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MEDIEVAL
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Edicto de Galerio (Nicomedia, 30 de abril 311)
Entre las restantes disposiciones que hemos tomado mirando siempre por el
bien y el interés del Estado, Nos hemos procurado, con el intento de amoldar
todo a las leyes tradicionales y a las normas de los romanos, que también los
cristianos que habían abandonado la religión de sus padres retornasen a los
buenos propósitos. En efecto, por motivos que desconocemos se habían
apoderado de ellos una contumacia y una insensatez tales, que ya no seguían
las costumbres de los antiguos, costumbres que quizá sus mismos antepasados
habían establecido por vez primera, sino que se dictaban a sí mismos, de
acuerdo únicamente con su libre arbitrio y sus propios deseos, las leyes que
debían observar y se atraían a gentes de todo tipo y de los más diversos
lugares. Tras emanar nosotros la disposición de que volviesen a las creencias
de los antiguos, muchos accedieron por las amenazas, otros muchos por las
torturas. Mas, como muchos han perseverado en su propósito y hemos
constatado que ni prestan a los dioses el culto y la veneración debidos, ni
pueden honrar tampoco al Dios de los cristianos, en virtud de nuestra
benevolísima clemencia y de nuestra habitual costumbre de conceder a todos
el perdón, hemos creído oportuno extenderles también a ellos nuestra muy
manifiesta indulgencia, de modo que puedan nuevamente ser cristianos y
puedan reconstruir sus lugares de culto, con la condición de que no hagan
nada contrario al orden establecido. Mediante otra circular indicaremos a los
gobernadores la conducta a seguir. Así pues, en correspondencia a nuestra
indulgencia, deberán orar a su Dios por nuestra salud, por la del Estado y por
la suya propia, a fin de que el Estado permanezca incólume en todo su
territorio y ellos puedan vivir seguros en sus hogares.
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LACTANCIO, "De mortibus persecutorum" (c.318-321). Recoge M. Artola
"Textos fundamentales para la Historia", Madrid, 1968, p. 21-22.
Y de un modo general se presentó como tal ante todos. Estando sobre todo al
cuidado de la iglesia de Dios al producirse en distintas provincias disensiones
entre sí, él como el común obispo de todos, constituído por Dios, reunió los
concilios de los ministros de Dios. Y no consideró indigno estar presente en
ellos y sentarse en medio de sus reuniones sino que participaba en sus
problemas preocupandose de todo lo que perteneciera a la paz de Dios. Es
más, se sentaba en medio como uno de muchos haciendo apartar a sus
guardias y a su escolta y protegido sólo por el temor de Dios y rodeado por la
benevolencia de sus amigos fieles. Por lo demás estaba sobre todo de acuerdo
con quienes veía que aceptaban las opiniones más justas y a quienes veía
propensos a la paz y concordia indicando claramente que se complacía en
ellos. Pero por el contrario estaba en contra de los obstinados y de los
rebeldes.
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Edicto de Tesalónica, 28 de febrero del 380:
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Para que un pequeño número sea ilustre, el mundo está convulsionado; la
elevación de un solo hombre es la ruina de toda la tierra.
En estos tiempos los pobres son arruinados, las viudas gimen, los huérfanos
son pisoteados; tanto que la mayoría de ellos, nacidos en familias conocidas, y
educados como personas libres, huyen a refugiarse entre los enemigos [los
bárbaros] para no morir bajo los golpes de la persecución pública. Sin duda
buscan entre los bárbaros la humanidad de los romanos, puesto que no
pueden soportar más entre los romanos una inhumanidad propia de bárbaros.
Y aunque sean grandes las diferencias respecto a aquellos entre los cuales se
refugian, sea por la religión, como por la lengua e incluso, si se me permite
decirlo, por el olor fétido que exhalan los cuerpos y los vestidos de los
bárbaros, ellos prefieren, no obstante, sufrir entre aquellos pueblos tales
diferencias de costumbres, que padecer la injusticia desencadenada entre los
romanos. Ellos emigran, pues, de todas partes y se dirigen hacia los godos,
hacia los bagaudas o hacia los otros bárbaros que dominan por doquier, y no
se arrepienten en absoluto de haber emigrado. En efecto, prefieren vivir libres
bajo una apariencia de esclavitud que ser esclavos bajo una apariencia de
libertad Sólo hay un deseo común entre los romanos: no verse nunca obligados
a volver bajo la ley romana: sólo hay una exclamación común a toda la
muchedumbre romana: continuar viviendo con los bárbaros.
De este modo al título de ciudadano romano, otrora tan estimado y adquirido a
tan alto precio, hoy se lo repudia y se huye de él; hoy es mirado no solamente
como vil, sino incluso como abominable.
¿Y qué testimonio puede manifestar más claramente la iniquidad romana, que
el ver a muchísimos ciudadanos honestos y nobles, que habrían debido
encontrar en el derecho de ciudadanía romano el esplendor y la gloria más
altas, reducidos ahora por la crueldad y la injusticia romanas a no querer ser
más romanos? De esto se deriva el hecho de que aún aquellos que no se
refugian entre los bárbaros son obligados a vivir como tales...
Lo que hay de más vergonzoso y penoso es que las cargas generales no son
soportadas por todos; antes bien, las tasas impuestas por los ricos pesan sobre
los pobres diablos: los más débiles llevan las cargas de los más fuertes. La
única razón que impide a los miserables el pagar los impuestos es que la carga
es más pesada que sus fuerzas. Ellos sufren dos cosas diferentes y opuestas:
se les tiene envidia y viven en la indigencia; se les tiene envidia, habida cuenta
de las tasas que se les imponen; viven en la indigencia, habida cuenta de lo
que deben pagar. Considerando lo que pagan creeríamos que se encuentran
en la abundancia; considerando lo que poseen, encontraremos que viven en la
indigencia. ¿Quién podría evaluar semejante injusticia? Ellos pagan como ricos
y experimentan una indigencia propia de mendigos; más aún, a veces, los ricos
inventan impuestos que son pagados por los pobres.
Salviano, De gubernatione
(...) Eligen algunas veces por príncipes algunos de la juventud, ya sea por su
insigne nobleza, o por los grandes servicios y merecimientos de sus padres; y
éstos se juntan con los más robustos, y que por su valor se han hecho conocer
y estimar; y ninguno de ellos se avergüenza de ser camarada de los tales y de
que se los vea entre ellos; antes hay en la compañía sus grados los cuales son
discernidos, por parecer y juicio del que siguen. Los compañeros del príncipe
procuran por todas las vías alcanzar el primer lugar cerca de él; y los príncipes
ponen todo su cuidado en tener muchos y muy valientes compañeros; el andar
siempre rodeados de una cuadrilla de mozos escogidos es su mayor dignidad y
son sus fuerzas; que en la paz les sirve de honra y en la guerra de ayuda y
defensa. Y el aventajarse a los demás en número y valor de los compañeros,
no solamente les da nombre y gloria con su gente, sino también con las
ciudades comarcanas; porque éstas procuran su amistad con embajadas, y los
hombres con dones; y muchas veces basta la fama para acabar las guerras,
sin que sea necesario llegar a ellas. De manera que el príncipe pelea por la
victoria y los compañeros por el príncipe. Cuando su ciudad está largo tiempo
en paz y ociosidad, muchos de los mancebos nobles de ella se van a otras
naciones donde saben que hay guerra, porque esta gente aborrece el reposo, y
en las ocasiones de mayor peligro se hacen más facilmente hombres
esclarecidos. Y los príncipes no pueden sustentar aquél acompañamiento
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grande que traen sino con la fuerza y con la guerra: porque de la liberalidad de
su príncipe sacan ellos, el uno un buen caballo, y el otro una framea victoriosa
y teñida en la sangre enemiga. Y la comida y banquetes grandes, aunque mal
ordenados, que les hacen cada día, les sirven para sueldo. Y esta liberalidad
no tienen de qué hacerla sino con guerra y robos. Es fuerza ser enemigo de
los enemigos del padre o pariente, y amigo de sus amigos.
SAN AGUSTIN, "De civitate Dei", Libri XXII, p. 14-15., París, 1613.
Van a buscar sin duda entre los Bárbaros la humanidad de los Romanos
porque no pueden soportar más entre romanos una inhumanidad propia de
Bárbaros. Son diferentes de los pueblos en los que se refugian. No tienen ni
sus costumbres, ni su lengua ni, si se me permite decirlo, el fétido olor de los
cuerpos y vestiduras bárbaros. Prefieren sin embargo plegarse a esta
diversidad de costumbres antes que sufrir injusticia y crueldades entre los
romanos. Emigran, pues hacia los Godos o hacia los Bagaudas, o hacia los
otros Bárbaros, que dominan por todas partes, y nunca se arrepienten de este
exilio. Porque prefieren vivir libres bajo apariencia de esclavitud, mejor que ser
esclavos bajo una aspecto de libertad. Sólo hay un deseo común entre los
romanos: no verse nunca obligados a volver bajo la ley romana; sólo hay una
exclamación común a toda la muchedumbre romana: continuar viviendo con los
bárbaros.
Ataulfo era un gran hombre, por su valor, poder e inteligencia. Su deseo más
ardiente, decía a sus familiares y próximos, había sido borrar el nombre de
Roma, hacer de todo el territorio romano un imperio godo, de la Romania una
Gothia, convertirse en César Augusto. Pero, como sabía por experiencia, los
godos no obedecían leyes, como consecuencia de su barbarie sin freno; y no
se podía prescindir de las leyes, sin las cuales un Estado no puede existir. Así,
al menos, había escogido hacerse famoso restaurando en su integridad y
extendiendo el nombre romano gracias a la fuerza gótica, pasar a los ojos de la
posteridad como restaurador de Roma, ya que no había podido destruirla. Por
eso se abstenía de la guerra y aspiraba a la paz.
OROSIO, "Historiae", VII, 43, 5-7, p. 458. Recoge Migne, "Patrología Latina",
col. 1171.
Pero también benefició a otras ciudades. Tanto agradó a los pueblos vecinos,
que se ofrecieron a pactar con él en la esperanza de tenerlo por rey. También
llegaban hasta él comerciantes desde diversas provincias, pues había tanto
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orden que, si alguno quería enviar a su dominio oro y plata, podía considerarse
tan seguro como si estuviera dentro de los muros de la ciudad. Y así fue en
toda Italia, que no dotó de puertas a ciudad alguna, ni las cerró donde las había
(...)
Es necesario reconocer que gobernó a sus súbditos con todas las virtudes de
un gran emperador. Mantuvo la justicia y estableció buenas leyes. Defendió su
país de la invasión de sus vecinos y dió a todos prueba de una prudencia y de
un valor extraordinarios. No cometió ninguna injusticia contra sus súbditos, ni
permitió que se cometieran, salvo que permitió que los godos se repartieran las
tierras que, en tiempos, Odoacro había distribuido entre los suyos.
En fin, aunque Teodorico no tuvo más que el título de rey, no dejó de alcanzar
la gloria de los más ilustres emperadores que hayan jamás ocupado el trono de
los Césares. Fue igualmente querido por godos e italianos, lo cual no sucede
habitualmente entre los hombres, que no estan acostumbrados a aprobar en el
gobierno del Estado aquello que no esté de acuerdo con sus intereses, y que
condenan todo lo que les es contrario. Después de haber gobernado durante
treinta y siete años y de haberse presentado como temible para sus enemigos,
murió de esta manera (...).
“Hay, en verdad, augustísimo emperador, dos poderes por los cuales este
mundo es particularmente gobernando: AUCTORITAS SACRATA PONTIFICUM
ET REGALIS POTESTAS. De ellos, el poder sacerdotal es tanto más
importante puesto que tiene que dar cuenta de los mismos reyes de los
hombres ante el tribunal divino. Pues has de saber, clementísimo hijo, aunque
tengas el primer lugar en dignidad sobre la raza humana, sin embargo tienes
que someterte fielmente a los que tienen a su cargo las cosas divinas, y buscar
en ellas los medios de tu salvación”
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Fideles visigodos:
Que los fieles de los reyes no sean defraudados por los sucesores en el trono
en el derecho de las cosas recibidas en "stipendium" del servicio que prestan.
Con igual providencia se da nuestra sentencia para los fieles de los reyes que,
si alguno sobreviviere al príncipe en las cosas justamente recibidas o
adquiridas de la largueza del príncipe no deba haber perjuicio, pues si
caprichosa o injustamente se perturba la merced de los fieles, nadie se decidirá
a prestar pronto y fiel obsequio en tanto todo quede en lo incierto y se tema la
causa de la discriminación en el futuro. Al contrario, la piedad del príncipe debe
proteger su salud y bienes, pues por el ejemplo se incitará a los demás a la fe,
cuando no se defraude a los fieles de la merced.
Y a ti, también, nuestro rey actual y a los futuros reyes en los tiempos
venideros, os pedimos con la humildad debida que, mostrándoos moderados y
pacíficos para con vuestros súbditos, rijáis los pueblos que os han sido
confiados por Dios, con justicia y piedad, y correspondáis debidamente a Cristo
bienhechor que os eligió, reinando con humildad de corazón y con afición a las
buenas obras.
IV Concilio de Toledo
Que nadie entre nosotros arrebate indebidamente el trono. Que nadie excite las
discordias civiles entre los ciudadanos. Que nadie prepare la muerte de los
reyes, sino que muerto pacíficamente el rey, la nobleza de todo el pueblo, en
unión de los obispos, designarán de común acuerdo al sucesor en el trono, y
no se origine alguna división de la patria y del pueblo a causa de la violencia y
de la ambición.
IV Concilio de Toledo
Cuando los reyes son buenos, ello se debe al favor de Dios; pero cuando son
malos, al crimen del pueblo. Como atestigua Job, la vida de los dirigentes
responde a los merecimientos de la plebe: "El hizo que reinase un hipócrita a
causa de los pecados del pueblo". Porque, al enojarse Dios, los pueblos
reciben el rector que merecen sus pecados. A veces hasta los reyes mudan de
conducta a causa de las maldades del pueblo, y los que antes parecían ser
buenos, al subir al trono, se hacen inicuos.
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SAN ISIDORO, "Sentencias", 1.3, c.48-49. Ed. y trad. J. Campos e I. Roca,
"San Leandro, San Fructuoso, San Isidoro", B.A.C., 321, Madrid, 1971, pp.
495-497.
(3) La principal división en el derecho de las personas es ésta: que todos los
hombres sean libres o esclavos.
2.- El fín del emperador es conservar y salvaguardar por su virtud los bienes
presentes. Recobrar los bienes perdidos por medio de una atención vigilante.
Adquirir los bienes que faltan con su celo y justas victorias.
3.- El fín del emperador es hacer el bien. Por eso se le denomina "evergeta".
Cuando se aparta de la beneficencia, el carácter imperial se altera, según los
antiguos.
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6.- El emperador ha de interprtar las leyes heredadas de los antiguos y, según
ellas, decidir cuando no hay ley.
10.- En las cuestiones en las que no hay ley escrita, es menester conservar
uso y costumbre. Y, si no hay, decidir por analogía.
11.- De la misma manera que una ley puede estar escrita o no, puede
abrogarse ya por ley escrita ya por caducidad.
Y este rey entre otras cosas buenas que proporcionaba a su gente con su
buen gobierno, promulgó con el consejo de los sabios, una legislación judicial,
basada en el Derecho Romano. Estas leyes se conservan todavía en la lengua
de los anglos y son observadas por ellos: en las mismas dispuso, en primer
término, de qué modo debía enmendar (el daño causado) quien se apoderase
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mediante robo de algún bien de la Iglesia o del obispo o de los restantes
órdenes eclesiásticos, estableciendo su salvaguarda sobre aquellos de quienes
había recibido la fe.
Era, dicho Etelberto hijo de Irminric, cuyo padre fue Octa, cuyo padre fue Erico,
conocido por Oisco, de quien los reyes de Kent suelen ser llamados Oiscingas.
Cuyo padre fue Hengist, quien junto con su hijo Oisco, invitado por Vurtigerno,
fue el primero que llegó a Gran Bretaña, según ya hemos referido
anteriormente.
BEDA, "Historia ecclesiastica gentis Anglorum", Ed. J.E. King, Londres, 1962,
lib. II, cap. V, pp. 224-226.
El rey Pipino celebró asamblea en Compiègne con los Francos. Y hasta allí se
llegó Tasilón, duque de Baviera, quien se encomendó en vasallaje mediante las
manos. Prestó múltiples e innumerables juramentos, colocando sus manos
sobre las reliquias de los santos. Y prometió fidelidad al rey Pipino y a sus hijos,
los señores Carlos y Carlomán, tal como debe hacerlo un vasallo, con espíritu
leal y devoción firme, como debe ser un vasallo para con sus señores.
...Junto con todos los magistrados, con el senado y los magnates y todo el
pueblo sujeto a la gloria del Imperio de Roma, Nos hemos juzgado útil que,
como san Pedro ha sido elegido vicario del Hijo de Dios en la tierra, así
también los pontífices, que hacen las veces del mismo príncipe de los
Apóstoles, reciban de parte nuestra y de nuestro Imperio un poder de gobierno
mayor que el que posee la terrena clemencia de nuestra serenidad imperial,
porque Nos deseamos que el mismo príncipe de los Apóstoles y sus vicarios
nos sean seguros intercesores junto a Dios. Deseamos que la Santa Iglesia
Romana sea honrada con veneración, como nuestra terrena potencia imperial,
y que la sede santísima de san Pedro sea exaltada gloriosamente aún más que
nuestro trono terreno, ya que Nos le damos poder, gloriosa majestad, autoridad
y honor imperial. Y mandamos y decretamos que tenga la supremacía sobre las
cuatro sedes eminentes de Alejandría, Antioquía, Jerusalén y Constantinopla y
sobre todas las otras iglesias de Dios en toda la tierra, y que el Pontífice
reinante sobre la misma y santísima Iglesia de Roma sea el más elevado en
grado y primero de todos los sacerdotes de todo el mundo y decida todo lo que
sea necesario al culto de Dios y a la firmeza de la fe cristiana...
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...Hemos acordado a las iglesias de los santos Apóstoles Pedro y Pablo rentas
de posesiones, para que siempre estén encendidas las luces y estén
enriquecidas de formas varias; aparte, por nuestra benevolencia, con decreto
de nuestra sagrada voluntad imperial hemos concedido tierras en Occidente y
en Oriente, hacia el norte y hacia el sur, a saber en Judea, en Tracia, en
Grecia, en Asia, en Africa y en Italia y en varias islas, con la condición de que
sean gobernadas por nuestro santísimo padre el sumo pontífice Silvestre y de
sus sucesores...
Hemos puesto éste, nuestro decreto, con nuestra firma, sobre el venerable
cuerpo de san Pedro, príncipe de los Apóstoles.
"Historia de la vida privada", tomo I, Del Imperio romano al año 1000, dirigida
por Ph. ARIES y G. DUBY, Madrid, 1988, pp. 451-452.
El cesaropapismo carolingio:
Lo nuestro es: según el auxilio de la divina piedad, defender por fuerza con las
armas y en todas partes la Santa Iglesia de Cristo de los ataques de los
paganos y de la devastación de los infieles, y fortificarla dentro con el
conocimiento de la fe católica. Lo vuestro es, santísimo padre: elevados los
brazos a Dios como Moisés, ayudar a nuestro ejército, hasta que gracias a
vuestra intercesión el pueblo cristiano alcance la victoria sobre los enemigos
del santo nombre de Dios, y el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea
glorificado en todo el mundo.
Las iglesias que se nos han confiado por Dios no son, como los beneficios y
como la propiedad del rey, de una naturaleza tal que éste puede darlas o
quitarlas de acuerdo a su voluntad inconsulta, puesto que todo lo que se
vincula a la Iglesia está consagrado a Dios. De esto se desprende que aquél
que frustra o usurpa algo de la Iglesia debe saber que, según la Santa
Escritura, comete un sacrilegio.
En efecto, es abominable que la mano ungida del santo crisma que, por la
plegaria y el signo de la cruz hace, por sacramento, del pan y del vino
mezclado con agua, el cuerpo y la sangre de Cristo, que esa mano, hiciera lo
que hiciese antes de la ordenación, proceda luego de la ordenación episcopal,
a establecer un juramento secular. Y es nefasto que la voz del obispo,
convertida en la llave del cielo por la gracia de Dios, jure, como cualquier
seglar, sobre los objetos sagrados en el nombre de Dios e invocando los
santos, salvo cuando por ventura, lo que a Dios no place, estalla un escándalo
contra él a propósito de su iglesia. Que actúe entonces prudentemente, tal
como decidieron, gracias a la enseñanza de Cristo, los poderes de la iglesia
por resolución sinodal. Y si ocurriera que se forzara a obispos y sacerdotes a
jurar contra Dios y las reglas eclesiásticas, que tales juramentos sean
declarados nulos en virtud de los textos de la Santa Escritura.
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El orden eclesiástico no compone sino un sólo cuerpo. En cambio la sociedad
está dividida en tres ordenes. Aparte del ya citado, la ley reconoce otras dos
condiciones: el noble y el siervo que no se rigen por la misma ley. Los nobles
son los guerreros, los protectores de las iglesias. Defienden a todo el pueblo, a
los grandes lo mismo que a los pequeños y al mismo tiempo se protegen a
ellos mismos. La otra clase es la de los siervos. Esta raza de desgraciados no
posee nada sin sufrimiento. Provisiones y vestidos son suministradas a todos
por ellos, pues los hombres libres no pueden valerse sin ellos. Así pues la
ciudad de Dios que es tenida como una, en realidad es triple. Unos rezan, otros
lucha y otros trabajan. Los tres órdenes viven juntos y no sufrirían una
separación. Los servicios de cada uno de éstos órdenes permite los trabajos de
los otros dos. Y cada uno a su vez presta apoyo a los demás. Mientras esta ley
ha estado en vigor el mundo ha estado en paz. Pero, ahora, las leyes se
debilitan y toda paz desaparece. Cambian las costumbres de los hombres y
cambia también la división de la sociedad.
Qué cosa es feudo, et onde tomó este nombre. Et quántas maneras son de él.
Ed. MIGNE, "Patrologia Latina", vol. 136, cols. 898- 899. Recoge M. Riu y
otros, "Textos comentados de época medieval (siglos v al XII)", Barcelona,
1975, pp. 332-335.
Una vez fallecido Otón II, su hijo Otón, tercero de este nombre, ocupó el
Imperio. Amaba la filosofía y se preocupaba de los intereses de Cristo para
poder devolver duplicado el talento cuando se presentara ante el tribunal del
Juez supremo. Con la voluntad de Dios, consiguió convertir a la fe de Cristo a
las poblaciones de Hungría, así como a su rey (...)
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venerable Papa, decidiendo por su autoridad apostólica, dijo, respecto de la
elección apostólica:
[5] Deben hacer su elección de entre los miembros de esta Iglesia si hay en ella
un candidato digno; en caso contrario, elegirán uno de otra iglesia.
[6] Salvo el honor y reverencia debidos a nuestro amado hijo Enrique, que es
ahora rey y que, es de esperar, será, en el futuro, emperador con la gracia de
Dios, según ya hemos concedido a él y sus sucesores, los cuales pedirán
personalmente este derecho a la sede apostólica.
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aunque fueran pocos, tendrán el derecho y la autoridad de elegir un pontífice
para la sede apostólica en el lugar que juzguen conveniente.
[9] Y aquel que, contrariamente a este decreto sinodial, sea elegido y ordenado
y entronizado gracias a un motín, o por un golpe de audacia con no importa
qué otro medio, debe ser considerado y tenido por todos no como Papa sino
como secuaz se Satán, no como apóstol, sino como apóstata, y en virtud de la
autoridad de Dios y de los santos apóstoles Pedro y Pablo debe ser objeto de
anatema eterno, él, sus partidarios y defensores y excluido de la Santa Iglesia
de Dios como Anticristo, usurpador y destructor de toda la cristiandad...
Yo, Nicolás, obispo de la Santa Iglesia Católica Romana, suscribo este decreto
promulgado por nosotros como se ha leído más arriba. Bonifacio, por la gracia
de Dios obispo de Albano, lo suscribo. Humberto, obispo de la Santa Iglesia de
Silva Cándida, lo suscribo. Pedro, de la Iglesia de Ostia, lo suscribo. Y los otros
obispos, en número de 76 lo han suscrito con los sacerdotes y diáconos.
2.- Que por tanto, sólo el pontífice romano tiene derecho a llamarse universal.
4.- Que un enviado suyo, aunque sea inferior en grado, tiene preeminencia
sobre todos los obispos en un concilio, y puede pronunciar sentencia de
deposición contra ellos.
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5.- Que el Papa puede deponer a los ausentes.
7.- Que sólo a él es lícito promulgar nuevas leyes de acuerdo con las
necesidades del tiempo, reunir nuevas congregaciones, convertir en abadía
una canongía y viceversa, dividir un episcopado rico y unir varios pobres.
9.- Que todos los príncipes deben besar los pies sólo al papa.
14.- Que tiene poder de ordenar a un clérigo de cualquier iglesia para el lugar
que quiera.
15.- Que aquél que haya sido ordenado por él puede ser jefe de otra iglesia,
pero no subordinado, y que de ningún obispo puede obtener grado superior.
16.- Que ningún sínodo puede ser llamado general sino está convocado por
él.
18.- Que nadie puede revocar su palabra y que sólo él puede hacerlo.
21.- Que las causas de mayor importancia de cualquier iglesia, deben remitirse
para que él las juzgue.
26.- Que no debe considerarse católico quien no está de acuerdo con la Iglesia
romana.
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Enrique, no por usurpación, sino por ordenación de Dios rey, a
Hildebrando, que ya no es Papa, sino falso monje.
Privilegium pontificis.
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Yo, Calixto obispo, siervo de los siervos de Dios, te concedo a tí, querido hijo
Enrique, por la gracia de Dios augusto emperador de los romanos, que tengan
lugar en tu presencia, sin simonía y sin ninguna violencia, las elecciones de los
obipos y abades de Germania que incumben al reino; y que si surge cualquier
causa de discordia entre las partes, según el consejo y el parecer del
metropolitano y de los sufragáneos, des tu consejo y ayuda a la parte más
justa. El elegido reciba de tí la regalía en el espacio de seis meses, por medio
del cetro, y por él cumpla según justicia sus deberes hacia tí, guardando todas
las prerrogativas reconocidas a la Iglesia Romana. Según el deber de mi oficio,
te ayudaré en lo de mí dependa y en las cosas en que me reclames ayuda. Te
aseguro una paz sincera a tí y a todos los que son o han sido de tu partido
durante esta discordia.
Por otro lado, con sus mercancías vayan y vengan libremente por todo el
ducado de Sajonia sin pagar impuestos, ni teloneo, salvo en Artlenburg. Y
cualquiera que de entre ellos, fuera quien fuera, tenga que ver con la justicia
por la causa que sea, por todo el territorio de nuestro imperio y ducado, se
justificará por juramento delante del juez del lugar, sin ser hecho prisionero,
siguiendo el derecho de la dicha ciudad. Todas las ordenanzas concernientes a
la ciudad serán de competencia de los cónsules; y de todo lo que ellos
recibirán, dos partes irán a la ciudad y la tercera al juez. Y que los cónsules
tengan, de nuestra voluntad, la prerrogativa de verificar la moneda tantas veces
al año como ellos quieran; si el monetario ha cometido una falta, que pague la
compensación, y que la mitad vaya a los ciudadanos y el resto a la potestad
real. Que nadie de rango elevado o humilde pueda molestar dicha ciudad, ni en
el interior, ni al exterior de sus muros, por edificios o fortificaciones en su
territorio. Los ciudadanos de dicha ciudad no irán a ninguna campaña militar,
pero defenderán su ciudad (...)
El clero (...) y los grandes, despojados del derecho a exigir del pueblo
contribuciones (...) dan por medio de embajadores (...) la facultad, mediante un
justo precio, de hacer un municipio. Municipio, nombre nuevo, nombre
detestable, donde los haya: todos los sometidos al censo por cabeza pagan,
una vez al año, la deuda de servidumbre que deben habitualmente a sus
señores; si pecan contra el derecho, son absueltos por una imposición legal;
quedan dispensados de las otras exacciones que se suelen infligir a los
siervos.
GUIBERT DE NOGENT, "De vita sua" (1053-1124), París, 1907, pp. 156-157.
Recoge, R. Boutrouche, "Señorío y feudalismo. 2. El apogeo (siglos XI al XIII)",
Madrid, 1979, pp. 313.
Los senadores presentes juraron y los futuros senadores juran, y con ellos
todo el pueblo romano, fidelidad al emperador Federico y ayudarle a mantener
la corona de Imperio romano, y a defenderla contra todos, y ayudarle a
conservar sus justos derechos, tanto en la ciudad como fuera de ella, y no
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participar nunca con su consejo y actos en una empresa en la que el señor
emperador pudiese ser víctima de vergonzosa cautividad o perder un miembro
o sufrir algún daño en su persona, y a no recibir investidura del Senado más
que de él o de su representante, y observar todo esto sin fraude ni mala
disposición.
"Layettes du Trésor des Chartes", ed. Teulet, París, 1863, vol. I, nº 647. Recoge
R. Boutrouche, "Señorío y feudalismo. 2. El apogeo (siglos XI al XII)", Madrid,
1979, p. 319.
2.- Si uno de nuestros condes o barones u otros tenentes militares, muere por
servicio de caballero y sí, a su muerte su heredero tiene la mayoría de edad, y
debe el relief, que entre en posesión de su herencia una vez pagado el
acostumbrado relief. (...)
13.- La ciudad de Londres gozará de todas sus antiguas libertades, tanto por
tierra como por agua. Además, queremos y concedemos que todas las otras
ciudades, boroughs, villas y puertos tengan todas las libertades y libres
costumbres. (...)
16.- Nadie será obligado a cumplir otros servicios más que los que deba por su
feudo de caballero o de otra tenencia libre. (...)
21.- Que los condes y los barones no sean sometidos a multa sino por sus
pares y no según la naturaleza de delito.
47.- Que todos los bosques que hayan sido, en nuestro tiempo, sometidos a la
ley del bosque sean de inmediato liberados; y que suceda lo mismo con los ríos
que, por nosotros y en nuestro tiempo, hayan sido acotados.(...)
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BEMONT, "Chartes des libertés anglaises (11OO-1305)", París, 1892, pp. 26-
39.
Ocurridos estos sucesos, en la era de 1173 señaló el rey el día cuarto de las
nonas de junio, festividad del Espíritu Santo, y la ciudad regia de León, para
celebrar un concilio o asamblea plena de su curia con los arzobispos, obispos,
abades, condes, príncipes y jefes de su reino. El día establecido llegaron a
León el rey, su mujer la reina doña Berenguela, su hermana la infanta doña
Sancha, García, soberano de los pamploneses, todos cuantos el monarca
leonés había convocado, una gran turba de monjes y de clérigos, y una
muchedumbre innumerable de gentes de la plebe que habían acudido a León
para ver, oir y hablar la palabra divina.
El primer día del concilio se reunieron con el rey en la iglesia de Santa María
todos los grandes y quienes no lo eran, para tratar de las cosas que les
sugiriese la clemencia de Nuestro Señor Jesucristo y fueran convenientes a la
salvación de las almas de todos los fieles. El segundo día en que se celebraba
la venida del Espíritu Santo a los apóstoles, los arzobispos, obispos, abades,
nobles, y no nobles y toda la plebe, se juntaron de nuevo en la iglesia de Santa
María, y estando con ellos el rey García de Navarra y la hermana del soberano
de León, siguiendo el consejo divino, decidieron llamar emperador al rey
Alfonso, porque le obedecían en todo el rey García, Zafadola rey de los
sarracenos, Ramón conde de Barcelona, Alfonso conde de Tolosa, y muchos
condes y jefes de Gascuña y de Francia. Cubrieron al rey con una capa óptima
tejida de modo admirable, le pusieron sobre la cabeza una corona de oro puro
y piedras preciosas, le entregaron el cetro, y teniéndole del brazo derecho el
rey García y del izquierdo el obispo Arriano de León, le llevaron ante el altar de
Santa María con los obispos y abades que cantaban el "Te Deum laudamus".
Se gritó viva al emperador, le dieron la bendición, celebraron después misa
37
solemne y cada uno regresó a sus tiendas. Para solemnizar la ceremonia, dió
el emperador en los palacios reales un gran convite, que sirvieron condes,
príncipes y jefes, y mandó repartir grandes sumas a los obispos, a los abades y
a todos, y hacer grandes limosnas de vestidos y alimentos a los pobres.
El tercer día se juntaron el emperador y todos los otros en los palacios reales
como solían hacerlo, y trataron de los asuntos relativos al bien del Reino y de
toda España. Dió el emperador a todos sus súbditos leyes y costumbres como
las de su abuelo el rey Alfonso; mandó devolver a todas las iglesias las
heredades y colonos que habían perdido injustamente y sin resolución judicial,
y ordenó que se repoblasen las ciudades y villas destruidas durante las
pasadas discordias y que se plantasen viñas y todo género de árboles. Decretó
también que todos los jueces desarraigasen los vicios de aquellos hombres que
los tuviesen contra la justicia y los decretos de los reyes, príncipes, potestades
y jueces (...) Mandó, asimismo, a los alcaides de Toledo y a todos los
habitantes de Extremadura, que organizaran sus huestes asiduamente, que
hicieran guerra a los infieles sarracenos todos los años y que no perdonasen
las ciudades y castillos, sino que los tomasen todos para Dios y la ley cristiana.
Terminadas estas cosas y disuelto el concilio, marchó cada uno a su casa lleno
de gozo, cantando y bendiciendo al emperador y diciendo : "Bendito seas tú y
bendito sea el reino de tus padres y bendito sea el Dios excelso que hizo el
cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en ellos, el Dios que nos visitó y tuvo con
nosotros la misericordia prometida a los que esperan en él".
(fragmentos)
1[1] The Ordo of 1250 en Ordines Coronationis Franciae. Texts and Ordines for the coronation of
Frankish and French Kings and Queens in the Middle Ages, II, Ed. Richard A. JACKSON, Filadelfia:
University of Pennsylvania Press, 2000, 341366.
Traducción, introducción y notas de Fr. Ricardo W. Corleto OAR.
38
Omnipotente sempiterno Dios, que te has dignado elevar a tu siervo N.
al vértice del Reino, concédele, te pedimos, que durante el decurso de este
mundo, de tal manera disponga lo común para el provecho de todos, que no
se aparte del camino de tu verdad. Por [Cristo...].
4. Vers[ículo]
Oremos
Dios, que sabes que el género humano no puede subsistir por sus
propias fuerzas, concede propicio, que este siervo tuyo N. al que quisiste poner
al frente de tu pueblo, de tal modo sea sostenido por [tu] ayuda, que en la
medida que los pudo presidir, también pueda serles de provecho. Por [Cristo...]
2[2] Cf. Ex. 23, 20 ss.
3[3] La “Sagrada Ampolla”jugaba un papel fundamental en la consagración y coronación de los reyes de
Francia. Según una leyenda medieval, esta ampolla, cuyo contenido era mezclado con el Crisma que
había de usarse en la unción real, había sido traída del Cielo por una paloma conteniendo el óleo
consagrado que, mezclado con el agua, había servido para el bautismo de Clodoveo, primer rey franco
convertido al Catolicismo. El uso de esta ampolla está atestiguado desde el siglo IX y sabemos que fue
destruida en 1793 por un enviado de la Convención constituyente posrevolucionaria. Alain BOUREAU,
39
seda con cuatro varas, sostenido por cuatro monjes revestidos con albas.
Cuando el arzobispo llega al altar, él mismo o bien alguno de los obispos, en
nombre de todos y de todas las iglesias que le están sujetas, debe solicitar al
Rey que prometa y afirme bajo juramento que observará no sólo los derechos
de los obispos, sino también el de las iglesias hablando de este modo:
11. Después de esto dos obispos pidan en alta voz el asentimiento del Pueblo,
obtenido el cual, canten el “Te Deum”. Y [el Rey] póstrese hasta el fin del “Te
Deum”. Una vez cantado el “Te Deum laudamus”, el Rey sea levantado del
suelo por los obispos y bajo promesa diga lo siguiente:
13. Luego, el Rey se postra humildemente por completo en forma de cruz con
los obispos y presbíteros postrados aquí y allí. Mientras los demás brevemente
cantan en el coro la letanía que sigue:
voz Sainte Ampoule en Dictionnaire Encyclopédique du Moyen Âge, II, París 1997, 13771378. La
custodia de la Sagrada Ampolla era un privilegio especial del Abad del monasterio de San Remigio de
Reims.
40
Nuevamente [pregunta] el metropolitano: ¿Quieres ser el protector y
defensor de las santas iglesias y de sus ministros? Respuesta del Rey:
Quiero.
24. Después, puestos sobre el altar la corona real, la espada en la vaina, las
espuelas de oro, el cetro dorado y una vara de cuarenta y cinco centímetros o
más, la cual tendrá encima una mano de marfil. Del mismo modo, sandalias de
seda tejidas bordadas por completo con jacintos y lirios de oro, y una túnica del
mismo color obra, con la forma de la túnica que viste el subdiácono en la misa.
También un manto enteramente hecho con el mismo color y obra, el cual debe
hacerse casi a modo de una capa de seda sin capucha. Todo lo cual debe
traer de su monasterio a Reims el abad de san Dionisio de París 4[4], y debe
custodiarlas estando de pie junto al altar.
25. El Rey, de pie ante el altar, deja sus vestiduras, salvo la túnica de seda
bien abierta por delante en el pecho y detrás en la espalda. Esto es, con las
aberturas de la túnica entre los hombros unidas entre sí con pasadores de
plata. Entonces, en primer lugar allí sea calzado el Rey con dichas sandalias
por el gran Camarero de Francia. Y luego se le ciñan en los pies, y se le
sujeten al punto las espuelas por el duque de Borgoña. Luego, el rey sea
ceñido solo por el arzobispo con la espada con su vaina. Ceñida la cual,
inmediatamente el arzobispo extrae la espada de la vaina, y puesta la vaina
sobre el altar, le es dada [la espada] en sus manos por el arzobispo, la cual el
Rey debe llevar humildemente al altar. Y a continuación retomarla de manos del
obispo. Y darla seguidamente al Senescal 5[5] de Francia para que la lleve
delante de sí, en la iglesia hasta el final de la misa, y después de la misa
cuando va hacia el palacio.
26. Hechas estas cosas, estando preparado sobre el altar el crisma sobre una
patena consagrada, el arzobispo debe abrir sobre el altar la sacrosanta
Ampolla, y de allí, con una aguja de oro sacar un poco del óleo enviado desde
el cielo, y mezclarlo diligentemente con el crisma preparado para ungir al Rey,
el cual es el único entre todos los reyes de la tierra que resplandece con este
4[4] La custodia de las “insignias reales” era un privilegio otorgado al Abad del Monasterio de San
Dionisio de París.
5[5] Del germ. siniskalk, criado antiguo. En algunos países, mayordomo mayor de la casa real. Jefe o
cabeza principal de la nobleza, a la que gobernaba, especialmente en la guerra.
41
glorioso privilegio, de ser ungido de forma singular con un óleo enviado desde
el cielo. Entonces desprendidos los pasadores de las aberturas de delante y de
detrás, y puestas las rodillas en tierra, el arzobispo en primer lugar unge al Rey
en la extremidad de la cabeza, en segundo lugar en el pecho, en tercer lugar
entre las espaldas, en cuarto lugar en las espaldas, en quinto lugar en la
articulación de los brazos, diciendo:
27. Te unjo como rey con óleo santificado, en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo6[6]. Todos digan: Amén...
Entrega de la espada
39. Luego reciba la espada de los obispos 7[7] y según las palabras antes
dichas, sepa que con la espada se le confía todo el Reino para que lo rija
fielmente, mientras el metropolitano dice:
7[7] En este rito parece estar presente el concepto de que el poder (la espada) le llega al Rey de Dios, pero
a través de la Iglesia, y debe esgrimirla de acuerdo a la ley de Dios, para defensa de la Iglesia, destrucción
de todo tipo de iniquidad (particularmente de los enemigos de la Iglesia) y para defensa de los desvalidos.
8[8] Sal. 44, 4.
42
«Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y
Santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente lo
creemos y simplemente lo confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni
perdón de los pecados, como quiera que el Esposo clama en los cantares: Una
sola es mi paloma, una sola es mi perfecta. Unica es ella de su madre, la
preferida de la que la dio a luz [Cant. 6,8]. Ella representa un solo cuerpo
místico, cuya cabeza es Cristo, y la cabeza de Cristo, Dios. En ella hay un solo
Señor, una sola fe, un solo bautismo [Ef. 4,5]. Una sola, en efecto, fue el arca
de Noé en tiempo del diluvio, la cual prefiguraba a la única Iglesia, y, con el
techo en pendiente de un codo de altura, llevaba un solo rector y gobernador,
Noé, y fuera de ella leemos haber sido borrado cuanto existía sobre la tierra.
Mas a la Iglesia la veneramos también como única, pues dice el señor en el
Profeta: Arranca de la espada, oh Dios, a mi alma y del poder de los canes a
mi única [Sal. 21,21]. Oró, en efecto, juntamente por su alma, es decir, por sí
mismo, que es la cabeza, y por su cuerpo, y a este cuerpo llamó su única
Iglesia, por razón de la unidad del esposo, la fe, los sacramentos y la caridad de
la Iglesia. Esta es aquella túnica del Señor, inconsútil [Jn. 19,23], que no fue
rasgada, sino que se echó a suertes. La Iglesia, pues que es una y única, tiene
un solo cuerpo, una sola cabeza, no dos, como un monstruo, es decir, Cristo y
el vicario de Cristo, Pedro, y su sucesor, puesto que dice el señor al mismo
Pedro: Apacienta a mis ovejas [Jn. 21,17]. Mis ovejas, dijo, y de modo general,
no éstas o aquéllas en particular; por lo que se entiende que se las encomendó a
todas. Si, pues, los griegos u otros dicen no haber sido encomendados a Pedro y
a sus sucesores, menester es que confiesen no ser de la ovejas de Cristo, puesto
que dice el Señor en Juan que hay un solo rebaño y un solo pastor [Jn. 10,16].
43
que "en los principios", sin en el principio creó Dios el cielo y la tierra [Gn.
1,1]. Ahora bien, declaramos, decimos, definimos y pronunciamos que
someterse al Romano Pontífice es de toda necesidad para la salvación de
toda humana criatura.»
Si consideramos a un hombre, vemos que ocurre esto con él: que como todas
sus fuerzas están ordenadas hacia la felicidad, la fuerza intelectual obra como
reguladora y rectora de todas las otras, pues, no siendo así, no podría alcanzar
dicha felicidad. Si consideramos un hogar, cuyo fín es preparar el bienestar de
todos sus miembros, conviene igualmente que haya uno que ordene y rija,
llamado padre de familia, o alguien que haga sus veces según lo enseña el
Filósofo: "Toda casa es gobernada por el más viejo". A él le corresponde, como
dice Homero, dirigir a todos e imponerles leyes. De lo cual se origina esta
maldición proverbial:"Que tengas un igual en tu casa". Si consideramos una
aldea, cuyo fín es la cooperación de las personas y las cosas, conviene que
uno sea el regulador de los demás, bien que haya sido impuesto desde fuera,
bien que haya surgido por su propia preeminencia y el consentimiento de los
otros; de lo contrario, no sólo no se alcanza la mutua asistencia, sino que al
cabo, cuando varios quieren prevalecer, todo se corrompe. Si consideramos
una ciudad, cuyo fin es vivir bien y suficientemente, también conviene un
gobierno único; y esto no sólo dentro de la recta política, sino también de la
desviada. Pues cuando ocurre de otro modo, no sólo no se obtiene el fín de la
vida civil, sino que la misma ciudad deja de ser lo que era. Si consideramos,
por último, un reino particular, cuyo fín es el mismo de la ciudad, con mayor
confianza en su tranquilidad, conviene también que haya un rey que rija y
gobierne, pues de lo contrario, no sólo dejan los súbditos de obtener sus fines,
sino que hasta el último reino perece, según afirma la verdad inefable. "Todo
reino dividido será desolado". Si, pues, esto ocurre en todas las cosas que se
ordenan a un fín, es verdad lo que se ha establecido anteriomente.
Ahora bien; es cierto que todo el género humano está ordenado a un fín, como
ya fue demostrado; por consiguiente, conviene que haya uno que mande o
reine; y éste debe ser llamado Monarca o Emperador. Y así resulta evidente
44
que, para el bien del mundo es necesaria la Monarquía, o sea el Imperio.
DANTE, "De la Monarquía", ed. Ernesto Palacio, Buenos Aires, 1966, pp. 41-
42.
45
La providencia divina –que acostumbra a sacar bien de las malas obras de los
hombres y a causa de los pecados de pueblo, por cuyos méritos a veces se
corrompen los obispos- permitió quizá que algunos de los llamados obispos
romanos extendieran ilícita y presuntuosamente a las cosas divinas y humanas
su poder usurpado con engaño. De la misma manera permitió también que
apareciera inexcusable su malicia y que la destreza de los investigadores –
sacudida su pereza y escrutando con más profundidad las letras divinas-
sacara a la luz las verdades ocultas que habían de aprovechar a las
generaciones futuras del género humano, y por las que se pusiese freno a la
maldad de aquellos sumos pontífices que intentasen gobernar tiránicamente.
Ciertamente, así como de un principio verdadero rectamente entendido se
sacan innumerables verdades, de la misma manera a veces de un falso y
también mal entendido principio se infieren innumerables errores. Así lo
atestigua cierto sabio, quien afirma que, puesto un incongruente, se siguen
muchos. Y en otra parte se dice que un pequeño error al principio se hace
grande al final.
Y esto mismo creo que acaeció con respecto al poder del papa. Y, porque en
algunos documentos escritos –que algunos veneran como auténticos- se afirma
taxativamente que el papa tiene la plenitud de poder sobre la tierra, ciertos de
los llamados sumos pontífices, desconocedores del significado de estas
palabras, no sólo cayeron en errores sino también en injurias e iniquidades.
Deseoso de llegar a la raíz que pueda producir su propagación, comenzaré por
esta plenitud de poder.
(…)
Pero me parece que se ha de afirmar que de la potestad regular y ordinaria
concedida y prometida a S. Pedro y a cada uno de sus sucesores por las
palabras de Cristo ya citadas [“lo que atareis en la tierra, quedará atado en el
cielo”] se han de exceptuar los derechos legítimos de emperadores, reyes y
demás fieles e infieles que de ninguna manera se oponen a las buenas
costumbres, al honor de Dios y a la observancia de la ley evangélica […] Tales
derechos existieron antes de la institución explícita de la ley evangélica y
pudieron usarse lícitamente. De forma que el papa no puede en modo alguno
alterarlos o disminuirlos de manera regular y ordinaria, sin causa y sin culpa,
apoyado en el poder que le fue concedido inmediatamente por Cristo. Y si en la
práctica el Papa intenta algo contra ellos [los derechos de los emperadores y
reyes], es inmediatamente nulo de derecho. Y si en tal caso dicta sentencia,
sería nula por el mismo derecho divino como dada por un juez no propio.
46
reino, ciudad, villa, castillo o cualquier comunidad semejante, que no sea una
casa sola. Porque parece que la unión doméstica que representa una casa sola
o parte de alguna comunidad no se puede llamar ‘cosa pública’, sino que se
llama cosa particular, privada o propia; así lo explica el filósofo hablando de
este tema en su Política.
La segunda es ésta: que cada comunidad debe estar compuesta por
distintas personas que se ayuden unas a otras según sus necesidades. Esto es
así porque la relación de cada buena comunidad tiene que ser la unidad y
bienquerencia de los habitantes, y tiene que estar fundada y atada en el amor y
la concordia, y cada uno no puede obtener por sí mismo lo que necesita. Por
eso es necesario, para la preservación de la comunidad, que uno ayude al otro
según su necesidad.
Así, por experiencia sabemos que tenemos necesidad de muchas cosas y
variadas, tanto de comida, bebida, ropa y calzado, y de otras cosas, las cuales
no puede cada uno hacer por sí mismo. Por eso, en lo público, uno ayuda a
otro vendiéndole comida, el otro vendiéndole bebida, el otro, vestido y el otro,
calzado. Así, uno ayuda a otro, y de esta manera persevera lo público basado
en la ayuda mutua. Por eso tenemos, “Proverbiorum, decimo octavo: Frater qui
adiuvatur a fratre civitas firma”, y quiere decir: “que entonces es firme y fuerte la
comunidad de la ciudad cuando uno ayuda al otro, así como un buen hermano
ayuda de corazón a su hermano”.
La tercera es que todos los hombres de la comunidad no pueden ser
iguales. Aparece esta proposición por la segunda, porque, puesto que uno
ayuda al otro según su estamento, así como dice la segunda, como las
diversas necesidades de los hombres requieren la ayuda de oficios no iguales,
se concluye que los hombres no son iguales por los oficios en su estamento.
Y que así sea, que las necesidades de los hombres requieren ayudas
desiguales, se debe a la necesidad que requiere que el hombre sea ayudado
por la justicia no es igual a la necesidad que requiere que el hombre sea
ayudado en el hambre y en la sed. Porque para la primera necesidad se
precisa aquel que mantiene la justicia, pues es quien ejerce el gobierno,
mientras que para la segunda es suficiente un campesino, un panadero o un
tabernero, los cuales no son iguales a aquellos que tienen que sostener la
justicia; y así como se ha dicho de éstos, así lo podemos decir de muchos otros
oficios de la comunidad.
La cuarta es que lo público se compone sumariamente de tres
estamentos de personas, es decir, de menores, medianos y mayores. Y esta
composición es como un cuerpo humano compuesto de varios miembros. Así lo
dice san Pablo, “Ad Romanos, XII: Sicut in uno corpore multa membra
habemus, omnia autem membra non eumdem actum habent, ita multi unum
corpus sumus in Christo”; y quiere decir: “Así como los diversos miembros que
tienen funciones diferentes en el hombre hacen un cuerpo, así diversas
personas y oficios reunidos hacen un cuerpo y una comunidad, la cual se llama
la cosa pública cristiana”. Por eso, Víctor, hablando de este tema en su tratado,
queriendo enseñar de qué manera lo público era semejante al cuerpo del
hombre, cuenta que en lo público había cabeza, y ésta es aquel que tiene el
gobierno o señoría; los ojos y las orejas son los jueces y los oficiales; los
brazos son aquellos que defienden lo público, es decir, los caballeros y los
hombres de armas; el corazón son los consejeros; las partes generativas son
los predicadores y formadores; los muslos y las piernas son los menestrales;
47
los pies que pisan la tierra son los campesinos que la cultivan y la trabajan con
su oficio siempre.»
Así también, este santo sínodo define y ordena que el Señor papa Juan XXIII
no transfiera la curia Romana, las oficinas públicas y sus funcionarios de
Constanza a un otro lugar, o no se obligue directa o indirectamente, a estos
funcionarios a seguirlo, sin el consentimiento de este santo sínodo; si hubiese
actuado en contrario o lo hiciese en el futuro, o hubiese tomado o tomase
medidas contra tales funcionarios o contra cualquier otro miembro del concilio,
o incluso fulminase censuras u otras penas para que lo sigan, todo eso sea
considerado inútil y vano; y tales procedimientos, censuras y penas, justamente
porque son inútiles y vanas, no obliguen de ningún modo. Antes bien, los
mencionados funcionarios desarrollen sus oficios en la ciudad de Constanza y
los ejerciten libremente como antes, mientras que el mismo santo sínodo se
celebre en esta ciudad.
Así también declara que el señor papa Juan XXIII y todos los prelados y los
otros convocados a este sagrado concilio y cuantos se encuentran en este, han
gozado y gozan de plena libertad, como ha parecido al concilio, y no se tienen
noticias en contrario. el concilio da testimonio de todo esto delante de Dios y de
los hombres.
Capítulo LXVI De como fue quitado el çetro real, e la corona del reyno al rey
don Enrrique en la çibdat de Avila E finalmente, asý por consejo de los grandes
que allí estavan como de algunos famosos letrados,
fue determinado que al rey don Enrrique fuesse tirada la corona del reyno. Para
lo qual, en un llano que esta çerca del muro de la çibdat de Avila, se fizo un
gran cadalso abierto de todas partes porque todas las gentes, asý de la çibdat
como de otras partes que allý eran venidas por ver este acto, pudiesen ver todo
lo que ençima se fazía. E allý se pusso una silla real, con todo el aparato
acostumbrado de se poner a los reyes, y en la silla una estatua, a la forma del
rey don Enrrique, con corona en la cabeça e çetro real en la mano. Y en su
presencia se leyeron muchas querellas que antél fueron dadas, de muy graves
eçessos, crimines e delitos antél muchas vezes pressentadas, syn los
querellantes aver avido conplimiento de justiçia. E allý se leyeron todos los
agravios por el fechos en el reyno, e las cabsas de su deposición, e la estrema
nesçesidat en que todo el reyno estava para fazer la dicha deposición, aunque
con grant pessar e mucho contra su voluntad.
Las quales cosas asý leýdas, el arzobispo de Toledo, don Alffonso Carrillo,
subio en el cadalso, e quitole la corona de la cabeça, y el marqués de Villena
don Iohán Pacheco le tiro el çetro real de la mano; el conde de Plasençia don
Alvaro de Estuñiga le quito la espada; el maestre de Alcantara e los condes de
Benavente e Paredes le quitaron todos los otros ornamentos reales, e con los
pies lo derribaron del cadahalso en tierra, con muy gran gemido e lloro de los
que lo veýan.
E luego encontinente el príncipe don Alfonso subió en el mesmo lugar, donde
por todos los grandes que ende estavan le fue besada la mano por rey e señor
natural destos reynos; e luego sonaron las trompetas e se fizo muy grande
alegría. Lo qual acaeció en jueves, a çinco días del mes de junio del año ya
dicho de Nuestro Redemptor de mill e quatroçientos e sesenta e çinco años,
seyendo el prínçipe don Alfonso de hedat de onze años e çinco meses e çinco
dias. Asý duro el reyno del rey don Enrrique, desdel día que començó a reynar
fasta esta deposiçion de su corona, diez años e onze meses e quatro días.
Cronica castellana, ed. M. del P. Sánchez Parra, Madrid, 1991, pp. 159-161.
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