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INTRODUCCIÓN
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Entre las vías que la obra de Goleman señala para la optimización de la inteligencia
emocional, en el apéndice, presenta una, la iniciada por Solomon, Schaps (Brown,
Solomon, 1983) (el Child Development Project) en los finales de los años 70 en la Bahía
de San Francisco. Fue ésta, a nuestro entender, la experiencia pionera en campo
internacional. Experiencia en la que basamos, desde 1982, nuestro trabajo inicial en
España y con el que hemos mantenido fructíferas colaboraciones.
Consideremos la salud mental, como estado teórico funcional óptimo de la persona ¿el
autor de la acción prosocial puede obtener beneficios puntuales o duraderos para su
salud mental?
Las emociones ocuparían un lugar importante entre los componentes de esta salud
mental y podrían constituir uno de los campos donde podría producirse este beneficio.
EL ENFADO Y LA IRA
En estas emociones hay una gran activación fisiológica. Esta activación tiene su
expresión en una respuesta emocional de grado elevado. Podríamos referirnos a ella
como una respuesta inmediata, a flor de piel, contundente.
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favorecen el aumento de la activación fisiológica, que puede llevar a la ira y
desencadenar con facilidad una violencia contra la otra persona.
Quizás la otra vía de control del enfado sea todavía más efectiva. Se trata de un
autocontrol basado en lo cognitivo como contenido significante en relación a los
valores. Las actitudes de heteroestima hacia los demás, fundadas en un valor que sea
fundamental para la persona, como pueden serlo aquellas de tipo ideológico o religioso,
trabajan en el mundo interno de los significados de la conducta.
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LA PREOCUPACIÓN, LA ANSIEDAD Y EL ESTRÉS.
La preocupación tiene como función anticipar los peligros que puedan presentarse y
la búsqueda de soluciones. La preocupación puede dar inicio a un trastorno cuando se
convierte en ansiedad crónica, en cuyo caso se produce una falta de control sobre el
círculo vicioso de pensamientos ansiosos.
La ansiedad también se activa por las presiones reales de la vida (estrés) y, según otros
autores, es la emoción más relacionada con el inicio de la enfermedad (McEwen, Stellar
1993). El sistema inmunológico parece ser el mediador orgánico de esta relación
(Cohen, 1991; Clover, 1989; Glaser, 1988).
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LA CULPA
No faltan, sin embargo, críticas que denuncian nuestra época como falta de valores
morales que induzcan el auto-control personal para vivir en sociedad, considerando, por
ejemplo la violencia actual.
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Más allá de entrar en valoraciones éticas o funcionales, podríamos afirmar que dados
los límites de la acción individual, no parece ilógico considerar que la acción prosocial
concreta pueda suponer un tranquilizador efectivo de la culpa.
LA ENVIDIA
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Seligman define el optimismo en función de las atribuciones que hace la persona a los
éxitos y los fracasos. Los optimistas consideran que los fracasos se deben a algo que
puede cambiarse (relaciónese también con locus de control interno/externo), mientras
que los pesimistas los atribuyen a una característica propia, estable del suceso y que
no es posible modificar.
Las actitudes positivas que surgen habitualmente de los estados de ánimo positivos
permitirían afrontar mejor las demandas del entorno y los contratiempos o frustraciones
que puedan aparecer (por ejemplo, mediante el mecanismo conocido de la profecía
auto-cumplida o vaticinio). Por lo tanto, serían eficaces estrategias de manejo del estrés.
LA EMPATÍA
Desde este punto de vista podemos afirmar que la empatía sería una disposición
emotiva que favorecería la calidad en las relaciones sociales.
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Para Hoffman (1984) el hecho de compartir la angustia de los que padecen es lo que
hace que les ayudemos. Aparece la relación entre empatía compasiva y prosocialidad.
Una relación generalmente bidireccional.
En general, podemos
hablar de que la
empatía favorece o
facilita la ocurrencia de
los actos prosociales,
aunque también
podríamos señalar que
las personas que actúan
de modo prosocial irán
aprendiendo a optimizar
su empatía (véase
Figura 6).
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El grado de empatía, según este autor, está ligada a los juicios morales y es, en último
término, la base de la actitud ética de las personas. Otro elemento fundamental para la
calidad de las relaciones sociales a que hacemos referencia en el título. Esta capacidad
afecta a muchas actividades como la compasión, las relaciones amorosas, la educación
de los hijos, entre otras.
Los actos delictivos se basan, en muchas ocasiones, en la incapacidad por parte del
agresor de experimentar empatía hacia sus víctimas. En este sentido (como se sabe),
se han hecho tratamientos de rehabilitación basados en el entrenamiento de la empatía,
donde la persona que ha delinquido ha de ponerse en el lugar de la víctima e intentar
experimentar sus emociones (Goleman 1997).
LA COMPASIÓN
La compasión sería la forma que tomaría la empatía como capacidad para identificar
sentimientos ajenos de debilidad o desvalimiento y que puede, también, atemperar los
conflictos de relación.
La vida familiar es donde el niño puede identificar e intentar comprender los propios
sentimientos a partir de la expresividad, la resonancia y el significado que los demás
dan a los propios sentimientos y a los de él mismo. Las buenas relaciones con los demás
pueden depender de la satisfacción de las necesidades propias y, por tanto, de los
sentimientos positivos que esta satisfacción genera.
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Además, si en la familia se contemplan valores de ayuda a los demás, el niño puede
generar comportamientos prosociales.
Podemos hablar, de forma global, sobre la consciencia de uno mismo, la cual permite al
individuo observar las experiencias que le acontecen y estar atento a sus propias
reacciones ante situaciones de interacción con el entorno. Este proceso de atención y
el reconocimiento de las propias emociones puede ser el inicio del autocontrol
emocional.
INTRODUCCIÓN
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Entre los mayores retos que afronta la sociedad del siglo
XXI, está la de consolidar un tejido social positivo que
permita la convivencia armónica entre personas,
grupos, colectividades y países, salvaguardando la
identidad y salud como personas, como grupos o países
y a la vez actuando solidariamente para con los demás
para coadyuvar a la supervivencia, para aumentar la
calidad de vida, y para un progreso que permita
encontrar significado en ella.
Esto significa erradicar absolutamente la violencia, aumentar la estima mutua entre los
sistemas humanos en relación, y hallar vías operativas de comunicación de calidad para
la negociación, siempre necesaria, que permita una distribución justa de los recursos,
evitando que la resolución de conflictos por intereses encontrados se vea obstaculizada
e incluso empeorada por la problemática estructural de una comunicación deficiente o
perturbadora.
Hoy las ciencias sociales disponen de medios y técnicas para que estos procesos de
entendimiento humano, en el que intervienen elementos racionales pero también, y
mucho, emocionales, sean acompañados por una autoconciencia que permita regular
el flujo de la comunicación de modo que ésta, lejos de complicar los procesos, los
faciliten.
El presente documento pretende, pues, ofrecer vías para trabajar en ese sentido e,
incluso, prever el papel que los comportamientos prosociales pueden tener en hacer
"más inteligentes" las emociones y en cómo la optimización de la prosocialidad puede
ser una vía maestra para la educación y formación de tal inteligencia.
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Desde nuestra experiencia, afirmamos con fuerza que
es necesario pasar a la acción positiva: nuestra
sociedad ha de emplearse más a fondo en la
construcción de un tejido social basado en la cultura de
la empatía, de la generosidad, del servicio, de la
gratuidad y de la solidaridad.
Desde los años 70 del pasado siglo, las ciencias sociales han determinado ya cómo
tratar estos fenómenos positivos de las relaciones. Los denominan conductas
prosociales (prosocial behaviors), por oposición a las conductas antisociales.
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Desde 1982, nosotros mismos, en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB),
convencidos de la importancia que tanto para la psicología social como para el
desarrollo evolutivo de la persona tienen estas conductas y actitudes, estamos
investigando y desarrollando programas de intervención para la optimización de los
mismos.
Ahora bien, más allá del enfoque inicial educativo-escolar, y desde una perspectiva
exclusivamente social o política, todo lo dicho podría cuestionarse si se tratara de unas
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vías para el control del orden publico, o en el mejor de los casos, como medio de
disminuir o contener una tensión en los sistemas humanos que si bien puede inducir a
la violencia o el desorden subversivo también es elemento generador de impulsos y
potencial hacia el cambio liberador, basado en la crítica constructiva.
También podría despertar reservas y suspicacias, desde otra perspectiva crítica cuando
se analiza su componente de costos o esfuerzos de auto- contención por parte del
individuo en particular. En ese caso se estaría considerando una prosocialidad mal
entendida que supondría al autor de acciones prosociales como persona dependiente,
sumisa, poco inteligente.
En efecto las primeras definiciones de prosocialidad asumían los beneficios para los
receptores de las acciones prosociales, sean estos personas o sociedades, dejando al
autor como agente de una acción en la que predominaba la presencia de costo,
esfuerzo, inversión de energía, tiempo, recursos etc. sin considerar beneficios posibles
para éstos que, en una definición rigurosa de este concepto, no pueden percibir
recompensas externas, extrínsecas o materiales.
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Se presenta la prosocialidad como valor y como método. Como valor entre los valores
comunes, universales, a proponer, a enseñar, como principios de una ética viva para todo
el comportamiento humano, y capaces de proporcionar significado a todas las relaciones
interpersonales y sociales así como facilitar su regulación.
• La dignidad de la persona,
• La comunicación y diálogo de calidad; y
• La prosocialidad.
Para ello es preciso una focalización precisa y específica de las acciones prosociales que
facilite su selección perceptiva para optimizar el aprendizaje de las mismas dotándoles del
suficiente prestigio "social" dentro y fuera del ámbito personal y profesional.
Acciones que puedan ser aplicadas, ejercitadas y, sobre todo, vividas como contribución a
una mayor solidaridad humana.
Optimizar de forma contínua las actitudes y conductas prosociales como eje vertebrador
de una reciprocidad positiva en las relaciones interpersonales y en la convivencia colectiva,
así como favorecedor de la propia salud mental.
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• Analizar las emociones más importantes de la persona, facilitar su auto-
consciencia, su auto-sensibilización sobre su carácter inteligente, y optimizar su
desarrollo y funcionalidad, especialmente afrontando las negativas;
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