You are on page 1of 31

Capítulo 4

El origen de la empresa industrial

A pesar de que la empresa moderna surge durante la Revolución Industrial, en la época preindus-
trial también hubo actividades e iniciativas que podemos denominar ‘empresariales’, en general
vinculadas al comercio y a la manufactura o artesanía. Todas ellas, se enfrentaron a las restricciones
de esa economía, como la rigidez de la oferta de factores y la modesta relevancia del mercado como
mecanismo de asignación de recursos. Su progresiva difusión paralela a los cambios en la tecno-
logía, en las instituciones y en la demanda, originaron empresas de mayor tamaño y complejidad
organizativa sobre todo desde el siglo XVII. Con los inicios de la Revolución Industrial cambiaron
las formas y estrategias de las empresas para aprovechar el nuevo marco de oportunidades que
ésta suponía. El surgimiento de la empresa industrial moderna se puede considerar una respuesta
organizativa a la aparición de nuevas fuentes de energía, a la liberación de los factores productivos,
y a la expansión de los mercados nacionales e internacionales. Primero en Inglaterra, las empresas
industriales adoptaron el sistema de fábrica concentrada, mecanizada, y con división del trabajo,
como forma más eficiente de organizarse y expandirse. Esto llevó a la desaparición progresiva de
oficios y de formas tradicionales de organizar la producción no mecanizada. Con el avance de la in-
dustrialización las empresas crecieron y se volvieron más complejas, sobre todo en los sectores más
intensivos en capital y tecnología, como el ferrocarril, punto de arranque de las grandes empresas
industriales propias de la Segunda Revolución Industrial.

Feudalismo Mercantilismo Revolución Industrial

Siglo XII Siglo XV Siglo XVIII 1750 1850

Manufactura urbana/Gremios Industria doméstica Centralización fábricas: empresas industriales


Leyes limitación Textil y siderurgia
Concentraciones
Expansión comercial responsabilidad Origen comercial y
fabriles sin
Formación capital manufacturero
industrialización
Bancos por acciones

Lanzadera volante – Spinning


Colonias Innovaciones Jenny – Mule – Frame-Cotton
comerciantes Compañías financieras: gin, empresarios pioneros
Bolsas y
Joint-stock bancos Ferrocarriles: primeras
Commendas companies nacionales empresas gerenciales
Primera fábrica
centralizada movida por
vapor (1832, Bonaplata, España)
Compañías Manufacturas
privilegiadas Reales
de comercio

JOAQUIM CUEVAS CASAÑA


108 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

4.1. LA EMPRESA Y EL MERCADO. ENTRE LA MANO INVISIBLE Y LA MANO


VISIBLE

En 1776 Adam Smith (1723-1790) publicó su obra La riqueza de las naciones, donde destacaba
la propensión de la naturaleza humana a trocar, permutar y cambiar una cosa por otra, distinguiendo
entre quienes llegaban a la fortuna a través de una vida dedicada al trabajo y al esfuerzo de aquellos
que lo conseguían mediante la especulación improductiva. Antes que él otros precursores de la ciencia
económica habían reflexionado sobre la naturaleza de la actividad mercantil y sobre la función de los
empresarios. Al franco-irlandés Richard Cantillon (1680-1734) debemos la primera asociación entre la
función empresarial y la idea de incertidumbre que rodea toda actividad económica. Por tanto, desde
sus inicios la ciencia económica ha buscado una definición de la empresa y de sus funciones. En general
podemos establecer dos corrientes de pensamiento: por un lado la derivada de la visión más smithiana,
o tecnológica, que considera la empresa como un agente del mercado; por otra, la que considera la
actividad económica como un conjunto de transacciones que se organizan bien a través del mercado o
bien a través de la empresa en función del coste asociado. Es decir, incorpora una mayor insistencia en
la organización y en la toma de decisiones dentro de la empresa.
En la primera corriente la empresa ha sido considerada como una caja negra cuyas decisiones están
marcadas por la función de costes, y por tanto constituye una organización que asigna eficientemente
los recursos. Esta acepción ha sido durante mucho tiempo hegemónica en el análisis empresarial e in-
siste en la maximización de beneficios o minimización de costes. El punto fuerte de esta visión deudora
de la abstracción de la mano invisible de Adam Smith reside en el funcionamiento adecuado de los
mercados, y no tanto en las reglas de asignación de recursos fijadas en el seno de la propia empresa.
Esto tiene sus ventajas analíticas ya que permite establecer con cierto rigor cuál es la asignación más
eficiente de una empresa o un grupo de ellas. Es decir, mediante el sistema de precios en el que la em-
presa actúa como un agente individual de producción que maximiza sus beneficios. Sin embargo, el
énfasis en la asignación vía mercado presenta algunas limitaciones, en especial para el análisis histórico
de la empresa. Sobre todo dos. Primero, no se explica con claridad cómo se alcanzan los óptimos orga-
nizativos y de tamaño de la empresa, lo que en épocas no contemporáneas era un elemento importante.
Porque si toda empresa actúa mediante la asignación eficiente de recursos ¿Por qué existen diversas
formas de organización y diferentes niveles de integración entre ellas? ¿Todas tienden de igual forma al
óptimo? ¿Qué explica estas distintas vías de maximización? Además, en segundo lugar, no se contempla
la diversidad de objetivos que puede tener una empresa, la existencia de información asimétrica, o los
problemas derivados de la separación entre propiedad y gestión.
Debido por tanto a las insuficiencias del enfoque anterior surge la corriente más contractual. Ésta
incide en la actividad económica como un conjunto de transacciones cuya organización se puede llevar
a cabo bien a través del mismo mercado o bien internamente, a través de las decisiones tomadas dentro
de la empresa. La primera implicación de esta visión es la asunción de la existencia de costes de transac-
ción, considerados como nulos o poco apreciables en el anterior enfoque. La segunda y más importante
consecuencia es que se considera la empresa no como un agente individual que actúa en el mercado sino
como una forma de asignación y de organizar las transacciones alternativa y complementaria al mer-
cado. Ello permite cierta autonomía a las empresas para decidir cómo asignan sus recursos en función
de los costes internos (propia empresa) y externos (mercado).
La experiencia histórica nos aproxima más a este concepto de empresa que utiliza como criterio de
toma de decisiones y de resolución de conflictos la vía de la organización (jerarquía o mano visible).
Esta forma de entender la empresa recoge algunas aportaciones recientes de la ciencia económica, en
especial dos: la racionalidad limitada de los agentes económicos, y la existencia de comportamientos
El origen de la empresa industrial 109

oportunistas. Por tanto el foco se traslada a los costes de las transacciones y a la forma de reducirlos, lo
que a su vez se relaciona con las formas que toman las transacciones y a la vigilancia y cumplimiento
de los contratos acordados. Con ello es posible explicar de forma más satisfactoria las formas distintas
en que las empresas se han especializado y/o integrado, a sus formas de organización, o los incentivos
que han encontrado en ellas. En suma, a través de la historia podemos observar como la empresa no es
tan sólo una función de producción sino más bien una estructura organizativa para la consecución de
unos fines establecidos.

4.2. LA EMPRESA PREINDUSTRIAL, SIGLOS X-XVIII

4.2.1. Instituciones de gobierno y economía de mercado, factores de organización


empresarial en Europa y Asia

Las transformaciones de la economía mundial desde los albores del siglo XI culminaron en los
inicios de la Gran Divergencia entre Europa y Asia. En ambos continentes la organización de los in-
tercambios y la coordinación económica fueron diversas, dependiendo sobre todo de dos factores. Por
un lado, del diferente papel y forma asumidos por el Estado y las instituciones, y por otro, del grado
de penetración de los mecanismos de mercado que permitieran movilizar el ahorro y convertirlo en in-
versión. En Occidente, tras la desaparición del Imperio Romano, la práctica de una agricultura de sub-
sistencia poco orientada al mercado fue paralela a una paulatina fragmentación del poder en diversas
estructuras jerárquicas y geográficas. Esta fragmentación reflejaba un sistema de relaciones personales
de dependencia entre los señores de la tierra, que tenían potestad para dictar leyes y emitir privilegios.
A su vez, las ciudades también tenían capacidad para dictar sus leyes y recaudar tributos, lo que
afectaba a las relaciones entre comerciantes y artesanos, primeros empresarios individuales. Sin embar-
go, a medida que el sistema preindustrial evolucionó y renacieron las redes urbanas y comerciales en
Europa, algunos Estados mostraron cierta tendencia hacia la centralización del poder político, fenóme-
no agudizado tras el final de la Edad Media y el inicio de la Edad Moderna. La creciente consolidación
de estructuras institucionales más centralizadas está en la base de cambios organizativos que afectaron
a las primeras formas de empresa, sobre todo en relación con las cada vez más importantes funciones
económicas y administrativas de los Estados. Este fenómeno se produjo a lo largo de la Edad Media, y
a fines del siglo XV en algunas regiones de Europa se habían formado Estados nacionales con mayores
competencias institucionales.
Una primera implicación de todo ello fue el surgimiento de nuevas relaciones económicas basadas
en conceptos tales como el intercambio, el crédito, y el beneficio. No sólo en el ámbito del comercio
sino poco a poco también en las manufacturas. Así pues, con lentitud surge una nueva unidad de pro-
ducción —la empresa— cuyos criterios de maximización y organización son distintos al de la familia
campesina. Las primeras empresas estaban ubicadas en las ciudades y se vincularon a la reunión de
ahorros con finalidades productivas, sobre todo mediante la extensión del crédito en forma de pagos
diferidos por bienes vendidos. Al mismo tiempo el mayor poder de los Estados permitió mejorar las
condiciones en las que tenían lugar las transacciones económicas a través de la oferta de bienes públicos
y de unas competencias cada vez mayores en la recaudación de impuestos.
La diversa evolución económica e institucional de Eurasia durante la época preindustrial no puede
ocultar el hecho de que la constitución de empresas y actividades empresariales se enfrentó a condicio-
nantes más o menos comunes, entre los que deben destacarse dos: un mercado rígido de factores, y la
110 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

fragmentación de los mercados finales. La rigidez del mercado de factores se observó en el desarrollo
de la economía feudal. Desde el lado de la empresa la escasa presencia del mercado como mecanismo
de coordinación económica tenía efectos negativos sobre las empresas, cuyo tamaño y estructura no
dependía de forma directa de ganancias de productividad ni de la creación de economías de escala.
Además, la innovación tecnológica se veía desincentivada por la falta de seguridad jurídica: con relativa
frecuencia aventuras empresariales ligadas al comercio a larga distancia se veían frenadas por actitudes
y comportamientos arbitrarios y confiscatorios de los gobiernos. Como se ha apuntado, el ánimo re-
caudatorio de los Estados europeos desde el siglo XV motivó un creciente respeto por los derechos de
propiedad de los empresarios, aunque esto no afectó al conjunto de Europa ni a China o India, donde
primaron marcos institucionales poco favorables a la innovación organizativa.
En cuanto a la fragmentación de los mercados, las empresas solían tener mercados finales de carác-
ter local o a lo sumo regional, salvo para los productos de lujo y otros bienes manufacturados, debido
a las dificultades en el transporte, peligroso y lento. La difusión de nuevos instrumentos financieros,
como los seguros marítimos desde finales del siglo XIII, transformó la incertidumbre en un riesgo
medible y asegurable, lo que supuso un avance destacable. Aunque la irregularidad y poca frecuencia
de los intercambios, y el reducido conocimiento de los otros agentes, hacían que los costes de transac-
ción fueran altos. Antes de la aparición de los sistemas legales que garantizase el cumplimiento de los
contratos, los propios comerciantes y artesanos desarrollaron códigos de conducta que premiaban el
comportamiento honrado y penalizaban al infractor. Ello sólo fue posible cuando existió un grado de
conocimiento y de cohesión social elevado. De ahí la importancia de los vínculos familiares, étnicos, o
religiosos, que actuaron como mecanismos de garantía jurídica en el origen de las primeras empresas.

4.2.2. La empresa comercial medieval

Existe cierto acuerdo entre los especialistas en que hasta los siglos X-XI los intercambios comer-
ciales eran escasos y llevados a cabo por parte de comerciantes/aventureros que cargaban con toda su
mercancía a través de las principales rutas entre las ciudades hasta el Próximo Oriente, y entre éstas y
las dos principales rutas europeas, la del Báltico y la del mediterráneo. Estos comerciantes estaban poco
especializados y pueden ser considerados como los primeros ejemplos de empresarios individuales, a
medio camino entre el comerciante, el banquero, el transportista y el agente comercial. Los altos costes
de transacción vinculados al riesgo, a la falta de información, y a la incertidumbre propició esa falta de
especialización. En esos siglos no existían apenas mecanismos financieros que facilitaran la conversión
productiva del ahorro; los ahorros disponibles o bien se invertían o se atesoraban, mientras que los
pocos préstamos se orientaban hacia el consumo. La tesaurización e insuficiencia de inversiones pro-
ductivas, pues, eran las constantes sobre las que se configuraron las actividades de los comerciantes.
Con el tiempo, sin embargo, al desarrollo progresivo de las ciudades amplió la escala de los ne-
gocios, a lo que los comerciantes respondieron de dos formas: por un lado, se hicieron sedentarios;
por otro, se organizaron redes de individuos que compartían valores comunes, es decir, basadas en
la confianza, sobre las que transportar la información y los bienes a través de las ferias o hacia otras
ciudades. Es conocida la existencia de colonias de comerciantes del mismo origen geográfico o étnico
que se agrupaban en países extranjeros mediante la asistencia mutua, la confianza, y la reputación,
como mecanismos informales de organización. Junto a la sedentarización, y también como respuesta
organizativa a ella, durante los siglos XIII y XIV, se produjeron significativas innovaciones en el ámbito
financiero y empresarial que podemos agrupar en dos conjuntos: la introducción de compañías mer-
cantiles colectivas, y la innovación en los servicios financieros (difusión de los seguros marítimos, de la
El origen de la empresa industrial 111

letra de cambio, aparición de la contabilidad por partida doble, la estandarización de pesos y medidas,
aparición del negocio bancario, etc.).
La constitución de sociedades colectivas, aunque fuera para un solo viaje o empresa, representaba
un paso importante en la resolución de problemas organizativos tales como la asunción y comparti-
mentación del riesgo, o la reunión de un elevado capital. Se denomina a estos primeros ejemplos de
asociación colectiva commendas o comanditas, que fueron el tipo de empresas predominantes en las
ciudades italianas de los siglos XI y XII, a medio camino entre la empresa y el crédito comercial (los
préstamos marítimos eran muy frecuentes) entre dos o más individuos. El efecto más importante que
tuvo la expansión de las commendas fue que sirvió para canalizar la creciente demanda de fondos
líquidos, desde los ahorros institucionales a los familiares. Desde aquí el modelo de asociación tempo-
ral de capitales y responsabilidades se extendió por buena parte de Europa debido a su versatilidad y
capacidad de adaptación a las necesidades de cada operación o viaje a realizar.
Durante los siglos XIII y XIV esas primeras formas de asociación tendieron a convertirse en formas
más permanentes y complejas. Así pues, coincidiendo con el declive de las commendas, en las ciudades
del sur de Europa y del norte de África aparecieron las llamadas compañías. Estas sociedades todavía
no eran de responsabilidad limitada. Es decir, en caso de fracaso de la empresa sus socios o promotores
debían responder con todo su patrimonio frente a terceros, a diferencia de la limitación de responsabi-
lidad —que llegó tiempo después— en la que los accionistas sólo responden de las deudas en función
de su participación en el capital social de la empresa. Además, estas compañías se creaban mediante
la asociación de varios comerciantes con un fín y un periodo de años concreto. Aunque la creación de
tales compañías se vinculaba a un origen familiar común, no era extraño que miembros ajenos al clan
familiar se unieran a la empresa aportando capitales y asumiendo riesgos. Su principal ventaja radicaba
en su gran tamaño y escala operativa, que les permitía abordar operaciones de carácter internacional.
Este tipo de asociación se generalizó por la mayor parte de las ciudades europeas, constituyendo así
una amplia red de comerciantes conectados entre sí (además de cada vez más especializados) a través
del uso de instrumentos mercantiles (letras de cambio, cartas de pago, etc.).
En la Europa más septentrional los comerciantes hanseáticos no mostraron un grado de especiali-
zación en las prácticas mercantiles tan acusado, aunque también dieron pasos efectivos en la consoli-
dación de nuevas formas de asociación comercial (el sendeve, las vera societas, o la sociedad completa,
eran algunas de las principales). El surgimiento de éstas y otras formas de asociación empresarial estaba
relacionado con el incremento del tráfico comercial así como con otras innovaciones asociadas a ello:
el creciente uso de la moneda, la expansión de los seguros, y, sobre todo, la creación de los registros
mercantiles públicos. Estos constituyeron un factor decisivo de desarrollo del crédito y del comercio
durante la baja Edad Media. La culminación de las empresas colectivas se produjo a partir del siglo
XV como respuesta a la ampliación de las rutas y circuitos comerciales. Aunque estas compañías eran
de base familiar atraían ahorros ajenos incluyendo socios externos así como aceptando depósitos de
terceros —remunerados— que en conjunto constituían todos ellos el capital social. Extendidas por
todo el mediterráneo algunas de las principales como la compañía de los Bardi, florentina, que funcionó
durante setenta años entre los siglos XIII y XIV y llegó a contar con 120 agentes, diversificando sus
actividades hacia el préstamo a los nacientes Estados.
Otro remarcable ejemplo fue la compañía de los Medici, organizada a finales del siglo XIV con una
estructura descentralizada en distintas filiales (llegó a contar en el siglo XV con cuatro filiales en Floren-
cia) responsables de compartimentar la responsabilidad sobre el capital. Estos ejemplos, a menor escala
son patentes también en Alemania (la compañía de Ravensburg contó con dieciséis sucursales por toda
Europa), o también en Francia. Su expansión solía realizarse mediante integración vertical (incorpora-
ción en una sola empresa de las diversas fases del negocio, hacia delante o hacia detrás, con la intención
112 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

de generar economías de escala, mayor eficiencia, o situación monopolística). Para ello ampliaban su
negocio no sólo al tráfico comercial sino también hacia el préstamo o la manufactura, contando con
redes de agentes en las principales ciudades y ferias de Europa. Su organización era muy jerárquica y
centralizada, vinculada a la confianza o al apellido, intentando así evitar problemas de agencia deriva-
dos del tamaño de la propia compañía (los problemas de agencia se vinculan a la existencia y uso de
información asimétrica en el seno de la empresa y a los distintos intereses entre los propietarios y los
directivos de la empresa). Para muchas de ellas resultó letal su asociación con las finanzas de las mo-
narquías a través de préstamos, como lo fue para la compañía de los Bardi, quebrada en 1346 debido
al impago de las deudas del rey de Inglaterra.

4.2.3. Innovaciones financieras y empresas de comercio privilegiado

El descubrimiento de América transformó las formas organizativas del comercio y las finanzas. La
explotación de los recursos coloniales, la apertura de nuevas rutas comerciales, y el impulso de políticas
comerciales mercantilistas implicaron la aparición de nuevas formas de organización y financiación em-
presarial. La principal innovación empresarial de la Edad Moderna fue la constitución de las primeras
sociedades anónimas por acciones (joint-stock companies) en el norte de Europa, Holanda e Inglaterra
durante el siglo XVI. La principal ventaja respecto de las empresas anteriores radica en la limitación de
la responsabilidad de cada socio frente a terceros, es decir, las sociedades anónimas permitían repartir
el riesgo entre los socios en proporción a la cantidad de acciones poseídas, además de diversificar los
riesgos de los potenciales inversores que así podían comprar acciones de diversas empresas.
Su origen está vinculado a la competencia por las rutas comerciales con Asia y América, donde
Portugal y Castilla habían constituido empresas públicas y reguladas (Casa de la India y Casa de Con-
tratación, respectivamente). Estas compañías eran denominadas privilegiadas ya que solían tener el
monopolio del comercio con alguna colonia o bien concreto respecto de la metrópoli. Es decir, se tra-
taba de instituciones de carácter público y estratégico, dado el enorme coste de cubrir las rutas índicas
y atlánticas. Sin embargo la aparición de las primera compañías anónimas por acciones no fue la única
innovación empresarial originada en el norte de Europa. En Holanda, pero sobre todo en Inglaterra,
entre los siglos XVII y XVIII se produjo una intensa transformación en el ámbito de las finanzas y el
comercio, representada por los siguientes hechos: la extensión de la forma anónima de asociación; la
creación de instituciones bancarias y de crédito, entre las que destacó el Banco de Inglaterra (1694);
el afianzamiento de la bolsa de Londres como mercado de capital; la consolidación del negocio de los
seguros marítimos; una eficiente gestión de la deuda pública —desde 1688 Inglaterra no volvió a decla-
rarse en bancarrota; y finalmente, la aparición de una primera estructura fiscal moderna. Estos factores
impulsaron la creación de sociedades comerciales, de finanzas, y de seguros en las islas británicas.
En el norte de Europa, el control de las rutas comerciales de larga distancia lo llevaron a cabo las
compañías por acciones, privadas o semiprivadas, que acabaron desplazando a las empresas privilegia-
das portuguesas y castellanas del negocio colonial (en 1600 ya operaban en las Indias Orientales, Asia,
al menos seis compañías holandesas). Al constituirse como compañías por acciones su capital social era
impersonal y transferible —los valores se negociaban en las recién creadas bolsas de Amsterdam y Lon-
dres— así como su capacidad para reunir las sumas necesarias para desplazar militar y comercialmente
a quienes detentaban el control de las rutas asiáticas y americanas. La creación de este tipo de empresas
(que por su tamaño constituían excepciones en el tejido empresarial más común) debe entenderse en
el contexto del mercantilismo europeo de los siglos XVI, XVII, y XVIII. Es decir, en el contexto de los
nuevos Estados europeos que competían entre sí por el control de territorios y colonias, la solución
El origen de la empresa industrial 113

mercantilista fue conceder privilegios y monopolios comerciales y de conquista a empresas e inversores


encargados de crear ejércitos privados al servicio del Estado.
A cambio de tales privilegios los Estados evitaban los elevados costes de organización y supervisión
que suponía el mantenimiento de flotas y ejércitos necesarios para ejercer el control marítimo. Los
ejemplos más importantes de estas chartered companies fueron la Compañía de las Indias Orientales
(1599), inglesa, volcada en el comercio con la India, que incluía la importación de calicós, y la VOC,
acrónimo holandés de la Compañía de las Indias Orientales Unidas creada en 1602. Los conflictos
armados entre Inglaterra y Holanda por el control comercial fueron recurrentes (1652-54, 1664-67
y 1672-74). El blindaje legal de las compañías estimuló la construcción naval británica. A finales del
siglo XVI, el tonelaje de la marina mercante inglesa era todavía menor al de la de los Países Bajos. En
el XVIII, su tonelaje superaba al de Holanda, Francia, Suecia y Dinamarca juntos.

MAPA 4.1
Principales rutas comerciales de la VOC

La VOC reunía numerosos accionistas privados y un indudable apoyo público —contaba con repre-
sentantes de cada una de las Provincias Unidas— al tiempo que establecía la limitación de responsabi-
lidad. La VOC era gestionada mediante una estructura descentralizada de seis agencias independientes,
ubicadas en distintas ciudades holandesas, cada una de ellas dirigida por un cuerpo de Directores. Éstos
114 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

elegían una Asamblea de 17 Directores, que eran los verdaderos gestores de la compañía. En esta tarea
jugaba un papel esencial el Gobernador de las Indias, con capital en Batavia actual Yakarta, que coor-
dinaba las políticas de la empresa en las distintas bases comerciales que tenía por toda la ruta asiática.
La alta rentabilidad de la VOC debe relacionarse con sus éxitos militares, que les permitió apoderarse
—en nombre de la Provincias Unidas— de amplios territorios que se traducía en la consecución de
monopolios comerciales.
El ejemplo más claro fue el de las especies, clavo y pimienta, que mantuvieron un elevado precio
de monopolio hasta finales del siglo XVIII. Una de sus principales innovaciones era el carácter nego-
ciable de sus títulos, lo que obligó al gobierno a constituir un espacio físico que albergase los actos de
compra-venta de las acciones, más allá de los mercados informales que para ello funcionaban. De esta
forma, en 1608 se creó formalmente la bolsa de Amsterdam. Se trataba de empresas con la gestión de-
legada en gestores profesionales y asalariados, con una estructura jerárquica rígida, y que solían tener
un tamaño muy considerable (la VOC llegó a emplear a finales del siglo XVII a 12.000 personas). A
medida que el comercio colonial se extendió y creció durante los siglos XVII y XVIII debieron medirse
a empresas privadas que también entraron en el negocio colonial a través del llamado comercio trian-
gular. Este dio impulso a la consolidación de redes de comerciantes de toda Europa que mediante la
negociación de instrumentos mercantiles, en especial letras de cambio, pudieron comerciar y realizar
operaciones de giro sobre cualquier bien producido en cualquier punto del planeta conocido.

4.2.4. Las diversas formas de la empresa industrial. Gremios, industria a domicilio,


y manufacturas centralizadas

La unidad técnica predominante en la manufactura preindustrial fue el taller. Sus diversas formas
desde los siglos X y XI dependieron de numerosos factores, entre los que destaca la penetración de
instituciones incentivadoras de los mecanismos de mercado. En términos generales el surgimiento de
industrias especializadas en la alta Edad Media se concentró en las ciudades (a excepción de la mine-
ría y la siderurgia localizadas cerca de los yacimientos) vinculadas a la actividad de los comerciantes,
que con frecuencia eran quienes adelantaba el capital circulante necesario al artesano al que habían
realizado un encargo determinado. Hasta el siglo XV existió una diferenciación clara entre las manu-
facturas rurales, realizadas por los propios campesinos y orientadas al autoconsumo, y las elaboradas
en las ciudades, en general destinadas a mercados locales y regionales. Las mejoras en el transporte,
el incremento gradual en las pautas de consumo así como el aumento de los intercambios y el crédito,
expandieron el panorama manufacturero de estos siglos.
Ahora bien, al igual que se ha observado en el ámbito del comercio y las finanzas, la expansión de la
demanda y del mercado implicó el desarrollo de respuestas distintas en función de las condiciones pro-
pias de cada región, de cada bien producido, y de las relaciones sociales e institucionales sobre las que se
asentara la actividad transformadora. A grandes rasgos tres fueron las principales formas de asociación
en la manufactura preindustrial: la dinámica comunitaria representada por los gremios, la individua-
lista representada por la protoindustria (putting-out system, verlag system, sistema doméstico), y más
tarde, las grandes concentraciones industriales ligadas a sectores estratégicos casi siempre regulados
por los poderes públicos (que en España tomaron el nombre de Manufacturas Reales). Además, junto
a la existencia de esta variedad de formas organizativas y asociativas, debe destacarse la existencia de
una tendencia de largo plazo hacia la concentración de la actividad empresarial, paralela a la creciente
diferenciación entre el trabajo y el capital representado por trabajadores y empresarios.
El origen de la empresa industrial 115

Los gremios constituyeron la forma de organización artesanal más extendida en Eurasia, y tam-
bién más tarde en América, desde que surgieron en el siglo XI. Casi siempre los gremios reunían a los
maestros artesanos de un misma profesión bajo la protección de la autoridad, a menudo municipal,
que les concedía el monopolio sobre la producción y comercialización de determinados bienes. Estas
instituciones fueron esenciales en el desarrollo de las ciudades y de los mercados en la Europa medieval
y moderna, y constituyen la vertiente organizativa de la manufactura preindustrial que respondía a los
siguientes rasgos: 1) la artesanía en las ciudades estaba muy especializada por oficios; 2) este tipo de
manufactura tenía escasos requerimientos de capital fijo; 3) todavía no contemplaba la división del tra-
bajo aunque en algunos casos se daba una mínima división de tareas. Sus principales funciones fueron
por un lado económica, y por otra la de representación y defensa de intereses comunes y corporativos.
En cuanto a la primera, resulta primordial el papel de monopolio ejercido por el gremio sobre cada
rama de la artesanía, que permitía un control estricto sobre la producción y calidad del producto así
como del precio de venta. Es decir, como monopolio de oferta los gremios controlaban el volumen de
la producción, el número de talleres, el número de operarios, el utillaje a emplear, y el desempeño téc-
nico en aras de homogeneizar el bien producido evitando competencia en calidad o variedad. Además,
también actuaban como cooperativas de compras de las materias primas —monopsonio— y como
regulador de las condiciones laborales y técnicas requeridas en la producción, lo que les permitía una
estandarización relativa de la misma evitando competencia en calidad y precio. En este sentido consti-
tuyeron una solución al problema derivado de la especialización progresiva de la manufactura y de la
aparición de mercados para la misma, ya que a cambio de la concesión del monopolio garantizaban
un control de calidad y de producción que estuvo en la base de su supervivencia a través de los siglos.
La segunda de sus funciones no era menos importante, ya que la representación corporativa de
sus miembros les aseguraba la participación en los gobiernos y administración de las ciudades, y les
garantizaba una suerte de sistema de protección colectiva que abarcaba a las viudas y huérfanos de la
profesión, y lo que es más importante, les proporcionaba el control de la formación técnica. Es decir,
los gremios fueron el principal mecanismo de transferencia del conocimiento técnico y de formación de
capital humano en las manufacturas preindustriales, a través de las reglamentaciones y ordenanzas que
regulaban el ascenso dentro de la profesión y del mantenimiento de los estándares técnicos y de calidad.
El cumplimiento de las normas gremiales se aseguraba mediante controles internos y la vigilancia
del trabajo, como por ejemplo eran las visitas periódicas a los talleres. Por tanto, la valoración econó-
mica del papel desempeñado por los gremios no debe limitarse a calificarlos sólo como instituciones
desincentivadoras del cambio técnico como puede parecer a primera vista, sino que también cumplie-
ron funciones esenciales en la transformación de la manufactura preindustrial. Su declive comenzó en
toda Europa durante el siglo XVIII, en relación con el despegue de la demanda y el desarrollo de otras
formas de manufacturas más baratas orientadas tanto para el mercado europeo como el colonial. En
algunos casos se disolvieron ante los cambios productivos que eliminaban determinadas profesiones, y
en otros se transformaron en asociaciones patronales. Es lo que ocurrió, por ejemplo, en buena parte
de la industria textil en España: en las manufacturas catalanas y valencianas los gremios con mayor
control sobre el proceso productivo se reconvirtieron en asociaciones patronales o empresariales que
participaron de forma efectiva en el arranque industrial; sin embargo en otros casos —sobre todo los
que agrupaban a mano de obra desplazada por el cambio técnico— acabaron desapareciendo o recon-
vertidos en asociaciones de trabajadores o sindicatos.
La segunda forma de organización de la manufactura preindustrial resultó de la cada vez mayor
implicación del capital comercial, los comerciantes o verlegers, sobre ciertas actividades artesanales,
agremiadas o no. A partir del siglo XV el comerciante entró en la esfera de la manufactura, tanto en la
financiación de la actividad artesanal —no sólo en el capital circulante sino también en el fijo— como
116 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

en la comercialización de la producción mediante pedidos. El elemento más significativo de esta lógica


individualista radica en la propia figura del comerciante, después fabricante o empresario, como coor-
dinador de la función de producción, en tanto que adelantaba los medios financieros y materias primas,
gestionaba el negocio, dirigía el proceso productivo, y controlaba la comercialización.
La variedad de formas adoptado por el sistema de producción a domicilio fue muy amplio, sobre
todo en cuanto a la figura de estos primeros empresarios. En esencia, la organización de la producción
doméstica se basaba en la coordinación del proceso productivo por parte de estos primeros empre-
sarios, que internalizaban los mercados intermedios de cada bien evitando cuellos de botella —por
ejemplo entre el hilado y el tejido, o entre el hilado y el peinado de la lana o el algodón— mediante
una primera división dispersa del trabajo. Este tipo de organización productiva respondió a tres retos
básicos: el incremento de la demanda, el coste del trabajo, y las restricciones impuestas por los gremios
urbanos, lo que originó el desplazamiento de una parte significativa de la producción manufacturera a
zonas rurales.
Además, este modelo organizativo se propagó a la mayor parte de ramas manufactureras, no sólo
los textiles, sino también a la confección, la cuchillería, la elaboración de clavos, relojes, artículos de
piel, paja, etc., que en algunos casos sobrevivieron hasta el siglo XX. En Europa, en especial en regiones
flamencas e inglesas pero no solo, así como en Asia y América, se desarrollaron desde los siglos XVI y
XVII actividades manufactureras con población rural que trabajaba a tiempo parcial, especializadas
en el suministro de productos textiles baratos orientados a la creciente demanda. El empleo de trabajo
campesino, posible debido, sobre todo en el textil, al escaso coste del capital fijo y a la poca complejidad
del proceso productivo, permitía emplear mano de obra barata. La manufactura constituía un ingreso
adicional de familia campesina y en épocas de poca actividad en el campo el trabajo en casa tejiendo o
hilando tenía un coste de oportunidad muy bajo. Además, el sistema a domicilio incentivó el incremen-
to de la oferta de trabajo industrial mediante el impulso demográfico asociado a las rentas salariales.

FIGURA 4.1
Esquema organizativo de la manufactura doméstica o a domicilio
El origen de la empresa industrial 117

En algunas regiones de Inglaterra —Suffolk, Norfolf, West Riding, Yorkshire, Somerset— la mag-
nitud del proceso fue tal que poblaciones enteras acabaron dedicadas al trabajo a domicilio, y no eran
infrecuentes los ejemplos de primeras concentraciones en edificios o fábricas protoindustriales. En ellos
el comerciante o ya fabricante reunía numerosos telares o máquinas de hilar de su propiedad y se daba
una primera división entre capital y trabajo. Pero no se produjo una verdadera división del trabajo y
la mecanización de todo el proceso productivo hasta el último tercio del siglo XVIII con la aparición
de avances técnicos. Lo que sí se produjo en estas primeras concentraciones fabriles fue el problema
derivado del tamaño y el control de la producción, como su velocidad, regularidad y calidad; pero no
pudieron ser solucionados en el marco del sistema a domicilio. También aparecieron primeras con-
centraciones o fábricas protoindustriales en otros sectores al margen del textil, sobre todo en aquellos
donde los requerimientos financieros eran mayores. Por ejemplo, la siderurgia, que en numerosas regio-
nes de Europa se desarrolló mediante centros fabriles auspiciados por los comerciantes y empresarios.
Eran este tipo de establecimientos manufactureros los que describió Adam Smith en un clásico ejemplo
referido a la producción de alfileres, más que a fábricas mecanizadas y con plena división del trabajo.
En suma, esta forma primera de industria, protoindustria, o verlag system, vinculado a la teoría de
la protoindustria como paso previo a la industria, presentó ventajas en épocas previas a la industrializa-
ción del siglo XIX; ventajas sobre las tradicionales zonas productoras de paños de alta calidad y precio
indudables en términos de costes y organización. Sin embargo, debido a la amplia casuística histórica
que tuvo la protoindustria no puede trazarse una línea que vincule de manera directa la existencia
previa de industria rural con aquellas regiones de más temprana industrialización. Ahora bien, de los
protagonistas implicados en este tipo de actividad, los comerciantes ocuparon un lugar central en todo
el proceso, y esto explica, como luego se verá, su importancia en el origen de los primeros empresarios
industriales.
La última variante de organización manufacturera preindustrial hace referencia a grandes estable-
cimientos centralizados, casi siempre de propiedad, gestión y financiación pública, las Manufacturas
o Fábricas Reales. Su origen está ligado a la corriente mercantilista que impulsó el nacimiento de los
Estados modernos y que en el comercio promovió la creación de las compañías privilegiadas. En la ma-
nufactura destacaron la promoción de sectores estratégicos casi siempre en régimen de monopolio, lo
que solía requerir una concentración a gran escala de mano de obra cualificada. Antes de la extensión
del mercantilismo, en especial en Francia durante la época colbertista, existen evidencias de concen-
traciones industriales en los mayores centros urbanos de Europa, vinculados a la construcción naval
y a la minería. La constitución de grandes astilleros y sectores auxiliares (en buena parte de ciudades
italianas, francesas o españolas), la explotación de minas, la fabricación de armas y arsenales (como
Cartagena), la producción de bienes de lujo (vidrios, sedas), o el aprovechamiento de monopolios fis-
cales como el tabaco (los magníficos establecimientos de Sevilla y Valencia son un buen ejemplo), pro-
piciaron el surgimiento de este tipo de fábricas. Su impulso definitivo se produjo durante el siglo XVIII
ya que buena parte de los gobernantes europeos consideraron un fin estratégico fomentar actividades
industriales y la transmisión de conocimientos técnicos más o menos secretos.
En general en estas empresas o fábricas centralizadas no había división del trabajo sino a pequeña
escala, dependiendo de la posibilidad de fragmentar en fases el proceso productivo. Su gran tamaño
generó problemas de gestión, organización y disciplina del trabajo, mientras que desde el lado del
capital, público o semipúblico, solían presentarse problemas derivados de su ineficiente estructura de
costes, dependiente de los pedidos del gobierno. Se trataba de empresas con una estructura organizativa
desequilibrada, incapaz de controlar a sus administrativos y a los obreros si no era con sistemas disci-
plinarios estrictos que solían demostrarse insuficientes para controlar uno de sus principales problemas,
el fraude, y los continuados hurtos cometidos por contratistas, inspectores y trabajadores. Como su ló-
118 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

gica estaba basada en el aprovechamiento de los privilegios o de monopolios, y no mediante ganancias


de productividad ni mecanización del proceso productivo, no pueden considerarse los precedentes de
las factorías industriales del siglo XIX. De hecho, la mayor parte de las manufacturas centralizadas su-
cumbieron a la introducción de la producción basada en la fábrica debido a su escasa competitividad, y
sólo en determinados casos y debido a su relación con el poder político sobrevivieron de forma parcial.

4.2.5. La empresa agrícola: del autoabastecimiento al mercado

La intensificación de la actividad agraria constituyó un fenómeno muy desigual en la historia eco-


nómica mundial, y tuvo efectos económicos y sociales significativos sobre el grado y la cronología de
la industrialización de las diversas regiones europeas. La evolución de la organización de la actividad
agraria estuvo a grandes rasgos marcada por la enorme heterogeneidad tanto en la propiedad del insu-
mo principal, la tierra, como en las respuestas organizativas frente a los cambios económicos. De forma
abreviada el paso de una organización antigua a una moderna de la actividad agraria se resume en la
sustitución de la obtención y transferencia de la renta de la tierra de carácter feudal por la obtención de
un beneficio asociado a la explotación de la tierra de carácter empresarial.
En términos generales la agricultura de Eurasia hasta el siglo XVI se organizó con el fin de transferir
la mayor parte posible de la renta del cultivador directo al propietario o titular del señorío, que solía
ceder el cultivo a explotaciones de tamaño familiar. Esta forma de explotación se tradujo en un tipo
de actividad económica vinculada al ciclo natural de la tierra. Así pues se producía para garantizar la
subsistencia y al mercado sólo llegaba una parte muy reducida de la producción. Los ciclos de rotación
de cultivos y barbecho se complementaban con el uso de los bienes comunales, como eran el paso del
ganado por las explotaciones para su abonado, los derechos de recogida de rastrojos y leña, la utiliza-
ción de molinos y otras instalaciones, etc. Esta fórmula general produjo numerosas versiones, que fue-
ron desde el afianzamiento del trabajo servil en Europa oriental a favor de los titulares de los señoríos,
a las diferentes formas de cesión de la tierra que posibilitaban cierta acumulación a los productores
de la Europa del sur (este era el caso de las diferentes formas de cesión y explotación de la tierra que
hasta el siglo XX han existido en España, como la enfiteusis valenciana, la rabassa morta catalana, o la
aparcería). En todo caso no son formas de uso concebidas desde la perspectiva de la empresa capitalista
sino más bien desde la concepción patrimonialista de la gestión de la tierra.
Sin embargo desde el siglo XVI se produjeron en el norte de Europa determinadas circunstancias
que transformaron de forma irreversible las formas de explotación y gestión agraria, sobre todo en
cuanto a la adopción de criterios y objetivos empresariales. En el largo plazo la transformación de la
actividad agraria incrementó la productividad y propició la ruptura del techo malthusiano de la agri-
cultura europea. Las principales innovaciones se produjeron en Holanda e Inglaterra en consonancia
con lo observado en las finanzas y el comercio, y pueden sintetizarse en las siguientes: paso del auto-
consumo a la producción orientada al mercado, establecimiento de vínculos con empresas industriales
y mercantiles para el abastecimiento de insumos y la comercialización de los bienes producidos (es
decir, hacia delante y hacia detrás), utilización de avanzadas técnicas contables y de gestión para poder
planificar en el medio plazo los ciclos de las cosechas, y finalmente la transformación que hizo posible
el nacimiento de la agricultura moderna: el cambio institucional que supuso la privatización del factor
tierra y la eliminación progresiva de las tierras comunales.
El ejemplo más notorio fue el de los cercamientos o vallados (enclosures) de los terrenos que abrió
el camino, lento pero firme, hacia la propiedad privada de la tierra. Sus promotores buscaban no sólo
El origen de la empresa industrial 119

incrementar su porción de renta a costa de los productores más débiles sino también responder a la
creciente demanda de alimentos por parte del mercado. Este fenómeno se llevó a cabo mediante la
imposición, en general muy conflictiva debido a que desaparecieron los pequeños cultivadores direc-
tos (yeomanry), de unos derechos de propiedad sobre otros más tradicionales. En el largo plazo estos
nuevos derechos o instituciones se mostraron más propicios al crecimiento de la producción, ya que
suponía considerar las actividades agrícolas como forma de negocio a cuya práctica debían aplicarse
criterios empresariales y contables. Esta transformación se mostró necesaria para poner en marcha las
técnicas agrarias que acabaron con el tradicional ciclo trienal (alternando con barbecho) de la tierra y
que suponían un uso más intensivo de la misma: rastrillaje y laboreos profundos, rotaciones continuas,
sucesión de cosechas variadas y planificadas, reducción o supresión del barbecho, y obtención de forra-
je en cualquier estación del año. Todo ello era imposible de implementar con el sistema de organización,
gestión, y propiedad anterior, donde la fragmentación parcelaria y el uso de bienes comunales impedía
generar economías de escala significativas.
Este proceso se transmitió desde el norte de Europa donde las relaciones feudales eran ya muy
débiles, en especial en Holanda y en Inglaterra hacia los siglos XVII y XVIII. El resultado de la gene-
ralización de los cercamientos y de la aplicación de criterios racionales de cultivo fue que la propiedad
privada se extendió en forma de explotaciones de carácter capitalista en detrimento de los campos
abiertos y comunales. El proceso iniciado en la agricultura de los Países Bajos, y desarrollado en Ingla-
terra, tomó allí el nombre de Norfolk system, y sus efectos en el largo plazo y sobre el conjunto de la
economía fueron significativos: a finales del siglo XVIII los campesinos sólo poseían el 15% de la tierra
cultivada inglesa. Por su parte, los nobles (gentry), tendieron a convertirse en terratenientes que arren-
daban la tierra a productores cuyo objetivo era maximizar beneficios a través de una gestión adecuada
de los cultivos y la ganadería. Para ello, además, no sólo se utilizaba trabajo asalariado sino también
especializado, como gestores y capataces cuya experiencia y conocimientos se utilizó con frecuencia en
las empresas industriales, mineras, y mercantiles que se estaban constituyendo.
Debe recordarse, en todo caso, que todo este proceso fue mucho más lento en el resto de Europa,
sobre todo en las regiones meridional y oriental, donde la transición hacia formas empresariales de ex-
plotación agraria se produjo sobre todo durante el siglo XX. En territorios americanos esta cuestión se
saldó con resultados bien distintos. En Latinoamérica los procesos de independencia colonial durante
el siglo XIX y las subsiguientes reformas de la propiedad propiciaron la constitución de latifundios,
mientras que en Norteamérica al no haber estructuras feudales previas la colonización privada de la
propiedad fue más sencilla.

4.3. LA EMPRESA DE LA PRIMERA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL, 1750-1850

4.3.1. Factores de cambio en la organización empresarial

Las formas de organización y producción hasta ahora vistas tendieron a cambiar desde mediados
del siglo XVIII. La industrialización iniciada hacia 1750-1760 cambió de forma radical la naturaleza
y papel de los empresarios así como de las formas de organizar las empresas. Esto no quiere decir que
durante la transformación industrial desaparecieran las formas anteriores, ya que el paso hacia em-
presas más complejas se produjo de forma gradual. Esto propició que entre 1750 y 1850 coexistieran
estructuras empresariales tradicionales con otras nuevas, tanto en su forma, tamaño, y dirección. Las
primeras muestras de innovación empresarial aparecieron en el sector textil y siderúrgico y se fueron
120 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

extendiendo sectorial y geográficamente a través de Europa de forma desigual de la mano del avance
de la industrialización, a modo de mancha de aceite o conquista pacífica como califica el proceso el
historiador económico y de la empresa Sidney Pollard.
Los cambios económicos y técnicos sucesivos producidos, sobre todo, durante el siglo XVIII tuvie-
ron su expresión en la aparición de las primeras empresas modernas. Los elementos más importantes
que éstas tenían respecto las anteriores formas de organización fueron dos: por un lado, un mayor
tamaño y complejidad organizativa derivada de la mecanización y de la concentración en un mismo
recinto de los factores de producción; por otro, la acción coordinadora del empresario sobre el proceso
productivo, desde la implementación de innovaciones, la organización de los factores, o la distribución
del bien acabado. La aparición de empresas industriales modernas se explica por la acción conjunta
de factores diversos que podemos agrupar en tres grupos: técnicos, de mercado, e institucionales. No
existe acuerdo en cuanto al mayor o menor peso de cada uno de ellos pero vistos en conjunto ofrecen
una explicación razonable de la desigual aparición de empresas modernas en Europa y Norteamérica
entre 1750 y 1850.

MAPA 4.2
La manufactura textil y las actividades extractivas en Inglaterra, 1750-1820
El origen de la empresa industrial 121

La concentración de factores en un solo establecimiento y los cambios que requería la instalación de


maquinaria movida por energía no orgánica (sustitución del agua por vapor) alteraron las variables que
definían la organización de la empresa. Las mayores inversiones empleadas requerían una coordinación
mucho más estricta de las fases y factores de la producción. Los empresarios, encargados de esta tarea,
se enfrentaron al mismo tiempo a los requerimientos de un mercado en expansión. Además de todo ello
fue determinante el peso que tuvieron las condiciones de partida de cada región o sector, y en buena
medida explica la diferente cronología y geografía en la aparición de empresas modernas. Las regiones
pioneras contaban con una dotación previa de conocimientos técnicos y mercantiles, preindustrial por
tanto, que resultó esencial en el origen de sus primeras empresas. Los conocimientos son elementos
susceptibles de ser acumulados y transmitidos por lo que determinadas regiones y sectores estaban en
mejor posición para que aparecieran nuevas formas de empresas (no debe olvidarse que la primera
industrialización no consistió en crear nuevos productos sino sobre todo en abaratar y estandarizar
bienes ya conocidos).
El ejemplo del algodón resulta ilustrativo del sector más temprana y rápidamente centralizado y
mecanizado, primero con maquinaria hidráulica y más tarde con movimiento a través de máquinas
de vapor. Aunque la industrialización plena se produjo en la segunda etapa, con el vapor, es cierto que
durante el último tercio del siglo XVIII se crearon primeras fábricas concentradas con división del
trabajo y maquinaria. En 1788 existían al menos 142 fábricas movidas por energía hidráulica en Gran
Bretaña —entre ellas algunas de las mayores como la de Arkwright; en 1796 Glasgow contaba ya con
39 fábricas algodoneras de ciclo completo movidas por agua y 30 grandes talleres de estampación de
calicós. Fue aquí, en Escocia, donde en esta primera fase se ubicaron algunas de las mayores empre-
sas industriales, por ejemplo en New Lanark, con dos empresas que empleaban entre 1.300 y 1.400
obreros en la fábrica, más otros varios centenares que trabajaban en casa. La aplicación de energía de
vapor cambió la ubicación de la industrias, no tan dependiente del suministro de agua y más cercanas
a las minas y a los puertos importadores de algodón. Pero este proceso fue lento y hasta la mitad del
siglo XIX la producción textil realizada con energía hidráulica aun era tan importante como la gene-
rada con máquinas de vapor. El vapor permitía construir recintos mayores y dar mayor continuidad a
la producción. Desde mediados de la década de 1780, y en combinación con las máquinas de hilar, se
desarrollaron grandes empresas industriales, en especial en la región de Manchester: a finales de siglo
la fábrica de Atkinson allí empleaba 1.500 obreros, aunque este tipo de empresas eran más excepción
que la regla general. Hacia 1830 las fábricas en Manchester empleaban en promedio 400 obreros, con
ejemplos de fábricas de más de 1.000 personas sin contar el personal supervisor.
Desde el punto de vista de la empresa la aparición de recintos industriales equipados con maquinaria
continua que transmitía el movimiento a todo el complejo industrial representó el triunfo del sistema de
fábrica o factory system. En él se produjo una plena (según los casos) división del trabajo y una aplica-
ción de equipamiento mecánico. Ambas circunstancias constituyen los principales retos organizativos
que desembocaron en la aparición de empresas industriales modernas. Por un lado, la centralización
fabril permitía controlar y disciplinar a los trabajadores, a diferencia del sistema doméstico, evitando
sus costes asociados: transportes, costes derivados del elevado número de contratos y transacciones,
fraude, irregularidad en los suministros, calidad deficiente, etc. Por su parte el equipamiento industrial
mejoraba con rapidez, la maquinaria se hacía más compleja y requería mayores inversiones (a finales
del siglo XVIII la inversión en capital fijo por obrero era de 10 libras, cantidad elevada hasta las 100
libras en 1830). Además, crecía en tamaño: las water-frame, las mule-jenny, y los telares mecánicos
superaban el ámbito del taller y de la contratación doméstica de trabajo. El cambio técnico requería
una coordinación y división clara de tareas que se produjo en el ámbito de la fábrica, lo que a su vez
desembocó en un alza significativa de la productividad, originando un descenso acusado de costes y por
tanto de precios finales que a su vez alimentaba la demanda y la creación de capital industrial.
122 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

CUADRO 4.1
Contribución sectorial al valor añadido de la industria, 1770-1831

1770 1801 1831 1831 a precios de 1770


mil. £ % mill. £ % mill. £ % mill. £ %

Sector tradicional 19,8 86,8 38,2 70,6 72,2 63,9 51,4 42,6

Lana 7 30,7 10,1 18,7 15,9 14,1 14,3 11,8

Cuero 5,1 22,4 8,4 15,5 9,8 8,7 7,9 6,6

Construcción 2,4 10,5 9,3 17,2 26,5 23,5 14,8 12,3

Sector industrial 3 13,2 15,9 29,4 40,8 36,1 69,4 57,4

Hierro 1,5 6,6 4 7,4 7,6 6,7 25,2 20,9

Carbón 0,9 3,9 2,7 5 7,9 7 5,9 4,9

Algodón 0,6 2,6 9,2 17 25,3 22,4 38,2 31,6

TOTAL 22,8 100 54,1 100 113 100 120,8 100

1770 = 100 100 237,3 495,6 530

Fuente: Crafts, N. (1985), British economic growth during the Industrial Revolution, Oxford University Press.

No debió ser menor el peso del factor institucional a la hora de explicar la aparición de nuevas
empresas y empresarios industriales así como el liderazgo británico. Siguiendo la interpretación de
Joel Mokyr, las islas británicas contaban a mediados del siglo XVIII con un entorno socioeconómico e
institucional que favorecía e incentivaba las innovaciones y el riesgo empresarial asociado a la puesta
en marcha de iniciativas novedosas y a la detección de nuevas oportunidades de negocio. Los factores
institucionales que favorecieron una dotación empresarial superior a la del resto de Europa fueron so-
bre todo dos: una temprana liberalización de factores productivos, y un marco jurídico más garantista
con la inversión privada en forma de códigos mercantiles y de comercio específicos. Ya se ha analizado
el cambio legal que supuso la privatización de la propiedad de la tierra en Inglaterra y Holanda, a las
que siguieron, sobre todo tras la revolución francesa y durante el siglo XIX, otras regiones europeas.
En cuanto al factor trabajo el proceso también tuvo diferencias regionales pero exponentes comu-
nes: las reformas agrarias, la modificación de las relaciones laborales, y la descomposición de formas de
encuadramiento profesional previas, como los gremios, incrementó y transformó la oferta de trabajo
disponible y permitió la ampliación de horizontes de la actividad emprendedora. Así pues los empre-
sarios británicos demostraron ser más proclives a la asunción de riesgos con el objetivo de aprovechar
las nuevas oportunidades de negocio debido a que el entorno institucional era más favorable: una re-
lativa mayor movilidad social, la existencia de patrones sociales más pragmáticos que incentivaban la
experimentación técnica, la menor presencia de privilegios legales, la estabilidad política, el predominio
y protección de la propiedad privada, el funcionamiento más ágil de mercados de bienes y factores, y
mejores canales de inversión.
El origen de la empresa industrial 123

Sin embargo esta mejor posición de partida de los empresarios británicos no sólo debe relacionarse
con los avances institucionales sino con los socioeconómicos. De hecho las mayores transformaciones
normativas tendentes a favorecer la actividad empresarial fueron por detrás de los hechos, ya que la
mayor parte del cuerpo jurídico mercantil se originó entre la revolución francesa y las guerras napoleó-
nicas (1789-1815). Fueron esos cambios normativos los que rompieron con el Antiguo Régimen, uni-
formando prácticas, usos, y privilegios derivados de la escala social. Los códigos napoleónicos sentaron
las bases de los derechos de propiedad modernos que, desarrollados durante el siglo XIX, garantizaron
la propiedad y su transferencia. Su extensión por toda Europa, con notables diferencias regionales,
fue importante, y se produjo, entre 1815 y 1860, teniendo en cuenta que el primer Código francés de
comercio data de 1807.
Deben enfatizarse tres aspectos en los que el avance legislativo durante el siglo XIX fue significa-
tivo en el ámbito de las empresas: 1) la protección de la propiedad intelectual a través del sistema de
patentes, 2) la extensión de la limitación de la responsabilidad, y 3) el perfeccionamiento de las leyes
que regulaban las quiebras. En los tres casos Inglaterra no fue pionera debido a los efectos de la crisis
financiera de 1720 que provocó la aprobación de la Buble Act del mismo año, restrictiva para con la
asociación de capitales y que no se reformó en profundidad hasta 1825, cuando se volvieron a permi-
tir las sociedades de responsabilidad limitada. Así, la plena responsabilidad limitada se introdujo por
primera vez en Bélgica en 1822, en Suecia en 1844, en el Reino Unido en 1856, en la década de 1850
en Alemania, entre 1848 y 1851 en España, y en Estados Unidos no se implantó de forma generalizada
hasta la década de 1860. Algo similar ocurrió con la protección de la propiedad intelectual: si bien
durante los siglos XVI y XVII había existido una regulación sobre los privilegios hacia los inventores
de máquinas en Venecia, Sajonia o Inglaterra, no fue hasta los años de transición entre los siglos XVIII
y XIX que el sistema de patentes se extendió en su forma moderna, primero en Inglaterra, Francia,
Estados Unidos, y Austria, y más tarde en el resto de Europa durante el primer tercio del Ochocientos.
A su vez, las leyes de quiebras comenzaron a considerar la posibilidad del fracaso empresarial más allá
de circunstancias vinculadas a la deshonestidad y el despilfarro; es decir, las leyes de quiebras transfor-
maron la socialización del riesgo, complementando la limitación de responsabilidad e incentivando la
asunción de mayores riesgos como un elemento necesario en toda iniciativa empresarial.
En definitiva, bien por la sanción formal de leyes y normativas, bien por la trasformación integral
de la sociedad y economías, lo cierto es que desde la Revolución Gloriosa de finales del siglo XVII Gran
Bretaña contó con un número mayor de individuos que consideraba el esfuerzo personal, la maximiza-
ción de beneficios, la búsqueda del prestigio social asociado a la asunción del riesgo, y la aplicación de
innovaciones científicas (propias o foráneas) con intenciones pragmáticas, como los ejes de su actua-
ción personal y profesional. Sobre la última cuestión cabe destacar que los avances científicos no fueron
superiores en Gran Bretaña a los de Francia, pero allí tuvieron un carácter más aplicado, y los empre-
sarios, siguiendo de nuevo la opinión de Mokyr, mostraron una notable superioridad para ponerlos en
práctica y rentabilizarlos en formas industriales novedosas.

4.3.2. Las formas de empresa: La hegemonía de las empresas familiares

Durante la primera industrialización las empresas predominantes en Europa, con Inglaterra a la


cabeza, fueron las de tamaño pequeño o medio, casi siempre de carácter familiar, y establecidas jurídi-
camente con formas personalistas de gestión. Las condiciones en las que se produjo la industrialización
condicionaron la estructura empresarial, cuya modernización definitiva no llegó sino a partir de la dé-
cada de 1850, cuando la extensión de sectores más intensivos en capital, como el ferroviario, o el uso de
124 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

tecnologías propias de la segunda industrialización, obligó a incrementar los requerimientos financieros


y organizativos de las empresas.
Los principales rasgos organizativos de las primeras empresas industriales fueron tres: 1) la falta de
separación entre gestión y propiedad, es decir, era el padre de la familia, fundador o continuador de la
saga empresarial quien gestionaba directamente el negocio; 2) una reducida dimensión de las unida-
des empresariales, que sin embargo fueron creciendo y especializándose a medida que la complejidad
técnica y organizativa de las tareas lo requirió; y 3) la escasa implantación de las formas anónimas de
asociación, que no se extendió ni en Gran Bretaña ni en el resto de Europa de forma significativa has-
ta la segunda mitad del siglo XIX. Este enfoque es distinto al que plantea el desarrollo de la empresa
industrial en forma de gran corporación, con división de tareas, departamentos, y funciones, y dirigida
por ejecutivos profesionales. Este ha sido el ejemplo de la gran empresa norteamericana desarrollada
durante la segunda mitad del siglo XIX.
En todo caso lo cierto es que, sobre todo en Europa, pero también en Norteamérica, las empresas
protagonistas de la primera revolución industrial fueron de tamaño medio y pequeño, gestionadas por
sus fundadores con criterios basados en el propio aprendizaje de la organización. Las tradicionales
formas de organización como el pequeño taller industrial o el sistema de pedidos fueron habituales
hasta bien entrado el siglo XIX. Incluso en aquellos sectores donde se iniciaron con mayor fuerza los
avances técnicos, el textil, la siderurgia y la minería, la producción a domicilio o en pequeños talleres
siguió siendo significativa cuando la aparición del factory-system era evidente. La especialización de la
mano de obra y la complementariedad que suponían los talleres —urbanos o rurales— respecto de las
primeras factorías, permitió su supervivencia, y por tanto su coexistencia, durante la mayor parte del
siglo XIX. En la producción textil, por ejemplo, la supervivencia marginal de oficios tradicionales se
vio reducida a ciertas fases productivas donde el trabajo especializado era difícil de mecanizar. Pero en
conjunto, este sector, y específicamente la producción de paños de algodón y de lana, fue en el que antes
se implantaron grandes factorías mecanizadas con plena división del trabajo. En la base de esta circuns-
tancia estaba la relativa sencillez de las primeras máquinas de hilado y tejido, en sus inicios movidas
con energía de vapor, que constituyeron los primeros intentos de estandarización mecanizada. También
fue temprana la mecanización del sector minero en relación con la creciente demanda de carbón, y tam-
bién aquí hubo de esperar hasta mitad del siglo XIX para el establecimiento de centros integrados que
se enfrentaron a retos técnicos y organizativos que acabaron con la atomización del tejido empresarial.
Un elemento que explica esta persistencia y lo vincula al predominio de la forma familiar de asocia-
ción era sin duda el alto grado de incertidumbre que contenían las transacciones económicas durante
el arranque de la revolución industrial. Es decir, mientras los mecanismos formales de información,
financiación y organización de la empresa todavía eran débiles (mercados de capital, registros mercan-
tiles, formas complejas de asociación, etc.) los lazos familiares continuaron siendo la principal fuente
de capital físico y humano de las empresas. La industrialización de partes enteras de Europa se realizó
mediante concentraciones regionales, llamadas distritos industriales, de empresas familiares en las que
las relaciones interempresas se fortalecían mediante las alianzas endogámicas entre las familias.
Además, el control familiar del negocio tenía ventajas sobre la constitución anónima de sociedades,
sobre todo dos: por un lado, dotaba a la empresa de mayor flexibilidad y rapidez en la toma de deci-
siones —es decir, se originaban menores costes de transacción debido a que se compartía un conjunto
de valores comunes que minimizaba, por ejemplo, los problemas de agencia— y por otro, las empresas
familiares se adaptaban bien a las formas de financiación de la primera industrialización: en el seno
familiar resulta más fácil la reinversión de beneficios y la autofinanciación por la vía de no repartir
dividendos, frente a otras alternativas de obtención de liquidez. En general durante estas primeras dé-
cadas de industrialización la dirección de la empresa no era muy compleja, tanto en la esfera productiva
El origen de la empresa industrial 125

como en la financiera y comercial, lo que propiciaba que los propios promotores, fundadores o socios
se encargaron de ella. La forma en que se distribuyeron estas tareas dependió una vez más del sector y
de su grado de desarrollo técnico y de mercado. Las formas contables y de valoración de la empresa no
variaron en exceso de las utilizadas por el comercio, es decir, se llevaban a cabo mediante un cálculo
general de ingresos y costes sin un análisis analítico y unitario de los mismos: la contabilidad solía ser
un mero registro de transacciones realizadas. Como al final del capítulo se explica, estas formas simples
y poco especializadas de dirección y contabilidad cambiaron desde la década de 1830 con la aparición
de sectores nuevos, entre los que destaca el ferrocarril.
Formal y jurídicamente las empresas predominantes en la época fueron las personales y las colec-
tivas de diversos tipos, entre las que las sociedades anónimas de responsabilidad limitada fueron una
minoría. En el conjunto de Europa y Norteamérica la forma más habitual de asociación empresarial
fue la personal o individual, de responsabilidad ilimitada, y en la que la propiedad estaba vinculada a
la gestión. La implicación entre el patrimonio familiar y de la empresa fue constante durante este perío-
do, y se prolongó a la segunda industrialización también en sectores más intensivos en capital. Así, y a
medida que los códigos de comercio y mercantiles se desarrollaban como se indicó, la industrialización
en países bien distintos como fueron Inglaterra, Francia, Bélgica, Estados Unidos o España mantuvie-
ron ese rasgo común: la mayor parte de las empresas creadas durante los dos primeros tercios del siglo
XIX vinculaban la propiedad a la dirección en una sola persona o grupo familiar de personas más que
a ejecutivos externos y asalariados. También se produjo un relativo despegue de formas colectivas de
asociación, procedentes de prácticas empresariales anteriores, principalmente las sociedades coman-
ditarias —recogidas así en los códigos de comercio francés y español— en las que se diferenciaba la
participación de capital y de gestión de cada socio, y las colectivas por acciones (en forma de sociedades
anónimas, limitadas, etc.). Estas últimas fueron minoritarias al inicio y acotadas a algunos sectores en
cuanto requerían una base financiera más sólida más allá de las posibilidades patrimoniales de un solo
individuo o familia. Su desarrollo posterior, durante la segunda mitad del siglo XIX y el siglo XX, debi-
do a nuevos desafíos tecnológicos, financieros, y de mercado, no supuso la desaparición de las empresas
con formas organizativas más simples, que siguieron siendo hegemónicas en amplias zonas de Europa.
La diferente implantación de formas más avanzadas en la dirección de las empresas dependió del
grado de integración que daba en cada sector, a su vez dependiente de factores técnicos y de mercado.
En términos generales se produjo un alto grado de especialización de la producción durante la primera
revolución industrial, es decir, las empresas industriales tendieron, en Europa y Norteamérica, a espe-
cializarse en empresas y factorías cada vez mayores. Estas empresas podían especializarse horizontal o
verticalmente. En el primer caso se trataba de producir un tipo de bien o dedicarse a crecer mediante la
realización de un solo proceso productivo (el hilado, por ejemplo) tratando de acaparar a mayor parte
de mercado. La mayor ventaja de esta forma de producción era que la especialización en pocas tareas
o procesos generaba economías de escala basadas en el desarrollo de mejores y más eficientes métodos
de trabajo y en el ahorro de tiempo.
De esta forma, sin necesidad de incorporar distintas tareas, y con una forma sencilla de organizar el
trabajo de cada empleado se disminuían los costes finales. Se produjo con mayor frecuencia la integra-
ción vertical, consistente en la incorporación de diferentes fases productivas, hacia detrás intentando
tener el control del abastecimiento de insumos o materias primas, o hacia delante, completando el pro-
ceso de fabricación y comercialización final. Su grado de implantación fue mayor en Estados Unidos
que en Europa, debido sobre todo al tamaño del mercado y a la capacidad de internalizar los costes
de coordinación de mejor forma que en el mercado. Este tipo de integración, que producía factorías y
empresas mayores, constituyó el exponente de la industria norteamericana, caracterizada por fábricas
de gran tamaño que empezaban a utilizar maquinaria en masa y sistemas de piezas estandarizables e
126 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

intercambiables. Como se insistido antes, la existencia de grandes empresas que integraban diversas
fases del producto no implicaba la desaparición de los pequeños talleres independientes o especializa-
dos, prácticamente preindustriales, que solían subcontratarse para abastecer la demanda especializada
de las grandes empresas. Este era el caso de ramas secundarias de la fabricación de maquinaria, de la
construcción naval, y del textil.

4.3.3. ¿Cómo se financiaron las primeras empresas industriales?

Esta es una de las cuestiones que más interés ha suscitado en la investigación sobre los orígenes de la
empresa moderna ya que implica no sólo al nacimiento y puesta en funcionamiento de las primeras ac-
tividades industriales sino también al desarrollo del sector financiero-bancario. Las evidencias apuntan
a distinguir dos fenómenos paralelos y coetáneos en el tiempo: mientras que las necesidades financieras
de las empresas fueron escasas y sobre todo de capital circulante su provisión corrió cargo de capitales
propios, redes informales de crédito, y a lo sumo, de bancos personales implicados en el crédito comer-
cial. En toda Europa y Norteamérica este fue el patrón de comportamiento financiero en los sectores de
bienes de consumo. A medida que las necesidades de capital fijo se hicieron mayores por el desarrollo
de sectores más intensivos en capital y empresas de mayor tamaño, los bancos en forma de sociedad
anónima y las bolsas de valores adquirieron más protagonismo, especialmente en la financiación a lar-
go plazo. Las bolsas eran instituciones que en origen, durante los siglos XVII y XVIII había aparecido
para gestionar la emisión y colocación de la deuda pública de los Estados. Posteriormente, durante la
industrialización del siglo XIX, fueron esenciales en la financiación de las grandes obras públicas y en
la expansión de sectores que necesitaban reunir enormes sumas de capital. El desarrollo de empresas
ferroviarias, siderometalúrgicas y navieras cambiaron el panorama durante el último tercio del siglo
XIX, cuando se produjo la consolidación de los bancos por acciones.
Pero hasta llegar a ese punto la aportación de los banqueros y prestamistas privados, a medio ca-
mino entre el comerciante y el empresario industrial, fue esencial, no sólo por la provisión que hacían
de medios de pago e instrumentos de crédito a corto plazo, sino porque constituyeron el origen de las
redes bancarias. En Gran Bretaña este papel fue asumido por la extensa red de pequeños bancos re-
gionales desarrollada durante la segunda mitad del siglo XVIII (country banks, discount houses) que
generalmente emitían billetes y obligaciones de gran aceptación entre los empresarios (según las cifras
de Philip Cottrell el número de country banks pasó de 12 en 1750 a 300 en 1800). Posteriormente, tras
los cambios legales de 1825, el sistema se perfeccionó mediante la aparición de bancos por acciones
(joint-stock banks). Estos solían contar con una oficina central vinculada al Banco de Inglaterra y una
red de sucursales.
Todos estos bancos regionales y particulares tuvieron gran importancia en los momentos iniciales,
sobre todo en lo relativo a la extensión de los medios comerciales de pago, pero también contribuyeron
a sufragar las inversiones en instalaciones y maquinaria. En la Europa meridional la modernización
financiera no fue tan temprana, como era el caso de España, y los bancos se constituían como firmas
personales y familiares todavía poco especializadas. Con frecuencia sus operaciones bancarias y de
crédito constituían un apéndice de la fabricación y distribución de bienes industriales, es decir, de la
propia empresa industrial. Este fenómeno se fundamentaba en el establecimiento de redes clientelares
que tendían a primar el conocimiento personal y familiar, o la pertenencia a un mismo grupo pro-
fesional, a la hora de conceder financiación y de disminuir los costes de transacción asociados a la
circulación del capital.
El origen de la empresa industrial 127

Estimaciones de formación bruta de capital fijo en Gran Bretaña, 1760-1850

GRÁFICO 4.1
Inversiones de capital fijo en Gran Bretaña, 1760-1831, % del PIB

CUADRO 4.2
Estructura de las inversiones en capital fijo en Gran Bretaña, 1760-1850, %

1760-1800 1801-1830 1831-1840 1841-1850


Urbanización 23,5 32 31 18
Agricultura 32,5 21 13 13
Industria 21 30 34 30

Transportes 23 17 23 39
Total 100 100 100 100

Fuente: Crafts, N. (1985): British economic growth during the Industrial Revolution, Oxford, Oxford University Press, y Fe-
instein, C. (1978): ‘Capital formation in Great Britain’, en Mathis, P. y Postan, M. (eds.): The Cambridge Economic History of
Europe, vol. 7, Cambridge University Press, respectivamente.

Las empresas solían mantener en su contabilidad cuentas corrientes con clientes y proveedores que
se extendían a la obtención de materias primas, al pago de servicios y salarios y al cobro de clientes
mediante el uso de papel negociable, letras y pagarés. El giro de este papel se extendió por toda Europa,
128 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

cumpliendo tres funciones básicas: movilizar fondos entre plazas, configurar un sistema multilateral de
pagos que permitía agilidad en las operaciones entre las empresas, y finalmente constituir un crédito
asociado al endoso que realizaban los empresarios. Por su parte, la reinversión de beneficios no distri-
buidos constituía una práctica habitual en el comercio y la industria, y formaba parte de una estrategia
más amplia desplegada por las empresas al objeto de incrementar sus márgenes financieros. Estrategia
que respondía a su carácter familiar, que les facilitaba combinar el uso de recursos ajenos con la conten-
ción en el reparto de dividendos. De esta forma el incremento de las reservas contribuía a aumentar la
capacidad de las compañías en la creación de capital fijo. Éste también se financió a través del sistema
bancario, bien a través de préstamos o por medio de la promoción directa de iniciativas industriales. La
constitución de una banca industrial en sentido moderno, sin embargo, fue un fenómeno más propio de
la segunda industrialización, como muestra el caso alemán.

4.3.4. La organización del trabajo: Disciplina y clase obrera


La aparición de empresas industriales que adoptaron la fábrica como forma de producir tuvo dos
efectos directos sobre el factor trabajo: la concentración y la división del trabajo. Ambos hechos trans-
formaron la organización de la producción industrial, permitiendo un mayor control sobre la calidad
del trabajo, una menor incidencia del fraude, una mayor estandarización de los procesos y bienes, y el
aumento de la destreza de los trabajadores. Junto a la aplicación de maquinaria continua que ahorraba
trabajo, y su división y estricta organización sustentaron el significativo aumento de la productividad
de la primera industrialización. Además de la mejorar en la eficiencia y productividad del trabajo, en
una medida desconocida hasta entonces, las fábricas industriales propiciaron el nacimiento de una clase
social nueva, la trabajadora o proletaria, con comportamientos y características diferentes al trabajo
preindustrial. Su vínculo con la empresa ya no era el control sobre el producto acabado sino el salario
que el empresario empleaba en retribuir su actividad.
De todas formas durante las primeras fases de la industrialización la división y la centralización del
trabajo no siempre fueron unidas ya que la heterogeneidad de formas de organización fue amplia. La
organización doméstica, el putting-out system, siguió operando en amplias regiones europeas al tiempo
que se creaban factorías centralizadas: en una fecha tan tardía como 1851, nos recuerda Maxine Berg,
decenas de miles de tejedores manuales asalariados del algodón, primer sector mecanizado, seguían
trabajando en sus casas al pedido de los fabricantes. En la práctica, el incremento de las actividades
manufactureras implicó una creciente demanda de trabajo especializado, tanto de trabajadores integra-
dos en la producción mecanizada como de artesanos y profesionales subcontratados de forma externa.
Por tanto unos de los primeros problemas al que se enfrentaron los primeros empresarios industria-
les fue el del reclutamiento de mano de obra suficiente. En general se daban circunstancias que permiten
afirmar que la oferta de mano de obra no era insuficiente, básicamente tres: la escasa proporción de
población dedicada en Gran Bretaña a la agricultura, la existencia de toda una población dedicada a
tareas manufactureras previas, domésticas, y el fuerte incremento demográfico británico desde mitad
del siglo XVIII. Sin embargo más que por su volumen los empresarios tuvieron problemas para adap-
tar esa oferta a las nuevas condiciones de trabajo que la centralización y mecanización de las fábricas
exigía. Una solución muy extendida en las primeras empresas industriales fue la de emplear mano de
obra no totalmente libre, es decir, reclutada entre los penales y asilos de pobres (workhouses llamados
en Escocia, en clara asociación a las fábricas, allí denominadas public works) y también el empleo de
aprendices salidos de las capas más pobres de la población.
Otro de los mecanismos de reclutamiento —así como de reducción de costes— y de aseguramien-
to de un flujo regular de trabajo por parte de los empresarios fue el uso frecuente de trabajo infantil
El origen de la empresa industrial 129

y femenino. No era infrecuente el reclutamiento de familias enteras, especialmente en las industrias


textiles, tanto en Europa como en Norteamérica. Las mujeres y los niños ejercían los trabajos menos
cualificados y pesados, y consecuentemente contaban salarios menores pese a constituir una parte esen-
cial del proceso productivo. Tanto es así que durante la primera mitad del siglo XIX, aun teniendo en
cuenta diferencias regionales y sectoriales importantes, entre un tercio y la mitad de la mano de obra
industrial era femenina e infantil, proporciones que descendieron de forma progresiva a lo largo del
siglo. Estos problemas fueron más acusados en el arranque de las empresas industriales ya que antes,
durante las primeras décadas del siglo XIX —con una demanda de trabajo al alza— la industrialización
había incrementado el horizonte de oportunidades de los trabajadores, tanto en empresas industriales
centralizadas como en talleres subcontratados, debido a la posibilidad de obtener un salario regular y
mayor que los percibidos en la artesanía y la agricultura. El diferencial de salarios que, de forma ge-
neral, ofrecían las empresas fabriles en Gran Bretaña con respecto a la agricultura alcanzaba el 60%
respecto del trabajo de un artesano, y más del doble en el del trabajo campesino.

CUADRO 4.3
Trabajo empleado en la industria británica de algodón, 1835

Jóvenes
Hombres Mujeres Niños
(13-18 años)
Inglaterra 50.675 53.410 53.843 26.164
Gales 250 458 354 89
Escocia 6.168 12.403 10.442 4.082
Irlanda 960 1.553 847 436
Total 58.053 67.824 65.486 28.771

Fuente: Berg, M. (1987): La era de las manufacturas, 1700-1820, Barcelona, Crítica.

El problema del reclutamiento debe relacionarse con las nuevas formas de trabajar que la empresa
industrial impuso para su funcionamiento. Frente a la organización del trabajo de la manufactura
doméstica —irregular, sometida a fluctuaciones, sin jornadas de horario fijo— el mayor control so-
bre la producción requirió de mecanismos de disciplina para poner en marcha pautas y normas que
maximizaran las mayores inversiones realizadas en capital fijo. Para el antiguo trabajador o artesano
doméstico esto implicaba romper con las costumbres laborales anteriores, en especial porque se impuso
un mayor ritmo de trabajo —jornadas laborales más largas— y a unas condiciones laborales más du-
ras y rutinarias. Para los empresarios estas condiciones eran imprescindibles si querían maximizar las
inversiones realizadas en maquinaria y edificios por lo que debieron establecer mecanismos de control
sobre el trabajo.
Los principales fueron el sometimiento a una jornada laboral de horarios fijados y más larga que la
manufactura doméstica, el cronometraje y el establecimiento de un marco de incentivos y de métodos
punitivos, tanto para la mano de obra adulta como infantil. Existen numerosos testimonios del uso de
estos métodos para evitar que antiguos artesanos tejedores, alfareros, hiladores, etc., acostumbrados
a regular ellos mismos su jornada laboral, rechazaran esta nueva organización del trabajo. Josiah
130 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Edgwood, James Watt, Boulton, todos ellos se enfrentaron a este problema y lo solventaron mediante
el establecimiento de reglamentos más o menos estrictos en sus fábricas; reglamentos formalizados,
impersonales, símbolo de las nuevas relaciones laborales. A Edgwood se le adjudica el mérito de intro-
ducir en su moderna fábrica de Etruria un primer reloj de fichar; de hecho el desarrollo del sector de la
relojería tuvo estrecha relación con la proliferación de empresas industriales en Inglaterra desde 1760.
La disciplina en la organización del trabajo no era una circunstancia nueva en la historia económica.
Las obras públicas o las manufacturas con amplias concentraciones de trabajadores de carácter prein-
dustrial también emplearon ciertos modos disciplinarios, generalmente derivados del ámbito militar,
aunque con diferencias notables con la industrialización: además de más laxa la disciplina preindustrial
afectaba a una parte reducida del factor trabajo, por lo que su incidencia final era poco significativa. La
disciplina industrial, que se ha visto sometida a debates entre los especialistas sobre si fue una necesidad
organizativa impuesta por el cambio técnico o bien fue una opción estratégica de los empresarios, ca-
saba mal con las tradicionales gremiales y artesanales anteriores: con la moderna empresa industrial se
suprimieron las jornadas festivas asociadas a patrones y cofradías, y se establecía una sincronización y
regularidad de las tareas a gran escala. Así, el tiempo pasó a ser un componente esencial del cálculo de
los empresarios, que eliminaron la alternancia existente antes entre tiempos de ociosidad y de trabajo
intenso. En ese proceso el trabajo se opuso de muy diversas formas a la nueva organización laboral. Son
numerosos los ejemplos de factorías en que los mayores problemas en los inicios de su actividad eran
los relacionados con el cumplimiento de los horarios de entrada y salida, la asistencia regular y conti-
nuada de los trabajadores, los altercados relacionados con la supresión de fiestas y vacaciones típicas
del antiguo régimen (como los lunes), las alteraciones fraudulentas del reloj de la empresa por parte de
los capataces y empresarios, etc.
Ante la resistencia de los trabajadores en forma de huelgas, explosiones luditas, quejas al Parlamen-
to, los empresarios emplearon casi siempre métodos traumáticos de control, como el uso de la fuerza,
los castigos físicos, las deducciones salariales desproporcionadas, el despido inmediato, etc. No era
infrecuente, por otra parte, que los propios empresarios encargaran a sus trabajadores más cualificados
la tarea de reclutar y disciplinar al conjunto de los obreros, en un proceso tampoco novedoso de sub-
contratación de la vigilancia que el desarrollo de la organización científica del trabajo (Taylorismo) de
finales del siglo XIX acabó eliminando. Esta lucha intermitente —de la que el ludismo no fue más que
un episodio llamativo— reflejó el nacimiento de una nueva clase social, la clase obrera. Su rasgo más
significativo era la percepción, la conciencia, de compartir unas aspiraciones y valores comunes. De
hecho los movimientos de trabajadores en contra de la imposición de las nuevas reglas de juego en las
fábricas fueron el origen más inmediato de los sindicatos. La inexistencia de éstos durante el arranque
industrial incidió, además, en el mantenimiento de salarios no elevados —aunque relativamente mayo-
res, como se ha dicho, a las ocupaciones tradicionales.

EL LUDISMO O LA RESISTENCIA AL CAMBIO TECNOLÓGICO

Se conoce por ludismo al movimiento que durante quinas fue un fenómeno frecuente en Europa y anterior
los inicios de la industrialización protagonizó la oposi- a la propia revolución industrial aunque fue entonces
ción a la instalación de maquinaria ahorradora de tra- que su grado y frecuencia fue mayor. La cuestión de
bajo. El propio término procede Ned Ludlam, apren- la resistencia al cambio tecnológico ha sido recurrente
diz de tejedor de Leicester que en 1779 destruyó en la historia —también actualmente— ya que en todo
diversos telares. La resistencia a la instalación de má- proceso de avance técnico existen ganadores y per-
El origen de la empresa industrial 131

dedores. Algunos especialistas señalan que el ludismo tación de las modernas empresas industriales se debe
es la forma más primitiva de resistencia al cambio. a su utilización como arma de negociación sindical.
Desde ese punto de vista toda innovación reduce la En España fueron frecuentes los ataques a máquinas
riqueza de aquellos que tienen capital —físico o huma- e instalaciones desde finales del siglo XVIII, tanto en
no— muy específico para una tecnología antigua que Galicia como en Cataluña y el país valenciano. Fue
tiene dificultades para reconvertirse en una nueva. Por aquí donde se produjo el mayor levantamiento ludita
tanto los perdedores, aquellos sobre los que recaen la de España, en Alcoi. Tras la instalación en 1819 de la
mayor parte de los costes de la innovación, tratan de primera spinning-jenny en pocos años su número pasa-
oponerse a ellos. El ejemplo de la revolución industrial ba de la treintena, lo que afectaba en especial a los
es claro: La mecanización iniciada en el siglo XVIII trabajadores manuales a tiempo parcial de la hilatura
se produjo en sectores y procesos intensivos en mano (hiladores, cardadores, etc.). Tras diversas amenazas
de obra, como lo era el preparado y el hilado de la a los empresarios que instalaban máquinas, en marzo
materia prima (lana, algodón) para su posterior tejido. de 1821 unos 1.200 trabajadores se plantaron a las
Por esa razón los trabajadores especializados y arte- puertas de la ciudad (de unos 15.000 habitantes) y
sanos fueron quienes más pronto fueron amenazados acabaron con más de la mitad de la maquinaria textil
por la instalación de máquinas ahorradoras de traba- alcoyana, lo que en esos momentos suponía la ma-
jo y tiempo y los que en mayor medida participaron yor parte de la industria valenciana. Tras la represión
en los hechos. Son numerosos los casos de fábricas carcelaria y judicial correspondiente el hecho es que
quemadas y máquinas destruidas en regiones de toda formas puntuales de ludismo, o simples amenazas, si-
Europa desde la extensión de las máquinas de hilar a guieron presentes hasta al menos la mitad del siglo,
partir de 1770. El movimiento ludita no tuvo una larga cuando la mecanización del sector lanero era casi
vida debido al triunfo —político, judicial— de unos completa. Tanto en el país valenciano como en otras
derechos sobre otros, como la imposición del sistema regiones españolas y europeas el ludismo adoptó la
de fábrica y de la disciplina laboral asociada. Sin forma de presión sindical frente a los empresarios a
embargo, además de considerar el ludismo como un la hora de negociar las condiciones laborales. Su fín
ejemplo primitivo de oposición interesada a la innova- se produjo con la implantación plena del sistema de
ción, las evidencias históricas apuntan a que su even- fábrica y la desaparición del mundo laboral del anti-
tual y persistente aparición durante la fase de implan- guo régimen.

4.4. LOS EMPRESARIOS BRITÁNICOS

4.4.1. ¿De dónde surgieron los primeros empresarios?

Al igual que en otros aspectos analizados la cuestión sobre el origen socioeconómico de los primeros
empresarios ha estado sometido a continua revisión debido a los avances en la investigación histórica.
Tres son las cuestiones que a día de hoy pueden extraerse del análisis de la heterogénea industrializa-
ción europea y en menor medida norteamericana: 1) El surgimiento de empresarios y empresas de la
primera revolución industrial tuvo más de continuidad que de ruptura con la situación previa; 2) La
mayor parte de los primeros empresarios surgieron de ramas o actividades relacionadas directa o indi-
rectamente con la manufactura preindustrial y el comercio; 3) En consecuencia, no parece que durante
su arranque la industrialización provocara intensos procesos de ascenso social. Es decir, la apertura de
nuevos horizontes de inversión y organización tuvo unas barreras de entrada significativas. Al menos
para los ajenos a la profesión o al conocimiento técnico específico.
132 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Las evidencias sobre las primeras empresas en Gran Bretaña tienen un patrón coincidente a grandes
rasgos con lo que ocurrió en otras regiones de Europa: la mayor parte los primeros empresarios indus-
triales procedía de actividades relacionadas con la manufactura preindustrial y el comercio. El primer
caso fue el más frecuente y se relaciona tanto con la existencia de actividades manufactureras anteriores
como con la presencia de artesanía especializada en los oficios técnicos relacionados con la propia ma-
nufactura (relojeros, carpinteros, etc.). El ascenso socio profesional dentro de la manufactura dispersa o
en el gremio, y el conocimiento técnico del sector, fueron los elementos diferenciadores que propiciaron
cierta continuidad con las primeras empresas industriales y demuestra un reclutamiento empresarial de
carácter básicamente endógeno. Buena parte de las primeras industrias tuvo sus raíces en la maestría
gremial o en artesanos que durante el antiguo régimen controlaban la producción y comercialización
de los bienes. Otra parte provenía de la fuerza laboral en sentido estricto, operarios especializados. Este
fue el caso de la industria textil, aunque existen evidencias al respecto en sectores de nueva aparición,
como la siderurgia, donde en la base del primer empresariado se encontraban oficios especializados
tales como caldereros o cerrajeros, etc.
A este patrón responden algunos de los mayores y más conocidos empresarios británicos de la pri-
mera revolución industrial como los Wedgwood, Boulton, Peel, Artwright, etc. Matthew Boulton, socio
de James Watt en el desarrollo de la máquina de vapor y creador al norte de Birmingham de las plantas
industriales del Soho (1765), era hijo de un pequeño manufacturero. Desde muy joven se incorporó
a los talleres de su padre, que fabricaba botones de metal, cadenas para relojes, hebillas de acero, etc.
Productos sobre los que intentó aplicar mejoras y perfeccionó y a los que añadió otros relacionados con
los metales ornamentales. Al igual que Wedgwood en la cerámica, revolucionó el sector de la fundición
y elaboración metálicas por medio de innovaciones técnicas y organizativas rápidamente imitadas por
sus competidores. Asimismo ocurrió con uno de los mayores industriales textiles, Robert Peel. Se inició
en la estampación textil en 1772 como socio de su tío Haworth, estampador de telas. Peel se enriqueció
en pocos años y en 1780 lo encontramos empleando a domicilio a un buena parte de la población de
Bury, de donde era originario.
Con el conocimiento técnico y los recursos necesarios decidió fundar una empresa plenamente in-
dustrial en 1790 en Tamworth, Staffordshire, para lo que adquirió los terrenos y construyó los edificios
necesarios. Su triunfo representa como pocos el paso del oficio artesano al empresariado enriquecido;
a finales del siglo XVIII consiguió ser miembro del Parlamento. Su hijo Robert, ya en el siglo XIX,
llegó a ministro de finanzas, y redactor de la famosa ley bancaria de 1844. El mayor representante de
la industria alfarera, Josiah Wedgwood también procedía de la profesión. Se le reconoce como el gran
innovador de las cerámicas, sobre todo por su preferencia por prospección de nuevos mercados, por
la introducción de innovaciones en el ámbito técnico y comercial, y por la aplicación de novedosas
formas de organización del trabajo. Wedgwood inició su formación autodidacta como aprendiz a los
nueve años en el taller de su hermano Thomas, que como su padre, había sido uno de tantos alfareros
del condado de Burslem.
Con la fundación de su exitosa factoría de Etruria consolidó su posición de líder del sector al que
contribuyó a crear en su sentido moderno. Un último ejemplo relevante fue el de James Hargreaves,
inventor de la spinning-jenny, que marcó la transición en el hilado entre la pequeña manufactura y el
sistema de fábrica y que se especializó en la fabricación de maquinaria para las empresas textiles. Unos
años antes de que patentara la jenny Hargreaves alternaba el oficio de tejedor con el de carpintero, en
Blackburn, Lancashire. Se sabe que algunos tejedores e hiladores de la zona acudían para la resolución
de problemas prácticos relacionados con las tareas textiles debido a su conocimiento del trabajo en
madera y metal. Una vez patentado su invento se trasladó a Nottingham donde inició la fabricación de
maquinaria textil de forma intensiva, iniciando así una tradición familiar de empresarios del sector del
metal desarrollado posteriormente durante el siglo XIX. En todos estos caso el acceso al oficio parece
El origen de la empresa industrial 133

que fue el rasgo definitorio, que a escala agregada se observa en el cuadro siguiente relativo a los fun-
dadores de empresas y sus antecesores.

CUADRO 4.4
Procedencia socioprofesional de los fundadores de empresas industriales y de sus antecesores,
Gran Bretaña, 1750-1850, %

Industrias textiles Industrias metálicas

Ocupación Padres Fundadores Padres Fundadores


Aristocracia 5,2 1,6 11 2,7
Profesiones liberales y clero 10,3 0,8 4,9 3,6
Comerciantes 25,8 23,4 18,3 12,6
Industriales, empleados y artesanos 26,8 50,8 32,9 43,2
Agricultores y mineros 25,8 1,6 17,1 8,1
Obreros 4,1 1,6 9,8 17,1
Otros 2,1 0,8 6,1 4,5
Primera ocupación — 19,4 — 8,1

Total 100 100 100 100

Fuente: Crouzet, F. (1985): The First Industrialists. The problem of origins, Cambridge University Press.

En cuanto la presencia de comerciantes la falta de especialización industrial en las primeras fases,


unido a la importancia del ciclo de rotación del capital circulante, hacía que las inversiones industriales
de los comerciantes y negociantes de todo tipo formaran parte inseparable de sus intereses mercantiles.
Los acuerdos interempresariales entre los primeros fabricantes y los comerciantes en materia de co-
mercialización, abastecimiento de materia prima (donde el funcionamiento de redes de corresponsales
era imprescindible) y crédito, conformaban una parte esencial del primer desarrollo manufacturero y
hacían difícil y estéril la distinción entre los intereses mercantiles y los industriales. Con frecuencia los
comerciantes formaban parte de iniciativas industriales y aportaban su fondo de comercio y sus cono-
cimientos en el giro y la mediación, lo que no sólo les aseguraba acuerdos relativos a la provisión de
bienes comercializables sino que también les colocaba en una posición ventajosa en cuanto a la oferta
de crédito. Esta circunstancia fue muy evidente en los sectores de centralización más temprana, como
el textil, pero también es extensible a otras actividades.
En suma, la mayor parte del primer empresariado procedía de familias con tradición emprendedora,
incluyendo aquí las vinculadas con la acumulación procedente de las rentas agrarias. Aunque la movi-
lidad social fue menos importante de lo que cabría suponer, afectó en buena medida a las capas medias
de la población, sobre todo en relación con el carácter familiar de las iniciativas empresariales. Este
patrón también fue aplicable a Norteamérica, aunque allí los testimonios reflejan un grado ligeramente
superior de ascenso social que en Europa. Finalmente, la participación de los grupos privilegiados del
antiguo régimen fue reducida.
134 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

4.4.2. La formación técnica y empresarial

Las nuevas formas productivas y de empresa requerían nuevos conocimientos tanto en la esfera or-
ganizativa como técnica. No existe un patrón de comportamiento en Europa sobre la adquisición, con-
solidación, y transmisión de tales conocimientos, y a grandes rasgos la heterogeneidad y diversidad de
situaciones fue amplia. En ese marco deben destacarse cuatro hechos de gran impacto para el aumento
del capital humano de la primera industrialización, que también tuvieron en Gran Bretaña su inicio:
1) la corriente utilitarista que desde la segunda mitad del siglo XVIII se imponía en ciertos países en
cuanto a la educación secundaria; 2) la precepción que tenían los propios protagonistas, los primeros
empresarios, sobre la importancia de contar con instituciones —institutos, escuelas industriales, etc.—
de educación técnica; 3) en ausencia o debilidad de este tipo de instituciones formativas el aprendizaje,
el aprender trabajando (learning by doing), adquirió una relevancia significativa; 4) finalmente, debe
también destacarse el papel desempeñado por los técnicos foráneos, principalmente británicos, belgas
y franceses, en la transmisión del conocimiento.
Existen evidencias sobre el impulso que los primeros empresarios dieron a una orientación más
práctica a las escuelas locales primarias y secundarias, más tempranamente en Gran Bretaña, derivado
de las necesidades de gestión de sus propios negocios. En una época en la que gestión y propiedad solían
ir unidos los primeros empresarios desempeñaron un papel destacado en imprimir a los estudios de sus
hijos —de los que ellos solían haber carecido— un carácter más aplicado. Eran frecuentes los casos de
emprendedores que buscaban combinar el aprendizaje de sus descendientes y familiares en sus propias
instalaciones industriales con el estudio de materias aplicadas como las prácticas contables y mercan-
tiles, las lenguas extranjeras, y el estudio de materias como química, mecánica, geología o similares.
En todo caso, en las primeras épocas, y debido a la impronta mercantil de las primeras industrias,
tampoco no era infrecuente que para aquellas tareas relacionadas con la comercialización y el mante-
nimiento de la contabilidad de la empresa se acudiese a expertos en contabilidad y libros de comercio.
Volviendo a la cuestión del establecimiento de formación aplicada, las iniciativas en la enseñanza se-
cundaria en Gran Bretaña tuvieron continuidad en cuanto la enseñanza universitaria. Ésta de forma
progresiva se amplió para dar cabida, además de las materias propias de caballeros o terratenientes, a
otras directamente vinculadas con la aplicación técnica de ingeniería o industrial.
El segundo elemento importante en la formación orientada a las primeras empresas hace referencia
al establecimiento de una oferta formal de educación técnica, representada por las escuelas de ingenie-
rías, industriales, de minas, contabilidad, de oficios, etc. El fenómeno tuvo sus orígenes tanto en Gran
Bretaña como en la Francia de la Ilustración y en los Estados alemanes, especialmente Prusia, y tuvo
efectos de arrastre sobre el conjunto de regiones de primera industrialización europeas y norteameri-
canas. De hecho la creación de esta oferta formal partió en buena medida del mercantilismo, es decir,
contó con el apoyo y la iniciativa pública en estrecha relación con las necesidades formativas que tenían
las manufacturas centralizadas preindustriales. Posteriormente, durante el liberalismo del siglo XIX,
buena parte del protagonismo pasó al sector privado.
Un último aspecto esencial en la transferencia y formación del capital humano en el arranque indus-
trial fue el papel desempeñado por los técnicos de aquellos países creadores de nuevos conocimientos
que viajaban a otros lugares, generalmente reclamados por las empresas interesadas. Estos viajes solía
estar vinculados a la venta y puesta en funcionamiento de maquinaria e instalaciones. En casi todas
las regiones europeas se encuentran testimonios de pioneros británicos, belgas y en menor medida
franceses, actuando como constructores de máquinas, mecánicos, capataces, trabajadores cualificados
o suministradores de capital para poner en marcha innovaciones.
El origen de la empresa industrial 135

Este hecho fue muy significativo en países con alta dependencia tecnológica como España, y debe
relacionarse con la evolución de las innovaciones técnicas de la primera industrialización. Hasta que
éstas no alcanzaron un grado suficiente de abstracción como para poder ser transmitidas más fácilmen-
te resultaba imprescindible la presencia de personal experto, que además podía adaptar la técnica a
las condiciones específicas de producción de cada región. Solo cuando en algunos sectores el grado de
madurez de la tecnología fue mayor y por tanto más estandarizable, cosa que ocurrió sobre todo desde
1860 aproximadamente, el papel del personal foráneo tendió a decrecer en favor de otros mecanismos
tales como las patentes y nuevas formas de contratos de propiedad intelectual.

LAS PATENTES COMO INCENTIVO A LA INNOVACIÓN. ELI WHITNEY Y LA


ESCLAVITUD

Existen pocas dudas sobre el papel de la defini- contrario el sistema hubiera funcionado a la perfec-
ción de los derechos de propiedad y los sistemas de ción cabe pensar que la difusión de las invenciones
protección —entre los que destacan las patentes— so- hubiera sido menor. Entre los casos más conocidos de
bre la actividad económica. En términos teóricos la inventores y empresarios de esta época se encuentra
protección en forma de patentes —pero también en el joven ingeniero por Yale Eli Whitney, famoso por
forma de premios, monopolios, etc.— actúa como me- patentar dos inventos claves en la historia norteame-
canismo incentivador de las potenciales inversiones. ricana: la desmotadora de algodón (cotton gin) y el
Para los inicios de la industrialización algunos espe- fusil desmontable por piezas. La primera le costó años
cialistas equiparan el papel desempeñado por las pa- de litigios y su fortuna luchando en tribunales frente a
tentes al del mercado, aunque otros destacan que las los imitadores de su prototipo patentado en 1794,
patentes pueden tener los mismos efectos negativos lo que le llevó desde 1807 a no volver a patentar
que el mantenimiento de un monopolio, es decir, entor- ningún invento más. La desmotadora se vincula a la
pecer el progreso tecnológico. Como se ha indicado difusión de la economía de plantación y la esclavi-
las primeras regulaciones sobre protección intelectual tud en los Estados del sur. La desmotadora disparó la
datan de los siglos XVI y XVII (Gran Bretaña, 1624, demanda de trabajo para recoger el algodón, que
muy por delante del resto de países que en general a su vez se veía más demandado por la extensión
desarrollaron sus sistema de patentes en la primera de la spinning que mecanizó el hilado. En 1793 se
mitad del siglo XIX). Tener un registro de patentes por producían en Norteamérica 10.000 balas de algo-
sí mismo no garantizaba ventajas ya que durante la dón; 100.000 en 1801, y alrededor de un millón en
primera industrialización fueron muy frecuentes los liti- 1835. En consecuencia los 6 Estados esclavistas de
gios entre inventores y socios inversores. Además, los 1790 habían pasado a ser 15 en 1860, fecha en
propios empresarios se encontraban ante un dilema la que uno de cada tres habitantes de los Estados del
de difícil resolución entre patentar o mantener en se- sur era esclavo. Tras la experiencia de la gin Whitney
creto su innovación. Durante el arranque industrial el centró sus esfuerzos en una idea simple pero de gran
sistema británico de patentes no funcionó con gran poder transformador: producir bienes a gran escala
eficacia debido a las dificultades que encontraba el sin que la mano de obra tuviera necesidad de gran-
Estado en hacer cumplir las leyes y los contratos, lo des conocimientos técnicos. Desarrolló su mosquetón
que propició una carrera vertiginosa por copiar, imitar desmontable y estandarizable de 24 piezas en los
y adaptar los avances técnicos. Ahora bien, aunque años iniciales del siglo XIX y fue éste invento el que le
no fuera perfecto este sistema de patentes era mejor devolvió la fortuna perdida. Este invento está en el ori-
que nada y la experiencia histórica demuestra que gen de la producción en masa, llevada a su máxima
sin patentes el inventor hubiera quedado privado de expresión en las corporaciones industriales norteameri-
incentivos financieros para la innovación. Si por el canas más de medio siglo después.
136 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

4.4.3. Especialización en la dirección de la empresa. El ejemplo del ferrocarril

Una cuestión importante a analizar son los modos de dirección que aplicaron los primeros empresa-
rios y gestores. En ese contexto el sector ferroviario desarrollado a partir de la década de 1830 puso en
marcha innovaciones organizativas que están en la base de revolución gerencial llevada a cabo a gran
escala entre finales del siglo XIX y la primera mitad del XX. Se conocen bien los efectos del ferrocarril
a escala micro y macroeconómica, la ganancia de productividad de los procesos productivos y de dis-
tribución, así como también el papel sustitutivo que la inversión pública cumplió en los países de más
tardía industrialización. Pero al margen de todo ello el desarrollo ferroviario tuvo dos efectos esenciales
en el ámbito de la organización empresarial: por un lado provocó la aparición de la contabilidad ana-
lítica de costes, y por otro originó un tipo de empresa distinta a la predominante hasta esos años, que
se caracterizó, a grandes rasgos, por su mayor complejidad organizativa y por la existencia de diversas
unidades operativas dirigidas por directivos asalariados, generalmente ingenieros. Es decir, el ferrocarril
y la red ferroviaria se deben vincular con el nacimiento de la llamada empresa moderna en forma de
corporación compleja y de gran tamaño.
La razón de este hecho radica en el reto tecnológico y de planificación que suponía la puesta en fun-
cionamiento y explotación de una línea ferroviaria. Además, desde un punto de vista financiero resulta
obvio que el negocio del ferrocarril excedía con mucho las posibilidades y recursos de las empresas
familiares. Debido a su tamaño estas empresas siempre se constituyeron como sociedades anónimas por
acciones y recurrieron de forma intensiva a los mercados de capital, bien emitiendo valores que coloca-
ban en las bolsas, bien a través de vínculos con bancos nacidos expresamente para la construcción de
una o más líneas ferroviarias. En ese contexto se explica que rompieran el vínculo hasta ese momento
sólido entre la propiedad y la gestión, que desde entonces recayó en gerentes profesionales. En líneas
generales la puesta en marcha de una línea ferroviaria requería de muy diferentes tareas y objetivos:
por un lado debía construirse la propia línea; por otro debía explotarse de forma eficiente, es decir,
acompasando la evolución de la demanda con la capacidad de carga de la línea; además la explotación
debía ser segura para la circulación de los convoyes y vagones, tanto de personas como de mercancías;
también debía construirse toda la logística (maquinaria, vagones, etc.) y garantizar su mantenimiento.
Finalmente, todo el proceso debía rendir los suficientes beneficios como para que tuviera sentido la
inversión financiera, lo que con el tiempo también se tradujo en una fuerte concentración del sector.
La respuesta organizativa ante tal reto fue doble: coordinar los distintos negocios implicados, lo
que requería una nueva organización de las tareas, y calcular rigurosamente los ingresos y costes de
cada proceso. Esto último significó una auténtica revolución ya que para ello se desarrolló y utilizó el
concepto de productividad marginal ligada a la evolución de los ingresos y costes marginales. Sobre
la primera cuestión la principal innovación fue desarrollar una forma de coordinación compuesta por
unidades operativas bastante independientes pero jerárquicamente controladas por una sólida línea de
autoridad. Cada división contaba con sus directivos propios, que respondían ante la oficina central,
verdadera clave del arco de estas grandes empresas.
Es decir, se recurrió al empleo de una jerarquía administrativa compuesta por empleados —admi-
nistrativos, interventores, intendentes, ejecutivos medios y ejecutivos de unidad, etc.— muy numerosa y
con tareas bien definidas por parte de los verdaderos gestores de estas empresas: los primeros gerentes
modernos, altamente remunerados, y cuyo modelo de gestión tendió a extenderse con el tiempo a otros
sectores en lo que más tarde se conoció como empresas multidivisionales y multifuncionales. Para todo
ello se incorporaron los llamados organigramas de información y responsabilidad que trataban de con-
jugar el ritmo de circulación óptimo de trenes y pasajeros con el manteamiento de la línea, la reparación
y conservación del material fijo y móvil, así como el enorme flujo de información que toda la empresa
El origen de la empresa industrial 137

generaba. Así pues estas empresas tenían que contar con un sistema capaz de cruzar variables relativas
a todas esas tareas, por lo que se hizo imprescindible desarrollar métodos de control y coordinación del
tráfico y procedimientos administrativos internos de comunicación y de información.
Por lo que se refiere a las innovaciones de carácter contable ya se ha dicho que el desarrollo ferrovia-
rio se vincula con la aparición de la contabilidad analítica. Los dos elementos claves en estas empresas
fueron la estimación de los costes unitarios y el control del flujo de los convoyes. Es decir, desde el ini-
cio quedaba claro que para determinar al resultado financiero de la empresa no era suficiente estimar
la cuenta de pérdidas y ganancias sino que era necesario analizar el volumen total de actividades con
su ingreso y gasto correspondiente en función de numerosas variables que podían concurrir en cada
momento. Además, se clasificaron las cuentas en función de la naturaleza de los costes y no según los
departamentos en los que se realizaba el gasto, lo que tenía repercusiones sobre el cálculo de las tarifas.
Se aplicó el cálculo infinitesimal en la obtención de costes e ingresos marginales, cosa no realizada con
anterioridad en el ámbito de la empresa, lo que supuso una optimización más eficiente de los recursos.
La contabilidad a través del cálculo de costes unitarios, iniciado por diversos ingenieros norteamerica-
nos en su búsqueda de la rentabilidad global de la empresa, supuso conocer exactamente la rentabilidad
real de cada unidad operativa, que a su vez estaba bajo el control de secciones de auditoría, sector que
surgió al calor de esta revolución contable.

BIBLIOGRAFÍA

Básica
Chandler, A. (1987), La mano visible: la revolución en la dirección de la empresa norteamericana, Madrid, Ministerio
de Trabajo y Seguridad Social.
Pollard, S. (1987), La génesis de la dirección de empresa moderna. Estudio sobre la revolución industrial en Gran
Bretaña, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.
Valdaliso, J.Mª, y López, S. (2000), Historia económica de la empresa, Barcelona, Crítica.

Complementaria
Broadberry, S. y O’Rourke, K. eds. (2010), The Cambridge Economic History of Modern Europe, 1700-1870, vol. 1,
Cambridge, Cambridge University Press.
Cipolla, C. M. (1981), Historia económica de la Europa preindustrial, Madrid, Alianza.
Chandler, A. (1996), Escala y diversificación. La dinámica del capitalismo industrial, Zaragoza, Prensas Universitarias.
Mokyr, J. (1993), La palanca de la riqueza. Creatividad tecnológica y progreso económico, Madrid, Alianza.
Pollard, S. (1991), La conquista pacífica. La industrialización de Europa, 1760-1970, Zaragoza, Prensas Universita-
rias.

You might also like