna (2,24-27). La unión con Cristo, el justo, se da ya ahora en los que
obran la justicia, pero la plena unión se dará con su segunda venida. Sin embargo, el
estar unidos a él ahora permite esperar su venida con confianza. Lo avala el hecho de
que el cristiano es hijo de Dios (2,28-3,3). Más aún, ha nacido de la semilla de Dios y
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por eso lucha contra el pecado (3,4-10).


Seguidamente, apelando de nuevo al mensaje del principio, exhorta a practicar la
caridad fraterna, mostrando que el que no ama a su hermano es un homicida como Caín,
y subrayando la necesidad de poner en práctica los mandamientos (3,11-24). Después
señala el criterio para discernir los espíritus verdaderos de los falsos. Quien confiesa a
Jesús en la carne es de Dios y produce buenos frutos (4,1-6). Y sin solución de
continuidad vuelve a exhortar a la caridad fraterna, esta vez fundamentándola
insistentemente en que Dios es amor, tal como lo manifiesta el hecho de enviar a su Hijo
al mundo para salvarnos. Los cristianos pueden amar porque Dios les ha amado primero.
Deben demostrar ese amor amando a sus hermanos. Si no lo hacen, mienten (4,7-21).
Los nacidos de Dios son los que tienen fe en que Jesús es el Cristo y guardan los
mandamientos. Con esa fe en Jesús vencen al mundo (5,1-5). Y de esa fe dan testimonio
el Espíritu, el agua y la sangre (5,6-8). El testimonio de Dios lleva a creer en su Hijo y
en él alcanzar la vida eterna (5,9-12). Por eso ha sido escrita la carta: para que los
destinatarios crean en el Hijo de Dios y así tengan vida eterna. Esta fe sustenta la
confianza en que Dios escuchará la oración por los pecadores (5,13-17). Conocer a Dios
y la verdad es la garantía de que el Hijo de Dios ha venido y nos ha traído la vida eterna
(5,18-20). Termina el escrito advirtiendo contra los ídolos (5,21).
Como se puede ver, a pesar de que la síntesis del contenido presenta un desarrollo
que permite cierta esquematización, el escrito resulta enormemente complejo de
estructurar. Desde luego, aunque se ha trasmitido con el nombre de “carta de Juan”,
estrictamente no presenta el formato de una carta de la época con saludos, cuerpo y
despedida. En efecto, el escrito no indica un remitente ni refiere a quien se dirige, ni
añade al final los saludos acostumbrados. En todo caso, lo que se desprende de su
lectura es que los destinatarios son un “vosotros” genérico y que hay una polémica de
fondo. Algunos intérpretes han pensado que se trata de una homilía, o de un tratado
religioso (Dodd, Büchsel, Windisch), pero hay muchos elementos que hacen poco
probables estas opiniones. Otros piensan que es una exhortación al hilo de lo que se dice
en el cuarto evangelio, a raíz de problemas surgidos en la comunidad, como un
documento complementario o una “guía de lectura” del evangelio en un momento en
que se estaba interpretando erróneamente (Brown, Klauck, Tuñí). Vendría a ser así
como una especie de circular entre las comunidades cristianas de una región. Quizá esto
se aproxime más a la intención original, pero también resulta difícil de probar.
El lenguaje es directo y sencillo, con un vocabulario reducido y una sintaxis bastante
elemental (con predominio de frases enlazadas por la conjunción “y”). Sin embargo,
debido principalmente a los bruscos cambios de estilo y de contenidos, la carta tiene una
lógica no siempre fácil de comprender. No es extraño, por tanto, que los intentos de
estructurar el texto hayan sido múltiples y ninguno de ellos haya resultado satisfactorio.
La gran mayoría reconoce un prólogo en 1,1-4 y bastantes un epílogo o conclusión en
5,13-21. Pero la estructura del cuerpo de la carta varía mucho según las propuestas.
Algunos autores sugieren dividirla en dos partes (por ejemplo, 1,5-3,10 y 3,11-5,12),
otros en tres (por ejemplo, 1,5-2,17; 2,18-4,6; 4,7-5,12) y otros en cuatro o más.
Se entiende así que la falta de una estructura clara y de un género definido haya
llevado a algunos exegetas a interpretar este escrito como una elaboración de diversas
fuentes. En consecuencia, se han propuesto como fuente base algunas frases (unas
pocas, en algunos casos; un conjunto más numeroso, en otros, dependiendo de los
autores) o unos escritos previos (Von Dobschütz). A partir de aquí el texto base original
se habría ido ampliando y corrigiendo con otros textos al hilo de diversas circunstancias.
Por ejemplo, Bultmann, análogamente a su teoría sobre la composición del cuarto
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evangelio, expuso en unos estudios que publicó sobre las cartas, que 1 Juan habría
nacido a partir de un escrito básico de 26 versos dobles pertenecientes a una fuente
gnóstica. Este escrito habría sido reelaborado posteriormente con un estilo propio de una
homilía por un escritor eclesiástico. Existen diversas variantes de esta propuesta (Braun,
O’Neill). Entre ellas está también la que considera que hubo un progresivo proceso de
composición, pero que en él intervino solo un único autor (Nauck). Y es que, a pesar de
tantas hipótesis sobre la intervención de diversas manos, la homogeneidad de estilo y
vocabulario es innegable. De todas maneras ninguna de estas hipótesis sobre el origen
de la carta se ha impuesto.
Ante la maraña de propuestas, cabe preguntarse si no es más fácil quizá entender este
escrito como un conjunto de “pensamientos” provenientes de alguien constituido en
autoridad (es decir, el discípulo amado), ordenados sin una lógica excesivamente precisa
y recogidos en un momento en que las circunstancias exigían un conocimiento correcto
de la doctrina; o simplemente como testimonio y recuerdo de lo que escribió quien
gozaba de autoridad en uno o varios momentos. La carta sería así una manera de
expresar la mente de quien estaba al frente de la comunidad y de quien se habían tomado
esos pensamientos. Vendría a ser como una colección de textos del discípulo amado
recogidos como un precioso testimonio.

4. RELACIÓN CON EL CUARTO EVANGELIO


El parentesco de 1 Juan con el cuarto evangelio es innegable. Un análisis detenido del
estilo, de la estructura de las frases, del vocabulario y de las ideas de la carta permite
descubrir notables semejanzas y algunas diferencias.
4.1. Semejanzas
- En los dos escritos se encuentran términos muy característicos: ginoskein
(“conocer”), martyria, martyrein (“testimonio”, “dar testimonio”), pater (“Padre”,
referido a Dios), kosmos (“mundo”), terein (“guardar”), menein (“permanecer”),
phanerothenai (“manifestarse”), aletheia (“verdad”), sarx (“carne”). También se
encuentran algunos giros típicos: “ser nacido de Dios”, “ser de Dios”, “permanecer en
Dios”, “permanecer en la verdad”, “caminar en la luz”, “obrar la verdad”, “guardar los
mandamientos”, “guardar la palabra”, “tener pecado”, “quitar el pecado”, “ser del
mundo”, “hacer lo bueno”, etc. Otro tanto cabe decir del uso frecuente de algunas
antítesis, que son características del pensamiento joánico y que también encuentran su
correspondencia en Qumrán: “luz-tinieblas”, “verdad-mentira”, “amor-odio”, “vida-
muerte”, “Dios-el diablo”, “justicia-pecado”.
- Por otra parte, se observa el interés en ambos escritos por unos determinados temas
doctrinales, tal como se reflejan en algunos términos o expresiones. Algunos ejemplos
significativos son:
a) Modos de referirse a Cristo
- el Logos:
1 Jn 1,1: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto
con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos a
propósito del Verbo de la vida”.
Jn 1,1: “En el principio existía el Verbo, / y el Verbo estaba junto a Dios, / y el
Verbo era Dios”.
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-el Unigénito:
1 Jn 4,9: “En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios: en que Dios envió a
su Hijo Unigénito al mundo para que recibiéramos por él la vida”.
Jn 1,18: “A Dios nadie lo ha visto jamás; / el Dios Unigénito, / el que está en el seno
del Padre, / él mismo lo dio a conocer”.
- el Salvador del mundo:
1 Jn 4,14: “Nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su
Hijo como salvador del mundo”.
Jn 4,42: “Y le decían a la mujer: ‘Ya no creemos por tu palabra; nosotros mismos
hemos oído y sabemos que éste es en verdad el Salvador del mundo’”.
b) Sobe la realidad de la Encarnación (cf. el prologo de la carta y el del evangelio) y su
valor redentor para quitar los pecados:
1 Jn 3,5: “Y sabéis que él se manifestó para quitar los pecados, y en él no hay
pecado”.
Jn 1,29: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
c) Sobre la vida cristiana
- “paso de la muerte a la vida”
1 Jn 3,14: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque
amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte”.
Jn 5,24: “En verdad, en verdad os digo que el que escucha mi palabra y cree en el
que me envió tiene vida eterna, y no viene a juicio sino que de la muerte pasa a la
vida”.
- “nacer de Dios”
1 Jn 3,9: “Todo el que ha nacido de Dios no peca, porque el germen divino
permanece en él; no puede pecar porque ha nacido de Dios”; cf. también 4,7; 5,1;
5,4.
Jn 1,13: “que no han nacido de la sangre, / ni de la voluntad de la carne, / ni del
querer del hombre, / sino de Dios”; cf. también 3,3.
- llegar a ser “hijo de Dios”
1 Jn 3,1: “Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos
hijos de Dios, ¡y lo somos! Por eso el mundo no nos conoce, porque no le conoció a
Él”.
Jn 1,12: “Pero a cuantos le recibieron / les dio la potestad de ser hijos de Dios, / a los
que creen en su nombre”.
- “tener la vida”
1 Jn 5,12: “Quien tiene al Hijo de Dios tiene la vida; quien no tiene al Hijo tampoco
tiene la vida”.
Jn 3,36: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna, pero quien rehúsa creer en el Hijo
no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él”.
- guardar los mandamientos, que son “su palabra”
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1 Jn 2,5: “En cambio, quien guarda su palabra, en ése el amor de Dios ha alcanzado
verdaderamente su perfección. En esto sabemos que estamos en Él”.
Jn 14,21.23: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Y
el que me ama será amado por mi Padre, y yo le amaré y yo mismo me manifestaré a
él […] Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a
él y haremos morada en él”.
- ejercitar el amor fraterno cumpliendo el mandamiento nuevo (1 Jn 2,7-8 y Jn
13,34)
1 Jn 3,11: “Porque el mensaje que habéis escuchado desde el principio es éste: que
nos amemos unos a otros”.
Jn 13,34: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros. Como yo os
he amado, amaos también unos a otros”.
4.2. Diferencias
Junto con estas semejanzas y otras más de fondo, la carta presenta también algunas
diferencias con respecto al evangelio:
- Cerca del 10% del vocabulario de la carta no aparece en el evangelio. Hay algunos
términos significativos que están presentes en la carta y ausentes en el evangelio. Por
ejemplo: “comunión”, “anticristo”, “falso profeta”, “parusía”, etc. En cambio, también
hay palabras significativas en el evangelio que no aparecen en la carta: anabainein
(“subir”), katabainein (“bajar”), doxa, doxadsein (“gloria”, “glorificar”), krinein
(“juzgar”), etc.
- La carta solo tiene una alusión explícita al Antiguo Testamento (Caín), mientras que
el evangelio contiene citas abundantes.
- En la carta hay algunas expresiones que presentan un sentido diverso al del
evangelio. “El principio” en 1 Jn 1,1 y 2,14 (inicio de la revelación en la vida humana de
Jesús) no es equivalente al “principio” del prólogo del evangelio en 1,1 (preexistencia
del Verbo).
- La escatología final está más acentuada en la carta que en el evangelio. En la carta
se habla de la “parusía” y del “día del juicio” (2,28; 3,2; 4,17) y se pone más énfasis en
la parusía como el momento de dar cuentas de la vida cristiana (aunque también como el
momento de la plenitud de la unión con Jesús), mientras que en el evangelio se subraya
más el juicio y la retribución, hechos ya realidad en Cristo.
- La presencia del Espíritu como Persona está menos resaltada en la carta que en el
evangelio. La carta no emplea el término “Paráclito” referido al Espíritu, aunque en 2,1
se refiere a Cristo como el “paráclito” o abogado.
- La carta atribuye a Dios rasgos que el evangelio atribuye a Jesús. Por ejemplo, en 1
Jn 1,5 se dice que Dios es luz, mientras que en el evangelio Jesús es la luz. En 1 Jn 4,21,
parece que es Dios quien promulga el mandamiento de amarse uno a otro, cuando en el
evangelio lo hace Jesús (13,34).

5. AUTOR
Estas diferencias han llevado a pensar que estaríamos ante dos autores distintos,
siendo el autor de la carta un discípulo del evangelista (Windisch, Dodd,
Schnackenburg, Barrett, Zumstein, Brown, Smith, Klauck). De todas maneras, la
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cuestión está abierta y no hay acuerdo unánime. Lo cierto es que tanto la carta como el
evangelio reflejan una comunidad joánica con una tradición común. Detrás de esa
tradición está un personaje apostólico revestido de autoridad, el discípulo amado (a él se
remonta el “nosotros” de los que han oído y visto a Jesús, y saben lo que significa su
vida y su muerte). Como ha sucedido con los evangelios, la tradición que surge con él es
anterior a los escritos que tenemos y ha dado lugar a ellos. Las obras que nacen
vinculadas a Juan aparecen como respuesta teológica a las circunstancias particulares de
los destinatarios. De esta manera, se explica que existan diferencias entre la carta y el
evangelio, sin contar que entre la composición de uno y otro escrito debió de transcurrir
un tiempo que desconocemos. En todo caso, parece más probable que la carta se haya
escrito después del evangelio (aunque también se discute si pudo escribirse en una etapa
en que el evangelio todavía no había alcanzado la forma actual en que nos ha llegado).
De esta manera también se entenderían mejor algunas diferencias.
Una explicación sobre la autoría de la carta, en línea con la “escuela joánica” a la que
se hizo referencia en la “Introducción” de este libro, podría ser semejante a la de la
composición del cuarto evangelio. Así como en el origen del evangelio está el
testimonio del discípulo amado, que pudo ser puesto por escrito por uno o varios
discípulos, análogamente, ante unas circunstancias que estaban poniendo en peligro la
unión de la comunidad, se publica un escrito con el testimonio al respecto del discípulo
amado (sin excluir que ese escrito fuera una recopilación de diversos testimonios
escritos por el discípulo amado). Conforme a esta explicación se entiende que el escrito
fuera trasmitido en la tradición como Carta de Juan.

6. OCASIÓN DE LA CARTA
A la luz de las semejanzas entre el evangelio y la carta y, por tanto, partiendo de la
base de que ambos escritos proceden de un ámbito común, está claro que en las
circunstancias en las que se escribe la carta las tensiones entre cristianos y la sinagoga
ya no son las que se reflejan en el evangelio. No se hace referencia a “los judíos”, ni al
templo, ni a sus fiestas, ni a sus costumbres y tradiciones. En cambio, los calificativos
que Jesús utiliza en el evangelio contra algunos judíos ahora se aplican a unas personas
que están poniendo en peligro la fe de la comunidad (son “mentirosos”, “hijos del
diablo” y “asesinos”) 1 . Son estos y la necesidad de desenmascarar sus errores lo que han
motivado el escrito.
De estas personas se dice también que son “falsos profetas” (4,1), que “salieron de
entre nosotros” (2,19), pero que ya no están en plena comunión con el autor. Es decir, se
trata de un grupo cismático. Su escisión parece ser reciente, ya que no se describe su
situación como algo del pasado y se dice que ninguno de ellos “es de los nuestros”
(2,19). Además, los que se han separado deben de ser numerosos pues “el mundo les
escucha” (4,5) y causan desconcierto en la comunidad, ya que son seductores (2,26; 3,7)
que atraen con sus doctrinas y el engaño. Asimismo, son peligrosos, porque profesan no
tener una fe distinta –pues dicen que conocen a Dios y están en Él (2,4.6), que viven en
comunión con Él y le aman (1,6; 4,20), que están en la luz y no tienen ni cometen
pecado (2,9; 1,8.10)–, cuando, como se pondrá de manifiesto en la carta, la realidad es

1
Comparar 1 Jn 2,4; 3,8.10; 3,15 con Jn 8,44: “Vosotros tenéis por padre al diablo y queréis cumplir las
apetencias de vuestro padre; él era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no
hay verdad en él. Cuando habla la mentira, de lo suyo habla, porque es mentiroso y el padre de la
mentira”.
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bien otra. En consecuencia, la situación es dramática para la comunidad. De hecho, es


tan grave, que a juicio del autor es señal de que ha llegado “la última hora” (2,18), es
decir, los últimos tiempos anunciados por Cristo (Mt 24,15-28), cuando el conflicto
entre el bien y el mal, entre los hijos de las tinieblas y los hijos de la luz, se hará patente
y surgirán los “anticristos” (2,18; cf. 2 Jn 7), que se opondrán al Hijo de Dios.
A la luz de las indicaciones de la carta, los errores que propugnan los opositores son
más bien de tipo moral, aunque parecen tener su fundamento en una comprensión
cristológica de tipo doceta:
a) Negaban que Jesús es el Hijo de Dios (2,22-23), el Cristo (2,22) y, sobre todo, no
confesaban que Jesús había venido en la carne y había vivido una auténtica vida terrena
(4,2-3); como consecuencia, negaban también que su pasión y muerte fueran expiatorias
(1,7; 2,2; 4,10). Es decir, se contentaban con afirmar que Jesús había venido “en agua” –
lo que parece ser una referencia al bautismo–, como si lo único importante para la
salvación fuese creer que Cristo había venido al mundo como enviado y salvador, y solo
hiciera falta creer en su palabra. En cambio, pasaban por alto la vida terrena de Jesús y
de manera especial su muerte en la cruz como un acto de amor y de expiación por el que
se perdonan los pecados (2,12). De hecho, el autor insiste que Jesús ha venido no solo
con el agua, “sino con el agua y con la sangre” (5,6), que parece una alusión a la sangre
y agua que brotaron del costado de Cristo (Jn 19,34). Por eso, aunque los que alteraban
la doctrina decían que estaban llevados por el espíritu, el autor indica que el verdadero
Espíritu es el Espíritu de la verdad que procede de Dios y que es el que tiene él, el autor
de la carta, y los que le siguen (4,5-6), que han recibido la Unción del Padre y del Hijo
(2,27). Confesar que el Hijo de Dios ha venido en carne es la garantía de conocer a Dios
y de conocer la verdad (5,20).
b) En la práctica, la carta declara que los propugnadores de esas ideas demuestran
una conducta incompatible con la fe. De hecho caminan en tinieblas, porque por mucho
que se jacten de estar en comunión con Dios y no cometer pecado, en realidad no
guardan los mandamientos (2,3-5; 3,22.24) y cometen pecado aunque no lo reconozcan
(1,8.10). Es decir, como no confiesan a Jesús en la carne y lo que hizo en la tierra, sino
que enseñan y creen en una especie salvación por el conocimiento (4,8), no llevan una
vida moral conforme a la verdadera fe. Eso se demuestra en que no ponen en práctica el
amor al prójimo. Y sin amor a los hermanos no hay verdadera fe ni hay verdaderos hijos
de Dios.
Aunque se han realizado muchos intentos de identificar a los que mantenían estas
doctrinas con alguna herejía conocida por otras fuentes, no se ha llegado a un resultado
satisfactorio. Algunos intérpretes consideran que el error podría haber surgido por
influencia de un tipo de gnosis incipiente, nacida quizá en ámbito judío o judeocristiano.
Sin embargo, poco sabemos de esta herejía en esa época, pues las fuentes de las que
disponemos son posteriores. Es más, no está claro cuándo se puede determinar el
comienzo del gnosticismo, teniendo en cuenta además que hay una gran variedad de
corrientes gnósticas y que es mejor hablar de “gnosticismos” en plural. Tampoco se
conoce si son de origen judío, cristiano, oriental, etc. Probablemente sean el resultado de
una mezcla de elementos tomados de diversas religiones. En todo caso, su denominador
común sería el afirmar que la salvación viene por el conocimiento que el hombre tiene
de sí mismo (gnosis), no por el sacrificio redentor de Cristo. Con independencia de ello,
lo que revela la carta es un tipo de docetismo, del que participan la mayoría de los
movimientos gnósticos del siglo II en adelante. Esta doctrina negaba que Cristo es
verdaderamente hombre, y contra ella combatió Ignacio de Antioquía (ca. 110).
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No se puede excluir que los errores de los desenmascarados por la carta estuvieran en
relación con la doctrina de Cerinto (contra quien Juan escribió su evangelio, según san
Policarpo). Pero de él se saben pocas cosas y los diversos escritores cristianos antiguos
le atribuyen errores distintos. En su descripción de los gnósticos san Ireneo dice que,
además de mantener errores sobre la creación, Cerinto mantenía también posturas
docetas al afirmar que Cristo era un ser espiritual, que descendió sobre Jesús –un
hombre normal– después del bautismo y se retiró de él antes de la crucifixión.
No se puede descartar tampoco que los errores mencionados en la carta hubieran
nacido de una exageración de ciertos aspectos que se encuentran en el cuarto evangelio,
como la insistencia en Jesús como luz que salva (que podía obviar el significado
salvífico de la cruz), o la menor insistencia del Evangelio de Juan en temas morales, si
se compara con los sinópticos. En cualquier caso la base del error podría estar en una
mezcla de teorías cristológicas erróneas de tipo doceta, quizá a partir de una mala
interpretación del evangelio.

7. FECHA
Policarpo y Justino conocieron 1 Juan, por lo que existía antes del año 150. La fecha
más probable de composición es después del cuarto evangelio, alrededor del año 100.
Algunos autores colocan 1 y 2 Jn en la década posterior a que el cuerpo del evangelio
fuera escrito, pero antes de su redacción final después del año 100.

8. ENSEÑANZA
La enseñanza es uniforme y se va insistiendo en ella con parecidas o incluso las
mismas palabras. Se ciñe a una doctrina básica y concreta, que puede sintetizarse del
siguiente modo. Ante los problemas suscitados por los cismáticos el autor afirma que es
necesario estar en comunión con Dios, que es comunión con el Padre y con el Hijo. Esta
comunión se fundamenta en la confesión de la fe verdadera, que se centra en creer que
Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías, venido en la carne y muerto por nuestros pecados.
Esa fe exige por tanto romper con el pecado y vivir la caridad. Se trata en definitiva de
amar como Dios ama, como corresponde a un hijo de Dios.
Desglosando el mensaje, el autor enseña que el fundamento para estar con el Padre y
con el Hijo es permanecer en comunión con los transmisores de la fe y aceptar su
enseñanza. La unión con Dios es “conocer a Dios”; “estar en Dios” o “estar en la luz”;
“tener al Padre”, o “tener al Hijo”, y por tanto “tener la vida eterna”, y, sobre todo,
“permanecer” en Dios.
Dios Padre ha dado testimonio acerca de su Hijo y manda creer en el nombre de su
Hijo Jesucristo. Esta es la única manera posible de estar en unión con el Padre y poseer
la vida eterna. Por tanto, la condición para estar unido a Dios es confesar a Jesús como
el “Hijo de Dios” (2,23; 4,15; 5,5; etc.), el “Verbo” (1,1), “Hijo Unigénito” (4,9), “el
Cristo” (5,1). Esa fe implica la confesión de Jesús como salvador del mundo. Es decir,
Jesús ha venido verdaderamente en la carne para quitar los pecados de la humanidad.
Por esta fe el cristiano está unido a Cristo y por él al Padre. Pero para eso debe vivir
como Cristo vivió, “caminar como él caminó” (2,6). Pues bien, el centro de ese caminar
de Cristo en la tierra es el amor. “Dios es amor” (4,8.16) y reveló ese amor enviando al
mundo a su Hijo Unigénito (4,9). La comunicación del amor divino se realiza mediante
10

el renacimiento sobrenatural en el Bautismo, por el que el cristiano “ha nacido de Dios”


(3,9).
El amor a Dios se manifiesta en la guarda de los mandamientos, en no amar al mundo
en cuanto enemigo de Dios, en vivir la justicia y en el esfuerzo por purificarse de todo
pecado. Pero sobre todo se manifiesta viviendo el mandamiento nuevo: amarse unos a
otros dando la vida por los demás como Cristo “dio su vida por nosotros” (3,16). Por eso
hay que amar con obras y de verdad. Es esta la manera para reconocer a los hijos de
Dios. Es decir, la caridad está en íntima relación con la filiación divina: “Todo el que
ama a quien le engendró [a Dios], ama también a quien ha sido engendrado por El”
(5,1). La filiación divina es la consecuencia del gran amor de Dios por la humanidad
(3,1).

II. LA SEGUNDA Y TERCERA CARTA DE JUAN


Las llamadas Segunda y Tercera Carta de Juan, como se ha dicho, tienen muchos
puntos en común con la Primera, pero, dada su brevedad, son menos mencionadas por
los Padres y escritores cristianos antiguos. Es posible que san Policarpo conociera 2
Juan, pues en su Carta a los Filipenses 7,1 parece aludir a 2 Juan 7: “Porque han
aparecido en el mundo muchos seductores, que no confiesan a Jesucristo venido en
carne. Ése es el seductor y el Anticristo”. Tertuliano también alude a este pasaje en De
carne Christi 24. La primera referencia explícita de que el autor de la carta es el
evangelista procede de san Ireneo, que cita expresamente 2 Jn 7.11 atribuyéndolo a
“Juan, el discípulo del Señor” (Adversus haereses 1,16,3; 3,16,8). De 3 Juan, en cambio,
no tenemos referencias hasta el siglo III. Eusebio de Cesarea, en línea con la afirmación
de Orígenes (siglo III) de que no todos consideraban estas dos cartas canónicas, las sitúa
entre los escritos discutidos del Nuevo Testamento. Lo mismo señala san Jerónimo.
Pero, a partir del siglo IV, van apareciendo en las listas de libros canónicos hasta su
ratificación definitiva por el Concilio de Trento.

1. AUTOR
El autor de las dos cartas no se designa a sí mismo con un nombre personal, sino con
el título de “el Presbítero” (o “el Anciano”). La designación correspondería a alguien
revestido de dignidad, o a un personaje que gozaba de autoridad entre los destinatarios
de las cartas. Su identidad concreta admite varias posibilidades. Podría referirse al
discípulo amado como uno de los apóstoles, pues en ocasiones “presbítero” se utiliza
como sinónimo de “apóstol” (por ejemplo, en 1 P 5,1, Pedro se define como
sympresbyteros o “presbítero como ellos”; también Papías en Eusebio, Historia
Ecclesiastica 3.39.4 llama “presbíteros” a Felipe, Tomás, Santiago, Juan y Mateo). De
todas formas, también podría entenderse como el título de un oficial de la Iglesia (de
igual manera que existía “el Epíscopo”). Bastantes autores han identificado al
“Presbítero” autor de la carta con un “Juan el Presbítero”, discípulo del Señor, citado por
Papías de Hierápolis (siglo II) (según el testimonio de Eusebio de Cesarea), que tenía
autoridad y no pertenecía al grupo de los Doce. Otros prefieren señalar en general que
sería un discípulo de los discípulos de Jesús 2 .

2
En el sentido de un discípulo de Jesús que no era del grupo de los Doce, lo utiliza Papías en relación a
Aristion y “el presbyteros Juan”. “Presbítero”, como discípulo de los discípulos de Jesús, se encuentra en
Ireneo, Adv. Haer. 4.27: “Yo escuché de cierto presbítero que lo había oído de los que habían visto a los
11

Las dos cartas son del mismo autor, tal como se desprende de la comparación entre el
saludo inicial y la despedida, donde se emplean fórmulas casi idénticas. Y, como se ha
dicho, las dos –y especialmente la segunda– son muy próximas a 1 Juan. Por ejemplo,
en 2 Juan el autor emplea expresiones o formulaciones exactas o casi exactas a 1 Juan:
“amar de verdad”; “conocer la verdad”; “permanecer en Cristo” o “en la doctrina de
Cristo”; “poseer al Padre y al Hijo”. Habla también de la primera enseñanza cristiana
como lo que “habéis oído desde el principio”. Insiste en guardar los mandamientos y de
manera particular el del amor fraterno. Califica de “seductor y anticristo” a quien no
confiesa a Jesucristo venido en la carne. Estos y otros rasgos más hacen pensar que las
dos cartas, y por ende también la tercera, si no salieron de una misma mano, sí proceden
de un mismo ambiente.
En cualquier caso, sean o no las tres del mismo autor, dada la proximidad de 2 Juan
con 1 Juan y de esta con el evangelio, se puede pensar que, dentro de las comunidades
vinculadas al discípulo amado, el depositario del legado de ese discípulo fuera el
Presbítero. Vendría a ser como el administrador de la tradición recibida de Juan, el hijo
de Zebedeo (ver J. Ratzinger / Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, I, pp. 269-70). En este
sentido, no se puede excluir que fuera también él quien recogiera el material del
discípulo amado expuesto en 1 Juan (y hubiera intervenido en la redacción final del
evangelio).

2. CONTENIDO Y CIRCUNSTANCIAS
Las dos cartas siguen el modelo de composición de las cartas de la época: un saludo,
en el que se indica el remitente y los destinatarios, un cuerpo, con el motivo y contenido
principal de la carta, y una despedida final con saludos diversos. Obedecen, por tanto, a
una ocasión y un fin concretos.
a) La segunda carta de Juan se dirige “a la señora elegida y a sus hijos” (2 Jn 1),
expresión que muy probablemente es un modo figurado de designar a una iglesia local,
seguramente en Asia Menor, como también lo sugiere el hecho de que el autor remita al
final los saludos de “los hijos de tu hermana elegida” (2 Jn 13). Esta designación
simbólica de “Señora Elegida” para una iglesia local es más probable que la que
identifica a la Señora Elegida con una mujer concreta llamada en griego Elegida (Elekte)
o Señora (Kyría era también nombre propio), o con una mujer cuyo nombre se omite y a
la que se le designa con títulos honoríficos.
Tras la indicación del remitente y el destinatario y los saludos iniciales, la carta
recuerda un elemento esencial de la doctrina recogida en 1 Juan, es decir, la práctica de
la caridad y la comunión con el Padre y el Hijo, y advierte de la existencia de
cismáticos, con quienes los destinatarios no deben tener trato. Se despide mostrando el
deseo de ir a ver a aquellos a quienes dirige la carta.
De su contenido se desprende que la situación de la iglesia a quien escribe el
Presbítero era delicada por la aparición de gente que trataban de inculcar a los miembros
de esa iglesia doctrinas ajenas a las recibidas. La calificación de esa gente como
“seductores”, que no confiesan a Jesucristo “venido en la carne”, y que por tanto son
“anticristos” (2 Jn 7), implica que son los mismos contra los que se escribe 1 Juan (1 Jn
2,22; 4,3). De ellos se dice que “se salen” o “van más allá” de la doctrina de Cristo y no
permanecen en ella. Se oponen a la enseñanza de 1 Juan, que es la trasmitida “desde el

apóstoles y de aquellos que habían enseñado”.


12

principio” (1,1-4). Esta doctrina es la que les recuerda el Presbítero, que se sintetiza en
la fe en la encarnación de Cristo y en la necesidad de caminar en el mandamiento del
amor como modo de garantizar la comunión con el Padre y el Hijo.
b) La tercera carta de Juan se dirige a un personaje concreto llamado Gayo. De él no
tenemos más noticias. Un escrito del siglo IV, las Constituciones Apostólicas, trae una
lista de obispos en donde se menciona a Gayo y a Demetrio (otro personaje que aparece
en la carta) como obispos de Pérgamo y Filadelfia respectivamente (VII, 46), pero el
valor histórico de estas noticias es dudoso.
Después del saludo, el Presbítero elogia a Gayo por ser un verdadero cristiano, tal
como lo ha demostrado al practicar la hospitalidad con los enviados por el Presbítero.
En contraste, está la actitud de Diotrefes, que no acata la autoridad del Presbítero, pues
no acepta lo que se le indica por escrito ni recibe a sus enviados; incluso les expulsa de
aquella comunidad. El Presbítero menciona también a cierto Demetrio como persona
fiable. Los saludos finales, muy parecidos a los de 2 Juan, expresan el deseo que tiene el
presbítero de ir a ver a Gayo para hablar con él en persona.
La ocasión de la carta parece ser una crisis de obediencia más que una cuestión
doctrinal, aunque obviamente ambas cosas van unidas. Diotrefes no admite la posición
de autoridad del Presbítero ni acoge a otros cristianos, probablemente enviados por este
último. Quizá Diotrefes estuviera al frente de una iglesia doméstica, como quizá también
lo estuviera Gayo, que, por contraste, es hospitalario con los enviados del Presbítero.
Por su parte, Demetrio, que estaba en comunión con el Presbítero, es posible que fuera
un misionero reconocido que llevaba la carta o pensaba ir un poco después a ver a Gayo.
Mucho más que esto no se puede decir. Los intentos de identificar a Diotrefes con un
obispo monárquico constituido en autoridad, al que el Presbítero se opondría por
suponer la institucionalización de la Iglesia en contra de una Iglesia carismática
defendida por el Presbítero (Harnack); o con un obispo doceta que había excomulgado a
cristianos sin la venia del Presbítero (W. Bauer); o con un obispo ortodoxo,
representante de la Iglesia oficial, que había actuado contra el Presbítero,
excomulgándole por sus tendencias de tipo gnóstico (Käsemann); o con alguien con
autoridad que combatía a los cismáticos, pero de un modo con el que el Presbítero no
estaba de acuerdo (Brown), resultan demasiado hipotéticos.
En todo caso, lo que se desprende de esta carta es la autoridad y dignidad apostólica
(o derivada de los apóstoles) del Presbítero, de quien se recoge y conserva su
correspondencia, como testimonio de veneración por parte de los destinatarios, en
circunstancias no fáciles para el desarrollo, crecimiento e institucionalización de la
Iglesia.

3. FECHA DE COMPOSICIÓN
A falta de otros datos de la tradición, se puede suponer que 2 Juan fue escrita más o
menos en la misma época en que se escribió 1 Juan, como una advertencia en momentos
en que el peligro de los herejes no era aún tan grave como revela la primera carta. Pero
también podría haber sido escrita como una introducción a la primera, resumiendo sus
puntos principales; o después de ella, recordando lo esencial de lo dicho entonces. En
cualquier caso, se piensa que habría sido escrito unos años después del evangelio,
aunque quizá antes de su redacción final.
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3 Juan reflejaría una situación posterior a las otras dos. Para algunos intérpretes sería
más o menos simultánea con la redacción final del evangelio, coincidente con el
desarrollo pastoral que se refleja en el cap. 21. Estaríamos hacia el año 100.

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