Professional Documents
Culture Documents
(S. SPINSANTI, “Los estados de vida: antiguas y nuevas perspectivas”, en: T. GOFFI – B. SECONDIN (dir).
Problemas y perspectivas de espiritualidad, Salamanca, Sígueme, 1986, 349-374)
Fuente: http://www.mercaba.org/FICHAS/Teologia/los_estados_de_vida.htm
¿Sigue siendo oportuno que la teología espiritual se ocupe de los «estados de vida»? No parece
que este concepto, a pesar de la gran fortuna que alcanzó en tiempos pasados, pueda tener grandes
éxitos en el futuro. La escasez de publicaciones recientes sobre este tema es un índice de su falta
de interés. Los mismos diccionarios de espiritualidad que han aparecido en los últimos años ni
siquiera recogen esta voz.
Tampoco podemos considerar como una negligencia reprobable el hecho de que se haya dejado de
hablar de los estados de vida. Más allá de su aparente claridad intuitiva, este concepto resulta
teológicamente espúreo y no resiste un análisis minucioso. Más aún que las críticas teológicas,
parecer haberlo destinado al olvido el clima poco propicio a la estabilidad que se ha creado en la
cultura contemporánea, en donde se atribuye el más elevado valor al cambio y a la movilidad
social, incluida la de un estado de vida a otro. Sin embargo, los problemas antropológicos y
espirituales vinculados a la concepción tradicional de los estados de vida tienen su importancia.
Baste pensar en los dramas espirituales y humanos que giran en torno a lascrisis que desembocan
en un cambio de estado (matrimonial, religioso, sacerdotal). Semejantes situaciones suscitan
reflexiones de muy diversa índole. Las normas canónicas pueden inspirarse en la indulgencia o en
la severidad, según prevalezca la preocupación pastoral o la «pedagógica». La pastoral misma
oscila entre actitudes inspiradas en las exigencias de orientación de la comunidad, en la que no es
posible dar pábulo a los comportamientos singulares o «extravagantes» y tomas de posición en las
que se refleja el principio histórico-salvífico de la oíkonomía. La teología moral puede limitarse a
proponer de nuevo los principios tradicionales y a condenar aquellos cambios de estado de vida
que están en desacuerdo con los compromisos públicos precedentes, o bien dejarse provocar por la
cultura del cambio y replantearse el tema de la fidelidad de un modo dinámico. La teología
espiritual, más que cualquier otra disciplina teológica, puede ofrecer una contribución positiva
dando un poco de luz sobre una de las cuestiones antropológicas más espinosas de la situación
cultural moderna, es decir, la justa proporción entre la estabilidad y el cambio. Se trata de un
problema que afecta también a todo el que quiera vivir su propia existencia en obediencia al
Espíritu. Aquí no intentamos simplemente volver a exponer un capítulo de la teología espiritual
del pasado. Partiendo de las posiciones tradicionales, deseamos explorar el nuevo territorio que se
abre a la teología espiritual cuando considera la existencia del hombre como un proyecto en
devenir.
11
concretamente, es precisamente la constancia de la palabra dada lo que especifica a la fidelidad,
distinguiéndola de la constancia en la adhesión.
La ética cristiana de la fidelidad tiene que asimilar la noción de conflicto con toda su complejidad,
tal como la ha puesto de manifiesto la psicología. El hombre está hecho tanto para la fidelidad
como para el cambio. Sus disposiciones naturales lo empujan igualmente a que busque la adhesión
y a que vaya más allá de ella. Además, el carácter recíproco del compromiso puede constituir un
factor tanto de constancia como de cambio. Pueden cambiar los intereses individuales (un
fenómeno que no es exclusivo de la adolescencia; también el adulto puede modificarse bajo el
impulso de una evolución inherente a su propia historia); puede cambiar el «otro», creando así una
situación en la que resulte conflictivo el mantenimiento de los vínculos interpersonales y de los
compromisos. En esos casos la fidelidad puede vivirse como una tensión dolorosa, acompañada de
un sentimiento de impotencia. Más difíciles de reconocer son aquellos cuadros patológicos de la
fidelidad en los que no existe conflicto o sufrimiento agudo, sino tan sólo aburrimiento y
cansancio. En estas ocasiones la fidelidad puede tener un efecto esterilizante; es una barrera que
impide entrar en contacto con las propias aspiraciones profundas. La creatividad que se requiere
en la fidelidad como garantía de autenticidad modifica el modo habitual de representarse la tarea
de la fidelidad en el ámbito de los cuadros socio-culturales estáticos. También en esto se ve
afectada la espiritualidad. Para su propio provecho. Porque la espiritualidad cristiana sigue siendo
obediencia al Espíritu, que tiene como programa «hacer nuevas todas las cosas».
14
34. B. Häring, Libertad y fidelidad en Cristo I-III, Barcelona 1981-1983. La crisis de la fidelidad en la cultura
contemporánea no queda minimizada, sino. aceptada como estímulo para replantear cristianamente el tema de la
fidelidad: «Uno de los fenómenos más preocupantes de nuestro tiempo es la ruptura de tantos matrimonios y el alto
porcentaje de sacerdotes y religiosos que dejan su vocación original. Como consecuencia de ello los jóvenes tienden a
no asumir compromisos de vida bien definidos. Quieren experimentar el matrimonio sin el vínculo de los votos
matrimoniales o sin compromisos públicos de ningún tipo. Parece ser que muchos de ellos necesitan más tiempo para
hacerse capaces de comprometerse en el nivel de una opción fundamental. Además, muchos de los que consideran que
tuvieron el grado necesario de identidad cuando se comprometieron en el matrimonio o en la vida religiosa se
preguntan ahora si el objeto de su compromiso actual corresponde todavía a su compromiso original. Todo esto es un
síntoma de profundos cambios culturales, de nuevas concepciones del matrimonio y del celibato, así como del cambio
que ha intervenido en la autocomprensión de la iglesia» (O. c., II, Roma 1980 85 s).
15