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EL MISTERIO DE LA CREACIÓN

(El Maasé Bereshit)

Capítulo 1
La imposibilidad
1.1. La imposibilidad de conceptualizar el Ein Sof
Comenzaré por el Ein Sof, lo más desconocido. Para la mística judía, el
Infinito es lo absolutamente imposible de describir conceptualmente. ¿Es
posible escribir o siquiera hablar de lo que es lingüísticamente imposible?
Ya hablé sobre la imposibilidad de hablar de una teología judía. Dice
Luzzatto: “A Dios, en su perfección, no se le puede atribuir ningún nombre
o epíteto, pues no podemos conceptualizar su perfección, y es imposible
nombrar aquello que no puede ser conceptualizado, pues el nombre define
al objeto, y lo que no se conoce completamente no puede ser definido”.
¿Cómo es posible hablar de una teología judía cuando el judaísmo
asegura que es imposible conocer la esencia de la Divinidad? Todo intento
de especulación teológica en el judaísmo es un intento fracasado. En
realidad, todos los intentos humanos de comprensión del Ein Sof
constituyen fracasos. La única victoria que podemos percibir es la
eternidad del Infinito. Todos nosotros, como fragmentaciones temporales
que somos, podemos considerarnos proyectos nunca concluidos.
Luria decía que él personalmente nunca escribió ningún libro porque era
tan grande el Infinito que solo pensar en escribir le aterrorizaba. ¿Cómo
reducir, a través de la escritura, lo que es Infinito a la finitud? Es imposible.
Luria era consciente de los límites estructurales de la finitud y, por ello, no
pretendía ir más allá dentro del lenguaje de lo que el propio lenguaje finito
le permitía. Si con cada avance existe automáticamente un límite, ¿qué
sentido tiene avanzar? ¿cuál es el sentido de nuestra existencia en estas
condiciones?
En cierta forma, todos nos encontramos en la misma situación que Luria.
Quizás algunos somos más arriesgados que él, pero probablemente (dice
la Cábala) para esto fuimos creados. Cada uno ha sido creado en su tiempo
para una función determinada.
Tenemos, pues, una primera imposibilidad: la de una descripción real del
Ein Sof. Nosotros, entes finitos, intentamos describir el Infinito. ¿Es esto
posible? Los intentos son posibles, siempre que seamos conscientes de que
constituyen exclusivamente “intentos” y que jamás tendremos un acceso
completo al Ein Sof.
1.2. Lo oculto y lo revelado
Para acercarme al tema, intentaré descifrar un enigma de la Torá en el
que encuentro la base fundamental del problema que estoy analizando
Dice el texto de Deuteronomio: “Las cosas ocultas son para Dios, y las
reveladas para nosotros y nuestros hijos”.
Este texto siempre representó para mí algo grandioso, una idea que
escondía alguna potente enseñanza (lo he denominado “el gran enigma”).
Dice el texto: “Las cosas ocultas son para Dios”. Todas las especulaciones
de los místicos judíos podrían estar en contradicción con este texto bíblico.
Si el misticismo judío ha trabajado sobre las energías “ocultas” dentro de
la realidad, ¿cómo fue posible observar este mandamiento de la Torá y
desarrollar potentes sistemas místicos dentro del judaísmo?
Avancemos.
¿Cuáles son las cosas ocultas? La respuesta, casi infantil, es que son
aquellas cosas que no han sido reveladas. En realidad, no decimos nada,
definimos el concepto por su opuesto, pero no establecemos el límite
donde empieza lo oculto y donde empieza el campo de lo revelado.
¿Cuáles son las cosas reveladas? Las que podemos descubrir porque se
nos revelan. La revelación depende, entonces, de dos factores esenciales,
de lo que el Infinito quiera revelar y de todo lo que nuestra capacidad
pueda revelar. Encontramos un nuevo problema: ¿cuál es el límite entre lo
que nosotros podemos revelar y lo que se nos oculta y es de imposible
revelación?
Como no sabemos qué quiere revelar el Infinito, solamente nos queda
un único camino posible: considerar a todo el conjunto de la “revelación”
como un producto del esfuerzo del ser humano.
Lo revelado es aquello a lo que hemos quitado el velo y que, por ello,
deja de estar oculto. Parece un círculo vicioso, y he ahí que encontramos
“el gran enigma”. Es el asunto más enigmático de la Torá.
Si la revelación es la información que ya conocemos, porque le hemos
quitado el velo que la hacía oculta, podemos establecer la diferencia entre
lo oculto y lo que se encuentra revelado. Lo oculto está velado por un velo
y lo revelado está revelado porque le hemos extraído los velos que lo
ocultaban.
Entonces, ¿de qué depende que una cosa se encuentre oculta y otra se
encuentre revelada? De nuestra capacidad de quitar el velo. Pero, como
cada ser humano es diferente, lo que para mí se encuentra revelado es
posible que para otro se encuentre oculto. Tomando este punto como
axiomático, podríamos decir que lo oculto y lo revelado son subjetivos de
acuerdo al nivel de cada sujeto.
Ahora bien, el texto bíblico generaliza y considera que lo revelado está
reservado para nosotros y para nuestros hijos. Algunos podrían decir que
como el misticismo judío trabaja sobre lo oculto, y esto pertenece a Dios,
lo que estamos haciendo viola directamente este mandamiento del
Deuteronomio. ¿Quién decide qué debe mantenerse oculto y qué
debemos revelar? Los grandes cabalistas (Luria) dicen que por más que uno
revele siempre habrá algo que quedará oculto porque se encontrará en un
nivel superior. Así que siempre existe algo superior a nuestra capacidad de
comprensión finita. Siendo finitos, siempre encontraremos niveles
superiores, y estos niveles superiores se encuentran en los límites a los que
llegamos a través de nuestro esfuerzo.
Por lo tanto, todo lo que yo pueda revelar es “revelable”, y todo lo que
mi capacidad no pueda revelar seguirá siendo oculto. Si partimos de la base
de que el Ein Sof es la máxima ocultación posible de Dios, es imposible
desde nuestra finitud estructural llegar a una revelación total y absoluta,
porque entonces seríamos Dios, y esto es estructuralmente imposible.
Si partimos de la base que somos entes finitos y limitados, y que todo
nuestro conocimiento es finito y limitado, por más que avancemos frente
al Ein Sof nuestros avances son nulos. La conclusión es que todos los
intentos de comprensión que vamos a realizar en la mística judía son
aquellos que se derivan desde el Ein Sof hacia sus manifestaciones, y que
cada vez que ascendamos desde las manifestaciones hacia el Ein Sof
siempre encontraremos un grado mayor de manifestaciones, pero nunca
llegaremos al Ein Sof en su esencia.
Siempre deseamos ascender al Infinito, porque nuestra sustancia
proviene de allí; por tanto, la idea de Dios no es una “idea”, sino que es una
experiencia existencial de nuestro propio ser interior, porque somos una
de sus tantas manifestaciones. Ninguna manifestación del Ein Sof se
encuentra desvinculada de su esencia.
1. 3. El vacío

Solo es posible revelar las manifestaciones del Ein Sof que no afecten la
estructura predeterminada del vacío; de lo contrario, con una
manifestación esencial del Ein Sof se borraría el vacío y todo retornaría al
Ein Sof. Una manifestación absoluta del Ein Sof anula el vacío y toda
posibilidad de crear algo fuera de sí mismo.
Nuestra estructura predeterminada existe porque existe el vacío (la no
existencia). Si éste dejara de existir, todo lo existente sería el ser del Ein
Sof, y no habría lugar a la capacidad de existencias finitas y limitadas.
Todas las manifestaciones se pueden manifestar como fragmentos
independientes porque existe el vacío (ilusiones independientes, en
esencia siempre son dependientes).
Solo se puede crear algo dentro del vacío. Si no existe vacío, no hay
existencia posible. Por lo tanto, toda existencia dentro del vacío supone un
repliegue del Infinito de sí mismo para crear el espacio. El espacio inicial no
contenía nada, era un vacío.
Aunque, paradójicamente, el vacío es un nivel de oscuridad por la
retirada de la luz infinita (Or Ein Sof) es fundamental para que se pueda
desarrollar una existencia fuera del Ein Sof.
Esta imposibilidad de acceso al Ein Sof en su esencia hace que todos los
esfuerzos realizados por el hombre para conocer a Dios sean un fracaso, y
que la única felicidad que podemos alcanzar en esta existencia es la de
acercarnos lo máximo posible al nivel más alto de sus manifestaciones.
Todo ascenso debe entenderse como una elevación de nuestras energías,
no existe un ascenso en términos físicos. Todas las manifestaciones del Ein
Sof, hasta llegar a su última manifestación, no pueden entenderse como
entes físicos, sino como energías que sí pueden ser visualizadas dentro de
nuestra última y más densa manifestación en la materia.
1.4. El ascenso hacia el Ein Sof

Como nosotros mismos somos fragmentos de su manifestación, cada


vez que nos acercamos al Ein Sof nos acercamos a nuestra propia esencia.
Por lo tanto, todo ascenso al exterior divino genera un descenso en nuestra
interioridad, ya que nuestra esencia interior está conectada con la luz
exterior del Ein Sof. Porque nosotros somos fragmentos de la luz del Ein Sof
dentro de la existencia material. Así se produce un movimiento que
siempre tiene el mismo fin: si salimos de nuestro interior hacia el exterior
podemos llegar realmente a penetrar en nuestro interior, y si ingresamos
en nuestro interior, podemos realmente salir hacia el exterior, porque
tanto lo exterior como lo interior son equivalentes en sustancia.
Todo depende de nuestro esfuerzo por ascender. El descubrimiento de
lo que podemos denominar “nuestro yo” está encadenado al conocimiento
del universo en su forma más extensa, a nuestra relación con su infinitud.
Mientras más ascendemos, más descendemos a nuestra interioridad, y
mientras más descendemos, más ascendemos; porque el ascenso y el
descenso son ilusiones dentro del campo del vacío. En el mundo de la
unidad no existe ascenso ni descenso, porque no existe el vacío.
Probablemente este sea uno de los grandes secretos de la supervivencia
judía a lo largo de la historia: esforzarse para ascender, a pesar de saber
que nunca llegaremos. Es la victoria del “proceso” sobre la idolatría del
objetivo cumplido. El objetivo cumplido representa una felicidad
momentánea, pero constituye la muerte real del deseo satisfecho.
La vida para el judaísmo es esta felicidad que se desarrolla a lo largo de
todo el proceso. No es la victoria del idólatra que cree ser algo que no es,
es la victoria del que conoce el sistema temporal de las cosas finitas; es la
victoria de quien lo intenta, del que trabaja todos los días en el silencio,
porque busca la grandeza en su interioridad y no en lo exterior, porque
todas las representaciones exteriores son producto de la idolatría, de
creerse algo que uno no es. La verdadera madurez del ser humano se logra
al asumir las condiciones que predeterminan la estructura de esta
existencia.
1.5. El yo y la nada

En hebreo, la palabra para hacer referencia al “yo” es aní, y la palabra


que designa la “nada” es aín. En realidad, “yo no soy nada” frente al Ein Sof
y, sin embargo, en forma paralela soy “Imagen y Semejanza del Ein Sof”.
Por lo que mi “yo” es una forma temporal de la nada infinita. Y el Ein Sof es
la forma absoluta que abarca todas las posibles fragmentaciones en todos
los tiempos posibles y en todas las secuencias existenciales. Es el ser más
allá de la existencia, donde la existencia es un apéndice del ser total que es
el Ein Sof.
Mientras que el aín es lo eterno, el “yo” (de aní) es la forma temporal
que adquiere la nada dentro de la manifestación existencial. El “yo” es un
fragmento de la eternidad dentro de la temporalidad, y es temporal
porque es un fragmento, ya que si realmente fuera el “todo” entonces no
existiría en su forma temporal.
Otro texto bíblico central para comprender este problema del Ein Sof se
encuentra en Isaías: “Dice Dios: ‘Porque mis pensamientos no son tus
pensamientos”.
Todos mis pensamientos son finitos y limitados a mi estructura finita y
limitada; no puedo compararlos con el pensamiento de una magnitud
infinita donde no existen las magnitudes. Puedo conquistar partes
fragmentadas, pero nunca podré conquistar el todo. Soy un fragmento que
se relaciona con otros fragmentos y puedo ver la existencia desde mi
perspectiva fragmentaria, y los otros también pueden percibir desde su
perspectiva fragmentaria. La mística judía se interroga cómo podemos
percibir algo del Ein Sof a pesar de ser fragmentos. Llegamos a un axioma
central de la mística judía: nunca podremos percibir la magnitud del Ein Sof
en su esencia porque no somos el Ein Sof.
¿Para qué sirve entonces el esfuerzo de intentar elevarnos a un Ein Sof
que sabemos que nunca vamos a conocer? ¿Es un trabajo imposible?
¿Estamos viviendo existencias temporales con una ilusión de infinitud
imposible?

1.6. El movimiento

Este enigma pertenece a la esencia de la estructura de toda la


Creación. Fuimos creados finitos y, dada esta finitud estructural, móviles.
Tenemos dentro de nuestra estructura un factor clave para la comprensión
de la existencia: el movimiento. Es más, el vacío surge porque el Ein Sof se
puso en movimiento; antes de la existencia del vacío, el Ein Sof tuvo que
ponerse en movimiento dentro de sí mismo.
Si para crear algo fuera de sí mismo el Ein Sof tuvo que ponerse en
movimiento, todas las consecuencias existentes (manifestaciones) en el
campo de la creación son móviles. Todo se mueve aunque formalmente
parezca que no. Si no comprendemos el factor del movimiento, no
podremos comprender nada de la Creación. Todos los fragmentos creados
(nosotros mismos como fragmentos) estamos condicionados por el factor
del movimiento; al desplazarnos hacia otro punto podemos vislumbrar otra
perspectiva. Cada perspectiva no solo es producto de mi propia fragmen-
tación, sino que es el resultado de mi propio movimiento dentro del vacío.
Así que un fragmento no tiene una idea estática, sino una serie de ideas
que se van modificando a medida que dicho fragmento se desplaza por su
propio movimiento.
Una pared tiene átomos que están en movimiento, nosotros tenemos
sangre que se mueve, un corazón que se mueve, manos que se mueven;
todo se mueve, la Tierra se mueve, los planetas se mueven... El movimiento
es una clave característica de este espacio. Y como somos finitos, somos
entes en movimiento.
1.7. El lenguaje como herramienta del movimiento

Cuando Abulafia aplicaba su sistema de intercambio de letras, lo que


hacía era otorgar “movimiento” a las letras hebreas para encontrar la raíz
común; no un movimiento derivado de la aplicación de las vocales que dan
vida a las consonantes, sino un tipo de movimiento mayor, el de la rotación
de las letras buscando el sentido raigal de donde derivan las palabras.
Abulafia comprendió que las palabras son consecuencia de un intercambio
original de las letras. Al ponerlas en movimiento y rotarlas, buscaba la
posición original de la raíz de dicha palabra y así encontrar el sentido oculto
que las unifica.
Abulafia sabía que las letras, al representar cierto tipo de energías, no
podían ser estáticas, sino dinámicas. Porque, si todo fue creado a partir del
movimiento, lo “estático” es una ilusión mental para “controlar
imaginariamente la realidad”, porque todos los fragmentos son
indudablemente dinámicos.
Por este motivo todo estudio que pretendamos realizar sin tener en
cuenta el factor del movimiento nos lleva a la ilusión de comprender la
existencia a través de esquemas estáticos que son imaginarios. Nada existe
fijo dentro del vacío, porque la propia existencia del vacío hace que todo
sea móvil. El mismo vacío surgió por el movimiento de repliegue del Ein Sof
en sí mismo. El vacío es producto del movimiento, y las manifestaciones
del Ein Sof dentro del vacío, también.
El sentido real no se encuentra en la palabra propiamente dicha, que fija
cada letra en un punto del espacio, por lo que, al darle movimiento,
incorpora cada letra al sistema dinámico de la Creación. Si una letra
representa una “energía especial”, el movimiento de estas energías dentro
del espacio nos conduce al sentido original por el cual dicha letra (energía)
ha nacido y se ha desarrollado.
En realidad, las palabras son energías que surgen de la combinación de
las letras como energías básicas.
En definitiva, la combinación de cierto número de letras produce una
energía determinada que denominamos “energía básica”. Si rotamos las
mismas letras de esta energía básica, el sentido (positivo o negativo) de
dicha energía básica se mantiene. Son las diferentes manifestaciones de
esta energía básica las que parecen manifestarse como “diferentes” en el
campo de la fragmentación, pero sustancialmente componen la misma
energía básica o elemental.
Toda energía debe moverse para desarrollar su propia misión; cuando
una energía se paraliza, desaparece, porque ya no es necesaria, ya que no
desarrolla ningún movimiento. Toda energía existe porque se mueve.
Lo que no se mueve no busca su lugar en el espacio y, por tanto, no tiene
función en la existencia, ya que todo lo que existe está buscando siempre
el sentido de su existencia dentro del propio movimiento. No existe sentido
de existencia dentro de la parálisis estática, que es una ilusión mental. Solo
lo que se mueve tiene sentido de existencia como energía.
La desaparición de una palabra conlleva inevitablemente a la
desaparición de un tipo de energía específica.
El movimiento otorga fuerza a una energía para que exista. Y existe
movimiento únicamente en el vacío, donde existe el espacio. Por lo tanto,
cuando el Ein Sof crea el vacío, en realidad está creando el espacio. Como
cada energía cumple una función dentro de un espacio limitado, toda
energía desaparece cuando cumple su función, por lo que el tiempo nace
conjuntamente con el espacio. Y el tiempo de una energía determinada, en
su configuración actual, depende de su función. Si el deseo fue satisfecho,
la energía en movimiento se paraliza porque cumplió el objetivo de su
existencia y desarrollo.

1.8. El mundo de la Alef (unidad) y el mundo de la Bet (fragmentación)

En el Ein Sof no existe tiempo ni espacio, porque ambas variables son


consustanciales a la existencia del vacío. Cuando el Ein Sof (el mundo de la
Alef) decide crear el vacío, se crea la primera dualidad entre el Ein Sof y el
vacío (el mundo de la Bet).
Antes de la creación del vacío existió un proceso en el interior del Ein Sof.
Debemos tener mucho cuidado cuando hacemos referencia al concepto
del tzimtzum (auto restricción del Ein Sof sobre sí mismo). Algunos autores
hacen referencia a un tzimtzum inicial en la interioridad del Ein Sof que no
creó el vacío, sino que produjo el plan general de la Creación (Adam
Kadmón). La idea del Adam Kadmón (Hombre Primordial) fue una especie
de tzimtzum dentro del pensamiento del Ein Sof. Como señala G. Scholem:
“La primera forma que asume la emanación después del tzimtzum es la del
Adam Kadmón”. En este sentido, hablamos de un tzimtzum anterior al
tzimtzum que creó el vacío. Existieron dos etapas bien definidas en el
proceso general de revelación del Ein Sof: una primera, en la que el Ein Sof
realiza el tzimtzum abstracto que da lugar al Adam Kadmón y,
posteriormente, al universo de Atzilut como la primera emanación. A partir
de este desarrollo completamente interno dentro del Ein Sof se produce lo
que se conoce como el “dilug” o la “kfitzá”.
Quiero aclarar este asunto ya que muchos autores confunden ambos
“tzimtzumim”. Algunos autores, cuando hablan del tzimtzum, hacen
referencia a la aparición dentro del Ein Sof del plan general del Adam
Kadmón (la existencia de la dimensión de Keter como una dimensión
independiente o no del Ein Sof), y cuando la gran mayoría de los autores
hace mención del tzimtzum habla de la creación del vacío (jalal panui).
Es mi deber aclarar que existen dos auto-restricciones dentro del Ein Sof:
una primera limitación en la creación de la idea del plan general (Adam
Kadmón) y una segunda limitación en la creación del vacío, que es la puesta
en acción del primer plan del Adam Kadmón. Cuando en este estudio expli-
camos la dinámica del tzimtzum hacemos referencia al segundo tzimtzum,
el que provocó la creación del espacio vacío.
Si el Ein Sof lo deseara todo y si llenara el vacío, el mundo de la Bet
desaparecería regresando a su raíz, que es el mundo de la Alef. Porque, en
realidad, el mundo de la Bet es una creación secundaria del mundo de la
Alef, que es el único mundo real, ya que el mundo de la Bet es un mundo
temporal derivado del mundo de la Alef.
Debemos saber que la verdadera realidad se encuentra en el mundo de
la Alef. Aunque nosotros fuimos creados dentro de las coordenadas del
mundo de la Bet, creemos “imaginariamente” que dicho mundo configura
la verdadera y única realidad. En verdad creemos que esta realidad es real
porque nosotros formamos parte del mismo mundo de la Bet.
El problema del mundo de Bet es que es real dentro de la temporalidad
y la finitud espacial, pero frente a la eternidad es un mundo imaginario que
podría eventualmente regresar al Ein Sof desapareciendo por completo. El
mundo de la Bet es real visto desde nuestra perspectiva, pero es transitorio
dentro de las coordenadas de tiempo y espacio. Frente a la eternidad del
mundo de la Alef, el mundo de la Bet no es real.
1.9. Los niveles de verdad

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