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EL ENFERMO IMAGINARIO

De MOLIERE
VERSIÓN HUASTECA DE ANUAR JOTTAR MAGDALENO
COMPAÑÍA TEATRAL “LA GARZA” DE LA UAEH

PERSONAJES DE LA COMEDIA

ARGAN, enfermo de aprensión.

BELINDA, Segunda mujer de Argán.

ANGÉLICA, hija de Argán

LUISA, media hermana de Angélica

BERNARDO, hermano de Argán.

CLEMENTE, enamorado de Angélica.

DIAZ FORUS, médico.

TOMÁS DIAZ FORUS, su hijo.

PURGON, médico de Argán.

FLORIAN, boticario.

BUENAFE, notario.

ANTONIA, criada.

Actuación especial:
Ballet Folclórico de la UAEH.
Trío Cantar Huasteco de la UAEH.

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ACTO PRIMERO

ESCENA UNO.- ARGÁN


ESCENA DOS.- ARGÁN ANTONIA
ESCENA TRES.- ARGÁN, ANGELICA Y ANTONIA
ESCENA CUATRO.- ANGELICA Y ANTONIA
ESCENA CINCO.- ARGÁN ANGELICA Y ANTONIA
ESCENA SEIS.- BELINDA, ANGELICA, ANTONIA Y ARGÁN
ESCENA SIETE.- EL NOTARIO, BELINDA Y ARGÁN
ESCENA OCHO.- ANGELICA Y ANTONIA

ACTO SEGUNDO

ESCENA UNO ANTONIA Y CLEMENTE


ESCENA DOS.- ARGÁN, ANTONIA Y CLEMENTE
ESCENA TRES.- ARGÁN, ANGELICA Y CLEMENTE
ESCENA CUATRO.- ANTONIA, CLEMENTE, ANGÉLICA Y ARGÁN
ESCENA CINCO.- ANTONIA, CLEMENTE, ANGÉLICA, ARGÁN, DÍAZ FORUS Y
TOMÁS DIAZ FORUS
ESCENA SEIS.- BELINDA, ARGÁN, ANTONIA, ANGÉLICA, DIAZ FORUS Y
TOMÁS
ESCENA SIETE.- ARGÁN Y BELINDA
ESCENA OCHO.- ARGÁN Y LUISA
ESCENA NUEVE.- ARGÁN Y BERNARDO

ACTO TERCERO

ESCENA UNO.-ARGÁN, BERNARDO Y ANTONIA


ESCENA DOS.- BERNARDO Y ANTONIA
ESCENA TRES.- ARGÁN Y BERNARDO
ESCENA CUATRO.- ARGÁN, BERNARDO Y FLORIAN
ESCENA CINCO.- ARGÁN, BERNARDO, PURGÓN Y ANTONIA
ESCENA SEIS.- ARGÁN Y BERNARDO
ESCENA SIETE.- ANTONIA, ARGÁN Y BERNARDO
ESCENA OCHO.- ANTONIA, ARGÁN Y BERNARDO
ESCENA NUEVE.- ANTONIA, ARGÁN Y BERNARDO
ESCENA DIEZ.- ANTONIA, ARGÁN Y BERNARDO
ESCENA ONCE.- ANTONIA, ARGÁN Y BERNARDO
ESCENA DOCE.- BELINDA, ANTONIA, ARGÁN Y BERNARDO
ESCENA TRECE.- ANGÉLICA, ARGÁN, ANTONIA Y BERNARDO
ESCENA CATORCE.- CLEMENTE, ÁNGELICA, ARGÁN, ANTONIA Y
BERNARDO

La acción, en la Huasteca Hidalguense

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ACTO PRIMERO
CON MÚSICA DE: EL ZACAMANDU

Ay la la la
Mi patrón se llama Argan, conocido en la Huasteca
Ay la la la, la la la
Ay la la la
Conocido en la Huasteca, mi patrón se llama Argan

Ay la la la
El enfermo de aflicción, lo nombra aquel que lo sepa
Ay la la la, la la la
Ay la la la
Si lo quiere conocer, los invito a ver la puesta

Ay la la la
En ella descubrirán, la historia de su manía
Ay la la la, la la la
Ay la la la
Que le causa gran pesar, y la vida se la quita

Ay la la la
A veces me pregunto yo, porque nadie puede sanarle
Ay la la la, la la la
Ay la la la
Si sano lo veo yo, y más sana esta su hijita

Ay la la la
Si lo ven en agonía, ustedes pueden curarle
Ay la la la, la la la
Ay la la la
Graduándose de doctores, aunque no curen ni un pulque

Ay la la la
Su fortuna heredarían, que hierbas y lavativas
Ay la la la, la la la
Ay la la la
Quizás no habrán de curarle, más tampoco lo matarían

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ESCENA PRIMERA

ARGAN, solo en su alcoba y sentado a una mesa, ajusta las cuentas del
boticario. Conversando consigo mismo, platica de este modo:

ARGAN. _Tres y dos cinco, y cinco, diez, y diez más, veinte...

"Además, el día 24, una lavativa, una ayuda estimulante, preparatoria y


emoliente, para ablandar, humedecer y refrescar las entrañas del
señor.”... Lo que más me agrada de Florián, mi boticario, es su cortesía:
"Las entrañas del señor.

En el mismo día, según prescripción, otra lavativa, compuesta de un


purgante doble, ruibarbo, miel rosada y otros, para barrer, lavar y dejar
limpio el bajo vientre del señor, doscientos pesos."

Además, una excelente pócima purgante, para reforzar; compuesta de hojas


de Jacaranda, de tallo y flor de cola de rata, y raíz de ajenjo, según receta
del señor Purgón, destinada a expulsar y evacuar, la bilis del señor,
cuatrocientos pesos." ¡Ah, mi señor Florián, esto es ya un asalto en
despoblado, una burla! Hay que tener consideración con los enfermos,
recuerde que gracias a ellos come; cargaremos tan sólo doscientos, si
no le afecta, claro está.

Resulta, pues, que en este mes he tomado... una, dos, tres, cuatro, cinco,
seis, siete, ocho y nueve medicinas; más una, dos, tres, cuatro, cinco,
seis, siete, ocho, nueve, diez, once y doce lavativas; mientras que en el
mes anterior fueron doce medicinas y veinte lavativas. ¡Ahora me explico
por qué no me encuentro este mes tan bien como el pasado! Se lo diré a
Purgón para que me regularice el tratamiento... ¡A ver! Que se lleven todo
esto de aquí... ¿No hay nadie?... ¡Por más que digo, siempre me han de
dejar solo!... (Toca una campanilla.) Y esta campanilla que no suena
bastante... (Vuelve a tocar.) ¡Nada! (Toca.) ¡Están sordos!... ¡Antonia!
(Toca.) ¡Como si no llamara!... ¡Perros! ¡Granujas!

(Toca de nuevo.) ¡Maldita sea! (Deja la campanilla y grita.)

¡Tilín, tilín, tilín! ¡Hijos de toda su... Mendigos! ¿Es posible que abandonen
de este modo a un pobre enfermo? ¡Tilín, tilín, tilín!... ¡pero cómo es
posible. No les da lástima! ¡Tilín, tilín, tilín! ¡Dios mío, me puede estar
cargando la que me trajo y me dejan morir solo!

¡Tilín, tilín, tilín!

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ESCENA II

ANTONIA (Entrando). _ ¡Ya voy!

ARGAN. _ ¡Ah, perra!

ANTONIA (Fingiendo haberse dado un golpe en la frente). ¡Laya la alma con


sus impaciencias!… De tal modo la atosigan a una, que por poco dejo los
sesos embarrados en una ventana.

ARGAN (Furioso) _ ¡Desgraciada!

ANTONIA (Sin dejar de quejarse Para interrumpirle e impedir que grite). _


¡Ay!

ARGAN. _ Hace…

ANTONIA. _ ¡Ay!

ARGAN. _ ¡Hace una hora…

ANTONIA. _ ¡Ay, ay!

ARGAN. _…que me has abandonado!

ANTONIA. _ ¡Ay!

ARGAN. _ ¡Calla, granuja, y déjame que te regañe!

ANTONIA. _ ¡Eso es!... Encima de lo que me he hecho...

ARGAN._ ¡Tú has hecho que me desgañite!

ANTONIA. _ Y yo me he roto la cabeza; vaya una cosa por otra. Así que aí
muere.

ARGAN. _ ¡Cómo que aquí me muera, infame!

ANTONIA. _ Si me regaña, voy a llorar.

ARGAN. _ ¡Me abandonaste así no más!

ANTONIA (Insistiendo en su propósito de no dejarle hablar). _ ¡Ay, ay, ay!

ARGAN. _ ¡Lo que tú pretendes, perra!…

ANTONIA. _ ¡Ay, ay!

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ARGAN. ¿Pero, que ni siquiera voy a tener el gusto de regañarte?

ANTONIA. _ ¡Ándele regáñeme. Atásquese ora que hay lodo!

ARGAN. _ ¡Pero si no me dejas, desgraciada! ¡Apenas voy a hablar y me


interrumpes con tus rebuznos!

ANTONIA._ Pues a ver que mulas escupen más el freno ¡Ay, ay!

ARGAN. _ ¡Una mula es más persona que tú! Y ya. Quítame esto, bestia,
quítame esto. (Se levanta.) ¿Me ha servido bien la lavativa?

ANTONIA. _ ¿La lavativa? (BACIN)

ARGAN. _ Si. ¿He echado mucha bilis?

ANTONIA. _ ¡A mí qué me importa! Eso no es cuenta mía; eso se queda para


el señor Florián. Él es el que debe meter la nariz, ya que es él quien cobra
las ganancias.

ARGAN. _ Que me tengan preparada una taza de caldo para tomarla con la
poción que me toca ahora.

ANTONIA. _ ¡No si bien dicen que Asno, jumento y burro, todos se juntan en
uno,

ARGAN._ ¿Qué ladras?

ANTONIA._ Digo que, que suerte tienen el tal Florián y el otro, el Purgón, ya
que han encontrado una vaca y la ordeñan a gusto. Quisiera yo saber
qué enfermedad es la que usted tiene, que necesita de tantos remedios.

ARGAN. _ ¡Cierra el pico, ignorante! ¿Quién eres tú para, criticar las


prescripciones de la medicina?. . . Ve a llamar a mi hija Angélica, que
tengo que hablarle.

ANTONIA._ Aquí viene. Parece que ha adivinado sus deseos.

ESCENA III

ARGAN, ANGÉLICA y ANTONIA

ARGAN. _Acércate, Angélica. Llegas a tiempo, porque quiero hablarte.

ANGÉLICA. _Ya te escucho papito.

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ARGAN (Corriendo a sentarse en el bacín). _ Espérame tantito. Dame el
bastón. No me tardo, vuelvo al instante.

ANTONIA. _ (Riéndose de él). _ ¡Corra, señor, corra! ¡Bien dice el dicho. “Al
asno y al mulo, la carga por el cu…

ANGELICA. _ ¨¡Toña!

ANTONIA. _ Pos así dice el dicho…

ESCENA IV

ANGÉLICA y ANTONIA

ANGÉLICA (Mirándola lánguidamente y en tono confidencial). _ ¡Toñita¡

ANTONIA. _ ¿Qué?

ANGÉLICA. _ Mírame.

ANTONIA. _Te miro. ¿Qué hay?

ANGÉLICA. _ ¡Toñita!

ANTONIA. _ ¿Qué hay con tanto Toñita? Ya suéltalo m´ija

ANGÉLICA. _ ¿No adivinas de lo que quiero hablarte?

ANTONIA. _Me figuro que será de tu pretendiente; hace seis días que no
hablas de otra cosa.

ANGÉLICA. _Pues si lo sabes, ¿por qué no te apresuras a hablarme de él? y


me ahorras la vergüenza de ser yo quien te saque la conversación.

ANTONIA. _Si no me das tiempo.

ANGÉLICA. _Es verdad. Te confieso que no me cansaría de hablar de él, y


aprovecho todas las ocasiones para abrirte mi corazón. Dime,
¿repruebas tú mi enamoramiento

ANTONIA. _ Dios me libre.

ANGÉLICA. _ ¿Hago mal abandonándome a tan bellas emociones?

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ANTONIA._ ¿Quién dice eso?

ANGÉLICA. _ ¿Tú crees que yo debiera mostrarme insensible a las ternuras


de su pasión

ANTONIA. _De ningún modo.

ANGÉLICA. _ ¿Y no te parece a ti, como a mí, que existió algo de


providencial, algo... dispuesto así por el destino, en la forma imprevista
de conocernos

ANTONIA. _ Sí.

ANGÉLICA. _Y el hecho de hacer suya mi defensa sin conocerme, ¿no es


digno de un caballero

ANTONIA. _ Sí.

ANGÉLICA. _De un hombre generoso.

ANTONIA. _ De acuerdo.

ANGÉLICA. _¿Y la valentía con que lo hizo

ANTONIA. _Es cierto.

ANGÉLICA. _ ¿Y es o no un gran partido

ANTONIA. _ Sin duda lo es.

ANGÉLICA. _ Te parece bueno?

ANTONIA. _ N´ombre ¡Buenísimo!, quiero decir muy bueno.

ANGÉLICA. _ Que sus palabras, y sus actos, le dan distinción.

ANTONIA. _ Seguramente.

ANGÉLICA. _ ¿Y que no puede escucharse nada más apasionado que lo que


él me dice.

ANTONIA. _ Es verdad.

ANGÉLICA. _ ¿Y que no hay nada más molesto que este encierro en que me
tienen, que me priva de corresponder a los impulsos de esta mutua
pasión, que el cielo nos inspira

ANTONIA. _Tienes razón.

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ANGÉLICA. _Pero ¿tú crees, Antonia, que me ame tanto como dice.

ANTONIA. _ ¡Ve tú a saber! En cuestión de amores hay que andar siempre


con cuidado, porque la mentira se parece mucho a la verdad. Yo he visto
algunos farsantes que lo remedan a maravilla.

ANGÉLICA. _ ¿Qué estás diciendo, Antonia? Hablando como él habla, ¿sería


posible que mintiera

ANTONIA. _ De todos modos, más temprano que tarde podrás salir de


dudas. En la carta de ayer te dice que está decidido a pedir tu mano; este
es el camino; esa es la prueba más grande de la verdad de sus palabras.

ANGÉLICA. _ Si me ha engañado, no volveré a creer jamás en ningún


hombre.

ANTONIA. _ Aguas, aguas, ahí viene tu padre.

ESCENA V

ARGAN, ANGÉLICA y ANTONIA

ARGAN (Sentándose). _Ahora, hija mía, te voy a dar una noticia que
seguramente te sorprenderá. Me han pedido tu mano. ¿Te parece
divertido? Bien hecho, no puede imaginarse noticia más graciosa para
una joven... ¡Oh, naturaleza! Ya veo hija mía, me queda bien claro que no
tengo para qué preguntarte si te quieres casar.

ANGÉLICA. _ Mi único deseo es obedecerte, padre mío.

ARGAN. _Me complace tu obediencia. Bueno, no se hable más, estás


comprometida.

ANGÉLICA. _Acataré a ojos cerrados tu decisión, padre mío.

ARGAN. _Tu madrastra pretendía que tú y tu hermana Luisita, se metieran de


monjas. Desde hace tiempo ese era su propósito.

ANTONIA. (Bajo). _… ¡Su razón tiene la muy bribona!, bien dicen que la que
no llora no mama.

ARGAN. (Continuando.) _Por lo cual se negaba a aceptar este matrimonio;


pero he logrado convencerla y además he dado mi palabra.

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ANGÉLICA. _ ¡No te imaginas cuánto agradezco tu bondad!

ANTONIA. _Seguramente, ésta es la acción más cuerda y más sabia de su


vida.

ARGAN. _Aun no conozco a tu futuro; pero me afirman que quedaré


satisfecho y tú también.

ANGÉLICA. _Seguramente, padre mío.

ARGAN. _ ¿Cómo? ¿Tú le has visto?

ANGÉLICA. _Puesto que tu consentimiento me permite abrirte mi corazón,


no te ocultaré que hace seis días el azar nos puso frente a frente, y que
la petición que te han hecho es consecuencia de lo que sentimos los
dos, desde la primera vez.

ARGAN. _No me habían dicho nada, pero me alegro, porque más vale que
sea así. Según parece, se trata de un buen muchacho.

ANGÉLICA. _Sí, padre mío.

ARGAN. _Gallardo.

ANGÉLICA. _Sí.

ARGAN. _De aspecto simpático.

ANGÉLICA. _Ya lo creo.

ARGAN. _De fisonomía franca.

ANGÉLICA. _Muy franca.

ARGAN. _Digno y juicioso.

ANGÉLICA. _Precisamente.

ARGAN. _Honrado.

ANGÉLICA. _Como el que más.

ARGAN. _Que habla el latín y el griego a maravilla.

ANGÉLICA. _Eso no lo sabía yo.

ARGAN. _Y que dentro de tres días se recibirá de médico.

ANGÉLICA. _ ¿Médico, padre mío?

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ARGAN. _Sí, ¿tampoco lo sabías?

ANGÉLICA. _No. ¿Quién te lo ha dicho?

ARGAN. _El señor Purgón.

ANGÉLICA. _ ¿Lo conoce el señor Purgón?

ARGAN. _ ¡Vaya una pregunta! Pues como no lo ha de conocer, si es su


sobrino.

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ANGÉLICA. _ ¿Clemente sobrino de Purgón?

ARGAN. _ ¿Quién es ese Clemente? Hablamos del joven que ha pedido tu


mano.

ANGÉLICA. _ ¡Claro!

ARGAN. _Que es sobrino del señor Purgón e hijo de su cuñado, el señor


Díaz Forus, médico también. Ese joven se llama Tomás: Tomás Díaz
Forus, y no Clemente. Con él es con quien hemos acordado esta mañana
tu boda, entre el señor Purgón, Florián y yo. Mañana mismo vendrá el
padre a hacer la presentación de tu futuro esposo… Pero ¡qué es eso!
¿Por qué pones esa cara de asombro?

ANGÉLICA. _Porque tú hablabas de una persona y yo me refería a otra.

ANTONIA. _ ¡Eso es una desgraciadéz! Teniendo la fortuna que tiene, ¡sería


capaz de casar a su hija con un medicucho?

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ARGAN. _ ¿Quién te mete a ti donde no te llaman, imprudente. No más eso
me faltaba, una mula que quiere ser caballo.

ANTONIA. _ Pues entre mula y mula, no más las patadas se oyen. A ver
patrón ¡Calma! ¿Por qué no podemos discutir sin calentarnos. Hablemos
tranquilamente. ¿Qué razones pudo tener para consentir ese
matrimonio?

ARGAN. _Conque te gusta torear al toro, eh? A ver si aguantas la embestida.


La razón es que, encontrándome tan enfermo -porque yo estoy enfermo-,
quiero tener un hijo médico, pariente de médicos, para que entre todos
busquen remedios a mi enfermedad. Quiero tener en mi familia todos los
recursos que necesito; y de paso ya no tener que pagar tantas consultas
y recetas.

ANTONIA. _Dios aprieta pero no ahorca, patrón. Eso es ponerse en razón.


Cuando se discute pacíficamente, da gusto. Pero con la mano sobre el
corazón, señor, ¿De verdad está usted enfermo?

ARGAN. _ ¡Cómo, granuja! ¿Qué si estoy enfermo?… ¿Si estoy mal,


insolente?

ANTONIA. _Está bueno, está bueno…

ARGAN.- No, no estoy bueno…

ANTONIA. _Conforme, señor; esta mal. No vayamos a pelearnos por eso.


Está muy mal, lo reconozco; mucho más mal de lo que se puede una
figurar, estamos de acuerdo. Pero su hija, al casarse, debe tener un
marido para ella, y estando buena y sana, ¿qué necesidad hay de casarla
con un doctor?

ARGAN. _Si el médico es para mí. Una buena hija debe sentirse feliz, dichosa
casándose con un hombre que pueda ser útil a la salud de su padre.

ANTONIA. _¿Me permite, señor, que le dé un consejo leal?

ARGAN. _ ¿Qué consejo es ése?

ANTONIA _No vuelva a pensar en ese matrimonio.

ARGAN. _ ¿Por qué?

ANTONIA. _Porque su hija no lo consentirá.

ARGAN. _ ¿Que no consentirá?

ANTONIA. _No.

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ARGAN. _ ¿Mi hija?

ANTONIA. _Su hija, que no quiere oír hablar del señor Díaz Forus, ni de su
hijo, ni de ninguno de los Díaz Forus que andan por el mundo.

ARGAN. _Pues yo sí. Además, esa boda es un gran partido. El señor Díaz
Forus no tiene más hijo ni heredero que ese; y el señor Purgón, que es
soltero, otorga en favor de ese matrimonio ochocientos mil pesos que
ingresan de consultas.

ANTONIA. _ ¡La de gente que tendrá que matar para hacerse tan rico!

ARGAN. _Ochocientos mil pesos de renta es una cantidad muy respetable; y


unida al capital del señor Díaz Forus...

ANTONIA. _Sí, sí. Todo eso está muy bien; pero yo insisto, y se lo vuelvo a
repetir, búsquele otro marido a la niña, hombre. No nació la muchacha
para ser la señora de Diaz Forus.

ARGAN. _ ¡Pues yo quiero que lo sea!

ANTONIA. _ ¡Bah! ¡No diga eso!

ARGAN. _ ¡Cómo que no lo diga!

ANTONIA. _ ¡No!

ARGAN. _ ¿Y por qué no lo he de decir?

ANTONIA. _Porque pensarán que está loco, que no sabe lo que dice.

ARGAN. _ ¡Que piensen lo que quieran; pero ella ha de cumplir la palabra


que yo he dado!

ANTONIA. _Estoy segura que no.

ARGAN. _La obligaré.

ANTONIA. _Será inútil.

ARGAN. _ ¡Pues se casará o la meteré en un convento!

ANTONIA. _ ¿Usted?

ARGAN. _ ¡Yo!

ANTONIA. _ ¡Ni maiz paloma!

ARGAN. _ ¿Qué es eso de ¡Ni maiz paloma!

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ANTONIA. _Que no la meterá en ningún convento.

ARGAN. _ ¿Que no la meteré en un convento?

ANTONIA. _No.

ARGAN. _ ¿Que no?

ANTONIA. _No.

ARGAN. _ ¡Esto sí que tiene gracia! De manera que, queriéndolo yo mismo,


no meteré a mi hija en un convento. Ahora resulta que la vaca más flaca
quiere ensuciar el corral

ANTONIA. _Y tan Bien dicen que el que sufre de diarrea por donde quiera la
caga.

ARGAN (Indignado.) _ ¡Me estas restirando la reata, y ya se a reventar!

ANTONIA. _No se encolerice, señor. Acuérdese que está enfermito, andele


sea buenito.

ARGAN. _¡Yo no soy bueno! Y sé ser malo cuando se me pega la gana y le


ordeno, terminantemente, que se disponga a casarse con quien yo le
diga.

ANTONIA. _Pues yo le prohíbo en absoluto que lo haga.

ARGAN. _Pero, ¿en qué país vivimos? ¿Qué atrevimiento mayor puede
haber que el de una sirvienta al hablarle de ese modo a su amo.

ANTONIA. _Momento, aquí ya no hay amos, usted es mi patrón, y uno que no


sabe la que hace, y yo como su empleada de confianza tengo el derecho
y el deber de no permitir que cometa errores.

ARGAN (Lanzándose sobre ella.) _ ¡Huevos tenía la difunta y creían que era
dinero¡ Ahorita vas a ver. Te voy a apabullar por insolente!

ANTONIA (Huyendo.) ¡Tengo la obligación de impedir que mis señores se


deshonren!

ARGAN (Iracundo, enarbola el bastón y corre tras ella, que se escuda


rodeando el sillón.) ¡Ven, ven acá, que yo te enseñaré a respetarme!

ANTONIA (Dando vueltas alrededor del sillón.) _ ¡Ay mamá, mis otras nahuas
questas ya se me cayeron! ¡Debo evitar que haga locuras!

ARGAN (Siempre tras ella.) _ ¡Perra!

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ANTONIA. _No consentiré jamás ese matrimonio.

ARGAN. _¡Mula!

ANTONIA. _No quiero que sea la mujer de ese Tomás Díaz Forus.

ARGAN. _¡Víbora!

ANTONIA. _Y ella me hará más caso a mí que a usted.

ARGAN. _¡Angélica, sujétame a esa pícara!

ANGÉLICA. _¡Cálmate, padre, que te vas a poner malo!

ARGAN. _ ¡Si no la sujetas te maldeciré! (Dejándose caer en un sillón,


rendido de correr tras ella.) _ ¡Ay, no puedo más!... ¡Esto me costará la
vida!

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ESCENA VI

BELINDA, ANGÉLICA, ANTONIA y ARGAN

ARGAN. _¡Ay, ven acá mujer, acércate!

BELINDA. _ ¿Qué tienes, viejito lindo.

ARGAN. _ ¡Ayúdame!

BELINDA. _ ¿Qué es eso? ¿Qué es lo que te pasa, papito?

ARGAN. _ ¡Mamita!

BELINDA. _Cositas.

ARGAN. _Me han hecho enojar mamita.

BELINDA. _ ¿De veras, papacito? ¿Y cómo ha sido eso, tesoro?

ARGAN. _ Esa desgraciada de la toñita, que ha estado de lo más grosera


conmigo.

BELINDA. _Cálmate, no le hagas caso.

ARGAN. _Hace una hora que me lleva la contraria en todos mis propósitos.

BELINDA. _Ya chiquito, ya. No habrá sido para tanto.

ARGAN. _ ¡Y ha tenido la audacia de decirme que no estoy enfermo!

BELINDA. _ ¡Ay pero qué bárbara!

ARGAN. _Tú ya la conoces, corazoncito. (Refiriéndose a toñita con cierto


menosprecio) ¡Es una mendiga!

BELINDA. _Sí, y ha hecho muy mal.

ARGAN. _Esa gata será la causa de mi muerte, amor mío.

BELINDA. _ ¡No será para tanto!

ARGAN. _ ¡Por su culpa tengo siempre el saco de la bilis rebosando!

BELINDA. _Por eso no te enfurezcas de ese modo.

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ARGAN. _Hace no sé cuánto tiempo que te he dicho que la corras.

BELINDA. _Por Dios, mi amor; no hay sirvienta que no tenga defectos, y


muchas veces hay que soportarles lo malo a cambio de lo bueno. Esta es
hábil, cuidadosa, diligente y, sobre todo, fiel. Ya sabes cuántas
precauciones hay que tomar antes de admitir gente nueva. ¡Antonia!

ANTONIA. _Señora.

BELINDA. _ ¿Por qué haces enojar a mi marido?

ANTONIA (Con acento dulce.) _ ¿Yo, señora? Por que me dice eso, si yo
nada más vivo para darle gusto, en todo al señor.

ARGAN. _ ¡Pero que poca ma…!

ANTONIA. _... Me decía que quiere casar a su hija con el hijo del señor Díaz
Forus, y yo le contestaba que el partido es excelente; pero que me
parecía mejor que la metiera en un convento.

BELINDA. _No hay motivos para que te enfades por eso; me parece que tiene
razón.

ARGAN. _ ¡No le creas, amor mío! ¡Es una malvada, que acaba de decirme
mil insolencias!

BELINDA. _Te creo, mi amorcito... Vamos, siéntate. Escucha, Antonia: si


vuelves a hacer enojar a mi marido, te pongo de patitas en la calle, eh?...
Tráeme su cotorina y las almohadas, que voy a acomodarlo en su
mecedora...

Estás no sé cómo. Toma; ponte bien el gorro hasta las orejas, que no hay
nada que te acatarre tanto como el aire en los oídos.

ARGAN. _ ¡Cuánto tengo que agradecerte, chacha mía, por los cuidados que
te tomas conmigo!

BELINDA. _ (Acomodándole las almohadas.) _Levanta un poco que te remeta


bien. Una a cada lado, otra en la espalda y otra para que reclines la
cabeza.

ANTONIA. _ (Dándole un almohadazo en la cabeza y escapando.) Y ésta,


para protegerlo del sereno de la noche.

ARGAN. _ (Levantándose iracundo y tirándole todas las almohadas a


Antonia.) _ ¡Quieres asfixiarme, maldita!

BELINDA. _ ¿Qué pasa, que pasa? ¿Qué ocurre ahora?

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ARGAN (Muy abatido, dejándose caer en el sillón.) _ ¡Ay, ay! ... ¡No puedo
más!

BELINDA. _ ¿Por qué te exaltas de ese modo? Seguramente no ha tenido


intención de molestarte.

ARGAN. _Tú no conoces, amor mío, las picardías de esa malvada. Ha


logrado sacarme de mis casillas, y ahora tendré que tomar mínimo ocho
medicamentos y por lo menos doce lavativas para reponerme.

BELINDA. _Vamos, vamos, chiquito; cálmate un poco.

ARGAN. _Tú eres mi único consuelo, mi shula, alma de la vida mía.

BELINDA. _ ¡Pobrecito mi bebe!

ARGAN. _Para recompensar tanta amorosa solicitud, ya te he dicho, prenda


de mi alma, que deseo hacer mi testamentó.

BELINDA. _ ¡Ay, cositas, por favor; te ruego que no hablemos de eso! De tal
modo me horroriza esa idea, que la sola palabra testamento me hace
estremecer de angustia.

ARGAN. _Te dije que no olvidaras avisar a tu notario.

BELINDA. _Vino conmigo, y espera poder pasar.

ARGAN. _Hazle entrar, amor mío.

BELINDA. _ Te obedecí a pesar de mí… ¡Ay! Cuando se ama de verdad a un


marido, no se puede pensar en estas cosas.

ESCENA VII

EL NOTARIO, BELINDA y ARGAN

ARGAN. _Adelante, señor Buenafe. Acérquese y tome asiento, si gusta... he


sido informado por mi querida esposa de su honorabilidad y de la buena
amistad que les une, y por eso le encargué que le hablara de cierto
testamento que quiero hacer.

BELINDA. _ ¡Yo no soy capaz de hablar de eso!

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EL NOTARIO. _La señora ya me ha puesto al corriente de sus intenciones y
de los propósitos que lo animan respecto a ella; más mi deber es
advertirle que no puede dejarle nada en testamento.

ARGAN. _ ¿Y por qué?

EL NOTARIO. _Porque sería mal visto, usted sabe la costumbre se opone. Si


estuviéramos en un país de personas más liberales, menos prejuiciosas,
podría hacerse; pero en nuestro país, como en casi todos los países
rutinarios, donde la costumbre hace ley, es muy difícil, no digo
imposible; es condición legal precisa que no se desproteja a los hijos
que existan de por medio, ya sean de la pareja o sólo de uno de ellos,
habido en matrimonio anterior.

ARGAN. _ ¡Pues es una costumbre o ley absurda que me voy a pasar por los
bejucos, No´mas eso me faltaba, que un hombre no pueda dejar lo que se
le de la gana a su mujer que lo ama tiernamente y que se desvive en
atenciones! Quisiera consultar a mi abogado para ver qué solución me
da.

EL NOTARIO. _ ¡Déjese de abogados, ellos suelen ser personas meticulosas


y a veces incapaces. Hay otras personas a quienes consultar que son de
una ética más flexible. Que tienen formas para acomodar las leyes y
darle validez a lo que no se considera como moral o lícito; Si no se
pudiera hacer esto, ¿dónde iríamos a parar? Estamos en un país, cuyas
leyes han sido creadas para que sea preciso dar… facilidades; de otro
modo no haríamos nada de provecho. Don Argán, yo sé lo que le digo.
Mucho le hace falta al buey, para volver a ser toro; cualquiera voltea la
ley, si se le arrima un poco de oro.

ARGAN. _Eso me agrada, usted busque a ese buey, que yo sabré poner el
oro. Ya mi mujer me había dicho, señor, que era usted un hombre hábil,
muy honesto y sobre todo recto. Dígame qué es lo que puedo hacer para
dejarle a ella mis bienes, saltando por encima de los derechos de mis
hijas.

EL NOTARIO. _ ¿Qué puede hacer?... Pues elegir, sigilosamente, entre los


amigos de la señora y dejar a uno de ellos, cumpliendo con todos los
requisitos legales, una parte de su fortuna; este amigo, más tarde, hará
entrega del legado a la señora. O puede, también, entregarle en vida
cantidades en efectivo o en valores al portador.

BELINDA. _Dios mío, no te atormentes por esto. Si tú llegaras a faltarme,


papito lindo, yo no podría seguir en el mundo.

ARGAN. _ ¡Vida mía!

BELINDA. _Sí, querido; si tengo la desgracia de perderte...

20
ARGAN. _¡Querida esposa!

BELINDA. _La vida no tendrá ya para mí ningún interés.

ARGAN. _¡Amor mío!

BELINDA. _Seguiría tus pasos para hacerte ver toda mi ternura.

ARGAN. _ ¡Me partes el corazón, mamita linda! ... ¡Cálmate, te lo suplico!

EL NOTARIO. _Sus lágrimas están fuera de tiempo; no hemos llegado aún a


esos extremos.

ARGAN. _Si notario. Morena de mi corazón, mi mayor pesadumbre será el no


haber tenido un hijo tuyo. Purgón me ofreció que él me haría tener uno.

EL NOTARIO. _Aún pudiera ocurrir.

ARGAN. _Es preciso hacer las cosas, amor mío, en la forma que nos ha
indicado el señor; pero, por precaución, quiero entregarte quinientos mil
pesos en centenarios, que tengo escondidos en mi alcoba, y dos pagarés
firmados, uno por Crispín y otro por Anacleto.

BELINDA. _No, no; no tomaré nada... ¿Cuánto dices que tienes en la alcoba?

ARGAN. _Quinientos mil pesos en centenarios, amor mío.

BELINDA. _No hablemos de intereses, te lo ruego... Y ¿de cuánto son los


pagarés?

ARGAN. _Uno de cuatrocientos mil pesos y otro de seiscientos mil.

BELINDA. _Todos los bienes de este mundo no valen lo que tú.

EL NOTARIO. _ ¿Procedemos a elaborar algunos documentos?

ARGAN. _Sí, señor. Pero mejor será que nos vayamos a mi despacho.
¿Quieres ayudarme, amor mío? Oiga, usted podría ser ese amigo de mi
esposa que nos ayudara con esos requisitos legales que mencionaba
hace unos momentos, no?

BELINDA. _Vamos, viejito lindo.

21
ESCENA VIII

ANGÉLICA Y ANTONIA

ANTONIA. _Están con un notario y les he oído hablar de testamento. Tu


madrastra no se duerme; seguramente ha planeado algún complot contra
tí y tu herencia y ha involucrado en ella a tu padre. Recuerda que con
dinero baila el perro.

ANGÉLICA. _Que disponga de todos sus bienes como quiera, con tal que no
disponga de mi corazón. Ya has visto lo violento que se puso, y sus
amenazas; no me abandones, en este trance, por Dios te lo pido.

ANTONIA.- ¿Abandonarte yo? Primero muerta, antes que perder la vida. Tu


madrastra me ha hecho su confidente y me ha informado de varios de sus
manejos; pero yo, que no le tengo el menor apego, trabajaré a favor tuyo,
que a la madeja se le busca el hilo, y a los tarugos el lado. Déjamelo todo a
mí, no habrá nada que deje de hacer para servirte; y, para poder hacerlo con
más eficacia, cambiaré mi estrategia, ocultaré el interés que tengo por tí, y
fingiré estar de parte de tu padre y de tu madrastra.

ANGÉLICA. _Trata de avisar a Clemente, del casamiento que ellos han


acordado, te lo suplico.

ANTONIA. _ No te apures m´ija, que a mí no me tizna el cura ni en Miércoles


de Ceniza. Echaré mano del viejo usurero Apolonio, mi pretendiente; me
bastarán cuatro palabras tiernas, que emplearé a gusto para ayudarte. Me
dijo que vendría a verme hoy en la noche, y ya veras mi niña, ya veras, que
con esta carga, cualquiera se pandea. (Se escucha un chiflido, afuera y se
escucha música).

ANTONIA.- Me llaman. Buenas noches, y confía en mí. (Sale para encontrarse


con su enamorado).

22
CON MÚSICA DE: LA ANTONIA

Antonia ya estoy aquí, ya vine de donde andaba

Antonia ya estoy aquí, ya vine de donde andaba

Pa que vieras volví, para probar que te amaba

Antonia no seas así, no seas desconsiderada

No me digas que no es cierto,

de veras no estoy mintiendo

Porque dormido y despierto,

como quiera te estoy viendo

Y hasta puede que de muerto,

te siga Antonia queriendo

Por vida de dios Antonia, que en el cielo no hay gobierno

San Pablo tenía una novia, y se la voló San Pedro

Por vida de dios Antonia, que en el cielo no hay gobierno

San Pablo tenía una novia, y se la voló San Pedro

Dicen que rogar no es bueno, a mujer engañadora

Dicen que rogar no es bueno, a mujer engañadora

Y digo esto por Antonia, que anda con otros amores

Pues mula que masca el freno, se le quedan los sabores

En mi casa me regañan, porque a las mujeres quiero

Ya trabajaré con maña, para así tener dinero

Pues las mujeres se hallan, como yeguas en potrero

Por vida de dios Antonia, que en el cielo no hay gobierno

San Pablo tenía una novia, y se la voló San Pedro

Por vida de dios Antonia, que en el cielo no hay gobierno

23
San Pablo tenía una novia, y se la voló San Pedro.

FIN DEL PRIMER ACTO

ACTO SEGUNDO

ESCENA PRIMERA

ANTONIA y CLEMENTE

ANTONIA. _ ¿Qué desea el señor?

CLEMENTE. _ ¿Qué quiero?

ANTONIA. _ ¡Ah, es usted!... ¡Qué sorpresa! ¿Qué viene a hacer aquí?

CLEMENTE. _A saber cuál es mi destino; a hablar con Angélica; a consultar


los sentimientos de su corazón y conocer su voluntad sobre ese
matrimonio fatal del que me han dicho.

ANTONIA. _Pus será el sereno; pero no es tan fácil hablar con la señorita. Es
preciso idear una treta, porque ya sabe como la tienen vigilada toda la
vida, no le permiten salir, ni hablar con nadie. Sólo gracias a una anciana
tía se le permitió aquella vez ir a la verbena, donde se conocieron; y Dios
nos libre de hablar de esa aventura.

CLEMENTE. _Por eso mismo no he querido venir aquí como Clemente, sino
como amigo del maestro de música de Angélica, lo convencí para que yo
pudiera venir en su lugar.

ANTONIA. _Ahí viene el padre. Hágase a un lado, sésguese, que voy a avisar
que ya llegó.

24
ESCENA II

ARGAN, ANTONIA y CLEMENTE

ARGAN (Consigo mismo, muy perplejo). _El médico me ha ordenado que


pasee todas las mañanas, aquí mismo, en mi alcoba, de acá para allá,
doce idas y doce venidas, (ríe) doce venidas, doce vueltas que –no
tuviera yo tanta suerte-, pero se me olvidó preguntarle si los paseos
deben ser a lo largo o a lo ancho de la habitación.

ANTONIA. _Señor... Ahí está...

ARGAN. _ ¡Habla bajo, bestia! Me aturdes el cerebro, sin tomar en cuenta


que a los enfermos no se les puede gritar.

ANTONIA. _Quería avisarle que...

ARGAN. _ ¡Que hables bajo, te digo!

ANTONIA. _Señor... (Gesticula como si hablara.)

ARGAN. _ ¿Qué

ANTONIA. _Le decía... (Hace como si hablara.)

ARGAN. _Pero ¿qué es lo que dices

ANTONIA (Alto)._ Digo que hay ahí un hombre que quiere hablar con el
señor.

ARGAN. _ ¡Ay vieja mendiga! Dile que pase.

(ANTONIA hace señas a CLEMENTE para que se acerque.)

CLEMENTE. _Señor...

ANTONIA (Con burla). _No le hable tan alto, que le retiemblan los sesos al
señor.

CLEMENTE. _Me da gusto verlo levantado y comprobar que esta mejor.

ANTONIA (Fingiendo indignación). _ ¿Y quién le ha dicho que está mejor?


Eso no es cierto: el señor sigue mal.

25
CLEMENTE. _He oído decir que el señor estaba más aliviado, y a juzgar por
el semblante...

ANTONIA. _ ¿Qué quiere decir con eso del semblante? El señor tiene muy
mala cara, y es una impertinencia decir que está mejor. Nunca estuvo tan
mal como ahora. Mire que el que surra aguado y mea oscuro, esta
enfermo de seguro.

ARGAN. _ (No muy convencido) Tiene razón.

ANTONIA. _Anda, duerme, come y bebe como todo el mundo; pero, a pesar
de eso, está muy mal. Dios da el agua pero no la entuba

ARGAN. _Bueno ya, ya estuvo.

CLEMENTE. _Lo lamento, señor... Yo venía de parte del maestro de música


de su hija, la señorita Angélica. Él se ha visto obligado a viajar a la
ciudad por unos días; y, como tenemos una gran amistad, me ha rogado
que continúe las lecciones, preocupado de que, al interrumpirlas, pueda
olvidar su hija lo que ya ha aprendido.

ARGAN. _Perfectamente. Llama a Angélica.

ANTONIA. _Será mejor que el señor vaya a buscarla a su alcoba.

ARGAN. _No, dile que venga.

ANTONIA. _Además, que lo van a aturdir, y en el estado en que está, lo peor


es que le perturben la cabeza.

ARGAN.- Te digo que no. La música me deleita y me encontraré muy a


gusto...

ANTONIA. _Les conviene cierto recogimiento para dar la lección.

ARGAN. _ (Molesto) ¡Ah, como rechinan de puertas!, parece carpintería.

ANTONIA. _ Aquí viene ya. Iré Ve a ver si mi “patroncita” ya se levantó.

26
ESCENA III

ARGAN, ANGÉLICA y CLEMENTE

ARGAN. _Ven acá, hija mía. Tu maestro de música ha tenido que ausentarse
y envía a este amigo en su lugar.

ANGÉLICA. _ ¡En la madre!

ARGAN._ ¿Qué es eso?

ANGÉLICA. _… Dije ¡Ay mi madre!

ARGAN. _ ¿De qué te sorprendes?

ANGÉLICA. _Es que...

ARGAN. _ ¿Qué?

ANGÉLICA. _Una extraña coincidencia.

ARGAN. _ ¿Cuál?

ANGÉLICA. _ Anoche, soñé que me encontraba en un gran peligro, el más


arriesgado, y, de pronto, apareció un caballero idéntico a este señor. Yo
le pedí ayuda y él, acudiendo en mi llamado, me liberó del peligro.
Imaginate mi sorpresa al encontrar ahora aquí a la persona con la que he
soñado toda la noche.

CLEMENTE. _Es una inmensa dicha para mí, el poder ocupar su


pensamiento, ya dormida o despierta; pero mi dicha sería mucho mayor
si al encontrarse en un real apuro me juzgara digno de ayudarla. No
habría peligro al que no me arriesgara, ni nada que no hiciera yo...

27
ESCENA IV

ANTONIA, CLEMENTE, ANGÉLICA Y ARGAN

ANTONIA. _ (Entrando rápidamente). _Señor, retiro todo lo que le dije ayer y


me pongo de su parte. Ahí están el señor, Díaz Forus y su hijo, que
vienen a saludarlo. ¡Que buen yerno eh! Luego luego se nota, que
costumbres y dineros, hacen hijos caballeros. Se ve reteinteligente. No
ha dicho más que dos palabras y ya me dejo pazguata; n´hombre su hija
va a quedar requeté bien encantada.

ARGAN._ (A CLEMENTE, que hace intención de salir). _No se vaya. Caso a


mi hija, y he aquí que traen al que será a su futuro esposo, al que aún no
conoce.

CLEMENTE. _Es un honor, señor, hacerme testigo de esta agradable escena.

ARGAN. _Él es hijo de un médico muy famoso. Espero que dentro de cuatro
días celebremos la boda.

CLEMENTE. _Muy bien.

ARGAN. _Avise a su amigo, el maestro de música, para que no falte a la


ceremonia.

CLEMENTE. _No faltará.

ARGAN. _Y a usted también le ruego que asista.

CLEMENTE. _Honradísimo.

ANTONIA. _Prepárense, que ya están aquí.

ESCENA V

DICHOS, DÍAZ FORUS y TOMÁS DIAZ FORUS

ARGAN (Llevándose la mano al gorro, pero sin quitárselo). _Perdonen, pero


tengo prohibido por mi médico descubrirme. Ustedes, que son de la
misma profesión, conocen las razones, así como las consecuencias.

28
DÍAZ FORUS. _Nuestra presencia debe proporcionar alivio y no incomodidad
al enfermo.

ARGAN. _Acepto... (Hablan los dos a un tiempo, interrumpiéndose el uno al


otro a cada palabra, lo que ocasiona una verdadera confusión.)

DÍAZ FORUS. _Venimos...

ARGAN. _Con regocijo...

DÍAZ FORUS. _Mi hijo Tomás y yo...

ARGAN. _El honor que me hacen...

DÍAZ FORUS. _A dejar patente...

ARGAN. _Y hubiera deseado...

DÍAZ FORUS. _El regocijo que experimentamos...

ARGAN. _Ir a visitarlos...

DÍAZ FORUS. _Por el favor que nos ha hecho...

ARGAN. _Para expresarles mi reconocimiento...

DÍAZ FORUS. _Accediendo a recibirnos...

ARGAN. _Pero ya saben ustedes...

DÍAZ FORUS. _Y honrándonos...

ARGAN. _Lo que es un pobre enfermo...

DÍAZ FORUS. _Con esta unión...

ARGAN. _Y que ha de conformarse...

DÍAZ FORUS. _Queremos hacer constar de igual modo...

ARGAN. _Diciéndoles ahora...

DÍAZ FORUS. _Que en aquello que dependa de nuestra profesión...

ARGAN. _Que no perderá ocasión...

DÍAZ FORUS. _Como en todo momento...

ARGAN. _De darles a conocer...

29
DÍAZ FORUS. _Estaremos Solícitos...

ARGAN. _Su adhesión...

DÍAZ FORUS. _A expresarle nuestro compromiso. (Se vuelve a su hijo y le


dice.) Avanza tú ahora, Tomás, y presenta tus respetos.

TOMÁS. _ (Que lo hace todo a destiempo.) _ ¿No es por el padre por quien
debo empezar?

DÍAZ FORUS. _ Sí.

TOMÁS. _Señor: Aquí llego a saludar, reconocer, amar y reverenciar a un


segundo padre. Pero a un segundo padre al cual, me atrevo a declararlo,
soy más deudor que al primero. El primero me ha engendrado; usted me
ha elegido. Aquél me acogió por obligación; usted me adopta
gentilmente. Lo que recibí del primero fue obra de su cuerpo; lo que de
usted recibo es un acto de la voluntad; y por ser las facultades
espirituales tan superiores a las corporales, tanto más le debo y tanto
más aprecio esta futura unión, por la cual vengo ahora a expresarle
anticipadamente mis más humildes y rendidos respetos.

ANTONIA. _ Éste da el huacal, para comerse la pechuga…

ARGAN._ Qué ladras Toña?

ANTONIA._ Digo que, ¡Bendita sea la escuela de donde salen estos hombres,
y que listo es, eh!

TOMÁS. _ ¿He estado bien, padre?

DÍAZ FORUS. _ ¡Optimo!

ARGAN (A ANGÉLICA.) _Vamos, saluda al señor.

TOMÁS (A DIAZ FORUS.) _ ¿Debo besarle la mano?

DÍAZ FORUS. _Sí, Sí.

TOMÁS (A ANGÉLICA.) _Señora: Con justicia le ha concedido el cielo el título


de madre, puesto que...

ARGAN. _Esa no es mi mujer, es mi hija.

ANTONIA.- (Aparte) Este no anda en cuatro patas porque se enojan los


bueyes.

30
TOMÁS. _Pues ¿dónde está?

ARGAN. _Vendrá en un momento.

TOMÁS (A DIAZ FORUS.) _ ¿Me espero a que venga?

DÍAZ FORUS. _Saluda a la hija.

TOMÁS. _Señorita: Así como a la estatua de la Diana Cazadora de


Ixmiquilpan le salen chorros de agua armoniosos, que la bañan y que
aumentan su luminosidad por los rayos del sol, de igual manera me
siento yo animado de un dulce trance al recibir los resplandores de su
belleza. Y del mismo modo que, según observan los naturalistas, la flor
llamada Girasol gira sin cesar hacia el astro del día, así mi corazón desde
ahora girará de continuo atraído por el fulgor de sus ojos adorables, que
son mi único polo... Permita, señorita, que deposite en el altar de sus
encantos la ofrenda de este corazón, que ni alienta ni ambiciona otra
gloria que la de ser, mientras viva, su atento, seguro y muy humilde, muy
obediente y muy fiel servidor y marido.

ANTONIA. _ Hay quien mucho cacarea pero no pone nunca un huevo. (En
broma). _ ¡Bien ha valido la pena quemarse las pestañas estudiando para
decir luego cosas tan lindas!

31
ARGAN (A CLEMENTE). _ ¿Qué dice usted de esto?

CLEMENTE. _Que estoy maravillado de oír al señor, y que si es tan buen


doctor como orador notable, a cualquiera le dará gusto enfermarse con
tal de ser atendido por él.

ANTONIA.- (Aparte) Murió como los marranos, al gusto de todos.

ARGAN.- (A Antonia) que dices mujer?

ANTONIA. _Que seguramente. Si sus curaciones son como sus discursos,


será cosa de maravillarse y de asombrarse.

ARGAN. _Bueno, bueno. Acérquenme mi sillón, y sentémonos todos. Tú


aquí, hija mía. (A DÍAZ FORUS.) Lo felicito por tener un hijo así; ya ve
cómo todos lo admiran.

DÍAZ FORUS. _Señor: No es porque sea mi hijo, pero tengo motivos


sobrados para estar orgulloso. Todo el que le conoce habla de él como
de un joven que no tiene pero. Sus primeros años de colegio fueron muy
duros; pero su obstinación supo vencer todas las dificultades. Al fin, a
fuerza de batir en el yunque, ganó brillantemente su licenciatura; y puedo
decir, sin envanecerme, que en las controversias suscitadas en nuestro
colegio, desde hace dos años, ninguno armó tanto ruido como él. Pero
sobre todas sus cualidades la que más me agrada es que, guiándose de
mi ejemplo, sigue ciegamente los principios de la escuela antigua, sin
que haya querido discutir ni prestar atención a esos pretendidos
adelantos y experiencias de nuestro siglo, tales como la clonación y el
mapa del genoma humano y otras divagaciones de igual calibre.

TOMÁS.- (Sacando un enorme mamotreto que ofrece a ANGÉLICA.) _He aquí


la tesis sostenida por mí, contra los partidarios de la clonación. Con el
permiso de su padre, se la ofrezco como primicia de mi ingenio.

ANGÉLICA. _ ¿Y para qué quiero yo eso si no entiendo jota, para mi eso es


como un objeto inútil.

ANTONIA. _Démelo, démelo a mí, recortaré los muñequitos para ponerlos en


mi cuarto.

TOMÁS. _Igualmente con permiso de su padre, la invito a que asista uno de


estos días a la autopsia de una mujer. Es un espectáculo muy
entretenido y sobre el cual tengo que hacer una conferencia.

ANTONIA.- Debe ser divertidísimo. Hay quien lleva al cine a una dama; pero
invitarla a destazar a una muerta, es mucho más galante.

32
DÍAZ FORUS.- Por lo demás, en lo que respecta a las cualidades que se
requieren para el matrimonio y la propagación de la especie, puedo
asegurarle que, según las reglas del arte, está a pedir de boca; posee en
un grado digno de alabanza una notable virtud prolífica, y su
temperamento es justamente el que se requiere para engendrar y
procrear hijos fuertes.

ANTONIA.- (aparte) No, si mi niña como piedra, esta buena para darse un
tropezón. Pero se ve que al padre no le importa tanto el cuero, sino sacar
las correas.

ARGAN. _ ¿Y no entra en sus cálculos el irlo metiendo en alguna clínica


privada y conseguirle una buen puesto de directivo médico?

DÍAZ FORUS. _Si he de decirles la verdad, nuestra profesión en el sector


privado al lado de la gente adinerada es muy desairada. Yo he preferido
siempre vivir del sector público. Es más cómodo, más independiente y
de menos responsabilidad, porque nadie viene a pedirnos cuentas; y con
tal que se observen las reglas del gobierno, no hay que inquietarse por
los resultados. En cambio, asistiendo a esos señorones, siempre se está
en vilo, porque apenas caen enfermos quieren decididamente que el
médico los cure.

ANTONIA. _ ¡Que desgraciados! ¡Se necesita tener muy poca abuela para
pretender que lo cure el médico a uno! No, si los doctores no son para
eso; los médicos no tienen más misión que la de recetar y cobrar; el
curarse o no, es cuenta del enfermo.

DIAFOIRUS. _ ¡No lo tome así! Uno no tiene más obligación que la de seguir
lo que dice el reglamento.

ARGAN (A CLEMENTE). _Tóquenos algo, un poco de música para que los


señores oigan a mi hija.

CLEMENTE. _Estaba esperando su orden; pero he pensado, que para hacer


más agradable esta reunión, que tal si cantamos algunos versos de un
Huapango nuevo, recientísimo. (Dando unos papeles a ANGÉLICA.) Tome
su letra.

ANGÉLICA. _ ¿Yo?

CLEMENTE (Bajo, a ANGÉLICA). _ Te ruego que aceptes y que me dejes


explicarles la historia que vamos a cantar. (a todos) Yo tengo poca voz,
pero la suficiente para que me escuchen y acompañarla sin desentonar.

ARGAN. _ ¿Son bonitos los versos?

33
CLEMENTE. _Se trata de una improvisación hecha en prosa rimada a modo
de verso libre, con objeto de que los personajes expresen más
espontáneamente la pasión que sienten.

ARGAN. _Mmh. Pasión, bueno está bien. Los escuchamos.

CLEMENTE y ÁNGELICA.- (Cantan alternadamente)

CON MÚSICA DE: EL TEJONCITO O EL REBOZO

Yo soy como el tejoncito, (8)

porque nunca ando confiado (8)

Siempre busco un arroyito, (8)

con sombrita pa´ sestear (7)

A mi prieta he de esperar, (7)

que baje al agua al pocito (8)

A llenar su cantarito, (8)

para írselo a cargar. (7)

No pierdo las esperanzas, (8)

de hacer lo del tejoncito (8)

Llevarte a mi jacalito, (8)

que está a orillas del maizal (7)

Y en mis brazos mi chatita, (8)

besar tu linda boquita (8)

De besito por besito, (8)

abracito y abracito (8)

De besito y abracito, (8)

hasta poderme llenar (7)

34
ARGAN. _ ¡Demonios! ¿Quién podía sospechar tales habilidades en mi hija

Por eso es que el tejoncito, (8)

siempre quiere andar solito (8)

Portadito del atajo, (8)

sino lo hacen asustar (8)

Porque cuando entra al maizal, (8)

escoge su mazorquita (8)

De la hojita por hojita, (8)

mordidita, mordidita (8)

De granito por granito (8)

y dejarla encueradita (8)

Pa´ poderla saborear. (7)

ARGAN. _¡Basta, basta ya!... ¡El famoso huapanguito este, es


verdaderamente malo; es una impudicia. A ver esos papeles... ¡Ya, ya!
¿Dónde está aquí la letra de lo que han cantado? Aquí no hay más que,
nada. Aquí no hay nada

CLEMENTE. _Pero ¿no sabe usted, señor, que se ha inventado desde hace
mucho tiempo el modo de improvisar letras con la música, se llama
trovar.

ARGAN. _Está bien... Para servirle, señor mío. Hasta la vista. Y maldita la
falta que nos hacía conocer una trova tan impertinente. Bien dice el dicho
que, al mal músico, hasta las uñas le estorban.

35
CLEMENTE. _Creí que los divertiría.

ARGAN. _Las majaderías no divierten nunca... ¡Ahora resulta que a mi me


pasa lo que al caballo de circo, que hasta el chango me quiere montar.
Mejor váyase y que le valga que llega mi querida esposa.

ESCENA VI

BELINDA, ARGAN, ANTONIA, ANGÉLICA, DIAZ FORUS y TOMÁS

ARGAN. _Amor mío, te presento al hijo del señor Diáz Forus.

TOMAS (Comienza una salutación que traía aprendida; pero se le va la


memoria y se corta). _Señora: Con justicia le han concedido los cielos el
nombre que tan claramente luce en su rostro y que...

BELINDA. _Encantada de conocerlo.

TOMÁS. _Que tan claramente puede leerse en su rostro... puede leerse en su


rostro. . . Su interrupción, señora, me ha hecho perder el hilo.

ANTONIA._ Bien me decía mi madre. Con los tarugos ni a misa porque


se hincan en gargajos.

DÍAZ FORUS (A su hijo). _Reserva el discurso para otra ocasión.

ARGAN. _Deseábamos verte antes.

ANTONIA. _ ¡De lo que se ha perdido, señora!... ¡El segundo padre, la estatua


de la Diana Cazadora, la flor llamada Girasol!...

ARGAN. _Vamos, hija mía. Enlaza tu mano a la del señor y dale tu palabra de
esposa.

ANGÉLICA. _ ¡Padre!

ARGAN. _ ¡Padre! ¿Qué quiere decir eso?

36
ANGÉLICA. _Te ruego, por favor, que no precipites las cosas. Concedenos
el tiempo necesario para que nos lleguemos a conocer y para que nazcan
entre nosotros los afectos indispensables en toda unión.

TOMÁS. _En mí ya nació, señorita, y por mi parte no hay nada que esperar.

ANTONIA.- (Aparte) ¡Ora!, éste ya parece burro de lechero, paradito y bien


cargado.

ANGÉLICA. _Si tú eres tan desesperadito, a mi no me sucede lo mismo; y te


confieso que tus méritos aún no han logrado formar ninguna impresión en
mi alma.

ARGAN. _¡Ya, ya, ya, ya, ya! Todo eso vendrá con el matrimonio.

ANGÉLICA. _Dame tiempo, papá, por favor, te lo ruego. El matrimonio es una


cadena con la cual no debe, no puede atarse a nadie violentamente; y si el
señor es un hombre honrado, no debe aceptar por esposa a una mujer que
se uniría a él por la fuerza.

TOMÁS. _”Nego consequentiam”. Quiero decir que niego la consecuencia,


señorita. Yo puedo ser un hombre honrado y querer aceptarla de manos de
su padre.

ANGÉLICA. _Mal camino para hacerse amar el de la violencia. Y no te


acerques porque te advierto, que si ves a la yegua reparar, no te conviene
aventarle el sombrero.

TOMÁS. _Señorita, las antiguas historias nos cuentan que era costumbre
raptar de la casa paterna a la joven con la cual se iba a contraer matrimonio,
precisamente para que no pareciera que se entregaba voluntariamente en
brazos de un hombre.

ANGÉLICA. _Los antiguos, señor, eran los antiguos, y nosotros somos gente
de ahora; de una época en que no son necesarias esas farsas, porque
cuando un marido nos agrada sabemos aproximarnos a él sin que se nos
obligue. Así que, mejor no le busques, no vaya ser que por ir a robar, te
vayan a salir los ladrones. y si me amas, como dices, mis deseos deben ser
también los tuyos.

TOMÁS. _Siempre que no se opongan a las intenciones de mi amor.

ANGÉLICA. _Y ¿qué mayor prueba de amor que la de someterse a la


voluntad de quien se ama?

ANTONIA. _ ¡Así se razona! (A ANGÉLICA.). ¿A qué viene, esa resistencia y


por qué renuncias a la gloria de unirte con el colegio de médicos?

37
BELINDA. _O acaso ella tenga otras intenciones en la cabeza.

ANGÉLICA. _Si la hubiera, señora, sería de tal naturaleza que la razón y la


honestidad pudieran permitírmela.

ARGAN. _ ¡Por lo visto, aquí yo no soy más que un monigote!

BELINDA. _Yo, en tu caso, viejito, no la obligaría a casarse, y... ya sabría yo


muy bien qué hacer con ella.

ANGÉLICA. _Comprendo lo que quiere decir, señora, y conozco sus


caritativas intenciones respecto a mí; pero tal vez sus consejos, no resulten
tan acertados como para realizarse.

38
BELINDA. _Lo creo; las jovencitas de hoy, muy juiciosas y recatadas, se
burlan de la sumisión y obediencia que se debe a los padres. Eso estaba
bien en otros tiempos.

ANGÉLICA. _Los deberes de hija tienen un límite, señora, y no hay razón ni


ley alguna que obligue a obedecer en todo ciegamente.

BELINDA. _Eso quiere decir que no es que desdeñes el matrimonio, sino que
quieres elegir un marido a tu gusto.

ANGÉLICA. _Y si mi padre no quiere dármelo, al menos que no me obligue a


casarme con quien no puedo amar.

ARGAN. _Perdonen esta ESCENA, señores.

ANGÉLICA. _Cada quien lleva sus intenciones al casarse. Yo, que no quiero
un marido más que para amarle de verdad y hacer de él el objeto de mi
vida, tengo que tomar mis precauciones. Hay quien se casa para
liberarse de la tutela paterna y actuar a su entero gusto; hay también,
señora, quien hace del matrimonio un comercio, y quien se casa
únicamente por los beneficios, enriqueciéndose a la muerte del marido y
pasando, sin escrúpulos, de uno a otro sin más fin que quedarse con la
herencia.

ANTONIA.- (Aparte) Adentro m´ija, no le aflojes el mecate, aunque te chille la


puerca.

BELINDA. _Estás muy habladora... ¿Qué es lo que quieres decir con todo
ese discurso?

ANGÉLICA. _ ¿Qué quiero decir? solamente lo que he dicho.

BELINDA. _ ¡Eres de una estupidez insoportable!

ANGÉLICA. _Si lo que pretendes es obligarme a que te conteste una


insolencia, te advierto que no lo vas a lograr.

BELINDA. _ ¡eres tan necia, querida, como insolente!

ANGÉLICA. _Favor que me haces.

BELINDA. _Tienes una presunción y un orgullo tan ridículos que dan lástima,
y no dudes que todos te juzgarán como mereces.

ANGÉLICA. _Todo cuanto digas será inútil, porque no he de abandonar mi


sensatez; y para que no te quede la esperanza de lograrlo, me voy.

39
ARGAN (A Angélica, que va a salir.) _Escúchame bien: o te casas con el
señor dentro de cuatro días o entras en un convento. (A Belinda.) No te
preocupes, que ya le ajustaré las cuentas.

BELINDA. _Siento mucho dejarte, pero tengo que salir a tratar un asunto que
no admite excusa. Regresaré pronto.

ARGAN. _Anda, amor mío; y de camino pásate por casa del notario y
aprietalo para que haga lo que ya sabes.

BELISA. _Adiós, cositas.

ARGAN. _Adiós, mamita... He aquí una mujer que me adora hasta lo


increíble.

DÍAZ FORUS. _Con su permiso nosotros nos retiramos.

ARGAN. _Entendido, muchas gracias. Hasta la vista, señores.

ESCENA VII

ARGAN y BELINDA

BELINDA. _papito, vengo, antes de marcharme, a prevenirte una cosa. Ahora


mismo, al pasar por su recamara, he visto a Angélica con un hombre que
en cuanto me vio, salio huyendo.

ARGAN. _ ¡Mi hija con un hombre y en su cuarto!

BELINDA. _Sí. Luisa estaba con ellos y te lo podrá contar todo.

ARGAN. _Mándamela aquí, amor mío. ¡La muy sinvergüenza!... ¡Ahora me


explico su negativa!

BELINDA._ Me voy Precioso… (Saliendo) Ah, recuerda. Padre que


consiente, engorda una serpiente.

ESCENA VIII

ARGAN y LUISA

LUISA._ Mande usted, papá

40
ARGAN. _Ven acá. Acércate. Levanta los ojos y mírame bien. ¿A ver?

LUISA. _ ¿Qué, papá?

ARGAN. _ ¿No tienes nada que contarme?

LUISA. _Si quieres que te entretenga, te contaré el cuento de Platero y yo, o


la fábula del cuervo y la zorra, que he aprendido hace poco.

ARGAN. _No es eso lo que quiero.

LUISA. _ ¿Qué es entonces?

ARGAN. _De sobra sabes tú, picara, a lo que me refiero.

LUISA. _No lo sé.

ARGAN. _ ¿Es esta tu manera de obedecerme?

LUISA. _ ¿En qué?

41
ARGAN. _ ¿No te encargué que vinieras inmediatamente a contarme todo lo
que vieras

LUISA. _Sí, papá.

ARGAN. _ ¿Y lo has hecho

LUISA. _Sí, papá. Cuando he visto algo, he venido a contártelo.

ARGAN. _Y hoy, ¿no has visto nada?

LUISA. _No, papá.

ARGAN. _ ¿No?

LUISA. _No, papá.

ARGAN. _ ¿Segura?

LUISA. _Segura.

ARGAN. _Está bien; yo te haré que veas algo. (Se quita el cinturón)

LUISA. _ ¡Papá, papacito!

ARGAN. _ ¡Farsante!... ¿No quieres decirme que has visto a un hombre en la


recamara de tu hermana

LUISA. _ ¡Papá!

ARGAN. _Yo te enseñaré a no decirme mentiras.

LUISA. _ (Echándose a los pies de su padre.) Perdón, papá, perdón. Mi


hermana me rogó que no te dijera nada; pero yo te lo contaré todo.

ARGAN. _Primero te tengo que dar unos cinturonzazos por haberme


mentido; después, ya veremos. ¿Cuántos quieres?

LUISA. _ ¡Perdón, papá!

ARGAN. _ ¿Cuántos?

LUISA. _ ¡No me pegues, papacito!

ARGAN. _Uno, dos, diez. Cuántos?

LUISA. _ ¡Papá por favor, por Dios, papá!

ARGAN. _ (Sujetándola para pegarle.)¡Quita las manos, quita las manos!

42
LUISA. _ ¡Ay, ay. Estoy herida. Me muero... ¡Me muero! (Cae, haciéndose la
muerta.)

ARGAN. _ ¿Qué te pasa?... ¡Luisa!... ¡Luisa!... ¡Dios mío! ¡Luisa, hija mía!..
¡Ah, maldito, acabas de matar a tu hija! ¿Qué has hecho, miserable?
¡Maldito cinturón!... ¡Hija mía, Luisa! Ah, he matado a mi hijita.

LUISA. _No llores, papi, no llores, no estoy muerta del todo.

ARGAN. _ ¡Mocosa del demonio!... Te perdono por esta vez, pero me tienes
que contar todo lo que has visto.

LUISA. _Sí, papá.

ARGAN. _Mucho ojo conmigo, porque este dedito lo sabe todo, y si mientes
me lo dirá.

LUISA. _Pero no le digas a mi hermana que yo te lo he contado.

ARGAN. _No.

LUISA. _Bueno, pues estando yo en el cuarto de Angélica que llega un


hombre.

ARGAN. _¿Y qué?

LUISA. _Le pregunté qué deseaba y me dijo que era el maestro de canto.

ARGAN. _ ¡Huy, huy, huy! ¡Ya apareció el peine!... ¿Qué más pasó?

LUISA. _Entonces que llega Angélica.

ARGAN. _ ¿Y qué más?

LUISA. _Que le dice: "¡Salte, salte, vete de aquí! ¡Por favor, salte, me
comprometes!"

ARGAN. _Sigue.

LUISA. _Y pues él no quería irse.

ARGAN. _ ¿Qué le decía?

LUISA. _ ¡Yo no sé cuántas cosas!

ARGAN. _¿Y qué más?

LUISA. _Seguía hablando: que por aquí, que por allá; que la amaba y que era
la criatura más bella del mundo.

43
ARGAN. _ ¿Y qué más

LUISA. _Que se pone de rodillas.

ARGAN. _¿Y después?

LUISA. _Que le besa las manos.

ARGAN. _¿Y después?

LUISA. _Que ven a mi mamá y él que se echa a correr.

ARGAN. _ ¿Y nada más?

LUISA. _Nada más, papá.

ARGAN. _ ¡Cuidado!

LUISA. _ Te lo aseguro.

ARGAN. _Bien, bien; ya veremos. Márchate y mucho ojo ¡eh!... ¡se están
acabando las niñas! Cuántos líos! Ya no me dejan tiempo ni para pensar
en mis enfermedades... ¡Ya no puedo más! (Se deja caer en su sillón.)

ESCENA IX

ARGAN y BERNARDO

BERNARDO. _ ¡Hola, hermano! ¿Cómo te va?

ARGAN. _ ¡Ay Bernardo, mal, muy mal!

BERNARDO. _ ¡Cómo! ¿De veras muy mal? ¿Cómo es eso?

ARGAN. _Tengo una debilidad y un decaimiento increíbles.

BERNARDO. _ ¡Sea por Dios!

ARGAN. _¡Ni siquiera tengo fuerzas para hablar!

BERNARDO. _Pues yo vengo a proponerte un gran partido para mi sobrina


Angélica.

44
ARGAN. _ (Exaltado y levantándose del sillón.) ¡No me hables de esa mula!...
¡Es una pícara, impertinente y desvergonzada, a la que encerraré en un
convento antes de cuarenta y ocho horas!

BERNARDO. _ ¡Eso está bien! Veo que recuperas las fuerzas y que mi visita
te da ánimos. Ya hablaremos de eso luego. Ahora vamos a distraernos;
eso te quitará el enojo y dispondrá tu ánimo para lo que hemos de tratar
después. Me he tropezado con un trío de huapangueros, y estoy
convencidos de que vas a divertirte, lo que vale tanto como una receta
de Purgón, ¡música muchachos!... ¡túpanle cansado!

CON MÚSICA DE: EL MOSQUITO ¿?

Señores voy a cantarles el Huapango del Mosquito


Vamos a decir verdad de este pobre animalito
El mosquito cuando pica desparrama su ponzoña
Mucho cuidado muchachas, que la vida no retoña

Dicen que si, dicen que no


Dicen que el mosco ya te picó
Dicen que si, dicen que no
Dicen que el mosco ya te picó

Chuchita, Chabela y Chana,


mujeres de mi patrón
De la noche a la mañana
les resulto la hinchazón
Su mama se los decía,
no se vayan a bañar
Que en el río hay muchos moscos,
no les vayan a picar

Dicen que si, dicen que no


Dicen que el mosco ya te picó
Dicen que si, dicen que no
Dicen que el mosco ya te picó

Ay gente que de por sí,


presumen de mucho rango
De un rayo se escaparán,
pero del mosquito cuando
Quisiera ser un mosquito,
un mosquito retozón
Para darte un piquetito,
en medio del corazón

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Dicen que si, dicen que no
Dicen que el mosco ya te picó
Dicen que si, dicen que no
Dicen que el mosco ya te picó

FIN DEL SEGUNDO ACTO

46
ACTO TERCERO

ESCENA PRIMERA

ARGAN, BERNARDO y ANTONIA

BERNARDO. _ ¿Qué te ha parecido? ¿No es esto más saludable que un


purgante?... Es necesario que hablemos unos momentos mano a mano.

ARGAN. _Aguarda, que ahora vuelvo.

ANTONIA. _Tenga... Ya se le olvidó que no puede andar sin apoyarse en el


bastón.

ARGAN. _Es verdad.

ESCENA II

BERNARDO y ANTONIA

ANTONIA. _Por Dios, no abandone a su sobrina.

BERNARDO. _Haré todo lo que pueda para que logre sus deseos.

ANTONIA. _Es preciso impedir esa sonzera extravagante que se le ha metido


en la cabeza a su hermano. Yo había pensado que metiendo de por
medio otro médico que desacreditara al señor Purgón adelantaríamos
mucho; pero como no tenemos de quién echar mano, he inventado un
cuento que yo misma voy a representar.

BERNARDO. _ ¿Tú

ANTONIA. _Una farsa que acaso dé buen resultado. Usted trabaje por su
parte y yo por la mía. ¡Aguas, aguas! Ahí vuelve.

47
ESCENA III

ARGAN y BERNARDO

BERNARDO. _Ante todo, te ruego que me oigas con calma y sin que se te
vaya el santo al cielo.

ARGAN. _Conforme.

BERNARDO. _Que respondas de acuerdo y sin enojarte a mis palabras.

ARGAN. _Sí.

BERNARDO. _Y que reflexiones sobre el asunto que vamos a tratar sin


apasionamiento.

ARGAN. _Sí; pero basta ya de preámbulo.

BERNARDO. _ ¿Cómo es que teniendo tanto dinero y una sola hija _porque
la otra es aún muy pequeña_ quieres encerrarla en un convento?

ARGAN. _Porque, siendo yo el cabeza de familia, puedo hacer con ella lo que
me dé la gana.

BERNARDO. _Y ¿no obedecerá más bien a deseos de tu mujer?, ¿No es ella


la que te aconseja que te separes de tus hijas? Claro está que ella lo
hace con la mejor intención y con el deseo de que sean dos excelentes
religiosas.

ARGAN. _ ¡Ya apareció el peine! Ya salió a relucir esa pobre mujer, a la que
no puede ver nadie y a la que se culpa de todo.

BERNARDO. _No es eso. No hablemos más de ella; ella es una mujer


monísima, animada de las mejores intenciones para los tuyos, llena de
desinterés, que te ama tiernamente y que ha demostrado un afecto
inconcebible hacia tus hijos; todo eso es exacto.

ARGAN._ Conmigo no le hagan al ensarapado, porque cuando ustedes van,


yo ya vengo…

BERNARDO._ No hablemos más de ella, y volvamos a tratar de tu hija. ¿Cuál


es tu intención al desear casarla con el hijo de un médico?

ARGAN. _Tener el yerno que necesito.

48
BERNARDO. _Por eso a ella no le conviene, sobre todo presentándosele un
partido mucho más ventajoso.

ARGAN. _ No hay que andarse por las ramas, estando tan grueso el tronco.
Para mí el más ventajoso es éste.

BERNARDO. _ No se debe confundir enchiladas con chilaquiles. A ver, dime.


Pero el marido ¿es para ella o para ti?

49
ARGAN. _Para los dos; quiero tener en la familia las personas que me son
necesarias.

BERNARDO. _Según eso, si Luisa fuera mayor la casarías con un


farmacéutico.

ARGAN. _ ¿Y por qué no?

BERNARDO. _Pero ¿es posible que te emperres en vivir zarandeado por


médicos y boticarios y que quieras estar enfermo en contra de la opinión
de todos y de tu misma naturaleza?

ARGAN. _ ¿Qué me quieres decir con eso?

BERNARDO. _Quiero decirte que no conozco hombre más sano que tú y que
no quisiera más que tener una constitución como la tuya.

La prueba más palpable de lo bueno que estás y de que tienes un


organismo perfectamente sano es que, a pesar de todo lo que has hecho,
no has conseguido quebrantar lo saludable de tu naturaleza ni has
reventado con tanta medicina.

ARGAN. _¡Gracias a ellas vivo, querido hermano! Y mil veces me ha repetido


el señor Purgón que soy hombre muerto con que deje de atenderme
nada más de tres días.

ARGAN. _Según eso, ¿los médicos no saben nada?

BERNARDO. _Sí, saben; saben lo más florido de las humanidades; saben


decir en griego el nombre de todas las enfermedades, su definición y
clasificación...; de lo único que no saben una palabra es de curar. Tu
señor Purgón, por ejemplo, es un hombre poco agudo: un médico de
pies a cabeza, que cree en las reglas de su arte y que no admite
discusión sobre ellas. Para él, la medicina no tiene punto oscuro, ni
dudoso, ni complicado; impetuoso en sus apreciaciones, con una
confianza inquebrantable y una brutalidad falta de sentido común y de
raciocinio, suministra purgantes y lavativas a trochemoche, sin que haya
nada que le detenga... Haga lo que haga, él no imagina que pueda
perjudicarte nunca; con la mejor buena fe del mundo te manda al
cementerio y, al matarte, no hace ni más ni menos que lo que hizo con su
mujer y con sus hijos y lo que llegado el caso, haría con él mismo.

ARGAN. _Le tienes malquerencia al señor Purgón; pero tú dirás qué es lo


que debe hacer uno cuando está enfermo?

BERNARDO. _Nada.

ARGAN. _¿Nada?

50
BERNARDO. _Nada... Guardar reposo y dejar que la misma naturaleza,
paulatinamente, se desembarace de los trastornos que la han prendido.
Nuestra impaciencia es lo que lo echa todo a perder; la mayoría de las
criaturas mueren de los remedios que les han suministrado y no de las
enfermedades.

ARGAN. _En resumen: toda la ciencia de este mundo está encerrada en tu


mollera, y tú sabes más que todos los grandes médicos de nuestro siglo.

BERNARDO. _Tus grandes médicos tienen dos personalidades: si los oyes


hablar, es la gente más lista del mundo; pero si los ves hacer, no hay
hombres más ignorantes que ellos. Los hay que no saben curar ni un
pulque.

ARGAN. _ ¡Ya, ya! Veo que eres doctísimo; pero celebraría que se hallara
presente alguno de esos señores para que rebatiera tus razonamientos.
Mejor no hablemos más de eso, porque se me irrita la bilis y acabaré
teniendo un ataque.

BERNARDO. _Pues cambiemos de conversación... Respecto a lo de tu hija,


no está bien que por un ligero altercado tomes una resolución tan
violenta como la de encerrarla en un convento. Al elegirles un marido no
debemos obedecer ciegamente al mandato de nuestros prejuicios;
debemos conceder algo a la voluntad de nuestras hijas, puesto que de
eso depende la felicidad de una unión que ha de durar toda la vida.

51
ESCENA IV

ARGAN, BERNARDO y FLORIAN, que llega armado de una lavativa.

ARGAN. _(A Bernardo.) Con tu permiso.

BERNARDO. _¡Cómo!... ¿Qué vas a hacer?

ARGAN. _No es más que un ligero lavado. Cuestión de un instante.

BERNARDO. _¡Vaya una broma! ¿Pero es que no puedes pasar un momento


sin lavados y sin medicinas? ¡Deja eso para otra ocasión y estate aquí
tranquilo!

FLORIAN.- (A Bernardo.) _ ¿Quién es usted para oponerse a las


prescripciones de la medicina e impedir que el señor reciba su ayuda.
¡Es un atrevimiento bastante necio!

BERNARDO. _¡Ande, ande!... Ya se ve que no está acostumbrado a hablar


con la gente mirándole a la cara.

FLORIAN. _¡Eso es burlarse de la medicina y hacerme a mí perder el tiempo!


Yo no he venido aquí sino en el cumplimiento de mi deber y portador de
una receta en regla; pero ahora mismo voy a notificar al señor Purgón
que se me ha impedido cumplir sus órdenes y ejecutar mis funciones.
¡Ya vera usted, ya vera!... (Se marcha.)

ARGAN. _¡Tú, tendrás la culpa del desastre que se me avecina!

BERNARDO. _ ¿Desastre por no tomar la ayuda recetada por Purgón?... Te


vuelvo a repetir otra vez: ¿no habrá manera de curarte de la enfermedad
de los médicos y de vivir bajo un continuo chaparrón de recetas?

ARGAN. _Hablas como un hombre que está sano; si estuvieras en mi lugar


usarías otro lenguaje. Es muy cómodo hacer un discurso en contra de la
medicina cuando se está bueno y sano.

BERNARDO. _Pero ¿cuál es tu enfermedad?

ARGAN. _Conseguirás sacarme de mis casillas. ¡Ojalá tuvieras tú lo que yo


tengo; ya veríamos si entonces te burlabas como ahora! ¡Ah! Gracias a
dios, aquí viene el señor Purgón.

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BERNARDO._ Quítate de la cabeza tantos nubarrones que no es tiempo de
aguas.

53
ESCENA V

ARGAN, BERNARDO, PURGÓN y ANTONIA

PURGON. _Abajo, en el mismo portal, acaban de comunicarme muy


sabrosas nuevas. Me han dicho que hay aquí quien se burla de mis
prescripciones y que se han dejado de tomar los remedios que yo había
ordenado.

ARGAN. _Señor, es que. .

PURGON. _¡Hay mayor atrevimiento y más extraña rebeldía que la del


enfermo contra su médico!

ANTONIA. _¡Eso es espantoso!

PURGON. _¡Una ayuda que yo mismo me había tomado el trabajo de


preparar!

ARGAN. _¡Yo no he sido!

PURGON. _Formulada y manipulada con todas las reglas del arte.

ANTONIA. _¡Ha hecho muy mal!

PURGON. _Y que debía producir un efecto maravilloso en el intestino.

ARGAN. _Mi hermano...

PURGON.- ¡Rechazada despreciativamente!

ARGAN. _Ha sido él.

PURGON. _¡Es un proceder insoportable!

ANTONIA. _¡Claro que sí!

PURGON. _¡Un terrible atentado a la Medicina!

ARGAN. _Es que...

PURGON. _¡Un crimen de lesa Facultad para el que no hay castigo bastante!

ANTONIA. _Tiene sobrada razón.

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PURGON. _Desde ahora mismo quedan rotas nuestras relaciones.

ARGAN. _¡Si ha sido mi hermano!

PURGON. _No quiero más trato con usted.

ANTONIA. _Pues no faltaba más.

PURGON. _Y para que no quede lazo alguno entre nosotros, vea lo que hago
con la donación que mi sobrino, deseoso de favorecer el acordado
matrimonio.

ARGAN. _Ha sido mi hermano el causante de todo.

PURGON. _¡Despreciar mi lavativa! Ya estaría bueno.

ARGAN.- Que la traigan, me la voy a poner…

ANTONIA. _No se lo merece.

PURGON. _Lo hubiera dejado limpio, haciéndolo evacuar por completo


todos los malos humores.

ARGAN. _¡Ay, hermano mío!

PURGON. _Nada más que con una docena de medicinas os hubiera hecho
variar totalmente el saco.

ANTONIA. _Es indigno de su cuidado y atención.

PURGON. _Pero como no quiere que lo cure...

ARGAN. _¡Yo no he tenido la culpa!

PURGON. _Puesto que se ha negado a obedecer como enfermo a su


médico...

ANTONIA. _Eso pide venganza.

PURGON. _Puesto que se declaró en rebeldía contra mi tratamiento...

ARGAN. _¡De ningún modo!

PURGON. _Vengo a informarle que lo abandono a su pobre constitución, a la


intemperancia de sus entrañas, a la corrupción de su sangre, a la acidez
de su bilis y sus humores.

ANTONIA. _¡Muy bien hecho!

55
ARGAN. _¡Dios mío!

PURGON. _¡Antes de cuatro días habrá llegado a una situación incurable!

ARGAN. _¡Misericordia!

PURGON. _¡Caerá en la bradipepsia.!

ARGAN. _(Suplicante.) ¡Señor Purgón!

PURGON. _De la bradipepsia, en la dispepsia.

ARGAN. _¡Señor Purgón!

PURGON. _De la dispepsia, a la enteritis.

ARGAN. _¡Señor Purgón!

PURGON. _De la enteritis, a la disentería.

ARGAN. _¡Señor Purgón!

PURGON. _De la disentería, a la hidropesía.

ARGAN. _¡Señor Purgón!

PURGON. _De la hidropesía, a la extinción de la vida, a lo que lo habrá de


conducir su locura. (Sale.)

ESCENA VI

ARGAN y BERNARDO

ARGAN. _ ¡Ay, Dios mío, estoy muerto!... ¡Me has matado, hermano!

BERNARDO. _ ¿Por qué?

ARGAN. _¡No puedo más! ¡Ya siento la venganza de la medicina!

BERNARDO. _Tú estás loco, y, por muchas razones, no quisiera que te


vieran de este modo. Tranquilízate un poco, te lo ruego; vuelve en ti y no
te dejes llevar de la imaginación

56
ARGAN. _¡Ya has oído con qué horribles enfermedades me amenaza!

BERNARDO. _¡Qué inocente eres! Además, hierba mala nunca muere…

ARGAM._ … y si muere no hace falta, ya lo sé! Purgón dice que antes de


cuatro días ya no tendré cura.

BERNARDO. _Y ¿qué importa que lo diga? ¿Es dios quien te lo dijo?


Cualquiera que te escuche creerá que Purgón tiene en sus manos el hilo
de tu vida, y que con un poder sobrenatural te la puede alargar o acortar
a su antojo. Recapacita en que tu vida está en ti mismo, y en que las
amenazas de Purgón son tan inútiles como sus medicinas. Se te
presenta una magnífica oportunidad para librarte de los médicos, y sí
has nacido con tan contrario sino que no puedes estar sin ellos, te será
fácil encontrar otro con el cual corras menos peligro.

ARGAN. _ Es que éste, conocía perfectamente mi temperamento y la manera


de conducírmelo.

BERALDO. _Habrá que convencerse de que eres un maniático que lo ve todo


de un modo extravagante.

ESCENA VII

ANTONIA, ARGAN y BERNARDO

ANTONIA. _Señor, hay ahí una persona que dice que cura y que quiere verlo.

ARGAN._ Sí, que entre el cura, por lo menos que intenté salvar a mi alma

ANTONIA._ No, no es el cura. Es uno que cura

ARGAN. ¿Quién es ese que cura?

ANTONIA.- El curandero de la cura.

ARGAN. _Te pregunto quién es.

ANTONIA. _No lo conozco; pero se parece a mí como se parecen dos gotas


de agua. Si no estuviera tan segura de la honradez de mi madre, creería que

57
es un hermanito con el que me ha obsequiado después de la muerte de mi
padre.

58
ARGAN. _Hazle pasar.

BERNARDO. _Las cosas te salen a pedir de boca; te abandona un médico y


se te presenta otro.

ARGAN. _Temo que me has acarreado una desgracia.

BERNARDO. _ ¿Otra vez piensas en eso?

ARGAN. _Tengo sobre mi corazón todas esas enfermedades que no conocía


y que...

ESCENA VIII

ANTONIA, de curandero; ARGAN y BERNARDO

ANTONIA. _ ¡Señor!... Permítame que venga a visitarlo y a ofrecerle mis


humildes servicios para todas las curaciones y sanaciones que tenga
usted necesidad.

ARGAN. _Muy agradecido, señor. ¡Juraría que es Antonia en persona!

ANTONIA. _Perdóneme un instante; se me ha olvidado darle algunas


órdenes a mi criado. Vuelvo en un momento. (Sale.)

ARGAN. _ ¿No dirías que es Antonia?

BERNARDO. _La semejanza es muy grande; pero no es la primera vez que


esto se ha visto, y la historia está llena de casos semejantes. Son
caprichos de la Naturaleza.

ARGAN. _Me sorprende y...

ESCENA IX

ANTONIA, ARGAN y BERNARDO

ANTONIA._ (Que se ha quitado el traje de médico tan rápidamente, que nadie


creería que fue ella la que apareció antes). _ ¿Qué manda el señor?

ARGAN. _¡Cómo!

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ANTONIA. _ ¿No me había llamado el señor?

ARGAN. _Aguarda aquí para que veas cómo se te parece ese médico.

ANTONIA (Saliendo). _Es cierto, señor; lo he visto ahora abajo.

ARGAN. _Si no los veo juntos no lo creo.

BERNARDO. _Yo he leído casos sorprendentes sobre estas semejanzas, y en


nuestra misma época hemos visto algún caso que ha traído revuelto a
todo el mundo.

ARGAN. _Yo me hubiera engañado en esta ocasión. Juraría que es la misma


persona.

ESCENA X

ANTONIA, de médico; ARGAN y BERNARDO

ANTONIA. _Perdone usted, señor.

ARGAN. _ ¡Es admirable!

ANTONIA. _Por favor, le pido que no tome a mal, y disculpe mi curiosidad


por conocer a un enfermo tan ilustre como usted. Pero su fama y
reputación, que se extiende por todas las huastecas; espero disculpe la
libertad que me he tomado.

ARGAN. _A sus ordenes, señor mío.

ANTONIA. _Me doy cuenta que me observa muy atento, ¿Cuántos años creé
que tengo?

ARGAN. _Por lo mucho, veintiséis o veintisiete años.

ANTONIA. _ ¡Ja, ja, ja, ja, ja! Tengo noventa años.

ARGAN. _¿Noventa años?

ANTONIA. _Sí, señor. Los secretos de mi arte han conservado de este modo
mi juventud y mi vigor.

ARGAN. _ ¡Por vida de!... ¡Vaya un jovencito de noventa años!

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ANTONIA. _Soy algo así como un médico ambulante, que va de pueblo en
pueblo, de ciudad en ciudad, buscando materiales para sus estudios:
enfermos dignos de ocupar mi atención y de emplear en ellos los
grandes secretos de mi medicina, descubiertos por mí. Yo busco
enfermedades verdaderamente importantes: grandes diarreas, con
trastornos cerebrales; buenos bocios, grandes pestes, hidropesías ya
formadas, artritis, lepra...; esas son las enfermedades que a mí me
gustan y en las que triunfo. Ojalá tuviera usted, señor, todas estas
enfermedades que acabo de nombrarle y se hallara abandonado por
todos los médicos, desahuciado, en la agonía, para poder demostrarle
las excelencias de mis remedios y el placer que experimentaría siéndole
útil.

ARGAN. _Le agradezco profundamente su bondad.

ANTONIA. _Déme su mano... ¿Quién es su médico?

ARGAN. _El señor Purgón.

ANTONIA. _En mis anotaciones sobre las eminencias médicas no figura ese
nombre. Según él, ¿qué enfermedad tiene?

ARGAN. _El dice que es el hígado; pero otros afirman que el bazo.

ANTONIA. _ La culpa no es del gallo sino del amarrador. Son unos


ignorantes. Su padecimiento está en el pulmón.

ARGAN. _Justamente, el pulmón.

ANTONIA. _Sí. ¿Qué es lo que siente?

ARGAN. _De cuando en cuando, dolor de cabeza.

ANTONIA. _ Justamente, el pulmón.

ARGAN. _Con frecuencia se me figura que tengo un velo ante los ojos.

ANTONIA. _El pulmón.

ARGAN. _A veces noto un desfallecimiento de corazón.

ANTONIA. _El pulmón.

ARGAN. _Y una laxitud en todo el cuerpo.

ANTONIA. _El pulmón.

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ARGAN. _También suelen darme dolores en el vientre, como si tuviera
cólico.

62
ANTONIA. _El pulmón... ¿Come con hambre?

ARGAN. _Sí, señor.

ANTONIA. _El pulmón. ¿Le gusta echarse unas copitas de aguardiente?

ARGAN. _Sí, señor.

ANTONIA. _El pulmón. ¿Siente como que sueño después de comer y se


duerme tranquilamente?

ARGAN. _Sí, señor.

ANTONIA. _El mal del puerco! Consecuencia del pulmón y nada más que el
pulmón; estoy seguro. ¿Qué estaba usted comiendo?

ARGAN. _Te de hierbabuena.

ANTONIA. _ ¡Ignorantes!

ARGAN. _Frijoles.

ANTONIA. _ ¡Ignorantes!

ARGAN. _Jugo de naranja.

ANTONIA. _ ¡Ignorantes!

ARGAN. _Carne de soya.

ANTONIA. _¡Ignorantes!

ARGAN. _Elotes hervidos.

ANTONIA. _¡Ignorantes!

ARGAN. _Y por la noche, ciruelas pasa para descargar el estomago.

ANTONIA. _¡Ignorantes!

ARGAN. _Y, sobre todo, no beber cerveza ni vino.

63
ANTONIA. _¡Ignorantes, La cerveza es buena a medio día, el aguardiente se
recomienda preparado en vino de sabores; y para espesar la sangre, que
la tiene muy aguada, es preciso comer betabel, espinacas, cecina con
enchiladas, caldos de acamaya, bocoles con salsita y queso, pan de
queso con chocolate, unos choricitos asados o con huevo revuelto, y por
supuesto no puede faltar el Sacahuil, ni tampoco olvidar fruta de
temporada con miel de abeja natural... Su doctor es un animal. Yo le
enviaré a uno de mis discípulos, y yo mismo vendré de cuando en
cuando a verlo, mientras esté aquí.

ARGAN. _ ¡Nunca dejaré de agradecerle!

ANTONIA. _ ¿Qué demonios hace con ese brazo?

ARGAN. _¿Cuál?

ANTONIA. _Si yo estuviera en su pellejo, ahora mismo cortaría ese brazo.

ARGAN. _¿Por qué?

ANTONIA. _ ¿No está viendo que se lleva todo el alimento y no deja que se
nutra el otro?

ARGAN. _Sí, pero este brazo me hace falta...

ANTONIA. _También si estuviera en su caso me sacaría el ojo derecho.

ARGAN. _¿Sacarme un ojo?

ANTONIA. _ ¿No se da cuenta de que perjudica al otro y le roba su alimento.


Créamelo: Ojalá que se lo saquen lo antes posible y vera mucho más
claro con el ojo izquierdo.

ARGAN. _No corre prisa.

ANTONIA. _Adiós, siento tener que dejarlo tan pronto, pero debo asistir a
una consulta interesantísima que tenemos ahora sobre un hombre que
murió ayer.

ARGAN. _¿Sobre un hombre que murió ayer?

ANTONIA. _Sí. Vamos a estudiar qué es lo que se debía haber hecho para
curarlo. Hasta muy pronto. (Sale.)

BERNARDO. _Parece muy inteligente este médico.

ARGAN. _Demasiado radical.

BERNARDO. _Todos los grandes médicos son así.

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ARGAN. _ ¡Eso de cortarme un brazo y de sacarme un ojo para que el otro
vea mejor!... Prefiero que sigan como están. ¡Bonito remedio, dejarme
manco y tuerto!

ESCENA XI

ANTONIA, ARGAN y BERNARDO

ANTONIA (Dentro.) _ ¡Vaya, vaya, que no estoy para bromas! ¡Para


servirle!... (Entra.)

ARGAN. _ ¿Qué era eso?

ANTONIA. _Su médico, señor, que quería a como diera lugar tomarme el
pulso...

ARGAN. _¡Pero es posible, a los noventa años!

BERNARDO. _Y ahora, querido hermano, puesto que el señor Purgón ha


renunciado a seguir contigo, ¿quieres que hablemos del futuro de tu
hija?

ARGAN. _No. Estoy decidido a meterla en un convento por haberse opuesto


a mi voluntad. Veo claramente que hay unos amoríos de por medio, y ella
no lo sabe, pero he tenido conocimiento de cierta entrevista secreta...

BERNARDO. _ ¿Y qué? ¿Qué importa que exista una inclinación si no ha de


conducir a otro fin que al del matrimonio

ARGAN. _He resuelto que sea religiosa.

BERNARDO. _ ¿Deseas complacer a alguien?

ARGAN. _Otra vez la burra al trigo. Ya sé por dónde vas. Como le tienes
ojeriza, crees que es mi mujer...

BERNARDO. _Sí. Y puesto que es mejor hablar a cara descubierta, te


confieso que es a tu mujer a quien me refiero. Tan intolerable como tu
obstinación en las enfermedades es la obcecación que padeces por ella,
hasta el extremo de no ver las trampas que te tiende.

ANTONIA. _ ¡Ay como será, como es! No hable así de mi patroncita! Es una
mujer de la que nadie puede decir nada: franca, amante de su esposo...

ARGAN. _Pregúntale si es o no cariñosa.

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ANTONIA. _Uff. Lo que le sigue de cariñosa.

ARGAN. _Y el interés que se toma por mi padecimiento.

ANTONIA. _ ¡N´ombre más que interesada! Interesadísima!

ARGAN._ Y los cuidados y trabajos que soporta por mí.

ANTONIA. _Cuidadosísima, para que más que la verdad... (A BERNARDO.)


¿Es más. Quiere que lo convenza y le haga ver ahorita mismo cómo la
señora quiere al señor? (A ARGAN.) ¿Quiere, señor, que lo
desengañemos, dejándole con tres palmos de narices?

ARGAN. _ ¿Cómo?

ANTONIA. _La señora volverá dentro de un instante, acuéstese ahí,


haciéndose el muerto, y vera su desolación cuando yo le dé la noticia.

ARGAN. _Muy bien pensado.

ANTONIA. _Pero no vaya a prolongar mucho tiempo su desesperación,


porque podría costarle la vida.

ARGAN. _Déjame a mí.

ANTONIA (A BERNARDO). _ (por lo bajo) Para uno que madruga, otro que no
se acuesta. Usted escóndase donde no lo vea.

ARGAN. _ ¿Habrá algún peligro en hacerse el muerto?...

ANTONIA. Ninguno... Acuéstese ahí. (Bajo.) Ya vera cómo le vamos a dar en


la cabezota a su hermano... ¡Ya está ahí la señora! ¡Échele ganas!...

ESCENA XII

BELINDA, ANTONIA, ARGAN y BERNARDO

ANTONIA (Llorando). _ ¡Ay, Dios mío, qué desgracia tan grande!

BELINDA. _ ¿Qué es eso, Antonia?

ANTONIA. _ ¡Ay, señora!

BELINDA. _ ¿Qué pasa?

ANTONIA. _ ¡Su esposo ha muerto!

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BELINDA. _ ¿Mi marido ha muerto?

ANTONIA. _Sí. El pobre ya es cadáver.

BELINDA. _ ¿Estás segura?

ANTONIA. _ ¡Y tan segura!... Todavía no conoce nadie el accidente, porque


estaba yo sola; ha muerto en mis brazos... Véalo, mírelo bien difunto,
difunto.

BELINDA. _ ¡Bendito Sea Dios, y qué carga más pesada se me quita de


encima!... Pero ya Antonia, ya ¿a qué viene tanta chilladera?

ANTONIA. _Yo creía que había que llorar.

BELINDA. _ ¡No vale la pena, que no es la gran cosa lo que se ha perdido!


¿Quieres decirme para qué servía este hombre?... Para molestar a todo el
mundo con sus lavativas y sus drogas. Siempre sucio, tosiendo,
estornudando y moqueando a cada instante; agrio, enojón, de mal humor
y no dejando vivir a nadie ni de día ni de noche...

ANTONIA. _ ¡Vaya una oración fúnebre!

BELINDA. _Ahora es preciso que secundes mis planes, que yo te


compensaré si me ayudas. Puesto que, afortunadamente, todavía no
conoce nadie la noticia, vamos a llevarle a su cama y a ocultar su muerte
hasta que yo haya terminado lo que me interesa. Hay dinero y papeles de
los que quiero apoderarme, porque yo merezco disfrutarlos, habiendo
sacrificado los mejores años de mi vida. (Transición) Ven acá. Primero
cojamos las llaves.

ARGAN (Incorporándose bruscamente). _ ¡Poco a poco!

BELINDA (Llena de espanto). _ ¡Ay guey! ¡No mames, no mames, no mames,


no mames!

ARGAN. _ ¿Era ésta tu manera de amar, querida esposa?

ANTONIA. _ ¡Milagro, milagro. El difunto está vivo!

ARGAN (A BELINDA, que se marcha). _Celebro haber conocido tu falsa


estimación y escuchado tu hipócrita discurso: es una sabia advertencia que
me servirá de enseñanza para el porvenir. La mujer y el caballo, a veces más
necesitan freno que espuelas.

ANTONIA._ No se agüite patrón, ya ve, yegua mal arrendada, ni regalada. Y


Pulgas de ésas, no brincan en su petate.

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BERNARDO (Saliendo de su escondite). _ ¿Te has convencido?

ANTONIA. _ ¿Quién iba a pensar esto? Aguas, aguas. Ahí viene su hija
Angélica; vuélvase a morir, digo acuéstese y veamos cómo recibe la
noticia de su muerte.

Conviene continuar la prueba y enterarnos de cómo lo quieren en su casa.

ESCENA XIII

ANGÉLICA, ARGAN, ANTONIA y BERNARDO

ANTONIA (Llorando)._ ¡Dios mío, qué desgracia!... ¡Qué día más desdichado!

ANGÉLICA. _ ¿Qué tienes, Toña? ¿Qué te pasa

ANTONIA. _ ¡Tengo que darte una noticia muy amarga!

ANGÉLICA. _ ¿Qué?

ANTONIA.- ¡Tu padre ha muerto!

ANGÉLICA. _ ¡¿Muerto, mi padre, Antonia?!

ANTONIA. _ ¡Sí!... ¡Míralo!... Le dio un desvanecimiento, y ahora mismo


acaba de morir.

ANGÉLICA. _¡No papacito, no Dios mío!... ¡Quién me iba a decir que iba a
perder a mi padre, él era lo único que me quedaba en el mundo, y que lo
iba a perder en un momento en que se hallaba enojado conmigo!... ¡Qué
será ahora de mí, qué consuelo podré hallar para tan grande pérdida!

ESCENA XIV

CLEMENTE, ANGÉLICA, ARGAN, ANTONIA y BERNARDO

CLEMENTE. _ ¿Qué tienes, Angélica? ¿Por qué lloras?

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ANGÉLICA. _¡Lloro porque acabo de perder lo más grande que puede
perderse en la vida! ¡Lo más querido! ¡Lloro la muerte de mi padre!

CLEMENTE. ¡Qué tragedia! ¡Qué suceso tan lamentable y tan inesperado!...


Habiéndole rogado a tu tío que intercediera en mi favor, venía ahora a
presentarme a él para rogarle, con todo el respeto que me merece, que
me concediera tu mano.

ANGÉLICA. _No hablemos más de nada, Clemente, y olvidemos la idea del


matrimonio. Después de esta desgracia, no quiero pertenecer al mundo;
renuncio a él para siempre... ¡Sí, padre querido! Si antes me resistí a tus
deseos, quiero seguirlos ahora y reparar de este modo la pesadumbre
que te causé y de la que ahora me acuso. Acepta, padre mío, mi promesa
y déjame abrazarte con todo mi amor.

ARGAN (Incorporándose). _ ¡Hija mía!

ANGÉLICA (Aterrada). _¡Ah!

ARGAN. _¡Ven! ¡No temas! Tú sí eres de mi sangre; mi verdadera hija, cuya


bondad me enorgullece.

ANGÉLICA. _ ¡Qué agradable sorpresa, padre mío! Y ya que, para dicha mía,
vuelvo a verte, deja que me arrodille a tus pies y te suplique. Si no estás
dispuesto a aceptar lo que siente mi corazón, si no quieres que me case
con Clemente, al menos, te lo ruego, no me obligues a casarme con otro.
Es el único favor que te pido.

CLEMENTE.- (Echándose a los pies de ARGAN). _Déjese enternecer, señor,


por sus ruegos y por los míos, y no se oponga a nuestro amor.

BERNARDO. _ ¿Te opondrás todavía?

ANTONIA. _ ¿Permanecerá insensible a tanto amor?

ARGAN. _Que se haga médico y consentiré en el matrimonio. Hazte médico


y te casas con mi hija.

CLEMENTE. _Con mucho gusto, señor. Si es esa la condición para llegar a


ser su yerno, yo me haré médico, y boticario también, si le agrada. ¡Qué
no haría yo por mi Angélica!

BERNARDO. _Se me ocurre una cosa, hermano. ¿Por qué no te haces


médico tú también? Esa sería la mejor solución, porque entonces lo
tendrías todo en tu mano.

ANTONIA. _Es verdad. Ese sería el mejor medio para curarse.

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ARGAN. _ ¿Se burlan de mí? ¿Cómo si tuviera edad para ponerme a
estudiar?

BERNARDO. _ ¿Estudiar? La mayoría de los médicos no saben lo que tú.

ARGAN. _ ¿Y el latín? ¿Y el conocimiento de las enfermedades y de las


medicinas.

BERNARDO. _En el instante de vestirte con bata y ponerte el cubre bocas te


lo sabrás todo (ríe).

ARGAN. _Pero ¿con sólo vestir los hábitos se sabe medicina?

BERNARDO. _ ¡Claro!... Con una toga y un bonete, todo charlatán resulta un


sabio, y los mayores desatinos se admiten como cosa razonable.

ANTONIA. _Además, con esas barbas ya tienes la mitad del camino ganado;
unas buenas barbas hacen a un médico.

CLEMENTE. _Y en último caso, aquí estoy yo dispuesto a todo.

BERNARDO. _ ¿Quieres que lo arreglemos ahora mismo?

ARGAN. _ ¿Ahora mismo?

BERNARDO. _Y aquí, en tu misma casa.

ARGAN. _ ¿En mi casa?

BERNARDO. _Sí. Yo tengo amigos que vendrían luego luego para que
celebremos la inauguración de tu consultorio en la sala. Además, no te
costará nada.

ARGAN. _ ¿Cómo lo hacemos?

BERNARDO. _Te leerás algunos libros de medicina tradicional, otros de


herbolaria y te ayudaremos a preparar el discurso que debes pronunciar.
Mientras tú te vistes con más decencia, yo voy a avisarles.

ARGAN. _Pues a darle que es mole de olla!

ANTONIA. _ ¿Qué es lo que pretendes?

BERNARDO. _Que nos divirtamos un rato. Traeré música, algo para beber,
ustedes preparen que comer. Invitaremos a algunos amigos para que
participen de la comedia, serán también parte de la fiesta y que mi
hermano represente el papel principal.

ANGÉLICA. _Me parece demasiada burla.

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BERNARDO. _Más que burlarnos, es ponernos a tonó con sus chifladuras y,
aparte de que esto quedará entre nosotros, encargándonos cada uno de
un papel, nos haremos mutuamente la broma; el Carnaval nos autoriza.
Vamos a prepararlo todo.

CLEMENTE (A ANGÉLICA). _ ¿Aceptas?

ANGÉLICA. _Puesto que mi tío nos autoriza... (SALEN)

(EL ESCENARIO SE VA OSCURECIENDO EN TANTO SE ESCUCHAN LOS


PRIMEROS ACORDES DEL ÚLTIMO SON HUASTECO Y LOS DE CASA
EMPIEZAN A COLOCAR LO NECESARIO PARA LA BODA HUASTECA)

CON MÚSICA DE: LA HUAZANGA

TARAREO
Hoy que aquí les dedicamos (8)
Desde hora muy temprana (8)
Lo que aquí les platicamos (8)
Cantando con voz ufana (8)
TARAREO
Con gusto les presentamos
A una persona muy sana

TARAREO
Señor Argan si supieras (8)
Como se aprende a vivir (8)
Para que ya no vivieras (8)
Con el miedo de morir (8)
Y con ella te vinieras (8)
Para gozar y no a sufrir (8)
TARAREO

Doctorcito quita quita, quítame el dolor a diario


Lo que le duele es el alma, al Enfermo Imaginario
Imagina que se muere, se muere el que estira la pata
La pata es la que se gasta, se gasta lo que se gana
Gana aquel que trabaja, trabajan solos los bueyes
A los bueyes quiere el diablo, al diablo nadie le reza
Rezan los que tienen mañas, mañas las de un curandero
Curandero es el que cura, cura es aquel que te casa
Se casa el que tiene amores, amor es cuando te pegan
Pegan y luego se esconden, se esconde aquel que algo debe
Deber el de los doctores, doctores que nunca curan
Se cobra por que se atiende, dijo un médico al llorar
Y lo echaron a la lumbre, porque no sabía curar
Y el enfermo imaginario, mejor prefirió estudiar

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FIN DEL ACTO TERCERO

EPILOGO

EL XOPITZAHUATL.- BODA DE ANGÉLICA Y CLEMENTE

Anuar Jottar Magdaleno

División de Extensión Universitaria, Dirección de Promoción Cultural, Coordinación del


Programa Universitario de Teatro de la UAEH. Invierno 2019

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