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Introducción

En las siguientes páginas pretendo plantear las condiciones para un acercamiento


a la obra de Vincent Van Gogh, Un par de zapatos, de 1886. Una obra cuya
técnica es óleo sobre lienzo, 37’5 x 45 cm, que reposa en el Museo Nacional Van
Gogh y que ha sido clasificda como perteneciente al estilo neo-impresionista, es
decir, donde lo primordial en la obra es lo que se expresa mediante el color, la
textura y el movimiento. Por tanto, en primera instancia plantearé algunas
cuestiones sobre la obra de arte desde Martin Heidegger y Giles Deluze para
alcanzar el asunto de lo expresado en Un par de zapatos. Posteriormente, a partir
de las cartas que Van Gogh escribió a su hermano Théo, señalaré tres
condiciones de apreciación de la obra, a saber, el color, la expresión y los objetos.
Por último, retomaré los escenarios planteados para construir una reflexión a
propósito de Un par de zapatos.

***

La obra de arte es uno de los posibles mundos en el que acontece la verdad, la


verdad de lo ente, de las cosas con las que nos topamos a diario y que tienen en
cierta medida algo que ver con nosotros, algo que decir de nosotros. La verdad
que acontece en la obra de arte es tratada, desde Martin Heidegger, como
desocultamiento de lo ente. Lo ente está en el ser, lo que se hace evidente en los
juicios que proferimos como la unión de un sujeto y un predicado en la cópula es.
No obstante, estos juicios no capturan al ente como tal, es una predicación de una
pequeña parte de lo ente, que no se somete a nuestras representaciones. El
desocultamiento es según Heidegger un acontecimiento pero, qué quiere decir
acontecimiento. Desde Deleuze “acontecimiento no es lo que sucede (accidente),
está en lo que sucede, el puro expresado que nos hace señas y nos espera”
(Deleuze 109) ¿A quién espera? Al hombre, componente principal del acontecer
en tanto es quien lo puede expresar, dotar de sentido; este hombre se identifica
como actor una vez que quiere el acontecimiento y trata de desprender de él su
eterna verdad, momento en el cual se vuelve contra el acontecer mismo, lo que
quiere decir que lo desea, no lo rehúye, como si fuera una sentencia que lo ahoga
sino que se hace digno de ella para asumirlo desde su esplendor como un
estallido. Este hombre vive, según Deleuze, en un presente que se ubica en un
punto de una línea y se divide en pasado y futuro. Abriéndose al mundo,
efectuando el acontecimiento de una forma superficial ya que él no puede
comprender el todo del gran tema que representa. He aquí el segundo
componente del acontecimiento; tema impersonal, preindividual que no es limitado
por nadie que lo encarna, sino que lo abarca todo, al igual que abarca el tiempo en
un eterno presente. A estos dos factores se debe el cumplimento del
acontecimiento desde la efectuación -que se encarna en un presente-, y la contra-
efectuación -que precede y esconde un misterio que solo el todo puede revelar.

Si volvemos a la esencia del desocultamiento que expone Heidegger, encuentro


diferentes puntos en común, uno de ellos es que cuando se cree capturar por
medio de una representación el ente, este se nos escapa. Para exponer esto
Heidegger utiliza la metáfora, del bosque y el claro, para referirse a lo ente y a la
verdad. Lo ente comprende todo con lo que nos topamos, una multiplicidad de
cosas que se nos escapan, mezclan y confunden, pero justo en el centro del ente
se encuentra el claro, un lugar abierto, que tiene más ser que el ente mismo, que
no lo rige todo sino que lo abarca todo, desde el centro a la periferia. En el claro
ocurre, según este autor, un doble encubrimiento: el de la negación y la
disimulación. Y la verdad acontece, como la lucha entre el claro, que devela en
cierta medida lo ente, y el ente, que una vez en el centro abierto, se vuelve a
refugiar en sí mismo, se vuelve a mezclar con lo otro ente. Cada ente le da
sombra a otro ente con su velo de misterio, por tanto las cosas aparecen la mayor
de la veces como lo que no son. En esto consiste pues la esencia del
desocultamiento, de la verdad.

Al claro le pertenece a su vez, el mundo y la tierra. El mundo es aquel que la obra


de arte abre, en medio de la tierra, en la cual se da un continuo fluir que contiene
a todo lo ente. Aunque tierra y mundo son distintos, es necesaria la coexistencia
de los dos, porque es en el otro, mejor, es gracias al otro que cada uno se
autoafirma. Es inevitable que cuando aparece el mundo aparezca la tierra y
viceversa, en una continua contraposición que no sólo ilumina lo propio sino
también lo otro. Se podría plantear un símil con la finalidad de aclarar lo anterior:
la hierofanía de la que habla Mircea Eliade , es la manifestación de Dios en la
tierra, pero ahí no acaba la cuestión, es a partir de ella, de la hierofanía, que las
cosas adquieren el carácter de sagrado y de profano. Se tiene noticia de lo
segundo en tanto se comprende todo lo que engloba y determina lo sagrado, se
tiene noticia de lo primero en tanto se entiende una realidad distinta a la de Dios y
de todo lo sagrado. Así mismo, sucede con el mundo y la tierra, la obra de arte
que abre el mundo, en el acto de mostrarlo también, ilumina lo distinto a él. Ahora,
el mundo es lo inobjetivo que nos constituye y en cierta medida nos determina a
ser de cierta forma y a tomar ciertas decisiones mientras somos.

De ahí que uno de los modos en los que acontece la verdad es en el ser de la
obra , en palabras del autor “Levantar un mundo y traer aquí la tierra supone la
disputa de ese combate -que es la obra- en el que se lucha para conquistar el
desocultamiento de lo ente en su totalidad” (40), el ser de la obra consiste en
mantener el desocultamiento de lo ente, congela las presencias en un presente,
es más, en un instante, en el que todo parece tener sentido, no porque las
presencias aquieten nuestra inseguridad acomodándose a nuestros deseos y
exigencias, sino porque las cosas aparecen tal cual son, la obra de arte hace
patente la naturaleza de los entes, suspende el fluir de lo ente en el claro,
suspende la lucha entre tierra y mundo, la descubre , la hace evidente.

Lo anterior, es lo que ocurre en la obra, el acontecer de la verdad. Sin embargo, a


la obra de arte también le pertenece el haber sido efectuada por alguien, lo que le
da el carácter de cosa a la obra de arte; de esta forma la obra nos abre un mundo
que es inobjetivo, pero también uno objetivo en su presentarse, en la pintura por
ejemplo, es la tela, los colores y demás. Heidegger cuando hace mención del
carácter material que tiene la obra de arte, hace notar, que de lo que allí se
dispone para crear la obra no es un mero utilizar, las cosas que posibilitan la obra
se funden con ella, son con ella, a partir del carácter de cosa se funda otro distinto.
Por esto la importancia de hablar de lo objetivo de la obra, pues sobre esto se da
la alegoría, es el sustrato sobre el que emerge la verdad. A partir de este punto
podemos empezar a introducir la pintura de las botas de Vincent Van Gogh.
Heidegger dice,
Desde que- la obra de arte- levanta un mundo ésta no permite que
desaparezca el material, sino que por el contrario hace que destaque en lo
abierto del mundo de la obra: la roca se pone a soportar y a reposar y así
es como se torna roca; los metales se ponen a brillar y destellar, los colores
a relucir, el sonido a sonar, la palabra a decir. (33)

Pasamos a considerar, el carácter del ser utensilio de la obra de arte, con la


finalidad de perfilar lo que ocurre en la obra, de la que estamos tratando, de Van
Gogh. Levantar un mundo y traer aquí la tierra son dos rasgos esenciales del ser-
obra de la obra, las botas de van Gogh, son una obra de arte, no por reproducir
unas botas que bien le pueden pertenecer a una campesina o a un citadino (como
lo hace Meyer Schapiro), son una obra de arte porque erigen un mundo de
relaciones, nos traen un mundo que a la vez supone necesariamente, la tierra.
Para comprenderlo mejor, se hace preciso traer a discusión la diferencia que
plantea Heidegger a propósito del utensilio y del ser utensilio de la botas. En la
esencia del utensilio, se encuentra como determinaciones de lo ente tanto la
materia como la forma. La primera como consistencia tangible de la cosa, la
segunda como elemento determinante de la disposición de la materia. Forma y
materia se encuentran en una relación intrínseca que depende desde su inicio del
uso de la cosa en la que se encuentran como constituyentes.

Al hacer una lectura del ser utensilio de las botas nos encontramos con que las
botas sirven para calzar los pies, para protegerlos de lo agreste de la tierra en la
que el hombre habita ¿Cuál es la tierra que el hombre habita? Está pregunta es
determinante a la hora de entender la configuración de la botas, el uso al que
están destinadas. Derrida hace conversar a Heidegger y Meyer Shapiro. El
primero le adjudica las botas a una campesina mientras que el segundo se las
adjudica a un citadino, y no a cualquiera porque incluso llega a decir que las botas
le pertenecen al mismo Van Gogh. No es lo mismo decir que esas botas están
informadas por el pie de una campesina labriega, que se despierta y se las pone
para irse a trabajar diariamente al campo para conseguir el sustento propio o de
su familia. A decir que esas botas son las de un citadino que las utiliza para ir a
trabajar a una fábrica en la ciudad; o a decir que son de un citadino que las utiliza
de vez en cuando para ir a caminar al campo. Y aunque no es lo mismo, las botas
de Vincent Van Gogh no nos dan mayor indicio del lugar en el que están, o de
quienes son sus propietarios, es más Derrida duda de que sean un par, pues le
parece que las botas tienen por finalidad calzar el mismo pie, el izquierdo,
entonces ya no se podría hablar de un propietario sino de varios. Aunque esto se
podría relacionar con una falta en la obra, más bien se puede suponer que orienta
la interpelación que se le ha de hacer a la obra.

Heidegger menciona que una de las interpretaciones erradas que se ha hecho de


las cosas consiste en reducirlas a materia y forma, y las califica de esta manera
porque no permiten descubrir, develar el carácter de ser utensilio del utensilio.
Según este autor “mientras nos limitamos a ver en el cuadro un simple par de
Zapatos vacíos y no utilizados, nunca llegaremos a saber lo que es de verdad el
ser utensilio del utensilio” (18). En este punto adquiere importancia hablar del uso
de las botas, como uno de los elementos que componen el ser utensilio, sin
embargo el quedarse en este punto, en la mera utilidad de los zapatos, tiene como
consecuencia el alejarse de la verdad del utensilio. Como se mencionó
anteriormente los zapatos le pertenecen a alguien, y aunque pareciera caprichoso
ligarlos a alguien es necesario hacerlo porque su sentido dependerá de ello. Y si la
obra no nos dice del lugar del que proceden, lo que sí nos dice, es que son
zapatos de trabajo o de caminatas extenuantes en el campo, pues las botas de
1886 son distintas a los zapatos de 1888 que parecen que estuviesen en un salón,
más propios a una fiesta o a un trabajo de oficina que a otra cosa. Y aunque
comparten cierto desgaste en su abertura, es un desgaste totalmente diferente,
pues el de las botas no sólo se manifiesta en la abertura, sino en toda la bota tanto
en su interior como en su exterior.
Heidegger menciona que la bota le pertenece a una campesina, y le da
pertenencia a las botas porque cree que de esa forma se puede alcanzar el ser
utensilio del utensilio, pues estas tienen sentido en tanto que alguien las ocupa, en
tanto que están siendo utilizadas. Así pues, este autor observa que la abertura de
la bota tiene grabada la fatiga del caminar, la angustia de despertar todos los días
y luchar por sobrevivir. Según Heidegger la campesina se abandona en la botas
para asumir la tarea de todos los días, y a este abandonarse lo llama él la
fiabilidad del utensilio, que junto con el carácter de utilidad nos revela la verdad del
utensilio, el ser del utensilio, su esencia. La fiabilidad consiste pues en saber que
tenemos algo con que enfrentar el camino, el trabajo, la vida. En palabras
textuales “la fiabilidad del utensilio es la única capaz de darle a este mundo
sencillo una sensación de protección y de asegurarle a la tierra la libertad de su
constante afluencia” (19)

En un primer momento, cuando citaba que para Heidegger era necesario ver
siempre los zapatos siendo utilizados, para comprender el ser utensilio, pensaba
que caía en una de las interpretaciones que el mismo denunciaba al detenerse en
hablar de la forma (el pie de la campesina) que iba a ocupar la materia (la bota).
No obstante, comparto al final la necesidad de ver los zapatos con alguien, con
cualquier hombre que tiene que habérselas a diario con el mundo, que tiene que
laborar, en términos de Hanna Arendent para lograr vivir, cubrir sus necesidades
básicas.

***

En Van Gogh persiste un elemento esencial en el momento de comprender la


obra, como se puede apreciar en Un par de zapatos1 de 1886. Los estudios del
color en Van Gogh evidencian condiciones que dan claridad sobre cómo entendió
la obra de arte: “siento que hay cosas en el color que surgen en mí mientras pinto

1
https://www.vangoghgallery.com/es/catalogo/pinturas/378/Un-par-de-zapatos.html
y que no poseía antes, cosas grandes e intensas” (Van Gogh, 79). Esa intensidad
es un rasgo que supera los elementos técnicos de la formación del artista, dando
paso a un escenario de contemplación y dramatización que será distribuidito por
tonalidades. Van Gogh es un artista de colores oscuros que iluminan su mensaje.
Así lo expone en las cartas a Théo, su hermano. “Por lo que se refiere a mi propio
color , no encontrarás en mi obra de aquí tonos plateados, sino más bien tonos
oscuros (por ejemplo, betún y bistre); no dudo que algunos me los criticarán.
Pero ya los verás tú mismo, cómo son, cuando vengas” (118). Van Gogh escribía
que los colores oscuros servían para algo más; no solo daban cuerpo a sombras y
contrastes sino que tienen una personalidad, “hacen claro” algo de la obra: “Un
color oscuro puede parecer o más bien «hacer claro»; esto, en el fondo, es aún
más una cuestión de tono (…) He pensado más de una vez que cuando se habla
del color se quiere decir en realidad el tono” (120). Esta cuestión del color y el tono
fue estudiada con precisión por Van Gogh no solo en el marco de su acercamiento
a las bases de formación artística sino en su mirada sobre la tradición artística y
la producción del arte del que era contemporáneo.

Desde hace ya mucho tiempo, Théo, estoy descontento de que ciertos


pintores nos priven del bistre y del betún, con los cuales se han pintado
tantas cosas magníficas, y que, bien empleados, dan al colorido sabor,
riqueza, generosidad, siendo siempre tan distinguidos. Y que poseen
propiedades que no pueden ser más notables y específicas (121)

Es decir, Van Gogh prestó atención a la manera en la que se hacía arte buscando
la oscuridad, los tonos que llevan cosas grandes e intensas. Su mirada precisa
que la oscuridad es color porque su intensidad remite a otra cosa; expresa algo
distinto. Van Gogh quiere golpear con el color, busca afectar con su obra: “Quiero
hacer dibujos que golpeen a ciertas personas (…) contienen directamente alguna
cosa de mi propio corazón” (73). Este es el problema de expresión que interesa
resaltar en este punto alrededor de Un par de zapatos: no se trata solo de un
asunto de tonos, de pintar la oscuridad, sino que también compele la relación de la
expresión con el dolor y el golpear. Van Gogh no estima que hayan temas en el
arte más dolorosos que otros porque,

Sea en la figura, sea en el paisaje, yo quisiera expresar no algo así como


un sentimentalismo melancólico, sino un profundo dolor. Por encima de
todo, yo quiero llegar a un punto en que se diga de mi obra: este hombre
siente profundamente y este hombre siente delicadamente. (73)

Esto nos lleva a otra condición de la obra de Van Gogh: su relación con los objetos
del arte. Reside allí un acto contemplativo que le entrega modos de expresión al
arte. Para él, “Es una cosa admirable mirar un objeto y encontrarlo bello,
reflexionar sobre él, retenerlo y decir en seguida: me voy a poner a dibujarlo y a
trabajar entonces hasta que esté reproducirlo (67). Este acto contemplativo es
relacionado con su capacidad para encontrar los modos de expresar la oscuridad,
los golpes, el dolor. Ya no se trata de los temas nacionales, del arte como historia
o moral, del arte como medio pedagógico porque hasta los animales más
comunes, vistos con esa mirada firme que contempla el mundo, pueden dar pistas
sobre tonos, colores, y demás: “Por aquí y por allí, algunas vacas flacas de
exquisitos colores, y más a menudo, corderos y cerdos” (105).

Van Gogh no está solo con esta disposición con la que se enfrenta al mundo de
arte, su postura es compartida por quienes él entiendo como interlocutores. Ese
camino hacia los temas “bajos” del arte como modos de expresión – los zapatos
viejos, los aldeanos, las vacas, los cerdos, las patatas, las botellas-, ya lo
encontraba en Millet y en De Groux, de quienes decía:

(..) nos han mostrado con su ejemplo que tenían carácter y que sabían no
preocuparse de reproches como: «-sucio, grosero, lleno de barro, hediondo,
etc...i>.y tan sólo dudar de ellos sería una vergüenza. No, hay que pintar a
los aldeanos como si fuéramos uno de los suyos, sintiendo y pensando
como ellos mismos. Como si no se pudiera ser de otro modo. Yo pienso a
menudo que los aldeanos son un mundo aparte, y en muchos puntos,
mucho mejor que el mundo civilizado (139)
Con esa intensión de golpear se relaciona un carácter firme para llevar lo sucio, lo
que está lleno de barro, al lugar del arte, que sea el arte mismo. El artista tiene
que ser sucio, estar lleno de barro, ser un aldeano, sentir y pensar como él: ser
oscuro. Ese es el lugar de Un par de zapatos, una naturaleza muerta (225) que, a
su vez, es un estudio de color (147) que dice algo más que un tono. Por tanto,
resalto que en Van Gogh la obra se compone por una contundente relación con el
color que está acompañada de una intensión expresiva cuya fuerza, en el caso de
Los zapatos, rebosa de una oscuridad que golpea. Él busca expresar su lugar en
el mundo, su desgarramiento,

¿Qué soy a los ojos de la mayoría de la gente? —una nulidad o un hombre


excéntrico o desagradable— alguien que no tiene un sitio en la sociedad ni
lo tendrá; en fin, poco menos que nada. Bien, supón que eso sea
exactamente así; entonces quiero mostrar por medio de mi obra lo que hay
en el corazón de un excéntrico, de una nulidad (73)

Conclusiones

Es particular, porque aun considerando el carácter de cosa de la obra, encuentro


cierta analogía con el acontecer de la verdad que se expuso en la primera parte,
en donde se dejaba explicito desde Heidegger que lo material de la obra servía
como base para construir un mundo. Y esto mismo entiende Van Gogh en el
estudio que hace del color, a propósito de la oscuridad, la intensidad y tonalidad.
Cabe mencionar que estos colores que él defiende se pueden apreciar desde
distintas tonalidades en Un par de zapatos. Esto con respecto a la materialidad de
la obra.
Bibliografía
Deleuze, Gilles. La lógica del sentido. Chile: Escuela de Filosofía Universidad
ARCIS, s.f.

Derrida, Jacques. La verdad en pintura. Buenos Aires: Paidós , 2005.

Gogh, Vincent Van. Cartas a Théo. Barcelona: Colección Idea Universitaria , 1998.

Heidegger, Martin. Caminos de bosque. Madrid : Alianza Editorial, 2010.

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