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Actividad: Revolución Industrial

Para poder llevar adelante la consigna de la actividad, es imprescindible enmar-


car las imágenes a describir en el contexto de la Revolución Industrial. Para ello
nada mejor que seguir el camino trazado por Eric Hobsbawm en los capítulos 3,
4 y 5 de “Industria e Imperio”.
A partir de allí, para el fin del encuadre, vamos a hablar sobre la Revolución
Industrial, esta revolución que prácticamente divide a la humanidad en un antes
y un después; y que, a partir de la tecnología, lleva a una profunda transforma-
ción de la sociedad, como nunca antes vista en un período tan breve, en su pro-
ductividad, desarrollo y transformación. Pero es tan importante este fenómeno
que su análisis exhaustivo merece una extensión que excede el objetivo de este
trabajo. Sin embargo, por ejemplo, podríamos hablar de su nacimiento hacia me-
diados del Siglo XVIII, de que no es simplemente una aceleración del crecimiento
económico, sino una aceleración del crecimiento determinada y conseguida por
la transformación económica y social (Hobsbawm, 1988a, pág. 34). Podríamos
hablar de su nacimiento en Gran Bretaña. a partir de su privilegiada situación
social, política y económica en aquel momento -luego de la Revolución Agrícola
acaecida allí-, con una red económica mucho más amplia que otros países y que
supo aprovecharla; de cómo se produjo este estallido revolucionario a partir de
la acumulación de material explosivo, que se retroalimenta por medio de la inter-
acción entre las innovaciones tecnológicas y la ambición de obtención de bene-
ficios económicos; del interjuego entre la necesidad de producción de bienes
suntuosos y la demanda por parte de ciudadanos adinerados, como uno de los
motivos que llevaban a presionar para dar solución a una necesidad.
Podríamos decir que lo que beneficiaba a Gran Bretaña sobre otros, era su go-
bierno, dispuesto a subordinar toda la política exterior a sus fines económicos,
un gobierno que ofreció su apoyo sistemático al comerciante y al manufacturero
y determinados incentivos, en absoluto despreciables, para la innovación técnica
y el desarrollo de las industrias de base (Hobsbawm, 1988a, pág. 49); el mismo
gobierno que necesitaba cubrir las proyecciones económicas para satisfacer los
mercados coloniales que poseía haciendo así crecer su comercio con el mundo
subdesarrollado.
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Pero, ¿cuál es el símbolo de la revolución industrial? La fábrica. Esa fue la nueva


forma de producción. A través de ella se pasa de un sistema manual de produc-
ción rural basado en la agricultura a un sistema de producción industrial, se pasa
del campo a la ciudad. El trabajador rural es sustituido por el obrero. Todo esto
enmarcado en un sistema político también revolucionario, donde el noble es rem-
plazado por el burgués y el campesino por el proletario.
En Gran Bretaña, además, estaba instituido el sistema parlamentario y la men-
talidad protestante y liberal, que constituían un caldo de cultivo también para este
fenómeno revolucionario.
La estrella de este movimiento revolucionario, es sin duda, la máquina de vapor,
que -perfeccionada por James Watt- produjo un salto cuantitativo y cualitativo
para la producción industrial y en el transporte impulsando una nueva manera de
movilidad en los barcos, dando origen, también, al ferrocarril.
Ahora, ¿de qué hablamos cuando hablamos de Revolución Industrial? En primer
lugar, hablamos de algodón y su producción fabril a diferencia del antiguo sis-
tema. Pero -también- de masas proletarias, de chimeneas humeantes, de minas
de carbón para alimentarlas. Hablamos de iluminación a gas, lo que permitió, a
partir de 1805, extender las jornadas laborales a horarios nocturnos (Hobsbawm,
1988a, pág. 59). Y, sin duda, hablamos de una división de la población industrial
entre capitalistas y obreros -cuyo capital sólo era su fuerza de trabajo que la
vendían a cambio de un salario que apenas les permitía subsistir y que solía ser
miserable, artesanos convertidos en mano de obra barata con sueldos misera-
bles- mientras los capitalistas acumulaban ganancias y beneficios; por eso, ha-
blamos de explotación y pobreza extrema en manos de una minoría dispuesta a
aplicar, a la obtención de beneficios, toda la insensible lógica del progreso téc-
nico y el mandamiento de "comprar en el mercado más barato y vender en el
más caro"(Hobsbawm, 1988b, pág. 65). El progreso de las máquinas, como se
ve, no fue ni equitativo ni para todos. Hablamos de trabajadores con hambre y
desesperanza. El producto económico de la industrialización no era para el bie-
nestar de los trabajadores sino para retroalimentar el supuesto progreso al ser
acumulado por los capitalistas que suponían reinvertirlo para expandir el mer-
cado y sus beneficios. Hablamos, entonces y en lógica consecuencia, del naci-
miento del comunismo de Marx. Y, a partir del algodón, hablamos de carbón y
en consecuencia de minería. Hablamos de hierro para fabricar las máquinas.
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Hablamos de la máquina de vapor impulsora de la industrialización, del ferrocarril


y del transporte marítimo a vapor, en un circuito que se retroalimenta.
Pero, llegado este punto, debemos preguntarnos si la Revolución Industrial pro-
dujo mejoras en la calidad de vida de la gente, es decir, si la población mejoró
su calidad de vida, su alimento, su vivienda y su vestimenta, a partir del cambio
social que produjo en las condiciones de vida previas. En cuanto a la aristocracia
y pequeña nobleza, no sufrió por las transformaciones ni se vio perjudicada, sino
beneficiada: atravesaron cambios, pero pudieron adaptarse sin problemas; el
ideal de esta sociedad individualista les fue funcional y ya no necesitaban de la
vieja tradición. Sin embargo, para el trabajador hubo cambios sustanciales, al
pasar de la economía doméstica -rural y campesina con períodos sujetos a cam-
bios estacionales- al trabajo industrial -mecanizado, monótono y rutinario, sin
posibilidades de “holgazaneo”, obligados a rendir con una regularidad mecani-
zada (que entraba en conflicto con la tradición)- y pasaron a ser un engranaje de
la maquinaria industrial. Si no aceptaban el nuevo régimen, si quebraban el con-
trato laboral, se los forzaba a hacerlo hasta con amenaza de cárcel mientras que
a los patrones sólo se les imponía sanciones (Hobsbawm, 1988b, pág. 83). El
trabajo era ininterrumpido y la retribución sólo era para subsistir, el tiempo libre
sólo para comer y dormir (y rezar los domingos). En el proceso de la Revolución
Industrial, las ciudades duplicaron su cantidad de habitantes, sin haberse adap-
tado sanitariamente y así, el humo cubría el cielo, la mugre se les impregnaba;
no habían sido adaptados los servicios públicos esenciales (como suministro de
agua, sanitaritos, o limpieza de las calles) lo que dio lugar al desarrollo de epide-
mias de cólera, fiebres tifoideas que diezmaban la población y un desarrollo ex-
ponencial de enfermedades respiratorias e intestinales por la polución ambiental
de agua y aire. En las ciudades, se produjo hacinamiento en las viviendas, con
barriadas obreras saturadas. La ciudad destruyó la sociedad. Se acrecentó enor-
memente la diferencia entre el rico y el pobre. Los patrones tenían menor relación
con los obreros que los antiguos duques con sus campesinos. Así las ciudades
eran un volcán en erupción. El obrero de estos tiempos sufría pobreza y opre-
sión. El pobre se hizo más pobre, pero el rico más rico. Entonces, es evidente
que hubo grandes cambios en la vida de las personas. Para unos como se ha
visto positivos, para otros claramente muy desventajosos.
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Es así que llegamos a esta instancia donde específicamente hablaremos de las


imágenes propuestas.
La primera imagen (Ver Imagen Nº 1 en Anexos,) se trata de la famosa foto de
“Niña en fábrica textil” de Lewis Hine, tomada por este fotógrafo en una hilandería
de Carolina, Estados Unidos, con el fin de sensibilizar a la sociedad sobre la
explotación de los niños en el sistema fabril. En ella se observa a una niña pe-
queña cuidando de una máquina de hilar, que podía producir tanta cantidad de
hilo como cientos de hilanderos un siglo antes. Una de sus obligaciones era vol-
ver a anudar las hilas cuando se rompían accidentalmente. Se utilizaban niñas
pues constituían mano de obra más barata, se le pagaban salarios más bajos.
Pero toda la familia debía trabajar para poder subsistir. Si bien la foto no es es-
pecífica de Inglaterra, explica que este modelo revolucionario fue reproducido
tanto en los países de Europa como en América. Los testimonios acerca del tra-
bajo infantil suelen ser terribles con niños que trabajaban desde el despertar a
las 5.30 de la mañana, hasta pasadas las 10 de la noche, prácticamente sin
descanso más que para comer, ir al colegio y dormir. En la foto se la observa,
cuidando las máquinas, en posición tensa, con una cara que transmite angustia.
Se halla en un estrecho pasillo entre las máquinas para hilar, donde se hacina-
ban los trabajadores. El ambiente es sórdido, transmite encierro, con algodones
y basura en el suelo, desnudando las terribles condiciones laborales que no te-
nían el menor pudor en explotar a los trabajadores ni cuidar de ellos. Su pelo
está mal cortado, sucio, su ropa son harapos, paradójicamente para producir las
mejores telas para vender en los mercados, telas a las que nunca podrá acceder,
con la alienación consecuente como explica Karl Marx en El Fetichismo de la
Mercancía. El valor de la imagen también reside en mostrar la superioridad de
las máquinas sobre el hombre, representado por esta niña, encorsetada, entre
la preponderancia invasora y asfixiante de las máquinas y la fábrica. La foto des-
nuda, claramente, lo expuesto en los párrafos anteriores introductorios. Como
esta foto hay cientos, todas dejando un registro histórico de niños sin alegría ni
niñez alguna en sus rostros.
La segunda imagen (Ver Imagen Nº 2 en Anexos) corresponde a “Coalbrookdale
de noche”, una pintura al óleo del artista inglés de origen francés Philip James
de Loutherbourg (1740-1812). Coalbrookdale, ciudad ubicada en el condado de
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Shropshire, Inglaterra, es considerada una de las cunas de la Revolución Indus-


trial. Si en la primera imagen se pude hablar de lo individual, a través de esta es
posible referirse a lo más global del tema, a la transformación social y urbanística
que produjo esta revolución. El cuadro refleja el contraste entre el ambiente rural
y el ambiente fabril de las ciudades, la transición de época plasmada en colores.
El artista grafica la entrada a la ciudad desde las afueras rurales. En el campo,
todavía, la tracción a sangre, campesinos saliendo de la ciudad luego de trabajar
como obreros en las fábricas, cuyas chimeneas humeantes cubren el cielo, un
cielo rojizo, fabril, chisporroteante sin nada de estrellas ni lo que tenemos signi-
ficado como “cielo nocturno”. Se aprecia que, aún de noche, la actividad conti-
núa. Pude observarse claramente el contraste entre estos dos ámbitos, la tran-
sición revolucionaria de la época en la que vivió y se expresó el artista.

Como reflexión final unificadora me gustaría decir que, si bien se puede hablar
de una gran revolución en cuanto al salto tecnológico y productivo que produjo
grandes avances en esos sentidos, sin embargo, desde el punto de vista huma-
nístico no hubo ninguna revolución: ante la necesidad, el hombre, no dudó en
recurrir a los medios más inhumanos para conseguir sus metas de poder econó-
mico, reproduciendo el mismo sistema de explotación que, como en la construc-
ción de las grandes catedrales de Europa, detrás de su majestuosidad, se es-
conde el sacrificio y explotación de las vidas de miles de trabajadores para tal fin
y que, como actitud humana, nada tiene de magnificente en contraposición a la
obra y el resultado; como en los éxitos militares se esconde el sacrificio de las
vidas de los soldados; como en las pirámides se esconde la explotación esclava
para su construcción. La Revolución Industrial, en su momento, un gran paso
para la humanidad, un muy pequeño avance para el ser humano como tal. No
hubo cambios en ese sentido, en todo caso, sólo la exacerbación de la explota-
ción. En cuanto a los medios para satisfacer la ambición, no hubo la más mínima
revolución. El desafío sigue siendo, me parece, lograr grandes avances huma-
nos, sin descuidar a las personas involucradas para tal fin. El bienestar de unos
pocos a condición del sacrificio y sufrimiento de una gran mayoría no constituye
ninguna revolución. Dicho esto sin desmedro de todo aquello que ha sido des-
cripto como revolución innegable, a nivel “industrial”.
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Contextualizados y profundizando sobre la temática de la Revolución Industrial,


cuanto más se ahonda más es entendible claramente el por qué -como reacción-
del surgimiento del marxismo. La gran pregunta sigue siendo ¿cómo lograr que
el ser humano individual, en su condición de ser sensible y pensante, se logre
colocar a la altura de sus logros como especie cognitivamente evolutiva?
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Anexos
Imagen Nº 1 – Foto de Niña en fábrica textil” de Lewis Hine

Imagen Nº 2 – Pintura al óleo “Coalbrookdale de noche”, de Philip James


de Loutherbourg
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Bibliografía
- Hobsbawm, E. J. (1988a). “El origen de la Revolución Industrial”. En Industria
e Imperio: una historia económica de Gran Bretaña desde 1750 (3ra. ed.). Bar-
celona: Ariel. (pp. 34-54).
- Hobsbawm, E. J. (1988b). “La Revolución Industrial, 1780-1840”. En Industria
e Imperio: una historia económica de Gran Bretaña desde 1750 (3ra. ed.). Bar-
celona: Ariel. (pp. 55-76).
- Hobsbawm, E. J. (1988c). “Los resultados humanos de la Revolución Industrial,
1750-1850”. En Industria e Imperio: una historia económica de Gran Bretaña
desde 1750 (3ra. ed.). Barcelona: Ariel. (pp. 77-93).
-Marx, K (1868) “El carácter fetichista de la mercancía y su secreto”. En “El Ca-
pital”. Rescatado de https://webs.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital1/1.htm.

Otras fuentes:
- “Diferentes dimensiones de la expansión capitalista” - Apunte de clase (2019)

- Academia Play, “La Revolución industrial en 7 minutos”. Rescatado de


https://www.youtube.com/watch?v=ECQUWIGTZm0
- García Martin, P. (2012) “Explotación infantil durante la revolución Industrial en
Inglaterra” rescatado de http://eltrabajonoshacelibres.blogspot.com/2012/09/ex-
plotacion-infantil-durante-la.html

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