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Vivimos bajo el reinado de la lógica, pero los procesos lógicos de nuestra época solo se

aplican a la solución de problemas de interés secundario. El racionalismo absoluto que todavía


sigue en boga permite tan solo la consideración de hechos escasamente relevantes para
nuestra experiencia. Las conclusiones lógicas, por otro lado, se nos escapan. No hace falta decir
que hemos balizado nuestra experiencia. Ésta se revuelve en una celda de la que es cada vez
más complicado escapar. Depende de un utilitarismo inmediato y está custodiada por el
sentido común. Bajo el disfraz de lo civilizado, bajo el pretexto del progreso, hemos triunfado
en desterrar de nuestras mentes cualquier cosa que, de forma acertada o errónea, pudiera ser
tachada de mito o de superstición. Y hemos proscrito aquellos caminos hacia la verdad que no
se acomoden a lo convencional.

Pareciera que es fruto de la casualidad que un aspecto de la vida intelectual –desde mi


punto de vista el más importante con diferencia- y que ya parecía preocupar a nadie, ha sido
recuperado y puesto a la luz. Hay que reconocerle el mérito a Freud. Ante la evidencia de sus
descubrimientos, se está desarrollando un clima de opinión que permitirá al explorador de la
mente humana expandir sus investigaciones, animado a tratar con algo más que simples
realidades.

Quizá la imaginación está en la víspera de recuperar su sitio. Si las profundidades de


nuestras mentes concilian extrañas fuerzas capaces de imponerse o conquistar aquellas que
están en la superficie, es nuestro interés el capturarlas. Capturarlas primero y someterlas
después, si viniera al caso, al control de la razón. Los análisis solo van a verse beneficiados. Pero
es importante subrayar que no existe un método fijado a priori para la ejecución de esta
empresa, que hasta la llegada de ese nuevo orden puede seguir considerándose territorio de
poetas y estudiosos, y que su éxito no dependerá de las rutas más o menos caprichosas que en
adelante propondremos.

Era cuestión de tiempo que Freud apareciera con su crítica al sueño. De hecho, es
increíble que esta parte tan importante de nuestra actividad psíquica haya atraído tan poca
atención. (…) Siempre me ha sorprendido la extrema desproporción que se establece respecto
a la importancia y la seriedad que concedemos a nuestros momentos de vigilia y la que
concedemos a nuestros momentos de sueño. El hombre, cuando deja de dormir, está
básicamente a merced de su memoria. Y la memoria se complace habitualmente en desandar
el camino hasta la frontera del sueño, excluyéndolo de responsabilidad, recuperando el hilo de
la vida en el momento en que creemos abandonarla, abandonar las esperanzas y la ansiedad,
aún por espacio de algunas pocas horas. Tiene así la ilusión, al despertar, de continuar con algo
valioso. El sueño se ve relegado a la condición de un paréntesis, como la noche misma. Y, por lo
general, no aporta más consuelo que ésta. Es un estado de cosas que invita a reflexionar.

1. Dentro de los límites que restringen su representación (o lo que es vivido como


representación), el sueño, si nos atenemos a sus rasgos más llamativos, es continuo
y estructurado. Solo la memoria reclama el derecho a recomponerlo, suprimir sus
transiciones y presentárnoslo como una suerte de sueños y no como un sueño
completo. De forma parecida, en ningún momento tenemos poco más que una
representación de realidades cuya coordinación sea cuestión de voluntad.

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