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1. INTRODUCCIÓN
Condicionantes y elementos básicos de la prosa española de la época:
Ambiente social:
o Sentimiento de decadencia por la pérdida de posesiones importantes
del imperio.
o Afán de reforma que posibilite del desarrollo del país: Sociedades de
Amigos del País.
o Crítica a las clases aristocráticas ociosas y a la Iglesia, propietarias de
grandes extensiones de tierras baldías. El Informe sobre la ley agraria
(Jovellanos, 1795) propone una redistribución de las tierras y un
derecho de propiedad más amplio.
o Autocensura: fuerte presión de la Inquisición, por una parte, y de la
autoridad gubernativa, por otra (vigilancia sobre los “revolucionarios”).
Muchos temas de la Ilustración europea no tuvieron publicación en
España, salvo en libros clandestinos.
Influencia externa:
o Publicaciones extranjeras: la pequeña minoría que tuvo acceso a las
mismas se vio muy influida por las teorías empiristas y las nuevas
concepciones del derecho, la religión y las ciencias experimentales.
o Escritores educados en Francia e Inglaterra: Luzán e Iriarte (en
Francia), Cadalso (en París y Londres) y L. F. Moratín (por toda
Europa), al tener contacto de primera mano con la literatura y las ideas
europeas contribuyeron a su difusión y a despertar el interés sobre
ellas en un público cada vez más amplio.
o Escritores que mantenían correspondencia con pensadores europeos:
como Jovellanos o Meléndez Valdés, también actuaron en la misma
línea de los anteriores.
Modalidades literarias: se relegan a un segundo plano los géneros
propiamente artísticos, como la poesía y la novela, y se cultivan los diferentes
discursos de prosa crítica y didáctica. “Elocuencia” es el término sinónimo de
“prosa” que se utiliza en esta época:
o Ensayo
o Cartas
o Sueños ficticios: al modo de Quevedo (usado por Torres Villarroel).
o Publicaciones periódicas: obras de Cadalso, sátiras de Jovellanos y
poesías de Meléndez Valdés se publicaron en periódicos antes de
convertirse en libros. El 70% de la población era analfabeta y el
procedimiento de difusión común era leer las obras en voz alta en
tertulias y cafés.
Críticas desdeñosas desde el extranjero: fuerte defensa de la literatura y
cultura española (por parte de escritores españoles) frente a las severas
críticas que llegaban de autores franceses. No obstante, algunos trataron de
enmendar los defectos que se achacaban desde el exterior. Ejemplo de
críticas foráneas:
o Bouhours (1628-1702): en contra de la lengua española.
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o Montesquieu (1689-1755): el Quijote como único libro bueno español.
o Saint-Evremont (1613-1703): la dominación árabe ha contribuido a la
falta de naturalidad del estilo castellano.
o Masson de Morvilliers (1740-1789): en un artículo de su Encyclopédie
méthodique se preguntaba ¿qué le debemos a España?
Incluso apareció en Aviñón un mapa que mostraba a España deshabitada,
como nación inútil, criadero de monstruos y “ruina de toda amena literatura”.
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embargo, todos sus juicios están sometidos a la ortodoxia católica. Están escritos en
un estilo muy llano, libre de los juegos de ingenio y las oscuridades postbarrocas,
que odiaba. La obra está integrada por 118 discursos más un suplemento adicional.
El gran magisterio de la experiencia: parte de una fábula que, al final, es
comentada por el autor. Se desarrolla en Cosmosia (el mundo), a través de
los personajes de Solidina (encarna el empirismo, la nueva doctrina) y Idearia
(encarna las ideas aristotélicas, denostadas ante la llegada el empirismo).
Aparece Papyraceo (representado las ideas cartesianas, también criticadas).
Días aciagos: a partir de la idea popular de que “el martes es un día aciago”,
se dedica a demostrar lo absurdo de las supersticiones. Para ello hace un
estudio histórico del origen de la del “martes aciago” y de otras similares
como que los tres primeros días de febrero cuaja el granizo, o recolectar
determinadas hierbas en la noche de San Juan, o sangrar los caballos en San
Esteban, etc. Utiliza el argumento de que tales supersticiones, tenidas por
buenos católicos, dan ocasión a los herejes para hacer burla de nuestra
religión.
Apuntes de clase: Si aparece uno de estos textos en un examen, sin citar su procedencia, ¿cómo
podemos identificar época y autor?
Es Ilustrado: porque, en todo momento, está mostrando un afán didáctico. Además, el autor
se apoya en citas para reforzar su argumentación.
Es de Feijoo: en sus ensayos siempre se tratan cuestiones católicas, pero muy en contra de
la superstición. En este sentido, el segundo es más fácil de identificar que el primero. En el
segundo se aprecia una de sus características habituales: plasmar un ejemplo de la vida
diaria para desmontar posteriormente sus bases.
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Destaca algunos ejemplos de buena elocuencia en el momento: Miñana,
Martí y J. Vicente Tosca.
Destaca la labor de la RAE y ensalza la belleza de la lengua española.
Constata que ese es el siglo de los conocimientos nuevos y del saber y,
por tanto, el mejor momento de la historia para una buena elocuencia.
Reiterando la ventaja que tenemos en España con nuestra lengua, hace
un exhorto final a retomar la buena elocuencia pues “España está infamada de
poco elocuente”.
Apuntes de clase: Claves para identificar a este autor:
Exageradamente didáctico.
Es el español del XVIII que mejor ha escrito acerca de la elocuencia. Este término recoge
toda la prosa, aunque este autor pone una atención especial en la oratoria, tan importante
en la época.
Elocuencia, pero con formas simples. Utilidad sin “mareo de la perdiz”: hermosura natural y
no “afectada armonía”. Escoger las palabras que no tengan un significado difuso.
Su obsesión: España arrastraba una rémora del barroco que nos hacía ridículos para el
resto del mundo.
Para mostrar todo esto, propone como modelo de prosa a una figura como Fray Luis de Granada,
del siglo XVI; es decir, se salta el siglo XVII (Barroco) como si ninguna prosa de esa época sirviera
de modelo para nada.
Distingue la epístola como género literario. Pero se centra en la oratoria, al considerarlo el género
con el que se juegan el prestigio la literatura y la comunicación. La oratoria tenía una importancia
enorme en los ilustrados: podía servir para liquidar las exageraciones al uso en la época, en
particular las de la oratoria eclesiástica, que provocaba hilaridad entre los ilustrados (aun siendo
estos creyentes).
Otras figuras importantes que pone como ejemplo en el texto son Juan Luis Vives (quien dijo: “hay
que escribir como se habla, eliminar el retoricismo...") y Hernán Pérez de Oliva (Diálogo sobre la
dignidad del hombre).
[Al margen del contenido de este texto, conviene recordar tres fechas, utilizando la regla
mnemotécnica del número 13: en 1713, creación de la RAE (a 13 años del 1700); en 1726, la
primera parte del Diccionario de Autoridades (13 años después de la RAE) y en 1739, la segunda
parte del Diccionario de Autoridades (de nuevo, 13 años después).]
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descubrimientos con tono muy despectivo: “la máquina de los torbellinos”, “los
ensalces de los átomos”, “las famosas leyes de gravitación”…
Se mofa de los actuales filósofos que, en su opinión, no merecen el
nombre de tales sino que deberían llamarse charlatanes. Mete en este
saco a Voltaire, Rousseau… (“Los Rousseaus, los Voltaires, los Helvecios...").
Afirma que juntan “la malignidad al delirio” y “a la ignorancia, las atrevidas artes de la
impostura”.
Se queja de que nos ataquen (a España) sin haberles provocado. Afirma
que los del lado de allá de los Alpes y Pirineos constituyen la sabiduría en
la maledicencia.
Expone que esos “ultramontanos” hacen acerca de España fábulas y novelas
absurdas. Los “doctos secuaces” de Voltaire hacen fábulas de cada provincia
de Europa: para atacar a España se unen los mal llamados filósofos,
franceses e italianos.
Se vuelve a mofar de los principios de los ilustrados franceses ("no ha salido
de nuestra Península el Optimismo, no la Harmonía preestablecida...") . Mete en el
saco de las ficciones, junto con nuestro Quijote, el Mundo de Descartes y
el Optimismo de Leibniz.
Entra, por fin, en el tema de la afirmación de Masson. Inicia el relato de los
bienes que Europa le debe a España. Parece que se concretan en el
descubrimiento de América (“[España] una nación cuya náutica y arte militar
ha dado a Europa...").
Se propone demostrar la gran importancia de las aportaciones españolas,
pero el texto no llega a hacerlo (es posible que lo haga en otra parte que
no está reseñada en nuestro libro de texto).
Apuntes de clase: lo característico de este autor es:
Exposición metódica, rigurosa, quizá algo menos farragosa que la de Mayans en la parte
final del texto que hemos visto antes.
Sus escritos presentan un efecto acumulativo de estructuras paralelas. Estas se usan no
para recargar es estilo, sino con un fin exclusivamente argumental, de apoyo a la
argumentación expuesta. Por ejemplo (pág. 41): "Se escriben memorias, se amontonan y
hacinan bibliotecas, se destierran antiguos monumentos; se hacen paralelos..." O, en la
página 42: “No hay gobierno sabio, si ellos no lo establecen; política útil, si ellos no la dictan;
república feliz, si ellos no la dirigen…”
Como también hicieron Cadalso, Jovellanos y Meléndez, utiliza endecasílabos (a veces
heptasílabos) en el interior de esas estructuras acumulativas: es el ejemplo de se
amontonan… y de se destierran…
Rítmicamente, las cláusulas principales de su discurso parece que se ajustan a una
distribución matemática, pensada antes de iniciar la redacción del mismo. Como si hubiera
escrito una especie de títulos o epígrafes y después los hubiera llenado con
argumentaciones en la medida precisa y pensada anteriormente.
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de la poética neoclásica en la literatura española y sin duda el más influyente en
el siglo XVIII.
El texto que nos proponen en nuestro libro de texto proviene de la primera
edición, la de 1737.
Libro I – Capítulo IV: Reflexiones sobre los antiguos y modernos
poetas y sobre la diferencia de unos y otros: Trata de identificar la
finalidad de las obras poéticas en distintos momentos de la historia y los
medios de que se sirvieron los poetas para esos fines. Toma como
ejemplo la contraposición entre la poesía del griego Homero (Ilíada y
Odisea) y la del latino Virgilio (Eneida). Identifica la primera con el estilo
sencillo, fácil de comprender y consistente en “vestir de fácil lo difícil”. Así,
descubre mensajes políticos tras la letra de ambas obras (ejemplo para
apaciguar discordias, en el caso de la Ilíada; peligros de que un príncipe
se ausente de su patria, en el de la Odisea). Considera la obra de Virgilio
como más artificiosa, alejada de la sencillez homérica. Se pregunta por las
razones de este cambio de estilo y concluye que se debe a la mudanza de
costumbres y a la diversidad de los genios. Es curiosa la afirmación de
que en tiempo de Homero “el mundo era aún muy joven para poder tener príncipes
de cabal perfección". Al contrario, Virgilio vivió en un siglo más culto y formó
sus héroes con más ventajas: en Eneas quiso alabar al emperador
Augusto, eliminando las imperfecciones de Aquiles y haciéndole por
extremo justo, piadoso, afable y valeroso.
Concluida la comparación griegos/latinos; Homero/Virgilio, la aplica a la
diversidad que ha habido entre poetas antiguos y modernos (en toda la
historia). Una vez que el Evangelio "desterró las ciegas tinieblas de la idolatría" ya
no era necesario escribir poesías con dioses, semidioses y ninfas, puesto
que ya no eran creíbles.
Libro II – Capítulo IV: Del deleite poético y de sus dos principios:
belleza y dulzura: Afirma que el deleite poético es “el placer y gusto que
recibe nuestra alma de la belleza y dulzura de la poesía”. Se apoya en lo ya dicho
por Horacio en su Poética, para distinguir los conceptos de “belleza" y
“dulzura”. “Belleza es aquella luz con que brilla y se adorna la verdad”. Se refiere a
elementos como la brevedad, claridad, evidencia, energía, utilidad y
demás cualidades que pueden acompañar a la verdad. Por Dulzura, en
cambio, se entienden especialmente las "calidades que pueden mover los
afectos de nuestro ánimo". La dulzura siempre deleita y siempre mueve los
afectos, que es su principal intento. Afirma que "el poeta que hiciere dulces sus
versos con la moción de afectos, habrá dado en el blanco y en el punto principal del
deleite poético" y, además, "la dulzura de los versos encubrirá muchas faltas a la
belleza".
Libro II – Capítulo XIX: De los tres diversos estilos: Inicia con la
definición de “estilo”, partiendo del punzón con que se escribía en la
antigüedad (stilo) para llegar al modo que caracterizaba la obra de un
poeta concreto. Destaca la diversidad de estilos entre todos los escritores
y, aún más, entre las naciones. En este caso, la causa es la diversidad de
las costumbres, clima y educación. Recuerda los tres estilos que se
consideraron en la antigüedad: asiático (el más pomposo y rebuscado),
ático (el de los atenienses, natural, llano y sin bajeza) y rodio (estilo medio,
con el artificio del primero y lo natural del segundo). También se detiene en
comentar la variación de estilos a lo largo de los siglos.
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Afirma que “la regla segura para determinar cuál será el estilo adecuado no debe ser ni
la nación ni el siglo ni el genio, sino la materia misma”. Es decir, a cada materia, su
estilo propio.
Pasa a detallar cada una de las materias y su estilo adecuado, así como a
señalar los “pecados” en que puede caerse en cada uno de ellos.
Concluye con la descripción del defecto y la virtud que todos los estilos
comparten (tanto el sublime, reservado para las materias grandes y
elevadas; como el llano y sencillo, propio de los temas familiares y cosas
humildes; como el estilo medio o florido):
Vicio común: la afectación, es decir, todo lo que excede de los
límites de la razón y la prudencia (Quintiliano). “Es el peor de cuantos
vicios hay en la elocuencia y en la poesía, porque de los otros se huye, éste se
busca”.
Virtud común: lo sublime, lo que de sublime hay en todos los estilos.
Se refiere a “aquella viveza, aquella extraordinaria y maravillosa novedad que
en todos estilos suspende, admira y deleita…”
Apuntes de clase: En el primer texto destacan dos cuestiones tratadas:
Al lema horaciano “deleitar aprovechando” debe añadirse la supeditación del arte a la
política. Así interpreta las enseñanzas existentes bajo Ilíada y Odisea. Es una preocupación
constante en los ilustrados: didáctica y príncipes trabajando para el bien común. Así,
admiraban a los primeros borbones y su laboriosidad, por el contraste con el ocio
permanente de los últimos Austrias. Cuando habla del "mundo joven" de Homero y del más
culto y desarrollado de la época de Virgilio, está introduciendo una doctrina de gran
importancia en los siglos XVI-XVII y que se mete con fuerza en el XVIII español: la doctrina
de la formación del príncipe, el príncipe como ejemplo (recordemos que los ilustrados
españoles no han tenido "su revolución” y, por tanto, no se plantean la democracia. Es "todo
para el pueblo pero sin el pueblo").
La segunda, es su gusto por el estilo griego, más sencillo y carente de “hojarasca”. Incluso,
en el caso de Homero, destaca que el poeta “con menos medios” es el que consigue mejores
resultados.
El segundo texto está dedicado a los conceptos de belleza y dulzura. El de “dulzura” es un concepto
típico de la Ilustración: “aquello que mueve los afectos”, lo que produce estremecimiento. Es un
avance de lo que, más tarde, adoptará el Romanticismo.
En el tercero elabora una teoría sobre la idea de que “cada materia su estilo”. A partir de los tres
grandes grupos de materias, hace una taxonomía de estilos y describe tanto los elementos que los
conforman como los vicios en los que pueden caer. De nuevo resalta la sencillez como virtud y la
afectación como el mayor pecado.
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combinación con las materias de ciencias impartidas en el Instituto (se entiende
que se allí estudiaban disciplinas científicas relacionadas con la Náutica y la
Minería). Los principales puntos tratados son:
Exhortación inicial y advertencia acerca de los “espíritus malignos” que aun se
oponían a la instrucción pública: "Tal es la lucha de la luz con las tinieblas... y tal será
siempre la suerte de los establecimientos públicos que, haciendo la guerra a la ignorancia,
tratan de promover la verdadera instrucción".
A continuación entra en la materia que le ocupa en ese momento: la idea de
reunir la literatura con las ciencias. A partir de aquí, argumentará esta
necesidad.
Ensalza el estudio de las ciencias como motor del progreso y como medio de
"disipar la tenebrosa atmósfera de errores que gira sobre la tierra...".
Afirma la necesidad de estudio de letras ya que, en relación con las ciencias,
“les da nuevas formas, las pule y engalana y las comunica y difunde y lleva de una en otra
generación”.
Denuncia el vicio histórico que ha supuesto la subdivisión de las ciencias y los
estudios. Explica la dificultad de aprendizaje de ciencias que esta división
entraña, ya que los déficits de expresión las hacen más oscuras y difíciles.
Ensalza la lógica del lenguaje. Se refiere al estudio de las lenguas muertas
como aconsejable pero no imprescindible. Lo importante será estudiar lo que
estudiaron los clásicos (el universo natural y racional) y no el imitar sus
expresiones.
Hace un inventario de modelos clásicos en que basarse, atendiendo a lo que
hicieron y no sólo a lo que escribieron. Estos modelos le sirven para señalar
lo que los estudiantes deben hacer si quieren ser grandes poetas, oradores,
historiadores, etc.
Destaca, además, la utilidad del estudio de letras para formar el buen gusto y
el sentido crítico, que define como “el tacto de la razón”. Manifiesta su odio al
"mal gusto de los siglos pasados” (el Barroco).
Orienta la educación pública al provecho común (nota básica del espíritu
ilustrado): "la patria no os apreciará nunca por lo que supiereis, sino por lo que hiciereis. ¿Y
de qué servirá que atesoréis muchas verdades si no las sabéis comunicar?”
Afirma que la literatura “atrae y mueve los corazones” (Referencia a Luzán y el
concepto de la dulzura como capaz de mover afectos).
Hace elogio del hombre cultivado por las letras y promete su éxito social.
Más, si este no se produjese o el hombre cultivado cayese en desgracia
social o política, siempre le quedará el disfrute de las letras en su retiro.
Define la felicidad (aspiración ilustrada) como “aquella interna satisfacción, aquel
íntimo sentimiento moral que resulta del empleo de nuestras facultades en la indagación de la
verdad y en la práctica de la virtud".
Inventaría las disciplinas incluidas en el estudio de las letras: poesía,
elocuencia, historia... Destaca sobre todas la filosofía y, en particular, la ética.
Termina con un exhorto en el que promete que si los alumnos llegan a la
elevación por el estudio de las letras “sabréis cambiar el peligroso mundo por la
virtuosa oscuridad, entonar dulces cánticos en medio de horrorosos tormentos o morir
adorando la divina Providencia, alegres en medio del infortunio”.
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conjunto de noventa cartas. Intervienen tres corresponsales: Gazel, Ben-Beley y
Nuño. La elección de dos corresponsales extranjeros no es casual: se trata
precisamente de ofrecer las impresiones que, ante nuestro país, recibe quien
viene con la mirada limpia y ajena a prejuicios nacionalistas.
La ficción novelesca, con su indiscutible antecedente cervantino, consiste en
afirmar que «la suerte» quiso que en sus manos cayera un manuscrito por
muerte de un amigo. De los dos marroquíes, el joven viajero Gazel había venido
a España en la comitiva de un embajador de Marruecos. El modelo más
recordado por la crítica, ya desde el primer momento, fueron las Lettres persanes
(1721), sátira de la vida en la Corte y en París, del filósofo y escritor francés
barón de Montesquieu.
Las cartas se proponen tratar del “carácter nacional”, esto es, el problema de
España. La observación e interpretación de la vida contemporánea ocupan una
gran parte de las Cartas marruecas. A Cadalso, le preocupaba especialmente la
cuestión de la decadencia de España, a la que comparaba con una casa grande
“otrora, magnífica y sólida” que se había ido desmoronando con el paso de los años.
En la carta que se muestra en el libro de texto, Gacel se lamenta del atraso de
las ciencias en España y, sobre todo, de que ello tiene su origen en los bajos
sueldos con que se paga a los profesores que a la ciencia se dedican. Opina que
son tenidos por sabios superficiales y eso dicen "los que saben poner setenta y siete
silogismos seguidos sobre si los cielos son líquidos o sólidos".
Denuncia la falta de mecenas que patrocinen la publicación de obras científicas.
Para ilustrarlo muestra el ejemplo de la obra para la que su amigo Nuño buscó
patrocinador, sin éxito alguno. Al final decidió dedicarla a un aguador. A partir de
aquí, la carta consiste en la dedicatoria de esta obra al aguador: trata de la
envidia "monstruo horrendo" y de la soberbia de los que están arriba frente a los que
antes se hallaban a su mismo nivel. Sólo a los filósofos “parecería en exceso ridículo”
este derroche de soberbia pero… los filósofos son sólo “hombres rectos y amables,
que quisieron hacer a todos los hombres amables”.
4. LIBROS DE VIAJES
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del Duomo pero se extraña de que esté siempre en construcción y mejora,
precisando de aportes de caudales públicos. Cierra esta parte con ironía: “… en
cuanto si es locura o no gastar el dinero en este edificio interminable, soy enteramente del
dictamen de mi lector”. Visita un gran paseo, ve un número exagerado de criados que
acompañan a los caballeros y se queja "Este es el uso que se hace de los hombres,
como si el género humano abundase en demasía, como si no hubiera provincias desiertas, como
si no faltasen manos al arado, al remo y al buril". Visita la Universidad y se entrevista con
el abate Parini, quien se extraña de que le visite un español. Aquí aprovecha para
incluir otra sentencia crítica: “Los españoles viajan poco, y los que lo hacen, no suelen
acostumbrar a dar molestia con su presencia a los hombres de mérito que hallan a su paso:
¿para qué? ¿No basta visitar al banquero?” Cuando visita los teatros de Milán observa
en uno de ellos un reloj “mueble muy incómodo para los poetas libertinos que no quieran
ceñirse a la unidad de tiempo”, haciendo referencia a la obra de Lope (o a su propia
obra, La comedia nueva, con planteamientos opuestos a los de Lope en cuanto a
unidad de acción, espacio y tiempo).
Cuaderno segundo: Florencia: De la abundancia de edificios antiguos y
escasez de nuevas construcciones deduce la decadencia en que se encuentra la
ciudad. Visita la galería de los Uffizi y queda impresionado por el estilo natural de
sus obras de arte: “¡…qué sencillez en toda su composición! ¡Qué actitudes en los cuerpos
tan naturales, sin dejar de ser expresivas!” Aprovecha la descripción del arte que
encierra la galería para hacer una apología de la invención en el arte: “…esto es lo
que se llama invención: de aquí resulta aquella belleza, que sin dejar de ser natural, jamás se
encuentra tal en los objetos que la naturaleza nos ofrece; este es el don concedido a las artes:
por eso la música, la poesía, la pintura, son divinas, por eso se llaman hijas de Júpiter”. Cierra
su paseo por Florencia con una palabra crítica para Maquiavelo, cuyo sepulcro
había sido erigido recientemente en una iglesia que visita, y la denuncia de que
“no hay alumbrado de noche en las calles”.
Cuaderno tercero: Nápoles: Pasa por Siena y llega a Roma. Aprovecha para
hacer una nueva crítica a los españoles: "en todos mis viajes no hallé posadero más
ladrón que el célebre Sarmiento, español, el cual nos desolló vivos..." Inmediatamente se
contradice, al criticar la “avaricia sórdida” que tiene que sufrir por parte del posadero
italiano de otra posada en la que se aloja. Llega a Nápoles. Junto con la
admiración por el gran tamaño de la ciudad, muestra una desaforada crítica,
prácticamente de todo lo que ve: la abundancia de gente por la calle, el ruido y
vocería que produce, los lazzaroni (personas que parecen vivir sin hacer nada),
los mendigos, la falta de alumbrado público, la delincuencia, la nobleza de
Nápoles “tan soberbia, tan necia… es precisamente la porción más despreciable del Estado” , el
vicio del juego (presente en todas las casas nobles), el desorden de la justicia y
la abundancia de entes jurisdiccionales, el enorme número de abogados "la
canalla más ignorante", la abundancia de eclesiásticos, la escasez del comercio, la
decadencia del ejército y la marina. Achaca todo ello a “que el sistema de
administración es el más absurdo en esta parte, y que el origen de tal abandono existe en la
ignorancia o el descuido de los que mandan".
Se extraña de la costumbre de una dote “prefijada” para las jóvenes casaderas,
en función del nivel de nobleza de las familias. Observa abundancia de monjas
por las calles, de santeros y de penitentes. Destaca la mala fe presente en los
contratos “no hay perfidia ni mentira que no pongan en uso" , los fraudes y las estafas
habituales. Desarrolla y explica el contenido del lema napolitano “farina, furca e
festini”, es decir, harina (alimentos abundantísimos en la ciudad), horca
(imprescindible para paliar la delincuencia) y fiestas (fundamentalmente de
contenido religioso). Achaca la necesidad de “horca” a la falta de instrucción de la
población y la carencia de salidas en sus vidas. Cierra su visita hablando de la
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abundancia de prostitutas (ventaneras, pues no están por las calles, como en
Madrid), alcahuetes y enfermedades venéreas.
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prospere como otros hicieron antes y vaticina el desastre que la venganza
de los más pobres y de los tratados injustamente podría producir. Por ello,
propugna la igualdad ante la ley de los hombres desiguales en fortuna y la
necesidad de una justicia con aires paternalistas.
3. LA PROSA NARRATIVA
El siglo XVIII se presenta muy pobre en narrativa y la novela es escasamente
cultivada, por lo que abundaron las reediciones de obras del XVI y XVII. La escasa
producción de la época, además, estaba impregnada del imperativo dieciochesco de
educar al lector: el concepto derivado de "utilidad".
Antecedentes y modelos: Quevedo y Gracián influyeron en las primeras
décadas del siglo, si bien después, con el cambio de gustos, se condenaron
su ornamentación excesiva, sus tropos, antítesis y juegos de palabras, en
favor de un nuevo estilo basado en el “buen gusto”, en la naturalidad y la
claridad. Quevedo, con sus Sueños, influyó en los Sueños morales de Torres
Villarroel. El estilo narrativo de Gracián, en su Criticón, también influyó a este
escritor en su Vida, ascendencia nacimiento, crianza…
Herederos y continuadores de la tradición: Ante la demanda de nuevas
novelas por parte del público, algunos autores imitaron las formas y estilos
antiguos. Destacamos dos grandes prosistas de la época que poco aportaron
de nuevo al género:
o Diego Torres de Villarroel (1693-1770): Considerado como continuador
de la novela picaresca por su Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y
aventuras del doctor don Diego Torres de Villarroel, si bien en esta
faltan la separación entre narrador y autor, la ascendencia vil, el
servicio a varios amos, etc. Más bien podría considerarse como
continuador del estilo quevedesco (El Buscón) y del modo narrativo de
Gracián (El Criticón). Su obra viene a ser una autobiografía “artística”,
y en parte ficticia.
o Padre José Francisco de Isla (1703-1781): Su obra Fray Gerundio de
Campazas tiene como modelo a El Quijote y se inserta en el
movimiento de reforma social y estilística del momento.
Renovadores del género: José Cadalso (1741-1782): En su obra Noches
lúgubres sí encontramos una renovación. Es una de las primeras exaltaciones
del amor apasionado, en la que algunos han querido ver un avance precursor
del Romanticismo. Las diferencias, no obstante, son patentes: hay pasión,
subjetivismo y exaltación emocional; pero conviven con la racionalidad y el
tono declamatorio y didáctico de la Ilustración.
Lo que sí es cierto es que desarrolla algunas de las características del héroe
romántico: deseo de muerte, imprecación y rechazo del mundo, pasión,
desesperanza… y todo ello en un marco igualmente romántico: nocturnidad,
cementerio, cipreses, luna, etc.
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Nacimiento, crianza y escuela de don Diego de Torres y sucesos hasta los
primeros diez años de su vida, que es el primer trozo de su vulgarísima
historia: En esta parte narra su nacimiento, escolarización y primeras travesuras,
hasta su entrada, a los diez años, en los “generales de la gramática latina”, un colegio
trilingüe. Destaca su temor a la escuela y su aversión a los libros y la letra escrita. A
pesar de que confiesa haber escrito doce libros, tiene muy mala opinión de libros y
autores. Clasifica los libros en buenos ("los que dirigen las almas a la salvación por medio de
los preceptos de enfrentar nuestros vicios y pasiones") , malos e inútiles. En un pasaje que
recuerda el expurgo de la biblioteca de Don Quijote, reparte (a sus 34 años) entre
sus amigos todos sus libros excepto los de “Santo Tomás, Kempis, el padre Croset y don
Francisco de Quevedo y tal cual devocionario…” El estilo es narrativo, en primera persona y
lleno de paralelismos y conceptos contradictorios, para darle ritmo.
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