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TEMA 16: EL ARTE ROMANO

PROVINCIAL Y DE LA CAÍDA DEL


IMPERIO

16.1. La lealtad a la ciudad.

Los territorios occidentales y sus caracteísticas arquitectónicas: Hispania y Galia. Los


territorios orientales. el Norte de África y las provincias orientales.

16.2. El arte de la época de los nuevos monarcas.

Diocleciano y la tetrarquía. Constantino y el cambio de la capital del Imperio. El legado


de Roma.

16.1. La lealtad a la ciudad.

La lealtad a la ciudad o polis como primer nacionalismo es propio de


la cultura griega. En el siglo II a. C. cuando los romanos empezaron a
dominar el mundo mediterráneo esta lealtad se transfirió a la ciudad por
excelencia: Roma.

Pero la noción de ciudadanía romana durante el Imperio fue aplicada


a las provincias de tal modo que se podía ser ciudadano romano sin haber
estado nunca en Roma y sin renegar de la pertenencia a una ciudad o
provincia particular.

Así uno de los efectos de la romanización durante el Imperio fue el


aumento del protagonismo de las capitales de las provincias y de las nuevas
clases sociales aristocráticas ligadas a él.

Además es necesario señalar que si bien en los siglos I y II d. C. la


arquitectura siguió una influencia marcadamente romana, a partir del siglo
III se sumaron las contribuciones locales que en algunas zonas se hicieron
más intensas cobrando las obras una personalidad que respondía ambas
culturas.
En Hispania hay restos romanos dispersos por toda la Península
Ibérica desde ciudades de nueva planta como Emerita Augusta (Mérida),
teatros como el de Sagunto, construcciones funerarias como el Mausoleo de
Fabara cerca de Zaragoza hasta obras de ingeniería como el acueducto de
Segovia o el puente de Alcántara sobre el río Tajo.

En la Galia la arquitectura de las zonas romanizadas meridionales


tenía características itálicas como en la península Ibérica. También se
conservan edificios de distinto tipo de entre los que destacan la Maison
Carrée de Nîmes, el anfiteatro de Arles el teatro de Lyon y el Mausoleo de
los Julios en Glanum, cerca de Sain-Remy de Provence.

Ambas provincias destacan no sólo por la conservación de algunas


ciudades o monumentos sino también por las obras de ingeniería y las vías
de comunicación y, por la abundancia de arcos, que surgidos en su origen
como elemento funcional van a independizarse y ocupar, ligados al
Imperio, un carácter demostrativo y propagandístico. Los arcos romanos
van a jugar un papel importante en la tradición urbanística occidental.

La influencia de Roma sobre el Norte de África siempre ha


presentado unas características heterogéneas. La mayoría de las
comunidades eran de tamaño reducido; sus ciudades hacían la función de
granero y centro comercial. En el urbanismo romano del norte de África y
Oriente hay una gran diferencia entre una ciudad de nueva planta o un
antiguo asentamiento. Timgad y Djemila, en la actual Argelia, fueron
ciudades de nueva planta, construidas al modo de un campamento militar
atravesadas por el cardo y el decumano (Timgad) y con una retícula
ortogonal (Djemila); diseñadas por los arquitectos de la legión para
acomodar a los soldados veteranos; incluían foro, basílica, arco de triunfo,
teatro y baños.

Sin embargo, en los territorios orientales en los que existía una


tradición anterior en que se mezcla lo persa con lo helenístico, los romanos
se ven impelidos a rivalizar con la arquitectura ya existente. Así en Palmira
y Petra (Siria), en Baalbek (Líbano) o las ciudades de Asía Menor Esmirna,
Efeso, Mileto y Pergamo la edificación romana, los templos y edificios
públicos adquieren un dinamismo y monumentalidad muy marcados.

Uno de los rasgos propios a la arquitectura romana del próximo


oriente son los pórticos de columnas, generalmente corintias, que se alinean
a lo largo de las vías de la ciudad, formando calles porticadas para dar
sombra a los paseantes. Otro rasgo peculiar de algunos templos de Oriente,
como el de Palmira y el de Baalbek, es su temenos o recinto, que lo eleva
artificialmente sobre el nivel del suelo y obliga al uso de una escalinata
para acceder a él, en lo que se supone que era una costumbre semita.

16.2. El arte de la época de los nuevos monarcas.

La crisis interna del Imperio durante el siglo III concluyó con las
reformas del emperador Diocleciano, que significaron la instauración de la
tetrarquía (gobierno de cuatro personas) con un emperador en Oriente y
otro en Occidente y dos cónsules ayudantes. A partir de entonces la Historia
de Roma Antigua se denomina Bajo Imperio. Diocleciano basó su poder en
ideologías orientales, que consideraban a los emperadores divinidades
intocables; en la misma línea, reforzó el paganismo instaurando
persecuciones contra los cristianos.

La nueva estabilización política y económica permitió la


construcción de nuevas obras arquitectónicas, todas de un tamaño
monumental, como las termas de Diocleciano en la Roma de principios del
siglo IV o el palacio de Split en Croacia. En la escultura, también, se pierde
el sentido del clasicismo. La escultura de los Tetrarcas manifiesta esa
pérdida mediante la ausencia de la individualidad, la falta de movimiento y
la ausencia de sentido del espacio.

Con el Emperador Constantino, se da por finalizada la época romana


y se inicia el periodo bizantino. Constantino acabó con la Tetrarquía;
convirtió en capital del Imperio a la ciudad de Constantinopla (Turquía)
sentando las bases de un nuevo estado y recuperando, para sí, el carácter
hereditario del Emperador. Surge un nuevo espíritu y una nueva moralidad,
mediante la aceptación del cristianismo. Sin embargo, Constantino
mantuvo costumbres de la tradición romana, construyendo arcos de triunfo
y edificios públicos, como la gran basílica de Majencio.

En el ámbito escultórico destaca una cabeza gigante de Constantino,


que quizás perteneció a una escultura de colosales dimensiones.

Estas obras demuestran la pérdida del canon clásico y, ejemplifican


un alejamiento de los preceptos en que se había cimentado la tradición
greco-latina.

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