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Marco Antonio López Mora

UNIVERSIDAD DE NAVARRA
INSTITUTO DE CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN
OF – 964

LA FORTALEZA EN LOS PADRES1


Firmeza de ánimo. La fortaleza es la tercera de las virtudes cardinales. La prudencia
es el modo que tiene el hombre de poseer, mediante sus decisiones y acciones, el bien
propiamente humano o lo que viene a ser lo mismo: la verdad. El distintivo peculiar de la
virtud de la justicia es que tiene por misión ordenar al hombre en lo que dice en relación al
otro, mientras que las otras virtudes se limitan a perfeccionar al ser humano exclusivamente
en aquello que le conviene cuando se le considera tan solo en sí mismo. La virtud de la
fortaleza, como dice San Agustín, es un “testigo incontestable” de la existencia del mal. La
fortaleza ayuda al hombre a resistir el mal y a atacarlo.
Con este planteamiento se ve que la fortaleza supone vulnerabilidad. Sin
vulnerabilidad no se daría la posibilidad misma de la fortaleza. El hombre puede ser agredido
de maneras muy distintas y ya que puede ser dañado necesita de la virtud de la fortaleza para
enfrentarse con estas dificultades. Pero no hay que olvidarse que nunca se podrá desarrollar la
virtud de la fortaleza sin ser previa o simultáneamente prudente y justo. Por este motivo la
fortaleza no es ni la primera ni la más grande de las virtudes, aunque puede suponer una
dificultad grande en la vida del hombre. Porque no es la dificultad ni el esfuerzo lo que
constituyen la virtud, sino únicamente el bien.
En términos más sencillos, los padres no deben pensar que el mérito está en el
esfuerzo que hacen por atender a sus hijos o para aguantar sus caprichos e insuficiencias, sino
en hacer estas cosas buscando su auténtico bien. Mediante la prudencia el hombre se realiza a
sí mismo conforme a la verdad de las cosas que existen. La justicia impone el orden de la
razón en todos los asuntos humanos y la fortaleza, conjuntamente con la templanza, sirve a la
conservación de ese bien.
RESISTIR
Es posible que algunos piensen que la fortaleza significa no tener miedo y que la
persona más fuerte será aquella que nunca tenga miedo frente a cualquier dificultad. Sin
embargo, en un cierto sentido, la fortaleza supone el miedo del hombre al mal, porque es lo

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Original del profesor David Isaacs, 1991. Versión digital y pedagógica por Marco Antonio López Mora, sin
fines de lucro, febrero de 2019.
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que mejor caracteriza a su esencia no es el no conocer el miedo, sino el no dejar que el miedo
le fuerce al mal o le impida la realización del bien. En definitiva, el temor a lo que debe ser
temido es uno de los fundamentos necesarios de la fortaleza.
Vemos entonces que solamente el que realiza el bien haciendo frente al daño y al mal
es verdaderamente valiente. Pero se puede hacer frente de dos maneras complementarias:
resistir y atacar. De estas dos se considera que el resistir es el acto más propio de la fortaleza,
aunque no signifique que tenga mayor valor que el atacar. Significa sencillamente que existen
situaciones en que no hay más remedio que resistir en nombre del bien y se resiste para
adherirse al bien.
No es el momento de entrar en la clasificación de las distintas virtudes que ayuden a
resistir y a atacar o emprender. Bastará con hacer constar que la paciencia y la longanimidad
contribuyen a resistir las dificultades causadas por la tristeza de los males presentes y que la
perseverancia y constancia contribuyen a resistir las dificultades sin abandonar esa resistencia
por la prolongación del sufrimiento.
Ahora estamos en condiciones de reflexionar sobre el resistir en los padres. En las
relaciones en la familia seguramente va a ser más fácil desarrollar la fortaleza referida a los
hijos ya que, habitualmente, los padres piensan en su bien, en lo que creen que es bueno para
ellos y, por tanto, notan con mayor facilidad las dificultades que se enfrentan con ese bien en
la familia y fuera de ella. Sin embargo, puede ser más difícil plantear el tema respecto a la
relación conyugal, ya que los cónyuges, con frecuencia, no piensan tanto en el bien del
cónyuge. De todas formas vamos a comenzar con su actuación en relación con los hijos.
Como ya hemos dicho, pero conviene subrayar otra vez, la fortaleza no tiene ningún
sentido si no se sabe lo que es bueno y, por tanto, cada padre tendrá que esforzarse, con su
razón, en descubrir y reconocer lo que es auténticamente bueno. Es posible que se limiten los
padres en este sentido, pensando únicamente en el triunfo de los hijos en sus estudios, por
ejemplo, en lugar de captar las posibilidades de los hijos en su plenitud. Si se descubre más
nítidamente los componentes de ese bien, el resistir influencias nocivas y el soportar las
molestias tendrá su sentido es así, habitualmente se intentará evitar las actuaciones que
puedan producir el sufrimiento.
Esta es una de las dificultades principales de los padres que intentan crear una
familia feliz. Creen que el bien superior es la paz y no el bien de los hijos. Es decir, prefieren
una situación en que no haya disgustos ni dolor (que de hecho no significa paz sino más bien
ausencia de guerra) a otra en que se logra un bien, el auténtico bien, pero teniendo que sufrir

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personalmente o haciendo sufrir a otros. Por ejemplo, aguantar el disgusto de un adolescente
después de haberle prohibido algo, sabiendo que esa prohibición protege algún bien, u obligar
a algún hijo a realizar esta tarea en lugar de realizarla personalmente y luego soportar las
contrariedades que la exigencia puede producir. El aguantar o soportar alguna molestia nunca
es agradable y únicamente se va a hacer si se nota que vale la pena, sí se reconoce claramente
el bien que se está persiguiendo.
Otra dificultad hace referencia al tiempo que tiene que discurrir para lograr los
resultados positivos que se desean. La educación no es un proceso rápido, especialmente las
cuestiones más importantes o radicales. El aprender a leer o sumar puede ser rápido, por lo
menos se notarán señales de avance. En cambio, mejoras de los hijos respecto al desarrollo de
las virtudes, por ejemplo, serán mucho más lentas y difíciles de notar. Por eso hace falta la
virtud de la longanimidad, que ayuda a resistir las molestias presentes cuando un bien arduo
tarda en llegar. Para superar esas dificultades, convendrá reconocer que es así y también
utilizar la capacidad de observación, comentando con el cónyuge, con el fin de descubrir
pequeñas señales de mejora, ya que habitualmente las deficiencias son más evidentes que los
logros. Y eso porque los logros no llegan a hacer más que dejar a la persona “como debe ser”.
En tercer lugar, los padres tendrán que enfrentarse con situaciones objetivamente
nocivas y malas con alguno(s) hijos. Nos estamos refiriendo a estos momentos de auténtica
prueba en que se pierde de vista el bien deseado con el peso de la preocupación actual. Por
ejemplo, un hijo que cursa estudios universitarios se niega a seguirlos, no por incapacidad,
sino por capricho, rebeldía o comodidad. La fortaleza llevará a los padres a pensar en lo que
es mejor para el hijo e intentar lograr que el hijo lo vea como bueno también. Sin embargo, si
decide en contra de su voluntad, será esa capacidad de resistir de los padres lo que les hará
seguir pensando en su bien, sin los estudios universitarios, aunque sufren por reconocer un
bien que les ha sido retirado. Otro ejemplo podría ser la situación de una hija que se queda
embarazada sin estar casada. La fortaleza requiere que los padres busquen el bien de la hija,
del niño no nacido y del padre posiblemente y aceptar las consecuencias, aunque no sean las
más convenientes para evitar algún tipo de crítica social.
En la vida, surgen dificultades continuamente y no es fácil desarrollar la fortaleza al
enfrentarse con ellas. El bien puede estar escondido o se puede tener miedo al sufrimiento, o
se puede sacrificar algo realmente bueno por algo de mucho menos valor. Por eso es tan
importante la ayuda mutua en el matrimonio para lograr que se viva la fortaleza bien,
conociendo las tendencias positivas y las deficiencias mutuamente.

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En cuando a la fortaleza en su aspecto de resistir en el matrimonio decíamos antes
que seguramente sería más difícil de vivir ya que los cónyuges habitualmente no están tan
centrados en el bien del otro como en el bien de los hijos.
La vida entre dos personas, además de sexos diferentes, no es fácil y, por tanto, es
fácil llegar a un planteamiento de coexistencia basado en un número denominador muy bajo.
Algo así como la supervivencia. De hecho muchos libros publicados sobre las relaciones
conyugales podrían llevar el título de “Cómo sobrevivir en el matrimonio”. Y esto es no solo
disfuncional, sino una auténtica pena, ya que el matrimonio puede ser una gran aventura toda
la vida. Pero depende de la fortaleza. En su aspecto de acometer ya volveremos sobre este
tema más tarde. Pero ¿qué supone el resistir como parte de la virtud de la fortaleza en el
matrimonio?
El matrimonio supone un compromiso mutuo para siempre y, por tanto, cualquier
mal que surge en el matrimonio no puede ser resuelto por un cambio de la situación. Así es
como sucede con los hijos, pero no con los compañeros de trabajo o el lugar de residencia, por
ejemplo. Desde el hecho de tener que sufrir en hombre del bien, podemos ver cómo se dividen
los tipos de molestias en dos: las que con objetivamente un mal y las que molestan no tanto
por ser un mal, sino por no adaptarse al propio modo de ser. Por ejemplo, puede haber
pequeños detalles de faltas de orden en un cónyuge que molestan, pero que deben ser
soportadas porque no suponen ningún mal importante para el otro. Sin embargo, hay otras
actuaciones o realidades que deben ser afrontadas enérgicamente y todavía otras que necesitar
ser soportadas buscando el bien de la relación. La prudencia nos dirá cuándo conviene actuar
o no, pero lo importante es saber que el bien propio del matrimonio es suficientemente grande
como para no quedarse con poco y también que conviene soportar las molestias buscando el
bien del cónyuge y de la relación en sí.
En ambos casos, con los hijos y con el cónyuge, también se trata de contar con la
fortaleza para soportar los daños causados por los demás y por la sociedad en general. El
saber decir que no, el “huir” de situaciones convencionales pero indeseables, el reconocer el
daño, por influencias externas negativas pueden crear, es parte del deber del padre
responsable.
Pero todo esto se hará si se acepta inicialmente que es necesario sufrir, aguantar,
soportar molestias, para lograr el auténtico bien. Si no es así la fortaleza deja de tener sentido,
ya que no conducirá al bien deseado.
ACOMETER
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Cuando el hombre acomete se está mostrando como un ser capaz de tener esperanza
en el futuro. Arriesga su inmediato bienestar, rompe las ataduras de ese tipo de egoísmo en el
que una angustiada voluntad de seguridad desearía permanecer. Antes hemos mencionado la
importancia del temor al mal como motivación crucial para el desarrollo de la virtud. Pero
ahora habría que añadir la seguridad. O, si se quiere, el miedo al futuro mal entendido. En la
vida se trata de acometer empresas grandes.
En relación con los hijos el miedo o ese deseo de seguridad, puede llevar a los padres
a no plantearse el auténtico bien. Se puede contentar con poco o dejarse llevar por la búsqueda
de fines que no exigen mucho esfuerzo. Por eso conviene ver, en primer lugar, el grado en que
se está viviendo la virtud de la magnanimidad, ya que ayuda a emprender obras grandes de
auténtico valor. Esta virtud empuja siempre a lo grande, a lo espléndido, y es incompatible
con la mediocridad tan asociada a la seguridad exagerada.
Ahora bien, ese tipo de persona necesita seleccionar muy bien sus metas y
seleccionar pocas, ya que al plantear muchas por una parte se confunde lo importante con lo
secundario, y en segundo lugar se reparten los esfuerzos entre muchos, de tal manera que lo
más importante no recibe el apoyo necesario. Si se consigue ver con claridad ese bien,
automáticamente la comparación entre uno mismo y los demás deja de tener sentido.
Únicamente se trata de conocer el grado en que se está alcanzando el fin deseado. Por eso, la
persona magnánima no es envidiosa ni rival de nadie. Además, para lograr esos pocos bienes
arduos será algo pausado y tranquilo. No se entregará a muchos negocios a la vez. Descubrirá
lo positivo en los demás, admirará la virtud, y no se alegrará de los aplausos de los demás: no
los buscará.
Es evidente que si los padres actúan así, los hijos van a reconocer con más facilidad
lo que es realmente bueno y además aprenderán a apreciarlo. Si no es así es posible que se
queden con metas muy pobres en su vida, aunque teóricamente los padres saben lo que
buscan.
Contentarse con poco es una de las enfermedades de nuestro tiempo. Y puede
parecer inicialmente que es todo lo contrario: que el hombre de hoy busca más y más. En un
sentido es cierto: como que no encuentra lo que es el auténtico bien, no queda satisfecho por
el objeto de su esfuerzo, cuando lo encuentra, de tal manera que siempre necesita más. Pero
ese más es objetivamente poco y como no se encuentra lo que básicamente necesita para no
angustiarse demasiado termina “contentándose” con poco.

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Pero también hay padres, como hemos indicado antes, que saben lo que es bueno, o
por lo menos lo intuyen, pero no hacen el esfuerzo necesario para buscar y encontrarlo. El
resultado es que muchas personas hacen muy poco uso de sus capacidades y cualidades
naturales o, si se quiere, de los talentos que Dios les ha dado.
Para acometer hace falta reconocer la meta, pero también las capacidades y
cualidades propias. Si no es así por timidez, cobardía, comodidad o seguridad, es posible que
los padres sean unos educadores mediocres, proporcionando una educación mediocre a sus
hijos.
Parece necesario que los padres reflexionen bastante sobre su situación en este
sentido, ya que es muy fácil reconocer “cómodamente” los puntos fuertes que todos tenemos,
en lugar de ver si estos puntos fuertes están realmente relacionados con lo que es más
importante en la vida.
Por ejemplo, una persona inteligente necesita utilizar su mente regularmente leyendo,
estudiando, discutiendo, con el fin de calar más hondo en las realidades de la vida. Y este
ejercicio intelectual forzosamente debe tener mayor valor que el ejercicio físico o cualquier
entrenamiento, aunque tampoco se pretende sugerir que no conviene realizar algún ejercicio
físico para mantener el cuerpo en forma. Me refiero a los abusos del uso del tiempo y del
esfuerzo en actividades que no son de los más importantes. Leer, pensar, estudiar, discutir,
etc. pueden costar mucho esfuerzo pero, igual que con las virtudes, se va ganando en facilidad
con su práctica.
Lo que estamos buscando entonces son padres que se esfuercen en la búsqueda de la
verdad, que se esfuercen en el desarrollo de sus capacidades y cualidades y que aprovechen
verdaderamente todos los talentos. Únicamente así podemos evitar la mediocridad.
Se puede aplicar esto mismo a las relaciones conyugales. Algunas personas no se han
planteado la relación conyugal como un objeto de atención prioritaria, como un auténtico bien
a encontrar y desarrollar. Otras se contentan con la mediocridad de la “paz” creada por la
existencia de las vidas paralelas. Un matrimonio de crecimiento conjunto, utilizando sus
talentos, puede alcanzar también una nobleza de carácter y grandeza de alma.
Sin embargo, cuando se busca el bien y se está dispuesto a descubrir y aceptar la
realidad se sufre. Para eso está la fortaleza. Es evidente que las personas que huyen del
sufrimiento no desarrollarán la virtud de la fortaleza ni tampoco encontrarán la satisfacción
que proporciona el acercarse gradualmente al conocimiento del bien que es un reflejo del gran
bien. O sea Dios.

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ALGUNOS VICIOS
También puede ser útil saber cuáles son los vicios que se oponen al desarrollo de la
virtud de la fortaleza, ya que de esta manera podemos recordar algunos de los aspectos
principales de este escrito. Uno de los vicios es la timidez o la cobardía, que no permite
enfrentarse cabalmente con el bien ni con la realidad, ni permite aguantar en función de ese
bien por causa del sufrimiento que puede crear. No hay que olvidar que la búsqueda del bien
es casi siempre ardua. También la impasibilidad o indiferencia es un vicio en contra de la
fortaleza, ya que supone que no se temen los peligros suficientemente o que no se reconoce lo
que es el auténtico bien. Y, por fin, también la osadía en otro vicio por exceso de la fortaleza
que desprecia los dictámenes de la prudencia y lleva a la persona a enfrentarse
innecesariamente con el mal. Conviene subrayar que algunos padres se refugian en la
prudencia mal entendida para no arriesgarse en la búsqueda del bien. Ese riesgo a veces es
difícil sumirlo. Para eso está la ayuda y el estímulo del cónyuge o, cuando falta, el
acompañamiento de los amigos.

APUNTES TOMADOS DURANTE LA CHARLA


Estudiar y pensar. Toltoi, La guerra y la paz. Dostoiewski, Crimen y castigo.
Igualitarismo = “Todos tenemos derecho a todo porque todos somos iguales.”
Es una equivocación. No todos somos iguales, pues cada ser es único. No todos pueden ser
brillantes. Va en contra de la felicidad.
Tolerancia – todos los puntos de vista tienen igual valor. No hay diferencias entre el bien y el
mal. No ser mejor, no destacarse, no mejorar… Autoestima se está entendiendo como no
esfuerzo.
Utilitarismo = capacitación para realizar tareas con una finalidad económica.
La medida es absolutamente inútil en la educación. Debe servir solo para indicar si el
individuo avanza o no.
Santo Tomás, frente al sufrimiento: contemplar la verdad, compartir un placer (amigos),
rezar, llorar, tomar un baño caliente e irse a la cama = cuerpo y alma = unidad.
TV, problemas
Comportamientos retratados no reflejan problemas familiares reales.
Reflejan antivalores y pasan a creerse que son normales.
Velocidad de imágenes en la TV, mucha rapidez.
Tendencia a creer lo que está escrito.
Valores concretos atrás de noticias: infidelidad, sexo, odio, compasión.
Demasiada confianza en determinadas personas (por ejemplo Director de Noticias), o
actividades (por ejemplo, deporte = violencia, pegar (jugar) al árbitro soborno…).
Falta de equilibrio entre en esfuerzo y el resultado obtenido: la TV rompe este equilibrio pues
solo exige aplastar un botón.
Familia = falta de autoridad, infidelidad
¿Cómo actuar?
¿Los medios de comunicación son buenos o malos?
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