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Los grandes sabios modernos y la Religión
JULIO JIMENEZ BERGUECIO, S. I.

LOS GRANDES
SABIOS MODERNOS
Y LA RELIGION

EDICIONES PAULINAS
Es propiedad

EDICIONES PAULINAS
Avda. Bdo. O'Higgins, 1626 — Casilla 3746 —. Santiago-Chile

Con las debidas licencias


¿Se opone la ciencia a la religión?

Todavía hoy, algunas personas siguen repitiendo


un error manifiesto, que se halla en contradicción abier-
ta con los hechos. Es el de atribuir a los conocimientos
científicos una influencia perjudicial para las convic-
ciones religiosas. Considerar que, precisamente porque
son científicos, son apropiados para causar la pérdida
de la fe.
Entre muchos casos similares, citemos uno sucedi-
do hace algún tiempo en el Norte Grande. Cierto pro-
piciador del "laicismo", en unos apuntitos autobiográ-
ficos de propaganda, explicaba su propia "pérdida de
la fe" con estas palabras: "Los conocimientos científi-
cos que fui adquiriendo, y que me fueron explicando
los fenómenos de la naturaleza, me fueron también mos-
trando las falsedades de la Historia Sagrada" y, a poco
andar, hasta "quitando la idea de Dios". Agregaba otras
afirmaciones similares, siempre a base de sus "adelan-
tos científicos"...
Para apreciar todo el valor de esas declaraciones,
tómese en cuenta que en ese trozo refería nuestro "lai-
cista" lo que le sucedió apenas ingresado, hacia los
quince años, a la Escuela Normal. La seriedad de los
"conocimientos científicos" adquiridos entonces eran la
explicación completa de todo, incluso del "laicismo" que
exhibía ya cincuentón.
Se trata de un hecho realmente sucedido. Esas de-
claraciones fueron efectivamente publicadas por dicho
señor, en un periodiquito político nortino.
Parecen, sin embargo, arrancadas de las páginas
novelescas en que Gustavo Flaubert ridiculizó definiti-
vamente ese tipo de semisabios de aldea, exhibiéndolo
en "Monsieur Homais", el boticario materialista de su
"Madame Bovary". Es que ese anacrónico personaje to-
davía reaparece en el mundo real. Y sigue creyéndose al
día. Piensa siempre en que es él quien representa "los
últimos adelantos de la Ciencia". Por eso, precisamente,
ha dejado la religión.
¿No le pasarían, al dicho "laicista", gato por lie-
bre? ¿Serían netamente científicos los tales conocimien-
tos quinceañeros? Surge la duda; sobre todo, porque a
muchísimas otras personas no les ha pasado lo que a
él. Y se trata de gente que adquirió conocimientos au-
ténticamente científicos; y, por supuesto, bastante más
elevados y completos.
Tal es el problema. Los genuinos conocimientos
científicos, precisamente por ser tales, ¿producen o no,
como su efecto propio, el abandono de las convicciones
religiosas?
Es un problema que puede dilucidarse desde mu-
chos aspectos, por varios métodos. Pero de entre todos
éstos, el más sencillo y apropiado parece ser, en este
caso, el método positivo, el experimental, precisamente
ese mismo que se aplica para obtener esos conocimien-
tos científicos. Así como en el laboratorio de química,
para comprobar que el oro no es "atacado" por el ácido
nítrico, se procede a reunir ambos cuerpos, y se observa
que ese metal permanece intacto; así también se podrá
actuar acá; es decir, se podrá ver si las convicciones re-
ligiosas subsisten o no después de estar en contacto, en
una misma persona, con auténticos conocimientos cien-
tíficos. Observar si éstos "atacan" o no a aquellas. Será
un genuino "experimentum crucis".
El método tiene la ventaja de que, lo mismo que en
— 6 —
los mejores casos científicos, podrá ser aplicado repeti-
damente, en observaciones múltiples, variadas, elegidas
cuidadosamente, buscando las mejores condiciones para
"aislar" el efecto propio de los tales conocimientos, ve-
rificando la presencia, ausencia y graduación del resul-
tado antirreligioso.
Hay una situación, especialmente, en la que el mé-
todo presenta el máximo de garantías de efectividad y
certeza. Cuando se trata de personas que se destacan
por la gran perfección de sus conocimientos científicos,
es claro que el resultado deberá producirse con mayor
intensidad y constancia. Cuanto más vastos y profun-
dos sean dichos conocimientos, tanto más seguro y enér-
gico habrá de ser su efecto.
Por lo tanto, si fuera efectivo que esos conocimien-
tos, precisamente porque son científicos, causan la rui-
na de las convicciones religiosas, este resultado habría
de ser catastrófico en los grandes sabios. Si es real esa
influencia antirreligiosa de la ciencia, no deberá quedar
sabio alguno de cierta categoría en quien no se hayan
producido, y con mucha mayor intensidad, los mismos
efectos que les atribuía ese "laicista" en su propio caso:
"explicación de los fenómenos de la naturaleza" y, jun-
tamente, ir viendo "las falsedades de la Historia Sa-
grada", hasta terminar por el rechazo de "la idea de
Dios".
Si, en cambio, ese resultado no aparece en grandes
sabios; sobre todo, si son muy numerosos los casos en
los que no se da, y más aún si son la mayoría, querrá
decir que no es efectiva esa influencia antirreligiosa, que
no es algo propio de los conocimientos científicos pre-
cisamente por ser tales. Era un error el atribuirles a
ellos ese resultado. No era suyo. La causa verdadera no
podrá haber sido ésa, sino cualquiera otra que haya in-
terferido, puesto que los genuinos conocimientos cien-
tíficos, en todo su vigor, no producen tal resultado.
En otras palabras, esa ausencia de tal efecto en el
— 7 —
caso en que debiera ser más intenso, muestra que no es
efectiva la incompatibilidad que se afirmaba entre los
conocimientos científicos y las convicciones religiosas.
Será el definitivo "experimentum crucis".
Por eso, prescindiendo de múltiples otros problemas
concernientes a las relaciones entre religión y ciencia,
vamos aquí a examinar exclusivamente éste: de si en
los grandes sabios, es decir, en presencia de los mayores
y mejores conocimientos científicos, se produce o no
ese resultado adverso a las convicciones religiosas.
Para hacer ese examen con más detenimiento, den-
tro de lo posible, y con entera objetividad en cuanto a
la catalogación de los sabios que examinar, conviene
elegir una época bien determinada y suficientemente
extensa e importante en la historia de la ciencia. Tal
parece ser el siglo XIX. Tiene una importancia deci-
siva e inmensa en el progreso científico; es un lapso de
tiempo suficientemente amplio; y, junto con pertene-
cer a la ciencia más moderna, está ya relativamente
lejano como para que pueda haber perspectiva, se des-
taquen ya con seguridad los sabios de más importancia
definitiva en cada ciencia, y se haya estudiado la per-
sonalidad, incluida la actitud religiosa, de cada uno de
ellos o, al menos, de la mayoría.
Respecto a la inmensa mayoría de los sabios emi-
nentes anteriores al siglo XIX, no hay duda posible so-
bre su manifiesta religiosidad. En cambio, no sería po-
sible determinar con datos seguros y comúnmente acep-
tados, sobre todo de un modo bastante general, la cate-
goría científica definitiva y la actitud religiosa perso-
nal de los sabios muy recientes. Por eso, presentaremos
casi exclusivamente los pertenecientes al siglo XIX. Sólo
a manera de confirmación se añadirán algunas indica-
ciones sueltas sobre la época posterior.
Se trata de una cuestión de hecho

El físico y profesor universitario parisiense André


Blondel, respondiendo a una encuesta de que hablare-
mos más adelante, escribía que "la tesis de la incom-
patibilidad entre la religión y la ciencia, como la mayor
parte de los prejuicios, no ha sido adoptada por la masa
sino cuando ya estaba pasada de moda en el ambiente
donde nació". De todos modos, es un prejuicio que to-
davía subsiste en ciertos sectores de "la masa" y en
algunos "arrabales científicos" poco accesibles a esos
cambios verificados en ambientes superiores.
Por lo demás, es bueno recordar que ese prejuicio
nació entre teorizantes y vulgarizadores que, si bien
pretendían hablar en nombre de la Ciencia, no tenían
por lo general calidad de sabios propiamente tales. Se
trata de un hecho que es reconocido incluso por el clá-
sico historiador del materialismo, F. A. Lange. Protes-
ta porque el gran químico Liebig había declarado que
los materialistas son unos simples "dilettantes" cientí-
ficos; pero admite que efectivamente, "en general, quie-
nes acostumbran propagar la doctrina materialista no
son precisamente los investigadores más serios, los gran-
des inventores y descubridores, los maestros más emi-
nentes en una materia especial" (1).
Los sabios auténticos, los que han hecho progresar
de veras la ciencia y han proporcionado así a la huma-
nidad los grandes medios técnicos de que ahora dis-
pone, fueron casi todos profundamente respetuosos para
con la religión; en su gran mayoría, eran personalmen-
te sinceros creyentes; y buena parte de ellos, católicos
de fervorosa vida cristiana. Este es el hecho real.

(1) Histoire du Matérialisme, traducción francesa, vol. II, Pa-


rís, 1879, pág. 140.

2.—Los sabios.
Como todos los hechos, ha de ser admitido tal cual
es. No se trata de saber si agrada o desagrada a alguien;
si se desea o no que tal cosa sea efectiva. Sólo corres-
ponde averiguar si realmente es así. Es una cuestión de
hecho. Por lo mismo, no se ha de responder "a priori",
suponiendo lo que a uno le parezca mejor; sino que se
deberá investigar positivamente, examinando documen-
talmente cada caso. Esta es la única manera honrada
de establecer la efectividad de hechos como éste. La úni-
ca probatoria. Y única científica.
De cada uno de los diversos sabios estudiados, ha-
brá que examinar en esa forma positiva, documental-
mente, dos cosas: la verdadera calidad científica, y la
actitud religiosa. Y, para poder dar una respuesta ge-
neral acerca de una época dada, el siglo XIX en nuestro
caso, se deberá procurar que vayan desfilando todos los
sabios de importancia que entonces hubo.
Ese trabajo estadístico y analítico, minuciosamente
documentado, tanto respecto a la importancia científi-
ca de cada sabio en su especialidad, como respecto a su
personal actitud religiosa, ha sido hecho ya repetidas
veces, con mayor o menor extensión, por diversos inves-
tigadores bien conocidos por su seriedad y competencia.
Por ejemplo, el Dr. E. Dennert abarcó a "los mayores sa-
bios de todos los tiempos", mientras el reputado psicó-
logo A. Eymieu se limitó al siglo XIX; pero éste realiza
un trabajo mucho más completo acerca de cada uno
de los sabios que estudia, y presenta íntegramente la
documentación en que se apoya.
Los someros apuntes que presentamos a continua-
ción están basados casi del todo en algunas de esas in-
vestigaciones, y se limitan a proponer a grandes rasgos
sus resultados. Para la confirmación documental, fuera
de algunos pocos textos que serán reproducidos, se re-
miten a esas publicaciones, especialmente a la de Ey-
mieu, que abarca el mismo período y ha sido tomada
— 10 —
como fuente inmediata fundamental (2). Las conclu-
siones a que esos diversos investigadores llegan son ple-
namente concordes entre sí. Fundadas en datos concre-
tos completísimos y de solidez inobjetable, no dejan
duda alguna razonable en cuanto a la plena realidad
del hecho a que se refieren.
Como es manifiesto, las palabras mismas de cien-
cia o sabio están tomadas aquí en sentido restringido,
como vulgarmente y en las citadas afirmaciones se las
emplea; es decir, con limitación a las solas ciencias
exactas o naturales.

Grandes matemáticos modernos creyentes

En el campo de las ciencias exactas, puras o apli-


cadas, tenemos en Karl-Friedrich GAUSS (1777-1855)
a uno de los matemáticos y físicos más eminentes y
profundos y de mayor influjo en la época moderna.
(2) La obra de A. Eymieu a que nos referimos es: La part des
croyants dans le progrés de la science au XIX siécle, París, ed.
Perrin, 2 vols., muchas ediciones (la 6.^ es de 1935). Salvo indica-
ción contraria, nos remitimos a esta obra para la comprobación
documental de las afirmaciones relativas a los diversos sabios y a
su situación dentro de la respectiva ciencia, como para las refe-
rencias exactas de los textos que aquí reproducimos. Omitimos el
dar la página de esa obra, por no complicar la sencilla presen-
tación que hacemos, y tomando en cuenta que no hace falta alguna,
para ubicar todo eso en la obra de Eymieu, pues cuenta con nume-
rosos y completísimos índices alfabéticos de los sabios analizados
en ella. Otras obras similares son, por ejemplo, éstas: S. Sarasola:
"Los Católicos y Creyentes en las Ciencias", Bogotá, 1933; J. A. Zahm:
"Catholic Science and Catholic Scientists", 1894; E. Dennert: "Die
Religión der Naturforscher, Berlín, 1908; K. A. Kneller: "Das
Christentum und die Vertreter der neuren Naturwissenschaft", Fri-
burgo de Brisg., 1904. Hay otras más particulares, como G. T. Manley:
"The views of modern Science"; Londres, 1901, relativa a miembros
de la "Royal Society", o R. De Plers: "Le Sentiment religieux et la
Science", París, 1928, sobre los de la "Académie des Sciences" francesa.
— 11 —
Como dice M. Marie en su Histoire des sciences mathé-
matiques et physiques (XI, 110), "él tiene su manera
personal de abordar los problemas, su método propio,
sus soluciones totalmente nuevas. El mérito de éstas
consiste en ser generales, completas, aplicables a todos
los casos que la cuestión puede abrazar". El gran La-
place llegó a declarar que "Gauss es el más grande ma-
temático de toda Europa".
También se distinguió Gauss como astrónomo, y
sobre todo realizó notabilísimas investigaciones en mag-
netismo, electricidad y óptica. En física se le debe es-
pecialmente la introducción de un sistema absoluto de
medidas. En reconocimiento a la importancia de sus
aportes en esas materias, se ha llegado a dar su nom-
bre a la unidad absoluta de intensidad de campo
magnético.
Pues bien, este sabio verdaderamente tal, era, al
mismo tiempo, un cristiano ferviente que veneraba a
Dios, "penetrado, como dice su biografía, de un pro-
fundo sentimiento de humildad ante la inteligencia
Suprema que resplandece en el universo". Atribuía a
Dios la gloria y el feliz resultado de sus trabajos cien-
tíficos. Hasta llegó a escribir en una ocasión al astró-
nomo Olbers que, si había logrado vencer cierta difi-
cultad matemática, ante la que había tropezado por
largo tiempo, fue "no ciertamente en virtud de mis
penosos esfuerzos, sino únicamente por la gracia de
Dios". Como buen cristiano se preparaba aquí en la
tierra, según él mismo escribía a otro amigo, para "la
verdadera vida en la verdadera patria".
Sólo comparable a Gauss, y aun superior a él se-
gún muchos sabios eminentes, es Agustín CAUCHY
(1789-1857). Figura excepcional de las matemáticas mo-
dernas, es el creador u organizador de ramas enteras de
esta ciencia. Desde los veintidós años, en que presen-
tó la solución de una dificultad ante la cual estaban
detenidos los grandes maestros, comenzó a mostrar su
— 12 —
absoluta superioridad y originalidad. Fuera de otros no-
tabilísimos trabajos de esa época sobre el cálculo de las
funciones simétricas y sobre las integrales definidas, a
los veintiséis años consiguió resolver los "teoremas de
Fermat", ante los cuales habían fracasado Euler, Gauss
y Legendre.
Según dice Valson en su biografía, Cauchy "se apli-
caba de preferencia a las cuestiones más difíciles, a
esas en que los grandes maestros de la ciencia habían
fracasado antes de él" y las resolvía con tal perfección,
que sus trabajos y métodos "han sido el punto de par-
tida de las investigaciones de la mayor parte de les geó-
metras contemporáneos". Años después de muerto Cau-
chy, otro eminente matemático, J. Bertrand, declaraba
que "el papel de Cauchy crece cada día. Sus admirado-
res más entusiastas, hace cincuenta años, no podían
predecirlo ni preverlo. Exploraban regiones nuevas, y se
sabía lo elevadas que eran; pero nadie podía adivinar su
extensión, consistencia e inagotable fecundidad". Y el
gran H. Poincaré atribuía "a Cauchy" la introducción
en el análisis matemático de una de las "dos o tres ideas
fundamentales que han engendrado una revolución fe-
cunda".
Este sabio portentoso era un católico ferviente, de
vida prácticamente cristiana. Y lo proclamaba con de-
claraciones como ésta: "Soy cristiano, es decir, creo en
la divinidad de Jesucristo, con Tico-Brahé, Copérnico,
Galilea, Descarte, Newton, Fermat, Leibnitz, Pascal,
Grimaldi, Euler, Guldin, Boscowich, Gerdil; con todos
los grandes astrónomos, todos los grandes físicos, todos
los grandes geómetras de los siglos pasados. Soy, ade-
más, católico, junto con la mayor parte de ellos. Y si
se me preguntara la razón, la daría gustoso, y se vería
que mis convicciones son el resultado, no de prejuicios
de nacimiento, sino de un examen profundo". Y sigue
en el mismo tono, citando a muchos sabios católicos
contemporáneos, de la talla de Ampére, Laennec, etc.
— 13 —
Si hubiera espacio para seguir detallando, se podría
decir algo parecido de la mayor parte de ios otros ma-
temáticos geniales a quienes se deben los admirables
progresos del último siglo. Entre otros, están ABEL,
RIEMANN, PFAFF, GRASSMANN, cristianos de vida
prácticamente tal todos ellos; y WEIERSTRASS, HER-
MITE, POINSOT, DE CORIOLIS, CHASLES, LEGEN-
DRE, BERTRAND, y tantos otros, católicos convencidos
y, en su mayor parte, bien fervorosos en su vida práctica.
Entre los matemáticos es tan palpable esa absoluta
conciliación de la ciencia eminente con la religión con-
vencida y sincera, que aun los mismos adversarios la
advierten y reconocen. Uno de ellos, G. Sorel, escribía
que los matemáticos, "de todos los sabios, son los que
aceptan más fácilmente el dogma católico; Renán ya
había obsfervado este hecho, pero no lo ha explicado".
No es difícil indicar esa explicación. Las matemá-
ticas habitúan a valerse de la razón para establecer de-
mostrativamente las tesis; y a admitir así, por convic-
ción fundada en esos razonamientos, verdades que so-
brepasan los datos sensibles. Y esa misma es precisa-
mente la forma cómo se demuestran las verdades reli-
giosas fundamentales, y, a base de ellas mismas, mu-
chas otras. Las matemáticas son la ciencia más perfec-
tamente racional. Precisamente por eso, preparan me-
jor el espíritu para reconocer la fuerza demostrativa de
los argumentos relativos a la existencia de Dios y a las
altísimas verdades tocantes a El.

Grandes astrónomos modernos creyentes

En astronomía sucede lo mismo que en matemáti-


cas. Como que, en buenas cuentas, seguimos entre ma-
temáticos, sobre todo cuando se trata de astronomía de
posición.
— 14 —
Los grandes nombres a los que corresponden los
mayores descubrimientos y trabajos teóricos de la época
moderna, son también, casi sin excepción, nombres de
creyentes. LAPLACE, LEVERRIER, los HERSCHEL,
TISSERAND, FAYE, JANSSEN, PERRY, SCHIAPPAREL-
LI, SECCHI, los dos WOLF, PIAZZI, GAUTIER, OLBERS,
BESSEL, ENCKE, BIOT, CALLANDREAU, ADAMS,
ROCHE, MOUCHEZ, LIGONDES, etc., son figuras tan
notables por sus trabajos teóricos o de observación, que
ciertamente constituyen lo más representativo de la as-
tronomía del último siglo. Pues bien, todos ellos eran
creyentes sinceros y, en su mayoría, de vida cristiana
práctica. Algunos, como J.-Fr. Herschel, han llegado
hasta a declarar que su ciencia "establece la existencia y
los principales atributos de la Divinidad sobre tales fun-
damentos que la duda pasa a ser absurda, y el ateísmo
ridículo".
De todos, quizás si el más grande ha sido LEVE-
RRIER (1811-1877). Es umversalmente conocido por su
admirable descubrimiento del planeta Neptuno, a base
de cálculo. Pero ese hecho, pese a ser tan brillante y
meritorio, es sólo un episodio dentro de la magnífica
vida científica de Leverrier. Es toda su obra, sus incom-
parables y extensísimos trabajos de mecánica celeste
especialmente, lo que llevó, según dice el astrónomo
Janssen, "a la astronomía teórica francesa a ocupar el
primer puesto entre las naciones sabias", e hizo de Le-
verrier, en palabras de J.-B. Dumas, "la personificación
misma de la astronomía".
Este sabio excepcional fue un católico piadosísimo,
que trabajaba en su Observatorio bajo la mirada de un
gran Crucifijo que ahí había colocado. Con razón, el
astrónomo Tresca, al hablar en los funerales de Leve-
rrier en nombre del Consejo Científico del Observatorio
de París, pudo decir que "el estudio del cielo y la fe
científica no habían hecho sino consolidar en él la fe
viva del cristiano".
— 15 —
Es lo mismo que ha pasado constantemente a los
grandes astrónomos, conforme a la declaración de uno
de los primeros entre ellos, el gran Newton: "La astro-
nomía encuentra a cada paso... las huellas de la ac-
ción de Dios".

Grandes físicos modernos creyentes

Sería imposible, sin alargar desmesuradamente es-


tas simples notas de resumen, el detallar los méritos
científicos y las convicciones religiosas de innumerables
otros sabios de primera categoría, que han brillado en
los diversos ramos de la ciencia. En lo que se refiere a
la física, baste decir que algunas de sus más importan-
tes y útiles secciones se deben íntegras, como a sus
iniciadores y organizadores, a sabios creyentes.. Nos li-
mitaremos a tres de esas secciones, que se hallan en
tal caso.
A.—TERMODINÁMICA. — De la termodinámica no
quedaría casi nada si prescindiéramos de ;lo que en
ella se debe a THOMSON conde de RUMFORD, DAVY,
SADI CARNOT, WATT, SEGUIN, MAYER, JOULE, COL-
DING, HIRN, HELMHOLTZ, CLAUSIUS, THOMSON
lord KELVIN, REGNAULT, DULONG, MELLONI, DES-
PRETZ y tantos otros creyentes. Incluso se da el caso
de que "casi todos los que la han descubierto han par-
tido de ideas espiritualistas y teológicas", según dice
un historiador de filosofía que no es él un creyente, H.
Hoeffding. En efecto, partieron de la convicción de que
Dios, al crear el mundo, puso en él una suma determi-
nada de energía, lo mismo que de materia, y que a las
simples criaturas no les cabe otra actividad que la de
efectuar transformaciones, sin producir ni destruir algo
de esa suma total. "Así pues, declaraba Colding, lo que
me ha conducido a la idea de la perennidad de las fuer-
— 16 —
zas de la naturaleza, ha sido la concepción religiosa de
la vida"; Joule igualmente fundamentaba la conserva-
ción de la energía, en que "el poder de aniquilar alguna
cosa no puede pertenecer sino al mismo Creador"; y
Mayer es aún más explícito en tal posición.
Fuera de los primeros descubridores, uno de los
más importantes continuadores es THOMSON lord
KELVIN (1824-1907). Importantísimo también en elec-
tricidad y en otras secciones de la física, resulta muy
representativo de la actitud religiosa del grupo entero.
Nadie mejor que él ha insistido en que la ciencia ates-
tigua positivamente en pro de la religión. "No puedo
admitir, declaraba en 1903, que respecto al origen de la
vida la ciencia ni afirme ni niegue un poder creador. La
ciencia afirma positivamente un poder creador. No es
a la materia muerta a la que debemos el vivir, mover-
nos o existir; es a la fuerza creadora y directora, que
la ciencia me obliga a confesar como un artículo de fe.
Es una conclusión que no podemos desconocer si estu-
diamos la física y la dinámica de la materia viva y de
la materia muerta... La ciencia nos obliga necesaria-
mente a confesar con una confianza absoluta un poder
que lo conduce todo, un influjo distinto de las fuerzas
físicas, dinámicas, químicas... No temáis ser pensado-
res libres. Si pensáis con bastante fuerza, os veréis obli-
gados por la ciencia a creer en Dios, lo que es la base
de toda religión. Veréis que la ciencia no es adversaria
sino auxiliar de la religión".
B.—OPTICA. — La óptica, tanto en su parte geo-
métrica como sobre todo en su parte física, se debe por
completo a creyentes. Además de haber sido profunda-
mente religiosos los grandes iniciadores de los siglos an-
teriores, como SNELL, DESCARTES, FERMAT, NEW-
TON, HUYGHENS; también lo fueron todos los grandes
sabios que la perfeccionaron en el siglo XIX. Es el caso
de YOUNG, FRESNEL, FRAUNHOFER, FOUCAULT y
— 17 —
3.—Los sabios...
STOKES, para no citar a otros que, como AMPERE y
MAXWELL, se distinguen todavía más en electricidad
y ahí serán nombrados.
Sobre todo fue FRESNEL (1788-1827) quien consi-
guió explicar satisfactoriamente los fenómenos de re-
fracción, difracción, polarización, interferencias, dentro
de la teoría ondulatoria, lo que añadiendo a sus magis-
trales demostraciones y experiencias, llevó a imponerla
en poco tiempo completamente. "Gracias a Fresnel, es-
cribía H. Poincaré, la óptica es la parte más adelantada
de la física". Pues bien, Fresnel, lo mismo que sus tres
grandes continuadores Fraunhofer, Fizeau y Foueault,
era fervoroso católico y hasta fue un apologista incan-
sable, preocupado de dar "una demostración científica
y rigurosa" de sus creencias.
C.—ELECTRICIDAD Y MAGNETISMO. — Quizás ningu-
na otra parte de las ciencias físicas ha sido creada y
llevada adelante de un modo tan total por creyentes,
como la electricidad y el magnetismo. Todos los grandes
iniciadores, GALVANI, VOLTA, OERSTED, AMPERE,
FARADAY; la mayoría de sus más importantes conti-
nuadores y perfeccionadores, OHM, DE LA RIVE, WE-
BER, MORSE, PALMIERI, SIEMENS, FERRARI, GRA-
HAM BELL, PACINOTTI, y de los grandes renovado-
res, MAXWELL, ROENTGEN, HERTZ, BRANLY, BEC-
QUEREL, MARCONI, etc., eran hombres de conviccio-
nes religiosas profundas y de vida cristiana práctica.
Y en gran proporción, y precisamente los más destaca-
dos, fueron católicos.
Como una indicación significativa de la importan-
cia del aporte de los sabios cristianos a la ciencia eléc-
trica, dice mucho el siguiente hecho concreto: las tres
unidades prácticas más usuales en electricidad llevan
todas el nombre de algún sabio católico (el volt, el am-
pere y el ohm); las tres que podrían catalogarse des-
pués de ellas, tienen también nombres de sabios cris-
— 18 —
tianos prácticos y sinceros, protestantes en este caso (el
farad, el joule y el watt).
Por encima de todos esos grandes sabios y sinceros
creyentes se destaca el incomparable AMPERE (1775-
1836). El es "el mayor genio científico del siglo", en opi-
nión de Bertrand; "el Newton de la electricidad", como
dice Maxwell; y además, "una de las inteligencias más
universales de que se conserve memoria", a juicio de
Scherer. En realidad, fue uno de los más grandes sabios
en todas las ramas de la física, y en química, minera-
logía, botánica, zoología y aun matemáticas puras. So-
bresaliente entre los grandes de cada una de esas ma-
terias, lo fue incomparablemente más en su dominio
especial: el de la electricidad.
Bastaría para inmortalizarlo su descubrimiento, en
plazo increíblemente breve,' de las leyes que llevan su
nombre, acerca de la acción de las corrientes eléctricas
sobre los imanes o entre sí. Son de trascendencia uni-
versal en electrodinámica. Descubiertas íntegra y de-
finitivamente por Ampere, no han necesitado correccio-
nes ni mejoras. En un orden más concreto, puede com-
pararse con él otro descubrimiento que también se debe
a este sabio: el electroimán, que es el órgano esencial
de todas las aplicaciones prácticas de la electricidad,
desde las más caseras hasta la gran industria. Y así in-
numerables otros progresos, enteramente originales o
inmensamente perfeccionados por Ampere.
Este gran sabio alcanzó la gracia de la fe en todo
el vigor de su genio, hacia los cuarenta años, cuando
comenzaba su mejor período de descubrimientos en elec-
tricidad y electromagnetismo. Había tenido toda la ni-
ñez y juventud, no sólo desprovistas de instrucción re-
ligiosa alguna, sino aun entregadas a lecturas de ten-
dencias opuestas. Fue su propio estudio, sincero y pro-
fundo, el que le sirvió para sobreponerse a todas las di-
ficultades, adquirir solidísimas convicciones católicas y
lograr durante sus últimos veinte años, como atestigua
— 19 —
Sainte-Beuve, "unir y conciliar sin esfuerzo, hasta mo-
ver a admiración y respeto, la fe con la ciencia, la segu-
ridad y confianza en el pensamiento humano con la
adoración a la palabra revelada".
Entre incontables otras manifestaciones de su fe y
piedad que podrían citarse, elegiremos, por ser más ín-
timos y personales, algunos de los sentimientos que dejó
anotados en su "diario" particular. Escribe ahí, por
ejemplo, lo siguiente: "¿Qué son todas estas ciencias y
sus raciocinios y sus descubrimientos y sus vastas con-
cepciones que el mundo admira? Sólo la verdad de Dios
permanece eternamente. Trabaja, sin embargo, y estu-
dia; pero en espíritu de oración. Estudia las ciencias de
este mundo; mas no las mires sino con un ojo. Quede
el otro constantemente fijo sobre la eterna luz. Escucha
a los sabios; pero no los oigas sino con un oído. Ten
siempre el otro dispuesto para percibir los acentos de
tu celestial Amigo. Escribe con una mano. Manten la
otra asida a la vestidura de Dios, como el niño a la de
su padre. Que mi alma a partir de hoy permanezca siem-
pre unida a Dios y a Jesucristo. ¡Bendecidme, Dios mío!"
Con razón, Federico Ozanam, el gran amigo de Am-
pere, decía de él: "En verdad, quienes sólo han conoci-
do la inteligencia de este hombre, no le conocen sino
la mitad menos perfecta". La misma idea quiso expre-
sar el hijo de Ampere al grabar sobre su tumba estas
palabras: "Fue tan bueno y tan sencillo como grande".
D.—TRASCENDENCIA PRACTICA. — Podríamos conti-
nuar con otras ramas de la física; citar, por ejemplo,
junto a muchísimos otros sabios creyentes, al que me-
reció el premio Nobel de 1905 por sus trabajos de acús-
tica, J.-W. STRUTT, lord RAYLEIGH, ilustre además
por su importante contribución al progreso de la ópti-
ca y la electricidad. Presidiendo el congreso de 1884 de
la Asociación Británica para el progreso de la Ciencia,
declaró públicamente: "Que las convicciones (religio-
— 20 —
sas) a las que han permanecido fieles un Newton, un
Faraday, un Maxwell, sean incompatibles con el corte
del espíritu científico, es una pretensión que no me pa-
rece haya necesidad de perder el tiempo en refutar" (lo
que no le impidió, eso sí, el refutarla muy vigorosa-
mente ahí mismo).
Sin embargo, pueden bastar esas tres secciones de
la física a que nos hemos referido y en las que reapare-
cen buena parte de los grandes nombres que han brilla-
do también en otras. Son de proyecciones inmensas en
el campo teórico y en el de las aplicaciones prácticas.
Para comprender mejor esa importancia incalcu-
lable que ha tenido para la civilización moderna el in-
flujo de los sabios creyentes, podríamos imaginar por
un instante que no existiera lo que se debe a ellos. Jun-
to con desaparecer su obra en termodinámica, no que-
daría casi nada de los grandes medios de locomoción
y bien poco de las grandes industrias. Y si además qui-
táramos lo que depende de ellos en electricidad, desapa-
recería hasta el último rastro de todo eso, y otras mil
aplicaciones importantísimas para las comunicaciones,
la salud, la vida doméstica, la cultura y el arte mismo.
En una palabra, no sólo no hay dificultad para
juntar en una misma persona la ciencia física y la vida
religiosa, sino que de hecho lo mejor de los adelantos
científicos en esa materia —por no decir casi todo—
se debe a hombres que han realizado prácticamente, en
sí mismos, esa conciliación. A hombres de ciencia que
juntamente han sido en alto grado hombres religiosos.

Grandes químicos modernos creyentes

Los admirables progresos realizados por la química


en el siglo XIX dependen fundamentalmente de la teo-
ría atómica. Ella "ha cambiado la faz de la química",
— 21 —
según dice Poincaré, y "ha dotado a la ciencia, a juicio
del químico Wurtz, de la concepción a la vez más pro-
funda y más fecunda entre todas las que han surgido
desde Lavoisier". A sus constructores corresponde, por
lo mismo, la primera importancia en orden a esos pro-
gresos, después del gran iniciador que fue LAVOISIER.
Tales fueron DALTON, GAY-LUSSAC, AVOGADRO, los
dos físicos ya citados AMPERE y DULONG, y PETIT y
BERZELIUS.
Pues bien, todos ellos, desde Lavoisier a Berzelius,
excepto quizás Petit (de quien Eymieu no pudo llegar
a conocer la actitud religiosa), todos fueron creyentes
sinceros. Incluso en una obra tan técnicamente exclu-
sivista como es un Tratado de Química, supo el gran
Berzelius dejar en sus primeras páginas algunos testi-
monios de su arraigada y lúcida convicción religiosa.
Afirma ahí que la naturaleza "muestra un fin sabio y
se manifiesta como el producto de una Inteligencia Su-
perior"; rechaza, por lo mismo, como "corta de vista"
y "físicamente imposible" la explicación que se da "bajo
el nombre de azar"; y recomienda que, en vez de "vanas
argucias", se entre mejor a "admirar la Sabiduría cuya
profundidad no podemos sondear". Mucho más explí-
cito es en sus cartas, donde reiteradamente habla de
que "debemos a Dios un profundo agradecimiento y
cánticos de alabanza por las gracias que nos ha hecho";
y procuremos "darnos fielmente a El" y "no quejamos
de los designios de Dios. Dejemos correr nuestras lá-
grimas, pero sometiéndonos humildemente a su vo-
luntad".
Igualmente creyentes fueron los grandes precurso-
res de esa teoría, que le prepararon el terreno en quí-
mica: PRIESTLEY, DAVY (señalado ya como físico),
VAUQUELIN, BERTHOLLET; y los eminentes continua-
dores y perfeccionadores o innovadores geniales, como
DUMAS, WURTZ, CHEVREUL, WOEHLER, THENARD,
YON LIEBIG, RAMSAY, SAINTE-CLAIRE DEVILLE,
— 22 —
GIBBS, LEMOINE y muchísimos otros. Como escribía
el último citado, "muchos, y de los más ilustres (quí-
micos), han muerto como deseamos morir también nos-
otros: encomendándose a la inmensa misericordia de
Cristo nuestro Redentor".
Así también habían vivido. Y con frecuencia ha-
bían dado testimonio expreso de su fe. Tal es el caso,
por ejemplo, del jefe de la llamada "escuela francesa",
DUMAS, quien no desperdiciaba oportunidad para insis-
tir, en sus intervenciones ante la Academia de Ciencias,
en que "la ciencia no mata la fe; y mencs aún la fe
destruye la ciencia", pues que "el Dios de la revela-
ción es el mismo que el de la naturaleza"; o en que
"Dios ha hecho todo con número, peso y medida. Estas
palabras del libro de la Sabiduría datan de dos mil años;
y los químicos encuentran siempre en ellas la expresión
fiel de las armonías observadas".

Los más grandes naturalistas creyentes

Se admite ordinariamente que los cultivadores de


las ciencias naturales son menos favorables a la reli-
gión que, por ejemplo, los matemáticos. O, dicho en
términos generales, que no lo son tanto como los dedi-
cados a las ciencias exactas.
El hecho, así en grandes líneas, refiriéndose al con-
junto de todos los estudiosos, parece efectivo. Ya indi-
camos la explicación que parece más adecuada. Son
precisamente las ciencias exactas las que alcanzan un
grado superior de racionabilidad, las que, por lo mis-
mo, son más perfectamente ciencias. De ahí proviene
su mayor afinidad con la manera de establecer los co-
nocimientos religiosos fundamentales y, por tanto, el
que sus cultivadores estén mejor preparados para asi-
milarlos y convencerse de ellos.
— 23 —
Pero, de todos modos, no ha de exagerarse la des-
proporción. Si no se trata ya de la gran masa de los
simplemente entendidos en ciencias naturales, sino de
los sabios más destacados en ellas; sobre todo, si se
atiende al grupo más selecto de los grandes iniciadores,
de los que han abierto nuevos caminos a la ciencia; en-
tonces la proporción de los creyentes aparece casi tan
enormemente mayoritaria como en ciencias exactas.
Eymieu dedica todo el segundo volumen de su obra
a examinar este problema; y deja plenamente demos-
trada, con la amplísima y segura documentación de
siempre, la respuesta afirmativa que acabamos de in-
dicar. Sería imposible extractar aquí siquiera en parte
su examen minucioso, que va siguiendo ciencia por
ciencia las de la tierra y las de la vida, desde la geología
y la paleontología hasta la fisiología y la medicina,
catalogando sus sabios eminentes y especialmente los
de influencia más decisiva en los progresos ulteriores,
y viendo, imparcial y documentalmente cuál fue su exac-
ta actitud religiosa. Nos contentaremos con presentar
escuetamente lo principal de sus conclusiones, enume-
rando al menos unos pocos de esos sabios naturalistas
creyentes, como ejemplo, y dando apenas en algún caso
más importante alguna comprobación de sus conviccio-
nes religiosas. Para todo lo demás, como para las refe-
rencias de eso mismo, nos remitimos a la obra de Eymieu,
según ya quedó indicado al comienzo.
Aquí sólo vamos a presentar a un primer grupo que
podríamos denominar el de los naturalistas, sin limita-
ción a una rama especial; dejando para el capítulo si-
guiente algunos otros que se han distinguido de un
modo más limitado a cierta especialidad.
Los sabios de que ahora hablamos no quedan res-
tringidos a una sección de las ciencias naturales, no
porque no hayan cultivado alguna más especialmente,
sino porque sus trabajos han contribuido fundamental-
mente, de una u otra manera, al desarrollo de todas o
— 24 —
muchas de ellas. Tales son principalmente CUVIER,
LAMARCK, E. GEOFFROY SAINT-HILAIRE, OWEN,
VAN BENEDEN, J. MULLER, DARWIN, CLAUDE BER-
NARD y PASTEUR.
De todos ellos se conoce documentalmente la posi-
ción religiosa personal. Pues bien, fuera de Darwin, que
no se decidió en sentido alguno, todos los demás reco-
nocen expresamente a Dios Creador de todas las cosas,
a quien las ciencias naturales manifiestan como omni-
potente y sapientísimo-; y además, excepción hecha en
cuanto a esto de Lamarck, fueron hombres de creen-
cias cristianas (católicas en todos, salvo en Owen).
El menos favorable, Darwin, se limita a dudar, a
declararse incompetente en tales materias (escribía a
Lyell que "Wollorton dice que yo no tengo cabeza para
la metafísica; y tiene razón"; "no pretendo, decía otra
vez, dar la menor luz sobre estos problemas abstrac-
tos"). Pero insistía en que "en mis mayores alejamien-
tos (de la religión) no he ido jamás hasta el ateísmo,
en el verdadero sentido de la palabra,, es decir hasta
negar la existencia de Dios". Sin negarla, tampoco llegó
a salir de sus dudas, pese a haber tenido "muchas fluc-
tuaciones", según dice él mismo. En una palabra, re-
húsa pronunciarse frente al problema.
De muchos, y en primer lugar del incomparable
Pasteur, podríamos reproducir aquí testimonios magní-
ficos. Pero, en lugar de probar algo de que nadie duda,
parece mejor limitarse a otro de ellos y a Lamarck,
sobre quienes a veces se han hecho caer infundadas sos-
pechas, contrarias a sus verdaderas actitudes.
Lamarck es transformista. Pero esta posición, para
él, descansa ante todo en que la omnipotencia divina la
hace posible, dado que sólo un "total insensato iría a
pretender asignar límites al poder del Primer Autor de
todas las cosas". Por tanto, si la observación revela ese
transformismo natural, debemos "reconocer en ese po-
der de la naturaleza... la ejecución de la voluntad de
— 25 —
su sublime Autor, quien ha podido querer que tuviera
tal facultad". Habrá que "admirar la grandeza del po-
der de esa Primera Causa de todo, si ha querido que las
cosas sucedieran así, (lo mismo) que en caso de que se
hubiera ocupado y se ocupara aún de todas las crea-
ciones particulares, de todas las variaciones", etc., con
otras tantas intervenciones inmediata y exclusivamente
suyas. Por eso decía: "Se ha pensado que la Naturale-
za fuera Dios mismo... ¡Qué enormidad! Se ha con-
fundido el reloj con el relojero, la obra con su autor";
porque "la naturaleza no es sino el instrumento, la ma-
nera particular que el Supremo Poder ha querido em-
plear para hacer existir las cosas".
CLAUDE BERNARD (1813-1878) ocupa en fisiolo-
gía el lugar más destacado, no sólo por sus propios des-
cubrimientos, innumerables e importantísimos, (por
ejemplo, la función glicogénica del hígado), sino por la
influencia excepcional de su obra sobre otras investiga-
ciones. Ni se limitó a renovar e impulsar la fisiología:
ha sido el maestro por excelencia del método experi-
mental, con su propio ejemplo y su enseñanza perso-
nal, y con sus escritos, especialmente su clásica "In-
troduction a l'étude de la médecine expérimentale", que
lo ha hecho llamar por Sertillanges "el legislador de la
ciencia moderna".
En los escritos de Cl. Bernard hay expresiones os-
curas e imprecisas, de alcance no explicado en cada
caso, que por lo mismo se prestan para una interpreta-
ción tendenciosa de tipo materialista. Pero el genuino
sentido que el sabio les daba, es muy diverso de tales
interpretaciones. Esto aparece claro apenas se atiende,
como debe hacerse, al conjunto de su obra y a las de-
claraciones expresas que hace en muchas ocasiones en
que precisa su pensamiento sobre tales asuntos. El "de-
terminismo" de que habla constantemente, queda limi-
tado a "las condiciones de los fenómenos", que es el
campo preciso del método experimental. Es sólo "deter-
— 26 —
minismo fisiológico". Pero, junta con él y servida por
él, reconoce explícitamente que hay en el hombre vo-
luntad interiormente libre "para actuar y elegir según
les principios de moral u otros que nos animen". Por
eso, agrega, "las ciencias modernas, al admitir el deter-
minismo, hacen de él la condición de la libertad". El
determinismo fisiológico entra en juego en el que llama
"período ejecutivo"; pero agrega que, antes de él, se
da el "período director del fenómeno", en el cual deci-
dimos efectuarlo; y es ahí donde reside la libertad, es
en ese punto en donde se inserta la libre elección y
decisión, anterior al determinismo. "El determinismo,
en una palabra, (añade él mismo), lejos de ser la ne-
gación de la libertad moral, es por el contrario su con-
dición necesaria".
En la aplicación misma del método experimental,
quería mantenerse del todo fiel a la índole propia del
mismo, no salir del campo a que él se extiende, ni dar
por experimentalmente comprobado lo que en esa for-
ma no lo estaba. Pero esa prescindencia no era nega-
ción de lo que puede conocerse mediante otros proce-
dimientos. Expresamente declaraba Cl. Bernard "que,
en fisiología, el materialismo no conduce a nada ni ex-
plica nada", que es "absurdo y vacío de sentido" e in-
curre en el "error grosero" de "confundir las causas con
las condiciones de los fenómenos", de lo cual propone
claros y decisivos ejemplos.
El método experimental no alcanza sino a esas con-
diciones. Pero Cl. Bernard mismo no desconocía las cau-
sas de orden superior a la materia; ni mucho menos
"la causa primera" que, como él dice, es "la fuente de
todas las cosas". El gran sabio mantenía nítidamente,
con plena certeza, su creencia en Dios y sus conviccio-
nes cristianas, de acuerdo con las cuales murió piado-
samente, asistido por su párroco y recibidos en plena
lucidez los santos sacramentos. El mismo dijo en cier-
ta ocasión a un sacerdote amigo suyo, excusándose con
— 27 —
sus circunstancias, que no era cristiano práctico "tanto
como quería serlo". Pero lo fue y lo declaró suficien-
temente.
Se opuso terminantemente a la idea de que la re-
ligión pudiera llegar a ser reemplazada por la ciencia.
Por eso, contra Comte, sostuvo que "en todas las épocas
hay coexistencia, en mayor o menor proporción, de es-
tas tres cosas: religión, filosofía y ciencias; las tres no
podrían destruirse una a otra, sino que se depuran y
perfeccionan mutuamente. El hombre tendrá siempre
necesidad de creer, de razonar, de probar y de concluir".
Darle únicamente ciencias "no es posible. Los hombres
1

formados así por la ciencia son unos monstruos mora-


les". El progreso científico se limita a ejercer alguna
"influencia sobre el avance y el desarrollo de la civi-
lización; pero los principios de la civilización no serán
por eso modificados. Unicamente por la caridad, por el
Cristianismo, se puede llegar a esto" (3).
No hay, como se ve, razón para que se haya que-
rido arrebatar a Claude Bernard del conjunto de los
grandes sabios que, al mismo tiempo, han sido católi-
cos de sinceras convicciones.

Otros grandes naturalistas creyentes

Aquí presentaremos a otros notabilísimos natura-


listas que pertenecen a alguna sección limitada de las
ciencias naturales. Es claro que la mayoría de ellos no
alcanzan la categoría excepcional de los que presenta-
(3) Todos esos textos se hallan, con las referencias exactas, en
Eymieu, II, 240-258; salvo los tres últimos. Estos pertenecen a "Phi-
losophie", manuscrito de Claude Benard publicado sólo en 1937 por
J. Chevalier, ed. Boivin. Están transcritos aquí de A. D. Sertillanges,
"Science et Scientisme", en la obra colectiva "L'Avenir de la Science",
colección "Présences", ed. Plon, París, 1945, págs. 51-52.
— 28 —
mos en el grupo anterior. Sin embargo, dentro del cam-
po en que actuaron, son de importancia incalculable
los que hemos llamado principales iniciadores. Son los
que proporcionaron las ideas fundamentales. A sus con-
tinuadores sólo dejaron el perfeccionarlas y aplicarlas.
Tales son los sabios a que nos limitaremos ahora. Y aun
de ellos sólo se enumerarán los principales en cada
ciencia (y, en medicina, sólo algunos, a manera de
ejemplo). Serán citados sólo en aquélla en que más se
distinguieron, aunque es bastante frecuente el que ten-
gan méritos sobresalientes en varias, más o menos afines.
A.—CIENCIAS DE LA TIERRA. — En este rubro, ape-
nas si daremos algunos nombres, distribuidos en cien-
cias aparte.
En geología los nombres de HUMBOLD, BUC-
KLAND, BRONGNIARD, LYELL, DE BEAUMONT,
BERTRAND, STOPPANI, D'OMALIUS, DANA constitu-
yen la casi totalidad de los más eminentes valores del
pasado siglo; todos ellos fueron creyentes sinceros, y la
mayoría dejaron admirables profesiones de fe en sus
mismas obras científicas. (Nombre de geólogo equiva-
lente a éstos y que haya sido antirreligioso no hay en
este período otro que Suess).
En mineralogía y más todavía en cristalografía es
aún más completamente cristiana toda la plana mayor:
WERNER, FUCHS, LAPPARENT (magnífico también
como geólogo), HAUY, BRAVAIS y MALLARD. El pri-
mero fue un creyente entusiasta y todos los otros, ca-
tólicos fervientes (Haüy, sacerdote).
En paleontología sucede otro tanto. Fuera de CU-
VIER y OWEN, citados anteriormente, los grandes ini-
ciadores y perfeccionadores fueron D'ORBIGNY, BA-
RRANDE, AGASSIZ, HEER, COPE, ZITTEL, GAUDRY,
todos ellos creyentes, y la mayoría de notable fervor.
Además de estos sabios más principales que hemos
citado, Eymieu enumera otros cuarenta nombres de sa-
— 29 —
bios creyentes, dentro de estas mismas materias. Aun-
que no pertenezcan a esa categoría excepcionalmente
importante de los grandes iniciadores, son sin embargo
valores científicos altísimos, como se comprueba por los
juicios emitidos por algún eminente especialista de la
respectiva materia, con que Eymieu subraya los méritos
de cada uno.
B.—CIENCIAS BIOLÓGICAS. — En las diversas ciencias
que se ocupan de la vida y de los seres vivientes, hare-
mos, como en la sección anterior, una simple enume-
ración de los grandes creadores o iniciadores, o de al-
gunos principalísimos constructores, sin poder, salvo al-
gún caso, entrar en detalles sobre ellos, ni extendernos
a muchísimos otros sabios auténticos, pero de influjo o
categoría científica inferiores a aquéllos.
En anatomía (sea general, patológica, comparada
o filosófica), con histología, citología y embriología, des-
pués de algunos de los fundadores ya citados en el
grupo general de la primera sección (como CUVIER,
OWEN y J. MULLER para la anatomía comparada, o
E. GEOFFROY SAINT-HILAIRE para la filosófica), ocu-
pan el lugar de los grandes creadores y organizadores
científicos BICHAT, SCHWANN, VON BAER, PURKIN-
JE, COSTE, CRUVEILHIER, SOMMERING, RENAUT,
MECKEL, RETZIUS, DE BLAINVILLE, GRATIOLET,
ESCHRICHT, I. GEOFFROY SAINT-HILAIRE. Prescin-
diendo de Purkinje y de Meckel, de quienés se descono-
ce la actitud personal, todos los demás son creyentes; y
bastantes de ellos dejaron declaraciones de absoluta ni-
tidez en cuanto a que sus mismos conocimientos cientí-
ficos confirmaban sus convicciones religiosas.
En biología (tomada en sentido restringido) y en
fisiología, aparte de CLAUDE BERNARD, que ya ha sido
citado antes como el maestro incomparable, y de algu-
nos más que han de figurar en otros rubros, merecen
señalarse por sus contribuiciones fundamentales y de-
— 30 —
cisivas en estas materias, BICHAT (ya citado en ana-
tomía), BARTHEZ, MAGENDIE, FLOURENS, BELL,
TIEDEMANN, VOLKMANN, MILNE-EDWARDS, LUD-
WIG y DE CYON. De todos esos grandes iniciadores,
únicamente Mangendie es opuesto a la religión; todos
los demás han sido creyentes, más o menos piadosos. Si
no como iniciadores, al menos como fisiólogos de pri-
mera nota, grandes perfeccionadores de esta ciencia, po-
drían ser citados bastantes otros. Entre ellos habría al-
gunos materialistas, como Vogt, Moleschott y Charcot;
pero frente a éstos vendrían fisiólogos creyentes de igual
o superior calidad científica, como, por ejemplo,
SCHWANN (citado ya como iniciador en citología), R.
WAGNER, RUETTE, BISCHOFF, VAN GEHUCHTEN„
VIERORDT, HIRTL y GRASSET.
En medicina, si se atiende a los centenares de mU
les que la cultivan con mayor o menor competencia en
todo el mundo, es evidente que en ese número hay bas-
tantes incrédulos. Están muy lejos de constituir la ma-
yoría (así como tampoco la forman los médicos que son
cristianos prácticos). Y, sin embargo, a veces algunos
de ellos actúan como si constituyeran la totalidad y son
de los que se presentan como autorizados representan-
tes de "la Ciencia" para declararla opuesta a la reli-
gión. Esta actitud es doblemente falsa: ni ellos, al to-
marla, representan, no digo la unanimidad, pero ni aun
a la mayoría de los médicos; ni, en segundo lugar, por
ser médicos ya son "sabios", poseedores de "la Ciencia"
a secas. Aunque se trate de alguno que realmente sea
"sabio en medicina".
Lo corriente es que tampoco son "sabios en medi-
cina", en sentido estricto, sino simplemente competen-
tes y aun muy distinguidos profesionales. Aquí en Chile,
por ejemplo, donde legítimamente nos gloriamos de te-
ner un cuerpo médico, no sólo superior al resto de Amé-
rica, sino incluso igual a los mejores del mundo (es un
hecho sobre el cual hay bastantes datos); es evidente
— 31 —
que no, por eso, podríamos ya decir que cada médico
es un "sabio en medicina". Ni siquiera lo son los espe-
cialistas, dentro de su especialidad. Los "sabios", no por
modo de decir, por exageración, sino en sentido estricto,
en todo el rigor de la expresión, son pocos. Muy pocos.
Así pasa en medicina, y en cualquier otra materia.
A todo eso habría que agregar algo que ya ha que-
dado dicho en dos oportunidades: son las ciencias exac-
tas las que alcanzan una mayor perfección en cuanto
ciencias. Son más científicas, diríamos. Aun prescin-
diendo de todo lo que hay de arte en la medicina; aun
restringiendo la comparación a lo que también en ella
es propiamente ciencia, no alcanza al rigor racional
propio de las matemáticas. Nuevo motivo para abste-
nerse de hablar "en nombre de la Ciencia", así a secas,
como si se la representara ilimitadamente.
Aquí, tal como en las secciones anteriores ha sido
advertido, no nos referimos a los simplemente compe-
tentes, o destacados, en su especialidad médica; ni si-
quiera a la totalidad de los sabios en medicina. Nos li-
mitamos a los más importantes, según el criterio obje-
tivo de que sean verdaderamente iniciadores y no sólo
perfeccionadores de lo creado por otros. Y aun en cuan-
to a ese campo, dada su vastedad, nos vamos a restrin-
gir ahora a presentar, a modo de ejemplo, sólo algu-
nos pocos nombres, que, al mismo tiempo, cumplen con
toda certeza con las dos condiciones: ser verdaderos ini-
ciadores científicos, y ser sinceros creyentes.
Prescindiendo de los sabios de influjo general que
citamos en la primera sección, como PASTEUR Y CLAU-
DE BENARD, uno de los que mejor merece el título
de gran iniciador en medicina es LAENNEC (1781-1826).
Entre sus numerosos descubrimientos de todo orden,
hay sobre todo uno que es una verdadera renovación
de la medicina: la auscultación. Totalmente inventa-
da por Laennec, él mismo la llevó "desde el primer mo-
mento a un punto tal de perfección, escribía Beaugrand,
— 32 —
que hoy día, después de cincuenta años de prueba, la
obra que la promulgó está todavía en pie y que, fuera
de ciertas particularidades relativas sobre todo a las
enfermedades del corazón, puede ser mirada todavía
como que representa el estado actual de la ciencia".
Más significativo quizás de esa importancia excepcional
de renovación es lo que expresa oficialmente la Facul-
tad de Medicina de París, en la introducción que ante-
puso a la reedición invariada que realizó como propia
en 1879, de ese "Traité de l'auscultation" de Laennec:
"La obra de Laennec, dice ahí, es de aquéllas de que
se debe mantener respetuosamente, no sólo el espíritu
siempre viviente, sino hasta la letra misma. . . La revo-
lución en medicina que el mundo entero le agradece, es
ya un hecho consumado; y ese glorioso descubrimiento
no pertenece ya a la crítica ni siquiera al elogio. Nadie
consentiría en practicar la medicina, si debiera renun-
ciar a la auscultación".
Laennec no fue en eso un perfeccionado^ sino el
creador absoluto; ni sólo el primer iniciador, sino el
mismo que dió la perfección definitiva. Creó así tam-
bién "íntegra, la patología de los órganos respiratorios",
e hizo fácil y seguro el diagnóstico. Y, más en general
todavía, dice Chauffard, citado por Grasset, erigió "en
ciencia aparte la anatomía patológica; fue el primero
que la sistematizó e hizo de ella un todo, un conjunto
armónico, un encadenamiento regular".
Sería inacabable seguir con otras de sus renova-
ciones totales, como la referente a la cirrosis atrófica
del hígado, la neumonía, la pleuresía, etc.
Pues bien, el gran Laennec fue, "en la Escuela de
Medicina, lo mismo que en Bretaña, un cristiano a la
antigua e invariable, un firme y dócil hijo de la Iglesia
Católica, que vivía de su vida, oraba con sus oraciones,
tomaba parte, sin ostentación pero sin debilidad, en to-
das sus festividades" y que en particular era "muy de-
voto de la Eucaristía y de la Santísima Virgen".
— 33 —
Si no tan destacados como Laennec, son también
grandes iniciadores y sinceros creyentes BAYLE, en
cuanto a la tisis pulmonar; RECAMIER, en métodos y
técnicas operatorias, y especialmente en cuanto a gi-
necología; ANDRAL, fundador del estudio científico de
la hematología patológica; y CRUVEILHIER, a quien
ya citamos como iniciador de la anatomía patológica.
Las condiciones que hicieron posible el desarrollo de la
cirugía también se deben en máxima parte a creyentes:
la anestesia mediante el cloroformo, pese a algunos an-
tecedentes, no fue llevada metódicamente a las grandes
operaciones quirúrgicas sino debido a J. SIMPSON; la
detención de hemorragias (hemóstasis) durante la ope-
ración, mediante presión con pinzas apropiadas (forci-
presión) se debe a PEAN y a KOEBERLE; la antisep-
cia, fundada en los descubrimientos de PASTEUR, es la
gran obra de LISTER; y la asepsia fue realizada pri-
meramente por BERGMANN o por TERRIER. Todos
éstos, exceptuado quizás Koeberlé, fueron cristianos sin-
ceros; y la mayor parte, piadosos.
En botánica es sobre todo MENDEL, monje agusti-
no, quien aparece como el gran renovador científico por
su descubrimiento de las leyes de la herencia, que halló
mediante años de minuciosas experiencias de hibrida-
ción de plantas. Se trata de un descubrimiento cuya
importancia y trascendencia no hace falta recalcar, no
sólo en botánica, sino en biología general. Se ha dicho
que NAUDIN había llegado a esas mismas conclusio-
nes tres años antes de Mendel, sin que ninguno de ellos
llegara a saber nada del otro. De todos modos, el descu-
brimiento pertenecería a un creyente, pues Naudin tam-
bién lo era.
La morfología y sistemática vegetales vienen del
siglo anterior. Pero reciben amplios progresos en el XIX
mediante A.-L. JUSSIEU y CANDOLLE, creyentes am-
bos. La teoría celular, en cambio, aparece como tal sólo
hacia 1840, mediante trabajos de SCHWANN, citado an-
— 34 —
teriormente, y de SCHLEIDEN y MIRBEL; y recibe in-
dispensables mejoras y correcciones de parte de MOHL,
NAGELI, STRASBURGER, VAN TIEGHEM; de todos
ellos son creyentes los tres primeros; de Mohl no hay
datos seguros; Strasburger, sin ser sectario, parece
haber sido incrédulo, y los dos restantes más bien des-
preocupados o indiferentes. En fisiología vegetal, de los
tres nombres más importantes, KOELREUTER, SPREN-
GEL y SACHS, los dos últimos fueron creyentes; del
primero no hay noticias ciertas.
En antropología y zoología, baste citar algunos de
los grandes nombres más representativos, después de
los incomparables de LAMARCK, GEOFFROY SAINT-
HILAIRE, CUVIER, OWEN y otros, que ya han sido
enumerados al comienzo. En el estudio de los protozoa-
rios está en primera fila EHRENBERG; en el de los rep-
tiles y peces, LACEPEDE; y en el de los insectos, LA-
TREILLE y FABRE: el primero establece las bases cien-
tíficas definitivas de la entomología, y el segundo la
renueva íntegramente con su delicadísima observación
e ingeniosas experiencias. BLUMENBACH es el inicia-
dor de la antropología en el siglo XIX, después de haber
estado asociado a Cuvier en la creación de la anatomía
comparada. Junto con los anteriores, pueden ir unidos
los nombres de DUGES, WALLACE y QUATREFAGES,
notables por sus trabajos de zoología y de antropología.
Todos estos sabios, del primero al último, han sido
creyentes; y muchos de ellos han dejado admirables tes-
timonios de su piedad y de la plenitud de sus conviccio-
nes cristianas. Porque, como escribe LATREILLE en su
"Ccurs d'entomologie", "jamás se manifiesta tan cla-
ramente la Sabiduría del Ser Supremo como en ese ins-
tinto admirable y tan variado de que están dotados los
insectos. Si hubiera apóstoles del ateísmo y detractores
de la Providencia, yo les diría: Acérquense a esta col-
mena"; y, después de -haber descrito sus maravillas,
agrega: "Explíquennos ahora todos estos misterios con
— 35 —
sistemas que dejan todo al azar, o admitiendo leyes sin
querer reconocer al Supremo Ordenador". Por eso, el
otro eminente entomólogo, FABRE, decía que sus con-
vicciones religiosas no solamente habían permanecido
incólumes frente a sus estudios, sino que debido a ellos
se le habían "agravado o mejorado", según como apre-
ciara el caso su interlocutor; es decir, eran más inten-
sas que antes. Y añadía: "Se me arrancaría la piel an-
tes que la creencia en Dios".

Más del noventa por ciento de creyentes

Como dijimos, el reputado psicólogo contemporá-


neo A. Eymieu ha publicado una encuesta rigurosamen-
te documentada, fruto de amplísimas investigaciones,
acerca del valor científico y de la actitud religiosa de
los más grandes sabios de todo el siglo XIX. Es la que
nos ha servido de base para estos someros apuntes, en
que aparecen las principales conclusiones que en la obra
publicada por Eymieu están sólidamente documentadas.
En esa obra pasa revista a cuatrocientos treinta y dos
(432) sabios de primer orden (es decir, a muchísimos
más que los que hemos mencionado aquí). Prescindien-
do de treinta y cuatro (34) cuya actitud religiosa no le
fue posible determinar, halló, entre los restantes, estos
resultados generales: únicamente dieciséis (16) fueron
antirreligiosos; otros quince (15) estuvieron indecisos o
indiferentes; y trescientos sesenta y siete (367) fueron
creyentes: o sea, lo fueron más del 92% del total de
398 cuya actitud religiosa es conocida.
Entre esos grandes sabios, los hay de diverso valor
dentro de su respectiva ciencia. Por eso, para poder es-
tablecer una comparación más enteramente objetiva,
Eymieu seleccionó sabios que pudieran considerarse con
toda verdad como equivalentes en calidad. El criterio
— 36 —
que adoptó para esto fue el de tomar exclusivamente a
los sabios que en cada ciencia son reconocidos como los
grandes iniciadores, los principales determinadores de
sus progresos. En esta forma resultó un grupo de ciento
cincuenta (150) sabios que, a juicio de los entendidos
en la respectiva ciencia, son los sabios modernos más
eminentes.
De ese grupo, hay que descontar veintidós (22),
porque, a pesar de todas las investigaciones efectuadas,
no ha sido posible hallar datos seguros con que estable-
cer cuál fue su efectiva actitud religiosa. Quedan cien-
to veintiocho (128), únicos de los que fue posible obte-
ner o bien textos explícitos de sus propios escritos, o
informaciones fehacientes proporcionadas por otras per-
sonas que los conocieron de cerca.
Pues bien, de esos 128, entre los cuales están las
mayores figuras científicas del último siglo, de todas
las ciencias exactas'o naturales, resulta que ciento vein-
titrés (123), es decir el 97%, fueren creyentes; y ape-
nas el 3% restante han sido adversos a la religión o al
menos claramente indiferentes para con ella.
No es de extrañar que haya un cierto número de
sabios cuya actitud religiosa no nos es conocida. Las
materias que tratan en sus obras no se prestan, mu-
chas veces, para que la manifiesten; y, por otra parte,
la vida personal del investigador o pensador está fre-
cuentemente poco a la vista. Quienes se han ocupado
de ellos, a veces sólo han atendido a sus posiciones es-
trictamente "profesionales", a las que han sostenido en
el terreno de su propia especialidad científica; y no han
dejado testimonio, al menos escrito, acerca de la vida
religiosa del sabio. Por eso, la ausencia de datos segu-
ros que la comprueben, no significa su inexistencia.
Sin embargo, pongámonos en la más desfavorable
de las hipótesis: hagamos la suposición inverosímil de
que hubieran sido antirreligiosos absolutamente todos
esos 22 sabios cuya actitud religiosa no pudo ser deter-
— 37
minada por Eymieu. Aun en ese caso, el porcentaje de-
sabios creyentes resultaría siempre enorme. Entre los
150 nombres incluidos en la encuesta última, habría un
ochenta y dos por ciento (82%) de creyentes (4).
Pero, como decíamos, esas suposiciones son invero-
símiles. Es increíble que se dé la casualidad de que todos
esos 22 cuya actitud se desconoce, hayan sido unáni-
mente antirreligiosos. Lo más probable es que entre
ellos, como entre los demás, también haya habido un
cierto número de creyentes. Hasta podríamos agregar
que la enorme proporción encontrada entre los bien co-
nocidos, es un sólido antecedente para suponer que tam-
bién debe de haber una fuerte mayoría de creyentes
entre esos 22.
En resumen, por tanto, es legítimo concluir que,
si se llegara a determinar la verdadera actitud religio-
sa de todos esos sabios, lo más probable es que el por-
centaje de casi un 97% de creyentes entre las mayores
figuras científicas del pasado siglo, no podría variar
sino muy poco o nada.
Es una proporción que, aun tomada sólo en líneas
generales, e incluso disminuida cuanto se quiera, siem-
pre resulta abrumadora. Sobre todo, porque concuerda
perfectamente con los resultados de otras encuestas rea-
lizadas independientemente, con métodos diversos, por
otros investigadores, como los que citamos al comienzo.
Manifiesta en forma irredargüible cuán enorme es el
número de los sabios modernos eminentes que fueron a
la vez hombres religiosos y así desmintieron, con he-
chos, la aventurada e inconsistente suposición de que
pueda haber incompatibilidad entre el espíritu científi-
co y las convicciones religiosas.
(4) Si se hiciera esa misma inverosímil suposición para los 34
sabios que, en la encuesta primera, general, de Eymieu, quedaron
en esa misma situación de ignorarse su actitud religiosa, resultaría
que, de los 432 sabios considerados en ella, los creyentes habrían
sido casi el ochenta y cinco por ciento (85%).
— 38 —
Entre sabios contemporáneos

La encuesta de Eymieu y casi todas las otras antes


aludidas sólo se extienden a sabios ya muertos hace
tiempo, cuya actividad científica no alcanza a pertene-
cer al siglo XX. Respecto a ellos hay ventaja de que
es fácil y seguro establecer su categoría científica de-
finitiva, pues en la mayoría de los casos ya se ha pro-
ducido el acuerdo general. Además, resulta posible for-
mar un catálogo bastante completo de los sabios más
importantes de cada ciencia; y hasta se le encuentra ya
hecho en buenas monografías o historias, debidas a se-
rios especialistas. Por último, se pueden hallar datos
abundantes y fidedignos sobre la genuina personalidad
de cada uno de esos sabios, en biografías debidamente
elaboradas y hasta en publicaciones de la corresponden-
cia, diario personal u otros papeles íntimos del mismo
sabio. Todo esto facilita el que la encuesta sea plena-
mente objetiva y hasta que, en cuanto a sus• resultados
generales, pueda ser considerada como definitiva.
Por otra parte, si se elige algún período relativa-
mente extenso y de verdadera importancia para el des-
arrollo científico, esos resultados no quedarán limita-
dos a estabecer esos solos hechos inmediatos. Propor-
cionarán además una base suficientemente amplia y só-
lida para dar la verdadera respuesta al otro problema
de si existe la decantada incompatibilidad entre la reli-
gión y la ciencia. Si fuera efectivo esto, habría de ma-
nifestarse claramente en la actitud personal de tantos
grandes sabios como figuran en ese período. Si no se
manifiesta, es porque no se da; es porque no pasa de
ser un prejuicio sin base.
Precisamente por eso, es plenamente suficiente,
para tener esa respuesta, el examen de los sabios perte-
necientes al siglo XIX, lapso de tiempo que cumple per-
fectamente con las condiciones de suficiente extensión
— 39 —
y prodigiosa actividad y progreso científicos. Sin em-
bargo, al menos a manera de confirmación, podrá ser-
vir el recordar que, en algunas encuestas realizadas en-
tre sabios aún vivos en nuestro siglo XX, los resultados
han sido enteramente similares a los del siglo pasado.
Tales fueron, por ejemplo, las encuestas hechas per-
sonalmente por uno de sus colegas, en 1926, entre los
sabios pertenecientes a la Academia de Ciencias de Pa-
rís, y en 1932 entre los miembros de la Sociedad Real
de Londres. Aunque restringidas a dos grupos de sabios,
cada uno limitado a su nación, sirven por lo menos de
indicios de que subsiste la misma situación que hemos
hallado en el conjunto de los mayores sabios del si-
glo XIX.
El texto de las respuestas dadas por los sabios fran-
ceses, los más notables de todas las corporaciones cien-
tíficas de su patria, ha sido reproducido después en li-
bro aparte (5). Les habían sido pedidas expresamente
para ser publicadas, como lo fueron en "Le Fígaro", del
2 al 25 de mayo de 1926. Se les preguntaba acerca de la
pretendida oposición entre la religión y la ciencia.
Pues bien, de los setenta y cuatro (74) sabios que
dieron su respuesta por escrito, absolutamente ninguno
cree que exista esa oposición. En esto hay total unani-
midad de pareceres. Todos hablan con respeto de la
religión. Una gran parte añade que la investigación
científica la favorece positivamente. Muchos hacen mag-
níficas profesiones de fe cristiana. Algunos de sus plan-
teos filosóficos son a veces deficientes. Otras veces, en
cambio, enfocan admirablemente bien el problema com-
pleto. Hay varios de esos textos que constituyen un aná-
lisis magistral desde el punto especial de su respectiva
(5) "Le Sentiment Religieux et la Science". Enquete de Robert
De PJers, Spes, París, 1928. Además de las respuestas mismas
de cada sabio y de una introducción por R. de Flers, cada nombre
de académico va seguido de una media página informativa sobre su
personalidad científica.
— 40 —
ciencia, hecho-por el sabio que responde de acuerdo con
su peculiar competencia.
En algunas de las respuestas hasta hay verdadera
indignación por la injusticia que se comete al afirmar
sin base alguna esa oposición. Así, por ejemplo, el ma-
temático D'OCAGNE declara que "esos furiosos enemi-
gos del sentimiento religioso, que lo atacan apasionada-
mente y se esfuerzan con todo empeño por mostrarlo
como enemigo de la ciencia, lo hacen las más de las
veces movidos por el odio y por los malos instintos. En
general, los verdaderos sabios observan, para con las
ideas religiosas, la más amplia tolerancia, y respetan
las creencias sinceras, que, por otra parte, comparten
muchos de ellos mismos". "No hay razón alguna para
oponer la religión y la ciencia", dice por su parte el
químico SABATIER; y agrega que el hacerlo "es cosa
propia sobre todo de personas mal instruidas en la una
y en la otra". Si alguncs en nombre de la ciencia pre-
tenden afirmar una incompatibilidad, que en realidad
"no hay entre ella y la religión", agrega SEJOURNE,
sólo es "por ignorancia, por sectarismo, por rencor de
renegado, por sacudir el yugo de leyes que estorban las
pasiones, o por conveniencias políticas".
Para ser justos y no incurrir en una lamentable in-
comprensión de actitudes sinceras de ciertos adversa-
rios, habría que completar esa enumeración de Sejour-
né, poniendo explícitamente otro motivo que sirve de
disculpa real para algunas ignorancias. En muchas per-
sonas, esa creencia errónea de que haya incompatibili-
dad entre religión y ciencia, es un prejuicio que han re-
cibido incautamente durante su formación, debido a
malos maestros o malas lecturas. Aceptaron esa afir-
mación, como tantas otras, dócilmente, sin crítica,
"porque el maestro lo dijo". Y lo dijo como cosa ya acla-
rada, como "última palabra de la ciencia" (a veces por
sectarismo, pero otras veces por prejuicio recibido tam-
bién por él en esa misma forma).
— 41 —
Para lograr superar tales prejuicios, se requiere mu-
cha sinceridad y elevación de pensamiento, y oportuni-
dad de información exacta. Pese a tener buena volun-
tad y rectitud, y aun inteligencia e ilustración bastante
regulares, ordinariamente hace falta un trabajo doloro-
so y lento, no sólo para rectificar prejuicios asimilados
de ese modo, sino incluso para darse cuenta de tenerlos,
de que son prejuicios, de que no se los ha comprobado,
y de que, por tanto, hay ahí pendiente un problema
real: el de averiguar si representan o no la verdad.
Hecha de paso esta aclaración (en la que se en-
vuelve otro problema psicológico, y aun teológico), po-
demos en ella misma encontrar una nueva razón para
apreciar la importancia de esas respuestas dadas por
verdaderos sabios. Son un nuevo y autorizadísimo des-
mentido de esos infundados prejuicios, y obligan, a toda
alma sincera que se reconozca en ellos, a revisar su
posición.
Esa misma actitud que aparece en las respuestas
de los miembros de las principales sociedades científi-
cas de Francia y de Inglaterra, podría ser mostrada en
muchísimos otros sabios actuales de primera categoría.
Por ejemplo, merecerían ser citados el creador de la me-
cánica ondulatoria y renovador con ello de la física, L.
DE BROGLIE, o el autor de la hipótesis de "la expan-
sión del universo", G. LEMAITRE, ambos premio Nobel
de física y católicos fervorosos (el segundo, sacerdote);
o astrónomos de excepcional nombradía e importancia
como J. JEANS o E. WHITTAKER, que hablan expresa-
mente, desde el punto de vista científico, de la necesi-
dad del Dios Creador; o biólogos de la trascendencia de
A. CARREL o P. LECOMPTE DU NOUY, venidos a la
fe católica a través de sus mismas preocupaciones cien-
tíficas; o geólogos y paleontólogos que van a la van-
guardia de su ciencia, como uno de los descubridores
del "sinanthropus perkinensis", P. TEILHARD DE
CHARDIN, o los profesores H. BREIL y F.-M. BERGOU-
— 42 —
NIOUX, no sólo católicos sino eclesiásticos los tres; y
tantísimos más, sobre todo si, a los cristianos fervorosos,
agregáramos los que simplemente mantienen su convic-
ción de que no existe incompatibilidad entre religión
y ciencia.
Entre los últimos, vamos a citar, por lo menos, an-
tes de terminar, al eminente físico-matemático, falle-
cido hace poco, Alberto EINSTEIN. Como es sabido, el
ilustre sabio era judío (6). Su posición religiosa misma
no podría parangonarse, en cuanto a nitidez, exactitud
o fundamentación, con las que hemos visto, por ejem-
plo, en un Cauchy o un Ampere. En líneas generales,
tenía de Dios el concepto de otro gran judío, el filósofo
B. Spinoza. Incluso las justificaciones teóricas de la re-
ligión que Einstein intentó hacer, resultan doctrinal-
mente insuficientes para un teólogo católico y necesi-
tarían diversas reservas o enmiendas. Sin embargo, aun
en esos mismos textos filosóficamente deficientes, ma-
nifiesta su pleno respaldo a la respuesta básica de que
no hay incompatibilidad alguna entre la religión y la
ciencia; más aún, sostiene que ambas son complemen-
tarias, que "la ciencia sin la religión es coja; y la reli-
gión sin la ciencia es ciega" y que "no fue fruto de la
simple casualidad el que nuestras antiguas universida-
des surgieran de las escuelas eclesiásticas. Lo mismo las
iglesias que las universidades, siempre que cumplan con
(6) El mismo, con aguda malicia, hacía en 1919 una aplicación
del principio de relatividad a su prppia persona: "Hoy me describen
en Alemania como "el sabio alemán", y en Inglaterra como "el
judío suizo". Si por casualidad algún día se llegara a presentarme
como a un ser condenable, me convertiría en "judío suizo" para los
alemanes, y "sabio alemán" para los ingleses..." En realidad, sin.
embargo, se ha convertido para todos en judío, sin agregados. En
buena parte, fue un resultado del ridículo y condenable antisemi-
tismo hitlerista; y la relatividad del caso estuvo en que, procurando
aplastar a la raza judía, le restituyeron la gloria del mayor sabio
de nuestra época. En cuanto a ciudadanía, Einstein se nacionalizó
norteamericano.
— 43 —
su verdadera función, sirven al ennoblecimiento del in-
dividuo". Como se ve, y pese a los defectos de la for-
mulación, Einstein es enteramente explícito en cuan-
to a la compatibilidad, más aún la mutua e indispen-
sable complementación, de la religión y de la ciencia.

C o n c l u s i ó n

El físico y profesor universitario parisiense A. D'AR-


SONVAL, en esa encuesta de 1926, comienza su respues-
ta en la siguiente forma: "¿Han existido y existen nu-
merosos sabios que a la vez tienen espíritu religioso? ¡Es
evidente que sí! Esta comprobación tiene toda la bru-
tal insolencia de un hecho. Por consiguiente, la cues-
tión planteada... ¡no se plantea...!"
El mismo añade que, "de este hecho innegable, cada
uno busque dar la explicación, según su temperamen-
to..." Pero el hecho es innegable; y, por serlo, hace que
no haya lugar siquiera a plantearse la pregunta de si
es posible.
En efecto, "ab esse ad posse valet illatio: de la exis-
tencia de algo se deduce su posibilidad". La cuestión
planteada es enteramente artificial. Está resuelta en la
realidad misma, con hechos palpables que muestran a
la religión y a la ciencia íntimamente unidas, en total
armonía, en unas mismas personas. Y se trata de cien-
cia de alta perfección. Y, con frecuencia, también de
vida religiosa muy alta.
Dados esos hechos, tan numerosos y claros, resul-
ta increíble que alguien tenga la audacia de negar su
misma posibilidad. Como lo decía Lord RAYLEIGH en
un texto que ya quedó citado, "no hay necesidad de
perder el tiempo en refutar" la pretensión de "que las
— 44 —
convicciones (religiosas) a las que han permanecido fie-
les un Newton, un Faraday, un Maxwell, sean incom-
patibles con el corte de espíritu científico".
Así pues, constituye un hecho real el que en nu-
merosísimos sabios, y precisamente de los más eminen-
tes en cada ciencia han coexistido amigablemente su
fe cristiana y su ciencia. Por consiguiente, es un hecho
establecido positivamente, con datos comprobados, el
que no se excluyen ni oponen.
Más aún, el hecho mismo, considerado en sus ver-
daderas proporciones, en su mayor abundancia, cuanto
más eminentes son los sabios de que se trata y cuanto
más perfecta es la ciencia que cultivan, parece poder
justificar una conclusión algo más fuerte. Parece in-
dicar que hay una beneficiosa influencia mutua, una
ayuda de la ciencia a la verdadera religión, y una ven-
taja para la ciencia en la práctica religiosa de sus cul-
tivadores.
Parece que la tendencia propia de la ciencia es la
de encaminar hacia Dios, fuente de toda verdad y Crea-
dor de todas esas maravillas que la ciencia estudia.

— 45 —
Indice

¿Se opone la ciencia a la religión? 5


Se trata de una cuestión de hecho 9
Grandes matemáticos modernos creyentes 11
Grandes astrónomos modernos creyentes 14
Grandes físicos modernos creyentes 16
Grandes químicos modernos creyentes 21
Los más grandes naturalistas creyentes 23
Otros grandes naturalistas creyentes 2»
Más del noventa por ciento de creyentes 36
Entre sabios contemporáneos 39
Conclusión 44

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