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Alfonso López Quintás

EL
DESCUBRIMIENTO
DEL AMOR
AUTÉNTICO
Claves para orientar la afectividad

Biblioteca de Autores Cristianos


MADRID ● 2013
© Alfonso López Quintás, 2012

© Biblioteca de Autores Cristianos, 2013


Añastro, 1. 28033 Madrid
Tel.: 91 343 97 97
www.bac-editorial.com

Edición digital a partir de la edición impresa de mayo de 2012

ISBN: 978-84-220-1381-5

Impreso en España. Printed in Spain

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obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la
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canear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)
A la Dra. Begoña Ortiz de Zárate,
que con tanto saber y esmero
me cuida los ojos
ÍNDICE GENERAL

Págs.
_________

Prólogo................................................................................................ xiii

Capítulo I.  Necesidad de una sólida formación para el amor............ 3


1. La vía recta hacia la felicidad....................................................... 3
2. Un método de aprendizaje por vía de búsqueda.......................... 5
3. El secreto de una buena formación.............................................. 7
4. La falta de madurez intelectual nos desconcierta y, a veces, des-
quicia.......................................................................................... 9
5. Necesidad de guías espirituales y de claves de orientación............ 11

Capítulo II.  Los niveles de realidad y de conducta............................ 13


1. Niveles positivos.......................................................................... 14
a) Nivel 1................................................................................... 14
— Características del «hombre inmediato»............................. 14
b) Nivel 2................................................................................... 17
— La transformación del papel en partitura........................... 18
— Las experiencias reversibles................................................ 19
— La experiencia reversible más lograda: el encuentro............ 21
— Las condiciones del encuentro........................................... 22
— El descubrimiento de los valores y las virtudes................... 23
— Los frutos del encuentro.................................................... 23
c) Nivel 3................................................................................... 25
— El descubrimiento del ideal de la unidad........................... 25
— Del ideal depende todo en nuestra existencia..................... 25
d) Nivel 4................................................................................... 37
— Integración de los niveles positivos.................................... 37
2. Niveles negativos......................................................................... 40
a) Nivel -1.................................................................................. 40
b) Nivel -2.................................................................................. 41
X ÍNDICE GENERAL

Págs.
_________

c) Nivel -3.................................................................................. 42
d) Nivel -4.................................................................................. 42

Capítulo III.  Claves para orientar la afectividad................................ 43


1.ª clave: El ejercicio de la sexualidad tiene pleno sentido cuando va
unido al cultivo de los otros tres elementos del amor conyugal.... 43
— El sentido de la continencia prematrimonial...................... 45
2.ª clave: Desgajar el primero de los cuatro elementos del amor con-
yugal no nos procura felicidad porque nos empobrece................. 49
— El entreveramiento de los cuatro elementos del amor......... 53
3.ª clave: Al escindir la sexualidad del amor y la procreación, se la
empobrece peligrosamente.......................................................... 54
a) Escindir la sexualidad del amor y de la procreación no tiene
sentido................................................................................... 55
b) Ser capaz de escindir sexualidad y amor no equivale a estar
legitimado para hacerlo.......................................................... 57
c) Los deseos no llevan en sí su propia justificación.................... 57
d) La satisfacción de los deseos produce, con frecuencia, frustra-
ción........................................................................................ 57
e) Al plantear los deseos en el nivel 1 y de forma insaciable e
ilimitada, creemos poder convertirlos en derechos.................. 59
f ) Las pulsiones instintivas hemos de encauzarlas hacia la crea-
ción de diversas formas de encuentro...................................... 60
4.ª clave: La única garantía de que el amor perdure es que sea autén-
tico. No somos unos ilusos por creer en la posibilidad del amor... 63
5.ª clave: El criterio para regular nuestra vida amorosa no radica
principalmente en el gusto.......................................................... 66
6.ª clave: Lo decisivo en la formación para el amor es aprender a
integrar las diversas energías........................................................ 69
a) Aprender a integrar es decisivo en la vida humana.................. 71
b) Ejercicios para aprender el arte de integrar.............................. 73
c) Para integrar, debemos articular constantemente el nivel 1
con los niveles 2 y 3................................................................ 74
d) La integración de la sexualidad y el amor................................ 75
7.ª clave: En el nivel 1, la libertad se opone a las normas. En el ni-
vel 2, libertad y normas se complementan y enriquecen.............. 79
— Articulación de la libertad y la obediencia a normas........... 80
8.ª clave: Todo gesto afectuoso debe expresar el tipo de intimidad
que se tiene con una persona....................................................... 81
9.ª clave: El pudor, bien entendido, es la salvaguardia de la dignidad
humana....................................................................................... 85
ÍNDICE GENERAL XI

Págs.
_________

10.ª clave: La moral cristiana tiende a lograr un ajuste perfecto del


hombre a las exigencias de su realidad personal. Por eso exige
purificar el amor, es decir, cumplir las condiciones del encuen-
tro auténtico............................................................................. 90
11.ª clave: En forma de confrontación de textos............................... 92
a) La intuición de los niveles 1 y 2.......................................... 92
b) Necesidad de una adecuada formación para el amor............ 94
12.ª clave: A modo de síntesis: La condición indispensable para ini-
ciar una verdadera «formación para el amor» es ascender del
nivel 1 a los niveles 2 y 3........................................................... 96
— La razón profunda de nuestro método de búsqueda....... 98
Visión sinóptica. El amor auténtico y la ilusión verdadera................ 99

Apéndice.  La concepción cristiana del matrimonio........................... 101


PRÓLOGO

Para abordar el complejo tema de la afectividad se requiere dar


madurez a la inteligencia, es decir, conseguir que tenga largo alcance,
amplitud y profundidad.

a) Pensar con largo alcance significa ver a lo lejos, más allá de las rea-
lidades que tenemos inmediatamente ante los ojos. Superamos con
ello la miopía intelectual.
El que piensa a lo lejos no se esmera solo en actuar con la impres-
cindible sensatez; quiere descubrir el ideal de la vida e inspirar en él
cada una de las acciones que realiza.

b) Pensar con amplitud implica captar, al mismo tiempo, diversos as-


pectos de la realidad contemplada y otras realidades vinculadas con
ella. Evitamos, así, la temida unilateralidad o parcialidad.
El que presta atención a cuanto implican su ser y sus actos, piensa
de modo relacional y se abre a todas las realidades que no son cerra-
das, antes constituyen verdaderos nudos de relaciones.

c) Pensar con profundidad supone descubrir el sentido de cuanto se


contempla a lo lejos y a lo ancho. De este modo nos liberamos de la
superficialidad del pensamiento. Tal superficialidad, cuando supera
ciertos límites, devasta la vida de las personas y las sociedades.
El que atiende a lo profundo se preocupa de otorgar a cada ser y a
cada acción su plenitud de sentido.

Esta actitud madura nos lleva a pensar de forma aquilatada, preci-


sa, casi orfebresca, atenta al tipo de lógica que gobierna cada nivel de
realidad. Por lógica se entiende aquí el modo de relacionarnos con las
realidades del entorno en cada nivel. Veámoslo de cerca a base de un
ejemplo.
Millones de personas (sobre todo jóvenes) dan por hecho que la
libertad y las normas se oponen. Ni siquiera sospechan que esto debe-
XIV PRÓLOGO

mos analizarlo en cada uno de los niveles de realidad 1. A poca atención


que pongamos, descubrimos que libertad y normas se oponen en el
nivel 1 de modo dilemático: tenemos que escoger entre la libertad y las
normas 2. Pero en el nivel 2 sucede todo lo contrario: libertad y normas
se complementan, se enriquecen, se exigen mutuamente 3.
Queda de manifiesto que la lógica de estos dos niveles es distinta,
más perfecta la del nivel 2 que la del nivel 1. ¿Cómo vamos a analizar
con precisión lo que significa e implica una vertiente tan compleja de
la vida humana como es la afectividad si no conocemos estas formas de
lógica? Cuando observamos que alguien inicia el estudio de este tema
sin precisar los diversos tipos de lógica que se dan en los distintos ni-
veles de realidad en que podemos situarnos, podemos prever el fracaso.
Solo con un estilo de pensar muy afinado podemos analizar bien el
proceso que debe seguir nuestra afectividad si quiere adquirir el elevado
sentido a que está sin duda llamada. Quien desee vivir una vida afectiva
equilibrada y fecunda, debe integrar muy diversas energías y potencias:
pulsionales y espirituales, instintivas y reflexivas… Esta capacidad de
integración requiere un aprendizaje muy cuidadoso. No se puede ad-
quirir a través de una enseñanza superficial y fragmentaria.
La cuestión de la afectividad ha sido tratada, a veces, de modo ex-
celente en cuanto al fondo y la forma. Pero, incluso en estos casos, se
echa de menos la habilidad pedagógica necesaria para mostrar la razón
profunda de cuanto se afirma. En cambio, tal razón queda patente cuan-
do seguimos por dentro el proceso interior en el que nuestra afectividad
adquiere toda su riqueza, su equilibro, su pleno sentido. Ese proceso
consiste en pasar del nivel 1, al 2 y al 3 4, asumiendo lo que cada uno
presenta de positivo y fecundo. De ahí la necesidad de conocer a fondo
qué son los niveles de realidad y de conducta, cuáles son sus límites,
cómo interactúan entre sí y por qué lógica se rige cada uno.
Estos conocimientos los he cultivado a través de un largo tiempo de
investigación y docencia en diversos países. Y en los últimos años ejer-

1
  Los ocho niveles de realidad y de conducta son expuestos en el capítulo II.
2
  El nivel 1 es el propio de los objetos y del manejo de objetos, o de realidades superiores
reducidas a objetos. En él se cultiva la libertad de maniobra, la capacidad de actuar en cada mo-
mento según la propia voluntad, que puede ser contraria a las normas que nos vienen impuestas
desde fuera.
3
  El nivel 2 es el propio de las personas, las obras de arte, la creatividad, el encuentro… En
él descubrimos un modo superior de libertad: la libertad creativa o libertad interior. La libertad
para crear de nuevo una obra musical no la ve restringida un intérprete por las normas que le
da la partitura. Al contrario; estas normas encauzan el acto de interpretación, lo hacen posible,
permiten otorgar a cada obra su verdadero sentido y su valor. Por eso, cuanto más fiel y obediente
es un intérprete a la partitura (y, por tanto, a la obra), más libre (con libertad creativa) se siente.
4
  El nivel 3 es el de los valores y la opción firme por los mismos.
PRÓLOGO XV

cité el arte de transmitirlos de forma eficaz. Este esfuerzo me permitió


mejorar el método de exposición.

1) En El amor humano 5 describo la necesidad de considerar la afec-


tividad en el nivel 1 y el nivel 2, y entender el noviazgo como el
ascenso conjunto de los jóvenes al nivel 2, el de la creatividad y
el en­cuentro.

2) En La formación para el amor 6 procuro que varios jóvenes se pre-


paren, conversando entre ellos, para dar respuesta a unas preguntas
decisivas que se les plantean sobre la afectividad. La actitud de los
jóvenes más preparados se inspira en el libro El amor humano.

3) En El secreto de una vida lograda 7 ayudo a los jóvenes lectores a


descubrir una serie de claves para orientar su vida afectiva. No trato
solo de enseñarles la «ética del amor», sino de disponer su mente y
su ánimo para que ellos mismos descubran el valor que encierra una
orientación de la vida amorosa acorde a las exigencias de la persona
humana. Como mi concepción de la persona coincide con la que
profesa la Iglesia católica, también mi orientación ética se halla en
esa línea. Pero mi propósito en el libro no se limita a exponer la
doctrina de la Iglesia sobre el amor y el matrimonio; quiero colabo-
rar con todo lector que busque sinceramente la verdad de su vida a
través de la reflexión filosófica y antropológica.

En este nuevo libro deseo mostrar de modo más pormenorizado


las antedichas claves de orientación. Es el empeño de la Segunda Parte.
Pero esta necesita ir precedida de otra que prepare al lector para realizar
el descubrimiento personal de tales claves. Sin esa colaboración creativa,
esas claves se reducirán a recetas, como las que se hallan en tantos libros
bienintencionados que responden escuetamente a ciertas preguntas
relativas a la vida afectiva, al modo inocente como los padres suelen
satisfacer la curiosidad de los niños con alguna ocurrencia superficial.
No basta (pensémoslo de una vez por todas) salir del paso; necesitamos
fundamentar sólidamente la vida humana en una cuestión tan comple-
ja, delicada y decisiva como esta.
Por eso la Primera Parte se consagra a poner al lector en la perspec-
tiva adecuada, dotarlo de los conocimientos indispensables para poder
5
  Edibesa, Madrid 31994.
6
  San Pablo, Madrid 1995.
7
  Palabra, Madrid 22004.
XVI PRÓLOGO

descubrir las claves de una recta orientación afectiva, facilitarle un mé-


todo de pensamiento capaz de distinguir y de integrar, captar distincio-
nes y subrayar diferencias. Para lograrlo, he de reproducir, con ciertas
variantes, alguna descripción ya hecha en otras obras, sobre todo El
secreto de una vida lograda y Descubrir la grandeza de la vida 8. Pero no
se trata de decir lo mismo una vez más, sino de ofrecer al lector la posi-
bilidad de poner su capacidad creativa en disposición de realizar la tarea
que se le propone en este libro.
En efecto, lo decisivo en el plano del pensamiento humanístico
no es tanto aprender cuanto descubrir, o mejor: aprender descubriendo.
Para descubrir las claves de la madurez afectiva se requiere saber pensar
con rigor, conocer lo que son las experiencias reversibles (sobre todo
la más elevada: la de encuentro), distinguir los niveles de realidad y de
conducta... Estos asuntos los traté en varias obras anteriores. Aunque
algunos de los lectores de este nuevo libro hayan leído en su día tales
escritos, necesitan realizar de nuevo (y a ser posible, más intensamente)
las experiencias que en ellos se describen, a fin de poner en forma su
capacidad de realizar la ardua tarea de descubrir claves certeras de orien-
tación en materia tan ambigua, compleja y delicada.
El lector se convencerá de esto plenamente al advertir, en el capí-
tulo I, que en la vida ética progresamos a medida que realizamos las
transfiguraciones de la conducta que nos exigen las realidades cada vez
más elevadas que vamos tratando. Esto solo se aprende viviéndolo, pero
no de modo rutinario, sino de forma reflexiva y bien articulada.
Este libro es una amplia remodelación de un trabajo publicado en
el libro colectivo Aprendamos a amar 9. Los responsables de la edición
y el editor me concedieron permiso para editarlo aparte, a fin de di-
fundir la peculiar forma en que analiza el tema de la afectividad. Se lo
agradezco de veras.

8
  Desclée de Brouwer, Bilbao 22011.
9
  CEPE, Madrid 2010, p.247-320.
EL DESCUBRIMIENTO
DEL AMOR AUTÉNTICO
Capítulo I
NECESIDAD DE UNA SÓLIDA FORMACIÓN
PARA EL AMOR

Los seres humanos necesitamos formarnos para el amor pues, por


ley de vida, debemos crecer en todos los aspectos, pero no tenemos
«instintos seguros» que estén orientados por la especie (como sucede
con el animal) y aseguren nuestra supervivencia. Nuestros instintos son
pulsiones que, en sí, implican un valor —por ser signo de vida, im-
pulsos hacia la realización del propio ser—, mas solo adquieren todo
su valor en el conjunto del desarrollo personal si los orientamos debida-
mente. Esta capacidad de orientar la vida surge en nosotros cuando nos
cuidamos de adquirir una formación adecuada.

1. La vía recta hacia la felicidad

Tal formación nos descubre el verdadero camino hacia la felicidad,


sentimiento de plenitud que nos embarga al desarrollar plenamente
nuestro ser personal, en el que juega la afectividad un papel destacado.
Buscar la felicidad plena es algo justo y bueno, pues responde a un de-
seo que brota de nuestra condición de personas. Buscar la felicidad por
un camino falso es un error siniestro, porque nos lleva a la destrucción
espiritual y la amargura.

Un joven centroeuropeo escribió una carta al conocido teólogo


Karl Rahner para confesarle que él y sus amigos persiguieron la
felicidad febrilmente y se hallaban ahora destruidos. Tras relatar
su largo viaje hacia la destrucción y la amargura, concluye con
estas líneas: «Acerca de todo esto, solo tengo una pregunta que
hacerle: ¿Sabe usted la respuesta? ¿Dónde está la felicidad?» 1.

1
  Cf. Karl Rahner, Tengo un problema. Karl Rahner responde a los jóvenes (Sal Terrae, San-
tander 1984) 12-14.
4 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

La inteligencia de que hace gala en su escrito este desventurado jo-


ven no logró descubrir el verdadero camino hacia la felicidad. Es lástima
que tantos jóvenes bien intencionados se echen a los caminos de la vida
ilusionadamente y, en breve, aparezcan con las alas quemadas, como
mariposas que se han dejado seducir por la luz. Es urgente hacerles ver
la diferencia entre la seducción y la atracción, la euforia que producen los
valores que seducen y el entusiasmo suscitado por los valores que atraen.
Los adolescentes y los jóvenes sienten, en su interior, diversas pul-
siones que se traducen en deseos ardientes. La sociedad en torno les
muestra vías para saciarlos. Lo más fácil es dejarse llevar de tales ansias,
que, por ser naturales, parece legítimo saciar. Cuando un joven lo con-
sigue, se ve tentado a confundir la intensidad psicológica de las experien-
cias con su valor, es decir, con su capacidad de promover el crecimiento
de la persona entera. Tal confusión lo lleva a pensar que está viviendo
plenamente. ¿Sabe este joven que tal plenitud se reduce a mera saciedad
de los instintos, que es una meta, ciertamente, pero solo la meta del
nivel 1, en que se da un modo de vida muy elemental? Si lo ignora, no
está debidamente formado y se expone a graves riesgos.
En el nivel 1, nuestra actitud es la de dominio, posesión y disfrute 2.
Antes de unirnos a una persona, calculamos las ventajas y las desven-
tajas que nos va a reportar. Esta actitud calculadora es, en el fondo,
egoísta e impide el encuentro, forma de unión que exige ante todo
generosidad. Amar a una persona no es querer el halago que le produ-
cen a uno sus bellas cualidades, sino querer a la persona en cuanto tal,
desear su bien a todo precio, esforzarse por crear con ella un estado de
enriquecimiento mutuo. Si un joven piensa que este tipo de amor es
«un cuento de hadas», bello pero irreal, indica que no ha desarrollado
todavía la capacidad de ver formas de unidad superiores a las propias
del nivel 1. Necesita seguir un proceso de formación.
Dos novios estaban a punto de separarse. El novio me confesó que
vivía muy polarizado en las relaciones sexuales, y a su novia le parecía
esto poco bagaje para asumir el compromiso matrimonial. Yo le advertí
que, a juzgar por sus palabras, se movía exclusivamente en el nivel 1 y
dejaba de lado cuanto ofrecen los niveles 2 y 3. Él abrió los ojos y me
pidió que le explicara qué son los niveles. Lo hice brevemente, y él, con
aire pensativo, me confesó: «Ahora veo que mi novia tenía razón al no
sentirse animada a cruzar el umbral del matrimonio. Pero ella no supo
explicármelo. ¿Por qué no me contaron esto en la catequesis y en las

2
  Una descripción amplia de los cuatro niveles positivos y los cuatro negativos puede verse en
mi ya citada obra Descubrir la grandeza de la vida.
C.1.  NECESIDAD DE UNA SÓLIDA FORMACIÓN 5

diversas clases de ética que cursé...?». Luego me preguntó cómo podía


conocer los niveles y prepararse debidamente al matrimonio. «Es todo
un proceso que has de seguir —le respondí—. Si lo haces, te adentrarás
en un mundo nuevo, en el cual verás, con asombro, la grandeza que
puede adquirir tu vida».
Justo, este proceso es el que vamos a seguir a continuación. Nos
sorprenderá ver las claves de orientación que nos inspira. Ruego al lec-
tor que no tenga prisa por llegar al final del proceso. Debemos ir paso
a paso, para ganar la lucidez y la energía interna que exige el ascenso a
los niveles en que se da el auténtico amor. Si, desde el principio, procla-
mara las excelencias del amor, entendido en todo su alcance, tal vez mis
palabras —por elocuentes que fueran— aparecerían vacías a muchos
lectores. Al final del proceso pronunciaremos esas palabras de elogio,
pero entonces aparecerán colmadas de sentido y nos animarán a crear
las formas más elevadas de unidad.

2. Un método de aprendizaje por vía de búsqueda

En un memorable debate de la televisión española, un grupo de


jóvenes defendió el llamado «amor libre», es decir, el ejercicio arbitra-
rio de la sexualidad, sin más canon de conducta que la mera apeten-
cia. Otro grupo se mostró partidario de considerar el ejercicio de la
sexualidad como el primero de los cuatro elementos que integran el
conjunto del amor conyugal: sexualidad, amistad, proyección comunita-
ria del amor (la fundación de un hogar) y fecundidad del amor en dos
aspectos complementarios: el incremento de la unidad entre los espo-
sos y la creación de nuevas vidas. Los telespectadores se asombraron al
ver la madurez con que los integrantes del segundo grupo explicaban
su posición de manera clara, bien articulada y profunda; sabían dis-
tinguir en qué nivel de realidad se da la pasión y en cuál se mueve el
amor personal, comprometido y creador; no confundían el significado
que puede tener una acción (por ejemplo, una aventura amorosa) y el
sentido de la misma. Puede una acción significar mucho para nosotros,
por impactarnos en el aspecto psicológico, y tener un sentido muy ne-
gativo en nuestra vida, si la vemos con la debida amplitud y hondura.
Muchos televidentes se preguntaron de dónde procedían unos jóvenes
que mostraban tal grado de discernimiento. La explicación era bien
sencilla: habían realizado un curso sobre el desarrollo del ser humano,
y en él habían descubierto las doce fases del mismo, la última de los
cuales consiste en el logro de una afectividad madura.
6 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

He dicho «descubierto», no «aprendido», pues el propósito de ese


curso no fue tanto «enseñar» contenidos cuando «ayudar a descubrir-
los». En el momento actual, para adquirir una auténtica formación hu-
mana, ética y antropológica, no basta aprender una serie de cuestiones
que alguien nos transmite de palabra o por escrito. Necesitamos des-
cubrirlas nosotros; con la ayuda de un guía, posiblemente, pero descu-
brirlas por nuestra cuenta. Solo lo que se va descubriendo se graba en
nuestra mente y nuestro corazón. Por eso ruego cordialmente al lector
que convierta la lectura de este libro en una reposada experiencia per-
sonal de descubrimiento. Si algunos contenidos le son ya conocidos, ha
de volver a analizarlos con mayor radicalidad, a fin de verlos en su raíz,
como si los fuera descubriendo por primera vez.
Lo que descubrimos nos persuade, nos impulsa a vivirlo interior-
mente. Al persuadirnos, nos transforma. Pronto veremos que el proceso
de formación ética no se reduce a perfeccionar nuestro conocimiento
de la vida y sus exigencias; implica una serie de transformaciones en el
modo de ver las realidades del entorno y de tratarlas. Al ir conocien-
do realidades cada vez más valiosas, ajustamos nuestra actitud frente a
ellas. Esta transformación nos permite adquirir un conocimiento preci-
so de realidades todavía más sutiles y fecundas... Este «círculo virtuoso»
impulsa nuestro ascenso a la madurez ética y modela gradualmente la
figura de nuestro ser personal, esa especie de «segunda naturaleza» que
estamos llamados a configurar 3.

Sobre el amor humano existen hoy numerosos libros y artículos


que exponen una doctrina ajustada a las condiciones del ser
humano, y por lo mismo, justa, válida, fecunda. Pero suelen
seguir el método tradicional de «enseñar» contenidos con el
fin de que los lectores los aprendan y asuman en su vida. Con
todo respeto a los valores que encierran tales escritos, quisiera
añadir la novedad del método de búsqueda, que aplicamos con
tan buen éxito en el curso antes aludido.

3
  Esa «segunda naturaleza» se decía en griego antiguo êthos, con e larga o eta. De este voca-
blo se deriva el término «Ética». La misma palabra ethos, escrita con épsilon o e breve, significaba
«costumbre», y los romanos la tradujeron con el término «mos», del que procede la palabra
«Moral». Conforme a su etimología, podemos decir que, al hablar de Ética, nos referimos a
la segunda naturaleza que vamos adquiriendo al realizar ciertos actos y adquirir determinados
hábitos a lo largo de la vida. El término «Moral» se refiere, de por sí, al estudio de las costumbres.
Como estas tienen incidencia en la configuración de esa segunda naturaleza, cabe concluir que
el significado profundo de Ética y de Moral es muy afín, de modo que pueden considerarse casi
como sinónimos.
C.1.  NECESIDAD DE UNA SÓLIDA FORMACIÓN 7

El contenido y el método de ese curso deseo condensarlo en este


trabajo. Será una aventura muy sugestiva, sin la menor duda, pues ejer-
citaremos la capacidad de pensar y expresarnos de modo preciso, al
tiempo que pondremos en forma el arte de vivir creativamente. Al-
gunos lectores pueden, tal vez, seguir pensando, al modo romántico,
que creativos son solo los genios: Mozart, Bach, Miguel Ángel, Ve-
lázquez, Cervantes... Ya veremos cómo todos nosotros, con los talen-
tos que tenemos, podemos y debemos ser eminentemente creativos. Al
descubrirlo, se revalorizará ante nuestros ojos la vida cotidiana, por
sencilla e incluso anodina que nos parezca. Solo necesitamos vivir las
experiencias que voy a sugerir seguidamente y que nos permitirán ver
la vida de otra forma, más abierta y profunda, y, por tanto, más prome-
tedora.
Nuestra tarea no se limitará a aprender una serie de cuestiones;
intentaremos llegar a «ser más», como pedía Teilhard de Chardin: ser
más como personas, más conscientes de la grandeza que puede adqui-
rir nuestra vida si la vivimos con fidelidad a nuestra vocación básica
de «seres de encuentro» 4. Esta vocación es algo tan elevado y bello
que constituye, si lo asumimos creativamente, una fuente de belleza
inagotable y, por tanto, de alegría. Con razón escribió el gran poe-
ta inglés John Keats, en el umbral de su poema Eudimión: «A thing
of beauty is a joy for ever» (Una realidad bella es un gozo inextin-
guible) 5.

3. El secreto de una buena formación

Se habla a menudo de la necesidad de formar a niños y jóvenes para


el amor. Pero ¿qué significa, exactamente, formarse, sobre todo formarse
bien? Formarse debidamente no se reduce a adquirir los saberes nece-
sarios para conocer a fondo la propia vida. Implica, además, descubrir
una serie de claves de orientación que nos permitan discernir lo que nos
construye como personas y lo que nos destruye. Es penoso advertir que
buen número de personas, al no disponer de tales claves, carecen de una
verdadera formación. Esta carencia es muy de lamentar, pues vivimos
en un tiempo confuso, y, a mayor confusión, mayor es la necesidad de
una formación sólida, que, además de transmitirnos datos biológicos
4
  «Lo que el hombre espera en este momento —escribe—, y que le haría morir si no lo en-
contrase en las cosas, es un alimento completo para alimentar en él la pasión del ser más» (cf. La
activación de la energía [Taurus, Madrid 21967] 260s).
5
  Bosch, Barcelona 1977, p.66.
8 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

y psicológicos relativos a la sexualidad, nos descubra el sentido de la


relación amorosa 6.
Ahora bien, ¿qué se entiende por claves de orientación? Se trata de
ideas que nos dan luz para descubrir lo que es nuestra vida y orientarla
debidamente. Por ejemplo, nos ayudan a discernir cuándo la libertad y
las normas se oponen, y en qué casos se complementan. Un día, cuando
explicaba en clase el tema de la libertad, una joven universitaria me dijo,
con tono afable: «Profesor, no se moleste. En la vida hay que escoger. O
somos libres o aceptamos normas. Y, como quiero ser libre, aparco las
normas». «Estoy de acuerdo con usted —le contesté— si nos referimos a
la libertad de maniobra, la libertad de hacer lo que queramos en cada mo-
mento (nivel 1). Este tipo de libertad se opone a las normas, efectivamen-
te. Pero, si se trata de la libertad creativa —propia del nivel 2—, sucede
lo contrario. Cuanto más obedientes somos a las normas, más libres nos
sentimos. Por ejemplo, si toco una pieza musical al piano, cuanto más fiel
sea a la partitura, más libre me siento. Pero aquí nos referimos a la libertad
creativa, no a la mera libertad de maniobra». «¡Ah! —dijo la joven—, ¿hay
que distinguir niveles y tipos de libertad?». «Ciertamente —le indiqué
yo—, sin eso no damos un paso. La libertad de maniobra —propia del
nivel 1— consiste en elegir, en cada instante, lo que más nos gusta, aun-
que no sea especialmente valioso. Lo agradable es un valor, sin la menor
duda, pero, aunque sea intenso, se halla bastante abajo en la escala de
valores. En cambio, la libertad creativa —característica del nivel 2— no
atiende solo a nuestro bienestar particular; procura el bien que se nos da
a través de las distintas formas de encuentro».

Obviamente, esa joven no estaba bien formada. Al reclamar


libertad con tanta decisión, se refería a la libertad de maniobra,
la única forma de libertad que tenía ante la vista. Tal parciali-
dad nos indica que su inteligencia no había alcanzado toda-
vía la madurez. Carecía de largo alcance (capacidad de ver más
allá de lo inmediato), de amplitud (disposición para captar, a
la vez, diversos aspectos de la realidad), y de profundidad, agu-
deza para penetrar en el sentido de lo que se ve a lo lejos y a lo
ancho. Es de notar que no le reproché estas carencias. Intenté,
sencillamente, ayudarle a matizar los conceptos, a distinguir
sus diferentes sentidos. Tal matización marca el principio del
proceso formativo.
6
  El psiquiatra, filósofo y pedagogo alemán Rudolf Affemann advierte con energía que una in-
formación sexual desgajada de una formación para el amor integral resulta contraproducente por ra-
zones puramente pedagógicas. Cf. La sexualidad en la vida de los jóvenes (Sal Terrae, Santander 1979).
C.1.  NECESIDAD DE UNA SÓLIDA FORMACIÓN 9

4. La falta de madurez intelectual nos desconcierta


y, a veces, desquicia

En la película de Ingmar Bergman El silencio, una joven no puede


hablar con su amante por desconocer su lengua, y, en un momento de
intimidad, le dice con tono satisfecho: «¡Qué bonito es el que no poda-
mos entendernos!». Un joven que oye esto ¿se da cuenta de la actitud
ante la vida que muestra esta joven y de los riesgos que implica para
ella? ¿Podría sentirse complacida si supiera lo que significa alegrarse por
no poder hablar con quien tiene intimidad corpórea? Si no sabe contes-
tar a estas preguntas, va por la vida con los ojos vendados y no puede
guiar sus pasos con una mínima seguridad. Se halla desconcertada, por
falta de verdadera formación.
Este desconcierto procede de una especie de ceguera espiritual que
podemos denominar «analfabetismo de segundo grado», una desgracia
que todos podemos padecer en alguna medida 7. No saber unir las letras
y adivinar lo que dice un escrito es un modo primario de analfabe-
tismo, y debe ser erradicado pues nos deja desvalidos ante la vida. Si
sabemos leer y nos hacemos cargo de lo que se nos comunica, podemos
informarnos debidamente y saber a qué atenernos en la vida diaria.
Pero supongamos que sabemos leer, mas no somos capaces de pene-
trar en el sentido de lo que leemos. Recibimos datos del exterior, pero
no logramos descubrir lo que significan para nuestra vida. Captamos
su significado superficial, pero no su sentido profundo. Nos enteramos,
por ejemplo, de que una joven está contenta por no poder hablar con
su amante, mas no vislumbramos siquiera el peligro que implica tal
sentimiento.
Esta forma de analfabetismo se supera al ejercitar el arte de la re-
flexión. Veámoslo en este caso concreto. Al hablar cordialmente con
una persona, creamos vínculos personales. Si uno solo desea mante-
ner relaciones corpóreas para acumular sensaciones placenteras, rehúye
hablar con la otra persona, para no vincularse a ella y comprometerse.
Pero la sensibilidad humana es, de por sí, expresión viva de la persona.
Si la reducimos a mero medio para obtener cierta dosis de agrado, sen-
tiremos una interna desazón. Este sentimiento amargo es un lenguaje
no verbal que ejerce una función de alarma: nos avisa de que estamos
tergiversando el recto orden de nuestras potencias. Viene a decirnos:
¿Te das cuenta del peligro que encierra excitar la sensibilidad y bloquear
7
  En qué consiste esta forma de analfabetismo y cuál es la vía óptima para combatirlo lo
expongo en la obra Inteligencia creativa. El descubrimiento personal de los valores (BAC, Madrid
4
2003) 10-23.
10 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

su tendencia a expresar la intimidad personal? No saber esto es padecer


una forma aguda de analfabetismo superior, que nos deja desconcerta-
dos en nuestra vida personal y nos impide regir nuestra conducta con
cierta seguridad de éxito. Este desconcierto se traduce, a veces, en un
temible desquiciamiento.
En una entrevista televisiva, un joven de 18 años manifestó lo si-
guiente:

Hasta hace poco yo era totalmente feliz. Adoraba a mi madre, ad-


miraba a mi novia, sentía ilusión por mi carrera. Pero, un mal día, me
entregué al juego de azar y me convertí en un enfermo del juego, un
ludópata. Ahora, ni mi madre ni mi novia ni mi carrera me interesan
nada. Solo me interesa una cosa: seguir jugando. Estoy atado al juego.
Y lo que más me duele es que empecé a jugar libremente, y ahora me
veo hecho un esclavo.

Era de esperar que el entrevistador facilitara al desconsolado joven


una clave de orientación. Pero se limitó a decirle: «Gracias por haber
venido». Con lo cual pareció reducirlo a mero pasto de una curiosidad
banal. Perdió una ocasión magnífica de ejercer la función de guía. Si
hubiera conocido el arte del liderazgo, hubiera podido, en dos minutos,
sugerirle una clave de orientación que le diera luz para toda la vida. Si
yo hubiera estado allí, le hubiera invitado a levantar el ánimo, pues le
quedaba toda la vida por delante para disfrutar del descubrimiento que
iba a hacer con mi ayuda.
Mira —le diría—: Cometiste un error, como nos puede pasar a
todos en un momento de debilidad. Confundiste el proceso de vértigo
—que es mera fascinación— con el de éxtasis, que implica creatividad.
Creíste que la euforia del vértigo equivale al entusiasmo del éxtasis y te
lanzaste en busca de la felicidad por una vía falsa. Pero este error puedes
superarlo si descubres y cultivas las experiencias opuestas, que son las
de encuentro o de éxtasis.
Al oír estas palabras, es muy posible que el joven me preguntara
qué es eso del éxtasis y el vértigo. Yo me ofrecería a explicárselo al final
del programa. Y, de esta sencilla forma, hubiéramos podido iniciar un
camino de recuperación.
Este joven estaba literalmente desquiciado, es decir, fuera del quicio
que supone para nuestra vida una idea justa del camino que lleva a la
felicidad. Necesitaba, de urgencia, iniciar un proceso de auténtica for-
mación. Le bastarían, para ello, unas cuantas claves de orientación bien
seleccionadas y bien expuestas.
C.1.  NECESIDAD DE UNA SÓLIDA FORMACIÓN 11

Estas claves no suele ofrecerlas la sociedad actual, con sus podero-


sos medios de comunicación. Más bien provoca a diario una temible
confusión de conceptos. En enero de 2003, un telediario de gran au-
diencia destacó que nos hallamos en el primer aniversario de la muerte,
por sobredosis, de la cantante Janis Joplin. Se la elogió como la «reina
blanca del blues», y, tras recordar que su vida estuvo entregada a toda
clase de drogas, se concluyó que había sido «una mujer totalmente li-
bre». ¿Están preparados los jóvenes actuales para descubrir la forma de
manipulación que late en este mensaje televisivo? En caso negativo, no
están debidamente formados para vivir en un momento de la historia
tan fecundo y tan arriesgado, a la par, como el presente.

5. Necesidad de guías espirituales y de claves de orientación

En este momento ya vemos con mayor claridad por qué debemos


formarnos para ser guías de nosotros mismos y de otros. Por ley de
vida, todo ser vivo tiene que crecer. El animal lo hace a impulsos de
un principio interno. Por eso no necesita saber cómo ha de crecer. No
tiene, por tanto, el deber de adquirir formación. Pero el hombre carece
de instintos que le fijen el camino a seguir. Ante un mismo estímu-
lo podemos reaccionar de modos distintos. Somos libres para dar res-
puestas diferentes. Tengo hambre, veo un alimento apetitoso y no me
veo impelido a tomarlo automáticamente. Eso lo haría el animal. Pero
las personas podemos reaccionar de formas distintas: optar por dejarlo
para después, o repartirlo con otros, o darlo a alguien más necesitado.
¿En virtud de qué optamos por una respuesta o por otra distinta?

Aquí entra en juego la formación, que nos descubre claves de


orientación lúcidas, de las que podemos extraer pautas de con-
ducta certeras. Esas claves nos las facilita la inteligencia ilumi-
nada por un estudio sincero y profundo de lo que es nuestra
realidad personal y del modo como debe crecer. Por eso debe-
mos amar la inteligencia, no considerarla como enemiga de la
vida, sino como la promotora de la verdadera vida, la que se
deja encauzar por las claves de orientación (traducidas en prin-
cipios y criterios de vida) y se llena, así, de sentido y felicidad.

Una clave de orientación es, por ejemplo, que debemos distinguir


el significado y el sentido de una acción. Comer un pastel puede signifi-
car mucho para mí, si soy goloso y tengo hambre. Pero, si padezco dia-
12 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

betes, no tiene sentido tomarlo, pues la salud vale inmensamente más


que darme un gusto pasajero. De esta clave de orientación se deduce
una pauta de conducta clara: debo renunciar a ese alimento y buscarme
otro que no dañe mi salud. Tal renuncia supone un sacrificio, pero no
una represión. Al renunciar a un valor inferior (por ejemplo, el de lo
agradable) para conseguir un valor superior (en este caso, el de la sa-
lud), no bloqueo mi desarrollo personal; lo promuevo. Por eso, bendito
sacrificio. Desde hace casi dos siglos se nos martillea el oído con el eslo-
gan: «¡Disfruta de la vida, no te reprimas!». Perdone, yo no me reprimo
cuando ordeno los valores y doy primacía a los más altos. Me sacrifico,
que es bien distinto. Reprimirse es bloquear el desarrollo personal. Sa-
crificarse es renunciar a un valor para obtener otro más alto. El sacrifi-
cio no equivale a represión; va en dirección contraria. Esta clarificación
de conceptos es una clave de orientación, y, por cierto, decisiva.
Para concluir este capítulo introductorio, grabemos bien esta idea
básica: Como persona, debo crecer biológica y espiritualmente. Y para ha-
cerlo bien, he de saber con precisión cómo he de crecer para alcanzar la
plenitud y ser feliz. Saberlo es la meta de la formación ética.
Capítulo II
LOS NIVELES DE REALIDAD Y DE CONDUCTA

Para orientarnos en la vida, hemos de tener una idea clara de los


distintos niveles de realidad y de conducta en que podemos vivir.

— Un transeúnte vio a un niño que llevaba un niño más pequeño a


cuestas y le dijo: «¿Cómo cargas tu espalda con semejante peso?». El
niño le contestó: «¡No es un peso, señor; es mi hermano!». ¿En qué
nivel se hizo la pregunta y en cuál se dio la respuesta? El niño supo
adivinar que llevar con afecto a un hermano a la espalda (nivel 2)
implica cargar con un peso (nivel 1), pero no se reduce a ello.

— En la obra de Tirso de Molina El burlador de Sevilla y convidado


de piedra, Don Gonzalo (representante de la vida ética y la reli-
giosa, niveles 2, 3 y 4) 1 conversa de noche con Don Juan, hombre
entregado a las ganancias inmediatas (nivel 1). Al final de la con-
versación, Don Juan le dice: «Aguarda, iréte alumbrando», y Don
Gonzalo replica: «No alumbres, que en gracia estoy» (vs. 2456-
2458). Al expresarse así, ¿en qué nivel de realidad y de conducta se
movieron ambos personajes?

— En las Premières meditations poétiques del poeta romántico francés


Alphonse de Lamartine figura este verso: «Un seul être vous man-
que et tout est dépeuplé» (Un solo ser os falta y todo queda despo-
blado). ¿En qué nivel de realidad y de conducta debe ser leído para
que tenga pleno sentido? Lo veremos seguidamente.

Para comprender el sentido de diversas experiencias cotidianas y de


multitud de textos literarios y cinematográficos nos vemos obligados a
distinguir diversos niveles de realidad y de conducta. Conviene anali-
zar, de forma bien ordenada, cuatro niveles positivos y cuatro negativos.
1
  El nivel 4 es el nivel propio de la vida religiosa.
14 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

1. Niveles positivos

a) Nivel 1

En la vida cotidiana poseemos y manejamos diversos objetos o co-


sas. Por «objeto» se entiende una realidad mensurable, pesable, asible,
manejable..., que podemos situar frente a nosotros porque no nos senti-
mos comprometidos con ella 2. Podemos comprarla, canjearla, vender-
la, usarla o tirarla, según nuestros intereses. Este tipo de realidades que
están a nuestra disposición y estos modos de conducta posesiva y utili-
tarista vamos a considerarlos como el nivel 1 de realidad y de conducta.
Si adoptamos, por egoísmo, una actitud hedonista 3, solemos tomar
egoístamente las realidades de nuestro entorno (incluidas las personas)
como «medios para nuestros fines»; las rebajamos, así, al nivel 1 y co-
rremos serio peligro de entregarnos a las ganancias inmediatas, que nos
reportan solo gratificaciones sensibles y psicológicas, y bloquean, con
ello, nuestro proceso de crecimiento personal.
Tal peligro se advierte claramente al recordar las características del
«hombre inmediato» o «gozador voluble», descritas, a propósito de la
figura literaria de Don Juan, en mi obra Como formarse en ética a través
de la literatura 4. Esta actitud elemental, sometida a las pulsiones instin-
tivas, incapaz de crear relaciones de encuentro y, por ello, sumamente
arriesgada, ostenta un carácter a-ético; no se adentra en el reino de la
ética y no ayuda al ser humano a crecer como persona. Y, como crecer
es ley de vida para todos los seres vivos, tal actitud a-ética se convierte
en anti-ética, contraria a una configuración recta de nuestra segunda
naturaleza o êthos 5.

— Características del «hombre inmediato»

Para descubrir la lógica propia del nivel 1 conviene conocer en por-


menor las características del ser humano que, por vivir de sensaciones,
recibió de Sören Kierkegaard la calificación de «hombre inmediato» 6.
2
  Recordemos que el término «ob-jeto» procede del verbo latino objacere (estar enfrente), del
que se deriva objicere, cuyo participio es objectum, objeto.
3
  Actitud que da primacía a las experiencias gratificantes.
4
  Rialp, Madrid 32008, p.98-100.
5
  Véase la nota 3 del cap. I.
6
  Cf. La enfermedad mortal o De la desesperación y el pecado (Guadarrama, Madrid 1969).
El «hombre inmediato» vive (según Kierkegaard) en el «primer estadio en el camino de la vida». El
segundo estadio es el «ético»; y el tercero, el religioso. Por «estadio» entiende el pensador danés
un modo de concebir y realizar la propia existencia. Cf. Étapes sur le chemin de la vie (Gallimard,
París1948); Diario de un seductor. Temor y temblor (Guadarrama, Madrid 1976).
C.2.  LOS NIVELES DE REALIDAD Y DE CONDUCTA 15

Por afán de ganancias fáciles, el hombre inmediato se mueve pri-


mordialmente en un nivel de sensaciones, en las que intenta vanamente
reposar pues «el tiempo huye», se desplaza de modo ineludible.
El hombre de sensaciones se convierte en un gozador voluble que re-
nueva sin cesar las impresiones placenteras con la esperanza de encon-
trar en la sucesión ininterrumpida de sensaciones una forma de autén-
tica permanencia, que responde a modos superiores de temporalidad.
El hombre atenido a la seducción del instante huidizo siente temor a
la fugacidad de los acontecimientos gozosos. Ante la imposibilidad de
fijar el fluir temporal en el momento dichoso, intenta conferir a cada
sensación un valor de eternidad. Su lema preferido (el horaciano carpe
diem) se le muestra ilusorio y frustrante.
El gozador voluble considera como modélico, único, ab-soluto, el
amor impulsivo, erótico, desgajado de la relación personal (y, por ello,
comunitaria) de amistad.
El profesional del erotismo se crispa sobre su propio yo, se reduce a
mero individuo, ser egoísta, interesado, polarizado en torno a la propia
satisfacción.
El individuo egoísta orienta la vida de dentro afuera y reduce los
seres del entorno a medios para el logro de sus intereses 7. Este género
de reduccionismo significa una torsión violenta de la realidad.
El individuo hermético que reduce por principio los demás hombres
a meros no-yo (considerados como seres manipulables) adopta una ac-
titud básica de sadismo, que le permite vincular sin solución de conti-
nuidad ciertos actos de ternura erótica con otros de crueldad extrema 8.
El hombre sádico que intenta reducirlo todo a mero objeto (a tra-
vés  de la ternura o de la crueldad) se trueca insalvablemente en un
obseso de la manipulación y posesión.
El obseso de dominio no tolera el riesgo que implica la vida crea-
tiva, estrictamente personal. Es afanoso de calcular, controlar, fichar,
inventariar. En vez del lento y respetuoso enamorar (nivel 2), practica el
violento y expeditivo seducir (niveles 1 y -1).
7
  En el primer ensayo de la obra Estadios en el camino de la vida que lleva por título In vino
veritas, relata Kierkegaard el diálogo desenfadado que tras un banquete sostienen cinco «estetas»
acerca de la mujer y el matrimonio. Sintomáticamente, el coloquio es cerrado con las palabras
de Juan el Seductor, para el cual la mujer se reduce a un objeto idolatrado de goce. «La mujer
representa la fuerza de seducción más potente que pueda existir en el cielo y en la tierra». «Estos
eróticos […] solo comen el cebo, el incentivo». Cf. In vino veritas. La repetición (Guadarrama,
Madrid 1975) 107s.
8
  Recuérdese, por vía de ejemplo, cómo al final de la obra sartriana A puerta cerrada se pasa sin
razón aparente de la entrega erótica al distanciamiento del odio. Un estudio bien aquilatado de los
diferentes modos de lógica que rigen los procesos humanos en el nivel objetivista-manipulador y
en el nivel lúdico-creador pone de manifiesto que no se da aquí un salto en el vacío, no se procede
de forma paradójica, sino perfectamente lógica, con la lógica basta del nivel 1.
16 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

El seductor encapsulado en sí mismo (nivel 1) no engendra modos


auténticos de relación personal, no entra en el juego de la vida comu-
nitaria, y se siente «extraño» en el mundo rigurosamente humano, el
campo del lenguaje, de las instituciones, de los valores, del orden ético y
jurídico, de la experiencia religiosa (niveles 2, 3 y 4). La incomprensión
que muestra Meursault, protagonista de El extranjero de Camus, hacia
la sentencia negativa que pronuncia el juez, la proposición de matrimo-
nio que le formula María y la invitación a arrepentirse que le hace el
capellán proceden de un radical desajuste respecto al mundo humano
normal, caracterizado por la actividad creadora. Este distanciamiento
es provocado por la adopción básica de una actitud de entrega fusional,
infracreadora, al entorno meramente sensible 9.
El hombre que se siente extraño o extranjero en el mundo humano
es un ser iluso; estima que la entrega al vértigo del fluir sensorial le
permite tocar fondo en la realidad, a la cual de hecho solo roza tangen-
cialmente; piensa que la liberación anárquica del instinto y el rechazo
de las realidades que apelan al hombre a una labor co-creadora (co-
munidad, lenguaje, formas diversas de juego, valores éticos, realidades
religiosas...) lo elevan a un plano de libertad modélica.
El aprendiz de brujo que desata las aguas del instinto y autonomiza
las fuerzas del inconsciente parece en principio exaltar la vida, alzarla
a niveles de máxima jovialidad y lozanía, pero a la postre, por la lógica
interna de los fenómenos espirituales, acaba desgarrándola internamen-
te, al desvincularla de las realidades nutricias de su circunstancia y des-
ambitalizarla.
El hombre existencialmente escindido queda radicalmente alejado de
las fuentes que otorgan sentido a su vida. La conciencia de tal sinsentido
radical da origen al estado de desesperación.
El hombre lúdicamente asfixiado puede tomar dos caminos: 1) reflexio-
nar sobre su situación desesperada con ánimo de comprometerse en una
acción creadora, despegarse del empastamiento sensible y elevarse al «se-
gundo estadio en el camino de la vida», que es para Kierkegaard la actitud
ética; 2) cobrar conciencia de su estado para hacer las paces con él y renun-
ciar lúcidamente a ser «sí mismo», a desarrollar su personalidad humana.
El ser que renuncia lúcidamente a conferir un sentido cabal a su exis-
tencia adquiere la figura trágica de «hombre absurdo» (Albert Camus) 10.

 9
  Alianza Editorial, Madrid 1971. Versión original: L’étranger (Gallimard, París 1942, 1957).
Una amplia exposición de esta obra puede verse en mi libro Estética de la creatividad. Juego. Arte.
Literatura (Rialp, Madrid 31998) 431-463.
10
  Sobre la noción de «hombre absurdo» en Camus puede verse la obra citada Cómo formarse
en ética a través de la literatura, o.c., 102-111.
C.2.  LOS NIVELES DE REALIDAD Y DE CONDUCTA 17

El tragicismo surge cuando se asume conscientemente una situación de


asfixia personal.
El hombre absurdo que acepta hasta el fin el sinsentido de su exis-
tencia puede presentar (según Sören Kierkegaard) 11 dos formas básicas
de desesperación: 1) la «desesperación femenina», provocada por la de-
bilidad que implica la entrega pasiva a las impresiones exteriores, en
una forma de diversión alienante 12 que significa una salida de sí en falso;
2) la «desesperación masculina», suscitada por la obstinada decisión
positiva de no llegar a ser «sí mismo» de forma cabal por recluirse en la
oquedad del propio ser y rebelarse contra toda apelación procedente de
las realidades valiosas. Esta rebelión produce, en principio, la exaltación
propia del vértigo de la libertad desarraigada. El hombre obstinado y
lúcidamente rebelde parece presentar una figura de ser enérgico, des-
bordante de sentido existencial, denso y sólido, pero pronto revela su
carácter de mero esbozo, de proyecto abortado en agraz. El hombre que
anhela desesperadamente no ser hombre cabal destruye las bases de su
existencia, se desfonda y asfixia lúdicamente.

b) Nivel 2

Por naturaleza, los seres humanos debemos crecer, y hemos de sa-


ber cómo hacerlo. La experiencia nos dice que crecemos al realizar
distintas formas de juego creador: tanto los juegos competitivos (el aje-
drez, las damas, el parchís…; el fútbol, el baloncesto, la esgrima, las ca-
rreras…), como el juego singular que es tocar un instrumento musical
o interpretar una obra teatral o coreográfica... En diversas lenguas, no
se dice tocar el piano, el violín, la flauta, sino jugar el piano, el violín,
la flauta…
Básicamente, jugar significa asumir las posibilidades que nos ofrece
el reglamento de cada juego y crear, con ellas, algo nuevo dotado de
sentido: las jugadas en los juegos competitivos; las formas en el juego
musical; las escenas en el juego escénico… Para poder jugar, debemos
aprender a convertir las realidades de nuestro entorno en fuentes de
posibilidades para nosotros, es decir, en realidades abiertas o «ámbitos».
Veamos cómo se realiza este aprendizaje.
Si tengo una tabla, puedo hacer con ella lo que desee (encender una
estufa, tapar un hueco…), pero no puedo jugar en sentido estricto. Si

11
  La enfermedad mortal o De la desesperación y el pecado.
12
  Afín al concepto de «divertissement» pascaliano.
18 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

pinto en ella unos cuadraditos en blanco y negro, convierto la tabla en


tablero y puedo sobre él jugar (por ejemplo) al ajedrez, magnífico tipo
de juego que simula una batalla incruenta. Para ello, debo obedecer al
reglamento y someterme a los cauces que me marca el tablero. Pierdo,
así, voluntariamente buena parte de mi libertad de maniobra, pero ad-
quiero una nueva forma de libertad (la libertad creativa), la capacidad
de llevar a cabo esa actividad lúdica de carácter bélico.
He transformado la tabla; ahora debo transformar mi actitud
respecto a ella. La actitud de dominio, posesión y manejo debe ser
cambiada por una actitud de respeto, estima y colaboración. Al ha-
cerlo, adquiero un modo especial de unión con la tabla y me adentro,
así, en el mundo de la cultura, que consiste originariamente en crear
formas crecientes de unidad con el entorno. En efecto, el hombre no
nace fusionado con las realidades del entorno (como el animal, que
obedece al esquema «acción-reacción»), sino un tanto distanciado de
él, porque a cada estímulo puede dar respuestas diversas. Debe, por
ello, crear modos de unidad con las realidades del entorno, escogien-
do entre las posibilidades que ellas le ofrecen las que se acomodan a
su proyecto vital.
Esta transformación de una realidad y de nuestra actitud respecto
a esa realidad transformada nos eleva a un nivel superior, que podemos
denominar nivel 2. Notemos que ambas transformaciones las realiza-
mos en virtud de la ley natural que nos insta a crecer. Ese impulso no
nos viene de fuera, sino de nuestra misma naturaleza. Por eso el esfuer-
zo de crecer y la renuncia a la libertad de maniobra que nos exige los
asumimos de forma voluntaria y gozosa, no coaccionados por instan-
cias externas. Veámoslo en un ejemplo un tanto más elevado.

— La transformación del papel en partitura

Una hoja de papel es un mero objeto, en el sentido indicado. Si un


compositor escribe en ella unos signos que expresan una obra musical,
deja de ser una realidad cerrada en sí (un objeto) y se convierte en una
realidad abierta (un ámbito), pues se dirige a quien entienda el lenguaje
musical y le revela una composición. Por haber sufrido una transfor-
mación, esa hoja de papel recibe un nombre distinto: el de partitura. Al
estar abierta a quien pueda entenderla, la partitura es una realidad que
abarca cierto campo y se parece más a un ámbito de realidad que a un
objeto cerrado. Podemos llamarle sencillamente «ámbito». No ha sido
producida por un artesano a lo largo de un proceso fabril, sino creada
por un artista mediante un proceso creador.
C.2.  LOS NIVELES DE REALIDAD Y DE CONDUCTA 19

El intérprete que compra una partitura la posee en cuanto es un


fajo de papel, pero, vista como partitura, no puede tratarla a su arbi-
trio; debe respetarla, estimarla y colaborar con ella si quiere dar vida a
la obra que en ella se expresa. Esa actitud de respeto, estima y colabo-
ración implica obediencia por parte del intérprete, por tanto renuncia
a la libertad de maniobra. Cuanto más se atiene obedientemente a la
partitura (y, en ella, a la obra, a su estilo y a su autor), más libre se sien-
te, pero con un tipo distinto de libertad, la libertad creativa o libertad
interior. Ya tenemos un nuevo tipo de realidad y un modo distinto de
conducta respecto a ella. Seguimos en el nivel 2, pero en un plano algo
más elevado que en el caso del tablero de juego.

— Las experiencias reversibles

El descubrimiento de las realidades abiertas o ámbitos encierra


suma importancia porque nos permite superar las experiencias lineales
—en las que actuamos unilateralmente sobre una realidad y realizar ex-
periencias reversibles, bidireccionales—. El descubrimiento de este tipo
de experiencias supone un cambio decisivo en la capacidad de unirnos
al entorno y de ejercitar nuestra capacidad creativa. Si conocemos a
fondo las experiencias reversibles, conoceremos luego el encuentro, y,
a través de este, el ideal de la unidad, y, a la luz del ideal, nos haremos
cargo de la grandeza que podemos llegar a adquirir. Veámoslo de cerca,
a fin de que cada lector descubra por su cuenta lo que acabo de ade-
lantar 13.
Alguien me habla de un poema que figura en un libro. Es para mí
algo que está ahí. Sé que es una obra literaria, pero no me preocupo
de asumir las posibilidades que me ofrece y darle vida; la tomo como
una realidad más de mi entorno, y la aparco en mi mente al lado de
las mesas, las plumas, el ordenador, los libros... El poema lo conside-
ro, en este momento, casi como un objeto, una realidad que se halla
en mi entorno, pero no se relaciona conmigo activamente, ni yo con
él. Está a mi lado, pero alejado, al modo de las realidades cerradas u
objetos. Pero un día abro el libro y aprendo el poema de memoria, es
decir, «de corazón» (como dicen expresivamente los franceses e ingle-
ses), porque asumo las posibilidades estéticas que alberga, y lo declamo
creativamente, dándole el tipo de vida que el autor quiso otorgarle.
En ese momento, el poema actúa sobre mí, me nutre espiritualmen-
te, y yo configuro el poema, le doy el ritmo y el tempo debidos, le
13
  Para más pormenores puede verse mi obra Descubrir la grandeza de la vida, o.c., 39ss.
20 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

otorgo vibración humana, lo doto de un cuerpo sonoro. Esa expe-


riencia de declamación no es meramente «lineal»; no actúo yo solo en
ella. Es una experiencia reversible, de doble dirección, porque ambos
nos influimos mutuamente: el poema influye sobre mí y yo sobre el
poema.
Fijémonos en los cambios realizados. Cambió el poema (pasó de
ser algo ajeno a mí a constituirse en principio interno de mi actuación);
cambió mi actitud respecto a él (pasó de ser pasiva a ser colaboradora);
cambió el tipo de experiencia realizada (pasó de lineal a reversible), y
surgió una forma nueva, maravillosa, de unión con el poema: la unión
de intimidad. Antes de entrar en relación con el poema, este era distinto
de mí, distante, externo, extraño, ajeno. Al asumir sus posibilidades
estéticas y declamarlo, se me vuelve íntimo, sin dejar de ser distinto,
pues nada nos es más íntimo que aquello que nos impulsa a actuar y da
sentido a nuestra actividad. De esta forma, el poema deja de estar fuera
de mí, en un lugar exterior a mí. Él y yo formamos un mismo campo de
juego. En esto consiste ser íntimos. La unión de intimidad solo es posi-
ble en el nivel 2, el de la creatividad. Esta transfiguración de lo externo,
extraño y ajeno en íntimo da lugar a una forma eminente de unión.
Ningún tipo de unión con un objeto alcanza el carácter entrañable que
adquirimos al formar un campo de juego con una realidad abierta, que
nos ofrece posibilidades creativas.

Al asumir fielmente las posibilidades que me ofrece un poe-


ma, me atengo a él, le soy fiel, lo tomo como una norma
que me guía, y justamente entonces me siento inmensamen-
te libre, libre para crearlo de nuevo, darle vida, llevarlo a su
máximo grado de expresividad. Fijémonos en el modo de
transfiguración y liberación que se opera aquí: los términos
libertad y norma son entendidos de modo tan profundo que
dejan de oponerse entre sí y pasan a complementarse. En el
nivel 2, la libertad que cuenta es la libertad creativa. La nor-
ma que nos interesa es la que procede de alguien que tiene
autoridad, es decir, capacidad de promocionar nuestra vida
en algún aspecto 14.

Un declamador literario, un intérprete musical, un actor de tea-


tro... se sienten tanto más libres cuanto más fieles son a los textos li-

14
  Como sabemos, el vocablo «autoridad» procede del verbo latino augere (promocionar, enri-
quecer). De él proceden los términos auctor (autor) y auctoritas (autoridad).
C.2.  LOS NIVELES DE REALIDAD Y DE CONDUCTA 21

terarios y a las partituras musicales. Cuando actuamos creativamente,


es decir, cuando asumimos de forma activa las posibilidades que nos
da una obra (literaria, musical, coreográfica, teatral...), convertimos el
dilema «libertad-norma» en un contraste enriquecedor. La relación su-
misa de la libertad con la norma se transforma, en el nivel 2, en una
relación de liberación y enriquecimiento: la norma, asumida como una
fuente fecunda de posibilidades, me libera del apego a mi capricho, a
mi afán de hacer lo que me apetece. Amengua, con ello, mi libertad de
maniobra, pero incrementa mi libertad interior o libertad creativa, liber-
tad para crecer como persona asumiendo normas enriquecedoras. No
olvidemos este dato: toda transfiguración va vinculada con una liberación
y una forma superior de unidad.
Esto sucedió ya en la conversión de la tabla en tablero, pero se da
con más intensidad en el caso de la partitura y el poema.
Este segundo descubrimiento (el de las experiencias reversibles) es
prometedor porque nos abre inmensas posibilidades de relación con las
realidades más valiosas de nuestro entorno y hace posible el aconteci-
miento más importante de nuestra vida: el encuentro. Ahora sí podemos
descubrir por dentro lo que significa encontrarse.

— La experiencia reversible más lograda: el encuentro

La declamación de un poema y la interpretación de una obra mu-


sical son experiencias reversibles muy valiosas, pues en ellas damos vida
a realidades siempre nuevas y logramos los modos relevantes de unión
que llamamos intimidad. Bien sabemos que, al interpretar y al decla-
mar, no repetimos las obras; las creamos de nuevo. Para lograrlo, las con-
vertimos en un principio interno de actuación. En este campo de juego
que se funda entre la obra y el intérprete, la obra empieza a existir real-
mente, y el intérprete ensancha sus espacios interiores al ambitalizarse
en ella, es decir, al acrecentar su ámbito personal con el espacio lúdico
que abarca la obra interpretada.
Para encontrarme con otra persona, no basta que me acerque fí-
sicamente a ella. La cercanía lograda no equivale a una relación de
encuentro, pues no implica, de por sí, vecindad espiritual. Para crear
este modo de vecindad, necesitamos recibir activamente las posibili-
dades que la otra persona nos ofrezca y otorgarle las nuestras. Es la
forma de crear unidad profunda en el nivel 2. Pertenece a su lógica
que la unión de intimidad solo se logra mediante esa donación y
apropiación de posibilidades, pues con ello se crea un estado de enri-
quecimiento mutuo. Sin esta relación creativa, podemos vivir décadas
22 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

en común y no convertir la vecindad en el modo de cercanía que


llamamos encuentro 15.
En este se supera la escisión entre el dentro y el fuera, el interior
y el exterior, lo mío y lo tuyo. Si nos encontramos de verdad, tú no
estás fuera de mí, ni yo de ti. En cuanto al cuerpo sí, porque somos
seres opacos, pero no como personas. Puedes irte a los antípodas; si te
comunico un problema serio, sé que vibrarás conmigo, me escucharás
(es decir, prestarás atención), movilizarás tu inteligencia y tu capacidad
de resolver problemas, me ofrecerás posibilidades eficaces en orden a
encontrar una salida. Esta disposición al intercambio de posibilidades
es signo inequívoco del encuentro.

— Las condiciones del encuentro

Para conseguir ese estado de irradiación de mutuo entendimiento,


concordia y colaboración, debemos cumplir las condiciones del en-
cuentro:

• La primera y primaria es la generosidad, la actitud de disponibi-


lidad y entrega. En ella se inspiran todas las demás.
• La apertura al otro ha de ser generosa y veraz. El que miente
no es generoso en la entrega. Se da a medias. Tal ambigüedad
suscita desconfianza y bloquea el encuentro. El mentiroso no
puede encontrarse de veras. Al decirnos Carlo Collodi en su
relato 16 (y, posteriormente Wald Disney en su película) que
al pequeño Pinocho le crecía la nariz cuando mentía, quería
indicar que se le deformaba la personalidad, pues la nariz de-
termina la figura del rostro, y este es la expresión máxima de la
persona.
• La confianza surge cuando uno tiene fe en el otro, lo ve como
fiable, digno de hacerle confidencias, que generan la relación
de intimidad propia del encuentro. Los términos subrayados
15
  Los análisis que estamos realizando nos permiten comprender por dentro el siguiente texto
de Martin Heidegger: «El apresurado anular las distancias no trae cercanía, pues la cercanía no
consiste en una pequeña medida de distancia. Pequeña distancia no es ya cercanía. Gran distancia
no es todavía lejanía. ¿Qué es la cercanía si, no obstante la reducción al mínimo de las mayores
distancias, permanece ausente? ¿Cómo puede ser que con el desplazamiento de las grandes distan-
cias todo siga lo mismo de lejano y de cercano? Todo queda asumido en una amorfa indistinción.
Pero ¿no es acaso este aplastamiento en la indistinción más temible que la escisión de todas las
cosas entre sí?». Tal indistinción se supera con solo advertir que el término «distancia» se lo sitúa
aquí en el nivel 1, mientras los términos «cercanía» y «lejanía» son situados en el nivel 2. Por eso,
la disminución de la distancia no produce automáticamente cercanía. Esta solo se crea al subir al
nivel 2 y asumir las posibilidades que los ámbitos del entorno nos ofrecen.
16
  Las aventuras de Pinocho (Alianza Editorial, Madrid 1990) 103.
C.2.  LOS NIVELES DE REALIDAD Y DE CONDUCTA 23

están hermanados entre sí por proceder de una misma raíz


latina: fid.
• La intimidad generada por la confianza se traduce en fideli-
dad y cordialidad. Esta significa la tendencia a poner corazón
(en latín, cor) en cuanto se hace. La fidelidad tiene un carácter
creativo, pues supone la disposición a crear en cada momento
de la vida el ámbito de encuentro que uno prometió crear en
un momento. La fidelidad viene inspirada por la actitud de
disponibilidad confiada para con el otro. Ser fiel es algo mucho
más valioso que el mero aguantar. Aguantan los muros y las
columnas las cargas que les impone el arquitecto (nivel 1). El
hombre está llamado a la tarea creadora de ser fiel, es decir, de
crear en cada momento lo que prometió en un momento (nivel 2).
• Cuando uno se abre a otra persona de modo cordial, su comu-
nicarse es un decidido darse (nivel 2). El valor de todo obsequio
depende de la actitud de entrega de quien lo hace. Cuando hay
donación de sí mismo, el acto de dar algo se sitúa en el nivel 2,
e incluso en el nivel 3 si supone una afirmación incondicional
de los valores de la bondad y la unidad.
• Cuando dos personas se dan cordialmente a una realidad va-
liosa y se unen íntimamente a ella, se vinculan profundamente
entre sí, aun sin pretenderlo. De ahí que, para afirmar la vida
de encuentro, deban los amigos realizar conjuntamente activi-
dades de alto valor, como es, por ejemplo, ayudar desinteresa-
damente a personas necesitadas…

— El descubrimiento de los valores y las virtudes

Las condiciones del encuentro reciben el nombre de valores. En-


cierra valor todo aquello que coopera a nuestro crecimiento personal.
Cuando los valores son asumidos por nosotros como un canon de vida
y un principio interno de acción, reciben el nombre de virtudes. En la-
tín, virtutes significa capacidades; capacidades —en la vida ética— para
crear relaciones de encuentro.

— Los frutos del encuentro

Si una persona tiene la suerte de dar con otra que está dispuesta a
vivir de forma virtuosa —asumiendo los valores antedichos—, puede
vivir con ella la experiencia decisiva del encuentro y experimentar sus
grandes frutos.
24 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

Entre ellos destacan los siguientes:

• Energía interior. Cuando dos o más personas viven una ver-


dadera relación de encuentro, advierten que, sin saber cómo,
brotan en su interior fuerzas desconocidas que les permiten su-
perar las adversidades diarias.
• Luz. El encuentro clarifica el ser de quienes se encuentran. Para
conocer de verdad a una persona, debemos encontrarnos con
ella. Si queremos conocer a Mozart, no basta leer un tratado so-
bre él; necesitamos descubrir su verdadera personalidad a través
del encuentro con sus obras más logradas.
• Intimidad. Al encontrarnos, ganamos una relación de intimidad
con otras realidades abiertas o ámbitos que nos ofrecen posi-
bilidades creativas: obras culturales, juegos, valores, personas,
instituciones…
• Alegría. El encuentro nos perfecciona como personas, pues
—según la ciencia actual más cualificada— somos «seres de
encuentro»; vivimos como personas, nos perfeccionamos y ma-
duramos como tales creando diversas formas de encuentro. Al
cobrar conciencia de que estamos creciendo y desarrollándo-
nos, sentimos alegría, gozo profundo.
• Entusiasmo. Al encontrarnos con una realidad muy valiosa,
que nos ofrece grandes posibilidades creativas, de modo que,
al asumirlas activamente, nos elevamos a lo mejor de nosotros
mismos, sentimos entusiasmo, que es la medida colmada de
la alegría. Ese tipo de elevación a lo perfecto la denominaron
los antiguos griegos «éxtasis», salida de sí hacia lo más alto.
Lo perfecto era para ellos lo divino. Originalmente, la palabra
entusiasmo significa «estar inmerso en lo divino», es decir,
en lo perfecto en cuanto a unidad, bondad, belleza, justicia,
verdad.
• Felicidad. El entusiasmo implica plenitud de vida, conciencia
de haber satisfecho el afán natural de unirse con lo valioso y
elevado. Esta unión nos realiza plenamente, nos lleva a la meta,
que supone nuestro máximo bien. El vernos, así, bien hechos
y acabados (es decir: per-fectos) nos colma de felicidad interior,
estado de plenitud que se expresa en sentimientos de paz, am-
paro y gozo festivo o júbilo. Siempre que hay encuentro hay
fiesta, tanto en el plano personal, como en el social y el religio-
so. En las fiestas se encienden luces y se lucen vestidos lumino-
sos para simbolizar la luz que ellas mismas irradian.
C.2.  LOS NIVELES DE REALIDAD Y DE CONDUCTA 25

c) Nivel 3

— El descubrimiento del ideal de la unidad

En este momento de nuestro proceso de formación hemos de re-


cogernos para realizar una experiencia decisiva. Ruego al lector que
la haga conmigo, pues (como queda dicho) lo importante del méto-
do que seguimos no es solo aprender contenidos, sino descubrirlos por
dentro.

Al ver que, en una vida como esta, golpeada por mil avatares,
el encuentro nos llena de energía, gozo y felicidad, descubri-
mos de golpe que el valor más grande de nuestra vida, el que
nos ofrece las posibilidades mayores de realización personal,
es el encuentro, o (dicho con mayor amplitud) la fundación
de modos elevados de unidad. Este valor que los ensambla a
todos y los inspira es el ideal de la unidad, que va vinculado
interiormente con el ideal de la bondad, la verdad, la justicia,
la belleza.

Este ideal no se reduce a una mera idea; es una idea motriz, que
impulsa nuestra vida y (si es un ideal auténtico) le da pleno sentido.
Un ideal falso (inspirado en el egoísmo, no en la generosidad, como
sucede con el ideal de la unidad o el encuentro) también dinamiza
nuestra existencia y le otorga en casos una fuerza devastadora, pero la
vacía de sentido porque la desorienta y desquicia. En cambio, el ideal
de la unidad (por su vinculación con los otros ideales) nos afirma en
la orientación al bien, la concordia, la verdad, la justicia, la belleza.
Esta afirmación nos lleva a expresar con toda firmeza: «El bien hay que
hacerlo siempre, el mal nunca. Lo justo, siempre; lo injusto, nunca. La
concordia, siempre; la discordia, nunca…». Cuando estamos dispues-
tos a afirmar esto, con la energía de las convicciones fuertes, podemos
estar seguros de que hemos ascendido al nivel 3.

— Del ideal depende todo en nuestra existencia

Cuando se capta por dentro lo que es e implica el ideal de nuestra


vida, descubrimos que del ideal depende todo en nuestra existencia. Si
descubrimos el ideal verdadero, optamos por él y elegimos siempre en
función de la energía que irradia, experimentamos una transformación
que eleva toda nuestra vida a un nivel de excelencia:
26 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

• La «libertad de maniobra» se transforma en «libertad creativa».


• La vida anodina se colma de sentido.
• La vida pasiva se vuelve creativa.
• La vida cerrada se torna abierta, relacional.
• El lenguaje pasa de ser mero medio de comunicación a vehícu-
lo viviente del encuentro.
• La vida temeraria (entregada al vértigo) se torna prudente, ins-
pirada en el ideal de la unidad.
• La entrega al frenesí de la pasión se trueca en amor personal.

El descubrimiento de estas siete transfiguraciones completa la ex-


periencia de nuestro desarrollo personal en doce fases. Vale la pena ana-
lizar cada uno de estos descubrimientos porque de ellos pende nuestra
perfección personal. Veamos de qué forma rápida y quintaesenciada
nos revelan su más profundo sentido cuando los vemos a la luz del ideal
de la unidad.

— La libertad creativa. Hoy nos enseñan prestigiosos psicólogos


que cuando un joven actúa con libertad creativa, está básicamente for-
mado. Pero reconocen que es arduo conseguir que los jóvenes descu-
bran lo que es e implica dicha libertad. Si hace el recorrido que hemos
esbozado anteriormente, todo joven descubre con facilidad que actúa
con libertad creativa (o libertad interior) cuando, entre varias posibilida-
des, elige la que mejor responde al ideal de la unidad, no a sus propias
apetencias.

— El sentido. Una acción tiene sentido cuando está bien orientada.


Nuestra vida desborda sentido y felicidad cuando se orienta hacia el
ideal de la unidad y considera como una meta crear toda suerte de en-
cuentros. «Toda vida verdadera es encuentro», escribe Martin Buber, el
filósofo del diálogo 17. La vida lo es todo (es plenitud de sentido) cuan-
do se polariza en torno al encuentro y el ideal de la unidad. Lo destaca
enérgicamente el pedagogo y psicólogo alemán Josef Kentenich:

Como psicólogo, puedo subrayar en principio que el secreto de


la maduración de los jóvenes radica en el desarrollo del ideal perso-
nal. Las dificultades juveniles son superadas en lo esencial cuando los
jóvenes encuentran su ideal personal 18.

17
  Cf. Yo y tú (Caparrós, Madrid 21995) 13; Ich und Du. Schriften über das dialogische Prinzip
(L. Schneider, Heidelberg 1954) 15.
18
  Cf. Ethos und Ideal in der Erziehung (Schönstatt, Vallendar-Schönstatt 1972) 186.
C.2.  LOS NIVELES DE REALIDAD Y DE CONDUCTA 27

— La creatividad. Somos creativos cuando asumimos las posibi-


lidades que nos ofrece el entorno para dar lugar a algo nuevo dotado
de valor. Esta asunción de posibilidades se da sobre todo en el encuen-
tro, acontecimiento de la vida diaria que debe ir inspirado por el ideal
de la unidad. Colaborar a fundar modos de encuentro en el hogar,
en el puesto de trabajo, en un centro académico… es una actividad
netamente creativa, no inferior (aunque menos espectacular) que las
llamadas «creaciones artísticas» o las invenciones técnicas. Una madre
que amamanta y cuida a su hijo con la debida ternura es creativa en alto
grado, por la razón profunda de que crea con él esa «urdimbre afectiva»
(o ámbito de tutela y afecto) que, según los científicos, es indispensable
para desarrollarse plenamente como persona. Descubrir la posibilidad
de ser creativos incluso en los modos de vida sencillos nos abre la posi-
bilidad de realizarnos plenamente y de modo entusiasta.

— La relacionalidad. Si optamos por el ideal de la unidad, tende-


mos a ver las realidades como nudos de relaciones, pues de esta forma
nos unimos con ellas más íntimamente. El primer día de clase veo a
los alumnos como jóvenes que presentan una figura bien determinada.
Pero sé muy bien que cada uno de ellos abarca mucho más: es el pun-
to de confluencia de multitud de relaciones, que lo vinculan con sus
padres, sus amigos, sus proyectos de vida, sus valores, sus ideales, sus
creencias religiosas… Y esto me infunde un inmenso respeto.
Pongo en la mano un grano de trigo. Puedo verlo como una espe-
cie de objeto, por ser delimitable, pesable, asible, manejable, analizable
científicamente… Pero, si quiero captar todo lo que implica, a fin de
unirme íntimamente con él (meta del que ha optado por el ideal de la
unidad), advierto que le falta una de las condiciones indispensables
de los objetos: el haber sido producido. El grano de trigo no es mero
producto de una actividad fabril; es el fruto de una múltiple confluencia
de elementos: el agricultor se relaciona con sus mayores, aprende de
ellos el arte de trabajar la tierra y recibe unas semillas; las deposita en la
madre tierra y espera a que el océano evapore agua, se formen nubes, las
arrastre el viento, caiga la lluvia, se rieguen los campos, el agua conecte
los nutrientes con las semillas, y al final, el padre sol dore la mies…
Al recoger la cosecha, el agricultor siente en cada fruto la vibración de
todo el universo. Por eso no lo ve como un producto de su esfuerzo
sino como un don, el fruto de una múltiple interrelación que escapa a
su poder. Debido a su carácter relacional, el trigo y el pan presentan un
alto valor simbólico, y expresan nítidamente la unión entre el huésped
y el anfitrión, que parte, reparte y comparte con él el pan de la amistad.
28 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

De modo afín, una sencilla ermita se presenta al pensamiento rela-


cional como un punto de confluencia de todo cuanto existe: la tierra,
que facilitó los materiales de construcción y la base para edificar; el
espacio, que alberga la edificación y la ilumina con su luz; los creyentes,
que decidieron crear un punto de encuentro entre ellos y el Dios al que
adoran, y pusieron sus capacidades al servicio de tal empresa; el santo
al que se dedica la ermita y, en definitiva, el Señor de todas las cosas. Al
terminar las obras, estamos ante un «edificio», no ante una «ermita». El
edificio adquiere carácter de templo cuando la comunidad de fieles se
reúne en él, bajo la dirección de su cabeza visible, y entra en relación
orante con Dios. Por humilde que sea, la ermita es un lugar en que se
entrelazan activamente todas las realidades existentes y adquiere, así,
una dimensión universal 19.

— El lenguaje y el silencio auténticos juegan el papel de vehículos del


encuentro. Si optamos por el ideal de la unidad, tendemos a crear di-
versas formas de encuentro. Para ello necesitamos abrirnos a la otra
persona mediante una forma de comunicación auténtica, de persona a
persona. Nos dirigimos a la persona pronunciando su nombre propio,
que adensa y perfila todo cuanto abarca. Si lo hacemos con afecto, crea-
mos vínculos personales con ella. Esos vínculos son ambiguos; resulta
difícil determinar cuándo la relación afectuosa de dos jóvenes es mera
atracción de compañeros de clase, o se acerca a la intimidad del amor.
Para clarificarlo, nos ayuda el lenguaje con su poder de dar perfiles a
los ámbitos. Una frase tan breve como «¡Te quiero!» supera esa am-
bigüedad en buena medida e ilumina la situación. A la inversa, si se
va creando entre esos jóvenes un clima difuso de antipatía, la relación
puede continuar mientras no lleguen a las palabras, como suele decirse,
pues las palabras hoscas o incluso hirientes darían densidad a dicho
clima y harían imposible la convivencia. A ello se debe que, en ciertas
obras literarias, alguien exclame: «¡No me lo digas, pues lo que hace
daño es el lenguaje!». Podríamos pensar que lo dañino es lo que se hace.
Ciertamente, pero lo que acontece cobra una especial densidad y peso
cuando es expresado mediante el lenguaje 20.

19
  La importancia del pensamiento relacional es destacada en mis obras Cinco grandes tareas
de la filosofía actual (Gredos, Madrid 1977); Inteligencia creativa, o.c., 289-299. Un análisis de la
descripción relacional que lleva a cabo Martín Heidegger de un templo griego y del cuadro de Van
Gogh «Las botas de campesina» puede verse en mi obra La experiencia estética y su poder formativo
(Universidad de Deusto, Bilbao 22004) 91-125.
20
  «Esto es lo que hace más daño: hablar», dice Teresa a su novio, en La salvaje, cuando le
indica que es preferible marcharse sin despedirse. Cf. Jean Anouilh, ibíd., en Teatro. Piezas negras
(Losada, Buenos Aires 41968) 123s.
C.2.  LOS NIVELES DE REALIDAD Y DE CONDUCTA 29

La palabra auténtica proviene del silencio auténtico, visto como


la capacidad humana de recogerse y prestar atención conjunta a las
tramas de relaciones que estructuran las realidades complejas. Cuando
una palabra es pronunciada desde un silencio de recogimiento, expresa
mucho más de lo que dice; alude a todas las relaciones que implica la
realidad expresada.

El silencio, así entendido (no como mera mudez), permite dar


a las palabras todo su relieve. Pronuncio las palabras pan, vino,
ermita…con recogimiento interior, y no aludo a meros objetos
sino a realidades que son nudos de interrelaciones. Estas «pala-
bras silenciosas» (inspiradas en el recogimiento) forman la base
de la comunicación humana auténtica.

— La caída en el «vértigo» y el proceso «extático» hacia lo mejor de sí


mismo. Lo antedicho revela la importancia de adoptar en la vida la acti-
tud adecuada a cada nivel o modo de realidad. Si lo hacemos, subimos
a lo más alto de nosotros mismos. De lo contrario, descendemos a los
fondos más elementales de nuestra vida personal. El proceso de ascen-
so lo denomino «éxtasis», un término de gran abolengo en la Historia
de las ideas. Al proceso de destrucción le aplico el expresivo nombre de
«vértigo». Conocer de cerca ambos procesos, con sus diferentes fases, es
una clave de orientación fecundísima 21.

— El proceso de éxtasis o creatividad. Si soy generoso y desinteresa-


do, al ver una realidad atractiva (por ejemplo, una persona) no tomo
esa atracción como un motivo para querer dominarla, es decir, seducirla
y fascinarla (nivel 1), sino como una invitación a respetarla, estimarla y
colaborar con ella, intercambiando posibilidades de todo orden. Ese in-
tercambio da lugar a una relación personal de encuentro (nivel 2).
Al encontrarme, siento exultación, alegría y gozo por partida doble,
pues con ello perfecciono mi persona y colaboro a enriquecer a quien
se encuentra conmigo. Si me encuentro con una realidad muy valiosa,
porque me facilita grandes posibilidades de desarrollo y me eleva a un
nivel de excelencia personal, siento entusiasmo, un gozo desbordante que
supone el grado más alto de la alegría.
21
  Amplias precisiones sobre los procesos de vértigo y éxtasis se encuentran en mis obras:
Vértigo y éxtasis. Una clave para superar las adicciones (Rialp, Madrid 2006); Inteligencia creati-
va, o.c.; El conocimiento de los valores (Verbo Divino, Estella 31999); Descubrir la grandeza de la
vida, o.c.
30 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

Al adentrarme en un estado de plenitud personal, siento felici-


dad, veo que he llegado a una cumbre. Al encontrarnos por pri-
mera vez con obras geniales, como El Moisés de Miguel Ángel o
La Pasión según San Mateo de Bach, pensamos que ha valido la
pena vivir hasta ese momento para poder realizar tal experien-
cia. Ciertamente, la felicidad se da en lo alto, en los niveles 2 y
3, no en el nivel 1. Ese ascenso hacia lo elevado, lo «per-fecto» o
bien logrado, fue denominado por los griegos «éxtasis». Lo bien
logrado en cuanto al desarrollo personal viene dado por la vida
auténtica de comunidad, que se configura mediante una trama
de relaciones de encuentro.

Al vivir en estado de encuentro, sentimos que hemos realizado ple-


namente nuestra vocación y nuestra misión como personas, y ello nos
procura paz interior, amparo y gozo festivo, es decir júbilo. La fiesta es la
corona luminosa y jubilosa del encuentro. Por eso rebosa simbolismo y
marca el momento culminante de la vida de todos los pueblos.
En síntesis, el éxtasis es un proceso de auténtico y verdadero de-
sarrollo personal. Por ser creativo, es exigente: pide generosidad, aper-
tura veraz, fidelidad, cordialidad, participación en tareas relevantes...
Si cumplimos estas exigencias, nos lo da todo porque nos facilita el
encuentro, que es un espacio de realización personal festiva, en el cual
recibimos luz para ahondar en los valores, energía para incrementar
nuestra capacidad creativa, poder de discernimiento para elegir en cada
instante lo que da sentido a nuestra existencia.
Este proceso extático podemos visualizarlo en una línea ascendente:

7. Vida comunitaria
­↑
6. Felicidad (paz, amparo, júbilo)

5. Entusiasmo

4. Alegría, gozo

3. Encuentro

2. Respeto, estima y colaboración

1. Generosidad
C.2.  LOS NIVELES DE REALIDAD Y DE CONDUCTA 31

El proceso de éxtasis nos lo exige todo al principio; nos lo promete


todo y nos lo da todo al final. Impulsa nuestro ascenso desde el nivel 1
hasta el nivel 4. Al promover el encuentro, incrementa en nosotros la
capacidad creadora de unidad; de esa forma, afina nuestra sensibilidad
para los valores.

— El proceso de vértigo o fascinación. Supongamos que me hallo


ante una persona que me resulta atractiva debido a las dotes que os-
tenta. Si soy egoísta y me muevo solo en el nivel 1, tiendo a tomarla
como un medio para mis fines; no la considero como un ser dotado de
personalidad propia, deseoso de realizar sus proyectos de vida, crecer
en madurez, establecer relaciones enriquecedoras para todos en condi-
ciones de igualdad. Lo rebajo a condición de mera fuente de sensaciones
placenteras y procuro dominarlo (es decir, fascinarlo, seducirlo) para
ponerlo a mi servicio 22.
Cuando logro ese dominio, siento euforia, exaltación interior. (No-
témoslo bien: No digo exultación, gozo, sino exaltación, euforia. Es de-
cisivo matizar bien el lenguaje si queremos evitar la corrupción de la
mente y, con ella, la de la vida personal y comunitaria). Esa forma de
exaltación es tan llamativa como efímera, pues se trueca rápidamente
en decepción al advertir que no puedo encontrarme con la realidad ape-
tecida por haberla reducido a mero objeto de complacencia. (Recorde-
mos que con los objetos [nivel 1] no podemos encontrarnos [nivel 2]).
Al no encontrarme con ella, no desarrollo mi personalidad, pues soy un
«ser de encuentro». Ese bloqueo de mi crecimiento personal se traduce
en tristeza, que es un sentimiento de vacío, de alejamiento de la plenitud
a la que tiendo por naturaleza.
Si no cambio mi actitud básica de egoísmo, ese vacío crece de día
en día hasta hacerse abismal. Al asomarme a él, siento esa forma de
vértigo espiritual que llamamos angustia. Tengo la sensación de que no
hago pie, me falla el fundamento de mi vida (que es el encuentro) y
estoy a punto de destruirme como persona, pero no puedo volver atrás.
Es el sentimiento de desesperación, la conciencia amarga de haber cerra-
do todas las puertas hacia mi realización personal. El presentimiento
angustioso de estar bordeando el abismo se cumple al verme, al fin,

22
  Los términos «fascinar» y «seducir» tienen el sentido negativo de arrastrar a una persona
hacia procesos de vértigo. No deben utilizarse en la acepción positiva de producir máximo agrado.
No tiene sentido decir, por ejemplo, que Mozart me seduce o fascina, en el sentido de que me en-
canta, me produce embeleso y transporte, pues el transporte, el embeleso y el encanto que me
suscitan las obras del genio de Salzburgo no me arrastran, me elevan a los niveles 2 y 3, en los que
gano una forma superior de libertad, la libertad creativa.
32 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

cercado por una soledad asfixiante, frontalmente opuesta a la vida de co-


munidad que me veía llamado a fundar por mi condición de persona.
El proceso de vértigo es falaz y traidor: nos promete, al principio,
una vida intensa y cumplida y nos lanza súbitamente por una pendien-
te de excitaciones crecientes, que no hacen sino apegarnos al mundo
fascinante de las sensaciones (nivel 1) y alejarnos inevitablemente de
la vida creativa (nivel 2). Al hacernos cargo de esta condición siniestra
del vértigo, comprendemos por dentro el desvalimiento que sienten las
personas entregadas a algún tipo de vértigo: de ambición o de poder, de
evasión a través de la embriaguez o la droga, de cultivo de la sexualidad
desgajada del amor, de entrega descontrolada al juego de azar... Bien
dice el libro del Eclesiástico: «El lujurioso que encuentra dulce cual-
quier pan no parará hasta que el fuego lo consuma» (23,17).
Fedor Dostoiyevski conoció por propia experiencia la fuerza de
arrastre que posee el vértigo del juego de azar. En su novela El ju-
gador cuenta que una anciana rusa perdió a la ruleta cuanto tenía, y
comenta:

No podía ser de otro modo: cuando una persona así se aventura


una vez por este camino, es igual que si se deslizara en trineo desde
lo alto de una montaña cubierta de nieve. Va cada vez más deprisa 23.

La caída en el abismo al que nos conduce el proceso de vértigo


queda visualizada en una línea descendente:

1. Actitud de egoísmo

2. Goce, euforia, exaltación superficial

3. Decepción

4. Tristeza

5. Angustia

6. Desesperación

7. Soledad asfixiante y destrucción

  Alianza Editorial, Madrid 1970, p.123.


23
C.2.  LOS NIVELES DE REALIDAD Y DE CONDUCTA 33

El proceso de vértigo nos hace caer en los cuatro niveles negativos,


que debemos tener ante la vista en toda su crudeza para constatar la
peligrosidad que encierra la actitud de egoísmo. Al principio, el vértigo
no te exige nada, te promete todo (una vida exaltante) y te lo quita
todo al final. Al moverse en el nivel 1 y bloquear el encuentro (nivel 2),
amengua al máximo nuestra capacidad creativa y nos enceguece para
los valores (nivel 3) 24.

— La función decisiva de la afectividad en nuestra vida personal. Si


descubrimos a nuestro alrededor diversos ámbitos y comprobamos que
ellos son quienes nos permiten vivir diferentes modos de encuentro,
bajo la inspiración del ideal de la unidad, vibramos con el valor que
encierran para nosotros. Esa vibración con lo valioso es el sentimiento.

Hay sentimientos de diverso orden. Los sentimientos superio-


res no se reducen a meras sensaciones, reacciones espontáneas
de nuestra sensibilidad ante ciertos estímulos. Son los modos
como nuestra persona entera vibra y se conmueve al percibir
un valor. Los sonidos del Concierto para Clarinete de Mozart
pueden «gustarme», ser agradables a mi sensibilidad. La obra,
vista en conjunto (con los siete modos de realidad que impli-
ca) 25, hace vibrar toda mi persona, con su capacidad de captar
su belleza, su expresividad, su ternura, el horizonte de vida en
plenitud que me abre. Esa vibración no se queda en sí misma,
como sucede con las meras sensaciones, por intensas que sean;
remite a la realidad que la suscita. Los sentimientos tienen, por
ello, un alto valor cognoscitivo.

Veo, en la catedral de Toledo, la obra de El Greco El expolio y sien-


to admiración e incluso sobrecogimiento. Me emociona ver la figura

24
  Si tenemos en cuenta que la entrega a formas de sexualidad desgajadas de toda forma de
amor auténtico constituye un vértigo, se comprende la energía con que el Dr. F. J. Scheed subraya
la «energía demoníaca del sexo». «La mayoría de los reformadores sexuales que escriben sobre el
sexo lo tratan como si fuera un gracioso animalito con el que se juega y se vuelve a colocar en su
cestita hasta que se lo vuelve a coger para jugar. Pero el sexo no tiene nada que ver con esto. En
su belleza, grandeza y ferocidad es más bien comparable con un tigre, y, aun en sus manifestacio-
nes más suaves, no tiene nada que ver con un animalito doméstico. Con el sexo no se juega. Más
próximo a la verdad sería decir que no es el hombre el que juega con el sexo, sino el sexo el que
juega con el hombre, y el juego puede resultar catastrófico. Porque el sexo comienza con fuerza y
puede llegar a ser incontrolable. Aun sin llegar a este extremo, puede convertirse en un gran tira-
no, acosando al individuo, emponzoñando todas sus relaciones humanas». Cf. Sociedad y sensatez
(Herder, Barcelona 1963) 104.
25
  Estos modos o niveles de realidad son expuestos ampliamente en mi obra La experiencia
estética y su poder formativo (Universidad de Deusto, Bilbao 32010) 236-265.
34 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

de Cristo que, con su rojo escarlata, parece desprenderse del cuadro,


para expresar su independencia interior (o libertad creativa) frente al
torbellino de odio que provocan los rostros arremolinados en torno a
su cabeza. Ese sentimiento de admiración sobrecogida me revela el alto
valor que supone sentirse libre interiormente en una circunstancia ex-
tremadamente hostil. No se trata de una sensación conmovedora pero
fugitiva. Es una vibración profunda, que eleva todo mi ser hacia planos
de vida superiores.
De ahí la conveniencia de cultivar los sentimientos y promover una
auténtica «cultura del corazón», que afine al máximo nuestra sensibi-
lidad para los grandes valores, incremente nuestra capacidad de admi-
rar su grandeza y comprometernos seriamente en la realización de los
mismos.

Esta concepción profunda del sentimiento nos permite orien-


tar de modo sugestivo y fecundo la formación para el amor
conyugal, tema de gran aliento que nos ocupará en el capítu-
lo III 26. Hoy sabemos que todo el universo (desde los elemen-
tos invisibles del átomo hasta las inmensas galaxias) se asienta
en relaciones. Vivir en relación es una ley universal. Asumir las
tramas de relaciones en las que nos hallamos al nacer y crear
formas valiosas de unidad es la gran tarea (privilegiada y arries-
gada, a la par) de nuestra vida personal. Si tendemos a crear
formas diversas de unidad, es porque sentimos esa forma enig-
mática de atracción que llamamos «amor». Pero ¿qué se entien-
de exactamente por amor?

Podemos unirnos a las realidades del entorno de formas diversas. La


unión que puedo tener con el mueble de un piano es superficial. Más
honda es la unidad que establezco con el piano cuando interpreto en él
una obra musical. Todavía es más entrañable el vínculo que creo con la
obra misma y con su autor y su estilo. ¿Qué tipo de unidad supone el
amor auténtico?
La unidad que ganamos con cuanto suscita algún tipo de goce pue-
de parecernos muy profunda porque resulta conmovedora. Pero, si se
reduce a una mera sensación (por intensa que sea), es efímera, se des-
vanece al instante y solo deja un recuerdo más o menos perecedero. La
conmoción que nos produce satisfacer una pulsión instintiva puede
26
  Este tema es analizado, con el método esbozado en estas páginas, en mis obras: El amor
humano. Su sentido y su alcance, o.c.; La formación para el amor. Tres diálogos entre jóvenes, o.c., y El
secreto de una vida lograda, o.c.
C.2.  LOS NIVELES DE REALIDAD Y DE CONDUCTA 35

significar una sacudida psicológica, pero no crea una relación valiosa y


estable. Con frecuencia, incrementa la actitud egoísta de quien la expe-
rimenta, porque los goces son de por sí individualistas, como todos los
fenómenos biológicos. La sensación gozosa que te proporciona tomar
un dulce apetitoso no la puedo compartir, aunque me sienta muy uni-
do a ti. Se da dentro de los límites de tu organismo.
En cambio, el amor verdadero surge siempre en una interrelación
personal. Es, por naturaleza, dialógico. Procede de una actitud de gene-
rosidad y fomenta el espíritu de generosidad. Pero la actitud de genero-
sidad es muy exigente. Podríamos decir que amar de verdad, generosa-
mente, es un arte que debemos aprender. Necesitamos formarnos para
el amor.
Los análisis realizados anteriormente nos han dispuesto para llevar
a cabo esta formación de modo muy preciso. El que haya hecho el
recorrido anterior no tendrá peligro de confundir la pasión (nivel 1)
y el amor conyugal (nivel 2, fundamentado en el nivel 3). Sabrá bien
que pertenecen a niveles distintos y suscitan sentimientos de rango di-
ferente.
Para realizar ese tránsito del nivel 1 a los niveles 2 y 3 y dar a nuestra
vida la alta dignidad a que está llamada, hemos de experimentar la serie
de transfiguraciones que realizamos al optar por el ideal de la unidad:

1. los objetos se convierten en ámbitos;


2. la mera cercanía, en relación de encuentro;
3. las exigencias del encuentro, en valores y virtudes;
4. la creación de unidad, en el ideal de la vida;
5. la libertad de maniobra, en libertad creativa;
6. los meros hechos, en acontecimientos creativos;
7. el pensamiento relativista, en pensamiento relacional;
8. el lenguaje visto como pura comunicación, en actividad crea-
dora de vínculos;
9. la atracción pasional o erótica, en amor personal.

Una vez experimentada esta múltiple transfiguración, sentimos de-


sazón al tropezar con alguien que intente, con los medios arteros de la
manipulación, bajarnos de los niveles 2 y 3 al nivel 1, y envilecernos.
Si queremos salvaguardar el recto desarrollo de nuestra vida afectiva,
necesitamos conocer en pormenor qué significa la manipulación, quién
manipula, para qué lo hace y qué medios moviliza para ello. Bien acla-
rados estos puntos, es posible descubrir un antídoto eficaz contra la
manipulación. Consiste en tomar tres medidas:
36 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

1. Estar alerta ante el fenómeno de la manipulación.


2. Conocer el arte de pensar con la debida precisión, es decir,
ajustar el pensamiento y el lenguaje a las condiciones de cada
tipo de realidad. Esta finura mental permite delatar, con agili-
dad y contundencia, los escamoteos de ideas que realicen los
manipuladores.
3. Vivir creativamente. Lo que es e implica la vida auténticamente
personal lo sabe de verdad quien se aplica a cultivarla. El que
es fiel a sus promesas sabe bien que la fidelidad no se reduce a
mero aguante; entraña una alta dosis de creatividad. Está, pues,
vacunado contra la pretensión manipuladora de reducir el valor
de la fidelidad 27.

Una vez que estamos interiormente persuadidos de la importancia


que tiene para nuestra vida de personas el ideal de la unidad (y, consi-
guientemente, de la bondad, la justicia, la verdad, la belleza), compren-
demos el largo alcance y la hondura de los siguientes textos de Romano
Guardini:

Si el espíritu abandona la verdad, enferma. Este abandono no


acontece ya cuando el hombre yerra, sino cuando deja de lado la
verdad; no cuando miente, aunque sea profusamente, sino cuando no
considera a la verdad, en sí misma, como vinculante; no cuando en-
gaña a otros sino cuando orienta su vida a la destrucción de la verdad.
Entonces enferma del espíritu.
La persona enferma cuando abandona la justicia [...] La perso-
na finita solo tiene sentido cuando está orientada hacia la justicia; si
la abandona, se pone en peligro y se vuelve peligrosa: un poder sin
orden.
En cuando abandona este amor, la persona enferma. No enferma
todavía cuando falta contra el amor, lo lesiona, cae en el egoísmo y el
odio, sino cuando lo toma frívolamente y basa su vida en el cálculo, la
fuerza y la astucia. Entonces, la existencia se convierte en un calabozo.
Todo se cierra. Las cosas nos oprimen. Todas las realidades se vuelven
interiormente extrañas y hostiles. El último y evidente sentido de las
mismas desaparece. El ser ya no florece 28.

27
  El tema de la manipulación lo expuse muy ampliamente en estas obras: Estrategia del len-
guaje y manipulación del hombre (Narcea, Madrid 41988); La revolución oculta (PPC, Madrid
1998); La tolerancia y la manipulación (Rialp, Madrid 22008). Se halla, también, una exposición
de este tema en http://www.riial.org/manipulacion.htm.
28
  Mundo y persona. Ensayos para una teoría cristiana del hombre (Encuentro, Madrid 2000)
106-108; Welt und Person.Versuche zur chritlichen Lehre vom Menschen (Werkbund, Wurzburgo
1950) 96-98.
C.2.  LOS NIVELES DE REALIDAD Y DE CONDUCTA 37

d) Nivel 4

Este nivel desborda el campo de la ética en que se mueve este libro.


Lo aduzco, no obstante, para que el lector vea cómo puede hallarse
una fundamentación última al carácter incondicional de la opción por
los grandes valores. Si queremos explicar cómo es posible que seamos
incondicionalmente buenos incluso con quien no está a la recíproca,
debemos ascender al nivel 4 (el religioso), y reconocer que esa bondad
absoluta viene inspirada por la convicción de que también esa persona
alberga una dignidad ab-soluta (desligada de cualquier condición) por
haber sido creada a su imagen y semejanza por un Ser infinitamente
bueno, justo y veraz. Con ello, nuestra vida ética se abre a un horizonte
de expansión ilimitado.
Puede hallarse alguien, por culpa suya, en un estado de desvali-
miento total, e incluso de envilecimiento e indignidad. No es digno de
alabanza por ello, pero, como persona, merece ser tratado con respeto
y bondad compasiva, porque su origen es el Señor absolutamente bue-
no. Al sentirnos religados, en el núcleo de nuestra persona, a Quien es
la bondad, la verdad, la justicia, la belleza y la unidad por excelencia,
situamos nuestra vida en el nivel 4.
La fundamentación última de la opción incondicional por los gran-
des valores (unidad, bondad, verdad, justicia, belleza) que se da en el
nivel 3 se halla en el nivel 4, al que solo acceden los creyentes. Los no
creyentes pueden muy bien realizar tal opción y elevarse, así, a la cima
de la vida ética. Lo que les falta es la posibilidad de dar a su actitud una
fundamentación última, absoluta, inquebrantable.

— Integración de los niveles positivos

La experiencia propia del nivel 4 hace posible la del nivel 3, que es,
a su vez, la base de la vida de encuentro propia del nivel 2. En un ser
corpóreo-espiritual como es el hombre, estos tres niveles se apoyan en
el nivel 1. Y, viceversa, la vida en el nivel 1 adquiere un sentido personal
en las experiencias propias del nivel 2, que, para ser auténticas, remiten
al nivel 3, que, a su vez, requiere la fundamentación última del nivel 4.
Esta implicación mutua y jerarquizada de los cuatro niveles es la base de
su interna riqueza y del papel decisivo que juegan en nuestro desarrollo
personal. Veámoslo sucintamente.

1) Debido a nuestra condición corpórea y espiritual, los seres hu-


manos tendemos por naturaleza a integrar nuestras diversas potencias,
38 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

las instintivas y las espirituales, y a procurar que estas orienten aquellas


hacia el encuentro, y por tanto, hacia el bien, la justicia, la belleza, la
verdad y la unidad. La investigación antropológica actual nos enseña
que vivimos como personas, nos desarrollamos y perfeccionamos como
tales ascendiendo a los niveles superiores a través del proceso de éxtasis
(o de encuentro), que nos eleva a lo mejor de nosotros mismos pues nos
aúna interiormente y con los demás.
Al ordenar nuestras potencias de abajo arriba (lo que implica una
jerarquización), establecemos paz en nosotros mismos y en nuestro
entorno. En cambio, si autonomizamos nuestra tendencia a poseer y
dominar y poner todas las realidades a nuestro servicio (actitud propia
del nivel 1), nos volvemos inauténticos, falsos, pues nuestra verdad de
hombres se patentiza cuando nos abrimos para crear encuentros (nivel
2) de modo bondadoso, justo y bello (nivel 3).
Este poder de ordenar todas las potencias a la creación de modos
de unidad relevantes es privilegio del espíritu. Bien entendida, la ener-
gía que procede de la opción por el ideal de la unidad no se opone a
la energía que albergan las fuerzas instintivas. Cuando nuestra meta es
lograr los modos más valiosos de unión, ambas formas de energía se
complementan, no se oponen.

2) Quedarse en el yo aislado reduce el alcance de nuestra realidad


personal y la empobrece. Limita nuestro haz de relaciones al campo
de nuestros intereses vitales, más egoístas que altruistas. Nos retiene
en el nivel 1, frenando la tendencia natural hacia los niveles 2, 3 y
4. Lo ajustado a nuestra naturaleza espiritual es ejercitar la fuerza de
unificación que proviene del espíritu. Hoy sabemos por la ciencia
que los seres humanos somos «seres de encuentro». Lo somos por ser
«ambitales», ya que cada ámbito tiende de por sí a abrirse a los demás,
ofreciéndoles posibilidades y recibiendo las que ellos le otorgan. Al
tender por naturaleza a vivir creando encuentros, somos seres «am-
bitalizables» y «ambitalizadores», es decir, podemos recibir ayuda de
otros ámbitos para enriquecer nuestra vida y podemos (y debemos)
ayudar a otros a vivir plenamente su condición ambital. Por presentar
estas tres condiciones, lo normal es vivir ascendiendo, unificando ener-
gías, creciendo al unirnos de forma bondadosa, justa y bella a cuanto
nos rodea.

3) Este movimiento ascendente o «extático» viene promovido por


las normas juiciosas que recibimos, desde niños, de personas dotadas
de sabiduría, expertas en el conocimiento de las leyes del crecimiento
C.2.  LOS NIVELES DE REALIDAD Y DE CONDUCTA 39

personal. Esas normas nos instan a integrar nuestras energías en orden


a la creación de unidad: «No os canséis de hacer el bien», nos exhorta
San Pablo. «Por tanto, siempre que tengamos oportunidad, hagamos el
bien a todos...» (Gál 6,9s). Las normas de este género nos instan a subir
a niveles altos, vivir creativamente, considerar los niveles 2 y 3 como
nuestro hogar.
Si alguien nos dice que la cultura, el arte, la religión deben servir a
la vida —entendida, de modo pseudorromántico, como una forma de
actividad espontánea, no reglada por las normas procedentes del espíri-
tu—, ya sabemos desde ahora que se nos sugiere, en la línea reduccionis-
ta, renunciar al movimiento de ascenso que viene dado por el proceso
de éxtasis y ponernos en peligro de caer por el tobogán del vértigo.
La vida biológica, con toda su trama de pulsiones vitales, encierra un
gran valor. Toda actividad realizada con buena salud suscita cierta dosis
de agrado. Lo agradable es valioso, no solo por ser placentero sino por
indicarnos que estamos ante algo saludable. Pero reducir toda actividad
a fuente de goce es un reduccionismo ilegítimo, ya que el valor de lo
agradable debe supeditarse a otros valores superiores, por ejemplo la
propia salud y el bien de los demás. Para realizar un valor superior (por
ejemplo, cuidar a un enfermo), debemos con frecuencia renunciar a va-
lores inferiores, como puede ser un rato de descanso. Pero esa renuncia
no implica una represión (el bloqueo de nuestro desarrollo personal),
sino un ascenso a los niveles donde se da el encuentro. Supone, por tanto,
la elevación a lo mejor de nosotros mismos. No hay aquí conflicto alguno
entre lo que, de forma un tanto vaga, se denomina vida y espíritu. Hay
colaboración en orden al logro del ideal de la persona. Lo ha visto Gus-
tavo Thibon con perspicacia:

El verdadero conflicto no se plantea entre la vida y el espíritu,


sino entre [...] la comunión y el aislamiento [...] Y la solución del
conflicto no consiste en escoger entre el espíritu y la vida, que no son
más que partes del hombre, sino en optar por el amor, que es el todo
del hombre. El amor y su unidad se adueñan de todo en el hombre,
incluso del conflicto 29.

De lo antedicho se desprende que nuestra forma de vivir es ética-


mente valiosa (es decir, justa) cuando se ajusta a nuestra realidad per-
sonal y a las realidades vinculadas con nosotros. Los problemas morales

29
  Sobre el amor humano (Rialp, Madrid 1961) 75.
40 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

son, en buena medida, cuestiones ontológicas, relativas al modo de ser


de nuestra realidad y de las realidades de nuestro entorno vital 30.

Nuestra realidad humana es auténtica y verdadera cuando flo-


rece en una vida generosa de encuentro (nivel 2), que nos exige,
para ser perdurable, optar decididamente a favor de la unidad,
la bondad, la verdad, la justicia, la belleza (nivel 3). Necesi-
tamos el nivel 1 porque debemos cubrir múltiples necesida-
des, pero no hemos de considerar la satisfacción de estas como
nuestra meta en la vida. Ese nivel nos sirve de apoyo para as-
cender a niveles superiores (el 2, el 3, el 4), que vienen exigidos
por nuestra realidad de personas, si la vemos en su última raíz.

Una vez realizada la experiencia de los cuatro niveles positivos, que-


damos interiormente persuadidos de que los seres humanos podemos
y debemos crecer como personas, siguiendo (en nuestro nivel 2) la ley
natural según la cual todo ser vivo debe crecer. Pero, si nos falta la ener-
gía que procede del ideal de la unidad y nos orientamos hacia el falso
ideal de servirnos egoístamente a nosotros mismos, podemos caer por
la sima de los cuatro niveles negativos.

2. Niveles negativos 31

Recordemos las características de los niveles negativos, para tenerlas


presentes a la hora de descubrir las claves de orientación de la afecti-
vidad.

a) Nivel -1

Si se debilita nuestra orientación hacia el ideal de la unidad, carece-


mos de energía interior para ascender a los niveles 2 y 3, nos movemos
exclusivamente en el nivel 1 y tendemos a adoptar una actitud egoísta.
Impulsados por ella, damos primacía a nuestro bienestar, consideramos
30
  Lo intuye el psiquiatra vienés Viktor E. Frankl al escribir: «A la corta o a la larga dejare-
mos de moralizar, y ontologizaremos la Moral, es decir: lo bueno y lo malo no serán como algo
que debemos hacer u omitir, sino que el bien nos aparecerá como la realización del sentido que
viene exigido e impuesto a un ser, y consideraremos como malo lo que impide esa realización
de sentido» (Der Mensch vor der Frage nach dem Sinn [Piper, Múnich 71987] 155). Esta obra es
distinta de la que fue traducida en español con el título de El hombre en busca de sentido (Herder,
Barcelona 91988). La versión original de esta obra es Man´s search for meaning (Pocket Books,
Nueva York, s f.).
31
  Descubrir la grandeza de la vida, o.c.,120s.
C.2.  LOS NIVELES DE REALIDAD Y DE CONDUCTA 41

a los demás como un medio para nuestros fines, intentamos poseer y


dominar cuanto nos rodea para incrementar nuestras gratificaciones de
todo orden. Al no estar compensada esta tendencia al propio bienestar
(nivel 1) con la voluntad de hacer felices a los demás (nivel 2), corremos
el riesgo de tornarnos egocéntricos e insensibles, poco o nada preocupa-
dos de ser bondadosos, justos y veraces con ellos, así como de unirnos
a ellos y procurarles una vida bella. Al unirse esta insensibilidad con la
costumbre de supeditar el bien de los demás a nuestros intereses, no
tenemos mayor dificultad en hacérselo ver abiertamente, con lo cual
herimos su sensibilidad y quebrantamos su autoestima. Iniciamos, con
ello, el proceso de vértigo y bajamos al nivel -1.
Dos jóvenes se unieron en matrimonio, y todo hacía presagiar un
buen futuro. Tal presagio pareció cumplirse durante varios años. Pero
un mal día, tras una larga estancia en el hospital, a la joven esposa se le
diagnosticó una enfermedad crónica, que no es mortal pero amengua
la vitalidad notablemente. Cuando regresó a casa, con la tristeza de ver
su futuro lastrado por una dolencia incurable, las primeras palabras
que oyó a su marido fueron estas: «Lo siento, pero ahora como mujer
ya no me sirves. Tengo que irme». Y la dejó sola, con su hija. Esta frase
dio un vuelco a su vida, porque le reveló de un golpe que su marido
la había reducido a un medio para saciar sus apetencias (nivel 1), y,
al perder calidad ese medio, resultaba para él «inservible», incapaz de
satisfacer sus deseos. Tal vez le haya dicho mil veces que la «amaba» con
toda el alma. A juzgar por su actitud actual, nunca la amó de verdad
(nivel 2); la apeteció (nivel 1) cuando ella tenía sus potencias en estado
de florecimiento. Ahora la ve inútil, como un utensilio estropeado, y
se apresura a canjearlo por otro nuevo. Las operaciones de canje son
típicas del trato con meros objetos (nivel 1). Realizarlas con personas,
por considerarlas deterioradas, supone un rebajamiento de estas al ni-
vel 1. Es, por eso, un acto de violencia. Manifestarlo abiertamente a la
persona interesada supone un ultraje, e implica un descenso al nivel -1.

b) Nivel -2

Si alguien considera a otra persona solo como un medio para sus


fines (por tanto, como una posesión), y no ve satisfechas sus preten-
siones, puede llegar a desahogar su frustración con insultos e incluso
con malos tratos, psíquicos y físicos. Se trata de una ofensa de mayor
gravedad que la anterior y supone la caída en el nivel -2.
Actualmente, la sociedad se halla confusa e indignada ante el fenó-
meno de la violencia en el hogar. Se reclaman, para evitarlo, toda clase
42 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

de medidas policiales y judiciales. Pero apenas hay quien se cuide de


investigar las fuentes de esta calamidad social. El análisis de los niveles
de realidad y de conducta nos permite radiografiar este fenómeno de-
generativo y poner al descubierto algunas de las causas que lo provocan.

c) Nivel -3

Una vez entregados al poder seductor del vértigo del dominio,


podemos vernos tentados a realizar el acto supremo de posesión que es
matar a una persona para decidir de un golpe todo su futuro. Al hacer-
lo, nos precipitamos hacia el nivel -3. No pocas personas manifiestan
su estupor ante el hecho de que alguien mate a quien comparte con él
la vida. Visto aisladamente, es un hecho que parece inverosímil. Si lo
situamos en su verdadero contexto (que es el nivel -3) y lo vemos como
continuación del nivel -2, con cuanto implica, advertimos que estamos
ante una caída por el tobogán del vértigo o fascinación. Todo ello es
injustificable, pero resulta perfectamente comprensible cuando cono-
cemos las distintas fases de la vía de envilecimiento que es el proceso
de vértigo 32.

d) Nivel -4

En esta caída hacia el envilecimiento personal, cabe la posibilidad


de llevar el afán dominador al extremo de ultrajar la memoria de los se-
res a quienes se ha quitado la vida. No pocos terroristas han mancillado
las lápidas que guardan los restos de sus víctimas. Esta vileza los hunde
en el abismo del nivel -4. La burla es una forma prepotente de dominio,
propia de quien disfruta altaneramente al presenciar el espectáculo del
árbol caído. En el fondo, las actitudes propias de los niveles negativos
son formas cada vez más agresivas de dominio. Son impulsadas por
el ideal egoísta de dominar, poseer y disfrutar, así como las actitudes
características de los niveles positivos responden al ideal generoso de la
unidad y el servicio.

32
  Para un mayor conocimiento de los procesos de vértigo y éxtasis pueden consultarse mis
obras Inteligencia creativa, o.c., 331-461; Vértigo y éxtasis, o.c.; Liderazgo creativo (Nobel, Oviedo
2004).
Capítulo III
CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD

Hemos visto anteriormente que descubrir el encuentro, cumplir


sus exigencias, experimentar sus frutos, admirar su grandeza y, a la luz
que todo ello irradia, descubrir el ideal de la unidad y optar firmemen-
te por él son los momentos decisivos del proceso de formación para
el amor. Al vivir este proceso, se alumbran en nuestra mente claves de
orientación decisivas para nuestro crecimiento personal. Tales claves no
se reducen a meras ideas; son principios de acción, criterios de vida, pau-
tas de conducta. Para orientación del lector, indico ahora unas cuantas,
con el ruego de que descubra él, por su cuenta, cómo se desprenden de
lo expuesto en la primera parte.

1.ª clave: El ejercicio de la sexualidad tiene pleno sentido


cuando va unido al cultivo de los otros tres elementos
del amor conyugal.

La primera medida que debemos tomar al iniciar la formación


para el amor es asumir la ley natural que nos insta a crecer. Para
crecer, necesitamos abrirnos a las realidades que nos ofrecen
posibilidades creativas. Al asumir tales posibilidades, ensancha-
mos nuestros espacios interiores. Este ensanchamiento se da
cuando vinculamos el nivel 1 a los niveles 2 y 3.

Al vivir por dentro los cuatro niveles positivos, advertimos que no


tiene sentido quedarse en el nivel 1. Por la necesidad natural de crecer,
tendemos a subir hacia los niveles superiores. Al nivel 1 se aferran quie-
nes consideran como la meta del noviazgo adelantar las experiencias
matrimoniales. Si quieren desarrollarse normalmente y no solo pasarlo
bien (en su sentido más vulgar), los novios deberán pensar, ante todo,
en realizar la tarea básica del noviazgo: incrementar la generosidad,
44 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

aprender a ser creativos en común y encontrarse de verdad, mediante


el cumplimiento cada vez más perfecto de las condiciones del encuentro
(nivel 2) y la opción decidida por los grandes valores que se nos revelan
en el nivel 3.
Lo decisivo en este proceso de formación no es acumular ideas sino
lograr convicciones firmes 1. Al ir conociendo mejor las realidades a las
que se unen y viviendo las transfiguraciones inspiradas por ellas, los no-
vios llegan a la convicción de que la verdadera garantía de que el amor
perdure es que sea auténtico, que esté siempre inspirado e impulsado
por el ideal de la unidad. Descubren, así, que el mero convivir marital-
mente durante el noviazgo no garantiza la permanencia del amor. Si de-
dican el período del noviazgo a acumular sensaciones placenteras (nivel
1), se expondrán a encrespar su actitud de egoísmo y no abrir el ánimo
a la generosidad, que es la primera y primaria condición del encuentro.
Solo al acostumbrarse a elegir en virtud del ideal de la unidad —o del
encuentro— ganan los novios libertad interior o libertad creativa, vista
como la capacidad de moverse en un nivel superior a los vaivenes del
sentimiento y las ondulaciones de la sensibilidad y la sensualidad.

Esa libertad interior les permitirá actuar con sentido en todo


momento, orientando su vida amorosa conforme al ideal de la
unidad, a fin de promover 1) una auténtica amistad, 2) dar a esta
una proyección comunitaria, fundando un hogar, y 3) otorgar al
amor, en el seno del hogar, toda la fecundidad que alberga en or-
den a incrementar la unidad conyugal y dar vida a nuevos seres 2.

Si, por afán expeditivo de acumular sensaciones placenteras, se en-


tregan los novios a una forma de sexualidad desgajada de los tres ele-
mentos restantes del amor conyugal, pueden quedar prendidos de su
peculiar hechizo y dar por hecho que ya han conseguido todo lo que
cabía esperar del otro como cónyuge. En cambio, si ven que el ejercicio
de la sexualidad ha de ir vinculado a la creación de una verdadera amis-
tad, y de un hogar donde se incremente el amor entre los esposos y se
1
  En su obra El bien, la conciencia y el recogimiento (en La fe en nuestro tiempo [Cristiandad,
Madrid 1965] 116ss), el gran pedagogo Romano Guardini instaba a los adultos cuya formación
promovía con ese escrito a incrementar sus ideas y, sobre todo, a forjar convicciones sólidas, que
son los pilares en que se asienta la formación ética.
2
  «La vida en común —escribe G. Thibon— exige una comunión mucho más profunda,
mucho más total. Para que la vida de los esposos sea verdaderamente amor y no un capricho del
instinto, debe ser también amistad». «La amistad que está hecha de atracción y elección persona-
les devuelve a la persona su lugar en el amor y sustituye la vinculación, forzosamente efímera, de
dos egoísmos por la unión estable de dos seres elegidos uno por otro e insustituibles el uno para
el otro» (Cf. Sobre el amor humano [Rialp, Madrid 1981] 149, 153).
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 45

disponga un lugar de acogida de nuevas vidas, los novios descubrirán


que esa vinculación solo puede realizarse en el hogar matrimonial. Les
vale, por tanto, la pena dedicar el tiempo del noviazgo a ejercitar las
condiciones del encuentro (que denominamos valores y virtudes) a fin
de obtener la energía espiritual necesaria para integrar en el matrimonio
todas sus energías (físicas, psíquicas y espirituales) con objeto de lograr
un amor verdadero. Solo este otorga al ejercicio de la sexualidad toda
su plenitud, su sentido y su belleza 3.

— El sentido de la continencia prematrimonial

Se afirma, a veces, con intención crítica que un «papelito» (térmi-


no despectivo aplicado al Certificado de Matrimonio) no autoriza a
realizar acciones que antes de adquirirlo eran consideradas como ilíci-
tas. Para juzgar si esta afirmación está bien fundada, hemos de situar
la sexualidad en su contexto. Como sabemos, la sexualidad es uno de
los cuatro elementos del amor conyugal: la sexualidad, la amistad, la
proyección comunitaria del amor, la fecundidad del amor. Entre todos
forman una unidad de sentido. Al estar inserta (integrada) en tal unidad,
cobra la sexualidad su pleno valor y sentido, pues colabora a la creación
de amistad, de un hogar, de nuevas vidas. El ejercicio de la sexualidad
debe ser la expresión viva y plena de esta triple actividad creativa. Si la
desgajamos de ese conjunto, por afán de obtener sensaciones placen-
teras, sigue teniendo un significado para nosotros (si la exaltación que
produce significa mucho para nuestra sensibilidad, nivel 1), pero pierde
su sentido (niveles 2 y 3). No juega un papel positivo en el desarrollo
total de nuestra persona; la reducimos injustamente a medio para nues-
tros fines, con lo cual la degradamos, al tiempo que degradamos a la
persona que tratamos y rebajamos nuestra propia dignidad.
En un congreso sobre la formación para el amor, uno de los tres mil
jóvenes que abarrotaban la sala me preguntó qué pensaba de las relacio‑
nes prematrimoniales. Según me confesaron después algunos de ellos,
los jóvenes creían que me limitaría a exponer la doctrina de la Iglesia
sobre esta materia. Pero yo quería que ellos descubrieran el valor de dicha
doctrina. Por eso me expresé de esta forma: «En la vida humana hay
diversos ritmos. La intimidad corpórea se puede acelerar a voluntad.
Basta quitarse la ropa con mayor o menor rapidez. En cambio, la inti-
midad espiritual solo se adquiere con un ritmo lento de maduración.
3
  «Sería del mayor interés para una optimización del placer sexual —escribe el psiquiatra
vienés Viktor Frankl— si la sexualidad no fuera aislada y desintegrada, por separarla del amor y
deshumanizarla» (Cf. Der Mensch vor der Frage nach dem Sinn, o.c., 93).
46 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

Si acabo de conocer a una persona y me cae bien, no tiene sentido que


le diga: “¡A partir de ahora, amigos íntimos!”, pues la intimidad es una
planta que crece lentamente. Si, por afán de vivir emociones fuertes, me
apresuro a vivir una relación de intimidad corpórea sin tener todavía
verdadera intimidad espiritual —entendida, no como mera efusividad
sentimental, sino como la disposición firme a crear un modo de unión
permanente y comprometido—, soy impaciente, fuerzo injustamente
los ritmos de mi vida personal, los desajusto, y el cuerpo, con el len-
guaje no verbal de la desazón, me hará sentir que he abusado de él: lo
he convertido en un medio para mis fines (nivel 1), olvidando que está
llamado a ser la expresión viva de toda mi persona (nivel 2) y de mi opción
firme por los grandes valores (nivel 3)».

Tal olvido significa que, al movilizar las potencias sexuales, me


he quedado seducido por su hechizo, empastado en su halago
(nivel 1), indiferente a la obligación de crecer espiritualmente y
vincular el ejercicio de la sexualidad a la creación de amistad, a
la fundación de un hogar, al incremento (en este) de la unión
conyugal, a la donación de vida a nuevos seres (nivel 2), a la
realización decidida de los grandes valores: unidad, bondad, ver-
dad, justicia, belleza (nivel 3). Al quedar así preso en el nivel 1,
me hago la ilusión de que ya he conseguido todo de esa persona
en cuanto al amor. Esa ilusión falsa bloquea el proceso amoroso
y le impide lograr las altas cotas que significan los niveles 2 y 3.

Al terminar el congreso, más de un joven me confesó que ahora


podía comprender ciertos sentimientos negativos que, en su día, lo ha-
bían mortificado y no había sabido explicar. Adviértase que no intenté
imponer a los jóvenes una determinada conducta; solo quise ayudarles
a descubrir cuál es la actitud adecuada a nuestra condición de personas.
Adoptar la actitud justa en cada momento puede implicar un sa-
crificio, porque hemos de renunciar a acciones que entrañan (a nuestro
entender) un gran valor: el de lo agradable. Pero esa renuncia viene
compensada por el hallazgo de un valor superior: el del gozo que im-
plica el verdadero encuentro. La continencia sexual durante el noviazgo
nos ayuda a centrar nuestra atención en la gran tarea de convertir la
atracción primera (nivel 1) en auténtico amor (niveles 2 y 3), para lo
cual se requiere cumplir las condiciones del encuentro y optar, con la
mayor decisión posible por los grandes valores (nivel 3). De ese modo
superamos la tentación de convertir a la otra persona en medio para
nuestros fines y ofrecer solo sexo a quien viene buscando amor.
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 47

Es una tarea ardua, pero fecunda e ilusionante, la que debe realizarse


en el noviazgo. Si se anticipan las experiencias sexuales matrimoniales,
existe el peligro de enquistarse en el nivel 1 y encrespar el egoísmo. Con
ello se descuida la tarea propia del noviazgo. Ir al matrimonio desde el ni-
vel 1 de conducta tiene mal pronóstico, pues en tal nivel se concede pri-
macía a los propios intereses y se actúa en virtud del cálculo de ventajas
y desventajas. Si un día, ya en el hogar matrimonial, surgen más desven-
tajas de las previstas, el cálculo se desmorona y entra en crisis la unidad.

Hemos de grabar bien esta idea: Si nos movemos exclusiva-


mente en el nivel 1, anulamos en su raíz la formación para el
amor, pues desde un nivel inferior no se puede ni vislumbrar
siquiera lo que sucede en los niveles superiores.

Hemos visto en el capítulo I que lo decisivo en el proceso de for-


mación ética es convertir en ámbitos los meros objetos (es decir, ambi‑
talizarlos) y transformar nuestra actitud ante ellos, creando así nuevas
y más elevadas formas de unión. Esta es la gran tarea de los novios:
transformar la propia conducta para hacerse capaces de crear un modo
de unión tan elevado como es el conyugal.
Esa transformación supone acostumbrarse a vivir experiencias re‑
versibles (en cuya cima se haya la experiencia de encuentro) con una
actitud creciente de generosidad y solidaridad. Ello implica superar la
soledad del nivel 1 y abrirse generosamente, en el nivel 2, al intercam-
bio de posibilidades que implica el encuentro. Sin generosidad, tenderé
a tratar a las personas de mi entorno como si fueran objetos domina-
bles, poseíbles y manejables, con lo cual las rebajo al nivel 1. Se trata
de una manipulación injusta, que puede hacernos caer por un tobogán
envilecedor, como descubrimos al analizar las experiencias de vértigo.

Queda patente que, al adoptar la actitud de egoísmo como nor-


ma de vida e impulso del obrar, el sentir y el preferir, bloqueamos
nuestro crecimiento personal. Esta constatación nos advierte que
vivir solo en el nivel 1 es muy peligroso, pues podemos despe-
ñarnos por la vía del vértigo y caer en los niveles -1, -2, -3, -4. Lo
juicioso es dar el salto al nivel 2, el de la generosidad y la creativi-
dad, el gozo y la felicidad, y consolidar esa decisión ascendiendo
al nivel 3, lo cual supone un logro ético de primer orden, pues
implica la opción incondicional en favor de los grandes valores:
la unidad, la bondad, la verdad, la justicia, la belleza.
48 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

No logró dar ese salto Meursault, protagonista de la novela de Al-


bert Camus El extranjero, un bestseller excepcional en su día. Siente
complacencia en acompañar a María, bañarse juntos en la playa, soste-
ner con ella relaciones íntimas. Parece que se encuentran. Pero, una vez
recluido en la cárcel, afirma que María ya no le interesa. Al perder la
vecindad física y la posibilidad de sentir el halago de ciertas cualidades
de su amante, manifiesta que le es indiferente pensar si esta tiene otras
relaciones o no. Su «amor» hacia María no resistió la prueba de la au-
sencia física, lo que nos induce a pensar que su sentimiento hacia ella
no era auténtico amor personal (que implica encuentro, niveles 2 y 3),
sino mera apetencia, pulsión instintiva característica del nivel 1 4.
Es lamentable, ciertamente, que a tantos niños y jóvenes no se les
abran de par en par las puertas del asombro al ver ante ellos, imponen-
te, la grandeza que adquiere nuestra vida cuando vinculamos el nivel 1
al 2, el 2 al 3, el 3 al 4. Descubrir las altas cotas de grandeza que puede
adquirir nuestra vida cuando ejercitamos una «mirada profunda» y nos
«interesamos por la cara oculta de las cosas y los seres» es la colosal tarea
de la Pedagogía de la admiración 5.
Intenté mostrarlo con cierta amplitud en El secreto de una vida lo‑
grada 6. Aquí solo cabe indicar que, cuando ponemos en juego una in-
teligencia madura (dotada de largo alcance, amplitud y profundidad),
descubrimos con asombro la grandeza que muestra la vida afectiva en
los niveles 2 y 3, y la penosa indigencia de la misma cuando la reduci-
mos a las exiguas posibilidades del nivel 1 y la sometemos a las defor-
midades de los niveles negativos.
Para ser felices debemos ensanchar el horizonte de nuestra vida,
abriendo el espacio interior a las realidades más elevadas. De qué forma
hemos de realizar esa apertura de horizontes lo veremos al descubrir
la conversión de la mera apetencia (nivel 1) en auténtico amor (niveles
2 y 3).

  Cf. nota 9 del cap. II.


4

  «Las necesidades más grandes del hombre —escribe el cardenal Daneels— están ocultas
5

profundamente en él. La felicidad duradera se encuentra un poco más lejos, un poco más hondo
de lo que suponemos [...] Dichoso aquel que da un primer paso en esa dirección». (Cf. Godfried
Danneels, «Necesidad de una mirada profunda», en CONSUDEC, Buenos Aires, 696 [1992]
1244ss).
6
  O.c.
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 49

2.ª clave: Desgajar el primero de los cuatro elementos


del amor conyugal no nos procura felicidad
porque nos empobrece

En un programa televisivo de información sexual, una joven


indicó que dar gusto una persona a otra mediante caricias de
tipo sexual es algo bueno porque crea afecto y cierta atmósfera
de encanto, que hace dulce la vida y nos vuelve optimistas.
Un joven le indicó que realizar tal tipo de caricias obedece a
un impulso instintivo, y, si nos dejamos llevar de nuestros ins-
tintos, bajamos al nivel de los animales. La joven se indignó
sobremanera.

Para tranquilizarla, me hubiera gustado decirle que el ser humano


no puede nunca bajar al plano en que viven los animales. Estos actúan
impulsados por sus instintos, que son «seguros», es decir, aseguran su
existencia individual y la de su especie. El hombre que actúa solo en
virtud de sus instintos no tiene asegurada su existencia ni la de su es-
pecie; queda a merced de sus deseos, que no llevan marcada en sí la
orientación que deben tomar. Se mueve en el puro nivel 1. Este no es el
plano de la vida animal. Es más inseguro. Por eso, quien se mueva en él
necesita un guía que le marque el camino. Tal ayuda se la prestan la in-
teligencia y la voluntad, facultades llamadas (respectivamente) a conocer
el auténtico ideal de la vida (que es el ideal de la unidad) y optar por él.
Esa inteligencia y esa voluntad inspiradas e impulsadas por el ideal
de la unidad (y de la bondad, la verdad, la justicia, la belleza) nos descu-
bren paulatinamente que, si queremos crecer, debemos descubrir cómo
la afectividad, bien entendida, no florece solo en sexualidad, sino en la
creación de una relación de encuentro o amistad, en la proyección co-
munitaria del amor mediante la creación de un hogar, en el incremento
del amor entre los esposos y la donación generosa de vida a nuevos
seres. Al observar cómo estos cuatro elementos se hallan internamente
vinculados, se descubre que forman una estructura, en la cual los cuatro
se exigen y complementan entre sí. Forman, así, un conjunto de sentido.
Es el sentido del amor conyugal.
Veamos cómo se articulan los cuatro elementos y enriquecen su
sentido 7:

7
  Recordemos la experiencia ya descrita en otros lugares, por ejemplo en la obra Descubrir
la grandeza de la vida, o.c., 143ss y, con variantes, en El secreto de una vida lograda, o.c., 278ss.
50 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

1. La sexualidad. Se trata de la tendencia instintiva a unirse corpo-


ralmente con otra persona por la atracción que ejerce sobre el propio
ánimo y las sensaciones placenteras que suscita. Esta unión puede ser
muy emotiva, excitante, embriagadora. Pero la embriaguez nos saca de
nosotros mismos para fusionarnos con la realidad seductora. La fusión
es un modo de unión perfecto en el nivel 1 (como se ve cuando dos
bolas de cera se funden y forman una sola bola de mayor tamaño),
pero sumamente negativo en el nivel 2, pues el empastamiento de una
persona con otra destruye su identidad personal y hace imposible el
amor. En el nivel 2, la unión verdadera la conseguimos al enriquecernos
mutuamente, ofreciendo y recibiendo posibilidades. Para eso debemos
integrar nuestros dos ámbitos de vida, no fusionarlos.
El ejercicio de la sexualidad no exige creatividad por nuestra parte;
se pone en marcha como reacción a un estímulo y sigue un recorrido
prefijado. Puede unir intensamente a las personas al modo del nivel 1,
o sea, por vía de empastamiento, pero estas formas de unión fusional
son muy pobres en calidad por estar alejadas del encuentro y, por tanto,
de la verdadera amistad.

2. La amistad. Para hacernos amigos de una persona que nos atrae,


no debemos considerar su atractivo como una incitación a convertir-
lo en fuente de gratificaciones inmediatas, fáciles, encandilantes, sino
como una invitación a entrar en relación de trato con esa persona en
cuanto tal. Renunciamos, con ello, a la libertad de saciar los instintos de
forma egoísta (sin voluntad de crear una auténtica relación de amistad
con la otra persona), y ponemos en juego una forma más valiosa de
libertad: la libertad interior o libertad creativa. Tal renuncia implica un
sacrificio, pero no una represión, pues (como sabemos) dejar de lado un
valor inferior para conseguir uno superior no bloquea el desarrollo de
nuestra personalidad; lo promueve.

La amistad implica una forma de unidad lograda por vía de inte‑


gración, que no diluye la identidad personal (como sucede en la
fusión), sino la incrementa. Por eso el gran Aristóteles subrayó, en
su Ética a Nicómaco (1156 b), que la amistad «es lo más necesario
para la vida», pero agregó que solo pueden ser verdaderos amigos
los seres virtuosos, es decir, los que asumen como principio de
actuación las condiciones del encuentro, que llamamos valores.

La relación de amistad, como forma privilegiada de encuentro, es


fruto de una actitud creativa. En el nivel 1, cada realidad (por ejemplo,
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 51

una finca) crece a costa de la colindante. En el nivel 2, nos enrique-


cemos tanto nosotros como las realidades con que nos encontramos,
pues nuestra actitud es de respeto, estima y colaboración. Mediante el
encuentro y la amistad ampliamos nuestros límites y nuestro horizonte
vital, en medida directamente proporcional a la riqueza de cada uno.
Por eso, en este nivel no tiene sentido el resentimiento ante los valores
de los demás que parecen superarnos. Lo que procede es adoptar la
actitud contraria: la de agradecimiento. Nosotros crecemos como per-
sonas merced a los ámbitos que nos rodean y nos ofrecen todo tipo de
posibilidades. Entre ellos sobresalen, por su fecundidad, los ámbitos
de rango superior que llamamos personas. Uniéndonos a ellas creati-
vamente, formamos comunidades. Cuando sigue un proceso normal
de crecimiento, el ser humano se desarrolla comunitariamente, es decir,
creando vida comunitaria.

3. La proyección comunitaria del amor. Por esta profunda razón,


cuando la atracción primera pierde su carga egoísta y se convierte en
amor a la persona en cuanto tal (no solo a las cualidades atractivas de
la misma), tiende de por sí a otorgar a la relación de amor una proyec-
ción comunitaria, creando un hogar. Un hogar es una morada que se
ha convertido en lugar de creación de vínculos amorosos. Razón tenía
Martin Heidegger cuando afirmaba que en la vida humana lo primero
es habitar (crear un ámbito de interrelación); lo segundo es construir un
espacio para habitar en él. Los que se aman crean una interrelación de
auténtico amor: habitan el espacio que abren entre los dos. Luego se
procuran un lugar que dé cuerpo expresivo a dicha relación, y habitan
en él  8.
Decían bien los latinos que el hogar (focus) es el lugar donde arde
el fuego (focus) del amor. En esta línea escribe certeramente el filósofo y
pedagogo alemán Otto Friedrich Bollnow que, para gozar de equilibrio
espiritual, los seres humanos necesitamos saber que, en algún lugar de
la tierra, hay un sitio donde se nos quiere incondicionalmente, por ser
quienes somos, no por lo que somos. Ese lugar no es otro que el hogar.
En él se crea la «atmósfera pedagógica» que da título a su obra 9.

4. La fecundidad del amor en dos aspectos: incrementar la unión entre


los esposos y dar vida a nuevos seres. Visto de esta forma, el hogar es el
8
  En mi obra El triángulo hermenéutico (Editora Nacional, Madrid 1971) 467-496, describo
la discusión sostenida por Ortega y Gasset y Heidegger en 1951, cerca de Baden-Baden, sobre la
primacía del habitar sobre el construir.
9
  Die pädagogische Atmosphäre (Quelle und Meyer, Heidelberg 41970).
52 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

único lugar de la tierra que cumple las condiciones para que se dé el


cuarto elemento del amor: promover la unidad entre los esposos y dar
vida a nuevos seres, con lo que esto supone de acogimiento, cuidado y
formación. Si lo pensamos bien, el hecho de que dos personas, incluso
las más iletradas, sean capaces de generar un ser capaz de pensar, sentir,
querer, hablar, elaborar proyectos, tomar distancia frente al entorno
cercano y al universo entero, incluso los propios padres y el Crea-
dor…nos llena de sobrecogimiento, y nos lleva a intuir que la poten-
cia sexual humana no puede ser reducida a mero medio para el logro
de gratificaciones huidizas. Se halla en la región de los orígenes de la
vida, la vida biológica y la espiritual, la individual y la comunitaria, la
personal y la de la especie. Esto nos lleva a adivinar que la actividad
sexual no se limita a un juego de potencias; es el lugar de vinculación
de dos personas, vinculación tan fecunda que crea relaciones estables
de amistad personal, convierte la morada en hogar, da al amor toda su
fecundidad.

Al ver así cómo han surgido, mutuamente vinculados, los di-


versos elementos del amor, aceptamos gustosamente que estos
forman entre sí una estructura, una constelación de elementos
que se exigen y complementan de tal forma que, al desgajar
uno de ellos, se desmorona el conjunto. Si, para procurarnos
egoístamente (con el espíritu propio del nivel 1) fugaces sen-
saciones placenteras, desgajamos el primero de los aspectos del
amor conyugal (la sexualidad) y nos despreocupamos de los
otros tres (la creación de amistad y de un hogar, el incremen-
to de la unión esponsal, la donación de vida a nuevos seres),
despojamos nuestra relación amorosa de esa capacidad de tras-
cendencia que tanto acaba de asombrarnos: pierde creatividad,
nos aleja del ideal de la unidad (principio de nuestra excelencia
personal) y nos rebaja al nivel 1, con riesgo de caer en la sima
de los niveles negativos.

Resulta obvio que ese desgajamiento de la sexualidad es violenta-


mente injusto con el ser humano, que solo vive y se desarrolla como
persona al crear toda suerte de encuentros. Esa sexualidad desgajada no
merece el nombre de amor, sino (a lo sumo) de erotismo pasional. A pe-
sar de la apariencia de ternura que pueda presentar en casos, el erotismo
(así entendido) se enfrenta a la condición abierta de la sexualidad hu-
mana: tiende a desbordar nuestros límites individuales y constituirnos
como personas, en el sentido pleno de seres comunitarios.
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 53

Si analizamos el sentido de la sexualidad a la luz del dinamismo de


nuestro desarrollo personal, observaremos que el ejercicio de la misma
solo nos cierra en nosotros mismos cuando nos movemos exclusiva-
mente en el nivel 1. Cuando vivimos con la actitud del nivel 2, la
sexualidad nos une íntimamente con la persona amada; nos inserta
en una comunidad de vida familiar, que se abre a otras comunidades
familiares para formar la gran familia de los allegados y amigos. A esta
luz, nos identificamos gustosamente con este pensamiento de Gustavo
Thibon:

Nosotros no queremos una plenitud sexual que se compre al pre-


cio de la plenitud humana; no sentimos ningún gusto por costumbres
que, bajo pretexto de satisfacer plenamente al sexo, vacían al hombre
de todo lo demás. Únicamente el matrimonio puede al mismo tiem-
po satisfacer el instinto sin degradar a la persona [...] El matrimonio
debe encaminarse a la plenitud sexual, pero a una plenitud sexual que
sea al mismo tiempo una plenitud humana, es decir, que debe repo-
sar sobre el atractivo de los sexos, pero sobre ese atractivo asumido,
coronado y superado por el espíritu 10.

— El entreveramiento de los cuatro elementos del amor

Ahora podemos contestar adecuadamente a la joven del programa


televisivo. Si prendemos la atención en las ganancias inmediatas, pare-
ce que ofrecer a otra persona el obsequio de un goce erótico «no hace
daño a nadie» (como se dice a menudo) y, en cambio, reporta bene-
ficios psíquicos evidentes. Pero el análisis conjunto que acabamos de
realizar nos hace ver que el desgajamiento de la sexualidad es un acto
que compromete la vinculación de los cuatro elementos. Actúa violen-
tamente, y, aunque parezca tierno, en realidad no lo es, a juzgar por
sus consecuencias. De hecho, el cultivo de las complacencias sexuales
suele apegar a muchos jóvenes a las ganancias inmediatas del nivel 1
y alejarlos, con ello, de la promoción de la verdadera amistad, la pro-
yección comunitaria del amor, la creación de nuevas vidas (nivel 2).
Dicho en lenguaje coloquial, lo que hay de malo en las complacencias
eróticas no es tanto que signifiquen una autonomización de la sexua-
lidad, cuanto su capacidad seductora, su poder de fijar nuestra mente y
nuestro corazón en experiencias superficiales, muy poco creativas, en
contraste con su fuerte atractivo y su poder exaltante. Resulta difícil,
10
  Sobre el amor humano (Rialp, Madrid 31961) 64, 140s.
54 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

sobre todo para los jóvenes, ver el lado negativo de experiencias que
exaltan los sentidos y nos adentran en mundos sumamente promete-
dores. Necesitamos ver en conjunto el proceso humano de desarrollo y
captar el papel que juegan en él tales experiencias. Entonces es cuando
podemos descubrir el riesgo que encierran bajo su apariencia encan-
dilante.

3.ª clave: Al escindir la sexualidad del amor y la procreación,


se la empobrece peligrosamente

Cuando no pensamos de modo relacional, nos parece obvio


que independizar la sexualidad de otras actividades humanas
(como el amor y la procreación) es enaltecerla. No reparamos
en que tal independencia se traduce en empobrecimiento y ba-
nalización, como si tomamos aparte la melodía de una obra
polifónica. Conserva un significado, pero ha perdido su sentido
profundo dentro de la obra.

Aunque su inteligencia los capacite para distinguir la sexualidad


y el amor, los novios que conocen el proceso de desarrollo humano
advierten pronto que no tiene sentido escindirlos. Ponen en juego su
inteligencia madura (con su capacidad de largo alcance, amplitud y
profundidad) y no quedan presos en las ganancias inmediatas; ven más
allá, contemplan la vida en conjunto y determinan con firmeza que lo
decisivo es integrar los deseos, impulsos y apetencias en una vida orien-
tada hacia la realización del ideal. Tomar a la otra persona como medio
para procurarse una gratificación no nos mantiene en el nivel 2 (el del
encuentro), no nos eleva al nivel 3 (el de la opción por los grandes va-
lores y el ideal de la unidad); nos rebaja al nivel 1. Perdemos, con ello,
la tensión hacia lo alto, hacia la creación de los modos de unidad que
dan plenitud a nuestra vida.
La sexualidad, tomada a solas, se quema a sí misma; se hace insa-
ciable y acaba defraudando a quien se entrega al vértigo del goce, con-
siderado superficialmente como una meta 11. Aboca, así, al tedium vitae
11
  «Una de las tareas más importantes de esa época de maduración —escribe el Dr. Affe-
mann— la constituye la integración de la sexualidad con otros sectores no sexuales de la perso-
nalidad. Cuando no se produce esa integración, la sexualidad queda separada del resto de la per-
sonalidad, se convierte entonces en autónoma y, debido a sus leyes propias, sigue unos derroteros
que muy frecuentemente apenas si son controlables por la conciencia» (Cf. La sexualidad en la
vida de los jóvenes, o.c., 206).
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 55

(la apatía vital) y la indiferencia ante los grandes valores. Nada extraño
que quienes consideran la sexualidad como un medio para sus fines
(nivel 1) se sientan decepcionados del amor; mejor dicho, de la pobre
imagen que ofrece el amor cuando lo reducimos a un instrumento de
goce. Muchas personas viven normalmente la vida matrimonial, pero,
en la edad madura, acaban pensando que el amor da poco de sí, es fruto
de una efervescencia pasional efímera. A la luz de los análisis realizados
anteriormente, no es el amor el que falla, sino nuestra forma miope de
buscar la felicidad, conforme a planteamientos inspirados en el nivel
1, que, por orientarse al falso ideal de servirnos a nosotros mismos, no
promueve la libertad creativa ni la actitud de generosidad que impulsa
el encuentro12.

a) Escindir la sexualidad del amor y la procreación


no tiene sentido

Se afirma, a veces, que los animales no saben distinguir el ejercicio


de la sexualidad y la procreación, pero el hombre, merced a su inteli-
gencia, es capaz de distinguirlos e, incluso, de escindirlos. Tal capacidad
(se afirma) supone un paso adelante en su autonomía y su libertad
personal. En la misma línea, se sostiene que algo semejante sucede con
la relación entre la sexualidad y el amor.
Parece olvidarse que la misma inteligencia que permite realizar estas
distinciones alumbra razones suficientes para mostrarnos que la unión
de la sexualidad con el amor no supone amenguar la vitalidad sexual,
sino, por el contrario, darle su sentido justo. Destacados psiquiatras ac-
tuales afirman que la sexualidad humana, si se la desgaja de la amistad y
el amor, acaba destruyéndose por falta de sentido personal. En el caso de
los novios, el ejercicio prematuro de la sexualidad los lleva fácilmente a
pensar (según hemos dicho) que ya han conseguido todo de la relación
con la otra persona y dejan de realizar las grandes tareas de ese período
de preparación: aprender a ser creativos en común, entender el amor
como una forma de encuentro (con cuanto este implica), descubrir la
necesidad de incrementar la calidad de la unidad... Debido a ello, co-
rren peligro de reducir el amor (nivel 2) a mera apetencia y saciedad de
12
  «Los instintos y las pasiones del hombre están hechos para el espíritu —escribe Gustavo
Thibon—; su estado normal es estar abiertos y transparentes a esta fuerza inmaterial que los com-
pleta y los corona». «El matrimonio debe encaminarse a la plenitud sexual, pero a una plenitud
sexual que sea al mismo tiempo una plenitud humana, es decir, que debe reposar sobre el atracti-
vo de los sexos, pero sobre ese atractivo asumido, coronado y superado por el espíritu» (Cf. Sobre
el amor humano, o.c., 64).
56 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

los impulsos instintivos (nivel 1). De esta forma, la vida amorosa deja
de cumplir el papel decisivo que le compete en el proceso de crecimien-
to y maduración personal. Veámoslo un tanto de cerca.
Actualmente, suele considerarse como un progreso (un crecimiento
en libertad y autonomía) desligar la sexualidad del amor conyugal y de
la donación de vida a nuevos seres. ¿Tiene sentido hacerlo? Significado sí
lo tiene, en cuanto para una persona puede significar mucho reducir la
sexualidad a mero medio para acumular sensaciones placenteras. Pero
confundir este significado con el sentido supone una lamentable miopía
intelectual, entendida como la incapacidad de ver a lo lejos, más allá
de las ganancias inmediatas. Si vemos la sexualidad en el conjunto de
nuestro proceso de desarrollo, descubrimos que el ejercicio egoísta de
la sexualidad (realizado con mera libertad de maniobra, propia del nivel
1) no nos ayuda a encontrarnos con los demás y nos empobrece grave-
mente a todos como personas.
No tiene, por tanto, sentido pues no está bien orientado, dirigido a
nuestro crecimiento pleno mediante la realización del ideal de la uni-
dad o del encuentro (actividad propia de los niveles 2 y 3). No nos
lleva a la felicidad sino a la amargura, pese a la sensación de euforia que
pueda, en principio, producirnos. Nos entrega a un proceso de vértigo,
que al principio no nos exige nada, nos promete todo y nos deja, al
final, vacíos. En el recorrido de las doce fases descubrimos que, en el
nivel 1, el yo se recluye en sí mismo, no se abre a las realidades que le
facilitan posibilidades creativas y queda privado de la felicidad que se
da en el encuentro.
Es, pues, una ilusión falsa dar por hecho que se vive plenamente al
tomar la sexualidad como un fin y desgajarla del auténtico amor. El mo-
delo de esta actitud unilateral (Don Juan, El Burlador de Sevilla, según
la versión original de Tirso de Molina) parece un triunfador, y lo es en el
nivel 1, desconectado de los niveles 2, 3 y 4. Pero, al final de la obra, entra
en colisión abierta con la figura del Comendador, representante de estos
niveles, y sucumbe. En lenguaje humanístico, decimos que «destruye su
personalidad». En lenguaje religioso, afirmamos que «pierde su alma».

b) Ser capaz de escindir sexualidad y amor no equivale


a estar legitimado para hacerlo

Se intenta, a veces, justificar la escisión de la sexualidad y el amor


diciendo que, a diferencia del animal, el ser humano puede, merced a
su inteligencia, separar la sexualidad y la procreación. Nada más cierto,
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 57

pero ser capaz de distinguir dos aspectos de la vida humana no equivale a


tener derecho a escindirlos. Podemos afirmarlo, pues nuestra inteligencia
nos permite pensar y expresarnos. Pero no es «inteligente» llevarlo a
cabo, ya que esa misma inteligencia considera insensato identificar dos
aspectos del ser humano bien distintos.
El verbo «poder», en español, es ambivalente: significa ser capaz de
hacer algo y estar legitimado para ello. Si queremos evitar confusiones,
hemos de utilizar dos términos: poder y deber. Por ejemplo: Puedo to-
mar a una persona como «medio para mis fines» y rebajarla así al nivel
1, pero no debo hacerlo, es decir, no tengo derecho a ello. Como sabe-
mos, esto sucede en otras lenguas. En alemán, por ejemplo, können sig-
nifica ser capaz de hacer algo; dürfen indica estar legitimado para ello.

c) Los deseos no llevan en sí su propia justificación

Cuando vivimos solo en el nivel 1, tendemos a pensar que la felici-


dad consiste en saciar los impulsos y satisfacer los deseos. Tal saciedad y
satisfacción acaba adquiriendo para nosotros valor de meta o ideal de la
vida. Esta precipitada inducción nos lleva a suponer que, por el hecho
de sentir un deseo (sobre todo, si es intenso), estamos autorizados a
cumplirlo. Es la actitud básica del «hedonismo», la inclinación a tomar
lo agradable como criterio máximo de conducta. Si a la pregunta «¿por
qué lo has hecho?» respondo, sin mayor explicación, «porque me gus-
taba», dejo a las claras que he puesto el gusto y, consiguientemente, lo
agradable en la cima de la escala de valores.

d) La satisfacción de los deseos produce, con frecuencia, frustración

En casos, la satisfacción de los deseos relativos a la sexualidad no


depara la felicidad que uno espera, y tal frustración provoca sentimien-
tos penosos de baja autoestima. Para justificar este desencanto, se afir-
ma, a veces, que el deseo sexual «abarca más que la mera satisfacción,
pues suscita la voluntad de unirse a la persona que atrae». Esto es cierto,
pero solo cuando uno, al tratar con «objetos», adopta las actitudes pro-
pias del nivel 1, y, al relacionarse con «ámbitos» o «realidades abiertas»,
adopta las actitudes adecuadas al nivel 2. El deseo sexual, vivido en este
nivel 2, se dirige a toda la persona y tiende a crear una relación íntima
con ella, un verdadero encuentro. Al crear relaciones de encuentro, sen-
timos alegría, entusiasmo y felicidad, y colmamos nuestra actividad de
58 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

sentido, más allá del mero significado que pueda tener para nosotros una
acción por ser placentera.
Si uno se mueve solo en el nivel 1, no imprime a sus deseos esa
tensión hacia la unión personal. Se contenta con la fusión embriagadora
propia de las experiencias fascinantes que suelo llamar «vértigo». Esta
tendencia a la unión fusional amengua la amplitud del deseo. Más que
un deseo de toda la persona, es una mera pulsión instintiva (nivel 1).
Esta no crea relaciones personales auténticas (nivel 2), realizadas con la
energía interior que procede de la opción por los grandes valores (nivel
3). Por eso, tal pulsión deja en vacío a quien la sacia y lo lleva a repetir las
experiencias gratificantes una y otra vez, para hacerse la ilusión de que el
goce es duradero, da consistencia a la persona y tiene, por tanto, sentido.
Estamos ante el drama del «gozador voluble», que quiere dar densi-
dad y relieve a cada experiencia gozosa mediante la mera repetición. Es
la reacción propia del hombre entregado al proceso de vértigo: quiere
dominar y manejar cuanto le apetece a fin de disfrutar con ello, pero
pronto se ve entregado a la tristeza, la angustia y la desesperación.

Conocer en pormenor el proceso de vértigo es una clave de


orientación inmensamente valiosa para los jóvenes 13.

Cuando se habla hoy de la «banalización de la sexualidad», se alude


a la tendencia a vivir la afectividad en el mero nivel 1, con su afán de
dominio, posesión, manejo y disfrute. En este nivel se dan múltiples
impulsos instintivos, pero todos ellos carecen de energía creativa. Por
eso se afirma que no pueden satisfacer los anhelos más profundos del ser
humano; mejor: del ser humano que anhela moverse en los niveles 2 y 3. Si
uno se mueve solo en el nivel 1, suele considerar como su estado normal
el tener impulsos y saciarlos. Este es su «mundo», el estrecho circuito
vital en que se mueve. Si oye hablar de que el deseo apunta a niveles de
vida superiores, suele pensar que se trata de un «cuento de hadas».

e) Al plantear los deseos en el nivel 1 y de forma insaciable


e ilimitada, creemos poder convertirlos en derechos

Si se entiende la libertad de maniobra como un valor absoluto, se


considera como obvio y justificado vincular la libertad sexual absoluta

13
  Puede verse una amplia descripción de los procesos de vértigo y de éxtasis en mis obras:
Inteligencia creativa, o.c.; Vértigo y éxtasis, o.c.
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 59

con el derecho al aborto. Adviértase cómo la tergiversación de los con-


ceptos lleva de la mano a cometer graves errores intelectuales y éticos.
Se afirma, a menudo, que podemos hacer con nuestro cuerpo lo que
queramos. Por el mero hecho de utilizar el verbo hacer, situamos el
discurso en el nivel 1, en el cual efectivamente disfrutamos de libertad
de maniobra sobre los objetos que poseemos. Y, al amparo de que el
cuerpo humano presenta ciertas condiciones comunes con los meros
objetos (es mensurable, asible, pesable, manejable, situable en un lugar
o en otro...), se da por hecho que es también un objeto. Este artero
trastrueque manipulador deja preparado el terreno para asumir la des-
afortunada expresión francesa «hacer el amor». Si el amor no se crea,
sino se «hace» (expresión propia del nivel 1), abrigamos la ilusión de
que podemos hacer el uso que queramos de él. Luego nos arrogaremos
el derecho a hacer lo que nos parezca conveniente con el fruto del ayun-
tamiento corpóreo arbitrario: el embrión y el feto.
Esta falta de precisión en el discurso, provocada sobre todo por
el uso indiscriminado y manipulador del término talismán «libertad»
(que raras veces es matizado debidamente), nos lleva a una extrema
confusión en el pensar y en el hablar14.

En este clima confuso no es posible formar debidamente a los jó‑


venes. De ahí que nuestra primera tarea haya de ser recobrar
un lenguaje claro, preciso, bien matizado, y adquirir el arte del
buen pensar. Visto solo en el nivel 1 y reducido a mera pasión,
el amor está lejos de ser «la luz de la vida»15; es, más bien, fuente
de confusión y múltiples malentendidos. En ese nivel, el amor
queda reducido a simple atracción sexual, emancipada de la
amistad, la proyección comunitaria (la creación de un hogar) y
la fecundidad (el incremento de la unidad entre los esposos y la
creación de nuevas vidas).

En un debate televisivo sobre la fidelidad conyugal observé que


mis colegas de mesa confundían abiertamente el amor y la pasión. Les
advertí que es necesario distinguir ambos conceptos. Al ver que se ne-
gaban a ello por principio, induje que se movían exclusivamente en el
nivel 1 y no iban a entender cuanto les dijera sobre el amor como activi-

14
  Una descripción amplia de los términos «talismán» y de diversos procedimientos mani-
puladores puede verse en mi obra La tolerancia y la manipulación, o.c. Un análisis preciso de los
diversos sentidos del término libertad se halla en mi trabajo «El descubrimiento de las formas
superiores de libertad»: Pensar y educar 4 (2011) 71-89.
15
  Expresión de Benedicto XVI en la encíclica Deus caritas est, n.5.
60 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

dad creativa (propia del nivel 2), pues bien sabemos que desde un nivel
inferior no se puede comprender lo que sucede en un nivel superior.
Esta clave explica múltiples carencias en la vida humana.

f ) Las pulsiones instintivas hemos de encauzarlas hacia


la creación de diversas formas de encuentro

Con el fin de justificar esa vida centrada en los deseos (propia del
nivel 1), se tiende a vincular estos con la sexualidad liberada de trabas,
espontánea y jovial, que opone (al modo pseudorromántico) la libertad
a las normas, por suponer que estas agostan la jugosidad de la vida
espontánea. Hay, en esta posición, varios malentendidos perturbadores
que debemos superar.

1. La espontaneidad vital de una planta que estalla en brotes al


llegar la primavera nos deleita, pero no es un criterio de vida; es
una pura reacción vegetal.
2. La espontaneidad de la persona que no tiene segundas inten-
ciones y reacciona a nuestras palabras con franqueza, con la
alegría de quien mira al frente con espíritu constructivo, nos
encanta por su sinceridad y transparencia. Pero este tipo de es-
pontaneidad, propia del nivel 2, se halla muy por encima de la
actitud de quienes dan por hecho que los impulsos y sensacio-
nes sexuales son reacciones irracionales, no sometibles a razón
alguna que pretenda comprenderlas ni a normas que intenten
encauzarlas (nivel 1).

Ciertamente, tales sensaciones e impulsos surgen en nosotros, a


menudo, de forma imprevista e impetuosa, como si no fueran someti-
bles a género alguno de orden y medida. Pero la teoría de los niveles de
realidad, bien asentada en la experiencia de los doce descubrimientos,
nos permite ver algo decisivo para nuestra vida: esas energías (nivel 1)
podemos y debemos encauzarlas hacia la creación de diversas formas de
encuentro (nivel 2), siempre bajo la inspiración y el impulso del ideal de la
unidad (nivel 3). Esto nos basta para poner orden en nuestra vida e
insertar la sexualidad en el conjunto del amor conyugal, con sus cuatro
elementos: sexualidad, amistad, proyección comunitaria del amor, fe-
cundidad del amor.
Si, tras esta inserción, logramos ver el amor conyugal como un va-
lioso conjunto de sentido, advertiremos que la sexualidad humana está
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 61

llamada a desempeñar un papel destacado en el proceso de desarrollo


personal. Este proceso se bloquea si nos entregamos a la seducción
de las ganancias inmediatas del instinto. De este riesgo nos salva la
atenencia libre a normas fecundas que no intentan amenguar nuestra
energía vital sino elevarla al nivel 2, el de la creatividad. En este nivel,
la libertad de maniobra (vigente en el nivel 1) se transfigura en libertad
creativa. Se transfigura debido a la tendencia del hombre a crecer, a
desarrollarse, no por una coacción exterior. Y a ello se debe que esa
transformación no ejerza en nuestra vida un papel represor y domina-
dor, sino liberador.
El término «libertad» y sus derivados (como libre y liberación) de-
ben ser matizados de acuerdo a las condiciones de los distintos niveles.
Cuando uno se libera de trabas en orden a la saciedad de los instintos,
se siente liberado (en cuanto se ve dotado de libertad de maniobra), pero
puede ser dominado por la fuerza incontrolada de tales pulsiones. En
tal caso, carece de libertad creativa. El hombre libertino se siente do-
minador, pues se mueve por encima de toda norma restrictiva y tiende
a convertirlo todo (incluso las personas) en medio para sus fines. Se
considera el centro del mundo. Y lo es, pero solo del «estrecho mundo»
que él mismo diseña a diario para sí. La estrechez (o falta de horizontes
amplios) de ese mundo propio del nivel 1 puede llegar a resultarle as-
fixiante, por la profunda razón de que ese mundo no es «humano», por
faltarle los niveles 2 y 3. Es, por tanto, miope, unilateral y superficial:
tres condiciones opuestas a las tres cualidades de la inteligencia madura:
largo alcance, amplitud y profundidad.
Los deseos que pretenden liberarse de toda medida no se integran
en la corriente creativa del nivel 2 y se convierten en inhumanos: nos
tiranizan con sus exigencias y, al final, cuando parece que nos llevan
a una vida efervescente y eufórica nos dejan en vacío y nos agostan.
La única forma de ocultar tal agostamiento es repetir obsesivamente
las experiencias de saciedad de los deseos. Al observar la necesidad de
tal repetición, se llega a considerar la saciedad de los deseos como un
«derecho» de todo ciudadano. Considerar como un derecho poder lo-
grar cuanto nos resulta apetecible se considera hoy como una actitud
liberal, en el sentido radical de promotora de libertad. Y lo es, pero
solo de «libertad de maniobra». Para exaltarla, se la contrapone a toda
forma de represión. Estamos ante una «valoración por vía de oposición
o rebote» que resulta efectista, pero no debe llevarnos a pensar que la
libertad de maniobra es, sin más, la libertad humana por excelencia. Es
solo la libertad propia del nivel 1; una forma elemental (nada creativa)
de libertad.
62 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

El subjetivismo relativista nos lleva a pensar que lo importante


es elegir sin traba alguna, no lo que se elige. Cuando uno elige
algo con toda decisión (por estar convencido de que es propio
de toda persona ejercer esa libertad sin cortapisas), da la impre-
sión de que está él mismo creando el derecho a hacerlo, tanto más
si quien se lo niega es rechazado, en su entorno, como represor
de una forma legítima de libertad. Al ponerse el yo del hombre
en el centro del universo, puede alguien llegar a pensar que, al
elegir algo libremente (con libertad de maniobra), justifica tal
elección porque es él quien realiza el acto de elegir. Conviene,
por ello, advertir que no es la intensidad del acto de elección la
que justifica el hacerlo sino la calidad de lo elegido.

Frente a esta exaltación del yo humano, conviene sobremanera adver-


tir que cuando hicimos la experiencia del ascenso al nivel 2 (por ejemplo,
al declamar un poema o interpretar una obra musical), advertimos que
no somos dueños de nuestra vida de amor, que es vida de encuentro. El
encuentro surge de la interacción de dos personas que se tratan con gene-
rosidad, cordialidad, fidelidad… Esa interacción no se reduce a una suma
de dos sujetos. Los transforma y eleva a un nivel superior, el formado
por el nosotros. Esta realidad nueva, llena de virtualidades, no la producen
el yo y el tú que se encuentran. Estos participan en ella y se enriquecen.
Cuando dos personas, distintas y responsables, se unen voluntaria-
mente entre sí mediante una entrega incondicional, lo hacen confiadas
en que existe el fenómeno del encuentro personal, que los envuelve nu-
triciamente a ambos y los perfecciona interiormente, al instalarlos en un
campo de juego que supera la escisión entre el aquí y el allí, el dentro y el
fuera, lo mío y lo tuyo. De ahí que la entrega esponsal sea arriesgada pero
no insensata, porque los contrayentes saben que existe el encuentro como
ámbito de vida en el cual ambos se sentirán amparados y perfeccionados.

4.ª clave: La única garantía de que el amor perdure


es que sea auténtico. No somos unos ilusos
por creer en la posibilidad del amor

Millones de jóvenes compatriotas míos rehúyen casarse por te-


mor a que no haya una garantía de que el amor perdure (Maggie
Gallagher, The enemies of eros [Bonus Books, Chicago 1989]).
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 63

Al orientar nuestra afectividad conforme a la clave anterior, la vida


de convivencia adquiere la solidez necesaria para que el amor man-
tenga su calidad (e, incluso, la incremente) y, con ello, perdure. La
perseverancia en el amor no es cuestión de «aguante» (término propio
del nivel 1) sino de «fidelidad creativa» (actitud propia de los niveles
2 y 3). Cuando los novios descubren la conexión entre la calidad del
amor y la perseverancia, constatan que no son unos ilusos por creer
en el amor, por confiar en la posibilidad de mantenerlo a través del
tiempo, pese a las deficiencias que puedan tener en su vida diaria. Se
trata de una confianza realista, fundada en la luz que van adquiriendo
a lo largo del proceso de formación.
Actualmente, millones de jóvenes temen ser unos ilusos si esperan
que lo que entienden por «amor» al casarse va a perdurar. Sienten
ilusión por unirse, pero, a la vista de lo que sucede a su alrededor, sos-
pechan que este sentimiento puede trocarse pronto en amarga frustra-
ción. De ahí su interés por saber si hay alguna garantía de que el amor
perdure. Es sensata esta pregunta, pues estar formado significa saber
prever, ver a lo lejos, que es una de las cualidades de la inteligencia
madura. A la luz de lo expuesto hasta ahora, podemos clarificar sa-
tisfactoriamente esta desazonante cuestión, que podríamos formular
de este modo: «¿Somos unos ilusos cuando ponemos ilusión en el
amor?».
Si uno se mueve solamente en el nivel 1, es ciertamente un iluso.
No lo es si se cuida de ascender a los niveles 2 y 3, en virtud de la ten-
dencia natural a crecer como personas. El que confunda el amor con-
yugal (niveles 2 y 3) con la mera pasión (nivel 1) carece de base para
confiar que el amor perdure, pues la pasión es efímera de por sí. Ac-
tualmente, numerosos libros, revistas divulgadoras, incluso métodos
de formación sexual tratan minuciosamente los aspectos biológicos y
psicológicos del ejercicio de la sexualidad (nivel 1), pero apenas aluden
al sentido de la relación amorosa (niveles 2 y 3). Transmiten a niños
y jóvenes multitud de imágenes superficiales que suelen incitarlos a
vivir tal relación de forma hedonista, atenta solo a la propia gratifi-
cación (nivel 1). Lamentablemente, buen número de jóvenes ven un
significado en esa actividad amorosa, pues significa mucho para ellos
por resultar atractiva, pero no reparan en que se les está hurtando el
verdadero sentido de la misma (niveles 2 y 3).
Una actividad sin sentido es literalmente insensata y no puede
conducirnos a la felicidad, sino a la amargura. Eminentes psiquiatras
subrayan actualmente que una vida sin sentido es una vida ilusa, y la
falsa ilusión destruye la auténtica felicidad, sentimiento propio de los
64 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

niveles 2 y 3 16. Por eso, la formación auténtica busca el sentido de la


vida. No solo muestra cómo se realiza una acción y qué sensaciones
produce; subraya el sentido que ostenta en el conjunto de nuestra vida.
¿Cuándo tiene sentido el ejercicio de nuestra afectividad?
La contestación es clara: cuando está bien orientado. «Tener sentido»
una acción y «estar bien orientada» son expresiones equivalentes. En
este momento suelen preguntar los jóvenes: «¿Qué hemos de hacer para
orientar debidamente la afectividad?». Aquí es donde empieza, estricta-
mente hablando, el proceso de formación para el amor. A mi entender,
no debemos los educadores limitarnos a responder directamente a esa
pregunta, con objeto de que los jóvenes sepan de forma rápida a qué
atenerse. En muchos casos, nuestras palabras no les transmitirían sino
conceptos vacíos. Debemos ayudarles a descubrir que nuestra afectivi‑
dad está bien orientada y llena, por tanto, de sentido cuando todas sus ma‑
nifestaciones tienden, en última instancia, a realizar el ideal de la unidad.
Esta última frase es gramaticalmente sencilla y parece muy clara,
pero, si la escucha una persona que no ha realizado los doce descubri-
mientos y vivido las transfiguraciones correlativas a los mismos, le re-
sultará incomprensible. En cambio, el que haya constatado en sí mismo
que el ascenso del nivel 1 al nivel 2 significa una conversión de los ob-
jetos en ámbitos, una liberación del afán posesivo, una apertura creativa
a los seres del entorno..., está bien dispuesto para descubrir que el paso
de la mera atracción hacia otra persona al auténtico amor supone una
transfiguración interior, una verdadera purificación 17. No se trata sola-
mente de adquirir ciertos conocimientos de moral y recibir normas que
encaucen nuestra conducta.

Lo decisivo es advertir que amar a una persona tiene una cali-


dad muy superior al atractivo que pueden suscitarnos sus bellas
cualidades.

Hoy se advierte cierta ceguera respecto al valor que alberga el amor


comprometido. No se sabe amar (niveles 2 y 3) porque se cultiva, a la
vez, la entrega al vértigo (entrega fusional a lo seductor) y el dominio de

16
  Véanse, por ejemplo, las obras siguientes: Rudolf Spaemann, La sexualidad en la vida de los
jóvenes (Sal Terrae, Santander 1979); Viktor Frankl, Der Mensch vor der Frage nach dem Sinn,
o.c.; El hombre en busca de sentido, o.c. (versión original: Man´s search for meaning, o.c.); Enrique
Rojas, El amor inteligente (Temas de Hoy, Madrid 211998).
17
  Recuérdese que el empeño del genial Mozart en su obra La flauta mágica fue poner de
manifiesto que el amor conyugal logrado tras un período de purificación presenta una belleza
semejante a la de su música incomparable. Véase mi obra El poder formativo de la música. Estética
musical (Rivera Editores, Valencia 22010) 353-368.
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 65

las fuentes de la seducción (nivel 1). Se quiere disponer de cuanto excita


y embriaga. Pero esta embriaguez es una entrega a una unidad de fusión,
que es perfecta en el nivel 1 pero destructiva en los niveles superiores.
Por eso provoca desconcierto, amargura y desesperación.

A la luz de lo antedicho, la expresión concisa de esta clave pue-


de ser la siguiente. En la vida humana no hay garantías absolu-
tas. Tenemos cierta garantía de que la convivencia matrimonial
perdure si el amor es auténtico, por integrar los niveles 1, 2 y
3. En el nivel 3 se opta incondicionalmente por el valor de la
unidad, que implica los valores de la bondad, la verdad, la jus-
ticia, la belleza. Esa opción lleva consigo extremar el cuidado de
la unidad, cumpliendo esmeradamente las condiciones del en-
cuentro (es decir, las virtudes de la generosidad, la fidelidad, la
cordialidad...) y evitando las actitudes que lo entorpecen o anu-
lan, o sea los vicios: el egoísmo, la infidelidad, la hosquedad...

Las actitudes viciosas solemos adoptarlas cuando nos movemos


en el nivel 1 y pretendemos encontrar la felicidad directamente, como
quien encuentra un objeto. En el nivel 1 suele plantearse banalmen-
te el tema de la felicidad, a la que se confunde con el mero «pasarlo
bien». Entonces es fácil identificar el gozo del encuentro (nivel 2) con el
goce de la sexualidad autonomizada (nivel 1). Tal confusión nos lleva a
buscar la felicidad por la vía falsa de los distintos modos de vértigo. Al
movernos en el nivel 2, descubrimos que la felicidad se nos da oblicua-
mente (por así decir), sin pretenderla directa e inmediatamente. Cuan-
do olvidamos nuestros intereses y cuidamos los de otros, ponemos las
bases de un verdadero encuentro, cuyo fruto más valioso es la felicidad.
Se subraya, a menudo, la necesidad de «purificar el amor», pero solo
con la teoría de los niveles de realidad se acierta a ver lo que significa tal
purificación en el plano humanista, que podemos compartir con las per-
sonas no creyentes. Cuando uno se entrega a lo inmediato (lo que sacia
las pulsiones instintivas), achica su horizonte espiritual. Por eso afirma
Romano Guardini que, al perder el amor, el espíritu enferma. Enfer-
ma como un organismo falto de oxígeno. Purificar el espíritu significa
oxigenarlo, elevándolo a los niveles 2, 3 y 4, niveles en que florecen las
relaciones con los ámbitos, las personas, los grandes valores, el Creador.
Igualmente decisivo para la salud de la persona es el amor. Amar
significa percibir lo que hay de valioso en los seres distintos de uno, so-
bre todo los personales; sentir su validez y descubrir que es importante
que perdure y se desarrolle; preocuparse a fondo por este desarrollo
66 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

como por algo propio. El que ama camina constantemente hacia la


libertad; hacia la liberación de sus propias cadenas, es decir, de sí mis-
mo. Pero, justamente, cuando se elimina a sí mismo de su mirada y su
sentimiento, llega a su plenitud. Se abre un horizonte en torno a él, y,
a medida que lo hace propio, adquiere espacio para desplegarse. El que
sabe de amor conoce esta ley: que solo al salirnos de nosotros mismos se
ensancha nuestro espacio interior, y en este se realiza lo que nos es más
propio, y todo florece. Y en este espacio tiene lugar también el autén-
tico crear y la actividad pura; todo aquello que testifica que el mundo
merece existir. En cuanto la persona renuncia a este amor, enferma. No
enferma todavía cuando actúa contra él, lo viola, cae en el egoísmo o
en el odio, sino cuando lo toma frívolamente y basa su vida en criterios
de cálculo, prepotencia y astucia. Entonces la existencia se convierte en
un calabozo. Todo se cierra en sí mismo. Las cosas oprimen. Todas las
realidades se vuelven interiormente ajenas y hostiles. El sentido último
y evidente de las mismas desaparece. El ser ya no florece18.
De las experiencias realizadas anteriormente se desprende con toda
claridad que la fuente de la vida personal es la interrelación del hombre
con las realidades capaces de ofrecerle posibilidades creativas. Cuanto
mayor sea tal capacidad, más alta será la forma de relación que se esta-
blezca.

5.ª clave: El criterio para regular nuestra vida amorosa


no radica principalmente en el gusto

Actualmente, el hecho de que algo resulte agradable es tomado,


a menudo, como canon del buen obrar. «¿Por qué has hecho
esto?», preguntamos a menudo. Y la respuesta usual suele ser:
«¡Porque me gustaba!». El gusto tiene un poder seductor de
convicción. Pero la seducción y la fascinación se caracterizan
por su poder de arrastre. No otorgan libertad interior (o liber-
tad creativa) a las personas seducidas o fascinadas. Las alejan de
ella, pues las bajan al nivel 1, donde se impone la mera libertad
de maniobra.

En nuestra vida ordinaria, el gusto decide buen número de accio-


nes. Me agrada un pastel y me lo como. Parece lo lógico y natural. Pero
18
  Cf. Welt und Person, o.c., 96-98; traducción española Mundo y persona, o.c., 106-108.
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 67

no debo olvidar que, al carecer de los «instintos seguros»19 del animal


y hallarme dotado de inteligencia, mis gustos no están justificados por
el hecho de responder a un impulso mío. Su justificación debe ser des-
cubierta por mi inteligencia, ya que algo puede gustarme y serme, no
obstante, dañino.
Habré de confrontar dos valores: el del agrado y el de la realidad
dañada. Tal confrontación me permite jerarquizar los valores, ordenar-
los conforme a su rango. Lo agradable es un valor, ciertamente, pero
un valor propio del nivel 1. La buena salud presenta un valor superior,
pues significa un estado de bienestar que afecta a toda la persona (nivel
2) de modo más profundo y decisivo que un disfrute pasajero (nivel 1).
La buena salud nos da independencia frente al entorno, nos exime de
ser gravosos a los demás, nos permite tomar diversas iniciativas, entre
ellas la de prestar ayuda a los necesitados (nivel 3).
En la línea del deseo se halla la apetencia. Recordemos lo dicho al des-
cribir los niveles. Un dulce puede apetecerme mucho. Lo tomo con agra-
do, pero no se me ocurre luego lamentarme de que «nunca más volveré a
verle, con lo mucho que le quería». No le quería; lo apetecía. Querer es un
sentimiento propio del nivel 2 y se refiere, sobre todo, a seres personales.
Apetecer se da en el nivel 1 y se dirige, sobre todo, a realidades infraper-
sonales. No tiene sentido, por ello, confundir la apetencia con el amor.
A la luz de lo visto anteriormente, pueden descubrir los novios que
no deben tomar el gusto, por intenso y gratificante que sea, como crite‑
rio de vida, pues ninguna apetencia está justificada de por sí. Nuestros
gustos y nuestros actos están justificados en la medida en que son efi-
caces para el logro de nuestra verdadera meta: realizar en la vida diaria
el ideal de la unidad.

Elegir en virtud del ideal y merced a la energía que este irradia


es el verdadero canon o criterio de vida.

Si dejamos que la apetencia regule nuestra conducta y confundi-


mos apetecer con amar, sometemos nuestras relaciones amorosas a los
vaivenes del gusto. Una de las causas principales de la avalancha actual
de fracasos matrimoniales radica sin duda en la tendencia a vivir el no-
viazgo (tiempo de preparación al matrimonio) en el nivel 1, en el que se
elige tras un cálculo de ventajas y desventajas. Si la actitud de los con-
trayentes es interesada y calculadora, no hay garantía alguna de que su

19
  Instintos que «aseguran» la vida individual y la de la especie, pues a cada animal le vienen
prefijados por su naturaleza.
68 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

«amor» perdure, o, dicho con más exactitud, de que lo que entienden al


principio como amor y solo es apetencia dé lugar a una convivencia estable
y fructífera. La verdadera preparación para el matrimonio durante el
noviazgo consiste en convertir la apetencia en amor mediante el ascenso
del nivel 1 a los niveles 2 y 3 20.

Recuérdese esta clave: El gusto solo está legitimado para deci-


dir nuestra conducta en el nivel 1, no en los otros tres niveles
positivos.

Conviene mucho advertir que los deseos y las apetencias son distin-
tos en los diferentes niveles. En el nivel 1 ansían saciar pulsiones instin-
tivas, que producen sensaciones placenteras, es decir, ciertos grados de
goce. En los niveles 2, 3 y 4 se desean, más bien, formas de satisfacción
interior que reciben el nombre de gozo.

— Figúrate que tienes una relación amistosa con una persona que te
atrae. Un día, esa persona te comunica que no puede verte porque
debe visitar a su madre, que ha tenido que ser internada. Es posible
que este cambio de planes te contraríe hasta el punto de que te
muestres enfadado con ella. Has perdido una ocasión para ascender
de nivel y ejercitar la bondad incondicional.

— Puede suceder, en cambio, que decidas acompañar a esa persona, y


lo hagas con buen temple y de forma obsequiosa. A poco sensible
que seas, seguro que esa noche oirás que tu voz interior te felicita,
porque esa buena acción te ha desarrollado como persona, y la con-
ciencia de haber crecido suscitará en ti un sentimiento de gozo. Es
una gratificación de nivel superior, propia de los niveles 2 y 3.

— Si algún día llegas a decir, con la firmeza de las decisiones fuer-


tes, que «el bien hay que hacerlo siempre; el mal, nunca. Lo justo,
siempre; lo injusto, nunca»…, te situarás en el plano superior del
nivel 3, y sentirás un gozo de tipo superior 21. Hasta qué punto este
20
  «Piensan que se aman. Y por eso van muy pronto demasiado lejos. En sus relaciones se crea
un vacío. Cada vez se sienten menos seguros de su amor. Por eso intensifican sus intimidades con
la esperanza de intensificar también su amor. Pero cuantas más veces lo hacen, menos seguros
están de su amor» (Cf. Walter Trobisch, Yo me casé contigo, o.c., 113).
21
  Nótese que en cada nivel se dan distintos planos. A menudo, en las experiencias de en-
cuentro (nivel 2) actuamos movidos por un sentimiento de pura bondad, que pertenece al nivel
3. Ya sabemos que entre los distintos niveles se dan estos casos de entreveramiento. Cuando uno
opta de manera firme, constante e incondicional por los grandes valores, asciende al plano superior
del nivel 3.
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 69

género de gozo supera el tipo de gozo del nivel 2 y los diferentes


géneros de goce del nivel 1 solo podrás determinarlo cuando de he-
cho subas a esa alta cota del nivel 3 y hagas esa experiencia decisiva
en el proceso de desarrollo.

Adviértase que mi propósito en estos análisis no es prohibir un tipo


de actitudes y acciones y recomendar otro, sino descubrir el sentido o
el sinsentido de lo que hacemos. Solo al lograrlo, podremos guiarnos a
nosotros mismos y conducir a otros hacia la vía del auténtico desarrollo
personal.

6.ª clave: Lo decisivo en la formación para el amor


es aprender a integrar las diversas energías

Condición ineludible para orientar bien la afectividad es apren-


der el arte de integrar. Este arte no es fácil porque requiere una
«mirada profunda», que solo puede adquirir quien conoce el
pensamiento relacional y lo aplica a la propia vida.

Para entusiasmarse con el auténtico amor y tener ánimo para pro-


moverlo, debemos integrar todas las energías (las físicas, las psíquicas y
las espirituales) y orientarlas hacia la realización del ideal de la unidad.
Si nuestra vida solo tiene sentido y creatividad al orientarse hacia el
ideal, es literalmente insensato escindir la sexualidad de los otros tres
elementos que constituyen el amor conyugal y que están inspirados por
el ideal de la unidad: la amistad, la proyección comunitaria del amor (o
fundación de un hogar) y la fecundidad del amor.
Para evitar ese error, necesitamos aprender a integrar todas las
vertientes de nuestro ser: sensibilidad e inteligencia, cuerpo y espíri-
tu, sexualidad y amor, vida personal y vida comunitaria, significado
y sentido... Nos disponemos, de este modo, para comprender que la
sexualidad, bien entendida y vivida, está orientada a crear formas eleva-
das de unidad, es decir, modos de encuentro, e incluso está abierta a la
donación de vida a nuevos seres 22.

22
  «La educación sexual, como problema profundamente humano, no puede ser conveniente-
mente resuelta [...] sin la referencia constante a una visión de conjunto del hombre y su destino»
(Cf. Marcello Peretti, La educación sexual, o.c., 71).
70 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

Aprender el arte de vincular íntimamente (es decir, integrar)


aspectos de la vida aparentemente dispares requiere un méto-
do preciso y bien articulado. Este método es uno de los frutos
más fecundos del proyecto formativo denominado Escuela de
Pensamiento y Creatividad 23. Una vez asimilado este método,
comprendemos como algo obvio que las pulsiones instintivas
humanas hallen su verdadero sentido y su plenitud al ser orien-
tadas hacia la creación de diversas formas de encuentro 24.

Si queremos formar a un joven en el recto ejercicio de la afecti-


vidad, no basta insistir en la necesidad de vincular la sexualidad y el
amor. Debemos sugerirle que realice los doce descubrimientos (des-
critos en el capítulo I) y descubra, de forma bien articulada, cómo va
pasando de un nivel inferior a otro superior a medida que transfigura
su actitud ante las diferentes realidades que trata. Al descubrir los «ám-
bitos» (o realidades abiertas) y las experiencias reversibles, advierte por
sí mismo que su vida se va perfeccionando al entrar en relación con
realidades que le ofrecen distintas posibilidades para que las asuma
como principios de acción. Así descubre el encuentro, los valores, las
virtudes y el ideal de la unidad. A la luz de este ideal, descubre luego la
libertad interior (o libertad creativa), cómo llenar su vida de sentido, la
posibilidad de ser eminentemente creativo, la importancia de pensar,
sentir y vivir de modo relacional (descubrimientos 6, 7, 8 y 9).
En este momento aprende de veras el joven a integrar los diversos
aspectos que presentan las realidades que trata. Da, con ello, un paso
de gigante hacia la madurez como persona. Desde la atalaya del descu-
brimiento noveno (el de la importancia del pensamiento relacional) ve
con toda claridad a) que el encuentro es un acontecimiento relacional,
b) que el ideal de nuestra vida consiste en vivir en interrelación creativa
de ámbitos de encuentro, c) que la verdadera libertad surge al elegir en
virtud del ideal, no de los propios intereses, d) que nuestra vida se colma

23
  Información sobre este método formativo y los tres cursos on line que ofrece bajo el título
de «Experto universitario en creatividad y valores» puede verse en www.escueladepensamiento‑
ycreatividad.org.
24
  «La oferta de los medios de comunicación —escribe el psiquiatra alemán Rudolf Afe-
mann— se dirige al instinto sexual del consumidor. Al hacerlo, lo separa de su religación al sen-
timiento y a la totalidad de relaciones anímicas en las que va inmerso y con las que debe estar
unido. La tarea de una maduración sexual consiste en la integración del instinto en la totalidad de
la personalidad individual». «La finalidad del instinto de la sexualidad consiste en la maduración
desde un amor a un yo hasta el amor a un tú». «Si el acto sexual no ha de quedar alienado de su
finalidad propia, su peso específico ha de situarse en el amor al tú y no descansar sobre el amor al
yo» (La sexualidad en la vida de los jóvenes, o.c., 213).
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 71

de sentido al orientarla hacia la meta que es dicho ideal. Como vemos,


siempre está la relación en juego. Es la clave de todo.
Si contemplamos la vida humana de forma genética, a través del
descubrimiento de las distintas fases de su proceso de crecimiento, ve-
mos la profunda conexión de unas realidades con otras, de las actitudes
más elementales con las más perfeccionadas, y nos preparamos así para
unirlas estrechamente, es decir, integrarlas. Para vincular de raíz dos
realidades, debemos conocerlas a fondo.
En consecuencia, el que solo las vea de modo superficial no es capaz
de descubrir su vinculación profunda. En una sonrisa cordial se inte-
gran los músculos de la cara y los afectos del alma. Para comprender
debidamente tal integración debemos conocer el poder expresivo del
cuerpo humano y la energía comunicativa del espíritu. Este conoci-
miento es la base de la fecundidad del pensamiento relacional. Merced
a él, podemos integrar espontáneamente los siete niveles de realidad
que forman la estructura interna del gesto de saludar y de toda obra
relevante de arte.

a) Aprender a integrar es decisivo en la vida humana

Si pensamos de modo relacional, podemos integrar los diferentes


aspectos de nuestro ser: corazón e inteligencia, cuerpo y espíritu, vida
privada y vida pública, sexualidad y amor... Cuando vivimos solo en el
nivel 1, vemos lo sensorial como algo que está cerrado en sí y no remi-
te a nada superior. Prestamos atención, sobre todo, a su condición de
agradable o excitante, y dejamos en penumbra su capacidad de succio-
nar nuestra atención y alejarla de los niveles de realidad más elevados.
Nuestro poder de integración queda, con ello, anulado 25.
En cambio, si seguimos paso a paso nuestro proceso de apertura
a las experiencias reversibles, el encuentro, los valores, las virtudes, el
ideal de la unidad..., observamos que las realidades del nivel 1 cobran
su pleno sentido en el nivel 2, el nivel del encuentro, y este se funda-

25
  En la obra de Jean Anouilh, Eurídice, Eurídice y Orfeo se hallan encerrados en la ex-
periencia sensible y se sienten insufriblemente solos. Eurídice dice a Orfeo: «Apriétate fuerte
contra mí [...] No hables más, no pienses más. Deja que tu mano se pasee sobre mí. Déjala que
sea feliz sola. Todo volvería a ser tan sencillo si dejaras que tu mano sola me quisiera. Sin decir
nada más». Orfeo replica que no puede ser feliz de esa manera. Eurídice, entonces, lo conmina
a abandonar el lenguaje, que es el que nos permite superar la unidad de fusión: «Pues cállate, al
menos», le dice bruscamente (Cf. Eurídice [La Table Ronde, París 1958] 143s; Eurídice [Losada,
Buenos Aires 41968] 280s).
72 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

menta en el nivel 3 26. Entonces, los distintos niveles nos aparecen como
ensamblados por dentro, vinculados en su raíz, integrados. Tal integra-
ción nos permite, por ejemplo, hablar de «los ojos de la fe», afirmar que
«los sentidos conocen lo religioso», que «solo se ve bien con el corazón»,
que «la inteligencia emocional siente los valores»..., frases en las que se
integran diversos niveles de realidad 27.
Esta posibilidad de integración permite realizar la «purificación
del amor». Esta consiste en enriquecer la forma de vivir el amor en el
nivel 1 con el modo de experimentarlo en los niveles 2 y 3. Aunque el
verbo purificar parece aludir automáticamente a limpiar, la purifica-
ción de que aquí se trata no desea tanto liberar el amor de adherencias
espurias cuanto de enriquecerlo, abrirlo a nuevos horizontes de realiza-
ción. A medida que se enriquece, supera las limitaciones y carencias.
A ello aludió San Juan de la Cruz al indicar que, si prende el fuego
en una casa, los muebles viejos salen despedidos rápidamente por las
ventanas.
En esta línea, al hablar de la castidad (en el celibato y en el ma-
trimonio), no se indica tanto una renuncia a las experiencias sexuales
cuanto la orientación de todos los afectos y sentimientos hacia formas
elevadas de unión. La castidad es una virtud porque integra todos los
afectos, al orientarlos hacia la forma más alta de amor, la que nos lleva
a plenitud. Es, por tanto, una forma de amor muy bella, pues la belleza
implica armonía, reverberación mutua de cuantos elementos integra la
vida humana.
Esta sensibilidad para captar los diversos niveles de realidad y de
conducta e intuir la importancia de la relación y las interrelaciones,
y, consiguientemente, la necesidad de integrar diversos aspectos de la
realidad (incluso de nuestra propia realidad) hemos de cultivarla desde
la niñez. No es prudente dejar que niños y jóvenes braceen, a solas, en
el océano de la vida para ver si hay fortuna y consiguen descubrir qué
es integrar, la importancia que tiene, cómo llevarlo a cabo. Debemos
asegurarnos de que van a lograrlo. De lo contrario, serán incapaces de
captar el sentido de la vida amorosa en todas sus facetas.

26
  Tengamos en cuenta que cada tipo de realidad alcanza su plenitud al entrar en relación con
una realidad de tipo superior. Como bien indica Jean Guitton (La existencia temporal [Edit. Sud-
americana, Buenos Aires 1956]), hay una especie de línea ascendente en la creación que vincula de
forma dinámica los seres hacia lo alto. Véase mi obra El amor humano, o.c., 152ss.
27
  Sobre este tema nos ofrece Romano Guardini valiosas precisiones en su obra Los sentidos
y el conocimiento religioso (Cristiandad, Madrid 1965; nueva ed. en el Centre de Pastoral Litúr-
gica, Barcelona). Versión original: Die Sinne und die religiöse Erkenntnis (Werkbund, Wurzburgo
2
1958).
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 73

b) Ejercicios para aprender el arte de integrar

Para poner en forma la capacidad de integrar diversos elementos


complementarios de la vida debemos promover todas las formas de
pensamiento relacional.

— Sentir como algo propio que somos «seres de encuentro», lla-


mados a crear toda suerte de encuentros con otras personas.
— Hacer la experiencia de que enriquecemos nuestra vida perso-
nal al encontrarnos con realidades que no son personas pero
tampoco se reducen a objetos: obras culturales, el lenguaje, los
valores...
— Vivir hondamente la unidad con lo real en todo momento.
Por ejemplo, al oler una flor, no empastarse con el deleite del
perfume, sino tomar el perfume como la expresión de la flor, y
la flor como la manifestación luminosa de la planta, y la planta
como un ser vivo inserto activamente en el universo...

Tener muy presentes estos hechos:

1) Según la Física actual, los elementos últimos del universo no son


trozos infinitamente pequeños de materia sino energías estructura-
das, relacionadas;

— para la Estética griega, la belleza del arte se basa en la armonía,


que es fruto de dos tipos de relaciones: la proporción y la me-
dida;
— la música, con su inmensa belleza y magnificencia, es toda ella
una trama de relaciones...

A esta luz, cuando la ética nos diga que somos «seres de encuentro»
y el evangelio proclame que el gran mandato del Señor es el amor
mutuo (que implica crear modos elevados de unidad), diremos es-
pontáneamente: «¡Pues claro! ¿Cómo iba a ser de otro modo si todo
el universo, en sus distintas vertientes, es un maravilloso tejido de
relaciones?». Esta experiencia nos abre los ojos, de una vez por to-
das, a la grandeza de la unidad y del amor.

2) Advertir que los artistas (como artesanos que son) manejan la ma-
teria, pero es para modelarla y sacar de ella sus máximos valores
expresivos. Al configurar su Pietà del Vaticano, Miguel Ángel puso
74 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

el mármol en estado de gloria, es decir, de máxima patentización de


sus excelsas cualidades. Lo dejó resplandecer, para que exprese lu-
minosamente el sentido que ostenta la figura de una «Piedad» (una
Madre acogiendo el cuerpo exánime del Hijo). El artista lleva a ple-
no logro el material que modela en cuanto lo inserta en un proceso
máximamente expresivo. Fijémonos bien: el artista contempla sus
materiales con una mirada que trasciende lo meramente sensible,
sin abandonarlo. En lo sensible intuye las formas que puede hacer
emerger de ese material. Tal intuición es integradora. No pierde
lo sensible; lo gana al vincularlo con realidades de rango superior,
situadas en un nivel más alto. Por eso trabaja con sumo afán los
materiales, pero los ve siempre como lugar expresivo de realidades
superiores, llenas de sentido para el artista y para toda persona sen-
sible.

c) Para integrar, debemos articular constantemente


el nivel 1 con los niveles 2 y 3

En el nivel 1 deseo dominar, poseer, manejar. Mis actuaciones res-


ponden a la voluntad de imponerme: empujo un lápiz, y este se despla-
za con una energía correlativa al impulso recibido. Yo actúo y el lápiz
«padece» los efectos de mi acción. Me muevo con independencia, con
cierto espíritu de autosuficiencia. Si planteamos la actividad sexual en
el nivel 1, tendemos a hablar de «hacer el amor», es decir, movilizar la
sexualidad cuando y como uno quiere, de modo semejante a como un
carpintero «hace» una mesa sencilla (sin pretensión artística alguna)
cuando y como le place.
El artista, en cambio, no «hace» obras de arte; las «crea» en diálogo
con los materiales, los diferentes estilos, los ámbitos de vida que quiere
plasmar... Se mueve, a la vez, en el nivel 1 y en el 2. No domina la ma-
teria y la maneja a su antojo; dialoga con diferentes realidades, entre las
que figura la calidad expresiva de los materiales empleados. Su activi-
dad se mueve en el cauce del esquema «apelación-respuesta». Se siente
apelado por el conjunto de elementos estéticos, sociales, costumbristas,
religiosos... que dieron lugar a un estilo artístico. Y dialoga con ellos.
El fruto de tal diálogo creativo es la obra que configuró. La configuró
libremente, pero con libertad vinculada, abierta, dialogante, es decir,
libertad creativa (nivel 2). En el nivel 2 nos movemos con una actitud
básica de respeto, estima y colaboración, no de dominio, manejo y dis-
frute.
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 75

d) La integración de la sexualidad y el amor

De modo análogo, para integrar la sexualidad y el amor, debemos


afinar la sensibilidad y captar la capacidad expresiva del cuerpo hu-
mano. Este no es pura materia, sino expresión viva de una persona.
Doy la mano efusivamente a un amigo que no veo hace tiempo. En la
palma de mi mano que aprieta la suya vibra mi viejo afecto hacia esa
persona. Esa vibración no se ve pero se siente, porque es real, en sentido
de eficiente, sumamente expresiva. En ese gesto se integran (es decir,
se vinculan y enriquecen mutuamente) hasta siete modos de realidad
distintos y complementarios:

1) El físico: Al saludar, percibo ciertas sensaciones (temperatura y


humedad, por ejemplo) que son medibles con medios técnicos,
como cualquier realidad física.

2) El fisiológico: Al percibir esa temperatura y esa humedad, las


siento como cualidades de un organismo. Y lo mismo la aspe-
reza o la tersura, el nerviosismo o la serenidad, la presión fuerte
o débil...

3) El psíquico: Esa sensación es, al mismo tiempo, expresión de un


temperamento fogoso o apagado, abierto o tímido, afectuoso o
frío...

4) El expresivo‑espiritual: En el modo de saludar, la persona, con


su temperamento peculiar, puede manifestar una actitud de
afecto o de despego, de gozo en el encuentro o de indiferencia,
de emoción o de frialdad.

5) El simbólico: De por sí, el saludo implica la relación pacífica,


cortés, de dos personas. Ofrecer desnuda la mano derecha (la
propia del ataque y la defensa) simboliza claramente la actitud
de paz con que uno se acerca a otra persona.

6) El cultural: Este valor simbólico se da en un ámbito cultural de-


terminado, que adopta ese tipo pe­culiar de saludo como expre-
sión de una actitud de concordia. De hecho, en otras culturas
los hombres se saludan de modo distinto, como puede ser, en
ciertos pueblos africanos, acercar la cara a la del amigo lo sufi-
ciente como para percibir el olor del jabón con que se ha lavado.
76 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

7) El sociológico: Si saludamos de una determinada manera es, en


buena medida, porque la sociedad nos mueve a ello con sus
usos y costumbres. El gesto de saludar no se queda bloquea-
do en sí; remite a una sociedad determinada y a un momento
preciso de la misma. De hecho, los usos cambian. Ahora, en
algunos lugares y entre ciertos grupos sociales, el saludo me-
diante el apretón de manos está siendo sustituido en buena
me­dida por el beso en la mejilla. El saludo tiene, a ojos vistas,
un aspecto sociológico. En consecuencia, su forma de realizarse
puede cambiar.

Vemos, pues, que en un sencillo acto de saludo confluyen al me­nos


siete modos de realidad. Todos ellos se integran y aúnan para dar lugar
a un conjunto de sentido. Desde esta perspectiva vamos a hacer una ex-
periencia que nos dará mucha luz.

Figúrate que me acerco a ti para saludarte; te doy la mano,


aprieto la tuya, y notas que apenas me dirijo a ti, sino que fijo la
atención en alguna condición sensible de tu mano, por ejemplo
su tersura. Pensarás con razón que algo falla en mí, porque mi
actitud no es normal. Lo propio del gesto de saludar es unir a
dos personas en cuanto tales. El hecho de apretar las manos no
es una meta; es como un trampolín para iniciar una relación
personal. Las condiciones de temperatura, humedad, suavidad
o aspereza que las manos presenten son algo secundario. Que-
darse en ellas significa pararse a medio camino, frenar el movi-
miento espon­táneo hacia el término natural de la acción, que
es asumir la presencia de la persona que nos sale al encuentro.
Con ello, el sentido del acto de saludar se anula, y el gesto del
saludo presen­ta un aspecto absurdo, grotesco. Desgajar uno de
los elementos que integran el acto de saludar y tomarlo como
objeto único de la atención carece de sentido, constituye lite-
ralmente una insensatez.

En el ejemplo que acabamos de considerar es fácil advertir que no


tiene sentido quedarse preso en un pormenor y no atender al conjun-
to de lo que se está haciendo. En otros casos es algo más difícil de
percibir, pero tendremos que lograrlo, pues nos permitirá comprender
el valor o el antivalor de ciertas acciones. La unión sexual, por ejem-
plo, es vehículo expresivo del amor entre dos personas. Si se la des-
gaja del amor, para evitar el compromiso que implican las relaciones
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 77

personales, se la priva de sentido; se la convierte en algo insensato,


absurdo 28.
La luz para comprender el rango y el valor de nuestras acciones
solo se alumbra si sabemos percibir claramente los distintos modos de
realidad que conjugan cada acción humana. Un acto de integración
complejo y sumamente expresivo es el que realizamos al ver u oír una
obra de arte de alta calidad. Debemos captar al mismo tiempo los siete
niveles que la componen y le dan todo su sentido y su alcance 29.
Un ejemplo más sencillo, pero sumamente expresivo, nos lo ofrece
la sonrisa, como acabamos de ver. Es un fenómeno admirable en que
el alma se pone a flor de piel, por así decir, y el cuerpo lleva al límite
su capacidad de manifestar al espíritu, hacerlo presente, darle un poder
indefinido de expresión. Por eso, para captar la sonrisa debemos ver la
cara en su conjunto, y esta como manifestación de la persona entera,
y la persona, inserta en la circunstancia concreta de que se trate. Es
un fenómeno relacional que solo se nos revela si movilizamos nuestra
capacidad de integrar.

Recordemos el sugerente texto de A. de Saint-Exupéry: «Los


intelectuales desmontan la cara para explicarla por partes, pero
ya no ven la sonrisa. Conocer no es desmontar, ni explicar. Es
acceder a la visión. Pero, para ver, hay que comenzar por parti-
cipar. Es un duro aprendizaje» 30.

Aprendemos a integrar a medida que pasamos del nivel 1 (sin aban-


donarlo) al nivel 2, y realizamos experiencias reversibles en las que vi-
bramos a la vez con dos centros: el yo y el poema, el yo y la obra musi-
cal, el yo y el tú; el yo, el tú y la comunidad... Supongamos que tomas
a tu servicio una empleada de hogar. Le haces un contrato en el que se
estipulan las obligaciones y los derechos de ambos. Si ella cumple su
función y tú la retribuyes conforme a contrato, vuestra convivencia está
en orden por lo que toca a las exigencias del nivel 1. Si no la reduces a
la función que realiza en tu casa, sino que eres sensible a sus necesidades
como persona (por ejemplo, dialogando con ella cuando observes que
28
  «Los instintos y las pasiones del hombre están hechos para el espíritu —escribe G. Thi-
bon—; su estado normal es estar abiertos y transparentes a esta fuerza inmaterial que los completa
y los corona». «La más íntima ley de nuestra naturaleza ensalza nuestra carne hacia el espíritu, a
la par que inclina nuestro espíritu hacia la carne» (Sobre el amor humano, o.c., 64, 77). Este tema
lo expongo ampliamente en las obras El amor humano, o.c.; El secreto de una vida lograda, o.c..
29
  Una descripción amplia de estos niveles se halla en mi obra La experiencia estética y su poder
formativo (Universidad de Deusto, Bilbao 32010) 233-277.
30
  Piloto de guerra (Ed. Sudamericana, Buenos Aires 1958) 47, 166. Versión original: Pilote de
guerre (Gallimard, París 1939) 46, 174.
78 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

se halla especialmente preocupada), te elevas al nivel 2 (el de la creativi-


dad y el encuentro), y lo armonizas (o integras) con el nivel 1, en el que
se da la estricta relación entre empleado y empleador. Esa integración
requiere cierta relación de igualdad entre los relacionados, y, por tanto,
una actitud de sencillez.

Una vez más observamos que, para ascender del nivel 1 (el de
la atracción o apetencia) al nivel 2 (el del respeto, la estima y la
colaboración), debemos, a la vez, perfeccionar nuestro conoci-
miento de la realidad humana y transformar nuestras actitudes.

Ahora vemos claramente que no basta insistir en que hay que vin-
cular el deseo sexual y la intimidad personal; debemos aprender a inte-
grar ambos aspectos. Esa integración es la que purifica el amor.
Si nos habituamos a integrar diversos niveles de realidad, com-
prendemos que el ejercicio de la sexualidad debe estar abierto a la vida
personal, vida de amistad, de convivencia hogareña, de incremento de
la unidad entre los esposos y de donación de vida a nuevos seres 31. En
el nivel 1, la actividad sexual suele ser vista como algo que depende
de nuestra iniciativa y nuestros gustos. Al implicar respeto, estima y
voluntad de colaboración con otras personas, la amistad y la vida co-
munitaria (nivel 2) parecen oponerse a la independencia anhelada en
el nivel 1. Por eso quien sitúa su vida en este nivel elemental no suele
considerar viable la integración de la sexualidad con la amistad, la vida
comunitaria de hogar y el compromiso con las dos grandes tareas del
amor.
Conseguir que niños y jóvenes vean con claridad y sientan en su
interior que la vida humana se basa en la relación y crece y madura
perfeccionando las formas de unión que tiene con el entorno es la meta
de la formación, porque es la base de la verdadera sabiduría. El que
haya alcanzado este modo de saber sensible a los valores no dudará en
calificar la vida familiar como una cima en la vida humana, la perla es-
condida que vale la pena comprar a cualquier precio. En cambio, si nos
limitamos a ensalzar la familia, pero no subrayamos la importancia que
tiene la interrelación en nuestra vida, realizamos una gran labor, pero
la dejamos a medio camino. Le falta la debida fundamentación. Con
31
  «La sexualidad está entrando, en buena medida, en un vacío existencial —escribe Viktor
Frankl—. Actualmente, nos hallamos ante una inflación sexual, que —como toda inflación, in-
cluso la monetaria— va de la mano con una devaluación. La sexualidad se devalúa en la misma
medida en que se deshumaniza. Pues la sexualidad humana es más que mera sexualidad, y es más
que mera sexualidad en la medida en que es vehículo —en el plano humano— de relaciones tran-
sexuales, personales» (Cf. Der Mensch vor der Frage nach dem Sinn, o.c.,152).
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 79

lo cual, nuestra palabra correrá el riesgo de ser una buenísima semilla


depositada en tierra pedregosa y condenada a agostarse rápidamente.

7.ª clave: En el nivel 1, la libertad se opone a las normas.


En el nivel 2, libertad y normas
se complementan ​y enriquecen

«No nos hace libres el no querer aceptar nada superior a noso-


tros, sino el acatar algo que está por encima de nosotros» (Jo-
hann Wolfgang Goethe, en carta a Johann Peter Eckermann).

La libertad de maniobra (propia del nivel 1) se opone a toda norma


que limite nuestra capacidad de elegir. En el nivel 2 no nos preocupa
poder elegir arbitrariamente; lo que nos importa es, ante todo, actuar
con eficacia, con libertad creativa. Esta forma de libertad es nutrida por
las normas, vistas como fuente de posibilidades.
Cuando nos proponemos realizar una experiencia reversible (por
ejemplo, declamar un poema) no nos interesa hacer lo que queramos
(con libertad de maniobra, propia del nivel 1) sino ser inspirados por
una realidad estéticamente valiosa, cargada de posibilidades expresivas,
y gozar así de libertad creativa, fruto singular del nivel 2. Renunciamos
gustosamente a una forma de libertad desarraigada, desvinculada de
normas, para obtener un tipo de libertad vinculada a cauces fecundos.
Por eso, a mayor fidelidad a tales cauces (en este caso, los poemas), más
libres nos sentimos para darles vida. Resulta patente que esta forma
creativa de libertad es superior en rango a la libertad que no es sino
franquía absoluta para elegir.
Multitud de personas tienden a dar por hecho que la libertad y las
normas se oponen. Como, por naturaleza, desean ser libres y elegir a su
gusto, creen estar legitimadas a dejar de lado las normas. Si pensamos que
la única forma de libertad es la «libertad de maniobra» (la libertad de ele-
gir lo que a uno le apetece), tendemos a pensar que las normas propuestas
desde el exterior coartan nuestra libertad; nos son, por tanto, impuestas.
Esto es cierto en el nivel 1, por ejemplo cuando conducimos un coche. Si
deseamos hacerlo arbitrariamente, consideramos toda norma de tráfico
como opuesta a nuestra libertad, entendida como posibilidad de elegir
arbitrariamente. Pero es fácil ver que el ejercicio de esa forma elemental
de libertad puede ocasionar graves daños, como le ocurre a quien recha-
za la norma de ponerse las vacunas preceptivas antes de visitar ciertos
80 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

países. No merecen ser calificadas de libres estas actitudes tan peligrosas,


sometidas al imperio del gusto y el capricho. Es insensato afirmar que
tenemos derecho a adoptarlas, porque los derechos que nos correspon-
den como ciudadanos van destinados a cuidar y promover la vida, no la
muerte. Presentimos que tiene que haber formas superiores de libertad.
Estas formas más valiosas de libertad las descubrimos rápidamente
en cuanto subimos al nivel 2, adoptamos una actitud creativa y reali-
zamos experiencias reversibles. En estas experiencias, la libertad y las
normas dejan de oponerse para complementarse. Un intérprete mu-
sical se siente tanto más libre cuanto más fiel es a las indicaciones de
la partitura. Pero, en este nivel, la libertad que cuenta es la creativa, la
que nos permite dar vida a la obra con soltura, gracia y contundencia.
La contundencia no significa aquí dominio, en el sentido de posesión y
manejo arbitrario, sino toque perfecto, agilidad de ejecución, seguridad
absoluta. La partitura encauza la labor del intérprete, le marca el ritmo
y el tempo de su interpretación. Con ello limita su libertad de maniobra,
pero hace posible su libertad creativa, que es la que verdaderamente
interesa al intérprete. En el nivel 2 cambia el sentido de la libertad y
de las normas. Estas enriquecen a quien las asume activamente, pues
le ofrecen posibilidades para desarrollar sus potencias. La libertad es la
capacidad de asumir tales posibilidades activamente. Por eso en el nivel 2
hablamos de libertad creativa, pues la creatividad consiste en asumir
activamente posibilidades para actuar con sentido.

— Articulación de la libertad y la obediencia a normas

La libertad creativa es una libertad vinculada a normas. ¿Cuándo


aprendemos a integrar la libertad y la obediencia a normas? Al subir al
nivel 2. Una vez situados en él, advertimos a) que las normas vigentes
en él no reprimen la energía vital; la encauzan y potencian, b) que la
verdadera libertad no tiene como meta actuar de modo arbitrario sino
creativo, eficiente. Este descubrimiento lo constatamos personalmente
al vivir diversas experiencias reversibles, como una interpretación mu-
sical y una declamación poética 32. Entonces quedamos interiormente
persuadidos de la armonía entre la libertad creativa y las normas que
son fuente de posibilidades.

32
  En mi obra Inteligencia creativa, o.c., 107-115 se describen diversas experiencias reversibles
en las que nos hacemos más libres al asumir las posibilidades que nos ofrecen ciertas realidades
que encauzan nuestra actividad y ejercen, así, función de «norma» para nosotros: la partitura (en
la interpretación musical); el texto del poema (en la interpretación poética); el agua (en el ejercicio
de la natación)...
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 81

Esta forma superior de libertad hemos de adquirirla esforzadamen-


te, no como un derecho que podamos reclamar, sino como una forma
elevada de vivir en plenitud nuestra vida. Si no distinguimos diversos
niveles, tendemos a creer que solo existe la libertad de maniobra. Lo
cual nos induce a pensar que ser libre para actuar conforme a nuestro
gusto es algo connatural a nuestro ser humano y constituye uno de los
derechos inalienables del hombre.
Esto explica que se haya llegado incluso a hablar (con aparente ló-
gica) del «derecho al aborto». Primero se habló de «hacer»» el amor.
«Hacer» es propio del nivel 1, en el que actuamos con actitud de do-
minio, posesión, manejo y disfrute. Luego se pasó a afirmar que pode-
mos «disponer» del fruto de ese «dominio y manejo» de la sexualidad:
el embrión y el feto. Es de temer que llegue a exigirse (con la misma
apariencia de lógica) el derecho a «decidir» sobre la vida de las personas
cuya existencia (debido a sus carencias) no resulte «rentable», adjetivo
característico del mismo nivel 1. Esta instalación altanera en el nivel
1 nos hace pronto caer en la sima de los cinco niveles negativos, que
hemos descrito en la Primera Parte.

8.ª clave: Todo gesto afectuoso debe expresar el tipo de intimidad


que se tiene con una persona

Cada gesto afectivo revela, de por sí, una actitud de toda la per-
sona. Si realizamos un gesto corpóreo que indica intimidad (ver-
dadera intimidad) pero no la tenemos, cometemos un fraude,
y dejamos frustrada a la otra persona, que con razón puede la-
mentarse, diciendo: «He buscado amor y solo encontré sexo…».

Las experiencias anteriores preparan a los novios para ver qué sentido
tienen las caricias y con qué espíritu han de ser realizadas para que no os-
tenten solo un significado. Al descubrir los cuatro niveles positivos, apren-
dieron a ver que cada acción humana abarca más de lo que parece a pri-
mera vista, porque es la expresión viva de la persona que la realiza; por eso
tiene poder «simbólico». Así, hacer una caricia corpórea no se reduce a ser
una fuente de agrado; expresa un sentimiento personal de aprecio. Y cada
gesto de estima va unido con la voluntad de unirse más estrechamente a
la persona estimada. De aquí se infiere que no tiene sentido realizar un
gesto que implica intimidad personal auténtica (no mera efusividad senti-
mental) si todavía no existe entre nosotros. Sería un gesto falaz, engañoso.
82 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

Con profunda razón afirma el escritor francés Gustavo Thibon que


«la sexualidad que pretende aislarse de la persona se arruina a sí mis-
ma» 33. En la misma línea escribe Luis Cencillo, filósofo y psiquiatra
español: «El sexo ha de hallarse siempre informado por la persona; en
el hombre no existe ni puede existir sexualidad pura, sino en forma de
degradación de la persona» 34.
A la vista de lo antedicho, si un joven nos pregunta «hasta dónde
cabe llegar en cuestión de caricias», nuestra contestación debe ser esta:
«Lo decisivo no es hasta dónde se puede llegar sino de dónde hay que par‑
tir». Si se trata a una persona con la actitud de dominio y manejo inte-
resado propia del nivel 1, se equivoca uno aunque solo le roce el dedo
meñique, pues no adopta la actitud de respeto, estima y colaboración
propia del nivel 2, el de la creatividad y el encuentro. En una amplia
encuesta acerca de la vida amorosa, una joven puso una nota dramática
al hacer esta amarga confesión: «Busqué amor y solo encontré sexo» 35.
Podía haberlo expresado también así: «Quise moverme en el nivel 2 y
me vi rebajada a los niveles 1 y -1».
Si adoptamos la actitud adecuada al trato con las personas (nivel 2),
nuestra voz interior nos dirá, en cada momento, qué gestos de cariño
tienen sentido porque colaboran a crear una mayor unidad personal y
qué otros solo obedecen a nuestra voluntad de procurarnos sensaciones
placenteras. Esta actitud egoísta no responde al ideal generoso de crear
formas elevadas de unidad sino al ideal de servirnos de los demás para
nuestros fines. Por eso, un buen criterio a este respecto es no realizar
nunca acciones que vengan inspiradas por el egoísmo y agudicen el
apetito egoísta, sino actuar siempre con intención generosa 36.
En la vida ética, el sentido o el sinsentido de una acción depende,
en buena medida, de la actitud con que se la realiza. Una acción tiene
sentido cuando está bien orientada, orientada en concreto a la realización
del ideal de la unidad o del encuentro. Sabemos que los gestos usuales de
cordialidad (el saludo, el abrazo, el beso en la mejilla, las relaciones afec-
tuosas más intensas...) son, por este orden, expresión de los grados ascen-
dentes de intimidad que hemos alcanzado con una persona. Ajustarnos,
sin autoengañarnos, a la realidad de nuestra actual relación con ella es
indispensable para que cada uno de los gestos tenga sentido, al servir para
33
  Sobre el amor humano, o.c., 196s.
34
  Libido, terapia y ética (Verbo Divino, Estella 1974) 277.
35
  J. Mcdowell - D. Day, ¿Por qué esperar? Lo que usted necesita saber sobre la crisis sexual del
adolescente (Unilit, Miami 1989) 196-199.
36
  «¿Se ve a menudo —escribe Gustavo Thibon— que la plenitud ocasionada por la eferves-
cencia de una gran pasión cambie en algo móviles tales como el egoísmo, la ambición, la suscep-
tibilidad? ¡Por dichosos podemos darnos [...] si no los exalta!» (Sobre el amor humano, o.c., 172).
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 83

crear modos cada vez más altos de unidad. Una relación corpórea íntima
ha de ser expresión viva de una intimidad espiritual, vista no como mera
efusividad carente de todo compromiso creador, sino como la decisión
compartida de crear un estado de enriquecimiento personal, fecundo y
estable, es decir, una relación de auténtico encuentro.

Tomar las expresiones afectuosas como mera fuente de sensa-


ciones placenteras es un gesto vacío, como si te saludo apre-
tándote la mano y notas que no me dirijo a ti sino que fijo
la atención en la condición sedosa de tu piel. Autonomizo el
elemento sensible del saludo, no lo tomo como el lugar en el
que nos hacemos presentes, sino como un medio para un fin
ajeno al saludo: obtener una sensación agradable.

Por eso es tan importante en el trato amoroso reconocer que todas


nuestras potencias y capacidades (como la de sentir diversas sensaciones
y emociones) no son meros utensilios a nuestro servicio sino los medios
en los cuales hemos de crear formas elevadas de unidad. No somos
dueños de nuestro ser, pues, aunque el cuerpo parezca ser un objeto
perteneciente al nivel 1, es la expresión viva de toda la persona (niveles
2, 3 y 4). Se halla, por tanto, en el espacio formado por el enigmático
entrelazamiento del cuerpo y el espíritu.
De ahí la gravedad del afán dominador y posesivo que late en la
llamada «ideología de género». Se pretende, en ella, otorgar poder al ser
humano para determinar su condición sexuada y orientar a su arbitrio
su actividad sexual. Tal pretensión implica una reducción drástica del
ser humano al nivel 1, con el empobrecimiento consiguiente. En apa-
rente paradoja, el hombre, al querer ensalzar su figura ilimitadamente,
la empobrece y deforma. Descubrir esto por nosotros mismos acrecienta
nuestra formación de modo notable, pues nos hace sabios, en el sentido
de prudentes, seres capaces de someter su voluntad de crecimiento a orden
y medida. La prudencia es la virtud (es decir, la capacidad) de orientar en
todo momento la propia vida hacia el ideal de la unidad, realidad enig-
mática pero realísima (a juzgar por su insospechada eficiencia) que nos
otorga nuestra justa medida, porque nos ajusta al ordo rerum, a la trama
de realidades interrelacionadas que constituye el cosmos.
A la luz de la antedicho, descubrimos que no tiene sentido el siguien-
te consejo: «Tienes un cuerpo; sácale jugo como a un limón, y no te pre-
ocupes de otra cosa». A primera vista, parece una recomendación sensata,
inspirada por el deseo de incrementar nuestra dosis de felicidad. Pero se
advierte enseguida que es una vía falsa la que nos ofrece, pues, en primer
84 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

lugar, nuestro cuerpo no lo «tenemos»; no podemos disponer de él como


si fuera un objeto o un utensilio. Si pensamos de forma superficial, tende-
mos a estimar que es un utensilio privilegiado, pues nos ofrece multitud
de posibilidades: andar, hablar, cantar, pensar, escribir, saludarnos… Está
a nuestra disposición. Nos obedece cuando le ordenamos algo. Mediante
el entrenamiento, se incrementa el número de prestaciones que puede
hacernos. Es nuestro medio natural de estar y actuar en el mundo. Todo
parece llevarnos a considerarlo como un instrumento privilegiado que
se nos ha concedido en la vida; el protoinstrumento, el instrumento de
instrumentos. Al afirmar esto, pensamos sin duda que estamos ensalzando
nuestro cuerpo, otorgándole un puesto de excepción entre todos los ins-
trumentos de que dispone el hombre. Ciertamente, cuando vemos cómo
a un gran intérprete le permite su cuerpo (sus dedos, sus músculos, sus
brazos, su cerebro…) expresar las más sutiles expresiones de la partitura,
nos vemos llevados a elogiar la capacidad inmensa del cuerpo para servir
de mediador entre el intérprete y los oyentes.
En el caso de un cantante, todo el cuerpo actúa de «instrumento»
del artista. Su vinculación se hace mayor; todo él se convierte en expre-
sión viva de los sentimientos y calidades de la obra. Por eso se dice, a ve-
ces, que ciertos cantantes de voz privilegiada disponen de un instrumento
excepcional. Todo esto parece bien fundamentado en la realidad, pero, si
lo pensamos bien, descubrimos que requiere una matización. Es cierto
que el cuerpo nos permite convertir ciertos objetos en instrumentos,
en cuanto les permitimos jugar un papel determinado en nuestra vida.
Pero él no es un instrumento; afirmarlo sería rebajar injustamente su
rango. Si se acepta tal rebajamiento, se justifica que alguien nos inste
a «sacarle jugo como a un limón». El limón es una realidad vegetal, se
halla, en cuanto a rango, varios grados por debajo del hombre. El mero
hecho de realizar esa comparación indica que caemos fácilmente de un
nivel de realidad a otro muy inferior.

Al hablar, escuchar, saludar, acariciar…, el cuerpo es la persona


misma en acto de expresión. No es adecuado decir que el cuer-
po, al ser instrumento, es un medio a nuestro servicio para usar-
lo conforme a nuestros intereses y apetencias, y «sacarle jugo»,
como si fuera un vegetal llamado limón. El limón lo estimamos
en cuando nos sirve para algo: ofrecernos un jugo lleno de pro-
piedades benéficas. Y vale en la medida en que lo hace. ¿Solo
presenta valor nuestro cuerpo para nosotros en cuanto nos resul-
ta útil? ¿O su valor se halla en un nivel superior al de la utilidad?
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 85

Un torero francés se quedó inválido debido a un accidente. Al ne-


garle su cuerpo las posibilidades que antes le ofrecía para vivir ese arte,
perdió para él todo valor, se convirtió en un instrumento inútil, vulgar
chatarra, y, como el cuerpo es expresión de la persona, toda su persona
se vio falta de sentido; se le apareció como una existencia injustificable.
Con aparente lógica, el desventurado joven se quitó la vida.

9.ª clave: El pudor, bien entendido, es la salvaguardia


de la dignidad humana

Una de las facetas relevantes de la vida afectiva es el sentimiento


de pudor. Para captar su sentido, debemos integrar los niveles 1 y 2.
En el puro nivel 1 no surge el sentimiento de pudor. Todas las par-
tes del cuerpo tienen el mismo valor, en cuanto desempeñan el papel
biológico asignado por la naturaleza. Por eso, en los análisis médicos
se descubre uno con naturalidad, porque, en esa circunstancia, la des-
nudez tiene la pureza de lo originario. En el nivel 2, el sentimiento del
pudor se alumbra y resalta cuando ponemos en relación el cuerpo y
el sentido que cada una de sus partes adquiere en el juego de la vida
personal diaria.
Entonces descubrimos que el pudor es la salvaguardia de la dignidad
personal. No se trata de calcular la cantidad de ropa con que debemos
cubrir el cuerpo, sino de dar a cada parte de este su sentido peculiar,
el que adquiere en el juego de las relaciones humanas. Vas en el tren
y ves a una joven madre dando el pecho, discretamente, a su bebé. Te
parece un gesto entrañable. Observas en un parque a una chica que
muestra los pechos sin venir a cuento y te parece un gesto inadecuado,
falto de la necesaria discreción. Parece que está regalando su intimidad,
lo que supone una grave incoherencia. Hay partes del cuerpo humano
que juegan un papel especial en las relaciones amorosas denominadas
«íntimas». Es un contrasentido exhibirlas públicamente, ya que poner
algo íntimo a la vista de cualquiera es como invitarlo a tomar posesión
de algo ajeno. Por eso se habla en estos casos de «provocación». Recor-
demos que la vista es, después del tacto, el sentido más posesivo. Es una
especie de «tacto a distancia». Por eso dejarse ver es, en cierta medida,
dejarse poseer. Como el poseer pertenece al nivel 1, dejarse ver significa
un rebajamiento de la intimidad (nivel 2) al nivel 1. Evitar esa merma
de la propia dignidad es la función del pudor, bien entendido.
Ciertas personas estiman que la exhibición corpórea debe ser per-
mitida porque la contraponen al tabú, no al pudor, con los valores po-
86 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

sitivos que este encierra para el desarrollo de la personalidad humana.


El término «tabú» apenas indica nada preciso: se limita a sugerir un
ámbito de realidades o acciones prohibidas, intocables. Su misma oscu-
ridad le confiere poder estratégico, porque el vocablo «prohibición» se
opone a «permiso», «apertura», «libertad», vocablos que están cargados
de prestigio en la sociedad actual. Esta contraposición deja al término
«tabú» (y al término «pudor», en cuanto rehúye el exhibicionismo) en
una situación desairada.

Conviene, por ello, esforzarse en dar a cada término su sentido


preciso. El pudor tiene un valor funcional, relativo al sentido
que otorgamos a nuestra vida al relacionarnos con otras per-
sonas. La actitud pudorosa no trata solo ni principalmente de
ocultar algunas partes del cuerpo, sino de darles el trato res-
petuoso que merecen. El pudor vela las partes del cuerpo que
denominamos «íntimas» por estar en relación directa con actos
personales que no tienen sentido en la esfera pública, sino solo
en la esfera privada de la relación dual a la que está confiada la
creación de nuevas vidas.

No faltan actualmente quienes parecen sentir complacencia en


quebrantar las normas del pudor, a las que tachan de ñoñas y obsoletas.
«El cuerpo no es malo (proclaman con énfasis); todas sus partes tienen
el mismo valor y deben contemplarse con normalidad». Esta frase ro-
tunda necesita una matización.

— En el nivel biológico, esta afirmación es cierta. Cada parte del cuer-


po realiza la función que le compete y está, por ello, plenamente
justificada. De ahí que, según hemos visto, en las consultas médi-
cas se muestre el cuerpo con toda espontaneidad, sin necesidad de
sonrojarse, pues la desnudez presenta aquí un sentido ético positivo
por ser necesaria para la curación de la persona.

— En el nivel lúdico o creativo, el cuerpo es «la palabra del espíritu»,


el lugar viviente de la realización del hombre como persona. No es
un útil a su servicio, ni un instrumento de instrumentos. Te doy la
mano para saludarte y en ella vibra toda mi persona. Cuando dos
personas se abrazan, no estamos solo ante dos cuerpos que se entre-
lazan (nivel 1), sino, al mismo tiempo y en un nivel superior, ante
dos personas que crean un campo de afecto mutuo (nivel 2). Esta
simultaneidad es posible porque los cuerpos no son únicamente
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 87

algo material; son realidades expresivas vivificadas por ese hálito de


vida enigmático que llamamos alma. No hay en el mundo ni un
solo objeto o instrumento que tenga semejante poder de hacer pre-
sente a una persona. Pensemos en la expresividad de un gesto, una
sonrisa, una palabra amable..., y veremos que el cuerpo humano
supera inmensamente todos los objetos, los útiles, los instrumen-
tos, los materiales de un tipo u otro.

Si nos hacemos cargo del poder que tiene el cuerpo humano de


remitir a realidades superiores que en él se hacen de algún modo pre-
sentes y en él actúan, advertiremos que, al unirse sexualmente dos per-
sonas, no realizan un mero ayuntamiento corpóreo (nivel 1); crean una
relación personal que debe estar cargada de sentido (nivel 2). En toda
relación amorosa, el cuerpo juega un papel expresivo singular. No es
una especie de trampolín para pasar hacia algo que está más allá de él,
como cuando oímos o comunicamos una noticia. En este caso, lo im-
portante es tomar nota de lo que se comunica. Apenas importa quién
lo hace y de qué forma. En la relación amorosa, en cambio, el cuerpo
se hace valer, es vehículo indispensable de la presencia de quienes se
manifiestan su afecto.
El cuerpo participa activamente en las relaciones amorosas íntimas.
Intimidad significa aquí que tú y yo estamos fundando una relación de
encuentro en la cual tú no estás fuera de mí ni frente a mí, y viceversa.
Los dos estamos en un mismo campo de interacción y enriquecimiento
mutuo, y actuamos con espontaneidad, sinceridad, apertura de espíri-
tu, confianza, fidelidad y cordialidad. Ese campo de juego común es
para nosotros algo singular, irrepetible, incanjeable, único en el mun-
do. Por eso no puede ser comprendido de veras sino por quienes lo
están creando en cada momento, pues el encuentro es fuente de luz,
y, al encontrarnos, vamos descubriendo lo que somos, los ideales que
impulsan nuestras vidas, los sentimientos que suscita nuestro trato, el
sentido que cobra nuestra existencia.
Lo que significa nuestra vida en la intimidad solo nos es accesible a
nosotros, no a quienes se encuentran fuera de ella. Consiguientemente,
exhibir lo que sucede en ese recinto privado no tiene el menor sentido;
es insensato. Puede tener un significado, en cuanto significa un incen-
tivo erótico para quienes lo contemplan; pero no tiene sentido reducir
una parcela de la vida privada de unas personas a mero incentivo para
enardecer los instintos. Una realidad digna de respeto en sí misma (ni-
vel 2) es, con ello, degradada, rebajada a la condición de medio para
unos fines (nivel 1).
88 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

Figurémonos que en la puerta de una habitación de un hotel hay


una cerradura a la antigua usanza, y se te ocurre contemplar a su través
un acto íntimo realizado por una pareja. Si alguien te sorprende, te
sonrojas, porque sabes que tal acción es indigna de una persona adulta.
Lo es por carecer de sentido. Nadie te ha prohibido realizar semejante
acto. Ni se trata, tampoco, de un tabú. Sencillamente, intuyes que tal
gesto no tiene sentido, aunque tenga un significado: el de saciar una
curiosidad morbosa. Lo que de verdad expresa el acto que se realiza
dentro de la habitación solo puede ser comprendido por quienes lo
realizan. Contemplarlo desde fuera es sacarlo de contexto; constituye
una profanación.
Tal profanación acontece, a diario, en ciertos espectáculos y medios
de comunicación. Las páginas de los diarios y las revistas, así como las
pantallas de cine y televisión vienen a ser gigantescos ojos de cerradura
por los que millones de personas se adentran en la intimidad de otros
seres. Como estos suelen exhibirse voluntariamente a cambio de una
gratificación económica, convierten su intimidad en un medio para
lograr fines ajenos a la misma, la rebajan de rango, la envilecen, literal-
mente la prostituyen. Este verbo español procede del latino prostituere,
que significa poner en público, poner en venta.
Los espectadores debemos preguntarnos si es digno participar en
tal proceso de envilecimiento. Recordemos que el sentido del tacto es el
más posesivo. Agarrar algo con la mano y «tenerlo en un puño» es signo
de posesión (nivel 1). Al tacto le sigue en poder posesivo la mirada. «Si
no lo veo, no lo creo», solemos decir, ya que ver equivale a palpar la
realidad de algo. Por eso, dejarse ver es, en cierta medida, dejarse poseer.
Y, viceversa, mirar supone un intento de poseer. Pero intentar poseer
(nivel 1) lo que de por sí exige respeto, estima y colaboración (nivel 2)
significa un rebajamiento injusto y presenta (como sabemos) una con-
dición sádica (niveles 1 y -1).
Cuando Orfeo (en el conocido mito) recobró a su amada Eurídice
del reino de los muertos, fue advertido de que, para retenerla junto a sí,
debía abstenerse de mirar su rostro durante una noche. En la literatura
y la mitología, la noche simboliza un período de prueba. Mirar indica
el afán de poseer. El rostro es el lugar en que vibra el ser entero de una
persona. A Orfeo se le vino a decir que, para crear una relación estable,
auténtica, con Eurídice, debía renunciar al deseo de poseerla y adoptar
una actitud respetuosa 37.

37
  Sobre el significado del mito de Orfeo puede verse el comentario que realizo a la obra teatral
Eurídice, de Jean Anouilh, en el libro Cómo formarse en ética a través de la literatura, o.c., 287-308.
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 89

Ofrecer a las miradas ajenas las partes íntimas del cuerpo im-
plica dejarse poseer en lo que tiene uno de más peculiar, propio
y personal. Protegerse pudorosamente de miradas extrañas no
indica «ñoñería, aceptación de tabúes, sometimiento a precep-
tos religiosos irracionales», como se dice a veces banalmente.
Significa evitar que lo más genuino de la propia persona (nivel
2) sea rebajado de rango y convertido en pasto erótico (niveles
1 y -1). El pudor tiene un sentido eminentemente positivo.
No consiste tanto en ocultar una parte de nuestra superficie
corpórea cuanto en salvaguardarnos del uso irrespetuoso, ma-
nipulador, posesivo, de nuestras fuerzas creativas, a fin de estar
disponibles para la creación de formas elevadas de unidad o
encuentro. Con razón advierte Romano Guardini que «la raíz
del pudor no reside en el cuerpo sino en el espíritu; no en los
sentidos, sino en la persona» 38.

No tiene el menor sentido afirmar que se practica el exhibicionis-


mo para «liberarse» de normas y tabúes, porque, si una norma es jui-
ciosa y fomenta nuestro desarrollo personal, prescindir de ella supone
perder las posibilidades creativas que nos otorga. Ofrecer la intimidad a
un público anónimo, como si fuera un mero objeto de contemplación,
un espectáculo, significa renunciar al encuentro personal. Constituye,
por ello, una degradación.
A tal degradación se exponen quienes contemplan escenas fuerte-
mente eróticas en las pantallas de televisión o cine. Si alguien piensa
que este acto no es degradante porque las personas contempladas se
exhiben libremente a cambio de una retribución pecuniaria, debe re-
cordar que vender la intimidad significa rebajar el propio cuerpo a la
condición de medio para el logro de un fin (nivel 1). La consecuencia
de este envilecimiento, provocado por el vértigo de la ambición, es la
tristeza y la amargura. Se comprende el rictus amargo de los rostros que
figuran en las imágenes pornográficas.

38
  La existencia del cristiano (BAC, Madrid 1997) 104; original: Die Existenz des Christen
(Schöningh, Paderborn 21977) 106.
90 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

10.ª clave: La moral cristiana tiende a lograr un ajuste perfecto


del hombre a las exigencias de su realidad personal.
Por eso exige purificar el amor, es decir, cumplir
las condiciones del encuentro auténtico

Lo antedicho nos lleva a pensar que la moral sexual cristia-


na presenta un sentido oprimente si la contemplamos desde la
perspectiva angosta del nivel 1, en el cual goza de primacía la
libertad de maniobra. Vista con la inteligencia madura propia
del nivel 2, inspirado en el nivel 3, dicha moral presenta una
gran energía y una garantía de pervivencia que es fuente de
máximo gozo en las diversas etapas de la vida.

Para descubrir esto debemos recordar el carácter promocionante


que ostentan las normas en los niveles 2 y 3. La moral cristiana es
«tolerante» en el sentido profundo de que nos propone buscar nuestra
verdad de personas aun a costa de sacrificios, es decir, de la renuncia
a valores inferiores con el fin de realizar valores más altos. El sentido
auténtico de la tolerancia no se confunde con el de la permisividad.
Significa buscar la verdad en común; dar primacía a la verdad sobre las
diversas manifestaciones del individualismo, la vanidad, el sectarismo,
el resentimiento 39.
La moral sexual que propone el cristianismo parece oprimente
cuando se la ve desde la perspectiva limitada (miope, unilateral, su-
perficial) del nivel 1. Si no aclaramos bien los niveles de realidad y de
conducta y sus características, no podemos superar de forma eficaz los
malentendidos de que es objeto la moral sexual cristiana. A menudo se
afirma, con la contundencia propia de los manipuladores, que la moral
cristiana oprime la libertad individual al reprimir los deseos naturales.
Es verdad que limita la libertad, pero es la libertad de maniobra, propia
del nivel 1, y exige sacrificios, pero ya sabemos que el sacrificio no es
una represión (un bloqueo del proceso humano de desarrollo), pues
consiste en renunciar a un valor inferior (nivel 1) para conseguir otro
superior (niveles 2 y 3).
No basta contraponer la moral libre a la rigurosa moral puritana.
Hay que oponer la moral basada en la mera libertad de maniobra a la
moral basada en la libertad interior o libertad creativa. Esta última es
la libertad que funda una vida humana lograda y digna. Si se defiende
39
  Sobre el tema de la tolerancia puede verse mi obra La tolerancia y la manipulación, o.c.
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 91

la libertad sexual, y se alude con ello a la mera libertad de maniobra


(libertad para dar rienda suelta a los instintos), se deja libre juego a una
energía potente que no lleva en sí ni medida ni control. Por eso puede
conducirnos a formas de descontrol que denotan una falta absoluta de
libertad creativa o libertad interior, libertad para orientar la vida hacia
formas de conducta llenas de sentido. Esa carencia de auténtica libertad
supone una radical «deshumanización».

La sexualidad presenta una condición «humana» cuando en-


cauza su energía hacia las tareas del nivel 2 (crear amistad, con-
vivencia hogareña, donación de vida a nuevos seres), bajo la
inspiración de los grandes valores que se nos revelan en el nivel
3. Afirmar, sin matización alguna, que tal encauzamiento supo-
ne una «pérdida de libertad» denota un desconocimiento total
de los distintos niveles de realidad en que podemos movernos.

Esta distinción de niveles nos permite superar las deficiencias de


la actitud propia del nivel 1 sin dar un salto precipitado al nivel 4. Si
digo, por ejemplo, que «la tradición cristiana enseña que la sexualidad
humana se halla íntimamente ligada a la tarea creadora expresada en el
Génesis», expreso una idea muy familiar a quienes asumimos la Sagrada
Escritura como una de nuestras raíces culturales. Pero entonces dejarán
de seguir mi razonamiento quienes se hallen alejados del humanismo
cristiano. Más eficaz resultará que suba gradualmente, nivel a nivel, los
cuatro niveles positivos, y descubra, a la luz de la antropología actual,
que el deseo sexual humano lleva en sí mismo la exigencia de insertarse
en la actividad creadora de encuentros personales, con cuanto estos
implican. El encuentro supone una cota elevada dentro del proceso de
desarrollo de las personas. Y estas constituyen, en lenguaje de Gabriel
Marcel, un «misterio», es decir, presentan un grado tal de riqueza que
no podemos conocerlas desde fuera (como si fueran objetos) y de forma
incomprometida; solo podemos irlas conociendo a medida que entra-
mos en relación creativa con ellas.
La sexualidad, entendida como una de las energías constituyentes
de la persona humana, participa de esta condición de «misterio», visto
en sentido antropológico, todavía no estrictamente religioso. Se halla
inserta en el dinamismo que nos imprime el ideal de la unidad y solo
podemos conocerla en cuanto participamos activamente de ese ideal y
la orientamos hacia él. Tal orientación le confiere una dimensión tras‑
cendente (ya que la eleva al nivel 2), pero aquí el término «trascendencia»
no alude todavía al salto que supone la elevación al mundo religioso. La
92 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

luz que nos otorga, en este campo, el concepto de «misterio» podemos


adquirirla mediante una seria reflexión sobre los distintos niveles en
que podemos movernos. A la revelación religiosa le debemos torrentes
de luz acerca del amor humano, pero, antes de recurrir a ella, podemos
realizar un largo y fecundo camino con quienes no la reconocen como
un criterio de vida. Ello nos permite «humanizar» la sexualidad y fun-
dar su ejercicio sobre criterios sólidos y lúcidos.
Es peligroso pasar directamente de una sexualidad banalizada,
tomada como un simple artículo de consumo (nivel 1), a una sexua-
lidad orlada con la condición de «misterio», en el sentido religioso
(nivel 4), pues quien carezca de una verdadera experiencia religiosa
puede no ver otra salida que atenerse a una sexualidad degradada.
Es necesario apoyar nuestro razonamiento en conceptos antropológi-
cos fecundos, como son los «ámbitos», las «experiencias reversibles»
o creativas, el encuentro, los «niveles de realidad»..., que nos dan la
flexibilidad de mente necesaria para descubrir y describir lúcidamente
los diferentes grados de calidad que pueden y deben darse en las rela-
ciones humanas.

11.ª clave: Confrontación de textos

Ofrezco seguidamente varios textos que exponen una forma de en-


focar los temas afines a la expuesta en alguna de las claves anteriores. El
lector podrá advertir hasta qué punto gana la exposición en claridad,
precisión y firmeza al manejar con soltura el conocimiento de los nive-
les de realidad y de conducta.

a) La intuición de los niveles 1 y 2

1) «Los que preparan a los jóvenes para el matrimonio —escribe An-


dré Sève— han de tener en cuenta una concepción bastante nueva
de la pareja: no poseer al otro, no dominar ni dejarse dominar, sino
vivir algo muy “juntos”. El gusto actual por la amistad repercute
en todo ello: vivir una amistad original, teñida desde luego por lo
sexual, pero imperada ante todo por el amor» 40.

40
  André Sève, El hombre vive de amor (Ediciones Paulinas, Madrid 1987) 59.
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 93

El autor indica que ciertos jóvenes conocidos por él quieren des-


vincular el amor de la posesión y el dominio. Desean vivir una
forma de singular unidad que implica la relación sexual, pero no
se reduce a ella. Lamentablemente, no precisa la relación que hay
entre el ejercicio de la sexualidad y el amor. Pero advierte que debe
prevalecer la energía del amor sobre la de la sexualidad.

2) «En la belleza y en la fragilidad de estas parejas —agrega Sève—


[...] la relación sexual es una búsqueda de amor y un lenguaje de
amor mucho más de lo que yo habría creído sin haber tratado a
estos jóvenes. Mi madre —me dice Cristina— me ha preguntado
si me acostaba con Lucas, sin preguntarme si lo amaba. Ella solo
se preocupa de eso: de lo de ¡acostarse! Quizá tengamos que pro-
gresar juntos hacia la idea firme de que “acostarse” no debe existir
sin amar. Aunque no sean lógicos con sus propias ideas, los jóvenes
pueden percibir muy bien que solo el amor puede humanizar la
brutalidad o el egoísmo del acto sexual, convertirlo en algo hermo-
so y responsable» 41.
El autor advierte que los jóvenes ya distinguen entre el ayunta-
miento corporal y el amor, y estima que es hora de convenir en que
debemos aprender a integrar ambos aspectos de la relación amo-
rosa. Indica que los jóvenes no aciertan a expresar sus ideas con la
debida claridad y coherencia racional, pero intuyen que el ejercicio
de la sexualidad no inspirado por una actitud de amor puede re-
sultar violento, desordenado e irresponsable, pues es justamente el
amor quien puede ordenarlo y embellecerlo. Si le falta este orden y
esta belleza, la pura sexualidad suele generar sentimientos de baja
autoestima, sumamente peligrosos.

3) Sève concluye: «A fuerza de hacer cualquier cosa —me dice Sole-


dad— acabé un día odiándome». «Los adultos nuevos, más lúcidos
sobre sí mismos y más liberados, pueden ayudar a los nuevos jó-
venes a definir claramente lo bueno y lo malo: no se puede hacer
cualquier cosa» 42.
Justamente, la formación de los jóvenes tiende a conseguir que dis-
tingan con toda precisión lo que es bueno y lo que es malo, y opten
por lo primero, no por lo segundo. No basta por tanto clarificar la
mente, sino afirmar el poder de decisión. Para ello, no deben los

41
  Ibíd.
42
  Ibíd., 60.
94 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

educadores limitarse a dar definiciones de lo bueno y lo malo, sino


ayudar a los jóvenes a descubrir, paso a paso, que lo bueno es lo que
construye su vida y lo malo es lo que la destruye. Ese descubrimien-
to lo hicimos (en este trabajo) mediante la experiencia de las doce
fases del desarrollo humano. Lo principal es fomentar la capacidad
de experiencia de los jóvenes. Las definiciones las formulan ellos a
la luz de lo vivido en tales experiencias.

Si carecen de esta fuente de luz, pueden los jóvenes llegar a confun-


dirlo todo. Desean la felicidad desesperadamente, la buscan como se
busca un tesoro, pero a menudo se equivocan de camino, por imaginar
que se halla en las ganancias inmediatas de las experiencias sensoriales
y sensuales. Entonces se ven a sí mismos como un amasijo de senti-
mientos confusos, de tensiones letales, de ideales imposibles, y no solo
no se aman, sino que acaban viéndose como un proyecto imposible, y
odiándose.
Lo expresó con certero dramatismo el joven centroeuropeo que,
tras relatar su largo viaje hacia la destrucción y la amargura, le pregunta
al renombrado teólogo Karl Rahner qué es eso de la felicidad y dónde
se halla 43. Es natural buscar la felicidad ansiosamente, pero resulta peli-
groso perseguirla con frenesí sin saber bien cuál es el camino recto hacia
ella. Encontrar ese camino es la tarea de una buena formación.

b) Necesidad de una adecuada formación para el amor

1. «Es evidente, por cuanto queda dicho (escribe Marcelo Peretti),


que la actitud de amor no es un rasgo espontáneo de la personalidad,
sino adquirido, y adquirido por medio de un aprendizaje formativo
bien determinado, en que el elemento prevalente de interés es la volun-
tad [...] Como acto condicionado y mantenido por la convergencia de
las disposiciones que explican la compleja dinámica de la voluntad (in-
telectuales, afectivas, culturales en sentido general), exige consiguien-
temente una formación adecuada a la complejidad de esa dinámica».
«Desde esta perspectiva se comprende que no cabe esperar una impro-
visada capacidad de realizar actos auténticos de amor» 44.

43
  Cf. p.3. La transcripción de esta impresionante carta y un comentario sobre la misma se
halla en mi obra El secreto de una vida lograda, o.c., 193-195.
44
  Marcelo Peretti, «La educación sexual como educación para el amor», en Íd. (ed.), La
educación sexual (Herder, Barcelona 1975) 189.
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 95

El autor subraya la necesidad de una formación para el amor e in-


dica qué carencias impiden alcanzar la autenticidad en el amor y cuáles
son las características del amor verdadero.

2. «Quien no es capaz de fidelidad y entrega con espíritu de amis-


tad y fraternidad —añade Peretti— no está maduro para el amor con-
yugal; quien no ha llegado a ser sinceramente amigo o hermano de
alguien está privado del ejercicio de las disposiciones que preparan a los
compromisos del noviazgo y del matrimonio». «La plena capacidad de
amar es rasgo característico de la edad adulta; el dominio de sí mismo,
la autonomía de la elección, la estimación de la personalidad del otro,
la valoración segura de los ideales de la vida, la capacidad de cumplir
los compromisos consiguientes a una actitud oblativa y a una entrega
personal, son todos los atributos que pueden alcanzar suficiente consis-
tencia durante la fase avanzada de la juventud» 45.

3. Consideraciones afines se encuentran en numerosos autores.


Paolo Liggeri, por ejemplo, subraya que para vivir plenamente el amor
se necesita lograr la madurez propia de un ser personal. «La autentici-
dad del amor posee características fundamentales que nunca podrán
cambiar mientras no cambie el ser humano con sus componentes físi-
cos y espirituales».

Es preciso, pues, tener el coraje de repetir que el quedar prenda-


do por un aspecto transeúnte o por una cualidad parcial no es amor;
que la sola atracción sexual no es amor; que la búsqueda de una eva-
sión o de un acomodo no es amor; que la tendencia a convertir a los
demás en instrumentos y avasallarlos no puede coexistir con el amor,
como no es amor recibir sin dar, alegar derechos sin reconocer que no
los hay sino a una con deberes, amar mientras todo resulta agradable,
mientras solo hay ventajas, mientras venga en gana 46.

Estas observaciones son sin duda acertadas, pero, dichas así a un


joven es difícil que le ordenen la mente en orden a comprender por sí
mismo

— por qué la falta del espíritu de amistad y entrega significa inma-


durez para el amor conyugal,
45
  Ibíd., 197, 201.
46
  Paolo Liggeri, «La orientación al matrimonio», en M. Peretti (ed.), La educación sexual,
o.c., 247.
96 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

— por qué la valoración segura de los ideales de la vida denota que


se tiene la madurez personal necesaria para poseer una plena
capacidad de amar,
— por qué la voluntad de instrumentalizar a los demás es incom-
patible con el amor.

En los párrafos antes citados se alude inexpresamente a distintos


niveles de realidad. Si los conocemos con precisión, podemos compren-
der a fondo sus afirmaciones y dar razón de ellas. De lo contrario, esos
textos servirán para afirmar en sus convicciones a quienes ya se hallan
en la vía propugnada por el autor, pero serán incapaces de articular su
mente y ayudarles a exponer de forma precisa el sentido y el alcance de
las mismas.

4. En un libro titulado expresivamente Nuevos caminos de la sexua‑


lidad  47, Ambrosio Valsechi destaca, frente a la hipertrofia de la sexua-
lidad genital, la necesidad de «realizar una transformación cualitativa
de la sexualidad que le dé un cometido nuevo». No le falta razón en
cuanto afirma, pero todo su estudio ganaría mucho en efectividad si
distinguiera con precisión los distintos planos o niveles en que se mue-
ve nuestra afectividad.

12.ª clave: A modo de síntesis: La condición indispensable


para iniciar una verdadera «formación para el amor»
es ascender del nivel 1 a los niveles 2 y 3

Si nos movemos exclusivamente en el nivel 1, no podemos formar-


nos para el amor, pues desde un nivel inferior no se percibe lo que suce-
de en los niveles superiores. Acceder al matrimonio sin ajustar nuestra
actitud a las exigencias del encuentro interpersonal (nivel 2) es caminar
hacia el fracaso. Cuando manejo objetos o utensilios con una actitud de
dominio, manejo y disfrute (nivel 1), actúo bien. Si adopto la misma
actitud cuando trato realidades superiores a los objetos, las rebajo de
rango, las bajo al nivel 1. Se trata de una manipulación injusta, que
puede hacernos caer por un tobogán envilecedor, como resalta en la
anécdota que culmina en la escalofriante frase del marido a la mujer
enferma: «Ahora, como mujer ya no me sirves».

47
  Sígueme, Salamanca 1974, p.58-61.
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 97

Queda patente que, cuando se toma el egoísmo como norma


de vida, impulso del obrar, el sentir y el elegir, bloqueamos
nuestro crecimiento personal. Esta constatación nos advierte
que vivir solo en el nivel 1 es harto peligroso, pues podemos
despeñarnos por la vía del vértigo, que nos hace caer en los
niveles negativos. Lo juicioso es dar el salto al nivel 2 (el de la
generosidad y creatividad) y afirmar esa decisión ascendiendo
al nivel 3, que supone un logro ético de primer orden pues
implica la opción incondicional por los grandes valores: la uni-
dad, la verdad, la bondad, la justicia, la belleza.

En la primera infancia, nuestras experiencias básicas (comer, andar,


hablar, dormir…) nos instalan en el nivel 1. Si tenemos la dicha de
abrirnos a la vida en un hogar acogedor, nos vemos invitados a subir a
los niveles 2 y 3 (donde se crean diversos modos de encuentro y se opta
por los grandes valores), e, incluso, al nivel 4, si se vive en él la fe religio-
sa. En caso de que prevalezca en nuestro entorno una actitud egoísta y
hedonista, corremos peligro de tomar como nuestro hogar espiritual el
nivel 1 y vivir expuestos a que las fuerzas pulsionales nos empujen hacia
el abismo de los niveles negativos, en los que se reduce al máximo la po-
sibilidad de una vida personal auténtica. Queda patente la responsabili-
dad de quienes acompañan a los niños durante la infancia y la juventud.
Al final de nuestro recorrido, vemos confirmado el presentimiento
de que para formar a los jóvenes en el amor no basta exponerles una
doctrina, por equilibrada, sólida y fecunda que sea. Lo necesario y ur-
gente es transmitírsela de tal modo que los jóvenes puedan descubrir,
por sí mismos, el valor que dicha doctrina encierra para su desarrollo
como personas. ¿Cómo hay que entender y vivir las relaciones amorosas
para que jueguen un papel positivo en tal desarrollo?
A fin de responder a esta pregunta de forma persuasiva, descubrimos
al principio las doce fases de nuestro crecimiento personal. Y pronto
observamos que tal crecimiento se da según vamos creando modos de
unidad cada vez más valiosos con las realidades del entorno. Esa crea-
ción de modos superiores de unidad solo es posible si, al conocer modos
de realidad de mayor rango (el tablero, la partitura, el poema, la obra
musical, las personas…), adaptamos nuestra conducta a sus exigencias.
Al realizar este cambio, descubrimos la maravilla de las experiencias re‑
versibles, que culminan en las experiencias de encuentro. Asombrados por
los frutos que estas nos reportan, realizamos el descubrimiento decisivo:
el del ideal de la unidad, que es el ideal de nuestra vida. El ideal no es
una mera idea; es una idea motriz, que dinamiza nuestro ser y nuestro
98 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

quehacer. La atracción y la apetencia se convierten en auténtico amor


cuando se dejan inspirar y transfigurar por el ideal de la unidad, vincula-
do interiormente al de la bondad, la verdad, la justicia, la belleza.
A medida que realizamos ese ascenso al nivel 2 del encuentro y al
nivel 3 de los grandes valores, aprendimos a pensar de forma precisa, y
descubrimos una serie de claves de orientación que nos marcan el cami-
no que lleva a una vida de convivencia lograda. Es un camino bello y
prometedor como un cuento de hadas y, a la vez, plenamente real (por
eficiente) y viable. Exige sacrificios, pero estos, al vivirlos en el nivel
2, nos aparecen como un trauma de crecimiento, un salto a modos de
realización personal muy valiosos y atractivos.

— La razón profunda de nuestro método de búsqueda

No hemos descrito solamente una doctrina. Hemos descubierto una


vía que nos lleva a captar el inmenso valor que alberga la doctrina que
vincula la sexualidad a la amistad, a la fundación de un hogar, a la do-
nación de vida a nuevos seres. Desde esta altura, resulta desconsolador
contemplar la pobreza de las interpretaciones que reducen el amor a
pasión, escinden la sexualidad del amor comprometido, toman el gusto
como criterio de vida...
Indicamos, al principio, que no intentamos tanto enseñar cuanto
ayudar a descubrir. Ahora vemos que, merced a este método de bús-
queda, hemos incrementado notablemente nuestro conocimiento de la
vida humana (cómo nos desarrollamos, hacia qué metas nos dirigimos,
qué energía interior nos permite crear modos elevados de unidad con
las otras personas...) y nos hemos capacitado para clarificar, con la debi-
da lucidez y precisión, algunas cuestiones que plantea la vida amorosa.

Queda, así, bien resaltada nuestra orientación pedagógica. La


«formación para el amor» es un proceso de descubrimientos y
transfiguraciones. Al seguirlo, creamos formas cada vez más ele-
vadas de unidad. Descubrimos, así, el encuentro, los valores, las
virtudes y el ideal de la unidad. A la luz del ideal, descubrimos
en qué consiste la verdadera libertad, cómo podemos llenar la
vida de sentido, de qué modo podemos ser creativos, pensar y
vivir de forma relacional, convertir el lenguaje y el silencio en
vehículos del encuentro, evitar caer en el vértigo, decidirnos a
vivir experiencias de éxtasis y elevarnos a lo mejor de nosotros
mismos; en último término, vivir plenamente la afectividad.
C.3.  CLAVES PARA ORIENTAR LA AFECTIVIDAD 99

Al ver con toda claridad cómo crecemos en cuanto personas, adivi-


namos de qué modo hemos de vivir las relaciones afectivas para que co-
operen a tal crecimiento. Por eso las claves indicadas no tienden nunca
a entorpecer nuestro camino hacia la felicidad, sino a hacerlo posible.
Este camino debe adaptarse a la lógica de los niveles 2 y 3, justo la que
regula nuestras relaciones de encuentro con las personas (nivel 2) y con
los valores (nivel 3). Si, al recorrer esa vía, debemos realizar algún sacri-
ficio, es por la profunda razón de que debemos superar el apego a las
apetencias propias del nivel 1. El que desee recorrer las prometedoras
vías de la ética y la estética, ha de renunciar a la libertad de maniobra,
por seductora que le parezca. Sin ello, no entrará siquiera en el reino
de la creación estética y ética. En la vida del arte y de la interrelación
humana no podemos adoptar la actitud de dominio, posesión, manejo y
disfrute propia del nivel 1. Hemos de comportarnos con respeto, estima
y colaboración. Es una ley de vida, como se nos fue revelando a lo largo
de los doce descubrimientos. No es una exigencia de orientaciones mo-
rales rigoristas, sino una necesidad interna de la lógica propia de cada
uno de los niveles que entran en juego 48.

Visión sinóptica. El amor auténtico y la ilusión verdadera

— Las relaciones egoístas del nivel 1 pueden ser atractivas, pero son
temibles si nos llevan al vértigo.
— En cambio, las relaciones generosas del nivel 2 suscitan siempre
alegría, entusiasmo y felicidad.
— Realizadas con espíritu egoísta, las relaciones sexuales se dan en el
nivel 1 y no promueven los modos elevados de unión que denomi-
namos encuentro. Producen, al principio, una ilusión de felicidad, y
acaban convirtiéndonos en unos ilusos, porque confundimos el goce
con el gozo.
— Por el contrario, si nos decidimos a crear generosamente relaciones
de encuentro, las formas de unión amorosa que practiquemos ten-
drán una calidad muy alta y suscitarán en nosotros sentimientos de
48
  A esto sin duda aludía el psiquiatra vienés Viktor Frankl al escribir: «A la corta o a la larga
ontologizaremos la Moral: es decir: lo bueno y lo malo no serán definidos como algo que debemos
hacer u omitir, sino que el bien nos aparecerá como la realización del sentido que viene exigido
e impuesto a un ser, y consideraremos como malo lo que impide esa realización de sentido» (Der
Mensch vor der Frage nach dem Sinn, o.c., 155). Frankl advierte certeramente que el sentido no se
nos da, al modo de un objeto (nivel 1); debemos colaborar nosotros para que surja (nivel 2). Por
tratarse de una colaboración, nosotros no somos dueños del sentido. Estas precisiones pertenecen
de lleno a lo que podemos llamar la «lógica» del nivel 2. Determinarla con precisión es una labor
indispensable para la antropología filosófica.
100 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

auténtica alegría y felicidad. Entonces viviremos la vida de amor


con verdadera ilusión.

El que sepa distinguir con nitidez ser iluso y vivir ilusionado descu-
brirá claves de orientación suficientes para orientar bien su afectividad
y convertirla en un impulso poderoso hacia una vida lograda 49. Ante-
riormente, hemos señalado algunas de esas claves. El lector podrá agre-
gar otras semejantes si ha vivido las experiencias que hemos sugerido
en este trabajo.

49
  Lo expongo con amplitud en la obra El secreto de una vida lograda, o.c.
Apéndice
LA CONCEPCIÓN CRISTIANA
DEL MATRIMONIO

Al descubrir los niveles positivos, observamos que cada nivel logra


su plenitud en el nivel superior, por el que siente una especie de nos-
talgia. Nuestra actividad en el nivel 1 procura, ante todo, cubrir las
necesidades vitales básicas. Este modo de vida elemental adquiere en la
capacidad de encuentro del nivel 2 un momento de plenitud. Pero no
es el máximo posible. El encuentro halla su fundamento en la opción
por los grandes valores propia del nivel 3. Podríamos pensar que ahora
sí nos hallamos en la cumbre más alta. Pero nos falta ascender al lugar
donde se hace posible la incondicionalidad de nuestra entrega a los valo-
res. Ese ascenso nos sitúa en el centro del nivel 4, el religioso.
Desde esta relevante cota se nos abre la posibilidad de dar a nuestra
concepción de la unión matrimonial una dimensión nueva, de gran al-
cance. La novedad consiste en el canon de unidad que se adopta. Recor-
demos que cada ascenso de nivel y cada nuevo plano que ganamos den-
tro de cada nivel supone el logro de una forma más elevada de unidad.
Ahora, en el salto del nivel 3 al nivel 4, adquirimos un referente nuevo
para medir la calidad de la unión que debemos alcanzar. La medida ya
no depende de nuestra capacidad de perfeccionamiento; nos viene dada
de lo alto, de Quien es nuestro Maestro por excelencia. Al casarnos no
solo en una iglesia cristiana, sino con el espíritu de Cristo, prometemos
crear entre nosotros una forma de unión perfecta, en cuanto se asemeje
cada día un poco más a la unión que Jesús tenía con el Padre y con los
hombres, unión que le llevó a dar la vida por amigos y enemigos. No
hay un tope máximo. Jesús nos marcó la meta: «Sed perfectos como
vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48).
En el matrimonio, la perfección se mide por la calidad de la uni-
dad. Al comprometerse con un tipo de unión cuya medida viene dada
por el modelo supremo, que es la vida trinitaria misma, los esposos se
convierten en portavoces del universo. En la concepción cristiana, el
mundo fue creado por Dios por amor y debe volver a su origen, que es
102 EL DESCUBRIMIENTO DEL AMOR AUTÉNTICO

el Dios que se define como Amor (1 Jn 4). Toda realidad, al existir en


unidad dinámica con las demás, está inmersa en ese círculo amoroso.
Al recorrer su órbita, el astro da gloria al Creador, pero no lo sabe ni
lo quiere. Lo mismo la planta, en cuanto vive unida ecológicamente
al entorno y glorifica a Dios al exhibir sus bellas formas y exhalar su
perfume. Quien lo sabe y debe quererlo es el ser humano. Sabe que
la meta de su vida, su ideal, su vocación y misión más hondas como
persona consisten en crear las formas más valiosas de unidad y retornar,
así, consciente y libremente al Creador.

Al prometer los contrayentes que van a instaurar entre ellos ese


modo de unión eminente que es un hogar, dan voz a todas las
realidades del universo y cierran el circuito de amor iniciado en
el momento de la creación. Alcanzan, de este modo, su máxi-
ma dignidad, se ajustan plenamente a su verdad. Y la verdad es
fuente de vigor y de alegría. «La alegría anuncia siempre que la
vida ha triunfado —escribe Henri Bergson—, que ha ganado
terreno, que ha reportado una victoria: toda gran alegría tiene
un acento triunfal» 1. El mayor triunfo que podemos conseguir
es sintonizar nuestra vida con el espíritu de unidad que late en
todo el cosmos.

Por el contrario, el que provoca la escisión con las demás personas


y con la naturaleza bloquea la marcha del universo hacia la unidad y
vive en un estado de falsedad radical. Esta mentira nuclear nos enferma
como personas y anula de raíz la posibilidad de la alegría y la felicidad.
Los esposos, al advertir que su amor es una participación en el Amor
que dio origen al universo (cuyo último componente viene dado por
energías estructuradas, interrelacionadas) 2, ven asombrados que su ma-
trimonio es una realidad excelsa que revela, en una figura visible, una
realidad misteriosa y presenta, así, un carácter sacramental.
Esta estima de la unidad conyugal se incrementa al oír la gran pro-
mesa de Jesús: «Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, ahí estoy
yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). Unirse en nombre de Jesús significa
seguir su ejemplo y crear vínculos con una actitud de generosidad ab-
soluta, es decir, libre de todo condicionamiento interesado. Los esposos
1
  L´énergie spirituelle (PUF, París 321944) 23.
2
  La importancia de la categoría de relación en todo el universo y, de modo singular, en la vida
humana es destacada actualmente por insignes científicos y humanistas. Un amplio análisis de este
relevante tema se halla en mi obra Cómo lograr una formación integral (San Pablo, Madrid 21997).
Nueva edición en la Biblioteca del educador. V: Enseñanza escolar y formación humana (Puerto de
Palos, Buenos Aires 2005).
APÉNDICE.  LA CONCEPCIÓN CRISTIANA DEL MATRIMONIO 103

que se hallan dispuestos a consagrar su vida al logro de la felicidad del


cónyuge saben que Jesús está presente en medio de ellos con un modo
muy real y eficiente de presencia. Este Jesús presente constituye la mayor
fuente de energía de los esposos, la que les permite crear siempre de
nuevo su relación amorosa y elevar su calidad.
Al hacerlo, el cristiano vive eclesialmente y contribuye a incremen-
tar la comunidad eclesial, a cuya corriente de vida está adherido por el
bautismo. Los que se casan religiosamente fundan una familia dentro
del ámbito de vida eclesial, para cumplir el designio de Dios sobre ellos
y colaborar en su obra creadora y redentora.
Casarse religiosamente no se reduce a realizar una bella ceremonia
en el marco solemne de un templo. Implica toda una actitud ante la
vida: la decisión de sumergir la vida familiar en la corriente de creati-
vidad espiritual que procede de Cristo Resucitado, de su voluntad de
transfigurar la vida humana mediante la participación comunitaria en
una vida de auténtico amor:

«Padre santo —exclama Jesús en la Oración Sacerdotal— prote-


ge tú mismo a los que me has confiado, para que sean uno como lo
somos nosotros». «Ahora me voy contigo, y hablo así mientras estoy
en el mundo para que los inunde mi alegría» (Jn 17,11-13).

En esta grandiosa labor de crear una forma trinitaria de unidad


(origen y meta de la vida cristiana) colaboran de forma relevante los
esposos que viven religiosamente su unidad matrimonial.

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