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Raul Dorra Yo ef Supremo: La circular perpetua LA HISTORIA Y EL DISCURSO La pretension de formular las leyes del relato literario entra sin cesar en confrontacién con la existencia concreta de los relatos de modo tal que esa pretensién se encuentra constantemente en crisis. Desde luego ello no ocurre solamente en este campo: todo el conocimiento esta sometido a esa dialéctica; pero queremos Ilamar la atencién sobre un ambito espe- cifico en el que, debido al incipiente desarrollo de los estudios literarios sistematicos, dicha confrontacién es particularmente tenaz. Asi como es posible seguir encontrando obras que confirman una formulacién —y en este sentido la relativa endeblez de los conocimientos literarios obliga a una cuidadosa seleccion entre los ejemplos mas déciles— con la misma frecuencia nos encontramos con obras que la amenazan seriamente. De ese modo dichas formulaciones deben refugiarse muchas veces en va- cuas generalidades (por ejemplo: “el relato es la representacién de un acontecimiento o una serie de acontecimientos, reales o ficticios, por me- dio del lenguaje” ') que no van mucho mas alla de una tautologia y que atin asi no alcanzan a proteger a la definicién de cuestionamientos y sos- pechas. En efecto: en esta definicién por lo menos el término represen- tacién debe ser sometido al examen, ;Hasta qué punto es posible afirmar que el lenguaje representa, es decir aparece para sefalar otra cosa que no es él y que existe plenamente antes que él? ;No significa atribuirle al lenguaje una neutralidad instrumental que es cada vez mas dificil de- mostrar? _ _' Gérard Genette: Fronteras del relato, en Andlisis estructural del relato, Ed. ‘Tiempo Contemporaneo, Buenos Aires, 1970. Hay que advertir que no se trata de una definicién propuesta por el autor sino también sometida al analisis, aunque en otro sentido, Ravil Dorra (Argentina) culminé sus estudios en la Universidad Nacional de Cér- doba, Argentina, y fue profesor de esa universidad, asi como de la Catélica de Cuyo. Al presente ensefia en la Universidad Autonoma de Puebla, México. Ha pu- blicado varios ensayos sobre literatura hispanoamericana y es autor de dos libros de narrativa: Aqui en este destierro (1967) y Sermén sobre la muerte (1977). Yo el Supremo: La circular perpetua 59 Para el caso del estudio del relato, los formalistas rusos aislaron dos nociones que denominaron “fabula’” (mas o menos en el sentido en que Aristételes también llamaba fabula al “entramado de cosas sucedidas”’ *) y “tema” (el modo como el lector se entera de los sucesos, segtin la hipé- tesis de Tomashevsky). Estas dos nociones designadas mas tarde —con algunas modificaciones— como “historia” (los hechos ocurridos) y “dis- curso” (la forma en que son dados a conocer) parecen introducir una sé- lida base de inteligibilidad y, por lo tanto, un sdlido principio para el analisis. La historia y el discurso nunca aparecen separados en un texto real, pero pueden ser abstraidos y tratados como entidades tedricamente independientes: una misma historia, por ejemplo, no sdlo puede generar diferentes discursos verbales (es decir, un mismo acontecimiento puede ser verbalizado de diferentes maneras), sino que puede ser tratada por diversos lenguajes o medios materiales: el filme, la historieta, la pintu- ra, etc. De ese modo, el nivel] de los hechos, de la accién, siempre puede ser aislado del nivel del discurso que viene a dar cuenta de aquél. 4Pero qué ocurriria, por ejemplo, si la accién fuera precisamente la accién de producir el discurso de modo tal que se trate de una historia de ese discurso, y si ese discurso fuera una accién que moviliza la histo- ria? En ese caso seria imposible abstraer ambos niveles —mas exacta- mente: ambos niveles no existirian— y, por lo tanto, su postulacién en- traria en crisis. Esta crisis, creemos, esta ejemplificada en la novela Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos. En efecto: gcual es la historia narrada en Yo el Supremo? ;Qué es lo que sucede? La obra se abre con el descubrimiento de un cartel andni- mo pegado en el pértico de la catedral de Asunci6n y se cierra con el incendio de los papeles del dictador*; dos hechos ligados a la escritura (al discurso) y a la muerte. El “pasquin catedralicio” es la voz de la opo- sicién, la emergencia de un discurso subrepticio que se mueve en sentido contrario al discurso de] dictador y quiere ser la prefiguracién de su muerte, El incendio de los papeles sefiala el fin de este ultimo discurso (aunque en otro sentido es un discurso circular y perpetuo, como vere- mos) y el fin de la propia existencia del dictador no sdlo porque el fuego de los papeles abrasa también a su autor, sino sobre todo porque el dic- tador es su discurso y la extincién del uno es la irremisible extincién del otro. Como se lo habia anticipado el perro Sultan, el fin del dictador sobrevendria por la pérdida del lenguaje, por el olvido de los nombres, de los adjetivos, de las interjecciones y, antes que nada, por la imposi- bilidad de recurrir a los pronombres: ‘“;Sabes lo que sera para ti no poder recordar, no poder tartamudear mas YO-EL?” ¢ 2 Poética, Aguilar, 1963, p. 38. 8 Estrictamente, se cierra con la Nota final del Compilador, lo que corrobora mas atin nuestro punto de vista, Sin embargo, nos hemos querido referir a lo que podria _considerarse como el cierre de lo narrado. + P&gina 419 de la cuarta edicién de Ed. Siglo XXI, 1976. Esta es la edicién que se ha manejado y en adelante se consignaran las paginas inmediatamente a continuacién de las citas. 60 Ratil Dorra e que la historia es la historia del dictador, Por cierto, toda la obr alrededor de esta figura como si se tratara del sujeto de una oracién principal con respecto a la cual los demas elemen- tos funcionan como complementos subordinados. Sin embargo, aqui tam- bién nos encontramos con la escritura, con el discurso. Por una parte, el dictador, en el relato, mas que el-individuo-que-asume-todos-los-poderes- del-Estado, es, en otra acepcién de la palabra, el-individuo-que-dicta, es decir, el que produce un discurso que conduce a la escritura. Por otra parte, este dictador, como lo observara Echevarria y como se desprende con toda evidencia de cualquiera de las paginas, es muy “afecto a los juegos de palabras”, lo que aqui significa que es muy afecto al uso desen- fadado del lenguaje, a inventar o clausurar sentidos segtn la arbitrarie- dad de los sonidos. Porque esa arbitrariedad se muestra como un ejerci: cio de la soberania, como una dictadura sobre el lenguaje y, en suma, co- mo el poder. El dictador reclama su poder en la escritura, se instala en el lenguaje, y en él y desde él establece su dominio, Reclamando para si el uso y el sentido de las palabras privara de ellas a todo opositor, esos enemigos que “se creen duefios de las palabras” (p. 8), desautorizara a todo suobrdinado, suprimiré a un hombre “de la misma manera que se suprime una palabra abusiva” (p. 416), uniraé en una misma narraci6n acontecimientos que ocurrieron en situaciones diferentes, juntara a tres individuos —tres enemigos: Herrera, Correia da Camara, Cossio Garcia— que han visitado el Paraguay en ocasiones diversas y los reunira a los tres como tres alacranes en una botella, usara palabras que ‘‘todavia” no se usan, todo ello como una afirmacion de su irrevocable autoridad. Ins- talado su poder en el lenguaje, la propia realidad de los hechos no verba- les aparece rendida, sometida y, en Gltima instancia, desvanecida ante él, “Yo soy el arbitro —dira este dictador—. Puedo decidir la cosa. Fra- guar los hechos. Inventar acontecimientos, Podria evitar guerras, inva- siones, pillajes, devastaciones” (p. 213); palabras que nos aislan en el espesor del discurso, espesor excluyente, que niega o por lo menos intro- duce la sospecha acerca del espesor de la historia. ;Qué garantia tene- mos aqui para afirmar que las palabras del dictador representan hechos que han existido antes y fuera del lenguaje? Mas bien parece que antes de este discurso nada existe 0 que lo que existe no es representado sino modificado, sustituido, tachado (recordemos que el dictado del dictador introduce constantemente la tachadura). Mas bien parece que lo que se representa es nada mas que este discurso soberano, autosuficiente, dis- curso del poder que no refleja sino decide, instituye, corrige, que no reco- noce otra fuente sino su propia necesidad y su propio movimiento. Acaso vaya quedando mas clara nuestra afirmacién de la imposibi- lidad de aislar historia y discurso en una novela que no cuenta una histo- ria sino que habla de —y realiza— un discurso. El eje de este discurso es la circular perpetua, que englobara en su movimiento a las otras for- mas de] discurso; ella se compone de una voz y una escritura: el dictado del dictador. Esta circular —fragmentos de una circular infinita— se Quiza podria pens

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