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Palabras. Víctor Sánchez de Zavala in memoriam. Bilbao: Servicio Editorial de la UPV–EHU, págs. 95–122.
Resulta evidente a la observación más superficial que los objetos y los fenómenos sociales
tienen una naturaleza muy diferente que la de los objetos físicos. No sólo les atribuimos propiedades
distintas sino que nos relacionamos con ellos de maneras diferentes. Tenemos claramente la
sensación de que los objetos físicos existen con independencia de nosotros y tienen una realidad
más objetiva. Pero los objetos sociales también existen con independencia de nosotros, aunque
sintamos que nuestra participación en ellos es mayor y que son más dependientes de nuestra
actividad. Respecto al mundo físico, descubrimos en la mesa o la silla unas propiedades específicas,
una resistencia a nuestra acción que parecen estar fuera de nosotros y ser independientes de
nuestros actos. En cambio, fenómenos sociales como cuál es la naturaleza del dinero y por qué vale,
qué supone que hable con una persona y diga que la he contratado para que siegue la hierba de mi
jardín, o que me haya apuntado a un gimnasio, tienen una naturaleza bastante enigmática porque
parecen al mismo tiempo fenómenos objetivos, es decir que existen con independencia de mis
acciones, intereses o deseos, pero que dependen en buena medida de nosotros mismos y de nuestra
propia acción.
Desde hace bastantes años hemos estado estudiando cómo se forma el conocimiento acerca
de la realidad social, es decir, cómo los niños y adolescentes a lo largo de su desarrollo van
adquiriendo representaciones o modelos de la vida económica (la compra-venta, el dinero, los
bancos, etcétera), política (el gobierno y sus formas, el acceso a los cargos públicos, la
administración, las leyes, etc.), las clases sociales (la estratificación y la movilidad social), la nación,
los derechos, la escuela, la familia, la religión, etcétera (Delval, 1989, 1992, 1994). Al plantearnos
esos estudios lo que pretendemos es descubrir cómo van apareciendo las ideas sobre la realidad
social, cómo se producen los cambios en ellas, si su desarrollo sigue un orden regular (si existen
estadios de desarrollo) y en qué medida dependen del medio social en el que los sujetos viven. Para
ello hemos comparado en algunos casos niños de diferentes países, culturas y clases sociales.
También nos interesa averiguar si el desarrollo de esas ideas sobre el mundo social sigue una
evolución parecida a la de los conocimientos sobre el mundo físico.
En el momento en que iniciamos esas investigaciones no sentimos la necesidad de
caracterizar con precisión nuestro objeto de estudio y nos bastaba examinar la génesis de fenómenos
que son analizados por distintas ciencias sociales, sobre los que existe una tradición de investigación
y que constituyen temas respetables de estudio; además, son realidades con las que los niños están
en constante contacto en su práctica social cotidiana. Pero el desarrollo de nuestros estudios nos ha
llevado a preguntarnos qué es lo que caracteriza a esas realidades sociales, qué es lo que tienen de
específico que las diferencia de otros objetos de conocimiento y, en definitiva, qué es lo que los
sujetos tienen que entender como característico del mundo social para construirlo como un tipo de
realidad con rasgos propios. Por tanto nos ha parecido que para avanzar en este terreno resulta de
gran importancia comprender cuáles son las características ontológicas y epistemológicas del mundo
social. Esto no resulta una cuestión sencilla y no hemos encontrado soluciones muy satisfactorias en
la abundante bibliografía sobre las ciencias sociales. Pero estas líneas no pretenden aportar una
solución a ese problema sino que sólo constituyen unas modestas observaciones sobre él.
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movimiento, la fabricación de motores, las propiedades de diferentes materiales, las leyes de los
fluidos, los usos de distintas fuentes de energía, etc. La ciencia constituye una representación de la
realidad, la mejor representación de la que disponemos, que nos permite explicar lo que sucede y
actuar sobre la realidad modificándola. Pero, aunque seamos ignorantes del conocimiento científico,
todos los sujetos construyen a lo largo de su desarrollo representaciones del entorno en que viven,
del funcionamiento de la naturaleza y de los seres vivos y actúan dentro del marco que ellas
establecen.
En el ámbito de la vida social podemos ir a comprar a la tienda, ir al cine, decidir empezar
estudios en una universidad o invertir en la bolsa de valores gracias a que tenemos representaciones
de cómo funcionan esas instituciones y cómo tenemos que comportarnos dentro de ellas. Puesto que
los seres humanos sólo pueden vivir en sociedad y dependen estrechamente de los otros para su
supervivencia, podemos fácilmente deducir que una parte muy importante del conocimiento que los
sujetos tienen sobre su entorno ha de referirse al medio social en que viven.
La psicología se ha ocupado relativamente poco hasta una época reciente de la construcción
de estas representaciones y ha estado más centrada en el estudio de los procesos o en los
mecanismos generales del funcionamiento psicológico. Sin embargo, no sólo el estudio del desarrollo
de la capacidad de representación es muy importante, sino también las características que tienen las
representaciones que los sujetos forman sobre el mundo.
La capacidad de construir representaciones deriva de esa capacidad más general de la
mente que se ha denominado la intencionalidad. Según Searle (1983, p. 17) "la intencionalidad es
aquella propiedad de muchos estados y eventos mentales en virtud de la cual estos se dirigen a, o
son sobre o de, objetos y estados de cosas en el mundo". Pero la intencionalidad es más amplia que
la capacidad de representación pues se refiere también a las actitudes, disposiciones y estados
mentales de los individuos, que están ligadas a las representaciones (en el sentido de que las
suponen) pero no dan lugar a representaciones. Entre los estados intencionales Searle incluye la
pena, la culpa, el regocijo, la confusión, el orgullo, etc., que sólo tienen un papel secundario en la
constitución de las representaciones.
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situación hipotética de dos actores aislados como podrían ser Viernes y Robinsón en su isla. Esas
relaciones se generan en la habituación, es decir, en la repetición de la conducta, y dan un sentido a
ésta para cada uno de los actores. Se repiten y crean expectativas en los autores que las realizan. Para
otros individuos que llegaran a la isla, o para los hijos de esos individuos, esas relaciones se habrían
convertido en necesarias, es decir se habrían objetivado. Eso constituiría el mundo social.
En las instituciones los individuos desempeñan papeles o roles. Dentro de la concepción de
Berger y Luckmann de la sociedad los conceptos de institucionalización y papel son esenciales y
complementarios. Las relaciones sociales se realizan en la forma de papeles. (La concepción de Berger
y Luckmann de los papeles está muy influida por las ideas de H. G. Mead). Se podría concebir, dicen,
una sociedad en que la institucionalización fuera total. "En dicha sociedad, todos los problemas son
comunes, todas las soluciones para ellos están socialmente objetivadas y todas las acciones sociales
están institucionalizadas. El orden institucional abarcará toda la vida social, que se asemeja a la
realización continua de una liturgia compleja y sumamente estilizada" (Berger y Luckmann, 1966, p. 80;
105 de la trad. cast.). Esa sociedad evidentemente no existe pero se pueden analizar las sociedades
reales en función de su aproximación a esa situación extrema.
Entonces podemos decir que lo característico de las relaciones sociales es que se trata de
relaciones institucionalizadas en las que los individuos desempeñan papeles y que por tanto esas
relaciones se dan no sólo entre actores sino entre tipos de actores que no actúan únicamente como
organismos psicológicos, sino como sujetos que ejecutan un papel que se desarrolla como si estuviera
escrito en un guión (aunque les quepa una cierta capacidad de improvisación) . El individuo que entra en
una tienda a comprar está ejecutando un papel que ha adquirido (el de comprador) y espera que el
vendedor desempeñe el suyo, tal y como el comprador lo conoce. Lo mismo podemos decir de otras
situaciones sociales, como subir a un autobús, asistir a un curso, participar en una ceremonia religiosa o
tratar de ser elegido en una asamblea o unos comicios políticos.
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la perspectiva de un observador exterior que registra como los individuos establecen un conocimiento
acerca de las otras personas con las que se relacionan, pero no sobre los tipos de relaciones
institucionalizadas. Por eso sería más adecuado denominarlo conocimiento sobre los fenómenos
psicológicos.
Desde el comienzo de los años 80 se ha iniciado otra línea de investigación, en la actualidad
muy floreciente, denominada 'teoría de la mente', que propone que a lo largo del desarrollo el
individuo va formando un conocimiento de la mente de los otros y va atribuyéndoles estados
mentales. El auge de esta línea de investigación ha llevado a retomar desde ella muchos de los
temas que antes eran estudiados bajo el rótulo de conocimiento social, aunque existan entre los dos
enfoques algunas diferencias.
b) Pero además de formar un conocimiento sobre los otros en tanto que individuos, los
sujetos, que viven dentro de instituciones sociales como la familia, la ciudad, la nación, la escuela, el
sistema económico, el político, comparten creencias religiosas, etcétera, tienen que establecer
representaciones acerca del funcionamiento de esas instituciones. Las ciencias que se ocupan de
ese conocimiento son las ciencias sociales en general : la sociología, la política, la antropología, la
economía. En realidad este es el conocimiento que podemos llamar propiamente social (o mejor
sobre lo social) y que en los países anglosajones se conoce con el rótulo "societal". Esto incluye todo
el conocimiento acerca de cómo están constituidas las instituciones sociales, cómo funcionan, qué
son y cómo hay que comportarse dentro de ellas. Cuando el individuo establece ese tipo de
conocimiento se estaría comportando como un sociólogo intuitivo, o más en general como un
científico social (puesto que se incluye el conocimiento político, económico, jurídico, etc., además del
sociológico).
Este tipo de problemas ha recibido una atención comparativamente menor que el estudio del
conocimiento psicológico, y en todo caso es un área de estudio mucho menos desarrollada y
sistematizada.
c) Uno de los componentes fundamentales de la vida social se refiere a las normas que
debemos seguir en las relaciones con los demás, cuáles son las acciones que se consideran buenas
o malas, correctas o incorrectas. Este es el objeto de estudio de la ética o la moral, una disciplina
filosófica, y por tanto distinta de las anteriores, que son ciencias empíricas. La diferencia entre ellas
es fundamental: las disciplinas empíricas se ocupan de describir y explicar la realidad que existe, y
sus descripciones son correctas en la medida en que se adecuan a los hechos que pueden
observarse. En cambio la ética es una disciplina normativa que se ocupa de reglas, de lo que debe
hacerse y no debe hacerse.
La moral regula las relaciones entre los individuos en sus aspectos más básicos, que tienen
que ver con el bienestar, la libertad, la justicia y los derechos. Pero también son un componente que
regula la actividad dentro de las instituciones.
El estudio del razonamiento moral, y de la conducta moral, ha recibido mucha atención y ha
sido un objeto de investigación popular desde hace muchos años. Los adultos tratan insistentemente
de que la conducta de los jóvenes se adecue a las normas morales, y ello constituye un aspecto muy
importante de la socialización; uno de los objetivos más claros de la educación es conseguir que la
gente actué moralmente. Los sujetos en crecimiento reflexionan sobre los problemas de esta
naturaleza y por tanto podemos considerar que el niño se desarrolla como un filósofo moral
intuitivo.
Las relaciones entre estos tres ámbitos de estudio son estrechas, aunque puedan y deban
diferenciarse para su análisis. Probablemente los sujetos tienen que comenzar por establecer que los
otros individuos son también sujetos dotados de capacidades psicológicas. Pero las relaciones
propiamente sociales son relaciones que trascienden a los individuos ya que los consideran
desempeñando funciones sociales (como profesor, tendero, jefe, gobernante, etcétera). Por su parte
la moral se sitúa claramente en otro terreno, al no referirse a las relaciones que existen, al 'ser' de las
cosas, sino al 'deber ser'. Pero todas las relaciones con los otros, ya sea como individuos o en tanto
que actores sociales (es decir, desempeñando funciones institucionalizadas), están impregnadas de
normas morales. Por tanto la moral hay que verla como una dimensión distinta de las relaciones
humanas que prescribe lo que se debe hacer y prohibe lo que no debe hacerse.
Cuando un sujeto está interaccionando con otro pueden estar presentes simultáneamente los
tres componentes de las relaciones humanas. Por ejemplo, la relación entre un padre y su hijo es una
relación de afecto, cuidado, preocupación, etc. o de descontento, enemistad o indiferencia, es decir
una relación psicológica. Pero también hay componentes de relación social, pues los papeles de
padre e hijo están socialmente tipificados. Y hay igualmente relaciones morales, presentes en la
mayoría de las relaciones humanas, que prescriben lo que debe hacer cada uno de los individuos,
cual es su conducta deseable.
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En las distintas situaciones puede predominar la relación psicológica o la relación social, sin
que el otro aspecto esté completamente ausente. La relación entre dos enamorados es
predominantemente psicológica, y la relación entre el funcionario que está en una ventanilla y el
ciudadano que acude a ella es social, pero en el primer caso hay también una influencia de las
prácticas sociales usuales entre los enamorados y en el segundo hay algún aspecto de relación
psicológica entre individuos. La relación entre un alumno y su profesor tiene igualmente los dos
componentes. Cada uno está desempeñando un papel social, pero no están ausentes las relaciones
psicológicas entre ellos.
La ontología natural
Pero el problema que queremos plantearnos es entender lo característico de los fenómenos
sociales (entendidos en sentido estricto), qué es lo que los diferencia de otros tipos de fenómenos,
como los físicos, los biológicos o los psicológicos. Vemos que los sujetos llegan a comportarse frente
a cada tipo de realidad de una manera adecuada a ese tipo de realidad y le atribuyen unas
propiedades que les permiten realizar acciones eficaces. Un individuo, ante una mesa que se inclina
hacia un lado no se pondrá a hablar a la mesa para convencerla de que se mantenga horizontal, sino
que tratará de calzarla o de equilibrarla con un peso. Pero ante un niño que se porta mal le hablará y
le explicará por que no debe comportarse así o le reprenderá por sus acciones. Y si observa que se
está propagando un incendio intentará avisar a los bomberos y no se limitará a realizar algunos
pases mágicos. En cada caso utilizará un tipo de acción de acuerdo con las propiedades que ha
construido como específicas de ese dominio.
Nuestra pregunta se refiere entonces a las propiedades ontológicas de la realidad social.
Conviene distinguir con claridad el aspecto ontológico del epistemológico. El aspecto epistemológico
se refiere a cómo el sujeto conoce las propiedades de la realidad con la que interacciona, cómo se
produce el proceso de conocimiento, qué tipo de interacciones son las que le permiten extraer
información de esa realidad. Pero al hacer eso construye el tipo de realidad con unas propiedades y
una organización determinada. Así pues, el aspecto ontológico trata de las propiedades que el sujeto
atribuye a esa realidad, cuáles son sus características, los rasgos que se supone que posee y que la
hacen diferente de otras parcelas de la realidad. Evidentemente las características del dominio son
construidas por el sujeto cognoscente, pero son atribuidas a la realidad. Las propiedades de la
realidad determinan cómo la conoce el sujeto. Al actuar y reflexionar sobre ella el sujeto encuentra
resistencias que le llevan a concebirla con unas propiedades determinadas. Pero también son
determinantes las características del propio sujeto, sus capacidades cognitivas, sus conocimientos
anteriores, su experiencia con ese dominio, etc. Las propiedades de la realidad son entonces
descubiertas por el sujeto, pero no son atribuidas a su actividad, sino a cómo está constituida esa
realidad. De esta manera los sujetos establecen las propiedades de esa realidad, que son
propiedades ontológicas, de una ontología natural que los sujetos construyen. La construcción de esa
ontología sigue un proceso de desarrollo, y no está dada de una vez por todas, frente a lo que
sostienen algunos innatistas.
Las relaciones entre el aspecto epistemológico y ontológico son necesariamente estrechas
desde una posición constructivista. En función de su actividad y de los resultados que obtiene de ella
el sujeto va descubriendo propiedades que le llevan a tratar los objetos de un determinado campo de
una manera específica y a construir teorías acerca de cómo se comportan esos objetos, que difieren
de las teorías sobre cómo se comportan otro tipo de objetos. Probablemente los niños descubren
desde muy pronto diferencias en el comportamiento de los objetos físicos y de las personas. Pero esa
distinción no se establece de golpe, sino que se va desarrollando lentamente. Los bebés demuestran
ya su interés por las personas, pero también las tratan a veces como objetos, las golpean, empujan, y
no tienen en cuenta que con sus acciones pueden causar daño a los otros (por ejemplo metiendo el
dedo en el ojo a otro) simplemente por qué no tienen claras las propiedades de las personas.
Si queremos formular con claridad la distinción entre los posibles dominios de conocimiento
tendríamos que determinar las características que tiene un dominio cuando se piensa sobre él o es
tomado por los sujetos como objeto de conocimiento, en qué se diferencia de otros dominios, cuáles
son sus propiedades específicas que lo hacen diferente. Pero esa distinción no puede establecerse
simplemente mediante el contenido, o en todo caso sería una diferenciación pobre. Si sólo existieran
diferencias de contenido eso supondría que no existen formas diferentes de conceptuar ese dominio
desde el punto de vista estructural.
Es cierto que la diferencia entre el conocimiento físico, el conocimiento biológico o el
conocimiento social se refiere en primer lugar a diferencias de contenido. Los sujetos que
interaccionan con objetos físicos descubren propiedades de éstos que son específicas: Los objetos
físicos presentan un tipo particular de resistencia a las acciones del sujeto, pero no parecen tener
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capacidad de actuar por sí mismos, la acción autónoma y autoprovocada, lo que en inglés se
denomina agency. Sus movimientos y cambios son independientes de la acción humana y tienen sus
propias leyes, que podemos conocer pero que no podemos modificar, es un mundo independiente de
nuestra voluntad. El mundo biológico tiene además otras características, como mantenerse en
equilibrio con el ambiente e interaccionar con él, además de la capacidad de perpetuarse o
reproducirse. El mundo social es aquel en el que la acción humana resulta mucho más importante,
pero tiene también unos límites en cuanto a la actuación y hay que diferenciar la acción humana
individual de la acción humana colectiva. Lo que tenemos que descubrir es cuáles son los aspectos
que lo hacen conceptualmente diferente y que el sujeto tiene que construir.
La ciencia también ha tardado en conceptualizar claramente las diferencias de dominios, y
las distintas ciencias empíricas no han aparecido bien diferenciadas hasta después del Renacimiento.
Antes la filosofía era el dominio general de la reflexión sobre el mundo y los métodos que se
empleaban para conocer eran semejantes: la observación y la reflexión. Tras el Renacimiento y la
aparición de la ciencia experimental, sobre todo por obra de Galileo, surge la experimentación
sistemática como un sustituto de la observación simple, y como una forma de interrogar a la
naturaleza, de extraer sus propiedades. Se establece una nueva relación entre la teoría y la
experimentación, que no existía, por ejemplo, en Aristóteles. Después han ido diferenciándose las
distintas ciencias, y las ciencias sociales sólo han empezado a alcanzar una cierta independencia en
el siglo XIX, aunque haya observaciones que pertenecen al dominio de estas ciencias muy anteriores.
Pero no basta con determinar un campo de fenómenos, sino que también es necesario establecer un
método y unos paradigmas. Las reflexiones sociológicas de Montesquieu, Comte o Saint Simon, no
permitieron constituir la sociología y es necesario esperar hasta los trabajos de Durkheim y otros, que
proponen un método propio.
Con respecto al establecimiento de distintos dominios de conocimiento lo que estamos
proponiendo es que la actividad del sujeto para conocer los distintos dominios es semejante, pero
que los fenómenos que se sitúan en un determinado dominio son construidos con propiedades
específicas. Dentro del ámbito del conocimiento humano, los tres dominios de los que hemos hablado
tienen propiedades que sólo son propias de los objetos de ese dominio.
El conocimiento psicológico se establece por oposición con el conocimiento físico y con el
conocimiento biológico. Como decimos, probablemente esa distinción no se establece de una manera
nítida de una vez por todas. Parece verosímil que los dominios se establecen mediante oposiciones o
mediante diferenciaciones que llevan a atribuir propiedades distintas a sus objetos. Establecer una
diferenciación lo que quiere decir es que una serie de objetos que se conceptualizaban con
propiedades semejantes empiezan a verse como diferentes en algún aspecto y a ser caracterizados
como opuestos. Nuestra idea de los objetos físicos se establece por oposición con los objetos
animados, y en estos se terminarán diferenciando los que tienen conciencia y los que no la tienen.
Esas diferenciaciones pueden empezar basándose en algunos aspectos exteriores que resultan
llamativos. Por ejemplo, los objetos físicos no parecen tener capacidad de moverse por sí mismos,
mientras que los seres vivos si la tienen. Piaget (1926) mostró que los niños tienen una tendencia a
atribuir intenciones y conciencia a los objetos inanimados, lo que ha sido estudiado posteriormente
por numerosos autores. Esa diferencia se establece pronto, y los niños no suelen confundir los seres
vivos con objetos aunque éstos se muevan, y la confusión se produce menos en los objetos
fabricados por el hombre, como un automóvil o un tren. Pero los niños continúan manifestando dudas
durante más tiempo respecto a las llamadas ‘ultra cosas’, como los astros o incluso un río, ya que en
ellos se ve menos el carácter de artefacto.
El establecimiento del dominio psicológico probablemente comienza pronto y los estudios
sobre la teoría de la mente muestran los cambios que se producen entre los tres y los cuatro años,
por ejemplo respecto a la falsa creencia. Para establecer entonces el dominio psicológico el sujeto
tiene que atribuir una mente a los seres humanos y descubrir sus propiedades fundamentales.
El dominio de lo social se establece posiblemente por oposición y diferenciación con el
dominio de lo psicológico. Tal vez los niños encuentren extraños los comportamientos de las
personas adultas en determinadas situaciones. Por ejemplo, en la iglesia no se habla en voz alta y el
niño es reprimido si lo hace. Los sujetos ejecutan conductas estereotipadas en determinadas
situaciones, que resultan incomprensibles si no se han adquirido los papeles sociales implicados; por
ejemplo en la tienda, en donde se siguen una serie de rituales de una manera automática y casi sin
intercambio verbal: el cliente pide un objeto, entrega una cantidad de dinero, recibe otra cantidad de
dinero y el objeto pedido, se despide y sale.
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La ontología de los fenómenos sociales
Las características de los fenómenos sociales, lo que es propio y específico de ellos, resulta
bastante misterioso. Como a tantos otros aspectos de la realidad con los que tenemos contacto
habitual pero que son complejos, les podríamos aplicar las palabras que San Agustín escribía
refiriéndose al tiempo: “Quid est ergo tempus? Si nemo ex me quaerat, scio; si quaerenti explicare
velim, nescio” [¿Qué es pues el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al
que me lo pregunta, no lo sé”] (Confesiones, XI, 14).
Diferenciamos fácilmente los fenómenos sociales de los hechos físicos y también, aunque
con más dificultad, de los psicológicos. No confundimos la caída de un objeto, con interesarnos por la
salud de una persona, o con votar en una elección. Por ello, de alguna manera tenemos que tener
una conciencia difusa de esas peculiaridades específicas que los diferencian de los objetos físicos, y
también de los objetos psicológicos, como pensamientos, intenciones, deseos, etcétera, que tienen
un estatus diferente. Tampoco los confundimos con los fenómenos morales, aunque igualmente las
diferencias no resultan fáciles de explicar.
Establecer cuales son las características específicas de los fenómenos sociales, los rasgos
propios de ese dominio que lo separan de otros dominios de conocimiento, es en lo que consiste
formular la ontología de ese ámbito de la realidad. Lo que resulta sorprendente es que se trata de un
asunto que ha dado lugar a pocos estudios específicos, y sin embargo no creo que se trate de un
asunto carente de interés, pues para las ciencias sociales, que se encuentran en un estadio de
desarrollo muy rudimentario, sería importante clarificar las características de su objeto de estudio.
Podríamos esperar encontrar un tratamiento de este asunto en los trabajos de los sociólogos. Pero si
buscamos tanto en las obras de los sociólogos clásicos, como Durkheim, Weber o Parsons, o en
autores algo más recientes, como Berger y Luckmann o Giddens, poco es lo que encontramos que
responda satisfactoriamente a nuestras preguntas. Los sociólogos se dedican más a un trabajo
descriptivo de las instituciones del mundo social que a buscar lo que tiene de específico, y
posiblemente esa sea su tarea. Tal vez lo que nos estamos planteando caiga más dentro de los
intereses de filósofos o epistemólogos.
Un autor que ha realizado interesantes aportaciones al problema que nos ocupa es el filósofo
norteamericano John Searle. Ya en su libro Speech acts (1969) incluía algunas observaciones
interesantes sobre el problema que nos ocupa, y también en Intencionality (1983), pero ha sido más
recientemente en The construction of social reality (1995) cuando ha dedicado una obra específica a
analizar las características del mundo social, que constituye un trabajo de gran interés y riqueza
teórica. Vamos a exponer a continuación algunas de sus ideas en una interpretación libre, que no le
hace responsable de lo que digamos. Pero sobre todo su trabajo contiene muchas ideas sugerentes y
detalladas, que a veces pueden resultar discutibles, pero que en todo caso incitan a pensar.
Lo característico de los fenómenos sociales es que se trata de relaciones entre personas,
pero de relaciones en las que lo importante es la forma de la relación, más que las características
específicas de la persona. Esto es otra forma de hablar de la institucionalización, a la que nos
referíamos más arriba. En la vida social los individuos se mueven dentro de instituciones. ¿Qué es lo
que esto supone? En primer lugar que los individuos identifican el tipo de situaciones y que conocen
algunas reglas sobre como comportarse.
La vida social está hecha en buena medida de reglas. En cada situación tenemos que
comportarnos siguiendo unas pautas que están establecidas por una serie de reglas que los sujetos
usan, aunque tal vez no sean conscientes de ellas, como tampoco precisan ser conscientes de las
reglas del lenguaje.
Lo que resulta sorprendente de los fenómenos sociales es que, como señala Searle (1995, p.
1), existen sólo porque creemos que existen. Pero esa creencia hay que entenderla de una manera
matizada pues no es algo puramente subjetivo. Los hechos sociales existen sólo porque creemos
que existen y son hechos por acuerdo de los seres humanos. El dinero, el matrimonio, o el gobierno
son ejemplos de hechos institucionales cuya naturaleza depende de que son aceptados y usados por
los seres humanos, con un acuerdo implícito entre ellos. Si el dinero dejara de ser reconocido como
tal por todos o la mayoría de sus usuarios, dejaría de ser dinero, pues no sería aceptado en las
transacciones ni para pagar las deudas.
Frecuentemente los fenómenos sociales implican objetos físicos y naturalmente personas,
pero esos objetos y personas adquieren un significado distinto por el hecho de formar parte de una
relación social. Un ejemplo claro es también el dinero. Hay un elemento físico, ya sea un cilindro de
metal, un papel, un apunte en un libro o en un programa de ordenador. Pero el dinero vale porque es
reconocido por los otros como dinero y porque se rige por una reglas precisas.
Al mismo tiempo los hechos sociales son hechos objetivos en la medida en que nos los
encontramos dados en la mayoría de los casos y cada uno de nosotros no puede cambiarlos: hay
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gobiernos, hay dinero, hay escuelas, hay guerras, etc. y vivimos dentro de una realidad social que no
podemos cambiar, pero esos hechos tienen una naturaleza diferente de que haya montañas, ríos, o
piedras.
Searle comienza estableciendo una diferencia entre los ‘hechos brutos’, que llama así
siguiendo la terminología introducida por Anscombe (1958), y los ‘hechos institucionales’. Los hechos
brutos son objetivos e independientes del sujeto que los observa o enuncia. Un ejemplo que da
Searle de hecho bruto es que los átomos de hidrógeno tienen un electrón.
Searle señala que los hechos institucionales se apoyan siempre en hechos brutos, pero que
añaden un carácter específico a éstos. El dinero es un objeto físico, ya sea un trozo de papel (un
billete), una moneda, o un apunte en un banco. El matrimonio o el gobierno son relaciones entre
personas (que son también objetos físicos), pero que en virtud de la institución establecen relaciones
que son nuevas y específicas. El matrimonio da lugar a ciertos derechos y deberes por parte de los
esposos.
Searle parte en sus explicaciones del concepto de intencionalidad "la capacidad de la mente
para representar objetos y situaciones en el mundo". Las representaciones son sobre algo o se
dirigen a algo. Pero para explicar como se construye la realidad social introduce tres elementos: la
asignación de función, la intencionalidad colectiva y las reglas constitutivas, que vamos a
comentar en orden inverso a como Searle los presenta.
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quiosco de periódicos o para instalar un puesto de venta ambulante hay que seguir las reglas que
consagran que eso es un quiosco.
Pero aunque esto sea más claro en las sociedades modernas no es exclusivo de ellas y de la
misma forma las sociedades más antiguas también tienen reglas que las constituyen y que regulan
los tres tipos de relaciones sociales fundamentales: las de parentesco, intercambio y poder. Para que
exista matrimonio hay que realizar algunas ceremonias (pagar una dote, ser declarados marido y
mujer por una persona con competencia para ello) sin lo cual no existirá un matrimonio reconocido
por los demás.
Ese reconocimiento es entonces un elemento esencial del mundo social, como señala Searle.
Los otros individuos tienen que reconocer esa realidad. El maestro es aceptado como tal porque ha
sido elegido las normas que constituyen la institución y los alumnos o sus padres lo reconocen como
tal.
Así pues, las instituciones sociales son establecidas por reglas que las constituyen. Pero no
todas las reglas sociales son constitutivas y Searle habla también de reglas regulativas. Las reglas
regulativas sirven para organizar una actividad que ya existe, como por ejemplo conducir por la
derecha en la carretera. La distinción entre ambos tipos de reglas es en muchos casos tenue, pero no
vamos a entrar en este asunto. Las reglas morales y las costumbres serían un tipo de regulaciones
que establecen la manera en que los individuos tienen que comportarse dentro de la institución. Los
alumnos deben ser obedientes o estudiosos, los presidentes no deben ser corruptos, etcétera. Pero
no queda excluido que se pueda sostener que las normas morales tienen un estatus especial.
Lo que resulta importante es que las reglas constitutivas no sólo regulan sino que crean la
posibilidad de realizar ciertas actividades. Searle sostiene que los hechos institucionales, que sólo
existen dentro de las instituciones, forman parte de sistemas de reglas constitutivas. Por tanto las
instituciones son sistemas de reglas constitutivas. Que Clinton sea el presidente de los Estados
Unidos es un hecho institucional que depende de la existencia de reglas constitutivas, que establecen
lo que es un gobierno, cómo se elige y cómo funciona.
Las funciones
Otro componente esencial de la realidad social que propone Searle es la atribución de
funciones. Los seres humanos atribuyen o imponen habitualmente funciones a los objetos. Las
funciones nunca son intrínsecas a los objetos sino que son siempre relativas al observador, es decir
que es el observador el que las introduce. Decimos que las sillas son para sentarse y los tenedores
para comer, pero eso no son propiedades intrínsecas de esos objetos. Probablemente hay que tener
en cuenta que los objetos fabricados por los hombres, los artefactos, son diseñados ya para cumplir
una función. Pero podemos atribuir funciones a objetos ya existentes, objetos naturales y decir que
una piedra nos sirve como martillo o que nos podemos sentar en un trozo de tronco de árbol. Searle
resume algunas ideas sobre las funciones en los siguientes puntos.
1. Las funciones son relativas al observador y por tanto se puede decir que son asignadas o
impuestas sobre los objetos.
2. Dentro de la categoría de funciones asignadas algunas son agentivas en el caso en que los sujetos
imponen explícitamente la función sobre el objeto. "Este martillo es mi pisa papeles".
3. Algunas funciones son no agentivas cuando se trata de un proceso causal natural al que
atribuyamos un propósito: "La función del corazón es bombear la sangre".
4. Entre las funciones agentivas hay una categoría especial cuya función es simbolizar, representar,
estar en el lugar de o significar algo.
En todo caso la atribución de funciones es siempre algo intencional que realiza el sujeto en
relación con una finalidad. Incluso cuando hablamos de una función que se produce en la naturaleza,
como en el ejemplo del corazón que bombea sangre, le estamos atribuyendo una finalidad que en
realidad no existe. El corazón está ahí y mueve la sangre, pero eso es un hecho natural y la función
la imponernos nosotros como explicación de lo que sucede.
La atribución colectiva de funciones a objetos, personas o situaciones les concede un nuevo
estatus en función de reglas constitutivas. A partir de ahí el objeto adquiere un nuevo estatus que le
da una significación distinta. Los siguientes enunciados serían ejemplos en los que se atribuyen
funciones de estatus: “X es el jefe de almacén”, “esto es una reunión de Comisiones Obreras”, “X es
el campeón mundial de 1500 m. lisos”, “esto es un billete de 50 euros”.
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La intencionalidad colectiva
El tercer elemento que propone Searle (aunque él lo trata en primer lugar) para explicar la
naturaleza de los hechos institucionales es lo que denomina la intencionalidad colectiva. Sostiene
que la intencionalidad colectiva es algo más que la conducta cooperativa, pues supone compartir
estados intencionales como creencias, deseos e intenciones. En realidad la conducta cooperativa
supone tener en cuenta los estados mentales del otro y sincronizar la acción, como en un equipo
deportivo o una orquesta. Searle sostiene que la intencionalidad colectiva no es reducible a la
intencionalidad individual, no es una suma de intencionalidades. La intencionalidad colectiva existe en
cada una de las mentes individuales, pero que tienen en cuenta a las otras mentes y se coordina con
ellas.
La intencionalidad colectiva parecería que es una característica también de las relaciones
psicológicas interpersonales, por lo menos de algunas de ellas. El que dos personas salgan a pasear
juntas, por ejemplo para ir de compras, requeriría esa intencionalidad colectiva. Las relaciones de
amistad y otras relaciones entre individuos precisan de esa intencionalidad. Los intercambios con
cualquier otro individuo, del tipo que sean, suponen la intencionalidad colectiva, pero no dan lugar
necesariamente a hechos institucionales.1
La intencionalidad colectiva resulta algo bastante misterioso, pues la mente es algo propio de
cada sujeto, pero la acción colectiva requiere entender y prestar atención a la mente de los otros para
poder actuar conjuntamente con ellos. Los fenómenos humanos, y no sólo los institucionales,
requieren ese tipo de intencionalidad, que por tanto esta en la base de toda acción coordinada.
Los tres elementos que propone Searle están estrechamente relacionados y resultan
necesarios para el establecimiento de los fenómenos sociales, aunque no sean exclusivos de ellos.
La intencionalidad colectiva, la atribución de funciones y las reglas constitutivas se manifiestan en
actividades que no son sociales en sentido estricto, pero es su combinación la que permite constituir
los fenómenos sociales.
Una característica de los hechos institucionales es que no existen aislados, sino que
mantienen relaciones con otros hechos institucionales. La intencionalidad colectiva atribuye funciones
a entidades de la misma manera que la intencionalidad individual. Esas entidades no poseían esa
función si no se les hubiera impuesto colectivamente (por ejemplo, el título de médico). Todo ello
sucede en el marco de las reglas constitutivas que establecen lo que es la institución y lo que queda
fuera de ella. Esto puede verse en el ejemplo del dinero en que un billete funciona como dinero a
través de esa atribución colectiva de la función de instrumento de cambio. Se atribuye a esos trozos
de papel, que son producidos por una autoridad constituida de acuerdo con ciertas reglas, un
"estatus" que les permite desempeñar esa función y que no depende necesariamente de las
características físicas del objeto.
Según Searle las reglas constitutivas tienen la forma "X cuenta cómo Y en C". Es decir un
objeto, persona o acontecimiento tiene una función Y en un contexto determinado. Un ejemplo sería
que los trozos de papel que constituyen los billetes (X) cuentan como dinero (Y) en el contexto C que
se especifique, en un país determinado, para obtener determinadas cosas. Por medio de la
intencionalidad colectiva se ha impuesto esa función y ese estatus. Igualmente la persona que ha
realizado una serie de estudios y ha pasado una serie de pruebas se considera como un médico en
una sociedad determinada, lo que le da derecho y le obliga a ciertas cosas, y si no ha pasado por la
institución universitaria no se considera como tal y no puede ejercer la profesión.
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Los sujetos entran muy pronto en contacto con las instituciones, de hecho nacen en su seno
y no pueden sustraerse a ellas. Desde muy pronto empiezan a conocer las reglas más evidentes de
las instituciones (para comprar en la tienda hay que llevar dinero, en la escuela hay que estar sentado
en tu sitio y hacer caso a lo que dice el profesor, etcétera). Dentro de las instituciones los individuos
siguen siendo individuos, con sus características psicológicas, pero a ello añaden papeles que
desempeñan en la institución (alumno, maestro, vendedor, comprador, camarero, cocinero, cajero,
etcétera). Los individuos tienen así una doble naturaleza, como organismos psicológicos y como
miembros de la institución, y sin duda ambas cosas se afectan mutuamente.
Para que las relaciones con los otros funcionen, para evitar los conflictos que necesariamente
surgen en el trato con los demás, en un mundo en el que siempre hay competencia por recursos
escasos, son necesarias reglas que prescriban cómo debemos comportarnos; esas reglas son
esenciales para la vida social, que sin ellas no sería posible. Constituyen el dominio de la moral, que
se refiere tanto a la conducta de los individuos en las relaciones personales, como formando parte de
instituciones. La moral se ocupa entonces de normas que preservan la libertad, el bienestar, la
justicia y los derechos de los otros. Es un campo peculiar y diferente de los anteriores porque
consiste fundamentalmente en normas que son regulativas y no constitutivas. Es decir, el ámbito de
la moral está constituido por esas reglas referentes a lo que tenemos que hacer y cómo debemos
comportarnos. Por ello es un ámbito que tiene unas características propias que lo hacen muy distinto
de los dos dominios anteriores, ya que se ocupa no de cómo son las cosas, sino de cómo deben ser,
y sus normas se aplican tanto en el terreno de lo psicológico como de lo institucional. La prevención
del daño a los otros y el respecto a su libertad se tienen que producir tanto como individuos o como
miembros de instituciones. La moral prescribe que no debemos dañar a otros o impedirles hacer lo
que desean (siempre de ese deseo no atente contra la libertad de otros) tanto como individuos, como
formando parte de instituciones. Por ejemplo, robar algo a otro atenta contra sus derechos y su
libertad, pero robar en una institución también afecta a los derechos de otros, aunque la repercusión
no se vea de una manera tan inmediata. Para comprenderlo hay que entender el funcionamiento de
la institución. No pagar impuestos afecta también a los derechos de los individuos, aunque no se trate
de un individuo determinado.
La relación entre los tres dominios es entonces bastante estrecha. Los individuos tienen una
serie de características en tanto que individuos que pueden verse alteradas o modificadas al
desempeñar papeles sociales dentro de instituciones. El funcionario que está en una ventanilla puede
estar contento o triste, o sentir simpatía o desagrado por la persona que esta al otro lado de la
ventanilla realizando un trámite, pero debe tratarle de forma correcta de acuerdo con su función. Las
normas morales respecto a otro se aplican tanto como individuo que como elemento de una
institución, aunque las normas pueden experimentar ciertas variaciones.
Parece que en general las relaciones con los otros se empiezan a entender como relaciones
personales y que es más difícil ver el carácter institucional que tienen. Los niños pequeños tienden a
interpretar las relaciones institucionales como relaciones personales y explican que el maestro se
preocupa del bienestar de los niños y de enseñarles porque les quiere, de la misma forma que el
tendero nos vende cosas para que dispongamos de ellas y el presidente se ocupa de que todas las
cosas funcionen bien en el país, todo ello originado en una preocupación por los demás. Sólo más
tarde empiezan a comprender que esas personas desempeñan una función que está socialmente
determinada y regulada por normas, lo que les impone obligaciones y origina algunos derechos. El
maestro pasó por una serie de pruebas para llegar a serlo, está desempeñando la función de enseñar
a los niños. Si no cumple con sus obligaciones está violando reglas de carácter moral general, que
prescriben que debemos ayudar y no perjudicar a individuos más débiles y necesitados, pero también
reglas morales en el ámbito institucional, y reglas constitutivas de la institución, ya que no está
cumpliendo con su función, está defraudado a los que le contrataron y a los alumnos de los que se
tiene que ocupar. Entender todo eso, las funciones sociales, las reglas que constituyen la institución,
las obligaciones y las normas que las regulan supone un largo camino que se prolonga hasta la edad
adulta, y constituye un avance frente a comprender las relaciones sociales como meras relaciones
personales. Todos los estudios nos muestran que los niños tienen dificultades para entender muchos
aspectos de los hechos institucionales.
Creo que estamos lejos de entender perfectamente las propiedades del dominio social. Las
propuestas de Searle dejan todavía muchas cosas sin aclarar y habría que ver si pueden aplicarse a
todos los ámbitos de lo social. Pero constituyen una aproximación interesante que vale la pena seguir
explorando y pueden abrir vías nuevas para entender la ontología de los fenómenos sociales.
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REFERENCIAS
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