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MAL
S^OJO
El DRAMA
DE LA M I R A D A
Director de colección: Horacio González
Diseño de colección: Urna f Roca
I.S.B.N. 950-581-174-8
(prólogo)
n cUramentí—y no tengo a
nadie a quien preguntar. "
Emily Dickinson
a técnic; que 1
contrastantes del estilo nostalgia e ilusión, pesimis-
mo y optimismo, rechazo y euforia, Ei giro que sería
preciso dar en y sobre el espacio del lenguaje coti-
diano y en y sobre la temporalidad del presente no
pertenece al orden de los opuestos morales que des-
pliega la época sino al de la predisposición a res-
guardar y pensar aquello que sin previo aviso evi-
dencia la condición de eso que nos impone condi-
ciones. Entre otros motivos porque la técnica es un
modo lingüístico y rutinario de tratar a los hombres
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Todos ios temas que se recorren en este ensayo
han sido conversados con los alumnos de mi Semi-
nario de Filosofía del Lenguaje y con los integrantes
de la cátedra de Patricia Terrero, ambos de la Catrera
de Ciencias de la Comunicación de la Universidad
de Buenos Aires. La cátedra incluye a Lucila Schon-
feld, Estela Schindel, Daniel Mundo, Flavia Costa,
Claudia Kozak, Daniel Butti y Claudia Feld. Deta-
lles significativos y ayudas importantes fueron brin-
dados por Tomás Abraham, Carlos Gioiosa, Viviana
Alonso, Gustavo Varela, Rodrigo Molina Zavalía y
Javier Fernández Miguez. La confianza y la pacien-
cia de Aurelio Narvaja le han dado a este ensayo un
dubitativo punto final.
Una m a t r i z de p e n s a m i e n t o
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de la "global ìzadón", así como el análisis de los focos
de ccsiscencia a la renovación del parque tecnológico
de la nación. Se supone que esto es lo mínimo que
debe reclamarse a un docente universitario, investi-
gador o intelectual. Pero el reclamo esconde no sólo
una orientación metodológica y un ucase sino tam-
bién un concepto organización al de sociedad que re-
produce el d e s p i i í ^ e mundial de las industrias de la
comunicación. Aquí es preciso desentrañar el supuesto
implícito en el cruce de "comunicación" y "comuni-
dad": un pueblo no es equivalente a opinión pública o
a foro electrónico de dcl»te y de un cuadro estadístico
no cabe extraer la naturalización de un valor.
Argentina está a merced de las retóricas de se-
gunda mano de los entusiastas de tas nuevas genera-
ciones de electrodomésticos y, sobre todo, de nues-
tra tradición de autosuficiencia que nos lleva a no
prever más allá de los confines de un lustro ni a con-
fiar en las huellas que trazaron laboriosamente las
generaciones pasadas. Hubo un tiempo en que las
obras y los actos humanos eran ponderados sope-
sando el almanaque de la eternidad. Hoy, la muerte
no está incluida en el catastro simbólico de la ciu-
dad. Una lápida se le presenta al ciudadano tan ame-
nazante como una pantalla de televisión apagada.
La propia televisión tiene estrictamente prohibido a
sus actores envejecer, o incluso morirse, excepto a
modo de amotmamiento total de una vida estelar.
Cinco años es el tiempo suficiente que necesita una
telenovela —para repetirse de cabo a rabo—, un plan
económico —para no cumplir .sus metas—, un sa-
ber profesional —para volverse inexperto— y una
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generación de software computacional —para que
alguien firme el acta de defunción mercantil. Luego
comienza otro lustro: toda una era. Cada etapa se
impulsa a la maneta de un cohete espacial: abando-
nando la anterior, quemando la nave. De allí que el
optimista pueda comerciar fácilmente con la susuncia
humana que es a la vez la más moldeable y la más
vulnerable: la ilusión. Pero es un daño sólo vetifica-
ble a Rituro; por eso el tecnofflico cobra los dividen-
dos por adelantado. Luego, o bien muda de opi-
nión, es decir, huye hacia adelante lanzando nuevas
profecías, o se manda a mudar. Astrólogo astuto: le
dice al cliente lo que éste quiere oír: que el futuro
coincide con la felicidad. A su vez, el pesimista se
sustrae a la marea que empuja a sus contemporá-
neos, a veccs por nostalgia, a veces porque así defien-
de una alcazaba intelectual ya conquistada, a veces
por infinito desasosiego, No necesita pruebas que
rebatan sus afirmaciones, pues lo suyo es un posi-
cionamiento moral, Pero buscar refiigio en mundos
ideales de la historia humana, tal cual hizo cieno
hippismo tardío cuando acabo consumiendo fftnta-
sfas de íwoni <& sorcery, no es la mejor escuela de re-
sistencia. El eufórico sí necesita pruebas renovadas
de su fe, pero ni el peor de los apocalipsis lo haría
desdecirse de su nueva religión, pues lo suyo no es el
análisis sino el espejismo, no es ia p r o n t a sino la
legitimación. Así, el problema del intelectual
tec no populista consiste en volver a la tecnología hue-
m. bella y única para el imaginario colectivo. El pro-
blema del tecnócrata es, en cambio, más complejo:
ha de lograr que los cuerpos sean eempaiibUs con las
; tecnologías. En el discurso publicitario de
ciones periodísticas, académicas y guberna-
mentales se publicita a la ciudad informática del
futuro habitada por una ciudadanía bonachona, más
o menos pudiente y absolutamente moderna. No es
sorpresa que a !a abstractización y descarnalización
de los comercios humanos corresponda un nirvana
teórico, la fantasmagoría de un Ser Digital. Conse-
cuencia forzosa: luego de imprimir el marbete, reco-
miendan tratar a las contravenciones al decreto de
modernización total de la nación como "patologías
patéticas". Pero, si bien se io mita, el eufórico de las
nuevas tecnologías no se parece tanto a un profeta
como a un histriónico: su audiencia —como él mis-
m o — gusta de las mascaradas.
Pensar la Argentina contemporánea —es decir,
observar un tablero en el cual no resta casilla que no
esté moldeándose de cara al futuro— significa me-
ditar en esa mezcla tan propia de snobismo tecnoló-
gico y de agresividad obsesiva con que en este país se
descalifica a los que analizan o resisten las nuevas
ideologías de curso corriente. Quienquiera haya pres-
tado atención a la letra pequeña de los "años oscu-
ros" de la dictadura militar argentina habrá notado
la constante referencia a la modernización del país:
nunca antes se habían importado tantos electrodo-
mésticos, nunca antes se había viajado tanto por el
primer mundo, nunca antes se habían introducido
tantos souvenirs y miniaturas tecnológicas, nunca se
había tenido en el país una T V a todo color. Las
vertiginosas transformaciones de la vida argentina
durante este tiempo que algunos llaman "Menemato"
han podido impulsarse gracias a esa correa de trans-
misión que nunca dejó de correr bajo la plataforma
donde ios espectáculos políticos e intelectuales cam-
biaban de elenco. Pero en fin, todas las posguerras
son, por un tiempo, felices e inocentes. Sé que no
pocas de estas conjeturas podrían ofender a cualquier
ciudadano argentino "culto". El imí^inario tecnoló-
gico actual de sus clases dirigentes, de sus castas in-
telectuales, de sus gremios periodísticos y de sus opo-
sitores "al modelo" no se nutre tanto de la aspiración
legítima a un mayor comforiúno de la sustancia moral
que ya hace mucho tiempo viene orientando a la
conciencia nacional: la modernidad a toda costa', con-
seguida por las buenas, si es posible, y siguiendo un
atajo de ser necesario. La generación del 80, Yrigoyen,
la Década Infame, Perón, Frondizi, Videla, Alfonsín
y Menem han sido sucesivos abanderados que vela-
ron junto a la pica que la modernidad tecnológica
clavó en el Río de la Plata. Los ramales por donde se
desplegaron sus metas fueron hilados desde la plaza
fuerce que es, además, el artefacto que mejor repre-
senta la idiosincrasia argencino-modecna: la Ciudad
de Buenos Aires. Y sus metas son hoy aderezadas
con argumentación moral, como siempre ha ocurri-
do en el país. Contestar este tipo de argumentos es
tarea casi imposible en una nación que ha decidido
"globalizarse" —sin importar lo que esto signifique.
Toda opinión "fuerte" sobre este tema, toda pers-
pectiva ardorosa, recalcitrante o extrema dicha en la
última década ha sido vista con malos ojos. Argenti-
na terminó convirtiéndose en una curiosa democra-
cia donde sólo el cliente puede tener razón — a todo
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cosfo—, donde el Ministerio de Educación es capaz
de aplastar con el pulgar a los "analfabetos tecnoló-
gicos" que aún abulten ciertos porcentuales en el país,
donde la audiencia puede llegar a armar la de San
Quintín si se suspende la fiindón continuada. Los
consumidores de software, los consumidores de cul-
tura. las audiencias televisivas, las corrientes turísti-
cas no son "asociaciones de hombres libres", como
suele decirse: son tjérñtot.
La simbologia actual de la mercancía es el tatuaje
de fistiches acerados y poderosos. Sus idólatras están
persuadidos de que los objetos técnicos portan algu-
na suerte de "maná". La creencia en los bienes tec-
nológicos y la adoración de la fuerza de voluntad
técnica serán subsumidas algún día en un concepto
más preciso; el de una religión de nuevo tipo. El día
en que la era de la técnica ya no disimule más esa
consistencia sabremos que un nuevo dios titánico
había estado fabricando a los hombres a i m ^ e n y
semejanza suya. A juzgar por ciertos prototipos que
rondan por el mercado, la condición humana ya
habrá sufrido tales retoques que el hombre del íiitu-
ro quizás nos contemple como a débiles encamacio-
nes de diosecillos timoratos. Conés no disimulaba
su esencia de conquistador ni Robespierre vacilaba
acerca de sus tajantes obligaciones republicanas.
Mientras tanto, los más tibios, los que remiten la
tecnología a condición neutra ("depende del uso que
se le dé—", "depende de quien lanza el misil"; siem-
pre "depende") no sólo justifican los crímenes del
pasado inmediato — f i t t un requisito histórico, aullan
el stalinista y el tecnócrata—, también i
los abusos posibles de! futuro. Como los obituarios
de ias víctimas de la organización técnica del mun-
do sólo se publican en las noticias periodísticas me-
nores, los eufóricos pueden pregonar tranquilamen-
te que "hay que olvidar a los caídos en los campos de
batalla de ios planes de ajuste, de las industrializaciones
aceleradas, de las renovaciones tecnológicas en los
procesos laborales, porque ello fue históricamente
necesario'. Y agregan; "hay que mirar para adelan-
te". Como ios asnos. En los harás académicos, pers-
pectivas por el estilo hacen avanzar a punteros y re-
zagados sobre una pista circular, hundiendo al pen-
samiento en el maelstrom de la actualidad centrípe-
ta. Y sin embargo, esas opiniones no representan una
novedad en la historia de la modernidad tecnológi-
ca. Cada vez que un tecnócrata o ministro predica la
subordinación de los currículos y las investigaciones
universitarias a criterios estatales de utilidad saltan
a la memoria las Escuelas Politécnicas instituidas por
Napoleón; cada vez que irrumpe una nueva genera-
ción de software para computadoras recordamos a
los novísimos ultramarinos que se alineaban en las
vidrieras de las grandes tiendas; cada vez que un
urbanista proclama la imperiosa necesidad de im-
poner nuevos planes reguladores de la ciudad la
memoria eyecta ei nombre de Haussmann. Todo
futuro predicado es también un viaje de vuelta al
inicio de la revolución industrial y de la erección de
las metrópolis, porque nuestra actualidad es el osa-
rio del futuro. Y así ha sido desde la época de los
ludditas. Una teoría crítica de la cultura debería poder
aplicar el carbono 14 al espejito retrovisor, al teléfo-
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no público, a las redes compuracionales o a cual-
quier otro artificio moderno- Poder oler el polvo fó-
sil de una novedad es el instinto clave de una dispo-
sición crítica pues una ciudad es también una ruti-
naria marcha fúnebre hacia la ruina barrial y el ba-
surero industrial, dobladillos del "avance tecnológi-
co". Todos los días pasa el sepelio silencioso de los
juguetes industriales pasados de moda y de las ma-
quinarias obsoletas d tiempo que el frenesí de la
novedad obnubila la mirada a fin de hacer menos
obvio el envejecimiento sin dignidad y el dolor sin
consuelo que a. simple vista se muestra en las inter-
minables filas de "viejas generaciones" o de rechaza-
dos a la entrada de los campos de trabajo. Así tam-
bién, la ficha ganadora en la mesa de ruleta nos dis-
trae de las apuestas segadas por el bastón del croupier-
A partir de AFrica
La obligación
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convenientes y para atrofiar ciertos modos de ver.
Las "verdades visuales" que se exponen en esos mar-
cos no son imágenes del mundo sino, s ^ n la fa-
mosa fórmula de Heidegger, un mundo sólo asible
bajo la forma de imagen.
El sentido de la vista es, evidentemente, conti-
nuo (prosigue incluso durante el sueño); pero la
obligación de ver es de otro orden. Indagarla ex^iría
una autopsia profunda de los espacios visuales que
se nos ofrecen a la vista. En cuanto al valor moral,
pedagógico, ideológico y recreativo asociables al con-
sumo de programación televisiva o a los usos posi-
bles de las tecnologías comunicacionales, son hipó-
tesis que es preferible desplazar momentáneamente
a un costado a fÍn de hacer evidente esa fiiena de
succión y de conformación del sentido de la vista,
del mismo modo que en las obligaciones de votar,
de testimoniar en juicio o de cumplir el servicio
militar debería prestarse atención a la calidad forzo-
sa de los trabajos ciudadanos y no sólo a sus produc-
tos. También las variaciones ondulantes en lai ofen-
sivas de infantería son, en última instancia, diseña-
das y propulsadas por estados mayores en la reta-
guardia. De una voluntad de dominio ii
sus recursos y estratagem
tificaciones y retroalimcntaci
de los procesos televisivos a una teoría del "sujeto"
necesariamente conduce a tratarlos como espacios
donde solamente ocurriría una guerra de guiones o
de ideas, de estilos estéticos o de pujas genera-
cionales, para solaz y contento de espectadores "en-
tendidos". De codos modos, ya esos pasos de come-
dia (piruetas que están inmejorablemente resueltas
en ios programas "culturales", "políticos" y "noticio-
sos") deberían predisponernos a tomar a la progra-
mación televisiva como algo poco serio. Si en el aná-
lisis se recurre únicamente a una teoría de la recep-
ción de la ideología o se pivotea sobre los gustos
populares de la audiencia, se escamotea la guerra de
luces que permite constituir un espacio existencial
en el cual se orienta a la vista. El análisis de la activi-
dad del "sujeto" tiene pertinencia sólo si se incluyen
los efectos mediáticos en un dominio tecnocultural
superior, Porque la "libertad" del usuario es el ama-
ble preámbulo de la constitución del libre mercado,
pero su línea de flotación lingüística disimula nues-
tra condición de minicomponentes de una gigan-
tesca fábrica social.
En los últimos dos siglos la obligación de ver no
viene determinada por la ampliación y mejoramien-
to de una capacidad fisiológica ni por ia decadencia
de la alta cultura ni por los avances tecnológicos,
sino porque el régimen de visibilidad dominante —
régimen político entonces— predispone a creer lo
que en su interior se ve. Hacer ver la verdad: es éste el
objetivo de esa voluntad de poder, que quiere impe-
dir cualquier otro derecho de visión y para ello bus-
ca apropiarse incluso de la más nimia célula de vi-
sión humana. Se trata de lo que algunos autores lla-
man ocularcentrismo, sistema de orientación y coer-
ción visual efectuado a través de las actividades vi-
suales cotidianas. Aquí, la luz ejerce una violencia
específica que en cada cuerpo ilumina, en degradé,
s y pensamientos, intentando llegar al pris-
ma lumínico originario que concede matiz e irisa-
ción al ojo. ¿Cómo se aparecen las cosas en e! campo
visual rutinario? Aparecen ante la vista: las obje-
tivamos, las dominamos. Han aflorado en el campo
visual rutinario como por un tubo, y su reconoci-
miento continuo ya es condición de existencia. Las
hemos-visto-antes. Pero tanto en la formación como
en el reconocimiento de formas actúa la tensión de
una diferencia: entre el estímulo percibido y la for-
ma imaginada, una brevísima verdad incontrolada. En
cada acto de ver se pone en marcha una artesanía
compleja y la suerte de luz que cada cual alberga se
hace ojo, y ve. En la historia moderna de este arte de
la caza sutil, los surrealistas fueron maestros del jue-
go. ¿Pero qué tipo de visión deja canalizar nuestra
matriz ocularcéntrica? Otras formas de ver, otro mun-
do visual ya necesitarían, no de un uso diferencial
de las tecnologías mediáticas, sino quizás de otras
tecnologías de la visión. Aquella matriz logra que la
sobreabundancia de luminosidades se estrechen en
pocos haces. Sabemos, sin embargo, que mientras
más facetas haya pulido un ojo, más afluentes ane-
garán el campo visual.
Cada rayo de luz establece un cono de s ^ e r , en
cuyo diámetro la mirada se enrosca. Y en toda ciudad
se escenifica un combate indeciso por dirigir la aten-
ción de la mirada y para orientarla hacia ciertas tecno-
logías y hacia cierto i m ^ n a r i o lumínico. Es esta una
contienda de astros en nuestro siglo de las luces. En
estas batallas, la profundidad alcanzable por una em-
bestida depende del grado de extremismo de la nueva
metáfora liunínica. Pero una metáfora de luz —en es-
pccial, si es emei^nte— sólo puede derrour a la an-
terior o a su adversaria si puede desplegar una línea
de contagio visual •—equivalente a la linea de abas-
tecimiento de un ejército. El campo queda abierto
cuando la metáfora lumínica que es cercada ingresa
en ur»a etapa de "anemia visual", punto de no-r«or-
no en un declive somático. En verdad, la relación
entre "estados de ánimo" {personales o colectivos) y
sencido de la visión está muy poco sondeada, aun-
que el ojo sea siempre periscopio del ánima. El
encandilamiento y el debilitamiento del sistema
l u m í n i c o anterior (de sus tecnologías, de sus
orientadores, de sus espacios institucionales) logra
desplegar un arco voltaico que produce el mal de ojo
por donde se infiltra una metáfora extrema. Así, el
SIDA fue concepto y realidad más potente que la
sífilis, y la bomba atómica más que el cañón de gran
cilindrada. En épocas de confusión basta que un re-
flector atraviese el mar de niebla para que se institu-
ya una guía para tuertos. Cuando en 1853 se realizó
en Buenos Aires-la primera experiencia de ilumina-
ción con luz eléctrica el diario Tribuna informó que
"el efecto que produce esa luz sobre los muros de las
casas, sobre los muebles y sobre los mismos rostros,
es magnífico". Toda nueva experiencia de la luz se
magnifica con relación a la anterior: siendo más ex-
trema, vuelve a la otra mortecina y ensambla a los
remanentes materiales de la luminosidad previa en
el interior de sus nuevos presupuestos. Peto no son
pocos los descuidados que confunden al extremismo
metafórico con maniobras tecnológicas de "avance y
progreso". Quien medite sobre el antiguo mito de la
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medusa descubrirá que es aún muy i]
A la intencionalidad ideológica impulsada por la
voluntad de poder mediática cabría aplicarle el con-
cepto que Frederic Jameson aplicó al cine: "estética
geopolítica", concepto que quizás cuadre mejor a la
televisión. En verdad, el impulso es más primario,
pues la máquina visual sólo quiere hacer visible al
mundo a través de sí e imponer obstáculos a otros
modos de hacer advenir el mundo. La máquina vi-
sual es un ensamblaje de metáforas lumínicas del
conocimiento, espacios institucionales y arquitectó-
nicos y tecnologías de visual i zación, y su articula-
ción despliega un espado existencial donde se pone
al descubierto una verdad de época, En determina-
das etapas de su despliegue la voluntad técnica y su
máquina visual se ensamblaron con diversas institu-
ciones y poderes —antiguos o emergentes, moralistas
o modernizado res— a fin de potenciar su impulso:
con aparatos de Estado, con iglesias, con mecanis-
mos de censura, con símbolos que incluso podían
serle perjudiciales en el futuro. Esa red de relaciones
fiie cambiando aceleradamente de época en época,
hasta el punco de que la propia red ya ha ampliado
sus fronteras hada foera de la tierra misma y ha evo-
lucionado mediante la alianza con redes informáticas
y telefónicas: la radiación que hoy fosforesce en la
intersección de las tres redes promete durar más tiem-
po que los propios desechos de la industria atómica,
i-uego de cada mutación, la voluntad técnica que
jmpulsa a las redes mediáticas borra los rastros de
las alianzas anteriores. Hoy se estila mencionar a "gru-
pos multimedia" o se le recuerda a la audiencia su
derecho a ver, sólo garantizable por la propia televi-
sión. Pero en su etapa heroica —su época moral—
las j u s t i f i c a c i o n e s recurrían bascante menos a
camuflajes üngüísticos para nombrar la condición
material de los "mass media".
Esas metáforas lumínicas se encastran en espa-
cios sociales y espirituales que las cobijan y desplie-
gan. De allí que el ojo rote según la metáfora y las
tecnologías a las que se engarza. Que el ojo rota quiere
decir que es orientado. En toda luz —cualquiera: de
la llama gaseosa de la hornalla a la de la pantalla de
la computadora— está contenida la dirección de una
mirada- Y orientación sensorial es, no pocas veces,
un eufemismo por privación sensorial. Un ojo enca-
bestrado o enjaezado es una óptica cegada: no perci-
be ni el foco que lo ilumina ni el punto ciego de ese
foco ni la fuente personal de donde emana la visión.
Pero también los fogonazos informes de un sueño o
un rostro inextinguible que la memoria del doliente
vela son sustancia luminosa del alma atenta. El co-
nocimiento de la luz depende de qué cielos guíen la
vista, del voltaje anímico que ilumine la visión, del
"testimonio ocular" del cual se nos ha hecho deposi-
tarios y con el cual se obsesiona la mirada, o bajo
qué tecnologías queda encomendado el destino de
la subjetivación. Tantas ondulaciones de la luz hay,
tantos modos de ser bañados por esas luces: la celes-
tial, la nocturna —lenta radiación—, la crepitante,
la saturniana, la espectral, la mercurial, la televisiva
— ( l u z fría?—, la cinefila, la reflexiva, la estro-
boscópica, la ¡luminista; no ha de descartarse la bra-
sa de la colilla de un cigarrillo apurado en la triii-
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chera o la de un tanal que rastrea la resaca de un
naufragio. Hay tanta abundancia de luminosidades
que todas sus modalidades generan sus propias
mitologías, eróticas y ontologías. Desde el tan ruti-
nario primer rayo hasta el fuego fatuo —última chis-
pa despedida por el cuerpo—, forma postuma que
en Argentina es llamada "luz mala". Sería posible
escaquear a cada persona en alguna de esas ondula-
ciones. Como cada uno de los astros luminosos com-
bate al otro hasta consumar su eclipse, la modalidad
de la lucha define la alquimia diurna o melancólica
del temperamento. Y cada temperamento es atraí-
do, inquietado, engarzado o repelido por las diver-
sas luces faciales, urbanas y tecnológicas.
La literatura ofrece multitud de ejemplos de es-
tas correspondencias entre alma y ÍUZ, Withman
podría haber sido un poeta "solar". Lovecraft, por su
parte, mamaba de ia luz espectral de un agujero ne-
gro y la estrella de Rimbaud se apagó pronto. Hay
seres cuya existencia encera está afectada por la luna,
espejo percudido que refleja sobre sus criaturas el
aura densa que proviene de más lejos aún y con la
cual no sólo se destilan remedios para licántropos,
también se forjan modalidades penumbrosas del pen-
samiento. Estas luminosidades tenues no son meros
fogonazos persistentes del romanticismo: son claros
donde se ampara la disricmia emocional sentida en
relación a las nuevas velocidades sociales. La conca-
vidad melancólica de un Friedrich o la mirada
alcoholizada del detective privado de novela negra
son también guías iniciáticas hacia otras visiones. En
uno de los últimos ensayos de Néstor Perlonghcr se
describen los efectos lumínicos producidos por la
Ingestión de ayahuasca durante u
giosa a la que atendió:
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por ei resplandor del horno a microondas. El análi-
sis de sus diferencias ayudaría a desentrañar la evo-
lución de la historia del fuego. ¿Pero qué tipo de
temperamento lumínico está gestando el relumbrón
de la pantalla de computadora?
Medio mundo
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localizada en todas panes, o más bien, en el movi-
miento mismo. Pero, en rigor de verdad, la circula-
ción ha sido germen de ciudad: de las redes sanguí-
neas a las financieras, del circuito laboral a la red de
tránsito, la metáfora no ha hecho otra cosa que mul-
tiplicar su grosor. Ahora, el trabajo a domicilio vía
computadoras, la democracia plebiscitaria — u n te-
clado, un voto—, la multicanalización de la televi-
sión, el shopping por pantalla y tantos otros conforts
mostrarían apenas la punta de la red. Pero quien la
contempla no como una promesa sino como una
materialidad presta atención, por el contrario, a su
condición de Voluntad de Poder, uno de cuyos pri-
meros logros es el de sincronizar las actividades hu-
manas cumplidas hasta el momento semiautó-
1 ias zonas hasta ahora reservadas a ia
comunicación, al consumo, a la información finan-
ciera, a la inteligencia policial y así sucesivamente, y
sin excluir, menos que menos, a la banalidad y la
necedad —nuestra maleza. Asistimos al afinamien-
to de un complejo cronometrador cuyas esferillas y
agujas ya son capaces de ovillar husos horarios dis-
tintos y usos creyentes opuestos. La ciudad del siglo
XIX necesitó de un metrónomo simple —el r e l o j -
para coordinar ei movimiento de individuos quie-
tos, pero la del siglo XXI ya está reclamando un arte
de relojería más adaptable al movimiento. Como con-
secuencia de ia globalización comunicacional y de la
velocidad de los flujos financieros, su "árbol de rue-
das" ya pulsa el ritmo de todos los hemisferios. El
«loj actual no sólo es políglota: ya es multicultural.
¿Acaso Internet es uno de sus segunderos? En fin,
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una cosa es la flexibilización temporal y otra la abo-
lición completa de los usos actuales del tiempo a fin
de detenerlo o disolverlo.
Una radiografía de la red se vela con facilidad
porque ella viene envuelta en un discurso romántico
de índole político y tecnológico similar al que acom-
pañó en el siglo pasado a la red ferrocarrilera antes
siquiera de que los durmientes fueran depositados
en tierra o en los años 30 a la red de carreteras en
Alemania antes de que el parque automotor alcanza-
ra dimensiones considerables. La publicidad concep-
tual de las nuevas tecnologías constituye una suerte
de máquina de vapor del lenguaje, a saber: la condi-
ción estética que vuelve deseable al futuro, La ad-
quisición de una computadora no es una elección
posible entre otras tantas: es una obligación, tanto
como en cierto momento del siglo la taquigrafía y la
estenografía fueron condiciones sine qua non para
un miembro de la clase media que pretendiera lan-
zarse hacía el slalom del ascenso social, Por el mo-
mento, sólo a menos del 1% de la población mun-
dial le concierne Internet; pero quizás sea ésta la pri-
mera institución a la que se concede quòrum con
sólo una presencia mínima, Se entiende: a su inte-
rior ya están ubicados en sus puestos ios usuarios
representativos fundamentales; el resto se hunde en
la pauperización, la nostalgia o la vejez. Y si alguna
vez existió algo así como un período libertario en
Internet, ya es prehistoria; el ingreso masivo de usua-
rios exige la eliminación o el do mesti cam i en to de
los pioneros: repasar las biografías de Colón o de
Cortés resulta un excelente ayudamemoria. La con-
dición cultural que promueve su expansión es la vo-
luntad de movilización (y no la tecnología, es decir,
¡a materialidad técnica de ia red): esa voluntad viene
germinando desde hace doscientos años y ya en su
semilla se abría una nueva percepción panorámica
para la cual recién esta década consiguió fabricar los
visores adecuados- Es muy significativo que la red se
pretenda sin afuera, al igual que sucede con ciertos
sistemas de pensamiento incapaces de reconocer nin-
guna otra verdad fuera de su marco epistemológico,
La red entera es un mirador orientado hacia el pano-
rama interno. Pero hasta los muros de un laberinto
tienen espalda tanto como las redes se apoyan en
aparejos y ganchos o las telarañas en paredes y te-
chos. El afuera de ese adentro ha de ser una geome-
tría seguramente más sorprendente, para no hablar
de las fosas abisales de la humanidad donde la "in-
formación" sirve de poco y de nada.
¿Es la red el desagüe por donde se diluye la tota-
lidad social y epistemológica? No es poco generoso
llamar "des-totalización" a un proceso en expansión
que recluta a miles de usuarios por día, a millones
por año y a decenas de millones por década. Un tipo
de red que se corresponde con el modelo del "medio
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ampliar el ángulo de mira sino a dirigirlo. Lo que en
ja red se protege no es el derecho ambulatorio de la
gente sino el derecho del movimiento de la gente. No
sería poco alivio si se pusiera los pies sobre la tierra,
es decir, en un pensar materialista y se contemplara
a las nuevas físicas inmateriales como dominios en
donde se ejerce un dominio, y no como espacios
donde se experimentaría el espaci amie neo.
Luego del Renacimiento, la perspectiva pictóri-
ca, la construcción de enormes jardines y la expan-
sión de los límites de la geografía alentaron la posi-
bilidad imaginaria de representar el infinito, pero
en verdad impusieron un modo de ver. Posibilidad
que será renovada, en las prácticas ambulatorias, por
el trazado de avenidas urbanas en el siglo pasado,
por la de autopistas en este siglo y al fin por las redes
mediáticas e informáticas en la actualidad. Pero el
infinito quizás ocupe un espacio geográficamente re-
ducido y esté contenido en cada detalle; está cerca,
Para tas maniobras de expansión y contracción espi-
ritualmente imprescindibles basta la cercanía. En lo
inmediato de los demás se juega el sentido de nues-
tros tratos y promesas, un tema político y ético que
a principios de siglo los anarquistas habían previsto:
el pacto exclusivamente operativo y la tensión en ia
afinidad eran fundamento de sociedad. Aquellos cos-
mopolitas e internacionalistas sabían perfectamente
que en su "infinito" no había lugar para una masa
estadística de población y que superado cierto um-
bral asambleario sólo restaba la posibilidad del do-
minio. Dominio que es, a su vez, desagüe de uno de
los primeros incisos del programa de la ciencia mo-
43
derna (la macematización de la naturaleza): volver a
la realidad social una variable aritmética. Las mate-
máticas operan en el dominio de la verdad pura: la
belleza; pero las estadísticas lo hacen el terreno de la
incoherencia y la impenetrabilidad humanas: la feal-
dad social, es decir, su peligrosidad. La mentalidad
estadística propia de nuestra época ya se ha transfor-
mado en un modo de sentir: pasamos a través de los
acontecimientos munidos de tablas aritméticas, ha-
ciendo tabula rasa de consideraciones valorativas que
no postulen un sistema de equivalencias, A cada épo-
ca corresponde un diferente moldeado de la serwibi-
lidad popular. También la historia de las trincheras
nos enseña su col de amalgamadoras de sensibilida-
des. En los casos de larga duración —la "Gran Gue-
rra", por ejemplo— ellas no fueron únicamente pa-
rapetos; también marmitas donde el Estado cocía a
fijego lento una identidad nacional a partir de gajos
territoriales (dialectos regionales, tradiciones loca-
les, sentimientos anticenrralistas, etc.). La puntada
final en la definitiva consolidación de las lenguas
nacionales (francesa, alemana, italiana) quizás fue
dada en esas "barracas-conventillo". La trinchera
abrió un surco por donde fluía la lengua oficial —
que no se restringía al parte de guerra. Ese surco
quieren mancenerlo abierto las redes mediácicas e
informáticas. Y aún falta un análisis a fondo de su
lingua franca, que no es de ningún modo ese empo-
brecido inglés de computadora, aunque la tubería
sea retorcida desde esa fuerza de atracción inexora-
ble cuyo centro de gravedad —a pesar del cacareo
globalicionisca de los entusiastas— se encuentra en
44
ios Escados Unidos, sea lo que esta palabra signifi-
que- Allí ha estado en los últimos cien años.
En verdad, la discusión actual sobre las transfor-
maciones de los límites común i cacio nales, corpora-
les, escritúrales, espaciales, temporales y perceptuales
en las redes informáticas es, primordialmente, una
cuestión donde subrepticiamente se toman decisio-
nes sobre la definición misma de la condición hu-
mana. Decisiones equivalentes a las que ¡os estrategas
de las dos guerras mundiales habían tomado sin tan-
tos tapujos lingüísticos. La retórica libertaria y la
fascinación con las posibilidades técnicas que la red
abre de cara ai futuro tienden a oscurecer su base
material y al mismo impulso totalizante que pro-
mueve la acumulación originaria de potencia sim-
bólica, actual etapa de su ensanchamiento. Todo sis-
tema técnico que se expande no lo hace a partir de
una inocencia originaria —esto es bien sabido, es-
pecialmente en el caso de Internet—: en ellos está
incluido no sólo un programa autorteproductor sino
un plan genera! de administración de ia vida, que se
propone imponer una pax romana al interior de los
límites del dominio. Así ocurrió con la conquista de
América, con la de los Mares, la del Oeste y la del
Desierto. El período heroico de una expansión sólo
tiene derecho a reclamarse legendario si sus fuerzas
se agotan en el primer ímpetu o si la inconclusión
impide a un Señor de la Guerra profundizar el daño.
Así, Alejandro Magno o las Cruzadas. Pero una vez
establecido el espacio del dominio, el impulso des-
ordenado hacia adelante deviene máquina total. Una
máquina total se expande a partir de un cimiento
45
; ei despliegue de un espacio maceria! y
espiritual. Ese cimiento no pasa desapercibido —lo
prueba la rebelión luddica en el caso de la fábrica—
pero una vez enraizado construye una red de equiva-
lencias y de conscances, al pcincipio en una región o
país, y luego hasta el f m del mundo. Imposible no
pensar a la fábrica como la piedra basai de un nuevo
sistema de ciudades; imposible no pensar en las ciu-
dades febriles modernas como la red de engranajes
) de relojería; imposible no
pensar a sus sucesivos ensanches como un sistema
de trincheras móviles, cuyas zapas abrieron cauces
hasta los pueblos factorías, las repúblicas bananeras,
las explotaciones cemporarias y los puercos de salida
de frucos del país; imposible no pensar en el celégra-
fo, el teléfono, el cable submarino, la corce recrans-
misora, el satélite artificial como a los sensores y an-
tenas de su gran empresa expedicionaria; imposible
no imaginar a las autopistas y carcetetas como pro-
totipos rígidos y lentos de los actuales circuitos
informácicos de grand prix; imposible no vislumbrar
un ensamblaje mayor en las redes informáticas mili-
tares, en la redes informáticas financieras, en Jas re-
des informáticas de consumidores, en la globalización
de las cadenas de televisión. El alias de roda ciudad
—fabril, funcional, audiovisual, informacizada— es
Máquina. También de la Argentina, que hacia 1900
ya era capaz de hacer aullar la sirena de 24.000
bricas y calieres. Y las manecillas, ruedillas, cablecitos,
palanquillas, cotreíllas, chips y ratoncillos de esa or-
questa mecánica tienden al ensamblaje total pues su
dinámica es la de la reacción en cadena. Es el modo
46
en que el futuro de la máquina total se ha abierto u
paso, eructándose a si misma por entre ci costillar
agònico de la historia de la metafisica, al fin olvida-
da incluso de su olvido,
La espectacularidad no carece de importancia en
la red si se piensa que el famoso Palacio de Cristal de
la Exposición Mundial de Londres de 1851 fue pla-
neado más alto que la cúpula vaticana de San Pedro.
Se estaba asistiendo a una pulseada entre épocas y
poderes. Un observador con buena vista hubiera pres-
tado atención a la mugre, el hollín y la indignidad
física de los alrededores del Hyde Park —sitio de la
exposición—, pero a la masa el enorme invernadero
cristalino debía parecerle la entrada al paraíso por
un módico precio en chelines. La gigantesca "sala de
máquinas en movimiento" de la Exposición atenua-
ba cualquier duda; su torbellino de engranajes era
un monólogo que se profería más alto que ei de los
predicadores de la famosa esquina del parque. La
espectacular retícula actual resucita la creencia en el
fiituro que no hace demasiado tiempo fue amenaza-
da por la toma de conciencia de las explosiones ató-
micas, la degradación ambiental y poi la sensibili-
dad anticonsumista de los años 60: ¿un ariete capi-
talista? No exactamente: la biografía de la máquina
total es previa al capitalismo y en todo caso se ex-
pande a través del mismo como ya antes lo hizo a
través de otros conductos. No se trata canto de que
I» red informática sea una centelleante cortina de
numo sino de que se impulsa como una fuga hacia
adelante. ¿Acaso la ciudad del siglo XX, funcio-
nahzada a escala global, no acabó siendo una má-
quina fallida? ¿Es la red de computadoras, entonces,
la nueva máquina total, el movimiento perpetuo
aureengendrado? Autómata, máquina de vapor, tren,
avión, automóvil, robot, televisión, catastro funcio-
nal, nave espacial, habrían sido apenas prototipos
defectuosos de la espiritualidad tecnológica, Pero
quizás no, quizás todas estas figuras sean meramente
"estaciones de servicio" para sucesivos modelos de lo
que Lewis Mumford denominó en los años 60 como
Megamáquina, a la que describía menos como un
gigantesco gadget que como un emplazamiento
mental y una espiritualidad de baja estofa. Ai inte-
rior de la megamáquina la experiencia perceptual
humana se c u m p l e en espacios, t i e m p o s y
territorialidades organizadas: el caos se autobombea
libertario pero no cesa de imponer un cosmos al pen-
samiento y la experiencia. De todos modos, la
comunicabilidad des-corpo ral izad a promovida ac-
tualmente por todos los medios no debe ser contra-
puesta a lo "apocalíptico-hippie" sino a la sen-
sotialidad conversacional y orgánica, tanto como ei
"espectáculo" no es necesariamente el enemigo de la
cultura letrada sino de la autocelebración de la co-
munidad, Por su parte, el "populismo tecnológi-
co" que se corresponde con la ciudad informática,
mixtura de innovación constante y acritico entusias-
mo puede conducir a una condición perversa: ocu-
rre cuando se renueva el "parque tecnológico" de una
nación pero se soslayan o combaten presupuestos
culturales y sensibilidades perceptivas no informa-
das por el emplazamiento técnico del mundo. A esa
alianza de lai erro podemos llamar futurismo conser-
vador. Esa alianza siempre ha requerido de
médiumes: así Bismarck y Vbn Moltke fueron en-
carnaciones de ias señales telegráficas; así, Hitler y
Roosevelt lo fueron de las voces radiales; así,
Kennedy y Krushev f u e r o n incorporaciones
televisivas; también Internet mantiene abierto un
canal de navegación para un poder que recién esta
desarrollando los prototipos de visados más conve-
nientes. Recuérdese el momento de sinceridad o de
soberbia de Adolf Hitler al inaugurar la Autobahn:
"sin el automóvil, el aeroplano y el altavoz no hubie-
ra sido posible la conquista del poder". Quizás
Internet se corresponde con la época de la ubicua
fuerza militar de despliegue rápida y de las "cirugías
militares", tanto como la radio se correspondía con
la blitzkrieg y la televisión con la estrategia disuasiva
de la "guerra fría".
Es inevitable: millones de personas terminarán
asociadas al Club Internet. ¿Qué otra cosa pueden
constituir sino una variante no demasiado novedosa
de la vieja forma de la multitud? Una multitud en la
que c<jí¿z cuerpo está inmunizado contra el otro, ¿Qué
percepción del destino en común está promoviendo
la experimentación en las redes informáticas? En rodo
caso, los internados constituirán algo más que una
masa: una hipermasa. ¿Podrán generar una nueva so-
ciabilidad? En las redes se reproduce nuestra socie-
dad: sus necedades, sus necesidades financieras, sus
inquietudes, sus problemas, no se distinguen de su
actual actualidad. En ellas flotan y pululan los así
llamados "datos basura" —acaso ei líquido arterial
de la red—, las banalidades de la autopubUcidad
49
personal y la inextinguible y omnipresente publici-
dad. También en la red de cloacas —intestino urba-
no— se puede chapotear y a ella se accede por una
pantalla de alcantarilla. ¿Acaso las redes informáticas
permiten la circulación del contenido inútil de la
conciencia? El tinglado técnico podría ser novedoso,
pero la imagen que se ofrece de la red es un envolto-
rio demasiado sensual para esta articulación de
computadoras. En fin, así ocurre con los productos
expuestos en las vidrieras. Aquí los diseños vistosos
no tienen otra función que "ensoñar" a los visitan-
tes, catalepsia que sobre los paseantes urbanos dei
siglo pasado era provocada por los grandes palacetes,
los parques de atracciones y las exposiciones mun-
diales. La ineviabilidad de la marta se corresponde
mejor con la creciente emergencia del ensamblaje
informático, y como tal, no puede sino arrastrar
irresistiblemente, aún a los distraídos, a los obstácu-
los, a los parapetos, a los nemos aficionados, y tam-
bién al antiguo muro de contención, Cuando se ana-
liza ei uso funcional de las redes (cuando no son
únicamente ocasión para la vigilancia o la interco-
municación total) en el organigrama estatal, en las
: bancarias y en todo tipo de empresas
nos encontramos con que ha devenido
un modo de desconccncrar a las masas y de garanti-
zar la afluencia de pagos y dinero a las arcas estacalcs
y privadas; esto ya no es comodidad para el usuario
—retórica publicitaria— sino necesidad financiera-
De allí que el módem y las carreteras informáticas
constituyan a la vez el arsenal y el campo de tiro
donde y por el cual se enfrentan mafias y grupos
50
económicos —que vienen a ser io mismo— por el
control del sistemas de pagos de masas estadísticas
obligadas a ser diezmadas al menos una vez por mes.
¿Acaso las redes darán cauce a nuestros actuales pro-
blemas demográficos? Conviene tener en cuenta que
en el próximo futuro los organizadores de los espa-
cios sociales ya no serán primordialmente los arqui-
tectos sino los diseñadores de programas de compu-
tación y de programas de consumo masivo tanto
como los estrategas de la inteligencia policial y mili-
tar. Hay problemas demográficos cuando no se sabe
cómo organizar a la multitud. Hay problemas urba-
nos cuando la escenografía ya no puede mantener la
excitación funcional de los sentidos corporales. Hay
problemas de orientación emotiva en las calles cuan-
do el espacio comienza a develar su condición de
campo con centrado na ri o —cuando técnica, estadís-
tica, economía y cámaras de vigilancia se ajustan en
exceso a la silueta humana. Así como en el siglo pa-
sado la avenida amplió la perspectiva visual y espa-
cial del transeúnte y la carretera lo hizo en los años
30 y 40, hoy es el turno de las redes informáticas de
centrifugar a la población. ¿Que experiencia vivida
del espacio supone esta fuga? Es esta la cuestión
existencial que no puede resolverse irresponsablemen-
te con la celebración de ia aproximación de las dis-
tancias. Lo cercano es siempre el lugar más ajeno al
«cto, y lo mediato y representado demasiado fadl
de^canzar: nos llevan a donde cualquiera puede ir.
I fantasear por fantasear, quizás eran preferibles los
portentosos viajes a la luna de Verne y Meliés.
Desde abajo
52
Las ciudades occidentales modernas se erigieron
a partir de una grandiosa voluntad de poder. Desde
Roma y la conquista de América no se había visto
nada igual. Su piedra basai fue también lápida para
el mundo campesino. Desde entonces la vida urba-
na ha sido confín de la experiencia y de lo visible.
No deja de sorprender que los habitantes de Buenos
Aires hablen de su ciudad como si la conocieran al
dedillo, calle por calle, casa por casa, pues la expe-
riencia de la multitud está encorsetada en el circuito
rutinario alguna vez aconsejado por un General. La
ciudad únicamente se reconstituye en esas celdillas
de panal giratorio que cada persona está obligada a
libar en su dormitorio o salón, panal que es, a su
vez, doble simétrico de los innumerables ventanales
por los cuales aspiramos la porción de aire que nos
ha sido racionada, Pero hace ya muchas décadas que
la mirada humana no soporta una visión completa
de la urbe y de los actos que allí se cumplen. En
verdad, muy pocos son capaces de observar ese pa-
norama y todavía el descenso dantesco y el ascenso
al Gòlgota son lentes para hacerlo. Goya, Baudelaire,
Dostoievski, las pulieron, Pero en verdad, un banco
de plaza puede ser una cruz y las filas interminables
de viejos agónicos la forzada estación. Sólo en el con-
sumo visual de fragmentos soportamos la visión de
la ciudad. Sobre el mismo eje, la ciudad nos vigila
fragmentariamente —pero reconstituyendo una to-
talidad— a través de la miríada de cámaras de vigi-
lancia instaladas en espacios donde se juega y se evi-
dencia algo de su matrizado, o auscultando los identi-
kits que en cada formulario burocrático completado
53
confiamos. Sentirnos observados todo el tiempo es
el síntoma urbano y sobre nuestra disposición a ser
observados se apuntalan ios instrumentos de la ob-
servación que el Estado refina. El ser-observado ape-
nas puede imaginar la huida, Si lo hace, es persegui-
do por movileros o por rastreadores satelitales, dien-
tes de una jauría impávida pero eficacísima.
El rascacielos parece haber alcanzado el techo de
la ciudad moderna, No sorprende que a falta de pel-
daño más alto los desesperados lo usen a modo de
trampolín hacia otros mundos —hacía otros náufra-
gos. A veces recurren a un escalón más bajo: el an-
dén de la estación del subterráneo. Pero la tierra no
se abre ni el cielo acepta el sacrificio. La aguja del
rascacielos y la vía muerta del subterráneo señalan
los límites para la exploración de este mare nostrum.
Quizás las redes mediáticas se estén reclamando
superadoras de la ciudad. El satélite contempla aho-
ra a las escalinatas de Babel y a ios pilotes de rasca-
cielos como a rudimentarios palafitos, o quizás como
a misteriosos e impotentes moaisát los que es prefe-
rible borrar los últimos signos humanos que ellos
expresan. En la estampida que nos llevó dei campo a
la ciudad y desde ella a las redes mediáticas se ha
disuelto parte de nuestra imaginación orgánica.
54
te desarrollada de esos dos personajes? Este fue un
país que rápidamente copió o introdujo las noveda-
des urbanas más descollantes: el telégrafo, el subte-
rráneo, el cine y la radio, también Internet. No sor-
prende que un compatriota, el arquitecto Cesar Pèlli,
sea por el momento el líder en ta carrera babélica de
la humanidad, habiendo diseñado y construido las
torres más altas del mundo, "Las Petronas", en Kuala
Lumpur. Y sin embargo, las ciudades son creaciones
colectivas. La dosis, no pequeña precisamente, de
alegría, sufrimiento, inventiva, festividad, desgracia
y hazaña que en ellas se derrocha les garantiza una
condición aurdlica, sustento de cualquier proyecto
de redención urbana. Las huellas que dejamos en las
paredes o en los objetos son recuperadas por quienes
tantean la ciudad con su tacto: con radares psi-
cofísicos. Los rastros de historia y de emoción, por
más reprimidos que estén, vuelven al menor conjuro
y ante la más inesperada de las casualidades. Enton-
ces es cuando esquirlas visuales de la ciudad saltan
desde la memoria del ojo, no como motivo de nos-
talgia, sino haciendo chisporrotear las zonas
adormiladas del alma. Cambia el ritmo del corazón:
es otra la mano que sostiene el fiel de la balanza.
Balance contable
56
tras contarlas como para c
mos nuestra condición de animales de matadero.
Cada día transcurrido en el interior de esta máquina
es un diente de engranaje que se ha llevado un gra-
mo de ia eternidad prometida- Ver morir a una per-
sona aplastada en un "accidente" laboral es mirar lo
horrible cara a cara; pero ia máquina anónima e irres-
ponsable que tira de las cuerdas y palancas del tea-
tro de títeres no se confunde con las tecnologías y
maquinarias fabriíes; en esa otra máquina invisible
se oculta el núcleo radical del problema, Más aún,
la maquinaria anónima no se conforma con haberse
instalado: necesita transformar a los propios huma-
nos en seres anónimos y las ciencias estadísticas —
maestras del juego— ya son hoy criterio moral. El
anonimato, contagiado de persona a persona, se
transforma en estado de ánimo y la irresponsabili-
dad no deja de set la consecuencia moral necesaria
de ese "automatismo", El "sistema de crueldad" que
se correspondió con la época del iluminismo demo-
crático (castigo del alma, corrección corporal, pre-
vención vigilante) cede el escenario a la época de la
indiferencia hacia el dolor causado o entrevisto. Y
hasta que no nos atrevamos a sacar las últimas con-
secuencias de la idea de que ios humanos sólo conta-
mos como materia prima en cantidad casi ilimitada
seremos incapaces de sacarle su máscara de hierro a
la ciudad. Sólo aquellos historiadores capaces de tes-
timoniar la historia callada pero elocuente de los
sufrimientos cotidianos producidos por la violencia
técnica pueden proceder a una suerte de resurrec-
ción de la carne de los pueblos que sustentaron el
andamiaje anees de su desplome. Cualquiera puede
encontrar la historia patética y cotidiana del sufr
miento urbano en los márgenes inferiores de los
bros. En esc mundo paralelo, arrastrándose y en
lencio, lapidados bajo el peso negro de tan
palabrerío académico, todos los pueblos migran por
el pie de página-
De todos modos, la muerte estadística está supe-
rando incluso a las figuras del genocidio, del regis-
tro de defunciones y suicidios, del accidente aéreo o
el de la comida adulterada. Hoy en día, ni siquiera
los muertos están a salvo de disolverse en la nu-
merologia. En los cementerios ya no queda lugar para
ellos. Cada diez años se publica un aviso en los pe-
riódicos advirtiendo a los deudos que ei cuerpo
dei difunto será hecho polvo antes de tiempo por
motivos de déficit habitacional: los nichos escasean,
los cadáveres se multiplican y los muertos de otras
épocas han de hacer lugar a los de ia nueva genera-
ción. La economía estadística de ia muerte no inclu-
ye en sus presupuestos a recordatorios y responsos,
y en última instancia tendrá que decidir la elimina-
ción del cementerio del catastro urbano. En el futu-
ro no habrá lugar para esa modalidad de la
histórica emblematizada actualmente por las
los cementerios indígenas y las víctimas propiciatorias
encerradas junto a ia piedra basa! de la ciudad y que
de vez en cuando los arqueólogos sacan a luz. Ellos
no podrán arrancar a la tierra ni el más mínimo ves-
tigio de nosotros, habitantes del siglo XX. Nuestros
nombres habrán sido borrados incluso de los cemen-
terios, donde ahora se nos estaciona a plazo fijo, El
58
ángulo se desploma un grado más en el transporta-
dor acercándose al cero. Deberíamos haberlo barrun-
tado en la muerte anticipada de los condenados a la
pena capital. Como antes ia guillotina, la silla eléc-
trica es hoy ataúd rotativo: todos los reos caben en
esa horma- En verdad todos los dispositivos e insti-
tuciones médicas, sindicales, bancarias, financieras
y gubernamentales se han constituido en este siglo
en las gestorías de una gigantesca tanatologia forense,
encargada de auscultar periódicamente nuestra
"anímica corporal", Pero incluso las redes mediáticas
son cillas de la canatocracia y contribuyen a mante-
ner la atención vital del paciente, función que en el
hospital cumple —inútilmente— la terapia inten-
siva en el caso de los agonizantes. A su vez, el deco-
rado urbano, la ubicua publicidad gráfica y me-
diática, la programación televisiva y la moda, cons-
tituyen los vivaces pantallazos de una omnipresente
panorámica pomogrdjica, encabada de excitar nues-
tra atención visual tanto como de privarnos de
sensorialidad táctil- No debería sorprender que el
sadomasoquismo se haya transformado en lazo so-
cial. Pornografía, medicina forense y sado masoquismo
son modalidades actuales del antiguo oficio de la
profanación de tumbas. Sólo que ahora ultrajamos
cuerpos aún vivos.
1976
61
. el molde donde se vaciaba el cemento de las
Pero el campo concentracionario, au-
téntica innovación técnica de nuestra época, es un
proyecto arquitectónico aún más extremo y su mons-
truosa maqueta, quizás no haya sido recorrida aún
hasta las últimas consecuencias- Si se le concediera a
la famosa sentencia de Adorno ("no es posible seguir
viviendo después de Auschwitz") un solo gramo de
veracidad, entonces las condiciones de posibilidad
de la vida coridiana en Occidente después de los
campos están sólo sostenidas sobre la suposición de
que la felicidad de posguerra —la desmemoria— se
ha estacionado firmemente- La metáfora parecerá no
ya extrema sino exagerada a un país que ha decidi-
do, a juzgar por las declaraciones de sus políricos,
economistas, dentistas sociales y periodistas, que el
drama contemporáneo fundamental que aún azuza
sus miedos y angustias se llama "hiperinflación". Pero
el pus de los forúnculos que eruptaron en este país
hace apenas veinte años supuraba desde el caudal
sanguíneo de su mismísimo aparato circulatorio.
63
morfóticamente la envergadura de una máquina le-
tal, aunque por los poros de esa maquinaria se filtre
el sol de todos los días,
Como es bien sabido, muchos campos de la
muerte eran también unidades de producción: los
i, aún vivos, ensamblaban artefactos en la afue-
de Auschwitz y de otros campos; muertos, ellos
convertían en materia prima. Tres años
atrás se descubrió que desde 1972 algunas universi-
dades alemanas y norteamericanas venían compran-
do cadáveres de niños y de adultos a fin de que sus
científicos pudieran testear la seguridad de los nue-
vos modelos a punto de ser eyectados por la indus-
tria automotriz. La anécdota marca la diferencia en-
tre las tiranías y las democracias: unas asesinan per-
sonas, las otras las compran. Al darse publicidad a la
noticia, un sector de la población reaccionó alarma-
da, abusando de esos cinco minutos semanales de
fiiror tan indignado como previsible que suele eya-
cular la buena conciencia cuando se copa con un
espejo. Luego, cada cual volvió a sus ocupaciones
habituales. También en los campos se aprovechaba
"ración al mente" el cadáver. Entonces, esas cosas eran
aún más evidentes que ahora: desde las calles de
Weimar, patria de Goethe y ciudad de cultura, se
oteaba el humo de las chimeneas crematorias del
campo de Buchenwald. Más aún, el vecindario solía
observar los cuerpos hambrientos y enfermos de los
internos durante las caravanas "laborales" diarias hacia
las plantas descentralizadas- Y la liberación de esos
campos no necesariamente interrumpió la pesadilla.
El complejo de campos de Buchenwald fue recicla-
64
do por la República Democrática Alemana luego de
abril de 1945 como zona de detenciones y asesinato
de fascistas y contrarrevolucionarios hasta 1950.
¿Para qué se habrán utilizado las barracas de la Es-
cuela de Mecánica de la Armada donde se estaciona-
ba a los detenidos-desaparecidos una vez que fueron
vaciadas del todo hacia 19S2? Un ex campo
concentracionario que estaba ubicado en el partido
s u b u r b a n o de Castelar es hoy un c o m p l e j o
pol ¡deportivo. Quien tenga un poco de memoria y
la vista atenta ya habrá notado la continuidad de
signos horrendos por todos lados: obras de arte
expoliadas a los deportados durante la Segunda Gue-
rra Mundial y que son compradas de buena f e por los
museos estatales europeos: bancos suizos que aún
hoy administran los dividendos producidos por mi-
llones de dólares depositados a principios de los 40
por miles de personas que serían asesinadas en Ale-
mania en los siguientes años, a los que se suman las
regalías que goteaban en la cuenta personal del
Führer a cuenta de los derechos de autor de Mein
Kampf, texto de lectura obligatoria en ias escuelas
durante el Tercer Reich; migración hormiga hacia
santuarios seguros de personal especializado en la
administración y el control de estas tepubliquetas
del infierno; reproducción de maquetas concen-
tracionarias en numerosas edificaciones urbanas aso-
ciadas al orden de la producción; mutilación orgá-
nica de niños del tercer mundo para mejorar la raza
del primero; castración química de pederastas y
paidófilos —iniciada en Alemania en los años 50—;
demanda de óvulos étnicos para inseminar mujeres
65
infértiles. ¿Acaso esos campos fueron prototipos ex-
perimentales de nuevas y horrendas formas de ad-
ministración de la vida?
Ya en los años 30 y 40 se había mostrado brutal-
mente una faceta central de las sociedades contem-
poráneas: brigadas de trabajo reclutadas a la fuerza
entre la población de los países ocupados, plantas
descentralizadas de las grandes empresas en los cam-
pos con cent rae ion arios, "esclavas del amor" en e! fren-
te oriental, transformación de los cadáveres en pro-
ductos industriales —fábricas de fósforo en el norte
de Italia—, misiones suicidas encomendadas a los
"batallones de castigo" y así sucesivamente. La me-
táfora del campo de concentración es la arcadia de
todo tecnócrata, la ucronía de los nazis nostálgicos,
la utopía social cuyo maximalismo no es realizable
por completo pero cuyas premisas no están ausentes
de la actual administración de la vida cotidiana. El
campo fue perfeccionado en la Segunda Guerta Mun-
dial en la Unión Soviética y en Alemania, Pero cual-
quier antropólogo forense puede detectar su perí-
metro antes y después, aún cuando la muerte no se
hubiera constituido en su faena principal: en los cam-
pos de internamiento de ciudadanos de países ene-
migos en ei Reino Unido, en Estados Unidos y en
Canadá; en los campos de internamiento de fugiti-
vos españoles en el sur de Francia; en los enclaves
productivos donde actualmente se semi esclavizan a
trabajadores inmigrantes y cuyos contratos estipu-
lan la cantidad de años que se pertenece obligatoria-
mente a la empresa, en los centros de reeducación
de contrarrevolucionarios en China o Vietnam; en
66
los campos de reforma moral de homosexuales y pros-
titutas en Cuba; en los centros de retención de
inmigrantes ilegales en toda capital europea; en las
cárceles herméticas de la República Federal de Ale-
mania; en ias prisiones secretas y legales de Marrue-
cos donde se encarcelan a los combatientes polisarios
y en ias ciudades "atómicas" secretas cuya toponimia
fue borrada de los mapas carreteros. Cada uno de
ellos instauró sus propias reglas, sus propias institu-
ciones, su modo peculiar de organizar la vida y de
disponer sobre la muerte. Hacia el fm de la Segunda
Guerra Mundial estaban en funcionamiento unos
10.000 campos con cent racionan os en Alemania y
en todos los países ocupados: campos de la muerte,
campos de trabajos forzados, ghettos, campos de
prisioneros, campos de concentración de etnias. En
cada cual se imponían cronogramas extenuantes a
los procesos laborales, se racionaba !a comida, se fi-
jaban horarios de comienzo de trabajo y de descanso
conocidos como "toques de queda", se aglomeraba a
la multitud f ó n i c a en barracas, Nuevamente: ¿eran
prototipos brutales de un nuevo sistema de ciuda-
des que no tuvo tiempo de expandirse del todo? In-
útil refugiarse en esa imagen tradicional que mues-
tra al infierno como un laberinto caótico y sangui-
nario donde una legión de psicópatas celebran su
anárquica algarada. Los planes económicos quin-
quenales, los programas estatales de "ajuste de cuen-
tas", los planes reguladores totales de la maquinaria
urbana: el infierno es también la organización total
del desgaste anímico del cuerpo. ¿Cuán inficionado
está el esqueleto de la modernidad? Cuando algunos
67
:ste nuevo orden urbanístico fueron in-
jertados a las ciudades fabriles y funcionales moder-
nas y se logró cortar la mayor parte de ias amarras
que las unían al cosmos campesino, a éticas atávicas,
a leyes "naturales", a concepciones de justicia "del
común", a epopeyas históricas populares, entonces
una máquina letal comenzó a aceitarse a sí misma. Y
el camino hacia esa máquina estuvo y está minucio-
samente señalizado: la migración ha asumido las fi-
guras de la evicción territorial, la deportación masi-
va, la marcha forzada por los caminos, el intercam-
bio de etnias en las fronteras, los éxodos, la limpie-
zas étnicas, los confinamientos de prisioneros, la hi-
gienización moral de los trabajadores, el "derecho"
al circuito laboral diario, en fin, las variantes moder-
nas de la caravana de esclavos, eufemismo cuyo ana-
grama posible es "marcha de la muerte".
70
e engendramos entre todos? ¿Por qué te esperam
:on tanta avidez —se diría; con hambre canina?
71
sigio pasado fueron parce de su elenco estable poco
se imaginaban que estaban siendo reclutados para
un teatro de operaciones diferente, en el cual la san-
gre de los caídos seria reciclada como lubricante. Nos
hemos ido transformando en las terminales de un
sinfín de pequeños aparatos y de la multiplicación
de perillas
dos. Los soslayamos no sólo porque e.
dados a ellos, sino porque en la matriz de pensa-
miento que nos compele a aceptarlos y justificarlos
también engullimos satisfechos nuestra porción diaria
de ilusión y necedad; matriz que se retrae al pensa-
miento o el cuestionamiento. Tampoco un aparato
ortopédico está articulado para permitir que su pre-
sa se suelte. Un engranaje, un electrodoméstico, una
computadora son piedra de toque y no despliegan
únicamente una pedagogía, también una erótica.
De acuerdo a troquel, los objetos se aparean unos
con otros. Los cableados de fibra óptica y las co-
nexiones a satélites internacionales de comunicacio-
nes, pero también las guías telefónicas, son lianas de
esta selva de cemento. En el espesor, no es difícil
distinguir teléfonos celulares, videofilmadoras, gra-
badores de bolsillo, estéreos de automóvil, pantallas
de televisión en ómnibus de larga distancia, así como
en los espacios quietos e íntimos se barrunta la dise-
minación de video case teras, abonos a televisoras por
cable y cámaras de vigilancia ocultas. ¡Salvaje unita-
rio quien pueda sustraerse a la renovación y mejora-
miento de los diseños de variados electrodomésticos
para el hogar, la oficina, el automóvil, los baños pií-
blicos y las veredas! Una ftierza centrípeta tuerce el
72
paso del caminante y lo empuja a instalarse en la
matriz técnica del orden urbano. Todos esos utensi-
lios de segunda selección, codos estos cetros seriados
y todas estas promesas de un futuro no verificado
conceden a la natural pretenciosidad y aparatosidad
del porteño un aura de corte de ios milagros. Aiín se
ha dicho poco sobre ia afición tecnológica de los ha-
bitantes de Buenos Aires, disposición cuyo emble-
ma habitual se encuentra en el "uso" de los teléfonos
celulares. Sin embargo, no son los objetos los que
proponen el problema, sino el imaginario al que es-
tán sujetos, y más abarcativamente aún, su inclu-
sión en la "era de la técnica". Si en Argentina la cues-
tión tecnológica adquiere contornos tan graves como
patéticos es porque sus dirigencias y sus oposiciones
hace ya mucho tiempo que se regodean en represen-
tar una devaluadísima función del XVIII Brumario
de Luis Boñaparte.
73
autopistas informáticas están las zonas deprimidas
de la urbe. Incluso esos lugares misérrimos habita-
dos por lúmpenes e inmigrantes son explorados por
los extremos de los vasos capilares dei aparato
massmediàtico. La interconexión cotidiana garanti-
za comunidades ilusorias sostenidas en la visibilidad
total del mundo conocido. Es un tratamiento de shock
posible. Así se reunifica arbitrariamente a la totali-
dad. Las variaciones en la programación televisiva o
informática se constituyen en las variadas provincias
de un país imaginario donde nunca se pone el sol, y
cuyas fronteras comienzan y terminan en el control
remoto o en el mouse. En esa programación, y en las
franjas comerciales de ia ciudad, se muestra una suer-
te de "cubismo publicitario" cuyo poder sobre las
membranas libidinales de la población ya habían vis-
lumbrado el arte pop y la arquitectura postmoderna.
La T V es Mar del Plata o Punta del Este 24 horas
seguidas, semana tras semana, y año tras año: por-
que la movilidad urbana asociada a las tecnologías
movilizantes requiere la instrucción moral de la po-
blación, episodio a su vez casi superado en el proce-
so de imposición de cercos aún más solidos. Ideas
desordenadas: ¿cómo intervinieron los ubicuos telé-
fonos públicos en la aceptación del correo electróni-
co y de las "autopistas" informáticas?, ¿cómo logra-
ron la tarjeta de crédito internacional y los cajeros
automáticos potenciar una mayor abstractización del
dinero y despotenciar los símbolos locales? ¿cómo el
de televisores en las vidrieras de nego-
I de bares y la de vidcocaseteras en ómnibus y
afectó a la experiencia de la visca
74
en la ciudad? Del mismo modo, cabria analizar cómo
la abundancia de espejos a principios del siglo pasa-
do, la iluminación artificial y la gráfica mural a fines
del mismo abrieron cauces al cine y a la detras-
cendentalización de la visión. Así también, los saté-
lites internacionales de comunicación, ios simu-
ladores de vuelo, los viajes lunares y las técnicas de
espionaje electrónico orientaron la imaginación co-
lectiva hacia Internet y hacia el bluff político de la
"guerra de las galaxias". Pero también, soterra-
damente, hacia la vigilancia visual de la ciudad, Los
aparatos emiten mensajes que son captados por las
antenas del futuro.
¿Para qué han servido estos juguetes y artificios?
¿Qué hábitos han formateado, qué habilidades han
promovido, qué habitáculos han forrado? Del trencito
de juguete al cazabombatdero interplanetario de un
videojuego, la juguetería industrial no sólo faceta cos-
tumbres; constituye también una guía ideológica:
reproduce "a escala" el formato de los símbolos tec-
nológicos del progreso, tanto como, en otra escala,
la Estación Central de Ferrocarril y las Redes
Com put ación ales son, sucesivamente, maquetas de
la organización burocrática del Estado de principios
de siglo y de los flujos financieros e información ales
contemporáneos. En el "Meccano" o en el "Rasti" se
ocultaba un proyecto de sociedad y un método de
avance escalafonario para las nuevas generaciones,
tanto como el torneo medieval suponía otras habili-
dades y simbologías. Es posible que ya en los años
60 se estuviera sembrando el imaginario tecnológi-
co de la juventud actual: en el walkie-talkie de plás-
75
tico de los juegos infantiles ya se anunciaba la acep-
tación de Internet tanto como en los surcos chirriosos
que anillaban los temas en los viejos long-plays ya
estaban implícitos los huecos que serían ocupados
por los separadores de MTV. Tramos kilométricos
de centimetraje periodístico — y largos lapsos tedio-
sos de conversación cotidiana— están dedicados a
publicitar a Internet como un gran juego para toda
la familia hasta el punco de haberlo transformado en
un fetiche mucho antes de estar garantizado el acce-
so, No otra cosa significó la expectación acumulada
ante la próxima llegada del GrafF Zeppelin al cielo
de Buenos Aires, allá por los años treinta. En fin, es
un tema viejo del siglo: el tiempo de ocio se recupe-
ra en beneficio de la circulación y aprobación de la
mercancía. En las exposiciones mundiales del siglo
pasado se exhibían unos cien mil productos indus-
triales y artesanales. ¿Cuántos se ofrecen hoy a la
mirada del usuario informático? Internet quizás vuel-
va innecesarias a las exposiciones mundiales: el mun-
do no será otra cosa que una gigantesca exposición
permanente. También la feracidad argencina estuvo
contenida durante cierto tiempo en los stands de
una "Rural". No hay duda de que incluso las vacas
Holando-Af gen tina y las Shortorn terminarán mos-
trando sus cucardas por la PC. En fin, tanto en las
respuestas aventuradas —aún en las caprichosas— o
en las conexiones insólitas se evidencian las "fuerzas
anímicas" que rigen una ciudad o una época.
76
nea. Entre las etapas cumplidas se cuentan la pro-
moción de la acumulación de información a estatu-
to del saber colectivo, afluente a su vez de cierta epis-
temología científica; la instrumentación de burocra-
cias especializadas en la numeración y clasificación
de la misteriosa "ahidad" urbana de cosas, aconteci-
mientos y conductas humanas, a fin de insertarlas
en un cosmos estadístico; la facilitación de la aper-
tura perceptiva a un mundo de consistencia me-
diática, ubicuo aunque monótono y veloz aunque
inmóvil, en el cual los expertos en el montaje de la
"realidad" cumplen funciones similares a la del
diseñador de camuflaje en la estrategia disuasiva de
guerra; y al fin, la diagramación del catastro urbano
y sus recorridos sobre un plan maestro concen-
tracionario, cuya diferencia con otros campos es que
a sus actuales internos no pocas veces se les mata de
risa. En el último siglo y medio el habitante se ha
ttansformado en un ser in-formado, estad-ístico,
entre-tenido, con-centrado. Ese es el suelo donde se
erigieron las ilusiones, instituciones y saberes del
hombre contemporáneo; ese es el cielo donde ya se
están evidenciando inéditos anuncios horoscopales;
esas son las alambradas suburbanas a tas que con-
funde con señalización funcional; allí esta su carne
quieta engarzada al tom acó tri ente. Su futuro prede-
cesor, el trabajador, fue una estatua animada; su es-
perada prole, el consumidor, un maniquí aspavento-
so; pero su actual deseorporeización, el observador,
es corto de vista y pide tecnologuías a gritos, y un
lazarillo: el control remoto. Luego que la tierra fuera
cartografiada por completo y el aire conquistado, el
77
archipiélago urbano se transformaría en ia última
frontera terrestre indómita, cuyas batallas fueron
peleadas, en lo elemental, por la administración de
la conciencia primero y por ia de la mirada después.
¡Conéctese! Es la consigna del momento, como
en otro momento lo fue ¡Formen Filas! De allí que la
maqueta de sociedad de los entusiastas de las técni-
cas comunicacionales sea el conmutador telefónico. Un
cartógrafo accual sólo podría proyectar un planisfe-
rio verosímil si en el Atlas incluyera no ya carreteras,
mapas náuticos, redes ferroviarias y rutas de líneas
aéreas, sino ondas de frecuencia, posición orbital de
satélites artificiales y de grandes antenas receptoras-
transmisoras, empresas conectoras a redes compu-
tacionales y demás pertrechos cotidianos obligato-
rios de un mundo ahora "globalizado". Nuestros ve-
cinos y compatriotas se han ido transformando en
conjeturas de la guía de teléfonos, y pronto, en el
rastreo instantáneo de los módems on-line. Pero en
fin, ya en otra época los radioaficionados se citaban
en ia estratosfera. El módem es el apretón de manos
más bienvenido de la actualidad y la mejor tarjeta
de visita es la entrega de un disquete; anaquel tam-
bién. Y colonia viral. El vaivén electrónico de la red
informática procede a la manera del pescador con su
"mediomundo": recoge indiferentemente a los seres
que ansian sustraerse de lo que hasta ahora fue su
medio ambiente. Lo que ei pilote era al rascacielos
lo es ahora el campo magnético a los trenes aéreos y
el módem al mapa alfilereado de computadoras. No
se trata tanto de un anticipo del confort futuro como
del intento de despegarse de lo orgánico, cuyo úiti-
mo episodio consistió en el destierro del campo a la
ciudad, escalón a su vez de un ostracismo más pri-
migenio. Quizás tengamos que vérnoslas un vez más
con el viejo problema espiritual y político de la frus-
tración humana con la creación. Sólo que hoy el alma
ya no se apresta para la redención sino para la fiiga.
En el extremo encontraremos a la nave espacial.
Abandonar la ley de la gravedad ya lo intentaron los
: estilitas practicaron la teoría en las co-
lumnas aún enhiestas de un mundo ido; sabían que
no es lo mismo separarse de la caída que ascender
desde «lia hacia un cielo menos contaminado. Pero
en los cableados de la superconductividad comu-
nicativa se respira artificialmente. En cierto sentido,
se vive de prestado.
Todo cartógrafo sabe que a tas rutas las abren los
pioneros pero.las inauguran los estadistas, quienes
disponen de ejércitos para mantenerlos abiertas. La
primera comunicación telefónica en Argentina co-
nectó la voz de un interlocutor de peso: el General
julio Argentino Roca. La primera Fotografta trans-
mitida a distancia fue hecha a Sadi Carnot, manda-
más de Francia. La primera presentación pública de
la luz eléctrica en Buenos Aires consistió en ta ilu-
minación de la Plaza de Mayo. Recientemente,
Carlos Menem le tocó el turno de inaugurar un se
vicio telefónico internacional de nuevo cuño. ¿Ges
tos protocolares? La introducción de nuevas tecno
logias siempre ha sido un derecho de poderosos. Así
en la antigüedad, las espadas templadas con una
nueva aleación de metales eran antes que nada pro-
badas por el Rey, Así ocurre hoy con los juguetes
79
1 las nuevas maquinarias industriales y
con ios arsenales bélicos. Hasta que las sobras —
siempre vagamente obsoletas— de la tecnología go-
teen hasta la multitud pasa cierto tiempo —tiempo
no medido solamente por un cronómetro económi-
co, el así llamado "abaratamiento de costos". Sobre
el mismo eje, ciertas modas son abandonadas por
los snobs o la pequeña burguesía en cuanto devienen
costumbre popular, El Discado Directo Internacio-
nal fue primero un derecho de Jefes de Estado: un
teléfono "rojo" (ni negro —popular— ni blanco —
de clase alta—) conectaba al Kremlin con la Casa
Blanca. Así también la cinematografía pornográfica
temprana llegó primero a las casas reales: Alfonso
XIII disponía en palacio de una sala de proyección
privada para su contento y el de su corte masculina.
Para mayor escarnio de la masa, las cintas que rotaban
en los Peep Show—microcines populares— no siem-
pre obtenían la venia real.
La Ojeriza
82
ciclados en las prisiones para inmigrantes en ios ae-
ropuertos- Las transformaciones en ia liistotia de la
jerarquía no indican ampliación de la "libertad" sino
la expansión de un campo de operaciones adminis-
trativas. La libertad es riesgo, desapego o vértigo y
no un entretenimiento informacional. Y en todo caso,
convendría prestar menos atención a la "censura" en
ias redes que a la abstractización de la opresión. Por
otra parte, los usuarios de Internet bien podrían es-
tar recorriendo las rucas de despliegue de los modos
visuales de la vigilancia, incluso espaciales: el satélite
internacional de comunicaciones, como la esfinge,
tiene ojos. Pero no sabemos cómo encarar sus miradas.
Una computadora puede cumplir fiinciones ba-
lísticas: el cañón permitió transformar el arce geo-
gráfico de la guerra y la computadora expandir la
artesanía de la circulación financiera. Y la de la gue-
rta, por cierto. Después de todo, la primera "com-
putadora portátil" en el país quizás haya sido el re-
volucionario Digicom, introducido por la Policía Fe-
deral hacia 1980. Luego, el control policial de la
esfera técnica procede con argumentos de sentido
común. Las avanzadas de la censura y el control eli-
gen a villanos caricaturescos como coartada para dis-
ciplinar el territorio; p o r n o g r a f í a pederàstica,
narcottaficantes, mafia, terroristas. Todo se resuelve
en casuística judicial y en encrypted networks. Pero
mucho antes de la Red de Redes que es rey de reyes
que glorifican los adelantados del espacio ¿no-recti-
iíneo? se desplegó la red ferrocarrilera, primera eta-
pa en la interconexión de los Estados Nacionales. ¿Pero
qué cosas transportará Internet? Una locomotora
83
puede itansportar pasajeros ei
como empujar el v ^ n donde duerme una bomba
atómica. Un hecho que no puede ser reducido a mera
"neutralidad valorativa" ni a perversión de progra-
mas políticos. El ferrocarril partía de y llegaba a ias
metrópolis; Internet parte de y llega a todos lados,
porque ia ciudad moderna ya ha cumplido su pro-
grama mutando de forma, Así como el ferrocarril es
un doblez mimètico de ia forma estatal y de su modo
de despliegue, Internet replica y acompaña a formas
de poder que ya no responden al modelo del Estado
Revolucionario, ni al Burocrático, ni al Despótico.
La velocidad del ferrocarril y del alambre del telé-
grafo portátil neutralizó la defensa natural de la dis-
tancia geográfica, único parapeto que podían opo-
ner los reyezuelos locales que resistían las invasiones
inglesas, y las francesas, y las alemanas. Hoy, la red
computacional. las brigadas militares de despliegue
rápido y el satdhte de vigilancia controlan la geogra-
fía con absoluta precisión. Sus seudópodos son sua-
ves. Por otra parte, ios sistemas represivos se adaptan
a cualquier régimen político: adoptan estrategias "es-
pectaculares" en ei caso de los gobiernos fuertes, y
"secretas" cuando un gobierno es legitimado por el
voto. La incorporación de los gases lacrimógenos (¿un
arma química?) al ajuar de la policía argentina se
realizó durante el gobierno de Uriburu, en 1931. Y
la práctica de la "escucha telefónica" se legalizó lue-
go de 1983.
87
A o)os vista
90
que hasta los muertos deberán preocuparse por bo-
rrar hasta la más nimia marca humana de identidad
personal si es que pretenden llevarse sus secretos hasta
la tumba: una sangre de tipo raro, una mancha pe-
culiar en la piel, una esquirla incrustada en un órga-
no, se arriesgan a ser exhibidas en el futuro en el
Museo de la Morgue, tal cual ocurre ahora mismo
con algunos tatuajes "estéticos" que cualquiera pue-
de admirar en la calle Junín al 760. Las técnicas
biométricas transformarán el vínculo entre sen-
sorialidad y vigilancia: la lectura de retina y recono-
cimiento de tono de voz y de la forma de la mano ya
son actualidad futura. La trama de las nervaduras
oculares sirve ahora a modo de yema: se está experi-
mentando con "lectores" de cajeros automáticos o
de instituciones claves que puedan leer directamen-
te el globo ocular a fm de confirmar la identidad del
usuario o del empleado. También en eso hay justi-
cia: en una sociedad mediática el ojo debe ser escu-
driñado y perseguido hasta sus últimos escondrijos.
91
Cuenca el mico que Zeus estaba enamorado de la
ninfa lo y que las sospechas de Hera, su mujer, la
pusieron hecha una furia. Para aventar suspicacias el
tronante convierte a lo en una ternera, a quien visita
de vez en cuando mecamorfoseado en toro, El truco
ya era conocido en el Olimpo; sobraban los antece-
dentes zoofílicos, y de alguno de esos amoríos irre-
gulares Pasifae había desovado al Minotauro, En au-
sencia de Zeus, una enorme nube alerta a Hera; al-
guien estaba ocultando sus correrías terrenales. Cuan-
do la diosa dispersa la nube sólo ve a un coro corte-
jando una ternera. Hera envía a Panoptes a que vigi-
le a la ternera luego de redamarla como suya, nimio
presente que su marido no se atrevió a negarle, Zeus
contraataca encargándole a Hermes, ladrón consu-
mado, que cuatrereé a lo. Pata hacerlo, recurre a la
música de su flauta pánica, droga aérea que vence
incluso a los Dioses. Y para ahorrarse inconvenien-
tes ulteriores aplasta la cabeza de Panoptes con una
toca y libera a lo. La cólera de Hera se resuelve sen-
cilla y vengativamente, enviando un tábano a que
punce continuamente el lomo de la ternera y la per-
siga por todo el mundo. Luego, Hera recogió ar
rosamente ios ojos cegados de su fiel vigía y los
parció en ia cola del pavo rea!, que hasta ese r
mentó pastaba junto a los dioses sin llamar la at
ción. Allí están hasta el día de hoy, para que la m
da humana se encandile con burbujas oculares,
tosas aunque ciegas, es decir, puro ornamento.
92
síblc que su omnipresencia estética disimuia. Tatti-
bién la vigilancia requiere de una multitud de ojos
(un millón en los cultos egipcios, siete al menos en
el Ainpurdam) o bien de un ojo todopoderoso: ci-
clópeo. Argos Panoptes ha sido asimilado al cielo
nocturno: las estrellas son pupilas insomnes. Pero ni
siquiera él pudo contra la música y el sueño, supe-
riores a la vigilancia, como desde siempre se ha sabi-
do. También Perseo se valió de artilugios oníricos y
especulares para poder eludir la mirada de Gorgona.
Se intuye entonces que en algún lugar está el punto
ciego del sistema lumínico actual, tanto como se sabe
que algún eslabón es el más débil de la cadena o que
en cierto sector de la fortificación una grieta puede
ser profundizada. ¿Con qué otra disposición fisioló-
gica y anímica podría reorientarse al sentido de la
vista? ¿Acaso el fondo de la forma sea una sustancia
musical, informe y sensual?
93
tuaJ adonde se vaciaa las prácticas de control contem-
poráneas. Elias se superponen a la metáfora panóptica
y la complementan. La pantalla de cine, de tdevisión y
de computadora son, en verdad, una mala caricatura
de la impresionante variedad de aparatos de observa-
ción del siglo XIX consumidos por las masas. En la
Exposición Mundial de París, en 1900, se iluminó el
cielo con juegos lumínicos que más tarde fueron utili-
zados para la propaganda comercial nocturna —inútil
desde que la televisión transmite en codas las horas ca-
nónicas- Hoy, algunos se entusiasman ante ia perspec-
tiva de rodear al perceptor con una cápsula lumínica
total: aigo ya experimentado en 1958 en la Exposición
Internacional de Bruselas con el Circarama, panorama
cinematográfico de 360®. Sus antecedentes, el tríptico
de Gancé, la poiyvisión, el Cineórama, el Diapolyecran,
fueron apenas telones que no se abrían lo suficiente y
que ahora yacen caídos y olvidados en el piso. Un paso
más en esta dirección se ha dado en 1990, en la Feria
Mundial de Osaka: allí se proyectaban películas en el
techo y en el suelo. Bradbury ya había preanunciado
estas paredes en su Farenheit451. ¿Serán ei doblez amable
de las omnipresentes cámaras de vigilancia?
Espacios l u m i n o s o s
95
la reflexión, cuando no de ecuaciones algebraicas.
En la sala de cine ia relación enere proyector, tela,
hemiciclo y sencido de la vista es muy compleja. Pues
si el cosmos rural que en siglos pasados rodeaba a la
iglesia y a la cátedra era anillo de sombras proyecta-
do por el reino de la oscuridad en un caso y por el
oscurantismo religioso y la tradición conservadora
en el otro, a las salas de cine la circundan y acosan
una miríada de tecnologías y de materiales de por sí
iluminadores: de la instalación del alumbrado pú-
blico en las ciudades capitales a la arquitectura vi-
driada, y de los haces de luz que escudriñan las pri-
siones y las fachadas públicas a los rayos catódicos
que emite la televisión. La iluminación del alma es
efecto de la rigurosa atención religiosa y el método
científico o la argumentación conceptual median
entre la fórmula o la teoría y la ilustración de la con-
ciencia. Pero en la sala de cine el punto ciego donde
todos los haces de luz se alean es bastante inasible:
quizás la contemplación de cinc sea una suerte de
variante del sueño a la vez personal y colectiva, que
un siglo anees pudo conocerse como "ensoñación"; o
un pliegue misterioso de la ciudad —refractario a su
electrificación total—, de por sí transformada en una
enorme obra visual en construcción, algunos de cuyos
reflectores apuntan sobre objetos que han de ser ad-
mirados o consumidos y otros sobre actividades que
han de ser vigiladas.
97
del sentido de la visca sino a excitar su reactividad
perceptiva, ante la cual puja — m o v i m i e n t o de
diàstole y sístole— con una irresistible fuerza de
atracción- Una vez captada la atención, llega el
muecario y el prototipo. Y si en las iglesias se ins-
truía a sus miembros en las técnicas ascéticas, y en el
aula a los alumnos en las técnicas racionales del pen-
samiento, la televisión lo kacc con las audiencias en
las técnicas modeladoras de la atención visual, cuyos
objetivos son justamente disciplinar la tendencia de
los humanos a la distracción. Y si bien es cierto que
no pocas veces la televisión congrega y reagrupa a
través del espectáculo deportivo o musical, los dibu-
jos animados o un acto político, muchos de estos
acontecimientos pueden ser presenciados in situ. La
nostalgia de viejos episodios televisivos sentida y re-
cordada espontáneamente entre amigos o entre des-
conocidos es nostalgia de niñez, de adolescencia o
de un momento único de felicidad, pero no es me-
lancolía suscitada por el aparato ni por su espacio
existencial, porque el aparato de televisión es sordo
y, probablemente, ciego también. Sin embargo, ella
no es apéndice, sino aorta. Así como en otras épocas
el alma, o el corazón, o la mente se transformaron en
metáforas y sedes corporales de una relación entre
cuerpo, logos y cosmos, hoy nuestro cuerpo recons-
tituye parre de su autoimagen y funcionalidad orgá-
nica en corno de esa membrana cuadrada.
98
rotativa la proyectada sobre una tela. Pero la chispa
priinera se apaga, el siglo de las luces ya ha quedado
rezagado y el declive de la feligresía cinèfila anuncia
las últimas funciones de las salas de cine. Los espa-
cios arquitectónicos donde se instala la luz pueden
ser abandonados ante la irrupción de metáforas más
extrema?, la ley científica resonó-más fuerte que el
amen y la imagen digital releva al carrousel de
fotogramas. Una de las últimas metáforas filosóficas
importantes del siglo supone que la luz del ser se
vela. El nihilismo, gran capirote, sería su germen
patógeno ineliminable. Una época nihilista exige
otras instituciones y otras modalidades lumínicas. Y
los claros anteriores sólo pueden volver como
chisporroteos sonoros de la memoria: cuando cier-
tos estímulos lingüísticos que pellizcan en lo me-
morizado producen una "descarga" ocular que se
sustrae a las imágenes socialmente programadas o a
la reactividad fisiológica rutinaria. Cuando un siste-
ma lumínico se retira de un espacio arquitectónico
sólo quedan escombros de sus instalaciones lumino-
sas; y apagados ecos: las oraciones semiolvidadas de
los que aún volvían al templo aunque estuviera va-
cío. Así, cuando los españoles llegaron a Chichen-
Itzá, despoblada dos siglos antes, todavía encontra-
ron caravanas que venían desde Guatemala a realizar
sacrificios humanos en el Cenote Sagrado. Pero no
es preciso que desaparezcan físicamente las institu-
ciones para que un espacio sea abandonado. Los so-
nidos propios de nuestras aulas universitarias toda-
vía resuenan pretenciosos: entre el tránsito y ei pasi-
llo —percusionistas—, el monólogo horario del
muezm y las palabras cruzadas. En fin, la sequedad
científica y la meditación en voz alta, que ya ocultan
malamente al agónico impulso que desplegó a la es-
cuela y a la universidad, que reorganizó la tradición
de la lectura y la escritura, y que diera origen a pro-
fesiones liberales y al "intelectual piíblico", También
llegará el día en que las salas de cine sean abandona-
das (y quien sabe si ese día no ha llegado ya), Se
anuncia que en poco tiempo más un satélite podrá
enviar directamente a cada pantalla privada de tele-
visión una película recién "estrenada". Se tratará del
mejoramiento de un sistema de negación del cine
que ya está instalado entre nosotros a través de las
"señales" que son enviadas directamente a los
videoclubes sin pasar por las salas de estreno. Si en
algunas décadas más una persona ingresara a un cine
abandonado que no haya sido teciclado como su-
permercado, estacionamiento, templo esotérico a
discoteca —escaques estratégicos del actual ajedrez
urbano— quizás aún pueda sonsacarle al silencio
carcajadas sueltas, gritos contenidos y cuchicheos
infantiles, en fin, las efusiones ceremoniales, a las
que se suman el susurro de telones y cortinas y el
lejano y apagado timbre del teléfono de la boletería.
Si el visitante tuviera el oído excepcional mente atento
resonarían entonces las voces y los actos allí cumpli-
dos en todas, en absolutamente todas las funciones
que hayan tenido lugar en ese cinc a lo largo de los
años- En la tapicería auditiva resultante sería difícil
distinguir lo banal de lo memorable, la fiesta del
espectáculo, el séptimo arte del entretenimiento de
séptimo día. Ese abandono ya lo han sufrido las igle-
sias, Y mucho anees los templos paganos, En las rui-
nas de los templos paganos o en los anfiteatros anti-
guos ya no se escucha nada, pero quien ahora visite
una iglesia vacía podría percibir antiguas resonan-
cias; el habla del verbo. En todo espacio que fuera
vivido en común quedan residuos: ruinas y recuer-
dos. En un campo de batalla siguen recuperándose
desperdicios bélicos décadas más tarde y en los es-
pacios que fueran iluminados resta una borra apenas
descifrable, esquirlas sonoras de lo que fue dicho,
estelas de una luz que se fue. Para recuperar cente-
llas aisladas se requiere de un arte de oídos muy afi-
nado y de un poso de imágenes infiltrado en las oje-
ras de la memoria. Una artesanía auditivo-visual
semejante io habría desarrollado únicamente un se-
mejante de Giaccomo Leopardi, quien se lamentaba
de que fuera capaz de escuchar el estruendoso grito
de agonía musitado por las hojas resecas de su jar-
dín. El crujido de las viejas instituciones que aún
nos conciernen se muestra primero en el lánguido
desplome de su luz, sobre la cual una nueva volun-
tad de poder ya está coronando la erección de un
inédito sistema luminoso que propone oscuros acer-
tijos a ia mirada atenta. Y como desde antiguo se
sabe, su nombre es esfinge.
101
delabro de siete brazos por una noche han sabido lo
que significa y lo que cuesta amparar un fuego. Has-
ta la propia cruz sufrió su via crucis. No todos los
símbolos son "integrables", especialmente cuando
ellos están enraizados en una tradición viva y no con-
sienten fácilmente devenir pura equivalencia "glo-
bal". La hostia sólo se disuelve bajo ciertas cúpulas y
los dedos entrelazados del saludo anarcosindicalista
eran ininteligibles fuera de España. Un símbolo se
mantiene solamente cuando abre un espacio en co-
mún o una ruta evangel izado ta: sin estos mapas es-
pirituales no pasan de ser entretenimientos do-
mingueros o nostalgias inconsecuentes. La "policía
de símbolos" combate la imaginacián simbólica radi-
cal: la capacidad humana de inventarle iconologías
perdurables a las sensibilidades refractarias. La In-
quisición fue una política en relación a los símbolos
infieles, y a las brigadas ligeras de movileros y
montajistas son adherentes de una "política" que
busca impedir la profonación de verdades televisivas,
Y esto es algo que está más allá de la polémica de los
iconoclastas. El iconoclasta actual no pasa de ser un
iconofóbico, y sus enemigos, retratistas de feria. Cada
congregación o masonería segrega una "imaginería"
cuyos efectos se esparcen sobre el espacio que cobija
la relación de una tribu con la memoria, el misterio,
la tradición y lo asombroso y al intento de com-
prender el sinsentido y el horror: así la fiesta, la tra-
gedia, el templo, el teatro, la sala de conciertos, pero
también el espectáculo deportivo y la televisión son
espacios ceremoniales como en Roma lo fue el circo
y en la Edad Media el torneo, ¿Pero cuáles c
102
nías se ^ o t a n en el consumo y cuáles en ía consu-
mación? Piénsese la espiritualidad que rodeaba al
Teatro de Sombras en Bali y se aiisbará al misterioso
poder de las imágenes cuando éstas no son banales.
Buena parte de nuestras instalaciones públicas sólo
encandilan a los observadores y los agotan en mo-
mentáneos asombros; la instalación de la usina que
permitió el alumbrado público en Buenos Aires en
1884, la primera emisión televisiva en 1951, la co-
nexión de Telintar al satélite y de allí a Internet, en
1995, deben ser considerados como hitos que seña-
lan las etapas sucesivas de una gran obra visual en
construcción. En una época anterior esos hitos pue-
den ser localizados en la instalación de vidrieras en
las galerías comerciales y de espejos en restaurantes
y salones; en otras anteriores aún, ei telescopio, el
microscopio y la mira del fusil expandieron el cam-
po de observación. De lo que mucho antes ocurrió
sólo restan vestigios o presunciones: pinturas rupes-
tres, runas, grafismos, espejismos, eclipses, salidas y
puestas de sol. Originariamente, el orificio por don-
de se abrió paso el mundo. Pero nada de lo que ha
sido visto está perdido: al menos una persona guar-
da en sus ojeras una imagen de lo visto. Si suspen-
diéramos por un instante y radicalmente la atención
que prestamos a la programación de las actividades
futuras, a ios quehaceres diarios, a las conversaciones
y tratos tan obligados como innecesarios, buena parte
de io visto volvería instantáneamente a la mirada:
eso bastaría para colmar o astillar la mitad del ojo.
El gran drama del ojo es que no puede comunicar
sino muy débilmente un lenguaje de mirada a mira-
da. Y la pretensión de Aihanasius Kitcher de inven-
tar un esperanto icònico para retornar a la víspera de
Babel no puede superar la elocuencia de la pintura
de caballete. ¿Estaremos condenados, tal cual los
hombres-libro de Bradbury, a mem.
imágenes a fm de que no se pierdan?
Un fondo musical
106
cando los canales de riego mayores que unen la mi-
rada a las napas elementales del cuerpo puede lo-
grarlo. Fue Nietzsche quien señaló acertadamente
que "con todo incremento de fuerza vital aumenta
también la fuerza visual". Otro filósofo clasificó a la
vista como "el más noble de los sentidos". En un ojo
capaz de inventar formas vive entonces un aristócra-
ta. en estado de lidia o apoyado melancólicamente
entre escombros de visiones- ¿Cuánto habrá que dis-
tanciarse o despojarse de la gran corte del mundo
para ennoblecer a la visión y dar vuelta las perspecti-
vas? Quizás los recién nacidos y los que sufren de
ceguera progresiva sean príncipes.
La fuente del sentido de la vista es aún oscura ai
pensamiento. La superficie del ojo es una membra-
na fina, como la piel de una cebolla, y es sedosamente
impenetrable, como la urdimbre de un monzón. Pero
el espesor de la mirada es de un orden distinto al de
la membrana. Lo que sobre estas cosas pudieran en-
señarnos la ciencia fisiológica o la neurofisiologia no
es de mucha ayuda. Porque el globo ocular rota so-
bre un eje trenzado con amarras heterogéneas: las
cuerdas vocales, la melodía anímica, la tapicería
retinal y los cabos sueltos de la memoria. Los estí-
mulos visuales explotan allí con estruendo de alda-
bonazo o con retintín de un cristal de inmejorable
calidad, aunque rutinariamente se le adosen con obs-
tinación de remora o de pátina. En la medida en
que el instinto visual no es refinado, en la medida en
que los órganos de la observación no son puestos a
punto, eii la medida en que la fuente de la visión no
es desempañada, el sentido de la vista se degrada y
107
eseca. Es éste el peligro que
fuera anunciado en el primer manifiesto surrealista
de 1924. Pues gong o pompa de jabón, el ojo es
medianera en donde imaginación y estímulo visual
mantienen complejos intercambios osmóticos: el
prisma ovalado descompone la luminosidad y la for-
ma según la tecnología visual que '.o haya instruido
y según las mareas emocionales que oscilan en el
cuerpo. ¿Qué es lo que limpia el sentido de ia vistai'
Lo que se ha meditado sobre lo visto; la calidad del
haber-visto-antes. El párpado es una valva que ha de
cerrarse si se quiere hacer un poco de silencio en el
ojo; quizás era lo que Kandinsicy y Mondrian que-
rían. El autoconocimiento del pudor, de la energía
emotiva propia que incide en el burilado de las imá-
genes, de la propia memoria visual, dependen de
que un telón interrumpa la función conrinuada a
que el continuum de visibilidad somete a la mirada.
Se trataría de una auténtica "cura de ojos". Picasso
confesó que durante cierto tiempo estuvo obsesio-
nado con un solo color. ¿Qué le importaban a él en
ese momento los otros coioresi' ¿Para qué ser impor-
tunado por otros estímulos cuando se trata de des-
entrañar una porción del mundo tan minúscula como
abarcativa? Los co nei en tizado res más poderosos del
sentido de la vista son la imaginación y la memoria,
o mejor, el modo en que se vinculan uno y otro en-
tre sí y ambos con la autoeducación de la mirada,
configurando un ojo triedrico. Modo que es invo-
luntario y voluntario a la vez. Es preciso leer la obra
de Gaston Bachelard para encontrar caminos de ac-
ceso a ese cuarto orden de la naturaleza, "el reino
imaginal". Allí se estacionan los testimonios ocula-
res tanto como se fortalece la capacidad de construir
mundos aucárquicos que acaben por trastocar al "efcc-
Eo" de realidad. Porque en el oteo extremo del refina-
miento visual se juega la metamorfosis de las formas
y la reorientación de la biografía. Por el contrario,
hacer presión sobre las fuentes de'ia imaginación para
clausurar sus canales y presionar sobre la memoria a
fin de estropear algunas escamas donde se ha guar-
dado lo que se ha leído, lo que se ha visto, lo que se
ha oído, lo que se ha intuido, esa es una tarea para la
violencia técnica de este fin de siglo.
jPor qué existe el sentido de la vista? La antropo-
logía biológica propone sus respuestas, correctas aun-
que insuficientes (canto como la filosofía del lengua-
je folla cuando supone que el lenguaje existe para
que nos comuniquemos). La historia del ojo es la
historia de un arte: el arte de mirar. La posibilidad
de ampliar las fronteras visuales del conocimiento,
de intensificar el placer visual y de disponer de abun-
dantes matices de sombras y luces para abarcar un
objeto, cuerpo o acontecimiento dependen del cul-
tivo de esa artesanía ocular, cuyo primer acto de
autoconciencia parte de la presunción de que vien-
do únicamente lo que nos es regularmente ofrecido
no vemos nada en absoluto. La fermentación de los
recuerdos en la memoria, la evolución de la concien-
cia de la propia mirada y el refinamiento del placer
estético acaban por trazar un "mapa celeste" que
orienta nuestras perspectivas. Colón tenía el suyo,
Cézanne también, a cualquiera le está permitido ser
cartógrafo. ¿Cuál es el radio de acción de ia imagina-
.e. ¿Cuál es el objecivo abierto
por las redes comunicacionales?: grande también,
peto previsible, porque la función televisiva es pre-
visible: maebtrom que por unas horas succiona la ca-
pacidad de atención del sentido de la vista, ¡Cuan
grande debió ser la separación entre el sentido del
tacto y el de la vista como para que nos conforme-
mos con la intangibilidad de los mundos! Pero ios
ombligos del orbe que quieren ser escudriñados son
innumerables y todos ellos reclaman una sen-
sorialidad óptica fuerte, a la cual podríamos llamar
erotismo ocular: la capacidad y habilidad de interfe-
rir el campo visual rutinario y de ver en lo invisible.
Cuando miramos, mutilamos o resucitamos las imá-
genes que asoman en el ojo o que vienen a él. En ese
óvalo hay medusas pero también videntes, para quie-
nes ei ojo es óvulo donde pueden germinar mundos.
Al punto de afloramiento de un manantial se le lla-
ma "ojo de agua", lugar donde el agua subterránea
ve la luz. El líquido que se agita en esas napas pro-
duce lapsus visuales —espejismos— o videncias. La
videncia es el instante irrepetible que sonsaca for-
mas a lo invisible a partir de restos y estímulos de lo
visible. ¿Sobrevive en nosotros (aún en condiciones
de semiatrofia) una inteligencia visual que vaya más
allá de las meras funciones de control espacial, ma-
niobra de avance y freno o reactividad al estímulo?
La experiencia de la visión es también la historia de
las experiencias visuales por las que se ha pasado y
del modo en que han sido procesadas por el organis-
mo, la memoria, la conciencia y el propio lenguaje
con que usualmente nos referimos a ellas. En apenas
s ofrecen esfumaturas de faccio-
) de pared y calle, espejismos urbanos
atisbados en un parpadeo, objetos calados en espe-
jos: las huellas de su luz. destiladas, mejoran la cali-
dad de las distinciones visuales. Me gusta pensar que
todas las palabras dichas en el momento de la crea-
ción eran palíndromos, que rimaban con todo lo que
allí había. La palabra ojo es un palíndromo. Y ojo es
quizás la palabra que nos ha sido legada intacta a
s de la cual todavía es posible atisbar el princi-
pio de luminosidad.
Tres soldados
2
montajista. Desde su punto de vista no es conve-
niente abrir todas las puertas de la percepción, de
modo que adiestra a! ojo para que borre de su cam-
po visual esos indicios que comprueban la autono-
mía onírica de un cuerpo. Aquí nos hallamos ante
una guerra cuyo objetivo es dominar y redefinir las
fraguas donde se acuñan las imágenes mentales, El
montajista sabe que ya no recorremos las calles de
una ciudad: transitamos sus cables; y que las nuevas
ciudades no están parceladas sino tejidas con nerva-
duras eléctricas; ellas llevan hasta un cuerpo quieto
y minusválido postales de uhramar, guerras virtuales,
fantasías descartables, sombras chinescas para ias
nuevas generaciones. El aparato de televisión no es
solamente un autómata entretenido y un eficaz
cauterizador de la soledad, es el centro técnico del
universo para los ejércitos de ciudadanos liberales
contemporáneos. Y no es su conciencia la que desci-
fra la borra caleidoscòpica de las pantallas, son frag-
mentos de cuerpo los que acceden a una realidad
que es producto del resultado siempre indeciso de la
batalla entre imaginación y tecnologías de construc-
ción de la visión. Quizás se trate de una forma in-
sustancial de reconocer retazos de la trascendencia
(también esa es la función de la publicidad, el dise-
ño y la edición). Ei montajista se aprovecha de esta
fe perceptual imponiendo un rhmo a la retina que
es equivalente a la antigua instauración de la medi-
da para la cartografía. Disuadiéndolo de asumir ofi-
cios de vidente, el montajista instala en el ojo una
suerte de visión sin mirada: una ceguera de la que
La intimidad es el enemigo público N" 1 de una
buena parce de los periodistas. Que una persona
pretenda escudarse en el silencio, que una persona
anteponga su reputación inmaculada, que una per-
sona sienta el más mínimo pudor, esto es un intole-
rable pecado carnal. Para una porción nada desde-
ñable del periodismo, codos mienten y los aconteci-
mientos ocultan suciedades y culpas. Es preciso pu-
rificarlos, excepto a la propia obligación de infor-
mar, pues el corrupto siempre es el otro. En ningún
momento se le ocurre que efectivamente todos mien-
ten —a! igual que él— pero por motivos opuestos a
los que imagina, y que aún entrando a! reino de los
cielos lo haríamos mintiendo. Su única verdad es la
audiencia y el rating, haciéndose imprescindible
construirles una realidad, para que siempre tengan
razón. Pero el oficio del periodista comienza a vol-
verse obsoleto. El diseñador de imágenes está susti-
tuyéndolo en la manipulación de una nueva natura-
leza humana de índole "post-orgánica". Ei editor —
o montajisca— se transforma en un metódico bus-
cador de la verdad estilística. Pues escilo es hoy ver-
dad (siempre y cuando pueda coneccarse con algún
flujo de capirai). El estilista define la nueva jerar-
quía espiritual y pregona a sus feligreses que ei rayo
cacódico es un fino lazo social.
114
los secretos implicados en la confección de cinces se
comerciaban bien entre las burguesías ávidas de
mostrar sus atavíos en nuevos y más logrados tonos,
Un maestro tintorero valla lo que hoy vale un buen
programador de computadora. Pero el color no es
igual al "colorante". Algunos artistas han hecho de
cierto color un emblema; así Kandinsky con el ce-
leste. Otros, como Van Gogh ie han atrancado ma-
tices sorprendentes al amarillo. Es lo que se conoce
como "paleta del pintor". Pero en otros casos, lisa y
llanamente, se han inventado tintas. William Morris,
por ejemplo, buscaba el matiz justo para sus diseños
y para lograrlo se veía obligado a crear nuevos
pigmentos. El taller de Morris, como el de cualquier
otro gran pintor o grabador, era tintorería antes que
atelier. Pero quizás los colores que cada cual ve o crea
dependen de la policromía con que ha sido entintada
la biografía de cada cuerpo. Lo que distancia a la
mirada pictotizadora de la audiencia televisiva y la
del observador atento es que éste último construye
sus propios pigmentos, experimentando con ellos
hasta lograr uno que le resulte personal. Pincel y pixel
son aquí batutas que dirigen orquestas que suenan
distinto. Ello marca también la diferencia entre ar-
tesanía visual y estandarización ocular, o mejor, en-
tre colores vistos y colores entrevistos. Un cuadro
que deviene un "clásico", un rostro portado en la
memoria, las formas evocadas al recordar los sueños,
siempre serán algo más que una "imagen": son abs-
cesos que el cuerpo acuña en el ojo.
E l centauro
117
cesitan, restan secretos que no por ser puestos bajo
el haz de luz de un microscopio son confesados. En
verdad, el cuerpo es un muñón, un homúnculo,
parodia dolorosa del ser que estaba previsto en el
plan espiritual del genoma: hoy se perfila como la
radiografía de la organización técnica del mundo. A
contraluz pueden reconocerse f á c i l m e n t e sus
moretones laborales, la mueca del hartazgo, el rictus
resignado. Los rostros, esas rocas blandas, muestran
instantáneamente la presión técnica ejercida por la
ciudad. Ojos y labios — y sus afluentes— son tunas
cuneiformes, piezas de un indescifrable alfabeto que
cincela sobre la piel un visible y cotidiano diario ín-
timo tanto como arranca bocados para poder hacer-
lo. La descoyunración diaria del cuerpo por la vio-
lencia técnica imita ei arrasamiento del mundo na-
tura! por la explotación indiscriminada, la extinción
de las especies animales, vegetales e indígenas por la
caza insensata y la deforestación del mundo. En un
siglo se sabrá —si alguien estuviera todavía interesa-
do en analizarlo— lo que significó en el siglo XX la
impresionante violencia técnica que se descargó so-
bre las poblaciones- Cada rostro —sus declinacio-
nes, su luz, sus opacidades— se debate por ser a
través del lacre que esa presión técnica sella diaria-
mente. Quinientos años atrás, la máscara de hierro
fue una horrenda señal clavada en la cara de un bas-
tardo del Rey de Francia. En nuestros días, hay quie-
nes piensan que es lo último de lo último en cosmé-
tica bio tecnológica. Pero bien mirada, esa máscara
acerada es la pátina que da brillo a la ciudad y que
sólo un ícaro podría abarcar con su vista.
118
Muchos pujan ahora por la aprobación de leyes
que protejan la privacidad genética. Pero toda ley se
estrella contra los gabinetes secretos del Doctor
Lombroso. Para quien se ha pertrechado de electri-
cidad, un par de computadoras poderosas, alguna
ganzúa genética y una cuenta bancaria siempre sere-
mos homúnculos de laboratorio. Sólo una intimi-
dad de nuevo cuño podría hacer, frente a los asaltos
de las intimidaciones tecnológicas. Pero aún sabe-
mos poco acerca de la actual condición de los senti-
dos corporales en la era de la técnica. Todo indica
que el cuerpo individualizado, corregido y domesti-
cado de la sociedad panóptica esti siendo reempla-
zado aceleradamente por el cuerpo colectivo (o "co-
lectivizado") de la sociedad informado nal. En bue-
na parte de las culturas tribales "primitivas" el cuer-
po no es una singularidad aislable sino un mediador
de la totalidad cósmica. Cuerpo comunitario enton-
ces, aunque en un sentido distinto del nuestro, El
trance, el baile, la fiesta y el sacrificio se constituye-
ron en las bisagras de la religación de cuerpo y cos-
mos. Pero en nuestra época las funciones vitales de
un cuerpo no se sostienen tanto en la anatomía
»utárquica cuanto en sus extensiones mediáticas. El
cómitre que impone el ritmo no necesita de cuerpos
reunidos sino de cuerpos interconectados. Aquí los
interruptores de la conexión colectiva ya no son la
"conciencia de sí" o el zaguán de la casa sino la pan-
talla apagada y quizás los virus informáticos.
120
Catorce años antes de morir publica, ya en un len-
guaje en común, su Investigaciones sobre la naturale-
za y las causas de la riejueza de las naciones. Aquí, en
el capítulo II del libro IV, se postula otra famosa
Ley, esta vez sobre los comportamientos económicos
de los hombres y de las sociedades, y con una metá-
fora feliz y atea se divulga como "la mano invisible
del mercado",
Cinco años no suponen necesariamente un al-
manaque voluminoso, pero a veces los saltos tempo-
rales muestran el abismo que comenzaba a distan-
ciar a hombres que, por otra parte, depositaban su
fe en las creencias científicas. En esas raras acelera-
ciones temporales la tangibilidad cambia de signo.
En esos enroques de biografías, en esos pases de
manos, dos épocas toman distancia entre sí. Tam-
bién a nosotros, para que podamos ser hoy llamados
"audiencias", primero fue necesario hacernos bifur-
car los sentidos de la vista y del tacto, de modo que
lo que hoy designamos como "realidad" pudiera ser
legitimada y creída como una verdad visible y no
ungible. a pesar de que el peso y la gravedad de las
cosas son quizás mejor ponderadas cuando se las tie-
ne en esa balanza en cuyo borde un delta tirita o se
repulga. Manipular y tantear no son dos flinciones
del sentido del tacto: son opciones espirituales que
despliegan modos opuestos de pensar y vivir. A ve-
ces, un torniquete fuerza a los sentidos corporales a
acomodarse a una nueva matriz social y por lo tanto
a transformar su relación con la tradición —así. en
una fabrica, se aferran algo más que engranajes: en
una sola palanca, en un proceso laboral, en un nue-
vo arsenal "inteligente", nuevos lazarillos guían a los
sentidos, pues la administración sensorial del cuer-
po es un asunto cotidiano. ¿El cosmos sensorial ha-
bría debido presentir un peligro cuando el pie y la
pulgada fueron reemplazados por el metro y el kiló-
metro como unidades de medida de la tierra? ¿La
introducción de la "velocidad de la luz" y del
"nanosegundo" en este siglo no implican un nuevo
retorcimiento del sentido táctil del reconocimiento
de formas? Aquí la cantidad y la cuantificación se
vuelven cualidad y cuando el tacto vacila, de la cuenca
de la mano se borran los c
Pandemónium
123
k impronta d« la yema es la porción de piel que
menos información otorga sobre la filigrana de la
tactilidad humana tanto como una cabeza de pincel
transmite menos el estilo de un pintor que sus esta-
dos anímicos. Se sabe: los secretos que se auscultan
en un apretón de manos o en el arte quiromántico
están contraindicados a robots o a programas.
El e m p l a z a m i e n t o de cableados y de redes
informáticas en toda la extensión del espado urbano
e internacional así como la imponente reorganiza-
ción deí mercado mundial de ias comunicaciones
supone un desplazamiento de capitales hacia nuevas
fronteras. Con estos flujos monetarios también aflu-
yen los expropiadores, amparados en la deficiente
codificación de las nuevas cierras descubiertas. Si-
glos antes, el saqueo del oro y la placa azteca e inca y
su t r a n s p o r t e - a España había p r o m o v i d o el
filibusterismo caribeño. Y la Isla de la Tortuga era
entonces térra incógnita para ias autoridades colo-
niales. Pero así como el vandalismo esporádico y el
bergantín pirata promovieron la plaza fuerce y el
galeón, al intruso que husmea archivos y hurta in-
formación le corresponde el programa antivirósico,
y la policía especializada, La tipología de los delitos
informácicos cubre desde la copia ilegal de software
al sabotaje informático, del espionaje al acceso sin
autorización. A nadie se le escapa que a nuevos deli-
tos corresponden no sólo novedosas tipificaciones sino
también nuevas formaciones en las partidas de caza
y nuevas tramperas y jaulas, Pero en última instan-
cia se traca de la vieja e irresuelta pulseada; quien
aprieta primero la tecla es quien gatillaba más rápi-
124
do- La distancia entre las dos épocas no debe medir-
se por el calendario sino por la precipitación de las
velocidades sociales, antes movilizadas por potencias
orgánicas o cólicas y ahora por aceleradores audio-
visuales o informáticos e, incluso, espaciales. El tren,
icono tecnológico del siglo pasado, fue ei encargado
de entregar el "testigo" en la carrera de postas: en la
primera película de la historia del cine se veía a una
locomotora entrando a una estación de ferrocarril.
Algunos espectadores, todavía acostumbrados a los
caminos y al ferrocarril como modificadores espacia-
les de la percepción, saltaron de sus butacas temien-
do que el tren los embistiera. Hoy, la velocidad tec-
nológica ya ha. superado incluso la barrera de la vis-
ta, La alianza que se está forjando entre redes
televisivas, telefónicas e informáticas supone una
correspondencia entre velocidades audiovisuales e
informáticas, pero también el encastre entre los há-
bitos de consumo propios de la cultura de masas
con el eruptivo prestigio social de la "información" y
con la creación de un campo unificado de aten-
áonabilidadpara la vista. Un "aire de familia" vincu-
la la variedad de pantallas en las que convergen mues-
tras experiencias laborales, hogareñas y lúdicas. El
doblez de esta centralidad evidencia un desplaza-
miento: la cámara de vigilancia y los programas
informáticos dt Violanda bien podrían ser los mol-
des en los cuales se vacían ahora formas anteriores de
control, transformando al vigilado en "efecto de ilu-
minación" y "sujeto de la infotmatización" a la vez.
125
confiabilidad del capital informaciotial como sobre
la confidencialidad de los datos íntimos. La trampa
siempre ha sido inescindible de la ley: una tecla puede
ser presionada por un escolar, una oficinista, un de-
lincuente de guante blanco o un anarquista. Pero
robar no es lo mismo que hacer daño, tanto como el
cuatrero no se confunde con el piromaníaco: por
donde pasa el virus no vuelven a multiplicarse los
datos. De estos raros delitos nuevos los virus se ma-
nifiestan como un rival enmascarado y temible. Su
persecución judicial pretende resguardar bienes, pero
soterradamente impone codificaciones sobre lo nor-
mal y lo patológico. Máquina "contaminada", datos
"limpios", programa "infectado", "inatar" un virus,
virus "benigno", "contagio" informático, "gusano" y
"bomba", programas "peligrosos", ser "víctima" de
un virus, disquete de "fuente desconocida": el ma-
t r i m o n i o entre la i n f o r m á t i c a y la legalidad
biologicista procrea bastardías viciosas o inmu-
nodependientes. ¿Pero en cuál catálogo de venenos
incluirlos? Para ei ideal de " n o r m a l i d a d in-
formacional" de fin de milenio, la ponzoña recorre
las redes informáticas como el asesino setial la ciu-
dad, el saboteador las instalaciones fabriles, el delin-
cuente a los movimientos migratorios y el mosquito
al sueño. Suponer, como lo hace la mentalidad
tecnodarwiniana, un Estado Mayor NÜiilisca que ya
habría aventado tres "generaciones de virus" en los
vacíos incerelectrónicos es un consuelo de burócra-
tas paranoicos. Se trata, antes, de una práctica social
colectiva y anónima, efecto de la popularización de
saberes técnicos y del estacionamiento triunfa! de la
cultura informática y que ya cuenta en el haber con
7000 virus de probeta, sin contai algunas decenas
de manufactura nacional. Un solo virus puede pro-
vocar una epidemia pero miles de ellos ya constru-
yen una pandemia: ci demonio político que los ani-
ma ha de ser un semental muy eficaz. Comenzaron
a circular hacia 1981, parasitando la floreciente in-
dustria de las computadoras personales y sofis-
ticándose de ahí en más. También obligaron a dife-
renciar un amplio elenco de terapeutas (programas
, empresas de "limpieza" informática, lite-
I especializada, especialización judicial y depar-
; policiales reciclados). Si bien el sabotaje es
una actividad cuya incógnita no es fácil desentrañar,
se conocen antecedentes legales sobre la persecución
a ia resistencia política anónima: de la carta de ame-
naza a ios nobles ingleses que condujo en el siglo
XVIII a la creación del "delito de anonimato" a la
prohibición de las pintadas callejeras dirigidas con-
tra ios ordenes políticos de las dos últimas décadas.
Ei límite nítido que se pretende imponer entre lo
normal y lo patológico en una sociedad infbrmatizada
intenta remozar ei arte binario del desbrozo: bueno
y malo, conductas correctas y prácticas pecamino-
sas. La extensión de ias nuevas tecnologías de la in-
formación es sorprendente, pero la pugna por codi-
ficar los usos de ias redes informáticas, la tipificación
de delitos en un ámbito que les era extraño así como
el intento de colocar ei sambenito de "patología" a
ciertas "comunidades informáticas" es, en verdad, un
asunto muy. muy antiguo. No es otra cosa que el
desplazamiento de delimitaciones que en su momen-
co fueron establecidas por la anatema eclesiástica, el
pecado de blasfemia, ias bulas papales sobre propo-
siciones heréticas, la persecución a las disidencias po-
líticas de la modernidad, así como al boicot, al sabo-
taje obrero y al bandolerismo popular. Controlar el
tráfico de discursos sigue siendo el más viejo oficio
del mundo. No obstante, es preciso analizar las rela-
ciones que se establecen actualmente entre desvia-
ción conductual y segregación de la comunidad, y
entre rechazo al dogma político triunfante y exclu-
sión de palabra y cuerpo. Serán eufemismos, pero
implican tecnologías específicas de control y casti-
go. Deberían hacernos recelar del modo en que los
poderes públicos abusan de las justificaciones "polí-
ticas" cuando persiguen a los delitos "comunes" o a
ios usos "no-productivos", esta vez en los nuevos pro-
cesos técnicos, Y ya sabemos que cuando un poder
sale de cacería a fin de disponer de casuística judi-
cial, hinca el diente hasta el tuétano. Las metáforas
organicistas y patologici seas que abundan en el len-
guaje circulante sobre la piratería informática y la
actividad viròsica tienen antecedentes en cierta so-
ciología biologicista relacionada a la expansión del
SIDA y de la droga en la década pasada. Pero hay un
precedente argentino insoslayable; las metáforas uti-
lizadas por el Proceso Jvlilitar ("el cuerpo social de la
nación está siendo invadido por ideologías foráneas
y es preciso que el ejército, reserva moral del país,
corre por io sano,,."). En Argentina aún está por
investigarse el desplazamiento de estas metáforas
desde el discurso antisubvenivo hacia ei de los nar-
cóticos y las prácticas sexuales.
128
No deja de ser curioso que los usos lingüísticos
más plásticos ocurran en los mundos "bajos", por
ejemplo, al del hampa. A ^ o t y actividad encubierta
siempre han conformado una pareja bien avenida.
También el espionaje sabe renovar constantemente
sus contraseñas y las sectas secretas amparan arcanos
idencificatorios difíciles de descifrar. En los apodos
dados a los virus se denota esa inventividad lingüís-
tica así como también en la velocidad con que se los
renueva, Pero esto último es sólo un signo de los
riempos. En la humorada, rasgo típico en las marcas
registradas de ios virus, se evidencia cierto afán po-
pular de provocación l i n g ü í s t i c a . N o m b r e s
tremebundos, avisos corteses de la subsiguiente des-
trucción, vindicaciones irónicas del arte, referencias
paródicas a la cultura de masas, autorreferencia sub-
versiva (hay uno llamado "Maten a Bill Gates"). Tam-
bién la política apartidarla suscitó en los años 80 y
90 este tipo de contrapesos en la política estudiantil
y en la gráfica contracultural callejera de la A^enti-
na. Si el accionar del virus es irreverente es porque
su programa a u t o r r e p r o d u c t o r invierte grotes-
camente la corrección política obligatoria de la épo-
ca neoliberal-informática. La abundancia de referen-
cias a películas de terror y a famosos criminales del
mundo mediático en los nombres de los virus pro-
porciona una pista sobre sus diseñadores: son las
huellas que ha dejado en ellos la cultura televisiva de
trasnoche y el cine de clase B. a su vez, reversos
detríticos de los buenos modales de la televisión ofi-
cial de otra época. La nostalgia transmuta a supet-
héroes y programas íávoritos en "nombres de gue-
rra". La intencionalidad de los diseñadores de virus
recorre el abanico de los usos "problemáticos" dei
lenguaje popular: del sarcasmo a la blasfemia. Fór-
mulas del lenguaje que agravan el orzuelo en uno de
los ojos de la Gorgona. Los virus laceran el discurso
tecnológico, hacen balbucear a los archivos y tarta-
mudear a los datos. Con el hipertexto fabrican papel
picado.
Un virus amenaza potencialmente a la computa-
dora personal, pero indirectamente asuela totia la
red informática. El módem puede transformarse en
un cartero siniestro. El virus es a la ciudad telein-
formàtica lo que el agente secreto al territorio ene-
migo, el torpedo a la flota descuidada, el polizón al
transatlántico, el pirata aéreo al pasaje del avión.
Poner en circulación virus es una práctica social cu-
yos posibles gemelos en los años 80 han sido la cul-
tura de los fanzines, los últimos zamizdats en Euro-
pa Oriental, las radios pirata, los manifiestos de las
"minorías ideológicas" —la criminología las llama
minorías de riesgo—, las propuestas de uso alterna-
tivo de la tecnología: pero ésta es también la vieja
historia de la "propaganda por ei hecho" de ios
anarcoterroristas y ta interferencia radial de los ma-
quis antinazis. En fin, acaso los diseñadores de virus
y los haciters se hacen cargo de ia frustración política
en un mundo irredento mediante ia puesta en cir-
culación de venérea informacional. La voraz lombriz
solitaria de los intestinos informáticos está anuncian-
do el desplazamiento dei partisanismo político y del
atentado ideológico hacia el terreno que el rival mis-
mo ha alambrado. Pero eso marca un límite nítido a
130
las confiadas políticas anaccoides, Los entusiastas de
la "piratería electrónica" deberían hacer carne lo que
toda agencia secreta estatal sabe: que la "estrategia
de los alfilerazos" es inefectiva en última instancia.
La virulencia política admite únicamente triunfos
pírricos: se puede fastidiar a un enemigo poderoso,
incluso desgastarlo, pero no vencerlo en el Campo
de Marte que mejor conoce y controla. El sabotaje
no es ía política del fuerte, sino actividad esporádica
de las retaguardias. Y a los saboteadores informáticos
les ocurre io que a los espías en tiempos de guerra: al
nudo de la horca corresponde un largo rosario con-
tado en presidio. Mejor sería que los rastreadores de
ia clave de ingreso a una sociedad libertaria apliquen
energías y ganzúas a las mentes de ios que están siendo
presa facil de las avanzadillas de la nueva fe: econo-
mía tecnocràtica, políticas públicas de índole esta-
dística, medio ambiente artificial izado. Es cierto que
la reapropiación popular de la tecnología —espe-
cialmente en el tercer mundo— es una política legí-
tima, pero a condición de hacer girar esta apropia-
ción sobre una mentalidad no-técnica. Cuando en
1812 los ludditas reclamaban precios justos y ren-
tas decorosas no estaban haciendo precisamente cál-
culos económicos. Y en todo caso, el desafío para
una política teórica que gusta reconocerse en la tra-
dición socialista no consiste tanto en humanizar ai
autómata o en averiarlo sino en radiografiar el
serpentario.
132
no puede sec represencado políticamence: rompe la
visibilidad del concraco social. Sobre el mismo eje,
en las represalias tomadas en el caso de un arencado
anónimo en época de guerra, la parce afectada no
duda en cobrarse la avería con un número mayor y
desproporcionado de vícc
La vieja Minerva
133
publicada en 1984 y en la cual se acuña h
"ciberespacio", ha realizado recientemente
nificativa reflexión sobre el destino de la e
Con una nueva vuelta de tuerca hecha sobre la larga
historia de la edición de libros ofceció una aguda
comprensión del desvanecimiento de la memoria
histórica de los humanos. Se trata del autosabotaje
de una edición de sólo 95 ejemplares de una obra
escrita por él mismo, Agrippa. A book of the dead,
que consiste de un texto grabado en un disquete, en
el cual varios programadores cuyos nombres no han
sido dados a conocer encriptaron un virus que impi-
de leer la historia dos veces o siquiera imprimirla-
Guando el disquete es introducido en la computa-
dora se puede hacer una primera lectura del texto
que será también la última, pues el virus va destru-
yendo los datos grabados a medida que el cursor avan-
za, Previo al disquete hay unas cincuenta páginas de
texto, impresas en una vieja "Minerva", y el disquete
mismo está inserto en un nicho "cavado" en la grue-
sa tapa que lo contiene todo, a su vez forrada con
"tela" de chaleco antibalas. En algunas páginas se
han grabado largas secuencias del código genético
de una persona viva; en otras páginas se incluyen
dibujos de material genético humano burilados en
lámina de cobre. Sobre algunos de estos dibujos se
han sobreimpreso publicidades de teléfonos y cá-
maras fotográficas de principios de siglo, pero se lo
ha hecho con una tinta especial que se desvanece
ante el más leve roce de los dedos. Las chapas usadas
para imprimir el libro han sido destruidas a fin de
impedir una segunda edición. El texto de Gibson
134
en el disquete es un poema en prosa donde se medi-
ta acerca de la fragilidad de la memoria humana, Y
esa meditación nos hace volver hacia el alfabeto, el
jeroglifo, el ideograma, las runas: improntas que
nunca han sido medios para comunicar algo sino
ensayos incesantes para hacer plegarias y para ofre-
cer brindis, correos entre ancestros y mortales, en
todas las estaciones y en todos los continentes. El
virus en el libro de William Gibson oficia a modo de
augur: nos purga del exceso de información y de
palabras huecas y nos devuelve a ia elocuencia del
soplo harapiento,
Pero hay aún otra significativa muesca en el extraño
libro de Gibson; el recurso a las publicidades antiguas
de tecnologías ya anacrónicas, ¿Cree Gibson que nues-
tros vínculos con las máquinas se evidencian mejor cuan-
do son dejadas de lado por la moda o cuando sufren el
anatema rotativo: la bula de obsolescencia? Cuando pres-
tamos atención a las viejas máquinas —como a cual-
quier cosa creada por la mano humana— y las contem-
plamos herrumbradas, silenciosas y abandonadas,
guardando en hangares y depósitos su oxidación final,
nos damos cuenta que ellas también nos ayudan a en-
tender nuestra propia fragilidad. Condenadas al des-
guace o a la tienda de anticuario —de acuerdo a tama-
ño— comprendemos que ni ellas nos sirvieron ni noso-
tros supimos incluirlas en un dominio espiritual que
las redimiera. El óxido no es solamente el virus de las
máquinas, también es la pátina melancólica de la his-
toria. Pero es un t r ^ o de vino amargo al paladar de los
actuales: advierte a los pocos capaces de apreciar su tono
ocre que e! enmsiasmo por las nuevas tecnologías no es
135
anto la comprensible "ilusión del hombre común" a
u arrogancia frenre al inmediato pasado-
E1 burdel mecánico
136
escépcico sino ci diario de trabajo de un descarnador.
En esa faena sólo cabe calibrar, pulir y afilar el órga-
no de la visión. Y cuando se dispone de un talante
pensativo y de un instrumento óptico de precisión
un hombre se basta a sí mismo para hacer ciencia y
para fundar complejas e intransferibles relaciones
entre verdad y estilo, entre falacias nacionales y vio-
lencia de la recusación lingüística^entre verdades que
se resisten a evidenciarse y percepción personal ator-
mentada. No había y seguramente no hay en este
país oídos para estos dictámenes amataos porque la
verdad y la Argencina son enemigos jurados. Y
Martínez Estrada lo supo.
Ezequiel .Martínez Estrada quería saber en qué
consistía la jaqueca de la nación. La cabeza de Goliat,
libro lírico y lóbrego, fue escrito en un momento
histórico único; la década del 30, bisagra en que ia
matriz orgánica y la mecánica se superpusieron en
Buenos Aires. Es en coyunturas semejantes cuando
la anímica peculiar de una nación se retuerce; enton-
ces son muchos los símbolos que se desploman y las
conductas que ingresan en su fase menguante. Nue-
vos tipos caracterológicos comienzan a ser cincela-
dos por la vida ciudadana y el elenco estable de ia
ciudad es teclutado a nuevo: lo arcaico y lo novedo-
so se enrocan locamente, lo sublime y lo mercantil
cambian el orden de los elementos de su aleación y
ya nadie sabe muy bien que cosa es fruto de los ta-
lentos del habitante, que proviene de la feracidad
predestinada y que cosas son apenas instalaciones
que se desembalan, articulan y desarman en todo el
mundo por igual. Una vez relevado el catastro de la
137
ciudad Martínez Estrada dejó un informe crudo que
describía la insostenible tensión que fuerzas espiri-
tuales, tecnológicas, políticas y arquitectónicas pre-
cipitaban sobre Buenos Aires. El montaje de sus
aguafiiertes produce vértigo: se nos expone a la psi-
que colectiva inficionada, al porteño como "inquili-
no parásito", a los usos emocionales intoxicados, a
los símbolos urbanos des potenciados, a los cimien-
tos podridos. Con metódica amargura entrevió el fu-
turo: Buenos Aires ya no concederá a sus hijos otra
posibilidad biográfica más que el posicionamiento
epocal o el sociológico, El iluso podría recurrir aún a
los placebos de la publicidad, la nostalgia, la tecno-
logía o la política, pero la esperanza desovada cada
día en las maternidades claudicará por la noche en
la morgue. Por eso el cono de su libro es lúgubre, los
momentos de humor hirientes, la perspectiva moral
malhumorada, el lirismo dolorido. Porque se trata
de la meditación espectral de un autodidacta solitario
que analizó la descomposición orgánica de lo que se
pretendió un ideal urbano portentoso: "wagneriano".
138
abrirse paso y urtirse en la superficie. Quien preste
atención a la rutina del país entre ios años 1978 y
1982 notará las equivalencias, En verdad, quien mire
el país como lo haría un vigía de popa descubrirá
que las transformaciones tecnológicas y políticas de
la actualidad estaban preanunciadas cincuenta años
antes: es decir, que ya estaba sembrado el terreno en
el cual podía germinar el imaginario tecnológico de
la Argentina actual. El peronismo y ia industrializa-
ción, el desarrollismo —¡cuyo mascarón de proa ha-
bía sido esculpido con madera intelectual!— y la
modernización, la cultura intelectual progresista de
los 60 y su demanda de quema de etapas, el disposi-
tivo universitario moderno, la Sociología, las Cien-
cias Exactas, el Psicoanálisis, la calle Viamonte —
¿un Village porteño!*—, la época heroica del rode, el
alivio que se percibió en matzo de 1976 cuando se
da por terminado al caos del bienio isabelista son
afluentes no tan limpios. ¿Acaso de todo eso podía
salir otra cosa que la plata dulce, el turismo de clase
media, la primermundización de las costumbres, ia
rotación generacional en ei mundo mediático y ia
modernización tecnológica? Restarían los ratos mo-
mentos nacionales de demora, fiesta e interrupción,
casi siempre reenviados por los alarmistas morales a
conspiración lingüística de siglas o a la insensatez de
los protagonistas de una tragedia a la que estaban
llamados sin saberlo y que ya estaba agrietando su
incubadora. 1919 o J973 —u otras fechas secre-
tas— fueron tanto aquelarre fisstivo como intento de
retorcer el calendario, dos facetas que sólo podrán
ser iluminadas cuando la historia ya sea incapaz de
139
irritar la inoxidable buena conciencia de la nación.
La pandemia, que supo ser la fiesta de todo el pue-
blo de Atenas, acabó aquí en pandemonium. Mien-
tras tanto, aquellos acontecimientos y sus mitos —
como los más antiguos y perimidos hechos y uto-
pías obreras de principios de siglo— medran en l,i
historia nocturna. En fin, algunos ya habían intuido
que la alambrada de púa era algo más que una nece-
sidad del catastro agroganadero: era la variante ar-
gentina de los signos de época. De El matadero al
Facundo, de El niño proletario a Cadáveres, Echeverría,
Sarmiento, Lamborghini y Perlongher pensaron al
país como una pampa bárbara. La barbarie de la época
de Sarmiento es un poco distinta de la de Martínez
Estrada — o de la contada por Borges— y varía un
poco más en Lamborghini y Perlonghcr. Pero en el
fondo es la misma.
140
de la policía de tránsito, de las nuevas carrocerías de
automóviles, de ia radio hogareña, del estadio, de la
publicidad periodística —auténtica alma del rotati-
vo— y de tantas otras "avanzadas" de! progreso. Ima-
ginó a la Buenos Aires del futuro como un burdel
mecánico. Como se sabe, en el burdel se balbucea.
Así ocurrió en Babel. En fin, una meditación blasfe-
ma no clama por terapéuticas científicas sino por
una cura de almas. Dos décadas después, se enco-
mendaba a la reciente sociología científica ia realiza-
ción de un d i a g n ó s t i c o censal del país. Gino
Germani, su deus ex machina, dirá de Martínez
Estrada: "Hice un análisis de toda su obra para ver
qué había en ella de rescatable. No hay casi nada".
Cosas diclias cn momentos de triunfo, pero tam-
bién índice del menosprecio sufrido entonces por la
meditación ensayística en un país en estado de or-
denamiento y desarrollo. Para no pocos sociólogos y
políticos la ciudad es ia encrucijada de contabilidad
estadística, información tabulada y leyes científicas:
es el alfabeto de los pianificadores y de los analistas,
insumes a su vez de cualquier máquina de "moder-
nizar". ¿Habrá.sido esa genealogía subrepticia la que
condujo hacia Videla y Cacciatore y hacia Menem y
Cavallo? En todo caso, de la Buenos Aires de las úl-
timas décadas podría decirse lo mismo que Karl Kraus
dijo de la capital de Austría-Hungría; "Buenos Aires
está siendo destruida en una gran ciudad". Martínez
Estrada, en cambio, percibió que vista, tacto, olfato,
oído y gusto padecían y vacilaban en una urbe en-
ferma. y que ninguna terapéutica era posible si se
impedía la afinación de esos ci
141
noros. El arte perceptivo de Estrada —unido a una
rigurosa y admirable cultura— le permitía apreciar
a la esgrima de arma corta en el truco, al humo dei
sacrificio tribal en ei suicidio urbano, a la frustra-
ción sexual en ei maniquí, al marido hipócrita e ideal
en la voz del locutor radiai. Pero la clase media no
escucha sermones en su propio cumpleaños. Los
sucedáneos posteriores del pensamiento social a ^ e n -
tino —populismo, soci al democracia, economicismo
liberai— han sido apenas instrucciones para huir de
las fuerzas oscuras que nos acosan desde siempre.
Buenos Aires tuvo prisa en los 30, urgencias en los
50 y 60; hoy ya no tiene tiempo. Es eso, el impulso
frenético hacia lo moderno que rige a este país lo
que inhabilita el método comprensivo de aquel ca-
minante, Pero tarde o temprano codo impulso ha de
sufrir su freno. Quizás entonces descubramos cuán-
to tiempo hacía que también nosotros éramos un
pueblo pòstumo; carne de la morgue de la historia.
(IN MEMORIAMO
El código sangriento
145
muy difícil que íiie acabar con los ludditas. Quizás
porque los miembros del movimietito se confundían
con la comunidad, En un doble sentido: contaban
con el apoyo de la población, tran la población,
Maidand y sus soldados buscaron desesperadamen-
te a Ned Ludd, su líder. Pero no lo encontraron.
Jamás podrían haberlo encontrado, porque Ned Ludd
nunca existió: lue un nombre propio pergeñado por
los pobladores para despistar a Maitland. Otros lí-
deres que firmaron cartas burlonas, amenazantes o
peticiones se apellidaban "Mr. Pistol", "Lady Ludd",
"Peter Plush" (felpa), "General Justice". "No King",
"King Ludd" y "Joe Firebrand" (el incendiario). Al-
gtin remitente aclaraba que el sello de correos había
sido e s t a m p a d o en los cercanos " B o s q u e s de
Sherwood". Una mitología incipiente se superponía
a otra más antigua. Los hombres de Maitland se vie-
ron obligados a recurrir a espías, agentes provocadores
e infiltrados, que hasta entonces constituían un re-
curso poco esencial de la logística utilizada en casos
de guerra exterior. He aquí una reorganización tem-
prana de la fuerza policial, a la cual ahora llamamos
"inteligencia".
146
Parlamento dedicada a ellos, poco más. Y los he-
chos: dos años de lucha social violenta, mil cien
máquinas destruidas, un ejército enviado a "pacifi-
car" las regiones sublevadas, cinco o seis fábricas
quemadas, quince ludditas muertos, crece confina-
dos en Australia, otros catorce ahorcados ante las
murallas del Castillo de York, y algunos coletazos
finales, ¿Por qué sabemos can poco sobre las inten-
ciones ludditas y sobre su organización? La propia
fantasm^oría de Ned Ludd lo explica: aquella fiie
una sublevación sin líderes, sin organización centra-
lizada, sin libros capitales y con un objetivo quimé-
rico: discutir de igual a igual con los nuevos indus-
triales. Pero ninguna sublevación "espontánea", nin-
guna huelga "salvaje", ningún "estallido" de violen-
cia popular salta de un repollo. Lleva años de
incubación, generaciones cransmitiéndose una he-
rencia de maltrato, poblaciones enteras macerando
saberes de resistencia: a veces, siglos enteros se vier-
ten en un solo día. La espoleta, generalmente, la saca
el adversario. Hacia 1810, el aiza de precios, la pér-
dida de mercados a causa de la guerra y un complot
de tos nuevos industriales y de los distribuidores de
productos textiles de Londres para que éstos no com-
pren mercadería a los talleres de las pequeñas aldeas
texriles encendió la mecha. Por otra parce, las re-
uniones políticas y la libertad de letra impresa ha-
bían sido prohibidas con la excusa de la guerra con-
tra Napoleón y la ley prohibía emigrar a los tejedo-
res, aunque se estuvieran muriendo de hambre; In-
glaterra no debía entregar su expertisi ai mundo.
147
eia. Ella abarcaba un sistema de delegados y de co-
rreos humanos que recorrían los cuatro condados,
juramentos secretos de lealtad, técnicas de camuflaje,
centinelas, organizadores de robo de armas en el cam-
pamento enemigo, pintadas en las paredes. Y ade-
más descollaron en el viejo arte de componer can-
ciones de guerra, a los cuales llamaban himnos. En
uno de los pocos que han sido recopilados puede
aún escucharse: "Ella tieni un brazo / Y aunque sólo
tiene uno / Hay magia en ese brazo único / Que crucifi-
ca a millones / Destruyamos al Rey Vapor, el Salvaje
Moloch", y en otra; "Noche tras noche, cuando todo
está quieto ! Y la luna ya ha cruzado la colina / Mar-
chamos a hacer nuestra voluntad ! ¡Con hacha, pica y
fitsil!". Las mazas que utilizaban los ludditas prove-
nían de la fábrica Enoch. Por eso cantaban "La Gran
Enoch irá al frente / Deténgala quien se atreva, ditén-
gala quien pueda / Adelante los hombres gallardos /
¡Con hacha, pica y fiisil!". La imagen de ia maza tras-
cenderá la breve epopeya luddita. En la iconología
anarquista de p r i n c i p i o s de siglo, hércules
sindical izados suelen estar a punto de aplastar con
una gran maza, no ya máquinas, sino al sistema fabril
encero. Todos estos blues de la cécnica no deben ha-
cer perder de visca que las aucoridades no sólo que-
rían aplascar la sublevación popular, cambién busca-
ban impedir la organización de seccas obreras, en
una época en la cual solamente los industriales esta-
ban unidos. Carbonarios, conjurados, ia Mano Ne-
gra de Cádiz, sindicaliscas revolucionarios; en el si-
glo pasado la horca fue la horma para muchas inten-
tonas sediciosas.
"Fair Play"
149
gtaníjes podían ser aferrados por crabajadores cuyas
manos eran inexpertas y sus bolsillos estaban vacíos.
La violencia fue contra las máquinas, pero la sangre
corrió primero por cuenta de los fabricantes. En ver-
dad, lo que alarmó de la actividad luddita fue su
nuna modalidad simbólica de ¡a violencia. De modo
que una consecuencia inevitable de la rebelión fue
un mayor ensainblaje entre grandes industriales y
administración estatal: es un pacto que ya no se que-
brantará.
Los ludditas aún nos hacen preguntas: ¿hay lí-
mites? ¿Es posible oponerse a la introducción de ma-
quinaria o de procesos laborales cuando estos son
dañinos para la comunidad? ¿Importan las conse-
cuencias sociales de la violencia técnica? ¿Existe un
espacio de audición para las opiniones comunita-
rias? ¿Se pueden discutir las nuevas tecnologías de la
"globalización" sobte supuestos morales y no sola-
mente sobre consideraciones estadísticas y planifi-
cadoras? ¿La novedad y la velocidad operacional son
valores? A nadie escapará la actualidad de los temas.
Están entre nosotros. El luddismo percibió aguda-
mente el inicio de la era de la técnica, por eso plantea-
ron el "tema de la maquinaria", que es menos una
cuestión técnica que política y moral. Entonces, los
fabricantes y los squires terratenientes acusaban a los
ludditas del crimen de jacobinismo, hoy los tecnócra-
tas acusan a los críticos del sistema fabril de nostálgicos.
Pero los Ludds sabían que no se estaban enfrentando
solamente a codiciosos fabricantes de tejidos sino a la
violencia técnica de la fábrica. Futuro anterior: pen-
saron la modernidad tecnológica por adelantado.
150
Epílogos
151
"¡Marchas y contramarchas! ;Dc Nottingham a
Bulweil, de BulweII a Banford, de Banford a
Mansfield! Y cuando al fin los destacamentos
llegaban a destino, con codo el orgullo, la pom-
pa y la circunstancia propia de una guerra glo-
riosa, lo hacían a tiempo sólo para ser especta-
dores de lo que había sido hecho, para dar fié de
la fuga de los responsables, para recoger frag-
mentos de máquinas cotas y para volver a sus
campamentos ante la mofa hecha por las viejas
y el abucheo de los niños."
153
Mankind). La mayoría eran metodistas. En cuanto
la rebelión se extendió por los cuatro costados de la
región textil cambién se complicó el mosaico de im-
plicados: demócratas seguidores de Tom Paine (lla-
mados "painistas"), religiosos radicales, algunos de
los cuales heredaban el espíritu de las sectas exalta-
das del siglo anterior —UvelUrs, ranters, southscottians,
etc.—, incipientes organizadores de Trade Unions
(entre los ludditas apresados no sólo había tejedores
sino todo tipo de oficios), emigrantes irlandeses
jacobinos. Siempre ocurre: el internacionalismo es
viejo y en épocas antiguas se lo conoció bajo el alias
de espartaquismo.
Todos los días las ciudades dan de baja a miles y
miles de nombres, todos los días se descoyuntan en
la memoria las sílabas de incontables apellidos del
pasado humano. Sus historias son sacrificadas en
oscuros cenotes. Nedd Ludd, Lord Byron, Cart-
wright, Perceval, Mellor, Maitland, Ogden, Hoyle,
ningún nombre debe perderse. El General Maitland
file bien recompensado por sus servicios: se le con-
cedió el título nobiliario de Baronet y fue nombra-
do Gobernador de Malta y después Comandante en
Jefe del Mar Mediterráneo y después Alto Comisio-
nado para las Islas Jónicas. Antes de irse del todo,
aún tuvo tiempo de aplastar una revolución en
Ceíklonia, Perceval, el Primer Ministro, fue asesina-
do por un alienado incluso antes de que colgaran al
último luddita. William Cartwright continuó con
su lucrativa industria y prosperó, y el modelo fabril
hizo metástasis. Uno de sus hijos se suicidó nada
menos que en el medio del Palacio de Cristal duran-
te la Exposición Mundial de productos industriales
de ¡851, pero el tronar de la sala de máquinas en
movimiento amortiguó el ruido del disparo. Cuan-
do algunos años después de los acontecimientos
murió un espía local — u n judas— que se había que-
dado en las inmediaciones, su tumba fue profanada
y e! cuerpo exhumado vendido a estudiantes de me-
dicina. Algunos ludditas fueron vistos veinte años
más tarde cuando se fundaron en Londres las pri-
meras organizaciones de la clase obrera. Otros que
habían sido confinados en tierras taras dejaron algu-
na huella en Australia y la Polinesia. Itinerarios se-
mejantes pueden ser rastreados después de la Co-
muna de Paris y de la Revolución Española. Pero la
mayoría de los pobladores de aquellos cuatro conda-
dos parecen haber hecho un pacto de anonimato, re-
frendación de aquella omertà anterior llamada
"Ned Ludd": en los valles nadie volvió a hablar de
su participación en la rebelión. La lección había sido
dura y la ley de la tecnología lo era más aún. Quizás
de vez en cuando, en alguna taberna, alguna pala-
bra, alguna canción; hilachas que nadie registró.
Fueron un aborto de la historia. Nadie aprecia ese
tipo de despojos.
156
con k audibilidad humana aún está por investigarse:
serk algo así como cuando los dedos de los niños
garabatean raudos graffittis o nerviosos corazones en
vidrios empañados por el propio aliento, Si se pu-
diera traducir ese archivo oral a nuestro lenguaje,
s todas las cosas dichas volverían en un solo
: componiendo k voz de una runa mayor o
1 total de k historia. En ci viento se han
sembrado voces que son conducidas de época en épo-
ca; y cualquier oído puede cosechar lo que en otros
tiempos fue tempestad. El viento es can buen con-
ductor de las memorias porque lo dicho fue tan ne-
cesario como involuntario, o bien porque a veces
nos sentimos más cerca de los muertos que de los
vivos. De tantas cosas dichas, yo no puedo ni quiero
dejar de escuchar lo que Ben, un viejo luddita, les
dijo a unos historiadores locales del Condado de
Derby cincuenta años después de los sucesos: "Me
amarga tanto que los vecinos de hoy en día malin-
terpreten las cosas que hicimos nosotros, los ludditas".
¿Pero cómo podía alguien, entonces, en plena eufo-
ria por el progreso, prestar oídos a las verdades
ludditas? No había, y no hay aún, audición posible
paca las profecías de los derrotados. La queja de Ben
constituyó la última palabra de! movimiento luddita,
a su vez eco apagado del quejido de quienes fijeron
ahorcados en 1813. Y quizás yo haya escrito todo
este largo ensayo con el único fin de escuchar mejor
a Ben. Me aferró y rito de su hilillo de voz como lo
haría cualquier semejante que recorriera este labe-
/ índice)
Prólogo 5
La violencia técnica 17
¡n memoriam 143
Impreso en
A.B.R.N. Produci«ies Gráficas S R L,
Wenceslao Villafañe 468,
Buenos Aires, Argentina,
en diciembre de 1996