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El «clic».

Transformar el dolor que destruye


en dolor que cura
Colección «PROYECTO»
91
Marie Lise Labonté

El «clic»
Transformar el dolor que destruye
en dolor que cura.

Editorial SAL TERRAE


Santander 2006
Título del original en francés:
Le déclic.
Transformer la douleur qui détruit
en douleur qui guérit
© 2003 Les Éditions de L’Homme
Québec (Canadá)

Traducción:
Miguel Montes

Para la edición española:


© 2006 by Editorial Sal Terrae
Polígono de Raos, Parcela 14-I
39600 Maliaño (Cantabria)
Tfno.: 942 369 198
Fax: 942 369 201
E-mail: salterrae@salterrae.es
www.salterrae.es

Diseño de cubierta:
Fernando Peón / <fpeon@ono.com>

Reservados todos los derechos.


Queda rigurosamente prohibida,
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bajo las sanciones establecidas en las leyes,
la reproducción parcial o total de esta obra
por cualquier método o procedimiento,
incluidos la reprografía y el tratamiento informático,
así como la distribución de ejemplares
mediante alquiler o préstamo públicos.

Con las debidas licencias


Impreso en España. Printed in Spain
ISBN: 84-293-1624-8
Dep. Legal: BI-2608-05

Impresión y encuadernación:
Grafo, S.A. – Basauri (Vizcaya)
Dedico este libro a Maryse, a Jérôme y a cuantos
han conocido esa experiencia de transmutación
de un dolor que destruye en un dolor que cura:
el «clic».

Desearía que este libro ayudara al lector


a liberarse de sus separaciones interiores
y a lograr una mayor unión de su ser
con ese potencial de curación
que anida en su corazón y en su alma.
AGRADECIMIENTOS

Agradezco a Michel Odoul, Guy Corneau y Jacques Salomé su


generosidad y su profunda sabiduría. También agradezco a Marie
Gillet su colaboración en la investigación. Doy las gracias, asi-
mismo, a cuantos me han servido de inspiración, y muy en espe-
cial a Maryse y Jérôme por su confianza y su autenticidad.
Gracias de todo corazón.
No puedo curarme a mí misma,
pero hay una fuerza en mí que puede curarme,
aunque debo apelar a ella.
MARION WOODMAN,
psicoanalista jungiana
Índice

Preámbulo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

PRIMERA PARTE:
CUANDO EL DOLOR DESTRUYE.
CUIDARSE

CAPÍTULO 1
El aparato psíquico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
El mecanismo natural de curación . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
Las funciones del yo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
La respiración del yo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
Cuestionario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45

CAPÍTULO 2
El proceso de individuación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
Desde el comienzo de la vida hasta los diecisiete años . 47
La anatomía de la coraza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48
El endurecimiento, o la fijación
en el mecanismo reaccional a la agresión . . . . . . . . . 54
La herida fundamental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
El desarrollo de las creencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63

— 13 —
Las creencias creadas por un condicionamiento interior 64
Las creencias creadas por un condicionamiento exterior 67
La edificación de los complejos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70
El sistema familiar y el rol proyectado sobre el niño . . . 76
La aparición de los síntomas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 78
La batalla de los opuestos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
Cuestionario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94

CAPÍTULO 3
El divorcio de nuestra naturaleza profunda . . . . . . . . . . 96
De los dieciocho a los veintidós años . . . . . . . . . . . . . . . 96
La casa invertida del divorcio interior . . . . . . . . . . . . . . . 98
El dolor que destruye . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
Cuestionario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115

CAPÍTULO 4
La esclavitud de la destrucción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116
De los veintitrés a los treinta y seis años . . . . . . . . . . . . 116
Los desposorios de la vida color de rosa . . . . . . . . . . . . . 118
El mecanismo de autodestrucción
y el triángulo de proyección . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 120
El triángulo de proyección exterior . . . . . . . . . . . . . . . . . 121
El triángulo de proyección interior . . . . . . . . . . . . . . . . . 129
La esclavitud de la destrucción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 136
Cuestionario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141

CAPÍTULO 5
Testimonios sobre el «clic» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144
Michel Odoul . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144
Jacques Salomé . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 150
Guy Corneau . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 158

— 14 —
SEGUNDA PARTE:
CUANDO EL DOLOR CURA.
CURARSE

CAPÍTULO 6
A las puertas de la curación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167
La curación está en nosotros mismos . . . . . . . . . . . . . . . 167
Los tres mundos que hay en nosotros . . . . . . . . . . . . . . . 168
La preparación de la montura para el viaje . . . . . . . . . . . 175
La visita al dominio interior . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177
La respuesta a la llamada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 178
La liberación del muerto viviente . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181
El encuentro con nuestra herida fundamental . . . . . . . . . 184
El diálogo con el niño interior . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189
Cuestionario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 200

CAPÍTULO 7
El santuario de la curación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 203
La iniciación: de la supervivencia a la muerte . . . . . . . . 204
La reparación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 209
La curación del niño interior . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 210
El nacimiento a nosotros mismos . . . . . . . . . . . . . . . . . . 216

CAPÍTULO 8
La verdad en sí . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
La ilusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
El hilo conductor de la espiral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 232
La comparación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 235
La visión individual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 236
El maestro y el discípulo de sí mismo . . . . . . . . . . . . . . . 238
El misterio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 240

Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243

— 15 —
PREÁMBULO

C UANDO Lydie se presenta en mi despacho, tiene treinta y seis


años. Viene a consultarme porque ha leído todos mis li-
bros, entre ellos uno que describe el proceso que yo seguí para
superar una enfermedad incurable: la artritis reumatoide1.
Lydie padece esa misma enfermedad, y su petición es muy
clara: desea curarse.
– Deseo curarme. Ya estoy harta de sufrir y no puedo seguir
soportando este mal que me corroe. Quiero luchar. Quiero li-
brarme de ello.
Sus palabras son inequívocas, y yo percibo una voluntad de
hierro en el tono de su voz, en su manera de hablar y en su mi-
rada. Su discurso transmite una dureza que me hace daño. Por
debajo de la «voluntad» de Lydie presiento un gran dolor. Bajo
su máscara de voluntarismo se esconde una desesperación que
ella permite que aparezca en sus ojos de vez en cuando.
Lydie prosigue su monólogo.
– Lo he probado todo. He practicado todas las terapias que
existen. He consultado a los mejores especialistas, reumatólogos,
especialistas en medicina psicosomática... He participado en nu-
merosos seminarios desde hace cuatro años. Incluso he practica-
do durante un año, con una de sus discípulas, su «método de li-
beración de las corazas». También he trabajado con...

1. M.L. LABONTÉ, Autosanar es posible, Luciérnaga, Barcelona 1998.

— 17 —
Y Lydie continúa citándome nombres conocidos en el campo
de la relación de ayuda. Me cita a autores especializados en la re-
lación entre el cuerpo y la enfermedad, así como a otros que han
consagrado sus vidas a la investigación biológica sobre las en-
fermedades.
Miro a Lydie, y me parece que, a través de todas esas inicia-
tivas, nunca ha logrado encontrarse a sí misma. Ha preferido en-
contrar nombres, personas, y seguir terapias conocidas. Ha reco-
rrido el mercado del consumo terapéutico.
Suspiro ante Lydie. Soy para ella una terapeuta más, alguien
en quien ha puesto, de nuevo, todas sus esperanzas. El problema
es que Lydie está a diez mil leguas de sí misma.
Interrumpo por un momento su monólogo.:
– ¿Qué ha sacado en limpio de todas esas experiencias?
– Nada, mi querida señora, porque estoy peor que antes... Mi
artritis evoluciona cada vez con mayor rapidez.
El tono de su voz me da a entender de manera inequívoca que
Lydie considera un honor hacerme saber que nada de cuanto ha
hecho le ha servido de ayuda. Sigue sufriendo, y me lo expresa
con esta especie de rebelión: «¡Ya estoy harta de ese mundo su-
yo de la curación; ninguno de ustedes me ha salvado!». Y prosi-
gue, cada vez con más vigor:
– Llevo gastados cinco mil dólares hasta ahora; de ellos, los
últimos mil fueron para que una terapeuta muy conocida, pero
que no nombraré, me dijera que mi artritis no era más que «có-
lera reprimida y resentimiento». En ese punto, yo le dije: «Me
parece que exagera usted», y abandoné su seminario.
Lydie se calla, con los ojos anegados en lágrimas.
– ¿Cómo puedo yo ayudarla?
– Ya se lo he dicho: usted se ha curado; y si usted se ha cu-
rado de la misma enfermedad, también yo puedo curarme.
– Sí, Lydie, pero ¿sabe usted cómo me he curado yo?
– Sí lo he leído en sus libros.
– Entonces debe saber que yo no me he curado a base de vo-
luntad, sino a base de amor.
Respiro a fondo. ¿Podré decirle:
• que está muy lejos de sí misma;
• que no parece conocer la parte de ella que sufre y que, por
el contrario, intenta ahogarla más y más, con el resultado

— 18 —
de que su cuerpo reacciona y sigue hundiéndose en el
sufrimiento;
• que la gran voluntad que manifiesta de curar, su gran de-
seo de acabar con la enfermedad, alimenta más bien una
especie de autodestrucción que un diálogo con la parte de
ella misma que está sufriendo;
• que intentar someter la parte de sí misma que sufre la
arrastrará a sufrir todavía más;
• que no se cura uno con la voluntad, sino abandonándose,
con la escucha, con la acogida y con el amor a uno mismo?

Lydie está ahí, sentada frente a mí, absolutamente tensa en su


silla. Me acerco a ella y le toco la mano. Ella acepta mi gesto y
suspira.
Entonces le hablo muy lentamente:
– Lydie, sé que sufre usted mucho. Está cansada de buscar y
tiene miedo. Es importante que le hable con toda autenticidad. Y
me parece que usted también lo desea.
Lydie muestra su conformidad y se relaja.
– Si trabajamos juntas, vamos a actuar sobre sus proteccio-
nes. Trabajando así para liberar su cuerpo de sus protecciones,
permitirá usted que la vida circule cada vez mejor en sus siste-
mas. Va a seguir usted la pista del bienestar. Esa pista la llevará,
poco a poco, a encontrarse con su sufrimiento, es decir, con la
parte de usted que sufre de artritis reumatoide y que está gritan-
do para que yo la ayude. Hasta ahora, ha sido su voluntad de en-
contrar una salida lo que la ha motivado. No sé si es usted cre-
yente, pero, si es así, tengo la impresión de que ha perdido la fe.
Se está hundiendo en un derrotismo que no hace sino alimentar
la parte de usted que vive esta autodestrucción. Ha dejado de cre-
er en usted misma. Sin embargo, puede volver a encontrar su pis-
ta interior. Nuestro trabajo se centrará en este diálogo entre usted
y usted misma.

Hago una pausa y la miro. Sus ojos están abiertos como pla-
tos. Su respiración está bloqueada. Tengo miedo de haber ido ya
demasiado lejos.
Le pregunto:
– ¿Qué le parece lo que le he dicho?

— 19 —
Espero... y sigo sin recibir respuesta. Prosigo:
– Lydie, me atrevo a añadir que no hay receta mágica, que
sólo el conocimiento de los mecanismos de destrucción y de no-
comunicación con su inconsciente le ayudará a disminuir los sín-
tomas, para después, poco a poco, ir al encuentro del fondo de su
ser y liberar la vida, todo ese potencial de curación que está ahí,
en usted, y que todavía no ha descubierto.
Lydie me mira y se pone a respirar. Sonríe. Veo aparecer en
ella a una niña, pero no una niña curada, sino una niña que pide
que se hagan cargo de ella, enfurruñada, provocadora.
Me responde:
– Me parece bien; pero ¿cuánto me va a costar?
– Lydie, no ha comprendido usted; estoy diciéndole que no
es el instrumento el que cura, sino usted misma. Que todos los
instrumentos a los que ha recurrido, todos esos seminarios que ha
hecho, los ha hecho creyendo que la curación estaba en el exte-
rior, y que era el instrumento lo que iba a curarla. Usted creyó
–como yo hace años y como muchos otros– que es el otro el que
la cura, el otro y su instrumento. Debo confesarle, porque lo he
vivido, que soy yo quien me he curado; por tanto, le estoy con-
firmando lo que cree. También puedo decirle que, en mi presen-
cia, deseo que sea usted quien acceda a su propia curación.
Hago una pausa, el tiempo de una respiración profunda. Ya
han desaparecido de Lydie la cólera y la provocación. Parece
más en contacto consigo misma.
– Piénselo. Tómese el tiempo necesario para meditar en lo que
le he dicho. Cuando haya decidido si quiere comprometerse con la
vía que le propongo, veremos juntas lo que ello va a suponer en
términos de tiempo y de dinero. Debe saber que la mayor parte del
tiempo de terapia no se desarrollará aquí, en mi presencia, sino en
su casa, en su presencia. Será guiada para entrar en usted misma,
si así lo desea. Es el único medio para reencontrarse.
Un mes más tarde, recibí por correo una pequeña carta de
Lydie. Me decía que estaba embarazada. Era feliz, pues durante
nueve meses evitaría la enfermedad2. Me daba las gracias por
nuestra entrevista.

2. Algunas mujeres afectadas de artritis reumatoide experimentan una re-


gresión de la enfermedad durante el embarazo.

— 20 —
Lydie era la enésima persona que creía en el instrumento, pe-
ro no en sí misma; que creía que alguien distinto de ella misma
iba a salvarla; que creía que era el médico o el psicólogo... quie-
nes poseían la verdad y la solución.
¿Cuántas serán las personas con las que me he encontrado y
me han inspirado la redacción de estas páginas? Muchas. A todas
ellas les doy las gracias y les dedico con gozo este libro.

— 21 —
INTRODUCCIÓN

H E decidido escribir este libro porque, a lo largo de mis vein-


ticinco años de práctica terapéutica, me he encontrado
con hombres y mujeres que han intentado curarse a base de vo-
luntad. Todos ellos han consagrado tiempo, dinero y energía a
entrar en un proceso de curación de una enfermedad mediante la
voluntad de curar. Algunos han implicado en ella a sus familia-
res; otros han considerado oportuno retirarse de su familia; otros
han puesto fin a unas relaciones que les sostenían, creyendo que
era ésa la solución; y otros han establecido una nueva relación,
porque creían asimismo que ésa era la condición para curarse. Al
cabo de este proceso, no han conocido más que el fracaso. Nunca
han encontrado la puerta de entrada para amarse y liberar el po-
tencial de curación que está y que sigue estando ahí, en ellos, es-
perando únicamente su amor para salir del estancamiento.
¿Qué es lo que hace que alguien se cure y que otro que está
a su lado no se cure? ¿De qué depende la curación? ¿Qué facto-
res contribuyen a ello? ¿Hay factores que perjudican? ¿Curar im-
plica la salud a toda costa? ¿Es posible curarse muriendo? ¿Es
posible curarse aunque el cuerpo físico no acompañe?
Me he hecho todas estas preguntas y otras que me gustaría
someter al lector. He ayudado a mucha gente en su proceso de
curación y he observado que había un paso que permitía trans-
formar el proceso de la enfermedad en curación, transformar el
dolor que destruye en dolor que cura. He intentado encontrar un
nombre para este paso: el «CLIC», el momento de gracia, el des-
censo a uno mismo, la zambullida. Algunos lo alcanzan y se cu-

— 23 —
ran; otros no lo consiguen nunca y no se curan. También he ob-
servado que los terapeutas que, por una u otra razón, habían co-
nocido en su propia vida este paso, estaban en mejores condicio-
nes para guiar a sus pacientes en este momento concreto.
¿Qué es este paso? Este paso de gracia en el proceso de cu-
ración es lo que determina el movimiento desencadenante que
hace que, desde el proceso de destrucción, el mismo individuo
«cambie radicalmente» y pase al proceso de reparación y de
construcción.
Este momento no es fácil de describir. Se trata de un terreno
preparatorio establecido por el terapeuta y la terapia, pero que es
vivido por el paciente. Nadie tiene poder sobre otro: aunque yo
quisiera iniciar este proceso en el otro, me sería imposible ha-
cerlo. Puedo llevar a mi paciente hasta el borde de... con su con-
sentimiento, pero no puedo empujarle, no puedo hipnotizarlo pa-
ra que caiga o entre en él o ascienda; sólo puedo acompañarlo en
su zambullida en el vacío desconocido de la curación. También
puedo acoger el hecho de que se niegue a zambullirse y prefiera
volver a su propia ilusión de la seguridad. Sólo el paciente deci-
de vivir o no este paso de gracia.
Este paso implica una decisión de no retorno. La fuerza que
de él emana permite volver a encontrar la esperanza y el valor
para cambiar nuestra vida. Este «clic», esta gracia, esta zambu-
llida, es una muerte para un renacimiento; es morir a una creen-
cia, morir a un modo de funcionamiento, morir a una tensión,
morir a un apego, morir a nuestro dolor fundamental, morir a...
para renacer en lo desconocido.
Este paso no va asociado únicamente al proceso de curación
de una enfermedad física o psíquica; algunos lo experimentan en
el amor, en el trabajo, en la relación con su familia. Una cosa pa-
rece segura: que ese momento de gracia trae consigo un cambio,
una ganancia de energía que permite un proceso de reparación
celular y el refuerzo del sistema inmunitario. Algunos les dirán
que lo han experimentado, pero ustedes constatarán que los sig-
nos exteriores no demuestran ningún cambio interior. Por mi par-
te, lo que he observado es que el individuo es el último en espe-
rar que este momento sobrevenga cuando sobreviene; es algo
que se produce sin que uno lo sepa, más allá de su voluntad, por
encima de sus creencias, más allá de unos instrumentos específi-

— 24 —
cos.
Las personas que han experimentado un clic describen así su
experiencia:
• morir a algo para renacer;
• encontrar lo desconocido impulsado por una fuerza
interior;
• zambullirse en el vacío;
• abandonarse;
• abrirse a...;
• fundirse en...;
• cambiar por completo;
• decidirse a dar el paso para siempre; etc.
No quiero reducir la experiencia de este momento intentan-
do describirla. Se trata de una experiencia de vida que no es ver-
daderamente definible, porque es la vida en su movimiento más
puro, desnuda de todo pensamiento, de toda reflexión lógica. Es
la vida movida por la fuerza intuitiva e instintiva del ser.
Este «clic» se ve inducido, de una manera inconsciente, me-
diante una preparación de su tierra interior para recibir las semi-
llas de la renovación. Este libro cuenta el camino que recorremos
a través de una larga separación respecto de nosotros mismos,
como un divorcio de nuestra verdadera naturaleza que se aseme-
ja a un coma, a un sueño, para despertar, mediante un «clic», a
una transformación real o transmutación de nuestra vida.
La primera parte del libro lleva como título «Cuando el do-
lor destruye. Cuidarse». Aquí transmito mi visión del proceso de
individuación, desde los primeros años de vida hasta la edad
adulta. Me he servido de esquemas para hacer esta visión toda-
vía más concreta. Explico aquí la separación respecto de noso-
tros mismos, que vivimos de manera inconsciente; cómo tene-
mos la capacidad inconsciente de construirnos una protección
frente a nuestra herida fundamental, una protección que nos
conduce a menudo al divorcio de nuestra propia naturaleza.
Divorciados de nosotros mismos, nos resulta más fácil alimen-
tar un proceso de autodestrucción que nos hace esclavos del su-
frimiento. Al final de esta primera parte encontrará el lector un
cuestionario que es una guía de introspección. Este cuestiona-
rio le ayudará a comprender los mecanismos internos arriba

— 25 —
mencionados.
¿En qué aspecto está unido el cuidarnos con el dolor que destruye?
Cuando sufrimos, es natural cuidarnos; pero a menudo cui-
darnos significa descuidar las causas reales que han ocasionado
el malestar, los síntomas y la enfermedad. Con la acción de cui-
darnos ponemos, naturalmente, un bálsamo sobre la herida, a fin
de evitar sufrir y sentir daño; pero ¿vamos a conseguir contem-
plar lo que nos hiere?; ¿alcanzaremos a ver qué es lo que hace
que el sufrimiento esté ahí?
Cuidarnos es, ante todo, actuar para aliviarnos. Podemos
quedarnos ahí y desarrollar un comportamiento que nos haga po-
nernos en manos de otros para que nos ayuden, esperar de los
médicos, o de los terapeutas, o de nuestro cónyuge, o de la so-
ciedad, o de la religión, o de Dios... que nos supriman el dolor,
que nos alivien de nuestras frustraciones, que nos liberen de las
prisiones de nuestro corazón, de nuestro cuerpo y de nuestro es-
píritu, sin encontrarlos nunca. El que se cuida por costumbre y
sin tener conciencia de lo que hace, puede pasarse la vida bus-
cando la curación sin encontrarla nunca, porque busca fuera de
él la solución, y va pasando así de un medicamento a otro, de un
médico a otro, de una terapia a otra, de una droga a otra. El que
se cuida sin tener conciencia de lo que hace corre el riesgo de
desplazar el problema sin resolverlo nunca, sin emplearlo nunca
para crecer y transformar su vida.
La segunda parte de esta obra, titulada «Cuando el dolor cu-
ra. Curarse», está consagrada a describir los factores interiores y
exteriores que contribuyen a la curación. Curarse es la acción de
emplear los instrumentos de que disponemos, empezando por
nosotros mismos y, si fuera necesario, por los demás, no como
salvadores, sino como mecanismos de ayuda. Como «facilitado-
res» que hacen posible un encuentro con nosotros mismos.
Curarse es salir al encuentro de nuestro dolor primero y de todos
los mecanismos de encerramiento construidos alrededor de esa
herida fundamental; comprender su sentido, a fin de liberar los
factores profundos que subyacen a dicha herida y renacer a no-
sotros mismos. Curarse es permitir que el dolor y los síntomas de
la enfermedad nos transformen.
El lector encontrará también al final de esta segunda parte un
cuestionario que le guiará en el reconocimiento de su herida fun-

— 26 —
damental y de las protecciones que la acompañan.
A lo largo de todo este libro, el lector va a seguir la historia
de dos personas –un hombre, Jérôme, y una mujer, Maryse– que
se han liberado de su enfermedad. Les he pedido que escriban el
proceso de la evolución de su enfermedad hasta la curación. Al
final de cada capítulo aparece su relato en versión íntegra. A tra-
vés de sus palabras podrán captar los matices y la individualidad
de cada uno. Todos los personajes que presento han conocido las
etapas del «descenso» en la enfermedad y de intentar «cuidarse»
para dirigirse hacia «la curación».
Les agradezco que hayan querido entregarse a corazón y pe-
cho descubiertos. Se los voy a presentar.
Jérôme tiene ahora treinta y siete años; a los veintidós desa-
rrolló una coxartria importante de las dos caderas que, poco a po-
co, le creó una minusvalía. Es arquitecto de profesión, además de
ser un afamado escultor. Sus obras se exponen en Francia, en
España y en las Antillas. A la edad de treinta y dos años, Jérôme
se encontraba casi inválido, con la posibilidad de someterse a
una intervención quirúrgica para instalarle una prótesis en la ca-
dera. Se negó a la operación. Cambió su vida, lo dejó todo para
continuar practicando su arte en un rincón propicio que le ayu-
dara a reencontrarse. Emprendió un importante trabajo sobre sí
mismo y sobre su cuerpo a través del Método de liberación de las
corazas1, y se fue curando poco a poco de su artrosis de la cade-
ra, con lo que recuperó por completo la movilidad y pudo vivir
su creatividad con mucha mayor felicidad.
En cuanto a Maryse, tiene treinta y ocho años. Lleva cinco
años casada y vive con su marido, Hugo, y sus dos hijos. Se de-
dica a una profesión paramédica en el sector de reeducación de
un hospital. Hace siete años, supo que padecía una enfermedad
reumática incurable: la espondilartritis anquilosante. Dos meses
después del anuncio de este diagnóstico, emprendió un trabajo
sobre sí misma mediante sesiones de psicoterapia, con el fin de
comprender lo que estaba viviendo y encontrar un camino de cu-
ración que detuviera el sistema de autodestrucción en el que se

1. El método de liberación de las corazas ha sido descrito por Marie Lise


LABONTÉ en Liberar las corazas. Método y movimientos. Antigimnasia,
Luciérnaga, Barcelona 2001, p. 123.

— 27 —
sentía cada vez más encerrada y ahogada.
He entrevistado también a terapeutas, autores y conferen-
ciantes que trabajan en el campo del psicoanálisis, de la psicolo-
gía y del ámbito de lo psicocorporal. Les presento únicamente el
testimonio de tres de ellos; he elegido a estos terapeutas no sólo
por respeto a su obra terapéutica, sino también por reconoci-
miento a la autenticidad del mensaje de amor que transmiten en
la tierra. Les he hecho a cada uno de ellos estas dos preguntas:
• ¿Existe para usted alguna diferencia entre cuidarse y
curarse?
• ¿Ha sido testigo ya, en su práctica terapéutica, de alguien
que haya experimentado el fenómeno del «clic» en su pre-
sencia, es decir, que haya pasado del estado del «cuidar-
se» al de «curarse»?
He situado el contenido de estas tres entrevistas en el centro
del libro, entre la primera y la segunda parte. Deseo que las re-
flexiones de estas personas sean para el lector una fuente de ins-
piración y de reflexión, y que le sirvan de guía en la comprensión
de la segunda parte de mi libro.

— 28 —
P RIMERA PARTE
CUANDO EL DOLOR DESTRUYE.
CUIDARSE

L A búsqueda de la felicidad es importante en nuestra sociedad,


la búsqueda de la «vida color de rosa» parece primar sobre
el encuentro con nosotros mismos. En nuestro mundo actual re-
sulta muy fácil huir de nosotros, de nuestro sufrimiento, del gri-
to de nuestro cuerpo, de nuestra vida íntima, de nuestro cónyuge,
de nuestra familia, de nuestros hijos... e ir a buscar fuera de no-
sotros eso que nos atrae y nos hace la boca agua constantemen-
te: la vida color de rosa y la felicidad, como la promesa de un pa-
raíso perdido.
Debido a toda la energía consagrada a esta búsqueda, la vida
pasa, nuestros hijos crecen, las flores brotan, el sol sale, nuestro
cónyuge envejece..., pero para nosotros no existe más que la vo-
luntad de alcanzar algún día ese último «caramelo» rosa: la feli-
cidad, la saciedad.
Con todo, cada vez que creemos tocar este caramelo, se nos
escapa de las manos. Cuando, por fin, creemos poseerlo, viene
otro a quitárnoslo. Lo cual no hace sino aumentar todavía más
nuestra fe, estimular nuestra búsqueda, puesto que creemos, en lo
más profundo de nuestra ilusión, que algún día podremos, ¡al
fin!, sentarnos y chupetear el caramelo hasta que venga la muer-
te a buscarnos. Entonces podremos decir: he alcanzado la felici-
dad. Esta búsqueda de la felicidad nos lleva a cuidarnos, en vez
de a curarnos.
Y es que curarnos implicaría que abandonáramos esta bús-
queda ilusoria y nos dispusiéramos al encuentro con aquello de

— 29 —
lo que huimos, tanto de un modo consciente como inconsciente;
es decir, nuestro mundo interior, nuestra verdadera naturaleza, lo
esencial de lo que somos. En ese mundo que está ahí, en nuestro
interior, existe una herida fundamental que unos llaman «recha-
zo», otros «abandono», otros «falta de reconocimiento» o incuso
«traición», «abuso», «humillación»... Poco importa el nombre:
esa herida está enterrada en nosotros cual un dragón agazapado
en nuestra cueva interior, en nuestro cuerpo, en nuestra carne y
en nuestra vida. Ahora bien, la caza del dragón está pasada de
moda en nuestra sociedad, a menos que el dragón se llame «el
otro y su haber», «el otro y su amor», «el otro y su guerra», «el
otro y su dinero», «el otro y su poder», «el otro y su notorie-
dad»... De este modo, el caballero que somos cada uno de noso-
tros parte a la cruzada, revestido con su armadura, para cazar al
dragón social, intentar vivir una victoria, conquistar territorios
exteriores, mientras que la enfermedad, el sufrimiento y la vejez
atacan nuestro propio reino. Recuperar nuestros territorios inte-
riores, atrevernos a salir al encuentro del dragón y desmitificar-
lo, ocuparnos de nuestro patrimonio interior, de nuestro castillo,
de nuestra morada, cultivar nuestro jardín, abonar nuestra tierra
y sus flores, es algo que pide, a ese caballero que somos cada uno
de nosotros, quitarse la armadura y ponerse la vestidura que per-
mita ese encuentro íntimo con uno mismo y su ámbito interior, la
vestidura del amor y de la autenticidad.

— 30 —
CAPÍTULO 1
El aparato psíquico

¿Quién soy yo? ¿Soy el océano o la gota de agua?


¿Soy el dedo que señala hacia la luna o la luna misma?

E N este capítulo vamos a analizar el aparato psíquico y su fun-


ción, tal como se ve a través de mi propia rejilla de inter-
pretación, inspirada en el psicoanalista Carl Gustav Jung y en
mis años de experiencia en la práctica del arte de la curación. A
lo largo de los veinticinco últimos años, he recibido y escuchado
a unos setecientos pacientes, con los cuales he ido evolucionan-
do en mi enfoque terapéutico. La materia de esta primera parte
procede de estos encuentros.

El mecanismo natural de curación

Todos poseemos un potencial de curación que es inherente a


nuestro ser1. Esta fuerza de curación es innata, natural y está
siempre presente. Es la fuerza de la vida que habita en nosotros.
Este poder está ligado directamente a nuestra naturaleza profun-

1. «Sólo aquello que uno ya es tiene poder curativo» (C.G. JUNG, Las re-
laciones entre el yo y el inconsciente, Paidós, Barcelona 1990, p. 63).

— 31 —
da, a nuestra identidad real. Las diferentes escuelas filosóficas,
religiosas y psicológicas lo denominan de diferentes maneras:
«fuerza de vida», «fuerza espiritual», «chi», «kundalini», «im-
pulso vital», «proceso creador» o incluso «amor»... Poco impor-
ta el nombre que le demos: está ahí, presente en lo más hondo de
nosotros mismos, alimentando el cuerpo, el espíritu, el alma.
Hace de nosotros un ser encarnado. Esa fuerza, alojada en lo más
hondo de nuestro cuerpo físico, emana de lo más profundo a la
superficie, del centro a la periferia. Está en relación con la fuer-
za de la vida que habita el universo, el cosmos, se conecta a él,
se alimenta de él para unificarse mejor. Esta fuerza de vida que
habita en nosotros se comparte, se transmite. No todos son nece-
sariamente conscientes de ella, aunque algunos sí pueden serlo:
depende de las circunstancias y los acontecimientos que puedan
despertar el contacto con dicha fuerza. Se aloja en el corazón de
nuestro cuerpo, en nuestra columna vertebral, en nuestros mús-
culos intrínsecos, en nuestro tejido conjuntivo más profundo.
Alimenta todos nuestros centros de energía, nuestras glándulas,
nuestros órganos internos, nuestro sistema nervioso central,
nuestra sangre, nuestros nervios y, por ello mismo, cada célula de
nuestro cuerpo.
Cuando circula libremente por el cuerpo y la psique, es la pu-
ra expresión de la encarnación del alma en la tierra. Es la fuerza
psíquica que permite evolucionar a nuestra alma en el cuerpo fí-
sico y en el cuerpo planetario. Está ligada a la encarnación te-
rrestre y permite al alma habitar debidamente en su envoltura, a
fin de llevar a cabo su realización, su mandato planetario.
De este modo, si es libre, acompaña a la realización del alma
y de la personalidad a través de una unión, de un matrimonio de
la pareja interior: el yin y el yang, lo alto y lo bajo, el cielo y la
tierra. Cuando es retenida, cuando está estancada por necesidad
de protección, por miedo, por inhibición, se vuelve contra sí mis-
ma y no sólo se destruye, sino que destruye todo cuanto hay a su
alrededor.
El potencial de curación o la fuerza de la vida existe. Carece
de condiciones, de cualidad y de juicio. Simplemente, existe:
cuando está en un movimiento de construcción, es vida; cuando
está en un movimiento de destrucción, es muerte. Carece de jui-
cio. La vida y la muerte son la misma fuerza inherente a todo ser.

— 32 —
Este potencial vital que existe en nosotros y a nuestro alrede-
dor es sostenido en nuestro aparato psíquico por el sí-mismo2 y el
yo3, términos creados por el psicoanalista C.G. Jung. El sí-mismo,
cual una membrana o filtro universal y colectivo, nos permite en-
trar en relación con las fuerzas universales (la luna, el sol, la na-
turaleza, los astros...) y las fuerzas colectivas (los arquetipos ma-
triarcales y patriarcales y muchos otros...) que nos envuelven. El
yo, otra membrana o filtro personal, nos permite entrar en rela-
ción con nuestro mundo interior, que se compone de pensamien-
tos, emociones, sensaciones, intuición..., así como con el mundo
exterior, que se compone de los otros, de los acontecimientos, de
los distintos movimientos y de todo cuanto nos envuelve.
Nuestro potencial de vida o de muerte está sostenido por
nuestro aparato psíquico. Esta vida o esta muerte no son única-

2. «El sí-mismo podría caracterizarse como una especie de compensación


del conflicto entre el adentro y el afuera. Esta formulación podría no ser
inadecuada, teniendo en cuenta que el sí-mismo es algo con carácter de
resultado, de meta alcanzada; algo que sólo paulatinamente ha llegado a
ser y se ha hecho vivenciable a través de muchos esfuerzos. Así, el sí-
mismo es también el objetivo de la vida, pues constituye la expresión
más cabal de esa combinación dada como destino y que denominamos
individuo; y no sólo la del hombre singular, sino también la de todo un
grupo humano, en que el uno complementa al otro para formar la ima-
gen total.
Con la experiencia del sí-mismo como algo irracional, un ente in-
definible con respecto al cual el yo no está ni enfrentado ni sometido, si-
no dependiente, rotando en cierto modo en torno a él como la tierra en
torno al sol, se ha alcanzado la meta: la individuación». (C.G. JUNG, Las
relaciones entre el yo y el inconsciente, Paidós, Barcelona 1990, p. 143).
3. «Entiendo por “yo” un complejo de representaciones que forman para
mí mismo el centro del campo consciencial, y que me parecen poseer un
elevado grado de continuidad y de identidad con él mismo... Ahora bien,
como el yo no es más que el centro del campo consciencial, no se con-
funde con la totalidad de la psique; no es más que un complejo entre mu-
chos otros. Se puede distinguir, por tanto, entre el yo y el sí-mismo: el
primero no es más que el sujeto de mi conciencia, mientras que el se-
gundo es el sujeto de la totalidad de la psique, incluido el inconsciente»
(C.G. JUNG, Types psychologiques, Librairie de L’Université, Genève
19683, p. 456 (trad. cast.: Tipos psicológicos, Edhasa, Barcelona 1971).
«El yo es el contenido del sí-mismo que conocemos. El yo indivi-
duado se experimenta como objeto de un sujeto desconocido que lo
abarca» (C.G. JUNG, Las relaciones entre el yo y el inconsciente, Paidós,
Barcelona 1990, pp. 143-144).

— 33 —
mente personales; esta energía vital es también universal y co-
lectiva; somos constantemente testigos de ella y estamos bajo su
influencia.
EL YO INDIVIDUADO

Universo

Sí-mismo

Cosmos Yo Cosmos

Colectivo

Las funciones del yo

El yo, nuestro filtro personal, reposa en el sí-mismo, nuestro fil-


tro universal y colectivo. El yo –poco importa el nombre que se
le dé: personalidad, yo o ego– es lo que nos permite entrar en
presencia del mundo exterior y de nuestro mundo interior y ad-
ministrar la fuerza del sí-mismo, de lo universal y de lo colecti-
vo. El Yo o la personalidad permite decir: «soy un hombre o una
mujer, me llamo X, habito en tal lugar, estoy casado o no...».
Podemos escuchar nuestro mundo interior; podemos, por ejem-
plo, oír nuestras necesidades4, nuestros deseos5, seguir nuestras

4. Las necesidades son exigencias naturales. Son fundamentales y necesa-


rias para la existencia. Las necesidades básicas son, por ejemplo, dispo-
ner de un territorio, alimentarse, dormir, reproducirse, vestirse, etc.
5. Los deseos son atracciones conscientes ejercidas por un objeto real o

— 34 —
intuiciones y, al mismo tiempo, permitirnos seguir el movimien-
to de nuestros impulsos6, de nuestras aspiraciones. Siempre a tra-
vés del yo, podemos entrar en relación con el mundo exterior y
discernir, por ejemplo, en nuestra vida cotidiana lo que es bueno
para nosotros y lo que es tóxico. El yo nos permite tomar lo que
alimenta y prescindir de lo que no alimenta. Es el filtro que per-
mite la mirada que proyectamos sobre nosotros mismos y sobre
los demás. El yo realiza varias funciones de receptividad del
mundo interior en el mundo exterior, de escucha, de filtro, de
adaptación y de búsqueda de equilibrio entre las fuerzas interio-
res de que estamos provistos y las fuerzas exteriores existentes.
En esta búsqueda de equilibrio, nuestro yo ejerce también la fun-
ción de establecer mecanismos de protección. Son éstos:
La represión: mecanismo que permite a la personalidad retener
en una parte inconsciente de uno mismo lo que se presenta co-
mo demasiado amenazador (una violación, un incesto u otros
acontecimientos capitales excesivamente dolorosos para ser
integrados en la personalidad). El yo deposita en el granero
del inconsciente lo que por el momento le es intolerable.
La proyección: mecanismo del yo que nos permite rechazar ha-
cia el exterior lo que vivimos en el interior. En vez de repri-
mir, es posible proyectar hacia el exterior de nosotros mis-
mos sentimientos, objetos, deseos y cualidades. Por ejemplo,
creemos que los otros están tristes porque nosotros nos sen-
timos tristes, pero no queremos confesárnoslo; o bien, que to-
dos los demás están coléricos o que todo el mundo está colé-
rico cuando nosotros lo estamos, pero no queremos recono-
cer este sentimiento.
La separación: mecanismo que nos permite separar en dos un
acontecimiento doloroso, conservando sólo lo bueno del mis-

imaginario, como comunicarse, triunfar, compartir, bailar, degustar. Con-


trariamente a las necesidades, que garantizan la supervivencia para per-
mitir la vida, los deseos se establecen en el espacio que nace de la vida
para encaminarse a la calidad de la vida.
6. Los impulsos son movimientos creadores que nos atraviesan, como una
llamada del alma. Una vez percibidos por nuestros sentidos, los impul-
sos que nacen de la calidad de nuestra vida y que realizamos nos con-
ducen al mundo de la vida creadora.

— 35 —
mo y enviando a la mazmorra lo más doloroso. La separación
se asemeja a una purga de supervivencia.
La negación: mecanismo que nos permite negar del todo una
realidad exterior o interior dolorosas, por ejemplo la pérdida
de un ser querido, la traición, el rechazo o el anuncio de un
diagnóstico, y negar que eso haya pasado, hasta llegar a ol-
vidarlo y construirnos otra realidad.
La anulación: mecanismo del yo que nos permite fabricar histo-
rias en torno a una situación dolorosa para hacernos creer que
esa situación no se ha producido. El individuo adopta enton-
ces un comportamiento que tiene una significación inversa.
Pongamos el caso de una mujer que fue abandonada a su
suerte por su padre en su primera infancia. Como reacción,
su tendencia sería la de idealizar a los hombres, verlos en ca-
da uno de ellos un príncipe azul. Esta mujer anula su herida
idealizando al hombre.
La trivialización: mecanismo del yo que nos permite minimizar
una experiencia dolorosa o feliz. Por ejemplo, un hombre
constantemente rechazado por su mujer desde el punto de vis-
ta sexual llega a creer que eso no le molesta y que, para él, el
sexo no tiene gran importancia. Se dice a sí mismo que no tie-
ne necesidad de la sexualidad, que todo eso es trivial. Este
hombre trivializa una expresión de su vida. También se puede
trivializar una experiencia feliz, cuando se interpreta la felici-
dad como algo excesivamente amenazador para la personali-
dad.
El triángulo de proyección dramática: función del yo parecida
a la proyección, pero que es un juego mucho más poderoso
que permite desplazar el contenido emocional demasiado do-
loroso de un acontecimiento a otro contexto, para evitar re-
conocerlo. El individuo entra entonces en un juego de posi-
cionamiento en el interior de un triángulo cuyas posiciones
privilegiadas son: el perseguidor, la víctima y el salvador.
Por ejemplo, un padre de familia sale de viaje para Florida
con sus hijos, corriendo él con los gastos. Por alguna razón,
este adulto se siente traicionado por sus hijos durante el via-
je. En vez de ocuparse del dolor ocasionado por la traición y
hablar de ello con sus hijos, su yo acusará a Florida, a su cli-

— 36 —
ma, al hotel, al campo de golf, al mar, a los americanos y a
todo lo que pueda encontrar a su alrededor... del malestar que
experimenta en ese viaje. De este modo, evita sentir su dolor
poniéndose como víctima en el interior del triángulo que le
permite acusar a los otros de su desgracia personal.
El yo ejerce así funciones de escucha, de receptividad, de fil-
tro, de equilibrio, de discernimiento, de adaptación, y también fun-
ciones de protección si se siente amenazado. Estos mecanismos de
protección se desencadenan cuando la personalidad se siente ame-
nazada o irritada por situaciones exteriores que conllevan reaccio-
nes internas (imagínese, por ejemplo, que se encuentra constante-
mente en presencia de alguien que le rechaza: corre usted el peli-
gro de desencadenar enseguida un mecanismo de protección res-
pecto del rechazo que recibe de esa persona). El yo se siente cada
vez más amenazado si la situación exterior que le agrede se mues-
tra recurrente. Estos mecanismos de protección le permiten «so-
brevivir» en unas condiciones psicológicas que considera insopor-
tables. En consecuencia, las funciones del yo son necesarias para
el equilibrio; no podríamos existir sin personalidad.

La respiración del yo

¿Puede morir el yo? En ciertas obras espirituales dice el maestro


que es preciso matar el ego, la personalidad, porque el ego es el
enemigo. Hay muchas maneras de interpretar este mensaje.
Hasta ahora, por lo que a mi práctica terapéutica se refiere, lo que
he observado es que, cuanto más respira el yo en el sí-mismo, es
decir, cuanto más flexible es la personalidad, cuanto más encar-
nada está en un cuerpo la naturaleza profunda del ser, o sea, el al-
ma, tanto más puede influir en la vida cotidiana mediante su vi-
bración de amor y de vida. Así, los actos serán portadores de
equilibrio y de transparencia. Si esta respiración del yo es limi-
tada, entonces nos convertimos en testigos de dureza, de violen-
cia, de autodestrucción, en esa relación íntima con la fuerzas de
vida y de amor que habitan en nosotros.
Si, por el contrario, prefiere usted creer que el ego es su ene-
migo, se arriesga a efectuar una separación con algunos aspectos

— 37 —
de usted mismo y a mantenerse en una especie de elevación del
espíritu, en detrimento de ciertos aspectos importantes de la per-
sonalidad, como su historia, sus heridas, sus necesidades. Esto
tendrá como consecuencia reducir la experiencia de su mundo in-
terior y obrar de suerte que considere enseguida como malsanas
las emociones reprimidas o los encerramientos que se han ido
acumulando en usted desde hace años.
El yo que reposa en presencia del sí-mismo posee una respi-
ración que le es propia. La personalidad, cual una membrana cu-
ya fibra fuera flexible (estado de fusión), demasiado tenue (esta-
do de inflación) o demasiado rígida (estado de endurecimiento),
tiene una capacidad de elasticidad y de contracción, desde la fu-
sión hasta el endurecimiento. Denomino a este fenómeno «la res-
piración del yo». Esta respiración o esta capacidad que tiene la
personalidad de abastecerse en la energía de las profundidades y
en el potencial de vida que hay en todos nosotros (fusión) o, en
el extremo opuesto, de contraerse de modo que se ahogue en sí
misma hasta el encarcelamiento y hasta la destrucción (endure-
cimiento), depende de la manera como se haya construido la per-
sonalidad (véase capitulo siguiente).
Para hacer más concreto lo que acabo de decir, he partido del
ejemplo de la vida cotidiana de un personaje ficticio llamado
Jules.
Para nosotros, Jules va a reaccionar de tres maneras diferen-
tes ante una situación cotidiana que se resume así: Jules, duran-
te su jornada de trabajo, tiene que hacer frente a un problema
con su jefe. Está irritado por la situación. Acaba su jornada de
trabajo y...

Ejemplo A (estado de fusión)


Jules sale de una difícil jornada laboral y tiene que hacer frente
a un problema que le ha irritado. Está agotado física y psíquica-
mente. Tiene la impresión de haber envejecido de repente. Llega

7. «La relajación parece ser una manera de “recargar las baterías”.


Cansarse físicamente de una manera regular es una manera de combatir
el estrés» (Dr. C. SIMONTON, S.M. SIMONTON, J. CREIGHTON, Guérir en-
vers et contre tout, Desclée de Brouwer, Paris 200221, p. 162 (trad. esp.:

— 38 —
a casa y opta por practicar la relajación profunda7 o su deporte fa-
vorito8 para regenerarse. Durante esa relajación profunda o esa
práctica deportiva, se distiende y establece el contacto con el po-
tencial de vida que habita en él mismo. Se relaja en la energía de
las profundidades. Va a alimentarse, de manera consciente, en su
potencial de regeneración que es el contacto con el sí mismo.
Este alimento se lo asegura el efecto de la relajación o la prácti-
ca del deporte. Algunas ondas cerebrales9 actúan de suerte que la
superactividad del hemisferio izquierdo de su cerebro se relaja,
permitiéndole acceder al hemisferio derecho de su cerebro, que
le liga a la energía de sus profundidades. Experimenta en todas
las células de su ser que él es esta vida, sin perder por ello la pre-
sencia a sí mismo. Se vuelve más amplio, más abierto10.
Mientras Jules permanece en ese estado, se le revelan de ma-
nera natural algunas soluciones al problema que se le había plan-
teado durante la jornada. Se distancia saludablemente respecto
del acontecimiento que le había irritado. Comprende la fuente de
tal irritación. La relajación o el deporte le ayudan a establecer

Recuperar la salud: una apuesta por la vida, Los Libros del Comienzo,
Madrid 1998).
«La investigación ha demostrado suficientemente que estas técni-
cas específicas de relajación tienen efectos [de descarga] del estrés mu-
cho más considerables que las actividades habituales y convencionales
de reposo y de descanso» (ibid., p. 163).
8. «[...] El ejercicio activo contribuye a dominar el enfado, y lo mismo
puede decirse de los métodos de relajación como, por ejemplo, la respi-
ración profunda y la distensión muscular, porque estos ejercicios permi-
ten aliviar la elevada excitación fisiológica provocada por el enfado y
propiciar un estado de menor excitación, y también, obviamente, porque
así uno se distrae del estímulo que suscitó el enfado. El ejercicio activo
puede servir además para disminuir el enfado, y ello por una razón si-
milar, ya que, después del alto nivel de activación fisiológica suscitado
por el ejercicio, el cuerpo vuelve naturalmente a un nivel de menor ex-
citación» (D. GOLEMAN, Inteligencia emocional, Kairós, Barcelona
199934, pp. 105-106).
9. Sobre el tema de la actividad cerebral, véase: J.-J. FELDMEYER, «Intui-
tion et conscience: le cerveau et son double», en Cerveau et conscience,
La conquête des neurosciences, Georg éditeur, Genève 2002, pp. 288ss.
10. «Cuando el intelecto queda reducido al silencio, la intuición produce un
estado de consciencia extraordinario; se aprehende directamente el en-
torno sin la pantalla del pensamiento conceptual»: F. CAPRA, Le Tao de
la physique, Éditions Sand, Paris 1992, p. 40. (Trad. esp.: El Tao de la
física, Sirio, Málaga 1999).

— 39 —
una distancia con respecto a las sensaciones que ha vivido du-
rante la jornada11. Se ha fusionado con la energía de sus profun-
didades. Se siente rejuvenecido y muy vivo. Vuelve a salir de es-
ta experiencia rejuvenecido, regenerado, y prosigue la velada
con más energía y vigor. Su yo ha recuperado el equilibrio y pue-
de continuar distendiéndose en presencia de la fuerza del sí-mis-
mo.
¿Qué ha pasado? Jules ha conocido aquí una experiencia de
percepción ensanchada de su realidad. Ha sentido la vida en él,
está vivo, tiene una percepción de sí mismo como ser vivo y si-
gue llamándose X. Su personalidad ha sido capaz de establecer
un contacto con la fuerza de la vida que hay en él en una forma
de estado de fusión, de estado de conciencia ensanchada, aun-
que conservando su identidad. Sin que él lo sepa, su cerebro ha
producido una hormona que ha producido ese estado alterado de
conciencia en el que se ha llevado a cabo la regeneración de los
sistemas de su cuerpo.
Ahora puede descansar el yo, distenderse en el sí-mismo e
incluso ensanchar su propia percepción de su universo personal
sin perderse en él, porque la membrana es flexible.
FUSIÓN

11. «Cuando el organismo está completamente distendido, es posible esta-


blecer un contacto con nuestro propio inconsciente a fin de obtener una
información importante en cuanto a nuestros problemas o en cuanto a
los aspectos psicológicos de la enfermedad» (F. CAPRA, Le temps du
changement, Éditions du Rocher, Paris 1990, p. 334).

— 40 —
EL YO ES FLEXIBLE
PUEDE CALMAR SU SED EN EL SÍ MISMO
Ejemplo B (estado de inflación)
Retomemos el mismo ejemplo y añadamos que Jules es un ser
debilitado por la vida desde hace varios años. Es muy sensible a
todo tipo de contrariedad. La irritación que se le ha creado du-
rante el día ha sido fuerte. Se siente en estado de supervivencia,
transpira copiosamente, tiene miedo, duda repentinamente de sí
mismo de manera irracional, y su malestar refuerza su miedo: No
tiene más que un deseo: ingerir alguna bebida alcohólica para
dormirse y olvidar. Jules se dirige a un bar conocido de sus anti-
guos compañeros. Allí se encuentra con un amigo de sus tiempos
de «hippy». Su compañero sigue fumando «porros» y le invita a
fumarse uno con él. Hace ya mucho que Jules no ha fumado. Está
bajo los efectos del alcohol, y su capacidad de discernimiento se
ha resentido. Se dice: «¿por qué no?», y más cuando el día e in-
cluso su vida entera ha sido agotadora a lo largo de estos últimos
años. Nuestro Jules está harto. El compañero le dice que es ma-
rihuana de Tailandia, muy fuerte. Jules se siente completamente
excitado ante esta perspectiva. Decide fumar.
Se siente bien, incluso muy bien, bajo los efectos de la dro-
ga. Entra en una experiencia alterada de conciencia que le va a
durar dos horas. Se siente enormemente vivo. Jules ve la vida co-
mo un fluido verde que circula por todos los poros de su piel.
«Viaja». Anuncian la hora del cierre del bar, pero a Jules le im-
porta un comino. Está bajo los efectos de la droga, y el tiempo ya
no existe para él.
No olvidemos que Jules es un personaje debilitado por la vi-
da. Su personalidad, ahora bajo el efecto de la droga, le permite
este contacto con la fuerza de vida que habita en él. Como las pa-
redes de su yo están debilitadas por pruebas reprimidas, Jules
queda sumergido por su experiencia de tal manera que ya no pue-
de «volver a bajar» a la tierra. Su yo se identifica con la energía
de sus profundidades.
Echan a Jules del bar, porque se niega categóricamente a
abandonar el lugar. Está en la calle, y su compañero ya no sabe
qué hacer. Jules grita a quien quiera escucharle: «¡Yo soy la vi-
da!»; «¡Estoy vivo!». Llega la policía y le pregunta su nombre;
Jules responde: «Mi nombre es la vida. Me llamo la vida». Le

— 41 —
preguntan su dirección, y Jules responde: «la vida». Le piden que
nombre las diferentes partes de su cuerpo, y Jules responde: «la
vida». Entonces conducen a Jules urgentemente a un hospital
psiquiátrico para evaluar su estado.
Este fenómeno, por el que el yo queda sumergido, se llama
inflación, otro término creado por Jung12, y significa que la per-
sonalidad ha sido sumergida por la fuerza del sí-mismo. El yo,
cuyas paredes estaban debilitadas por experiencias de sumergi-
miento repetitivo, se identifica con el sí-mismo. El yo ha estalla-
do bajo la fuerza de la experiencia amplificada, en este caso la
droga ingerida; el yo se ha convertido entonces en el sí-mismo.
Jules ya no sentía frontera alguna, estaba fundido con el gran
Todo. Había perdido el contacto con su identidad. El miedo que
sentía Jules ha cedido a una necesidad urgente de fusionarse pa-
ra perderse y olvidar así su dolorosa realidad. Ni que decir tiene
que existen otros muchos contextos susceptibles de debilitar a un
individuo a lo largo de su vida, como una experiencia mística, un
traumatismo violento y otros que pueden conducir a la experien-
cia de la iniciación.

12. «Este concepto [inflación psíquica] me parece adecuado en cuanto que


el estado de que se trata significa una dilatación de la personalidad más
allá de los límites individuales; en una palabra, una hinchazón. En tal es-
tado se ocupa un espacio que normalmente no podría llenarse. Esto só-
lo puede hacerse cuando uno se apropia de contenidos y cualidades que,
como existentes en sí, debieran permanecer fuera de nuestros límites. Lo
que está fuera de nosotros pertenece o a otro, o a todos, o a ninguno» (C.
G. JUNG, Las relaciones entre el yo y el inconsciente, Paidós, Barcelona
1990, p. 32).

— 42 —
INFLACIÓN
LA MEMBRANA DEL YO ESTALLA
Ejemplo C (estado de endurecimiento)
Jules ha pasado una jornada estresante y decide ir al gimnasio pa-
ra practicar deporte. El conflicto que ha vivido durante la jorna-
da le ha irritado, pero ya conoce esto. Aprieta los dientes pen-
sando: «les voy a aplastar». Hace sus ejercicios habituales, pasa
de una máquina de condicionamiento físico a otra, intenta dis-
tenderse, pero no cesa de pensar en su trabajo y en el conflicto
con su jefe. Se imagina escenarios en los que golpea a su jefe.
Sin embargo, a pesar de todos los escenarios, Jules no consigue
distenderse; al contrario, se siente cada vez más tenso. Aumenta
en él la cólera y siente deseos de golpear. Jules insiste en las má-
quinas, y el entrenador viene a advertirle que afloje el ritmo,
puesto que corre el riesgo de lastimarse. Jules aprieta los dientes
todavía más. Se siente cada vez peor. Decide interrumpir sus
ejercicios. No ha alcanzado el estado de relajación que otras ve-
ces sí ha conseguido. Está tenso, rígido, se hace reproches a sí
mismo. Se considera inútil. También le hace reproches a la vida.
Echa pestes contra todo. Se sienta al volante de su coche y con-
duce a excesiva velocidad. Le detiene un policía. Jules le mira;
no tiene más que un deseo: golpearlo. Jules se agarra la cabeza
con las manos. Es demasiado... y, además, le ponen una multa.
Decididamente, todo va mal.
Qué pasa en este escenario? La personalidad de Jules se ha
contraído. Su yo se ha visto «atrapado» por una mala experien-
cia o por un conflicto vivido durante la jornada que le recuerda
algo más profundo en él, pero que Jules no quiere ver. No consi-
gue administrar el estrés creado por el conflicto. Está invadido
por el problema, y su única respuesta condicionada es la cólera,
que se convierte en agresividad. Jules no consigue distenderse en
presencia del conflicto exterior que ha provocado en él un con-
flicto interior. No hay comunicación posible entre su personali-
dad –el yo– y el gran todo del sí-mismo. El cerebro no ha conse-
guido liberar las hormonas que habrían permitido el surgimiento
del fenómeno del estado de conciencia ensanchada. Al contrario,
Jules ha segregado adrenalina, y en gran cantidad, pues fanta-
seaba con escenarios de ataque. Vuelve a sentarse al volante.
Conduce a toda velocidad. Le detiene otro policía y le pide la do-

— 43 —
cumentación. Jules no desea más que una cosa: pegarle. Este fe-
nómeno, si perdura, recibe el nombre de «endurecimiento».
Este término, creado por Wilhelm Reich, designa el proceso
de encerramiento que puede padecer la persona «endurecida», es
decir, que no existe más que a través de su rigidez y cerrazón en
relación con un problema o un conflicto13. La membrana de la
personalidad es demasiado espesa y está demasiado rígida. Este
proceso, llevado al extremo, puede llevar a un individuo a ne-
garse a distenderse, pues tiene miedo a morir cuando cierre los
ojos; o impulsar a un individuo, superado por su conflicto, a ata-
car de palabra o de obra al policía que le interpela; o incluso a
provocar en uno tal rigidez en su cuerpo físico que le haga im-
posible practicar ningún deporte sin lastimarse. Esa persona ca-
rece ya de flexibilidad. Ese mismo fenómeno del endurecimien-
to puede ser experimentado por alguien que sea depresivo y se
encuentre encerrado en su estado de depresión. El endurecimien-
to no está ligado únicamente a un encerramiento que desemboca
en la agresividad; este mismo encerramiento puede llevar a un
individuo a estados de impotencia y de desesperación que, a la
larga, alteran la química del cerebro. Entonces se instala la de-
presión crónica.

13. «El carácter consiste en una alteración crónica de nuestro yo que se ha


denominado también endurecimiento y que es el responsable de la cro-
nicidad de las reacciones caracteriológicas de una persona. Tiene la fun-
ción de proteger al yo de los peligros externos e internos que le asaltan.
Como mecanismo de protección permanente, merece perfectamente el
nombre de coraza»: W. REICH, L’analyse caractérielle, Payot, Paris
2000, p. 145. (Trad. española: Análisis del carácter, Paidós Ibérica, Bar-
celona 1995).

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ENDURECIMIENTO
LA MEMBRANA DEL YO SE HA ENDURECIDO
Los tres tipos de respiración del yo en el sí-mismo no son ca-
tegorías fijas. Existen varios matices en las respiraciones men-
cionadas más arriba; las tres maneras de reaccionar de Jules son
ejemplos muy generalizados. Todos los escenarios son posibles
de una respiración a la otra.
El modo en que reacciona la personalidad en una situación de
agresión depende de varios factores ligados a la vida intrauteri-
na, al nacimiento, o bien a la primera infancia, y, sobre todo, a la
manera en que el niño ha desarrollado su mundo reaccional en su
relación con su sistema familiar. La respiración del Yo depende
del proceso de individuación.

***

CUESTIONARIO

Análisis de las reacciones


frente a un acontecimiento estresante

¿Cómo reacciona usted frente a un acontecimiento estresante?

¿Reacciona de manera consciente?


¿Trata de distanciarse del acontecimiento practicando algún
deporte o algún método de relajación, a fin de encontrar una
solución?

¿Reacciona huyendo?
¿Intenta huir del problema planteado por el acontecimiento
ingiriendo estimulantes como café, alcohol, nicotina, drogas o
medicamentos?

¿Reacciona defendiéndose?

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¿Reacciona poniéndose rígido, defendiéndose con una cóle-
ra y una agresividad dirigidas contra el acontecimiento y la gen-
te asociada al mismo?
Descubrir su manera de reaccionar al estrés le dará pistas de
transformación y le informará sobre la capacidad que tiene su
personalidad de respirar en las energías de las profundidades que
habitan en usted, abriéndole al bienestar, encontrando soluciones
con facilidad. Cuanto más flexible sea su personalidad, tanto más
capaz será de distanciarse respecto de cualquier situación estre-
sante, y hasta de encontrarle un sentido.

Análisis de las reacciones de protección


frente a un acontecimiento choque
que le pone en estado de supervivencia

¿Puede identificar su manera de protegerse de un dolor afectivo,


de una decepción profesional, de un sentimiento de traición, de
rechazo o de cualquier otra agresión que pueda padecer o haya
padecido en su vida cotidiana?

¿Cuál es su mecanismo de protección?

¿La represión? (Yo olvido).

¿La protección? (La vida es una traición, o la vida no es más que


sufrimiento).

¿La separación? (Divido el dolor en dos y no conservo más que


lo bueno; olvidando lo malo).

¿La negación? (Lo niego).

¿La anulación? (Me invento toda una historia para no sufrir).

¿La trivialización? (Después de todo, no es tan importante...).

¿El triángulo dramático? (La culpa es del otro; yo soy la víctima).

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Identificar sus mecanismos de protección le dará pistas de trans-
formación y le permitirá cuestionar su reacción de protección y
ver si siempre es tan legítima como parece.

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