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cf. P. Bovati, Via della giustizia secondo la Bibbia, 16-19.
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mayoría de esas penas son inaceptables para nuestra sociedad actual, dada
la desproporción de los actos condenatorios con que se procedía.
Dentro de la literatura bíblica que narra la historia del pueblo de Israel,
se encuentran algunos de los procesos más conocidos popularmente como
pueden ser el caso de la denuncia a Nabot por haber maldecido a Dios y al
rey (1Re 2,18-16), la acusación por falsa profecía contra Jeremías (Jer 26),
y el relato tardío de Susana acusada de adulterio por los ancianos (Dn 13).
Éstos procesos probablemente habrían tenido lugar de forma regular
guardando las normas jurídicas, pero eso no quiere decir que su utilidad
fuera necesariamente, la de conseguir un acto de justicia, sino todo lo
contrario, al igual que ocurrió con los hijos de Samuel tras nombrarlos
jueces (1Sam 8,3). En estos relatos se comprueba cómo las autoridades
judiciales abusaban de su poder, corrompiendo la administración de la
justicia y el derecho entre la población. De modo que, paradójicamente, la
institución legislativa, en ocasiones, causaba daños y dejaba víctimas,
torciendo el sentido por el que se creó.
Pero, será sobre todo la tradición profética, la que con su crítica de la
sociedad, denunciará la perversión de ciertas acciones judiciales. Así, ya
encontramos en el primer testimonio de profecía escrita, en el libro de
Amós, una de las más duras requisitorias contra la corrupción del cuerpo
judicial en el reino de Samaria: “Odian a quien los amonesta en el tribunal
y detestan a quien habla con rectitud” (Am 5,10); “Porque conozco
vuestras numerosas transgresiones y vuestros enormes pecados: oprimir al
inocente, aceptar soborno y atropellar a los pobres en el tribunal”
(Am 5,12). La misma denuncia hacen los profetas de Jerusalén, lamentando
la misma situación en el reino de Judá: “¡Ay de los que llaman bien al mal
y mal al bien, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que
tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!” (Is 5,20). Junto a otros
textos similares que constituyen un filón recurrente en la literatura profética
(Is 1,23; 10,1-2; 29,21; 59,14; Jer 5,28; 22,17; Ez 22,25-29; Mi 3,9-11;
etc.). Añadiendo las repetidas invitaciones proféticas a practicar la justicia,
defendiendo y promoviendo el derecho (Is 1,17; Jer 7,5-6; Ez 18,8;
Am 5,24; Mi 6,8; etc.). Lo cual ponía de relieve que tales exigencias éticas
y religiosas distaban mucho de su cumplimiento en la vida cotidiana del
pueblo de Israel.
Por todo esto es que se apela a la intervención del juicio de Dios (Sal 35;
142; 103,6; 140,13) para que restablezca la justicia como hiciera en otro
tiempo, y cuya voz de aviso nos llega a través de los profetas, no con la
mera intención de condenar, como concluían los tribunales humanos, sino
exhortando a que el injusto retornase al proceder recto, siguiendo la
voluntad de Dios por establecer unas relaciones de igualdad y equidad.