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ENCUENTRO

TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

1. EL REDESCUBRIMIENTO DE LA CATEGORÍA
ENCUENTRO EN LA TEOLOGÍA DE LA REVELACIóN.
En la difícil y complicada historia de la TF en los
últimos cincuenta años fue abriéndose paso la
convicción de ser una teología del encuentro entre la
revelación y el hombre. La TF considera como una de
sus tareas primordiales el análisis de la apertura y
capacidad del ser humano para escuchar la palabra
que Dios le dirige en la historia; y al mismo tiempo le
ayuda a superar los límites y dificultades que le
impiden el encuentro con el misterio trascendente,
que se ha revelado definitivamente en Jesús de
Nazaret, el Señor. Por eso la categoría encuentro es
reconocida como decisiva para la teología, por ser
una dimensión esencial de la revelación cristiana,
presente en la entraña misma del pensamiento
bíblico.

La elección de Israel y la alianza de Dios con su


pueblo están sostenidas por la realidad del encuentro
como estructura fundamental de la revelación: Dios
revela su nombre (Éx 3,1315; 6,2-9), deja brillar
su rostro (Núm 6,25-26; Sal 30,17; 79,4),
pronuncia su palabra poderosa y creadora (Dt 6,4-9;
Sal 32,6; 118,25; Sab 9,1; Is 55,10-11; Jer 15,16)
para invitar al hombre, como ser individual y como
miembro de una comunidad, al encuentro personal
con él en un diálogo (Éx 33,11; Bar 3,38), que
perdona y que salva, que mantiene la esperanza del
cumplimiento de la promesa que sostiene todo el AT.

Según el NT, en Jesús el Cristo, única imagen del


Dios invisible (2Cor 4,4; Col 1,15), en la experiencia
de encuentro con él (Un 1,1-3) se nos revela el
rostro misericordioso de Dios, la Palabra definitiva
del diálogo de Dios con el hombre. Y el Espíritu de la
verdad, que permanecerá siempre junto a nosotros
(Jn 14,16), recordando todo lo que Jesús enseñó (Jn
14,26), dando testimonio de él (Jn 15,26), nos
conducirá a la verdad plena (Jn 16,13) cuando en el
encuentro definitivo, cara a cara, la luz del misterio
de Dios ilumine nuestro misterio personal y el
enigma de la historia humana (1 Cor 13,12).

En los padres de la Iglesia la comprensión de la


revelación viene determinada por la confrontación
con los diversos contextos culturales. Destacan, ante
todo, la forma concreta de la revelación de Dios por
medio de la encarnación de su Hijo, que es
rechazada por judíos, gnósticos y filósofos paganos.
De aquí su marcado logocentrismo, presentado con
matizaciones muy diversas. En la reflexión sobre el
Logos de Clemente de Alejandría se subraya la
función dialógico-personal frente a la perspectiva
cosmológica; y en Orígenes, a pesar de que la
dimensión histórica de la revelación aparece
desvaída, se acentúa, sin embargo, con fuerza la
estructura dialógico-personal de la revelación (cf P.
STOCKMEIER, Offenbarung, 59.63.65.87).

Durante siglos la categoría encuentro estuvo


generalmente ausente del horizonte teológico. A
partir de las corrientes personalistas, que se van
desarrollando en Europa después de la primera
guerra mundial, esta categoría será objeto de una
atención preferente en la teología. Tanto el
personalismo cristiano francés (sobre todo E.
Mounier [ j' 1950], G. Marcel [t 1973], M. Nédoncelle
[ j' 1976], J. Lacroix [ j' 1986]1 como el
pensamiento dialógico alemán de F. Rosenzweig (f
1929), F. Ebner (j' 1931) y M. Buber (j' 1965), con
sus valiosas intuiciones de carácter hermenéutico,
con sus certeras críticas de las metafísicas clásicas y,
sobre todo, del idealismo alemán, pero también con
sus límites evidentes en el análisis de la realidad
objetiva, han influido notablemente en la teología
católica y protestante de Centroeuropa: frente al
"actualismo"personalista de E. Brunner (+ 1966) y F.
Gogarten (+ 1967), destacan las aportaciones, desde
una perspectiva metafísica tradicional, de los
pioneros en el campo católico Th. Steinbüchel (+
1949), l R. Guardini (j' 1968), O. Semmelroth (+
1979) y A. Brunner (+ 1985). Así la
categoría encuentro pasó a ser poco a poco un
elemento decisivo de la concepción de la revelación
en la mayor parte de la teología católica que inspiró
y sostuvo la reflexión del Vaticano II.

La vida plantea enigmas que pueden ser descifrados.


La persona, sin embargo, se nos presenta como un
misterio que únicamente se hace accesible cuando
ella misma se comunica. El encuentro sólo es posible
cuando se da una correspondencia entre la
revelación personal de un sujeto y la aceptación
confiada del otro; creándose un espacio donde el
amor y la entrega mutua harán crecer la libertad y el
compromiso responsable. Pero esto no significa
renunciar a la objetividd ni quedar apresados en un
subjetivismo que mutile la realidad, ni olvidar la
imprescindible dimensión comunitaria y social de
todo individuo y, por tanto, de todo encuentro
personal. El ser humano no puede realizarse en su
integridad exclusivamente en el ámbito de la
intimidad intersubjetiva. Y la palabra, como elemento
esencial del encuentro y como entorno de sentido
compartido, nos descubre que estamos necesitados
de una comunidad donde el diálogo haga posible la
revelación, la comunicación, el amor.

Por medio de este pensamiento personalista,


sostenido por el redescubrimiento de la dimensión
histórica, de la teología patrística y de las categorías
bíblicas, se introdujo en la comprensión de la
revelación de la constitución Dei Verbum el elemento
interpersonal y dialogal. Así se corrige el acento
doctrinal del Vaticano I y se elude la visión
extremadamente intelectualista de la revelación que
domina en la teología manualística hasta el Vaticano
II. Esta concepción de la revelación hunde sus raíces
en la Edad Media, cuando el acontecimiento salvífico
es estructurado en categorías soteriológicas y
separado del concepto de revelación. Esto conduce a
un empobrecimiento de la realidad bíblica, al quedar
reducida la revelación, sobre todo desde el
nominalismo, a la transmisión de una doctrina
sobrenatural. El Vaticano II, en un proceso laborioso
de reflexión jalonado de compromisos, que son
perceptibles tanto en el contenido como en el estilo
de la Dei Verbum, supone una clara y determinante
superación de la visión conceptualista y doctrinal de
la revelación.

A pesar de la acusación de reduccionismo


antropológico que, en 1963, l H.U. von Balthasar (+
1988) lanza contra "cierto personalismo católico
medio", no podemos decir que este autor condene la
comprensión de la revelación como encuentro,
si bien insiste en el peligro de no tener presente
debidamente la libre y singular iniciativa del amor de
Dios. Para él, la revelación cristiana tampoco se deja
clasificar categorialmente desde la perspectiva
dialógica (cf Sólo el amor es digno de fe, Salamanca
1971, 39-41). Frente a esta postura crítica de H.U.
von Balthasar podemos comprobar, sin embargo,
que la consideración de la revelación
como encuentro se ha ido imponiendo en la teología
católica, superando ciertos recelos iniciales, y sobre
todo después del Vaticano II. Entre otros autores
queremos destacar las aportaciones de H. Fries y de
R. Latourelle. El primero, bajo el influjo de /J. H.
Newman, de l R. Guardini y de E. Brunner, ha hecho
del encuentro la clave teológica de su
extensa producción de TF sobre la revelación y la fe.
Y R. Latourelle ha tenido el indudable mérito de
introducir en el campo de la enseñanza de la teología
la concepción de la revelación como encuentro, en
profunda conexión con el testimonio bíblico, a través
de su manual de Teología de la revelación
(1966), con numerosas ediciones en diversas
lenguas. En el ámbito español es preciso señalar el
planteamiento que hace O. González de
Cardedal (Jesús de Nazaret. Aproximación a la
cristología, Madrid 1975) al concebir la cristología
desde la realidad del encuentro del hombre con Dios
en Cristo; la reflexión en filosofía de la religión de J.
Martín Velasco (El encuentro con Dios. Una
interpretación personalista de la
religión, Madrid 1976) sobre el fenómeno religioso
como encuentro del hombre con el misterio
trascendente; y, más específicamente en TF, la
exposición sintética y documentada de S. Pié Ninot
sobre la revelación como encuentro en su
obra Tratado de teología
fundamental, Salamanca 1989.

2. LA REVELACIÓN COMO ENCUENTRO EN LA


HISTORIA Y POR LA PALABRA. La revelación cristiana
no consiste primariamente en la comunicación de un
saber, sino en la autocomunicación de Dios mismo
como misterio incondicionado, que se manifiesta al
hombre en un encuentro personal e histórico, como
don totalmente libre y gratuito. Es el amor lo que
motiva la revelación de Dios y al mismo tiempo
representa su contenido decisivo, ofreciendo una
comunión en la contingencia y fugacidad de la
historia. Y es que Dios, en su absoluta libertad,
acepta las condiciones en las que sólo resulta posible
el encuentro con el hombre: en la historia y por la
palabra.

En el horizonte de la historia, como lugar de lo nuevo


e inesperado, como espacio de la libertad humana y
de su posible realización, acontece la revelación de
Dios como invitación al hombre, a través de hechos y
palabras, a los que responde con la fe. Pero ésta no
condiciona ni el amor ni la libertad de Dios. Su
comunicación libre y amorosa y la entrega confiada
del ser humano son los dos aspectos de una realidad,
el encuentro, en el que la palabra, como elemento
esencial del diálogo, posibilita la apertura, el
reconocimiento, la comunión, desentrañando e
interpretando el sentido profundo de los
acontecimientos. Pero el encuentro personal con la
revelación cristiana tiene lugar en una comunidad
creyente, que mantiene la fidelidad a la palabra de
Dios que resuena en su seno a través del tiempo.
Esta comunidad eclesial es la mediación histórica del
encuentro con Dios y el ámbito humano donde se
concretiza la responsabilidad de la fe al servicio de
todos los hombres. En ella percibimos ya, en la
pobreza y en la limitación, el futuro de Dios,
misteriosamente activo por el Espíritu, cuya
experiencia consciente puede evitar el posible
individualismo inherente al concepto de encuentro
personal.

3. JESÚS EL CRISTO, SACRAMENTO DEL


ENCUENTRO CON DIOS. En Jesús el Cristo, en sus
palabras y acciones, en su vida, muerte y
resurrección, Dios nos sale al encuentro. Jesús de
Nazaret vivió, en la profundidad de su libertad y con
una progresiva concienciación psicológica, una
comunión única y original con Dios, que desveló toda
su realidad densa y exclusiva en la experiencia
pascual. Por eso en Cristo se nos ilumina el misterio
de Dios y el misterio del hombre. Y en él, revelador
de Dios y del hombre, se da por antonomasia el
ámbito singular y definitivo del encuentro del hombre
con Dios.

En el encuentro con Jesús el Cristo, mediado


históricamente por la Iglesia, tenemos acceso por el
Espíritu al Padre, porque él es la plenitud de la
revelación cristiana, él es la Palabra que ilumina
definitivamente todas las palabras reveladoras de la
historia de la salvación, él es la meta hacia donde
confluyen todas las ansias y expectativas de la
historia humana. Por su obediencia hasta la muerte
se nos revela como el camino, la verdad y la vida (Jn
14,6).

Jesús no es solamente un creyente radical. Él es la


revelación insuperable de Dios, donde se nos
muestra luminoso y cercano su misterio: Por eso lo
específico de la fe cristiana no consiste sólo en creer
con Jesús y como Jesús, sino en creer en. Jesús el
Cristo y fundar la propia existencia en el encuentro
con su persona y en su seguimiento fiel y coherente.
4. LA DIMENSIÓN PERSONAL DE LA REVELACIÓN Y
SU VERDAD OBJETIVA. En el encuentro entre Dios y
el hombre se unen de forma indisoluble la dimensión
personal y el contenido de la revelación, que es en
esencia el amor y la fidelidad de Dios. Pero este
contenido ha de ser concretizado. Lo decisivo para la
fe radica en la comunión con Jesucristo; pero esta
opción personal sería una realidad etérea y sin
perfiles definidos si no se lograra una formulación
objetiva. El cristiano no cree en una trascendencia
anónima, sino en un Dios que sale al encuentro del
hombre en Jesucristo: Esto supone la confesión de fe
en una concreta historia de salvación, que
proporciona una base objetiva, que posibilita el
compromiso existencial y la realización auténtica del
creyente en el seno de la comunidad. Toda relación
humana está sostenida, al menos, por signos y
símbolos. Las verdades objetivas proposicionales de
la revelación no son lo primario en la decisión de la
fe, pero sin ellas el encuentro entre Dios el hombre
se diluiría en un subjetivismo deletéreo. Las palabras
y obras de Jesús, su vida, su muerte y resurrección
no son simples realidades indicativas. El encuentro
con Jesús el Cristo implica la aceptación vital de
contenidos normativos y doctrinales, esenciales para
la fe. Esto no significa limitar la libertad del amor de
Dios en la historia, que puede utilizar cualquier
camino para llegar al corazón de todo ser humano.
Pero si hablamos de la fe cristiana, resulta
imprescindible la referencia a una comunidad
creyente que mantiene la esperanza en la historia
por la fidelidad a una confesión de fe, que anuncia la
salvación definitiva y que guía a la persona al
encuentro con Dios en Jesucristo por la fuerza del
Espíritu.

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A. Jiménez Ortiz

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