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reflexiona si, a pesar de las críticas, el discurso moderno occidental aún es hegemónico en la
producción de conocimiento antropológico sobre el otro.
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presenta como el resultado final de la búsqueda de todas las sociedades, independientemente
de su “estadio de evolución”, por comprender y explicar el mundo.
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medida en que las transformaciones internas o externas sufridas por la sociedad sean
compatibles con la reproducción de estas instituciones y funciones (Ibid..)1.
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Bajo esta premisa, no era necesario acudir a la historia para entender las sociedades, puesto que, el
funcionamiento de ésta se explicaba por el papel que desempeñaba cada una de las instituciones componentes
del sistema social.
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O por lo menos su concepción unilineal.
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colonial dentro de muchas sociedades las que llegaron a ser la meta de nuestras
investigaciones. Para que esto ocurriera, la sociedad opresiva, agresiva y expansiva
que colectiva e inadecuadamente llamamos Occidente necesitó ocupar espacio. Más
profunda y problemáticamente, ellos requirieron acomodar el tiempo a los esquemas
de una sola forma de historia: progreso, desarrollo, modernidad (y su reflejo de
imagen negativa: estigmatización, subdesarrollo y tradición). En breve, la geopolítica
tuvo su fundación ideológica en la cronopolítica (Ibid.., pp. 143-144).
Nadie discute que la antropología social emergiera como una disciplina propia al
principio de la época colonial, que se convirtiera en una floreciente profesión
académica hacia finales de la misma o que durante este período consagrara sus
esfuerzos a la descripción y el análisis —realizados por europeos para una audiencia
europea— de sociedades no europeas dominadas por el poder europeo. Y, sin
embargo, es curioso que la mayoría de los antropólogos profesionales sean reacios a
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Esto se puede rastrear, por ejemplo, en la introducción -tardía- del conflicto en la antropología social
de la mano de la escuela de Manchester, principalmente, por parte de Gluckman. Es claro que la imposibilidad
previa para considerar el conflicto estaba justificada en los cimientos de la antropología como ciencia colonial:
el elemento del conflicto que había sido desarrollado por el marxismo se consideraba peligroso, ya que podía
romper con el modelo de equilibrio clásico y podía devenir en una pérdida del control de las colonias e, incluso,
en la revolución social. No obstante, esta introducción tardía del conflicto no rompía con los postulados
estructural-funcionalistas, sino que, los complementaba al concebirse como el reforzador de la estructura social.
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considerar seriamente la estructura de poder en cuyo seno ha cobrado forma su
disciplina (pp. 14-15).
En este punto, quiero detenerme en el libro Dulzura y poder de Sidney Mintz (1996),
quien realiza un trabajo que, de manera similar al ejercicio de Eric Wolf en Europa y la gente
sin historia, articula diversos elementos que cuestionan la antropología estructural
hegemónica: el autor hace uso del método histórico con postulados de la economía política
para entender el concepto de cultura y cambio social4, en un marco moderno de interacciones
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Mintz reconoce el potencial explicativo de la historiografía para dar cuenta de su objeto de estudio
en torno a cadenas de causalidad (Mintz, 1996, p. 28).
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globales. En efecto, considero que Mintz logra vincular coherentemente lo que inició como
un ejercicio de antropología de la comida con lo que culminó siendo una antropología de la
modernidad5
El autor muestra cómo las economías de plantación de caña de las islas del Caribe y
el aumento en el consumo de azúcar en Inglaterra produjeron una red de intercambio mundial
entre el imperio y las colonias que, posteriormente, posibilitó la acumulación originaria de
capital necesaria para la industrialización. Esta relación comercial imperio-colonias
comprendía dos triángulos de comercio que conectaban los procesos históricos de Inglaterra,
África y América; la esclavitud, la deforestación y las economías de plantación, con la
industrialización y el surgimiento del proletariado inglés (Mintz, pp. 76-82).
Mintz explora la producción de azúcar posterior a 1650, justamente cuando éste dejó
de ser un bien escaso y lujoso en Europa y alcanzó gran relevancia en los procesos históricos
de esta región, principalmente, en el proceso de industrialización y el surgimiento del
proletariado inglés que tuvo que usarlo en su dieta como suplemento energético que se
ajustaba a los tiempos de trabajo y descanso en las fábricas (Mintz, p. 191).
El trabajo de Mintz explica cómo un producto como el azúcar, esto es, las relaciones
de producción y consumo desde 1650 establecieron redes de comercio asimétricas entre el
imperio y las colonias que favorecieron la acumulación originaria de capital, la
industrialización y el surgimiento del proletariado inglés que, en últimas, implicó un cambio
social en la estructura social inglesa anterior al proceso de industrialización. Así, el cambio
social en el autor se explica por las condiciones modernas de relaciones asimétricas entre el
centro y las periferias mundiales que, inevitablemente, implica entender los procesos
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Es interesante la forma en la que Mintz resume la forma en la que la sociedad inglesa transitó de un
tipo de sociedad a otro, a través de la historia social de producción y consumo del azúcar (Mintz, p. 271).
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modernos como desarrollos interconectados de manera global bajo un modelo de centro-
periferias.
La teoría antropológica manifiesta que, a propósito del conflicto entre los marcos de
trabajo con la realidad de las sociedades que se estudian, se debe combinar el análisis “emic”
con el “etic”, esto es, el de las representaciones de los sujetos-objetos de estudio y aquel de
las representaciones de los científicos observadores respectivamente (Godelier, op.cit). Sin
embargo, ¿quién, en últimas, elabora la selección y construye el discurso científico con valor
de verdad?: el antropólogo. Este, considero, es el meollo del asunto.
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Las críticas posteriores a la antropología atacaron distintos “frentes”6 pero se mantuvo
el discurso moderno. Se cambiaron algunos significantes dando la impresión de superación
de algunos dilemas clásicos, pero los significados permanecieron y mostraron que estos sólo
se habían enmascarado bajo nuevos términos: la antropología continuó trabajando con
términos dicotómicos propios de la modernidad como pasado/presente,
tradición/modernidad, simple/complejo, entre otras.
Finalmente, creo que es muy pronto aún para hacer afirmaciones de tal vehemencia
y, por el contrario, considero que, a pesar de reconocimientos como los mencionados
anteriormente, el discurso moderno occidental sigue dominando la producción de
conocimiento sobre el otro porque, al reconocerse como ciencia, la antropología y, por ende,
el antropólogo, está sujeto a las reglas de juego del campo científico (Bourdieu, 2000) que,
para este respecto, si bien le otorga agencia al “sujeto-objeto participante en la investigación”
sigue reproduciendo la relación asimétrica sujeto-objeto de estudio, en la que la visión del
científico se superpone y goza con un carácter de verdad.
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Por ejemplo, el método; la teoría funcionalista; la pasividad frente al poder imperial bajo un discurso
supuestamente objetivo que producía un discurso de verdad en el que el poder colonial no había cambiado los
sistemas sociales que había subyugado.
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Bibliografía
-Asad, T. 1973 (ed.). Anthropology and the Colonial Encounter. Londres: Ithaca
Press.
-Fabian, J. (1983). Time and the Other: How Anthropology Makes its Object,
Columbia University Press.
-Godelier, M. (1994). Mirror, Mirror on the Wall … The Once and Future Role of
Anthropology: A Tentative Assessment. En Borofsky, R. (ed.), Assessing Cultural
Anthropology (pp. 97-109).
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