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El tema de Las cruces sobre el agua, novela de Joaquín Gallegos Lara, es la

matanza de obreros del 15 de noviembre de 1922, en Guayaquil. Pero sus


cuatro quintas partes están consagradas a retratar la vida de los barrios pobres
de Guayaquil, concretamente de uno de ellos: la Artillería.
Un Narrador omnisciente, ubicuo, indaga las costumbres, dolores y esperanzas
de aquellas gentes. Breves racontos, constantes huidas hacia el pasado de los
protagonistas, muestran, por parte del autor, su claro propósito de adensar la
obra, de volverla un reflejo multidimensional de la realidad. Y la vida en esos
barrios discurre cuotidiana, normal: no es justa, no es buena; mas, a despecho
de esa medianía, resalta en ella una suerte de derecho al estoicismo: cada
quien sobrelleva su existencia como mejor puede. Alfredo Baldeón, hijo de un
panadero, guerrillero, en Esmeraldas, a órdenes de Concha, hijo pródigo que
retorna al hogar paterno antes de emprender nuevas aventuras, encuentra en
su amigo, Alfonso Cortés -joven que abandona sus estudios para dedicarse a
su pasión que es la música-, un camarada fiel y solidario. Pero ellos, como
suele ocurrir en las novelas del realismo social, no son los héroes únicos del
relato. Son más bien dos entre tantos proletarios. Dos líneas referenciales de
una historia gregaria que congrega seres diversos. Entre ellos, se
destaca Malpuntazo, especie de engendro minusválido que llega a violentar a su
hermana.

Los amores, desencantos, bondades, miserias del mundo suburbano,


constituyen la materia prima de estas páginas. Paulatinamente, sin embargo,
se va insinuando en ellas un nuevo nivel: poco a poco, la novela desliza
informaciones de otro tipo: el cacao ha caído, se produce una rebaja de
salarios luego de una súbita devaluación de la moneda.

De pronto, las acciones se aceleran. Proliferan los paros, las huelgas de


protesta. Los pobres se organizan, preparan una gran concentración: es el 15
de noviembre, fecha que se revela, así, como el motivo subyacente, o mejor,
como el nudo demorado de la novela.

La fecha maldita demanda apenas una media cuartilla. Pero, a partir de allí, la
narración da un vuelco: gira hacia atrás, hacia ese inevitable eje narrativo.
Todos los episodios que vendrán luego se referirán a él. De improviso, toda esa
cantidad de historias y remisiones, que parecían como tomadas o
sorprendidas, al azar, por un capricho del Narrador, cobran sentido: ha sido
precisa esa forma asimétrica que tiene Las cruces sobre el agua, para dar cuenta
de la irrupción brutal, absurda, de la muerte en el mismo seno de la vida: la
novela mata, artera, vertiginosamente, a sus personajes, conforme el
batallón Cazadores de Los Ríos, masacra a los guayaquileños.

En el vértigo de historias espeluznantes de las últimas páginas, el tiempo de la


novela ya no es el mismo que el de la realidad que narra: el tiempo “real” se ha
detenido en la hora de la matanza. Las ágiles páginas que vienen luego, ya no
podrán referirse sino a él. Forma y contenido, nudo y vuelco son, en esta
novela, superposiciones de fondo: la de la muerte en la vida.

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