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15.4. ETIOLOGÍA Y DESARROLLO DE LA DELINCUENCIA SE­

XUAL

Hasta aquí se ha efectuado una descripción de la frecuencia, topografía y

otras características del abuso y la agresión sexual. En lo que sigue se aten­

derá a la cuestión sustancial de la explicación del origen y consolidación de

los comportamientos de agresión sexual.

'
15. Delincuencia sexual 715

1 Prevalencia ..,

caractenshcas

2 Ehoklg1a 1
carrera

de,1 .

El profesor Redondo y unas alumnas de criminología en un congreso celebrado en Murcia en

2013.

15.4.1. Factores y experiencias de riesgo

A) Socialización sexual

Nadie nace ni crece sabiendo de un modo completo y definitivo cómo

van a expresarse sus deseos sexuales y cómo deben transcurrir exactamente

sus conductas a este respecto. Contrariamente a ello, los adolescentes suelen

despertar a la sexualidad en la pubertad de un modo bastante repentino y

con una información y educación previas a menudo escasas. A partir de ese

momento, recabando más información de otras personas -frecuentemente

de amigos tan inexpertos como ellos mismos-, y a menudo mediante ex­

periencias de ensayo y error, van a iniciar una exploración paulatina de su

sexualidad y un ajuste progresivo de sus comportamientos sexuales. Gene­

ralmente, el proceso anterior va a dar lugar, en la inmensa mayoría de las

personas, a una correcta socialización sexual. Ello implica también que se

van a adquirir las inhibiciones convenientes para evitar en el sexo cualquier

amenaza o fuerza, y excluir radicalmente las interacciones sexuales con me­

nores. Sin embargo, en algunos casos el proceso de socialización sexnal

adolescente puede verse alterado por experiencias y deseos atípicos y en

ocasiones ilícitos (Marshall y Marshall, 2002; Hart-Kerkhoffs, Dereleijers,

Jansen, et al., 2009). Un resultado de esto puede ser el inicio por algunos

individuos de conductas de abuso sexual infantil o de agresión sexual.

,
716 Santiago Redondo y Vicente Garrido

B) Inicio en la agresión sexual

El proceso a partir del cual se iniciarían y desarrollarían las conductas

de abuso y agresión sexual puede situarse, por lo común, en el decurso de

la pubertad y adolescencia, según se ilustra en el cuadro 15.6 (Redondo, Pé­

rez Ramírez, Martínez García, et al., 2012). En estas etapas algunos varones

podrían ser más vulnerables para adquirir condnccas de abuso o agresión

sexual a raíz de haber sufrido experiencias traumáticas de abandono familiar,

rechazo afectivo o victimización sexual (Hamby, Finkelhor y Turner, 2012;

Zurbriggen, Gobin y Freyd, 2 0 1 0 ) . Estas experiencias tenderían a favorecer

en los jóvenes una baja autoestima, déficits de comunicación y de habilidades

de relación interpersonal, y una fuerte necesidad de obtener el afecto de otras

personas, lo que claramente guarda relación con una mayor riesgo de ser víc­

timas de abusos sexuales por parte de otros jóvenes o de adultos.

CUADRO 15.6. Proceso de inicio y desarrollo de la agresión sexual

Vulnerabilidad �H
- . • .

(déficits autoestima y asertividad ipersexua 1•rzacion compensa 1ona:


. . • f . ¡-' riesgo de experiencias atípicas (niños, fuerza)
ars 1am1�nto, urgencia a ectrva . -modelado y práctica

-a andona � _abuso -fantasías y masturbación

-pobres habilidades -consolidación preferencia desviada

Desinhibición

(alcohol/distorsiones)

y oportunidades

delictivas

Fuente: adaptado a partir de Echcburúa y Redondo, 2010

Tanto si dichos abusos se producen como si no, en este marco de gra­

ves carencias comunicativas y afectivas, es probable que estos adolescentes

experimenten una hipersexualización de su emocionabilidad y conducta

(inicialmente a través de la masturbación), como un mecanismo general de

compensación y de afrontamiento de su aislamiento y sus problemas coti­

dianos (no can solo de sus necesidades específicamente sexuales). Cada vez
15. Delincuencia sexual 717

se hará más probable que a esta decidida sexualidad adolescente, aunque

todavía incipiente y tentativa, se incorporen experiencias de observación de

modelos sexuales diversos (en vivo o simbólicos, mediante el uso de porno­

grafía), participación directa en distintas experiencias sexuales, y utilización

de fantasías sexuales procedentes de las propias observaciones y prácticas.

Y no será improbable que, dada las condiciones de aislamiento y de vul­

nerabilidad aludidas, algunas experiencias o fantasías puedan implicar si­

tuaciones y conductas de humillación y agresión sexual, o bien incluyan la

interacción sexual entre adultos y menores.

Desde una perspectiva psicológica individual, la asociación repetida en­

tre experiencias o fantasías sexuales de abuso infantil o de agresión, y la ex­

citación y placer sexuales resultantes, desencadenarán un proceso de condi­

cionamiento clásico, a partir del cual los estímulos relacionados con "abuso

de niños" o "agresión sexual", según los casos, pueden convertirse en estí­

mulos condicionados de deseo sexual. Asimismo, la exposición repetida a

estos comportamientos sexuales altamente excitantes, puede contribuir a su

paulatina aceptación y justificación. Este sería el momento en que un joven

podría hallarse suficientemente motivado para poner en práctica abusos o

agresiones reales, parecidos a aquéllos que han resultado tan excitantes en

sus fantasías sexuales previas.

Para que un delito se produzca, ya solo haría falta que se rompan las

últimas barreras que todavía puedan retener al sujeto, ya sean internas o

externas. Las inhibiciones internas pueden superarse mediante el consumo

de alcohol u otras drogas (algo no infrecuente en materia de episodios de­

lictivos sexuales), de estados emocionales negativos (ya sean deprimidos o

iracundos), o de firmes distorsiones cognitivas justificadoras de las agresio­

nes. Las barreras o controles externos pueden quebrarse en el momento en

que se presente al individuo una oportunidad delictiva favorable (una niña

o niño, una mujer sola y vulnerable, etc.). Además, aquellos individuos alta­

mente motivados para el abuso o la agresión sexual buscarán y promoverán

activamente las ocasiones favorables para satisfacer sus deseos.

En relación con el abuso sexual infantil, Finkelhor ( 1 9 8 6 ) propuso un

modelo etiológico integrado por cuatro procesos complementarios, cohe­

rentes con lo comentado, que podrían contribuir a propiciar el interés se­

xual por los niños:

I) Congruencia emocional: los niños podrían satisfacer diversas nece­

sidades emocionales, no solo sexuales, de los adultos que abusan de ellos.

Algunos varones habrían sido socializados para ser personas dominantes,

por lo que los niños, debido a su escasa capacidad de dominación, podrían


718 Santiago Redondo y Vicente Garrido

resultarles sumamente atractivos. Este proceso se relacionaría a su vez con

disfunciones de los sujetos como inmadurez, baja autoestima y agresividad.

II) Excitación sexual: el niño podría ser percibido como una fuente po­

tencial de gratificación sexual, a partir de los modelos y experiencias se­

xuales habidos, así como resultado de la utilización frecuente de material

pornográfico relativo a menores.

III) Bloqueo: el niño puede resultar sexualmente más satisfactorio y

constituir una alternativa más fácil, particularmente para aquellos sujetos

que tienen dificultades para establecer relaciones sexuales adultas. En el

plano personal de los abusadores, este proceso se relacionaría con su mayor

ansiedad e incompetencia social.

IV) Desinhibición: para consumar el abuso sexual, los agresores deben

salvar ciertos obstáculos e inhibidores internos, lo que puede facilitarse a

partir del consumo de alcohol y otras drogas, y también como resultado de

firmes distorsiones cognitivas y justificaciones del abuso.

C) Infractores sexuales juveniles

Como ya se ha comentado, no es infrecuente que las actividades delicti­

vas de cariz sexual se inicien ya en la adolescencia y, en consecuencia, que

los autores de algunos delitos de abuso o agresión sexual sean adolescentes

y jóvenes, algunos de los cuales pueden reincidir en nuevos delitos. A este

respecto, Caldwell (2010) efectuó un meta-análisis de 63 estudios que en

conjunto incluían más de once mil delincuentes sexuales juveniles, de los

que se había efectuado un seguimiento de casi cinco años, obteniéndose una

tasa promedio de reincidencia sexual de 7,08%, frente a una muy superior

reincidencia general (en delitos no sexuales) del 43,4%. Salat y Fairleigh

(2009) encontraron que cuatro factores principales se asociaban a un ma­

yor riesgo de abuso y agresión sexual juvenil: una historia personal de falta

de cuidados en la infancia, haber sufrido abuso sexual, menor edad, y po­

bres relaciones de amistad.

En España, Redondo et al. (2012) realizaron un estudio sobre 20 agreso­

res sexuales juveniles en la Comunidad de Madrid, a partir de información

sobre los sujetos procedente de expedientes e informes judiciales, y la apli­

cación de tests y cuestionarios psicológicos. Las principales características

de estos infractores sexuales juveniles fueron las siguientes (Redondo et al.,

2012): la mayoría ( 6 0 % ) eran sujetos primarios, sin antecedentes delicti­

vos previos; un 50% estaban internados por agresión sexual a una mujer

adulta, un 25% por agresión sexual o abusos a una chica menor, y el otro

,
15. Delincuencia sexual 719

25 % a un menor varón ( en un 40 % de los casos las víctimas tenían me­

nos de 14 años en el momento del delito); en un 70% de los delitos, había

conocimiento previo entre agresor y víctima y, en consecuencia, en el 30%

restante los agresores eran desconocidos para las víctimas; la edad media de

los jóvenes cuando cometieron el delito sexual era de 15 años (DT = 1 año);

el 75% de los infractores no empleó ningún tipo de arma para realizar el

hecho; un 45% de las agresiones se cometió en pareja o por un grupo de

agresores; y el 45% de los agresores habían consumido alcohol o drogas

con antelación a la comisión del delito.

D) Correlatos etiológicos y de mantenimiento de la agresión sexual

Son muchas las investigaciones, particularmente a partir de delincuentes

encarcelados, que han analizado los correlatos y factores que suelen aso­

ciarse tanto al inicio (a lo que ya se hecho referencia) como a la continuidad

y persistencia de la delincuencia sexual (Abbey, Jacques-Tiura y LeBreton,

2 0 1 1 ; Barbaree y Marshall, 2006; Bijleveld y Hendriks, 2003; Carpentier

y Proulx, 2 0 1 1 ; Craig, 2010; DeGue, DiLillo y Scalora, 2010; Echeburúa y

Guerricaechevarría, 2000, 2006; Bueno García y Sánchez Rodríguez, 1995;

Echeburúa y Redondo, 2010; Freeman et al., 2005; Garrido, Redondo, Gil,

et al., 1995; Hunter et al., 2003; Poirier, 2008; Pulido, Arcos, Pascual, et al.,

1 9 8 8 ; Redondo y Luque, 2 0 1 1 ; Redondo et al., 2006, 2012; Rich, 2009;

Salar, 2009; Shi y Nicol, 2007; Hart-Kerkhoffs et al., 2009; Wakeling, Fre­

emantle, Beech, et al., 2 0 1 1 ; Wolf, 2009; Woodhams et al., 2008; Zankman

y Bonomo, 2004). A continuación se resumen dichos factores, algunos ya

aludidos:

- La mayoría de los agresores sexuales condenados son varones (alre­

dedor del 9 0 % ) y tienen como víctimas a niñas y a mujeres (en torno

al 8 0 % ) .

- Suelen tener mayor edad que los delincuentes comunes, no sexuales,

con una media de en tomo a 30 años cuando inician el cumplimiento

de una condena y de más de 40 cuando la finalizan.

- Muchos proceden de familias problemáticas, y experimentaron en su

infancia maltrato, desatención familiar o abuso sexual, o bien fueron

testigos de violencia en la familia. En la muestra evaluada por Redon­

do y Luque ( 2 0 1 1 ) , de 678 agresores sexuales encarcelados en Espa­

ña, el 1 8 , 7 % habían sido víctimas de malos tratos y el 9% de abusos

sexuales.

,
720
Santiago Redondo y Vicente Garrido

Su nivel de estudios es generalmente bajo: entre la mitad y dos terceras

partes abandonaron la escuela prematuramente y no llegaron más que a

la enseñanza primaria. Asimismo, suelen contar con escasa cualificación

laboral, y un porcentaje elevado de agresores (del 24% en Redondo y

Luque, 2 0 1 1 ) estaban desempleados cuando cometieron los delitos.

Muchos pueden haber tenido experiencias sexuales infantiles y adoles­

centes más amplias y variadas de lo habitual, haber estado expuestos

a la visualización frecuente de pornografía violenta o con menores, y

haber tenido fantasías recurrentes a este respecto (Mancini, Reckden­

wald y Beauregard, 2 0 1 2 ) . Según se comentó, se ha documentado una

relación elevada entre estas experiencias y los comportamientos de

abuso y agresión sexual.

Suelen presentar múltiples distorsiones cognitivas y déficits en ern­

patía (carencias más intensas en quienes sufrieron maltrato infantil),

que les dificultan una adecuada interpretación y reconocimiento de

las emociones, deseos, necesidades e intenciones de otras personas

(Brown et al., 2 0 1 2 ) . Al respecto de la violación, una distorsión fre­

cuente es percibir el sexo como una forma de poder y control sobre

otra persona, o como una manera de expresarle su ira, y de vejarla o

castigarla. En relación con los abusos de menores, Abel et al. ( 1 9 8 4 )

identificaron algunas de las distorsiones o interpretaciones erróneas

más frecuentes en ellos: su valoración de que las caricias sexuales no

forman parte de la relación sexual; que los niños no se resisten física­

mente ni dicen nada porque les gusta la experiencia; que el contacto

sexual directo podría mejorar la relación con un niño; que la sociedad

llegará a aceptar las relaciones sexuales entre adultos y niños; que

cuando los niños preguntan sobre el sexo significa que desean expe­

rimentarlo; y que una buena manera de instruir a los niños sobre el

sexo es practicarlo. También Pollock y Hashmall ( 1 9 9 1 , citados por

Murray, 2000) llegaron a identificar, en una muestra de 86 abusado­

res sexuales de niños de la ciudad de Toronto, hasta 250 justificacio­

nes del comportamiento de abuso. Las justificaciones más frecuentes

fueron que la víctima había consentido (dada por el 29% de los su­

jetos de la muestra), que su propio comportamiento era debido a la

privación de contactos sexuales normalizados (el 24% de los sujetos),

a causa de una intoxicación etílica (un 23% de los casos), o debido a

que la víctima había iniciado la actividad sexual (el 2 2 % ) . Mediante

estas distorsiones se atribuirían a los niños características, deseos y

conductas impropias para su nivel de desarrollo físico y psicológico

(Hayashino, Wurtele y Klebe, 1995; Helmus et al., 2 0 1 3 ; Stermac y

,
15. Delincuencia sexual 721

Sega!, 1 9 8 9 ) , lo que permitiría al abusador neutralizar o minimizar

su propia responsabilidad (Marshall y Eccles, 1 9 9 1 ; Webster y Beech,

2000). Ward (2000) formuló la hipótesis de que las distorsiones cog­

nitivas de los agresores sexuales serían el resultado de sus "teorías

implícitas", explicativas o predictivas, acerca del comportamiento,

costumbres, deseos, etc., de sus víctimas.

Muchos infractores sexuales presentan déficits en competencia y ha­

bilidades sociales, y en lo relativo a sus relaciones interpersonales, lo

que a menudo les comporta un gran aislamiento social. Sega! y Mar­

shall ( 1 9 8 5 ) señalaron que los abusadores de menores serían a este

respecto más deficitarios que los violadores, se valorarían a sí mismos

como más ansiosos, menos hábiles en las relaciones heterosexuales, y

menos asertivos o competentes a la hora de recibir y aceptar feedback

positivo de parte de otras personas. Una consecuencia de ello es que

muchos delincuentes sexuales carecían de una pareja estable cuando

sucedió el delito (69% en el estudio de Redondo et al., 2006, y un

45% en Redondo y Luque, 2 0 1 1 ) .

- Muchos agresores sexuales adultos comenzaron a cometer abusos o

agresiones sexuales en su adolescencia o juventud, lo que apunta a la

necesidad de intervenir tempranamente para impedir que tales com­

portamientos se consoliden.

Entre una tercera parte y la mitad de los sujetos suelen tener antece­

dentes penales, ya sea por delitos sexuales o bien por delitos contra la

propiedad o violentos.

Algunos agresores sexuales son generalistas, es decir realizan también

otros delitos no sexuales, lo que significa que presentan también fac­

tores de riesgo semejantes a los delincuentes comunes, no sexuales

(Harris, Knight, Samllbone, et al., 2 0 1 1 ; Howell, 2009; Varios auto­

res, 2009 ; Redondo, Martínez-Catena y Andrés, 2 0 1 1 ) . No obstante,

otros muchos serían infractores " es p ecializados" exclusivamente en

delitos sexuales. Por ejemplo, la muestra de 12 3 delincuentes sexua­

les encarcelados evaluada por Redondo et al. ( 2 0 06), presentaba un

promedio de 4 delitos condenados ( 2, 33 delitos sexuales y 1, 8 4 no se­

xuales de media), lo que permitió estimar una "tasa de especialización

delictiva", dividiendo para cada sujeto el número de delitos sexuales

condenados, de 0, 7 9% (en una escala de entre 0 - 1 ) .

En relación con la salud, una proporción relevante de los agresores

sexuales (de hasta 1/3) habría sufrido algún accidente, o presentaría

alguna enfermedad orgánica (VIH, Hepatitis . . . ), o bien trastornos

,
722 Santiago Redondo y Vicente Garrido

psicopatológicos, especialmente relacionados con el consumo abusi­

vo de alcohol y otras drogas (Da vis, 201 O; Leue, Borchard y Hoyer,

2004) (más del 50% en Redondo y Luque, 2 0 1 1 ) , así como diagnós­

ticos de deficiencias neurológicas e intelectuales, elevada impulsividad

e incontinencia de los impulsos, y trastornos esquizoides, evitativos y

dependientes. También se ha evidenciado en algunos casos la presen­

cia de perfiles psicopáticos (Hawes, Boccaccini y Murrie, 2 0 1 3 ) . Re­

dondo et al. (2006) aplicaron en su estudio la Escala de Psicopatía de

Hare, en su versión abreviada de 12 ítems (PCL-SV), constatándose

elevadas prevalencias en "mentira patológica", "ausencia de remordi­

miento", "falta de empatía ", "no aceptación de responsabilidades" e

"impulsividad". En Redondo y Luque ( 2 0 1 1 ) , el 34% de los sujetos

no reconocía haber cometido el delito.

- Respecto del hecho delictivo por el que estaban encarcelados, en la

muestra de Redondo y Luque (2011), algunos datos relevantes fueron

los siguientes:

• la edad media del abusador/violador en el momento de la comisión

del delito era de 32,43 años.

• la mayoría procedían de ambientes urbanos, más que rurales

• en el caso de los violadores de mujeres adultas, el delito incluyó di­

versos actos sexuales (53,5%), o bien exclusivamente penetración

vaginal ( 27 , 9 % ) o tocamientos ( 1 3 , 8 % ) .

• en el caso de los abusadores de menores, el 61,7% realizó varios

actos sexuales, el 1 9 , 1 % tocamientos, el 8 , 5% , penetración vagi­

nal.

• un 93% cometió el delito en solitario.

• en un 2 9, 7 % de los casos el delito se consumó en el domicilio fa-

miliar y en un 1 1 , 6 % en el domicilio de la víctima.

A pesar de las características generales precedentes, los individuos que

han abusado o agredido sexualmente forman un grupo muy hetero­

géneo en términos de las tipologías y condiciones del delito cometido,

las posibles vivencias de maltrato, su conocimiento y sus experiencias

sexuales, su ajuste y rendimiento escolar, su funcionamiento cognitivo

y su salud mental (Andrade, Vincent y Saleh, 2006 ; Woodhams y Hat­

cher, 2010). Por ello, tales características específicas deberán ser explo­

radas en cada caso.

Marshall y Barbaree (1989) propusieron un modelo comprensivo de la

violación y el abuso sexual a niños, que recoge e integra los aspectos más

,
15. Delincuencia sexual 723

relevantes de la investigación en este ámbito y de las teorías anteriormente

existentes (véase también Marshall y Marshall, 2002; y Redondo, 2002).

Este modelo incorpora siete grandes parcelas de análisis que pueden contri­

buir al mantenimiento de la agresión sexual, y, por ello, deberían ser consi­

deradas en cada caso:

l. Elementos biológicos. En nuestra constitución biológica existen dos

elementos que tienen relevancia para comprender la agresión sexual. El pri­

mero radica en la semejanza de los mediadores neuronales y hormonales

responsables de la conducta sexual y de la agresiva; esto es, los varones ten­

drán que enfrentarse a la difícil tarea de aprender, especialmente durante el

período de la pubertad, a inhibir la agresión dentro de un contexto sexual.

En los mecanismos biológicos implicados en la agresión y también en el

comportamiento sexual de los varones juega un papel decisivo la testoste­

rona (Jordan, Fromberger, Stolpmann, y Müller, 2 0 1 1 ) .

El segundo hecho biológico relevante para nuestro tema es la relativa

inespecificidad del impulso sexual innato, que obliga a aprender a seleccio­

nar las parejas sexuales apropiadas, lo que en el caso de los adultos ha de

implicar siempre otro adulto que consienta en la relación sexual.

2. Fracaso de la inhibición. ¿Qué es lo que haría que determinados sujetos

sucumban ante ciertas oportunidades delictivas e incluso las busquen, mien­

tras que otros no? Para los autores de este modelo teórico, la respuesta se

halla en la investigación básica de la psicología criminal, donde se revelan una

serie de factores que explican el menor aprendizaje inhibitorio de los viola­

dores: pobres modelos educativos paternos, disciplina severa e inconsistente,

padres agresivos y alcohólicos, y abuso físico y sexual sufrido en la niñez.

3. Actitudes socio-culturales. Los jóvenes que han vivido una infancia

deficiente tienen que enfrentarse, además, a normas culturales que en al­

gunos casos apoyan la violencia como un cauce adecuado de expresión.

Como afirmaba Sanday (1981), los estudios transculturales indican que las

sociedades facilitadoras de la violencia y de las actitudes negativas hacia

las mujeres tienen las tasas más altas de violación. Sendos estudios de Burt

(1980) y de Pascual, Pulido, Arcos y Garrido (1989) evidenciaron la vincu­

lación que existe entre las actitudes proclives hacia la violencia a la mujer

y el sostenimiento de los llamados "mitos" de la violación (en los que se

contempla a la mujer "pidiendo" ser violada y disfrutando con ello).

4. Pornografía. La exposición a pornografía puede desinhibir, en indi­

viduos motivados para una agresión sexual, la actividad conducente a la

violación. Aunque no todos los delincuentes sexuales emplean material

pornográfico para instigar sus agresiones, es muy probable que los jóvenes

,
724 Santiago Redondo y Vicente Garrido

que han padecido una socialización deficiente tengan una menor resistencia

ante sus efectos, especialmente si consideramos que uno de los mensajes

más importantes transmitidos por los "guiones" de este entretenimiento es

el de otorgar un cierto sentido de poder y de dominio sobre mujeres débiles

y deseosas. En el caso de los adultos que abusan sexualmente de los niños,

la investigación revela que en su infancia muchos de ellos además de haber

sido víctimas, a su vez, de a buso sexual, fueron expuestos a pornografía

para que se suscitara su interés sexual en beneficio del agresor (Marshall y

Barbaree, 1 9 8 9 ) .

5. Circunstancias próximas. Hace referencia a aquellos elementos pre­

vios que, tales como una intoxicación etílica, una reacción de cólera (ambos

aspectos, además, pueden desinhibir el deseo sexual de varones normales),

el sostenimiento prolongado de una situación de estrés o una activación

sexual previa, se asocian a menudo a la agresión sexual.

6. Distorsiones cognitivas. Ayudan a superar los controles internos de la

agresión sexual. Por ejemplo, el padre que abusa de su hija puede pensar que

la está educando sobre la sexualidad, y el violador de mujeres percibirá a su

víctima como deseosa de ser violada, pese a su "fingimiento en contrario".

7. Circunstancias oportunas, o disponibilidad favorable de una mujer o

de un niño que pueda ser un objetivo delictivo atractivo y fácil, sin riesgos

evidentes de detección y castigo.

Marshall y Barbaree sugieren que, una vez que se hayan producido las

primeras agresiones, los delitos subsiguientes se cometerán con mayor faci­

lidad, especialmente si las experiencias del individuo fueron reforzantes, y

no hubo castigo. Igualmente es importante señalar que de forma creciente

se iría operando un proceso de desensibilización, lo que podría traducirse

en una mayor violencia con las víctimas.

15.4.2. Análisis funcional del caso concreto

En el marco de la psicología del aprendizaje, diversos autores (por ejem­

plo, Perkins, 1 9 9 1 ; Redondo, 2 0 0 8 ) han propuesto la utilización del análisis

funcional del comportamiento para indagar los factores asociados en cada

caso específico a la infracción sexual, y efectuar hipótesis acerca de cómo

podría haberse adquirido y mantenerse la conducta infractora, ya que los

determinantes de ambos procesos pueden ser diferentes. Por lo que respecta

a la adquisición, los factores más típicos suelen ser, según lo mencionado,

incidentes sexuales que suponen la sexualización de estímulos no sexuales,

como los contextos con niños, o el empleo de la violencia en situaciones de


15. Delincuencia sexual 725

intimidad. Aun así, aunque muchas personas pueden experimentar episo­

dios sexuales atípicos y problemáticos (de hecho todos los varones que su­

fren, como víctimas, abuso sexual en la infancia o adolescencia), la inmensa

mayoría no emprenden una carrera delictiva sexual.

¿Qué hace que el tener experiencias infantiles problemáticas parecidas,

en unos casos dé lugar al desarrollo de individuos que llegan a ser agre­

sores sexuales, y en otros no? Según Perkins ( 1 9 9 1 ) , "al igual que ocurre

con otras conductas deseables( . . . ) la respuesta parece estar en una mezcla

compleja de experiencias iniciales, las cuales, en combinación con factores

de azar y los círculos viciosos de causa y efecto que se siguen, empujan al

individuo a un flujo de circunstancias sobre las que el sujeto no parece tener

mucho control" ( 1 9 9 1 : 154). En todo caso, podrían existir, según se vio,

ciertos patrones de adquisición de pautas de abuso o agresión sexual típicos

para muchos delincuentes sexuales, que se iniciarían a partir de experien­

cias tempranas (quizá azarosas), experimentaciones subsiguientes con con­

ductas sexuales atípicas ( que podrían resultar gratificantes o reforzadoras),

y la posterior utilización del comportamiento sexual desviado como un me­

canismo general de afrontamiento de situaciones estresantes o frustrantes.

Más allá de la anterior estructura habitual y frecuente, para efectuar el

análisis funcional concreto del inicio y mantenimiento de la conducta de

abuso o agresión sexual en un sujeto particular, deberían identificarse los

probables antecedentes funcionales de las agresiones {que pueden consistir

en hábitos, pensamientos y emociones del propio sujeto, o bien en diversos

estímulos ambientales) y las consecuencias de refuerzo (emocional, cogni­

tivo, social, etc.) que siguen típicamente a las conductas que conforman el

abuso o la agresión. El implícito psicológico de este tipo de análisis es que

toda conducta es promovida o facilitada por los estímulos que la antece­

den, e incrementada o mantenida por las consecuencias gratificantes que la

siguen. Así pues, tales estímulos antecedentes y tales consecuencias poste­

riores tienen que ser explorados para cada caso.

15.4.3. ¿Especialización o versatilidad delictiva de los agresores se­

xuales?

Butler y Seto (2002) consideran importante atender a la cuestión de la ver­

satilidad o especialización delictiva de los delincuentes sexuales. Comparan­

do a los agresores únicamente sexuales, es decir, especializados, con aquellos

otros que, además del delito sexual, habían cometido otros tipos de infrac­

ciones, encontraron que los especializados habían tenido menos problemas

conductuales en la infancia, y presentaban mejor ajuste psicológico, actitudes


726 Santiago Redondo y Vicente Garrido

más prosociales, y menor riesgo de delinquir (Redondo et al., 2012). Desde

una perspectiva preventiva, los agresores sexuales especializados probable­

mente van a requerir una intervención más específica y dirigida a la desvia­

ción sexual en sí. Por su parte los delincuentes generalistas van a necesitar una

intervención más amplia y diversificada, que atienda a distintas problemáti­

cas conductuales, de valores y actitudes pro-delictivas genéricas, y a un mayor

riesgo global de reincidencia (Craig, 2010; Vess y Skelton, 2010; Wolf, 2009).

Los abusadores sexuales de menores tienden en mayor grado a ser in­

fractores especializados, mientras que los agresores y violadores serían más

probablemente generalistas o versátiles (Harris et al., 2 0 1 1 ) . Algunos estu­

dios que han comparado agresores con abusadores ponen de relieve algu­

nas diferencias entre ellos, como por ejemplo que los abusadores muestran

un comportamiento social más inadecuado y están socialmente más aisla­

dos (Ford y Linney, 1995; Hendriks y Bijleveld, 2004; Katz, 1990; Salat,

2009; Van Wijk, 1999). Otra diferencia relevante es que los abusadores

mostrarían en general una mayor internalización de los factores asociados

a su comportamiento infractor que los violadores, cuya conducta antisocial

estaría más condicionada por elementos externos, como puedan ser la in­

fluencia de amigos o la disponibilidad de oportunidades.

Por otro lado, en una revisión de Van Wijk et al. (2006) sobre 17 es­

tudios, publicados entre 1995 y 2005, acerca de las posibles similitudes y

diferencias entre infractores sexuales y no sexuales, los agresores sexuales

presentaban en efecto una mayor internalización de la problemática delicti­

va que los no sexuales. Asimismo esta característica, como se ha dicho, pre­

valecía más en abusadores. Los agresores sexuales especializados mostra­

ban menor frecuencia de otros problemas de conducta que los delincuentes

más generalistas. Los delincuentes sexuales con delitos menos graves pre­

sentaban niveles más bajos de "tendencia antisocial" que aquellos otros con

delitos más severos, cuya "tendencia antisocial" era más elevada y manifes­

taban un mayor rango de conductas infractoras de tipo no sexual (Loeber

y Farrington, 1 9 9 8 ) . Los agresores sexuales contaban en general con más

antecedentes de haber sufrido abuso sexual en la infancia que los agresores

no sexuales (Barbaree y Lagton, 2006; Hendriks y Bijleveld, 2004).

Otro factor importante a este respecto es si los abusadores de menores

pueden ser considerados en general pedófilos o no (Echeburúa y Redondo,

2 0 1 0 ) . La pedofilia, referida a los que se han denominado abusadores pri­

marios o preferenciales, sería un trastorno psicopatológico, o parafilia, ca­

racterizado por una fuerte excitación y placer sexual derivados de activida­

des o fantasías sexuales repetidas o exclusivas con menores prepúberes. Por

su lado, el abuso sexual infantil tendría un significado más amplio,

abarcando también a individuos que son abusadores secundarios o

situacionales, es decir, que, aunque pueden tener una orientación sexual en


general dirigida hacia personas adultas, pueden abusar de algún menor en
situaciones parti­ culares de aislamiento, estrés o ira (Seto, 2012). -

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