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SEGUNDO ENCUENTRO
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MATRIMONIO, SACRAMENTO DE AMOR Y VIDA
PRIMERA CHARLA
“El amor viene de Dios: y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a
Dios”.1 Jn 4, 7-11- o también - 1 Corintios 13, 1-9. 13
Esta Palabra pronunciada por Dios desde el inicio, aparece como una
condición fundamental para formar una nueva familia. Dejar padre y madre,
es una invitación a ser autónomos, a no vivir en dependencia de las familias
de origen.
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“Dejar padre y madre”, quiere decir asumir una responsabilidad que es sólo
de los dos, sin dependencia de las familias de origen. El matrimonio implica
total madurez humana para aceptar los desafíos de la nueva familia, con las
dificultades que esta nueva etapa de vida pueda presentar. Sólo quien es
capaz de asumir con libertad y responsabilidad las tareas que implica formar
una familia (procreación y educación de los hijos, sustento económico del
hogar, diálogo permanente, decisiones cotidianas…), puede contraer
matrimonio.
Los nuevos esposos han de saber discutir y decidir lo que mejor convenga
con respecto a la crianza de los hijos, a la economía del hogar o a sus
proyectos matrimoniales, sabiendo escuchar consejos de sus parientes; pero
sin caer en dependencia de tales opiniones y evitando que sus padres u otros
familiares asuman roles que a ellos y sólo a ellos corresponde.
En Jesús conocemos cómo nos ama Dios y cómo debemos amarnos los
unos a los otros. (Con un amor que se hace entrega hasta la Cruz). Cada ser
humano está destinado a encontrarse personalmente con Cristo, y a
experimentar, por medio de Él, el amor de Dios. Y Jesús nos regala también
la capacidad de poder amar como Dios nos ama.
“Dios creó al hombre y a la mujer a imagen de Dios, hombre y mujer los creó,
y los bendijo diciéndoles: procread, y multiplicaos, y llenad la tierra y
sometedla”.(Gen. 1, 27- 28). Desde el principio de la creación, cuando Dios
crea a la primera pareja, la unión entre ambos se convierte en una institución
natural, con un vínculo permanente y unidad total (Mt. 19,6).
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Por lo que no puede ser cambiada en sus fines y en sus características, ya
que de hacerlo se iría contra la propia verdad del hombre.
Cristo hace que los esposos cristianos puedan ser capaces de amar de una
forma radicalmente nueva: con el mismo amor de Dios. Mediante el
sacramento del Matrimonio Jesucristo se compromete a acompañaros para
hacer de la vida conyugal un camino y un medio de salvación.
Ser una sola carne, implica un reto constante para los contrayentes. Es un
ideal de comunión en el amor, que con la ayuda del Señor, los esposos van
haciendo posible. Esto lo realizaran en las diversas dimensiones de esa
comunión: Ser esposos, amantes, padres, amigos, socios, servidores de
comunidad, entre otros.
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Los esposos se dan el mutuo consentimiento ante Cristo y ante la Iglesia.
Manifiestan su consentimiento ante el ministro de la Iglesia, remarcando el
carácter eclesial de su matrimonio.
Las gracias actuales (para superar las dificultades que los esposos
encuentren a lo largo de vuestra vida). Todo este caudal de gracia repercute
no sólo en los cónyuges, sino en sus hijos y en cuantos les rodean.
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La diferencia sexual, los complementa y atrae. Ser hombre y ser mujer es
“ser para el otro” de forma recíproca. Contiene una llamada a vivir en amor y
comunidad.
b) Los cuatro niveles del amor humano: (Juan Pablo II, F.C)
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persona, sino también a la comunión amorosa con Dios. Ese amor de los dos
en el amor de Dios se traduce en la capacidad otorgada por la gracia del
sacramento del matrimonio, y en el compromiso, de amarse con una entrega
total y para siempre, “hasta que la muerte los separe”. De modo que “ya
no son dos, sino una sola carne» (Mt 19, 6; cf. Gén 2, 24), una sola vida.
Romper esta unión significaría mutilar la vida interior de cada uno de los
cónyuges. La grandeza y dignidad del amor conyugal El amor de los esposos
o amor conyugal es una de las formas más hermosas de realizar la vocación
fundamental e innata al amor, que es propia de todo ser humano.
El amor de los esposos cristianos es fruto de un “don” de Dios. Por eso, los
esposos están capacitados, si acogen el don de Dios, para superar con éxito
todas las dificultades que se presenten, llegando hasta el heroísmo si es
necesario.
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El amor conyugal no es por tanto una simple efusión del instinto y del
sentimiento sino que es también y principalmente un acto de la voluntad libre.
Está destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los dolores
de la vida cotidiana, de forma que los esposos se conviertan en un solo
corazón y en una sola alma y juntos alcancen su perfección humana.
El hombre ama como hombre cuando ama con todo su ser: es decir, con su
cuerpo, su pasión o sensibilidad y con su alma (con su voluntad espiritual).
Desde este punto de vista, descartar cualquiera de las dimensiones del ser
humano es un terrible enemigo del amor matrimonial. Cuando se pretende
dar el afecto pero no la capacidad de procrear, se está cercenando la
entrega; igualmente cuando escasean los afectos; cuando los esposos no se
acompañan espiritualmente; cuando la unión es sólo corporal pero las almas
están distantes... No es, pues, amor auténticamente humano y conyugal el
que busca principalmente (menos aún si busca solamente) el goce sexual o
carnal.
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La fidelidad no solo es connatural al matrimonio, sino también manantial de
felicidad profunda y duradera. El amor conyugal exige plenitud en el tiempo,
de lo contrario no es verdadero amor.
Exclusividad quiere decir de uno con una, no existe otra alternativa. El amor
humano generalmente inicia a través de una mirada (un flechazo) en el que
generalmente, el hombre se asombra ante la presencia de una mujer, aun
habiendo muchas a su alrededor. En el entorno hay muchos hombres y
mujeres, pero cuando se ama, solo se ama a una persona al mismo tiempo.
No caben dos en el corazón. Lo exclusivo es lo único, así lo conciben el
esposo y la esposa, por esta razón son capaces de darlo todo.
c) Es un amor Indisoluble
Dijo el señor: “de manera que ya no son dos sino una sola carne, por tanto
no debe separar el hombre lo que Dios ha unido”. (Mc.10, 8-9). Con esta
frase, Nuestro señor, manifiesta claramente la indisolubilidad del
matrimonio, es decir mantenerse juntos hasta la muerte.
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- Los esposos son socios: es decir los unen unos mismos bienes que
están llamados a saber administrar para bien de ellos y de su prole.
Por ello, conviene saber tomar decisiones juntos: proyectos de
inversión, ahorros, pago de deudas, compras y ventas, etc.
- Los esposos son amantes: comparten un lecho nupcial, que han de
cuidar muy bien con el paso del tiempo. Habrán de crecer mutuamente
en esta experiencia de plena comunión, en la que poco a poco han de
ir descubriendo que el acto sexual no sólo es un encuentro de mutuo
placer, sino el encuentro íntimo de dos personas con toda su realidad.
- Los esposos son Amigos: el compartir tantas cosas a lo largo de su
vida, les permite tener un conocimiento cada vez más avanzado de
las cualidades y limitaciones del otro. Han de mirarse y tratarse con
mayor compasión y comprensión. Han de ser confidentes y esforzarse
por sacar tiempo para recrearse juntos y compartir ciertas afinidades.
- Los esposos son padres: comparten el amor y las responsabilidades
por los hijos. Saber decidir en aquello que conviene a la educación
integral de sus hijos a lo largo de cada una de las etapas de la vida,
será siempre una tarea, tantas veces difíciles, pero hermosa y llena
de satisfacciones. Evitar imponer los criterios propios y escuchar al
otro en su posición frente a ciertos temas tan delicados en el proceso
de formación de los hijos, ayudara mucho a la estabilidad familiar.
- Los esposos son servidores de Dios: quienes se casan son dos
bautizados, dos hijos de Dios, llamados a edificar una Iglesia
doméstica, una iglesia en miniatura, en donde toda la vida ha de estar
guiada por la fe , con l ayuda de la oración y la vivencia de los
sacramentos. Pero también han de convertirse en fieles servidores de
Dios en el compromiso con las necesidades de los hermanos
necesitados, o en el compromiso con el apostolado parroquial. Es
mucho el bien que pueden hacer a la iglesia y a la sociedad en
general, un matrimonio bien constituido y fiel en el Señor.
El amor conyugal es una forma singular de amistad personal, con la cual los
esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos
egoístas.
Todo amor conyugal debe ser total. Esta totalidad no implica que el otro
pierda su libertad sino que la da voluntariamente, ésta es la grandeza del
matrimonio sacramental, donde uno entrega todo de sí mismo, entrega que
no implica sometimiento sino el don de sí a sabiendas que no perdemos nada
sino que en retribución recibimos al otro también como don.
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Esta reciprocidad es la que no permite desconfiar del otro, es acá donde la
promesa matrimonial se patentiza. Asimismo, esta totalidad solamente se
puede dar entre un hombre y una mujer, en su masculinidad y su feminidad
donde su estructura natural está destinada para dar y recibir.
Es total porque se ama al otro por lo que es en sí mismo, con todas sus
fortalezas y debilidades, con sus cualidades y defectos. Se acepta al otro con
su historia, su pasado, su entorno. Se acoge al otro como un don de Dios y
se acepta desde toda su realidad.
La antítesis del amor conyugal es el egoísmo, por cierto muy difundido hoy
en nuestra sociedad e incluso dentro de la vida matrimonial. Egoísmo que va
permeando todas las realidades, también la matrimonial. Por eso
encontramos hoy los que optan por uniones sin compromisos (amantes
eternos), o los matrimonios desechables, es decir los que duran hasta que el
otro me incomoda.
Dice el Papa Pablo VI: “Los esposos, como tales, han de compartir
generosamente todo, sin reservas y cálculos egoístas. Quien ama de verdad
a su propio consorte no ama solo por lo que de él recibe, sino por sí mismo,
gozoso de poderlo enriquecer con el don de sí“ (HV, 9).
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SEGUNDA CHARLA
SEXUALIDAD EN EL MATRIMONIO
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2. GENITALIDAD Y SEXUALIDAD
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mismo. La verdad de la sexualidad humana se manifiesta en las propias
inclinaciones de su naturaleza, según el proyecto creador de Dios.
Todos los niveles o dimensiones guardan una relación y continuidad entre sí. Lo
importante es lograr la integración entre ellos, de manera que construyan – como si
de un edificio se tratara - la personalidad del sujeto y garanticen las bases de una
verdadera comunión y promoción de la vida.
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4. DIMENSIÓN RELACIONAL DE LA SEXUALIDAD.
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Conviene también, poner de manifiesto la importancia de la comunicación de
los cuerpos, signo de la comunión interpersonal, superando dos actitudes
equivocadas:
Que este encuentro sea expresión del amor conyugal: La unión sexual es
la expresión más profunda del amor conyugal. Se entregan sin reservarse
nada, hasta con su cuerpo... en cuerpo y alma. Por eso, es un momento
privilegiado de la comunión entre los esposos, la más bella y profunda
expresión de su amor exclusivo y total.
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llamados a la donación plena de sí mismos, sin reservarse nada en dicha
entrega. La Iglesia enseña esto, fundándolo en la conexión inseparable
que Dios ha querido, y que el hombre debe respetar, entre los dos
significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado
procreador (cf. HV 11 y 12).
Es el caso, por ejemplo, de aquel cónyuge que impusiera por la fuerza al otro
cónyuge su deseo de tener un hijo, yendo en contra de su voluntad. Si esto
ocurriera, porque el hijo no ha sido fruto de un gesto de amor conyugal
verdadero (no ha respetado el significado unitivo del acto sexual), por esto
mismo, se transmitiría la vida humana de forma indigna, y sería ilícita; no ha
respetado tampoco el significado procreador (significado ético).
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TERCERA CHARLA
Cuando un hombre y una mujer “entran en relación”, decimos que han recibido la
llamada del amor. Con ello queremos indicar el punto de partida de un camino que,
pasando por las etapas del noviazgo y del matrimonio, está llamado a prolongarse
durante toda la vida. Este amor, considerado como origen y causa del
noviazgo y del matrimonio, constituye también su verdadero fundamento. Más allá
de otros intereses, lo que da estabilidad a la vida de la pareja es el amor mutuo y la
voluntad de procurarse el bien. Contando con esta base, uno se puede arriesgar a
llevar adelante la más sublime de las aventuras: el matrimonio, origen de la familia.
Unido a los dos aspectos anteriores, el amor es también la meta que persigue la
vida conyugal. El noviazgo es una etapa de preparación y crecimiento que tiende a
formar de las dos personas, hombre y mujer, una íntima comunión de vida y amor.
El amor conyugal es una variante del amor humano. Este amor no se agota en el
mutuo deseo entre los esposos, ni siquiera en la voluntad recíproca de procurarse
el bien. Lo propio del amor conyugal es el don de sí mismo, la donación mutua de
las personas en todo lo que ellas son, alma, corazón y cuerpo. Lo expresó Pablo VI
cuando, refiriéndose al matrimonio dice: “Los esposos, mediante su recíproca
donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres
en orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la
generación y en la educación de nuevas vidas” (HV 8).
Ahora bien, si la esencia del amor conyugal consiste en la donación mutua y plena
de las personas, esto requiere de cada uno de los esposos el don de sí mismo y la
acogida incondicional del otro.
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1. Es un amor plenamente humano.
2. Un amor total.
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donación y entrega con carácter de totalidad lleva a los esposos a vivir en
pertenencia, que no es otra cosa que llevar a cumplimiento la amistad
conyugal.
4. Un amor fecundo.
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El itinerario de crecimiento en el amor conyugal conoce sus propias crisis e
involuciones. Son las pruebas necesarias que conducen al fracaso de la
relación o colaboran a construir la pareja desde un amor más real.
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La vida larga de todo matrimonio supone otras etapas en las que pueden
hacerse presentes la rutina, los conflictos, la falta de ilusión, la tentación de
la infidelidad; las propias crisis personales, o las que dependen de las
mismas etapas de la vida: la menopausia, la emancipación de los hijos, la
vejez, la viudedad, etc.
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PARA COMPARTIR EN GRUPOS
SOBRE LA FAMILIA Y EL MATRIMONIO
3. Sólo la roca del amor total e irrevocable entre el hombre y la mujer es capaz de
fundamentar la construcción de una sociedad que se convierta en una casa
para todos los hombres (Benedicto XVI)
6. La Iglesia no puede dejar de anunciar que, de acuerdo con los planes de Dios
(Mt 19,3-9), el matrimonio y la familia son insustituibles y no admiten otras
alternativas (Juan Pablo II).
7. Una familia iluminada por el Evangelio es una escuela de vida cristiana. Allí
se aprende la fidelidad, la paciencia y el sacrificio (Papa Francisco)
8. La santidad exige cada día la entrega con sacrificio; por eso el matrimonio es
un camino para ser santo (Papa Francisco)
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