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Isabel Solé
Quizá lo dicho hasta aquí permita ver por qué aprender estas habilidades tiene
implicaciones que van mucho más allá del aprendizaje de otros contenidos en la
escuela. No sólo podemos acrecentar nuestras capacidades comunicativas y
relaciónales; podemos también hacer uso de ellas para regular nuestra propia
situación y la de los demás de forma competente; podemos utilizarlas para
introducirnos en nuevos ámbitos, algunos lejanos y otros próximos, y son, en este
sentido, un instrumento precioso de indagación de la cultura y de inserción social. Su
aprendizaje nos permite continuar aprendiendo en forma progresivamente autónoma,
y modificar así nuestra forma de ver al mundo y vernos a nosotros mismos; influyen,
pues, en nuestras capacidades cognitivas y de equilibrio personal.
Por lo demás, cada una posee una especificidad propia e implica algunos
procesos peculiares que contribuyen también al fomento de las capacidades a las
que nos acabamos de referir, y permiten actualizarlas en ámbitos específicos.
Diversidad de discursos:
Para
Encontrar sentido a escuchar,
Para
• Atender • Tener objetivos: ¿Qué se pretende?
encontrarlo
• Inferir
• Interpretar
Para
Para
• Comprobar
que el texto
se entiende
• Entender:
recapitular,
resumir,
sintetizar
Por esta razón, es conveniente ir reflexionando sobre lo que supone cada una
de las grandes habilidades, de forma que las decisiones que se adopten en el ámbito
de la enseñanza puedan ayudar realmente a su apropiación por parte de los alumnos
y alumnas. Decía al comienzo de este artículo que nuestra tradición está muy
cercana todavía a los aspectos más estructurales, más gramaticales, en una visión
simplista de que a través del conocimiento de dichos aspectos vamos a llegar al uso
competente de las habilidades lingüísticas. Esa visión puede convertirse ahora en
una perspectiva que prime la ejercitación de determinadas estrategias (por ejemplo:
encontrar ideas principales o hacer resúmenes) en un enfoque descontextualizado
en el que no se sepa por qué se hacen las cosas ni se supedite una tarea concreta
(ejercitar una habilidad o algunas de las estrategias que implica) a un proyecto más
global (fomentar las capacidades lingüísticas del alumnado).
Por otra parte, según se trate de hablar, escuchar, escribir o leer, resulta
necesario plantearse nuevos retos; esto es lo que se pretende ilustrar en los vértices
del Cuadro I , que señala las estrategias más específicas, propias de cada una de las
habilidades de que estamos hablando. Así, en el caso de la lectura (puesto que lo
que concierne al lenguaje oral y a la escritura se trata en otros artículos de este
mismo monográfico), es necesario que el lector, que se ha dotado de algún objetivo,
y que puede aportar su conocimiento y experiencias previos, se introduzca en un
proceso activo de elaboración y verificación de hipótesis y predicciones que le
permitan construir el significado del texto. Además, en función de sus objetivos,
muchas veces deberá subrayar, resumir, buscar nueva información, realizar
esquemas, desechar, etcétera.
Todo esto puede hacerlo solo, con otros, y para él o para otros. Puede
hacerlo, además, sobre textos muy distintos, cada uno de los cuales le plantea
dificultades específicas a las que hay que atender para que el proceso
desencadenado llegue a buen puerto.
Es un proceso complejo, pero tiene sus ventajas. Por una parte, nos acerca a
la actividad real del lector (o de quien escribe, habla o escucha), actividad movida por
un propósito y gestionada por uno mismo. Por otra, subyacen en ella estrategias de
aprendizaje autónomo; a medida que se aprende a utilizar con competencia las
habilidades lingüísticas, se aprende a dotarse de objetivos, a planificar la tarea, a
aportar conocimientos previos, a evaluar y a regular la propia actuación. No sugiero
una transferencia automática; sugiero la idea de que aprender a usar la lengua en
esta perspectiva ayuda a usarla también para aprender, especialmente si se le hace
ver al alumno y a la alumna su potencialidad en este aspecto.
Sólo desde esa reflexión se puede entender en todo el sentido que a hablar,
escuchar, leer y escribir se aprende participando en situaciones que obligan a usar
estas habilidades. Se ha dicho ya tantas veces que la clase debe convertirse en un
escenario comunicativo que esta frase corre el riesgo de ser trivializada, cuando en
realidad encierra la clave de lo que debería constituir la enseñanza de la Lengua en
la escolaridad obligatoria. Encontrar razones y encontrar ayudas adecuadas es lo
que necesita el aprendiz para devenir usuario competente.
Para encontrar ayudas, también hay que ofrecerlas. La tarea del profesorado
es, en este caso (como en otros), insustituible. En buena medida, dicha ayuda se
desprenderá de una representación más ajustada de lo que suponen las habilidades
lingüísticas: negociación de los objetivos que las guían, planificación, tiempo,
necesidad de volver sobre lo hecho y de modificarlo, aceptación de formas quizá
menos convencionales de lo que se suele esperar. Todo ello puede conducir a variar
aspectos organizativos relacionados con el espacio y el tiempo; trabajar en tareas
más globales requiere, a veces, proponer actividades compartidas y, casi siempre,
un periodo temporal más amplio que el que concede una "clase" de lengua. Puede y
debe conducir también a plantearse la posibilidad de utilizar tareas propias de otras
áreas para contemplar determinados usos muy funcionales de las habilidades
lingüísticas: buscar información, transmitirla por medio de una exposición oral,
expresarla por escrito, etcétera.
En primer lugar, conviene tener en cuenta que, con frecuencia, las habilidades
lingüísticas son más bien objeto de comprobación o de evaluación que de enseñanza
propiamente dicha. Cuando se le pide a un alumno que realice una exposición a sus
compañeros sobre determinado tema; cuando tiene que elaborar un resumen o una
redacción, cuando se le dice que lea, etcétera, en realidad se le está pidiendo que
haga algo que, muchas veces, no se le ha enseñado previamente. Si nos fijamos en
el Cuadro I, aun siendo ésta muy esquemática y general, percibimos que lo que le
estamos pidiendo es bastante complejo y que requiere un aprendizaje.
En este sentido, parece bastante claro que el profesorado tiene un papel que
jugar. Ofrecer modelos de cómo él resuelve el problema que se plantea a los
alumnos y, especialmente, implicarse con ellos de forma que pueda ir ofreciendo las
ayudas que van a necesitar, constituyen los puntos centrales de su actuación. Todos
los profesores saben que, con frecuencia, niños y niñas necesitan tiempo para
entender qué se les pide que hagan; acordar objetivos para las actividades de
lectura, de escritura o de lenguaje oral no se identifica con "decirlos": se trata más
bien de una negociación a través de la cual los alumnos pueden irse representando
tanto el producto final que se espera como su propia actuación. Lo mismo cabe decir
de las actividades que requiere poner en marcha: si no se les explica, se les muestra
y se les ayuda, los alumnos van a tener dificultades para representarse la audiencia
de un texto oral o escrito; pueden encontrar criterios para decir lo que es fundamental
de un texto que no coincidan con los del autor ni con los del profesor; pueden, en fin,
perderse en un universo en el que no tienen guía que les vaya señalando el camino
adecuado.
En segundo lugar, resaltemos nuevamente que lo que caracteriza a una
persona competente en el uso de las habilidades lingüísticas recae en la posibilidad
que esta persona tiene de adoptar dichas habilidades a diversos propósitos y
circunstancias. Esto aboga por diversificar en la escuela las experiencias educativas
que se propone a los alumnos y alumnas con la finalidad de ampliar su competencia
comunicativa en todos los ámbitos. A veces, en el aula, se habla, fundamentalmente,
para responder preguntas, y se escucha para tener preparada la respuesta; se
escribe para decir cosas sobre una vaca o sobre lo que se hizo en el fin de semana
(y eso, todos los lunes); se lee en voz alta un texto que todos tienen ante los ojos
para que alguien (que ya sabe las repuestas) formule cuestiones bástame aburridas
sobre lo que se leyó.