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HISTORIA

DE LA FABULA
GRECO-LATINA (I)

F rancisco R o d ríg u ez A drados


Historia
de la
fábula greco-latina
Volumen I
I N T R O D U C C I O N Y D E L O S O R IG E N E S
A L A E D A D H E L E N IS T IC A

(I)
p o r F ra n c is c o R o d ríg u e z A d ra d o s

EDITORIAL DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE


INDICE

P R O L O G O ............................................................................................. 11

PARTE I. VISION GENERAL DE LA FABULA GRECO-LA­


TINA ..................... ............................................................................ 15
Capítulo I. Terminología de la fábula antigua.......................... 17
Capítulo II. Inventario general de la fábula greco-latina........ 61

PARTE II. LA FABULA GRIEGA HASTA DEMETRIO DE


F A L E R O ........................................................................................... 151
Capítulo I. La fábula animal y vegetal en época c lásica........ 153
Capítulo II. La fábula animal y vegetal en su contexto original 201
Capítulo III. Fábula y géneros yám bicos.................................. 253
Capítulo IV. Elementos orientales en la fábula griega............ 301
Capítulo V. Panorama de la fábula en la época arcaica y
clásica........................................................................................... 381
Capítulo VI. La fábula en lacolección de Demetrio............... 421

PARTE III. LA FABULA EN LAEDAD HELENISTICA . . . . 509


Capítulo I. El nuevo panorama de la fá b u la ............................ 511
Capítulo II. Las fábulas helenísticas en verso y sus prosificacio-
n e s ................................................................................................. 551
Capítulo III. Contenido e intención de las colecciones helenísti­
cas ................................................................................................. 619
Capítulo IV. La «Vida de Esopo» .............................................. 661
Capítulo V. La irradiación de la fábula helenística..... 699
A Amalia
A mis hijos
PROLOGO

Pocos géneros literarios, si es que existe alguno,· presentan una


m ayor continuidad a lo largo de su historia que la fábula, desde
Sum eria h asta nuestros días. H a pasado de literatura en literatura,
de lengua en lengua, produciendo incesantes derivaciones, im itacio­
nes, recreaciones. Siempre igual y siem pre diferente, ha absorbido
religiones, filosofías y culturas diversas, a las que ha servido de
expresión. Pero tam bién de contraste, pues la fábula h a com portado
siem pre un elem ento de crítica, realism o y popularism o.
N o es casual que en torno a la fábula se haya creado, por
o b ra de Benfey, el prim er ensayo de literatura com parada. Y,
sin em bargo, queda infinito trabajo por hacer p ara escribir la
historia de la fábula, que, en realidad, debería ser una sola. Al
m enos, p ara las dos grandes tradiciones, la de la fábula griega
y la fábula india que, aparte de tener raíces propias, continúan
la fábula sum eria y m esopotám ica en general y que luego acaban
p o r confluir en nuestra Edad M edia.
Es que la fábula es un género p opular y tradicional, esencialm en­
te «abierto», que vive en infinitas variantes, com o tantos otros
géneros populares del tipo del refrán y del rom ance. Los mismos
copistas de los m anuscritos se creen autorizados a introducir varia­
ciones intencionadas de contenido, estilo o lengua. H ay infinitas
derivaciones, contam inaciones, prosificaciones, versificaciones, etc.
Las fábulas' pasan de los ejem plos sueltos a las colecciones y
12 H istoria de la fábula greco-latina

al revés, indefinidam ente. Y las colecciones aum entan o dism inuyen


su m aterial, se escinden, etc. T odo esto crea un panoram a confuso.
Y ha hecho que, durante m uchísim o tiem po, no hayam os contado
con ediciones de las colecciones de fábulas dignas de ese nom bre
(todavía falta m uchísim o po r hacer en este cam po) y que las
que conocíam os fueran p ara nosotros un enigm a en cuanto a
su origen y su fecha : así el Pañcatantra indio o las colecciones
A nónim as griegas. Esto se com prenderá m ejor si se piensa que
la fábula griega ha estado representada para nosotros du ran te
m uchísim o tiem po por la edición de H alm , revoltijo inextricable
de cosas diferentes.
H a m ejorado la situación, tanto en lo relativo a la fábula
griega y latina com o a la india, y conocem os bastante de la fábula
m esopotám ica. Pienso que h a llegado el m om ento de intentar tra z ar
la historia de este género. Es lo que vamos a in ten tar aquí para
la fábula greco-latina, en la que nuestra aportación consistirá,
fundam entalm ente, en la investigación de los orígenes, la reconstruc­
ción de las colecciones perdidas de fábulas de edad helenística,
el establecim iento de las relaciones entre los fabulistas de edad
im perial y el estudio de la fábula m edieval griega y latina.
Pensam os que este estudio puede tener interés, de u n a parte,
p ara la fábula m esopotám ica e india; de otra, p ara la greco-latina
antigua, que es un am plio conjunto que ha de estudiarse en sus
fechas y relaciones y no lim itarse a unos pocos nom bres aislados;
y p ara la relación de todo este m aterial con la fábula m edieval
y posterior en lenguas rom ances y otras, incluida su nueva coinci­
dencia con la fábula india.
N aturalm ente, operam os sobre precedentes que han desbrozado
nuestro cam ino: baste m encionar nom bres ilustres com o los de
P. M arc, G. Thiele, O. C rusius. E. C ham bry, A. H au srath , M.
Nçijgaard y B. E. Perry p ara la fábula greco-latina; Th. Benfey,
J. H ertel y F. E dgerton p a ra la india; E. Ebeling, N. S. K ram er
y E. L. G o rd o n p ara la m esopotám ica. N os apoyam os tam bién
en una serie de trabajos nuestros anteriores.
N uestro estudio se divide en dos volúm enes, de los cuales
ahora aparece el prim ero, que estudia la fábula griega desde sus
orígenes en G recia y en el O riente hasta la fecha del nacim iento
de C risto, aproxim adam ente. A unque nos vemos obligados a ade­
lan tar cosas sobre los fabulistas del im perio que, cuando sean
estudiados en el Vol. II, nos obligarán a su vez a precisar m ás
Prólogo 13

la historia de la fábula helenística. D e otra parte, estudiam os


en este volum en la Vida de Esopo, independientem ente de la fecha
de las versiones que han llegado a nosotros. Y dejam os para
el II un repertorio general de la fábula greco-latina.
El m ayor interés que puede despertar este volum en se refiere,
pensam os, al origen en G recia de la fábula com o género de «ejem­
plos» que se va desgajando del m ito, símiles, etc. y que participa
de las características de los géneros líricos y cóm icos que llam am os
«yám bicos», con sus elementos de sátira, crítica y m oral popular,
entre otros; al influjo ejercido sobre la fábula griega por la oriental,
influjo que puede ahora estudiarse m ucho m ejor que antes; y
al origen de las colecciones de fábulas. Porque toda la fábula
greco-latina, que es una unidad pese a sus sucesivas escisiones,
cam bios literarios y de fondo, etc., deriva de la colección de fábulas
que recogiendo m ateriales anteriores hizo D em etrio de Falero hacia
el año 300 a. C. Esta colección es en cierta m edida reconstruible,
tan to en cuanto a sus precedentes en la fábula de los socráticos
com o en cuanto a estilo y contenido del repertorio. Pero de aquí
a las colecciones de época im perial — F edro, Babrio y la versión
antigua de las fábulas griegas A nónim as, sobre to d o — ha habido
un largo cam ino: la fábula helenística, cuya historia intentam os,
p or prim era vez, reconstruir.
En térm inos generales, hay que decir que fueron los cínicos
los que ad o p taro n la fábula entre los géneros que cultivaron:
la vertieron al m etro coliám bico, m odificaron en parte sus temas
de acuerdo con su filosofía, inventaron o recopilaron m uchas fáb u ­
las más. P ara ellos la fábula era un arm a al tiem po de enseñanza
y de ataque, m ezcla de serio y de brom a. Pero luego la fábula
volvió a prosificarse, en m edio de un pulular de redacciones m últi­
ples, m oralizándose y usándose en la enseñanza en general, no
solo por parte de los cínicos, sino en las escuelas. En este estado
de la fábula helenística tienen sus raíces las colecciones de época
im perial, con los rasgos de originalidad que cada una com porta.
A unque el detalle de este tem a y el de la evolución de la fábula
en época m edieval queda reservado, com o decim os, para el vol. II.
El estudio de la fábula, de las m ás de 500 fábulas atestiguadas
p ara la A ntigüedad, es sum am ente com plejo: en realidad habría
que estudiarlas fábula a fábula, son siem pre insuficientes las conclu­
siones generales. A ún así, creem os que trazam os las líneas generales
de una historia que es particularm ente interesante para toda la
14 Historia de la fabula greco-latina

cultura posterior. El paso de la fábula de los yam bógrafos a los


socráticos (incluido D em etrio), de estos a los cínicos, de aquí
de una parte a la India, donde hubo im itación de las colecciones
griegas, de otra a las escuelas retóricas con su tendencia m oralista,
en parte estoica, hacia el siglo π o i a. C., no hace m ás que antici­
p ar una evolución posterior que acaba, en definitiva, en la a d a p ta ­
ción de la fábula sea a la enseñanza cristiana, sea a la crítica an ti­
nobiliaria en la E dad M edia.
Y, con todo, com o decíam os, dentro de estas variaciones hay
una gran unidad. L a m ism a zorra o chacal que se burlaba de
los ascetas y los poderosos en la India, que criticaba a la sociedad
en la G recia arcaica y clásica y, luego, en m anos de cínicos y
otros m oralistas, continuó haciendo ese papel en la literatura m edie­
val, latina y no latina. Los cuentos incluidos entre las fábulas
de anim ales, las biografías realistas com o la Vida de Esopo, dieron
im pulso a la cuentística m edieval y a la picaresca. En un a u to r
com o nuestro A rcipreste están presentes, en realidad, todos estos
m otivos y otros m ás.
Por eso pensam os que, aunque ello com porte un trabajo filológi­
co difícil, no siem pre fácil de seguir, m erecía la pena tra ta r de
reconstruir la historia de la fábula greco-latina que, con la india,
form a el arm azón de la fábula literaria entre Sum eria y la E dad
M edia y M oderna.

Doy las gracias al profesor de Chicago J. Vaio, que me ha he­


cho, a la vista de las pruebas, algunas observaciones que han sido
incorporadas al texto; al profesor de Filadelfia R obert S. Falko-
witz, que me ha sum inistrado inform ación valiosa sobre la fábula
sum eria; y a la D ra. M .a Em ilia M artinez-Fresneda, que ha leído
las pruebas conm igo. Tam bién a D .a M .a Angeles M oreda y D .a
A sunción A rboledas, que han puesto a m áquina un original nada
fácil.
En la obra se hallarán frecuentes referencias a trabajos m íos a n ­
teriores, artículos de revista sobre todo, sobre la tradición fabulísti-
ca. En algunos casos, incorporo al libro pasajes de estos trabajos
anteriores.
PA R TE I

V ISIO N G E N E R A L D E LA FA B U L A
G R E C O -L A T IN A
CAPITULO I
T E R M IN O L O G IA D E LA F A B U L A A N T IG U A

I. T e r m in o l o g ía d e l a f á b u l a g r e c o - l a t in a

1. «Fábula» y la terminología latina

N uestra idea de la fábula procede, en realidad, de las colecciones


de L a F o n tain e y sus continuadores a p artir del siglo xvn, los
cuales recogieron principalm ente fábulas en que intervienen anim a­
les. A su vez, esta tem ática es una reducción de la de sus m odelos,
las colecciones antiguas de fábulas esópicas : sobre todo, la recensión
A ccursiana o III de las Fábulas A nónim as griegas (la única conoci­
da en la época) y F edro; Babrio no fue editado hasta 1844, por
Boissonade. Efectivam ente, estas colecciones m odelo contienen a
m ás de fábulas anim alísticas (y de fábulas en que intervienen plan­
tas), otras en que se n arran relatos relativos a dioses u hom bres
y que podem os calificar alternativam ente de m itos o anécdotas;
o bien de cuentos, novelitas, χ ρ εΐα ι (el tipo de sucedido que
term ina en una frase punzante y aleccionadora), etc.
H ay que distinguir, pues, entre la idea m oderna y la idea
antigua de la fábula. Y es claro que esta últim a procede de las
colecciones: las citadas y otras más. A unque, evidentem ente, el
criterio seguido por los autores de colecciones, a p artir de la
prim era de D em etrio de Falero a finales del siglo IV a. C., por
18 H istoria de la fábula greco-latina

fuerza hubo de inspirarse en ideas anteriores sobre el género.


A hora bien, la serie de vacilaciones que hay en griego p ara
denom inar el género que nosotros llam am os fábula dem uestra que
no fue fácil llegar a una delim itación de su contenido ni de su
form a; y que siguió habiendo conciencia de que era difícil su
delim itación frente a otros géneros próxim os. H ay que n o tar que
la fábula es uno de los géneros literarios que n o sse denom ina
con una palabra griega, aunque es bien cierto-que viene de los
griegos. Esta paradoja se explica, precisam ente, po r las variaciones
de la term inología griega que la designa, así com o po r el hecho
de que el térm ino griego m ás frecuente. Α ίσ ω π εΐο ι λ ό γ ο ι, conste
de dos palabras, cosa poco cóm oda: aparte de la am bigüedad çiel
térm ino λόγος si se quita el adjetivo Α Ισ ω π εϊο ς, esópico, y de su
frecuente sustitución por otro térm ino, μύθος.
Por eso se prefirió una solución un tanto convencional. En
latín se decía ya apologus, con la transcripción latina de una variante
del térm ino λόγος, ya fabula. Fedro, concretam ente, h ab la en el
prólogo a su libro IV de fabulae Aesopiae, insistiendo en que se
tra ta de un género literario que perm ite variaciones, am pliación
y originalidad: distingue este térm ino de fabulae Aesopi, fábulas
del propio Esopo. O sea: tam poco el térm ino fabula, que era
aproxim adam ente una traducción de μΰθος y, desde luego, el térm i­
no más frecuente en latín, era autosuficiente. N o lo era porque
en latín fabula puede significar cualquier narración o re la to J, signifi­
ca tam bién conversación (cf. esp. habla)2·, y, sobre todo, m uy fre­
cuentem ente, se refiere al m ito y a cualquier relato fabuloso o
poético. Fabula era en latín un térm ino vago, que venía a neutralizar
la diferencia u oposición entre los térm inos griegos λόγος y μδθος,
pero necesitaba ser precisado por el térm ino Aesopiae. Se ha seguido,
pues, el procedim iento habitual de to m ar en préstam o un térm ino
extranjero en un sentido restringido: la lengua que lo tom a en
préstam o adquiere así un «térm ino técnico», y sin las am bigüedades
ni de su vocabulario propio ni del térm ino en cuestión en su
lengua original. A unque no puede decirse que esto se haya logrado
totalm ente, pues el cultism o español «fábula» (y sus correspondien­
tes en otras lenguas extranjeras) significa, al tiem po, cualquier
leyenda o relato ficticio o m entiroso. Sólo cuando decim os «fábulas

1 Cf. L ivio I 11.8, H oracio, Ep. I 13, 9, Séneca Ep. 77, etcétera.
2 Cf. T ácito, Or. 2 y 29.
Term inología de la fábula antigua 19

esópicas» «de La Fontaine», etc., queda el significado definitivam en­


te precisado.
N o prosperó, de o tra parte, la tentativa de crear en latín,
con la palabra apologus, un térm ino técnico que designara el género.
Es, naturalm ente, transcripción del griego ά πόλογος, rara variante
de λόγος que es, sim plem ente, «relato» : se aplica, así, po r Platón
y A ristóteles, al de Odiseo contando a A lcínoo y los feacios sus
navegaciones3. Este sentido neutro aparece a veces en el latín
apologus4, pero más frecuentem ente se especializó para significar
«fábula». Sin em bargo, su uso fue m inoritario, triunfando la expre­
sión fabula Aesopia: quizá por la influencia decisiva de Fedro.
A su vez, si F edro escogió fabula, fue seguram ente porque en
esta palabra se veía un equivalente (aunque fuera solo aproxim ado)
del griego μΰθος, que solían usar de preferencia los que redactaban
fábulas en verso.
En todo caso, es la historia de la term inología de la fábula
en griego la que nos puede enseñar algo sobre la concepción
del género fabulístico por los propios griegos: nuestro excurso
sobre la term inología rom ana no tenía m ás objeto que hacer ver
cuál es el origen de nuestro uso de la palabra fábula: es, en
definitiva, un expediente para solventar la falta de una tradición
antigua clara y unitaria.

2. El término αίνος

L a historia de las denom inaciones de la fábula griega ha sido


hecha varias veces: sobre todo por H a u s ra th 5, por N ^ jg a a rd 6
y por S. Josifovié7.
A quí no vam os a añadir m aterial nuevo, más bien nos restringi­
mos a los datos esenciales. Pero una atención a criterios estructura­
les perm ite avanzar más, pensam os, con el mismo m aterial.
F rente a lo que piensa H au srath , que se apoya en el sentido
m ás frecuente de α ΐνέω y en el del derivado έπα ινος, no es el
de «elogiar» el significado más antiguo de αίνος, la palabra que

3 P latón, R ep. 314 b, A ristóteles, R etórica 1417 a 13, P oética 1455 a 2.


4 A sí en Plauto, Stich. 4.1.32, 34 y 64.
5 Art. Fabel en R E VI, II, col. 1704 ss.
6 L a Fable Antique, I, C openhague 1964,, p. 122 ss.
7 Art. A isopos en R E Suppi. X IV , col. 15 ss.
20 H istoria de la fábula greco-latina

en fecha m ás antigua se usó p ara designar la fábula. Se aproxim an


m ás a la verdad autores antiguos com o T e ó n 8 cuando sencillam ente
define α ίνος com o el térm ino m ás antiguo o com o, sobre todo,
el escoliasta a A ristó fan es9 cuando alude a que el αϊνος se dirige
a hom bres (no a niños com o el μύθος en su tiem po) y tiene
un valor exhortativo, com o casi toda la fábula; uso que, por
lo dem ás, aparece en α ίν ο ς 10 y en los derivados παραινέω , παραί-
ν εσ ις.
Pero volvam os a αίνος. Sus usos m ás antiguos, los hom éricos,
conservan el sentido original de «dicho, relato». Son, en Ilíada
X X III 652, las palabras de N estor a Aquiles recordando su propia
vida; en Odisea X IV 508, las de Odiseo, que oculta su personalidad,
a Eum eo, contándole sus antiguos (y ficticios) recuerdos p ara obte­
ner de él una túnica. El uso continúa en fecha posterior. Y de
él derivan todos los demás. Ello se trasluce en el hecho de que
con la m ayor frecuencia α ΐνο ς figure com o acusativo interno de
un verbo de «decir» o com o sujeto del mism o en la voz pasiva:
cf. Od. 1. c. α ίνο ς ... ον κατέλεξας, II. X X III 795 είρ_ήσεται α ίνο ς,
Hes., Op. 202 αίνον ... έρέω, A rquíloco 77 έρέω ... α ίνον, Sófocles,
Phil. 1380 α ίνον α ίν έσ α ς (aquí y en otros varios lugares se ve
el antiguo sentido «decip> de αίνέω ), Teócrito XIV 43 α ίνο ς ...
λέγεται, etc. O bien figure com o dependiendo de verbos de «oír»:
II. X X I I I 652 α ίνον έπ έκ λυ ε, Calimaco 194.6 &κουε ... τόν αίνον.
Estas «palabras» que se dirigen a alguien pueden ser un simple
relato o tener, al tiem po, una finalidad de actuación sobre él:
una función representativa e im presiva a la vez, para u sar la term i­
nología lingüística. En el «relato» que Odiseo disfrazado hace
a Eum eo, predom ina todavía la prim era función, aunque la inten­
ción sea pedir una túnica. Pero cuando en un pasaje ya citado
del Filoctetes este héroe se refiere, con el térm ino α ίνο ς, a las
palabras precedentes de N eoptólem o de que debe m archar con
él a T roya, α ίνο ς es tanto «palabras» (ω δεινόν α ίνον α ίν έ σ α ς
puede traducirse «oh tú que has pronunciado palabras terribles»)
com o «consejo, orden». El sentido «elogio» nace de un m odo
parecido. A las palabras elogiosas de A ntíloco, Aquiles responde
en II. X X III 795 con un ού μέν τοι μέλεος α ίνο ς ε ίρ ή σ ε τ α ι

8 Prog. 8.
9 A vispas 1251.
10 S ófocles, F iloctetes 1380, véase m ás adelante.
Term inología de la fábula antigua 21

que es a la vez «no van a ser dichas (por mí) unas pobres palabras»
y «no te haré un elogio sin valor», pues lo que hace es recom pensarle
con m edio talento de oro.
Α ίν ο ς es, pues, un «relato», pero puede tratarse de un relato
que, a más de su función representativa, n a rra r algo real o ficticio,
tenga una im presiva: aconsejar, elogiar (y, por supuesto, criticar).
En la lírica y la tragedia, así com o en autores helenísticos dependien­
tes de esta tradición (A polonio, Calim aco, Teócrito) se m antuvo
ese sentido vago y general de α ίνος, ju n to al uso m ás especializado
de «elogio». Pero hubo una segunda especialización: α ίνο ς se usó
para ciertos tipos de relatos, concretam ente, los que nosotros llam a­
mos fábula, proverbio y enigm a, que podían tener (pero no tenían
necesariam ente) funciones adicionales impresivas.
Com o es sabido, α ίνος «fábula» aparece en H esíodo, Op. 202
(fábula del halcón y el ruiseñor), A rquíloco 27 («El águila y la
zorra»), 77 («El m ono y la zorra», se trata del m ono que presum e
de nobleza de origen) y hay un eco en Calim aco 194.6. Se tra ta
siem pre, directa o indirectam ente, de exhortaciones a seguir una
conducta, acom pañadas de critica y sátira para el que no obra
así; pero en todos los casos sobre la base de un «relato» que
m uestra con el símil anim al cóm o transcurren habitualm ente las
cosas en la sociedad hum ana. Los contextos de las fábulas en
H esíodo y A rquíloco son, efectivamente, advertencias a los «reyes»,
a Licam bes, a los nobles de Paros: ciertos com portam ientos arras­
tran m alos resultados. Incluso el triunfo del halcón queda situado
en esta perspectiva por los versos que siguen.
Pero lo que nos interesa aquí es esto:
a) N o se distingue entre el rélato en general (histórico, ficticio...)
y el relato fabulístico. De o tra parte, uno y otro, de una
m anera más vaga o más directa, tienden a tener una función
impresiva a más de la representativa.
b) Junto al significado «fábula» surgen otros dos significados
«proverbio» y «enigm a»: evidentem ente, no se distinguía
entre estos géneros y la fábula.
El sentido «proverbio» se halla en Eurípides 508 N .2, Teócrito
XIV 43, Arcesilao 964 P. Es, sencillam ente, un «dicho» repetido,
un π α λα ιό ς α ίνος com o dice Eurípides, un α ίνο ς άνδρών com o
dice A rcesilao; o sim plem ente un giro o frase hecha (Calim aco
178.9). Respecto a la fábula en nuestro sentido hay to d a clase
22 H istoria de la fábula greco-latina

de transiciones: ya los tratadistas antiguos llegaron a considerar


la fábula com o un «proverbio a m p lia d o » 11. Teócrito X IV 43, por
ejem plo, es un proverbio anim al £βα καί ταύρος ά ν’ 15λαν: «el
to ro se m archó al bosque», dice Esquines de Cinisca, la m ujer
enam orada que h a huido. Pero m ientras un proverbio anim al com o
el del M argites y A rquíloco 37 «M uchas cosas sabe la zorra,
pero el erizo u n a sola decisiva» tiene un sentido de advertencia,
el de T eócrito es un sim ple simil: la función im presiva del α ίνος
puede faltar. O tros proverbios sí que son im presivos, sugieren
u n a conducta o la aconsejan abiertam ente; y sucede que m uchas
fábulas term inan, precisam ente, con uno de estos proverbios enun­
ciado en estilo directo por uno de los personajes de la m ism a.
Α ίν ο ς es «adivinanza» en Lyr. Iamb. Adesp. 17 a: se tra ta
u na vez m ás de un relato y de un relato no impresivo. La adivinanza
encontraba su lugar apro p iad o allí m ism o donde lo encontraba
la fábula: en la fiesta y el b a n q u e te 12; a veces era, com o en
el caso que nos ocupa, un enigm a de tem a a n im a l13. Pero, incluso
cuando esto no es así, es íntim a la relación entre la fábula y
el enigma. Esopo nos es presentado, en su Vida, com o solucionador
de enigmas. Y la fábula es propiam ente, a veces, un enigm a:
así, po r ejem plo, una fábula com o la de A ristófanes, Aves 471 ss.
explica el por qué de la cresta de la alo n d ra; y no tiene, en
absoluto, una finalidad impresiva.
Resum iendo. El térm ino α ίνο ς es, en principio, neutro respecto
a oposiciones com o las de hum ano / anim al, representativo / im pre­
sivo, real / ficticio, fábula anim alística / proverbio / adivinanza.
Su uso p ara lo anim alístico, lo ficticio y lo im presivo responde
a un intento de especialización que no cuajó, porque la palabra
salió p ronto de uso, salvo en la poesía, y aun en ésta decayó.
Es notable, de todos m odos, que cuando designó relatos de tem a
especializado englobara tanto lo anim alístico com o lo no anim alísti­
co: la fábula en nuestro sentido y las variantes que com parte
con ella, a veces íntim am ente fundidas, la tradición fabulística
posterior.

11 Cf. Josifovié, 1, c ., col. 35.


12 "Cf. infra, pp. 245 ss., 262.
13 Sé refiere al m urciélago.
T erm inología de la fábula antigua 23

3. Los términos λόγος y μύθος

Prescindiendo del arcaísm o que es α ίνος, la fábula en sentido


antiguo pasó pronto a ser designada con los dos térm inos concurren­
tes, ya m encionados, λόγος y μύθος: térm inos que tam poco ellos
son exclusivos del nuevo género, sino que le enlazan con otros,
según dijimos. Y que, en parte al m enos, responden a dos concepcio­
nes de la fábula y a una clasificación de los géneros literarios
griegos en general.
A m bas palabras, μύθος y λόγος, son en un com ienzo parcialm en­
te sinónim as: en am bas se dan los sentidos de α ίνος y otros
em parentados, del tipo de «palabra», «dicho», «relato», «m ito»,
«fábula», «discurso», etc., etc. En principio, no hay relación con
el tem a del carácter histórico o ficticio, verdadero o falso de un
relato. Μ ύθος se puede referir, por supuesto, al «m ito», aunque
esto es raro, pero tam bién a un relato histórico, un discurso o
una fábula (en Esquilo, Fr. 139 N .2) A hora bien, tam bién λόγος
puede usarse desde el com ienzo en todos estos sentidos. P o r poner
los ejemplos del sentido finito» : de λόγος son calificados los mitos
iniciales de los Trabajos y los Días de H esíodo, cf. 106; y el άρχαίω ν
λόγος de Pindaro, N. I 34 se refiere a un m ito de Heracles. Pero
λόγος es tam bién «fábula» : así ya en A rquíloco 25 el ’ά κουε δή
κακού λόγου abre las palabras de A rquíloco a Licam bes, que
incluyen la fábula del águila y la zorra (em pieza en 27, ya citado,
α ϊνό ς τις άνθρώ πω ν 0δε). Logos im plica la totalidad de las palabras
de A rquíloco, incluida la fábula: esto está claro porque la expresión,
inspirada en varias otras citadas arriba, ha dejado huella en el
’ά κουε δή, φ α σ ί, μάλα καλού λόγου de Platon, Gorg. 523 a (ante
un m ito) y en el ’ά κουε δή τόν αίνον de Calim aco, ya citado
(ante una fábula). Λ όγος es o tra vez «fábula» en H eródoto I 141 ;
es característico que aplica a Esopo el calificativo de λογοπο ιός
(II 134). Pero en este m ism o au to r VI 86 δ es la historia-o anécdota
m ás o m enos legendaria de G lauco. Y es cualquier «relato» históri­
co, concretam ente, la totalidad de la o b ra del propio H eródoto
(I 53, etc.) o partes de ella (I 184, II 161, etc.) o la obra de Hecateo
(VI 137). Pero igualm ente λόγος es relato m ítico: así se habla
del Ιρός λό γο ς o leyenda sacra de varios cultos (H eródoto II 62,
Pindaro, P. I I I 80, etc.), com o especialización del sentido ya aludido
de «m ito». M ás todavía: λόγος es, com o α ίνος, «proverbio, máxi-
24 H istoria de la fábula greco-latina

m a, dicho»: cf. po r ejemplo Pindaro, N . IX 6, Esquilo, Siete 218,


etcétera.
Vemos que tan to μύθος com o λόγος tienen un sentido m ás
am plio que α ίνος, pues se refieren a cualquier dicho o relato;
y que, com o α ίνος, son neutros en principio respecto a oposiciones
del tipo real / ficticio, m ito / fábula / anécdota / historia, etc.
La palabra α ίνο ς entró rápidam ente en decadencia: en el siglo vn
está su últim o florecim iento, luego no quedan de ella m ás que
pequeños ecos literarios. La «fábula» y géneros conexos pasan
a ser designados con los térm inos m ás genéricos μύθος y λόγος:
el prim er ensayo de crear una term inología relativam ente especiali­
zada, es decir, de usar α ίνο ς tendiendo a reducir esta palabra
a «fábula» (con inclusión de «proverbio» y «enigma»), queda ab a n ­
donado.
De los tres térm inos en cuestión μύθος es frecuente en H om ero,
donde no se aplica a la fábula por el simple hecho de que la
épica no adm ite la fábula. Luego el térm ino entra en una rápida
decadencia: no hay más que ver, por ejemplo, que en H eródoto
hay dos apariciones de μύθος y en Pindaro tres, frente a infinitas
de λόγος. Esta decadencia tiene dos aspectos. Por un lado, se
conserva aquí y allá el uso tradicional de μύθος, usó neutro al
que hem os aludido y que se refiere a todo relato, incluida la
fábula: hem os m encionado la referencia de Esquilo 139 N .2 a las
«fábulas libias» μύθων των Λ ιβ υσ τικώ ν y μύθος es llam ada la
fábula en Platon, Fedón 60 c, Alcib. 123 a, Pol. 272 d, en A ristóte­
les, M et. 356 b 11, etc. Por o tro lado, tiende a producirse una opo­
sición entre μύθος y λόγος, tem a del que volveremos a hablar.
Λ όγος aparece en la literatura griega desde H om ero, pero en
éste con una frecuencia infinitam ente m enor que μύθος y con
un sentido restringido: «palabras» pronunciadas en un diálogo
o discurso, no «relato» y sus derivados todavía. Así es aún en
H esíodo (salvo TD 106, m ito de las edades del m undo). Pero desde
el siglo vn em prende una rápida carrera, ocupando todo el espacio
sem ántico de μύθος, reducido ahora, com o decíam os, a un puro
residuo. A unque λόγος tiene, en realidad, un espacio sem ántico
m ás am plio decíam os arriba que la sinonim ia es parcial: λόγος
abarca tam bién el «cálculo», «proporción», «pensam iento», etc.
Λ όγος es al tiem po la form a y el contenido del lenguaje; el λόγος
de H eráclito, po r ejem plo, es al tiem po su o b ra y su doctrina
T erm inología de la fabula antigua 25

y la «ley» estructural del m undo y de su evolución, recogida en


su d o c trin a 14.
N ad a de extraño, en estas circunstancias, que la fábula pasara
a ser denom inada logos, com o hemos visto que ya sucedió en
A rquíloco y H eródoto y veremos que fue la norm al en Aristófanes
y los socráticos. Solo que con ese térm ino se carecía, aún en
m ayor grado que con α ίνος y μύθος, de u n a term inología precisa:
la fábula quedaba englobada con cosas infinitas. Ahí está, pensa­
m os, la raíz profunda de los nuevos intentos term inológicos del
siglo v, de que hablarem os a continuación. Pero antes hemos de
volver al problem a de la relación de μύθος y λόγος.
A partir del m om ento en que λόγος alcanzó su pleno despliegue
sem ántico, en los siglos vu y vi, es un sinónim o de μύθος, según
hemos dicho, para las acepciones que arrancan de «relato». Pode­
mos decir que λόγος es un térm ino negativo en la oposición :
es o lo contrario de μύθος («razón», etc., frente a «relato») o
idéntico a este térm ino. Sin em bargo, las cosas no quedaron aquí.
Según apuntábam os más arriba, no sólo el térm ino positivo μϋθος
decayó en frecuencia sino que ju n to a su uso tradicional surgió
otro que se oponía al de λόγος, dentro del com ún significado
«relato»: λόγος tendió a tom ar el sentido de «relato verdadero»,
μύθος el de «relato falso o ficticio».
A veces, ciertam ente, es difícil o im posible decidir si hay diferen­
cia de sentido en el uso de am bas palabras en un pasaje: se
ha discutido, por ejemplo, sobre el εό φ ή μ ο ις μύθοις καί καθα­
ροί σι λ ό γο ις de Jenófanes 1, 14. N o es m enos cierto que λόγος
ha m antenido con la m ayor frecuencia el uso neutro frente a
la oposición ficticio / no ficticio. L a expresión frecuente ά λ η θ ή ς
λόγος (y όρ θός, ο ΐκ ώ ς) dem uestra, de un lado, que λόγος se
asocia frecuentem ente con la noción de la «verdad», pero que
necesita de uno de estos adjetivos para expresarlo claram ente.
C on todo, hay ejemplos de la oposición m encionada. Los dos
únicos ejemplos de μϋθος en H eródoto están en contextos que
indican incredulidad respecto a que el N ilo nazca del Océano
(II 23) o a una supuesta aventura de H eracles en Egipto (II 45).
Los tres ejemplos de Píndaro se refieren a un m ito calificado
de Falso (O. I 29) y a palabras engañosas (TV. V II 23, V III 33).

14 Cf. «E l sistem a de H eráclito: estudio a partir del léxico», Em érita 41, 1973,
pp. 1-43.
26 H istoria de !a fábula greco-latina

En el prim ero de esos ejem plos pindáricos se dice precisam ente


que el m ito de Pélope es υπέρ τόν ά λαθή λόγον, «contra la verdad»,
traduciríam os. En Platón, Gorgias 523 a, Sócrates dice que Calicles
pensará que el relato sobre el destino de las alm as tras la m uerte
que va a hacer a continuación, es un μύθος, pero que él cree
que es un λόγος, pues lo que va a contar lo va a co n ta r com o
verdadero (ώς ά λ η θ ή ’ό ντα). M ás ilustrativo es el pasaje del propio
Platón, Resp. 376 e-377 a donde, tras afirm ar que hay λόγοι verdade­
ros y falsos, habla de los μύθοι que contam os a los niños, calificán­
dolos de m entira.
Sin d u d a esa im plicación de los conceptos de μύθος y λόγος
con los de verdad y m entira está en la base en la oposición platónica
entre μύθος, con referencia al m ito de Prom eteo, y λ ό γ ο ς 15r e s
la. base de la term inología de época helenística aplicada a lo que
nosotros llam am os m ito. A unque la fábula siguió, en general,
llam ándose λόγος en su sentido neutro.
Sucede, así, que el em pleo del térm ino λόγος para hacer referen­
cia a la fábula es neutro, no insiste en absoluto en su carácter
de realidad o ficción, puesto que abarca del relato histórico al
m ítico. Pero que cuando, a p artir de un cierto m om ento, se califica
a la fábula de μύθος, puede m antenerse, a veces, la antigua indife­
rencia del térm ino, m ientras que en otras ocasiones se hace alusión
al carácter fabuloso de la fábula, se la clasifica ju n to al m ito
y a los relatos poéticos en general. Μ ύθος llam a Calim aco, Iamb. IV
a su fábula coliám bica del laurel y el olivo; μυθία μ β οι, es decir,
«μύθοι yámbicos», es el título de las fábulas de Babrio. De μύθος,
decíam os, es sin duda una traducción el fabula de Fedro. Y μύθοι
denom ina a sus fábulas el reto r A ftonio, el mism o q u e 16 dice
que el μύθος (la fábula) es un λόγος falso que sim boliza una
verdad. Este térm ino μύθος se puso de m oda en la edad bizantina
(com o fabula en nuestra Edad M edia) : prueba de ello es su uso
en los epim itios de las dos colecciones bizantinas de Fábulas A nóni­
mas, la V indobonense y la A ccursiana, en oposición al uso de
λόγος en la colección antigua, la A ugustana.
Así, en definitiva μύθος es prim ero una denom inación neutral,
aunque rara, de la fábula, que la coloca al lado de cualquier
tipo de relato; luego, a p artir de la época helenística, la palabra

15 P latón, P rot. 320 e.


16 Prog. I, p. 59 W.
T erm inología de la fabula antigua 27

es «repescada» por una escuela que destaca la posición de la


fabula, com o género poético, al lado del m ito. N o que para los
que usan λόγος la fábula no sea ficticia: la palabra se usa, insisti­
m os, neutralm ente: logos es ahora un térm ino negativo frente al
positivo μύθος. A unque, por lo que respecta a la fase más antigua
a A ristófanes, hay que hacer algunas precisiones.
E n A ristófanes percibim os una doble tendencia : a) a calificar
a la fábula de λόγος oponiéndola precisam ente al térm ino μύθος;
b) n precisar esa denom inación con una referencia al género especial
de λόγος que la fábula representa. Es un ensayo term inológica
que sigue al antiguo, de, H esíodo y A rquíloco, que se apoyaba
en αίνος. ' ·
C ada vez que A ristófanes cuenta una fábula y le d a una denom i­
nación, habla de λόγος. C oncretam ente: en Paz 129 ss. (έν το ΐσ ιν
Α ισ ώ π ο υ λό γο ις, fábula del águila y él escarabajo), en Aves 1258
(λόγον ά σ τεϊο ν), en Avispas 1399 (λόγον χα ρίεντα , Esopo y el
perro): igual que A rquíloco y H eródoto, pues, por no hablar
de autores posteriores. O tra alusión a fábulas es sin d u d a Pluto
177. Del contexto se deduce tam bién que Avispas 1182 s. «El ratón
y la com adreja» es un λόγος, no un μύθος. Es notable que, en
cam bio, μύθος se emplee dos veces (Lisístrata 781 y 806) para
referirse a dos historias m íticas, las de M elanión y Tim ón. Y
o tra más para la historia de la Lam ia, el m onstruo que asusta
a los niños (Avispas 1179). Y que cuando en el pasaje citado
de Paz, Trigeo alude a la fábula del águila y el escarabajo, calificán­
dola de λόγος, el niño interrum pa calificándola de ’ά π ισ το ν μύθον,
un μύθος increíble. O sea: A ristófanes, que conserva en Avispas
725 el uso arcaico, neutral, de μύθος (en un proverbio) sigue
usando λόγος tam bién neutralm ente, pero aisla la fábula de mitos
o historias fabulosas calificadas de μύθοι.
A este μύθος poco serio de personajes com o M elanión, Tim ón
o la Lam ia, a cuyas historias nosotros· llam aríam os fábulas o conse­
jas, se refiere o tra vez A ristófanes en Avispas 566 cuando, hablando
de las cosas que se contaban a los jueces para divertirlos, igual
que Filocleón pretendía divertir a los comensales con la historia
de la Lam ia, las clasifica en dos grupos: el de los μύθοι y el
de las gracias o chanzas de E sopo, las fábulas entre otras cosas.
Nos resulta evidente que, tras el intento de fijar el térm ino
α ίνος com o definitorio de la fábula en sentido antiguo, Aristófanes
protagonizó un nuevo intento; o que, al m enos, este nuevo intento
28 H istoria de la fabula greco-latina

estaba en el aire en sus tiem pos. Clasifica la fábula anim alística


com o λόγος y ciertas historietas o consejas com o μϋθος, por m ás
, que no deje de ver que ciertas fábulas son tan fabulosas que
alguien puede calificarlas de μϋθοι. Predom ina, pues, el uso neutro
de λόγος que engloba la fábula con los dem ás «relatos», tendiendo
a dejar aparte el m ito y lo fabuloso, al contrario de la o tra clasifica­
ción, helenística y posterior, que califica a la fábula de μϋθος.
Este intento de A ristófanes no prosperó. En nuestras colecciones
en traron diversos elem entos m íticos, precisam ente: tem as de P rom e­
teo, Herm es, etc., de carácter chistoso y com parables a aquellos
o tros; y anécdotas diversas, incluso históricas o pseudohistóricas.
Pero hemos de describirlo más despacio.

4. El nombre de Esopo y los nuevos ensayos terminológicos

Λ όγος, en A ristófanes, designa no sólo la fábula, sino relatos


diversos, ficticios o no, e incluso el proverbio, com o en el caso
de α ίνο ς: cf. el Ά δ μ ή τ ο υ λόγος en Avispas 1238. Por esta razón,
sin duda, no contento con separar un género ajeno llam ado μύθος
aun sin dejar de ver la dificultad de esa separación, buscó definir
más de cerca el λόγος fabulístico. N o fue éste, sin em bargo, un
em peño de A ristófanes, sino de toda su época : consistió, sim plem en­
te, en calificar la fábula com o «Esópica» o «de Esopo». Esopo,
sobre el origen de cuya leyenda hemos de hablar en II 3 y III
4, es colocado en el siglo vi: su nom bre es usado, a p artir de
entonces, para definir term inológicam ente la m ayor parte de la fá­
bula griega. A ristófanes, concretam ente, habla de «λόγοι de Esopo»
en los pasajes m encionados; otras veces, sin usar explícitam ente
el térm ino λόγος, cuenta sim plem ente fábulas com o narradas por
Esopo o com o sucedidos en que intervino Esopo, lo que es suficiente
p ara definir el género (cf. Avispas 1401, 1446, Aves 471).
C on esto, sin em bargo, no queda dicho todo. O tro intento
de definir la fábula emplea el térm ino γέλοιον «cosa de risa»,
«chanza»: en Avispas 566 se distingue, com o dijim os, entre los
μύθοι y Α Ισ ώ που τι γέλ ο ιο ν ; el λόγον ά σ τεΐο ν «relato divertido»
de Avispas 1258, relativo a la conversación en el banquete, es
precisado com o Α Ισ ω π ικ ό ν γέλο ιο ν ή Σ υ β α ρ ιτικ ό ν «una chanza
esópica o sibarítica». El « λό γο ς esópico» es precisado com o «chan­
za», pero se añade que hay no sólo chanzas esópicas, sino tam bién
T erm inología de la fábula antigua 29

de Síbaris. Se tra ta de un λόγος que mueve a la risa y que no


tiene por qué ser necesariam ente una fábula anim al, por m ás que
las fábulas anim ales contengan frecuentem ente elementos cómicos
y que este carácter sea destacado por los tratadistas an tig u o s17
y por el propio Fedro cuando calificó de ioci a sus fábulas (prol. I
7, etc.) H ay que recordar la existencia en las colecciones de anécdo­
tas chistosas diversas, así com o la atribución a Esopo, en la Vida
y en diversos autores antiguos, de toda clase de chistes y ocurrencias.
A hora bien, paralelam ente a la exclusión que hace Aristófanes
de ciertas consejas que hemos m encionado (pero no de mitos
etiológicos, cf. Aves 471 ss.), se ha pensado que quizá para él
las «chanzas esópicas» son anim alísticas y las «sibaríticas» son
anécdotas hum anas. En las com edias que hem os conservado de
Aristófanes, efectivamente, casi todo el m aterial «esópico» es anim a­
lístico m ientras que las dos historias en que hablan un sibarita
y una sibarita son anécdotas hum anas en que intervienen, precisa­
m ente, estos personajes. En una de ellas, el sibarita se cae de
un carro y un amigo le recom ienda que cada uno debe hacer
aquello que sabe; en la otra, la sibarita rom pe u n a vasija, que
la llam a a ju ic io ; y ella le dice que lo que debería hacer es com prarse
una venda. Están en Avispas 1427 ss. y 1435 ss., en idéntico am biente
orgiástico que fábulas arriba m encionadas: tienen igual carácter
chistoso, igual estructura. Pero son, insistimos, anécdotas hum anas.
A p artir de aquí, ya ciertos teóricos a n tig u o s18 d an una defini­
ción de los dos tipos de fábulas en el sentido indicado. Pero Ni/Jjgaard
ha hecho v e r 19 que para estas definiciones tardías de lo que era
la fábula esópica, sibarítica, líbica, etc., los antiguos no tenían
m ás m ateriales que nosotros y obtenían de ellos conclusiones excesi­
v a s 20. M ás verosímil es lo que dice Teón, Prog. 3: que se llam aba,
en un principio, fábulas libias, sibaríticas, frigias, cilicias, etc.,
a aquellas que com enzaban con «un libio una vez dijo...», etc.
Puede suceder que nuestras dos fábulas sibaríticas representen el
tipo general, conteniendo una anécdota hum ana, aunque ello no
es seguro: un sibarita bien podía tener ocasión de alguna m anifesta­
ción chistosa en relación con un anim al, com o Esopo en Avispas

17 Cf. S. Josifovié, col. 20 s.


18 A sí el escoliasta a A r., Aves 471.
19 Ob. cit., I, p. 475.
20 Cf. en igual sentido Hausrath, 1. c., art. «F abel», col. 1719.
30 H istoria de la fábula greco-latina

1401. Y ëh la fábula de l'a sibarita interviene un objeto inanim ado


tratad o com o anim ado, com o en m uchas fábulas de las colecciones
esópicas. A hora bien, lo que sí es seguro es que si en todas las
m enciones explícitas de fábulas esópicas en A ristófanes intervienen
anim ales (hay alusiones a cuatro fábulas), ello es pura coincidencia.
M ejor dicho, hay que observar que en Avispas 1446 ss. la fábula
del· águila y el escarabajo se coloca en el contexto de la defensa
que hace de sí mism o Esopo ante los delfios, cuando estos le
acusaron de haber robado una copa de oro del dios: es decir,
en realidad en dicho pasaje hay anécdota hum ana seguida de
una fábula de anim ales. Es absolutam ente seguro que otras anécdo­
tas en que interviene Esopo y que conocem os por la Vida o por
las colecciones, rem ontan al siglo v.
En todo caso, lo que resulta claro es que la to talid ad de la
tradición fabulística, incluidas anécdotas y m itos diversos, fue consi­
derada por D em etrio de F alero com o perteneciente a los Α Ισ ω π εΐο ι
λόγοι, nom bre que dio a su colección. Los intentos de separar
un género sibarítico o líbico o bien de separar la fábula de los
elem entos m íticos, no tuvieron éxito. Es el uso neutro de λό γο ς
el que prevaleció: así en Jenofonte, en A ristóteles, en M enandro
(Dysc. 634), en D em etrio, en las fábulas del P. Rylands, en las de
la A ugustana, en otras m ás: en general· en todas las en prosa,
C laro está, desde el m om ento en que el térm ino λόγος, aplicado
a la fábula en los prom itios de estas colecciones, iba en el contexto
de un título del tipo Α Ισ ώ π ειο ι λό γο ι, es claro que quedaba
lograda una definición.
Pero entonces, el resultado es este: para definir lo que es una
fábula esópica no queda o tra solución que estudiar el contenido
de las colecciones y rastrear, a través de él, cuál era la opinión
al respecto de D em etrio y sus continuadores. Para la época anterior,
la fábula, norm alm ente λόγος pero tam bién a veces μύθος, no
se distingue claram ente de otros géneros; ni siquiera hay distinción
entre fábulas anim alísticas y no anim alísticas de varios tipos.
U n pasaje significativo a este respecto es el de Platón, Fedón
6 0 c s s .: se refiere a un posible μύθος que hab ría podido hacer
Esopo relativo ä que el placer y el dolor van siem pre ju n to s;
pero a continuación se habla de τούς τού Α Ισ ώ που λόγους. Es
claro: hay uso indistinto, neutro, de λόγος y μύθος; y un m ito
etiológico que explica el po r qué D olor y Placer van siem pre
juntos, es considerado propio de Esopo. Sin alusión a Esopo Platón
T erm inología de la fábula antigua 31

construye un fábula de este tipo, «A bundancia y Pobreza», en


Banquete 203 b ss. Y otras m ás semejantes, cf. p. 416.
E ra, de todas form as, la expresión «λόγος de Esopío» o simple­
m ente λόγος la que predom inaba en el siglo iv a. C. : asi en Jenofon­
te, M em . II 7. 13 (τον του κυνός λόγον), en A ristóteles, Retórica II
20, etc. Este es el am biente con que se encontró su discípulo
D em etrio de Falero cuando, a fines de siglo, hizo la prim era
colección de fábulas, espigadas de los autores antiguos: la llamó,
com o ya sabem os, Λόγων Α ίσ ω π είω ν σ υναγω γή. Se im puso, en
definitiva, el uso de λόγος y la inclusión de la fábula entre los
géneros narrativos en general, precisándose tan solo p o r la pertenen­
cia a una colección de este tipo o po r la atribución de la narración
a Esopo. P or o tra parte, se fue creando una term inología, por
lo dem ás bastante imprecisa, que podía aplicarse a algunas fábulas,
sin que dejaran por eso de ser λ ό γο ι. Pero nunca llegó a haber
una conciencia clara, expresada en un térm ino propio, de que,
por ejem plo, la fábula de anim ales era un género particular.
Al tra ta r de definir la fábula hay que tener este hecho en
cuenta, tratan d o de obtener los elem entos com unes de las fábulas
de las colecciones, sean anim alísticas o no. Este carácter complejo
del género es, lo hemos visto, tradición antigua; dentro de esa
tradición la atribución a Esopo separó un sector, el que los au­
tores de las colecciones, aislándolo m ás o m enos claram ente
del m ito, la χρ εία , la m áxim a, etc., consideraron com o fábula.
N uestra concepción de la fábula com o puram ente anim alística
es m uy posterior todavía : tenem os que prescindir de ella si querem os
entender algo de la fábula antigua. Este es un género que se
define po r la presencia de m uchos rasgos, algunos de los cuales
pueden faltar aquí o allá; que se separa trabajosam ente de otros
géneros, con límites no bien definidos.
N uestro estudio de la term inología nos h a llevado a estas conclu­
siones. Y tam bién a ésta: en época helenística y rom ana el uso
alternativo de μϋθος y λόγος, que en un m om ento fue indiferente
y luego tendió a introducir una clasificación de los géneros que
no triunfó, im plica dos concepciones distintas de la fábula: como
unida a géneros de tipo realista y satírico (sin insistencia, de acuerdo
con el carácter de térm ino neutro de λόγος, en si es fictiva o
no fictiva), o com o unida a géneros m íticos, es decir, insistiendo
en el carácter fictivo. Realm ente, la fábula se prestaba a ambas
interpretaciones.
32 H istoria de la fábula greco-latina

II. D e f in ic ió n de la fá bu la g r e c o - l a t in a

1. Ojeada general sobre las colecciones de fábulas greco-latinas

C om o hem os dicho, si querem os definir qué es la fábula, no


hay o tra solución que circunscribir esta pregunta a límites más
estrechos : buscar qué entendían por fábula los redactores de coleccio­
nes de fábulas de tal o cual fecha; en nuestro caso, los de las
colecciones de fábulas greco-latinas. A partir de un exam en de
las m ism as, se pueden extrapolar algunas conclusiones.
Pues, com o hemos anticipado, nuestra idea de la fábula
com o un género anim alístico procede de ciertas colecciones de
época m oderna: las de L a F ontaine, Iriarte y Sam aniego, entre
otras. Efectivam ente, estas colecciones crearon, a p artir de los
siglos XV II y X V III, la idea m oderna de la fábula.
Pero no es así en las antiguas colecciones, a las que aquí
nos referim os. Pues pese a la tendencia a la separación entre
la fábula anim alística y la anécdota, cuento, novela, m áxim a, chiste,
etc. etc., la verdad es que en las antiguas colecciones que han
llegado h asta nosotros todos estos elem entos aparecen m ezclados
con la fábula anim alística. Así ocurre en Fedro, Babrio y las
Fábulas A nónim as griegas, las tres colecciones m ás extensas que
han llegado hasta n osotros; y así ocurre en otras colecciones m eno­
res: por ejem plo, en la del llam ado Sintipas. Y así ocurría, sin
duda, a juzgar por lo que podem os inducir, en la más antigua
colección de fábulas griegas, fuente de las posteriores griegas y
latinas: la de D em etrio de Falero, de fines del siglo iv a. C.
D em etrio de F alero lo que hizo fue, sim plem ente, recoger,
poniéndolas en prosa, una serie de fábulas que los escritores griegos
usaban aisladas, com o ejem plo: ya hemos apuntado esto y estudia­
rem os el tem a con toda detención m ás adelante. Si en su colección
reunió m aterial que desde el punto de vista de quienes consideran
fábula solo la fábula de anim ales es heterogéneo, ello quiere decir
que p ara él (y p a ra los antiguos en general) el concepto de fábula
era m ás am plio: ya lo hemos visto. Que de alguna m anera se
hallaban lazos de unión, coincidencias, entre la fábula anim alística
y las otras «fábulas» a que hemos aludido. H ay que pensar que
D em etrio de F alero no im provisa ni carece de autoridad. En unión
de otros peripatéticos com o Teofrasto, D icearco, A ristóxeno, Came-
T erm inología de la fábula antigua 33

leonte, H eraclides Póntico, etc., continua la obra de Aristóteles


com o fundador de la H istoria de la L iteratura griega. Está, al
tiem po, dentro de una corriente, m uy en boga entre los peripatéti­
cos, de reunir en colecciones piezas literarias y docum entales que,
hasta entonces, perm anecían aisladas o form aban parte de obras
más extensas. C rearon, por decirlo en una palabra, nuevos géneros :
los géneros antológicos. Teofrasto, por ejem plo, recogió las opinio­
nes de los filósofos presocráticos (Φ υσικώ ν δόξαι); D em etrio publi­
có, a más de las fábulas, una colección de χ ρ εΐα ι o anécdotas
con un «bon mot» o una sentencia punzante e incisiva al final;
Dicearco y Clearco refranes, etc. Por tan to , si con el nom bre
de «Colección de fábulas esópicas» (Λόγων Α ίσ ω πείω ν συναγω γή)
D em etrio reunió un m aterial que luego siguió ocupando sucesivas
colecciones, es que ese m aterial era visto por él com o en cierto
m odo hom ogéneo. Cf. más detalles en II 6. En las colecciones pos­
teriores entran, de resultas de esa concepción unitaria, nuevas fábu­
las tanto anim alísticas com o no anim alísticas.
Esto se refiere tam bién a las colecciones medievales, incluso
a aquellas, de origen o influjo oriental, en que las fábulas se
enlazan en un m arco que las presenta com o relatadas por un
filósofo a un rey, por un padre a un hijo, por una m ujer a su
m arido, etC; En colecciones com o la Disciplina Clericalis de Pedro
Alfonso, com o el Calila e Dimna (derivado com o se sabe del
Pañcatantra indio), com o el Libro de Sindibad (el Libro de los
engaños e asayamientos de las mugeres, en castellano), el Conde
Lucanorde don Juan M anuel, etc., lo anim alístico y lo no animalísti-
co aparecen mezclados. Cierto que a veces se crean colecciones
especializadas que se dedican al cuento y la novela: tales Las
M il y Unas Noches, los Cuentos de Canterbury, el Decameron,
el Heptamerón, etc. Pero son eso: especializaciones, no distintas
de otras de la A ntigüedad, a partir de una concepción amplia
de la fábula.
E sta indistinción original se basa en que la fábula anim alística
y estas otras subespecies desem peñaban, evidentem ente, una función
paralela si no idéntica al uso de la fábula com o «ejem plo», que
es anterior, com o sabem os, a las colecciones. Así, A rquíloco incluye
en sus Epodos una serie de fábulas anim alísticas que atacan y
satirizan a sus adversarios. Licam bes, el noble de Paros que ha
abusado de A rquíloco al negarle el m atrim onio de su hija N eobula,
que previam ente le había ofrecido con ju ram ento, ha de escuchar
34 H istoria de la fábula greco-latina

la fábula del águila y la zorra: tam bién el águila abusó de un


ser débil, la zorra, y sufrió luego el castigo. Los am biciosos e
inútiles nobles de Paros son satirizados en la figura del m ono;
la vieja y lujuriosa N eobula de tiem pos posteriores, en la del
león viejo que atrae a los anim ales a su caverna con engaños.
Pero ahí está la zorra, encarnación del poeta, taim ado y sarcástico,
que triunfa del águila, del m ono y del león. Pues bien, a lo que
íbam os: otro de los epodos no utiliza para este fin fábulas de
anim ales, sino la anécdota del adivino Butusíades que presenta
sus profecías al pueblo m ientras unos ladrones están desvalijando
su casa: ¿cómo va a adivinar lo de otros, si no adivina lo suyo?
Esta anécdota del adivino fue recogida po r D em etrio en su colección
igual que las fábulas del águila, el m ono o el león: su presencia
en la m ás antigua de las colecciones de Fábulas A nónim as, la
A ugustana (H . 170), no se explica de otro m odo.
Este es un solo ejem plo: verem os m uchos m ás. Pero tan dem os­
trativ a com o la inclusión en las colecciones de un a anécdota h u m a ­
na, es la presencia en las m ism as de narraciones de carácter m ítico,
o antiguas o inventadas. U na narración antigua es el tem a de
H esíodo ( Trabajo y Días 54 ss.) d e que Zeus entregó a los hom bres
un a tin a ja llena de bienes: P andora, la prim era m ujer, la abrió
po r curiosidad, po r lo que los bienes se escaparon y solo quedó
la Esperanza. Pues bien, encontram os esta narración en la fábula
58 de B abrio, solo que el a u to r del desaguisado es genéricam ente
«el hom bre». H ay que opinar, sin duda, lo m ism o que en el
caso de «El adivino».
O tras veces to d o indica que la fábula no anim alística es de
nueva creación. Así la de «H eracles y Pluto», que hallam os en
la A ugustana (H . 113), en F edro (IV 12) y en la colección del
P. Rylands, escrita seguram ente en el siglo i d. C. (aunque de origen
anterior). La fábula es bien sim ple: H eracles ha recibido la ap o teo ­
sis, subiendo al O lim po; y al encontrar allí a P luto, el dios de
la R iqueza, no quiere saludarlo porque, dice, allá abajo en la
tierra le había visto siem pre tra tan d o con los m alos. H ay preceden­
tes clásicos: el tem a hesiódico de los dos cam inos, el de la virtud
y el vicio, pero, sobre to d o , su m odificación por P ró d ic o 21 en
el tem a de H eracles cuando elige la virtud frente a las tentaciones
del vicio. A p a rtir de aquí se dio, sin du d a por o b ra de un escritor

21 N u estro testim on io es Jenofonte, M em . II 21 ss.


Term inología de la fábula antigua 35

de la escuela cínica, un paso m ás: se crea la fábula que enfrenta


a H eracles, el prototipo del sufridor héroe cínico, a la Riqueza,
su m ayor objeto de abom inación.
C om o puede verse fácilm ente, hay un problem a de límites :
esta fábula, com o tantas otras, podría ser considerada com o un
m ito. Pero estos m itos creados con intención crítica o satírica
y que engloban a dioses populares com o H eracles, Herm es, Prom e­
teo, etc. y a abstracciones m uy de m oda en las filosofías helenísticas
com o pueden ser F o rtu n a, R iqueza, Verdad, etc., son considerados
com o paralelos a la fábula anim alística. C on frecuencia entran
en ellos anim ales, por lo dem ás. Pero, aunque no entren, sus
tem as son la explicación de la conducta hum ana, la represión
y crítica, la exhortación : siem pre en circunstancias concretas de
la vida de todos los días. En las colecciones, claro está, se pierde
la aplicación inm ediata: pero el espíritu es el mismo.
Así, las antiguas colecciones patentizan que nos hallam os ante
un género único, aunque tenga sus subdivisiones; y nos dan luz
p a ra penetrar en su historia anterior. Este género único es el de
las que son llam adas «fábulas esópicas», al que ya nos hem os refe­
rido. Es el nom bre que dio a su colección D em etrio, el que figura
en la A ugustana y dem ás colecciones anónim as griegas (aunque,
ya lo hem os dicho, las de edad bizantina hablan de μϋθοι en
vez de λόγοι). Fabulae Aesopiae se titulan las fábulas de Fedro,
aunque en algún lugar (IV, prólogo, v. 11) distinga entre fabulae
Aesopi (es decir, traducidas de los m odelos esópicos griegos) y
fabulae Aesopiae (fábulas propias, inspiradas por lo dem ás en aque­
llos). A E sopo se refiere tam bién Babrio en sus dos libros y Μ υθίαμ-
βοι Α Ισ ώ π ειο ι son llam adas sus fábulas en el título que les d a
el m anuscrito del A tos, el único que las transm ite. La referencia
a Esopo es constante igualm ente en otras colecciones.
P or o tra parte, la Vida de Esopo que nos ha transm itido la
A ntigüedad está llena no solo de fábulas anim alísticas, sino de
anécdotas, m itos, chistes, soluciones de «problem as», sentencias,
novelitas eróticas y dem ás elem entos propios de las colecciones.
M ás todavía : a Esopo atribuyeron diversos escritores antiguos
m áxim as que Perry ha recogido22. A unque la tendencia a la distin­
ción entre al m enos dos géneros esópicos se ve en el hecho de
que un m anuscrito de M oscú contenga u n a colección de m áximas

22 B. E. Perry, Aesopica, U rbana 1952, p. 245 ss.: A esopi quae feruntur sententiae.
36 H istoria de la fábula greco-latina

atribuidas a Esopo, que igualm ente ha editado P e rry 23. H ay que


recordar tam bién · " intentos, por lo dem ás fracasados, de clasificar
las fábulas en varios tipos de acuerdo con enunciados com o fábulas
líbicas, sibaríticas, etc.: intentos que vienen de la m ism a A ntigüe­
dad.

2. Definiciones antiguas de la fábula

El estudio sobre la term inología de la fábula m ás los datos


precedentes, que por supuesto deberán ser considerablem ente am ­
pliados, nos perm ite e n trar con cierto conocim iento de causa en
las definiciones antiguas y m odernas de la fábula y, en últim o
térm ino, en el estudio, en definitiva, de lo que hoy podem os pensar
acerca de su definición.
Prescindiendo de los intentos ya señalados de establecer una
diferencia entre fábula esópica, sibarítica, líbica, etc., intentos que
según hemos dicho se basan más en conjeturas que en datos,
los antiguos consideraron la fábula com o un género unitario, sin
prestar dem asiada atención a la diferencia entre fábula anim alística
y no anim alística. En un autor com o A ristófanes, de o tra parte,
ya hem os visto que lo «esópico» está separado de un dom inio
m ás am plio, por o tra parte no bien diferenciado, en el que se
habla sim plem ente de λόγοι y, ocasionalm ente, de λόγοι sibaríticos ;
y que, por lo dem ás, a Esopo se le atribuían no solo λό γο ι,
fábulas, sino tam bién γελοία , térm ino bajo el cual pueden englobar­
se :bien fábulas bien simples chistes.
Es decir, en época clásica el concepto de fábula es tan vago
y tan vasto com o en las colecciones : nada extraño, pues si sus
autores (D em etrio en prim er térm ino) no hubieran participado
de ese concepto, no habrían orientado su recogida de m ateriales
com o la orientaron. Este am plio y vago concepto es el que, com o
queda señalado, debe ser objeto de nuestra definición. Pero no
sería justo que dejáram os de d ar algunos precedentes sobre la
definición de la fábula, aunque no sea más que para ver qué
es lo que tienen de enriquecedor para el conocim iento que hasta
aquí :hem os ganado y qué :lagunas presentan, lagunas que hemos
de intentar subsanar.

23 Oh. cit., p. 261 ss.


Term inología de la fábula antigua 37

En la A ntigüedad son los retóricos quienes teorizan sobre la


fábula ÿ tra ta n , por tanto, de definirla. Estas definiciones están
influidas por sus propios intereses intelectuales ÿ de escuela y
pecan, de o tra parte, de la tendencia tan general com o errónea
a buscar definiciones simples ÿ em pobrecidas de lös géneros litera­
rios. Son más bien definiciones a priori, sacadas de urta generaliza­
ción precipitada y extendidas luego indebidam ente.
El prim ero que se ocupa de la fábula para definirla es Aristóteles
en su Retórica II 20. Distingue, dentro de las κ ο ινα ί π ίσ τε ις o
argum entos retóricos com únés a todos los géneros, el· ejemplo
ÿ el entim em a: dentro del prim ero, el ejem plo sucedido y el ficticio;
y dentro dé ésté, por fin, la parábola y los logoi, ya esópicos
ya líbicos: es decir, la fábula. Véase cóm o, p ara com enzar, para
A ristóteles la fábula es Un ejem plo, punto de vista que coincide
con el papel de la fábula en la litératurá anterior a las colecciones,
según hem os visto.
N o coincide, en cam bio, más que m uy parcialm ente Aristóteles
con la praxis de ía época en otros puntos:
a) Las dos fábulas qúe da son ánim alísticas : im plícitam ente,
parece reducir la fábula a este tem a. En realidad, él suceso o
anécdota histórica (com o las dos que da de D áríó y Jerjes), Solo
en raras ocasiones entra eh las colecciones dé fábulas, pero éntra
tam bién. P o r otro lado, A ristóteles no se refiere a anécdotas ficticias,
que sí entran en las colecciones. O seá: el teniá anim álísticó se
hace obsesivo, A ristóteles, sin decirlo explícitam ente, restringe en
exceso la fábula.
b) La fábula y demás argum entos retóricos son p ara Aristóteles
instrum entos de persuasión. En realidad, éste es el p a p e r más
frecuente de la fábula, peró desde luego no él único. Lás fábulas
etiológicas, por ejemplo, son sim plem ente explicativas: una explica,
por ejem plo, el por qué del m oño de la abubilla. A unque secundaria­
m ente pueden tener una interpretación im presivá : ciertas m alform a­
ciones o lim itaciones de lós anim ales se deben a haber pretendido
cosas co n tra la naturaleza, luego... Pero tam bién en las fábulas
ño etiológicas la interpretación im presivá es, a veces, secundaria
o forzada; ó bien am bas interpretaciones coexisten. Són frecüentísi-
mos los epim itios del tipo Ó μϋθος δ η λ ο ΐ «la fábula enseña»,
que sim plem ente describen cóm ó es el acontecer del hiühdo, aunque
de ello puedan deducirse, a veces, consecuencias p árá la conducta.
O sea : A ristóteles, exjalicita o im plícitam ente, reduce la fábula
38 H istoria de la fábula greco-latina

a lo ficticio, lo anim al y lo impresivo. Rasgos im portantes com o


el de la com icidad, la crítica, las características de la acción, etc.,
se le escapan. Y se le escapan tam bién una serie de excepciones,
a veces im portantes.
D espués de A ristóteles, teorizan sobre la fábula diversos autores
de Progymnasmata y otros tratad o s retóricos, de una parte; algunos
fabulistas, de otra. H ablem os de unos y de otros.
C on alguna excepción com o la de Isidoro 24 los dem ás tratadistas
retiran tácitam ente la exigencia de que la fábula sea de anim ales.
Insisten, eso sí, en su carácter ficticio. Teón y A fto n io 25 repiten
literalm ente que la fábula o μύθος es un λό γο ς ψ ευδής είκ ο νί^ ω ν
ά λ ή θ εια ν, un relato ficticio que es im agen o alegoría de una
verdad. N ótese que aquí hay una segunda diferencia respecto a
A ristóteles: la «verdad» de que ah o ra se habla es un concepto
m ucho m ás am plio que el de la exhortación en el sentido que
sea. En la exhortación, sin em bargo, insisten otros autores, al
tiem po q u e e n el carácter ficticio : así F iló stra to 26, G e lio 27, H erm o­
genes28. G elio, por su parte, añade otro rasgo m ás: el carácter
festivo y delectable de la fábula.
Este se encuentra presente, sobre todo, en F edro, que pone
de relieve, de o tra parte, un rasgo im portante de to d a la fábula:
su carácter de crítica, y de crítica encubierta. Las fábulas son
ioci, esto es, burlas; m ueven a la risa (I prol.); buscan corregir
el erro r de los m ortales (II prol. 1-7). M ás term inante es III
prol. 33 ss. : fue la tiranía la que obligó a disfrazar la verdad con
burlas y h u ir así de represalias. Esopo habría co n tad o sus fábulas
a los atenienses durante la tiranía de Pisistrato po r ese m otivo
(I 2 ss.).
Es realm ente im portante, com o se ve, la aportación de F edro
a la teoría de la fábula; aportación no com prendida po r los m oder­
nos en todo su interés. Los antiguos, po r su parte, aluden com o
m ucho al atractivo, el engaño de la fábula para lograr la persuasión.
En cuanto a B abrio, en sus dos prólogos parece considerar la
fábula, m ás que o tra cosa, com o un ejercicio literario, un grato

24 E tym . I 40.
25 T eón, P rogym n. 3 en Spengel, Rh. Gr. II 72 ss.; A fto n io , Progym n. 1, ibid.,
p. 21.
26 Vit. Apoll. V 14.
27 II 29, 1.
28 P rogym n. 1 Rabe.
T erm inología de la fábula antigua 39

pasatiem po : el hecho de que deje algunas fábulas sin epim itio, con­
firm a este punto de vista, últim o estadio de una evolución que ale­
ja b a al género de su sentido natural. A unque no -para siempre:
otras colecciones, otros autores, m antuvieron el carácter de ejem­
plo entre exhortativo y crítico que la fábula ha tenido desde Hesío­
do (y aun desde Sum eria) hasta hoy mismo.

3. Definiciones modernas de la fábula

Si, dando un gran salto, nos trasladam os a época m oderna,


encontram os definiciones que no satisfacen m ás, a veces menos
en realidad, que las antiguas. Pero la tendencia es la m ism a:
establecer un tipo simple y bien definido, cerrando los ojos ante
las fábulas que no se ajustan o bien declarándolas no-fábulas.
Tras citar, para que se vea hasta qué punto decayó el conoci­
m iento del concepto de fábula en general después de F edro, a
H ausrath, que nos dice que es «sabiduría práctica de la vida presen­
tad a en form a sencilla»29, detengám onos en Perry, uno de los me­
jores conocedores del género.
E n su libro Aesopica, que po r fuerza hem os de utilizar a cada
paso y que fue editado en 1952, señala en el prólogo, p. IX:
a) L a fábula es ficticia obvia y deliberadam ente, pero señala
excepciones. Así H. 65 «Diógenes paseando», que sería una χ ρ εία :
es en realidad una anécdota que concluye, com o es frecuente,
con una frase punzante; no añade ningún rasgo nuevo a la de
Esopo m ordido por el perro (en A ristófanes). H ay otras semejantes.
O tra excepción es la anécdota histórica, así la de Fedro IV 23
(naufragio de Simónides). E n realidad estas dos fábulas pertenecen
al m ism o tipo, su historicidad es d udosa pero no su función fabulís­
tica; y el que sean históricas o no, no es lo esencial.
b) La fábula se refiere a una acción particular que sucedió
una vez, a diferencia de narraciones com o las del Physiologus
o com o los símiles hom éricos. A quí hay que apostillar que una
fábula com o H. 120 «El castor» n a rra lo que hace este anim al
cuando es perseguido : no en una ocasión, siempre.
c) La fábula debe narrarse no de por sí, sino con intención
m oral, parenética o personal. Ya hem os indicado que no siempre

29 « D a s Problem der A esopischen F abel», N eue Jahrb. 1, 1898, p. 328.


40 H istoria de la fábula greco-latina

hay parénesis. P or ejemplo, en Bab. 58, tem a de Zeus y el tonel


de P andora, hay una simple explicación de la rareza de los bienes;
en H. 243 «Los hijos del m ono», del hecho de que el hijo más
cuidado del m ono sea precisam ente el que m uere, no se saca
o tra conclusión que la del poder de la F o rtu n a. Y a hem os insistido,
de o tra parte, en las transiciones e n tre lo s puntos de vista explicativo
e impresivo.
N o cabe du d a de que, si se añadiera el predom inio de los
tem as anim ales y la frecuencia de la sátira y crítica, Perry habría
dado los rasgos centrales de las fábulas de las colecciones. H em os
hecho notar, sim plem ente, que existen excepciones. Y añadim os
que hay tem as no tocados: relaciones de fábula y alegoría, m áxim a,
etcétera..',',.
Pasam os con esto a la definición de la F áb u la por N ^jgaard
en el tom o I de su libro,
N^jgaard* centrándose sobre todo en la A ugustana, tra ta de
estrechar m ás la definición de la fábula, llegando a negar el carácter
de fábula a m uchas que no se ajustan a su definición. La estrechez
de su punto de vista se debe, de u n a parte, a ese ceñirse a la |
A ugustana de que hem os hablado (aunque al ocuparse en el tom o II
de F e d ro y Babrio vuelve a elim inar com o no-fábulas las de los
tipos discrim inados antes en el tom o I); Pero tam bién a qué intenta
trazar líneas claras y tajantes entre la fábula, de un lado, y, de
otro, ya géneros establecidos por los antiguos (símil, alegoría,
m áxim a, etiología, m ito, etc ), ya otros «m odernos» (anécdota,
«fabliau», cuento m aravilloso, novela, etc,). N o parece ser c a p a /
de aceptar la noción de u n a zona m arginal o la pertenencia sim ultá­
nea de una narración a dos géneros, según las circunstancias en
que aparezca. O el hecho de que ciertos géneros no son universales,
no existían p ára los antigúos.
La fábula es, dice 30 «un relato fictivo de personajes m ecánica­
m ente alegóricos con una acción m oral de evaluación». Definición
terriblem ente estrecha. M enos m al que acepta com o fábulas, aunque
sea «simplificadas»* aquellas en que interviene un solo personaje,
sin que haya conflicto (por ej., H. 82 «Las moscas» : las m oscas
quedan cogidas en la miel y se lam entan). Pero no sería una
fábula, p o r ejem plo, H. 202 «El asno, el cuervo y el lobo» (el
lobo se lam enta de que el pastor se ría dé que el cuervo dé

30 Ob. cit., I, p. 138.


T erm inología de la fábula antigua 41

picotazos al asno y éste rebuzne). Ni tantísim as más. M al m étodo


es este de definir en form a estrecha y arb itraria y luego elim inar
todo lo que no se ajusta á la definición. Y m ás si éri ésa definición
faltan, precisam ente, rasgos esenciales de la fábula, Ö sobran rasgos
que pueden ser frecuentes, pero no indispensables.
N otam os, sobre todo, qué falta toda alusión al carácter satírico
y crítico, que es frecuentísim o en la fábula. P or otra parte, el
mism o N ^jgaard concede que el carácter ficticio puede tener excep­
ciones en fábulas com o la de Diógenes (H. 65) y las dé «H istoria
N atural»: y que tam bién falta a veces el conflicto. A ñadam os
que las palabras «acción moral» y «evaluación» constituyen genera­
lizacionesinadm isibles. C on frecuencia, según hem os dicho, la
fábula se ocupa de describir cóm o son las cosas, el resultado
dé las acciones hum anas; y más desde puntos de vista críticos
y prácticos que otra cosa. Existe lá fábula m oralista, pero no
es el centro de las colecciones, Siempre ha sido un elem ento más
bien m arginal.
Lo m ás grave es que, después de todo esto, Nçijgaard cree
justificado el proceder que arriba adelantam os, de negar a ciertas
fábulas de las Colecciones el carácter, precisam ente, de fábulas.
A cepta, por ejemplo, una posición realista Cuando se niega a Contra­
poner fábula y alegoría porque la fábula, Como otros géneros,
puede ser alegórica; tam bién parece negarse a distinguir entre
fábula y p a rá b o la 31. Pero bien en térm inos generales, bien hablando
de la A ugustana, de F edro o de B a b rio 32, Ñ ^jgaard hace úna
serie de separaciones del·tipo de las que hemos m encionado.
Piensa, por ejem plo33, que la etiología es el género más
fácil de distinguir respecto a lá fábula y no se d a cuenta de que
presenta rasgos com unes con el tipo central de ésta: tem a de'
la naturaleza, sátira, etc. Sepára tam bién el m ito y similares (por
ejem plo, F edro III 17, los árboles bajo la tutela de diferentes dio­
ses), la im agen alegórica (por ejem plo F edro 1 7 «L a zorra y la
m áscara»), el «cuento m aravilloso» (por ejemplo Ch. 79, tem a del
águila agradecida; Fedro, App. 14 «Juno, Venus y la gallina»), la
anécdota (la de Tiberio en Fedro II 5; Bab. 2, el hom bre que per­
dió el pico; Bab, 4, el pez chico que se escapa de lá red; etc.). Ha-

31 Cf. ob. cit., I, p. 52 ss.


32 Cf. ob. cit., I, pp. 48 ss. 141 ss., II, pp. 120 ss., 329 ss.
33 Ob. cit., I, p. 103.
42 H istoria de la fábula greco-latina

bla incluso de «fabliau» a propósito de H. 86, historia de los dos


escarabajos en conexión con el tem a om nipresente de la naturaleza;
y de «novela anim al», calificación que por razones no claras da a
H. 117 «El cazador y la víbora» (el cazador que pretendía cazar al
tordo, es m uerto por la víbora»).
E n realidad, N ^jgaard separa fábulas que presentan, en su
opinión, rasgos diferenciales que, con m uchísim a frecuencia, sería
fácil, sin em bargo, encontrar en m uchas fábulas del tipo m ás no r­
mal. Inversam ente: ignora la presencia en estas supuestas no-fábulas
de elem entos absoluta y claram ente fabulísticos, tan to de form a
com o de contenido. O curre solam ente que es ingenuo tra ta r de
definir un género literario por unos poquísim os rasgos que se
pretende que estén siem pre presentes todos a la vez. Los rasgos
son m ás num erosos y pueden faltar unos u otros. H ay siem pre
un «núcleo» del género en que coinciden los rasgos de m áxim a
frecuencia; y «m árgenes» en que faltan algunos e intervienen, oca­
sionalm ente, otros de géneros próxim os.
N o ve, por o tra parte, Nçijgaard cóm o funciona al contexto,
sea el de la o b ra de un a u to r o bien una colección de fábulas,
para convertir en fábula un relato que, alternativam ente, podría
figurar com o anécdota, relato de H istoria N a tu ral, etc. Desde
el m om ento en que estos relatos ilustran una situación, explican
o preveen el desenlace de la m ism a y tratan , a veces, de influir
en un «prim er térm ino», se convierten en fábulas.
En realidad, la principal aportación de N ^jgaard es una buena
descripción del tipo m ás frecuente de fábulas de la A ugustana,
en cuanto a contenido y form a. Pero aun en esto su proceder
es en exceso selectivo. Su m ayor defecto es no ver que cualquier
narración ficticia o no, sea hum ana, anim al, m ítica, de H istoria
N atu ral, etc., etc., se convierte en fábula cuando sirve p ara ilustrar
un «prim er térm ino». En las colecciones se hace referencia a ese
prim er térm ino m ediante el epim itio: de ahí el proceso de la «fabuli-
zación», de conversión en fábula de tem as diversos, que estudiare­
mos. N o ha visto tam poco que existe en térm inos generales una
restricción para los tem as de la fábula: su inclusión dentro del
dom inio de lo cóm ico, satírico, irónico, etc. N i que, si el núcleo
de la fábula es fictivo, anim alístico, sim bólico, evaluativo y se
refiere a un suceso único, uno u otro de estos rasgos puede faltar
aquí o allá.
T erm inología de la fábula antigua 43

4. Más datos para la definición de la fábula

En lo que precede queda claro ya cuál esnuestra posición


sobre la definición de la fábula: definición que, com o decíamos,
hay que establecer a p artir de las colecciones.
P or m ás que estas no sean en principio o tra cosa que eso:
colecciones de fábulas anteriores que servían de «ejemplo» en un
contexto am plio; con la m áxim a frecuencia, es decir, con excepción
de colecciones que han introducido una intención diferente, presen­
tan claram ente huella del hecho central de que la fábula es eso,
un segundo térm ino, un ejemplo al servicio de un prim er térm ino.
Es luego una cuestión de pura descripción la de ver los rasgos
com unes o m ás frecuentes de las fábulas de colección dentro de
ese hecho inicial fundam ental.
Las fábulas-anécdota son las que m ejor conservan en las colec­
ciones las huellas del prim er térm ino. U na fábula com o «Esopo
en el astillero» (H. 8) contiene:
a) Prim er térm ino : Esopo se burla de los obreros del astillero
y estos le preguntan la causa.
b) T ransición: Esopo cuenta una fábula (ό ΑΥσωπος έλεγε).
c) Segundo térm ino: fábula:
1. Situación: solo había caos y agua.
2. A cción: diálogo Zeus / tierra, esta sorbe el agua.
d) Prim er térm ino: palabras de Esopo a los obreros («si sorbe
por tercera vez, vuestro oficio va a ser inútil»).
A quí falta el tercer elem ento de la fábula: la conclusió
en cam bio las palabras de Esopo van seguidas de un epimitio,
que viene a ser un duplicado. En H. 63 «El o rad o r Démades»,
sucede exactam ente lo mismo.
Es más frecuente, en las colecciones, que la fábula esté com pleta
y vaya seguida del epim itio, única huella del prim er térm ino:
da la aplicación de la fábula a la realidad. Así, por ejemp
en la A ugustana. Pero esta no es la única posibilidad. En el
P. Rylands el prim er térm ino está representado p o r un prom itio:
«Al rico que es un m alvado se refiere esta fábula» («Heracles
y Pluto»); «A los que tratan bien a los dem ás, pero m al a los
amigos se refiere esta fábula» («El pastor y las ovejas»). El «cierre»
final o la simple conclusión de la acción (así en «L a golondrina
y los pájaros») ha de aplicarse, pues, tácitam ente, a un prim er
44 H istoria de la fábula greco-latina

térm ino. Pero tam bién existe, a veces, una doble referencia, inicial
y final, al prim er térm ino. Asi, por, ejemplo, en A ftonio, en cuya
colección títulos com o el de 16 «F ábula de los toros, que incita
a la concordia» funciona com o un pro m itío. concluyéndose con
un epim itio: «Así la concordia es salvación para los que la siguen».
En Fedro encontram os fábulas de los tres tipos: con prom itio
(1 3 , 9 etc.); con epim itio (I ÍO, 14, etc.); con prom itio y épim itio
(III 10, IV 5, etc.). Solo secundariam ente, según hemos dicho,
se escribieron fábulas de colección sin prom itio ni epim itio: así
m uchas m as de Babrio y A viano. Y es notable que la tradición que
pesaba sobre la fábula era tan fuerte, que secundariam ente sé añ a­
dieron m ás epim itios por obra de redactores anónim os dé edad me­
dieval.
N o vam os a tra ta r aquí a fondo el tem a del origen del epim itio
y el proniitip, que ha sido objétp de abundante bibliografía y
sobre el que hem os de insistir a propósito de la colección de D em etrio
(II 6). Pero a Gualquierá lé resultará claro que, cualesquiera hayan
sido las vicisitúdes dé estas partes. de las fábulas de colección,
representan en realidad un últim o resto dé los prim eros térm inos
de la fábula-ejem plo de edad clásica (continuada, por lo dem ás,
en autores de edad posterior). Conviene qué veamos esto Un poco
m ás despacio, p ara luego insistir en Otro pu n to : qué, dentro de
este rasgo general de «segundo térm ino» que tiene la fábula, han
intervenido desde pronto y gradualm ente otras restricciones que
han contribuido á definir el género.
Veamos, para com enzar, el Epodo I de A rquíloco, dirigido contra
Licambes, el noble de Paros que había agraviado al poeta negándole
la boda, antes prom etida, con su hija Ñ eobula. Los elem entos
son:

a) Prim er térm ino: A taque contra Licam bes, que ha violado


su juram ento.
b) Transición o prólogo : A rquíloco va a co n tar una fábula
ultrajante (’ά κουε δή κακοΰ λόγόυ).
c) Segundo térm ino : F ábula del águila y la zórra.
1. Sityación: am istad del águila y la zorra, violada por
la prim era.
2. Acción : insolencia del águila, oración dé la zorra.
3. C onclusión o epílogo: castigó del águila..
Term inología de la fábula antigua 45

d) Prim er térm ino: palabras de A rquíloco a Licam bes («así


te podría alcanzar el castigo»).
Es, evidentem ente, un esquem a idéntico al que en todo caso
había que presuponer com o punto de p artid a de las fábulas de
colección. Pero es un m odelo no propio exclusivam ente de la
fábula. Este es un tem a que nos va a ocupar m ás despacio en
I 2 («Inventario general de la fábula greco-latina») y, sobre todo,
II 5 («P anoram a de la fábula en la época arcaica y clásica»), Pero
adelantem os, sim plem ente , unos ejemplos :
H esíodo, en sus Trabajos y Días, n arra consecutivam ente cinco
m itos y fábulas (mitos de las dos Eris, de Prom eteo, de Pandora,
de las edades, fábula del halcón y el ruiseñor), que se hacen
de prim er térm ino unos a otros puesto que, en térm inos generales,
se refieren a la injusticia de Perses, de los reyes, del m undo y
ofrecen «ejemplos» sobre ello, concluyendo en explicaciones o con­
sejos. Lo notable es que m itos y fábula van envueltos, casi siempre,
po r lös mismos elem entos que ya conocem os: la transición o
prólogo (10: «Y o voy a decir unas verdades a Perses»; 106: «Si
quieres, voy a contarte otro relato»; 202: «Voy a contarles a
los reyes una fábula») y la conclusión o epílogo (27: «O h Perses,
tu guarda esto en tu corazón»; 105: «Así, no es posible escapar
a la voluntad de Zeus»; 176: «A hora es la raza de hierro...»;
214: «O h Perses, tú escucha la justicia»). Sin entrar ahora en
el detalle de la com paración, vemos que la estructura del m ito
y la fábula-ejem plo son com parables,
Y tam bién lo es la del símil, Así, veamos el de la nave del
estado de Teógnis 667-82;
a) «Si tuviera dinero.,.»
b) «Sé m ejor que m uchos otros que.,.»
c) «A hora somos arrebatados por el viento...» (símil de la
nave).
d) «Sea este el enigma que, encubierto, envío a los buenos...»
Veamos ah o ra una anécdota, la de G lauco en H eródoto VI 86:
a) Palabras de Leotíquides a los atenienses.
b) «Voy a contaros lo que sucedió en Esparta».
c) H istoria de G lauco, que solo con retraso devuelve el depósito
que había recibido, siendo su casa aniquilada por tentar
al dios,
46 H istoria de la fábula greco-latina

d) Así, no es bueno ni siquiera pensar en algo distinto de


devolver un depósito.
Podríam os continuar, exponiendo hechos diferenciales: pero,
com o decim os, lo dejam os para otro capítulo. Aquí nos c o n ten ta­
mos con anticipar que incluso las fórm ulas que introducen el
elem ento d), epílogo, son con frecuencia idénticas o sem ejantes a
las de los epim itios ,de las colecciones: οΰτω... άτάρ καί ύμεΐς...
etc. N o hay duda de que lo que hicieron los autores de colecciones
fue suplir de algún m odo la falta del prim er térm ino, heredando
elem entos de éste en sus prom itios y epimitios.
T odo esto hace ver hasta qué punto la term inología inicial
que hem os estudiado, fundada en los térm inos αίνος, λόγος y
μΰθος, era insuficiente p ara definir la fábula. Vimos que ya A ristófa­
nes se daba, indudablem ente, cuenta de ello cuando tendía a calificar
de μύθοι historias com o las de M elanión y Tim ón y com o λόγοι
o λόγοι Α Ισ ώ π ειο ι o Α ίσ ώ π ε ιο ν γέλο ιο ν las que nosotros llam a­
m os fábulas por h ab er pasado a las colecciones. A unque no dejam os
de n o ta r que las term inologías basadas en el nom bre de E sopo,
si bien dejan fuera cosas que tam bién nosotros dejam os fuera
al hab lar de «fábula», incluyen elem entos que para nosotros (y
aun para los fabulistas de la antigüedad) eran cosa diferente:
simples proverbios y chistes.
Por prescindir del puro relato, m ítico o no, hay efectivam ente
zonas interm edias com o los «mitos» citados de M elanión y Tim ón,
que evidentem ente ejemplifican el ataque co n tra las m ujeres y
los hom bres, respectivam ente; pero que no presentan prim eros
térm inos absolutam ente explícitos, com o tam bién faltan a veces
en el m ito, por ejem plo, en los Trabajos y Días. H ay aquí un
dom inio interm edio que ya cae del lado del simple relato o m ito,
y form a la base de las colecciones de m itos, anécdotas, etc.; ya
del lado de las colecciones de fábulas. En éstas pueden entrar,
m ediante el proceso de la fabulización, m uchos elem entos m ás,
com o hem os a n tic ip a d o 34 al aludir a la fabulización, por ejem plo,
del tem a del viejo y la m uerte en la Alcestis de E urípides, el
del m ar y los vientos en Solón, el del Juram ento en H eródoto,
de tem as de H istoria N atu ral com o el del castor, etc.
Lo fundam ental, en estos casos, es que la fábula n arra un
sucedido único y concreto que ha tenido lugar en otro tiem po;
34 Cf. p. 42.
T erm inología de la fábula antigua 47

y que ese sucedido es sim bólico; el que el sucedido sea fíctivo


o no, es m enos im portante. Se tra ta de un sucedido que, al conside­
rarse sim bólico de una situación actual, prejuzga el resultado de
ésta y la explica. A hora bien, inversam ente, hay segundos térm inos
que son puram ente simbólicos pero al no ser sucedidos únicos,
no son fábula. Esta es la diferencia respecto a la fábula de símiles
hom éricos que presentan al león enfrentado al to ro o a los cazado­
res, pero de una m anera genérica, atem poral, a diferencia de las
fábulas que ofrecen ese enfrentam iento com o sucedido «una vez»
(cf. cap. II 1). A náloga es la diferencia de fábula y proverbio,
aunque aquí se añade que el proverbio no es simbólico.
P or o tra parte, a veces es difícil decidir si nos encontram os
ante una fábula o un símil, una fábula o un proverbio: en realidad,
puede tratarse de am bas cosas a la vez. Así cuando Teognis se
com para a sí mism o con el perro que atravesó el torrente o al
amigo pérfido con la serpiente que m ordió a su salvador; o cuando
A rquíloco dice aquello de «m uchas cosas sabe la zorra, pero el
erizo una sola decisiva» 35 : las funciones de símil y fábula, proverbio
y fábula son cum plidas sim ultáneam ente. Solo m ás adelante h a b rá
una separación total, que presenta huellas, por lo dem ás, de las
antiguas situaciones am biguas.
Las diferencias se establecen, insistim os, dentro del contexto:
puesto que cualquier hecho de orden general o m áxim a o anécdota
puede convertirse en sim bólico dentro de un contexto adecuado.
N o es sim bólico que el oso respete los cadáveres; sí lo es que
el amigo cobarde se haga el m uerto, aprovechando esa circunstan­
cia, en vez de ayudar a su com pañero (H . 66).
Pero con esto no es suficiente. El m ito n arrado com o ejemplo
en u n a determ inada circunstancia, sí es sim bólico y, sin em bargo,
a lo largo de la literatura griega es tra tad o cada vez m ás com o
un género diferente. T odavía en H esíodo la serie de los m itos
iniciales de Trabajos y Días funciona de una m anera paralela a
la fábula del halcón y el ruiseñor; todavía en los Epodos de A rquílo­
co las fábulas anim alísticas y la anécdota del adivino funcionan
de una m anera paralela al m ito de Heracles y N eso con que
el poeta, en el Epodo V III, disuade de sus intentos a un rival
en am or. P or o tra parte, en H esíodo y A rquíloco el detalle de
la estructura interna de m ito y fábula es com parable.

35 Fr. 37.
48 H istoria de la fábula greco-latina

Pero luego no ocurre así. Hem os visto que en A ristófanes


el género de los « λ ό γο ι de Esopo» no incluye ya m itos ; que incluso
tiende a separarse de historietas com o las de M elanión, Tim ón
o la Lam ia. Por o tra parte, hay que hacer notar que los m itos
que en H esíodo y A rquíloco aparecen com o paralelos a lo que
nosotros llam am os fábula, pertenecen a un tipo especial : el centrado
en torno a Prom eteo, los orígenes del m undo y un personaje
anim alesco com o el centauro.
El hecho, que hemos de estudiar más despacio, sobre todo
en el cap. II 3 sobre las relaciones entre la fábula y los géneros
yám bicos, y en el II 5 sobre la estructura de la fábula, es éste.
La fábula tiende a lograr una estructura m ucho m ás cerrada,
breve y definida que el m ito: y, lo mism o si incluye elem entos
«m íticos» com o si no los incluye, tiende a centrarse en el tem a
de la naturaleza y en el de la sátira y la crítica, en el carácter
disuasorio. La pequeña m edida en que el m ito perm anece en las
colecciones de fábulas está condicionada casi siem pre por estos
m otivos. Se trata de la fábula etiológica. atribuida a Esopo desde
el mism o A ristófanes, y en la cual entran Zeus y Prom eteo, sobre
todo ; pero tam bién otros dioses com o ;Herm es, A frodita y alguno
más.
H ay, efectivam ente, un «m ito cómico» que en ocasiones ha
ido a p arar a las colecciones de fábulas y desde siem pre estaba
próxim o a la fábula; aunque otras veces m itos iguales o com parables
se consideren dentro de la categoría general del m ito.
D entro, po r tan to , del concepto de «elem ento de segundo térm i­
no», se encuentra el de «ejem plo», de carácter sim bólico. Pero
hay luego una selección, ya en época de A ristófanes, en el sentido
del hecho único, predom inantem ente ficticio, predom inantem ente
anim al, casi siem pre de tipo cóm ico y disuasivo. Las excepciones
existen, sin em bargo; pero en ellas hay, pese a todo, lazos de
unión con el resto de la :fábula. Los hay tam bién entre las dos
subespecies principales, la agonal y la etiológica.
A unque aquí no hacem os o tra cosa que adelantar hechos, con­
viene hacer i algunas indicaciones form ales. Es bien claro que la
fábula de las colecciones presenta tipos de organización que pode­
mos llam ar fijos, aunque hay tam bién, desde luego, fábulas an ó m a­
las. Esos tipos fijos son u n a herencia que encuentra sus ;precedentes
en A ristófanes, en H eródoto, en socráticos com o Jenofonte y A ristó­
teles: no en Platón, cuyas fábulas etiológicas de nueva creación
T erm inología de la fábula antigua 49

o rem odeladas (la de Prom eteo en el Protágoras, la de R iqueza


y Pobreza en el Banquete, etc.) están, en su form a, m ucho más
próxim as al m ito.
Las fábulas etiológicas consisten, sim plem ente, en un relato,
aunque pueden term inar con un «cierre» del que las relata: así
en la de «E sopo en el astillero» contada antes; aunque, en las
colecciones, tienden a dram atizarse y a aproxim arse en su form a
al tipo principal. Las fábulas que llam am os agonales, en cam bio,
presentan un tipo principal en que hay realm ente un enfrentam iento,
de palabra o acción o am bas cosas a la vez, entre dos protagonistas ;
o, si se quiere, entre el protagonista y el antagonista. En realidad,
com portan generalm ente una presentación de la situación y un
conflicto o agón con una intervención de cada uno de los dos
personajes enfrentados. La acción o la palabra (el «cierre») del
últim o que interviene, constituye el desenlace.
Así en H. 2, «El águila, el grajo y el paston>. El análisis
es:
1. Situación: el águila arrebata un carnero y el grajo quiere
im itarla.
2. Agón: el grajo se enreda en la lana del carnero el pastor
le coge.
3. C onclusión: a las preguntas de sus hijos, el pastor dice
que es un anim al que cree ser un águila, pero que para
él es un grajo.
Sucede tam bién frecuentem ente, com o decim os, que el segundo
m ovim iento del agón sea sim plem ente el «cierre» del triunfador.
Así en H. 4, «El ruiseñor y el halcón» :
1. Situación: el halcón captura al ruiseñor.
2. 4gó«-c°nclusión : el ruiseñor pide gracia / el halcón contesta
que sería necio si lo soltara.
Existen num erosas variantes. El agón puede consistir en dos
actos, a veces con inversión del triunfo; hay variaciones entre
el juego de la acción y la palabra o; de am bos a la vez; por
o tra parte, la situación puede ser un prim er agón; puede haber
com plicaciones que introduzcan un segundo anim al en uno de
los dos partidos o un «survenant» que dé la conclusión final.
Lo notable es :que los tipos centrales proceden ya de época; clásica.
Pero de época clásica es tam bién la fábula en que la situación
50 H istoria de la fábula greco-latina

dom ina sobre la acción o agón; todo lo más, puede decirse que
la situación es agonal. Es el tipo que está ya en Esquilo en «El
águila y la flecha», citada más arriba: herida el águila por la
flecha hecha de sus propias plum as, «cierra» con un lam ento.
Este tipo es m uy frecuente en las colecciones; las más veces nos
presenta un «survenant» ajeno a la situación, que es el que p ro n u n ­
cia el «cierre». P or poner un solo ejemplo del prim er tip o : en
H. 15 a es la propia zorra la que, al no alcanzar las uvas, com enta
«están verdes». El segundo tipo está representado, por ejem plo,
por H. 40 «El astrólogo» : el astrólogo se cae al pozo po r contem plar
las estrellas y es alguien que pasa quien com enta: « p o r in ten tar
ver las cosas del cielo, no ves las de la tierra».
Estos, repetim os, no son o tra cosa que los tipos centrales,
que hem os de estudiar con m ás detalle, sin dejar de lado tam poco
los m arginales, que testim onian bien persistencia de una tradición
preclásica, bien variaciones postclásicas. T estim onian que tanto
en la form a com o en el contenido las fábulas de las colecciones
continúan, en esencia, a las de fecha clásica.
P ara introducir una form alización que nos va a ser útil en
nuestros análisis form ales y de contenido, podem os presentar los
siguientes sím bolos:
A : protagonista que triunfa en la fábula (A 2 etc. : sus aliados).
B: personaje vencido o, en todo caso, no vencedor (B2 etc.:
otros).
C : «survenant».
( ) : elem ento opcional.
— : separación de acto.
/ : indicación de agón.

A p artir de aquí, veam os unos esquem as iniciales, ya indicados:

B - (C).
A (A 2...) / B (B2...) — (G).
Introduciendo, ahora, abreviaturas com o sit. (situación), acc.
(acción), dir. (directo, discurso), indi, (indirecto, discurso) y m ultipli­
cando elem entos, es fácil ver que pueden salir com binaciones m últi­
ples. Por ejem plo:
Bsit.— Bacc.— Bdir. (acción de anim al que com enta su propio
fracaso).
T erm inología de la fábula antigua 51

ABsit.— B acc./A dir (situación seguida de agón, resuelto con


el discurso de A).
ABsit.— Bdir./A acc.— Cdir. (victoria de A com entada por C).

M ultiplicando los agones (aunque es raro pasar de dos), añadien­


do personajes secundarios, acom pañando la acción del personaje
de su discurso, etc., se ve que pueden obtenerse esquem as derivados,
pero dentro siem pre de unas líneas m uy próxim as. T odavía habría
que añadir el tipo etiológico cuyo núcleo inicial está en Arel,
(relato).
Los lugares A, B y C son llenados bien por un anim al o
planta, bien por un dios, bien por un hom bre, bien por un objeto :
salen, así, com binaciones anim al/hom bre, anim al/objeto, etc. y otras
más com plicadas. Pero, com o sabem os, hay una serie de restriccio­
nes.
Las colecciones han recogido solo aquello que era considerado
com o «esópico»: m uy pocos relatos m íticos de tipo etiológico
o cóm ico o am bas cosas a la vez; y pequeños dram as, a veces
reducidos a una situación, con predom inio de los anim ales, pero
ocasionales intervenciones del hom bre o el dios, incluso con exclu­
sión del anim al. En cuanto a la conclusión, encerrada en el epimitio,
puede ser de tipo representativo o im presivo: explicar cóm o «son»
las cosas o tra ta r de influir sobre la conducta de alguien; aunque
ya hem os dicho que entre uno y o tro nivel hay transiciones, con
frecuencia sim ultaneidad im plícita o explícita. A h o ra bien, hemos
anticipado que en uno u otro dom ina la posición negativa: el
explicar cóm o «no» son las cosas, el desaconsejar tal o cual conduc­
ta. Esto, claro está, se puede hacer de varias m aneras: m ediante
la burla, la m áxim a disuasoria, etc. ; o bien, m ediante el lam ento
del que ha sufrido las consecuencias de una conducta determ inada.
H ay tam bién, aunque m enos frecuentem ente, una exhortación posi­
tiva.
Si se quisieran señalar los rasgos que unifican, en cuanto a
su intención, la m ayoría de las fábulas, habría que referirse al
de la naturaleza y el de la crítica o burla del que actúa contra
ella. H ay una m anera de ser de las cosas, sim bolizada por el
m undo anim al, hum ano y divino presentados en la fábula: el
que se obstina en ob rar contra ella, sufre las consecuencias y
h a d e lam entarse o resignarse a ser objeto de sátira; o, simplemente,
es m uerto o sufre desgracia. En torn o a este centro todo se organiza,
52 H istoria de la fábula greco-latina

con ligeras desviaciones m arginales a veces. Y en ese centro está


el anim al, que es propiam ente naturaleza: el hom bre y el dios
solo entran en form a ocasional y periférica. A hora bien, el género
se coloca, dentro de la literatura griega, en el círculo de los géneros
yámbicos y cóm icos, por oposición a los géneros épicos y trágicos,
que se reflejan en el m ito. L a fábula, dentro de su carácter de
ejem plo, es una especie de con trap artid a cóm ica del m ito : realista,
satírica, lejos de todo idealism o.
Estos rasgos de contenido, con la tendencia a esquem as form ales
m uy fijos y simples, y, po r supuesto, el carácter de ejem plo, de
sím bolo, son lo esencial e im portante en la fábula. A unque suelan
añadirse otros rasgos que ya conocem os: el carácter fictive, el
de tratarse d é un hecho concreto, etc.
A hora bien, hay que decir que sum ando los rasgos de form a
a los de contenido, por m uchos que sean los elem entos m arginales,
el género fábula es coherente: se hizo más, por supuesto, en época
m oderna cuando se redujo a lo anim alístico. si bien de o tra parte
incorporó variaciones de form a y Contenido. H ay que decir qué
la A ntigüedad no creó, por ejemplo, un género basado eñ el mito
ó la anécdota que tuviera una consistencia, un carácter cerrado
semejante. D e ahí qué, con ojos antiguos, se vieran m enos qué
con ojos m odernos las desigualdades y desviaciones ocasionales
del m aterial de las colecciones. Y que se incluyeran en éstas elem en­
tos originalm ente no fábulísticos y soló levemente fabulizados.
D e estas anom alías Vamos á ocuparnos: no de las form ales,
pues esto exigiría elem entos de juicio que no tenem os todavía,
sirio dé las dé contenido.

5. Sobre las fábulas anómalas

N inguna fábula de colección es propiam ente anóm ala, dado


qüe el prom itio o epim itio la convierte en «ejem plo». Pero a veces
faltan éxcepeiorialménte ; o bien es dem asiado transparente la fabuli-
zaeión. se Ve que es algo secundario. Y el contenido puede estar
m uy lejos del habitual dé lá fábula.
N o vam os a ocuparnos aquí, pués, al hablar dé fábulas an ó m a­
las, dé aquellas que Son al tiem po m itos 0 anécdotas o relatos
de H istoria N atu ral (nuis o menos auténtica) 0 qüe contienen
proverbios, chistes, etc. ; ni dé la fabulización de diversos elem entos
T erm inología de la fábula antigua 53

no fabulístieos antiguos. U na vez en las colecciones y con un


epim itio (o prom itio) adecuado, todos estos elem entos, cualquiera
que sea su historia, son ya propiam ente fábulas. El problem a
histórico es interesante, sin duda, por sí m ism o, y de él hemos
de hab lar; pero esto no es relevante a la hora de hablar de la
definición del género.
Sí es relevante, en cam bio, el hecho de que en ocasiones la
adaptación entre la fábula y el epim itio es tan deficiente, que
claram ente deja ver que solo en la intención no lograda del autor
dé la colección nos hallam os ánte una fábula. Presentarem os algu­
nos ejemplos de esto.
A unque, en realidad, es previo el caso en que rio existé siquiera
epim itio. Así frecuentem ente en F edro y B abrio, que evidentem ente
elim inan de la definición de la fábula algo que era esencial en
ella. Én la m ism a colección de fábulas anónim as de H ausrath
(ciertam ente, no en las de la A ugustana) hallam os algunas «fábulas»
sin epim itio que propiam ente habríam os de considerar com o no-fá­
bulas. Así la 293 «Las plantas y el olivo» (ms. F ; procede de
la Sagrada Escritura), 297 «E l invierno y la prim avera» y novelitas
eróticas com o 299, 300, 301/, 304, 305. L a presencia de agones
y de elem entos eróticos en la fábula ha llevado estas y otras
piezas a las colecciones.
Tras este caso, hay que considerar o tro : el de las etiologías,
que aunque rem ontan a A ristófanes (en realidad a H esíodo, temas
de Prom eteo y Pandora), siem pre han sido «fábulas» en un sentido
un poco m arginal. Ya hemos dicho que se lim itaban a explicar
un prim er térm ino y no tenían, prim ariam ente al menos, función
iíripresiva. E n esto difieren de las fábulas agonales. D e ahí que
las fábulas etiológicas de las colecciones, lo m ism o las qüe son
de origen antiguo que las Creadas después, tienen en gerteral epim i­
tios m uy m al adaptados. Así, com o se tendía a contam inar los dos
tipos de fábulas, introduciendo en las etiológicas eScenás agonales
entre el anim al o planta y el dios al que se quejan, de la misma
m anera se tendió a crear pará estas fábulas epim itios impresivos.
Pero con poco éxito: en realidad, el único epim itio que Se adapta
bien ä estas fábülas es el qüe indica, simplérrtente, qüe la naturaleza
hó cam bia, cf. por ejem plo H. 50 «La com adreja y A frodita».
En cam bio, un epim itio com o el de H . 182 «El m urciélago,
lá zarza y la gaviota», qüe explica la conducta habitual de lös
tres personajes, dice tontam ente cjue «nos esforzam os sobre todo
54 H istoria de la fábula greco-latina

en las cosas en que prim ero fracasam os». Si H. 292 «El león,
Prom eteo y el elefante» cuenta que el león se consuela de tener
m iedo al gallo porque el elefante se lo tiene al m osquito (con
lo cual queda en cierto m odo justificado Prom eteo, creador de
am bos), el epim itio dice m ás tontam ente todavía: «ves cu ánta
fuerza tiene el m osquito que aterra al elefante». M enos entiende
aún la fábula H. 104 «H erm es y la Tierra» el a u to r de su epim itio.
En ella, en efecto, la Tierra se consuela de que los hom bres recién
creados hagan una cueva sacando tierra con el pensam iento de
que «la devolverán llorando», es decir, que m orirán: pues bien,
el epim itio dice que la fábula va dirigida contra «los que fácilm ente
piden prestado, pero sólo con dolor devuelven». Véanse epim itios
absurdos o forzados en H. 5, 47, 57, 142, 182, 188, 207, 231, 277.
Así, la relación entre los dos tipos principales de fábula no
ha dejado de ser confusa; desde el punto de vista de la fábula
agonal, la etiológica aparece a m edio asim ilar. C on m ayor razón
puede decirse esto de algunos géneros m enores frecuentem ente
fabulizados, pero a veces de una m anera insuficiente. Veam os
algunos ejemplos.
Chistes.— H em os dicho que, si bien la fábula contiene chistes,
el chiste en sí, sin o tra pretensión que hacer reír o satirizar en
una situación dada, pero usado sin valor sim bólico, es esópico,
pero no propiam ente fábula. Sin em bargo, los autores de colecciones
se han em peñado a veces en convertir ciertos chistes en fábulas
dándoles carácter sim bólico al hacerlos seguir de un epim itio to ta l­
m ente inadecuado.
Así, H. 5 «El deudor» es puro chiste. El deudor va a vender
una cerda p ara pagar la deuda y asegura al com prador que en
los m isterios pare hem bras y en las Panatenaicas m achos; ante
el asom bro de éste, el acreedor rem acha el clavo diciendo que en
las D ionisias p arirá cabritos. A esto sigue un epim itio b astan te ab ­
surdo: «m uchos, por su codicia, no dudan en d ar testim onio falso».
Pueden encontrarse otros chistes con epim itios forzados en fábulas
com o H. 8 «E sopo en el astillero» (véase arrib a); H. 47 «El niño que
vom itó las entrañas» ; H. 207 «El pajarero y la alondra» ; H. 231 «Las
zorras ju n to al M eandro»; H. 283 «El perro dándose el banquete».
Anécdotas.— Lo m ism o hay que decir de la anécdota en general,
que en realidad incluye la categoría del chiste; las hay hum anas,
divinas, anim ales, con tem as que difieren a veces de los habitualm en­
te agonales de la fábula. En H. 57 «L a vieja y el médico» la
T erm inología de la fábula antigua 55

vieja a la que el médico ladrón ha curado de la vista no quiere


pagarle, porque no ve los objetos que aquel se ha llevado; y
el epim itio concluye que «los m alos no se d an cuenta de que
dan pruebas co n tra sí mism os por su codicia». Evidentem ente
es la chistosa historia la que ha interesado al a u to r de la A ugustana
y se ha visto m al para darle un epim itio. Igualm ente, H. 67 es
una pura anécdota: el carnicero am enaza con el castigo divino
a los dos m entirosos ladrones; y el epim itio se lim ita a concluir
que la im piedad del falso juram ento es la m ism a aunque alguien
emplee argucias. Com o anécdota anim al podem os citar H. 142
«El camello», cuyo personaje, obligado a bailar, dice que no solo
es feo bailando, sino tam bién paseando. ¡El epim itio concluye
que la fábula se aplica a todo hom bre feo ! Finalm ente, una «anécdo­
ta divina» podría ser la de H. 188 «El cam inante y Hermes».
El astuto cam inante, que ha hecho un voto, lo cum ple dando
a Herm es la cáscara de las alm endras y los huesos de los dátiles
y quedándose con el resto; y el epim itio dice que la fábula va
co n tra los avaros e incum plidores de sus votos.
Enigm a.— H ay fábulas que tienen conexión con el género del
enigm a (cf. cap. II 1), pero alguna vez no tienen, propiam ente,
el carácter de fábulas. Así, pensam os, H. 121 «El jardinero». C oinci­
de con la solución de un enigm a por Esopo en la Vida W 21 :
las plantas silvestres son más robustas que las cultivadas porque
la tierra es m adre para las prim eras, m adrastra p ara las segundas.
Pero en H. 121 no se habla de Esopo y, en cam bio, se añade
un epim itio bastante insulso que dice: «Así no se crían igual
los niños alim entados por una m ad rastra que los que tienen m adre».
H istoria N atural.— Ya hem os dicho que conocim ientos p o p u ­
lares, verdaderos o falsos, sobre los anim ales, se han convertido
en fábula refiriéndolos a un suceso y dándoles carácter sim bólico.
Pero a veces se ve dem asiado claro, todavía, el origen; el epim itio,
y por tan to el carácter sim bólico, es dem asiado artificial.
Así H. 277 «El cisne» cuenta la historia del hom bre que va
a m atar de noche a un pato y coge por error al cisne, que sin
em bargo, se salva gracias al canto que se creía que estos anim ales
lanzaban antes de m orir. El epim itio no puede ser más absurdo :
«M uchas veces la m úsica consigue el aplazam iento de la m uerte».
H ay otros ejemplos más. En el ya aludido del castor que se co rta
los testículos para huir de sus perseguidores (H . 120), no es el
epim itio falso lo que coloca a esta fábula en el borde de lo que
56 Historia de la fabula greco-latina

propiam ente no es fábula, sino el hecho de que falte la acción


o suceso concreto; se dice en térm inos generales que es fam a
que el castor procede de ese m odo. Cf. otras fábulas con m otivos
de H istoria N atu ral: 25; sobre el alción; 66, sobre el oso; 219,
sobre el m ono; 234, sobre el gusano; 240 y 241, sobre la hiena;
243, sobre el m ono o tra vez; Fedro, Ap. 22, sobre el oso.
M ito .— Tam bién mitos de contenido no propiam ente fabulístico
y que han entrado en las colecciones, presentan huellas, sobre
todo por el desajuste del epim itio, de ese su carácter solo forzada­
m ente fabulístico. Así, por ejemplo, H. 279 «El niño, el padre
y el león pintado», que toca el tem a de lo ineluctable de los
sueños o presagios: todo lo que puede decir el epim itio es que
«nadie puede escapar de lo que ha de ser». Tem a, insistimos,
nada fabulístico.
Puede verse en lo que procede que nuestro m étodo para señalar
qué es lo que propiam ente no es fábula o es. digam os, una fábula
no lograda, difiere grandem ente del de Nçijgaard. N o se tra ta
del contenido, m ás que de m anera secundaria: se trata sobre todo
de la función. El m étodo opera sobre todo en la fábula de coleccio­
nes, En la fábula clásica es claro que es la relación con el prim er
térm ino, m ás los rasgos ya notados, lo que ha de decidir; y tam bién,
por supuesto, en la fábula-ejem plo d e ja edad helenística y rom ana.
Desde este punto de vista, una serie de «fábulas» introducidas
com o tales en colecciones m odernas com o la de Perry no son,
propiam ente, fábulas, P or poner un solo ejem plo: ¿cómo va a
ser una fábula la etiología de una advocación de A frodita en
Sainos, recogida por Perry de Plutarco bajo su num ero 433? Por
este cam ino, todos los α ίτ ια cultuales y m itológicos, Calim aco
y Ovidio casi enteros, entre otras mil cosas más, serían fábulas.
N o hay fábula m ientras no hay sim bolism o, aplicación a un prim er
térm ino, y ello dentro de zonas de contenido bastante restringidas.
En otras colecciones se encuentran cosas parecidas a las que
hemos notado arriba sobre la base de las fábulas anónim as griegas.
Así, la historieta erótica de Fedro, App. 16 «Los dos pretendientes»,
en que Venus favorece al am ante pobre y que carece de prom itio
y epim itio. no es una fábula. O si el mism o poeta hace que en
A pp. 8 un personaje Religio incite a los hom bres a cum plir la
religión de A polo Délfico, para concluir a m anera de epim itio
que nadie hace caso de estas cosas, lo m enos que puede decirse
es que F edro incluye dentro del concepto de fábula algo que,
Term inología de la fábula antigua 57

en la idea m ás antigua, no era fábula. En el caso de F edro es


claro que así sucede en m uchas ocasiones. Son frecuentes en él,
por ejemplo, las anécdotas con epim itios forzados, así IV 26 «Sim ó­
nides salvado por los dioses», qué concluye que los dioses favorecen
a los hom bres de letras. P or lo que a F edro se refiere, se impone
un estudio para ver en qué sentido ha am pliado él concepto antiguo
de fábula. Si biert m uchas de sus creaciones están dentro dé la
línea antigua m ás estricta.
De Babrio ya hemos indicado que, propiam ente, al faltar el
epim itio, no hay fábulas en sentido antiguo. Pero aun prescindiendo
de esto, se encuentra en él un m aterial que difícilm ente pudo
recibir un epim itio nunca, sobre todo los chistes, las anécdotas
y las novelitas eróticas. Es claro que la fábula se am pliaba en
estas direcciones, sin duda, a partir de la intervención dé los cínicos
en Su historia.
Por ejem plo, son simples anécdotas chistosas Bab. 10 «L a escla­
va y A frodita», 30 «H erm es y el escultor», 75 «El médico imperito».
154 «Él cazador cobarde»: los autores tardíos de epim itios se
ven apurados para hallar prim eros térm inos m edianam ente razona­
bles. De igual m odo, Bab. 75 es una reflexión m elancólica («El
caballo viejo»), P. Bodl. 187 Cr. una anécdota religiosa («El labra­
dor y la planta»), etc. Lo mismo pasa en otras colecciones. En
Sintipas 48 «El Ciclope» es un m ito provisto de un epim itio forzado;
54 eS una növelita erótica. En Pseudo-D ositeo 4 hay sim plem ente
un chiste negro («El amo de la casa y los m arineros»), Y así
podríam os seguir.

6. Conclusión

H em os em pezado por decir que sería un error pretender una


definición «cerrada», simple y para siempre, dé la fábula : ni siquiera
de la fábula antigua. H em os criticado luego ciertas definiciones
de este tipo com o dem asiado estrechas, al tiem po que señalábam os
la falta, en ellas, de ciertos rasgos que son o generales o muy
frecuentes en la fábula. H em os insistido en que dentro de ella
hay que distinguir dos tipos principales, m ás central el prim ero
qué el segundo: el agonal y el etiológico. Y hem os señalado la
existencia de fábulas «m árginálés».
Planteando, ahora, el problem a históricam ente, es fácil concluir
58 H istoria de la fábula greco-latina

que el carácter m arginal de ciertas fábulas o la indefinición de


si se tra ta de fábulas o no o de algo que sim ultáneam ente puede
ser fábula y pertenecer a o tro género o ser lo uno o lo otro
según la ocasión o el contexto, tiene raíces históricas. H a habido
todo un proceso por el cual, dentro del conglom erado de los
«segundos térm inos», se ha ido destacando un co n ju n to aproxim a­
dam ente hom ogéneo en lo form al y el contenido que es el que
se llam ó «fábula esópica» ; y hem os visto, tam bién, que las coleccio­
nes presentan huellas de m ala asim ilación de determ inados m ateria­
les y, luego, de una progresiva entrada de m ás m ateriales que
los autores ya ni se preocupaban de asim ilar al tipo antiguo de
la fábula.
Así, nuestro planteam iento del problem a es m uy diferente del
hasta ahora seguido. De un lado, para la época clásica la separación
entre fábula y no-fábula puede realizarse en general, pero hay
una zona am bigua, sobre la que es difícil decidir: sobre todo
cuando la anécdota tiene un carácter sim bólico no enteram ente
claro o cuando hay que distinguir entre fábula y m ito. De otro,
para las colecciones, el criterio no está en la procedencia de tal
o cual fábula (anécdota, m ito, novelita, proverbio...), sino en el
grado de asim ilación a los esquem as fabulísticos : contenido, carác­
ter sim bólico, fijación com o hecho concreto, ajuste a esquem as
form ales fijos. En todo caso, son m uy m arginales las fábulas que
fallan po r varios de estos puntos. Y son m arginales, de todos
m odos, las no anim alísticas y las no ficticias.
Pero, com o vem os, lo que desde un punto de vista general
apenas podem os llam ar fábula, sí es fábula desde el punto de
vista de los fabulistas del im perio, sobre todo F edro y B abrio,
m ás originales e innovadores que la A ugustana. D e todas m aneras,
es a p artir de la época helenística, del influjo cínico en la fábula
sobre todo, pensam os, cuando el concepto de fábula com enzó
a am pliarse notablem ente. Algo direm os sobre esto al hablar de
la fábula en época helenística y, luego, de la fábula en época
rom ana, en el vol. II de esta obra.
E ntre tan to , pensam os que hemos dado una definición suficien­
tem ente clara — dentro de la com plejidad del tem a, ya anunciada
por las dificultades para resolver el problem a term inológico— de
la fábula en época clásica (siglos v y iv, donde ya estaba delim itada
en lo esencial) y en lo que pensam os que pudo ser la Colección
de D em etrio. Q uerem os insistir aquí en sus rasgos de contenido
Term inología de la fábula antigua 59

«cómico», realista y basado en la naturaleza, todo ello dentro


de un carácter sim bólico que com parte con otros géneros : tam bién,
en rasgos de form a que han sido explicitados. En cam bio, los
rasgos de lo fictivo y lo anim alístico, con ser. frecuentísim os, no
parece que deban atribuirse com o exclusivos a la fábula antigua,
ni en fecha clásica ni en fecha helenística y rom ana, com o luego
a partir de la Edad M edia. H an pesado dem asiado, pensam os,
sobre los autores m odernos.
Aquí hemos tratado de restablecer un equilibrio y de m irar
directam ente a la fábula antigua, colocándola en su am biente origi­
nal y viendo luego su evolución. Sólo dentro de los géneros literarios
griegos y de la vida y el pensam iento griegos en general y a
lo largo de la historia, puede com prenderse este género único.
G énero que luego, a partir sobre todo de su am pliación en m anos
de los cínicos y de los autores de época rom ana, se convirtió,
ju n to con algún otro com o la novela realista y «cómica», en la
m atriz de no solo la fábula m edieval y m oderna (ya exclusivamente
anim alística), sino tam bién de los nuevos géneros del cuento y
la novela.
CAPITULO II
IN V E N T A R IO G E N E R A L D E LA F A B U L A G R E C O -L A T IN A

I. Ideas generales

C ualquier estudio que sobre la fábula se realice, incluso sobre


la fábula de edad arcaica y clásica, ha de hacerse sobre la base
de la totalidad de las fábulas que se nos han transm itido. Pues
sólo una m ínim a parte de la fábula de edad arcaica y clásica
nos ha llegado directam ente: el resto lo ha hecho a través de
las colecciones o de la transm isión indirecta de edad helenística
y rom ana. El problem a, ya esbozado, es distinguir en qué m edida
esta fábula de tradición tardía es de origen antiguo o es creación
nueva o :rep re sen ta .m odificaciones de m odelos antiguos. Pero inclu­
so la fábula de creación nueva continúa, en definitiva, la fábula
antigua, de la que deriva: es útil para conocer aquélla.
N o disponem os de ningún inventario com pleto de la fábula
antigua, ni de ediciones satisfactorias de varias colecciones, ni
están establecidas de m anera convincente las relaciones entre las
colecciones o entre las diversas variantes de cada fábula : nosotros
intentam os a p o rta r aquí algunas cosas sobre estos com plejos proble­
mas. A nticipam os algunos puntos de vistas generales que son indis­
pensables, basándonos en la investigación anterio r (H ausrath, Cru-
sius, Perry, N ^jgaard, nuestros propios estudios) y adelantando
algunas de las conclusiones de este libro.
En Perry, Aesopica, hallam os la m ás com pleta colección de
62 H istoria de la fábula greco-latina

fábulas griegas. A hora bien, lo que hace Perry es d ar prim ero


u n a edición de la A ugustana y luego editar diversas fábulas no
testim oniadas en esta colección. Tras las fábulas de la recensión
principal (la I) de la A ugustana, d a las que faltando en ésta están
en la la ; luego, un suplem ento de fábulas de otros varios códices
de las colecciones anónim as; sigue otro suplem ento más, fábulas
que faltan en las anteriores fuentes (en las colecciones anónim as,
en definitiva) y están en B abrio o en las paráfrasis real o supuesta­
m ente derivadas de B abrio; y una serie de suplem entos ulteriores
van añadiendo nuevas fábulas de otras fuentes: la Vita Aesopi,
el Pseudo-D ositeo, A ftonio, Sintipas, los tetrásticos yám bicos bizan­
tinos, el cod. L aurentiano LV II 30; finalm ente, se añaden fábulas-
ejem plo n arradas po r escritores de varias edades y que no figuran
en las colecciones. F edro y los fabulistas latinos tam poco se editan
m ás que cuando ofrecen m aterial nuevo.
P or m eritoria que haya sido la labor de Perry — y lo ha sido
m ucho, realm ente— hay que decir que, después de ella, seguimos
careciendo del corpus de fábulas antiguas que necesitam os. En
tesis general, sólo nos d a una versión de cada fábula: aunque
la tesis a veces, afortunadam ente, falla, cuando Perry ju n to a
la fábula de la A ugustana nos da su m odelo arcaico o clásico o
cuando, pese a lo que dice, una fábula de uno de sus suplem entos
(sobre todo del «babriano») está tam bién en la A ugustana o en
otro suplem ento. Pero, salvo cuando se dan estas excepciones,
no deja de ser cierto que Aesopica nos ofrece sólo una ayuda
m uy lim itada p ara poder com parar todas las redacciones de una
m ism a fábula y estudiar su evolución así com o las relaciones entre
fábulas-ejem plo y colecciones y entre las diversas colecciones. Para
poder trab ajar en este terreno hem os tenido, forzosam ente, que
redactar un inventario de la fábula antigua que recogemos com o
apéndice de esta obra.
Por lo que respecta a las fábulas-ejem plo de época arcaica,
clásica y tardía, ya hem os dicho que en Aesopica no aparecen
recogidas sistem áticam ente: se editan sistem áticam ente las que no
fueron recogidas por los fabulistas griegos, m ientras que las recogi­
das po r éstos se editan, aunque sólo a veces, ju n to a la versión
de las colecciones. Pero sucede otras veces que versiones antiguas
de fábulas de colecciones, po r ejemplo, varias fábulas de A rquíloco
o «El águila y la serpiente», de Estesícoro 103 P M G , «L a oveja
y el perro», de Jenofonte, M em . II 7. 13, no son ni siquiera men-
Inventario general de la fábula greco-latina 63

cionadas; y que otras fábulas antiguas que no fueron recogidas


por las colecciones, faltan tam bién: así, la de «El pescador que
halló un pez de oro», aludida en T eócrito 21 y quizá en Ferécrates
113. Com o, inversam ente, falta pese a todo alguna fábula de las
colecciones, así la de «El labrador y la zorra» (en A ftonio 38,
Bab. 11 y Luciano, Asno 31.3).
M ás im portante es que resulta inexistente en Aesopica la docu­
m entación de las distintas versiones de una fábula; no sólo se
da, en principio, una sola versión de cada una, sino que falta
una relación de las dem ás versiones.
A hora bien, para em pezar por el principio, el estudio de la
fábula en la época arcaica y clásica exige atención al texto conserva­
do de esa época: las versiones de las colecciones no pueden suplirlo,
con frecuencia lo alteran. H ay notables diferencias, por ejemplo,
entre «El águila y la zorra», según está en A rquíloco, y la versión
de la A ugustana (H. 1), que no habla de la intervención de Zeus
en el castigo del águila. La fábula arquiloquea del E podo VI,
«El m ono y la zorra», ha quedado en la A ugustana dividida en
dos fábulas, H. 83 y H. 85, si mi reconstrucción es acertada; y
hay todavía m otivos de esta fábula que han ido a parar a otras
de la A ugustana (así, el baile del cam ello en H. 142). La fábula
de Estesícoro, transm itida por Aristóteles, a que ya hemos hecho
referencia, habla del caballo, el ciervo y el hom bre, pero su versión
en el m anuscrito Pa de las fábulas anónim as (es decir, en la),
habla del jabalí, el ciervo y el cazador.
En sum a, el estudio de la fábula en época arcaica y clásica
debe realizarse con cuidado para no atrib u ir a esta época cosas
que proceden de la posterior. Pero la tarea no es fácil, pues
con frecuencia sólo po r conjetura atribuim os a época arcaica o
clásica fábulas de las colecciones; y sólo po r conjetura podem os
establecer en qué m edida esas fábulas han conservado en ellas
fielmente sus rasgos añtiguos. A ñádase que la reconstrucción e
interpretación de algunas fábulas de edad clásica transm itidas frag­
m entariam ente o sólo aludidas po r los autores de dicha época,
no es tarea fácil. P ara A rquíloco nos apoyam os en nuestros trabajos
a n te rio re s1.

1 « N u eva reconstrucción de los epodos de A rqu íloco», E m érita 23, 1955, pp.
1-78; «N ou veau x Fragm ents et interpretations d ’A rchiloque», RPh 30, 1956, pp.
28-36; y nuestra edición en Líricos Griegos I, Barcelona 1956, p. 1 ss.
64 H istoria de la fábula grécó-latina

E n nuestros dos capítulos anteriores hem os aludido a la casi


totalidad de las fábulas de edad clásica que nos son conocidas;
Insistirem os en II 1 y II 2. Pueden encontrarse bien en Aesopica,
bien, cuando allí faltan, en ediciones aludidas por nosotros. Las
relacionam os, por supuesto, en nuestro inventario final.
Si pasam os a la edad siguiente, nuestra tarea es la de reconstruir
en cierta m edida la colección de D em etrio de F alero así com o
las varias derivadas de ésta y dé las cuales, a su vez, surgieron
las colecciones que nos han sido conservadas. La investigación
de la fábula de la edad helenística es, precisam ente, uno de los
tem as centrales de este libro. H ay que decir que el tem a está
prácticam ente virgen. Evidentém ente, el estudió de la fábula arcaica
y clásica, es una ayuda para el m ism o, pues en principio hay
que pensar que la que pasó a las colecciones lo hizo a través
de D em etrio ; aunque tam bién se pudieron «repescar» fábulas o te­
mas susceptibles de ser convertidos en fábulas en los escritores de
época clásica: a veces creem os que así ha Sucedido.
H ay que recordar, de o tra parte, que las fábulas dé las coleccio­
nes, lo m ism o si proceden de la de D em etrio que si son de fecha
posterior, vienen a veces de temas de época clásica que no son
exactam ente fábulas. Al recoger el m aterial clásico que produjo
derivados en las colecciones nos encontram os, en efecto, con una
serie dé elem entos que a veces son puras anécdotas, m áxim as,
símiles, etc;, que han sido luego «fabulizados». Este m aterial no
aparece norm alm ente en Aesopica. Y; sin em bargo, hem os aludido
ya. por ejemplo, a que la fábula de «La encina y la caña» (H . 71,
cf. H. 239) procede de un símil en Sófocles, Antigona 712 ss. ;
a que «El viejo y la m uerte» (H. 60) viene de una m áxim a o
afirm ación en Eurípides, Alcestis 669 Ss. y «El náufrago y el mar»
(H. 178) dé o tra de Solón 9; a que «El que recibió un depósito
y el juram ento» (H. 214) es la fabülización de un oráculo en H ero d o ­
to YI 86; etc., etc. A veces, claro está, las derivaciones de este
tipo son una hipótesis m ás o m enos verosímil.
M ás im portante para la reconstrucción de la colección de D em e­
trio es, si cabe, el estudio dé las fábulas de las colecciones: la
com paración de las diversas versiones de un m ism o tem a puede
hacer ver qué rasgos son antiguos, susceptibles de proceder de
D em etrio, y cuáles recientes: por o tra parte, una serie de rasgos
de contenido y de form a que estudiarem os, son coñ toda verosim ili­
tud posteriores a dicha colección, pudiéndose así; po r exclusión.
Inventario general de la fábula greco-latina 65

sentar sobre ellas una serie de hipótesis. Ya hem os adelantado


cosas en el capítulo precedente. Y queda luego el estudio del
origen y relaciones de nuestras colecciones.
Puesto que éste es un capítulo prelim inar, no podem os entrar
a fondo en este tem a: nos faltan todavía u n a serie de presupuestos,
es tarea que realizarem os en nuestro segundo volum en. Pero convie­
ne que el lector del libro disponga desde ah o ra de algunos elementos
de juicio sobre las colecciones, sobre las que im peran todavía
una serie de ideas vagas y, a veces, erróneas. Es imposible, si
no, iniciar ninguna investigación sobre la fábula clásica y helenística,
por no hab lar de la im perial. N os apoyam os en estudios anteriores
de H ausrath, Crusius, Perry, Nçijgaard y de nosotros m ism os;
adelantam os, adem ás, algunas cosas que m ás adelante tratarem os
de establecer m ás en detalle.
Las colecciones de fábulas antiguas se dividen en colecciones
en prosa y colecciones en verso. Estas últim as son fundam entalm en­
te, Fedro, Babrio y A viano: luego verem os que no todo el llam ado
B abrio es de Babrio y que no siem pre es fácil decidir en qué
m edida vienen o no del Fedro perdido ciertas fábulas latinas medie­
v ales2. En cuanto a las colecciones en prosa, hay que hacer una
triple distinción. Tenem os:
a) Las de tradición más antigua, a saber, las fábulas del P. Rylands
4 9 3 3 y las diversas colecciones de Fábulas A nónim as en griego,
derivadas unas de otras y, al tiem po, de unos mism os m odelos
o de m odelos que existían unos al lado de otros en diferentes
colecciones. L a colección m ás antigua, la A ugustana, com pren-
2 T odas las fábulas coliám bicas atribuidas a B abrio están editadas por Perry,
Babrius and Phaedrus, Londres 1955. Pero sigue siendo útil la edición de Crusius,
L eipzig 1897, que da tam bién las paráfrasis, consideradas habitualm ente (y en
parte con razón) com o prosificaciones del Babrio perdido; tam bién las edita
C ham bry, A esopi Fabulae, París 1925. En Crusius, p. 264 ss. se encuentran igualm ente
las fábulas bizantinas en tetrásticos yám bicos de Ignacio D iá co n o y sus im itadores,
así co m o otras fábulas en verso sobre cuyo origen no hay nada seguro, aunque pare­
cen de la antigüedad tardía (fábulas dactilicas, p. 215 ss.). Fedro es editado por Perry
en la obra citada, tam bién por Postgate, Phaedri Fabulae Aesopiae. O xford 1919. En
cuanto a A vian o, véase la edición de A . G uaglianone, Aviani Fabulae. Turin, 1958.
Sobre las fábulas en parte babrianas de las tablas de A ssendelft (tablillas enceradas
escritas por un niño de Palmira en el siglo m d.C .), véase infra, p. 121.
3 Editadas por R oberts, C atalogue o f the G reek and L atin Papyri in the John
R ylands L ibrary III, M anchester 1938; por m í m ism o, E m erita 20, 1952, p. 337 ss.;
y por H ausrath, Corpus, I I 2, p. 187 ss. Cf. otra fábula (con restos de verso) en
el P. G renfell-H unt II 84 (siglo v d. C) en H ausrath, Corpus II, p. 119.
66 H istoria de la fábula greco-latina

de en su recension principal (I) 232 fábiilas : es la colección más


extensa 4.
b) Las colecciones retóricas, destinadas al estudio de la fábula
en las escuelas de retórica. Son colecciones tardías y m ucho m ás
breves : las fábulas de A ftonio (40 de este retor del siglo v ) 5; las
atribuidas por los m anuscritos a D ositeo, falsam ente, por lo que
son conocidas com o del Pseudo-D ositeo (16 fábulas escritas en
el año 207 d .C .)6; unas pocas fábulas de un reto r anónim o transm i­
tidas en un códice B rancacciano7 ; y, aunque sean de fecha bizantina
m uy tardía, las fábulas del llam ado S in tip as8, una colección de
62 fábulas traducidas del siriaco, cuyo texto venía, a su vez, de
la antigua tradición griega.
c) Prosificaciones de las fábulas en verso del a p artad o a) y
de otras semejantes que se han perdido. Para el griego tenem os
la llam ada paráfrasis bodleiana, denom inada así porque su m anus­
crito principal es el Bodelianus Auct. F. 4.7 (llam ado B por Perry,
Ba por C ham bry). En buena m edida representa prosificaciones
de fábulas conservadas de Babrio, en otra, prosificaciones de fábulas
coliám bicas de Babrio o no, véase m ás abajo. A veces estas m ism as
fábulas u otras em parentadas han sido vueltas a poner en verso,
esta vez en dodecasílabos políticos b iza n tin o s9. Algo sem ejante
sucede con Fedro. A m ás del Fedro transm itido por los m anuscritos
principales y del Appendix transcrito por el hum anista Niccolo
Perotti de un m anuscrito perdido, existen u n a serie de paráfrasis
en prosa de antiguos originales en senarios: las de los códices
A dem ari y W issem burgensis y las del llam ado R óm ulo. Estas fábu­
las derivan en parte del F edro perdido, pero esto no es seguro, ni
m ucho m enos, en todos los casos. Véase sobre el tem a más abajo,

4 La m ejor edición de la A ugustana es la de Perry en A esopica, p. 321 ss.


Siguen algunas fábulas de otras colecciones, pero para una edición com pleta de
las fábulas anónim as hay que ver E. Cham bry, A esopi Fabulae, París 1925 y el
Corpus Fabularum Aesopicarum de H ausrath, Leipzig, 2 vo ls., 1940-1956 (2 .“ ed.
del vol. II, 1959). Sobre estas dos ediciones, cf. infra, p. 99.
5 Editadas por H ausrath, Corpus I I 2, p. 133 ss.
6 Editadas tam bién por H ausrath, Corpus I I 2, p. 120 ss.
7 Editadas por Sbord one en R ivista Indo-greco-italica 16, 1932, p. 35 ss.
8 Editadas por H ausrath, Corpus I I 2, p. 155 ss. y por Perry, A esopica, p. 511 ss.
9 Las ediciones a seguir, co m o se dijo en p. 63, η. 2 son las de Crusius
y Cham bry; Perry, A esopica,, p. 427 ss. da una edición m uy parcial de Babrio
y de estas fábulas con el título de «F abulae Originis Babrianae».
Inventario general de la fábula greco-latina 67

p. 140 s s .l0 . Lo que es claro, de todas m aneras, es que con frecuencia


estas fábulas latinas presentan tem as fabulisticos nuevos o temas
conocidos que han sido m odificados, por lo que han de ser tenidas
en cuenta al estudiar la tradición fabulística antigua. Lo mism o pue­
de decirse de las colecciones de fábulas latinas medievales, deri­
vadas por lo dem ás en su m ayor m edida de F edro y de R ó m u lo 11.
Tras esta presentación, conviene dar una idea general sobre
las distintas colecciones, dando las indicaciones necesarias sobre
sus características y sobre el estado actual de nuestros conocim ientos
sobre las m ism as, que nos perm itirá utilizarlas debidam ente en
el curso de este estudio. N aturalm ente, en el volum en II, especial­
m ente dedicado a las colecciones, añadirem os m uchas cosas y
docum entarem os las afirm aciones hechas aquí. A bandonam os el
orden de la clasificación que precede y seguimos otro, en parte
cronológico, que resulta más práctico para la exposición de las
características y relaciones entre las colecciones.

II. L as f á b u l a s del P. R ylands 493

Este papiro, publicado com o hem os dicho por R oberts en 1938,


nos ofreció por prim era vez los restos de una colección de fábulas
en prosa independiente de nuestras colecciones12. Se identifican
en el papiro «H eracles y Pluto» (H. 113, F edro IV 12); «El pastor
y las ovejas» (H. 224); «El jabalí, el caballo y el cazador» (H. 238,
F edro IV 4, cf. tam bién A ristóteles, Retórica II 20, Teón, Prog. 2,
C onon., Narr. 31, H oracio, Ep. I 10, 34-41, Par. Bodl. 166 Cr.,
Tetrámetros I 53); «L a lechuza y los pájaros» (H . 39a y b, Par.
Bodl. 164 Cr., Róm ulo XX IV Th., cf. tam bién D ión C risóstom o X II
7-9 y L X X II 14-15, Babrio 12).

10 Los dos códices m encionados y R óm u lo están editados en el vol. II de


L. H ervieux, Les Fabulistes latins, París 18942. H ay que añadir, para R óm ulo,
la edición de G . Thiele, D er lateinische A esop des Rom ulus und die Prosafassungen
des Phaedrus, H eidelberg 1910; y para las restituciones fedrianas (a veces discutidas)
d el codex A dem ari, la obra de C. Zander, D e generibus et libris paraphrasium Phaedria-
narum, Lund 1897.
11 Las edita H ervieux en su libro arriba citado.
12 A n tes só lo habían aparecido en papiros fábulas anónim as aisladas: en P.
G renfell II 86 están H . 136 ( = Fedro 1 4 , Babrio 79) y en P. Üxyr. 1404 está
H. 32, am bas en versión independiente. A parte de esto, los papiros habían sum inistra­
d o restos de fábulas del P seu d o-D ositeo, Babrio y de la Vida de Esopo.
68 H istoria de la fábula greco-latina

Según el editor R oberts, el papiro rem onta com o m ínim o al


siglo I d. C. : es, pues, posiblem ente contem poráneo de Fedro, cuya
vida se coloca a fines del siglo I a. C. y en la prim era m itad
del I d. C. Y es considerablem ente anterior a B abrio, al Pseudo-D o-
siteo y a la redacción que conservam os de la A ugustana, por
no hab lar de las dem ás colecciones.
Se plantea, pues, un problem a interesante relativo a la relación
de esta colección con la de D em etrio de Falero, de un lado,
y las dem ás colecciones, de otro. N aturalm ente, el problem a ha
de ser enfocado a la luz de la entera historia de las colecciones
y es lo que harem os en la del volum en II de esta obra. A quí
nos lim itam os a ap u n ta r sum ariam ente al estado de la cuestión
en la actualidad, resum iendo las hipótesis hasta el m om ento enun­
ciadas, po r orden cronológico y acom pañadas de una valoración
crítica.
1. El editor, R oberts, avanzó m uy poco en este terreno. Su
afirm ación de que la versión de las fábulas que presenta el papiro
es com pletam ente diferente de la de la A ugustana, es exagerada
y, adem ás, no quiere decir gran cosa m ientras no se estudie el
conjunto de la tradición. Y que «La lechuza y los pájaros» no
se halle en la A ugustana, com o pretende R oberts, es equivocado:
es la fábula H. 39 a y b, que presenta dos versiones en que la
lechuza (presente en las versiones de D ión C risóstom o) ha sido
sustituida po r la golondrina. D e todas m aneras, resulta cierto que
hay diferencias entre el P. Rylands y la A ugustana: el problem a
que queda abierto es situar a una y o tra colección en el conjunto
de la tradición. H ay ocasiones, efectivamente, en que el papiro
y la A ugustana coinciden en determ inados detalles frente a o tra
versión, m ientras que tam bién se da el caso contrario.
2. Viene después, cronológicam ente, mi estudio de 1952, «El
papiro Rylands 493 y la tradición fabulística a n tig u a » 13. A unque
este estudio presenta lagunas respecto a la com paración con otras
versiones de algunas fábulas y al estudio de los restos m étricos
y parte de una visión sobre la historia de la fábula muy fragm entaria,
la existente en la época, pienso que constituye todavía un punto
de partid a válido p ara la investigación de esta colección. R esum ien­
do, sus conclusiones podrían ser las siguientes:
a) Junto a ciertas diferencias, hay notables coincidencias entre

13 E m erita 20, 1952, pp. 337-338.


Inventario general de la fábula greco-latina 69

las fábulas del papiro y las de las dem ás colecciones: esto se


ve, sobre todo, com parando la versión del P. Rylands y las coleccio­
nes de «El jabalí, el caballo y el cazador» y la versión de Estesícoro,
transm itida po r Aristóteles, en que es el ciervo y no el jabalí
el que interviene.
b) D entro de este rasgo general, las fábulas del papiro pertene­
cen a una ram a de la transm isión que se a p a rta en ciertos detalles
de o tra ram a de que derivan, en térm inos generales, la A ugustana,
F edro y Babrio o las paráfrasis. Así en «H ércules y Pluto» (aquí
no hay versión de Babrio) y en «L a lechuza y los pájaros», que
es donde m ejor puede realizarse el estudio. En el detalle puede
ser, según los casos, una ram a o la o tra la que ha innovado;
y tam bién sucede que innoven individualm ente F edro, Babrio o
la A ugustana y que las otras colecciones coincidan, así, con el
papiro en rasgos arcaicos. Por o tra parte, la tradición independiente,
no de colección, puede ir según los casos con una u o tra rama,
una u o tra colección: lo hemos ejem plificado en el caso de. las
versiones de D ión C risóstom o de «L a lechuza y los pájaros» (aquí
hay huella, en realidad, de u n a ram ificación m ás com plicada, pero
constituyendo siem pre la versión del papiro un caso aparte).
c) El estudio del vocabulario de las fábulas del P. Rylands
hace ver que están escritas en la prosa literaria de la prim era
koiné, esto es, de la época helenística en fecha anterior a la difusión
del m ovim iento aticista. N o hay .en ellas, en efecto, aticismos
puros de los que no adm itió la koiné más antigua, pero tam poco
térm inos de koiné popular; dom ina el vocabulario «com ún», tanto
ático com o de koiné. Hay, adem ás, unos pocos poetism os, que
se explican po r ser la colección el resultado de la prosificación
de fábulas en verso. Es notable que el léxico literario, ático y
poético, sea m ás abundante en la A ugustana: la versión de ésta
que a nosotros ha llegado presenta, en efecto, huellas de una
serie de reelaboraciones a través de la época helenística e imperial.
3. P osterior a nuestro artículo es el de Perry titulado «D em etrius
o f Phalerum and the Aesopic Fables» 14. En él Perry, sin rebatir
los argum entos anteriores pese a citar mi artículo, sienta, aunque
con ciertas dudas, la hipótesis de que las fábulas del P. Rylands
representan, precisam ente, la colección de F ábulas de Dem etrio

14 TAPhA 93, 1962, pp. 287-346.


70 H istoria de la fábula greco-latina

de F e le ro 15. E sta colección sería, precisam ente, el «Aesopus» segui­


do por F edro, sobre todo en su libro I y en fábulas que fuera
de él sólo en Plutarco se encuentran. Se apoya para ello en el
hecho de que las fábulas del P. Rylands, en la m edida en que
han llegado a nosotros, van precedidas de un prom itio inicial
y term inan con un discurso directo o «cierre» del anim al, que
da la intención de la fábula: igual que en m uchas fábulas de
Fedro. Perry ve en esto la confirm ación de una teoría suya ya
antigua según la cual lo original en las colecciones de fábulas
es el prom itio, del cual se habría derivado después el epim itio
tal com o lo vemos en la A ugustana y en algunas ocasiones ya
en Fedro.
4. E n el volum en I, de 1964, de su libro ya conocido por
nosotros, La Fable A n tiq u e16, N ^jgaard sostiene en relación con
las fábulas del P. Rylands la m ism a idea que antes habíam os presen­
tado nosotros : la A ugustana y el P. Rylands representan dos tra d i­
ciones independientes que, en ocasiones al m enos, derivan de una
fuente com ún. N o entra, sin em bargo, en el detalle de las relaciones
de una y o tra colección con el resto de la tradición fabulística.
Pero se detiene a criticar las ideas de Perry.
E sta crítica la hace en relación, sobre todo, con el problem a
de prom itios y epim itios. H ace n o ta r m uy justam ente que los
prom itios del P. Rylands, del tipo ό λ ό γο ς έφαρμόζει πρός...
«la fábula se refiere a...», son diferentes de los de F edro, que
con la m ayor frecuencia son del tipo «explicativo» («la fábula
enseña que...»), próxim os a los epim itios de la A ugustana. Para
N ^jgaard las cosas h an sucedido al revés de com o Perry pensaba:
lo antiguo en las colecciones era el epim itio, com o en la A ugustana,
y de ahí surgió el prom itio. C oncretam ente, los prom itios regulariza­
dos, del tipo de índice, del P. Rylands, son una innovación; y
tam bién lo son, piensa, los «cierres» finales del anim al con άτάρ,
que provendrían del antiguo epim itio tam bién con άτάρ. Todo
esto es discutible: hemos de ocuparnos del tem a en un capítulo
independiente. P ara nosotros es claro, de todos m odos, que N0j-
gaard tiene razón al m enos en que tan to esos prom itios regulariza­
dos com o la falta sistem ática de epim itios es algo reciente, pues
hay prom itios de tipos varios y epim itios que son antiguos, aparecen

15 Cf. pp. 321, 325, 326, 340.


16 Cf. pp. 491 ss., 498 ss., 508 ss., etc.
Inventario general de la fábula greco-latina 71

incluso en la fábula-ejem plo anterior a las colecciones. En sum a:


el P. Rylands es una colección con características m uy específicas,
no puede ser una copia de D em etrio de Falero, sino u n a ram a
desgajada de la tradición derivada de éste.
H ay que n o tar, de todos m odos, que los argum entos m ás fuertes
co n tra la idea de Perry no son éstos, sino el hecho de las fuertes
diferencias entre el P. Rylands y F edro y el P. Rylands y la A ugusta­
na, con frecuencia en rasgos o detalles en que el papiro innova
a todas luces.
5. Señalam os, todavía, la aportación de nuestro artículo «La
tradición fabulística griega y sus m odelos m étricos», en su segunda
parte aparecida en 197017. Este tem a de los restos m étricos en
las fábulas de colección ha de ocuparnos en un estudio más a
fondo, pero com o introducción señalam os a continuación algunos
de los restos m étricos de las fábulas de nuestro papiro de extensión
m ayor que un m e tro 18 :

«El jabalí, el caballo y el cazador» 19

‘Ί π π ο ς καί ύς λειμώ νος [—] έκοινώ νουν / ό δ ’ 6ς

χάς πόας δ ιέφ θ ειρ ε

«El pastor y las ovejas»

Π ο ιμ ή ν [u— Μ _]·έπί δρϋν έράβδιζεν

Ο ο ΐμ ά τιο ν20 διέφ θ ειρ α ν

τα δέ πρόβατα[

ίδών τό σ υμ β εβ ηκός είπεν [— ^

17 E m erita 38, 1970, ρ. 43 ss.


18 Seguim os la edición de H ausrath-H unger, 1. c., con m ínim as m odificaciones
(elisiones y crasis).
19 ίπ π ο ς καί ος λ ειμ ώ νο ς έκ οινώ νουν representa un coliam b o alterado de alguna
m anera. El otro verso se reconstruye con ayuda de la A ugustana.
20 Pap. τό ίμ ά τιον.
72 H istoria de la fábula greco-latina

«H eracles y Pluto»

ό Ζεύς τον Η ρ α κ λ ή [w] 21 ε ις θεούς ’ά ξων

έ π ίο ν θ ’ έ κ α σ τ ο ν 22 των θεών υπερβολή


ή σ π ά ζ ε θ ’23 Η ρ α κ λ ή ς ___^
........................................................................ ] ’ά φνω κυψας
ού π ρ ο σ η γ ό ρ ευ σ ε τον Π λούτον

έγω γε τούτον έπ ίσ τα μ α ι [ ^ —

J νυν τώ λόγω παροξυντ];

«L a lechuza y las aves»

^ —u—] το ϊς ό ρ νέο ις έπ η π είλ ει

] λαβών (δέ) τις (άνήρ) Ιξευτή ς


(άπό τή ς) δρυός τον Ιξόν έθή ρ α σ εν

καί νυν δτανΥ δω σι (τή ν) γλαύκα (....) λ ίσ σ ο ν τα ι

νυν καί μ ιμ ν ή σ κ ε σ θ ’ οτι [^ —^— y

ύμεΐς τ ό τ ’ ού μ ν η σ θ έντες [_ υ ---- η

είρ η κ έ ν α ι λέγοντες [—^— -

C o m a se ve, con suprim ir sim plem ente algunos de los recursos


habituales de los prosificadores, com o son la elim inación de hiatos,
introducción de artículos y partículas, sustitución de los nom bres
po r pronom bres y elim inación de añadidos inútiles, resultan am plios
fragm entos yám bicos, incluso un coliam bo y un trím etro yám bico
com pletos y series de final de verso más com ienzo del siguiente.
H aciendo algunos cam bios del orden de palabras y sustituciones
léxicas se iría m ás allá. Sólo desbrozam os el tem a: hem os de

21 En vez de ώς se puede suponer π ο τ’; en vez de άξω ν, quizá ήγε.


22 Pap. έπ ίο ντα δε έκ α σ το ν, 2 ή σ π ά ζετο ό.
23 Pap. αυτόν.
Inventario general de la fábula greco-latina 73

hablar de las características m étricas de estos versos y de su fecha,


para nosotros el siglo m a. C.
Para lo que ahora nos interesa lo im portante es esto, sin
em bargo. El P. Rylands es una prosificación de fábulas en verso,
coliám bicas y yám bicas, y precisam ente de fábulas en verso distintas
de las de la A ugustana, pues en esta colección no se conservan
huellas del verso aquí descubierto, sino de otro diferente (tam bién
coliám bico y yám bico, por lo demás). D ado que tenem os múltiples
razones para pensar que la colección de D em etrio era en prosa,
resulta claro que el P. Rylands presenta u n a colección sin duda
derivada de ella, pero diferente. Es paralelo el caso de la colección
que ha ido a p arar a la A ugustana y, con m últiples variantes,
a otras colecciones imperiales.
Tenem os, pues, en el P. Rylands testim onio de u n a de las varias
colecciones de fábulas helenísticas. E ra dem asiado simple la idea
de Perry de que es de D em etrio de donde derivan directam ente,
sin interm ediarios, las colecciones de fábulas, anónim as o no, que
nos han llegado por vía m anuscrita medieval.

III. L a c o l e c c ió n aug ustana

1. Fecha de la colección

La fábula griega fue conocida h asta fecha reciente por la colec­


ción llam ada A ccursiana, editada por Bonus Accursius en 1479
ó 1480: una colección a todas luces bizantina. Las dos grandes
colecciones antiguas, a saber, la A ugustana y Babrio, no han sido
editadas h asta el siglo pasado, la prim era po r Schneider, la segunda
por B oissonade24.
En realidad, ya Lessing había visto el interés del A ugustanus M o-
nacensis 564, un códice del siglo xiv que du ran te m ucho tiempo
ha pasado por el m ejor representante de la colección llam ada
por él A ugustana y que fue el que editó Schneider sobre una
copia hecha por E rnestina Reiske que había m anejado Lessing.
Pero incluso la edición de esa copia por Schneider no desplazó,
de m om ento, la boga de la A ccursiana. P o r m ejor decir, ha sido

24 J. G . Schneider, Vratislavia 1812; J. F . B oissonade, París, 1844.


74 H istoria de la fábula greco-latina

una situación confusa la que hasta 1925, fecha de la edición de


C ham bry, se ha m antenido. L a edición de K orais de las fábulas
de 1810, recogía to d a clase de versiones de cada fábula, sin distin­
ción; y luego la edición de H alm , en Teubner, de 1852, d ab a
una versión de cada fábula, pero una versión escogida a rb itraria­
m ente, con frecuencia de colecciones de autor. N o clarificó la
situación la edición por Sternbach, en 1894, del m anuscrito E (Pa):
un m anuscrito de la A ugustana de una tradición m ezclada y abe­
rrante.
Son las ediciones realizadas en este siglo, m encionadas más
arriba, a saber, las de C ham bry, H ausrath y Perry las que han
dado textos de la A ugustana razonablem ente seguros y han estable­
cido, definitivam ente, que había tres colecciones fundam entales
de fábulas griegas en prosa, que debían ser estudiadas independien­
tem ente en cuanto a sus características literarias, su lenguaje y
su fecha. Y cuyas relaciones había, adem ás, que tra tar de establecer.
E n realidad, la aportación decisiva para establecer la m ayor antigüe­
dad de la A ugustana y la derivación a p artir de ésta de las otras
dos colecciones, V indobonense y A ccursiana, fue la de P. M a rc 25.
Pero este últim o punto no nos interesa de m om ento y nos
lim itam os a los prim eros. Fechar una colección de fábulas no
es fácil, pues apenas existen en ella referencias o datos externos.
Más exactam ente, no hay nada en la A ugustana que haya que
fechar en época m ás reciente que la helenística. L a inm ensa m ayoría
de las fábulas no ofrecen datos locales ni alusiones fechables;
cuando las hay se refieren a A tenas o pueden colocarse en varios
lugares del m undo griego, sobre todo Egipto, en la edad helenística.
Se habla de D ém ades, de Diógenes, del Nilo, de un esclavo etíope,
de algunos anim ales de la fauna africana y asiática, de los magos
o charlatanes am bulantes, la diosa F o rtu n a , etc. Y hem os de ver en
la segunda parte de este volum en que existen en la fábula influjos
m uy fuertes del cinismo y aun el estoicismo. Pero todo esto nos
da, cuanto m ás, un terminus post quem: la A ugustana ha adquirido,
sin duda, su form a definitiva en la edad helenística.
Esto deja abiertas dos cuestiones. Prim era: la de en qué m edida
nuestra A ugustana, la que reconstruim os estudiando los m anuscri­
tos, ha m odificado la antigua A ugustana helenística. Segunda:

25 « D ie U eberlieferung des A esoprom ans», B Z 19, 1910, p. 383 ss. Cf. mis
Estudios..., p. 5 ss.
Inventario general de la fábula greco-latina 75

la de en qué m edida, a su vez, esta A ugustana helenística ha


m odificado a su predecesora: en últim o térm ino, la colección de
D em etrio de Falero, con los escalones interm edios que se quiera.
Estudiosos com o C ham bry, H ausrath, Perry y N ^jgaard no
han tenido en cuenta, sin em bargo, esta problem ática ni al fijar
su fecha ni tam poco al estudiar las características literarias y lingüís­
ticas de la colección, tem a íntim am ente relacionado con el primero.
C om o arriba al hablar de las fábulas del P. Rylands, vam os aquí
a presentar un resum en crítico de sus opiniones así com o de las
nuestras; resum en que sólo en parte puede llevar un orden cronoló­
gico porque varios de Ioí. autores en cuestión se h an m anifestado
sobre el tem a en ocasiones repetidas.
1. M arc veía en la A ugustana una colección de carácter retórico
y erudito, procedente de la A ntigüedad pero cuya conservación
se debe al m ovim iento hum anista del siglo ix (Focio, A retas, etc.):
de esta época procedería lo esencial de la redacción, aunque el
fondo es antiguo. Esta teoría del origen retórico de la A ugustana
procede en realidad de O. C ru siu s26 y encontró su m ejor expositor
y su m ayor desarrollo en H ausrath, a partir de 189821. A diferencia
de M arc, H ausrath coloca la redacción de la A ugustana en época
im perial, sin introducir distinciones.
Para él nuestra colección A ugustana consta de ejercicios de
estilo de las retores de edad im perial y sus discípulos, tales como
los que recom endaban en sus Progymnasmata retores com o Teón
y Herm ógenes, en el siglo ii d. C. Se tra tab a de reducir y am pliar,
introducir έκ φ ρ ά σ εις, inventar fábulas o m odificarlas, etc. En reali­
dad, ya Q uintiliano, en el siglo i d. C., recom endaba enseñar a
escribir fábulas en varios estilos, prosificarlas en verso, parafrasear­
las, e tc 28. Y la verdad es que conservam os ejercicios escolares,
consistentes en la copia y prosificación de fábulas, en las Tablas
A ssendelftianas a que ya hemos hecho referencia y que son del
siglo ia d. C.
A hora bien, que las fábulas se usaban en la enseñanza elemental
de la redacción, diríam os, está bien establecido para la época
im perial; y que ciertos rétores escribieron colecciones de fábulas

26 Cf. « D e Babrii aetate», L eipziger Studien 2, 1879, p. 127 ss.; art. «Babrios»,
R E I I 2, col. 2655 ss. ; su ed. de Babrio, 1897, p. X X X II ss.
27 Cf. « D a s Problem der aesopischen Fabel», N Jb. 1, 1898, p. 305 ss.; art. «Fabel»
en R E VI col. 1704 ss.; prólogo de su edición, p. V ss., etc.
28 Cf. los textos en los 'T estim on ia de A esopica (núm s. 97, 98, 101, 102, 103).
76 H istoria de la fábula greco-latina

en el estilo simple o ά φ ελή ς, que se recom endaba para ellas,


es cierto, las m ás conocidas son las de A ftonio. Pero de ahí a
adm itir que la A ugustana es una colección «retórica», una serie
de ejercicios escolares, va una gran diferencia. Esta teoría ha sido
refutada m uy en detalle por P e rry 29. N o es necesario insistir en
el detalle, pero sí conviene decir algunas cosas.
Salvo excepción, en la A ugustana no se encuentran huellas
de los «ejercicios de redacción» de que habla H ausrath y tam poco
es cierto que tenga el estilo ά φ ελ ή ς propio de la fábula retórica.
Lo que puede h ab er de retórico en la A ugustana es, precisam ente,
el uso de aticism os y vocablos poéticos, que se extendió cada
vez m ás en la prosa de época im perial con pretensiones superiores
a la ά φ έλ εια : esto lo he dem ostrado claram ente com parando el
léxico de la A ugustana con el de A ftonio. Precisam ente es el
léxico el recurso que he em pleado para fechar la colección, com o
se explica a continuación.
Es especialm ente falso el argum ento utilizado por H ausrath
de que el carácter retórico de la A ugustana se dem uestra porque
en los m anuscritos (en algunos de ellos, sería m ás exacto) va
precedida por la breve biografía atribuida a A ftonio, m ientras
que la colección V indobonense, a la que H ausrath atribuye un
carácter «popular», va precedida de la Vida de Esopo en la versión
llam ada W (de W esterm ann), obra de carácter popular. Pues el
m ás antiguo m anuscrito de la A ugustana, el G o Cryptaferratensis,
va precedido de o tra Vida de Esopo, la llam ada Vida G, editada
p or Perry en Aesopica: una Vida sem ejante a la otra, una ram a
de la m ism a tradición.
Pero, sobre to d o , esa distinción entre «libro retórico» y «libro
popular» no se tiene en pie. Es hoy día, ya, insostenible: pero
aparece dem asiadas veces en la bibliografía esópica antigua y con­
viene decir alguna cosa sobre ella para que el no iniciado no
tropiece en ese viejo error, que tanto ha obstaculizado el estudio
de la relación entre las colecciones.
H au srath juega con un equívoco. De un lado, pretende que
en la A ntigüedad existía un corpus de fábulas de tipo retórico
y otro de tipo popular, que iría encabezado por la Vida de Esopo

2gÍ Studies in the T ext H isto ry o f the Life and Fables o f A esop, H averford
1936, p. 163 ss., A esopica, p. 296 ss.; por mi m ism o, E studios..., p. 8 ss., por N0j-
gaard, ob. cit., I, p. 480 ss.
inventario general de la fábula greco-laíina 77

y contendría, en un estilo más florido y vivaz, juegos de palabras,


esbozos de novelas, narraciones sobre hom bres y anim ales de tipo
folklorístico, a diferencia del carácter didáctico de las fábulas de
la colección retórica. T odo esto es pura im aginación. Pero es m ás
grave identificar el corpus retórico con la A ugustana y el popular
con la Vindobonense. Porque hoy se está de acuerdo en que la
V indobonense deriva precisam ente de la A ugustana : en la pequeña
m edida en que ello puede no ser así, una y otra derivan de fuentes
com unes. P or tanto, el que la V indobonense vaya precedida de
la Vida W y la A ugustana ya de la Vida G, ya de la de A ftonio,
ya de ninguna, nada prueba. Y el que la V indobonense presente
un griego m ás vulgar y popular deriva de su redacción en la
prim era época bizantina, no de herencia antigua : hem os dem ostrado
a la saciedad en nuestros Estudios que lo que hace la Vindobonense
es elim inar el vocabulario culto de la A ugustana sustituyéndolo
p or otro m ás popular o vulgar.
E n resum en, H ausrath no ap o rta n ad a sobre la fecha de la
A ugustana, salvo su datación en época im perial, en form a vaga;
y ni siquiera toca el problem a de su relación con la tradición
fabulística anterior. Es este el problem a im portante, sin em bargo,
para estudiar las características de las fábulas en ella recogidas.
2. N o es m ucho más preciso C ham bry, quien, sin em bargo,
alude ya a los verdaderos problem as e indica que es el estudio
de la lengua el m ejor instrum ento para desentrañarlos. Para é l 30
la A ugustana rem onta a la época de Plutarco y su núcleo es
anterior, procede seguram ente de D em etrio de Falero. Se apoya
en que el vocabulario y la sintaxis son fundam entalm ente clásicos
y no difieren de lo que es norm al en los escritores de los prim eros
siglos antes y después de nuestra era.
El estudio del vocabulario, pero en form a detallada y no m era­
m ente im presionística, fue precisam ente el instrum ento que utiliza­
m os para d a ta r las colecciones en nuestro Estudios sobre el léxico
de las fábulas esópicas31. En esta obra distinguíam os m uy cuidado­
sam ente entre nuestra actual A ugustana, la transm itida por los
m anuscritos, y la colección más antigua que reelabora, de la m ism a
m anera que la A ugustana fue reelaborada a su vez por las coleccio­
nes bizantinas. Este es un punto de vista esencial y que, sin em bargo,

30 E sope, Fables, París 1927, p. X LV II.


31 Salam anca 1948.
78 H istoria de la fábula greco-latina

no ha sido apreciado m uy bien por diversos reseñistas y co m entado­


res del libro. N uestra datación de la A ugustana, basada en el
estudio del vocabulario; en el siglo iv y v d. C., se refiere, efectiva­
m ente, a la fecha del texto transm itido, no a la'd e sus predecesores.
A cuatro años de distancia de nuestro libro, en 195232, p ostulába­
mos en efecto, después de com parar las fábulas del P. Rylands
con sus correspondencias en Fedro, la A ugustana, etc., que F edro
conoció y utilizó u n a fase antigua de la A ugustana cuyo terminus
ante quem es el com ienzo del siglo i d. C. y que en cuanto a
contenido presentaba una casi identidad con nuestra A ugustana.
Y postulábam os tam bién que, a su vez, esa antigua A ugustana
derivaba de o tra m ás antigua todavía, que era a la vez la fuente
de las fábulas del P. Rylands.
N uestra datación de la A ugustana de los m anuscritos en el
siglo IV ó v d. C. se basaba, com o decim os, en un estudio detenido
de su léxico, que lo situaba dentro de lo que conocem os sobre
el léxico de la literatu ra griega de la época del im perio. En realidad,
a p artir de la época helenística se había creado u n a diferencia
cada vez m ayor entre la lengua popular y la literaria, diferencia
que se traducía principalm ente en hechos de vocabulario y de
sintaxis. E n la lengua literaria helenística entran una serie de p a la ­
bras áticas y poéticas (o sentidas com o tales, sea cualquiera su
origen literario) que faltan en la koiné popular; y estos dos sectores
del vocabulario se increm entan progresivam ente a lo largo del
im perio, siendo la preferencia a favor de unos u otros según los
estilos y escritores, pero aum entando la proporción, en todo caso,
de acuerdo con la fecha. P or o tra parte, en la m ism a lengua
literaria entran palabras de nueva creación: a veces creaciones
de tipo intelectual (ciertos abstractos, derivados, etc.), otras palabras
de la lengua com ún, incluso vulgares, que se abren paso poco
a poco.
N uestro estudio léxico de la A ugustana aislaba en prim er térm i­
no las palabras com unes a todas las colecciones, p ara que el contras­
te con las exclusivas de esta colección fuera m ás significativo.
Planteadas así las cosas, resultaba claro que la A ugustana opera
sobre la base de la lengua literaria helenística: presenta 70 aticism os
y 90 poetism os ausentes de la koiné popular, pero existentes en
la literaria de dicha época y, po r supuesto, de la siguiente. A hora

32 Cf. «E l Papiro R ylands 493...» cit., p. 377.


Inventario general de la fábula greco-latina 79

bien, añade vocabulario que sólo a partir del año 100 d. C. aproxi­
m adam ente vuelve a entrar en la literatura: 12 aticism os y 27 poetis-
mos (aparte, insisto, de los aceptados por las colecciones bizantinas).
Es, pues, una colección redactada en lengua literaria, no popular,
y en una lengua literaria que ha acabado de form arse a partir
del siglo π d. C .; lengua, por o tra parte, un tanto anóm ala, dado
el equilibrio de aticism os y poetismos.
Por o tra parte, la A ugustana presenta num erosas palabras crea­
das bien en la época helenística (93), bien en la posterior. Estas
últim as se clasifican entre las que aparecen a p artir del siglo ii
(34 palabras) y las del últim o im perio (siglos iv-v): 16, que dan
la fecha de nuestra redacción.
Pienso que esta datación es definitiva y que, adem ás, da luz
sobre la historia de la colección. Su fondo es la lengua literaria
helenística (sin duda com o continuación de la lengua literaria ática,
del final del aticism o, de D em etrio), pero continuada por una
aportación de fecha posterior. E sta aportación es m ezclada, hay
elem entos cultos y otros que lo son m enos. Y dentro de ella
los térm inos propiam ente tardíos son escasos: la alteración que
sufrió la colección en los siglos iv y v debió de ser pequeña.
Por otro lado, la presencia de un léxico poético im portante, que
al redactar nuestros Estudios nos extrañaba, se explica ah o ra com o
efecto de la existencia de versiones helenísticas en coliam bos que
luego fueron prosificadas.
3. Los argum entos de N ^jgaard y P e rry 33 se basan, de un
lado, en que no tienen en cuenta que esa datación se refiere a
nuestro texto de la A ugustana, no al fondo de la colección; de
otra, a un deficiente conocim iento del problem a lingüístico del
léxico griego de las épocas helenística y rom ana y de los problem as
del léxico en general. Que el léxico no tiene interés para problem as
de datación, que los resultados de mi estadísticas pueden deberse
todos a azares de nuestra docum entación, com o dice N ^jgaard,
son afirm aciones que no necesitan de refutación alguna ante los
conocedores de estos problem as. Que cualquier palabra de nuestra
A ugustana habría podido ser utilizada en el siglo i d. C. y que no
hay datos sobre una posible reelaboración de la m ism a después del

33 Cf. Nçijgaard, ob. cif., 1, p. 137, con mi respuesta en Gnomon 37, 1965,
p. 542 s.; y Perry, «D em etrius o f Phalerum ...» cit., p. 282 s.
80 H istoria de la fábula greco-latina

siglo i d. C., com o dice Perry, son simples afirm aciones que están
en conflicto con los hechos.
F rente a mis afirm aciones, Perry y Nçijgaard concretan m uy
poco. El p rim e ro 34 supone que nuestra A ugustana debe venir
del siglo π d. C. o m ás probablem ente del i; el segundo dice que
es im posible d a ta rla pero que sus procedim ientos estructurales
son anteriores a F e d r o 35. Esto es, pienso, perfectam ente adm isible
para la «antigua A ugustana», antecedente de F ed ro ; si Perry y
N ^jgaard hubieran leído atentam ente mi artículo sobre el
P. Rylands hab rían visto que esto es precisam ente lo que yo había
propuesto en fecha anterior a ellos.
M ás grave es que no distinguen, en la práctica, entre la A ugusta­
na y la colección de D em etrio, atribuyendo a am bas prácticam ente
el m ism o carácter. T odo lo m ás, Perry hace un esfuerzo p ara
rescatar para dicha colección algunas fábulas que faltan en la
A ugustana y que aparecen en diversos autores del im perio (P lutarco,
Luciano.,.) o en F ocio: pero siem pre sobre la base de adm itir
im plícitam ente que la A ugustana es la colección de D em etrio salvo
algunas fábulas que se han perdido en el cam ino. L a P arte II del
presente libro, que estudia la historia de la fábula en época helenísti­
ca, h ará ver que hay notables diferencias entre la colección de
D em etrio y la A ugustana y que entre am bas fases se inserta u n a
historia com plicada. De todas m aneras, a continuación recogem os
algunas ideas de unos y otros autores sobre las características
literarias de la A ugustana y su posición en la historia de las
colecciones, para com pletar este previo «estado de la cuestión».

2. Características de la Augustana y situación dentro


de la tradición fabulística

El problem a de la fecha de la A ugustana se transform a, así,


en el de las fechas de los diversos estadios que ha atravesado;
y se plantea sobre nuevas bases el problem a de su relación con
la colección de D em etrio, prim ero, y con las dem ás colecciones,
después.
De o tra parte, si bien es claro que la fábula era usada en
la enseñanza elem ental, tan to por su valor m oralizador, com o

34 L. c., p. 288, n. 3.
35 Ob. c it., p. 138.
Inventario general de la fábula greco-latina 81

dice Teón, com o por su utilidad para el desarrollo del estilo y


la com posición retórica, no es m enos cierto que tenem os ante
nosotros no una serie de ejercicios de alum nos de retórica, sino
u na colección que estos, entre otras personas, podían usar. Rechaza­
d a po r todos, hoy, la antigua tesis de C rusius-H ausrath-M arc,
hay que buscar o tra en sustitución de aquella. ¿Qué era la fábula
de las colecciones y, concretam ente, de la A ugustana? Sobre esto
se han em itido diversas ideas que conviene recoger.
La verdad es que la segunda pregunta se ha hecho generalm ente
sin prestar m ayor atención a la diferencia entre colección A ugustana
y colección de D em etrio de Falero. En mi artículo «El papiro
Rylands 493...» de 195236, yo proponía, co n tra P e rry 37, que desde
el com ienzo las colecciones de fábulas se crearon por un interés
literario, com o lo dem uestra su redacción , en verso por Fedro
y demás. Perry, en el pasaje citado, había contrariam ente afirm ado
que lo que D em etrio se propuso fue crear un repertorio para
el o rad o r: estaba todavía influido, en cierto m odo, por la teoría
retórica de la vieja investigación alem ana. E n su m ás reciente trabajo
«D em etrius o f Phalerum ...» 38 Perry vuelve a insistir en su idea,
diciendo que sólo cuando fueron puestas en verso las fábulas
fueron consideradas com o otras literarias: antes fueron, sim plem en­
te, una colección de «m ateriales crudos» p a ra ser incorporados a
obras reconocidam ente literarias: o rato ria, historia y filosofía.
Por su parte, N ^ jg a a rd 39 no se atreve a seguir a Perry por
este cam ino: coincidiendo conm igo, dice que le parece que las
intenciones del a u to r de la A ugustana no han podido ser tan
diferentes de las de Fedro y Babrio : «ha querido hacer una presenta­
ción personal de un género literario», dice. Y ofrece, efectivamente,
un estudio sobre las características literarias de la A ugustana, de
las que hablam os a continuación. A unque no deja de observar
que D em etrio de Falero ha hecho al propio tiem po obra de anti­
c u a rio 40.
H ay que hacer constar, a este propósito, que el tem a del origen
de las colecciones de fábulas, de su evolución, etc., está apenas
desflorado. Las colecciones de fábulas, p a ra ser com prendidas,
36 Cf. p. 347.
37 Aesopica, p. 295.
38 P. 341 ss.
39 O b. cit., p. 487.
40 Cf. p. 478.
82 H istoria de la fábula greco-latina

tienen que ser colocadas, pensam os, dentro de los que llam am os
«géneros antológicos», de fecha helenística: colecciones de epigra­
m as, m itos, refranes, etc., etc. Las fábulas en prosa de la A ugustana
tienen que ser interpretadas, de o tra parte, com o prosificaciones
de fábulas en versos coliám bicos o yám bicos que, a su vez, no
hacían o tra cosa que seguir la tradición yám bica (y sin duda
coliám bica tam bién) de la fábula-ejem plo en autores de edad arcaica
y clásica; esa prosificación está en la línea de la tradición de la fábu­
la-ejem plo en prosa de los sofistas y socráticos. Es decir: las caracte­
rísticas e intención de la colección de D em etrio y de sus co n tin u a­
dores, incluida la A ugustana, deben ser objeto de nuevo estudio.
A unque, evidentem ente, hay algún trabajo hecho ya, sobre el que
hemos de d ar idea: a saber, los análisis literarios de N ^jgaard sobre
la A ugustana; y los análisis de N ^jgaard y de mí m ism o sobre la si­
tuación de esta colección d entro del conjunto de la tradición de la
fábula antigua. Y sobre su derivación, que he establecido, a p artir
de colecciones de fábulas en verso.
N ^jgaard ha hecho un laudable esfuerzo, creo que por prim era
vez, para establecer las características literarias de las principales
colecciones de fábulas, a saber, la A ugustana, Fedro y Babrio.
L im itándonos a la prim era, su definición de sus características
está lograda fijándose en un tipo principal y dejando de lado
otros que llam aríam os m arginales. N o nos parece adecuado aplicar
al prim ero el calificativo de «fábula» y negárselo a los otros,
pero en todo caso es un avance el establecer que, efectivam ente,
existe un tipo principal de fábulas de la A ugustana con característi­
cas bien definibles de contenido y form a.
El am plio estudio de N ^jgaard sobre el análisis estructural
de la A u g u sta n a 41 no puede ser resum ido aquí: solo se puede
recom endar su lectura, aunque haciendo observar que lo que N 0j-
gaard define com o tipo estructural de la A ugustana se refiere,
ciertam ente, a la m ayor parte de sus fábulas, pero no a todas.
Por oposición al cuento m aravilloso, las fábulas de la A ugustana
se fundan en el principio de dos personajes que contrastan. H ay
una acción u nitaria y lineal, con unidad de lugar tam bién, y presen­
tada en form a esquem ática que tiende a un fin. T oda fábula contiene
un juego de fuerzas im placable, que culm ina con frecuencia en
la réplica final de uno de los protagonistas; si bien hay fábulas

41 Ob. cit., p. 186 ss.


Inventario general de la fábula greco-latina 83

de un personaje único y los hay de dos personajes. Por lo demás


los personajes tienen caracteres arbitrarios, tópicos. Y, se trate
de uno o se trate de dos, hay, en definitiva, una evaluación del
conflicto m oral.
En realidad, esta definición se refiere m ás a to d a la fábula
que a la A ugustana, bien que fuera de ella existan tipos de fábula
menos esquem áticos, m ás narrativos y pintorescos. Sobre su grado
de acierto y de insuficiencia nos hem os expresado ya en el capítulo
precedente. Allí ha quedado claro que las colecciones de fábulas
representan un género literario, no acum ulaciones de materiales.
H ay datos en la bibliografía existente p ara una prim era aproxi­
m ación al tem a de la situación de la A ugustana dentro de la
tradición fabulística. N o se podía, evidentem ente, trab ajar sobre
él antes de que se distinguiera entre la A ugustana y las demás
colecciones y se colocara sus prototipos en la prim era época impe­
rial. Desde este m om ento han sido posibles distintos intentos de
establecer su relación con otras colecciones: por parte m ía en
mi «El papiro Rylands...», por parte de NçJjgaard y por parte
m ía o tra vez en «L a tradición fabulística...». Son, ciertam ente,
intentos parciales, basados en un m aterial no com pleto; mucho
más insuficiente todavía es el intento de Perry de reconstruir en
cierta m edida la colección de D em etrio, señalando una serie de
elim inaciones de fábulas por parte de la A ugustana. Pero resulta
conveniente señalar estos antecedentes del estudio que presentam os
en este libro.
Lo prim ero que hay que hacer es distinguir el problem a de
la relación entre las colecciones; o, más concretam ente, entre la
A ugustana del com ienzo de nuestra era y las colecciones posteriores.
Este es un problem a com pletam ente diferente del relativo a las
fuentes de la A ugustana: la pretendida confluencia en ella del
corpus retórico y el popular de fábulas, de que ya hablam os.
Pero, sobre todo, no se puede estudiar el problem a de las fuentes
de F edro sin co n tar con un estudio que relacione las fábulas
de este a u to r con las de las dem ás colecciones, em pezando pol­
la A ugustana.
Pues si G. Thiele ha postulado en una serie de artículos por
lo dem ás im p o rta n tes42 que F edro utiliza varias fuentes helenísticas,

42 «Phaedrusstudien», H erm es 41, 1906, p. 562 ss., 43, 1908, p. 337 ss. y 46,
1910, p. 376 ss.
84 H istoria de la fábula greco-latina

sobre todo una colección de fábulas cínicas y o tra de m itos burlescos


y novelas, es claro que esto corresponde a la prehistoria de todas
nuestras colecciones, no de Fedro en particular: esas «fábulas
cínicas» (com o la de «H eracles y Pluto») y esas novelitas (com o
la de la «V iuda de Efeso») son con frecuencia com unes a varias
de ellas. Lo m ism o hay que decir sobre las observaciones de H au s­
rath en un artículo sobre el mismo te m a 43 y sobre las m ás antiguas
de C hristoffersson sobre B a b rio 44: estudio cuyas conclusiones sobre
las relaciones entre F edro y Babrio quedan invalidadas po r la
falta de atención a la A ugustana, justificable en aquel tiem po.
En mi estudio de 1952 sobre las fábulas del P. Rylands intenté,
apoyando en estas fábulas y en sus versiones en la A ugustana,
Fedro, Babrio y o tra tradición, sentar algunos jalones sobre la
historia de las colecciones. El estudio es incom pleto porque el
P. Rylands contiene sólo cuatro fábulas, algunas m uy m al conserva­
das; porque en algún caso («El jabalí, el caballo y el cazadon>)
mi relación de las versiones de la fábula es incom pleta; y porque
no utilizaba todavía el estudio de los restos m étricos.
A un así creo que en dicho artículo se avanzaba un paso m ás
que en estudios anteriores, a los cuales pasaba una revista y que
eran, principalm ente, los que acabo de m encionar. Sin d ar aquí
una argum entación detenida, puesto que hemos de estudiar el
tem a directam ente y con m ás datos en el volum en II, sí indico
algunas de las conclusiones, por lo dem ás, en parte anticipa­
das ya.
La A ugustana pertenece a una línea de la tradición fabulística
distinta de la del P. R ylands: a veces sucede que es el papiro
el que ha innovado, así en «El pastor y las ovejas», pues su
versión se a d a p ta m ucho peor a la m oral de la fábula que la
de la A ugustana: así en «H eracles y Pluto», en que R (el papiro)
introduce notables variaciones por abreviación, cam bio o adición
respecto al esquem a en general com ún de A (A ugustana) y F
(F edro); y en «El jabalí, el caballo y el cazador», en que R introduce
un epim itio que altera la intención original de la fábula. Inversam en­
te, en «L a lechuza y los pájaros» R conserva com o protagonista
a la lechuza, hecha desaparecer en el resto de la tradición (salvo

43 «Zur A rbeitsw eise des Phaedrus», H erm es 41, 1936, p. 70 ss.


44 C hristoffersson, Stu dia de fon tibu s fabularum Babrianarum , Lund 1904, p. 27 ss.
Inventario general de la fábula greco-latina 85

las dos versiones de Dión C risóstom o) a favor de la g o lo n d rin a45.


Esto fue anticipado antes a propósito de las fábulas del papiro.
Fuera de esto, mis conclusiones respecto a la relación de
A y F eran que en «Hércules y Pluto» el texto de F era igual
que el de A, pero abreviado; y que en «La lechuza y los pájaros»
la versión de F derivaba igualm ente de la de A 46, si bien contam i­
nándola con una ram a de la tradición que es independiente (o
quizá deriva de R). De la contam inación por parte de Fedro de dos
fábulas griegas yo daba un buen ejem plo47 con I 3 Graculus super­
bus et paito, contam inación de dos fábulas de la A ugustana, H. 103
«El grajo y los pájaros» y H. 125 «El grajo y los cuervos».
De ahí la conclusión de que la fuente griega en prosa que
Fedro llam a «Esopo» sea un antecesor de nuestra A ugustana ya
m uy próxim o a ella; aunque quizá no sea esta la fuente única.
Fedro, por o tra parte, contam ina y, com o él mism o dice, crea
librem ente48.
Es decir: com o anticipábam os, en torn o al com ienzo de nuestra
era la A ugustana presentaba un aspecto m uy próxim o, en cuanto
al contenido se refiere, al que nos es conocido: las m odificaciones
posteriores fueron sobre todo de estilo y lengua, y posiblem ente
no dem asiado graves. Pero no sólo estaba esta colección en la
base de Fedro. Allí donde el m aterial perm itía la com paración
y nosotros la llevamos a cabo, a saber, en «L a lechuza y los
pájaros», nuestra conclusión era que no sólo F edro, sino tam bién
Babrio derivaba de la «A ntigua A ugustana», esto es, de la form a
de dicha colección en torno al com ienzo de nuestra era. Ciertam ente,
«Babrio» es en el caso de esta fábula un texto de la paráfrasis
Bodleiana (164 Cr.) con claros restos coliám bicos: sea de Babrio
o no, lo evidente es que la A ntigua A ugustana dio origen a una

45 Perry coin cide con esta interpretación mía, cf. «D em etrius o f Phalerum ...»
cit., p. 315 ss.
46 Si realm ente, com o parece, procede del Fedro perdido la versión de R óm ulo
cuyo verso ha sido restituido por Zander, Phaedrus solutus, Lund 1921, p. 63.
O tro problem a es la relación de la version de R óm u lo (o Fedro) con la griega
de P. M ich. 457, cf. G . M. P arassoglou, « A n A esop Fable». Studia P apyrologica
13, 1974, pp. 33-37. N o estudié en dicho trabajo la relación de «E l jabalí, el
caballo y el cazadon> y Fedro IV 4; «E l pastor y las ovejas» no tiene version
en Fedro.
47 Art. cit., p. 373, n. 1.
48 Sobre la posibilidad de que dicha fuente estuviera ya traducida al latín,
véase infra, p. 141.
86 H istoria de la fábula greco-latina

versión coliám bica en que el protagonista es la golondrina. Sobre


su relación con el P. Rylands, véase más abajo, II 6, p. 488.
Sin utilizar mi artículo, que sin em bargo cita en su bibliografía,
NçSjgaard in te n tó 49 a su vez en 1967 sentar las bases de las relaciones
entre las colecciones. Su punto de partida es una serie de fábulas
relativam ente am plia; hay que notar, solam ente, que para nada
utiliza las del P. Rylands.
Su conclusión principal es que A y F form an un grupo, con
versiones m uy próxim as de las m ism as fábulas, que se opone a
Babrio. H ab ría un antiguo original del que descenderían A y F
y otro que daría origen a B abrio y el Pseudo-D ositeo. Sin entrar
en la segunda tesis — que no es este el m om ento de discutir—
hay que señalar que N ^jgaard, por lo que a la A ugustana se
refiere, no cree que sea el m odelo exacto de Fedro. Propone en
lugar de ello:
a) En líneas generales, la A ugustana está m ás próxim a al arque­
tipo que ninguna o tra colección.
b) C on todo, puede introducir variaciones que hacen ver que
las otras colecciones no dependen exactam ente de ella. P o r ejem plo,
H. 70 «El ciervo en la fuente y la vid» nos presenta en A al
ciervo que al ver su imagen en la fuente se enorgulle de sus
cuernos y se lam enta de sus piernas, p ara ser cazado por el león
por causa de los prim eros: pues bien, en F edro y B abrio se tra ta
de unos cazadores y perros. Según Nçijgaard, A contam ina con
H. 78 «El ciervo y el león» (tam bién podría pensarse, al revés,
que la o tra línea contam ina con H. 79 «El ciervo y la viña»,
en que son los cazadores quienes dan m uerte al ciervo). En todo
caso, en fábulas com o ésta, es claro que F edro y el resto de
la tradición vienen de un m odelo no idéntico a nuestra actual
A ugustana.
c) N ^jgaard señala que ese m odelo próxim o a la A ugustana,
pero no idéntico con ella, está m uy próxim o al ms. Pa de la
A ugustana, es decir, a la recensión la de la m ism a, de que hem os
de ocuparnos. N o sólo hay en F fábulas que están en Pa pero
no en G Pb (los mss. centrales de A), sino que hay otras que
faltan en F y Pa.
d) P or o tra parte, F y B (Babrio) son independientes, no tienen
relación entre sí.

49 Ob. cit., II, p. 369 ss.


Inventario general de la fábula greco-latina 87

C om o se ve, sea cualquiera el juicio sobre sus conclusiones,


N 0jgaard ha llegado independientem ente de mí a mi m ism a conclu­
sión: nuestras colecciones son ram ificaciones dentro de un am plio
stem m a de colecciones que no han llegado a nosotros. Señala
tam bién que la diferencia entre A I y la tiene que ver con la
ram ificación de la tradición, es decir, que sus fuentes son en parte
al m enos independientes y sus líneas derivadas tam bién. Todo
esto supera grandem ente las posiciones de Perry en su «D em etrius
o f Phalerum » de 1962, en que tácitam ente veía en la A ugustana,
sin distinciones dentro de ella, un simple descendiente de la colec­
ción de D em etrio que sim plem ente habría perdido algunas fábulas
conservadas por la tradición indirecta.
Finalm ente, mi artículo de 1969-70 sobre «La tradición fabulísti­
ca griega y sus m odelos métricos» no estudiaba la relación de
las Fábulas A nónim as con Fedro, pero sí la relación entre las
fábulas de las diversas colecciones anónim as y la de estas con
Babrio y la tradición B abriana (paráfrasis, fábulas en dodecasílabos)
en general. Este artículo introduce, pensam os, un instrum ento deci­
sivo en la investigación de la historia de las antiguas colecciones
de fábulas: el reconocim iento de que no sólo en Babrio y la
tradición babriana hay fábulas en coliam bos, sino de que bajo
la prosa de las fábulas anónim as y de las del P. Rylands hay
huellas de antiguas redacciones en coliam bos y trím etros yámbicos.
Estas huellas m étricas, en general diferentes en las tres líneas funda­
m entales (P. Rylands, Fábulas A nónim as, Babrio y B abriana) son
una especie de hilo de A riadna que puede guiarnos para la investiga­
ción de la relación entre las fábulas.
N uestro estudio era, evidentem ente, incom pleto (no pretendía
o tra cosa); de o tra parte, necesitado de precisiones y rectificaciones,
así com o de suplem entos, en la investigación del verso. Pero aun
así eran im portantes algunas conclusiones fundam entales:
a) Babrio y la tradición babriana form an una línea independien­
te respecto a la de las Fábulas A nónim as, pero rem ontan en definiti­
va a los mismos m odelos: hay, incluso, fragm entos de verso com u­
nes, por ejem plo, el χειμώ νος όρ χοϋ de «L a cigarra y la hormiga»
(H. 114 Ib y Babrio 140). Sobre este punto volveremos al hablar
de Babrio.
b) La A ugustana no es unitaria, ni tam poco es cierto que
II y III deriven siem pre directam ente de ella. En la A ugustana
puede haber dos versiones de una m ism a fábula, a veces en los
88 H istoria de la fábula greco-latina

mismos mss., otras en mss. diferentes. Y ciertos mss. de la A ugusta­


na y aún de las otras colecciones pueden haber tenido acceso
directo a una redacción antigua sem iprosificada. Las variantes
de nuestro mss. no son siem pre faltas, son a veces huellas de
redacciones interm edias a p artir de un antiguo arquetipo difícil
de reconstruir. Esto coincide literalm ente con las conclusiones de
N ^jgaard a propósito de Ib, pero va m ás lejos. El problem a de
la A ugustana — de cóm o se ha creado el texto de los diferentes
mss.— y de su relación con Fedro se plantea ahora en térm inos
nuevos.
Es preciso d ar aquí una inform ación más detallada sobre este
tem a, pero antes hemos de decir algunas cosas más sobre la existen­
cia del verso en la A ugustana.

3. Restos de verso en la Augustana

Ya Crusius había extraído, en su edición de Babrio, algunos


restos m étricos (coliam bos y trím etros yámbicos) de las Fábulas
A nónim as y los había editado sep arad am en te50 considerándolos
como im itaciones de Babrio de la últim a edad bizantina. Si hubiera
visto que los versos que extrae son una parte m ínim a de los
existentes, que por lo tanto son inseparables del texto m ism o de
la A ugustana, habría, sin duda, desechado esa inconsiderada teoría.
Algunas fábulas especialm ente llenas de restos m étricos no esca­
paron tam poco a la observación de C ham bry, de H ausrath y de
Perry, aunque estos autores se contentaron o bien con señalar
el hecho o bien con proponer interpolaciones de fábulas de origen
babriana: ¡para fábulas que, con frecuencia, tienen en Babrio versio­
nes paralelas con m etros com pletam ente diferentes!
En «L a tradición fabulística griega...»51 pueden encontrarse
datos sobre esas observaciones esporádicas de C ham bry, H ausrath
y Perry, así com o una crítica de las mismas.
Por lo que se refiere a C ham bry y H ausrath, se tra ta de observa­
ciones referentes a versos en H. 62, 72, 114 y 257, de la A ugustana,
y unas poquísim as fábulas m ás de otras colecciones. H ay que
advertir que 114 presenta dos versiones, de las cuales se atribuye
el verso a una de ellas; y que 257 es igualm ente una segunda
50 P. 234 ss. de su edición, cf. en ella pp. X C I s. y 247 ss.
51 P. 266 ss.
Inventario general de la fábula greco-latina 89

versión de 198. En estos casos C ham bry se lim ita a señalar la


presencia del verso, m ientras que H ausrath unas veces lo atribuye
a la época bizantina, otras (así en 114) a la «rhetorum schola»,
m ientras que otras aún (en H. 62) se lim ita a señalar la presencia
del verso. Son soluciones de emergencia de las que no se obtienen
consecuencias generales.
Perry, com o decíam os, trata de obtenerlas. En el prólogo a
su edición de la A u g u sta n a 52 para el caso de H. 62 «El labrador
y la serpiente» dictam ina sim plem ente que la fábula procede de
Babrio por el simple hecho de que contiene un coliam bo que
tam bién está en Babrio. En realidad, H ausrath no hace sino copiar
lo que dice Crusius, que edita la fábula A ugustana com o 147b
en su edición de la paráfrasis. E ncontram os, en efecto, com o 147a
una fábula en versos políticos de la cual el últim o es el δίκα ια
π ά σ χω τόν πονη ρ όν ο ίκ τε(ρ α ς de la A ugustana alterado: pero
el resto del texto (y el de la versión de la paráfrasis 147) es muy
diferente. Sim plem ente, com o en otros casos, las dos líneas de
la tradición fabulística han conservado un elem ento m étrico com ún
del m odelo antiguo.
Los otros casos, hasta siete, son semejantes a éste. Perry se
refugia en la teoría de que se tra ta de interpolaciones o bien en
el arquetipo de la línea principal de la A ugustana (I) o bien
al final del ms. G : procederían bien de Babrio, bien de la (solución
esta que nada resuelve, de o tra parte). A lgunas de estas fábulas
las hemos m encionado ya. La verdad es que el único argum ento
para adm itir la tal «interpolación» y la tal derivación es la presencia
del verso. A rgum ento que queda derrum bado en cuanto se hace
ver que el verso se encuentra en la m ayor parte de las fábulas
de la A ugustana; y que la presencia de dos versiones de una
m ism a fábula en una colección no es cosa anóm ala. Es curioso,
por ejem plo, que H. 31 «El hom bre que tenía dos mujeres» y
H. 112 «El héroe», dos fábulas de que Perry se ocupa en p. 306
com o de fábulas carentes de verso, lo contengan con toda claridad.
C on esto no hemos querido hacer o tra cosa que señalar los
precedentes del descubrim iento del verso en las F ábulas A nónim as,
que en algunos casos rem onta a K orais y H uschke, en el siglo xix,
pero de la que nunca se había sacado partido. En mi artículo
de 1969-70 que vengo citando estudié, al co n trario , el asunto con

52 En A esopica, p. 301 ss.


90 H istoria de la fábula greco-latina

cierto sistematismo, haciendo ver que la aparición del verso es fre­


cuente: ya en la A ugustana, ya en tal o cual m anuscrito o recensión
de la misma; cuando está en las otras colecciones, ya deriva de
la Augustana ya hay indicios de que la propia fuente de la A ugusta­
na ha sido tenido en cuenta. M i hipótesis es que hay una fuente
común de todas las Fábulas A nónim as, una fuente en que el
verso está ya semiprosificado, pues en ocasiones el verso com pleto
es irrestituible; hay, de otra parte, fábulas en que no hay huella
de verso. Y éste falta sistem áticam ente en los epim itios que, por
tanto, son posteriores a la redacción versificada.
Aquí no puedo hacer otra cosa que dar una prim era idea
de la cuestión, que será estudiada a lo largo del libro. Se plantean
una serie de problemas en cuanto a las características m étricas
del verso: según se acepten leyes más o m enos rigurosas, será,
por supuesto, diferente la reconstrucción del verso original. P or
otra parte, una vez que reconstruyam os, al m enos en alguna m edida,
el sistema formulario de las fábulas, verem os que se puede encontrar
verso antiguo incluso allí donde no existe en apariencia. Mis análisis
del artículo citado deben ser, de o tra parte, revisados sistem ática­
mente. En definitiva, los restos de verso más claros y transparentes
no son los únicos: un análisis rigurosos lleva al descubrim iento
de muchos más que no se ven a prim era vista. A un así conviene
que, desde aquí mismo, demos algunos ejemplos de los que m enos
estudio especializado requieren. Sin en trar ah o ra en problem as
sobre la antigüedad del verso, su relación con el de la fábula
clásica o el de la fábula babriana, etc.
Una buena pista, entre otras, es la conservación ocasional del
verso en la respuesta final del anim al o personaje que «cierra»
tantas fábulas. Por com enzar con un ejem plo m uy claro: en H. 8
«Esopo en el astillero» el final es un trím etro yám bico, «cierre» de
Esopo:
’ά χρη σ τος υμών ή τέχνη γενή σ ετα ι
Es suficiente esto para que, inm ediatam ente, se puedan encon­
trar comienzos de verso como
Α ϊσ ω πος ελεγε [...

υδωρ γενέσΟαι, τον δε Δ ία [...

τρις έκροφ ή σ ει την θά λα σ σ α ν [.··


Inventario general de la fábula greco-latina 91

o bien un final seguido de un com ienzo:


···] έξεγυμνω σε / έάν δε δόξει [.··
Si con estos datos (que pueden ser am pliados dentro de la
m ism a fábula) a la vista echam os un vistazo a sus vecinas de
colección, verem os que, por ejemplo, H. 4 «El halcón y el ruiseñor»
term ina igualm ente con un coliam bo con sólo que sé excluya un
φ α ινόμ ενα que el contexto hace que no sea indispensable:
βοράν πάρεις τά μηδέπω διώ κοιμ ι
H e aquí, ahora, un com ienzo yám bico en esta m ism a fábula:
ώς ή πόρει τρ ο φ ή ς [...
así com o finales :

...] ώς εμ ελλ’ ά ν α ιρ εΐσ θ α ι (mss. μέλλουσα)

...]ά λ λ ’ £γωγ’ ά π ό π λη κ το ς

έ φ ’ ύ ψ η λ ή ς /δ ρ υ ό ς καθημένη

E n form a semejante, H. 9 «La zorra y el m acho cabrío» ha


conservado, en la respuesta final de la zorra, el com ienzo del
verso y su final:
ά λ λ ’ εΐ τοσαύτας φρένας [... / ...] τη ν ’ά νοδον έσκέψ ω
E ra, evidentem ente, una respuesta de dos versos. Siguiendo
esta guía, encontram os comienzos de verso exactam ente en el co­
m ienzo de la fábula, sólo con invertir el orden de las dos prim eras
palabras; y en otros lugares de la m ism a:
π εσ ο ΰ σ ’ ά λώ πηξ ε ίς φ ρέαρ [...

τράγος δέ δίψ ει [...

M ás todavía: en la traicionera propuesta que hace la zorra


al m acho cabrío, con sólo elim inar un γάρ y un έμ προσ θίους
innecesario, resulta un comienzo de coliam bo y, tras unas palabras,
el final del siguiente:
έαν θ έ λ η σ η ς τους [...] πόδας / ...] σ ’ ά να σ πά σ ω
92 H istoria de la fábula greco-latina

Piénsese que esto es solo un m ínim o punto de partida que


se puede ampliar en forma increíble. Véanse algunos finales coliám -
bicos de fábulas, bien del «cierre» del personaje bien de la simple
conclusión, sin que hagamos referencia a los restos m étricos, existen­
tes, del resto de las fábulas respectivas:
H. 2···] ώς έγώ (μέν) σαφώ ς οίδα / κ ολοιός, ώς δέ [...
Η. 3 ...] μή νεοττεύειν
Η. 12 ...]σούκαλλίων ύπάρχω[... /...] την δέ ψ υχή ν π επ ο ίκ ιλ μ α ι[...
Η. 13 ...] χαράς γάρ, ώς £οικεν,[... / ...] παντός τι και λ υ π η θ ή ν α ι
Η. 14 ...]κ ά κ ε ίν η /έ φ η :φ ό ς α ύ τό ν 'ά λ λ ά [...(mss. πρός α ό τό ν έφ η )
οόδείς γάρ [...] έλέγξει σε
Η. 19 άλλ’έσφάλης τών < σών > φρένων [.../...] έπ ιλα μ β ά νεσ θα ι
ε’ιω9α
Η. 20 ...] άλλά κ’άν σύ μή εΥπης
Η. 22εί τοΐς λόγοις ’ό μοια τούς τρόπους είχες
Η. 23 όρώ γάρ αύτούς ούδέ[...
Η. 25 ...] άλλ’ έγωγε δειλαία, / ή τις [...

Este es, como se ve, un grupo reducido de fábulas, cogido


al azar. Habría que hacer sobre él, de todas m aneras, diversas
observaciones. Por ejemplo, que si bien en H. 7 no se ve verso
en el final en la versión I καλώς, εφασαν, έάν σύ έντεύθεν α πα λ­
λαγής, sí lo hay en la III: quitando unas palabras interm edias
que son innecesarias, resulta un coliam bo com pleto:
έαν άπέλθρς αύτός, ούδαμώς ά π ο θ νή σ κ ω

Por supuesto, si dejando el comienzo de la colección abrim os


la misma por un lugar arbitrario, sucede lo mismo. Véase por
ejemplo :

H. 165 τί γάρ λύκω [w —] < ιά > πρόβατ ’ έπ ίσ τευο ν ;


H. 166 ...] δώσω, σΰ μοι τροφ ή χ ρ ή σ η (mss. και τ. μ.)
Η. 184 __ ' ...] ά λ λ ’ έμέ ή τίω
Η. 193 καί τούτο λοιπόν ήν, ’ό νον σ ’ύπ’ άνθρώπων
Η. 195 ...] τή δρόσω λιμώ δ ιεφ Μ ρ η (trim , yám b.)
H. 146 μηδέν’ άκοή ταραττέτω πρό τή ς θέας (trim , yám b.)
H. 147 εί μή έώρων [... /...] έξιόντος (δέ) ούδενός
Η. 149 ...] τί (γάρ) συγκλεΐσαι / τούτον [...] μακρό9εν σ ’ 6δει
τρέμειν;
Inventario general de la fabula greco-latina 93

Por supuesto, el verso puede haber desaparecido del final de


la fábula y conservarse en otros lugares. Por ejem plo, en el con ien-
zo:
H. 112 ήρω ά τ ις κ α τ’ ο ικ ία ν έχω ν τούτψ (mss. έπί τής ο ικ ία ς)
En la m ism a fábula se pueden encontrar otros versos:
πέπαυσο τη ν < σ ή ν > οόσ ία ν δια φ θ είρ ω ν
.·.] καί π ένη ς γένη / εμ ’ α ιτ ιά σ ε ις [...

Son m uy característicos ciertos com ienzos


H. 153 λέων λαγω φ περιτυχώ ν κοιμω μένψ / εμελλε τούτον [...
(mss. π.λ. y τ. fe)
Η. 155 κοιμω μένου λέοντος μυς (τώ σ τόμ α τι) / έπέδραμε [...
(mss. λ.κ.)
Η. 187 ό δο ιπ ό ρ ο ι κα τ’ α ίγ ια λ ό ν όδευοντες (mss. κατά τινα)
Η. 102 Ζευς καί Π ρομη θεύς [...
Η. 88 έν (τιν ΐ) μυρσ ινώ νι κ ίχ λ α [...
Η. 71 δρυς καί κάλαμος η ρ ιζ ο ν
Η. 52 γεω ργός υπό χειμ ώ νος [···
Η . 45 άμαξαν είλκ ο ν βόες [...
Η. 18 άλιεύς κ α θείς τό δίκτυον άνή νεγκε / μ α ινίδα [...
(hay una falta, quizá μετήνεγκε)

P odríam os seguir: en este caso, com o en el de los finales,


el estudio del sistem a form ulario yám bico y de su sustitución
p or otro form ulario en prosa hará ver que estos restos mejor
conservados son, en realidad, la parte que sobresale del iceberg.
D e todas m aneras, el grado de conservación del verso es muy
variable : hay fábulas en las que ni siquiera es segura su existencia
y otras en las que esta es transparente. Veam os algunas de éstas.

H. 28 «El m entiroso»
π ένη ς ν ο σ ή σ α ς καί κακώς διακεί μένος (tr. yám b., sobre el m etro
cf. p. 590).
ρ α ΐσ α ι τ ά χ ισ τ ’ αότόν [...
κ ά κεϊνος έξα να σ τά ς [...
...] άπέχετε την εύχήν / ώ δαίμονες [...
94 H istoria de la fábula greco-latina

έκεΐ γάρ εύρ ή σ ει [...

δρομαίος ήκεν έπ’ f |ó v ’ · ένθα δή λ η σ τ α ΐς (c o l, mss. έπι την)

εύρε δραχμάς χ ιλ ία ς [...

Η. 40 «El astrólogo»

ά σ τρ όλογος έξιώ ν έκάστοο' εσπέρας


69ος είχε τούς ά σ τέρα ς [...

τόν νουν δ λο ν έχω ν | _ υ] προς τόν ούρανόν

παριών τις ώς ’ή κ ο υ σ ε των σ τεναγμ < ά τ > ων


προσελθώ ν και μαθών τα σ υμβεβηκότα
£φη πρός αύτόν· σύ βλέπειν τάν ούρανώ (mss. ώ ούτος, σύ τα
έν ούρανώ βλέπειν)
πειρώ μενος [^] τάπί < τ ή ς > γη ς ούχ όρας

Com o se ve, con m ínim as m odificaciones sale casi todo el


verso, en coliam bos y trím etros: po r ello es más notable que
falte en el epimitio.

H. 44 «Las ranas pidiendo rey»

βάτραχοι λυπούμενοι ά να ρ χία


π ρ έσ β εις £πεμ\[/αν πρός [...

α ύτοϊς π α ρ α σ χ εϊν β α σ ιλέα [... (mss. β. αύ. π.)

καταπλαγέντες τόν ψόφον [...

,]ώ ς ά κ ίν η το ν
ήν τό ξύλον, άναδυντες [...
tf αυ.
αύτοϊς υδραν έπεμψεν [... (mss., υ. ? yε.) \

κ α τη σ θ ΐο ν το [...
inventario general de la fábula greco-latina 95

H. 79 «El ciervo y la viña»

··■] εις ( τ ι ς ) δε των κυνηγώ ν [...


...] ά κ ο ντίφ βαλών / έτρω σ εν αυτήν [...
μέλλουσ α < δ έ > τελευτάν 6φη σ τενάξασ α ' (mss. στ. I.)
δ ίκ α ια π ά σ χω [...

Η. 91 «Herm es y Tiresias»

..·] περιπτά μενος ά π ή γγειλεν


Ιδών κορώ νην [...] κ α θη μ ένη ν

ποτέ μέν άνω βλέπουσαν, ποτέ δέ κυπτουσαν (mss. εις τη ν γήν


κύπτουσαν)

διόμνυτα ι τόν ουρανόν < τ ε > καί τήν γή ν (mss. τόν τε ούρανόν)
οτι αν θέλι^ς σύ τούς (έμαυτου) βόας ά πολήμ ψ ομ α ι (mss. σ.θ.).

Η. 112 «El héroe»

ή ρω ά τ ις κ α τ’ ο Ικ ία ν ιεχων, τούτφ (mss. έπι τής)


έθυε πολυτελώ ς [... (mss. π. έ.)

...]ούτος,
πέπαυσο τήν < σ ή ν > ο ύ σ ία ν δια φ θείρ ω ν
έάν γάρ [...] καί π ένη ς γέντ]

Η. 125 «El grajo y los cuervos»

...] ή ξίο υ (σ υ ν )δ ια ιτα σ θ α ι


oí δ’ ά μφ ιγνόντες [...

πα ίο ντες αύτόν έξέβαλον [...

είς τούς κολοιούς [...

...] άμφοτέρων (δ ια ίτ η ς ) σ τερ η θή να ι


96 H istoria de la fábula greco-latina

H. 137 «E l perro y el lobo»


κύων [...] έκοιμα το
λύκος δέ τούτον [..·

νυν (μέν) λεπτός είμ ι κ ίσ χ ν ό ς [...


μέλλουσ ι δ’ οί μου δεσ πότα ι γάμους ’ά γειν (mss. δέ μοΰ οί)
εάν ά φ ή ς με νυν [...

μεΟ’ ημέρας ό λ ίγ α ς [...

προ τή ς έπαύλεως Υδτ)ς κοιμώ μενον (mss. κ. ί.)

Η. 139 «El perro y la liebre»


κύων λαγωόν συλλαβώ ν [... (mss. κ. θηρευτικός),
τούτον ποτέ μέν £δακνε [...

...]ό δ’ ά πα υδή σ α ς
έφ η πρός αύτόν [...
π α ύσ α ί με δάκνων ή [...] φ ιλώ ν, ϊν α (mss. κατα φ ιλώ ν)
γνώ, πότερον έχΟρός ή φ ίλ ο ς κ α θ έσ τη κ α ς

Η. 150 «El león y el delfín»


•••Ιό μέν γάρ των δα λα ττίω ν ζφων
αύτός δέ τώ ν[...

μ ά χην δχων πρός ταύρον [...


...] δ ε λ φ ΐν ’ έπί β ο ή θ εια ν [...
...] ή τ ια τ ’ αύτόν
ό λέων [...

ό δ’ ύποτυχώ ν είπ ε [...

Η. 174 «Los ratones y las comadrejas»


ήττώ μενοι έπεί σ υ νή λ θ ο ν ε ίς ταύτόν (cf. ρ. 591)

α ΰτοΐς σ υνή ψ α ν. Έ ν σ τ ά σ η ς δέ τή ς μ ά χη ς (mss. έαυτοΐς)

οί δέ σ τρ α τη γ ο ί μή δυνάμενοι ε ίσ ε λ θ ε ιν (cf. ρ. 592)


Inventario general de la fábula greco-latina 97

Pienso que es innecesario por el m om ento añadir m ás datos.


R esulta claro que siguiendo sim plem ente el texto de la A ugustana,
introduciendo cuando más alguna elisión, alguna inversión del
orden o bien suprim iendo alguna palabra superflua o añadiendo
una partícula o artículo que com plete una sílaba que falta, se
obtienen num erosos pasajes m étricos que no pueden ser producto
del azar. Son, a veces, coliam bos o trím etros yám bicos, precedidos
o seguidos con frecuencia de otros elem entos m étricos, incluso
de otros versos com pletos.
Por o tra parte, según hem os indicado, éste es sólo un estudio
inicial. A tendiendo a las pistas que da el estilo form ulario, de
u na parte, y utilizando en la reconstrucción las otras dos coleccio­
nes, de otra, se pueden obtener m uchísim os pasajes m ás. Pasajes
m étricos breves que aquí, en general, no hem os presentado se
dem uestra con ayuda de estos recursos y de su colocación en
el texto, que provienen del antiguo original versificado : así tantas
cláusulas del tipo υ — - .
Pueden surgir, ciertam ente, dudas de tipo m étrico (sobre todo
en relación con las cesuras y los pies) y prosódico (ciertas abreviacio­
nes, sobre todo). Estas quedan pendientes p ara el estudio posterior,
en el que hemos de definir en conjunto las características de la
versificación que subyace a las colecciones prosaicas, buscarle p a ra ­
lelos, fecharla. P or supuesto, las conclusiones de aquí obtenidas
h arán posible descubrir un núm ero de elem entos m étricos todavía
m ayor.

3. Recensiones y elementos componentes de la Augustana

Salvo en ciertas m enciones específicas de recensiones divergen­


tes, hasta aquí hem os considerado la A ugustana com o una colección
unitaria, derivada de un arquetipo. Conviene que hagam os ver
que esto no es así y demos la bibliografía sobre el tem a sin entrar
en su estudio de detalle, que sólo podrem os hacer en el volumen II.
D e un lado, por m ás que autores com o Perry se obstinen
en identificarla prácticam ente con la colección de D em etrio, hay
m uchos indicios de que la A ugustana es, realm ente, un agregado
de m ateriales diferentes. H em os aludido ya a los estudios de Thiele
sobre F edro en que habla de fuentes diversas y hemos indicado
98 H istoria de la fábula greco-latina

que, dado que muchas de las fábulas de F edro a que hacen referencia
están tam bién en la A ugustana o son próxim as a otras de la
Augustana, la conclusión habría de ser extendida a esta colección:
conclusión evidente, com o se verá en nuestro volum en II. El mismo
estudio de H ausrath «Zur Arbeitsweise des P h aed ru s» 53, aunque
particularm ente confuso, no deja de presentar m ateriales sobre
fábulas de diversos orígenes, cínicos entre otros.
Por otra parte, el redactor de la A ugustana h a tenido que
tener a la vista más de una colección antigua y en ocasiones
no ha reparado en que, al recoger fábulas aquí y allá, a veces
ha tomado dos versiones de la misma fábula: algo de esto ha
sido ya anticipado. Por ejemplo, son sensiblem ente iguales, con
sólo diferencias de redacción, H. 62 «El labrador y la serpiente»
y H. 186 «El cam inante y la serpiente»; H. 71 «La encina y la
caña» y H. 239 «Los árboles y la caña» ; son prácticam ente iguales
en su comienzo, aunque al final divergen, H. 28 «El m entiroso»
y H. 34 «El que prom etió cosas imposibles». Son todas ellas fábulas
de la Augustana, aunque a veces falten en ciertos m anuscritos.
Hay otros casos más. La verdad es que no hay diferencia entre
estos casos y otros en que las dos versiones se hallan en diferentes
recensiones o en diferentes grupos de m anuscritos. Cf., po r ejem plo,
las variantes en H. 39 a (I) y 39 b (la) de «La golondrina y los
pájaros» o en 114 (I) y 114 (Ib) de «L a horm iga y la c ig a rra » 54.
Como ya indiqué en mi artículo, hay toda clase de casos diferentes.
Una fábula H. 101 presenta dos versiones, am bas presentes en
el ms. G, mientras que los dem ás acogen ya una ya otra. Pero
G tiene, de otra parte, una m ism a fábula, H. 23, dos veces y
ambas en la misma versión: en el puesto 23 y en el 239 de las
fábulas de dicho ms. Evidentem ente, el copista, que tenía a la
vista más de un m odelo, pensó en un m om ento dado, erróneam ente,
que no había copiado dicha fábula. Sucede incluso que dos fábulas,
H. 294 y H. 295, están en el solo ms. M b (a m ás de en la recensión
I I I ) : aunque es un ms. de la A ugustana, dudam os si debem os
atribuir la fábula a la colección o no. Y esto porque un ms.
como Pb ( = A), central en la A ugustana, tiene fábulas de II y
III y hay mss. de la A ugustana que acogen la tradición babriana.
Desde siempre ha sido una tradición evidente, que los copistas

53 Hermes 41, 1936, p. 70 ss.


54 Cf. más datos en Em erita 37, 1969, p. 293.
Inventario general de la fábula greco-latina 99

o redactores de fábulas — pues son lo uno y lo o tro — trabajaban


con varios m odelos ante sí.
Esto nos lleva a insistir en el tem a de las recensiones de la
A ugustana y, en general, en el de su transm isión. H ausrath, siguien­
do los principios clásicos de la crítica de textos p ara reconstruir
un arquetipo único, señaló la existencia de tres recensiones, las
integradas respectivam ente por los mss. C F Cas ( = Pg M b C a )55 ;
O E ( = Pc Pa); y A ( = Pb) ; no fija, en cam bio, el lugar en este
stem m a de Cr, que dice que va ya con u n a ya con o tra ram a.
G rave error: C r (G en Perry) es el m ás antiguo ms. de la A ugustana,
del siglo X , que en realidad queda desvalorizado por H ausrath,
quien apoya su edición en el prim er grupo, la recensión que Perry
llam a λ. P ara Perry, inversam ente, hay una ram a A G que es
la tradición m ás valiosa y junto a ella la ram a λ es inferior,
aunque im portante. L a tercera ram a de H ausrath, la de O E, Perry
la considera com o contam inada de las otras dos.
La verdad es que los libros anunciados por am bos editores
sobre la tradición m anuscrita de las fáb u la s56 nunca han llegado
a aparecer y tenem os que guiarnos por lo que abreviadam ente
dicen en sus prólogos, por sus aparatos críticos y, sobre todo,
por el m uy rico de C ham bry. De todas m aneras, a juzgar por
nuestros resultados a p artir del estudio del m etro, h an simplificado
excesivam ente el problem a, reduciéndolo a térm inos m uy simples
y descartando m anuscritos o datos incóm odos.
Esto se hacía ver, sobre todo, en H au srath cuando estableció,
ju n to a la verdadera A ugustana, una recensión Ib puram ente para­
frástica que alteró, extendió o redujo — dice— el texto recibido :
el resultado fue desatender prácticam ente estos m anuscritos. Esta­
bleció tam bién, y en esto tuvo un acierto, la existencia de una
recensión l a 57, pero con los siguientes errores : atribuirla a la
época bizantina y no dar de ella una edición aparte. C on todo,
adm ite que a veces tuvo fuentes m anuscritas m ejores que las nues­
tras y utiliza estos mss. para establecer el texto. En sum a: busca
establecer un texto único, reconstruir el arquetipo de toda la A ugus­
tana.
Perry presenta algunos avances, com o hemos visto, pero su
55 D am os las siglas de H ausrath y, entre paréntesis, las correspondientes de
Cham bry, seguidas tam bién por Perry.
56 Cf. pp. V y 306 de sus prólogos respectivos.
57 Cf. su ed., pp. IX y XV.
100 H istoria de la fábula greco-latina

tratam iento de la recensión que H ausrath llam a Ib (y a la que


él no d a nom bre particular) deja de ser claro. A firm a que fuera
de las dos ram as que él adm ite los dem ás mss. (es decir, O E
y los del grupo Ib) es dudoso si transm iten algo de fecha antigua
o simples em endaciones, aunque dice que le parece verosímil que
algunos de ellos vengan de una antigua ram a: no es m ucho decir.
Sólo sobre E ( = Pa) hace afirm aciones m uy ta ja n te s58, dividiendo
sus fábulas en varios grupos: unas serían de la, otras de la ram a
de G , otras de la de λ, otras, en definitiva, de una u o tra de
estas ram as; sólo deja 20 independientes. Hem os de ver que, por
el contrario, E ( = Pa) y otros mss., sobre todo A ( = P b ) y F
( = M b), tienen acceso directo a una antigua redacción semiprosifi-
cada. En cuando a la, insiste en que procede de un ejem plar
bizantino. En sum a: procura una edición unificada de la A ugustana
basada en lo fundam ental sobre las dos ram as de la tradición
m anuscrita a que hem os hecho referencia. Sólo en unos poquísim os
casos en que una fábula sólo en la se encuentra, da una edición
separada de esta recensión.
A hora bien, en nuestro estudio repetidam ente citado «La tra d i­
ción fabulística griega...» hem os presentado datos que ponen en
duda que la totalidad de la A ugustana se rem onte, en definitiva,
a un único arquetipo. Es una tesis que habrem os de estudiar
de nuevo en el volum en II de este libro, sobre la base de m ás
datos y de un m ejor conocim iento de los elementos m étricos que
subyacen a nuestras versiones prosaicas. Pues es, precisam ente,
la atención a estos elem entos la que, com o ya hem os dicho, puede
hacer de hilo conductor en to d a investigación de relaciones entre
m anuscritos, recensiones y colecciones en general.
N os lim itam os a exponer som eram ente nuestras anteriores co n ­
clusiones, com o simple dato de partida y com o consideración a te­
ner en cuenta por todo el que se ocupe de la historia de la fábula.
Que un m anuscrito de la A ugustana tenga a la vista sim ultánea­
m ente varios m odelos, com o hemos dicho arriba, se confirm a po r­
que a veces presentan incluso fábulas de las redacciones II y III
o bien coliám bicas o de la paráfrasis b o d leian a59. Las conclusiones
podrían ser las siguientes:
a) A veces, com o decim os, el verso se conserva más fielmente

58 Cf. p. 309.
59 Sobre esto y lo que sigue cf. art. cit., 37, 1969, p. 292 ss.
Inventario general de la fábula greco-latina 101

en ciertos mss. : en E ( = Pa), en A ( = Pb), en F ( = M b), en O ( = Pc),


en B ( = M a, rec. Ib).
b) C oncretam ente, la (sólo o unido a Pb) presenta con frecuen­
cia redacciones independientes; incluso sucede que de él deriva
el texto de Ib y/o el de I. O tras veces, inversam ente, la parece
derivar de G A o bien haber una derivación A —►G E -> la o
ser independiente; y tam bién sucede que tenga dos versiones y
que de una de ellas salga III (así en H. 84); p o r-lo demás, es
frecuente que III salga de la.
C onviene poner unos pocos ejem plos, seleccionados entre los
de nuestro artículo. Así, en H. 56 sólo Pb m antiene el coliam bo
com pleto, desaparecido en los dem ás m ss.: των δαιμόνω ν όργάς
τρέπειν ά πη γγέλλου, pero en otros lugares, la llega m ás directam ente
al verso: δφ η πρός αύτόν en vez de £φη. De un m odo sem ejante,
en H. 40 Pb m antiene el m odelo m étrico en έκ ά σ το τ’ εσ πέρας
que G Pa convierten en έκάστοτε εσπέραν con una falta de sintaxis,
de donde a su vez, parece, la saca su έκ ά σ τη ν εσπέραν que
ya es sintácticam ente correcto, pero am étrico. En H. 9, igualm ente,
Pb (en unión de Ib) conserva importantes^ restos m étricos: έάν
μόνον θ έ λ η ς (mss. θ ελ ή σ εις) ... θ έλ η σ ο ν οΰν (τους) έμ π ρ ο σ θ ίο υ ς
πόδας (έ ρ εΐσ α ι) τ ο ίχ φ donde, sin em bargo, hay que observar que
otros mss. de I y la, que estropean el com ienzo del segundo c o ­
liam bo, dan m ejor el final πόδας τ ο ίχ φ / π ρ ο σ ερ εισ α ι. En H. 40
hay una línea clara de Pb, que m antiene στεναγμώ ν (lo más próxim o
al m étrico στεναγμάτω ν, cf. p. 86) a G Pa τόν σ τεναγμόν y a Ia
του στεναγμού.
D e todas m aneras, el problem a de la conexión de los distintos
mss. con el m odelo m étrico requiere nuevo estudio. L o que es
más indiscutible, en este m om ento, es el arcaísm o, en ocasiones,
de la. U n ejem plo m uy claro es el de H. 45, donde sólo M j,
un ms. de la, m antiene el coliam bo βλον τό βάρος η μ είς φέρομεν,
συ δε κράζεις. O tras veces la va con la línea principal de I,
siendo algún ms. de esta colección el que altera: así en H. 26
τό ^ευμα π ρ ο σ δ ή σ α ς / κ ά λφ λ ίθ ο ν donde G Pa no entienden y
alteran el texto y a la vez el verso: καλώ λ ίν φ λίθ ον.
T odo esto, que requiere, por supuesto, nuevo estudio, sugiere
que era un hábito norm al la contam inación, incluida, a veces,
la contam inación con el antiguo m odelo sem iprosificado. Todo
escriba se creía autorizado, en este tipo de literatura, a u n a cierta
libertad, que hacía que, en definitiva, cada ms. fuera más que
102 H istoria de la fábula greco-latina

una copia una nueva versión o redacción. El estudio del proceder


de los creadores de la Vindobonense y A ccursiana nos convencerá,
una vez más, de esta misma verdad. Y el de las contam inaciones
de la tradición de las Fábulas A nónim as con la babriana, igual.
En realidad, ante el hecho de que a veces un ms. haya seguido
con frecuencia varios m odelos, com o hem os visto (ya C ham bry
hablaba de m anuscritos m ixti), todo esto se coge con las m anos.
Con la Vida de Esopo, literatura popular, ocurre lo mismo.
Así, si Cham bry y sus seguidores avanzaron sobre sus predeceso­
res al ir editando independientem ente diversas redacciones de cada
fábula, no llegaron al fondo de la cuestión. El fondo de la cuestión
es éste: nos encontram os ante literatura popular, de tradición abier­
ta, en la que las variantes no son sim plem ente faltas ni em endacio-
nes. Y nunca ha habido, entre otras cosas, un solo arquetipo
de la Augustana. Imposible, pues, editarla com o se ha hecho hasta
ahora. Y hacen falta estudios sobre su elaboración a través de
diversos manuscritos que sean m enos sim plistas que los que hem os
estudiado.
Estas son ideas que ya expusimos en 1976 en una com unicación
presentada en el V Congreso E spañol de E studios Clásicos con
el título de «Desiderata en la investigación de la fábula antigua» 60.
Sostenía yo en dicho trabajo que la fábula pertenece a la literatu­
ra popular, esencialmente anónim a. Paralelam ente a lo que sucede
en el caso de la literatura oral — la épica griega, nuestro rom ancero,
etcétera— en que en cada ejecución hay un fondo tradicional
que admite innovaciones, igual sucede en la copia de los m anuscri­
tos de la literatura fabulística, viva en toda la A ntigüedad y en to d a
la Edad Media bizantina y latina. En cualquier m om ento se ha
podido proceder con libertad, m odificando conscientem ente los
textos: y no sólo en cuanto al estilo, sino tam bién en cuanto
a la estructura, a los animales protagonistas, a la intención general.
Las llamadas colecciones y recensiones deben su origen a esta
razón, que incluso pesa en la conform ación del texto de ciertos
manuscritos. El proceso se reproduce al infinito: ya se copia,
ya se contamina, ya se innova, y luego el proceso com ienza o tra
vez.
Las fábulas no están solas, dentro de la literatura antigua,

60 Véase en las Actas, Madrid 1978, pp. 215-235.


Inventario general de la fábula greco-latina 103

en este cam po de la literatura popular de tradición abierta, en


la que hab lar de stem m ata y em plear el m étodo m aasiano es no
sólo insuficiente sino, a veces, falsificador: y m ás que en ningún
caso en el de las fábulas, en las que las circunstancias varían
para las diversas fábulas de un m anuscrito o colección. Pero es
que lo que sucede con las fábulas sucede tam bién con las diversas
Vidas noveladas de la A ntigüedad. Perry ha tenido que editar
por separado las recensiones G y W y los restos papiráceos de
la Vida de Esopo: independientem ente h an sido publicadas, igual­
m ente, las varias recensiones de la Vida de Alejandro del Pseudo-C a-
lístenes. «Sucede igual con los escolios, que a veces coinciden
en varias fam ilias de m anuscritos, otras añaden, elim inan o varían,
y con los glosarios. O con las traducciones de la Biblia al latín,
cam po en que ya no se distingue hoy entre H ispana, Itala, etc.,
sino que los hechos son m ucho m ás com plicados». Estas eran
palabras nuestras sobre el tema.
L a edición de estos textos presenta problem as especiales. Exige
un despojo de la totalidad de la tradición m anuscrita, a veces
m uy am plia, com o es el caso de las fábulas. H ay, luego, que
a rb itra r fórm ulas que perm itan presentar en form a paralela el
texto de los diversos m anuscritos o grupos de ellos; grupos que,
en el caso de las fábulas, pueden variar de u n a a la siguiente.
El mism o texto ha de darse varias veces, bien en colum nas paralelas,
bien añadiendo siglas e indicaciones varias. Estas fórm ulas no
están suficientem ente desarrolladas, pero se han hecho algunos
ensayos que convendría aplicar a las fábulas, aunque no ahora,
sino cuando el estudio de su tradición m anuscrita esté más avanza­
do. C on estos ensayos me refiero, dentro del cam po del griego,
a la edición por Erbse de los escolios de la Ilíada61, la tesis
doctoral de G. M orocho que estudia los escolios a los Siete de
E sq u ilo 62 o la edición crítica de H esiquio por L atte. M ás cerca
de lo que para las Fábulas sería preciso está la edición de la
Vetus Latina que publica la A badía de B e u ro n 63. Se trata de
dar, línea a línea, las diversas versiones paralelas, reservando para
el A parato las variantes m ás m enudas; con ello no se pretende
61 Scholia Graeca in H om eri Iliadem (S ch olia V etera ), Berlín 1969 ss.
62 Scholia A eschyli in Septem aduersus Thebas, tesis doctoral inédita, Salam anca
1975.
63 Iniciada en Friburgo en 1949 c o n la publicación del Verzeichnis der S ig el
fü r K irchenschriftsteller, de B onifacius Fischer, 2.a ed. 1963.
104 H istoria de la fábula greco-latina

d ar en el texto la lección «verdadera», aunque los simples errores,


no fáciles de distinguir por lo dem ás, van al A parato. A ñade
luego la edición de la Vetus un A p arato de Testim onios, que
en la edición de las Fábulas A nónim as tendría tam bién una misión
im portante, la de d ar los paralelos en redacciones de la m ism a
fábula fuera de las A nónim as.
N o es seguro, sin em bargo, que con este sistema pudiera recoger­
se satisfactoriam ente y en form a sinóptica u n a tradición tan com ple­
ja com o la de las Fábulas A nónim as o la A ugustana siquiera.
H abrá, quizá, que recurrir a alm acenar los datos en fichas de
ord en ad o r p ara hacer a p artir de aquí análisis electrónicos com o
los que ensaya p ara los rom ances castellanos el profesor Diego
M enéndez Pidal, en unión de la señorita Petersen, en la U niversidad
de C alifo rn ia64.

IV. L a s c o l e c c io n e s v in d o b o n e n s e y a c c u r s ia n a

1. Estudios más antiguos

Según hemos ya indicado, las colecciones bizantinas de fábulas


anónim as en prosa son las que llam am os, respectivam ente, V indo­
bonense y A ccursiana, por un m anuscrito de Viena y la editio
princeps de Bonus Accursius. H em os explicado tam bién que ha
sido la A ccursiana la fuente de conocim iento de la fábula antigua
durante m uchas centurias. La V indobonense es realm ente conocida
desde la edición por Fedde, en 1877, del códice Vindobonensis
130; antes, en 1810, F u ria había editado el Casinensis, que C ham bry
coloca en cabeza de esta colección, pero hemos visto que en realidad
pertenece a la A ugustana.
A hora bien, tras ediciones m isceláneas y confusas com o la
de H alm y otras, sólo con la m encionada edición de C ham bry
en 1925 dispusim os de un texto independiente de cada una de
las tres colecciones principales. Sin em bargo, C ham bry a veces
fabrica un solo texto a p artir de los de II y III — es decir, de
la V indobonense y la A ccursiana— , aparte de colocar, según acaba­
mos de decir, al Casinensis com o cabeza de fila de II, con lo

64 Cf. R evista de la U niversidad Com plutense de M adrid, 25, 102, 1976, p. 79 ss.
inventario general de la fábula greco-latina 105

cual con frecuencia introduce en su texto lecciones clasicistas o


de la A ugustana. Así, en definitiva, es la edición de H ausrath
la que, hoy por hoy, hace fe para el texto de am bas colecciones65.
A unque hay que hacer sobre ella una serie de observaciones.
A ntes, sin em bargo, digam os algunas cosas sobre la fecha de
am bas recensiones, así com o sobre el estado de la cuestión en
lo relativo a sus relaciones ; aunque, en realidad, nuestras observa­
ciones sobre la falta de arquetipo, igual que en el caso de la
A ugustana, de una y otra, forzosam ente h ab rán de tener repercusión
sobre su datación.
H ay acuerdo general en que la colección V indobonense procede
de prim era época bizantina. C ham bry y H a u s ra th 66 se apoyan
en la vieja teoría alem ana de la tradición «popular» de estas fábulas,
su carácter m enos erudito y culto, que se traduce en un estilo
prolijo y poco puro, difuso y lleno de faltas de sintaxis. En realidad,
M arc y e l propio H ausrath había establecido que la V indobonense
venía fundam entalm ente de la A ugustana, de m anera que todo
lo más que podía argüirse es que el estilo de aquella colección
— así com o su vocabulario y sintaxis— revelan m odificaciones surgi­
das en un época de decadencia cultural, de invasión de la lengua
escrita por los vulgarism os. Esto es precisam ente lo que sucede.
En mis E studios67 estudié en todo detalle la entrada en la
V indobonense del vocabulario tardío y vulgar, la eliminación de
aticism os y cultism os en general; entran incluso form as bizantinas
que son datables precisam ente en el siglo vi. U na tesis por mí
dirigida sobre la sintaxis de las fábulas y citada más arriba, la
de M .a Pilar G azo, que perm anece inédita, hace ver igualm ente
la elim inación de rasgos aticistas de la sintaxis: las oraciones de
infinitivo se sustituyen po r el estilo directo, dism inuye el juego
de los genitivos absolutos y otros participios, declina el optativo,
etc., etc. N o parece que haya du d a respecto a esta datación.
A hora bien: P e rry 68 hizo u n a aportación que es im portante
para rom per el m onolitism o de la colección. Señaló que no viene
directam ente de la A ugustana en bloque, sino de una tradición
interm edia parcialm ente conservada en los mss. que él llam a M
65 Cf. sobre ella m i recensión en Gnomon 29, 1957, pp. 431-437.
66 E sope cit., p. X L IV ; Corpus Fabularum Aesopicarum , p. VI.
67 P. 67 ss.
68 Cf. sobre tod o sus Stu dies in the T ex t H isto ry o f the Life and Fables
o f A esop, H averford 1936, p. 174 ss.
106 H istoria de la fábula greco-latina

(Monacensis graecus 525) y S (Mosquensis 436). O tra es la opinión


de H a u s ra th 69: estos y otros mss. constituyen p ara él una clase
especial, la III δ, que considera com o una paráfrasis bizantina
de II. N uestra opinión, com o se verá, está al lado de la de P e rry 70;
y aunque esto no influye en la datación, es im portante p ara hacer
ver que la V indobonense, com o las dem ás colecciones, no se form ó
de un golpe, sino en un largo trabajo de reelaboración de las
colecciones anteriores: este trabajo sucedió, evidentem ente, a lo
largo de los siglos v y vi (H au srath habla del vn) en los m om entos
en que se abría la edad bizantina y decaía la cultura en todas
sus form as. Es notable que, en esta época, se m antuviera el trabajo
de reelaboración de un género popular com o la fábula, precisam ente
en una lengua más bien vulgar. H em os de insistir en que la creación
de la colección fue un trabajo com plejo : no u n a simple m odificación
unitaria de la A ugustana, com o yo pensaba cuando escribía mis
Estudios. Pero esto no da base, pensam os, para d a ta r la colección,
con Perry hacia el 1100: la V indobonense viene, sin d uda, de
una fase m uy antigua de la tradición que se refleja en los mss.
M y S.
Pasem os, antes de volver sobre este tem a, a la A ccursiana.
A quí no se ha llegado, la verdad, a una datación segura. Lo
que es cierto es que, en m uchos casos, deriva de la V indobonense,
lo que convierte al siglo vi en un terminus post quem ; y que presenta
un estilo, o tra vez, de tipo clasicista, purista, según he estudiado
en detalle en mis E studios71. Esto nos obliga a llevar la A ccursiana
a uno de los dos renacim ientos bizantinos: el del siglo ix, en
torno a la figura de Focio, a u to r que cita fábulas en su Bibliotheca,
en alguna ocasión); o el del siglo xiv. A unque no puede excluirse,
por lo que se verá, que el trabajo com enzara en la prim era fecha
y concluyera en la segunda. Pues hoy vemos que, tam bién en
este caso, se tra ta de un trabajo m ucho más com plicado del que
yo proponía en mis Estudios: que la A ccursiana, en bloque, procede
de la V indobonense cuando ésta presenta versión propia de una
fábula y de la A ugustana en otro caso.
Prescindiendo de los vagos intentos de C ham bry de d a ta r la
A ccursiana, en vista del clasicismo (por lo dem ás dudoso) de su

69 Corpus, p. XI.
70 Cf. art. cit., p. 295.
71 P. 99 ss.
Inventario general de la fábula greco-latina 107

estilo, en una «época todavía sana», para esta colección hay, com o
decim os, las dos dataciones del siglo ix y del xiv. La prim era
es la que hem os propuesto H ausrath y yo: en verdad, se apoya
sólo en datos negativos. L a segunda es la que ya favoreció Paul
M arc, quien pensó que la colección habría sido redactada p o r
«filólogos hábiles del tipo de M oscópulos y Planudes» y la
que ha sido defendida, sobre todo, p o r Perry. Pero así com o
nuestras razones a favor del siglo ix son, com o queda dicho, sola­
m ente negativas, las de Perry a favor del xiv y su candidatura
de Planudes com o autor de la A ccursiana se apoyan en razones
dem asiado deleznables72.
Por o tra parte, en nuestro artículo « L a tradición fabulística
an tig u a...» 73 adujim os a favor de la fecha del siglo ix un argum ento
que puede ser decisivo: si III utilizó, com o parece, una colección
antigua sem iprosificada, la m ism a que conocieron la A ugustana
y la V indobonense, parece extraño que, de haber llegado al siglo xiv,
esta colección no se nos hubiera transm itido a nosotros. Es m ás
verosím il que se perdiera al pasarse los códices antiguos a la
m inúscula en los siglos del ix al xi.
P or lo dem ás, m ás interés que señalar una fecha concreta tiene
el establecer cóm o fue naciendo poco a poco la A ccursiana a
p artir de la Vindobonense. Sucede aquí, com o en el caso de la
A ugustana y, hemos visto, el de la V indobonense, que lo que
hemos venido llam ando colección A ccursiana no es otra cosa que
un conglom erado de recensiones. O btener a p artir de ellas un
texto único, com o hace H ausrath — por no hab lar de C ham bry,
quien, com o dijimos, mezcla a veces II— es tan indefendible com o
la obtención de un texto único de la A ugustana. Nos hallam os
ante el m ism o problem a de siempre. Sólo en raras ocasiones, cuando
la forzada fusión sería dem asiado violenta, se resigna H ausrath
a d ar un texto independiente de la recensión III γ.
Y sin em bargo fue H ausrath, en realidad, quien en el prólogo
de su Corpus — ya que no en su fallido libro Aesop— por prim era
vez dio una idea de la m ultiplicidad de recensiones y elementos
dentro de la A ccursiana. A parte de III δ, que vimos consideraba
com o un descendiente de II, habla de III γ, III β y III a. E sta

72 Cf. sobre tod o esto los Stu dies de Perry, p. 204 ss. y m i crítica en Estudios,
p. 13 ss.
73 P. 289.
108 H istoria de la fábula greco-latina

últim a sería la verdadera A ccursiana y las otras dos colecciones


serían estadios en la purificación de la Vindobonense, fases previas
de la redacción definitiva de la Accursiana.
A hora bien, hace ya bastantes años dem ostré a la saciedad,
me parece, que las cosas habían transcurrido exactam ente al revés74.
H acía yo ver, concretam ente, que las redacciones α y γ no son
familias de m anuscritos, sino redacciones diferentes, que ya entonces
com paraba con las variantes de los rom ances. Y que, concretam en­
te, γ deriva de α y no al revés, siendo γ la recensión m ás independien­
te de todas.
H ay, efectivamente, coincidencias entre la A ugustana y α co n tra
γ, pero no entre la A ugustana y γ contra a ; o bien hay derivación
de la A ugustana a a y de esta a γ, no al revés. O tras veces
se ve la derivación de la V indobonense a a y de ésta a γ, no al re­
vés. H e aquí unos m ínim os ejem plos:
H. 143: I άκοόσαντες τή ς π ο δο ψ ο φ ία ς / α: ώς τον του δρόμου
κτύπον ή σ θ ο ν το / γ: τούτους Ιδόντες; I y α: δ ειλ ία / γ: falta.
Η. 22: II y α: δν καθικέτευε / γ: 8ν κ α τελ ιπ ά ρ ει; II: έν
έρ ή μ φ π ο λ ύ ν δρόμον άνόσας / α: έν έρημί^: πολύν δρόμον άνόσας
/ γ: έν έρ η μ /α π ο λλή τόν δρόμον άνύσας
Lo notable es que γ conoce tam bién la V indobonense y a
veces la utiliza directam ente; pero jam ás α utiliza a γ.

2. Las colecciones bizantinas y su relación con la Antigüedad

A hora bien, todo lo dicho hasta aquí sobre fecha, estilo, deriva­
ción y form ación de las colecciones bizantinas de fábulas no tiene
interés p ara la historia de la fábula en la A ntigüedad, que es
nuestro tem a. Si fuera acep tad a totalm ente la tesis que yo propuse
en mis Estudios, com o lo es po r varios autores, de que V indobonense
y A ccursiana tienen, en definitiva, por fuente única, la A ugustana,
esa sería una conclusión inesquivable.
N o es así, sin em bargo. N uestro artículo sobre «L a tradición
fabulística griega...» abrió, ya lo hem os indicado, un nuevo punto
de vista sobre estas cuestiones. P unto de vista que hem os de pro fu n ­

74 Cf. «Sur une rédaction byzantines des fables ésopiques», A ctes du I X


Congres Int. d ’Etudes Byzantines, III, A tenas 1958, pp. 207-213.
inventario general de la fábula greco-latina 109

dizar y seguir hasta sus últim as consecuencias en el volum en II


de este libro. A quí hacem os sólo algunas indicaciones cuyo sentido
general se resum e en esto: así com o diversos mss. de la A ugustana
enlazan directam ente con la tradición antigua y, por tan to , son
útiles para reconstruir ésta, de la m ism a m anera sucede que, aun
siendo com probable en m uchos casos la derivación desde la A ugus­
tan a a las colecciones bizantinas (y, dentro de éstas, de II a III),
en otras ocasiones estas colecciones o algunos m anuscritos de ellas
rem ontan directam ente a la colección antigua sem iprosificada a
que nos hem os venido refiriendo y son, po r tan to , útiles para
reconstruirla. Por o tra parte, las colecciones bizantinas, incluida
III δ, a veces no derivan de la A ugustana en abstracto, sino de
tal o cual recensión o ms. de ésta, que por tanto pueden ayudar
a reconstruir. O sea: el estudio, incom pletam ente realizado hasta
ahora, de las colecciones bizantinas no sólo afecta al estudio de
la fábula en esta época, sino tam bién en época clásica. Por lo
dem ás, el tipo de tradición abierta de la fábula en época antigua
se repite en el caso de la fábula bizantina: hay, a este respecto,
una perfecta continuidad cultural.
P ara com enzar por la V indobonense, los casos m ás llam ativos
son aquellos en que presenta una versión de una fábula que está
tem áticam ente bastante alejada de la correspondiente de la A ugusta­
na: así en H. 15 («La zorra y las uvas» y «L a zorra y el ratón»)
y 184 («El cam inante y la fortuna» y «El niño y la Fortuna»).
A quí pueden haber sucedido dos cosas: o bien que la V indobonen­
se haya m odificado la fábula de la A ugustana m ás a fondo de
lo que es habitual; o bien que haya tenido a la vista una versión
antigua diferente de la A ugustana — com o en esta colección hemos
visto que a veces había huella de dos m odelos— . En las dos
fábulas de 15 el caso parece ser el prim ero. N o hay huella de
verso: y el introducir un ratón que se burla de la zorra que
no alcanza las uvas, responde a un tipo com ún de fábula. En
184, sin em bargo, parece haber restos de verso en am bas fábulas,
lo que las diferencia más que la sustitución del cam inante que
cae al pozo por un niño (en Babrio 49 es un trabajador):

H. 184 I: ο δο ιπ ό ρ ο ς π ο λ λ ή ν δδόν[...
...]παρά τι φρέαρ πεσών έκοιματο (mss. π. π. τ. φ.)
μέλλοντος δ’ αυτοΰ[...
110 H istoria de la fábula greco-latina

...] ¿b ούτος, ε ϊ γ ’ έπεπτώ κεις


...] ά λ λ ’έμ ’ή τίω
Η. 184 II: έγγύς φ ρέατος π α ίς πεσώ ν έκοιματο (mss. τις;
πεσώ ν de I)

μή πως κάτωθεν του φ ρέα τος [...

···] καταμέμψονται
Parece que hay huellas claras de dos redacciones en verso;
adem ás, las partes en que el verso es m ás difícil de reconstruir
tienen aproxim adam ente la extensión del coliam bo. Se tra taría
de dos redacciones antiguas, a las cuales hay que añadir la de
Babrio 49 que precisam ente presenta un m edio coliam bo τή ς Τ ύ χ η ς
δ’ έπι σ τά σ η ς que ha debido de estar en el m odelo com ún más
antiguo y se h a resuelto en 184 1 com o ή Τ ύχη έπ ισ τα σ α y en
II com o έπ ισ τα σ α δε αύτφ ή Τ ύχη .
H ablando ah o ra en térm inos generales, en mi artículo tantas
veces c ita d o 75 yo hacía constar que en ocasiones es cierta la deriva­
ción de II a p artir de I: pueden darse ejemplos num erosos en
que el verso se pierde al pasar de una a o tra colección. Pero
que, de o tra parte, hay ocasiones en que II (y III) contam inan:
tienen ante sí, a m ás de la A ugustana, un m odelo en prosa con
restos m étricos que en ésta no se han conservado.
Esto puede dem ostrarse con ayuda de hechos com o los que
siguen. En la fábula H. 49 encontram os en II restos m étricos ta m ­
bién presentes en I, pero adem ás otros (que, en ocasiones, se
m antienen en III):
...] ώς δ’ούδέν εύρεΐν
ώ δέσ ποτα Ζεύ [...

...]τό ν λαβόντα τόν μόσ χον


M ás claro es aún H. 126, donde sólo II conserva el coliam bo
con las palabras finales de la zo rra: έχεις, κόραξ, 'άπαντα, νους
δέ σ ο ι λ είπ ει. Es un coliam bo que tam bién está en la version
b ab rian a de la fábula en 77 (y precisam ente con la m ism a falta
de los mss. de II, σε en vez de σ ο ι): puede pensarse que II

75 Cf. p. 277 ss.


Inventario general de la fábula greco-latina 111

contam inó la A ugustana con Babrio, aunque es más verosímil


que la contam inara con una antigua versión que es la fuente
indirecta de Babrio tam bién.
O tras veces el verso está conservado parcialm ente por I y parcial­
m ente por II: com parando am bas recensiones, se reconstruye el
original. Así en H. 66 donde el texto de I ό μέν έτερος φ θάσ ας
άνέβη έπί τι δένδρον κάνταϋθα έκρύπτετο, ο δέ 'έτερος ha de
corregirse con ayuda del φ ο β η θ είς de II, que por lo dem ás distorsio­
na el final (ό μέν εις φ ο β η θ είς έπί τι δένδρον άναβάς άκρύβη
έν αύτφ- ό δέ ετερος...). R esulta:

άνέβη φ ο β η θ ε ίς έπί τι δένδρον κάνταϋθα


έκρυπτετ’, ό δ’ έτερος [...

Lo que parece claro es que la colección V indobonense, de


extension m ucho m ás reducida que la A ugustana, ha acudido al
mism o m odelo m étrico que ésta. A unque habrem os de estudiar
el problem a más a fondo, dado que sabem os que a veces se hallan
huellas en la A ugustana de varios m odelos m étricos. P o r o tra
parte, en ocasiones encontram os en III δ, com o ya anticipam os,
el texto de II, así en H. 22, H. 45, H. 84. Y hay que estudiar
de qué línea de la tradición dentro de la A ugustana procede cada
fábula. En nuestro artículo se encontrarán algunas propuestas,
com o la derivación a partir de G Pb Cas en H. 45, de la en H. 84.
Las cosas son m ás claras, si cabe, p ara las varias recensiones
aludidas bajo el nom bre de A ccursiana o colección III. Es obvia
su derivación, en m uchos casos, a p artir de I o de II; es factible
ver, en ocasiones, el proceso de ulteriores m odificaciones del texto
a través de recensiones y mss. Pero aquí nos insteresa establecer,
ante todo, apoyados en nuestro artículo, dos cosas:
a) Que con frecuencia hay en III o en algunos de sus mss.
huellas del verso antiguo que faltan en I ó II y que nunca co n trad i­
cen el verso de estas colecciones, sino más bien lo com plem entan:
resultado de un acceso directo po r parte de los redactores de
la A ccursiana a los mismos textos m étricos sem iprosificados que
conocieron sus predecesores los redactores· de la A ugustana y la
V indobonense.
b) Que frecuentem ente este verso conservado está tam bién en
la y M h M k ( = W S), mss. de III δ, que hacen de transición,
a veces al m enos, entre la y III (tam bién entre II y III).
112 H istoria de la fábula greco-latina

Así, en H. 96 es III y no I (falta II) quien conserva versos


com o:
γυνή τις ούσα θυγατέρων δυοϊν μ ή τη ρ (θ. ού. mss.)
άνδράσι σ υνή ψ ε [...

τά μέν ’ά λλα, μή τερ [...

έκεΐθεν (δ’) έξελθούσ α [...


Paralelam ente, en H. 199 son dudosos los restos m étricos de
I, pero los hay claros en III:
δνος δοράν λέοντος έπενδυθεΊς λέων
φυγή μέν ήν άνδρών, φυγή δέ (καί) ποιμνίω ν (mss. ανθρώπων)
ρ ο π ά λο ις τε καί ξύ λ ο ις [...
A veces com binando las versiones de I y III se obtiene un
am plio pasaje m étrico. Así en H. 137 com binando
I: έάν α ύθις με πρό τή ς έπαύλεως κοιμώ μενον ϊδ η ς
έάν άπό του νυν πρό τή ς έπαύλεως με ϊδ ο ις καθεύδοντα
y III se obtiene ...]έάν αύθις
πρό τή ς έπαύλεως μ’ ϊδ η ς καθεύδοντα
E sto es, quizá, suficiente. Veam os ahora casos en que el verso
aparece no sólo en III, sino tam bién en la (mss. M e M f sobre
todo) y, eventualm ente, en III δ (M h M k).
Así, en H. 250 el coliam bo com pleto (cierre final del cerdo)
’ό ζεις κακώς καί ζώ σα καί τεθ νη κ υ ία (mss. κ. 5.)
está en III así com o en mss. de la (M e Mf) y III δ (M I), no
en I.
L a coincidencia Ia-III se d a tam bién, po r ejem plo, en H. 16
ά λ λ ’ εί σύ πολλώ ν εύπορεις, en H. 42 ή δ’ ’ά μπελος καλώ ς σκα-
φ εϊσ α π ο λλα π λα σ ίο να . O tras veces la versión m étrica está al
tiem po en algunos mss. de III δ: así en el pasaje de H. 137 que
hem os estudiado antes y en que la com binación de estos datos
con los de I d ab a un coliam bo com pleto; y en fábulas com o
H. 59 ...] είσ ελ θ ο ύ σ α χαλκέω ς [...
H. 69 ...] έ μ ο ιγ ’ ούκ έσ τί λ υ π η ρ ό ς [...
Η. 81 ...] μ η κ έτι κάτω κατέλθω μεν [...
Inventario general de la fábula greco-latina 113

Existen lugares, m étricos o no, que nos hacen ver cóm o la


y III δ hacen de antecedente o m odelo de III. Así en H. 28 estas
recensiones eliminan el αότόν del έκεΐ γάρ αυτόν ... εύρ ή σ ειν
de I, pero III va más lejos (έκεΐ τάς Α ττικ ά ς χ ιλ ία ς εΰρήσ εις).
De igual m odo, un comienzo de verso m étrico de I en H. 79
έκ ρυπτετ’ ύπό τ ιν ’ ’ά μπελον se transform a en la (M e M f) en έκρυβη
υπό ’ά μπελον de donde en III όπ’ άμπέλφ έκρόβη. O tras veces,
así en H. 185, Ia se alinea co n i I y III δ con III. En nuestro
trabajo pueden encontrarse más ejemplos. U na vez más, hay que
decir que este tem a necesita nuevo estudio y precisiones. C oncreta­
m ente, la situación de III δ en relación con II no está dem asiado
clara: parece, ciertam ente, interm edio entre I y II en ocasiones.
C uando, com o en Η. 10076, presenta innovaciones respecto a II
y prefigura el texto de III, ello no quiere decir a ciencia cierta
que derive de II, puede en fábulas com o estas derivar III de
I (a través de III δ); después de todo es claro que los redactores
de III tenían a la vista tanto I com o II. Pero esto, a su vez,
exigiría una revisión de ideas m uy difundidas.
En nuestro volum en II, insistimos, volveremos sobre el tema,
que, por lo dem ás, no es plenam ente resoluble sin un estudio
de la tradición m anuscrita más a fondo que el que reflejan los
A paratos Críticos de nuestras ediciones. Lo que interesa señalar
aquí, para el lector de las páginas que siguen pueda com prender
el uso que hacem os de las colecciones II y III, es esto: estas
colecciones se han form ado gradualm ente, m ediante procesos de
reelaboración y contam inación de diversas fuentes. Entre estas
fuentes están colecciones de fábulas en verso que debieron conser­
varse en Bizancio hasta los siglos ix ó x (m enos verosímilm ente,
hasta el xi). Esas colecciones debían de estar ya prosificadas, aunque
evidentem ente contenían más restos m étricos que las colecciones
bizantinas. Los autores de éstas, efectivam ente, pretendían no prosi-
ficar fábulas en verso, sino continuar la tradición de la fábula
en prosa. A dem ás, versiones de la V indobonense y Accursiana
que suplem entan el verso de la A ugustana, es decir, cuyo redactor
tenía ante la vista la fuente de ésta, conservan prosificaciones
parcialm ente idénticas a las de la A ugustana, que por tanto estaban
ya en el m odelo com ún. Con frecuencia se tra ta de fórm ulas
m uy arraigadas en to d a la tradición fabulística en prosa, derivadas

76 Cf. nuestro art., p. 290.


114 Historia de la fabula greco-latina

de antiguas fórm ulas en verso com o verem os: un δίκ α ια π ά σ χω


transform ado en δ ίκ α ια πέπονθα, etc.

V. B a b r io y l a t r a d ic ió n b a b r ia n a

1. Generalidades

Babrio ha sido un au to r de fábulas m uy conocido en la antigüe­


dad tardía y en época bizantina: es, podem os decir, el a u to r de
fábulas en coliam bos p o r excelencia. U na de sus fábulas (la 84)
es trascrita literalm ente en los Hermeneumata del Pseudo-D ositeo,
fechados el 207, y cuyas fábulas en general dependen de una
tradición m uy próxim a a la de B abrio; tam bién A viano, que cita
los dos libros de B abrio en su prólogo, depende en sus fábulas
de él o de una tradición próxim a. A su vez estas fábulas latinas
de A viano, del siglo iv o v, fueron m uy im itadas en la E dad
M edia latina. Las T ablas de Assendelft, del siglo m, que ya conoce­
m os, presentan siete fábulas de B abrio, a p a rtir de las cuales
suelen considerarse com o igualm ente de Babrio las otras cuatro
fábulas en coliam bos que incluyen. Luego, en la E dad M edia
griega, los m anuscritos de la llam ada paráfrasis B odleiana ofrecen
versiones en prosa de u n a serie de fábulas de B abrio, m ás o tra
serie de fábulas prosificadas que, con cierta precipitación, suelen
considerarse com o de Babrio y com o tales edita Crusius. De una
u o tra m anera dependen de to d a esta tradición las fábulas bizantinas
en dodecasílabos políticos, que constituyen una regularización del
coliam bo. De o tra parte, en época bizantina hay varios im itadores
de Babrio, de los cuales el m ás notable es Ignacio D iácono, del
siglo IX, editado por C ru siu s77. Para este editor, cualquier fábula
dactilica o yám bica es de B abrio, incluso si se tra ta de restituciones
a partir de las F ábulas A nónim as, com o ya hem os dicho. Vimos
que esta tradición de atrib u ir a Babrio cualquier huella de m etro
en la A ugustana y otras colecciones, ha sido continuada po r H au s­
rath y Perry. En fin, puede decirse que aún han ido estos autores
m odernos m enos lejos que otros bizantinos para los cuales Babrio
venía a ser sinónim o de E sopo: así en el caso de Geórgides.

77 Sobre las im itaciones de B abrio, cf. Perry, Babrius and Phaedrus, p. LX IV .


Inventario general de la fábula greco-latina 115

Junto a la tradición de las F ábulas A nónim as en prosa — aunque


deriven, en últim o térm ino, de fábulas en trím etros yámbicos o
coliam bos— ha existido una tradición «babriana» : fábulas escritas
en coliam bos y luego, a veces, prosificadas. L a denom inam os así
por ser en parte la de Babrio, es decir, la de las 123 fábulas
del m anuscrito A to o 78, en parte directam ente derivada de ésta,
en parte más o m enos em parentada. La diferencia de origen entre
las dos ram as es la siguiente : la tradición de las Fábulas A nónim as
consiste en prosificaciones de fábulas yám bicas y coliám bicas que
tuvieron lugar, presum iblem ente, en el siglo n a. C. y que luego
fueron retocadas una y o tra vez, en ocasiones con reutilización
de la fuente original; m ientras que la tradición babriana depende
de fábulas coliám bicas que siguen nuevos principios m étricos esta­
blecidos por Babrio presum iblem ente a fines del siglo i d. C.
E sta tradición babriana convive con la de las F ábulas A nónim as
en los m ism os m anuscritos, aunque a veces, com o en el caso
del A too, tiene tam bién otros que le son propios. C oncretam ente
en los mss. G 79 y M b 80 de la A ugustana hay, respectivam ente,
31 y 30 fábulas en coliam bos babrianos, que son atribuidas por
todos a B abrio, aunque esto es m uy discutible, véase m ás abajo.
Luego, la Paráfrasis B odleiana aparece en códices propios, llam ados
Ba, Bb, Be y Bd po r C ham bry, que la edita ju n to a las Fábulas
A nónim as; pero tam bién aparecen estas fábulas en algunos mss.
de la A ccursiana e incluso en algunos de la A ugustana. Las fábulas
en dodecasílabos políticos sólo se hallan en la tradición m anuscrita
de la A nónim as: en la de II y III δ, en algunos mss. de I (Cas,
M b, Pg), en M a (Ib), en M d y M m (III γ). H em os de ver, por
o tra parte, que en un m om ento dado las dos tradiciones confluyen,
contam inándose de un a m anera u otra.
Planteam os todo el panoram a de la tradición b abriana porque
lo usual es hablar sólo, de Babrio, atribuyéndole las fábulas, del
A too, G , M b y las Tablas A ssendelftianas y dejando de lado
los problem as de las Paráfrasis y los dodecasílabos. Esto es lo
que hace Perry en su Babrius and Phaedrus y lo que hace N ^jgaard
en La Fable Antique, donde intenta establecer la relación entre
B abrio y las A nónim as, de un lado, y Babrio y el Pseudo-D ositeo,

78 D e l M useo Británico, Addi!, m scr. n. 22087.


79 C ryptoferraten sis, h oy Novoebor. P ierpon íi M organ 397.
80 Vaticanus gr. 777.
116 H istoria de la fabula greco-latina

de otro. El m ism o C ru siu s81 había establecido la relación entre


Babrio y A viano com o una derivación del segundo a p artir del
prim ero, po r el interm edio de una paráfrasis.
T rabajos com o éstos dejan, sin em bargo, pendientes u n a serie
de problem as. Sobre todo:
a) R ealm ente ¿todas las fábulas en coliam bos de G, M b y
T. Assend. son de B abrio? Porque, en realidad, la única garantía
es que algunas sí lo son y todas presentan las características de
la m étrica babriana, sobre todo el acento en la penúltim a. D ado
que Babrio, en su segundo prólogo, habla de sus im itadores, bien
p odría suceder que no todos los coliam bos de estas características
fueran de Babrio. En realidad, cuando N ^ jg a a rd 82 considera ciertas
fábulas de R óm ulo y el Pseudo-D ositeo com o próxim as a B abrio,
pero no derivadas de Babrio, plantea la hipótesis de una derivación
de Babrio a p artir de u n a línea diferente de la de la A ugustana.
b) Crusius edita la Paráfrasis com o de Babrio m ientras que
Perry y Nçijgaard la dejan de lado. Pero si es verdad que m uchas
fábulas de la Paráfrasis (y de los dodecasílabos) no derivan de
Babrio, no es m enos cierto que algunas sí. H ay que estudiar y
resolver este problem a dentro del conjunto de la tradición de
la fábula. Y ver si las fábulas de la Paráfrasis y los dodecasílabos
que eventualm ente no proceden de Babrio, tienen conexión, com o
es presum ible, con alguna ram a de la tradición antigua.

2. Babrio

El nom bre de B abrio sólo aparece com o a u to r de fábulas al


frente de las del A too, com o hem os dicho: cuando se le atribuyen
otras fábulas es sólo po r conjetura. Sobre la base de este único
m anuscrito se publicó en 1844 la prim era edición de B abrio, de
Boissonade.
El A too ofrece, evidentem ente, una edición incom pleta de Ba­
brio: las fábulas están ordenadas alfabéticam ente y term inan en
la o. Esta no es la ordenación originaria, pues conservam os los
prólogos de Babrio a los dos libros de que, com o dice A viano,
constaba su obra y resulta que el segundo, que em pieza por la

81 Art. Avianus en R E H, 2, col. 2373 ss.


82 Ob. cit., II, p. 398 ss.
Inventario general de la fábula greco-latina 117

palabra μύθος, ha sido alfabetizado en la M. Precisam ente este


prólogo hace ver que el segundo libro se publicó años después
del prim ero, habiendo surgido entre tan to una pléyade de im itado­
res. Evidentem ente, en una fecha posterior los dos libros se refun­
dieron en uno, m ediante el procedim iento de la alfabetización;
y el final de esta versión alfabética se perdió.
Lo que sabem os de Babrio se deduce de lo que él dice en
sus dos prólogos y de conclusiones derivadas del estudio de sus
fábulas. E stán resum idas por Perry en el prólogo a su Babrius
and Phaedrus. Babrio es un rom ano que vive en Siria o sus alrededo­
res, lo que deja huella en sus fábulas. En cuanto a su fecha,
se sugiere que el «rey Alejandro» a cuyo hijo dedica el libro
II, es un pequeño rey de Cilicia nom brado por Vespasiano, lo
que lleva la vida de Babrio a la segunda m itad del siglo i d. C.
En todo caso, la presencia de una de sus fábulas, com o queda
dicho, en el Pseudo-D ositeo, da el año 207 com o terminus ante
quem p ara su v id a 83.
Algunos han preferido fechar a B abrio en el siglo n, sobre
todo porque el acento fijo en la penúltim a testim onia u n a p ro n u n ­
ciación en que no se atiende ya a las cantidades: pero tam poco
es esto im posible en el siglo i. M ás que este tem a, lo que aquí
nos interesa es colocar el nom bre de Babrio dentro de la historia
de la fábula. Y a esto nos ayudan m ucho sus dos prólogos.
En am bos se nos presenta Babrio com o u n innovador. En
el prim ero nos dice que «voy a poner ante ti un panal poético
de miel, dulcificando los duros m iem bros de los punzantes yam bos».
H ay aquí, en mi opinión, una alusión a m odificaciones no sólo
m étricas, sino tam bién de estilo literario: el yam bo de Babrio
ab an d o n a la virulencia del de sus predecesores. P o r ello las palabras
que preceden a éstas, a saber

έκ του σ οφ ού γέροντος ή μ ΐν Α ίσ ώ π ο υ
μύθους φ ρ ά σ α ντος τή ς έλευθέρ η ς Μ ο ύ σ η ς

no pienso que deban interpretarse, com o hacen Perry y otros,


en el sentido de que Babrio prosificó a Esopo. Esa «m usa m ás
libre» que Babrio «ad o rn a con sus flores» tiene un valor m uy

83 Los fragm entos de Babrio en P. Oxy. 1249 se colocan en el siglo n d. C.:


no resuelven, pues, la cuestión.
118 H istoria de la fábula greco-latina

general, se refiere a todas las fábulas precedentes, en prosa o


verso.
Pero está claro sobre todo el segundo prólogo. Tras hab lar
de la invención de la fábula por los antiguos asirios, de Esopo
y de otras fábulas, sigue:

...] ά λ λ ’ έ γ ώ ν έ η μούση
δίδω μι, φαλάρω χ ρ υ σ έφ χ α λ ινώ σ α ς
ιόν μυθίαμβον ώ σπερ 'ίππον ό π λ ίτη ν.
Ύ π ’ έμοϋ δε πρώτου τή ς θ υρ η ς ά ν ο ιχ θ ε ίσ η ς
ε ίσ ή λ θ ο ν ’ά λλοι, καί σ οφ ω τέρ η ς μουσ η ς
γ ρ ίφ ο ις όμ οία ς έκφ έρουσ ι π ο ιή σ ε ις ,
μαθόντες ούδέν πλεΐον ή ’με γιν ώ σ κ ειν.
’Εγώ δέ λευκή μυθιάζομαι ρ ή σ ει,
καί τών ιάμβων τούς όδόντας ού $ήγω ,
ά λ λ ’ ευ πυρώ σας, εύ δέ κέντρα πρηύνας,
έκ δευτέρου σοι τή νδε βίβλον άείδω.

U na vez más habla de los adornos que presta al coliam bo


— com parado aquí con un caballo— , de que no aguza sus dientes
y, en sum a, de su «nueva m usa». H abla tam bién de sus im itadores,
que han convertido la poesía en grifos. Por ninguna parte aparece
la noción de que sólo Babrio haya convertido al coliam bo en
verso de la fábula: se jac ta de su nuevo estilo coliám bico, sim ple­
mente. N o hay contradicción alguna con la existencia anterior de
fábulas coliám bicas.
Veamos ah o ra lo que puede pensarse sobre la au to ría b abriana
de fábulas ajenas al A too incom pleto que poseem os. Seguimos
las conclusiones de «L a tradición fabulística antigua...».
El ms. M b contiene, a más de 18 fábulas coliám bicas que
están en el A too, otras 12 m ás que faltan en él y que Perry
edita com o de Babrio (núms. 124-135, ya antes Crusius procedió
así). Esto no es seguro por lo que sigue: la fábula 131 com ienza
por N , letra conservada en el A too; quizá tam bién la 127, m uy
alterada, esté en el m ism o caso. Adem ás, en el mss. hay dos
fábulas en trím etros yám bicos, que evidentem ente no son de Babrio
(aunque Crusius las edita com o de él, H ausrath y Perry no lo
hacen así).
Parecido es el caso de G : de sus 31 fábulas coliám bicas, 24
están en A, 3 en M b, 4 sólo de él. De estas fábulas, Perry editá
Inventario general de la fábula greco-latina 119

com o de Babrio dos de ellas, con los núm eros 142 y 143, pese
a que em piezan po r letras conservadas por el A too; deja fuera
otras dos, una por estar en trím etros yám bicos (es Ch. 136, de
la Paráfrasis) y la otra, sin duda, por estar el texto m uy m al
conservado.
Quien ha hecho una im portante aportación para interpretar
estos hechos es E. H usselm an84 pese a que tam bién ella piensa
en Babrio com o a u to r de todas estas fábulas. Según ella las fábulas
de M b y G, así com o las de la Paráfrasis Bodleiana, provienen
de una m ism a edición que ofrecía las fábulas en un orden alfabético,
pero diferente del del A too. Es sabido que la alfabetización antigua
sólo es rigurosa en lo que concierne a la prim era letra, no a
las que siguen. H ubo, pues, al m enos, dos ediciones alfabéticas
de fábulas coliám bicas: y en una de ellas aparecen fábulas ajenas
a las del A too. C on esto nos referim os no sólo a las fábulas
de M b y G que em piezan por las letras conservadas en este ms.
(hasta O), sino tam bién a las de la paráfrasis. Pues ya C h a m b ry 85
hizo ver que si bien algunas fábulas de la Paráfrasis proceden
de B abrio, otras son radicalm ente diferentes de la versión de Babrio,
proceden, dice, de otra fuente.
P o r tanto, no tenem os razones p ara d u d a r que algunas de
las fábulas del A too no sean de B abrio, pero en cam bio es claro
que la o tra colección contenía fábulas de Babrio y otras ajenas
a él. En un m om ento dado to d a fábula en coliam bos babrianos
— con acento en la penúltim a— pasó a ser considerada com o
de Babrio. O, al m enos, se consideraron un m aterial hom ogéneo,
susceptible de u n a edición alfabética de conjunto: pues no hay
dato ninguno a favor de que dicha edición llevara el nom bre
de Babrio en su titulación.
Esta opinión, queda confirm ada si se tom a en cuenta que,
de todas m aneras, la reducción de todas las fábulas en coliam bos
a sólo dos recensiones antiguas es una hipótesis dem asiado sim plifi­
cada. J. Vaio, en un trabajo aún inédito y que me com unica,
hace ver, en efecto, que hay coincidencia entre A G M b y las
paráfrasis que no responden al esquem a indicado: p o r ejemplo,
A y M b coinciden en los epim itios en prosa, hay errores com unes
a A y otro m anuscrito, tal fábula falta aquí o allá. O sea, ha

84 « A lost m anuscript o f the Fables os Babrius», T A PhA , 66, 1935, pp. 104-126.
85 A esopi fabulae, cit., I, p. 17.
120 H istoria de la fábula greco-latina

habido una contam inación extendida y, adem ás, diversos redactores


se creían autorizados a añadir o elim inar fábulas o a hacer pequeñas
colecciones. Se procedía, pues, m uy librem ente con las fábulas
coliámbicas de cualquier origen que fueran, ordenándolas y co n ta ­
m inándolas de varias m aneras. Las citas de Babrio en la Suda
responden, todavía, a o tra tradición.
La coexistencia de fábulas de Babrio y ajenas a él en una
misma edición es un anticipo de la coexistencia de las diversas
tradiciones fabulísticas en los mss. de las A nónim as, de que hem os
hablado. Y es algo que está en la m ism a línea que las Tablas
de Assendelft, a que ya nos hem os referido.
Sabemos ya que son unas tablas de cera usadas por un niño
de Palm ira en el siglo h i d. C. para sus ejercicios escolares86. C ontie­
nen 14 fábulas y de ellas 7 son de B abrio: 3 = Bab. 78, 4 — Bab. 97,
6 = Bab. 117, 7 = Bab. 91,12 = B ab . 43, 13 = Bab. 123, 14 = Bab. 17.
El texto es inferior al de Babrio, siendo especialm ente im portante
13 porque en el A too está incom pleta, el ms. se interrum pe tras
su prim er verso. Nos hace ver, de otra parte, las variantes a
que estaba som etida to d a esta tradición. En T 12, la tablilla presenta
un comienzo y un final am pliados, en la 14 tras el verso 3 se
añade otro.
Pues bien, Crusius y Perry atribuyen a Babrio cuatro fábulas
coliámbicas de las tablillas: 1 = Bab. 136, 2 = Bab. 137, 5 = Bab.
138, 11 = Bab. 139. Tam bién en este caso pensam os que no hay ra ­
zón decisiva para ello. La fábula que se da com o la 140 de Babrio
es del Pseudo-D ositeo.
En realidad, a nosotros nos parece que tam bién en estos casos
puede hablarse de tradición babriana en sentido am plio, no de
otra cosa. Piénsese que en las tablillas hay todavía otras tres
fábulas, éstas en prosa, con apenas huellas de verso:
8 «El león que envejeció y la zorra» presenta el m ism o tem a
de B. 103, pero no el verso. N o es, pues, de Babrio, pero está
próxima a 6 de Pseudo-D ositeo, de tradición «babriana» en general.
La edita H ausrath II, p. 117 s., son las A nónim as.
9 «El león y el ratón» está más o m enos próxim a a B. 82
y 107 y tam bién a la versión de la A ugustana: quizá sea Babrio

86 Cf. D . C. H esseling, J H S 13, 1892-93, p. 292 ss.; van Leeuwen, M nem osyne
22, 1969, p. 223 ss.
Inventario general de la fábula greco-latina 121

el que escinde un m odelo com ún. Tiene relación tam bién con
Pseudo-D ositeo 2 y la edita H ausrath en II, p. 118, con las A nóni­
mas.
10 «El lab rad o r y la serpiente» presenta huellas de trím etros
yámbicos, tam poco es de Babrio, pues.
En definitiva: el m aestro de Palm ira que dictaba las fábulas
usaba, ya en el siglo iii d. C., una edición m ixta, que m ezclaba
fábulas de Babrio con otras ajenas a él, pero próxim as. El «alfabeti­
zado!·», las huellas de cuya edición están en G, M b y las Paráfrasis,
tenía, pues, precedentes antiguos.
En definitiva: para nosotros Babrio es solam ente el Babrio
del A too, aunque es digno de estudio, por supuesto, el problem a
de la tradición babriana en térm inos generales.
Pero conviene em pezar por Babrio propiam ente dicho. La com ­
paración que hace N çijgaard87 de Babrio con los dem ás fabulistas,
se refiere prácticam ente a él: sólo hay la excepción de B. 141
(una fábula coliám bica de N atalis Comes, que Crusius y Perry
han adm itido com o de Babrio) y la de B. 182 (Paráfrasis). R esum i­
mos la tesis de N ^jgaard, que hab rá de ser estudiada m ás despacio
en nuestro volum en II.
Para N ^jgaard Babrio (junto con Pseudo-D ositeo) form a una
línea que se opone a la constituida po r F edro y la A ugustana.
N o hay casos en que Babrio derive de la A ugustana o en que
utilice a Fedro. Por o tra parte, tanto F edro com o Babrio presentan
innovaciones individuales que los alejan del arquetipo, al que la
A ugustana es m ás fiel.
Son conclusiones notables — aunque apoyadas en un m aterial
escaso, la com paración de unas pocas fábulas— y que coinciden
con el hecho de que, en térm inos generales, la A ugustana de
un lado, Babrio y la tradición babriana del o tro, presentan dos
redacciones m étricas independientes, con pocas coincidencias. Ba­
brio y sus continuadores han som etido, evidentem ente, a una p ro ­
funda reelaboración un m odelo antiguo. Los stem m ata de N 0jgaard
hacen ver que ese m odelo antiguo no es exactam ente la A ugustana,
es decir, no es un texto cuyo contenido corresponda a nuestra
A ugustana del siglo v d. C. Es un texto que se relaciona con
el m odelo de A ugustana y Fedro, en general m odificándolo. U na
línea, por tan to , desviada de la otra, pero em parentada con ella

87 Ob. cit., II, p. 372 ss.


122 H istoria de la fábula greco-latina

(veremos que hay pequeños restos de verso com ún). L a separación


puede haberse producido en el siglo i a. C.
N uestras propias conclusiones, en «L a tradición fabulística grie­
ga...», se referían tan sólo a la relación entre Babrio y la A ugustana.
Se lim itaban a establecer, sobre todo, que el verso que se reconstruye
para las Fábulas A nónim as es diferente del de Babrio. Así, por
lo que respecta a la A ugustana, en ejemplos estudiados en dicho
artículo com o los de H. 6, 7, 22, 81, 173, 15 a, 49, etc.; por
lo que respecta a III δ, en H. 259. Pero haya m etro o no, la tradición
de la A ugustana es independiente de la babriana, no vienen la
una de la o tra ni al revés. D entro de esto, hay casos diferentes.
A veces se tra ta de tradiciones m uy alejadas, po r ejemplo, en
H. 89, donde las F ábulas A nónim as hablan de χ ή ν , la tradición
babriana de ο ρ ν ις; a veces, próxim as, así en H. 161, 177.
A unque raram ente — y el tem a deberá ser estudiado m ás a
fondo— se encuentran, pese a todo, coincidencias m étricas entre
Babrio y las A nónim as: huellas del lejano antepasado com ún.
A unque el asunto es com plicado y aquí sólo puede ser indicado:
tenem os siem pre presente el fantasm a de la interferencia de la
tradición b abriana con la de las A nónim as.
Los ejemplos m enos espectaculares son, quizá, los m ás seguros.
Así, la com paración de H. 155 γελά σ α ς άπέλυσεν αύτόν con
Bab. 107 γελά σ α ς δ ’ ó θ ή ρ perm ite reconstruir un antiguo γελά σ α ς
δ’ ό θ ή ρ άπέλυσεν αότόν y en la m ism a fábula el κοιμω μένου
λέοντος de Babrio hace ver que en el λέοντος κ α μ ω μ έν ο υ de
I hay una simple inversión. De un m odo sem ejante, Bab. 94 presenta
un τόν μ ισ θ ό ν εύθέως ά π ή τει que posiblem ente conserva el texto
antiguo alterado en I τόν ώ μολογημένον μ ισ θ ό ν ά πή τει.
H. 249 presenta un σύ δ’ ώς άλέκτω ρ que coincide exactam ente
con Bab. 65. A hora bien, sólo Pb transm ite la fábula: hay cierta
posibilidad de que sea una paráfrasis de Babrio.
Por o tra parte, dado que no sólo Babrio sino tam bién el resto
de la tradición b ab rian a rem onta a fecha antigua, no resulta extraño
que tam bién aquí encontrem os coincidencias m étricas. Este es el
caso de 114 Ib y Bab. 140, procedente de P seudo-D ositeo: χειμώ -
νο ς ω ρη ; οόκ έσ χ ό λ α ζο ν , ά λλά ; χειμώ νος όρχοϋ. Y tam bién de
fábulas de la paráfrasis: cf. H. 9 y Bab. 182 Cr., donde A da πριν
ή την ’ά νοδον έσ κέψ ω y la paráfrasis conserva lo antiguo, πρίν
τ ιν ’ ’ά νοδον έσ κέψ ω ; y H. 62, que coincide con Bab. 147 Cr. en
un coliam bo: δ ίκ α ια π ά σ χω τόν πονη ρόν οίκ τείρ α ς.
Inventario general de la fábula greco-latina 123

Saliéndonos, ahora, de I, podem os citar en II la fábula H. 126


«El cuervo y la zorra», donde la respuesta final del segundo anim al
(έχ εις, κόραξ, απαντα, νους δέ σ οι λ είπ ει) es idéntica a la de
la fábula correspondiente de Babrio, la 77: las fábulas son, por
lo dem ás, m uy diferentes.
Esto es lo poco que se puede anticipar, de m om ento. Q ueda
abierto, sin em bargo, un tem a de la m áxim a im portancia: el de
la reconstrucción del antiguo m odelo del que vienen, de un lado,
la tradición de las Fábulas A nónim as (incluido Fedro, etc.); de
otro, Babrio y la tradición babriana. R econstrucción que unas
veces se referirá al contenido, otras, en m enor grado sin duda,
a la literalidad de la palabra y el m etro.
Pero hay que ir más al fondo de la cuestión todavía y estudiar
si es tan seguro que todas las fábulas del A too sean realm ente
de Babrio y que, sean o no sean todas de él, representen una
tradición fabulística uniform e, independiente de la A ugustana. En
el contexto de nuestra atención al problem a de la tradición babriana
volveremos a tocar este tem a, que allí quedará enfocado de una
m anera más clara.

3. La tradición babriana

Vam os a am pliar las cosas que hem os adelantado sobre la


tradición b ab rian a: paráfrasis, dodecasílabos, fábulas diversas en
las tablas A ssendelftianas y en m anuscritos varios, versiones del
Pseudo-D ositeo y A viano. Tradición m uy m al estudiada hasta el
m om ento, pero enorm em ente im portante. Y que ya aparece com o
independiente de la otra, ya contam inada con ella o, incluso, depen­
diente de ella, sin que haya sido factible hasta el m om ento establecer
los hechos con la suficiente claridad. R eservando nuestro estudio,
com o siempre, para el volum en II, adelantam os aquí el estado
de la cuestión.

a) Las paráfrasis.
Llam am os Paráfrasis Bodleiana al conjunto de versiones en
prosa, con restos de versos coliám bicos, que se encuentran en
una serie de mss. m encionados m ás arrib a: los llam ados Ba, Bb,
Be y Bd p o r C ham bry y varios en que las paráfrasis son excepciones
124 H istoria de la fabula greco-iatina

y que contienen sobre todo Fábulas A nónim as. El nom bre viene
dado porque Ba es un ms. de Oxford, el Bodleianus Auct. F 4. 7.
Queda pendiente el problem a de la relación de estas paráfrasis
entre sí, así com o con los dodecasílabos.
Crusius edita las fábulas de la Paráfrasis, en sus diversas versio­
nes, dándoles núm eros que siguen a los de Babrio. C on ello parece
indicar que considera que todas derivan de Babrio, com o es el
caso ciertam ente para m uchas. En su p ró lo g o 88 estudia las liberta­
des que se tom a la Paráfrasis con el texto de Babrio, pero no
m anifiesta opinión alguna sobre las fábulas de la Paráfrasis que
no encuentran correspondencia en el A too o en Mb.
C ham bry, sin em bargo, no se contentó con esta tácita identifica­
ción de la Paráfrasis con B abrio y señaló que en ocasiones es
más que dudosa. E ditó, en consecuencia, la Paráfrasis ju n to con
la Fábulas A nónim as, com o o tra nueva versión de las m ism as
fábulas o com o fábulas independientes. C on esto quiso g uardar
su neutralidad respecto al problem a de fondo.
En la introducción a su e d ic ió n 89 dice, hablando del ms. Ba,
que de sus 148 fábulas sólo 89 tienen argum entos com unes con
Babrio y que aun de ellas hay 11 (los núm eros 19, 21, 28, 29,
30, 33, 34, 36, 64, 65, 101) que difieren tanto de Babrio o po r
el lenguaje o por los detalles del m ism o argum ento, que es im posible
que vengan de él. D e las 78 com unes con Babrio, sólo 20 le
siguen fielmente, las otras son breves sum arios; co n clu y e90 que
no es nada seguro que todas y cada una de las 59 fábulas que
no responden a las del A too vengan de Babrio. E sta conclusión
es inesquivable, así com o la de la independencia, con frecuencia,
de las paráfrasis de los diversos m anuscritos.
Sin em bargo, el tem a de la inserción de la Paráfrasis en la
tradición fabulística no ha sido todavía estudiado a fondo. El
único estudio sobre el tem a es, en realidad, el realizado por mí
en «La tradición fabulística...», estudio que puede dar una idea
previa, aunque ciertam ente sujeta a caución.
La exposición de este trab ajo es m uy com plicada, pues introduce
al lado de las paráfrasis el tem a de los dodecasílabos y el del
propio Babrio. P or o tra parte, no es útil recoger en extenso toda

88 P. X IV ss.
89 A esopi Fabulae cit., I, p. 17.
90 Cf. tam bién Perry, ob. cit., p. LVI.
Inventario general de la fábula greco-latina 125

la argum entación, pues ha de ser vuelta a considerar con m uchos


m ás datos y un conocim iento m ás exacto de los problem as m étricos
en nuestro vol. II. Sí es interesante, en cam bio, exponer cuáles
son las conclusiones (y las dudas) principales, con alguna ejemplifi-
cación.
E n realidad, por lo que se refiere a las paráfrasis hay que
distinguir dos casos: aquel en que corresponden a argum entos
de Babrio y aquel en que no corresponden. Las conclusiones del
prim er estudio deben servir de guía p ara el segundo. Ese prim er
estudio da, según las fábulas, dos resultados diferentes: en un
prim er caso la Paráfrasis deriva de B abrio, cosa ya conocida:
el conjunto de esta tradición se opone a la de las Fábulas A nónim as
(en adelante: FA n) cuando estas últim as se conservan, m ientras
que otras veces no está representada en ellas. En el segundo caso,
sin em bargo, la Paráfrasis resulta ser más bien una derivación
de la m ism a ram a de la tradición que produce las FA n, representan­
do Babrio una ram a diferente. A tendem os a los dos casos indepen­
dientem ente y añadim os casos m arginales:
a) La paráfrasis deriva de Babrio. En realidad, en el prólogo
de Crusius se ve ya claram ente la labor de los prosificadores.
Si algo aportam os nosotros es la dem ostración, com parando la P ará­
frasis con los dodecasílabos, de que la paráfrasis deriva de una
prim era prosificación de Babrio, de la que tam bién vienen los
dodecasílabos. Efectivam ente, con frecuencia en paráfrasis y dode­
casílabos hay coincidencia de elem entos am étricos, com o puede
verse en una serie de ejemplos en nuestras páginas 13 ss., cf. tam ­
bién 33. Por poner uno solo: al τίνων χ ρ ή ζ ε ις ; de Bab. 121. 2 res­
ponde la paráfrasis con hv τι χ ρ ή ζ η ς y los dodecasílabos con
ε’ί τι χρι^ζεις. Por otra parte, dam os ejem plos en que las versiones
de la paráfrasis derivan unas de otras.
N ada de extraño que en una serie de ejemplos esta tradición
babriana diverja de la de F A n: es el caso ya estudiado al hablar
de Babrio. Y resulta norm al hallar fábulas en que dentro de la
tradición b abriana existe una relación sem ejante: la paráfrasis (y
los dodecasílabos) vienen de Babrio a través de una prosificación,
pero falta la FA n correspondiente.
H ay ejemplos en p. 24 ss. Presentam os, sin em bargo, un caso
especialm ente interesante, el de Bab. 12 con las fábulas correspon­
dientes de la paráfrasis (que llam am os e), y los dodecasílabos
126 H istoria de la fábula greco-latina

(que llam am os f) , editadas por C ham bry con el núm ero 9 («El
ruiseñor y la golondrina»).
En esta fábula, a y f dan una versión m uy breve, frente a
la larga y retórica de Babrio. En sus textos hay elementos am étricos
com unes (e: ôtèt τούτο τ&ς έρημ ους οίκώ / f : διά γάρ τούτο τάς
έρήμους ο ίκ ή σ ω ); tam bién hay elem entos m étricos que no son
incom patibles entre sí y que difieren de los elem entos m étricos
de Babrio (B ab.: σ ό σ κ η ν ο ς ή μ ίν καί φ ίλ η κ α το ικ ή σ ε ις .... δμόρο-
φόν μοι δώμα καί σ τ ή γ η ν ο ίκ ει / e: όμόροφ ον .... καί σ ύνοικ ον
ώς αυτή / f : ΐ ν ’ όμ όρ οφ ος ταύτη). Las dos hipótesis posibles son
las siguientes: bien que Babrio haya sido resum ido en o tra versión
coliám bica, luego prosificada y, finalm ente, continuada po r e y
/ ; bien que una fábula coliám bica antigua, breve, haya sido, de
un lado, am pliada retóricam ente por B abrio; de otro, haya sido
prosificada, guardando ciertos restos m étricos, y de aquí vengan
e y f . La decisión entre estas dos hipótesis tiene que hacerse
con un estudio de m ateriales adicionales y a la luz de u n a visión
global de la tradición fabulística.
b) F rente al caso en que la paráfrasis deriva de B abrio hay
el otro : paráfrasis (y dodecasílabos) están em parentados con FA n
más estrecham ente que con Babrio. Así en H. 15 a y sus correspon­
dencias en Babrio 19 y e 32 Ch. : e viene de I, pero al final
coincide con Bab. (Ι:6 μ φ α κ έ ς ε ίσ ί / d: ’ό μφαξ ό βότρυς, ού
πέπειρος / e: τ ί κάμνω; .... ’ό ταν πέπειρ οι ώ σι). El problem a
— problem a grave— que se plantea en las fábulas que presentan
este tipo de relación es el de si no hab rá que postular, contrariam en­
te, una contam inación de la tradición bab rian a por la de las FAn.
c) Excepcionalm ente, parece encontrarse un caso en que e (la
paráfrasis) es independiente de d (Babrio), pero está próxim a, m ien­
tras que FA n pertenece a o tra ram a. Este es el caso, m uy concreta­
m ente, de H. 76 «El ciervo y el león» ( = Bab. 43, Ch. 103, cf. p. 30).
Aquí e tiene elem entos m étricos com unes con Bab. y distintos
de los de I, pero presenta tam bién coincidencias con I que, sin
duda, llegaron al m odelo de d y e, pero fueron elim inadas del
prim ero. Así, al χ ο λ ή ς μέν έ'νεκα καί ποδών έλυ π ή θη de Bab.,
sin duda una innovación, responde en I έπί τοίς π ο σ ί σ φ ό δ ρ ’ ’ή χ-
θεΟ’ ώς λεπτοΐς (ο ύσ ι) καί ά σ θ εν έσ ι y en e τούς μέν πόδας
έμέμφετο ώς λεπτούς καί ά σ θενεΐς.
a) En otras ocasiones es im posible juzgar si la relación es
del tipo a), del b) o del c). Así cuando FA n y e divergen en
Inventario general de la fábula greco-latina 127

alguna m edida, pero no tenem os la fábula correspondiente en


Bab. Por ejem plo, en H. 9 «L a zorra y el m acho cabrío» ( = Ch. 40)
e presenta ciertas coincidencias m étricas con FA n (πριν τ ιν ’ ’ά νοδον
έσκέψω , ligeram ente alterado en I y II), pero tam bién hay huellas
de verso nuevo (τράγος áv θέρει [..., κατήλΟεν ει’ς βαθυκρημνον
[..., καί μετενόει < δή > καί βοηθόν έζήτει), pero som os incapaces
de decir, naturalm ente, si viene de Babrio o no. Y lo mism o
cuando Bab. y e divergen y no poseem os la F A n correspondiente:
así en el caso de «El ruiseñor y la golondrina», estudiado arriba
y en el de «La cabra y el cabrero» (Bab. 3, Ch. 15), cf. p. 35 s.
Y tam bién, por supuesto, cuando en e hay restos m étricos sin
que tengam os versión de Babrio ni de I: así Ch. 6 «El águila
a la que le arrancaron las plum as y la zorra» 91.

A h o ra bien, lo que nosotros hemos estudiado hasta ahora sugie­


re que en principio sólo se hizo una paráfrasis de cada fábula,
paráfrasis de la que luego pudieron salir más de una. El parafrasta
trab ajab a con u n a edición de fábulas coliám bicas. Y esta edición
no es la del A too: esto ya lo sabem os, porque la alfabetización
es diferente, porque hay fábulas del A too sin paráfrasis y hay
paráfrasis que responden al tem a de fábulas del A too, pero proceden
de o tra versión diferente. C iertam ente, esta edición utilizada por
el p arafrasta tenía algunas fábulas com unes con la de la edición
del A too.
E ra, ciertam ente, una edición heterogénea, en que se alfabetiza­
ron fábulas coliám bicas de tradiciones diferentes, ya m ás indepen­
dientes de F A n, ya próxim as. Lo que habría que estudiar ahora
es si las fábulas del A too corresponden, a su vez, o no a una
tradición hom ogénea. Porque tam bién aquí pueden haberse alfabeti­
zado fábulas coliám bicas de Babrio y no de Babrio, las segunda
sin d u d a las am pliadas y retóricas. O pueden ser todas de Babrio,
pero haber bebido él a su vez de tradiciones diferentes.
U na cosa es clara, de todas m aneras: que cada una de las
dos colecciones evita los duplicados, que existían y que se reconstru­
yen com parando la una con la otra. Pues a veces la paráfrasis,
com o sabem os, no viene de Babrio, sino de o tra versión coliám bica.
Es decir: había fábulas coliám bicas con acento en la penúltim a,

91 Cf. art. cit., pág. 26.


128 H istoria de la fábula greco-latina

unas de B abrio, otras ajenas a él (im itaciones y, quizá, m odelos).


A p artir de este vasto m aterial se crearon dos colecciones alfabéticas
de contenido, creem os, mixto.
U n a pequeña excepción es, sin em bargo, el caso de cuatro
fábulas de G que son idénticas a las del A too y que no son
el m odelo de la paráfrasis: son los núm eros 19, 67, 60 y 3 de
Babrio. Se pueden hacer varias hipótesis p ara resolver este c a s o 92.
Así, hemos superado el concepto de «Babrio» y llegado al
de «tradición babriana». Las ideas de Nçijgaard sobre la indepen­
dencia de B abrio respecto a la línea de la A ugustana y F edro
deben, así, ver revisadas. Y distinguirse entre las conclusiones
que se saquen para el A too y las que se saquen p ara el conjunto
de esa tradición.

b) Las fábulas en dodecasílabos.


Así, en definitiva, las paráfrasis son no solam ente útiles para
estudiar la tradición de la fábula en época bizantina: lo son tam bién
para el estudio de la tradición fabulística antigua. H ace falta ver,
a continuación, si lo m ism o es cierto para las versiones de las
fábulas en dodecasílabos políticos, verso típicam ente bizantino,
que se encuentran en mss. de la tradición de las FA n.
Estos textos, sólo editados por C ham bry, han recibido m uy
poca atención. La principal excepción es U rban U rsin g 93, quien
ha estudiado la lengua y la m étrica, pero no la relación con el
resto de la tradición fabulística. Tiene interés n o tar que la falta
de alguna de las características m étricas de estas fábulas dodecasilá-
bicas con acento en la penúltim a, a saber, la cesura, hace que
quede duda de si alguna de las editadas por C ham bry procedentes
de Cd y algunas de las de M b no son, quizá, arreglos m étricos
de C ham bry.
De todas m aneras resulta claro que los versos políticos son
una derivación en m étrica no cuatitativa de los coliam bos de tipo
babriano, con acento en la penúltim a: es decir, que estas fábulas
se insertan de un m odo u otro en la tradición babriana. Esto
ya lo indica P e rry 94 cuando dice que las m ás de estas fábulas
dependen de Babrio y de sus paráfrasis (de las paráfrasis, sería

92 Cf. «L a tradición...», p. 37.


93 Studien zur griechischen Fabel, Lund 1930.
94 A esopica cit., p. 310.
Inventario general de la fábula greco-latina 129

m ás justo decir). En mi «La tradición fabulística griega...» he pre­


sentado algunos avances sobre el tema.
M is conclusiones alinean, en térm inos generales, las versiones
/ (en dodecasílabos) ju n to a las e (Paráfrasis): com o en el caso
de éstas, puede haber más de una. N o presentan, salvo en alguna
excepción que puede ser discutible, una derivación de / a partir
de e: en p. 14 (H. 31 = Ch. 52 «U n hom bre canoso y dos heteras»)
propongo que e contam ina una de las versiones f . La regla norm al
es la ya presentada: e y / derivan independientem ente de una
versión sem iprosificada que unas veces proviene de d (Babrio),
otras de una versión coliám bica perdida. Sucede en ocasiones que
hay dos versiones f , cuya relación es difícil de establecer.
N aturalm ente, a efectos del stem m a general de relaciones entre
las fábulas, las versiones / están al lado de las e: en ocasiones,
form ando una línea más próxim a a F A n que a B abrio, así en
H. 15 a y en otras fábulas arriba citadas.
Si alguna diferencia se encuentra a efectos del stem m a entre
e y / es que en algunas ocasiones hem os propuesto que / deriva
de fábulas anónim as directam ente. Este sería el caso, po r ejemplo,
según n o s o tro s 95, de H. 249, en que / derivaría de I, com o e
de Babrio. Pero es la fábula de «El pavo real y el grajo» que
ya dijim os que sólo aparecía, dentro de I, en Pb y que puede
venir, posiblem ente, de la paráfrasis. N os hallaríam os, entonces,
ante un caso interesante: poseeríam os la prim era paráfrasis de
u n a fábula coliám bica, de la que derivaría / (m ientras que falta
versión e). O tras propuestas nuestras semejantes, com o que en
H . 136 = Bab. 79 = Ch. 186 «El perro que llevaba carne» haya una
derivación de / a p artir de II (y II de I), m ientras que hay otra
ram a que da d > e, deberían ser vueltas a estudiar.

c) Las fábulas de las tablas de A ssendelft y otras aisladas.


En el artículo a que aquí nos venim os refiriendo hacemos
un estudio de la colección m ixta de fábulas de la que queda
un fragm ento en las tablas de Assendelft y que hasta el m om ento
habían sido tom adas literalm ente ya com o fábulas de Babrio, ya
com o otras de au to r innom inado y, en realidad, dejadas de lado.
E sta colección confirm a que existían desde antiguo, com o ya
hem os dicho, colecciones que incluían fábulas que luego fueron

95 Cf. p. 29.
130 H istoria de la fábula greco-latina

incluidas ya en una ya en la o tra de las dos ediciones alfabéticas


ya en am bas ya en ninguna de las dos. C oncretam ente, en las
tablas de A ssendelft, com o sabem os, se nos transm iten 11 fábulas
coliám bicas, dos prosaicas (con huellas m étricas m uy dudosas)
y una en trím etros yámbicos. C ada grupo presenta un caso diferen­
te:
a) De las fábulas coliám bicas, siete (T 3, 4, 6, 7, 12, 13, 14)
se encuentran tam bién en el A too, aunque ya hem os dicho que
algunas presentan variantes im portantes que dem uestran que, en
todo caso, el A too se basa en ediciones em parentadas, no en
la que usaba el m aestro de escuela de Palm ira. Las otras cuatro
(T 1, 2, 5 y 11) no están en el A too, pero todas ellas pudieron
estar en la parte final perdida, pues com ienzan p o r óm icron o
las letras siguientes: 1 «El hijo y el león», 2 «El águila y el
cordero», 5 «L a perdiz y el labrador» y 11 «El asno y la piel
de león».
Estas últim as cu atro fábulas tienen derivados bien en la p ará fra ­
sis, bien en las fábulas dodecasilábicas, bien en am bas: siem pre
a través de una versión interm edia sem iprosifícada. En mi artículo,
p. 38 ss., pueden verse los detalles. E sto quiere decir que su situación
en la tradición es sem ejante a la de las fábulas del A too. Pero
tam poco es seguro absolutam ente que estuvieran en el A too.
b) N o en traro n a form ar parte de las ediciones bizantinas fábu­
las prosaicas com o son T 8 = H. 147 «El león que envejeció y
la zorra» y T 9 = H . 155 «El león y el ratón». A quí nuestro estudio
hace ver, en el prim er caso, que se tra ta de una versión independiente
de todo el resto de la tradición que abarca I, Babrio y / ; en
el segundo, de una versión próxim a a I (pero sin las huellas m étricas
de ésta, apenas) y alejada de Babrio.
c) Finalm ente, tam poco pasa a las colecciones bizantinas
T 10 = H. 62 «El lab rad o r y la serpiente», cf. tam bién H. 186.
R epresenta una versión independiente, en trím etros, respecto a
I y Babrio.
A parte de las fábulas de las tablas de A ssendelft, h a b ría que
hacer referencia todavía a otras dos: Bab. 140, en realidad una
fábula del Pseudo-D ositeo, y la fábula del papiro G renfell-H unt
II 84. La prim era, «L a cigarra y las hormigas» podía figurar en
el A too, aunque no lo sabem os. L a hacem os d e riv a r96 de una

96 Art. cit., p. 35.


inventario general de la fábula greco-latina 131

versión en verso de la que tam bién vendría I: n a d a nuevo, en


definitiva. En cuanto a la segunda, hemos p ro p u e sto 97 que es
precisam ente el m odelo sem iprosificado de las FA n.
O sea: en el libro usado en Palm ira en el siglo m d. C. convivía
una tradición babriana todavía no clasificada en las dos ediciones
bizantinas y con u n a fábula no presente ni en u n a ni en otra,
con fábulas de tradición antigua, m ás antigua todavía que la A ugus­
tana. E sta tradición antigua subsistía tam bién en otros lugares,
a juzgar por el papiro G renfell-H unt : si hem os aceptado que todavía
era accesible a los redactores de las colecciones bizantinas de fábulas
anónim as, n ad a de extraño que aparezca un resto de la misma
en un papiro de edad imperial.

d) El Pseudo-D ositeo.
N o es m ucho lo que puede decirse sobre las fábulas del Pseudo-
D ositeo, editadas com o se sabe po r H ausrath y u n a de las cuales
se hace figurar com o 140 en la edición de Babrio, en gracia a
sus coliam bos. La verdad es que no existe un estudio a fondo,
aunque ya hem os visto que N ^jgaard inserta estas fábulas en
la tradición babriana.
Se tra ta de una pequeña colección de fábulas que form a parte
de los llam ados Hermeneumata del Pseudo-D ositeo, una serie de
textos latinos con traducción literal al griego que, procedentes de
varios m anuscritos, están editados en el Corpus Glossariorum Latino­
rum, III, p. 1 ss. (las fábulas en p. 94 ss.). Son glosas, sentencias
y cartas de A driano, las fábulas, el tra tad o de manumissionibus,
la Genealogía de Higino, la narración de bello Troiano, la cotidiana
conuersatio ; quizá, originariam ente, algunas cosas más, todas de
este tipo de literatura popular. U na noticia de la recensión D
atribuye la fecha de la Genealogía de H igino al año 207 d. C.
En las fábulas hay, al contrario, texto griego y traducción latina.
Las fábulas van precedidas de un prefacio que no edita H aus­
rath, en que se trata el tem a de su utilidad p ara la vida. Term ina
con un «A hora voy a com enzar (incipiam, ’ά ρξομοα) las fábulas
de Esopo», con insistencia en el tem a de su utilidad, y con un
nuevo fabulam incipiam a ceruo = μΰθον ’ά ρχομαι άπό έλάφου.
Estas 16 fábulas, aparte de la coliám bica que se edita como
de Babrio, han sido siem pre consideradas com o em parentadas con

97 L. c„ p. 42.
132 H isto ria d e la fá b u la g re c o -la tin a

Babrio. G oetz señalaba ya en su artículo 8) Dositheus magister


en R E V 2, col. 1606 ss. que dos fábulas del Pseudo-D ositeo,
las editadas por H ausrath con los núm eros 2 y 6, son prácticam ente
idénticas a las dos fábulas de las tablas de Assendelft que hem os
calificado de prosaicas. Y dijim os m ás arriba que N ^jgaard coloca­
ba las fábulas del Pseudo-D ositeo en la tradición de B abrio: no
com o dependientes de él, sino am bos procedentes de un m odelo
com ún 98. Este m odelo, que según N 0jgaard Pseudo-D ositeo abrevia
a veces, sería tam bién, en ocasiones, el de R óm ulo, que presenta
versiones paralelas de algunas de estas fábulas. Propone, in clu so 99,
que en las dos fábulas de las tablas de Assendelft podem os encontrar
una traza del antiguo m odelo abreviado por Pseudo-D ositeo y
am pliado por Babrio.
El tem a, sin em bargo, es más com plicado que todo esto. Lo
dejamos pendiente para su estudio en el volum en II, pero ad elanta­
mos algunos elementos.
Lo prim ero que hay que decir es que la colección del P seudo-D o­
siteo es, una vez m ás, u n a colección m ixta, con al m enos una
fábula coliám bica (la que suele atribuirse a Babrio) y otras en
prosa, con o sin restos de m etro, que esto debe ser estudiado.
Estas otras fábulas son, en ocasiones, com parables al Babrio
del A too, que da versiones m ucho m ás am pliadas: caso de 3
(= B a b . 31), 6 ( = B a b . 75) y 16 ( = B a b . 108). Pero el parecido
es más bien de tem a que de o tra cosa: hay que precisar en qué
se basa la relación exactam ente. En o tra ocasión todavía, la fábula
11 es com parable a la Paráfrasis Bodleiana Ch. 246: o sea, una vez
más en la colección del Pseudo-D ositeo coexistían fábulas em paren­
tadas con las del A too con al m enos una de la o tra alfabetización.
Finalm ente, quedan las fábulas que presentan parentesco con versio­
nes de R óm ulo: esto prueba, si esto fuera necesario, que estas
ediciones mixtas de época im perial contenían fábulas que luego
no pasaron a las colecciones bizantinas, ni, desde luego, a Babrio.
Nos encontram os, pues, com o en las tablas de A ssendelft, con
una mezcla de elementos arcaicos, prebabrianos, ju n to con la verda­
dera tradición babriana. La datación de la colección la hace muy
útil para una investigación de la historia de la tradición de la
fábula en época imperial.

98 Ob. cit., II, p. 398 ss.


99 L. c„ p. 401.
In v e n ta rio general d e la fáb u la g re co -latin a 133

e) Aviano.
Finalm ente (por prescindir de elem entos babrianos en Róm ulo),
hallam os fábulas de tradición babriana en A viano, fabulista latino
que resulta difícil fechar, pero que se coloca en torn o al 400 d. C.
Las fábulas en dísticos elegiacos de A viano lograron gran difu­
sión en la E dad M edia la tin a 100. Puede decirse que A viano fue
tan popular en Occidente com o Babrio en O riente: representaron
la tradición poética de las fábulas, m ientras que la prosaica estaba
representada, respectivam ente, por el F edro prosificado y las F á b u ­
las A nónim as (m ás las paráfrasis). C uriosam ente, A viano deriva,
precisam ente, de Babrio. Y la situación se presenta, a prim era
vista, m ás simple que en los casos que acabam os de estudiar, pues
el mism o fabulista en su prólogo se refiere a los dos libros de Ba­
brio: sin duda, a la edición original, no alfabetizada.
D ado que es fácil que la edición alfabética del A too contenga
m uchas cosas que no son Babrio (las fábulas breves), m ientras
que quizá faltan cosas del propio Babrio, el estudio de Aviano
sería una buena ayuda para la reconstrucción del auténtico Babrio.
Este estudio no está hecho, sin em bargo. Solam ente en el art.
de Crusius Avianus, en R E II 2, col. 2373 ss. encontram os algunas
cosas de interés.
Crusius da una relación de las correspondencias de las 42 fábulas
de A viano en la tradición b ab rian a en el A too, en las tablas
de Assendelft, en la Paráfrasis, en el Pseudo-D ositeo. Para él se
tra ta de B abrio, conocido por A viano a través de una paráfrasis
en prosa latina, quizá de Taciano el Joven, paráfrasis que él abrevia:
ésta es su hipótesis. N aturalm ente, deberá ser estudiada y com pro­
b ad a: si la hipótesis fuera cierta recuperaríam os algunas fábulas
del Babrio perdido, bien porque su letra inicial correspondiese a la
parte perdida del A too, bien porque el alfabetizador de éste las re­
chazara. N aturalm ente, estos datos deben ser com binados con los
procedentes del Pseudo-D ositeo y con todos los demás.

100 Sobre la suerte de A viano en esta época cf. el prólogo de la edición de


G uaglian one, cit. en p. 65, n. 2.
134 H isto ria d e la fá b u la g re co -latin a

VI. F edro y la t r a d ic ió n f e d r ia n a

1. Fedro

Al hablar de la A ugustana hem os dicho ya que F edro pertenece


a la ram a de la tradición fabulística de la que esta colección
tam bién deriva; una ram a m ás conservadora que la otra, la bab ria­
na, aunque am bas tengan, en definitiva, iguales raíces. H em os
visto tam bién que, de todas form as, F edro altera m ás los m odelos
originales que la A ugustana, m ás próxim a a ellos : am plía, subraya
ciertos puntos, contam ina incluso.
Por o tra parte, no hay que im aginarse las cosas dentro de
un modelo simple: a veces F edro está em parentado con mss. o
recensiones (concretam ente, con el ms. Pa y la recensión la) que
divergen de la A ugustana propiam ente dicha. Q ueda po r añadir
que el detalle preciso de los hechos debe ser investigado todavía:
sólo están trazadas las líneas generales. U n estudio com o el reciente
de G iordana P is o 101 apo rta algunas cosas sobre las técnicas de
redacción de Fedro, pero trab aja con ejemplos poco significativos,
aquellos en que F edro está m ás próxim o a nuestra A ugustana.
Fedro, desconocido po r Q uintiliano y otros autores antiguos
que hablan de la fábula, es citado por A viano, quien m enciona
en su prólogo sus cinco libros de fábulas, pero luego perm anece
apenas conocido h asta el siglo xiv. En contraste con A viano y
con una serie de fábulas en prosa que, en parte al m enos, son
prosificaciones del mism o Fedro, su tradición m anuscrita es paupé­
rrim a: el Codex Pithoeanus (P), un codex Rem ensis desaparecido
en el siglo xvn, pero que había sido estudiado antes y un códice
perdido del que transcribió una serie de fábulas el hum anista
Perotti en el siglo xv. En cierto m odo, pasó lo m ism o que con
Babrio: el propio Babrio y el resto de la tradición coliám bica
apenas fueron conocidos, dejando paso a las paráfrasis.
Así, en la Edad M edia occidental ocurre una cosa en cierto
m odo opuesta a la que hallam os en Bizancio. En Bizancio florecie­
ron una al lado de otra, contam inándose incluso, la tradición
esópica de fábulas en prosa y la babriana en verso, seguida de
prosificaciones de origen m uy posterior: pues hem os dicho que

i° i Pedro traduttore di Esopo. Firenze 1977.


In v e n ta rio general d e la fá b u la g re co -latin a 135

la tradición esópica continúa prosificaciones posiblem ente del siglo π


a. C. que derivaban de fábulas en verso de edad helenística.
E n Occidente, en cam bio, la tradición bab rian a m antuvo el verso:
casodeA viano,m uyconocido. Y la tradición esópica siguió el siguiente
com plicado cam ino : los textos prosificados del siglo π a. C. fueron
puestos en verso por F edro en el i d. C., y estos versos fueron
de nuevo prosificados a p artir del siglo v o vi y am pliam ente
difundidos en la E dad M edia bien com o anónim os, bien con el
falso nom bre de Róm ulo. A unque es un tem a dudoso el de en
qué m edida esa tradición en prosa m edieval viene de F edro y
en qué o tra tiene fuentes extrañas. Es algo sem ejante a lo que
ocurre en el caso de Babrio. A unque en éste hay, al m enos, una
línea com ún «babriana», descendencia de fábulas coliám bicas si
no de B abrio, sí de sus im itadores. M ientras que aquí hablar
de «tradición fedriana» es aventurado, pues se ha avanzado la
hipótesis de que el m aterial de R óm ulo y otras fuentes medievales
que no vienen de Fedro, puede proceder de u n a línea de la tradición
independiente de las hasta ahora estudiadas. H ablam os, pues, de
«tradición fedriana» en un sentido m uy especial.
Pero volvam os a Fedro. D entro del m undo de esta literatura
anónim a que es la de las colecciones de fábulas, F edro se nos
aparece com o una personalidad bien dibujada, m ucho m ás clara
que la de Babrio. E n uno y otro caso hem os de contentarnos,
ciertam ente, con los datos que sobre sí m ism os dan los fabulistas :
no hay prácticam ente testim onios exteriores. Pero el hecho de
que los datos que sobre sí mism o d a F edro sean m ás abundantes
y de que él m ism o ponga en conexión sus fábulas con su vida,
reafirm a esto.
B abrio es un hom bre de letras que busca crear un nuevo estilo,
florido y poco hiriente, p ara la fábula y que la dedica al hijo
de un rey: del m ism o m odo que las fábulas de las tablas de
Assendelft eran usadas en la enseñanza, que las del Pseudo-D ositeo
van provistas de un prólogo que insiste en su utilidad p ara la
vida en general. Fedro, po r el contrario, usa las fábulas para
hacer una sátira encubierta dentro del m undo que le rodea, en
la corte de T iberio: él m ism o, en el prólogo al libro tercero,
atribuye la invención de la fábula al deseo de expresarse librem ente
bajo la tiranía y se presenta a sí m ism o com o un continuador
— y víctim a— de esa práctica:
136 H isto ria de la fab u la g re co -latin a

N unc, fabularum cur sit inuentum genus,


breui docebo. Seruitus obnoxia,
quia, quae uolebat non audebat dicere,
affectus propios in fabellas transtulit,
calum niam que fictis elusit iocis.
Ego illius pro semita feci uiam ,
et cogitaui plura quam reliquerat,
in calam itatem deligens quaedam mea.
Q uod si accusator alius Seiano foret,
si testis alius, iudex' alius denique,
dignus faterer esse me tantis malis,
nec his dolorem delenirem remediis.
F edro sufrió una condena por causa de una acusación de Seyano,
el favorito de Tiberio: se piensa que sus dos prim eros libros de
fábulas fueron prohibidos durante algún tiem po. Y toda la erudición
se ha esforzado en buscar en las fábulas de F edro claves ocultas
p ara decidir contra qué personaje contem poráneo, contra qué situa­
ción £e dirigían. Se ha exagerado bastante en esto y se h a hecho
c o n s ta r102 que pueden encontrarse algunas alusiones personales,
pero que fábulas com o «Las ranas pidiendo rey», «Las ranas al
Sol», etc., son de tradición antigua, no creadas por F edro contra
nadie. Ello no obsta, añadiríam os nosotros, para que con ellas
F edro quisiera aludir a alguien y ese alguien se sintiera aludido.
«Las ranas pidiendo rey» (I 2) es colocada por F edro en tiem pos
de la tiranía de Pisistrato : el fabulista pide con la fábula, irónica­
m ente, que no se busque otro tirano en su lugar, pues podría
ser peor. ¿Qué hay de extraño en que se viera aquí una alusión
a Seyano o al propio Tiberio?
Con m aterial en parte tradicional y tem as tradicionales F edro
ataca en form a virulenta a los vicios de la sociedad de su tiem po:
codicia, hipocresía, abuso del débil, etc. Todos están de acuerdo
en que hay en él una virulencia especial, un m oralism o de corte
esto ico 103. Sus num erosos temas cínicos, generalm ente tradiciona­
le s 104 cobran, sin duda, relevancia por referencia consciente al
am biente rom ano contem poráneo.

102 Por ejem plo, por H ausrath, «Zur Arbeitsweise des Phaedrus», H erm es 41,
1936, p. 74 ss.
103 Cf. Nçijgaard, ob. cil., II, p. 50 ss. ; Pisi, ob. cit., p. 65 ss.
104 Cf. supra p. 35 y los datos de Thiele I y H ausrath, «Zur A rbeitsw eise...».
In v e n ta rio general d e la fáb u la g re co -latin a 137

N os encontram os ante un poeta original, no ante un com pilador


y transm isor de m aterial tradicional, popular, más o m enos retoca­
do. Y ante un poeta original que no es un simple estilista, como
Babrio, sino, al tiem po, un hom bre de idea y de pasión. Responde
a esto el hecho de que el propio Fedro, en su prólogo al libro IV,
distingue entre fábulas Aesopi (es decir, tom adas del Aesopus o
colección griega de fábulas aludida en el prólogo al libro I) y
fábulas Aesopias, de tipo esópico pero nuevas. P e rry 105 calcula
en un tercio de la colección estas fábulas nuevas, que considera
que a veces pueden venir de diversas fuentes, otras ser enteram ente
originales, y da una lista tentativa de las mismas. Tiene interés
n o tar la observación de H a u s ra th 106 de que una serie de χρ εΐα ι
y elem entos de la diatriba cínica han producido en Fedro fábulas
nuevas, originales, contra los avaros, am biciosos, injustos.
T odo esto, aunque merece nuevo estudio, da un punto de
partida im portante para una evaluación de la tradición fabulística
y su enriquecim iento progresivo. H ay que distinguir, claro está,
entre lo que Fedro hereda y lo que añade.
Pero desde ah o ra mismo se nos presenta la figura de Fedro
com o la de un continuador, en realidad, de un A rquíloco o un
Esopo cuando m anejaban la fábula com o un elem ento de su sátira
m oral; de los cínicos tam bién, com o verem os. Incluso su tipo
hum ano lo revela. Fedro es un semigriego, un m acedonio transplan­
tado a R om a, donde vive com o esclavo prim ero y liberto después,
aunque sea en el círculo im perial: recuérdese el origen bastardo
de A rquíloco, la leyenda del Esopo esclavo, pero crítico y consejero
de filósofos y p rín cip es107.
Los datos no son, ciertam ente, dem asiado precisos. Fue liberto
de A ugusto después de haber sido traído a R om a com o esclavo,
quizá, por L. C alpurnius Piso Frugi en 13-11 a. C .; es posible que
en trara en la casa de A ugusto com o pedagogo de su nieto Lucio
y fuera m anum itido después. Es seguro que tuvo graves problem as
con Seyano, condenado a m uerte el 31 d. C., y otras graves enemis­
tades tam bién. Tras la m uerte de Seyano publicó tres libros de
fábulas — dos antes— y desconocem os la fecha de su muerte.

105 Ob. cit., p. L X X X V ss.


106 Art. Phaedrus en R E X IX H b., col. 1479 ss.
107 Sobre la vid a de F edro, véase H ausrath, art. Phaedrus cit. y Perry, ob.
cit., p. L X X III ss.
138 H isto ria d e la fáb u la g re co -latin a

Pero es significativo que no fuera muy apreciado en los am bientes


cultos de la época este liberto griego. Q uintiliano, que se ocupa
de la fábula com o m aterial de en señ a n z a 108, no le m enciona,
ni tam poco Séneca, pese a las coincidencias ideológicas.
Así, un liberto griego im buido de cinism o y estoicism o o de
m oralism o en general, un m iem bro de la oposición más o m enos
subterránea al im perio, desentierra para sus fines el viejo género
de la fábula, esta literatura popular. T raduce y a d ap ta una vieja
colección griega de fábulas, la que tam bién produjo la A ugustana,
y la am plía con m aterial diverso, en parte al m enos original.
A bre así una vía para la penetración de la fábula en nuestra
Edad M edia, ju n to a la o tra que abrió después A viano a partir,
de otra tradición, la babriana.
Com o hemos dicho, los estudios de Thiele y H au srath sobre
las fuentes de F edro están en buena m edida invalidados por el
hecho de que se refieren, sobre todo, a m ateriales que son com unes
a Fedro con el resto de la tradición fabulística: no hacen el trabajo
esencial, el de ver en qué m edida, sobre la base de estos m ism os
m ateriales, Fedro es original. A un así, merece la pena decir algo
más de esto.
Artículos com o los de Thiele y H au srath a que hem os hecho
referencia m ás arriba dan luz p a ra la historia de la fábula helenística.
De un lado, al ap untar, al igual que la introducción del libro
de Perry, a las nuevas fábulas de Fedro, colocan las dem ás, ju n to
con las fuentes que se les atribuye, dentro del p anoram a de esta
tradición: hay que com parar, naturalm ente, las fábulas corresp o n ­
dientes de la A ugustana y dem ás. Observaciones de N ^jgaard, tam ­
bién aludidas más arriba, sobre la originalidad de F edro en cuanto
a temas m oralistas y otros, son explotables en esta m ism a dirección.
De otro lado, lo que dichos autores apo rtan a . las fuentes de
Fedro allí donde en realidad se tra ta de una tradición, fabulística
que le rebasa, es utilizable para analizar la historia de dicha tra d i­
ción fabulística.
En opinión de Thiele, las fuentes en cuestión serían una colección
cínica de fábulas, o tra colección tam bién helenística en que entrarían
mitos y novelitas y, parece, u n a colección tradicional, propiam ente
esópica109. H ausrath, que no cree en la colección cínica, d a com o

108 Cf. p. 67.


109 Cf. Thiele, II, 1. c., p, 381 ss.
In v e n ta rio general d e la fá b u la greco -latin a 139

fuentes 110 la Vita Aesopi así com o cqlecciones helenísticas de anéc­


dotas, m áxim as, novelas, etc. N o cree, com o ya dijim os, en la
colección cínica, aunque sí habla, m ás bien confusam ente, de m ate­
rial cínico que sólo secundariam ente habría sido atribuido a Eso­
p o 111.
T odo esto representa, evidentem ente, un avance sobre las posi­
ciones que ven en Fedro una simple derivación de la A ugustana
y en esta colección una simple derivación de la colección de Dem e­
trio. Es interesante, po r ejem plo, lo relativo a la e n trad a de m aterial
cínico y novelístico en las colecciones; Thiele, es más, hace ver
que hay continuidad entre elem entos sofísticos y otros posteriores
(fábulas de Prom eteo, etc.), entre fábula prehelenística y helenística
(tem as de agón, etc.). Josifovic, refiriéndose a la fábula en su
conjunto, alude a la presencia en ella de elem entos de estos tip o s 112.
Pero delata un estudio insuficiente. El erro r m ayor está, me
parece, en postular que en el origen de los distintos tipos de
fábulas hay colecciones independientes correspondientes a géneros
literarios que en gran m edida son, en realidad, el resultado de
clasificaciones posteriores. Pienso que en D em etrio debía de haber
ya, ju n to a las fábulas de anim ales, m itos, anécdotas, m áximas
desarrolladas, etc. : sim plem ente, porque estos elem entos y otros
m ás eran considerados com o pertenecientes a un género único,
y esto desde fecha a n te rio r113. Hay una continuidad, que supone,
p o r supuesto, una am pliación de los diversos elem entos con otros
del m ism o tipo introducidos en fechas diferentes. Los elementos
cínicos no son, po r su parte, o tra cosa que un desarrollo de temas
anteriores: hay una cinización de la fábula, no u n a mezcla de
una colección antigua y una cínica. N aturalm ente, la cinización
es m ayor o m enor según los casos. Ni se pueden sacar las novelitas
del contexto de la fábula antigua ni de la fábula cínica, con la
cual están íntim am ente ligadas. M ás que de una confluencia en
las colecciones de fábulas de colecciones diversas, debe pensarse
que estas colecciones especializadas de novelas, m itos, anécdotas,
χρεϊοα, etc., son derivados secundarios a p artir del género m atriz
que es la fábula en sentido amplio.

110 En su art. Phaedrus de R E , c o l. 1480.


111 «Zur A rbeitsw eise des Phaedrus», p. 82 ss.
112 L. c., col. 34 s.
113 Cf. p. 30 ss.
140 H isto ria de la fáb u la g re co -latin a

E sta es, al m enos, la conclusion, que aquí anticipam os, obtenida


de nuestro e stu d io 114. Al hab lar del concepto de la fábula hemos
apuntado ya las m ism as ideas. Pero hay que insistir en que los
análisis de las fuentes de F edro p o r Thiele y H ausrath, así com o
los análisis de géneros diversos dentro de las fábulas de nuestro
au to r y de la A ugustana y B abrio por parte de N 0jgaard, son
útiles para esa historia de la fábula en fecha clásica y helenística
que en este libro intentam os. H abrá, pues, que referirse a sus
datos en cada caso particular.
Después de decir todo esto Se im pone hacer un inventario
de las fábulas de Fedro. Sus cinco libros fueron escritos en circuns­
tancias y fechas diferentes, com o se ve por sus prólogos y epílogos
y hemos dicho que presentan un grado m ayor de originalidad
progresivam ente. H ay que añadir que nos han llegado incom pletos
en la escasa tradición m anuscrita que ha llegado a nosotros en
el Pithoeanus (y el Rem ensis, del que conservam os colaciones),
aparte de un fragm ento Vaticano. Com o dijimos hay un suplem ento,
la llam ada Appendix Perottina, un m anuscrito del hum anista Nicco-
lo Perotti que incluye, j*unto a 32 fábulas ya conocidas, otras
30 nuevas (y tres poem as dirigidos al lector). Pero aun con esto
queda incom pleta la edición de Fedro. El problem a es el de en
qué m edida proceden de F edro las fábulas medievales en prosa
de los llam ados códices A dem ari y W issemburgensis y de « R óm ulos».
Sobre esto hay diversas opiniones, aunque algunas fábulas sí son
ciertam ente de Fedro. El criterio de buscar los restos m étricos,
aplicado por Z ander, es a veces poco decisivo: el senario perm ite
menos seguridades que el coliam bo. T ratam os el problem a en
su conjunto en el ap artad o que sigue.

2. La tradición fedriana

Según decimos, existen los dos códices. A dem ari y W issem bur­
gensis, a partir de los cuales se ha tratad o siem pre de reconstruir
fábulas de Fedro ; y existe una am plia colección m edieval de fábulas,
en parte coincidente con las de los códices m encionados, que es
atribuida en el prólogo a un tal R óm ulo, hijo de Tiberino, que

114 R em ito a mi trabajo «F ed ro y sus fuentes» en prensa en H om enaje a M anuel


C. Día:.
In v e n ta rio general de la fáb u la greco -latin a 141

tradujo las fábulas del griego. N os lim itam os a exponer las tres
hipótesis existentes.
1. Hipótesis de Thiele. R óm ulo contiene, ju n to a paráfrasis
de Fedro, fábulas de tradición independiente. Según él, procederían
de una colección popular independiente de Fedro, el Aesopus latinus.
Pero la verdad es que no hay datos sobre una traducción latina
de Esopo anterior a Fedro y que, de o tra parte, todo R óm ulo
está lleno de reminiscencias fedrianas.
2. Hipótesis de Zander. R óm ulo es fundam entalm ente una serie
de paráfrasis de Fedro, aunque reconoce algunas fábulas de fuente
desconocida y otras derivadas del Pseudo-D ositeo. Algo parecido
propone para los otros códices, que contendrían fábulas de Fedro,
otras de R óm ulo (y, por tanto, fundam entalm ente de Fedro, en
definitiva), y algunas más de fecha desconocida.
3. H ipótesis de N ^ jg a a rd 115. T anto en R óm ulo com o en los
dos códices hay, ju n to a paráfrasis de Fedro, fábulas de una tradi­
ción independiente, que proceden de un original griego traducido
al latín en lenguaje form ulario fedriano en fecha posterior a Fedro.
C om o se ve, no hay, en definitiva, ta n ta diferencia entre las
distintas hipótesis: es m ás una diferencia cuantitativa en el núm e­
ro de fábulas que se atribuyen a Fedro, que cualitativa, pues se
adm ite la presencia de una tradición independiente más o menos
extensa.
NçJjgaard atribuye m ucha im portancia a esta tradición extraña
no sólo a Fedro, sino a todas las fábulas antiguas conocidas. La
com paración de R óm ulo II 10 «El cam pesino y la serpiente que
trae felicidad» con H. 51, Babrio 167, etc., le lleva a postular
un alejam iento de todas ellas y una proxim idad a la fábula de
Panchatantra III 6. Tam bién en la fábula 34 del cod. Adem ari
(«El caballo, el asno y el hom bre»), com parada con H. 286 (III),
B abrio 7, etc., encuentra rasgos de independencia. Sobre esta base,
d a una serie de reglas para reconocer en R óm ulo y los dos códices
el m aterial procedente de B abrio: en definitiva, se fundan en la
proxim idad de las fábulas en cuestión a la A ugustana y, en m enor
m edida, a Babrio.
H ay que hacer observar que la argum entación de Nçijgaard
se basa, en realidad, sobre dos solas fábulas. Puede m uy bien
tener razón en su idea de que en R óm ulo tenem os huellas im portan-

115 Ob. cit., II, p. 404 ss.


142 H isto ria d e la fá b u la g re co -latin a

tes de una tradición griega sólo aquí conservada por una traducción
posterior a F edro; y en la independencia de esa tradición. Pero
la verdad es que haría falta un estudio m ás com pleto de las fábulas
de R óm ulo y dem ás para confirm ar esta hipótesis. Si fuera cierta,
por o tra parte, en realidad no habría tradición fedriana: habría,
de un lado, F edro (conservado en verso o reconstruido a partir
de la prosa); de o tro , una línea distinta de las dos fundam entales
que venim os reconociendo en la fábula griega. A unque, ciertam ente,
h abría que hacer una excepción p ara las fábulas próxim as al Pseudo-
D ositeo, es decir, a la tradición babriana. En sum a: el tem a está,
hoy por hoy, insuficientem ente explorado.

VII. O tras c o l e c c io n e s d e f á b u l a s a n t ig u a s

1. Las fábulas de los retores

H oy están de acuerdo todos los estudiosos en que las ideas


de la escuela alem ana que culm ina en H ausrath sobre el origen
retórico de la fábula en general y, m ás concretam ente, de las
colecciones de fábulas anónim as, son equivocadas. N o es m enos
cierto que en la época im perial la fábula era usada en la ensañanza
en las escuelas de retórica y aun en la enseñanza elem ental en
general. Las m anifestaciones de Q u in tilia n o 116, los testim onios
directos com o son las tablas de Assendelft y el P. G renfell-H unt II
84, y, finalm ente, las m anifestaciones de una serie de retores, a
partir del siglo n, en sus P rogym nasm ata111 no dejan ninguna
duda sobre esto.
E n los Progymnasmata de H erm ógenes, A ftonio, Teón y N ico­
lao, en un espacio de tiem po que va del siglo n al iv d. C., así
com o en m anifestaciones aisladas de estos autores y otros, hay
toda una teoría de la fábula com o género literario y de su uso
en la enseñanza, p ara adiestrar en la com posición literaria e im buir,
al propio tiem po, una enseñanza m o ra l118. Es ahora cuando la
fábula se convierte en un género «para niños»; sin que se deje,

116 Cf. p, 85.


117 R ecogidas por Perry, A esopica, p. 236 ss.
118 Cf. N^jgaard, ob. cit., 1, pp. 28 s., 38 ss.. 482 ss.
in v e n ta rio g e n era l d e la fáb u la greco -latin a 143

al tiem po, de cultivar la antigua fábula-ejem plo (en Plutarco, Lucia­


no, etc.) y, por supuesto, la fábula de colecciones independiente
de los retores.
En éstos encontram os una serie de fábulas: unas veces, como
ejem plos; otras, form ando colecciones. A m anera de ejemplos del
género hallam os fábulas en retores com o Libanio, Tem istio, Juliano
por no hablar de los de época bizantina: el problem a es averiguar
en qué m edida estas fábulas son un ejem plo más de la tradición
indirecta de la fábula, tan im portante en época im perial y necesitada
de un estudio a fondo, y en qué o tra dependen de colecciones
especiales hechas por los retores p ara las necesidades de las escuelas.
De estas colecciones especiales conocem os fundam entalm ente
la de A ftonio, retor del siglo iv y au to r de una colección de fábulas
editada por H a u s ra th 119: cuarenta fábulas de redacción breve y
uniform e, que no es seguro que todas provengan de él. A ftonio
hizo escuela y de él dependen fábulas de los retores Nicolao
M yrensis y D oxopater. Hay, adem ás, la colección de 14 fábulas
del códice B rancacciano, editado por S b o rd o n e 120: una de ellas
sólo en él, en I y en A ftonio (19: « F ábula del grajo que exhorta
a no desear cosas dem asiado grandes»). Por lo dem ás, las fábulas
del códice presentan un estilo m ás am puloso que las de Aftonio.
La colección de éste se halla en el centro de todo el problem a
de la fábula retórica: es necesario un estudio previo de la misma,
estudio que está sin hacer. H ay que hacer constar previam ente
dos cosas: que A ftonio atiende a una necesidad de las escuelas
retóricas que éstas, sin duda, satisfacían antes acudiendo a las
colecciones standard: y que el propio A ftonio trabajó sobre la
tradición preexistente, aunque no se excluye (y aún es probable)
que utilizara ram as de la m ism a que no h an llegado a nosotros
e introdujera innovaciones propias.
Sería im portante, adem ás, la com paración de las fábulas de
A ftonio con las de los retores que hem os m encionado (entre ellos,
Libanio fue m aestro suyo).
Las fábulas de A ftonio tienen clara intención didáctica. En
ellas se ha generalizado el sistem a de añadirles sim ultáneam ente
prom itio y epim itio. El prim ero dice siem pre «F ábula del... que
exhorta a...» El epim itio es una gnom e m uy breve, de tipo didáctico

119 Corpus, II, p. 133 ss.


120 Cf. p. 66, n. 7.
144 H isto ria de la fá b u la g re co -latin a

tam bién: redactada en prosa, es com parable su estilo y extensión


a los epim itios finales consistentes en un trím etro yám bico que
aparecen en el códice Brancacciano. N o sería extraño que éste
continuara un m odelo alterado por A ftonio y que, en definitiva,
toda esta tradición rem ontara a una línea más o m enos independien­
te de fábulas en verso o fábulas que com binaran el verso y la
prosa.
Sea de esto lo que quiera, lo que resulta evidente es que A ftonio
ha som etido a sus fábulas a una rem odelación notable. D estacan
por su brevedad, dentro de u n a estructura que podem os calificar
de tradicional; y por su estilo «simple» o ά φ ελή ς, precisam ente
el recom endado por los retores para la fábula. En nuestro Estu­
d io s121 pusim os de relieve su diferencia a este respecto con la
A ugustana, conclusión que fue aceptada po r Nçijgaard 122.
Este estilo ά φ ελ ή ς se caracteriza por las antítesis y paralelism os,
la ausencia de períodos com plejos y aún la rareza del estilo indirecto.
Pero, sobre todo, po r el vocabulario, m uy diferente del de la
A ugustana. Este contiene algunos poetism os y aticism os, pero no
rebuscados ni difíciles, con predom inio del léxico com ún a todo
el griego, pero no vulgar. Se resum en en el purism o no excesivo,
m ezclado de naturalidad, al m enos aparente. N uestra tabulación
com parativa del léxico de A ftonio y del de la A ugustana hace
ver cóm o el prim ero prefiere los térm inos áticos respecto a los
poéticos y tiene un núm ero bajísim o de térm inos de koiné que
son creación de la m ism a (m antiene los procedentes del dialecto
jónico, que tienen carácter literario).
La redacción de los poetism os, así com o la rem odelación y
abreviación de las fábulas, hace m uy difícil, si no im posible, hallar
en A ftonio restos m étricos que ayuden a establecer su relación
con las antiguas colecciones. El estudio debe realizarse, principal­
m ente, atendiendo a los temas. Y es un estudio que hoy por
hoy no está realizado. R esulta de m om ento un enigm a la situación
de A ftonio dentro del árbol de la tradición fabulística: si está
en la ram a tradicional, que culm ina en la A ugustana, o en la
derivada, representada po r Babrio y su escuela. O si contam ina
am bas ram as o presenta alguna característica especial.
U na prim era m irada a la colección de A ftonio en la edición

121 P. 221 ss.


122 Ob. cit., II, p. 483.
In v e n ta rio general d e la fáb u la g re co -latin a 145

de H ausrath produce una cierta perplejidad, pues en ella se encuen­


tran rasgos de las dos ram as y otros originales. M erece la pena
hacer aquí algunas indicaciones prelim inares para que el lector
pueda ver la com plejidad de los problem as de la tradición de
las colecciones de fábulas. Es claro que a un retor que hace una
colección con una finalidad definida, puede atribuírsele a priori
una m ayor libertad y originalidad en el uso de varias colecciones,
las innovaciones, etc., que a los autores que fundam entalm ente
siguen una colección standard. Sólo Babrio debió de encontrarse
en una situación sem ejante al fundar una nueva ram a de la tradición.
Sin estudiar el detalle de las fábulas, encontram os en ellas,
a prim era vista, los siguientes casos:
1. U na fábula de A ftonio está a la vez en I y en Babrio
0 la tradición babriana: caso m uy frecuente: cf., por ejemplo,
1 «Las cigarras y las horm igas», 7 «L a doncella y el león»,
8 « El león y la zorra», 10 «El asno y la piel de león».
El problem a es el de ver cuál de las dos líneas es seguida
en el detalle o, en cualquier caso, cuál es el proceder de
A ftonio. Porque resulta notable que a veces se ap arta de
las dos: así en 25, donde sustituye a la garza por la grulla,
en 31, donde es la lechuza y no los pájaros quien quita
las falsas plum as al grajo. D istinta es 24 «L a rana médico»,
que coincide con Babrio 120, m ientras que H. 287 introduce
el gusano.
2. Casos más o menos paralelos. En 13 «El caballo», hay
correspondencia en Babrio 29 y la o tra ram a está representa­
da por Fedro, App. 19. En 12 «Los dos gallos» hay correspon­
dencia en Ib y está próxim o Babrio 5. O tras veces la corres­
pondencia está en III y B abrio, la Paráfrasis o D ositeo:
caso de 17 «El ciervo» (H. 275, Paráfr. 156 C r.); de 24 «La
rana médico» ( = H. 287, Bab. 120). En 34 «El león y el
hom bre» la correspondencia es entre Ib (H. 264) y la p aráfra­
sis (194 Cr.). En estos casos, com o en los anteriores, sólo
dam os un ejemplo de las dos tradiciones: pueden intervenir
tam bién Fedro, Pseudo-D ositeo, R óm ulo, etc.
3. A ftonio tiene correspondencia en una sola ram a (lo que,
evidentem ente, puede depender de nuestro incom pleto cono­
cim iento de la tradición). Sólo en F A n: 18 «El ciervo y
la fuente», 27 «Las abejas y el paston>, 30 «El cerdo, la
146 H isto ria d e ta ta b u la g re co -latin a

cabra y la oveja» (tam bién en Max. Tyr. 19 «El grajo»


así com o en el cod. Branc.). En estos casos se tra ta de
la A ugustana: 18 = H. 77, 19 = H. 2, 27 = H. 74, 30 = H.
87, cf. 189. Inversam ente, algunas fábulas de A ftonio las
tenem os sólo en Babrio o en la tradición de él dependiente:
5 «La cabra» (Bab. 3), 11 «El cangrejo y su m adre»
(Bab. 109), 16 «Los toros» (Bab. 14), 37 «L a vid» (Pa-
ráfr. 181 Cr.), 38 «El lab rad o r y la zorra» (Bab. 11). Hay
que com parar 26 «Los dos ratones» (Ps.-D os. 16).
4. En ocasiones A ftonio va acom pañado de Sintipas: en varias
de las fábulas de los ap artados anteriores, pero tam bién
en otras. En 6 «E l etíope» tenem os III (H . 274) y Synt.
41; en 12, ya m encionada, tenem os Ib y Synt., pero está
próxim a la versión de Babrio. Pues bien, 22 «El olivo y
la higuera» sólo se encuentra, fuera de A ftonio, en Sintipas
31. Claro está, m ientras no se aclare la posición de Sintipas
dentro de la tradición, el d ato no tiene utilidad.
5. Finalm ente, hay fábulas que sólo en A ftonio aparecen: 3
«El m ilano y los cisnes». 4 «El cazador con liga», 9 «El
asno», 20 «L a zorra», 28 «El águila y la serpiente», 40
«El cuervo». De estas fábulas, 28 parece derivar de Eliano,
NA XVII 37, las dem ás de fábulas bien conocidas, variadas
por A ftonio o sus predecesores: por ejem plo, en 9 es el
lobo el que va a sacar la espina de la pata del asno y
no al revés.
Hay, pues, pendiente un im portante tem a de investigación para
establecer la situación en la tradición de las fábulas de A ftonio
y obtener consecuencias para el m ejor conocim iento de esa m ism a
tradición.

2. Sintipas

P ara term inar, hem os de d ar una idea de la colección de fábulas


atribuidas por los mss. a Sintipas, es decir, al fabuloso personaje
conocido com o Sindibad, Sim bad, Çendubete, Sendebar, que origi­
nariam ente es el indio Siddhapati y del cual una vida novelada
en que se insertaban fábulas y anécdotas ha corrido po r todas
las literaturas m edievales123.
123 Cf. p. 721.
In v e n ta rio general de la fábula greco -latin a 147

La colección griega ha sido editada por H ausrath en 1950 124


y por Perry en 1952125 en form a independiente sobre la base
fundam entalm ente de dos códices de M oscú, de los siglos xiv y
XV respectivam ente, y otro de M unich, del xiv. Contiene 62 fábulas
griegas traducidas del siriaco, pero a su vez estas fábulas siriacas
derivan de la tradición griega antigua, razón por la cual tienen
interés para el estudio de ésta.
El nom bre de Esopo se cam bió en losepos o Josefo en Siria
y ésta es la autoría que se atribuye a las fábulas en los códices
siriacos; se llegó, incluso, a identificarlo con Flavio Josefo. A hora
bien, en la tradición literaria siriaca estas fábulas aparecerían unidas
a la Vida de Sintipas o Sindibab de que hablam os. Piensa P e rry 126
que la razón de atribuirse las fábulas a Sintipas fue la pérdida
de una hoja inicial en que se atribuían a Iosipo: com o seguía
la Vida de Sintipas, se atribuyeron a éste. Cree Perry que M anuel
A ndreópulos, trad u cto r de la Vida de Sintipas al griego a fines
del siglo xi, fue igualm ente traductor de las fábulas: un testim onio
m ás del interés por la fábula en Bizancio en los siglo del ix
al xi, en que nosotros colocam os el origen de la A ccursiana.
El problem a para nosotros es el de establecer la relación entre
las fábulas de Sintipas y la tradición antigua. A quí el trabajo
principal está hecho por Perry, quien atribuye algunas fábulas
a la tradición de la A ugustana (a veces con duda), otras a Babrio
y la tradición babriana. D u d a en lo que respecta a las fábulas
9, 23, 55, 59 y dice que 31 viene quizá de A ftonio, 62 de la
Vida de Esopo, las demás son de origen incierto. Existen, en verdad,
algunas fábulas de Sintipas que nos resultan nuevas: 4 «Los ríos
y el m am , 6 «El cazador y el lobo», 10 «L a liebre en el pozo
y la zorra» (im itada de H. 9), 17 «El león prisionero y la zorra»
(cf. H. 100), 21 «El cazador y el perro», 30 «El onagro y el asno»
(cf. H. 272), 38 «El perro y el lobo» (cf. H. 148), 45 «El potro»,
48 «El Cíclope» (un m ito), 49 «El cazador y el jinete», 54 «El
joven y la vieja» (novelita erótica, la fábula siriaca es m uy diferente).
Perry sugiere que algunas de ellas pueden ser de origen siriac o 127,
lo que no es inverosímil.
En sum a, nos hallam os en circunstancias semejantes a las que
124 Corpus, II, p. 155 ss.
125 Aesopica, p. 511 ss.
126 Ob. cit. p. 518.
127 Cf. p. 516.
148 H isto ria de la fáb u la g re co -latin a

hem os visto en el caso de A ftonio: ya se sigue una línea de


la tradición, ya la otra, ya hay cosas originales. Y el estudio
en detalle no está hecho.
Por otro lado, el problem a no puede ser resuelto sin acudir
a las propias fábulas siriacas, de las que da un inventario Perry
y que ha editado la H erm ana B runo L efèvre128. Se tra ta de tres
recensiones siriacas que en parte coinciden y en parte no; hay,
adem ás, o tra transcrita en letras hebreas, así com o traducciones
árabes (éstas m uy incom pletam ente editadas). La H erm ana Lefèvre
da una relación de 90 fábulas, que necesitan ser estudiadas todas
ellas, incluso las que no están en versión griega (em parentada
con la recensión transcrita en letras hebreas). Perry, ha intentado
establecer el paralelism o de todas las fábulas con fábulas griegas
de I, B abrio, etc.; y lo mism o ha hecho la H erm ana Lefèvre,
refiriéndose a los núm eros de la edición de Halm . Pero no es
claro en qué m edida esto ha sido conseguido: téngase en cuenta
que nunca se cita m ás que una fuente y que una fábula puede
estar a la vez en I y en Babrio, por ejemplo, quedando pendiente
entonces el problem a de a cuál está más próxim a. P o r o tra parte
quedan, com o decim os, una larga serie de fábulas árabes inéditas.
P or lo dem ás no es seguro que to d a esta tradición sea exclusivam en­
te griega, ya hem os ap u ntado que pueden haberse m ezclado fábulas
orientales.
En todo caso, la m ezcla de fábulas anim ales con algún elem ento
del tipo de proverbios, novela y m ito nos lleva al am biente de
las antiguas colecciones de fábulas y de colecciones no exactam ente
idénticas a las que nos son conocidas. El estudio de Sintipas puede
ayudarnos a reconstruir la enorm e variedad de la tradición fabulística
en la antigüedad, así com o sus contam inaciones, variaciones, etcé­
tera. Las tablas de A ssendelft, A ftonio, etc., son un testim onio
en este sentido. Lo es tam bién Sintipas, pues, prescindiendo de
los añadidos siriacos que pueda contener, se refiere a fábulas griegas
en el estado en que se encontraban cuando tuvo lugar la traducción
al siriaco (de donde vienen la versión árabe y la transcripción
hebrea). La fecha de esta traducción se coloca entre los siglos
ix y xi según los diversos a u to re s 129: es decir, debieron de estar

128 Une version syriaque des fables d'E sope, Paris, 1941. N o con ocid a por Perry
hasta el últim o m om ento.
129 Cf. B. Lefèvre, ob. cit., p. III.
In v e n ta rio general d e la fáb u la g re co -latin a 149

próxim as la traducción del griego al siriaco y del siriaco al griego.


P or esa fecha existían la A ugustana, la Vindobonense, Babrio
y sus paráfrasis, pero no la A ccursiana, que estaba sin duda form án­
dose. Y existían seguram ente tam bién otras colecciones que en
Sintipas dejaron huella y que rem ontaban, a todas luces, a la
A ntigüedad.

3. Fábulas en papiros recientes


A parte del P. Rylands, hay en papiros algunas fábulas de Babrio
y, adem ás, unas pocas de tradición independiente o imprecisable.
Cito en prim er lugar, por ser conocida desde más antiguo,
la fábula del P. G renfell-H unt II 84, reeditada p o r H ausrath II,
p. 119, titulada «El asesino». Es una variación de la fábula H. 32,
sólo que ésta no presenta huella de verso, m ientras que la del
papiro (que es del siglo v d. C., un ejercicio escolar) está en trím etros
yám bicos en parte prosificados. Es, evidentem ente, un resto de
la antigua tradición de la fábula en verso.
A ñadam os el hallazgo reciente de restos de u n a colección de
fábulas en un papiro de fines del siglo h d. C. editado por B.
K ram er y D. H a g e n d o rn 130. Se conserva la parte final de la fábula
correspondiente, con una aproxim ación que no podem os precisar
exactam ente, a Fedro I 19, canis parturiens (tam bién en Justino
43, 4, 3). Sigue una fábula que com ienza hablando de la am istad
entre un carnero salvaje y un m ono, tem a que no halla correspon­
dencia entre las conocidas. Y la nueva versión de «L a golondrina y
los pájaros» en P. Mich. 457 (Stud. Pap. 13, 1974, p. 33 ss.).
Parece, de todas m aneras, en la m edida en que puede juzgarse,
que estas fábulas proceden de un tradición próxim a a la A ugustana,
aunque en el segundo caso no se halle correspondencia en ella,
en la form a que se nos ha conservado, y sí en F edro, un derivado,
en definitiva, de dicha colección.

VIII. C o n c l u s io n e s

Estas son las colecciones fundam entales que conservan m ateria­


les antiguos y nos pueden' m ejor ayudar a reconstruir la historia

130 B. Kramer y D . H agendorn, K ölner Papyri, II, O pladen 1978, n.° 64.
150 H isto ria d e la fá b u la g re co -latin a

de la tradición fabulística, aunque habría que añadir cosas sobre


la fábula en Bizancio.
Y, por supuesto, queda pendiente el estudio de las innovaciones
que sufre la tradición antigua en la Edad M edia latina, la confluen­
cia de tradiciones latinas y griegas que en ella y en el R enacim iento
tiene lugar, la llegada de elementos orientales a través del árabe,
el paso de todo este m aterial a las literaturas rom ánicas y germ ánicas
y su evolución en él. Pero este estudio se realizará m ejor cuando
estén más claras las cosas relativas a la fábula antigua.
P ara esta clarificación es preciso, sin em bargo, añadir un elem en­
to a los hasta aquí m encionados: la fábula de tradición indirecta
que aparece en tantos autores helenísticos, de la R epública y del
Im perio. Solo raram ente ha sido estudiada tal o cual fábula de
esta tradición. Y, sin em bargo, es esencial tenerla en cuenta cada-
vez que se tra ta de trazar el stem ma evolutivo de una fábula.
A sabiendas de que estas fábulas de tradición indirecta pueden
venir de una línea de tradición dada o representar recuerdos más
o m enos vagos en que intervienen contam inaciones y refundiciones.
Pero sólo el día que se establezca la relación de las diversas fábulas
de tradición indirecta con las colecciones podrá decirse que está
reconstruida la historia de la evolución de la fábula en la A ntigüe­
dad.
PA R T E II

LA FA B U L A G R IE G A H A STA
D E M E T R IO DE FA L E R O
CAPITULO I
LA F A B U L A A N IM A L Y V E G ETA L E N E PO C A C LA SIC A

I. G e n e r a l id a d e s

N uestro estudio sobre term inología y definición de la fábula


en el capítulo II de esta obra, sin ser com pleto, adelanta ya m uchas
cosas sobre la situación de la fábula anim al y vegetal dentro del
conjunto de la literatura fabulística. A quí vamos a trazar unas
líneas m ás precisas para hacer ver cóm o este tipo de fábula se
a d ap ta a las características generales de la fábula: tanto de la
anterior a las colecciones com o de la de éstas. Y para señalar
desviaciones o anom alías, si las hubiere. A hora bien, no vamos
a penetrar a fondo en los problem as de la estructura com posicional
de la fábula anim al, porque parece más adecuado tratarlos conjunta­
m ente con los del resto de la fábula.
Sabem os que ya antes de la colección de D em etrio la fábula
anim al entra dentro del com plejo, no bien definido, de la fábula
en general. Si se ha seguido bien mi exposición, he señalado la
existencia de una serie de círculos concéntricos, solo en parte
consecutivos en orden cronológico, que hay que to m ar en considera­
ción p ara definir la fábula:
a) Introducción de un segundo térm ino para reforzar o precisar
o argum entar a favor de un prim er térm ino, es decir, de la m archa
general del relato o de m anifestaciones de tipo impresivo. Aquí
entra el «ejemplo» en el más am plio sentido de la palabra, pero
tam bién la m áxim a, el símil, la alegoría, etc.
154 H isto ria de la fá b u la g re co -latin a

b) D entro de este tipo es un caso particular el «ejem plo»:


entra aquí la fábula anim al, pero tam bién la anécdota hum ana
ficticia o histórica, el m ito tradicional, el popular del tipo de
conseja inventada y géneros interm edios.
c) D entro, a su vez, de este com plejo hallam os a p artir de
A rquíloco e incluso de H esíodo otro m ás reducido, que deja fuera
el m ito propiam ente dicho. H ay una aproxim ada unidad form al
de la fábula anim al y la anécdota hum ana, que tienden a calificarse
de logos y a tener un fondo satírico o «cómico».
Es este últim o tipo el que pasó a integrarse en las colecciones
de fábulas ydio el m odelo para la creación de otras fábulas
m ás, a veces sobre m otivos antiguos, incluidos los de los tipos
a) y b). Es un m odelo para el que se inventó la denom inación
de «logoi esópicos», ju n to a los cuales hubo los «logoi sibaríticos»
y los « logoi líbicos»: sus rasgos diferenciales estaban m ás bien,
parece, en un com ienzo del tipo «E sopo dijo», «un sibarita dijo»,
«un libio dijo» (tam bién hay huella de «un cario dijo» y hay
otros tipos paralelos, véase infra).
La id ea -d e que los «logoi esópicos» fueran, a partir de un
m om ento, los auténticam ente anim ales, no parece acertada: los
hay referidos a Esopo, pero consistentes en una etiología no anim al,
com o las de Platón, Phaed. 60 b y A ristóteles, M et. 356 b; y hay
al m enos una fábula anim al «líbica», la de Esquilo 139 N. («El
águila y la flecha»). A parte de que era lo habitual que las fábulas,
anim ales o no, siguieran llam ándose sim plem ente logoi. Solo las
colecciones generalizaron la denom inación de « logoi esópicos», in­
cluyendo en ella el vario m aterial que sabem os.
Insistim os, pues, en que el tem a anim al no definía po r sí mismo
un género; pero sí es verdad que se hizo progresivam ente más
central en los géneros que fueron conform ándose. Lo es m ás en
el tipo c) que en el b) («ejemplo» en general) y el a) (elementos
de segundo térm ino).
Interesa, de todos m odos, repasar las fábulas anim ales de época
clásica para ver en qué m edida se ajustan a las características
generales de la fábula o qué características tienen. Pero no es
tan fácil hacerlo. A parte de que la transm isión de la literatura
clásica es tan fragm entaria com o se sabe, lo que quiere decir
que no sólo se han perdido, sin duda, m uchas fábulas, sino que
otras nos han llegado m uy m utiladas, hay un problem a de límites
entre lo que es fábula y lo que no lo es, que en cierto m odo
La fáb u la a n im a l y vegetal en ép o ca clásica 155

nos coloca entre un círculo vicioso. De o tra parte, aunque demos


este problem a por solucionado, hay que estudiar uno tras otro
estos tres puntos:
a) Las fábulas transm itidas com o de autores clásicos no ofrecen
otro problem a que el de estudiarlas e interpretarlas allí donde
la transm isión es incom pleta o dudosa.
b) Hay elem entos anim alísticos (y otros más, por supuesto)
de época clásica que se fabulizan y entran en las colecciones.
Esto no quiere decir que fueran fábulas ya en época clásica. A unque
existen casos dudosos: un símil o una alusión de época clásica
puede responder a una fábula de las colecciones y derivar a su
vez de una fábula ya existente, aunque no transm itida, en época
clásica.
c) Las fábulas anim alísticas de las colecciones que no están
testim oniadas para época clásica, pueden sin em bargo proceder
de la misma. Definir cuáles son de época clásica y cuáles no,
establecer posibles diferencias entre unas y otras (es decir, am plia­
ción o restricción del concepto de fábula) sería el m áxim o éxito
a que podría aspirar una investigación. Pero hay, evidentem ente,
que contentarse c.on aproxim aciones. Por otro lado, ciertos criterios
que luego utilizarem os y que hacen verosímil la atribución de
una fábula a la colección de D em etrio y, por tanto, a época
clásica, no podem os utilizarlos todavía.
P ara em pezar por el principio, a veces es fácil separar la fábula
anim alística de la m áxim a anim al o el símil, lo cual no quiere
decir que la m áxim a o el símil no puedan proceder de una fábula
o, al revés, engendrar una en fecha posterior: igual ocurre con
la m áxim a y el símil no anim alísticos, con el relato de un sucedido,
etcétera, que pueden fabulizarse.
. Son m áxim as anim ales las del tipo de A rquíloco 37 «M uchas
cosas sabe la zorra, pero el erizo una sola decisiva» : parece no
referirse a u n a fábula concreta, sino al papel de la zorra en muchas
fábulas. Este es tam bién, quizá, el caso de Teognis 393 s.: «ni
siquiera el león com e siem pre carne, sino que tam bién a él, a
pesar de su fuerza, le llega la hora de la im potencia», si es que
no es una alusión directa a H. 147 «El león y la zorra».
N aturalm ente, estas m áxim as tienen un sentido traslaticio, son
al tiem po símiles o alegorías. H ay otras m ás en el mismo caso.
Así el «¿Cóm o podría ser pura el ave que devora al ave?» de
Esquilo, Sup. 226 (quizá de ahí H. 23, «Los gallos y la perdiz»).
156 H isto ria de la fab u la g re co -latin a

Lo mismo puede decirse de la afirm ación de Jenófanes 15 D. de


que los bueyes y leones, si hubieran sabido pintar, habrían hecho
sus dioses semejantes a sí m ism os, de donde viene quizá H. 264
«El hom bre y el león».
H ay símiles que claram ente testim onian la existencia anterior
de una fábula, sobre todo el de «Los árboles y el torrente» de
Sófocles, Ant. 710 ss. (cf. H. 71 y 239) y el de «L a zorra con
el rabo cortado» de T im ocreonte 3 PM G (cf. H. 17). Pero ya
es más dudoso decidir si en lo,s dos símiles de Teognis que dam os
a continuación hay alusión a fábulas conocidas (H. 136 «El perro
que llevaba carne» y H. 62 «El lab rad o r y la serpiente», cf. 186)
o solo símiles de los que luego se derivaron las fábulas:
T h g n . 3 4 7 s .: C o m o u n p e r r o h e a t r a v e s a d o u n b a r r a n c o , lle v á n d o ­
m e lo t o d o la c o r r ie n te d e l to r r e n te .
601 s .: M a ld it o s e a s , e n e m ig o d e lo s d io s e s y tr a id o r a lo s
h o m b r e s , fría y p é r fid a s e r p ie n t e q u e y o g u a r d a b a
en m i sen o .

El prim er ejem plo, al m enos, no se corresponde exactam ente


con la fábula. Y lo m ism o ha de decirse del Solón 11, que recuerda
solo vagam ente «L a zorra y el león viejo»:
S o ló n 11, 5 s s .: C a d a u n o d e v o s o t r o s c a m in a c o n p a s o s d e z o r r a ,
p e r o t o d o s r e u n id o s te n é is la m a n e r a d e se r d e l p a p a ­
n a ta s .

O tras veces, decididam ente, los símiles son independientes de


toda fábula, aunque en fecha posterior pueda haberse derivado
de ellos alguna fábula. Así en:
Esquilo, Agamenón 104 ss., visión de las dos águilas, que sim boli­
zan y profetizan el destino de A gam enón y M enelao; 718 ss.,
símil de Helena y el cachorro de león, de donde sin duda deriva
H. 225 «El pastor y los lobitos» (tem a de la naturaleza perversa,
primero oculta en el anim al joven y luego revelada); 357 ss., símil
de la red de la que no escapan ni el pez grande ni el pequeño,
variado en Babrio 4.
Thgn. 213 ss. etc., así com o otros a u to re s 1, tem a del pulpo
que se adapta al color de lo que le rodea.

1 Cf. «El poem a del pulpo y los orígenes de la colección teognídea», Em érita
26, 1958, p. 1 ss.
L a fábula an im a l y vegetal en época clásica 157

A ristófanes, Equ. 864 ss,, símil de Cleón, que hace com o los
pescadores que revuelven el agua para pescar (fabulizada en H. 26).
Un caso especial es el de la Batracomiomaquia, el poem a épico
burlesco que suele atribuirse al siglo vu a. C. y que posiblemente
sea más reciente. Es claro que se trata de una fábula desarrollada,
la de las ranas y los ratones. La única du d a es si la versión
posterior de esta fábula (en Vita Aesopi G 133) ha sido extraída
de la Batracomiomaquia o de la fábula de que ésta deriva.

II. L a f á b u la a n im a l y v e g e t a l e n é p o c a c lá s ic a

1. En las fuentes

a) Presentación de la fábula

C on esto podem os com enzar a pasar revista a la fábula-ejem plo


que se encuentra en las fuentes de época clásica, bien narrada
explícitam ente bien aludida; o que hemos supuesto que existía
com o base de una m áxim a, símil o relato épico burlesco. Para
un catálogo com pleto véase cap. II 5.
Son m uchas las cuestiones que podem os plantearnos en torno
a estas fábulas. Siguiendo un orden gradual, prim ero hablarem os
de su inserción en los contextos de prim er térm ino y de su finalidad
en relación con los mismos (sin entrar a fondo, com o dijimos,
en los problem as form ales); luego, de la división de la fábula
entre el tipo central y el m arginal, etiológico; después, de las
subdivisiones del prim ero (agón de acción, sólo verbal, puro diálogo,
falta de agón)· a continuación, del núm ero y tipo de personajes,
incluida la consideración de los anim ales que intervienen. Lo relati­
vo al carácter «cómico» de la fábula ha de ser discutido tam bién
(pero cf. más detalles en cap. II 3).
N otem os que las fábulas clásicas así recuperadas reaparecen
con frecuencia en las colecciones, que precisam ente nos ofrecen
la posibilidad de reconstruir fábulas fragm entarias o puras alusio­
nes; pero no siempre. Y que, en el a p a rtad o siguiente, diremos
algo de lo que es factible colegir para la época clásica a partir
de fábulas de las colecciones que para dicha época no están testim o­
niadas pero es probable que ya existieran.
158 H isto ria de la fáb u la g re co -latin a

P ara empezar, digam os que es norm al que una fábula aparezca


com o «ejemplo», es decir, com o un segundo térm ino referido a
un prim ero que precede y sigue. Ese prim er térm ino sale reforzado
tras la fábula: ésta justifica un consejo o censura, explica una
situación de hecho. Y ello indiferentem ente de si esto se explicita
en un epimitio o si se deduce de las palabras finales de un personaje
(el «cierre» de la fábula), o, sim plem ente, de la acción.
A hora bien, es claro que las fábulas se m em orizaban, más
que en cuanto a la form a, en cuanto al tem a; por m ás que tam bién
p ara su expresión form al se siguieran ciertas constantes. Todo
esto es semejante a lo que ocurre para la fábula no anim alística.
Para la anim alística tenemos el testim onio de A ristófanes, cuando
en Avispas Bdelicleón pregunta a su padre Filocleón, que va al
banquete, qué cuentos o historias sabe para n a rra r a los comensales.
Tras hacerle desechar las consejas sobre la Lam ia o C ardopión,
el diálogo sigue (1179 ss.):
B d e l. : N o m e v e n g a s c o n h is to r ia s , d im e c o s a s d e h o m b r e s ,
las q u e d e c im o s c a d a d ía , la s d e c a s a .
F ilo c l. : Y o sé e n v e r d a d d e las fá b u la s m u y d e la c a s a a q u e lla :
« H a b ía e n o t r o t ie m p o u n r a tó n y u n a c o m a d r e j a » .

Estas fábulas se reservaban p ara aplicarlas en la ocasión conve­


niente, com o hacemos nosotros con las anécdotas, chistes, etc.;
aunque en el mismo hecho de conocerlas estaba im plícita la posibili­
dad de que alguien les diera form a definitiva com o tales fábulas,
según cuenta Platón (Fedón 61b) que hizo Sócrates en la cárcel.
En realidad tenemos un ejemplo de época clásica, el escolio ático
del cangrejo y la serpiente2 :
A s í d ijo e l c a n g r e jo c o g ie n d o a la s e r p ie n te p o r la c o la : e l a m ig o
d e b e ir d e r e c h o y n o p e n s a r c o s a s to r c id a s .

Es claro que esta fábula, que tenía ya una form a poética fija,
había que adaptarla a un «prim er término» en que alguien critica
a o tra persona cuando él podría ser objeto de la m ism a crítica:
cuando tiene el tejado de vidrio, diríam os. Pero ese prim er térm ino
podía variar, dependía de las ocasiones.
N os hallamos, pues, en este caso ante una fábula sin prim er
térm ino: había que aplicarle un prim er térm ino para poder contarla.

2 C a m . Corn. 9.
La fab u la a n im a l y vegetal en época clásica 159

Este no era el caso, en cam bio, cuando una fábula era «epizada» :
caso de la Batracomiomaquia. O inspiraba una com edia, caso de
la Paz, inspirada evidentem ente en el vuelo del escarabajo para
seguir al águila a las rodillas de Zeus.
F uera de estos casos, siem pre encontram os las fábulas de edad
clásica con un prim er térm ino, explícito o im plícito: quiero decir,
con un prim er térm ino concreto, no uno genérico solam ente.
N aturalm ente, dado que el «prim er térm ino» puede variar, nada
tendría de extraño que una m ism a fábula se nos apareciera con
m ás de uno. Así, en el Epodo IV de A rquíloco, «El león y la
zorra» se refiere a la N eóbula prostituida que «devora» a sus
am antes, m ientras que en Platón, Alcibiades I, 122e se refiere al
oro que entra en Lacedem onia y no sale de allí. Claro está, a
veces puede haber referencia bien a un «prim er térm ino» bien
a la fábula en sí y de por sí. Así en Avispas 1445 ss. Bdelicleón
cuenta la fábula de «El águila y el escarabajo» en relación con
las personas que le citan a juicio: es una narración de «segundo
grado», Bdelicleón cuenta que Esopo narró la fábula en una situa­
ción de apuro com o la suya. Pues bien, en Paz 129 ss. Trigeo
alude a la fábula para justificar su conducta cuando va a volar
junto a los dioses en un escarabajo. O piénsese en «El águila
y la zorra», que en el Epodo I de A rquíloco es una am enaza
co n tra Licam bes, m ientras que en Aves 651 ss. da un paralelo
a la sociedad de Pisterero y las aves.
Veamos ahora ya los dos tipos de presentación en que aparece
la fábula-ejem plo en los autores clásicos. Es decir, allí donde se
utiliza de la m anera tradicional y no se reduce todo a una simple
alusión a la existencia de una fábula. H ay una presentación directa
o de prim er grado y una indirecta o de segundo.
La prim era es la habitual. En una situación dada, tras un
prim er térm ino expresam ente aludido, se introduce la fábula, que
nos vuelve a conducir, explícita o im plícitam ente, al prim er térm ino.
A rquíloco ataca al perjuro Licam bes y continúa: «Es una fábula
divulgada entre los hom bres...», n arrando la del águila y la zorra;
la conclusión es «así te podría alcanzar el castigo». Tam bién puede
suceder la situación inversa, que alguien conteste con una fábula.
Así en H eródoto I 141 los jonios y eolios, una vez que los lidios
han sido derrotados por Ciro, piden la am istad de éste. Y Ciro
les cuenta la fábula del flautista fracasado en hacer salir a los
peces del m ar al son de su flauta, el cual, cuando al fin los
160 H isto ria d e la fáb u la g re co -latin a

pesca y ellos saltan en la orilla, les dice: «D ejad de bailar, ya


que antes os toqué la flauta y no quisisteis salir a danzap>. H eródoto
explica la intención de la fábula: Ciro no acepta sus propuestas,
ya que antes ellos no habían acogido sus avances amistosos.
La presentación de segundo grado es aquella en que en una
situación dada se hace alusión a alguien que en un m om ento
estuvo en una situación parecida y contó una fábula que, por
tanto, puede aplicarse indirectam ente tam bién a la actual. El tipo
tiene diversas variantes.
En su pleno desarrollo está en el caso de «El águila y el
escarabajo» según es narrad a en.Avispas 1445 ss., com o acabam os
de decir. Filocleón, acusado, cuenta la historia de Esopo acusado
por los delfios y de cóm o éste, entonces, les relató la fábula en
cuestión, que dem uestra que el débil que es objeto de injusticia,
puede a pesar de todo derro tar al fuerte. La ironía de A ristófanes
consiste en que Esopo fue acusado injustam ente (el tem a está
tam bién en la Vida), m ientras que las acusaciones contra Filocleón
no podían ser más exactas.
M-uy com parable es la fábula de «Esopo y el perro» que cuenta
Filocleón a la panadera atropellada por él en Avispas 1399. Si
se analiza bien, tenem os: Filocleón acosado por la panadera le
cuenta a esta el paralelo de Esopo atacado por un perro al salir
del banquete y sus palabras al perro; que en vez de su m ala
lengua lo que debería hacer es com prarse comida. Es decir, Esopo
no cuenta una fábula, sino que lanza una frase graciosa, un Α ισ ώ ­
που γελοΐον. A unque tam bién se puede analizar de otro m odo:
Filocleón lanza directam ente una fábula en que interviene Esopo.
A veces se nos transm iten fábulas presentadas en «segundo
grado» sin dársenos indicación del «prim er término». Así en dos
ejemplos de Aristóteles, Retórica II 20: «El erizo y la zorra», conta­
da por Esopo a los samios que juzgaban a un dem agogo; y «El
caballo, el ciervo y el hom bre», contada a los ciudadanos de
H im era por el poeta Estesícoro para prevenirlos contra la tiranía
de Fálaris. O, simplemente, no hay primer término, que nosotros
sepam os: así en el caso de las dos anécdotas relativas a Dém ades
y Dem óstenes, cuando contaron, respectivamente, las fábulas de
«D em eter, la golondrina y la anguila» y «La som bra del asno» 3

3 Cf. H. 63 y Plutarco, Vit. X Orat. 848 a.


La fáb u la a n im a l y vegetal en ép o ca clásica 161

para despertar la atención de su público. N o está excluido, claro


está, que alguien pudiera usar estas fábulas en una ocasión parecida,
introduciéndolas con un «segundo grado».
O tras veces, en cam bio, sí tenem os el «prim er térm ino», pero
la introducción indirecta de la fábula se lim ita a atribuírsela a
alguien. Así, cuando A ristóteles4* habla de la im posibilidad de
legislar co n tra los dem asiado poderosos, cuenta la fábula de los
leones y las liebres, atribuyéndosela a A ntístenes, simplemente.
M ás lejos va Platón, Phaedr. 258 e, en que la fábula etiológica
sobre el origen de las cigarras, contada sobre el fondo de un
prim er térm ino m uy claro, se atribuye a un «se dice».
Este sistem a de presentar las fábulas en un «segundo grado»
más o m enos explícito es el que se difundió en el siglo v atribuyendo
las fábulas, sobre todo, a E sopo: es el origen de la expresión
Α ίσ ω π ε ιο ι λόγοι de que ya hem os hablado y en cierto m odo
está im plícito en la totalidad de nuestras colecciones, que se atribu­
yen a Esopo. Pero hemos visto en el capítulo precedente que
en el siglo v se hablaba tam bién de fábulas sibaríticas, líbicas,
carias, frigias, etc. y que lo verosímil era que la clave de la clasifica­
ción estuviera en las palabras iniciales «un sibarita dijo», «un
cario dijo», etc.; aunque pudiera ser que en alguna ocasión se
llegara a especializaciones tentativas en el contenido.
Es un sistem a o un intento que pronto quedó abandonado,
siendo absorbido por el propiam ente «esópico». A un así hay unos
ejem plos en fábulas sibaríticas no anim alísticas de A ristófanes;
hay u n a fábula caria en T im ocreonte 8 («un cario dijo», fábula
del pescador, el propio cario y el pulpo); y Esquilo fr. 139 N. «El
águila y la flecha» es una fábula líbica, aunque falta la expresión
literal «un libio d ijo » 5.
R esulta fácil observar que del tipo directo o de prim er grado
se pasa fácilm ente al indirecto, de segundo grado, en cuanto en
una situación dada se relata u n a fábula dando su fuente: fabulista
o poeta, un personaje histórico o un m iem bro cualquiera de un
pueblo extranjero. H istóricam ente las fábulas de prim er grado son
más antiguas. Las otras se propagaron citando las prim eras o
introduciendo nuevo m aterial fabulístico real o supuestam ente de
origen extranjero. El éxito del sistem a fue la atribución de fábulas

4 P o lítica 1284 a.
5 Cf. sobre este tema N ^jgaard, ob. cit., I, p. 475 ss.
162 H isto ria d e la fá b u la g re co -latin a

a Esopo, sin duda tratando de definir así más exactam ente un


género cuyos límites resultaban más bien vagos.
El hábito de atribuir las fábulas a Esopo, que las habría narrado
bien en una ocasión determ inada com o instrum ento de defensa,
consejo, sarcasm o, etc., bien no se nos dice en qué ocasión, fue
al comienzo un recurso ocasional en la narración de fábulas, incluso
de las conocidas desde fecha anterior, m ientras que luego los autores
de las colecciones consideran a Esopo com o a u to r de todas las
fábulas, al menos de su materies, com o dice Fedro. Por supuesto,
ese hábito tiene su origen en la leyenda de Esopo, el logopoiós
o «narrador de fábulas» cuya vida coloca H eródoto II 134-135
en la Samos de fines del siglo vu y com ienzos del' vi a. C., a
juzgar por los sincronismos. O tro problem a es el de estudiar en
qué m edida esta figura de Esopo tiene un fundam ento histórico
(si lo tiene) y en qué otra está contam inada con creencias o leyendas
griegas o con precedentes orientales. De este tem a hemos de o cu p ar­
nos en III 4. Para nuestra intención actual no es absolutam ente
relevante.

b) Fábula etiológica y fábula agonal

Veamos ahora, dentro de la totalidad de la fábula anim alística


de época clásica, en la m edida en que nos es conocida directam ente,
los tipos principales que existen: en cuanto al contenido y organiza­
ción de la fábula misma y en cuanto a su relación con el prim er
térm ino a que se aplica.
Aquí tenemos que insistir en lo que hemos apuntado en el
anterior capítulo: hay un tipo central y uno m arginal, el etiológico.
Comencemos por éste, m ucho peor representado.
Com o en el otro caso, la fábula anim alística etiológica es solo
una parte de la fábula etiológica en general. Por m ás que las
etiologías sean consideradas a veces m ás bien com o m itos, así
el famoso mito del Protágoras (que, por lo dem ás, d a origen
a varias fábulas en las Colecciones), es claro que en el siglo v
ciertas etiologías eran explícitamente atribuidas al género de los
Α Ισω πεΐοι λόγοι. M ás claro que en ningún lugar se ve esto
en el pasaje del Fedón 60 b en el que Sócrates, observando que
el placer y el dolor son inseparables el uno del otro, dice que
sí Esopo hubiera caído en la cuenta de esto habría hecho una
fábula y precisamente una fábula etiológica: es expuesta a co n tin u a­
La fábula a n im a l y vegetal en ép o ca clásica 163

ción. E sta es, ciertam ente, una fábula no anim alística, com o otra
tam bién etiológica atribuida a Esopo por A ristóteles, M ete. 356 b.
Pero hay al.menos una fábula anim alística de tipo etiológico explíci­
tam ente atribuida a Esopo: la relativa al origen de la prom inencia
que presenta la cabeza de la alondra (A ristófanes, Aves 471 ss.).
Y existen otras de época clásica, aunque no se atribuyan directam en­
te a Esopo: la de por qué crece el pico del águila (Aristóteles,
H A 619 a 16 ss.) y la ya aludida del origen de las cigarras y del
hecho de que pasen la vida cantando sin com er ni beber (Platón,
Phdr. 258 e). En las colecciones hay m uchas m ás fábulas parecidas,
o provenientes de época clásica o im itadas.
Lo que m ás llam a la atención en la fábula etiológica es que
puede referirse a un solo personaje. Sus rasgos físicos extraños
o su conducta tam bién extraña se explican sim plem ente por algo
que realizó en fecha rem ota; o, tam bién, p o r un don o un castigo
de un dios, Zeus norm alm ente. En definitiva, no existe necesaria­
m ente un agón o enfrentam iento, aunque en las Colecciones sobre
todo estas fábulas tienden a contam inarse con las de tipo agonal:
hay una petición a Zeus o una rebeldía contra él y un castigo.
Junto a esta posibilidad del personaje único y de falta de
agón, otro rasgo de las fábulas etiológicas es que representan una
explicación de la realidad, no ejemplifican una conducta que hay
que seguir. En todo caso, la aproxim ación de este tipo al parenético
es secundaria: si Zeus dotó al hom bre de respeto y justicia, según
el m ito de Prom eteo en el Protágoras, esto justifica su carácter
racional y, en cierto m odo, recom ienda un com portam iento racional
y justo. Si (en fábulas de las Colecciones) ciertos anim ales fueron
dotados de una determ inada naturaleza, de la que en vano intenta­
ron salirse, se deduce que hay que seguir la propia naturaleza.
Así en el caso, por ejemplo, de H. 50, «La com adreja y A frodita»:
si la com adreja enam orada y convertida por A frodita en mujer
no puede evitar la tentación de perseguir a un ratón, de resultas
de lo cual es devuelta a su ser de com adreja, la conclusión parenética
es obvia. Pero es éste, insistimos, un tipo secundario.
De todas m aneras, el tem a de que los anim ales tienen una
naturaleza fijada de una vez para siem pre, es uno de los rasgos
que enlazan la fábula etiológica con las demás. O tro rasgo es,
sin duda, el carácter «cómico» de am bas: la fábula etiológica
se refiere a particularidades físicas o de carácter de tipo, en cierto
m odo, extravagante y risible. Por otro lado, el carácter explicativo
164 H isto ria de la fáb u la g re co -latin a

de las fábulas etiológicas no es exclusivo de ellas, se encuentra


a veces igualmente en el tipo central. Y, en definitiva, hemos
de aceptar los hechos com o son: tanto el tipo central com o este
marginal, con lo que tienen de com ún y lo que tienen de diferente,
fueron atribuidos a Esopo desde el siglo v a. C., al menos.
Con todo, es el tipo no etiológico el fundam ental. Está centrado
en el agón o enfrentam iento de dos anim ales o un anim al y un
hom bre (del tipo puram ente hum ano prescindim os aquí); agón
del cual se deduce o una explicación o una parénisis, aunque
tam bién, a veces, una lam entación o un sarcasm o. El agón a veces
se diluye, derivando en un simple diálogo. Surge tam bién, aunque
es sin duda secundaria y desde luego m inoritaria, la fábula de
un solo personaje (central en las etiológicas), en que éste reacciona
ante una determ inada situación. De todas m aneras, aunque se
introduzcan estas m atizaciones, que hem os de estudiar más de
cerca, creo que una simplificación útil sería denom inar al tipo
central de la fábula tipo agonal, com o hemos llam ado al m arginal
tipo etiológico.
Prescindamos ahora, de m om ento, del carácter del agón y de
la intención de la fábula en relación con el «prim er térm ino».
Una prim era clasificación distinguirá la fábula agonal puram ente
anim alística (o vegetal); aquella que es entre un anim al y un
hom bre; la fábula con doble agón (con o sin intervención de
un hom bre); y la fábula «de situación», en que el anim al responde
a una situación con que se enfrenta.
a) Agón animal. Tenemos enfrentados al halcón y el ruiseño
en Hesíodo, TD 106 ss.; al águila y el escarabajo en pasajes ya
citados de Arquíloco, Semónides y A ristófanes; a la zorra y el
león viejo en Arquíloco y A ristófanes, quizá en Solón, en el Alcibia­
des I de Platón; al águila y la zorra en A rquíloco y A ristófanes;
a las ranas y los ratones en la Batracom iom aquia; a las ranas
y las com adrejas en la alusión de Avispas 1182 ss. ; a la zorra
y el erizo en Aristóteles, de quien tam bién hem os aducido la
fábula de los leones y las liebres procedentes de A ntístenes; en
Jenofonte, M em. II 7, 13 aparece «La oveja y el perro»; en
un escolio ático ya citado, el cangrejo y la serpiente. La alusión
de Timocreonte a la zorra sin rabo se refiere sin duda a un enfrenta­
m iento de una zorra con las dem ás, com o en su derivado H. 17.
Citemos tam bién la fábula del águila y la serpiente en Estesíco-
ro 103. Hay que añadir los ejemplos «vegetales»; «Los árboles
La fábula a n im a l y vegetal en época clásica 165

y el torrente» en Sófocles (raro ejem plo clásico de fábula con


un elem ento «inanim ado») y «El laurel y el olivo» en Calimaco.
Siempre hay en estas fábulas esquem a binario, aunque en «El
águila y la zorra» intervenga Zeus, que sin d u d a favorece el castigo
de la zorra, y en «El laurel y el olivo» hay un árb itro rechazado
por todos, la zarza, lo que en cierto m odo puede interpretarse
com o un segundo agón.
b) Agón anim al / hum ano. A veces el agón es entre un animal
y un hom bre, que en ocasiones es el propio n arrad o r: así en
«Esopo y el perro» de A ristófanes y «El pescador y el pulpo»
de Tim ocreonte. A parte de esto, tenem os la fábula herodotea ya
aludida del pescador y los peces; el símil de Teognis, seguram ente
derivado de una fábula, del labrador y la serpiente. De este tipo
es una fábula de A rquíloco, la de las avispas, las perdices, y
el labrador, sólo que aquí uno de los dos partidos consta de
dos especies animales.
c) Fábulas con agón doble. Este agón doble exige con frecuencia
tres anim ales o dos anim ales y un hom bre: es una com plicación,
seguram ente, del esquem a original. Si son exactas nuestras recons­
trucciones de los epodos de A rquíloco aparece en éste en el Epo­
do III: el ciervo es herido por el león y persuadido por la zorra
vuelve a aproxim arse a su caverna, siendo finalm ente devorado.
Cf. el detalle en II 5, p. 390, y en II 6: el m ono es elegido
rey al triunfar del camello en el baile, pero es puesto en ridícu­
lo por la astucia de la zorra. Es claro el agón doble en la fábula
que cuenta Sem ónides 9 : «U na garza, habiendo hallado a un halcón
que devoraba una anguila del M eandro, se la quitó». Aunque
aquí el prim er agón es apenas la indicación de una situación o
punto de partida para el segundo, evidentem ente el central. De
agón doble es igualm ente la fábula de Estesícoro y Aristóteles
en que el caballo, enfrentado con el ciervo, recurre a la ayuda
del hom bre, que le dom ina. A hora bien, puede haber agón doble
y aun, excepcionalm ente, triple, en fábulas con dos personajes
com o la arquilóquea del águila y la zorra o la de H. 9 «La zorra
y el m acho cabrío». Cf. más adelante, así com o II 5 y II 6.
d) Fábulas de situación. Así com o la situación de que arranca
una fábula puede desplegarse hasta convertirse en un agón previo,
tam bién puede suceder que no haya agón propiam ente dicho, sino
respuesta de alguien ante una situación. «El águila y la flecha»
de Esquilo puede analizarse com o un enfrentam iento de la flecha
166 H isto ria d e la fáb u la g re co -latin a

y el águila o, simplemente, com o una respuesta dolorida del águila


al ser m uerta «por sus propias plumas». Esla fábula situacional,
que se ha desarrollado am pliam ente en las Colecciones, es rara
en época clásica. Véase sin em bargo la del pescador y el pulpo
en Simónides 9. Quizá el símil de Teognis del perro al que el
torrente se lo arrebató todo pertenezca a este tipo: pero ni es
seguro que presuponga una fábula ni, si existiera, p odría dejar
de hacerse un análisis binario, con el perro y el torrente (com o
en «Los árboles y el torrente» en Sófocles). En cuanto a la fábula
de la m uía que se jacta de su m adre la yegua y se olvida de
su padre el asno (aludida por A rquíloco 232 y quizá por Simónides
515 PM G), presenta efectivamente un solo personaje en el derivado
H. 285, pero no es ni m ucho m enos seguro que esto fuera así en el
m odelo más antiguo.

c) Variantes de la fábula animal


D entro de la línea ya adelantada, pueden presentarse algunas
variantes en las fábulas agonales testim oniadas para época clásica.
'Pero son cosas que sólo aspiran a una presentación provisional
del cuadro, dado que los testim onios directos de esa fábula son
terriblem ente fragm entarios, que no entram os a fondo en problem as
formales y de estructura (que quedan para el cap. II 5) y que
hay que añadir datos de las fábulas de las Colecciones que proceden
de esta época; su identificación, por lo dem ás, presenta dificultades.
Por otro lado, el tem a de lo cómico en la fábula anim alística
y otros más habrán de ser reexam inados en el cap. II 3, en que
estudiarem os las conexiones entre fábula en general y poesía yám bi­
ca.
Teniendo en cuenta todas estas cautelas, no deja de tener interés
dar por separado los datos procedentes de las fábulas agonales
— en sentido am plio— cuya existencia en época clásica está testim o­
niada, aunque a veces no sea tan clara su estructura.
Los agones de estas fábulas pueden ser de pura acción o de
acción m ezclada con discursos o consistir sim plem ente en discursos ;
pero tam bién hay otros esquemas más com plicados, entre ellos
aquellos en que un agón de pura acción (a veces descrito sum aria­
m ente, es pura «situación» inicial) es seguido de otro m ás com plejo.
El discurso final, el «cierre», da frecuentem ente el sentido o m oraleja
de la fábula, pero tam bién puede suceder que ésta se desprenda
La fab u la a n im a l y vegetal en ép o ca clásica 167

de la acción, sim plem ente. Y hay un tipo en el cual un agón


de acción o del tipo que sea va seguido de un «cierre» de uno
de los personajes o de alguien que es ajeno al agón (un «survenant»,
decim os); y aquel otro en que tras el agón hay una nueva acción,
que decide y da significado al conjunto. H ay, pues, m ucha variedad.
Com o ejemplos de los tipos más simples podem os poner los
siguientes. Nos abstenem os de dar las referencias de los pasajes,
cuando ya han sido dadas.
En «El halcón y el ruiseñor», de H esíodo, prescindiendo ahora
de la estructura, que es totalm ente distinta de la que luego imperó,
el agón tiene un aspecto, digam os, físico: el halcón ha capturado
y lleva en sus garras al ruiseñor; y otro en cierto m odo de diálogo:
el ruiseñor llora y el halcón lanza el «cierre»: «¿Por qué gritas,
desgraciado? Te tiene en su poder alguien que es m ucho más
fuerte: irás por donde yo te lleve, por m uy can to r que seas. Te
haré, si quiero, mi com ida o te soltaré. Es insensato el que pretende
enfrentarse con los m ás poderosos».
Algo sem ejante hay que im aginar, por ejem plo, en «El cangrejo
y la serpiente». Se nos cuenta solo el «cierre» final del cangrejo:
«El amigo debe estar derecho y no pensar torcido» ; pero es claro
que precede una lucha entre am bos anim ales y que la serpiente
ha dirigido al cangrejo una advertencia que debería aplicarse a
sí misma'.
Es evidente que la acción en ejemplos com o éstos es un m om ento
previo, viene a equivaler a lo que en otras fábulas es pura situación.
C uando no hallam os huella de palabras, es que nos encontram os
ante una fábula contada abreviadam ente o convertida en símil,
etcétera: «Los árboles y el torrente» de Sófocles, «El labrador y la
serpiente» de Teognis (las versiones de la A ugustana, salvo H. 71,
introducen discursos). O ante una fábula fragm entaria, com o la
del halcón, etc., en Semónides.
Pero tam bién es un tipo que luego tiene m ucho éxito el de
«El pescador y los peces», de H eródoto. A quí, tras describirse
la situación, hay un agón de acción: el pescador toca la flauta,
los peces no salen; y otro segundo agón de acción: el pescador
echa la red, los peces son pescados y «danzan» en la orilla. Pues
bien, esta pura acción es com pletada con el «cierre» del pescador:
«D ejad de danzar, ya que cuando yo tocaba la flauta no quisisteis
salir a danzar». Sem ejante es el agón final de «El m ono y la
zorra» en el Epodo VI A rquíloco, aunque la transm isión lagunosa
168 H isto ria de la fáb u la g re co -latin a

impide precisar dem asiad o 6. La zorra engaña al m ono, enseñándole


(¿con un discurso?) la carne en el cepo; el m ono cae en la tram pa.
Y la zorra «cierra» : «...teniendo, oh m ono, un trasero com o ése?»
O tro tipo destinado a gran difusión es aquel en el que una
acción encuentra com o c o n trap artid a una réplica, que es el «cierre».
Así en «Esopo y el perro», de A ristófanes. C uando Esopo sale
de un banquete (situación) un perro le ladra am enazador y Esopo
responde: «Perro, perro, si con tu m ala lengua com praras harina
en algún sitio, me parece que obrarías con prudencia». El esquem a
se repite en las fábulas de los sibaritas y en otras.
Y hay otro todavía, aquel en que un agón que contiene al m e­
nos un discurso, concluye con una acción. Así, cuando en «El m o­
no, el camello y la zorra» de A rquíloco el prim er agón, en que el
m ono insulta al camello, y éste danza, concluye cuando los dem ás
animales le echan a p a lo s 7. Y tam bién en «El caballo, el ciervo
y el hom bre», de Estesícoro y A ristóteles: tras un enfrentam iento
de hecho entre el caballo y el ciervo, viene un diálogo (que A ristóte­
les cuenta en estilo indirecto) entre el caballo y el hom bre, el
cual concluye con el dom inio del hom bre sobre el caballo. E ra,
evidentemente, un agón encubierto, com o por lo dem ás varios
de los ya m encionados.
Todos estos son agones o bien simples o bien seguidos de
una conclusión, en los cuales existe siem pre alguna intervención
oral: con frecuencia da el sentido del triunfo y la derrota, aunque
a veces la pura acción se b asta para ello. O tras veces se llega
al άγων λόγων, el enfrentam iento puram ente verbal. En «La
zorra y el mono» del Epodo V II de A rquíloco, el m ono se jac ta
de sus antepasados y la zorra contesta con una burla. En «El
laurel y el olivo» de Calim aco, am bos árboles ensalzan sus propios
m éritos; y cuando la zarza propone que acepten su arbitraje, el
laurel la rechaza sarcásticam ente.
En «La oveja y el perro» de Jenofonte, aquéllas se quejan
de que el amo dé m ejor de com er al segundo y éste se justifica.
En «Las liebres y los leones», la fábula de A ntístenes que cuenta
Aristóteles, la propuesta de las liebres sobre la igualdad es rechazada
sarcásticam ente por los leones. Decíam os antes que «El cangrejo

6 Cf. mi edición, p. 27, frs. 74-76.


7 Ob. cit., p. 46, frs. 67-69.
La fab u la a n im a l y vegetal en época clásica 169

y la serpiente» im plicaba, aunque no presentaba exactam ente, un


agón de discursos’: es una variante, com o es o tra que en la fábula
de las ovejas y el perro éstas se quejen no ante el perro, sino
ante el amo.
Estos tipos producen otros derivados. A parte de la m ultiplica­
ción de los agones, hay la posibilidad de convertir éstos en más
com plicados. Así en A rquíloco, en «El león, el ciervo y la zorra».
En un prim er agóns la zorra pide al ciervo que entre en la cueva
del león, aquel entra y el león le hiere en la oreja, huyendo el
ciervo; agón m uy com plejo, m ientras que el siguiente contiene
un discurso del león, que pide al ciervo que entre de nuevo, más
la entrada y m uerte del ciervo.
Pero otra derivación es transform ar la fábula, de puram ente
agonal, en un puro debate o diálogo. Este debate es el que ya
se trasluce en «Las avispas, las perdices y el labrador» de A rquíloco
(nos queda el «cierre» del labrador). Es más claram ente no agonal
en «La zorra y el erizo», de Aristóteles. El diálogo es doble:
la zorra ofrece ayuda, el erizo no la acepta; la zorra pregunta
la causa de ello, el erizo dice que sus piojos ya están saciados
y que otros nuevos serían peores. Es el «cierre», que contiene
la punta satírica, la m oraleja de la fábula.
Este género del debate o diálogo hizo igualm ente fortuna. De
él hay una transición a otro todavía: aquel en que un personaje
único hace un com entario ante una situación.
En realidad en la fábula m encionada la zorra es un «survenant»,
el personaje que se presenta de fuera y hace un com entario, sin
intervenir activam ente en la acción; papel que no está lejano del
que desem peña la zorra en «El león, el ciervo y la zorra» y en
las dos fábulas de «L a zorra y el m ono». T am bién «Esopo y
el perro» podría analizarse así. A hora bien, fábulas ya plenam ente
de situación son las ya aludidas: la de «El águila y la flecha», de
E squilo: herida por la flecha hecha con sus propias plum as, el águi­
la exclam a: «N o por obra de otros, sino de mis propias plum as pe­
rezco». Y la de «El pescador y el pulpo» en Simónides en que un
pescado cario viendo un pulpo, dijo: «Si me desnudo y me m eto en
el agua para pescarlo, me helaré, y si no cojo el pulpo, haré que mis
hijos m ueran de ham bre». Es éste, a su vez, un tipo de fábula muy
productivo: com o com entario de un personaje único (todo lo más,

8 Cf. ob. cit., p. 42, frs. 46 ss.


170 H isto ria d e la fab u la g re co -latin a

acom pañado de un «survenant») a una situación, com entario que


es con frecuencia, com o aquí, de lam ento por sí mismo.
Los principales tipos de fábula están, pues, representados ya
en época clásica. Son tipos a los que en la edad posterior se
añaden otros anóm alos, m ientras que algunos tienden a ser regulari­
zados y otros aún, al contrarío, se difunden am pliam ente. Es un
tem a que estudiarem os en su lugar adecuado. Van de la etiología al
agón y de éste al simple debate y al com entario ante una situación.
C uando hay propiam ente agón hay acción acom pañada de la pala­
bra o solam ente palabra; en el prim er caso, la palabra es un instru­
m ento de acción, norm alm ente un engaño. Pero la victoria o d e rro ­
ta pueden ser sólo verbales, consistir en una m anifestación de uno
de los personajes que cierra toda discusión.
En definitiva, se discuten inferioridades o superioridades, sin
necesidad de que se transform en en la m uerte o fuga del adversario:
basta con desarm arlo m oralm ente, ponerlo en ridículo, quitarle
la razón (com o en «L a oveja y el perro»), etc. Y tam bién puede
quedar la batalla equilibrada, es victoria sim plem ente el no ser
vencido: así en «El cangrejo y la serpiente». O se interrum pe
el com bate y la sátira cae sobre el que quiere terciar, así en
«El laurel y el olivo». Pero, insistimos, se puede pasar al tem a
del com entario sobre una situación.

d) Los animales de la fábula


Es la naturaleza de los distintos anim ales o plantas la que
es com parada en relación con la superioridad o inferioridad de
Jos mismos. C om o se ve, hay una larga serie de anim ales que
aparecen ya en la fábula de época clásica: no son m uchos m ás
los que se encuentran en la fábula helenística, sobre todo algunos
anim ales orientales y pequeños anim ales com o la pulga, el m osquito,
la tortuga, etc., que personifican al cínico.
La naturaleza del anim al no cam bia: la fábula del león viejo
y el símil de H elena y el león en Esquilo, dejan esto bien claro.
Estos anim ales presentan en general caracteres fijos (hem os de
ver algunas excepciones); y caracteres que son generalm ente tra d i­
cionales, se encuentran ya en símiles hom éricos, ya en refranes,
frases hechas y símiles de la edad clásica.
El poder está representado por el león, el águila y el halcón:
hay continuidad respecto a símiles, sueños y visiones proféticas
L a fá b u la an im a l y vegetal en ép o ca clásica 171

en H om ero y desp u és9. A hora bien, estos anim ales regios, de


fuerza indiscutida, según aparecen en H om ero, se encuentran aquí
en situación diferente.
C iertam ente, el halcón es dueño de la vida del ruiseñor, el
león devora al ciervo, el águila a las crías de la zorra. Pero el
triunfo del halcón es criticado por H esíodo: esto es propio del
m undo anim al, no del hum ano en el que Zeus im plantó la ju stic ia 10.
Por o tra parte, el león viejo es burlado por la astucia de la zorra
y el águila sacrilega es castigada po r Zeus, m ientras que en otra
fábula no logra evitar la venganza del escarabajo.
En estas prim eras fábulas griegas el triunfo del fuerte es usado
m ás bien p ara criticar la necedad del débil que no sabe librarse
de él: así el ciervo. O bien ese anim al fuerte es castigado, al
ser tachado com o injusto : algo que tal vez sea un rasgo de unas
pocas fábulas que conservam os, porque falta en m uchísim as de
las Colecciones, que ejemplifican sim plem ente el triunfo del fuerte.
Es seguro que el carácter m alvado del águila procede del modelo
acadio seguido en esta fá b u la 11. Tam bién es anóm alo el tratam iento
del tem a del anim al fuerte por Hesíodo. En cam bio, el carácter
malv'ado de la serpiente es constante: está en las dos fábulas
clásicas en que inteiviene, en las fábulas de las Colecciones y
en toda clase de teman míticos, símiles, etc. En realidad, la serpiente
lleva adherida la etiqueta de la traición, m ás que la del poder.
Los anim ales poderosos sufren, com o decim os, derrotas en
la fábula. El pequeño y sucio escarabajo se venga del águila gracias
a su astucia, la zorra tam bién del águila con ayuda de Zeus;
ésta m ism a zorra escapa del león viejo. Y si el león devora al
ciervo, es por su necedad. En realidad, es este tem a del triunfo
del ingenio sobre la fuerza el que dom ina, sin que se niegue la
existencia del poder del fuerte. Solam ente, hay que contar con
él, saber dom inarlo.
Estos poderosos, aparte de sus abusos, que pueden traerles
m alas consecuencias, tienen otros rasgos que tam poco son buenos.

9 Cf. m is artículos «E! tema del águila de la épica acadia a Esquilo», Em érita
32, 1964, pp. 267-82; y «El tema del león en el Agam enón de Esquilo», Emerita
33, 1965, pp. 1-5.
10 TD 276 ss.
11 Cf. «E l tema del águila...» cit. así com o más bibliografía sobre esta fábula
(en C. G arcía G ual, «La fábula esópica: estructura e id eología de un género
popular». Estudios ofrecidos a Emilio Atareos Llorctch, I, O viedo Í977, p. 319 n. 26.
172 H isto ria d e la fab u la g re co -latin a

Los árboles sucum ben ante el torrente por causa de su obstinación,


m ientras que la débil caña se salva. El poderoso lleno de vanidad
es satirizado una y otra vez en la figura del m ono, vanidoso
y sin sustancia: es decir, no todo el que aparenta, no todo rey
o noble, lo es en realidad i2.
Es la zorra, com o resulta bien sabido, el anim al que dom ina
la fábula. En «El águila y la zorra» hace un papel bastante anóm alo :
es el anim al débil, víctim a del águila, que logra vengarse, sin
em bargo, suplicando a Zeus. Es un papel heredado de su antepasado
en la fábula acadia m odelo de la de A rquíloco, la serpiente. En
las demás fábulas en que interviene (incluidas casi todas las de
las Colecciones) la zorra se caracteriza no tan to com o débil sino
com o astuta, prudente, taim ada. Sale siem pre bien con sus a rtim a ­
ñas, triunfando de los más poderosos com o el león, poniendo
en ridículo al vanidoso m ono, dando una respuesta llena de sabidu­
ría al erizo que quiere quitarle im prudentem ente los p io jo s 13.
En realidad, en nuestras fábulas encontram os m ezclado un cierto
m oralism o con un elem ento que pudiéram os llam ar realista. Se
acepta que la realidad de la vida es que el fuerte se im pone.
Pero esto hay que saberlo para tra ta r de evitar la propia ruina:
la fábula va dirigida al déübil o, si se quiere, al hom bre corriente
de las c l a s e s S o c i a le s inferiores. H ay que procurar no ser atrapado
como el ruiseñor o el ciervo; hay que aplicar el ingenio para
escapar del poderoso; evidentem ente, no hay que adm itir amigos
traidores que o bran com o la serpiente ni hacerse daño a sí m ism o
cómo el águila m uerta «por sus propias plum as», porque entonces
no queda o tra cosa que lam entarse. P or otra parte, si el fuerte
aplica su poder sin escrúpulos, tam bién aplica su ingenio sin escrú­
pulos el fcdébil astuto. No tiene inconveniente la zorra en burlarse
del m ono o del ciervo. En este m undo no hay piedad: no la
tienen el león del ciervo ni la zorra del m ono ni el pescador
de los peces. N o es un m undo caballeresco, es un m undo en
que la fuerza y el ingenio se enfrentan, o, sí se quiere, en que
los valores antiguos y heroicos son ya m otejados de inm orales,
ya burlados hábilm ente.

12 Sobre los rasgos del m on o en época clásica, cf. C. G arcía G ual, «Sobre
π ιδ η κ ίζω , hacer el m on o», Em érita 40, 1972, pp. 453-460.
13 Sobre estos rasgos de la zorra y su significado dentro de ia sociedad que
refleja la fábula, cf. C. G arcía G ual, «E l prestigio del zorro», E m erita 38, 1970,
pp. 417-31.
L a fábula a n im a l y vegetal en época clásica 173

El realism o de que hablam os aparece en otras fábulas más.


Las ovejas son necias al pretender igual tra to que el perro, que
las defiende del lobo, y deben ceder al final; igual las liebres
con relación a los leones. La zorra prefiere sus parásitos a otros
nuevos y peores. Y hay burla de los falsos héroes o falsos poderosos
a la m anera del m ono. La m uía es objeto de m ofa por acordarse
de su m adre la yegua, pero no de su padre el asno. El perro
que guarda la casa está gordo y reluciente, pero lleva una cicatriz
de la cadena, que dem uestra que es- un esclavo. Las avispas y
perdices hacen propuestas interesadas que el labrador rechaza.
Los ratones que se ponen unos pretenciosos cuernos son vencidos,
precisam ente por causa de ellos, por las c o m a d re ja s14.
Por supuesto, uno no puede pasarse de astuto. El caballo que
quiere vencer al ciervo con ayuda del hom bre se encuentra esclavo
de éste: ejem plo de necedad. Es com o el águila que perece «por
sus propias plum as». Y la zarza que pretende reconciliar al laurel
y el olivo, queda en ridículo por no haber calculado sus fuerzas.

e) La intención de la fábula

Hay, pues, en la fábula, critica social, pero hay sobre todo


reglas de vida, consejos para el hom bre corriente que quiere salir
a flote en la dureza de la lucha de cada día. H ay, en efecto,
consejos directos o indirectos. A veces, se dan directam ente en
un epim itio, un «prim er térm ino» que emerge tras la fábula; otras
veces es de la fábula (al m enos en el estado en que nos han
llegado los textos) de donde hay que deducir la conclusión. Pero
en uno y otro caso puede faltar el consejo y haber m ás bien
una sátira, lam ento, exposición de hechos, etc., que, ciertam ente,
pueden estar en relación con ese consejo. Veamos más despacio.
En casos com o éstos, el epim itio, cuando lo hay y nos es
conocido, puede insistir en el tem a del consejo o en el tem a gnóm ico,
exposición de una verdad (o simple exposición del desenlace). «Así
te podría venir el castigo», dice A rquíloco a Licam bes, por ejemplo.
Las dos fábulas que trae Aristóteles tienen epim itios que com ienzan
por ουτω δε καί ύμεις («El caballo, el ciervo y el hom bre»)
y άτάρ καί υμάς... («La zorra y el erizo»), fórm ulas que
luego se difundieron en las fábulas de las Colecciones (cf. II 6).

14 Si en A vispas 1182 ss. se alude a la fábula H. 174.


174 H isto ria de la fa b u la g re co -latin a

Los epim itios son, respectivam ente: «Asi tam bién m irad voso­
tros, dijo, no sea que por querer vengaros de vuestros enemigos
os ocurra lo que al caballo, porque el freno ya lo tenéis con
haber escogido un general con plenos poderes; si le concedéis
una escolta y le dejáis que se m onte encim a, os habréis convertido
en esclavos de Fálaris»; y «Así, pues, dijo, oh samios, éste ya
no os hará más daño, porque es rico; si lo m atarais, vendrán
otros, pobres, que os gastarán el resto y os robarán». O tras veces,
com o queda dicho, no hay epim itio propiam ente dicho, sino n a rra ­
ción de lo que sucede en el prim er térm ino de resultas de la
narración de la fábula: los jonios se ponen a fortificar sus ciudades
tras la advertencia que contenía la fábula del pescador y los peces,
las ovejas consienten en que el perro sea honrado por encim a
de ellas.
O tras veces es la víctim a la que introduce el «cierre», lam entán­
dose de las consecuencias que le ha atraído su conducta. Así
el águila m uerta «por sus propias plumas» o (en la A ugustana)
el labrador m ordido por la serpiente. Tam bién, igualm ente en
la A ugustana (H. 122), en «El jardinero y el perro», aludida por
M enandro 1S.
Son, pues, m uchas las m aneras de expresar lo mismo y se
puede variar entre el lenguaje representativo (m áxim a, exposición
de una verdad), el im presivo (advertencia, consejo) y el expresivo
(sátira, lam entación). Pero en el fondo siem pre es lo m ism o: la
fábula se cuenta «contra», disuadiendo, criticando. Y el vencido,
sea débil o fuerte, queda satirizado, su actuación fracasada le
sume en el ridículo porque, en palabras de Hesíodo, es un insensato
(’ά φρων). C laro está, este ridículo no es sólo de palabras, tam bién
de acción, así cuando el m ono cae en la tram pa y deja expuesto
su trasero.
Solam ente en la fábula de situación, así en la del pulpo, parece
perderse esta característica central de la fábula. El pescador, al
ver el pulpo y las dificultades resultantes de pescarlo y de no
pescarlo, se lam enta. Es com o en «El águila y la flecha», pero
aquí no hay, ni de lejos, una conducta anterior que sea criticable:
sólo la dureza de la realidad. E sta es una evolución que fructifica
luego en fábulas de las Colecciones.
N o hay que olvidar, de o tra parte, que ju n to a todas estas

15 Dysc. 633 ss.


La fáb u la a n im a l y vegetal en ép o ca clásica 175

fábulas agonales están las etiológicas. Las agonales, aparte de


su o tra función, explican la realidad, los anim ales son simbólicos.
Pero las etiológicas son en su raíz puram ente explicativas, solo
secundariam ente se han contam inado, según decíam os, para intro­
ducir una crítica o una norm a. En época clásica, aün prácticam ente
no. Lo que sí pueden ser es sim bólicas: la etiología de la cigarra,
p o r ejem plo, se refiere a la m anera de ser de los hom bres consagra­
dos a las M usas. A unque no siem pre: la etiología de la alondra
no lo es.
Conviene que veamos, para em pezar, los «prim eros términos»
a que se refieren las fábulas anim alísticas clásicas, en la m edida
en que los conocem os o conjeturam os. En H esíodo, se trata de
disuadir a Perses de seguir el cam ino de la injusticia; aunque,
de una m anera anóm ala, se cuente la fábula que califica de insensato
al que se opone al poderoso y sólo después se aclara que esta
últim a es la conducta de las bestias, no la de los hom bres. A rquíloco,
por su parte, usa sus fábulas para am enazar al perjuro Licambes,
p ara rechazar los avances de una N eóbula prostituida («El león
viejo y la zorra»), para satirizar en la figura del m ono a los
políticos locales de Paros; la del león, la zorra y el ciervo servía,
sin duda, para burlarse de la ingenuidad de alguien que caía en
la tram p a del poderoso. Teognis ataca a un amigo infiel con
el tem a de la serpiente; A rquíloco a la gente interesada con la
fábula de las avispas, las perdices y el labrador, a los vanos jactan ­
ciosos con la de la muía. O tras fábulas («Las liebres y los leones»,
«Las ovejas y el perro») se burlan de las pretensiones de igualdad
de los más débiles, les aconsejan prudencia. La segunda, concreta­
m ente, se la cuenta Sócrates a A ristarco para que argum ente con
ella contra sus obreras, que se quejan de que sólo él está inactivo;
la prim era es una réplica a los que pretenden una absoluta igualdad.
Siempre, en definitiva, hay una posición contra alguien, aunque
de ella se deduzca a veces un consejo de actuación. Igual en
otras fábulas más, todavía. «Los árboles y el torrente» es una
crítica co ntra la inflexibilidad del C reonte de Antigona y un presagio
de su caída; la fábula de Estesícoro avisa a los de H im era para
que no den una guardia de corps a F álaris; el relato de Esopo
sobre la zorra y el erizo avisa a los samios para que no condenen
a m uerte a un dem agogo; com o «E sopo y el perro», en Aristófanes,
era la respuesta a un ataque inútil. O tras veces, no hay indicación
explícita sobre el prim er térm ino, pero es fácil adivinarlo. «El
176 H isto ria de la fá b u la g re c o -la tin a

cangrejo y la serpiente» se lanzaba en el banquete a quien hacía


críticas o d ab a consejos teniendo el tejado de vidrio, p o r ejem plo.
N aturalm ente, todo esto no im plica una form a fija en la conclu­
sión de la fábula. E sta puede consistir sim plem ente en acción,
com o vim os; o en un «cierre» oral. En uno y otro caso puede haber
o no un epim itio, con paso al prim er térm ino, en que el n a rra d o r
saca él a su vez las conclusiones. P or o tra parte, él «cierre» puede
ser del triu n fad o r o de la víctim a: puede ser, pues, de sarcasm o
o advertencia o de lam ento por sí mismo. Pero en cualquiera
de los casos puede preferirse d a r una sentencia de alcance general,
que describa cóm o es la m arch a habitual del m undo. «L a casa
es lo mejor» concluye la to rtu g a en «Zeus y la to rtu g a » 16. Y
puede procederse de una form a positiva, dando un consejo.
Pongam os algunos ejemplos. El halcón de H esíodo se contenta
con una sentencia: «Es insensato el que intenta...» Pero el triu n fad o r
puede contentarse con el sarcasm o: «¿...teniendo, oh m ono, un
trasero com o ese?», le dice la zorra al m ono en A rquíloco : «V uestras
palabras carecen de garras y de dientes», dicen las liebres a los
leones; «D ejad de bailan>, dice el pescador a los peces. C on sarcas­
m o acaba tam bién, en la A ugustana (H. 126) «El cuervo y la zorra»,
posiblem ente a n tig u a 17, así com o «El perro y la liebre» (H . 139, cf.
Sófocles 800 N.). A unque tam bién puede darse directam ente un
consejo, com o se lo dan el cangrejo a la serpiente o Esopo al perro;
a m anifestarse sim plem ente una verdad: el perro les dice a las ove­
jas que, sin él, no p odrían ni com er.

f) L a fábula animalística clásica, entre lo cómico y lo trágico


L a fábula agonal, según vam os viendo, es una fábula esencial­
m ente dram ática que sólo en pocos casos pierde este carácter
dentro de la época clásica. H ay un enfrentam iento físico o dialéctico,
con una conclusión. Es en fecha posterior cuando entraron en
las colecciones fábulas en que hay un simple diálogo o una simple
situación que se resuelven en una frase ingeniosa. En cierto m odo,
las fábulas son piezas de teatro abreviadas; así casi todas las
de edad clásica y m uchas de las Colecciones.

16 Cércídas, cf. G erhard, Phoenix von Colophon p. 247, cf. H. 108.


17 Cf. Perry «D em etrius o f Phalerum ...» cit., p. 327, así com o «E l perro y
la liebre» (H . 139, cf. S ófocles 800 N .).
L a fáb u la a n im a l y vegetal en ép o ca clásica 177

Al tiem po están destinadas, decim os, a aconsejar una conducta


o, m ás bien, a disuadir de una conducta. Son «ejemplos» dentro
de un género m uy am plio que abraza el m ito, la anécdota, etc.
y que hem os visto cóm o ha ido estrechando progresivam ente sus
límites. Son, más concretam ente, un recurso particularm ente impre-
sivo dentro de un género, la lírica (y antes la poesía didáctica
de H esíodo) cuya finalidad es, precisam ente, actu ar sobre otros
disuadiendo, aconsejando, reprochando, satirizando. El teatro, C o­
m edia y T ragedia, consiste, en definitiva, en ejemplos o paradigm as
de conducta para ser seguidos o rechazados. Para presentar solucio­
nes a nuestros problem as, aunque a veces sean dolorosas o a
veces sean utópicas.
En otro capítulo (II 3) he de establecer la situación de la fábula
dentro de este complejo de datos literarios. Pero direm os aquí
algunas cosas, anticipándonos, con referencia a la fábula anim alísti­
ca de edad clásica, en la m edida en que la conocem os.
N o hacem os más que adelantar lo que con más detalle expondre­
m os: la lírica griega, e incluso H esíodo, reúne tem as que sólo
después fueron clasificados en trágicos y cómicos. E n un A rquíloco,
el llanto po r los parios m uertos en un naufragio o el d olor por
el destino hum ano, imprevisible, van al lado de la sátira de sí
mismo cuando perdió el escudo o de la del general G lauco con
su peinado en form a de cuerno. Pues bien, dentro de la literatura
de «ejem plos», aparecen los que llam aríam os «trágicos» y los que
llam aríam os «cómicos». A veces la diferencia no es tanto de hecho
com o de punto de vista. Edipo, expulsado de Tebas, es objeto
de llanto en la tragedia; Cleón, expulsado de A tenas, objeto de
risa en la com edia. H ay situaciones m ixtas; en la fábula al m enos,
an terior a la escisión entre tragedia y com edia, ta n característica
de la literatura griega, pero de fecha posterior.
Com o es el caso de ciertos tipos de poesía con los que la
fábula anim alística está estrecham ente em parentada, el Y am bo so­
bre todo, ésta tiene lazos que la unen estrecham ente con la futura
com edia. De un lado, por el tem a anim alístico en sí: hemos de
hab lar de esto. De otro, po r ciertos rasgos internos.
Si com enzam os po r las fábulas agonales, el planteam iento «co­
mico» es el dom inante: ya la m ism a situación «a la contra» propia
de casi to d a la fábula, su uso del sarcasm o, ataque, etc., de que
hemos hablado, la predispone p ara esto.
H ay, prim ero, un cóm ico de situaciones. Los ratones se ponen
178 H isto ria de la fáb u la g re co -latin a

cuernos para luchar con las com adrejas y son vencidos por
su causa. El águila huye de las bolas asquerosas del escarabajo,
el león tiene que acudir a los trucos de la zorra para procurarse
com ida. El camello baila ridiculam ente y el m ono cree que es
un rey de verdad porque ha triunfado en el baile, m ientras que
en o tra fábula se jacta de nobles antepasados: todo acaba en
ridículo. Com o es ridículo que la m uía se acuerde de su m adre
la yegua y no de su padre el asno, que las avispas y perdices
quieran hacer el papel de los bueyes, que la zorra que se ha
quedado sin rabo quiera convencer a las dem ás a cortárselo, que
la zarza intente m ediar entre el laurel y el olivo, que el cuervo
pretenda cantar, que las ovejas pretendan ser iguales al perro
o las liebres a los leones, que la serpiente dé consejos al cangrejo.
O tras veces es cóm ica la propia lucha, así la de ranas y ratones
en la parodia que es la Batracomiomaquia.
Este ridículo de las situaciones es acentuado, con frecuencia,
en el «cierre» final, que contiene burla y escarnio; a veces sólo
aquí y no en la situación encontram os el elem ento cóm ico, caso
de «El pescador y los peces» con la supuesta «danza» de estos
y en «Esopo y el perro». Y a hemos aludido a los sarcasm os
finales d e.m uchas fábulas, sarcasm os unidos a veces a am enazas
o a consejos disuasorios.
Es el personaje poderoso, aunque m enos de lo que él se figura,
el que suele caer en ese ridículo y experim entar la derrota, igual
que en la com edia. Así sobre todo el águila de «El águila y
la zorra» y «El águila y el escarabajo» (donde hay, de paso,
una cierta ironía sobre el propio Zeus). Y el león que es burlado
por la zorra o que sólo con ayuda de ésta logra com erse al ciervo.
Son ejemplos no tan to de m aldad (aunque en «El águila y la
zorra» hay una veta m oralizante) com o de falta de inteligencia.
Al lado están los supuestos fuertes del tipo del m ono, que quedan
descubiertos com o lo que son en realidad; en esta categoría se
puede incluir al caballo de Estesícoro. Y los supuestos «listos»
com o la m uía, las avispas y perdices, la zorra sin rabo, el cuervo,
las ovejas, las liebres. Pero tam bién hay burla para la víctim a
que debe su desgracia a la propia tontería, así el ciervo devorado
por el león.
L a debilidad y tontería hum anas son objeto de risa en la com e­
dia; en la fábula tam bién, representada por diversos anim ales. Pero,
a la vez, la com edia presenta el tipo del héroe cóm ico : ese personaje
La fábula a n im a l y vegetal en época clásica 179

aparentem ente débil, ingenioso, tram poso, que al final se impone


con sus m arrullerías, y que, en realidad, busca un orden mejor,
una liberación del poderoso o de la opresión en general: un Pistete­
ro, un C horicero, etc. Por más que ese personaje arrastre a su
vez lacras innegables y no sea tom ado dem asiado en serio.
Este papel lo representa en la fábula, fundam entalm ente, la
zorra. N o siem pre aparece el papel: la fábula puede jugarse entre
el fatuo y el poderoso («Las liebres y los leones»), el fatuo otra
vez y el que le da la respuesta justa («La oveja y el perro»,
«Las avispas, las perdices y el labrador», «La serpiente y el cangre­
jo», etc.) Pero es frecuente.
H ay que observar que no en todas nuestras fábulas aparece
la zorra en su papel propio: tam bién en las de las Colecciones
aparece a veces en papeles secundarios. En «El águila y la zorra»
es el anim al débil que triunfa del fuerte, pero no hay astucia,
sólo acude a la plegaria a Zeus: esta fábula, en esto y en todo,
tiene un carácter m ixto. En «La zorra sin rabo» la zorra hace
un papel al que ya hemos aludido.
F u era de aquí es el anim al inteligente y tram poso que consigue
éxitos-, m ientras que otras veces actúa por el puro deseo de burlarse
de alguien. G racias a las m entiras de la zorra el león consigue
com ida, pero ella m ism a no cae en la tram pa. En cam bio, hace
caer al m ono en una tram pa y luego se burla de él y algo parecido
hace con el cuervo. Pero tam bién se burla, sin más, de las pretensio­
nes de nobleza del m ono. En una situación trágica, digam os, cuando
está llena de piojos, pero conserva su hum or y su sangre fría: es
m ejor dejarlos.
El tem a del triunfo del débil ingenioso se encuentra tam bién
atribuyendo el papel a otros protagonistas. Sobre todo al escarabajo,
en «El águila y el escarabajo»; de un m odo sem ejante la caña,
cediendo, d errota a los árboles. El tem a aparece en época clásica
en fábulas no anim alísticas («Boreas y Helios», H. 46, en un epigra­
m a de Sófocles en Ateneo 604 F) y en las Colecciones es frecuentísi­
mo.
Existen, com o decim os, fábulas que pudiéram os llam ar trágicas,
aunque en general no están exentas de elem entos más o menos
cómicos. Son trágicas, en principio, aquellas fábulas que presentan
un agón o una situación que term ina con el lam ento del débil
vencido: «El águila y la flecha», «El pescador y el pulpo», «El
lab rad o r y la serpiente», «El jardinero y el perro». Tam bién las
180 H istoria de la fábula greco-latina

del tipo de «El halcón y el ruiseñor», en que el fuerte se im pone


brutalm ente, así en la alusión, m ás bien símil, de Teognis sobre
el perro arrastrad o p o r el torrente y, en «El perro y la liebre»
de Sófocles. Elem entos trágicos contiene la fábula de «Los árboles
y el torrente», donde los prim eros son desarraigados; y, sobre
todo, «El águila y la zorra». En ella vemos el perjurio y sacrilegio,
la m uerte de las crías de la zorra (en la A ugustana tam bién la
de las del águila) y hay una am enaza de castigo para el impío.
A hora bien, es habitual, según decim os, que en estas fábulas
intervengan elem entos que calificaríam os de cóm icos: la m ism a
presencia de anim ales invita a ello. T odo term ina bien, com o
en la com edia, en «El águila y la zorra» y tanto Licam bes com o
el águila están envueltos en sarcasm os: A rquíloco es com o una
cigarra que chilla y causa m ala fam a, el águila es igual que el
águila cobarde de la visión del A gam enón18. H ay crítica a la
conducta del ruiseñor cazado, calificado de occppcov, insensato, a
la del ciervo com o hem os dicho, a la de los árboles que no saben
ceder a tiem po. L a m ism a águila m uerta «por sus propias plumas»
está vista a esta luz. E incluso el im prudente labrador que acogió
a la serpiente en su seno. La liebre cap tu rad a por el perro tiene
hum or todavía para ironizar sobre éste y no deja de ser risible
la situación del jardinero m ordido por el perro a quien va a
salvar o la del pescador que vacila sobre si pescar o no al pulpo :
son situaciones entre trágicas y ridiculas.
Los tem as y conclusiones trágicas no faltan en la fábula agonal,
pero tienden a do m in ar los tratam ientos cómicos o a m ezclarse
al menos. En las fábulas etiológicas dom inan éstos totalm ente.
Las etiologías se aplican a explicar rarezas: la protuberancia de
la cabeza de la alondra, el que la tortuga lleve la casa a cuestas,
el que las cigarras supuestam ente no com an ni beban, el que
el dolor y el placer se sigan, el que el hom bre sea físicam ente
inferior a los anim ales. Son cosas bizarras, digam os, que tienen
explicaciones bizarras. Vemos a la alondra enterrando a su padre
en su propia cabeza, a la to rtu g a llegando tarde a la fiesta de
Zeus, a los am antes de la.s m usas convertidos en cigarras, al placer
y al d olor encadenados, a Zeus y Prom eteo com etiendo descuidos
cuando la creación de los anim ales y el hom bre. N o que no se
m ezclen los tem as trágicos: los hay en las etiologías relacionadas

18 Cf. m is tra b a jo s « N o u v e a u x frag m en ts...» y « E l tem a d el águila...» ya c ita d o s.


La tab u la a n im a l y vegetal en ép o ca clásica 181

con el hom bre, sobre todo. Pero dom ina la visión voluntariam ente
cóm ica. Es este rasgo, pensam os, el que principalm ente ha contribui­
do a hacer entrar estas narraciones dentro del género fábula, del
que en otros aspectos están m uy lejos. Por o tra parte, este predom i­
nio de la com icidad es el que ha unido a la fábula anim alística
con diversas anécdotas y m otivos y la ha aislado, en cam bio,
del m ito en general, que tendía a ser clasificado com o trágico.
Así, en definitiva, la creación del concepto de la fábula — no
sólo la anim alística— en el siglo v, com o parte de un antiguo
com plejo m ás am plio, sería, en cierto m odo, un reflejo de la misma
tendencia que operó en la diferenciación de los géneros dram áticos
en com edia y tragedia, de la cual me he ocupado detenidam ente
en mi obra sobre el te m a 19.

2. La fábula clásica en las Colecciones

a) ¿Cómo aislar la fábula clásica en las Colecciones?

Es de todo punto evidente que la Colección de D em etrio de


Falero, que recogía la fábula clásica y que, m ás o m enos m odificada
y am pliada, subsiste en nuestras Colecciones, h ab ía por fuerza
de tener m ás fábulas que el corto núm ero de ellas de las que
quedan huellas en las fuentes clásicas. El problem a es reconstruir
dicha Colección separando en las que h an llegado a nosotros
el m aterial antiguo del reciente.
N o estam os, en el m om ento presente, en condiciones de realizar
esta separación : consiste fundam entalm ente en un proceso de identi­
ficación de las fábulas con rasgos recientes bien p o r el contenido,
bien po r la form a, bien por otros m otivos. Provisionalm ente, pode­
m os calificar de antiguas a aquellas fábulas de las Colecciones
que no presentan huellas de contenidos o form as que hemos declara­
do inexistentes o raros en época clásica: es decir, hay que negar
en principio esta cualidad a fábulas sin carácter cóm ico ni doctrina
«a la contra», a fábulas de situación con un solo personaje, a
fábulas con estructuras m uy alejadas de las bastante simples que
hem os considerado. Por supuesto, no son antiguas las fábulas
que derivan de tem as antiguos (símiles, oráculos, m áxim as, anécdo­

19 Fiesta, Com edia y Tragedia, B arcelona 1972 (trad, inglesa Festiva!, C om edy
and T ragedy, Leiden, 1975).
182 H isto ria de la fáb u la g re co -latin a

tas) que fabulizan, de las que hem os de dar una relación en nuestro
cap. II 4.
Las fábulas con contenido cínico o estoico deben ser, evidente­
m ente, elim inadas. Pero aquí el proceso no es m ecánico, hay casos
m uy dudosos. Prim ero, porque tem as com o el de la φ υ σ ις o
naturaleza es com ún a la antigua fábula y a estas filosofías : precisa­
m ente por causa de estos elem entos com unes fue ad o p tad a la
fábula po r el cinism o; otros tem as son, ciertam ente, más diferencia­
les. En segundo lugar, porque u n a fábula antigua puede estar
m odificada en las colecciones: baste pensar que en Η. 1 «El águila
y la zorra» no aparece Zeus y la zorra acaba devorando a las
crías del águila; que en H. 4 «El ruiseñor y el halcón» am bos
anim ales aplican la astucia; que en H. 83 «L a zorra y el m ono»
es el alm a del m ono lo que es som etido a crítica.
Así, parecen fácilm ente eliminables para época clásica fábulas
com o H. 82 «Las m oscas», fábula «de situación» con un solo per­
sonaje, las m oscas que, cogidas en la miel, se lam entan de m orir
por un pequeño placer: tem a cínico; algo parecido puede decirse
de H. 80: el capitán del barco, que se ha salvado en la tem pestad,
habla de la τύχη que o tra vez puede hundirlo. En H. 9 «L a zorra
y el m acho cabrío» (que es dejado por la prim era en el pozo
después que la ayudó a salir), los toques cínicos relativos a la
fo rtuna (σ υντυχία ), el apetito causante de la ruina (έπιθυμ ία ) y
la falta de inteligencia o φρένες del m acho cabrío, podrían conside­
rarse secundarios. Pero la estructura es m uy com pleja, en tres
actos, algo sin ejem plo en el tipo com ún de fábula (el de H eródoto,
A ristófanes, Jenofonte, A ristóteles) que pasa a las colecciones;
y el carácter claram ente m alvado de la zorra es sin ejem plo en
fecha anterior.
Ejem plos com o estos y otros m uchos m ás son, probablem ente,
tardíos. Igual otros que ofrecen fábulas derivadas de las fábulas
que sabem os que son clásicas. Así, de «El león y la zorra» sin
duda procede la fábula H. 10, que cuenta que la zorra, cuando
vio por prim era vez al león, se asustó, pero luego se acostum bró
y llegó a hablarle: fábula nada agonal, en realidad de situación
con un solo personaje y cuyo tem a «a todo se acostum bra uno»
no tiene relación con la fábula antigua. Lo curioso es que de
aquí deriva una fábula m ás, esta ya cláram ente cínica, la del
rico y el cu rtidor (H. 221, el rico se acostum bra al m al olor).
Los fabulistas obtienen nuevos matices del tem a del león enfer-
La fáb u la an im a l y vegetal en época clásica 183

mo en su caverna. Fedro I 21 hace que los anim ales le injurien


y corneen: al león le duele sobre todo la coz del asno. En otra
fábula del mismo poeta, IV 14, el león pretende ser justo, pero
contesten lo que contesten los anim ales se los come a todos, incluso
al m ono, que tom a aquí el papel nuevo de anim al astuto. Babrio
107 varía todavía este últim o tem a, rem achando la insistencia en
la injusticia del poderoso: el león está en su caverna con el mono
y la zorra y cuando el prim ero reparte la caza entre los visitantes
a expensas de la zorra y ésta se queja, el león echa la culpa al
prim ero. O sea: la esplendidez es a costa de los dem ás y la zorra
hace un papel m uy poco característico.
C on todo, no hay una regla fija para separar las imitaciones
de época tardía de las de edad clásica.
H ay todavía otros apoyos, pero son, una vez m ás, insuficientes.
Los restos de m etro en las fábulas anónim as de que hemos hablado
rem ontan, según la tesis que hem os de sostener, al siglo m a. C. :
a una fecha poco posterior a D em etrio. Por tan to , las fábulas
sin huella de verso son posteriores. Lo que no quiere decir que
algunas fábulas con m etro no puedan ser ya secundarias, cínicas
concretam ente. Cosas semejantes cabe decir en cuanto al estilo
form ulario de las fábulas de la A ugustana y demás.
N o es fácil, com o se ve, reconstruir la Colección de Dem etrio
que, por o tra parte, podía contener fabulizaciones de temas clásicos,
es decir, fábulas que en fecha clásica pertenecían a otros géneros.
H em os de volver más adelante sobre el tem a con m ás elementos.
P or ah o ra resulta claro, pensam os, que las colecciones nuestras,
innovadas respecto a D em etrio, están llenas de elem entos secunda­
rios y tardíos. E structuras com plejas o, al contrario, otras del
tipo de situación. Tem ática no «a la contra», sino simples diálogos
o explicaciones, m áximas, etc.: es decir, alejam iento de lo agonal,
que en cam bio penetra en ciertas etiologías. A nim ales en funciones
diferentes a las tradicionales. M oralejas de tipo estoico en relación
con la fortuna, con el desprecio de la riqueza, la belleza, el placer
y el poder; insistencia obsesiva en la naturaleza, la razón, la verdad;
presencia de lo sexual y escatológico, etc.
A veces, com parando las diversas versiones, se ve la línea de
evolución, se reconstruye lo más antiguo: tarea, por lo demás,
apenas com enzada. Pero no siem pre están claros, sin em bargo,
los límites entre lo antiguo y lo m oderno. Lo peor es, sin duda,
que en definitiva estam os condenados a buscar las fábulas antiguas
184 H isto ria de la fábula g re co -latin a

en las Colecciones atribuyendo este carácter a las fábulas que


por su estructura, tem a, intención, función de los anim ales (y
el dato de cuáles son éstos) son parecidas a las fábulas antiguas
directam ente transm itidas. P o r tan to , si en fecha antigua existían
otros tipos que no han llegado a nosotros, pero sí están en las
Colecciones, es difícil recuperarlos. Y existen los casos límite que
crea el hecho de que, aunque raram ente, ya en época clásica hubiera
fábulas no agonales (de simple diálogo o de situación) y fábulas
de estructura anóm ala en general.
Claro está, aunque estam os hablando constantem ente de Colec­
ciones, es seguro que el caso es el m ism o en lo que se refiere
a fábulas conocidas en edad helenística y rom ana fuera de las
Colecciones, en los autores que han m antenido el uso de la fábula-
ejemplo. Porque igual que hay fábulas antiguas que no llegaron
a las colecciones y tem as antiguos que fueron fabulizados en las
mism as, hay fábulas antiguas que llegaron a autores posteriores
sin pasar por las colecciones: lo m ism o fábulas testim oniadas en
fecha clásica que, suponem os, otras no testim oniadas en la m ism a.

b) Algunos ejemplos sobre fabulas de época clásica


en las Colecciones y en autores tardíos
C on estas lim itaciones podem os presentar algunos ejemplos
de fábulas que posiblem ente son antiguas y que no han llegado
a nosotros m ás que en las circunstancias que estam os señalando.
Ello hará ver, al m enos, que el caudal de la fábula — y concretam en­
te, de la fábula anim alística o de plantas— en época clásica era
más abundante de lo que dejan ver los pobres testim onios directos.
Interesa hacer ver, de todas m aneras, que en este estudio pode­
mos proceder con una cierta am plitud, aun sin tener seguridades
totales. Incluso en fábulas que la edad helenística crea por im itación
de otras antiguas o m ediante fabulizaciones de m áxim as, etc., de
edad clásica, el hecho m ism o de que se inscriban en el género
fábula hace que en estas fábulas nuevas haya elem entos antiguos.
Así, ciertos elem entos de las fábulas de las Colecciones, sean
anim alísticas o no, fyan hallado un lugar de estudio más adecuado
en nuestro capítulo I I , en que hablam os de la definición de la
fábula y de las fábulas anóm alas; otras serán estudiadas con ventaja
a propósito de los elem entos helenísticos de las Colecciones. Pero,
una vez realizadas estas exclusiones, el resto, sean fábulas enteras,
La fá b u la an im a l y vegetal en época clásica 185

sean elem entos de fábulas que hallam os en las Colecciones sin


estar testim oniadas en fecha anterior, merece la atención de quien
quiera inform arse de las características tradicionales de la fábula
anim alística. Sobre todo en la m edida en que no hay una fuerte
ru p tu ra de continuidad con la fábula testim oniada para la edad
clásica. Por supuesto, se supone alejam iento de ésta e innovación
allí donde, form alm ente o por el contenido, hay coincidencia estricta
con fábulas no anim alísticas de carácter reciente.
Por o tra parte, al hablar de la fábula helenística darem os una
relación de tem as anim alísticos, o tratam ientos de los mismos,
que aquí no atendem os: com pletarán el tratam iento de la fábula
anim al clásica si se piensa que algunos de ellos pueden, de un
m odo o de otro, venir de aquella fecha.
Creem os que la m anera más práctica de proceder consiste en
establecer grupos de fábulas, tipos, dentro de las testim oniadas
directam ente para la época clásica, y buscar algunas corresponden­
cias dentro de las fábulas de las Colecciones. Q ueda así establecido
que estas fábulas que dam os com o ejemplos o existieron en época
clásica o están creadas sobre los m odelos de aquella época. Claro
está, puede haber variantes de detalle respecto a la estructura
e incluso otras más im portantes: por ejemplo, tipos m ixtos en
que confluyen las fábulas de situación y agonales diversas; o aprove­
cham iento de los esquemas antiguos para exponer la ideología
cínica, por ejemplo. N o intentam os, por supuesto, trazar un límite
seguro, cosa por lo dem ás imposible. Ni agotar el tem a tam poco.
Irem os presentando, a continuación, ocho tipos de fábulas clási­
cas, ju n to a sus ejemplos en las Colecciones. N o entram os en
las características de los tipos clásicos, ya d ad as; señalam os algunos
detalles de la estructura de las fábulas de las Colecciones, con
parquedad.

1. Tipo «El león viejo y la zorra».


El poderoso emplea engaños que son frustrados por la astucia
del anim al m ás débil: caso tam bién de «El águila y el escarabajo».
Suele haber escarnio final contra él. Ejem plos:
H. 6 ( = Babrio 45): «Las cabras salvajes y el cabrero». A
las cabras salvajes que ha encerrado con las suyas en una cueva,
el cabrero quiere conquistarlas dándoles m ejor de comer. Ellas
se escapan y a las quejas del pastor responden que de su conducta
186 H isto ria de la fá b u la g re co -latin a

queda claro que si m añana se hace dueño de otras nuevas cabras,


será a ellas a las que dejará sin comer.
H. 7 (Babrio 121, Plu. 490 c, etc.): «El gato y las gallinas».
El gato se disfraza de m édico, pero las gallinas no se dejan engañar.
A su pregunta de cóm o se encuentran, responden: «Bien, si tu
te vas».
H. 81 ( = Babrio 17, Fedro IV 2). El gato se finge m uerto,
colgándose de un clavo, para que los ratones se confíen. U n ratón
com enta: «Am igo, aunque te conviertas en un saco, no me acerca­
ré».
H. 148 ( = Babrio 97, cf. T. Assend. 97 y Sintipas 38): «El
león y el toro». El león invita a com er al toro, al que quiere
devorar, pero éste, al ver grandes calderos y asadores, se m archa.
A la pregunta del león responde que ve unos preparativos no
com o para sacrificar una oveja, sino un toro. N ótese que el tem a
de la lucha del toro y el león es fam iliar a los símiles hom éricos
y al arte arcaico.
H. 162 ( = A viano 26, Sintipas 55, etc.): «El lobo y la cabra».
El lobo invita a una cabra, que está en un picacho, a que baje
a pastar al prado. Ella responde: «N o me invitas a pastar, es
que careces de com ida».
H. 166: «El lobo y la oveja». El lobo, herido por los perros
y sediento, pide agua a la oveja, prom etiendo darle com ida. Ella
responde: «Si te doy bebida, te serviré de comida».
H. 168 ( = Babrio 132, A viano 42): «El lobo y el cordero».
Al cordero que se ha refugiado en un tem plo, el lobo le dice
que salga, que si el sacerdote lo coge lo sacrificará al dios. El
cordero dice que prefiere esto a ser devorado por el lobo.
Fedro, cod. A dem ari 61 ( = R óm ulo II 10, Wiss. I 5): «El
cabrito y el lobo». El lobo, para que le abra el cabrito, finge
la voz de la cab ra; pero él le tra ta de enemigo y no le abre.
Estas fábulas, com o se ve, tienen características com unes. Se
presenta la situación, hay una acción de engaño del poderoso
y una respuesta sarcástica del débil; o bien una respuesta de acción,
seguida de la respuesta sarcástica a una pregunta del poderoso.
Este puede estar enferm o o en m ala situación, com o en «El león
viejo y la zorra», e invitar al débil a acercarse; pero una variante
es que se acerque él m ism o disfrazado o fingiendo. Este tem a
del disfraz, presente en A rquíloco en el tem a del m ono, es m uy
L a fá b u la a n im a l y vegetal en ép o ca clásica 187

frecuente en la fábula de las Colecciones. Puede tener que ver


con los orígenes mism os de la fábula, cf. cap. II 2.

2. Tipo «El águila y la zorra».


Decíam os arriba que «El águila y la zorra», derivada de un
tem a acadio, es una fábula atípica, en que sólo p o r intervención
de la divinidad y no por astucia de un anim al es vencido el
poderoso. De ahí que, en las Colecciones, el tem a del poderoso
vencido por el débil sea frecuente, pero tienda a añadirse el de
la astucia del segundo.
Sólo en «El ratón y la rana», que aparece en H. 302 pero
en realidad procede de la Vida de Esopo 133 y, en definitiva,
de la Batracomiomaquia, se encuentra un tem a com parable. El
ratón, atado a la pata de la rana, se ahoga, pero antes la maldice
y anuncia que será vengado: efectivam ente, la devora el m ilano.
Es claro que todo esto es anóm alo dentro de la fábula: se trata
de un tem a de parodia épica. En la Batracomiomaquia, la secuencia
del episodio, en el que no queda clara la intención traid o ra de
la rana, aunque el ratón im plora la venganza divina, es la guerra
de ranas y ratones.
Veamos, a continuación, algunas fábulas en que se introduce
el tem a de la acción astuta del débil: o bien hay cierre de acción
o bien sarcasm o del débil o bien lam ento del fuerte vencido por
su insensatez al hacer caso a su presunta véctim a:
H. 99 ( = Ret. Branc. 3): «El cabrito y el lobo». El cabrito
pide al lobo que toque la flauta para que él baile antes de morir.
Llegan los perros y el cabrito se salva; el lobo se lam enta con
sarcasm o co n tra sí m ism o: «Esto es lo que m erezco, pues siendo
un carnicero no debería im itar a un flautista».
H. 145 ( = Babrio 98, A ftonio 7, D iodoro X IX 25.5): «El
león y el labrador». El labrador convence al león, enam orado
de su hija, para que se arranque los dientes y se corte las garras;
luego le echa a palos.
H. 254 ( = Babrio 177, Libanio 2) «L a tortuga y la liebre».
La to rtu g a gana la carrera a la liebre por descuido de la prim era
y constancia suya. M ás que engaño, hay superior inteligencia y
aplicación. Sin duda, se tra ta de la adaptación de un tem a cínico,
que estudiarem os, el de la victoria del pequeño, a un esquem a
antiguo.
H i s t o r i a d e la f á b u l a g r e c o - l a t i n a

B a b r i o 44: « T r e s t o r o s y u n león». A q u í el león, q u e es el


débil, c o n s i g u e q u e tres t o r o s se d i s p u t e n e n t re sí, c o n lo q u e
l o g r a d e v o r a r l o s . El p a pe l a t íp ic o del león d e m u e s t r a q u e el e s q u e m a
es a n t i g u o , p er o la f á b u l a n u e v a ( a u n q u e a n t i g u o es el t e m a de
la l uc h a t o r o / león).
N i c é f o r o Basilaca, Wa lz . Rhet. Gr. I. p. 423 ss. : « E l t o r o e n g a ñ a ­
d o p o r el león». El l eón c o n v e n c e al o t r o a q u e se a r r a n q u e los
c u e r n o s , c o n lo q u e lo d e v o r a . Iguales c o n c lu s i o n e s .
O t r a s veces el t e m a se c o n t a m i n a c o n o tr os . Así en la f á b u l a
c o m p l e j a H. 267 (de A q u i l e s T a c i o 11 22, h a y a l g u n o s t e m a s en
B a b r i o 112) « E l m o s q u i t o y el león». El m o s q u i t o pica al león
sin q u e éste sea c a p a z d e d e fe n d e r s e , p e r o m i e n t r a s se j a c t a q u e d a
pr es o en u n a tela d e a r a ñ a . Es el t e m a del débil v e n c e d o r c o n t a m i n a ­
d o c o n el del j a c t a n c i o s o d e r r o t a d o , q u e v e r e m o s m á s a de l a n t e .
Existe, t o d a v í a , u n a serie d e f áb ul as q u e se r e l a c i o na n i n d i r e c t a ­
m e n t e c o n estos e s q u e m a s . C o n t i e n e n e sc ar ni os c o n t r a el p o d e r o s o ,
s i m p l e m e n t e : s o n d e s a r r o l l o s cí ni cos, s o b r e t o d o . U n o s e j e m p l o s :
C o d . A d e m a r i 37 ( = Wiss. III 3, R o m . III 3, cf. H. 272) « El
c a b a l l o s o b e r b i o » . El a s n o se b u r l a del c a b a l l o f a n f a r r ó n q u e
h a i do a p a r a r a las l a bo r e s a gr í co l as y se r evuel ca en el fango.
S i nt i p a s 6: « E l c a z a d o r y el lobo ». El p a s t o r , c o n a y u d a de
los p er ros , c a p t u r a al l o b o q u e d e v o r a b a a las ove ja s y le e cha
en c a r a su c o b a r d í a .
F e d r o V 3: « E l c a l v o y la m o s c a » . El c al vo, q u e n o logr a
li br ar se d e la m o s c a y se d a u n m a n o t a z o a sí m i s m o p o r c a za r la ,
la i nj ur ia c o m o b e b e d o r a d e s a n g r e h u m a n a .
B a b r i o 105: « E l l o b o y el león». El león r o b a u n a ov e ja al
l o b o y c u a n d o éste se q u e j a , le dice q u e t a m p o c o a él le h a
r e g a l a d o n a d i e la oveja.
Es ta s f á b u l a s s on , c o m o d e c í a m o s , t ar dí a s. P e r t e n e c e n a un
g é n e r o m i x t o , en q u e e n t r a n m o t i v o s a go n al e s, el d e la d e r r o t a
del j a c t a n c i o s o , etc., a d e m á s de u n a pos ic ió n m o r a l i s t a . A r r a n c a
en def ini tiva, sin e m b a r g o , del t e m a d e la crítica c o n t r a el p o d e r o s o ,
es decir, del t ipo « E l á gui l a y la z or r a» y t a m b i é n del d e « L a
z o r r a y el m o n o » .
Pe r o a u n d e s c o n t a n d o esta ú l t i m a v a r i a n t e , es c l a ro q u e el
e s q u e m a d e « E l á g u i l a y la z o r r a » h a sido s i e m p r e r a r o. Se ha
c o n t a m i n a d o c o n m o t i v o s d e e n g a ñ o , p r o c e d e n t e s d e o t r o s tipos,
los cua le s le a s i m i l a b a n a las c a r a ct e r í st i c a s n o r m a l e s d e la fábul a.
L a fáb u la a n im a l y vegetal en época clásica 189

3. Tipo «L a zorra y el m ono».


No m uy frecuente, pero enorm em ente característico es el tema
de la zorra y el m ono, presente en dos fábulas de Arquíloco.
A unque aquí nos referimos sobre todo a la del Epodo VI: el m ono-
rey cae en la tram pa de la zorra y se ve que debajo de su piel
de león es sim plem ente un m ono. La fábula del Epodo VII, en
que el m ono es puesto en irrisión por la zorra, que no cree en
sus supuestos antepasados ilustres, no nos presenta al m ono como
rey: es sim plem ente el tem a de la fatua jactancia, el que nosotros
llam am os tem a de «La zorra y el cuervo», es decir, el tipo 4.
Por lo dem ás, el tipo 4 enlaza claram ente con éste, como
éste enlaza con el 1 y a veces el 2: debilidades del supuesto fuerte,
que es burlado. En las fábulas de las Colecciones, hay transiciones
entre este tipo y otros: por ejem plo, el agón en que cada cual
ensalza sus m éritos. Así de H. 244 «El pavo real y el grajo» sale
H. 245 «El pavo real y la grulla», de tipo agonal y con m oral
cínica. T odavía hay que añadir que Fedro I 3 «El grajo soberbio
y el pavo real» ha contam inado el tem a con el del anim al disfrazado
qué es expulsado: el de H. 103.

D am os, pues algunos ejemplos:


H. 2 ( = T. Assend. 2, A ftonio 19, Sintipas 9) «El águila, el
grajo y el pastor». El grajo quiere ser igual que el águila y se
arroja sobre un m acho cabrío; pero se enreda en su lana y es
apresado por el pastor, que le corta las alas y se lo lleva a sus
hijos. Sarcasm o final del pastor: «Según yo sé m uy bien, es un
grajo, pero según lo que él quiere, un águila».
H. 103 ( = Babrio 72, A ftonio 31, Fedro I 3, Filodem o, Rh. II
p. 685 Sudh., H oracio, Epist. I 3, 15, Diógenes Laercio VI 80,
donde se atribuye a Diógenes el Cínico): «El grajo y los pájaros».
Aquí, a diferencia del Epodo de A rquíloco, el concurso para el
reino de los pájaros está a punto de celebrarse y Zeus va a elegir
al grajo, que se ha disfrazado con plumas. Pero cada pájaro se
lleva las suyas y el im postor queda descubierto. No hay cierre
de escarnio. Este tem a del anim al que se disfraza y se va con
otros, quienes le rechazan (y a veces, luego, es rechazado tam bién
por los suyos) es frecuente: cf. por ejem plo H. 131 «El grajo y
las palom as».
H. 199 ( = T. Assend. 11, A ftonio 10, A viano 5, Luciano, Pise.
190 Hi s t o r i a d e la f á b u l a g r e c o - l a t i n a

32 y o t r os lugares): « E l a s n o y la piel d e león». El as n o, r eve sti do


d e piel d e león, a s u s t a a los a ni ma l es . El león c on f i e s a q u e él
m i s m o se h a b r í a a s u s t a d o , d e n o s a b e r q u e se t r a t a b a d e u n
asno.
H. 244 ( h a y u n eco en F e d r o I 3): «El p av o real y el grajo».
A q uí es el p a v o real el q u e p r e t e n d e ser elegido rey p o r su bel leza
y el gr aj o el q u e r epli ca: « Y si s i e n d o tú rey no s a t a c a u n águi la,
¿ c ómo vas a d e f e n d e r n o s ? » . Es un d e r i v a d o del a n t e r i o r de t e n d e n c i a
cínica ( t e m a de la bell eza inútil),
Se e n c u e n t r a n m u c h o s d e r i v a d o s a p a r t i r d e a qu í. C i t o u n o ,
Ba br i o 110 « E l p e r r o y su a m o » . El a m o , q u e va a salir d e
viaje, le dice al p e r r o « ¿ P o r q u é a b r e s la b o c a e x p e c t a n t e ? P r e p á r a l o
t o d o , q ue te vienes c o n m i g o » . Y el p e r r o ( t r a s u n t o de l cínico)
r e s p o n d e : « T o d o lo t en g o c o n m i g o , eres tú el q u e se re tr as a» .

4. T i p o «El c u e r v o y la z or r a» .
C o m o a c a b a r n o s d e decir, d e r i v a del a n t e r i o r : a l guien se j a c t a
de lo q u e n o t iene y es r e p l i c a d o c o n s a r c a s m o ; p e r o n o está
present e el t e m a del r ey o p o d e r o s o . E n r e al id ad , el t i p o es tá
ejempl ifi cado c o n la s e g u n d a f á b u l a d e la z o r r a y el m o n o e n
A r q u í l oc o , la del E podo VII : la z o r r a repli ca s a r c á s t i c a m e n t e al
m o n o q u e se j a c t a d e sus a n t e p a s a d o s . T e m a e s t r i c t a m e n t e i m i t a d o
en H. 75 «El delfín y el m o n o » , véase m á s a ba j o.
O t r a s veces el t e m a se refiere al débil j a c t a n c i o s o v e nc i d o p o r
el fuerte: es u n a v a r i a n t e d e 5. t i po d e « E l h a l c ó n y el r u i se ño r» .
O no e n t r a en j u e g o el t e m a del p o d e r en a b s o l u t o .
Este t ema d e la j a c t a n c i a r e f u t a d a s a r c á s t i c a m e n t e es f re c ue n te
en la f ábul a clásica. A d e m á s d e la d e la z o r r a y el m o n o y la
del c ue rvo y la z o r r a ( q u e p a r ec e t e s t i m o n i a d a a r q u e o l ó g i c a m e n t e
p ar a di ch a fecha), r e c o r d a m o s la d e la s e r p i en t e y el c a n g r e j o
(éste critica en la p r i m e r a u n d e fe c t o q u e es t a m b i é n s uyo) , los
rat ones y las c o m a d r e j a s (los p r i m e r o s s o n v e nc i do s p o r p o n e r s e
un casco c o n c u e r n o s ) , el p e r r o y E s o p o (el p r i m e r o p ro fi er e
a me n a z a s v anas ), la m u í a (se j a c t a d e s u m a d r e la y e g u a y se
olvida d e su p a d r e el as n o ) . E m p a r e n t a d o c o n este terna, c o n t i n u a ­
ción de él en r e a l i da d , es el' d e las falsas y a b s u r d a s p r et e n s i o n e s
de algunos a n i m a l e s ; f á b ul a d e las ovej as y el p e r r o ( p r e t e n d e n
recibir igual t r at o) , las liebres y los l eones (las p r i m e r a s p r e t e n d e n
a su vez u n a i g u a l d a d i mp os i b l e) , las avi s pas, las pe rd ic es y el
L;i l ï ibul a a n i m a l y veget al en é p o c a cl ási ca 19)

l a b r a d o r (el b u e y h a c e m e j o r y m á s b a r a t o lo q u e est os a n i ma l e s
ofrecen).
N ó t e s e q u e s i e m p r e h a y la c o n s t a n t e d e la c rít ic a del que
n o se c o n t e n t a c o n su n a t u r a l e z a , c o m o t a m b i é n s u c ed e en el
t i po 3 y e n el 1 : se t r a t a s i e m p r e de a n i m a l e s c u y o p u e s t o en
la s o c i e d a d o c u y a s p r e t e n si o ne s e st án p o r e n c i m a d e su v e r d a d e r a
n a t u r a l e z a . P e r o t a m b i é n el t e m a del d o m i n i o del fuerte, en 2
y en 5, se refiere a la n a t u r a l e z a : es t o n t o q u e el débil p r e t e n d a
q u e sea i g n o r a d a .
V e a m o s a l g u n o s e j e mp lo s en las C o l ec ci on es . U n p r i m e r g r u p o
está f o r m a d o p o r el a n i m a l q u e se j a c t a t o n t a y f a l s a m e n t e y
es m u e r t o o bien es o b j e t o d e s a r c a s m o :
H. 75: «El delfín y el m o n o » . El delfín salva al m o n o , que
h a n a u f r a g a d o . Este, s o b r e el l o m o del delfín, dice ser un ate ni en se
d e f ami li a n o b l e ; y a u n a p r e g u n t a del delfín a f i r m a q u e el Píreo
es m u y a m i g o d e su familia. El delfín le d e j a q u e se ah og u e .
H. 159: « E l l o b o y el c ab al l o ». El l o b o regala al c a b a l l o la
c e b a d a q u e él n a t u r a l m e n t e no p u e d e c o m e r . El c a b a l l o se b u r l a :
si el l pbo g u s t a r a d e esa c o m i d a , n o p re fe ri rí a los o í d o s (es decir,
o í r al c a b a l l o c o m e r ) al vientre.
H. 287 ( = B a b r i o 120. A f t o n i o 24. A v i a n o 6. T e m i s t i o en
R h M 32, p. 458): « El g u s a n o y la z o r r a » . Al g u s a n o , q u e p r e s u m e
d e m é d i c o , le d ice la z o r r a q u e c ó m o no es c a p a z d e c u r a r su
p r o p i a coj era.
A v i a n o 38: « El pez de río y la l a m p r e a m a r i n a » . El pez de
río, q u e h a i do a p a r a r al m a r , se j a c t a a n t e los peces m a r i n o s
de su n o b l e z a . L a l a m p r e a le dice q u e si a a m b o s los p e s c ar a n
y v e n d i e r a n , se vería q u e a ella la c o m p r a r í a c a r a un h o m b r e
nobl e, a él u n o del vu lg o p o r u n a s m o n e d a s d e c o b re . A q u í e nt ra
ya, c o m o se ve. el t e m a del agón.
Par. Bodl, 148 Cr. : « L a g o l o n d r i n a j a c t a n c i o s a y la cornej a».
La g o l o n d r i n a se j a c t a d e sí m i s m a y d e sus a n t e p a s a d o s . La
c o r n e j a r e s p o n d e : « ¿ Q u é h a b r í a s d i c h o si t uvi er as l en g ua , tú que
así h a b l a s c o n la l engua c o r t a d a ? »
A c o n t i n u a c i ó n p r e s e n t a m o s e j em pl os d e la serie en q u e intervi e­
ne m á s c l a r a m e n t e el m o t i v o a g o n a l : h a y u n e n f r e n t a m i e n t o en
q u e el débil se c ree fuerte, d e d o n d e r e sul t a su m u e r t e o su ri dícul o:
H. 84: « E l a s n o , el gallo y el león». El león h u y e del c a n t o
del gallo ( m o t i v o t r ad i c i o n a l , cf. u n a d e r i v a c i ó n en A .P . VI 217);
el a s no , e n t o n c es , sale c o n f i a d o a su e n c u e n t r o y es d e v o r a d o .
192 H i s t o r i a d e la f á b u l a g r e c o - l a t i n a

H. 135: « E l p e r r o y la z o r r a » . E l p e r r o p er s ig ue al león, p e r o
éste se vuelve y ruge, c o n lo q u e el p e r r o huye. L a z o r r a d ic e :
« M a l a c a b ez a, tú pe r se gu í a s a u n león, del c u a l ni s i q u i e r a el
r u gi do s o p o r t a s t e » . Es u n a v a r i a c i ó n del t e m a del león p e r s e g u i d o
p o r los p e r ro s en símiles h o m é r i c o s .
H. 140 ( = B a b r i o 84, R ó m u l o I V 8): « E l m o s q u i t o y el
to ro ». El m o s q u i t o , q u e h a e s t a d o p o s a d o en el c u e r n o del t o r o ,
le p r e g u n t a si q ui e re q u e se v a y a ya. R e s p u e s t a del t o r o : « N i
m e ent eré d e c u a n d o viniste, ni m e d a r é c u e n t a c u a n d o te vayas ».
N ó t e s e q ue h a y u n a f á b u l a b a b i l o n i a m u y s e m e j a n t e , la de l e lef ant e
y el m o s q u i t o 20, lo q u e p a r e c e p r o b a r la a n t i g ü e d a d d e ésta.
H. 149 ( = B a b r i o 113): « E l león y el l a b r a d o r » . P a r a c a z a r
al león, el l a b r a d o r le e n c i e rr a en su est ab lo, p er o ti ene q u e s o l t a r l o
c u a n d o se p o n e a d e v o r a r los b ueyes . Su m u j e r cr i ti ca : « H a s
sufri do lo j u s t o , pues ¿ p o r q u é qui si st e e n c e r r a r a un a n i m a l al
que de b ía s t e m e r de lejos?» H a y c o n t a m i n a c i ó n c o n el t e m a d e
« h e sufri do lo j u s t o » , cf. ti po 8.
H. 151 ( = B a b r i o 82): « E l león a s u s t a d o del r a t ó n » . U n r a t ó n
se pasea p o r la b o c a d e u n l eón d o r m i d o y la z o r r a i n cr e p a
al p r i m e r o de t e m e r a un r a t ó n . R e s p o n d e el l eó n: « N o m e a su s té
del r a t ó n , sino q u e es to y i n d i g n a d o p o r su a u d ac i a ».
Sintipas 38: « U n p e r r o q u e p er s eg u ía a u n lob o ». « N o te
t e m o a ti, sino a t u a m o » , d ice un l o b o q u e p a r e c í a h u i r d e
un perro, el c ua l e s t a b a m u y o r g u l l o s o d e h a b e r p u e s t o en f uga
al lobo.
U n a v a r i an te es el t e m a de q u e n o ha y q u e j a c t a r s e d e m a s i a d o
p r o n t o del t r i u nf o :
H. 266 ( = A f t o n i o 12, S i n t i p as 7): « D o s gallos y un águi l a».
Lu c ha de gallos: m i e n t r a s el v e n c e d o r se j a c t a , es a r r e b a t a d o p o r
el águila y el o t r o c u b r e a las gallinas.
H. 267 (de A q u i l e s T a c i o II 22, cf. B a b r i o 112 « E l ratón
y el to ro », que se c o m b i n a c o n 140 «El m o s q u i t o y el tor o»
y 155 «El r a t ó n y el l eón») : « E l m o s q u i t o y el león». C o m o
h e mo s visto m á s a r r i b a , se c o m b i n a el t e m a del fuerte v e n c id o
p o r el débil c o n el d e la m u e r t e del j a c t a n c i o s o : el m o s q u i t o ,
v en ce do r del león, es a t r a p a d o p o r la a r a ñ a m i e n t r a s se j a c t a .
Sintipas 30 (cf. H. 272): « E l o n a g r o y el a s n o» . El o n a g r o

Eil E. F.beling. D ie b a b y lo n isc h e F ahe! u n d ihre B e d e u tu n g f ü r die I.iie ra iitrg c -


seh ieh le. Leipzig 1927. p. 5 0 : v P e r ry . B a h riu s u n d P h a ed ru s, p. X X X I I .
La fabula an im a l y vegetal en época clásica 193

se jacta ante el asno de ser libre y no llevar cargas, pero llega


el león y lo devora, m ientras que el asno se salva.
Finalm ente, com o ejemplo del tem a de las vanas pretensiones,
citem os:
H. 114 (cf. L uciano, Ep. Sat. 402) : «L a horm iga y el escarabajo».
El escarabajo, que ha holgado en el verano, pide com ida a la
horm iga al llegar el invierno. Ella le responde: «Si hubieras tra b a ja ­
do cuando me reprochaste que yo me afanara, no carecerías de
com ida». C om o ya sabem os (cf. p. 98) hay en la A ugustana otra
variante, «L a horm iga y la cigarra», de intención sem ejante; de
ésta hay tradición tam bién en Ps.-D ositeo 17, R óm ulo X C III, Afto-
nio 1, Sintipas 43, Ret. Branc. 1, Libanio 3, Teofil;, Ep. 61.

5. Tipo «El halcón y el ruiseñor».


La fábula en que el fuerte im pone, sin más, la fuerza, rechazando
la súplica del débil, com o en H esíodo, es rara o inexistente. Pasa
com o con el tipo 2: se introduce el m otivo de la astucia o el
engaño, aquí fracasado. La m ism a fábula hesiódica en su versión
de H. 4 introduce este m otivo: el ruiseñor le dice al halcón, sin
éxito, que él es dem asiado pequeño para saciarle, que busque
aves m ayores. Son semejantes:
H. 18 ( — Babrio 18, Aviano 20): «El pescador y la sardineta».
El pez suplica al pescador que lo ha pescado que le deje escapar,
que cuando sea más grande vuelva a pescarlo. R espuesta: «Sería
el m ayor de los necios, si dejando la ganancia que tengo en las
m anos buscara una esperanza incierta».
H. 41: «La zorra y el perro». La zorra entra en el aprisco
y finge acariciar a un cordero. Al perro que le pregunta le dice
que está haciendo de am a de cría y jugando con el anim al. El
perro la am enaza, si no suelta al cordero.
H. 161 ( = Babrio 94, A ftonio 25, F edro I 8): «El lobo y
la garza». A la garza que ha sacado al lobo un hueso de la
garganta y pide recom pensa, el lobo le dice que ya tiene bastante
con haber sacado la cabeza de la boca de un lobo. Es, naturalm ente,
un tem a derivado.
O tra variante está cuando el anim al fuerte pretende convencer
al débil de su razón, pero no deja de com érselo al fracasar en
su argum entación:
H. 16: «El gato y el gallo». Tras las dos acusaciones del gato,
194 H isto ria d e la fáb u la g re co -latin a

refutadas por el gallo, el prim ero responde: «¿Y si tú tienes ab u n ­


dancia de respuestas, no voy a com erte por eso?»
H. 160 ( = B abrio 89, F edro I 1, Basil., Ep. 189): «El lobo
y el cordero». F ábula bien conocida, tem a idéntico y con «cierre»
final casi idéntico tam bién.
U na variante de este tem a dentro de la fábula clásica es la
de «El ciervo, el caballo y el hom bre» en Estesícoro y A ristóteles.
Aquí el anim al derrotado en un prim er agón procede con astucia
contraproducente al buscarse un aliado (el hom bre) que acaba
por dom inarlo. Su insensatez (com parable a la que figura en otros
tipos de fábulas) le lleva, sim plem ente, a cam biar de dueño. Este
tipo, que yo vea, no se da en las Colecciones, salvo en la versión
en las mismas de nuestra fábula (H. 238). H an heredado, en cam ­
bio, el tem a del aliado inútil fábulas com o H. 150 («El león y
el delfín») y otras en que el asno o la zorra ayudan al león
a cazar.

6. Tipo «L a zorra y el erizo».


Este tipo es el de las fábulas de debate, en las que se contrastan
(verbalm ente o en función de unos resultados) dos posiciones,
por decirlo así, teóricas. N o hay límites fijos con fábulas de otros
tipos, pues existe debate entre el halcón y el ruiseñor, el lobo
y el cordero, el águila y la zorra : pero en estas fábulas lo im portante
es la acción, m ientras que en las de debate se tra ta antes que
nada, como decimos, de elucidar las ventajas e inconvenientes
de dos posiciones o dos anim ales o dos plantas. El erizo pretende
hacer un beneficio a la zorra quitándole los piojos, pero ella opina
de m anera diferente: y su victoria es puram ente dialéctica, la hipóte­
sis de que si le quitan los piojos vendrán otros peores no se
realiza. Parecido es el caso de «Los dos perros». En «El laurel
y el olivo» ni siquiera se llega a una decisión. Pertenece a un
tipo ya aludido en 3: aquél en que dos personajes enfrentados
pretenden ser superiores.
Hemos visto que el άγων λόγων o debate aparece en más
ejemplos de la fábula clásica y siem pre con iguales características :
así en fábulas que p o r otros rasgos hem os incluido en el tipo
4 como «Las perdices, las avispas y el labrador», «L a oveja y
el perro», «Las liebres y los leones». C iertam ente, hay transiciones
con otros tipos. Así cuando la cuestión de la superioridad e inferiori-
La fabula anim al y vegetal en época clásica 195

dad es decidida por la acción: en «Boreas y el Sol» y «Los árboles


y la caña», en la fábula clásica y en versiones de las Colecciones.
En realidad, no hay tam poco en estas fábulas un agón propiam ente
dicho: es un agente exterior (el viento o el torrente) el que decide.
Esta derivación de la fábula agonal que es la fábula de debate
se da, por supuesto, no sólo en la fábula clásica sino tam bién
en la de las Colecciones. Veamos algunos ejemplos, aparte de
los ya aludidos a propósito del tipo 3. Son, de todas m aneras,
fábulas m inoritarias:
H. 43 ( = Babrio 211) «Las ranas». Al secarse la charca, una
rana aconseja a otra que se establezcan en un pozo. Esta contesta:
«Si se seca el agua de aquí, no podrem os salir».
H. 248 ( = Babrio 65) «El pavo real y la grulla». C ada anim al
argum enta a favor de su superioridad: queda implícito que el
segundo tiene razón. Introduce un m otivo cínico, el desprecio
por la belleza.
. H. 251 «L a cerda y la perra». La perra se gloría de parir
m uchas crías; la cerda le dice que pare anim ales ciegos.
Fedro IV 25 «L a horm iga y la m osca». La m osca hace el
elogio de sí m ism a, refutación de la horm iga.
De este género del debate sobre la propia excelencia hay bastan­
tes ejemplos en las Colecciones: no sólo los citados a propósito
del tipo 3, en que se rebatían las pretensiones ilógicas de un persona­
je. Enviam os, en relación con el tipo y su ejem pliñcación, a Josifo-
vic, art. cit., col. 28 y a Thiele, «Phaedrusstudien III» cit., p. 376 ss.
Tam bién podrían ponerse ejemplos del tipo en que queda claro
a posteriori quién tenía razón. Así H. 70 «Las ranas»: la ran a que
no se deja convencer a irse del cam ino, m uere aplastadas.

7. Tipo «El águila y la flecha».

Es, por supuesto, el constituido po r las fábulas «de situación»,


ya aludidas. Lo norm al es que alguien se encuentre en una situación
desgraciada, generalm ente por causa de su insensatez, y se lamente
de ella: así el águila herida «por sus propias plumas», el labrador
m ordido por la serpiente que había acogido en su seno, el pescador
que se lam enta sim plem ente de su situación al ver al pulpo. Hay,
por supuesto, variantes, com o en «E l perro y la liebre» (en Sófocles
800 N.) en que ésta le dice al perro que la h a cazado y que
196 H istoria de la fábula greco-latina

ya la m uerde, ya la lame, que deje de m orderla o de besarla,


para saber si es amigo o no.
Estas fábulas de situación han proliferado m uchísim o en las
Colecciones; son utilizadas, m uy frecuentem ente, para exponer
khreíai, refranes, etc., con frecuencia de carácter cínico o m oralista.
P or o tra parte, el tipo aparece con frecuencia m uy contam inado:
m ezclado con el m otivo del agón, con «cierre» final sarcástico
(ya lo es el de «El perro y la liebre»), etc.
U n prim er grupo de fábulas de situación, el más tradicional,
es aquel en que se term ina con el lam ento de la víctim a. He
aquí ejem plos:
H. 117 «El cazador con liga y la serpiente». M ientras el cazador
acecha a un tordo, le m uerde la serpiente. Lam ento.
H. 130 ( = Par. Bodl. 150 Cr.) «El cuervo y la serpiente».
El cuervo coge a la serpiente, que le m uerde. Lam ento (esta fábula
y la anterior parecen derivadas de «El labrador y la serpiente»),
H. 141 ( = Par. Bodl. 151 Cr., A ntipatro de Tesalónica en
A.P. IX 3) «El nogal». U n nogal al que los cam inantes tiran piedras,
se lam enta de su suerte.
H. 262 ( = Babrio 38) «Los leñadores y la encina». La encina
se queja no tan to de los leñadores com o de las cuñas de su propia
m adera que utilizan (tem a idéntico al de «El águila y la flecha»),
H. 265 «El perro y el caracol». El perro se lam enta de su
ignorancia, que le ha hecho tragarse un caracol confundiéndolo
con un huevo.
Babr. 29 ( = Fedro, App. 21, cf. Luciano, Asno 42.3) « E l
caballo viejo». El caballo viejo, que ha ido a p arar a un m olino,
se lam enta de su suerte. La versión de A ftonio 31 introduce un
«survenant», com o en el subtipo que estudiam os más abajo.
He aquí, ahora, algunas fábulas que presentan una variación
en la respuesta, dentro de situaciones semejantes:
H. 52 «El lab rad o r y los perros». El labrador, aislado en el
invierno en el aprisco, tiene ham bre y se va com iendo los bueyes.
Los perros concluyen que hay que m archarse: ¿cómo va a respetar­
los a ellos?
H. 189 ( = A ftonio 30, Eliano, VH X 5, Clem. Al., Strom .
VII 6, 304) «El lechón y la zorra». Se lam enta el lechón a quien
llevan a la ciudad. A la pregunta de la zorra de por qué grita
él y no la oveja ni la cabra, responde que de aquella desean
La fabula anim al y vegetal en época clásica 197

la lana, la leche etc., de él la carne. H ay un desarrollo explicativo


del tem a del lam ento (y una función atipica de la zorra).
Babrio 24 ( = Fedro I 6) «El Sol y las ranas». A la alegría
de las ranas en las bodas del Sol responde el lam ento del sapo
— un «survenant», com o la zorra en la fábula anterior— , preocupa­
do por el m om ento en que el Sol tenga hijos.
O tras veces la víctim a, en vez de usar el lam ento, usa el reproche,
com o en «El perro y la liebre». Así en:
H. 224 (tam bién en P. Rylands, cf. Em erita 20, 1952, p. 354)
«El pastor y las ovejas». M ientras el pastor sacude las bellotas,
las ovejas com en sus vestidos. R eproche del pastor a las ovejas.
H. 232 ( = Babrio 51) «L a oveja esquilada». L a oveja mal
esquilada le dice al esquilador que si desea lana, corte más arriba
y si desea carne, la sacrifique de una vez. Calco, seguram ente,
de «El perro y la.liebre».
Babrio 48 «El Herm es y el perro». El Herm es de piedra se
contenta con que el perro no le lam a el aceite ni se orine encima.
Todavía otro tipo: ante el lam ento del personaje que aparece
en prim er térm ino, un «survenant» añade que él tiene más m otivos
de queja:
H. 45 ( = Babrio 52) «Los bueyes y el eje». Al chillar el
eje del carro, los bueyes se vuelven y dicen: «¿Y gritas tú, llevando
nosotros todo el peso?».
H. 201 «El asno y las ranas». A nte los lam entos del asno
que se ha caido en la charca, las ranas le dicen: «¿Qué habrías
hecho si llevaras aquí tanto tiem po com o nosotras?»
Cod. M b (en P. 273) «La pulga y el buey». El buey se consuela
de su servidum bre frotándose el lom o y esto es la m uerte para
la pulga.
F inalm ente y com o queda ya dicho, hay un tipo m ixto en
que entra un agón que term ina con el lam ento del vencido :
H. 74 «El apicultor». Alguien roba la colm ena y las abejas
pican al apicultor. Este se lam enta.
H. 78 ( = Tetr. II 17) «El ciervo y el león». H uyendo de
unos cazadores, el ciervo es m uerto por un león. L am ento del
ciervo.
H. 79 ( = Tetr. I 51) «El ciervo y la vid». El ciervo, que
se escondía de unos cazadores detrás de una vid, se descubre
al com er sus hojas y es cazado. Lam ento del ciervo.
H. 152 {Tetr. II 13) «El león y el oso». Los dos animales
198 H istor a de la fábula greco-latina

luchan por un cervato que, entre tanto, se lleva la zorra. L am ento


de ambos.
H. 153 «El león y la liebre». El león abandona la persecución
de la liebre para ir tras el ciervo; fracasado con éste vuelve a
la prim era que, en tanto, se ha escapado. L am ento del león.
Cod. Ad. 30 (cf. H. 126) «L a perdiz y la zorra». H ay un
doble agón de engaño: la perdiz es cazada y luego se escapa.
U na y otra se lam entan.

8. Fábulas etiológicas.
Para term inar, recordem os que existe el tipo etiológico, en
el que predom ina el relato puro y simple, sin discursos, aunque
en alguna ocasión se contam ina con un debate. He aquí algunos
ejemplos :
Aftonio 3 «Los cisnes y los m ilanos». Los m ilanos cantaban
antiguam ente, igual que los cisnes. Pero al querer im itar el relincho
de los caballos, perdieron el don del canto.
H. 175 «La horm iga». L a horm iga era un hom bre codicioso
a quien Zeus transform ó en horm iga.
Fedro IV 16 «Prom eteo ebrio». Explicación del origen de los
afem inados y lesbianas por un descuido de Prom eteo, borracho,
cuando fabricó a los prim eros hom bres.
Fedro, App. 5-6 «Prom eteo y la m entira». Explicación de po r
qué la verdad es lenta, pero la m entira no tiene pies.
Es fácil ver que en estos ejemplos y en otros m ás que puedan
darse se conservan los mismos tem as de la época clásica: explicación
de singularidades y anom alías en los anim ales, e igual en los
hom bres, procedentes de su creación p o r Zeus y Prom eteo.

3. Conclusiones

Podemos concluir m uy brevemente. H ay unas claras constantes


en las fábulas animalísticas, independientem ente de que las testim o­
niadas sólo por las Colecciones vengan de la edad clásica o sean
imitaciones de las mismas. Hay, por supuesto, m odificaciones diver­
sas (esto lo hemos de ver aún m ucho más claram ente): pero,
en sustancia, tanto en cuanto a los tem as com o en cuanto a
los animales, a los rasgos «cómicos» y críticos, a la estructura
La fábula anim al y vegetal en época clásica 199

y com posición, la fábula anim alistica, en su núcleo central, constitu­


ye un conjunto m uy coherente.
Está dom inada, en últim o térm ino, por el tem a del enfrentam ien­
to entre anim ales que tienen una naturaleza constante. Son la
fuerza y el ingenio los factores que se im ponen: el vencedor se
jacta o escarnece, el vencido gime. Y es criticado el fuerte que
se deja vencer por el ingenio de su enemigo m ás débil y éste
cuando con su insensatez cae en poder del fuerte. Su intento
de producirle com pasión tam bién es criticado.
La critica es, con la aceptación de esos principios, la fuerza
m otriz de la fábula. Hace ver cóm o hay que com portarse y no
com portarse, y ello por vía satírica o por la del espectáculo del
vencido. Este siente piedad de sí m ism o, pero para los demás
esto es sim plem ente m otivo de enseñanza o de burla.
H ay, así, rasgos cómicos que enlazan la fábula agonal con
la etiológica, que tam bién enseña cóm o es el m undo, aunque no
dé otro consejo que el de aceptar la naturaleza.
T odo este panoram a debe ser confrontado, p ara hacerlo más
com prensible, con el de los demás tipos de fábulas, las no animalísti-
cas, destacando el total dentro del «ejemplo» en general. Y hay
que precisar m ás de cerca las relaciones, sobre las que ya hemos
apuntado algo, con los géneros líricos y dram áticos de Grecia.
Y, por supuesto, la evolución en época helenística y rom ana, de
la que tam bién hem os dicho algunas cosas.
Pero tam bién es im portante atacar el problem a de los orígenes,
de la relación con los tem as anim alísticos en general con el rito,
el culto, etc. Y los límites con otros géneros o elem entos literarios
anim alísticos, ya aludidos, com o la profecía, el símil, el refrán,
etcétera.
CAPITULO II
LA F A B U L A A N IM A L Y V E G ETA L E N SU C O N TE X TO
O R IG IN A L

I. G e n e r a l id a d e s

C uando se plantea el problem a de los orígenes de la fábula


anim alística griega es tradicional preguntarse inm ediatam ente por
su origen extragriego. En tiem pos, el gran tem a era el de si la
fábula griega venía de la India o al revés; luego, al descubrirse
la fábula sum eria, acadia, asiría y babilonia, se ha considerado
com o incuestionable el origen m esopotám ico de la fábula griega
(y, sin duda, de la india). Sobre este tem a hemos de hablar más
adelante: verem os que hay, efectivamente, grandes razones para
postular un influjo en G recia de la fábula m esopotám ica. De otra
parte, la m ism a atribución de un origen frigio a Esopo, hace
ver que los griegos atribuían a su fábula un origen oriental; asirio
concretam ente, según Babrio en su segundo prólogo («de los anti­
guos sirios», dice).
Pero hemos de anticipar nuestra opinión de que el problem a
está m al planteado en estos térm inos. El que haya un influjo
oriental im portante en distintos géneros de la L iteratura griega
de los siglos del v ii i al vi, no excluye en absoluto las raíces helénicas.
En lo relativo, concretam ente, a la Teogonia de H esíodo y a la
m ás antigua lírica literaria, es por dem ás evidente que nos hallam os
ante la contam inación de una tradición griega procedente del segun­
do milenio (sea cual sea su origen anterior) por una tradición
202 H istoria de la fabula greco-latina

oriental. H e estudiado esto concretam ente en el caso de la lírica,


con la cual tiene la fábula griega una relación especialm ente estre­
c h a 1. R esulta verosím il que la m onodia oriental de fecha anterior
haya servido com o m odelo en el desarrollo de la m onodia griega;
pero com o m odelo para desarrollar elementos de la lírica popular
griega que, por lo dem ás, presentaban rasgos próxim os a los de
la lírica oriental.
Algo sem ejante sucede, nos parece, con la fábula. U n simple
trasplante de un género ya form ado a un am biente extraño, es
increíble. Véase lo que sucede con la atribución de la fábula (de
parte de la fábula) a Esopo, calificado de esclavo frigio, a p artir
del siglo v a. C. : éste es un estadio posterior al de H esíodo y
A rquíloco, conservado a veces después, en el que se cuenta la
fábula sin atribuirla a Esopo ni a ninguna fuente oriental. O
sea: una tradición griega fue asim ilada, en un m om ento, a una
tradición pretendidam ente oriental. Pues hemos de ver que la figura
de Esopo tiene, en parte, raíces griegas.
C ierto, A rquíloco conoce fuentes orientales de la fábula, concre­
tam ente en el caso de la de «El águila y la zorra», m uy m odificada
por él por lo d e m á s2. Pero un m om ento de reflexión basta para
hacer ver que tam bién dentro de G recia podía encontrar puntos
de partid a la fábula. He aquí algunos de los aspectos que, a
este respecto, hay que destacar: algunos ya tratados, otros a tra ta r
en este mism o capítulo, otros reservados para m ás tarde.
1. La fábula anim alística (y vegetal, dam os siem pre com o im plí­
cito este tipo, en adelante) presenta características com unes con
diversos «segundos térm inos» y, dentro de ellos, con el género
«fábula» en su conjunto, que hemos visto cóm o se ha ido creando
progresivam ente. H ay un proceso de creación o diferenciación,
que sin duda coexiste con el de tom ar en préstam o nuevo m aterial
oriental. H em os visto esto en el cap. I 1 sobre definición de la
fábula y en el II 1 sobre la fábula anim alística.
2. La fábula anim alística y la fábula en general, con sus aspectos
críticos, cóm icos y realistas está estrecham ente enlazada con la
poesía yám bica y la fiesta en que ésta se desarrolla, com o verem os

1 Cf. O rígenes de la lírica griega, M adrid 1975, p. 190 ss. T am bién «L a lírica
arcaica y el O riente», en A ssim ilation e t résistence à la culture gréco-rom aine dans
le m onde ancien, Paris 1976, p. 251 ss.
2 Cf. supra, p. 171.
La fábula anim al y vegetal en su contexto original 203

en el cap. II 3. Son datos rituales, cultuales y literarios que no


pueden disociarse. O tro elem ento más, tam poco disociable, es el
personaje Esopo.
3. H ay en G recia, a p artir de H om ero, una serie de elementos
literarios de tipo anim alístico (símiles, com paraciones, oráculos,
etiologías anim ales, proverbios anim ales, etc.) m uy próxim os a
la fábula y, en ocasiones, m ás antiguos. Ciertos anim ales presentan
la m ism a naturaleza que en la fábula, ciertos agones o situaciones
se repiten, hay elem entos cómicos com parables, etc., etc.
4. En ocasiones existen razones para com parar la fábula con
elem entos del m ito y del rito griegos: hay anim ales de la fábula
asociados a m itos, danzas m im éticas, agones rituales, etc., que
nos recuerdan la fábula. El antiguo carácter sagrado del anim al
y la planta, dotados de fuerzas y poderes propios, se trasluce
en cierto m odo en la fábula.
Estas raíces religiosas de la fábula coinciden a veces con sus
raíces literarias en elem entos anim alísticos que se· reencuentran
en ella. Pero la fábuk. posee elementos propios, se h a desarrollado
com o un género lúdico dentro del yam bo y la com edia, sobre
todo. En cierta m anera podem os seguir o reconstruir la historia
de su creación, que a veces nos hace retroceder al segundo milenio
a. C. y alejarnos de lo propiam ente religioso, en lo que animales
com o el león, la zorra y el m ono tenían escaso o nulo papel.
Sin pretender, pues, ser exhaustivos, vam os a presentar elemen­
tos anim alísticos (y \egetales) de la literatura griega que son ya
semejantes a la fábula, ya diferentes; a estudiar, en estos elementos
y en la fábula, los restos de datos m íticos y cultuales griegos;
y a hacer ver cóm o, a partir de aquí, la fábula adquirió sus
elem entos diferenciales, com o género de «ejemplo» de tipo realista
y «cóm ico», con excepciones. El capítulo sobre la fábula dentro
de la literatura griega arcaica y clásica (II 5) com pletará este pano­
ram a.
Pero antes de entrar decididam ente en m ateria, es conveniente
indicar que G recia no es, al respecto que nos interesa, o tra cosa
que un caso particular dentro de un com plejo de hechos que
tienen una vasta generalidad. El m ito y la fábula anim ales (a
veces im posibles de distinguir entre sí), así com o toda clase de
danzas anim ales, se hallan en todos los rincones de la tierra y
en todos los niveles de antigüedad. D erivan, indudablem ente, de
la consideración de dioses o epifanías de dioses que tienen los
204 H istoria de la fábula greco-latina

anim ales en tantas religiones, sin duda por sus capacidades físicas
superiores con frecuencia a las del hom bre, por su carácter entre
próxim o y rem oto y m isterio so 3. Por o tra parte, la intervención
de anim ales y plantas en los sistem as totém icos de tantos pueblos
tiene un segundo fundam ento, bien captado por L évi-Strauss4 :
el anim al y la planta son la form a en que más directam ente se
capta la discontinuidad últim a de lo real. A parecen con caracteres
fijos que actúan com o m odelos o puntos de partida p ara una
com prensión global del m undo. A hora bien, este papel de elem ento
de naturaleza fija es característico del anim al y la planta en la
fábula griega.

II. T em as lit e r a r i o s a n im a lís tic o s f u e r a d e l a f á b u la

1. Presagios.

A partir de H om ero, en el que la fábula no está todavía presente,


se nos m uestran ciertos anim ales que luego hallarem os en la fábula
con caracteres y, a veces, acciones próxim os o idénticos a los
de ésta. H abitualm ente hay sim bolism o: la visión que presagia
el futuro o el símil o com paración que ilustran el carácter de
un héroe o la conducta hum ana pueden operar así gracias a ese
carácter sim bólico o representativo del anim al.
Los presagios que consisten en una acción anim al derivan,
en definitiva, de la creencia en augurios basados en la aparición
de determ inados anim ales, aves m ás concretam ente, y en las circuns­
tancias de esa aparición. A p artir de ahí se llega a presentar
verdaderos dram as o enfrentam ientos entre anim ales, o vistos o
soñados, a los que se atribuye un valor sim bólico referido al
futuro: un valor de profecía. Los límites con el símil no son,
ciertam ente, claros.
En H om ero, m uy concretam ente, hallam os varias veces acciones
anim ales que son interpretadas com o un presagio. Son siem pre
del tipo correspondiente al halcón y el ruiseñor: el águila o la
serpiente devoran o c a p tu ran a un ave pequeña y ello es sím bolo

3 Cf. algunos datos en N ^jgaard, ob. cit., I, p. 243 ss.; Josifovic, art. cit.,
col. 25 ss.
4 E l pensam iento salvaje, trad, esp., M éxico 1964, p. 60 ss., 198 ss.
La fábula anim al y vegetal en su contexto original 205

de triunfo y d errota, respectivam ente, para las personas o pueblos


que unos y otros anim ales sim bolizan. N os hallam os, pues, ante
«segundos térm inos», igual que en el caso del símil y la fáb u la5.
En II. V III 247 ss. es precisam ente Zeus quien envía el águila:
ésta lleva en sus garras una liebre, que deja caer sobre el altar
en que los aqueos celebran un sacrificio en su honor, significando
así la victoria final del pueblo aqueo. Idéntico es el significado
de II. II 308 ss., en que Zeus envía una serpiente que tievora
a las ocho crías del gorrión y a su m adre: ello significa que
Troya será vencida tras nueve años. La intervención de Zeus en
estos presagios es com parable a la del m odelo acadio, estudiado
más arriba, de la fábula del águila y la zorra. P or otra parte,
aunque no se explicita en este caso la intervención de Zeus, en
II. X II 200 ss. encontram os la lucha del águila y la serpiente,
escena que no term ina com o se esperaría, con la victoria del ave:
la serpiente hiere al águila y ésta ha de dejarla caer, lo que los
troyanos interpretan com o augurio desfavorable para ellos. Se
ve que el esquem a norm al del triunfo del fuerte aparece aquí
m odificado, com o tantas veces en la fábula.
Tam bién en la Odisea encontram os tem as parecidos. Así en
XV 160 ss.: el águila que arrebata un pato es, según Helena,
sím bolo de Odiseo que volverá a casa; y en X IX 536 ss., sueño
de Penélope: el águila que arrebata los patos explica ella misma
que sim boliza a Odiseo m ientras que los patos derrotádos son
los pretendientes6.
En presagios com o éstos hallam os huella clara de los orígenes
religiosos y míticos de ciertas fábulas, cuya estructura y significado
coinciden: se trata de un agón en que el fuerte vence o de uno
en el que el aparentem ente débil se im pone con sus m añas. El
presagio Índica que así va a suceder en la realidad inm ediata;
la fábula, que ésta es una constante que siem pre se cumplirá.
De aquí que la presentación form al de estos presagios sea a
veces prácticam ente indistinguible de la de símiles y fábulas. D onde
m ejor se ve esto es en la visión, en la párodos del Agamenón,
de las dos águilas que devoran la liebre y su interpretación por
el adivino C alcante com o presagio de la victoria griega y de las
5 Sobre estos y otros pasajes en que es central el águila, cf. «E l tema del águila
de la épica acadia a Esquilo», Em erita 32, 1964, pp. 267-282.
6 Cf. m ás presagios en que interviene el águila, anim al d e Zeus, en art. cit.,
p. 272.
206 H istoria de la fábula greco-latina

impiedades de que ésta irá acom pañada; las dos águilas son A gam e­
nón y M enelao y el dram a anim al m ucho m ás com plejo y m atizado
que los de H o m e ro 7.
En este pasaje encontram os, efectivam ente:
104-106: prólogo («Tengo vigor para cantar...»).
109-111: prim er térm ino (expedición contra Troya).
112-121: segundo térm ino (visión de las águilas, con refrán
lírico).
122-139: vuelta al prim er térm ino (interpretación del adivino,
con refrán lírico).
El detalle es m ás com plicado, ciertos elementos están fundidos:
pero el esquem a es idéntico al de la interpretación de la acción
m ediante el m ito, el símil o la fábula en tantos pasajes: en el
comienzo de Trabajos y Días, en símiles hom éricos, en fábulas
como la del pescador y los peces en H eródoto y tantas más.
La diferencia es que el d ram a anim al no se da com o ejemplo
o símil, sino que es presentado com o acaeciendo realm ente.
A hora bien, puesto que el presagio requiere una interpretación,
hay transición con el enigm a: nada extraño, el epim itio de la
fábula es, en el fondo, una interpretación de la relación de la
misma con la realidad.
Así, en el mism o H om ero presagios com o los relatados producen
a veces un estado de perplejidad. En la visión del águila y el
pato en la Odisea, Pisistrato pregunta a M enelao sobre su significa­
do, que sólo H elena sabe descifrar. En la visión de Penélope,
es el águila m ism a la que ha de revelar el significado oculto del
sueño. N aturalm ente, todo esto está en relación con el significado
ambiguo de los oráculos, tem a bien conocido. N o lo es tanto
que algunos oráculos han pasado a convertirse en fábulas. Así
la fábula H. 214 (cf. tam bién Babrio 109) «El que recibió un
depósito y el juram ento» es u n a fabulización de un oráculo en
H eródoto VI 86; y el tem a enigm ático de los sueños falsos y
verdaderos en Eurípides I.T . 1259 ss. se ha convertido en una
fábula en Vita Aesopi G 33.
Pero esto nos saca del dom inio de lo anim alístico. En éste,
volviendo a los enigm as, podem os hacer alusión, entre otros lugares,
al m gón de enigmas» entre el m orcillero y Cleón en los Caballeros

7 Cf. art. cit., p. 270 ss.


La fábula anim al y vegetal en su contexto original 207

de A ristófanes, 996 ss. En él intervienen presagios animalísticos


que parodian los de H om ero y que los contendientes, por supuesto,
interpretan a su gusto.
En fin, resulta clara la existencia de puentes que unen el m undo
de los presagios, y concretam ente el de los anim alísticos, y el de
la fábula. Sabemos las relaciones que tiene «El águila y la zorra»
con los presagios hom éricos referidos y otros más, así com o otras
fábulas en que intervienen el águila y la serpiente. Por ejemplo,
H. 130 «El cuervo y la serpiente» está próxim a a II. X II 200 ss.,
en que intervienen el águila y la serpiente. Pero no se trata tanto
de relaciones directas de descendencia com o de proveniencia de
todos estos géneros de un fondo com ún, con transiciones insensibles.
O tras nos llevan, com o hemos anunciado, al m undo del símil,
el del proverbio anim al, etc.

2. Símiles

M ás arriba hemos presentado una serie de datos que hacen


ver la relación entre símil y fábula en época clásica. U nas veces
encontram os símiles que derivan de antiguas fábulas; otras encon­
tram os símiles independientes, que en ocasiones producen después
fábulas. Lo característico es que la fábula se refiere siempre a
una situación concreta, m ientras que la del símil puede ser concreta
o genérica; y que com porta una explicación o una protrepsis o
exhortación. Pero los anim ales de la fábula (por lim itarnos a las
fábulas anim alísticas) son al propio tiem po sim bólicos de los dife­
rentes tipos hum anos, com o la acción lo es de la acción hum ana:
el cachorro de león en el símil del Agamenón, por ejemplo, es
sím bolo de Helena, com o su com portam iento lo es del com porta­
m iento de Helena.
Así, lo fundam ental para distinguir el símil de la fábula es
una com binación de elementos. El símil, a m ás de com parar, puede
explicar o inducir a la acción: el de los árboles y el torrente
en Sófocles va seguido de una exhortación a C reonte, el del pulpo
en Teognis, de una exhortación a adaptarse a las circunstancias,
el de la nave del Estado en A rq u ílo c o 8, de una exhortación
a G lauco. El símil puede tam bién d a r una explicación: la constancia

8 Fr. 163. Cf. «O rigen del tema de la nave del Estado en un papiro de A rquíloco»,
A egyptus 35, 1955, pp. 206-211.
208 H istoria de la fábula greco-latina

en la naturaleza del león explica la conducta de H elena, cuya


naturaleza es igualm ente constante y feroz. Estos son elem entos
comunes con la fábula. Pero otras veces el símil se lim ita a com pa­
rar. Y con frecuencia se tra ta de una com paración genérica, según
decimos. M ás todavía: lo im portante es que si bien tam bién la
fábula com porta en el fondo una com paración entre conducta
anim al y conducta hum ana, en el símil esta com paración es explícita.
En la fábula esta explicitud falta norm alm ente, pero tam bién se
da: así cuando se introduce un epim itio con ούτως «de este m odo»,
fórm ula que aparece desde la fecha antigua tanto en el. símil com o
en la anécdota y la fábula (cf. cap. II 1, véase tam bién II 5).
Son, pues, géneros de raíz com ún, sólo difícil y secundariam ente
distinguidos: son las semejanzas más que las diferencias las que
aquí nos interesan. Q uerem os hacer ver, aunque sea brevem ente,
algunas de estas coincidencias.
Com enzam os por H om ero, donde, com o se sabe, no existe
la fábula, sin duda prohibida por una ley del género; pero sí
el símil. Sin entrar para nada en el problem a de la relación genética
entre símil y fábula o al revés o en el de su simple paralelism o,
es evidente que los anim ales y situaciones de los símiles hom éricos
son iguales o com parables a los de la fábula; y que los caracteres
«cómicos» que hem os atribuido a la fábula se encuentran igual
y paralelam ente en el símil, aunque con raras excepciones en fecha
posterior a H om ero. Lo cual no obsta para la notable diferencia
que existe entre el símil hom érico y una gran parte del símil
posterior, fundam entalm ente descriptivo, y la fábula. A unque ta m ­
bién en esto ya hem os dicho que hay excepciones.
El símil hom érico, y concretam ente el símil anim alístico, puede
estudiarse desde distintos puntos de vista. M uy notable es, por
ejem plo9, el estudio de R oland H am pe sobre la utilización de
los símiles para describir procesos aním icos, para sustituir sim ple­
mente al relato directo, etc. Pero esto aquí no nos interesa. Tam bién
es im portante el hecho señalado por W. S chadew aldt10 de que
las escenas de los símiles hom éricos reproducen en buena parte
otras del arte creto-m icénico : tienen un carácter tradicional y arcai­
co. Pero tam poco es esto ahora lo esencial para nosotros.

9 D ie Gleichnisse H om ers und die B ildkunst seiner Z eit, Tübingen 1952.


10 «D ie hom erische G leichnissw elt und die K retisch-M ykenische K unst», Von
H omers Welt und W erk, Stuttgart 1951, pp. 130-154.
La fábula anim al y vegetal en su contexto original 209

Lo esencial para nosotros es la relación con la fábula posterior:


sea una relación de dependencia, sea de simple coincidencia. Y
la relación, tam bién, cosa bien lógica, con los presagios. C oncreta­
m ente, el tem a del águila que devora o ataca a anim ales como
la liebre, el cordero, otros pájaros, aparece repetidam ente (cf. II.
X III 822 ss., XVII 673 ss., X X II 306 ss„ Od. X X IV 538 ss., etc.)
com o símil explícito de las acciones guerreras de diversos héroes.
Es el m undo anim al en sus relaciones de fuerza, relaciones
reales y no artificiales com o a veces en la fábula, el que se nos
m uestra. N o hallam os en H om ero, todavía, anim ales tan típicos
de la fábula com o la zorra y el m ono, que son los que más
frecuentem ente aparecen en esas relaciones artificiales de la fábula
a que aludim os; pero sí, a más del águila o el buitre y sus víctimas,
el león (y víctim as suyas como el toro y el ciervo), el asno, la
serpiente, el caballo, el lobo, el jabalí e incluso las moscas. En
ocasiones aparecen aislados, ellos sólo sim bolizan un héroe o una
situación; pero otras veces aparecen en situaciones agonales, dram á­
ticas, com o las que hemos citado y las posteriores de la fábula,
que son frecuentem ente las mismas.
Son situaciones agonales que enfrentan com únm ente a anim al
y anim al. N orm alm ente, al fuerte y el débil, siendo el resultado
predecible: el débil es devorado o capturado o bien huye. El
león despedaza al toro (II. XVI 487 ss.), ataca al rebaño o penetra
en el establo (II. V 554 ss., XI 172, X II 299); el lobo persigue
y alcanza al cervato que trata de esconderse (II. X X II 189 ss.),
cae sobre el rebaño (II. XVI 352 ss.); el delfín devora a los peces
(II. X X I 22 ss.); ya hemos hablado del águila, y la serpiente.
Son situaciones, ya lo hemos dicho, del tipo de «El halcón y
el ruiseñor» ; en cierto m odo se repiten cuando un hom bre arrebata
los polluelos de las aves (Od. XVI 216 ss.) o los cachorros del
león (II. X V III 318 ss.).
Pero no siem pre es así. Ya hemos visto que en una ocasión
el águila puede con la serpiente; podem os decir que en otra la
palom a escapa del halcón (II. X X II 139 ss.) A unque, ciertam ente,
no tenem os todavía el tem a del anim al astuto e inteligente que
com pensa con esta cualidad su inferioridad física. N i deja de apare­
cer la lucha de dos anim ales de la m ism a especie: así la de los
dos buitres en II. XVI 428 ss.
Lo im portante es que la naturaleza de los anim ales es constante:
el león y el águila son fuertes y generosos, sím bolo de los grandes
210 H istoria de la fábula greco-latina

héroes; el perro, feroz y carnicero; la serpiente, traidora. Y así


los demás. Son rasgos que se m antienen, inalterados, en la fábula,
con pocas excepciones. A veces un rasgo que parece nuevo, es
en realidad un derivado: la insensatez del asno está, sin duda,
presagiada por el símil de Ayax retrocediendo lentam ente bajo
el ataque aqueo com o un asno bajo una lluvia de palos (II.
XI 588 ss.).
Este símil y algunos ya aludidos nos hacen ver que ju n to a
los símiles anim alísticos puros en H om ero los hay m ixtos, en
que intervienen el anim al y el hom bre; com o los hay puram ente
hum anos. Tam bién en esta triple posibilidad hay coincidencia con
la fábula.
Los símiles m ixtos reproducen situaciones que, com o las de
los anim alísticos, se reencuentran en la fábula. H allam os al león
que, cuando está ham briento, no du d a en enfrentarse a los hom bres
y los perros (II. X II 299, cf. tam bién XV 586 ss.); igual hacen
la pantera (II. X X I 573 ss.) y el jabalí (II. XI 414 ss., X II 146 ss.)
Los hom bres, a su vez, capturan al toro con cuerdas (II. X III 570),
pero huyen de la serpiente (II. III 33, X X II 93 ss.), reciben el
ataque de las avispas cuando van a por miel (II. X II 167 ss.),
etcétera.
Son siem pre situaciones dinám icas, de enfrentam iento, situacio­
nes típicas en que león, serpiente, toro, asno, jabalí, perro, lobo, et­
cétera, y tam bién el hom bre (pastor, cazador, etc.) hacen su papel,
reaccionan en form a fija conform e a su propia naturaleza. F altan
todavía, insistimos, las situaciones artificiales —el león tratan d o
de engañar a la zorra o ésta engañando al ciervo— y las de
tipo cóm ico; pero los tipos fijos de los anim ales y las situaciones
agonales se continúan luego en la fábula. Y están, com o queda
indicado, en el arte creto-m icénico y en el arcaico: baste con pensar
en los toros capturados con redes de los vasos de Vafio, las escenas
de caza de espadas y frescos de edad micénica, el león cayendo
sobre la cerviz del toro en tantas obras del arte arcaico. Esto
p o r ap u n tar a unos pocos datos de los reunidos po r H am pe y
Schadewaldt. Es que estas escenas de la vida de todos los días
en las edades m icénica y posterior habían pasado ya a ser literatura
y arte: a sum inistrar m odelos p ara interpretar el dom inio entero
de la realidad.
Igual que símiles posteriores ya m encionados se reencuentran
en fábulas seguram ente derivadas de ellos, com o hemos dicho,
La fábula anim al y vegetal en su con texto original 211

tam bién los símiles hom éricos son el fondo de fábulas de época
clásica y de las colecciones. Sin entrar en una enum eración exhausti­
va, pues tam poco ha sido exhaustiva nuestra enum eración de sími­
les, citem os algunas fábulas. Lo m ás característico es que el tema
fundam ental se m antiene, aunque a veces se cam bien los anim ales;
pero que las historias se varían de m aneras m últiples, con frecuencia
con elem entos «cómicos». Esto parece indicar que aunque los pun­
tos de partid a son hom éricos y anteriores, el desarrollo de la
fábula com o género especializado es posterior. C onclusión que
coincide con la obtenida cuando hicimos ver que la diferenciación
de fábula y m ito se realiza en form a progresiva a p artir de Hesíodo.
R esulta fácil hacerse una idea de las alteraciones que han sufrido
tem as com o el del león y el to ro o el león (o el lobo) y las
ovejas y pastores o el águila y su presa o el h om bre y la serpiente,
entre otros varios.
En H. 148 el león tra ta de m atar al toro con engaños y fracasa
(en cam bio tiene éxito en Babrio 44). El tem a del león que captura
al ciervo que tra ta b a de ocultarse ha d ado, de un lado, H. 79,
donde el león deja paso a los cazadores, de otro, variantes diversas
en H. 78 y H. 77. En cuanto al tem a del león y las ovejas, perros
o pastores, se reencuentra en fábulas com o H. 149 «El león y
el labrador» (encerrado en el establo, el león devora al ganado),
Ad. 35 «El león y el pastor»; en vez de las ovejas pueden entrar
las liebres (fábula de Antístenes ya citada) o el cervato (Babrio
90). O tras derivaciones m ás son los tem as del reino del león y
la societas leonina y tem as cómicos en que intervienen la zorra
y el m ono.
Es el lobo, por lo dem ás ya presente en H om ero, quien ha
heredado buena parte de los antiguos tem as del león; ya lo vimos
a propósito del símil del león en el Agamenón (cf. II 1, p. 156).
Aquí las variantes son m uchas: intervienen ya las ovejas, ya el
cordero o cabrito, ya los pastores, ya los perros. Sucede bien
que el lobo im pone su fuerza, com o en la fábula clásica de «El
lobo y el cordero» (H. 160), bien que lo hace con engaños (por
ejem plo, haciendo que le entreguen los perros, H. 158), bien que
es burlado (p o r ejemplo, convirtiéndose en flautista a petición
del cabrito en H. 99). U na vez m ás, la introducción de temas
cóm icos y del triunfo del débil astuto es posterior a H om ero,
pero opera sobre la m ism a base.
Podríam os hablar igual de variantes del tem a de la serpiente:
212 H istoria de la fábula greco-latina

en H. 51 se habla de su enem istad irreconciliable con el hom bre


a cuyo hijo m ató, en H. 62, conocida ya por nosotros, de su
ingratitud para el que la devolvió a la vida. Cf. tam bién «L a
golondrina y la serpiente», H. 255.
T am bién hay variantes en el tem a del águila. El del águila
y la serpiente está prácticam ente m antenido en H. 130 «El cuervo
y la serpiente». Pero en H. 2 «El águila, el grajo y el pastor»
el tem a del águila que arrebata un cordero es utilizado para hacer
burla del grajo, que fracasa en esta m ism a em presa; en H. 1 ya
sabem os que la serpiente es sustituida po r la zorra y el total
cam bia de significado; en H. 3 la alteración cóm ica llega al hecho
de que el rival del águila es ahora el escarabajo.
Son, pues, profundas las m odificaciones que a veces experim en­
tan los tem as; pero tam bién pueden perm anecer prácticam ente
estables, así el del apicultor en H. 74 (aunque son las propias
abejas las que le pican). En H. 266 el tem a de las dos aves que
luchan ha pasado del águila a los dos gallos, el vencedor de
los cuales es arrebatado precisam ente por el águila.
En sum a: las situaciones de base y los caracteres de los anim ales,
tal com o aparecen en los símiles de H om ero, están evidentem ente
em parentados con la fábula. Pero no es m enos cierto que ésta,
a partir de aquí, ha desarrollado en cierto m om ento caracteres
nuevos. La com paración con los presagios y (hem os de verlo)
con los proverbios anim ales, lleva a la m ism a conclusión. Y lleva
a ella otro hecho todavía: los símiles anim alísticos post-hom éricos
presentan ya rasgos «cómicos» no presentes en H om ero. En reali­
dad, ya desde el propio H esíodo y luego en A rquíloco, Sem ónides,
A ristófanes, etc. U na cierta diferenciación genérica que se producía
gradualm ente tenía lugar tam bién aquí.
O quizá pueda, tam bién, pensarse que esta evolución es más
bien el reflejo de la llegada a la literatura de géneros alejados
de la idealización de la epopeya donde el símil, com o todo, estaba
al servicio fundam entalm ente del elogio del héroe y, todo lo más,
del sentim iento trágico de la d errota y de la m uerte. A partir
de H esíodo aparece, com o sabem os, la fábula, que es fundam ental­
m ente crítica y «cóm ica», aunque a veces m antenga elem entos
trágicos. Pues bien, tam bién el símil presenta ahora elem entos
«cómicos» y críticos. A veces incide en la caricatura y el chiste.
E sta ya ocurre en H esíodo, que tantos elem entos de tipo «lírico»,
incluida la fábula, contiene, en el símil de las m ujeres com paradas
La fábula anim al y vegetal en su contexto original 213

con los zánganos de la colm ena, que aparece en Teogonia 595 ss.
y se repite en Trabajos y Días 304 ss. referido a los holgazanes
en general. No hay en H om ero un símil com parable, destinado
a hacer una crítica: el de Ayax retrocediendo lentam ente como
el asno ante los palos es, por el contrario, elogioso, aunque en
fecha posterior se haya desarrollado el tem a crítico de la ’ά νοια
o insensatez del asno.
A p artir de H esíodo, en la lírica y el teatro aparecen una
y o tra vez símiles de tipo crítico y «cómico» en general. Hay
que dividirlos en dos grupos: los de tipo agonal y similares y
los de tipo eteológico. C orresponden, naturalm ente, a los dos tipos
de fábulas a que hemos hecho referencia: no nos interesa en este
m om ento si los símiles derivan de fábulas o la situación es la
inversa. El caso es que unos y otros existen. Com enzam os por
los símiles etiológicos, m enos num erosos.

a) Símiles etiológicos
La indicación de que una persona procede de tal anim al es
una form a de expresar que tiene igual naturaleza: en su origen
está, pues, un símil. N o se tra ta solo de anim ales, pues ya H om ero
habla del que no ha nacido «ni de la encina ni de la piedra»
( Od. X IX 163) y luego se habla del m ar y de la tierra. Pero
fundam entalm ente, en un pasaje de Sem ónides bien conocido (el 8)
y en otro de Focílides (el 2), se tra ta de anim ales. Y haciendo
otra excepción, la de la m ujer nacida de la abeja, el nacim iento
de los distintos tipos de mujeres de la puerca, la zorra, la perra,
el asno, el m ono y el jabalí responde a circunstancias de carácter
de estas m ujeres que son juzgadas desfavorablem ente. F undam ental­
m ente, los pasajes que com entam os son sátiras contra las m ujeres;
y tanto ellos en conjunto com o este m otivo del símil m ujer-anim al
que deriva en una consideración etiológica, proceden en última
instancia de festivales en que hom bres y m ujeres se enfrentaban
satirizándose recíprocam ente11. Su carácter popular y «cómico»
es, pues, evidente.
En estos poemas encontram os los anim ales com o prototipos
11 Cf. Orígenes de ta L írica grieg a , M adrid, 1975, p. 215, así com o la bibliografía
allí citada: M ercedes V ílchez, «Sobre el enfrentam iento hom bre /m ujer de los rituales
a la literatura», E m erita 42, 1974, p, 375 ss, y M anuel R abanal, «El ‘Y am b o’ de
las m ujeres, de Sem ónides de A m orgos», Durius 1, 1975, pp. 9-12.
214 H istoria de la fábula greco-latina

de «naturalezas» hum anas, fem eninas m ás exactam ente, que se


satirizan y critican. La cerda es sím bolo de la suciedad; la zorra,
de la m aldad; la perra, de la ira; el asno, de la resignación,
la voracidad y la lujuria; la com adreja, tam bién de la lujuria;
la yegua, de la coquetería; el m ono, de la fealdad y las argucias;
del jabalí se nos dice que no es ni bueno ni m alo.
V arias cosas son notables en esta enum eración. La prim era,
que intervienen ya (com o antes en las fábulas de A rquíloco) los
anim ales típicos de la fábula, la zorra y el m ono, los cuales com por­
tan ciertos caracteres que se hicieron fijos en los m ism os, pero
aún no com pletam ente perfilados. L a segunda, que en líneas genera­
les la caracterización de los anim ales es la m ism a de la fábula,
aunque a veces vacila, así en el caso del asno; pero en la fábula
se observa u n a vacilación sem ejante. P ara no hablar de la zorra
y el m ono, conocem os fábulas diversas en que los anim ales descu­
bren los m ism os rasgos que presentan en Semónides. El perro
voraz, violento y m ordedor aparece en H. 64, H. 41, H. 136, H. 265,
eétera; la lujuria de la com adreja está en H. 50; la presunción
de la yegua, está en la base de H. 238, 272, 286 (y m ás clara en
símiles de que luego hablarem os); el tem a del sufrim iento del
asno y de su insensatez está en m uchas fábulas, falta el de su
lujuria que hallarem os en un símil de A rquíloco.
N o hay coincidencia exacta, pues, con la fábula, que evidente­
m ente es un género paralelo m ás que derivado. Pero el am biente
de crítica y sátira, de «naturaleza» fija, es el mismo.

b) Símiles agonales y varios


Del conjunto de los símiles, a veces neutrales, se derivan los
de tipos agonal o cóm ico: aquellos que im plican una acción que
com porta sátira o crítica y aquellos que, sin co m p o rtar acción,
están al servicio de estas m ism as intenciones. Luego, po r una
derivación, surgen etiologías com o las m encionadas; com o surgen
. la sátira y el chiste. Pero en el fondo de todo está la com paración.
Insistim os en que ésta puede ser neutral, po r ejem plo, en frases con
δ ίκ η ν « a la m anera del» halcón, el lobo, el perro o del viejo, etc.;
pero que luego se h a usado bien con efectos encom iásticos o trági­
cos (en H om ero), bien con efectos agonales y cómicos, a m ás de sus
derivados.
Volvemos a tom ar, pues, el tem a que hem os aban d o n ad o en
La fábula anim al y vegetal en su contexto original 215

H esíodo y pasam os a A rquíloco. «H as agarrado del ala a una


cigarra» dice éste a Licambes (24) es decir, a un hom bre como
yo, de por sí violento y desgarrado, le has ofendido, con lo cual
mis acusaciones serán doblem ente virulentas: hay una pequeña
fábula en germen. E n otro pasaje, el m iem bro del flautista afem ina­
do «se desbordaba com o el de un garañón de Priene, devorador
de las cosechas» (39): es el tem a del asno voraz y lúbrico. Y
la isla de Tasos, cubierta en sus m ontes de espeso bosque, es
«com o el espinazo de un asno». Los símiles son expresivos, realistas,
contienen a veces sátira y ultraje. Piénsese tam bién en las «cornejas»
o am antes de la hetera Pasífila, la «am iga de todos» (17): «una
higuera salvaje que da de com er a m uchas cornejas, Pasífila, buena
m ujer que hace los honores a sus huéspedes».
En Sem ónides, donde hallam os todavía viejos símiles hom éricos
com o el de la generación de los hom bres, sem ejante a la de las
hojas (1), hallam os fábulas a las que ya hemos hecho alusión,
así com o símiles de tipo cómico. Sin d u d a a él pertenecen 30
«com o una anguila en el fango» y 29 «com o un huevo de una
oca del M eandro». Y tam bién dos pasajes con contenido erótico:
6 «corre a su lado, com o un potro que no h a m am ado ju nto
a la yegua» y 17 «y cam inando con m ovim ientos garbosos, como
una yegua briosa».
Sería fácil espigar más m aterial de este tipo en diversos líricos.
Recordem os, por ejem plo, el viejo caballo, lleno de m iedo cuando
va a entrar de nuevo en la carrera, al que Ibico se com para
a sí m ism o (6) ; el tem a del caballo viejo se reencuentra en las
fábulas, cf. A ftonio 13. En A nacreonte, en cam bio, hallam os la
com paración erótica de la m ujer joven con la yegua, cf. 15, 72,
tam bién presente en A lem án 1, 45 ss.
En autores posteriores el símil se refiere a una conducta que,
explícita o im plícitam ente, se desaprueba. Y a nos hemos referido
a símiles com o el del cachorro de león, com parado a Helena,
en el Agamenón de Esquilo; el de la z o rra con el rabo cortado
de Tim ocreonte; el de los árboles y el torrente (seguido explícita­
m ente de una advertencia a C reonte) en la Antigona de Sófocles;
el de la fría y pérfida serpiente, en Teognis; y otros más. Incluso
cuando el símil se em plea para d a r un consejo positivo, com o
en el caso del tem a del pulpo en Teognis, es una conducta torcida
la que con él se recom ienda. Véanse m ás ejem plos arriba, p. 154 ss.
En realidad, el tem a del uso en la literatura posthom érica
216 H istoria de la fábula greco-latina

de símiles relacionados con tem as de fábula o con los rasgos


de carácter que la fábula atribuye a los anim ales, requeriría un
estudio de por sí. E ntre estos símiles los hay que repiten los
temas hom éricos o los am plían, hay otros de tipo «cómico» o
de ataque. U n terreno de búsqueda especialm ente fértil es Esquilo,
para el cual nos bastará con referirnos al libro de J. D u m o rtie r12
y, dentro de él, a símiles com o el de la «leona de dos pies que
se acuesta con el lobo por ausencia del noble león» (A gam . 1258 ss. :
el león y el lobo son A gam enón y Egisto, respectivam ente) o
el de la serpiente traicionera, referido ya a Orestes (Coéforos 929)
ya a Clitem estra (ibíd. 246 ss., 994; etc.).
Pero no es sólo Esquilo, claro está. Sin entrar en la abundante
bibliografía sobre el símil, incluyendo el símil anim al, en los distin­
tos autores de la literatura griega, refirám onos más concretam ente
a los datos que sobre los símiles relativos a la zorra y el m ono
recoge C. G arcía G ual en sus dos artículos «El prestigio del zorro»,
Emerita 38, 1970, pp. 417-431 y «Sobre π ιθ η κ ίζ ω : hacer el m ono»,
Emerita 40, 1972, pp. 453-60. C laro que en estos artículos se habla
no sólo de símiles, sino tam bién de fábulas, proverbios y toda
clase de.caracterizaciones de estos anim ales. A ún así se pueden
espigar en estos artículos símiles diversos, pero, sobre todo, los
dos animales quedan colocados sobre el fondo de unas ideas y
com portam ientos m uy alejados de las idealizaciones épicas. N os
serán especialm ente útiles, pues, cuando estudiem os la situación
de la fábula dentro de los géneros «yámbicos».
Por lo demás — y con esto acabam os nuestro breve repaso
de los símiles anim alísticos— hay que hacer constar que, al m enos
los de tipo «cómico», han llegado a la literatura, igual que la
fábula, a partir de géneros populares preliterarios, enraizados en
los usos de la fiesta y el banquete. En nuestro próxim o capítulo
sobre «Fábula y géneros yámbicos», hemos de volver sobre el
tema.

3. El enigma

También el enigm a está unido a la fiesta y al banquete, pero


también él ha dado origen a géneros literarios y presenta relaciones

12 Les images dans la p oésie d'E schyle, Paris 1935.


La tabula anim al y vegetal en su con texto original 217

estrechas con la fábula. De estos géneros y estas relaciones hem os


de decir aquí alguna cosa, m ientras que los orígenes los dejarem os
para el próxim o capítulo.
El enigm a está próxim o al oráculo y al presagio y por eso
Esopo, en su Vida, aparece tanto com o solucionador de presagios
com o de toda clase de enigmas y problem as que le proponen
los amigos de su am o y otras personas; y, al tiem po, com o p ro p o ­
nente de símiles, proverbios y fábulas. Son géneros estrecham ente
unidos, com o vamos viendo. Por o tra parte, la Vida de Homero
atribuida a H eródoto nos presenta al poeta, igualm ente, com o
un solucionador de enigm as: H om ero habría m uerto, incluso, de
despecho al no poder resolver el enigm a que le presentaron unos
niños y que decía «cuantos cogim os, dejam os; y cuantos no cogim os
los llevamos» (referido a los piojos, enigm a anim al, pues).
El enigm a llegó, pues, a la literatura. Por ejemplo, el poem a
épico la M elampodia contenía el agón de enigmas entre los adivinos
C alcante y M o p s o 13, al que hay que co m p arar al Certamen de
H om ero y Hesíodo. H ay que añadir agones de oráculos com o
el ya aludido de Los caballeros y obras com o las Quaestiones
convivales de P lutarco: la presentación de «problem as» y la «solu­
ción» de los mism os es frecuente tem a en las filosofías de edad
helenística y rom ana. Pero en época clásica poetas conocidos com o
C leobulo, C leobulina y Teognis escribieron ya enigmas destinados
al banquete. En la Anthologie! Lyrica de Diehl, I, p. 129 ss. encontra­
mos los enigmas de Cleobulo y Cleobulina, m ientras que en Teognis
hay igualm ente' diversos enigm as: véanse vv. 257 ss., 261 ss.,
1229 ss., enigmas no siem pre fáciles de interpretar, véanse los ensa­
yos de C a rriè re 14. Lim itém onos al últim o, que es un enigm a anim al:
el «cadáver m arino» que ha llam ado al autor, «un m uerto que
habla con una boca viva» es, indudablem ente, una concha m arina.
Pues bien, querríam os decir alguna cosa sobre los «puentes»
que unen la fábula y el enigma. E stán en las fábulas etiológicas
que dan la solución de un enigm a: por ejemplo, la fábula de
«L a golondrina y los pájaros» (H. 39) responde a la pregunta de
po r qué la golondrina construye su nido bajo los tejados; otras
fábulas etiológicas explican por qué las abejas m ueren cuando
pierden el aguijón (H. 172), por qué es lúbrica la com adreja (H. 50)

13 Cf.. K inkel, Fr. Ep. Gr. 177.


14 T héognis, P oèm es élégiaques, nueva ed., Paris 1975, pp. 152 ss., 195 ss.
218 H istoria de la fábula greco-latina

o avarienta la horm iga (H. 175), por qué algunos hom bres son
hom osexuales (Fedro IV 16), etc., etc.
A hora bien, hem os visto que estos tem as son antiguos: A ristófa­
nes explica por una fábula de este tipo la prom inencia en la
cabeza de la alondra, por ejemplo. Y fábulas inventadas por P latón
siguen el esquem a: la que explica por qué el placer y el dolor
van siempre unidos (Fedón 60 b) o el por qué de las características
de Eros en los varios m itos del Banquete (sobre todo el de A ristófa­
nes y el de Sócrates).
La conciencia de la relación de fábula y enigm a no se perdió
nunca. Está bien clara en la presentación de Esopo, en la Vida,
com o gran resolvedor de enigm as. Y en el térm ino λ ό σ ις «solución»
que m anuscritos medievales aplican a los epim itios de las fábulas.

4. Proverbio

Las relaciones de la fábula con el proverbio anim al son un


tem a discutido desde antiguo, pues hay quien ha pensado que
la fábula deriva precisam ente del proverbio. E sta es ya la teoría
de Am m onio, p. 8 Valck., que decía que la fábula es un proverbio
am pliado, m ientras que Q uintiliano dice que el proverbio es com o
una fábula ab rev iad a15. El problem a se ha replanteado a propósito
de los proverbios anim ales sum erios y orientales en general, por
ejemplo, los del libro de A h ik a r.16.
En realidad, fábula y proverbio están desde siem pre íntim am ente
unidos. Así, en la Vida de Esopo ya son fábulas, ya proverbios
lo que a Esopo se atribuye; y nuestros m anuscritos medievales
no solo contienen colecciones de fábula esópicas, sino tam bién
de proverbios esópicos17. C uando los cínicos pusieron de m oda
la fábula e influyeron grandem ente en ella, la utilizaron al lado
de toda clase de proverbios, m áxim as y χρ εία ι.
Por supuesto, puede darse que proverbios que conocem os por
estar citados en diversos autores desde fecha antigua o aparecer
en las colecciones de los parem iógrafos, procedan de fábulas: sean

15 Inst. Or. V 11, 20. M ás datos en Josifovié, art. cit., col. 351.
16 V éa se N^jgaard, ob. cit., I, p. 435 ss., quien niega que la fábula griega
pueda venir del proverbio, al m en os de proverbios griegos, que suelen tener carácter
diferente.
17 Editados por Perry, Aesopica, pp. 241 ss., 265 ss.
La fábula anim al y vegetal en su contexto original 219

un resum en de las mismas o recojan la respuesta final del anim al


(tipo «están verdes», procedente de H. 15) u otro m om ento cualquie­
ra («no vayas a encontrarte con una de cola negra», de A rquíloco 35,
correspondiente a «El águila y el escarabajo»). Puede darse tam bién
lo contrario, a saber, que de un proverbio se haya desarrollado
en fecha posterior una fábula: así del «al tiem po que invocas
a A tenea, m ueve tu m ano» (σύν Ά 9 η ν α καί χ είρ α κ ίνει) ha
salido H. 30. O puede suceder que no sepam os cuál es la relación
o que, dentro de la tradición griega, no haya proverbio y fábula
que se correspondan.
D os ejemplos nos bastarán para com prender esto. El proverbio
«M uchas cosas sabe la zorra, pero el erizo una sola decisiva»
está en el M argites pseudo-hom érico y es usado por A rquíloco
com o com ienzo de su Epodo II, el del flautista. Pues bien, si bien
tenem os una serie de historias antiguas relativas al enfrentam iento
de la zorra y el erizo, que es una de sus presas favoritas (cf.
Eliano, N .A . VI 24, cf. 64), no hay fábula alguna sobre el enfrenta­
m iento de la zorra y el erizo. O tro ejem plo: el proverbio «El
elefante no se cuida del ratón» (έλέφας μϋν ούκ ά λ εγίζει, Apost.
VII 8), tiene sin d u d a un significado idéntico al de fábulas como
«el to ro y el m osquito» (H. 140) y la fábula babilonia «El elefante
y el m osquito» 18 y al de otras com o «El león y el ratón» (H. 155),
«El león y el m osquito» (H. 267) que introducen secundariam ente
otros tem as; pero el tem a exacto del elefante y el ratón no se
encuentra en la fábula griega.
O sea: unos determ inados tem as se han conform ado ya en
form a de fábula ya de proverbio, ya de am bas cosas a la vez,
ya ha habido intercam bios. Pero no es forzoso que haya habido
siem pre a la vez fábula y proverbio. Al contrario, es inverosímil.
La fábula exige siem pre confrontación y situación dram ática, salvo
en el caso de las etiológicas; el proverbio no siem pre, ni mucho
menos. El proverbio de la zorra y el erizo, por ejem plo, puede
interpretarse sobre la base de una confrontación, pero ello no
es necesario. O tras m áxim as anim alísticas (igual que m uchos sími­
les) se refieren, sim plem ente, al com portam iento característico de
un anim al, en térm inos generales ; a veces, com parado al com porta­
m iento de otro. H ay un rasgo com ún con la fábula, pues, pero
sólo uno (el tem a de la φ ύσ ις). Así en el caso de proverbios tan

18 E. E beling, D ie Babylonische Fabel, L eipzig 1927, p. 50.


220 H istoria de la fábula greco-latina

conocidos com o «En casa leones, en la batalla zorras» (A ristófanes,


Paz, 1189), «intentar c o rtar la m elena al león» (Platón, Resp.
341 C), «ponerse la piel de león» (Platón, Crat. 411 a), «conocer
al león por la uña» (Alceo 438 L. P.), etc.
Algunos de estos proverbios pueden, ciertam ente, recordarnos
una fábula: la del asno vestido de piel de león (156 H .), por
ejemplo. Pero puede tratarse de una fábula derivada o puede referir­
se el proverbio a esta y otras m ás o, en último térm ino, ser
independiente. Es, con todo, im portante hacer n otar que los prover­
bios anim ales, igual que los símiles, conform an unos rasgos típicos
de los distintos anim ales que son en lo esencial coincidentes, aunque
sin duda hubo un proceso que hizo pasar a la zorra de m alvada
a astuta, al asno de sufrido a necio, etc., com o hemos apuntado.
En los dos artículos de G arcía G ual sobre la zorra y el m ono,
antes citados, se ve m uy bien el uso proverbial de am bos anim ales,
que lleva a la creación de los dos verbos άλωπεκί'ζειν y π ιθ η κ ίζ ε ιν
en el sentido de «hacer la zorra», «hacer el m ono», con los rasgos
que han quedado com o fijos de estos animales. Basta citar prover­
bios com o «no hay que hacerse el zorro y hacerse am igo de los
dos» (912 PM G ) o «herm oso es el m ono para los niños, siem pre
herm oso» (P indaro, P. II 72) y aludir a m uchos pasados a los
parem iógrafos. Por o tra parte, ciertos adjetivos unidos sistem ática­
m ente a los anim ales, ciertos nom bres ya fijos de estos com o
κερδώ «la gananciosa» (la zorra) coinciden con la caracterización
usual de los mism os proverbios, símiles y fábulas.
Todo esto nos hace ver que la tradición literaria anim alística
es más am plia que la fábula y es en térm inos generales unitaria
por lo que respecta a la caracterización de los anim ales y al
carácter «cómico» de la m ism a a partir de un cierto m om ento.
Lo cual no es obstáculo, por supuesto, para que haya influjos
secundarios dentro de ella. C on todo, se tra ta siem pre de elem en­
tos literarios dentro de piezas más am plias: sólo en fecha helenística
se crearon, a partir de aquí, colecciones de fábulas, símiles, prover­
bios, enigmas. A h o ra bien, hay un precedente antiguo de estas
colecciones : el uso en el banquete de todos estos elem entos literarios
aisladam ente, y con ellos de otros com o la anécdota. Los participan­
tes en la fiesta y el banquete los im provisaban o recordaban lanzán­
doselos unos a otros: de esto hablarem os en el próxim o capítulo.
Y, tam bién, de su incorporación a Vidas com o la de Esopo
y a las com posiciones am plias a que acabam os de aludir. Queda,
La fábula anim al y vegetal en su con texto original 221

pues, pendiente este tem a: cóm o y a partir de dónde los elementos


literarios anim alísticos adquirieron este carácter. P or ah o ra nos
contentam os con hacer ver que existen y que son más amplios
que la fábula.
El proverbio, concretam ente, aunque de origen independiente
respecto a la fábula y no coincidiendo sistem áticam ente con ella,
puede form ar parte de la fábula. O bien de una composición
lírica. Y ello de varias m aneras.
Sobre todo, com o com ienzo o final: es frecuente que una com po­
sición lírica com ience o se cierre con una m áxim a, incluso con
una m áxim a más antigua que ella, tradicional. Pues bien, igual
que A rquíloco com ienza su «Elegía a Pericles» con el fr. 3 «La
F o rtu n a y el D estino dan al hom bre todas las cosas, oh Pericles»
o que Safo empieza su fr. 16 con aquello de «unos dicen que
el ejército de los jinetes...», A rquíloco, com o ya hem os indicado,
tom a el proverbio de la zorra y el erizo, procedente del M argites,
para com enzar su Epodo II. Significa, puesto aquí, que Arquíloco
se distingue po r su virulencia, com o el erizo por pinchar: el epodo
es un b ru tal ataque contra un flautista afem inado.
Tam bién hay m áxim as finales: así la de que «Zeus es entre
los dioses el más verídico adivino, y de él m ism o depende el
cum plim iento» (fin del Epodo V de A rquíloco, fr. 66). En las fábu­
las, tan to en las antiguas com o en las de colecciones, es frecuentísi­
m o un final que es una m áxim a enunciada por el anim al triúnfador:
tipo «están verdes», «baila en el invierno», «qué herm osa cabeza
pero no tiene seso», «m ientras oras a A tenea mueve la m ano», etc.
N ad a extraño que estos finales sean a veces proverbios anim ales:
así en A rquíloco 76 «teniendo, oh m ono, un trasero com o ese»
o en H. 126 («El cuervo y la zorra»): «lo tienes todo, cuervo,
pero te falta seso». En realidad; aquí lo que tenem os son respuestas
dentro de la fábula que se han convertido en proverbiales : pero
no está excluido lo contrario, en otras ocasiones. Y tam bién en
el centro de una com posición lírica hay con frecuencia símiles
y proverbios anim ales, hemos aludido a algunos.
Así, la relación entre la fábula (que a su vez es sólo una
parte, la central, de los poemas de época clásica) y el proverbio
anim al, es m últiple y variable. La prim era incluye al segundo
o bien son elem entos paralelos y derivables o no el uno del otro.
En todo caso, tienen rasgos com unes entre sí y con el resto de
la literatura anim alística. De aquí que hayam os de atribuirles raíces
222 H istoria de la fábula greco-latina

com unes, com o hem os ap u n tad o ; y que, de o tra parte, la com unidad
se extienda a la totalidad de la literatura fabulística, no sólo a
la de tipo anim alístico.

5. Lírica y comedia

La literatura anim alística de edad clásica no consiste solam ente


en «segundos términos» com o los que hemos enum erado, ni en
el uso independizado de éstos en el diálogo de la fiesta y el banquete;
incluye tam bién la intervención m im ética, dram ática, de los anim a­
les en ciertas fiestas y ello tan to en una fase preliteraria com o
en la literaria. De esta últim a nos ocupam os aquí, pero deriva
claram ente de la prim era, de que hablam os en el apartado siguiente
y que, a su vez, pertenece a un contexto m ás am plio, atendido
en el capítulo próxim o.
N o se trata, pues, de la presencia de fábulas, símiles, proverbios,
etcétera, de tipo anim alístico en la lírica y la com edia, tem a del que
hemos venido ocupándonos. A unque la frecuencia de estos tem as
en la lírica y la com edia sea m ayor, en nada difieren esencialm ente
a este respecto de la tragedia y de diversos géneros prosaicos.
Se tra ta de que, en ocasiones, la lírica era cantada po r coros
que m im aban animales (y aun plantas) y que en ocasiones alcanza­
ron nivel literario; y la com edia, en ocasiones, presentaba coros
y aun personajes animales. H ay que añadir los sátiros de los
coros del dram a satírico. En todos estos casos hay al tiem po
mimesis y acción, igual que en la fábula y, en ocasiones, en los
otros géneros animalísticos de que hemos hablado. Y de que esta
acción tiene, en ocasiones, estrecho parentesco con la de la fábula.
Todo esto viene en definitiva de que en ciertas fiestas se contaban
fábulas, proverbios, etc., anim alísticos, m ientras que otras veces
se m im aba la danza y acción de diversos anim ales; y hay todavía
otro caso diferente, aquel en que alguien m im aba a un personaje,
tal Esopo, que relataba fábulas, proverbios, enigmas anim ales:
véase sobre esto el capítulo próxim o. A h o ra bien, es en los escasos
ejemplos llegados a nosotros de coros anim ales (líricos o cómicos)
que intervenían en una acción y tom aron carácter literario, donde
m ejor s e conserva el enlace de una form a literaria anim alística
con los antiguos orígenes rituales y religiosos de todos estos géneros.
M e refiero, con esto, al carácter divino, de divinidades p rim o r­
La fábula anim al y vegetal en su contexto original 223

diales aún no antropom órficas o solo parcialm ente antropom órfi-


cas, que tienen los anim ales de los coros prim itivos, incluso los
de estos que ahora nos ocupan, que adquirieron carácter literario.
Es especialm ente claro el caso de los sátiros del dram a satírico
(tam bién presentes, a veces, en la com edia), pero no lo es menos
el de las golondrinas, cornejas y delfines de la lírica, de que vamos
a ocuparnos. En sus Aves, A ristófanes insiste hasta la saciedad
en el poder antiguo, propio de dioses, de los personajes de su
coro. Y hay otros datos más. Pero, sobre todo: hemos de ver
que los coros anim alísticos a que nos referim os se insertan en
los mism os tipos de celebraciones que otras veces se dedican a
dioses que llegan, traen la abundancia, intervienen en agones. En
el him no de las m ujeres eleas, por ejem plo, se pide la llegada
de D ioniso en form a de toro, tem a por lo dem ás frecuentísim o
(P M G 871). Son paralelos, igualm ente, him nos «vegetales», por
ejem plo, el de la eiresione, el ram o de olivo adornado de bandas
de lana y frutos que es recibido com o un dios.
D ejando este tem a para m ás adelante, es claro que los elementos
anim alísticos m im éticos no carecen de relación con la fábula. En
ellos dom ina el elem ento agonal, la búsqueda del poder, en ocasio­
nes unida al erotism o. P or o tra parte, en la fábula hallam os con
m ucha frecuencia el tem a del reino sobre los anim ales, unas veces
adquirido por la fuerza (caso del león), otras con ayuda de la
danza (caso del m ono) o del concurso de belleza (por ej., en
H. 103 «El grajo y las aves»). T odo esto nos recuerda que los
agones festivos, anim alísticos o no, se desarrollaban por medio
de la danza. Recordem os los de los bucoliastas de Siracusa (con
cuernos de ciervo) o los estafilodrom os de E sparta (con cuernos
de carnero) o el agón a que se refieren los partenios de Alem án
y tantos otros m ás. El prem io al m ejor danzarín o el premio
de belleza a las mujeres en ciertas fiestas, com o las Hereas de
Argos, son bien conocidos y presentan un paralelo notable.
D e otro lado: la fábula se refiere al m undo prim itivo, la edad
de C rono o de oro en que los anim ales hablaban, com o dice
Jenofonte, M em . II 7. 13 y recuerdan, entre otros, Babrio en su
prim er prólogo. Pues bien, precisam ente a ese m undo prim itivo
se refiere una y o tra vez la com edia. Un título com o «Lo edad
de Oro de Eúpolis es significativo; pero otras com edias como
los Quirones de C ratino, Los animales de C rates, etc., nos llevan
a ese m ism o m undo. Al poderío de los pájaros en ese m undo
224 H istoria de la fábula greco-latina

alude una y o tra vez A ristófanes en sus Aves. En realidad, todo


el utopism o de la com edia tiende, igual que to d a la fiesta prim itiva
de que nace, a reconstruir ese m undo original, caótico y feliz,
en que las viejas distinciones entre el hom bre, el anim al y el
dios no existían to d a v ía 19. El m ito de A ristófanes en el Banquete
platónico es especialm ente significativo: propone, en definitiva,
la reconstrucción por m edio del am or de la antigua unidad y
felicidad prim itivas, lo que es, en definitiva, un tem a esencialm ente
cóm ico20.
Pero si el m ito de A ristófanes en el Banquete es, podríam os
decir, un m ito etiológico — las desgracias del hom bre provienen
de que Zeus p artió en dos a los antiguos hom bres «dobles», se
curarán cuando el am or los una— la m ayoría de los m itos cómicos
son, com o hem os dicho, agonales: el tem a es el de la salvación,
el de la d errota del m al, que traen com o consecuencia la vuelta
de la felicidad perdida. Y esto tanto cuando el tem a es anim alístico
como cuando no. Estos agones se daban tam bién en danzas anim ales
com o las aludidas de Siracusa y Esparta. Sin em bargo, existían
tam bién celebraciones m im éticas no agonales, igual, por supuesto,
que en el caso de las no m im éticas. Vamos a com enzar por ellas.
Vamos a lim itarnos a señalar unas pocas de carácter literario:
luego pondrem os paralelos no literarios, por más que los límites
no sean nada claros.
La canción rodia de la g o lo n d rin a 21 nos ofrece un ejemplo
privilegiado de una celebración popular convertida en literaria.
El texto conservado contiene una intervención del coro y o tra
del exarconte o corego: según nuestra interpretación, de las golon­
drinas y la golondrina jefe, respectivam ente. Es un texto ya literario,
quizá del siglo vi ó v a. C., que sucede a una fase anterior en
que el coro de golondrinas se lim itaba a moverse, a piar com o
tales (χελ ιδ ο ν ΐζειν ). Este coro — com o otros tantos coros parale­
los— realiza una cuestación: se dirige a la m ujer de la casa ante la
que se detiene y lé pide una serie de alim entos, lanzándole fingidas
amenazas eróticas para el caso de negativa.
Es una versión ya lúdica del culto de la golondrina, testim oniado

19 Cf. Fiesta, com edia y trqgedia cit., pp. 94 ss., 371 ss.
20 Cf. «E l.B an quete platónico y la teoría del teatro», E m erita 37, 1969, p. 1 ss.
21 Cf. Orígenes de la L írica griega cit., p. 78 s.; «La canción rodia de la
golondrina y la cerám ica de Tera», E m erita 42, 1974, pp. 47-68.
La fábula anim al y vegetal en su contexto original 225

para la Tera del siglo xvi a. C .; sobre la fiesta de la golondrina


en época clásica tenem os testim onios num erosos, para los que
rem itim os a nuestro artículo arriba citado. La golondrina es el
dios que llega trayendo la prim avera y la abundancia y que, en
fecha prim itiva, entraba en relación am orosa (en un hierós gamos,
sin duda) con una m ujer del país. Evidentem ente, la acción np
es agonal: las golondrinas piden, las mujeres les dan alimentos.
Pero subyace la idea de un posible enfrentam iento, seguido de
victoria de la golondrina y coronación erótica de la m ism a: como
en el caso de tantos dioses que llegan, por ejem plo, el D ioniso que
en A tenas, en las Leneas, llegaba y se unía a la m ujer del arconte
rey; en el de Pistetero en las Aves y en tantos otros más.
Este tem a de la canción de la golondrina se repite en la canción
de la corneja, del poeta helenístico Fénix de Colofón, que hace
literario el ritual paralelo de la c o rn e ja 22; es el mismo de la
canción de la eiresione, con tem a «vegetal»23. Profanizado, es
el origen del género llam ado paraclausíthyron, en que un enam orado
canta ante la puerta cerrada de la am ada. El tem a del anim al
enam orado de un hom bre o una m ujer se reencuentra en la fábula,
cf. H. 145 «El león y el labrador», H. 50 «L a com adreja y Afrodita».
N o eran las golondrinas y cornejas los únicos anim ales o dioses-
anim ales que intervenían en celebraciones rituales. Sólo que ni
los ciervos de Siracusa ni los carneros de E sparta ni los toros
de diversas celebraciones dionisiacas24 pasaron a la lírica literaria;
com o tam poco pasaron la eiresione y otros ram os vegetales presen­
tes en varias celebraciones ni las danzas de las flores, que quedaron
al nivel popular: aunque aquí la mimesis se lim itaba a la recogida
de flo re s25. Pero sí tenemos, en cam bio, un pasaje lírico falsam ente
atribuido a A rión y posiblem ente del siglo iv, en el cual un solista,
A rión, canta un him no a Posidón aludiendo al coro de delfines
que le rodea y contando el m ito de su salvación por los mismos.
A rión rodeado por los delfines es com o A polo rodeado por las
M usas, A rtem is por las ninfas, etc., en tantas celebraciones; como
el héroe rodeado por su coro en el teatro. D anzas de delfines
las conocem os desde fecha antigua. U n ψ υκ τή ρ o vaso para refres-

22 Cf. O rígenes, pp. 72 y 153.


23 Cf. Orígenes, p. 71.
24 Cf. Orígenes, p. 76 s.
25 Cf. Orígenes, p. 100.
226 H istoria de la fabula greco-latina

car el vino del ceram ista Oltos, testim onia que ya en esta fecha
estos coros cantaban: contiene el com ienzo de un verso anapéstico,
έπί δελφ ίνος «sobre un delfín». En este caso, com o en otros,
los delfines iban cabalgados po r hom bres, y el carácter sagrado,
divino, del anim al, es tan seguro por m últiples datos com o en
el caso de la golondrina. Pero aquí se trata de pura hím nica,
la distancia respecto a la literatura anim alística es m ayor.
Esta distancia se acorta, en cam bio, cuando pasam os a los
coros de sátiros en sus derivaciones literarias del dram a satírico
y la com edia, que son esencialm ente agonales com o sus precedentes
en las danzas de sátiros conocidas sobre todo por la cerámica.
En ellas los sátiros ya se enfrentan a las ninfas, ya intervienen
en acciones agonales entre divinidades: véase el apartado siguiente.
El hecho es que de estas danzas de sátiros nace el dram a
satírico, en que el coro de sátiros interviene en una acción que
se desarrolla entre héroes, dioses y personajes míticos diversos
del pasado. En com edias com o Los sátiros de Frínico (y otras
de igual título) y el Dionisalejcindro de C ratino, sucedía lo mismo.
N osotros pensam os que la afirm ación de la Suda, en el art.
«Arión» de que este poeta fue quien prim ero, en el siglo vil
a. C., «introdujo sátiros que hablaban en verso», debe referirse
al origen del dram a satírico a partir de las viejas danzas de sátiros
con contenido m ítico, no a la creación de una supuesta pre-tragedia
con coro de sátiros según la teoría de W ilam ow itz26. Por supuesto,
los sátiros aparecen en la cerám ica en cerem onias no agonales :
cavando para que salga fuera de la tierra una diosa o acom pañan­
do la llegada del falo, por ejem plo27. Pero es su intervención en
danzas agonales, por ejemplo, la que les enfrenta a las ninfas
o la que les hace cap tu rar a Hefesto y llevarlo borracho al Olim ­
p o 28, lo que justifica el desarrollo de un género literario com o
el dram a satírico (y la com edia de sátiros).
N uestro conocim iento del dram a satírico es escaso, pero aun
así resulta típico un esquem a de acción en que el coro de sátiros
ayuda al héroe a la liberación de un personaje perseguido o a
su propia liberación; ayuda, por otra parte, propia de estos seres
jactanciosos y cobardes, que huyen al prim er peligro y luego se

26 Cf. Fiesta, p. 32; Orígenes, p. 98.


27 Cf. Fiesta, p. 437 ss.
28 En el anforisco de A tenas, cf. Fiesta, p. 439.
La fábula anim al y vegetal en su contexto original 227

atribuyen todos los m éritos. Es, de todas form as, el tem a de la


liberación el esencial; tem a unido a otro erótico, a veces, a cargo
del héroe de la pieza, si bien las apetencias eróticas de los sátiros
se ponen claram ente de relieve. En sum a, aquí y en ciertas comedias
de sátiros, la m ejor conocida el Dioniscilejandro de C ratino, un
tem a heroico tradicional recibe una versión «cómica», cuando el
tem a no es inventado de arriba a abajo. Los sátiros no son el
protagonista, esta es la diferencia respecto a la fábula, pero tienen
un papel, y un papel cómico, al lado del héroe.
Vamos a poner unos pocos ejemplos de dram as satíricos y
luego harem os ver que el tem a de la salvación, más falsa que
verdadera, a cargo de un anim al como la zorra es propio de
la fábula.
Por supuesto, nuestro conocim iento del dram a satírico es lim ita­
do, pero aún así está presente siem pre la naturaleza de los sátiros,
desvergonzados, jactanciosos, cobardes y, sin em bargo, sim páticos
y dotados de buena voluntad. Los tem as en que intervienen se
refieren con frecuencia, com o decimos, a la salvación o liberación
de otros personajes: de D ánae y Perseo, cuya arca ayudan a sacar
a tierra en unión de los pescadores en los Dictiulcos de E squilo29;
de Odiseo y los suyos; cuando ayudan al prim ero a cegar al
Cíclope en la obra de Eurípides de este nom bre; de la doncella
sacrificada anualm ente al héroe de Tem esa, a cuya d errota y fuga
por Polites ayudaron según la Circe de E sq u ilo 30. A yudan igual­
m ente los sátiros a A polo a recuperar sus vacas, que Hermes
había escondido (Rastreadores de Sófocles). En los Peregrinos del
Istmo, de Esquilo, se trata de su propia salvación: los sátiros,
esclavos de D ioniso, escapan de la tiranía de éste y se presentan,
dispuestos a participar, en los juegos del Istm o, para reconciliarse
luego con el dios. El tem a es, pues, aproxim adam ente constante
en los dram as satíricos que m ejor podem os conocer a través de
los fragm entos. Y este era tem a de otros varios dram as satíricos31.
Com o decíam os, los sátiros se m uestran alegres y jactanciosos,
retroceden ante el m enor peligro y luego, en ocasiones, disputan
al héroe salvador el am or de la heroína: así claram ente en los

29 Cf. «I cori dei “D ictyulci” e della "Pace” e i loro precedenti rituali», Dioniso
45, 1971, pp. 289-301.
30 Cf. «L a C irce de E sq uilo», Em erita 33, 1965, pp. 229-242.
31 Cf. Fiesta, p. 93.
228 H istoria de la fábula greco-latina

Dictiulcos, m ientras que en otro dram a satírico de Esquilo, Am im o-


na, el dios Posidón h a de salvar a esta ninfa del asedio am oroso
de un sátiro. Los sátiros, más que o tra cosa, hacen sem blante
de salvadores, de héroes, de participantes en los juegos... y aspiran
a los beneficios. Y otras veces ayudan con su ingenio a su propia
salvación.
Recordem os aquí, a este propósito, que el tema de los sátiros
tirando de la red para salvar a D anae, lo com parábam os en un
trabajo, ya c ita d o 32 con el del" coro de burritos tirando de una
cuerda en un fresco de M icenas; si es que, com o decíam os en
dicho lugar, no participan en la traída de un dios (com o ocurre
en el caso paralelo del coro de la Paz de Aristófanes) o en un
agón con otro coro.
El tem a cóm ico de la salvación ha sido desarrollado por la
fábula con rasgos, evidentem ente, propios. El prototipo del anim al
que se salva a sí mism o con astucia está en el tem a de la zorra
que no entra en la caverna del león porque ve huellas de anim ales
que eptran, pero no de anim ales que salen; y aparece fuera de
aquí en tantas fábulas en que el protagonista se salva con su
astucia : el toro huye al ver los preparativos del león para sacrificarlo
(H. 148), el cabrito se escapa m ientras hace tocar la flauta al
lobo (H. 99), el asno da a éste una coz m ientras tra ta de sacar
de su pata una supuesta espina (H. 198), otros anim ales se libran
haciendo prom esas que luego no cum plen (H. 137, etc.).
O tras veces el anim al de la fábula procura la salvación de
otro. En ocasiones lo cóm ico está en que es un salvador increíble,
el ratón que salva al león, por ejemplo (H. 155). Pero tam bién
puede tratarse de un salvador interesado: así la zorra que lleva
animales a la cueva del león enfermo y logra que éste devore
al ciervo, pero se queda con el corazón (en la fábula del Epodo III
de A rquíloco, luego en Babrio 95, Lucilio 980 ss., Aviano 30). O tro
tipo más radical es el del falso salvador, m uy repetido y cuyos
prototipos pueden estar en fábulas con H. 7 «El gato y las aves»
o H. 9 «La zorra y el m acho cabrío»: esquem a este últim o más
com plicado: la zorra, caída en el pozo, se salva con ayuda del
m acho cabrío y luego deja a éste abandonado en el fondo.
Con esto pasam os á la com edia. En ella el tem a de la salvación
es igualm ente im portante y la actuación del héroe cóm ico y del

32 «I cori dei D ictyu lci...», p. 293.


La fábula anim al y vegetal en su con texto original 229

coro presenta aspectos no disímiles de los ofrecidos por los sátiros


y los anim ales de la fábula: aspectos «cómicos» sobre los que
volveremos en el próxim o capítulo.
La com edia presenta, habitualm ente, el tem a de la liberación,
unido a un agón contra el representante de las fuerzas maléficas:
A tenas es salvada de la guerra en obras com o Acam ienses, La
Paz y Lisístrata; de los políticos, los tribunales y los impuestos
en los Caballeros, las Avispas, las Aves; de los m alos filósofos
y poetas en las Nubes, las Tesmoforias, las Ranas; de la pobreza
y las injusticias económ icas en las Asambleístas y Pluto. En estas
obras y otras de los dem ás cómicos se escenifica la salvación
de los males del presente y la vuelta a los viejos y antiguos tiempos
en que se unían la justicia, la abundancia, la alegría, el sex o 33.
Pero esta liberación o salvación pasa, com o hem os dicho, por
un agón en que actores y coros presentan rasgos «cóm icos»; hay
que saber que el coro puede, en ocasiones, estar en principio
enfrente del héroe y de la idea de salvación, pero que en estos
casos acaba por ser persuadido y por ponerse a su lado: en todo
caso, sus rasgos son siempre los mismos. A unque en las últim as
piezas de A ristófanes su papel es m ucho m ás m arginal y borroso.
D ado que los coros de la com edia son a veces, com o hemos
dicho, anim alísticos, nos encontram os una vez más con el hecho
de que la literatura anim alística se inserta en un contexto más
am plio. A bsolutam ente igual que la fábula, cuyo parentesco con
la com edia queda puesto de relieve no ya por las citas de fábulas
en la com edia, sino porque una com edia com o la Paz está construida
toda ella sobre el esquem a de una fábula, la del águila y el escaraba­
jo. M ás todavía: la actuación de los anim ales en la com edia es
próxim a a la que tienen en la fábula.
M ientras que en el dram a satírico el coro aparece com o clara­
m ente distinto respecto a los actores, en la com edia ello no es
así. Si elim inam os las Ranas, obra tardía con un coro m uy poco
inserto en la acción, y com edias de varios autores (com o Las
Cabras de Eúpolis, Las Cigüeñas de A ristófanes, etc.), cuyo argu­
m ento no podem os reconstruir, nos quedam os con que en las
dos com edias anim alísticas que m ejor conocem os, las Avispas y
las Aves, se dan los siguientes rasgos:
En ellas hay un coro de anim ales que lucha al lado de un

33 Para esta visión de la C om edia véase Fiesta, p. 93 ss.


230 H isto ia de la fabula greco-latina

personaje hum ano de rasgos anim alísticos, a u iq u e sea figuradam en­


te: Filocleón es una especie de avispa por sa virulencia, Pistetero
logra incluso que le salgan alas, com o al coro de aves, com iendo
una raicilla. Tenem os pues, a un personaje anim al y su coro de
anim ales, com o en casos anteriorm ente reseñados; y este total
se enfrenta a un personaje diferente: a Bdelicleón en el caso de
las Avispas, a los dioses en el de las Aves. Esta es la obra más
tradicional, pues la otra, en que Filocleón y el coro «se convierten»,
presenta un disfraz anim alístico dem asiado transparente y pone
en prim er térm ino el enfrentam iento, tam biéa tradicional, de jóve­
nes y viejos.
En las Aves, a través de to d a la obra, está presente el tem a
del antiguo carácter divino de las aves, que por ello se enfrentan
a los dioses y se revelan com o m ás fuertes que ellos. Al final
tiene lugar la boda del Ave-Pistetero con Realeza: boda que recuer­
da esquem as rituales ya aludidos, entre otros el de la golondrina,
a la que precisam ente se hace alusión.
Es decir: ciertas com edias presentaban un esquem a agonal con
triunfo o d errota de un determ inado anim al. Iba unido a una
n arrativa con episodios varios com o los de la fábula: ya las tretas
de Filocleón para escaparse, ya la construcción de la ciudad de
las aves y la expulsión de los im postores. Al final llega la liberación
o la conquista del poder y, finalm ente, un ritual erótico (tam bién
presente en Avispas).
N aturalm ente, teatro y fábula son géneros diferentes, por más
que com porten ya la elim inación de tem as anim alísticos no agonales
(con excepción de los etiológicos), temas presentes en lírica, prover­
bios, etc. Pero aun siendo diferentes es claro que proceden de
un fondo com ún, siendo variantes ya narrativas, ya m im éticas
de una intervención en la fiesta de los antiguos anim ales con
rasgos que destacan su poder y sus diversas naturalezas. Siempre
dom inando las ideas del triunfo y la derrota, de la salvación y
del sexo. En definitiva se tra ta, com o veremos, de derivaciones
de antiguos m otivos unidos a dioses con frecuencia aún no a n tro p o ­
m orfos, incluso parcial o totalm ente animales. La fábula, más
evolucionada, presenta m enos huellas de este estadio prim itivo.
Pero en ella no es raro el juego sim ultáneo de anim ales, hom bres
y dioses, com o en los rituales y el teatro ; ni el leve disfraz que
deja ver, debajo del anim al, un tipo determ inado de naturaleza
hum ana.
La fabula anim al y vegetal en su contexto original 231

III. O r íg e n e s de los tem a s a n im a l ís t ic o s en la f ie s t a , el r it o


Y EL M ITO

1. Generalidades

Los dioses orientales teriom órficos, un A nubis egipcio con cabeza


de perro, por ejemplo, chocaban y aun escandalizaban a los griegos.
Los dioses griegos eran, por definición, dioses antropom orfos, de
figura hum ana; eran, adem ás, individuales, tenían su nom bre pro­
pio, sus m itos y genealogía propios. Y su calidad de dioses llevaba
unidos, desde H om ero, los rasgos de la felicidad y la inm ortalidad.
Todos estos rasgos separaban abruptam ente a los dioses de los
héroes y los hom bres, de los anim ales y las plantas. Son la verdadera
aportación griega al progreso religioso.
Y sin em bargo el rito, el m ito y las creencias griegas están
llenas de excepciones a estas reglas. H ay huellas de dioses teriom or-
fos y de seres teriom orfos de rasgos divinos o heroicos: dioses-río
con cabeza de toro com o A queloo, héroes-serpiente com o Cécrope,
seres semidivinos, sem ihum anos con rasgos anim alescos com o son
los centauros o los sátiros. O tras veces los dioses tienen epifanías
en form a de anim ales y hay tam bién anim ales sagrados, estrecha­
m ente asociados a dioses, com o hay plantas sagradas. C on frecuen­
cia, los rasgos animalescos se dan en divinidades colectivas como
las m encionadas, asociadas a los orígenes del m undo o a cultos
rem otos. Y sucede que con frecuencia los m itos de ciertos héroes
(y de los dioses: Perséfona, D ioniso y Heracles, del Zeus cretense
tam bién) presentan historias que com portan los tem as del nacim ien­
to y de la m uerte, m itos de triunfo y d errota susceptibles de
ser m im ados en representaciones dram áticas.
Salvo algunas excepciones, son sobre todo las divinidades colec­
tivas, presentadas a veces com o com pañeras de los grandes dioses
A rtem is, A polo, Zeus, etc., las que m ás rasgos teriom órficos presen­
tan y m ás susceptibles son de ser m im adas en danzas. Aunque,
ciertam ente, a veces anim ales y plantas son asociados a las grandes
divinidades com o epifanías de las m ism as (el toro, el m acho cabrío,
etcétera, de D ioniso, por ejemplo), o asociados de otro m odo a las
m ism as (la yedra, la vid, etc., se asocian a D ioniso) o com pañeros
de las mismas (recuérdase a A frodita y su carro tirado por gorrio­
nes, por ejemplo).
232 H istoria de la fábula greco-latina

O sea: pese a los rasgos propios de la religión griega, en


sus aspectos olím picos, todavía resulta que el m ito, el culto y
las creencias religiosas griegas nos presentan una y o tra vez al
anim al y a la planta com o encarnaciones de fuerzas superiores,
con rasgos divinos o semidivinos. Bien son objeto de relatos, bien
son encarnados en las danzas de la fiesta. De aquí pasan, claro
está, al m ito, la fábula, el teatro en sus form as literarias.
Esta, base cultual y religiosa de la fábula y las dem ás form as
literarias anim alísticas va a ocuparnos aquí: en realidad, vamos
a sistem atizar y am pliar cosas ya anticipadas. H ay que decir, con
todo, que no existe una relación directa de descendencia, una
relación autom ática. De un lado, el anim al aparece al lado de
form as no anim alescas de la divinidad, en mitos y ritos de significa­
do paralelo: hay, luego, procesos de clasificación y especialización,
que en parte hemos anticipado. De otro, antes de llegarse a la
literatura hay una fase interm edia que llam aríam os lúdica, en la
cual los temas anim alísticos no han perdido aún el ligamen religioso,
pero han evolucionado librem ente en el sentido de lo cómico y
de la pura diversión.
Así; si la fábula y demás géneros anim alísticos (o parcialm ente
animalísticos) contienen huella, ya bastante lejana, de esos orígenes
religiosos, no es m enos cierto que la presentan evolucionada y
adicionada con otros elem entos: la zorra y el m ono, por ejemplo,
nunca fueron objeto de culto en Grecia, que sepam os. T odavía:
en esa germ inación y florecim iento de géneros nuevos, ya literarios,
tuvieron parte hechos generales que afectan a toda la cultura griega,
influjos orientales que fueron oportunam ente recibidos y asim ilados.
Veremos en este apartado los elementos anim alísticos de base
en la religión griega, para pasar a hablar, a continuación, de
sus conform aciones lúdicas, previas a las literarias. De estas ya
hemos hablado previam ente, pero hemos de insistir más aún en
el próxim o capítulo sobre cóm o se llevó a cabo su conform ación.

. 2. Huellas del carácter divino del animal


en la religión griega

Prescindiendo de la danza, de que nos ocuparem os después,


digamos algunas cosas, 'a m anera de orientación, sobre los elementos
anim alísticos y vegetales que se han m antenido en la religión griega.
La fábula anim al y vegetal en su contexto original 233

Solo una orientación, pues se trata de un tem a am plísim o, que


ha dado lugar a una vasta bibliografía34.
Intentam os de esta m anera salvar el bache que existe entre
afirm aciones generales sobre el original carácter divino de los ani­
males y plantas de la fá b u la 35 y la realidad de la fábula griega
misma. Pues en G recia de ese carácter divino del anim al hay
solo rastros.
Q uerríam os presentar, a m anera de ejem plo, algunas de las
principales huellas de la inserción de anim ales y plantas en el
m undo de lo divino. H abitualm ente, un mismo anim al (o planta)
se reencuentra en diversos apartados de los que vam os a enunciar.
Si falta en alguno, es por causa, sin duda, de lo incom pleto de
nuestra docum entación. N uestra enum eración va a seguir, pues,
las diversas form as en que se trasluce el antiguo carácter divino
o sagrado del anim al o la planta; luego, en el ap artad o 2, insistimos
sobre las danzas anim ales y vegetales y los m itos anim ales y vegeta­
les. Y en el 3 hacem os una relación de los principales animales
y plantas de la fábula que pertenecen a este dom inio. D e esta
m anera verem os los principales puntos de partida de la fábula
dentro del m undo de lo religioso; pues es claro que, com o anticipa­
mos, la fábula continúa conform ándose dentro del m undo de lo
lúdico, añadiéndose luego influjos de la vida corriente (observación
de la vida anim al, por ejemplo, com o se ve en el símil y el proverbio)
y, en definitiva, una larga evolución que lleva al final a lo literario.
Señalaríam os, sin ser exhaustivos, los siguientes puntos de inser­
ción del m undo anim al y vegetal en el dom inio de lo religioso:
1. Teriom orfism o expresado en imágenes, en danzas miméticas,
en epítetos cultuales. Ya hemos dicho que es raro el teriom orfism o
de los grandes dioses griegos: quedan huellas, tan solo, en cultos
de zonas arcaizantes como A rcadia, donde en Figalia se veneraba
a D em eter con cabeza de yegua, o en epítetos cultuales como
Posidón 'ίπ π ιο ς o Atenea γλαυκώ πις. Pero son num erosas las

34 Sobre los anim ales, véase Keller, A n tike Tierwelt, así co m o los artículos
respectivos en R E ; sobre las plantas J. Murr, D ie Pflanzenwelt in der Griech. M yth olo­
gie, G roningen 1969; I. Chirassi, Elem enti di culture precereali nei m iti e riti greci,
R om a 1968.
D e la relación de algunos anim ales de la fábula griega y algunos temas fabulísticos
relacionados con ellos con ritos y m itos se ocupa, en térm inos generales sobre
to d o , M ariarosaria Pugliarello, L e origini della fa vo listica classica, Brescia 1973.
35 C f., por ejem plo, Josifovié, art. cit., col. 25 s.
234 H istoria de la fábula greco-latina

danzas m im éticas con disfraz anim al o im itación del anim al en


todo caso: hemos hablado de la golondrina, la corneja, los ciervos
de Siracusa, los carneros de E sparta, los asnos de M icenas, los
delfines, y el tem a ha de ocuparnos más detenidam ente. C on danza
o sin danza, se describen y representan com o teriom órficas divinida­
des com o sátiros y silenos, así com o los Panes, centauros y demás.
H ay luego el teriom orfism o parcial de los dioses-río con cabeza
de toro, los héroes-serpiente com o C écrope y personajes del tipo
de las sirenas, harpías o esfinges. El teriom orfism o puede ser
total en casos com o Pitón, Erictonio y los héroes-lobo com o Lico
en A tenas y el héroe de Tem esa del que hem os hablado a propósito
de la Circe de Esquilo. O tras veces el antiguo teriom orfism o se
nota en que el anim al sigue siendo com pañero del dios (la palom a
y el gorrión de A frodita, la lechuza de A tenea, la serpiente de
Asclepio, etc.).
2. Epifanías y m etam orfosis. El dios puede aparecerse en form a
de pájaro o serpiente o de otros anim ales: norm alm ente, de aquel
o aquellos que están íntim am ente relacionados con él. Así, las
mujeres eleas, piden a D ioniso que se les aparezca com o un toro
(871 PM G ) y este tem a de la aparición de D ioniso-toro se reencuen­
tra en las Bacantes de Eurípides, 1017, m ientras que en los Edonos
de Esquilo, fr. 71 M ., en la fiesta dionisiaca unos m im os m ugen
com o toros en la oscuridad: es la presencia del dios. N aturalm ente,
todo esto tiene que ver con el sacrificio del toro de D ioniso en
las G randes D ionisias y en otras fiestas: el toro encarna al dios,
com o igualm ente el ternero con coturnos que se le sacrifica en
Ténedos y el m acho cabrío que se le ofrenda en las fiestas de
Ic a ria 36.
N aturalm ente, tienen igual significado epifanías que diríam os
no religiosas, com o cuando ciertos dioses tom an, en H om ero,
form a de p á ja ro s 37 para aparecerse a sus protegidos o alejarse
del cam po de batalla. Pero son especialm ente conocidas las m eta­
m orfosis de determ inadas divinidades con finalidades am orosas:
Zeus se aparece com o toro, com o cisne, etc. Esta capacidad no
es exclusiva de él, Posidón, po r ejemplo, se une a D em eter en
form a de caballo. Y tam poco acaban las m etam orfosis en el dom inio
de lo erótico. R ecordem os el tesoro de ellas recogido por Ovidio

36 Cf. Fiesta, p. 386. M ás sobre el toro, a veces en el origen Zeus, en p. 408.


37 Cf. //. VII 59, A tenea y A p o lo co m o buitres.
La fábula animal y vegetal en su contexto original 235

en sus Metamorphoses. E ntre ellas destacan m etam orfosis vegetales


com o las de Jacinto, M irto, N arciso, Atis (en violeta), de héroes
de origen vegetal.
H ab ría que llam ar la atención, en este contexto, sobre el hecho
de que en las fábulas etiológicas aparecen una serie de m etam orfosis
de este género: la horm iga era en el principio, según H. 175,
un hom bre al que Zeus condenó por avaricia y hay otros casos
m ás; el tem a es antiguo, está ya en P latón a propósito de la
cigarra.
3. Anim ales y plantas sagrados. En ocasiones el dios no es di­
rectam ente teriom órfico, pero lo es su cortejo: las palom as o gorrio­
nes de A frodita o las osas y demás anim ales que rodean a Artemis,
la «señora de los anim ales», por ejemplo. Ello se refleja repetida­
m ente en el arte y la literatura, com o es bien sabido; pero también-
en celebraciones rituales, com o la de las «osas» que danzaban
en B raurón en honor de A rtem is38. Los cortejos son testim onio
indirecto del antiguo carácter teriom órfico de estas diosas, como
los son diversos m itcs (por ejemplo, el de la transform ación de
Calistó, ninfa com pañera de A rtem is, en osa). E n definitiva, el
pro totipo es el caso <;n que el dios y su cortejo tienen la misma
forrrfa anim al: por ejemplo, el de C arno y los «carneros» de su
cortejo en las Carnea'; de E s p a rta 39.
A hora bien, otras veces no se tra ta de cortejo, sino simplemente
de anim al com pañero del dios: el águila ju n to a Zeus, la lechuza
ju n to a A tenea, la serpiente ju n to a Asclepio, etc. El caso del
águila ju n to a Zeus es el más claro y term inante, de él hemos
dicho ya algunas cosas, entre otras que se tra ta de una herencia
oriental. El águila está unida a m itos que la enlazan a Zeus,
com o el de G anim edes; a presagios enviados por Zeus; es represen­
tad a sobre su cetro; Zeus tom a su form a en aventuras am orosas
(en las de Ganim edes, Egina, Asteria). Com o ave de Zeus, el águila
se convirtió en sím bolo real.
Un poco más y tenem os la simple protección divina de animales
y plantas: la de los anim ales salvajes por A rtem is, la de la viña
por D ioniso, el trigo por D em eter, etc. Las diversas plantas y
anim ales están bajo la protección de diversos dioses. Están próximos
a su naturaleza: D em eter y su hija Perséfona son en cierto m odo

3S Sobre A rtem is y el oso , cf. M . S. Ruipérez en Em erita 15, 1947, p. 6 ss.


39 Esta era, sin duda, la forma original, cf. Fiesta, p. 406.
236 H istoria de la fábula greco-latina

la espiga y el grano de trigo, ya hemos dicho que la relación


de ciertos héroes y heroínas con ciertas plantas procede de su
origen en el culto de éstas. En ocasiones, claro está, ha habido
redistribuciones y arreglos secundarios, com o la sustitución de
Artemis por Dioniso en ciertos dom inios.
Otro punto im portante, coincidente con frecuencia m áxim a con
los anteriores, consiste en que ciertos anim ales se sacrifican precisa­
m ente a determ inados dioses, con los que tienen una relación
íntim a; en la m edida en que esto puede juzgarse, en algunos casos
al menos eran una encarnación de los mismos. Y a hemos hablado
del toro sacrificado a D ioniso y Zeus, del m acho cabrío sacrificado
a Dioniso igualmente. H ay otros casos m ás que podrían presentarse.
A Hécate, por ejemplo, se le sacrificaban perros, que acom pañaban
igualmente el desfile de su cortejo.
En otras ocasiones, los anim ales sagrados intervenían en deter­
minados rituales: po r ejem plo, en el de la captura del toro con
redes y cuerdas40, representada ya en los vasos de Yafio, o en
el de las riñas de gallos, representadas en las ánforas panatenaicas.
En las fábulas quedan huellas de esta relación de algunos anim a­
les con ciertos dioses. El águila de «El águila y el escarabajo»
se refugia en el seno de Zeus, m ientras que en «El águila y la
zorra» se ha desdibujado la relación del anim al y el dios, presente
en el modelo acadio. Los tem as de «L a lechuza y los pájaros»
(la lechuza como ave sabia) y «La golondrina y los pájaros» (la
golondrina se refugia en las casas), respectivam ente en el P. Rylands
y en H. 39, se refieren a tem as tradicionales de estas aves sagradas,
la prim era en conexión con A tenea. A la llegada de la golondrina
se refiere H. 179, y las riñas de gallos encuentran un eco en H. 266.
Otras fábulas recogen m otivos derivados de los rituales, así las
que narran agones entre anim ales y plantas. Sobre esto volveremos.
4. Animales y plantas en presagios, sueños, m edicina. Ya hemos
hablado de los presagios, a propósito de H om ero sobre todo.
H ay que añadir que este tem a es bastante frecuente en la fábula:
así en H. 127, 277. T am bién lo es el del sacrificio en general
y el de los oráculos, aunque casi siem pre (pero no siempre, cf.
H. 129) con referencia a protagonistas hum anos.
Tiene relación con todo esto la aparición de algunos anim ales
en los sueños: cf. por ej., A rtem idoro II 20 sobre el águila. Tenían,

40 Cf. datos en Fiesta, p. 408 ss.


La fábula anim al y vegetal en su contexto original 237

tam bién, fuerza profiláctica: si se enterraba el ala derecha de un


águila en un sem brado o un viñedo, lo protegía del granizo, una
im agen de águila hecha de esm eralda alejaba la lan g o sta41. El
uso en m edicina, po r ejemplo, de diversas partes de la serpiente42,
tiene igualm ente un origen m ágico-religioso.

3. El animal en el culto, el rito y el mito:


mimesis y narración

Los tem as de este epígrafe han sido ya aludidos de una m anera


u o tra en las páginas anteriores, pero hem os de añadir algunas
precisiones en relación con su repercusión en la fábula. De la
m ism a m anera que decíamos que en el símil y el proverbio animal
hay tem as que luego la fábula ha desarrollado, de la misma los
hay tanto en el rito com o en el m ito en que intervienen animales
y plantas. Y, más concretam ente, en sus aspectos miméticos y
narrativos.
Efectivam ente, la fiesta religiosa com porta intervenciones mimé-
ticas que im itan danzas anim ales y narraciones de m itos en que
estos intervienen igualmente. U no y otro punto están en la base
de la creación de la fábula, en la que tam bién intervienen datos
religiosos y no religiosos a que hem os venido haciendo alusión.
Y elem entos lúdicos de que nos ocuparem os en otro apartado.
Llega un m om ento en que se crea una fábula no literaria que
es n arrad a en la fiesta. Un personaje com o Esopo, hemos de
verlo, no es o tra cosa que un personaje m im ado en la fiesta,
concretam ente un fárm aco, que entre otras cosas narraba fábulas.
Y un A rquíloco o un Semónides incluyendo fábulas en sus yambos,
género nacido en cierto tipo de fiestas, no hacen otra cosa que
continuar esta tradición del narrad o r de fábulas en la fiesta. La
com edia y el dram a satírico son otros tantos derivados literarios
del fondo anim alístico de la fiesta, de donde su proxim idad a
la fábula, de que hem os hablado.
Pero antes de llegar a este punto, tem a del próxim o capítulo,
hemos de ofrecer algunas precisiones más sobre ritos miméticos
y m itos en que intervienen animales.

41 Cf. art. «A dler», R E I 1, col. 373.


42 Cf. art. «Schlange», RE, zw. R., III, col. 506.
238 H istoria de la fábula greco-latina

Las danzas anim ales entran dentro de los grandes tipos de


las danzas griegas, que en otro lu g a r43 hemos clasificado, de un
lado, en circulares, procesionales y agonales; de otro, en relación
con su función en ritos de la llegada del dios, de expulsión, de
boda, en la hím nica, etc. Las más veces que se nos testim onian
danzas anim ales es imposible adscribirlas exactam ente a algunas
de estas clasificaciones; por lo dem ás, es claro que un m ism o
coro anim al pudo tener varias funciones, según las ocasiones. Pues
casi todos nuestros testim onios se refieren a coros: en realidad,
incluso m enciones de danzas «del león», «la lechuza», etc., en
Polux, aunque no explícitam ente, se refiere sin du d a a coros.
De todas m aneras, para nosotros lo im portante aquí es señalar
que tenem os testim onios de danzas anim ales o vegetales de tipo
procesional o circular, de un lado; de tipo agonal, que im plican
ya un «argum ento», de otro. La traída de la ε ίρ εσ ιώ ν η (y de
otros ram os com o la κοπώ, de laurel, el ’ό σ χ ο ς, de vid), son
procesionales e igual otras danzas en que las m ujeres llevaban
cestillas de flo res44; igualm ente, danzas com o la de las «osas»
de B raurón y la del γέρανος o grulla, representada en el vaso
François y que es el desfile de Teseo, A riadna y los jóvenes
rescatados del laberinto. De tipo circular es seguram ente la danza
de las flores, en que las m uchachas del coro hacen la mimesis
de la recogida de flo re s45.
M ás interés tienen para nosotros las danzas con m otivo agonal.
Este puede co ro n ar un desfile procesional, así cuando los coros
de la golondrina y la corneja (y el de la ει’ρ&σιώνη) entablan
un diálogo con la m ujer de la casa. Pero el principio agonal
es sobre todo claro cuando los bucoliastas de Siracusa se enfrentan
entre sí o los estafilodrom os de las Carneas de E sparta, tam bién
llam ados καρνεαται, com piten para cap tu rar a un personaje que
originariam ente hacía de C arno, el C arnero. Los enfrentam ientos
de sátiros y ninfas en el m ito y en rituales que nos son m uy
conocidos por la cerám ica, pertenecían a este mismo tipo, com o
quedó ya dicho. Y tam bién, seguram ente, los asnos del fresco
de M icenas que tiran de una c u e rd a 46.

43 Orígenes, p. 19 ss.
44 Cf. Fiesta, p. 436 s.
45 Cf. Orígenes, p. 100.
46 Cf. «I cori...» cit., p. 293.
La fábula animal y vegetal en su contexto original 239

S e ñ a le m o s , sin pretensiones de exhaustividad, las m á s conocidas


de las danzas miméticas griegas. M imesis vegetal com pleta no
parece haber, aunque muchísim os coros llevaban adornos vegetales
y acom pañaban a la encarnación de un principio vegetal : ramas
o flores; o bien m im aban la acción de recoger flores. En cámbio,
tenem os m uchos datos sobre coros anim ales : bien procedentes
de autores antiguos, sobre todo eruditos y anticuarios, bien en
raros casos por una transm isión directa de la lírica que acom paña­
ba a la danza, bien por escenas recogidas en la cerám ica o en la
plástica, m uchas de las cuales rem ontan al siglo vi, es decir, son
anteriores a la com edia. Vam os a recoger, com o decimos, los
datos procedentes de estas fuentes, los m ás ya reseñados,- para
añadir luego, com plem entando cosas ya vistas, la relación de los
coros anim ales de la co m ed ia47.
Tenem os datos sobre danzas anim ales en los siguientes casos
principales:

1. Anim ales en general : en la danza llam ada μορφασμός


(Pollux 103; está representada en el m anto de la estatua
de D espoina en Licosura, siglo n a. C.).
2. A snos: fresco de los asnos de M icenas, sobre todo.
3. Aves en general : diversas representaciones en cerámica.
4. Avestruces : jinetes cabalgando avestruces en cerámica.
5. C aballos: danzas en que interviene el Sileno, en cerám ica;
otras, tam bién en cerám ica, de jinetes cabalgando.
6. C arneros : danza de los καρνεάται en Esparta.
7. Ciervos : agón de A rtem is Liea en Siracusa.
8. C ornejas: canción de la corneja, de Fénix de Colofón.
9. Delfines : coros de delfines cabalgados, en cerám icas ; poema
del pseudo-A rión.
10. G olondrinas: canción de la golondrina, de Rodas.
11. G rullas: véase supra.
12. L agartija, κα λαβίς : danza de la lagartija, cf. Ateneo 628
F, Polux IV 104.

47 V éase Fiesta, lugares citados y pp. 377, 431, etc.; K . Latte, D e saltationibus
Graecorum, G iessen, 2.a ed., 1957, p. 23 ss.; L. B. Lawler, The dance in ancient
Greece, Londres 1964, p. 58 ss.; G . M . Sifakis, P arabasis and the anim al Choruses,
Londres 1971, p. 73 ss.; Orígenes, lugares citados; y T. B. L. W ebster, The Greek
Chorus, Londres 1970, passim.
240 H istoria de la fabula greco-latina

13. Lechuzas y m ochuelos (σκώ ψ y γλαυξ), cf. Pollux IV 103,


Eliano N .A . 15. 28, etc.).
14. Leones: danza del león, cf. Pollux IV 104, Ateneo 629 F.
15. M achos cabríos y cabras: danza de sátiros y Panes en
la plástica y la cerámica.
16. Osos: danza de las jóvenes en Braurón.
17. Perros: danza del perro, cf. Pindaro, Fr. 107.
18. Toros: sobre todo, vaso del M useo Británico con b ailari­
nes con m áscaras de toro.
19. Cerdos: cf. H esiquio s .v . κα πρία y m anto de Licosura.

H ay otras danzas m ás o m enos dudosas. Las danzas de las


bacantes con pieles de pantera o zorra, con serpientes enroscadas,
pueden, en cierto m odo, considerarse danzas de esos anim ales; p o r
o tra parte, H esiquio habla de una danza de la zorra y el nom o
pítico de Sacadas, que describía con la m úsica de flauta la lucha
de A polo y Pitón, acom pañaba seguram ente a una danza; no
creo, en cam bio, pese a Plutarco, M or. 293 d, que el agón del
Stepterion délfico tuviera que ver con este tem a. H ay tam bién,
parece, alusiones a u n a danza del gallo (A ristófanes, Avispas 1490,
Platón, Crat. 433 c); una figura con m áscara de liebre en un
ánfora de Fikellura (R odas, vi a. c.) parece sugerir u n a danza
de este anim al. Y si un coro m encionado en el fr. 1 de A lem án
es realm ente de «Las Palom as», se podría pensar en una danza
de la palom a.
Se recoge una docum entación com pleta de las danzas anim ales
en G recia en la m em oria de licenciatura de H elena Torres H uertas,
Danzas de imitación de animales en la Grecia antigua (M adrid
1978, inédita). Recojo aquí sólo una parte de ese m aterial.
N ótese que:
a) Todos estos anim ales aparecen en las fábulas, excepto las
avestruces y lagartijas.
b) C on m uy pocas excepciones (asno, avestruz, lagartija, león,
pantera, zorra) estos anim ales presentan huellas de un antiguo
carácter divino. Es claro que, a partir de un cierto m om ento,
se crearon danzas puram ente lúdicas que im itaban a cualquier
clase de anim al.
c) Sin em bargo, hay anim ales que en la fábula son m uy im por­
tantes, com o la zorra y el m ono, para los que no se conocen
La fábula anim al y vegetal en su contexto original 241

danzas o apenas se conocen. Tam poco para el cuervo, la cigarra,


la abeja, etc.
Sin em bargo, si volvemos, ahora, la atención a la relación
de coros anim ales de la com edia, según nos la presenta Sifakis48,
encontram os algunas ampliaciones a nuestra lista. Estos coros ani­
males son, aparte de los de Quirones, sirenas, centauros, grifos
y anim ales en general, los siguientes: coros de abejas, aves, avispas,
caballos (con su caballero, en realidad), cabras, cigüeñas, cínifes,
horm igas (¿y hom bres hormigas·?), m achos cabríos, peces, ranas
y ruiseñores. A ñádase la danza de los cangrejos en Avispas 1501 ss.
Se añaden, pues, unos pocos anim ales a las danzas conocidas
directam ente, pero sin duda se tra ta siem pre o casi siempre de
excepciones de tipo lúdico (puede exceptuarse la abeja, anim al
m uy enraizado en la antigua religión).
Algunos de estos anim ales cuyas danzas aparecen en la com edia,
son propios de la fábula: las abejas, avispas, cabras, cigüeñas,
horm igas, peces, ranas y ruiseñores.
Cotí todo, aunque sumem os los anim ales «divinos» pero no
presentes en las danzas, com o el águila, la serpiente, etc., continúan
faltando en los rituales, incluso en los de tipo m ás lúdico, una
serie de anim ales propios de la fábula, los más significativos de
los cuales son evidentem ente la zorra y el m ono. Ello prueba,
una vez m ás, que entre el estadio religioso del anim al-dios o el
anim al enraizado de algún m odo en el culto y la danza y el
anim al literario representado por la fábula, ha habido un largo
proceso de desarrollo.
Pero no deja de ser notable que precisam ente el tem a de la
danza anim al perdura en la fábula. La danza en que un anim al
es elegido rey, concretam ente el m ono que d errota al camello
y el elefante según A rquíloco (y H. 85, 142, 246, con eco en
83), transpone evidentem ente el tem a de los agones de danza o
carrera en que alguien es elegido rey, por ejem plo, en las oscoforias
de A tenas, o en que en todo caso un coro y su corego se aseguran
la victoria: caso de los bucoliastas, de concursos de partenios
y ditiram bos, etc. O tras veces, en cam bio, se tra ta de agones de
belleza, con igual finalidad: se reflejan en fábulas com o H. 12
(«La zorra y el leopardo»), H. 258 («La golondrina y la corneja»),
H. 123 («El grajo y las aves»), H. 244 («El pavo real y el grajo»),

48 Ob. cit.. p. 77.


242 H istoria de la fábula greco-latina

etcétera, que nos recuerdan, com o ya dijim os más arriba, diversos


agones de belleza en que intervenía al tiem po la danza. En realidad,
el tem a del agón anim al y vegetal para ver cuál es más excelente,
tem a a n tig u o 49, deriva sin duda de rituales de agón y de los m itos
correspondientes.
El tem a de la danza halla eco aquí y allá en diversas fábulas:
H. 13 danza de los peces (sarcasm o), H. 144 de la cigarra (id.,
pero en Teofilacto Simocates 2, 1 y en Sintipas 43 hay verdadera
danza), H. 99 del cabrito m ientras toca la flauta el lobo.
O tro tema fabulístico que puede tener su origen en los rituales
es el del disfraz : eran, evidentem ente, coros enm ascarados o disfra­
zados de anim al los que intervenían. Se ve perfectam ente, por
ejemplo, en los asnos de M icenas. Es fácil que de aquí venga,
com o ocurre en el teatro, el tem a del disfraz de un personaje
que ya representaba un papel. En la fábula tenem os sobre todo
el tem a de la piel de león que se pone el m ono para significar
su realeza y que aparece en otras fábulas más (se la pone el
asno en H. 199). Luego se disfrazan el grajo y otras aves y, finalm en­
te, el lobo que se pone piel de cordero en la fábula de N icéforo
Basilaca que tan ta difusión ha encontrado. O tras veces el anim al
se contenta con intentar hacerse pasar por lo que no es: el gato
por médico (H. 7), etc.
A igual conclusión se llega desde otro punto de vista, a saber,
buscando en el m ito anim al la fuente de una parte al m enos
de las fábulas. Ello es posible, pero haciendo la m ism a salvedad
que hicimos a propósito de presagios y símiles: que la fábula
va más allá, a los temas básicos añade desarrollos im previstos
de tipo cómico.
Por ejemplo, la relación del águila con Zeus daba fácil origen
a m itos y fábulas: conocem os la evolución de «El águila y la
zorra» a partir del m ito acadio de «El águila y la serpiente» ;
«El águila y el escarabajo» es en realidad un m ito «cóm ico»,
a partir de igual base.
Hem os aludido igualm ente al m ito del águila y la serpiente
com o fuente, seguram ente, de H. 130 «El cuervo y la serpiente»
(cf. tam bién A ftonio 28, «El águila y la serpiente», evidentem ente
derivada de Estesícoro, fr. 103).

49 Cf. Josifovié, col. 28; G. Thiele, Phaedrusstudien III, p. 378 ss.


La fábula anim al y vegetal en su con texto original 243

M itos relativos al delfín com o salvador de Dioniso o Arión


en el m ar, subyacen a su vez a H. 75: se tra ta de un anim al
cuyo carácter sagrado es conocido desde fecha m inoica y micénica
y continúa después. Y el tem a del cisne, anim al sagrado de A polo,
que canta su más bello canto cuando va a m orir, es recogido y va­
riado en H. 247, 277. El del m acho cabrío que se com e la vid y es
sacrificado (m ito de Icaria), cf. p. 492.
Podrían perseguirse conexiones míticas de los anim ales de otras
fábulas, pero tam bién podem os proceder de otra m anera. Hemos
de recordar las fábulas ya aludidas que desarrollan un motivo
erótico entre un hom bre y un anim al; son m otivos bien conocidos
en la m itología (Leda y el cisne, Pasífae y el toro, etc., etc.).
Y las fábulas etiológicas, en las que se explican los rasgos naturales
de tal o cual anim al com o procedentes de una m etam orfosis a
partir de un tipo hum ano, o de un castigo de Zeus o de una
acción o descuido de Prom eteo. Son verdaderos m itos de creación,
desarrollados con intenciones satíricas generalm ente.
A su vez, tem as com o el de la salvación — al cual ya nos
hemos referido— o el del reino de los anim ales — tam bién conocido
ya por nosotros— y, más generalm ente, los diversos agones animales
y vegetales, tienen raíces míticas y no sólo rituales. Com piten,
a veces, dos anim ales de la m ism a especie, com o los dos gallos
de H. 266 o los dos perros de H. 94. Pero más frecuentem ente
se tra ta de especies diferentes. C om piten, por ejem plo, en Calim aco
los dos árboles sagrados de A polo y A tenea, el laurel y el olivo.
Recuérdense las fábulas del Sol y Boreas (H. 46), Zeus y Apolo
(H. 106), Hércules y Pluto (H. 113), el Invierno y el Verano (H. 297)
y otras de enfrentam iento de dioses o hipóstasis. Se llega, claro
está, a toda clase de enfrentam ientos; pero en los m odelos más
antiguos se enfrentaban, sin duda, anim ales o plantas favorecidos
por dioses enfrentados, o bien un anim al divino y otro que no
lo es. Se reproducían así, a escala anim al o vegetal, enfrentam ientos
divinos: entre los olím picos y los dioses subterráneos, Atenea y
Posidón, D ioniso y A polo, etc. El tem a de la llam ada del dios
y de la resistencia a que ha de hacer frente se tradujo en mitos
y ritos: a veces, sin duda, dejó ecos en la fábula. A unque, por
supuesto, insistim os, en las acciones dram áticas de la fábula intervie­
ne tam bién la observación de la naturaleza: el lobo devora al
cordero, el león lucha con el toro, etc. Y, a p a rtir de un cierto
m om ento, se introducen toda clase de variaciones y combinaciones
244 H istoria de la fabula greco-latina

con finalidades nuevas: por ejemplo, oponer la naturaleza del


anim al terrestre al m arino.
Pueden rastrearse, con todo, com o decimos, los orígenes religio­
sos de algunos agones o enfrentam ientos. Parece claro que éste
es el caso en el relativo al águila y la serpiente, por m ás que
intervenga tam bién un hecho de observación: son representantes
de m undos religiosos m uy diferentes. Esto se ve por el enfrentam ien­
to del propio Zeus y la serpiente en H. 248. Este caso puede
paralelizarse con el del olivo y el laurel, ya m encionado.
A hora bien, más frecuente es otro caso: el del enfrentam iento
de un anim al sagrado, dotado de alguna cualidad o u n a belleza
relevante, y un anim al inferior. N ótese que en el m undo de la
fábula ha habido una larga historia de evoluciones y que puede,
suceder que quede triunfador el anim al «inferior» o, al m enos,
quede en m ala situación el «superior»: así el caballo en H. 272,
286, Sintipas 29. Esto es secundario.
Los enfrentam ientos a que nos referimos entre un anim al sagra­
do y otro en principio desvalorizado son, entre otros, los relati­
vos a:

el águila (opuesta, a m ás de a la serpiente, al grajo, H. 2,


al escarabajo (H. 3).
el caballo (opuesto al asno, lugs, cits.)
el cisne (opuesto al m ilano, A ftonio 3, a la oca, H. 277)
el cuervo (opuesto a la corneja, H. 127)
el delfín (opuesto a las ballenas, H. 73, al atún 115)
la golondrina (opuesta a la corneja, H. 258, a los pájaros,
H. 39)
la grulla (opuesta a las ocas, H. 256)
la palom a (opuesta al grajo, H. 131)
el pavo real (opuesto al grajo, H. 244)

Anim ales poderosos, bellos, ligeros, dotados de bello canto


o don de adivinación, consagrados algunos a ciertos dioses, son
opuestos a la pesada oca, a la corneja carente de don profético,
al asno necio y lujurioso, al feo grajo. Podrían añadirse ejemplos
com o el ya citado de la lechuza y los pájaros en el P. Rylands.
De un m undo no estrictam ente religioso, pero con una tradición
que lo une, desde las culturas asiáticas, la micénica y los símiles
hom éricos, a la realeza, procede el tem a del león, que es una
La fábula anim al y vegetal en su contexto original 245

y otra vez enfrentado al asno, al toro y a otros anim ales menos


poderosos.

IV. T em a s a n im a l ís t ic o s no l it e r a r io s n i r e l ig io s o s

1. Elementos lúdicos de tipo animalístico


en la fiesta y el banquete

Diversos elementos lúdicos y cómicos propios de la fiesta y


el banquete han penetrado en la fábula: a su inserción en este
am biente va dedicado el capítulo siguiente. Aquí nos lim itamos
a los de tipo anim alístico.
Conservam os una serie de choes, recipientes para servir vino
en las copas y usados para beber directam ente en el concurso
de bebida de las A ntesterias, que presentan escenas festivas relativas
a esta fiesta, en la que había representaciones teatrales y toda
clase de‘ concursos musicales y atléticos. H an llegado a nosotros,
sobre todo, choes destinados a los niños, en los que están pintadas
to d a clase de escenas festivas, entre ellas m uchas en que intervienen
anim ales y los propios niños. Estos recibían anim ales com o presen­
tes y jugaban con ellos.
A lgunas de estas representaciones50 son rem iniscentes de esce­
nas de la fábula. Por ejemplo, las de la lucha de gallos, las de
los niños jugando con los pequeños perros de M alta (cf. H. 75
y 93), las del perro que se pone en dos patas y se echa sobre
un racim o de uvas que le ofrece un niño (tam bién existe el mismo
tem a con el m acho cabrío; en la fábula H. 15 son sustituidos
por la z o rra )51, las de los niños queriendo cap tu rar un ave, a
veces una palom a (el tem a del cazador de aves es frecuente en
la fábula).
Por o tra parte, estos vasos nos hacen ver que m uchos animales
de la fábula, y concretam ente m uchos de los procedentes de la
esfera no religiosa, tenían cabida en estas fiestas, que sin duda
influyeron en su introducción en la fábula. A parte de animales

50 Cf. G . van H oorn , Choes and A nthesteria, Leiden 1951, p. 35 y 46 ss.


51 Y a en una gema del siglo iv a. C. en el A shm olean de O xford (procedente
de Trikka, Tesalia).
246 H istoria de la fábula greco-latina

dionisiacos com o el toro y el m acho cabrío, en los choes aparecen


tam bién anim ales com o el cervato, la pantera, el perro, el asno,
la liebre, la tortuga, el m ono y diversas clases de aves (gallo,
palom a, cisne, perdiz, codorniz). Nos resulta una hipótesis muy
verosímil la de que al fondo original de los anim ales relacionados
con el culto y el m ito se añadieron en una segunda fase otros
que acom pañaban a los niños atenienses en su vida diaria y con
los que jugaban, sobre todo en fiestas com o ésta. C on todo, véase
M. G im butas, The Gods and Goddesses o f Ancient Europe, Berkeley
1974, p. 174 ss. sobre el antiguo carácter cultual de la to rtuga
(y el sapo y el erizo).
H abría que señalar, tam bién, la función de ciertos seres anim ales-
eos, los sátiros sobre todo, en el «G ötterburlesk», la parodia de
tem as míticos. Si en cierto m odo la fábula representa una variante
«cómica» del m ito, hay que recordar los m itos burlescos del tipo
del de Hefesto cap tu rad o b orracho por Dioniso y los sátiros (en
un vaso de A tenas bien conocido) y tantos otros en que intervienen
sátiros y que dan origen al dram a satírico y al Dionisalejandro
de C ratino (en que los sátiros acom pañan a Helena y Paris).
Por o tra parte, al símil anim al y a ciertas caracterizaciones
del anim al en la fábula subyace el juego, practicado en el banque­
t e 52, de señalar a qué se parece cada uno de los comensales.
Al final de Avispas 1308 ss., se nos dan algunos ejem plos de este
juego: Filocleón es com parado a un asno voraz y desvergonzado
y su interlocutor, a su vez, a un saltam ontes que ha perdido
las alas. La entrada del coro de Aves (297 ss.) da lugar, igualm ente,
a com paraciones de este tipo, precedentes de otras literarias a
que ya hemos hecho referencia. A veces se llega a verdaderos
m otes: se trata, siem pre, de un recurso satírico que hace referencia
al carácter o aspecto físico de las personas. Así, en Aves 1292 ss.
hay un bodeguero llam ado la perdiz, M enipo es la golondrina,
O punte el cuervo, etc.
El chiste o la brom a sobre la apariencia física de algunos
anim ales ha pasado a la fábula. Ya A ristófanes hacía una etiología,
com o vimos, sobre la prom inencia de la cabeza de la abubilla.
En la fábula hay alusiones a la fealdad y torpeza del camello
(H. 119, 142, etc.), del m ono (Par. Bodl. 175 C r., A viano 14),
del grajo (H. 103), al feo canto del cuervo (H. 126), etc. U na

52 Cf. A . Plebe, L a nascita d e l com ico, Bari 1956, p. 69 ss.


La fábula anim al y vegetal en su contexto original 247

fábula com o H. 102 «Zeus, Prom eteo, M om o y Atenea» se refiere


precisam ente a las deficiencias de los animales.
H ay que insistir en que la fábula contiene com o algo esencial
un elem ento de risa o burla, con frecuencia relacionado con símiles
anim ales, pero no siempre. H ay que recordar que A ristófanes en
sus Avispas 566 habla de los que cuentan a los jueces para divertirlos
Α ισ ώ π ο υ τι γέλο ιο ν, lo que lo mismo puede ser un «chiste»
que una fábula chistosa; y que estos chistes de Esopo abundan
en la Vida.

2. La observación de los animales

A más de elem entos religiosos, literarios y lúdicos la fábula


ha, evidentem ente, incorporado datos abundantes procedentes de
la observación de la naturaleza. N o basta la observación, ciertam en­
te: en una buena m edida la observación de la naturaleza había
cristalizado en la tradición que atribuía a los distintos animales
caracteres precisos y tópicos. Y si para describir el enfrentam iento
del lobo con pastores y rebaños la fábula podía elegir entre la
herencia literaria tradicional y la observación directa, es claro que
en el caso del león, en Grecia, dependía totalm ente de la tradición,
los símiles hom éricos sobre todo.
H ay que pensar que los griegos, cuya civilización era fundam en­
talm ente agraria, vivían en estrecho contacto con la naturaleza:
con las plantas y animales. En una buena m edida la fábula se
refiere a escenas «reales»: escenas de caza, incidentes entre el
pastor o el cam inante y los anim ales de presa, actividad de estos
anim ales de presa com o el águila, el halcón, la zorra, el lobo,
el gato, la com adreja, etc. (por no hablar del león). C laro está,
a p artir de los enfrentam ientos que diríam os rituales, ya m enciona­
dos, y de éstos otros de la vida real (a veces reflejados tam bién
en el símil y el proverbio), se llega, a partir de un m om ento,
a toda clase de enfrentam ientos, algunos absolutam ente ilógicos,
y a tem as com o el de la cacería llevada a cabo por el león en
com pañía del asno, la zorra o el m ono.
La fábula deja traslucir con frecuencia un conocim iento profun­
do de la vida de los anim ales, aunque puede equivocarse con
los exóticos, así cuando hace carnívoro al m ono. Son bastante
frecuentes fábulas que se refieren a conocim ientos, más o menos
248 H istoria de la fábula greco-latina

científicos pero, en todo caso, reputados com o ciertos, sobre algunos


animales. N o es fácil, ciertam ente, conocer la antigüedad de estas
fábulas en que suele introducirse un λέγεται «se dice». Tenem os,
por ejemplo, las fábulas que se refieren al supuesto m iedo del
león al gallo: H. 84, H. 292. H. 25 está construida sobre el tem a
de que el alción hace su nido en las rocas de la costa, H. 66
sobre el de que el oso respeta los cadáveres, H. 120 sobre la
costum bre atribuida al castor de cortarse los testículos para huir,
H. 219 sobre el carácter «mim ético» del m ono, H. 234 sobre que
el gusano es ciego, H. 240 y 241 sobre el supuesto cam bio de
sexo de las hienas, H. 243 sobre la leyenda de que la m adre del
m ono no hace caso de una de sus crías, que es la que vive,
F edro App. 22 sobre la capacidad del oso de pescar cangrejos
introduciendo una piedra en el río.
C iertam ente, algunas de estas fábulas pueden ser tardías, o
bien no son propiam ente fábulas, cf. I 1, p. 52 ss. N o dejan de de­
m ostrar la proxim idad de la fábula a los conocim ientos populares
de H istoria N atural, que luego fueron a p arar a obras com o el De
Natura Animalium de Eliano o el Physiologus. A unque no hay que
olvidar que los fabulistas revelan a veces ignorancia sobre el m un­
do anim al de que escriben, así, según hem os dicho, cuando en H.
83 (y quizá en su m odelo arquiloqueo ya) se hace del m ono un ani­
mal carnívoro. Es, evidentem ente, cosa secundaria, referida a un
anim al exótico y m al conocido.

V. D e l o s m o t iv o s a n im a l e s a la fábu la a n im a l

H em os visto que la fábula griega se crea sobre u n a serie de


precedentes literarios y una serie de creencias religiosas que llevaron,
dentro del contexto de la fiesta religiosa o de ciertas fiestas a
representaciones m im éticas en que intervenían anim ales, a elem en­
tos anim alísticos lúdicos y, sobre todo, al relato del m ito anim al
de carácter cómico que es la fábula anim alística (o vegetal).
Sin em bargo, p a ra llegar a la fábula desde los elem entos que
hemos venido enum erando, el salto es todavía grande. H a interveni­
do, sin duda alguna, el m odelo de la fábula oriental, que ha
hecho que se desarrollaran los inicios griegos: sobre ella véase
el capítulos II 3. Bajo su influjo se ha realizado en G recia una
La fábula anim al y vegetal en su contexto original 249

Tabulación de tipo cómico estrecham ente em parentada con las ca­


racterísticas generales de ciertos tipos de fiesta y de la poesía
y dram aturgia que en ellas nacen: el Y am bo y la com edia, sobre
todo. Esta fabulación no es solam ente anim alística: es más amplia.
Por tanto, el tem a del desarrollo de la fábula ha de ser estudiado
en este contexto más am plio, com o harem os en el próxim o capítulo.
Se trata de una escisión, dentro de los tem as de la fiesta y la
literatura de ella nacida, de elementos de tipo cóm ico, diferenciados
ahora de los trágicos. La fábula se separa del m ito. Es un proceso
que es posible estudiar incluso form alm ente: hem os anticipado
una serie de cosas sobre él en los capítulos I 1 y II 1, haciendo
ver la evolución desde Hesíodo a A ristófanes, a través de Arquíloco ;
y la evolución posterior en los prosistas hasta llegar a la colección
de D em etrio de Falero.
A quí querem os llam ar la atención, sin em bargo, lim itándonos
a la fábula anim al, sobre algunos puntos a los que antes hemos
hecho alusiones más o m enos explícitas.
Es claro que la fábula se ha desarrollado bajo el influjo del
m ito, aunque sea en una versión burlesca y tendiendo, en últim a
instancia (ya en A ristófanes), a diferenciarse form alm ente. H a intro­
ducido una serie de m otivos absolutam ente irreales: sólo en la
fábula puede el león ayudarse de la zorra para procurarse presas
o el m ono convertirse en rey, vestido de piel de león, o el gato
hacerse pasar por médico o entrar, en sum a, temas com o los
de la danza, el disfraz, el reino de los anim ales, etc. Sólo en
ella pueden, en definitiva, hablar los anim ales, renovando la edad
de C rono. Y ello dentro de una especialización de sentido sobre
la que nos hemos explayado con cierta am plitud: se trata de
sátira, crítica, chiste o bien de lam ento por una actuación insensata.
Se tra ta de una visión de la realidad distinta de la idealizada
de la épica, de una exaltación tanto del poder com o de los recursos
ingeniosos para burlarlo o adquirirlo.
Para que la fábula haya podido llegar a esto es bien claro
que ha tenido que añadir m uchas cosas a sus datos de origen,
religiosos, literarios o lúdicos. La fábula oriental, el m ito griego
y la totalidad del am biente yámbico o cómico de ciertas fiestas
han servido, evidentem ente, de m odelo. Pero hacían falta, no menos
evidentem ente, nuevos héíoes anim ales: los de la tradición religiosa
eran insuficientes. Prescindiendo de otros personajes menores, la
fábula se centró, a partir del siglo vil, de un lado en el tema
250 H istoria de la fábula greco-latina

del león y sus presas, el lobo y sus presas; el águila y la serpiente


quedaron relegadas a un escenario reducido. De otro lado, el
tem a de la astucia y la tram p a corrió a cargo principalm ente
de la zorra. Y el de la vanidad y el ridículo, del m ono. Sólo
con la difusión de estos grandes personajes, de carácter poco ligado
a lo religioso, se sentaron las bases para la fábula griega.
El león es el más poderoso de los anim ales, el verdadero rey
de todos ellos; aunque puede encontrarse en circunstancias de
inferioridad por razón de ser aún un cachorro o de su vejez o
bien de la enferm edad. N o había leones en Grecia, aunque sí
en toda A sia; se cita todo lo m ás por H eródoto vil 125 la presen­
cia de un león en M igdonia, en M acedonia, pero el dato es discuti­
d o 53. Ni era el león anim al unido, a ningún culto en G recia, por
lo tanto, com o en el caso del culto de Cibeles en Frigia. La
existencia de una danza del león no es suficiente para testim oniar
ese carácter religioso, ni la presencia en el m ito de los leones
de Nem ea, el C iterón y el H elicón, tam poco.
Lo que sucede es que en Asia, desde tiem pos rem otos, el león
aparece com o guardián o com pañero de la diosa y del árbol de
la vida, defensor de puertas m onum entales y tum bas, asociado
a la realeza; y que, aunque en la antigua cultura europea de
los Balcanes esto no sucede, en un m om ento dado com enzo a
representarse en estas mismas funciones, sin duda por influjo asiáti­
c o 54. Para G recia, no hay m ás que recordar la puerta de los
leones de M icenas o el ánfora beocia de hacia 700 a. C. que
representa a A rtem is flanqueada por dos leones. Y hay que recordar
los símiles hom éricos del león, asociado a los grandes héroes y
que testim onian, sin duda alguna, un conocim iento directo del
anim al en Asia. En definitiva: hay en G recia una tradición oral
y literaria relativa al león com o el más fuerte y regio de los
anim ales; en ella se han inspirado los autores de fábulas.
En cuanto al lobo, fue desplazado por el león de su papel
central com o anim al de presa, aunque no deja de aparecer com o
tal en símiles hom éricos. Su ligazón al culto es en G recia escasa,
se lim ita a cultos arcaicos y relegados en A rcadia. Pero en la
realidad de los hechos, el lobo era indudablem ente el m ás notable
de los carniceros griegos: las fábulas que nos lo presentan enfrenta-

53 Cf. el art, «L öw e» en R E X X V , col. 969 ss.


54 Cf. M . G im butas, ob. cit., pp. 171, 195.
La fábula anim al y vegetal en su con texto original 251

do a los pastores y al ganado tienen el sabor de lo real y vivido.


Tenem os, por o tra parte, ejemplos en los que resulta verosímil
que el león ha sido desplazado por el lobo com o protagonista
de fábulas: así en las que desarrollan el tem a del lobo joven,
convertido en anim al carnicero (H. 276, cf. H. 165). En sum a:
con el león, el lobo ha sustituido al águila en la función de gran
predador de la fábula. Procede de los símiles y de la observación
de la vida, más que del culto. Pero su papel ha aum entado progresi­
vam ente con el tiempo.
A hora bien, el anim al propiam ente fabulístico, el que encarna
toda clase de argucias, habilidades y tram pas venciendo incluso
a los más fuertes, es la zorra. N o aparece en H om ero ni tiene
papel en el culto (salvo, parece, en Tracia) ni en las creencias
religiosas: es, evidentem ente, de la vida del cam po de donde se
ha tom ado este anim al. Prim ero, en Sem ónides, aparece com o
sim plem ente m alvado; luego adquiere los caracteres citados, usuales
en fábulas, proverbios, com paraciones, etc. Sin duda el punto
de partid a es sim plem ente el carácter rapaz del anim al, luego
se ha extrapolado a partir de su habilidad para apoderarse sigilosa­
m ente de las gallinas y otros anim ales, del erizo a pesar de sus
p ú a s 55. Es claro que ha habido, en un m om ento dado, una califica­
ción tópica de la zorra, en conexión, evidentem ente, con su uso
literario en la fábula y demás. La zorra desem peña, dentro del
m undo anim al, un papel paralelo al de personajes com o Odiseo,
los héroes cómicos, etc., de que hablarem os en el próxim o capítulo.
Es claro que cuando se aislaron en un género aparte historias
hum anas de tipo yám bico o cóm ico, se buscó, dentro del m undo
anim al, un paralelo y éste se encontró en la zorra.
Finalm ente, el m ono. R epresenta el anim al ridículo, el vanidoso
burlado. N o pertenece al dom inio del culto, ni al de los símiles
hom éricos, él tam poco. Tiene, al igual que la zorra, una caracteriza­
ción m uy difundida, de la que ya hem os hablado. E ra anim al
exótico, que en G recia constituía una rareza traíd a del extranjero.
Sin em bargo, es una rareza conocida desde antiguo: baste recordar
los m onos de la «casa de los frescos» de G nosos y los de Ter a:
puede tratarse de la im itación de un tem a africano, com o otros,
o de que hacia el siglo xvi a. C. hubiera m onos en las islas del

55 Cf. art. «F uchs» en R E VII 1, col. 189 ss.


252 H istoria de la tabula greco-latina

E g e o 56. En todo caso, un conocim iento esporádico y principalm ente


de referencia relativo al m ono (com o se prueba por los errores
respecto a sus costum bres en las fábulas) fue suficiente para crear
un carácter que, en la fábula, fuera el correspondiente de diversos
caracteres «cómicos» en la yam bografía y la comedia.

56 Cf. Sp. M a rin a to s, A b r ie f Guide to the T em porary exhibition o f the A ntiquities


o f Thera, A te n a s 1971, p. 21; y del m ism o a u to r, D ie Ausgrabungen a u f Thera
und ihre Problem e, V iena 1973, p. 22.
<
CAPITULO III
FA B U L A Y G E N E R O S Y A M BICO S

I. La fábu la en la l it e r a t u r a g r ie g a

1. Generalidades

En los capítulos anteriores hem os pasado revista a los elementos


anim alisticos y vegetales que han producido un género de «segundos
térm inos» dentro de relatos más am plios, género vagam ente deno­
m inado α ίνο ς prim ero, λόγος y μϋθος después y del cual se desgajó
la fábula. Decíam os que la fábula com o género independiente,
presente ya en realidad en A rquíloco pero m ucho m ás claram ente
en A ristófanes, incluso en lo form al, sólo dentro de los que hemos
llam ado géneros yámbicos es com prensible: pues con el yambo
y géneros conexos está íntim am ente unida la fábula en su forma
de aparición y su contenido. Y añadíam os que sólo en este contexto
se com prende cóm o ritos y m itos anim ales extrem adam ente simples
y algunos elem entos literarios pudieron evolucionar hasta crear
ese m ito lúdico, paródico, com plejo y crítico que es la fábula.
Sea ésta puram ente anim al o vegetal o intervengan personajes
hum anos o divinos o sea de ám bito puram ente hum ano o divino
o bien m ixto, su centro, decíam os, se halla en lo anim al, fictivo,
sim bólico y evaluativo, con relación a un suceso único; norm alm en­
te, dentro del dom inio de lo cóm ico, satírico, irónico. Pero tam bién,
254 H istoria de la fábula greco-latina

naturalm ente, una anécdota hum ana, incluso histórica, puede consi­
derarse com o fábula: y así ocurre de A rquíloco y A ristófanes
a las Colecciones.
La fábula, en definitiva, se ha convertido en una co n trap artid a
del m ito : sirve com o él para am enazar, disuadir, criticar, explicar,
pero fundam entalm ente dentro del dom inio indicado. La fábula
se opone al m ito, en cierto m odo, com o el yam bo a la lírica
hím nica, encom iástica, etc.; com o la com edia a la tragedia; com o
ciertos tipos de fiesta, en que dom inan la licencia y la sátira, a otras
de tipo solemne o lu c tu o so 1 ; com o los personajes de la épica, cier­
ta lírica y la tragedia que incluyen rasgos cóm icos, com o Odiseo
y Heracles, así com o los héroes de la com edia, a los personajes
heroicos.
H ubo, efectivamente, en un cierto m om ento una tendencia a
disociar elem entos que, en gracia a la sim plicidad, llam arem os
trágicos y cómicos y que en fecha anterior estaban integrados.
Pero ni en la fiesta ni en la literatura se llegó nunca a una
escisión radical. Sobre los elem entos «cómicos» que perm anecen
en la tragedia puede verse con provecho el libro de M ercedes
Vílchez sobre E l engaño en el teatro griego (Barcelona 1976). En
cuanto a la lírica, tanto en mis Orígenes de la Lírica griega com o
en mi Visión del mundo en la Lírica griega (en prensa) he hecho ver
la mezcla de m otivos que todavía existe. En un yam bógrafo com o
A rquíloco se encuentran elem entos trágicos en poem as com o el
consolatorio dirigido a Pericles o en fragm entos com o los relativos
al poderío divino y a la lim itación del poder hum ano (frs, 207 y
211). Inversam ente, en A lem án, Safo, etc., se encuentran elem entos
satíricos. En la elegía conviven am bos: piénsese, de un lado, en ele­
gías de Solón com o la dirigida a las M usas, y de otro, en las de A r­
quíloco com o el pasaje del escudo perdido o el de Pasifila.
Esto mism o sucede en la fábula: a sus elem entos trágicos hemos
aludido en p. 176 ss. Volvemos a referirnos a ellos para que
no extrañe su presencia en un am biente festivo y literario predom i­
nantem ente de otro carácter com o el que vam os a describir a
continuación.

1 Cf. Fiesta, p. 452 ss.


Fábula y géneros yám bicos 255

2. Fábula y géneros poéticos

Com o ya sabe el lector, antes de la aparición de las colecciones


de fábulas, a partir de la de D em etrio, la fábula se usaba norm al­
m ente com o ejem plo dentro de ciertos géneros poéticos, norm al­
m ente yámbicos. Podía ser relatada directam ente o bien ser atribui­
da a Esopo o a algunas otras personas. Sin em bargo, existen
huellas de intercam bios de fábulas en el banquete de las cuales
hablarem os en el ap artad o siguiente: constituyen, en cierto m odo,
estos intercam bios una anticipación de las colecciones de fábulas,
de la m ism a m anera que en térm inos generales nacieron colecciones
de elegías o de escollos a partir de este mism o u s o 2.
En el capítulo I 2 «Inventario general de la fábula greco-latina»
en el II 1 «L a fábula anim al y vegetal en época clásica» hemos
pasado revista a la m ayor parte de las fábulas de la época clásica.
En el capítulo II 5 «P anoram a de la fábula en la época arcaica y
clásica», darem os una reseña más com pleta. Pero aquí hemos de
prestar nuestra atención no a la form a ni a los tem as de la fábula
clásica, sino a sus distribución dentro de los diferentes géneros
poéticos: la fábula dentro de la prosa es, com o tantos otros elemen­
tos de ésta, una herencia de la poesía y nos interesa aquí por
el m om ento. Presentam os, pues, un breve repaso, en el que las
referencias a las fábulas son principalm ente alusivas: m encionare­
mos las fábulas que se encuentran en los diferentes géneros poéticos.
La principal conclusión va a ser que la fábula se encuentra
principalm ente en los géneros yám bicos: antes hay «El halcón
y el ruiseñor» de H esíodo, un poeta que presenta abundantes
rasgos «líricos», y luego algunas fábulas m ás que reseñaremos.
Repasem os ahora las fábulas yámbicas.
El género yám bico es iniciado por A rquíloco, com o se sabe.
En sus epodos aparecen una serie de fábulas bien conocidas ya
por los lectores: fábulas del águila y la zorra, del león, la zorra
y el ciervo, del león viejo y la zorra, de la zorra, el m ono y el cam e­
llo, del m ono y la zorra (hay autores que no la distinguen de la an­
terior). H ay tam bién huellas de fábulas en los fragm entos en yam ­
bos estíquicos: así (cito por los núm eros de mi edición) 113 y 115
es la fábula de «Las avispas, las perdices y el labrador», 232 la de
la m uía que se jac ta de su m adre, la yegua, y se olvida de su padre

2 Cf. mis Líricos Griegos II, Barcelona 1959, p. 128 ss.


256 H istoria de la fábula greco-latina

el asno, 238 la del perro guardian y el vagabundo. Luego, en Semó-


nides tenem os la fábula del águila y el escarabajo (12), la de la g ar­
za y el halcón (9). Si faltan fábulas en H iponacte su presencia en
los Yambos de Calim aco, que le imita, hace pensar que es un hecho
de azar el que no aparezcan en nuestros fragm entos.
Q uerría dejar aquí tam bién constancia de que en un artículo
reciente «A portaciones a una nueva edición e interpretación de
Estesícoro», Em erita 46, 1978, p. 251 ss. he propuesto que las
dos fábulas de Estesícoro que nos son conocidas, la de «El águila
y la serpiente» y la de «El caballo, el ciervo y el hom bre» (103
y 104 PM G ) proceden de un libro de yam bos o epodos del poeta.
C uando el género yám bico resucita con Calim aco, volvemos
a encontrar en él la fábula: concretam ente, el relato de los dones
que Zeus hizo a los hom bres según Esopo ( Yambo II) y la disputa
del laurel y el olivo ( Yambo IV). El poem a coliám bico incluido
en la Vida de Alejandro del Pseudo-Calístenes contiene igualm ente
una fábula, la de las moscas y las avispas (II 16.2). Este poem a
es de. influencia cínica; y en otros coliam bos y m eliam bos de
autores cínicos com o Fénix y Cércidas se encuentran igualm ente
fábulas y símiles o proverbios anim ales3, sobre todo la fábula
de la tortuga en Cércidas. Mel. III.
E ncontram os igualm ente la fábula en los continuadores de este
género en latín: así en Ennio, Sat. 21-58 v.; en Lucilio, frs. 208
(?), 561, 669, 954, 980 ss., 1111 ss. (?) M .; en H oracio, Serm. I 6,
22; II 3, 314 ss.; II 6, 79-117; Epist. II 1, 77; II 3, 186.
Volviendo hacia atrás, al teatro, encontram os la fábula en el
trím etro yámbico de la tragedia y, sobre todo, de la com edia.
H ay ejemplos sueltos que ya conocem os en Esquilo (fr. 139 N .,
el águila que perece «por sus propias plumas») y Sófocles (Antigona
710 ss., los árboles que no se doblegan ante el torrente): se puede
añadir alguna fábula hum ana, así la del capitán cobarde en Sófocles,
A ya x 1142 ss. ; esto para no m encionar símiles, proverbios, m itos,
etcétera, que luego fueron convertidos en fábulas.
Pero, sobre todo, la fábula tiene una im portancia grande en
A ristófanes, ya referida al uso de la m ism a por sus personajes,
ya aludida com o tem a de conversación en el banquete (por ejem plo,

3 Cf. G. A. Gerhard, Phoinix von Kolophon, Leipzig-Berlin 1909, pp. 247 ss.,
267,
F á b u la y géneros yám bicos 257

Avispas 1182). N o dam os una relación porm enorizada porque prác­


ticam ente todas las fábulas de A ristófanes han sido ya relacionadas
por nosotros en los capítulos arriba citados: queda el problem a
de hasta qué punto pueden considerarse com o fábulas tem as como
el de M elanión (Lisistrata 783 ss.), Timón (id. 805 ss.), Laso y Si­
m onides {Avispas 1409 ss.), E fudión {Avispas 1381 ss.), Cleónim o
{Aves 1470 ss.), Orestes (id. 1482 ss.). Pero, sobre todo, hay que de­
cir que com edias enteras están escritas sobre el m odelo de fábulas.
L a Paz es un desarrollo de la fábula del escarabajo, a la que alude
repetidam ente; y argum entos com o el de las Aves podrían resum ir­
se en un esquem a de fábula. Igualm ente, el m ito narrad o p o r Aris­
tófanes en el Banquete platónico, equivalente, cóm o hem os dicho
en otro lu g a r4, a un argum ento de com edia, es de tipo em inente­
m ente fabulístico.
Esto no es exclusivo de A ristófanes. Los cóm icos Platón y
Alexis se refieren am bos a la vida de E s o p o 5; en el Díscolo de
M enandro 633 s. hay alusión a «El jardinero y el perro» ; en Plauto
hay al m enos tres fábulas seguras {Aulul. 226 ss. «El buey y el
asno»; Pseud. 139 ss. «El carnero guardado por el lobo»; Trinum.
169 ss. «El lobo y los perros»), Terencio a su vez ofrece {Eunuch.
V 1 16) la m ism a fábula del Pseud.
Es sin duda, esta tradición yám bica de la fábula la que hizo
que en un m om ento dado las colecciones de fábulas se escribieran
en versos yám bicos; en nuestro «Inventario general de la fábula
grecolatina» nos hem os referido no sólo a F edro y B abrio, sino
tam bién a colecciones griegas que precedieron a uno y otro, a
otras paralelas a los mism os y, tam bién, a fabulistas posteriores:
en todos los casos se tra ta de fábulas en trím etros yámbicos o
en coliam bos. En realidad, los fabulistas en verso proseguían una
actividad que tiene raíces antiguas. Ya P latón, Fedón 60 c habla,
según la interpretación habitual, de que Sócrates se dedicaba en
la cárcel a poner en verso las fábulas de E sopo: no creemos
com eter ningún acto de audacia si proponem os que esta versifica­
ción había de ser en verso yámbico.
Sin em bargo, ya hemos indicado que tam bién en géneros poéti­
cos no yám bicos se encuentra la fábula: siem pre a m anera de
ejem plos, nunca form ando colecciones (salvo en el caso de coleccio­

4 «E l Banquete platónico y la teoría del teatro», E m erita 37, 1969, pp. 1-28.
5 Cf. Perry, A esopica cit., pp. 223 y 226.
258 H istoria de la fábula greco-latina

nes dactilicas tardías de las que quedan huellas, recogidas por


Crusius en su edición de Babrio).
Esta tradición no es independiente totalm ente de la anterior.
Así, la fábula más antigua que se nos ha transm itido, la del halcón
y ruiseñor en Hesíodo, aparece en un contexto nada disímil de los
de A rquíloco y dem ás: se trata de criticar y aun satirizar a Perses,
que abusa de Hesíodo como Licambes de Arquíloco. N o es éste,
ni m ucho menos, el único rasgo que une a Hesíodo con la tradición
de la lírica y, concretam ente, con la de géneros entre de ataque
y exhortación, como el yam bo: bástenos rem itir a lo que hemos
dicho sobre esto en nuestros Orígenes de la Lírica griega, pp.
59 ss., 109.
Por otra parte, encontram os fábulas o alusiones a fábulas en
poesía eminentem ente simposíaca cual son los escolios («El cangrejo
y la serpiente» en el escolio 9 de P M G de Page) y la elegía.
D entro de ésta, hay que citar en primer térm ino la Colección
Teognídea: ya conocem os sus símiles reminiscentes de fábulas relati­
vos al león viejo (393 ss.), al hom bre que acogió en su seno a
una serpiente (601 ss.), al perro que atravesó un torrente (347 ss.);
una alusión al carácter astuto de la zorra se encuentra en Solón 11.
En cuanto al papel de la fábula en el simposio, véase m ás adelante;
la asignación al mismo de una buena parte de la poesía elegiaca,
m uy concretam ente la de Teognis, y la yámbica, es bien c o n o c id a 6.
A ñadam os sólo de pasada la existencia de otras fábulas o
alusiones a ellas, aunque más raram ente, en otros géneros de poesía,
sobre todo coral. Así en los coros del Agamenón de Esquilo, donde
se presenta el presagio de las dos águilas y la liebre, influido
por A rquíloco según pensam os7, y el símil, casi fábula, del león
jo v e n 8.
Pero así com o la existencia antigua de la fábula en la elegía
y el escolio es indudable, no creo que pueda decirse lo mism o
en lo que respecta a la lírica coral. Ejemplos com o los m encionados
y otros más no son otra cosa que ecos de fábulas de la tradición
yám bica o elegiaca. Y el que principalm ente podría aducirse, el
de las fábulas de «El ciervo, el caballo y el cazador» y «El águila,

6 Cf. Orígenes, p. 267 ss.


7 V éase «El tema del águila de la épica acadia a Esquilo», E m erita 32, 1965,
p. 267 ss.
8 Cf. «El tema del león en el Agamenón de Esquilo», Em erita 33, 196 5 ,*pp. 1-15.
Fábula y géneros yám bicos 259

la serpiente y el labrador» en Estesícoro, frs. 104 (a) y 103, no tiene


validez m ás que en apariencia. C om o he dicho, en un artículo re­
cie n te 9 he hecho verosímil, según pienso, que estas fábulas proce­
dían de poem as yám bicos del poeta de Him era.

3. Uso popular de la fábula

T odo esto habla a favor de una im portante difusión de la


fábula en G recia desde el siglo vu a. C., con la característica de
que la fábula era contada en u n a circunstancia adecuada con
fines de crítica, exhortación, am enaza, ilustración, etc., bien expo­
niéndola el que hablaba en su propio nom bre, bien, más tarde, en
nom bre de Esopo o de diversos personajes, incluso históricos.
La exposición de la fábula se difundió en la vida corriente:
sofistas y filósofos, por ejem plo, la usan del m ism o m odo que
citan m itos o pasajes poéticos o anécdotas. Pero tenem os razones
para suponer que esto es derivado y que, originalm ente, el lugar
de la fábula estaba en ciertas celebraciones rituales, las mismas
a que debe su origen la poesía yám bica : hem os de tra ta r de probar
esto con ayuda de varios recursos, sobre todo el de hacer ver
que el ethos y las intenciones de la fábula coinciden esencialmente
con este género de poesía. Esta sería la razón profunda de la
alianza de la fábula y la poesía yám bica, de que hemos hablado.
A hora bien, es un terreno m ucho más accesible a nuestra obser­
vación directa el del uso de la fábula en el banquete, que en
el origen es un acto cultual, una especialización de la fiesta en
sus aspectos orgiásticos, pero tam bién críticos y exhortativos. El
banquete no es otra cosa que uno de los elem entos de las fiestas
com unales, desarrollado en am bientes cerrados com o son tíasos,
heterías, círculos com o el de Safo o los de los filósofos. Se conservan
en él el canto coral de peán, la dirección del sim posiarca que
hace de jefe de coro, y los cantos y recitados dialogados entre
los com ensales, que continúan y desarrollan géneros poéticos de
origen festiv o 10. Tam bién son propios de él símiles anim alísticos

9 «P ropuestas para una nueva edición e interpretación de Estesícoro», Em erita


46, 1978, págs. 251-299 (sobre todo 293 ss.).
10 Cf. sobre tod o esto, a más de Orígenes, lug. cit., A. Plebe, La nascita d el
eom ico, Bari, Laterza, 1956, p. 46 ss., con m uchos m ás datos.
260 H istoria de la fábula greco-latina

ya aludidos (cf. II 2, p. 236). Y es habitual el canto, y luego,


recitado de yambos, elegías y escolios. N ad a extraño tiene que
si la fábula es un género unido al banquete, se exprese precisam ente
en estos géneros poéticos, predom inantem ente en el prim ero.
Poseemos, efectivamente, datos en el sentido de que era habitual
contar fábulas y cuentos en el banquete. El final de Avispas, de
Aristófanes, es bien claro en este sentido y pueden añadirse diversos
testimonios más (Ateneo 130 C, Petronio Sat. 110, Suetonio, A u­
gusto 74, etc.). Su m ism a aparición en poesía claram ente sim posíaca,
sería ya prueba suficiente. En el banquete, por lo dem ás, J a fábula
no tiene solamente las intenciones satíricas y exhortativas de que
hemos hablado y sobre las que insistirem os; se ve claram ente
que busca sobre todo divertir, así queda claro en el pasaje de
Avispas citado y tam bién en otros, tal el v. 566 de la m ism a com edia,
en que los acusados cuentan «chistes de Esopo» a los jurados
para divertirlos com o si estuvieran en un banquete. Las m anifesta­
ciones de autores posteriores com o H oracio, Fedro y Babrio sobre
la fábula, coinciden en prestarle este carácter de ioci o entreteni­
miento, aunque la usen tam bién, F edro sobre todo, com o arm a
de ataque y enseñanza, véase su prólogo al Libro III. Pueden
encontrarse reunidos datos en Josifovié en su art. Aisopos en
R E 11; aunque ponem os m uy en duda su afirm ación de que la
función originaria de la fábula sea la de un simple entretenim iento,
más bien pensam os que esto es un desarrollo (nunca com pletado,
por lo demás) dentro del banquete. Pero dejemos este tem a, de
momento.
El hecho es que, contada en la fiesta o en el banquete o,
luego, en circunstancias diversas, la fábula podía ir en verso, concre­
tam ente en los m etros m encionados, pero tam bién, sin duda, en
prosa: en prosa se lanzaban los insultos, obscenidades y palabras
libres de fiestas dionisiacas y dem etriacas que conocem os; y no
es de creer que Filocleón o los que se defendían ante la H eliea
contaran sus fábulas en verso. Fábulas en prosa, sin duda de
tradición oral, son las que Sócrates, según el Fedón, se dedicó
a poner en verso. En realidad, un Hesíodo, un Esquilo cuando
incluían fábulas en sus versos no procedían de o tra m anera: a d a p ta ­
ban las fábulas a sus m etros, tom ándolas de la tradición oral
en prosa, aunque podrían conocer tam bién ya fábulas en yam bos

11 Suppl. Band X III, col. 15 y ss., sobre todo 21 y 32.


Fábula y géneros yám bicos 261

o elegía. Es lo mismo que ocurre cuando H om ero transpone a


sus hexám etros poesía lírica, por ejemplo, en el treno por Héctor.
De un m odo paralelo, cuando Filocleón intenta co n tar fábulas a
los personajes que vienen a llam arle a juicio, es de suponer que lo
haga en prosa: si Aristófanes le hace hablar en yam bos, es por
la convención de to d a la comedia.
H ay que suponer, pues, que desde siem pre ha habido una
tradición fabulística no poética, es decir, hablada o im provisada,
tradición que nunca ha desaparecido, dando fábulas en prosa y
llevando, en ocasiones, a la prosificación de las colecciones en
verso. Pero desde el m om ento m ism o en que, en el siglo vil, se
crean el yam bo artístico y la elegía sobre la base de elementos
yám bicos y dactilicos en diversos cultos populares, se crea al tiempo
la fábula yám bica y elegiaca, sobre todo la prim era. En qué m edida,
en fecha anterior, se im provisaban fábulas en las fiestas sin
elem entos yám bicos o con mezcla de ellos, es cosa que no pode­
mos decir. Lo que si es claro es que, con las pequeñas excepciones
anunciadas, la fábula artística, obra ya fijada, escrita por un poeta,
nace com o parte del género yám bico artístico que ahora se crea.
Y que esa vestidura m étrica se hizo tan consustancial con la fábula
y viceversa, que la unión entre am bas se m antuvo en las coleccio­
nes de época im oerial, tras haber atravesado la época helenística.

II. La f á b u l a d e n t r o d e l o s t e m a s y t ip o s d e l a p o e s ía y á m b ic a

1. Comunidad de temas entre la fábula, la poesía yámbica


y la fiesta de que proceden

Pero con esto no hemos entrado todavía en el problem a de


explicar la relación profunda entre los géneros yám bicos y la fábula,
aunque esta relación ha, por fuerza, de existir puesto que sus
orígenes en G recia son comunes. De paso hem os de recordar
que la elegía y ciertos géneros mélicos que desem bocan en el
escolio, presentan a su vez afinidades con el yam bo : las diferencias
son sólo de grado. Concretam ente, los elem entos satíricos, exhorta­
tivos, lúdicos y sim posíacos son com unes a todos estos géneros;
y son los que justifican la presencia en todos ellos de la fábula.
Vam os a proceder, por así decirlo, en dos círculos concéntricos :
262 H isteria de la fábula greco-latina

primero harem os una breve relación de elem entos o tem as de


la poesía yámbica en general de función más o m enos com parable
a la fábula; después verem os cóm o estos tem as y elem entos se
com binan con la fábula, tom ando ésta en un sentido m ás am plio
que el aquí seguido: to d a clase de narraciones en que intervienen
animales o plantas y sólo secundaria o excepcionalm ente dioses
y hombres. D istinguim os:
a) Temas de la fiesta, el banquete y la poesía yám bica. U na
relación que no puede ser o tra cosa sino sum aria, descubre, sin
pretensiones de exhaustividad (dam os ejem plos solo ocasionalm en­
te):
1. M ito: un A rquíloco puede, en el Epodo X II, desanim ar
a un rival en am or m ediante el relato del episodio de H eracles
y Neso, por ejemplo.
2. Injuria, burla, ataque, m aldición. Es el centro m ism o de
Arquíloco, H iponacte, la comedia.
3. Exhortación. Es habitual, raram ente falta: une a la yam bo-
grafía con el resto de la lírica. Cf. Orígenes, p. 239 ss.
4. M áxima. Por ejem plo, al com ienzo (A rqu. 3) o al fin (A rqu.
66) o en lugares varios.
5. A nécdota: por ejem plo, la de Batusíades, el adivino que
en el Epodo V de A rquíloco adivina en unos Juegos m ientras
le roban la casa.
6. Enigm as: véase Josifovic, col. 20 sobre su uso en el b anque­
te; y recuérdense los de Cleóbulo, C leobulina y Teognis
(257 ss., 861 ss., 1229 s.), así com o las com peticiones de
oráculos en A ristófanes y en la Vida de Esopo.
7. Torneos de ingenio confrontando opiniones sobre tem as
dados. Véase Orígenes, pp. 101 ss., 167 ss.
8. Símiles y caricaturas, com paraciones injuriosas, etc. Cf. Ple­
be, ob. cit., p. 64 ss. y supra p. 246 ss.
b) Los mismos tem as, en la fábula.
1. M ito. Son m uy frecuentes las fábulas sobre los orígenes
del m undo, cuyos límites con el m ito son convencionales: llam am os
mito al de Protágoras, por ejemplo, pero fábula a varias co m p ara­
bles de las colecciones. Suelen intervenir dioses com o Prom eteo,
Hefesto, C rono, tam bién Zeus; a veces A frodita, M om o, etc. Estas
fábulas son con frecuencia etiológicas: explican, po r ejem plo, por
qué todo hom bre participa del respeto y la justicia (el «m ito»
Fabula y géneros yám bicos 263

de P rotágoras); o por qué el hom bre es un ser tan charlatán


(Calim aco, Yambo II) ; o por qué el carácter de Eros, hijo de
Poros y Penía según el relato de P la tó n 12; o por qué las ovejas
consintieron en que el perro recibiera trato preferente (fábula de
Jenofonte, M em . II 7.13). La fábula se refiere a la época «en que
los anim ales hablaban» com o dice Jenofonte en el pasaje citado,
0 a la edad de C rono com o dice Babrio en su prim er prólogo.
Pues bien, a p artir de aquí surgen, de un lado, fábulas etiológicas,
no referidas siem pre a anim ales; e, inversam ente, explicaciones
del carácter de las personas por los anim ales de que descienden.
Esto no es propiam ente fábula, pero está em parentado : es el tema
del Yambo de las Mujeres de Sem ónides (fr. 8) y de un pasaje
de Focílides (fr. 2). Cf. sobre la fábula etiológica supra, caps.
1 1 y II 1.
2. Injuria, ataque, burla, m aldición. Son m uy frecuentem ente
anunciadas en la fábula por los protagonistas enfrentados: por
ejem plo, en A rquíloco por la zorra co n tra el águila (frs. 31, 33,
35), el m ono co n tra el camello (67), la zorra co n tra el m ono
(76). La fábula no hace sino trasp o n er los ataques norm ales del
yam bo.
3. E xhortación. D irigida tam bién m uy frecuentem ente por un
personaje de la fábula a o tro : las palabras finales dirigidas por un
anim al a otro tienen con frecuencia este carácter. Cf. supra II 1.
4. Proverbio. Sobre su relación con la fábula y su presencia
en la m ism a, cf. supra, p. 218 ss.
5. A nécdota. En realidad, la anécdota de tem a hum ano no
es o tra cosa que un paralelo de fecha reciente al m ito y la fábula :
su intención es la m ism a. Pero, de o tra parte, hay u n a confluencia
de anécdota y fábula cuando se hace que Esopo (o Sócrates o
Pericles o D em óstenes) cuenten una fábula en unas circunstancia
determ inada. Esto ocurre ya en A ristófanes, según dijimos.
6. Enigm a. Sobre el enigm a y su relación con la fábula, cf.
supra, p. 216.
7. Torneos de ingenio. Las preguntas y respuestas entre los
anim ales — recuérdese, por ejem plo, «El lobo y el cordero», en
la versión de F edro— no son o tra cosa que la transposición al
m undo anim al de estos torneos. A unque los agones de la fábula
com portan, sobre todo en fecha antigua, m ás elem entos de acción

12 S ym p. 203 b ss.
264 H istoria de la fábula greco-latina

e invectiva que de ingenio, pueden encontrarse ejemplos com o


las respuestas ingeniosas de la zorra al m ono en A rquíloco.
8. Símiles, caricaturas, etc. Sobre su presencia en la literatura,
en el banquete y en la fábula, cf. supra, pp. 207 ss., 145.
La com paración caricaturesca con anim ales desborda la fábula
propiam ente dicha, pero es propia de los mism os géneros (aunque
tam bién de otros más) y tiene igual intención. Pues la aplicación
de la fábula a ciertas situaciones es claro que se basaba en caricaturi­
zar a ciertas personas com o animales. El m ono que se viste de
rey y luego echa a correr desvergonzadam ente a por el alim ento,
cayendo en un cepo, o el que presum e falsam ente de antepasados,
todo en A rquíloco, es claram ente sátira de ciertos personajes. La
zorra, a su vez, satiriza al propio A rquíloco, el león viejo a NeobU-
la, etc.
Con esto quedan dichas algunas cosas sobre el contenido e
intención de la fábula y géneros conexos y sobre su identidad
con los m otivos e intenciones de los géneros «yámbicos» en que
originariam ente se inserta. Pero conviene insistir todavía en esta
com unidad de m otivos p ara pasar luego a hablar del origen com ún,
en Grecia, dé la fábula y los géneros yám bicos, que explica su
larga convivencia hasta que, en un m om ento dado, en la época
del imperio, es la fábula, ahora ya transm itida en colecciones,
todo lo que sobrevive del género yámbico.
Hemos visto que la fábula no es m ás que uno de los m otivos
de los géneros yámbicos. H ay que colocarla dentro de un com plejo
de temas animales, vegetales y relativos a ciertos dioses, m otivos
con los cuales los límites son indecisos ; algunos de ellos (los símiles,
sobre todo) están tam bién en la épica. A su vez, todo este com plejo
form a parte de uno más am plio que en algunos casos (m ito, paréne­
sis) aparece tam bién en otros géneros. Hay, pues, una gradación.
Pero esta gradación no desvirtúa la existencia de hechos diferen­
ciales. Lim itándonos a la fábula, fundam entalm ente, a la fábula
animal, y a géneros estrecham ente conexos con ella, podríam os,
precisando más lo anteriorm ente dicho, establecer algunas de sus
características.
Las fábulas están creadas p ara usarlas en determ inadas circuns­
tancias de conflicto hum ano: nada de extraño que se refieran
a conflictos semejantes, sobre todo en el m undo anim al. El tipo
«central» es, queda ya dicho, el de la fábula que encierra un
Fábula y géneros yám bicos 265

agón o enfrentam iento. Lo notable es que en ese agón tiene lugar


norm alm ente el triunfo del débil sobre el poderoso injusto: bien
apoyado por Zeus («El águila y la zorra», «El águila y el escaraba­
jo», en A rquíloco y Sem ónides, respectivam ente), bien en su ingenio
sim plem ente («El león viejo y la zorra», en A rquíloco, aludida
tam bién en Teognis y Solón; «El camello, el m ono y la zorra»
en A rquíloco; «El m ono y la zorra» igualm ente en A rquíloco,
aunque aquí la zorra se lim ita a lanzar una brom a sobre las
pretensiones del m o n o )13. Este agón se refiere con frecuencia al
poder sobre el reino de los anim ales, que es disputado: este tema
del nom bram iento de un rey por los anim ales, rey que se impone
por su fuerza o belleza o arte en el baile, por ejem plo, y que
luego es destronado y expulsado, es m uy frecuente en la fá b u la 14.
Entre las m ás antiguas está la ya citada de «El cam ello, el mono
y la zorra», en un esquem a más com plicado: en la danza para
ser nom brado rey triunfa el m ono, el cam ello es expulsado a
palos ; luego el m ono es destronado m ediante la tram a de la zorra,
que descubre su verdadera naturaleza. Q ueda, indignam ente, cogido
en una tram pa.
H ay, por supuesto, to d a clase de variaciones en el tem a del
agón: por ejem plo, en el del laurel y el olivo en Calim aco (agón
puram ente verbal), am bos contendientes se ponen de acuerdo, al
m enos, p ara rechazar el arbitraje de la zarza. A ñadam os, para
concluir este punto, que el tem a del agón anim al es en Grecia
tan antiguo com o H esíodo («El halcón y el ruiseñon>) y el poema
paródico del siglo vil la Batracomiomaquia, lucha de ranas y rato­
nes ; más aún, se encuentra ya, en form a de símil o de presagio
y no de fábula, en tem as hom éricos com o el de la lucha del
águila y la serpiente.
Todo esto no es m ás que una selección de datos en relación
con el tem a de las fábulas agonales: véase supra, p. 164 ss. sobre
sus tipos form ales; p. 176 ss. sobre sus caracteres trágicos y cómi­
cos; p. 185 ss. sobre sus tipos argum éntales; p. 244 ss. sobre sus po­
sibles orígenes.
El tem a de la verdadera naturaleza es tam bién muy propio
de la fábula y está igualm ente en relación con tem as «yámbicos».
A veces está en fábulas agonísticas : la fábula descubre la verdadera

13 Cf. los distintos tipos en II 1.


14 Cf. supra 112, p. 241.
266 H istoria de la fábula greco-latina

naturaleza de los anim ales y de las personas que representan,


así la del m ono en los ejem plos citados. La naturaleza del anim al
no cam bia: por eso es usado com o sím bolo de diversos tipos
de personas en to d a la literatura griega y es ésta una constante
u n iv ersal15. A hora bien, m ientras que este tem a de «la naturaleza
no cam bia», uno de los grandes tem as de la fábula, es expuesto
con relación al león viejo en un contexto agonístico en la fábula
de «El león viejo y la zorra», este mism o tem a, referido al cachorro
de león, aparece sin contexto agonístico en la fábula de Esquilo
a que hem os hecho referencia.
En el Yambo de las M ujeres de Sem ónides la clasificación de
los caracteres de éstas a través de los anim ales de quienes descienden
proviene del tem a, a que ya hicimos referencia, de los orígenes
del hom bre y de la cultura, tem a que ya está en H esíodo (m ito
de Prom eteo). Y a produce símiles etiológicos — com o éstos— ya
fábulas etiológicas em parentadas. Es un tem a m uy diferente del
agonal, aunque confluye con él al producir fábulas sobre la «verda­
dera naturaleza»; otras son de carácter etiológico, explicaciones
de po r qué son así determ inadas cosas en el m undo anim al o
el hum ano.
Así, sin entrar en m ás detalles, hemos de decir que dos tem as
centrales en la fábula son el del origen de las cosas, explicado
trasladando la fábula al m undo original, la edad de C rono en
que los anim ales h ablaban y los dioses tenían com ercio con ellos
y los hom bres; y el del agón o conflicto, sobre todo por el poder.
Responden a las fábulas etiológicas y agonísticas que ya conocem os
y, en definitiva, a tem as característicos de la fiesta, el del origen
de las cosas y el de cam bio del poder. Pues bien, am bos tem as
son propiam ente Ια μ β ΐζειν, es decir, sátira y ataque: A rquíloco
ataca a Licam bes y a los políticos de Paros con sus fábulas agonales,
Sem ónides satiriza a nueve de las diez clases de m ujeres. Y hay
inifinitos ejem plos más.
Pero es la fábula agonística la que m ás nos interesa. E n ella,
com o sabem os, lo norm al es el tem a del débil derro tan d o al fuerte
m ediante su ingenio y aun sus tram pas, es decir, m ediante m edios
poco convencionales y heroicos. El cam bio de m años del poder

15 Cf. Lévi-Strauss, E l pensam iento salvaje, trad, esp., M éxico 1964, p. 198
siguientes. Y a antes había hablado de esto Lévy-Bruhl, en L es fon ction s m entales
dans les sociétés inférieures, cf. Josifovió, col. 25.
Fábula y géneros yám bicos 267

y la expulsión del poderoso anterior son paralelos a la presentación


del nuevo héroe cóm ico, que es las m ás veces la zorra.
Pues bien, volviendo a nuestro tem a hem os de decir que este
panoram a de la fábula agonística coincide con el panoram a general
de la poesía yám bica, en que se exponen conflictos de poder que
se dilucidan m ediante la violencia y el ingenio. El Ιαμ βί^ειν de
la fábula es el m ism o del yam bo. Y el personaje de la zorra
es el m ism o de A rquíloco, un bastardo sin dinero que lucha y
vence con su ingenio y virulencia contra enemigos poderosos, sin
sentirse atad o po r valores tradicionales pero siendo, al final, más
fuerte que nadie. El erizo y la cigarra son otras encarnaciones
suyas, m ientras que el león viejo, el m ono y el águila cobarde,
lo son de sus enemigos.

2. Razones de esta comunidad de temas.

T oda esta com unidad de tem as en la poesía yám bica, en el


banquete y en la fábula nos lleva a hacer algunas observaciones
sobre el origen de les mism os en la fiesta o, p o r m ejor decir,
en ciertos tipos de fiesta o en ciertos elem entos de num erosas
fiestas. A unque el tem a no quedará com pletado h asta que hablem os,
en el a p a rtad o siguiente, de los tipos cóm icos que aparecen en
la fábula, la poesía yám bica y la fiesta: y en el que le sigue,
del personaje Esopo.
El origen de la poesía yám bica se encuentra en cultos agrarios en
los cuales los participantes tenían la m ás am plia libertad en la
expresión de la crítica y del sexo e intervenían igualm ente elementos
m im éticos: coros de itifalos, falóforos y dem ás, que llevaban el fa­
lo y se revestían de sím bolos dionisiacos; otros disfrazados de sá­
tiros, silenos, bacantes, lenas o bien de personas del sexo opues­
to o de anim ales (véase supra, p. 237 ss.). Los cornos de participan­
tes proferían toda clase de palabras libres y obscenidades, ya dirigi­
das por los unos a los otros, ya al público: recordem os el caso
de los m istas que se dirigían a Eleusis (el llam ado gephyrismós
o «paso del puente»), el de las «palabras desde el carro» lanzadas
po r el cortejo que hacía entrar a D ioniso en A tenas en las Anteste-
rias, los enfrentam ientos de cornos de hom bres y m ujeres en Egina
y otros lugares, de viejos, jóvenes y niños en E sparta, etc., etc.
D e todo esto hay huellas en la lírica, sobre to d o el yambo.
268 H istoria de la fábula greco-latina

que ha desarrollado estos temas. P or ejemplo, la inscripción de


M nesiepes, que relata las burlas y brom as sucedidas entre A rquíloco
y unas m ujeres (en realidad las M usas) que se le aparecieron,
representa la m itologización de un ritual de este tip o ; y en los
ataques co n tra N eobula, etc., hay otras huellas m á s 16. A hora
bien, conviene dejar constancia de que no sólo en fiestas dionisiacas
y dem etriacas, por lo dem ás aludidas con frecuencia po r Arquíloco*
existían celebraciones de estos tipos, m im éticas y no m im éticas.
Esto lo hemos puesto de relieve en nuestros Orígenes de la Lírica
griega donde hem os hablado no sólo de los orígenes de la poesía
yám bica c o n cretam en te17, sino tam bién de diversos aspectos de
¡as fiestas de que nace: m onodias y diálogos eróticos, agonales
de tipos diversos, de escarnio, etc., e tc .18. N uestra tesis es que
la lírica popular así nacida fue influenciada por la m onodia oriental
y así creó, a p artir del siglo vm , la lírica literaria; y, dentro de
ella, los elem entos de tipo «yámbico» a que venim os haciendo
referencia, los cuales no sólo en m etro yám bico se desarrollaron.
D e todo esto, com o decim os, hay testim onio desde fecha anti-
gua; por ejem plo, la costum bre de las pullas recíprocas en la
fiesta está testim oniada p o r al Himno a Hermes 54 ss.: es decir,
fuera de lo estrictam ente dionísiaco y dem etriaco. T odo esto pasó
al b a n q u e te 19. En él, com o sabem os ya, eran frecuentes las burlas,
fábulas, chistes, adivinanzas, com paraciones injuriosas, etc. Y los
tem as propuestos a los que los comensales contestaban en com pe­
tencia.
En nuestra Fiesta, Comedía y Tragedia estudiam os con detención
estos tipos de fiesta en G recia, así com o el nacim iento de la
com edia a p a rtir de e lla 20. La com edia, en definitiva, es una
versión m im ética del yam bo: los elementos com unes, entre ellos
la presencia de la fábula y otros tem as anim alísticos de tipo «cóm i­
co», son, com o sabem os, num erosos.
En definitiva, todos los elementos com unes al yam bo y a la
fábula, según los hemos relacionado más arriba, se reencuentran

16 Cf. M ercedes V ílchez, «Sob re el enfrentam iento hom bre/m ujer de los rituales
a la literatura», E m erita 42, 1974, pp. 375-407.
17 Cf. p. 187 ss.
18 Cf. pp. 90 ss., 93 ss., 343 ss.
19 Cf. supra, p. 245 ss., y Plebe, ob. cit., p. 1Ö8 s s .; O rígenes, p. 101 ss.
20 Cf. pp. 398 ss., 447 ss.
Fábula y géneros yám bicos 269

en la fiesta agraria y de ella derivan. Hay, ciertam ente, una confor­


m ación artística por parte de los yam bógrafos y otros poetas del
siglo vu y siguientes; com o hay otra, posterior, por parte de los
poetas cómicos desde com ienzos del siglo v. H e estudiado este
proceso detenidam ente en mis dos libros citados, así com o en
Visión del mundo en la Lírica griega (en prensa) y no voy a in­
sistir aquí, salvo en lo relativo a los tipos de personajes cómicos.
Es en este am biente festivo, que dio origen al yam bo, la com edia
y otros tipos de poesía que tendían a oponerse a los tipos trágicos,
en el que los tem as anim ales, los pequeños m itos animales, se
desarrollaron sobre el m odelo del m ito heroico de una parte, de
la fábula oriental de otra, para crear la fábula literaria. Fábula
que se co ntaba en la fiesta y en las com idas que la acom pañaban
para satirizar, censurar, exhortar. Se apoyaba, po r supuesto, en
elem entos anim alísticos ya rituales, ya literarios, de que hemos
hablado en II 2. Poetas com o A rquíloco no hicieron o tra cosa
que continuar esta costum bre, pero con un desarrollo literario
nueva. H em os de ver que un personaje com o Esopo no es o tra
cosa, en el origen, que un personaje m im ado en la fiesta y que
n arrab a fábulas. De ahí la costum bre, a veces, de narrar la fábula
no directam ente, sino atribuyéndola a Esopo. A unque esta costum ­
bre no tuvo vigencia con anterioridad al siglo v.
Así se explica, de o tra parte, que la fábula anim alística no
quedara aislada, sino que se le asim ilaran otros tipos de fábula,
anécdotas hum anas reales o supuestas en definitiva, que tenían
igual intención. Son «segundos térm inos» dentro de poem as yám bi­
cos de igual intención tam bién ellos; cuando no, cobraban indepen­
dencia para que los comensales se los lanzaran directam ente unos
a otros, com o aquel que, en un escolio ático, aludía a otro con
la fábula del cangrejo que censuraba a la serpiente ser tan torcida
com o él: evidentem ente, a una prim era fábula o com paración
de un com ensal con la serpiente, respondía éste con lo que dijo
el cangrejo a la tal serpiente.
La burla y brom a que dom inaba en la fiesta, pero burla y
brom a en definitiva al servicio de una búsqueda de renovación,
de salvación por m edio de la crítica, es la que se abrió paso
hasta los géneros literarios: el yam bo, la elegía, el escolio, el
d ram a satírico, la com edia. La fábula no fue, en el origen, o tra
cosa que un elem ento dentro de los m ism os; salvo cuando era
utilizada directam ente, igual que la elegía o el escolio. Esta y
270 H istoria de la fábula greco-latina

no otra es la razón de la com unidad de tem as de que hem os


venido hablando.

3. Rasgos típicos coincidentes de los personajes de la fábula,


la poesía yámbica y la fiesta

D espués de lo dicho no resultará sorprendente que los tipos


de los personajes de la fábula sean coincidentes con otros desarrolla­
dos en las fiestas de que estam os hablando y que, en ocasiones,
h an llegado a la literatura. E incluso, añadim os, con los tipos
de los propios poetas yám bicos y cómicos.
Estos tipos anim ales no vam os a recordarlos aquí en detalle,
porque nos hem os ocupado anteriorm ente de ellos. H em os hablado
sobre todo de la zorra, el anim al astuto por definición, el que
com pensa con su ingenio su inferioridad física; del m ono, el indivi­
duo presum ido que es objeto de irrisión; y de otros anim ales
que, pese a su fuerza, sucum ben a veces ante el ingenio del d é b il21.
R epresentan caracteres m uy semejantes a otros satirizados en el
yam bo — un Licam bes, un G lauco, un Pericles, un A rquíloco— y
la com edia — un Cleón, po r ejem plo— ; y en el caso de la zorra,
al héroe cómico. E sta es la tesis que vam os a desarrollar, insistiendo
en el com ún origen de todos estos tipos en la fiesta.
Pero no debe pensarse que la zorra sea el único anim al que
equivale, por así decirlo, al héroe yámbico y al héroe cómico.
Personajes com o el cabrito o el asno pueden o b rar ocasionalm ente
con igual astucia, burlando al lobo. U n anim al pequeño y m aloliente
com o el escarabajo puede burlarse del águila. Bien p o r herencia
antigua, bien po r desarrollos de época helenística que siguen una
línea absolutam ente coherente, una y o tra vez tenem os al anim al
pequeño o m al d o tad o físicam ente que se im pone gracias a su
ingenio o su constancia. L a pulga, la mosca, la tortuga, la ran a,
etcétera, son sím bolos de estos nuevos héroes. A rquíloco se com pa­
ra explícitam ente con la cigarra que canta incansable y más si se
la hostiga. Y luego la caña vence a la encina, el Sol a Boreas
(H. 46), la pulga al atleta (H. 260), el ratón al to ro (H. Bab. 112),
el m osquito al león (H. 267) y el elefante (H. 292), la tortuga
a la liebre (H. 254), etc. C om o se ve, intervengan anim ales, hom bres

21 Cf. supra, p. 171.


Fábula y géneros yám bicos 271

o dioses, las cosas suceden igual. Son tem as com parables a los
de la zorra en A rquíloco y algunos son ya de A rquíloco o en
todo caso antiguos: en Sófocles está ya, por ejem plo, el m odelo
de «L a caña y la encina», que hemos citado, y el de «El Sol
y Boreas» (epigram a en Ateneo 604 F). Veam os, pues, tras estos
precedentes, el origen festivo de los personajes yámbicos y cómicos
y su trasvase a la literatura. Los anim ales de tipo «cómico» o
proceden de cornos anim alísticos com o los que ya hemos estudiado,
o, si solo en una fase ya literaria se añadieron, fueron conform ados
de acuerdo con los rasgos de los dem ás personajes de estos cornos:
del desfile festivo, en parte al m enos m im ético, que es esencial
en la fiesta y al cual ya se ha aludido, desfile unido o no a
un ritual de agón. En qué m edida los anim ales de la fábula y
los personajes cómicos en general estaban ya conform ados perfecta­
m ente en la fiesta o debieron los más de sus rasgos a una fase
ya literaria que incluye el presagio, el símil, el proverbio, es lo que
no resulta fácil de decir.
Es m uy interesante, para la continuación de nuestra exposición,
destacar algunos rasgos, unos absolutos, otros frecuentes, de los
cornos que intervenían en las festividades griegas:
a) Son hom ogéneos: de jóvenes o viejos o viejas o doncellas,
o de fieles de tal dios o seguidores de tal héroe, o de m iem bros
de tal trib u o ciudad. Ello quiere decir que son siem pre representati­
vos.
b) A unque, debido a este carácter y a aparecer anualm ente,
hay siem pre, en cierto sentido, una mimesis, otras veces la hay
m ucho más claram ente, lleven o no m áscara o disfraz los m iem bros
del como. Por ejemplo, pueden ser bacantes o ninfas o sátiros
o curetes; o llevar cuernos de ciervo (los bucoliastas de Siracusa)
o de carnero (los estafilodrom os de las C arneas de Esparta), po r
ejem plo, que indican su adscripción original al círculo de ciertas
divinidades teriom órficas. C on esto va en conexión de posibilidad
de que el jefe del como se presente com o la divinidad o héroe
a quien rodea su cortejo divino o de fieles: D ioniso, A rtem is,
el dios C arno o carnero, etc., etc.
c) De aquí se deduce que, com o ya sabem os, los m iem bros
de los cornos son concebidos, con frecuencia, com o divinos o anim a­
les, lo que para una fase prim itiva de la religión viene a ser
lo mismo. Suelen ser violentos y agresivos, horribles y risibles
al tiem po: esto es claro en el caso de los sátiros y otros seres
272 H istoria de la fábula greco-latina

conexos. Pero esta violencia y agresividad es característica, en


ciertos m om entosv de todos los cornos.
d) En num erosas fiestas antiguas, igual que en las m odernas,
los cornos hacían una cuestación : los bucoliastas de Siracusa, los
cornos de la golondrina y la corneja, los de la eiresione o «m ayo»
se nos presentan, entre otros, haciéndola. Y participaban en la
comida procedente del sacrificio o del guiso de las primicias. E sta­
ban, así, relacionados con el tem a de la com ida y su búsqueda.
Son notables, com o puede verse, las coincidencias entre estos
cornos: nada de extraño, por tanto, que rasgos que son propios
de los de carácter anim alístico — estudiados por nosotros en II 2— ,
que son una de las fuentes de la fábula, se reencuentren en otros
no animalísticos. Y que los propios poetas, que actuaban com o
jefes de cornos, se los atribuyan a sí mismos.
Con esto tenemos sentadas ya las bases para el estudio de
los tipos cómicos derivados de los m iem bros y los jefes de los
cornos y que pasaron a la literatura; y de los tipos m ism os de
los poetas que cultivan estos géneros de literatura, según eran
vistos por sus contem poráneos y por ellos mismos.
Son los dos últim os puntos los que nos van a ocupar aquí
preferentemente. Pues ya en Orígenes, p. 250 ss. hicimos ver cóm o
una serie de temas tópicos de ataque en la lírica griega arcaica,
a saber, contra las m ujeres, los viejos y co n tra personas individuales,
ataques que incluyen burla, sátira, m aldición, ironía, etc., dependen
directam ente de rituales com o el de la persecución y lapidación
del fárm aco, los enfrentam ientos de hom bres y m ujeres o de jóvenes
y viejos. Todo es tópico y burlesco en esta poesía: el viejo pretende
ridiculamente a la m ujer joven y es vencido por otro am ante,
presenta todos los signos de la decadencia física; la m ujer es
lujuriosa, borracha, vaga y ch arlatana; el hom bre es perjuro, afem i­
nado, cobarde, con frecuencia m iserable y m uerto de ham bre.
A estos ataques, que hallam os no sólo en A rquíloco e H iponacte,
sino tam bién en Safo, A nacreonte, etc., y en que a veces el poeta
ironiza sobre sí mismo presentándose en la figura de los tipos
del viejo o del m endigo, por ejem plo, va unido siem pre un elem ento
positivo: las am enazas y m aldiciones buscan restablecer un equili­
brio justo m ediante la d erro ta de los perjuros Pitaco o Licam bes,
la irrisión d é lo s bufones y parásitos (Pericles y G lauco en A rquílo­
co, Búpalo y otros en H iponacte, diversas m ujeres en Safo), el res­
Fábula y géneros yám bicos 273

tablecim iento del orden natural en el am or y en el relevo de las ge­


neraciones. En sum a, se trasluce por doquier el eco de la antigua
fiesta, que significaba la d errota del m al y del tiem po pasado, la
restauración de los tiem pos. Pero de aquí parte una crítica de todo
lo que es desviado y un program a de vida restaurada.
Paralelam ente, tanto en la parábasis de la com edia, ya antes
aludida, com o en ataques y críticas que dirigen a sus amigos
Alceo y Teognis, a su ciudad entera A rquíloco, Calino, Tirteo
y Solón, hay que ver la continuación de los ataques de los cornos
festivos dirigidos ya a otro como, ya a la totalidad de la ciudad.
Son ataques en que resuenan los mismos tem as de los ataques
individuales: el de la cobardía, el de la m iseria unida a ella, el
del abandono de antiguas obligaciones. Y van, tam bién aquí, unidos
a exhortaciones: A rquíloco pide a los parios que abandonen la
m iseria de su isla para conquistar Tasos, Solón a los atenienses
que reconquistan Salam ina y abandonen su cobardía, por la que
son objeto de burlas, Tirteo a los espartanos y C alino a los efesios
que luchen contra los mesenios y cim erios respectivam ente, y eviten
caer en el deshonor y la miseria. Individuos aislados, los poetas,
tom an el antiguo papel de los cornos festivos y sus jefes de dirigirse
librem ente a la com unidad criticándola y exhortándola. Solón va
m ás adelante, en cuanto en sus elegías propone, entre críticas
y exposición de tem ores para el futuro, todo un program a político
y social para A tenas, del cual ha de salir el progreso de la ciudad
y la evitación de su ruina. En los mism os versos y m etros que
los antiguos cornos, estos poetas se presentan a sí mismos en
el papel del jefe que se dirige al ejército (Tirteo) o del político
que se dirige al pueblo reunido en la plaza (Solón). N o de otro
m odo, en la poesía sim posíaca el poeta ad o p ta el papel del exarconte
o sim posiarca, y denuesta y exhorta, al propio tiem po, a los com en­
sales, siem pre sobre los mismos m otivos básicos: así Alceo y Teog­
nis, entre otros. Por o tra parte, ya hicimos ver que en la elegía
y en los escolios se conservan huellas de poesía díalógica que
es continuación de la de los antiguos cornos: fundam entalm ente,
sobre los mism os temas. En este caso y en todos los dem ás, la
presencia en la L iteratura de los viejos recursos del retruécano,
el chiste, las contestaciones alternadas sobre tem as propuestos,
etc., etc., garantizan la continuidad a que aludim os. En la com edia
las cosas son m ás claras todavía.
T odo esto da un fundam ento, pensam os, para la investigación
274 H istoria de la fábula greco-latina

de los «tipos cómicos» en la lírica y la com edia y del tipo mism o


de los poetas, tal como nos es presentado por ellos mismos.
Estos «tipos cómicos» son esencialm ente semejantes a los que
aparecen entre nosotros en las celebraciones carnavalescas en senti­
do am plio22. Hay que hacer constar que norm alm ente estos «tipos
cómicos» presentan iguales rasgos que los m iem bros de los cornos
que les acom pañan: piénsese, entre nosotros, en C arnaval (y A ntroi-
do, etc.), y su cortejo, en la reina de M ayo y las m ayas, en el
bruscello y los bruscellanti en Ita lia 23, en A rlequín y los bufones
de su séquito, etc.; en G recia en Sileno y los sátiros, D ioniso
y las bacantes, la G olondrina y su como de golondrinas, etcé­
tera, etc. Por supuesto, existen los antagonistas — otro como y su
jefe, en el caso más explícito— en el juego erótico o agonístico,
pero resulta claro que sus características son, en definitiva, sem e­
jantes. Los papeles cam bian ocasionalm ente, pero d entro de unas
constantes. Y no tiene, así, nada de extraño que los personajes indi­
viduales que intervienen en estas celebraciones, dirigiendo un como
o enfrentándose a él, tengan con la m ayor frecuencia los mismos
rasgos que hemos considerado propios de los cornos. Son violentos,
injuriosos, lascivos, ham brientos o glotones. T oda la búsqueda vi­
tal que es el m otivo central de la fiesta, se refleja en ellos: com o en
los animales de la fábula, una vez más. Todo su alejam iento de la
moral cotidiana y convencional, tam bién.
Se trata, en definitiva, de personajes que encarnan los tem as
y momentos centrales de la vida hum ana, pero asim ilada a la
animal y vegetal, cuyos rasgos com portan con frecuencia y utilizan
otras veces a través de la fábula, el símil, etc. Y que, por cam inos
que van de la violencia a la burla y el ingenio, provocan por
un momento una inversión inesperada de las relaciones de poder,
una renovación del eros, un alejam iento del m al, u n a explosión
de la risa prim aria que es arm a de lucha y sím bolo de victoria.
Pasemos, tras esto, una revisión a los «tipos» que en la lírica
y el teatro griegos aparecen actuando com o jefes de como o bien,
según hemos visto, heredan en alguna m edida este papel. Un rápido
repaso a la com edia nos hará ver que las circunstancias de ésta
son, con casi exacta precisión, análogas a las de los festivales

22 Cf. detalles en « H ech os generales y hechos griegos en los orígenes de la


sátira y la crítica», H om enaje a Caro Baroja, M adrid, 1978, p. 43 ss.
23 Cf. Fiesta, p. 553.
Fábula y géneros yám bicos 275

carnavalescos m odernos. Después pasarem os a la lírica, donde


las cosas varían en cierta m edida.
En la com edia hallam os los siguientes tipos de personajes:
a) D ioses: D ioniso en las Ranas, Pluto en esta com edia, H éra­
clès en piezas num erosas, etc. A parecen tam bién Sileno (en el
Dionis alejandro de C ratino), Prom eteo, Posidón y otros m uchos
dioses y héroes. Su papel cóm ico-burlesco no es diferente del de
los dem ás personajes.
b) H ipóstasis: en la sola Paz de A ristófanes tenem os a Paz,
Cosecha y F iesta; en Aves encontram os a Realeza, en Caballeros
al Pueblo ateniense, etc., etc.
c) N om bres parlantes. Son m uy frecuentes: L isístrata es «la
que disuelve los ejércitos», Diceópolis «el de la ciudad justa»,
Trigeo «el vendim iador», Filocleón «el amigo de Cleón», etc.
d) N om bres genéricos. Existen en A ristófanes personajes como
M ujer A, B y C (en Tesmoforias), el Joven, la Joven y la Vieja
(en la Asamblea) y otros semejantes. E ncontram os, igualmente,
sacerdotes, poetas, vendedores de arm as, uno de m orcillas, un
com isario, arqueros, adivinos, etc., etc.: a veces llevan nom bre
propio, más frecuentem ente no.
e) N om bres convencionales. En este capítulo entran personajes
cómicos com o Estrepsíades, M irrina, Cleonica y tantos más.
f) N om bres históricos. En la com edia intervienen héroes anti­
guos com o Odiseo (así en obras de C ratino y Epicarm o) o Tereo
(A ristófanes, Aves), políticos ya m uertos com o Pericles (Eupolis,
Demos), etc. Pero tam bién intervienen personajes vivos com o Sócra­
tes y com o otros de carácter m ás episódico.
La única diferencia entre esta lista y la de los m odernos persona­
jes carnavalescos, es que en ella faltan los nom bres vegetales y
anim ales24. Los prim eros han, ciertam ente, desaparecido, si bien
se conservaban en celebraciones preliterarias, sobre las que hablare­
mos. En cuanto a los anim ales, han desaparecido tam bién, con
excepciones com o la A bubilla de Aves y el Perro de Avispas.
Pero se conservan los coros anim ales del tipo de los de Ranas,
Avispas y Aves; y los héroes de alguna de estas piezas poseen
rasgos anim ales correspondientes, aunque el de Avispas se llama

24 Cf. en ép oca m oderna el bruscello y el lecchio en Italia, el m ayo y la maya,


etc., así co m o el H ob b y-h orse inglés, el oso en la dan za de A rles-su r-
Tech, diversos personajes de las m ascaradas vascas, etc.
276 H istoria de la fábula greco-latina

Filocleón y no A vispa y el de Aves, Pistetero. En realidad, son


jefes de esos coros anim ales, presentan sus rasgos; pero están
ya hum anizados en una gran m edida.
Sean cuales sean sus nom bres, los rasgos de todos estos persona­
jes son sem ejantes25. C iertam ente, en la com edia griega encontra­
mos una escisión: hay los personajes que triunfan, hay los que
son derrotados ; esta es una consecuencia de la escisión y especializa­
ción de los géneros teatrales. N o podem os esperar encontrar en
los personajes vencedores las situaciones de derro ta y m uerte, com o
en el caso de C arnaval y dem ás héroes carnavalescos; ni en los
vencidos se encuentran la astucia triunfante y el éxito erótico
de sus vencedores.
Pero sum ando los rasgos así escindidos, en unos y otros hallam os
una vez más cosas conocidas. Tenem os al personaje débil y bufones­
co, ingenioso y astuto, aguerrido tam bién cuando llega el caso,
que se apodera del poder destronando a hom bres poderosos com o
C león; o creando una nueva situación de paz y abundancia pese
a todas las presiones de una situación de guerra ( Acarnienses,
Paz, Lisístrata). El héroe descifra enigmas, usa fábulas y anécdotas,
vence en torneos de ingenio sin preocuparse por la licitud de
los medios. Tiene incluso dones mágicos o sobrenaturales: las
alas de Pistetero, el licor pacífico que recibe Diceópolis y le perm ite
su paz individual. D isfruta en la com ida, la bebida y el lujo, se
m uestra insolente y procaz, está lleno de erotism o y corona, las
más veces, su triunfo con una boda o bien con una orgía en
la que el vino y el sexo intervienen. Por o tra parte, la derro ta
del opresor vencido es saludada con burlas y alegría. Y el vencedor,
el héroe cóm ico, puede ser calificado de personaje de fábula:
incluso de fábula anim alesca, com o Pistetero uniéndose a las aves
y derrotando a los dioses; Trigeo subiendo al cielo en un escarabajo
y rescatando a Paz; Filocleón luchando co n tra su hijo al frente
de sus «avispas».
U na vez m ás encontram os la mezcla de planos —divino, anim al,
hum ano— que dan un ser de excepción que pasa por encim a
de todo lo que hay que pasar y trae el triunfo de la vida, la
nueva abundancia, el nuevo erotism o. En el cam ino, la com edia

25 Cf. H. C. W hitm ann, A ristophanes and the Com ic H ero, Cam bridge M ass.,
1964; m i Fiesta, p. 89 ss. ; M ercedes V ílchez, E l engaño en e l teatro griego, Barcelona,
Planeta, 1975.
Fábula y géneros yám bicos 277

practica la crítica, seria al tiem po que burlesca, de las situaciones


de injusticia y opresión del presente. L a guerra, los abusos de
poder, las desigualdades, las cobardías y vicios de hom bres y muje­
res, ya en general, ya con sus nom bres propios, reciben los dardos
del poeta. Este se presenta a sí m ism o, en la parábasis de varias
de sus obras, com o el «sabio» dotado de ingenio, el « purificador»,
el hom bre audaz que osó desafiar a los poderosos, el que trae
la libertad, la justicia y la alegría: en cierto m odo, com o una
co n tra p artid a de sus héroes. Tenemos razones p ara pensar que
no solo la com edia de A ristófanes, sino to d a la com edia, se presenta­
ba a los griegos con estas características.
T odo esto que sucede en la com edia halla, com o decíam os,
su paralelo y precedente en la lírica literaria griega. Pero antes
de volver sobre éste hay que insistir en que el precedente está
siem pre en las celebraciones rituales de tipo festivo, acom pañadas
o no de elem entos líricos preliterarios. C laro está, nuestro conoci­
m iento de las mismas es absolutam ente incom pleto. Sabemos, por
ejem plo, que existían en ellas los ataques personales, pero sólo
cuando se llega a la lírica literaria se nos dan los nom bres de
los atacados. En realidad, apenas se nos dan nom bres propios
en relación con los cornos rituales, salvo cuando se trata de dioses
o héroes en cuyo h onor se celebraban y que, a veces, se consideraban
encarnados en el jefe de coro o presentes de alguna o tra m anera:
D ioniso, el C uros o Zeus cretense, A rtem is, D ioniso, Sileno, etc.
M ás frecuentem ente, el jefe del como es de igual naturaleza que
los m iem bros de él: así hablam os de «la G olondrina», «la Corneja»,
etcétera, en cornos anim ales, o bien de los coregos de los coros de
viejos, jóvenes y niños (en las G im nopedias de E sparta) o de
los de los coros de hom bres y m ujeres en otras fiestas. Se trata
de denom inaciones de las que hemos llam ado genéricas, no de
nom bres propios. Igual en el caso de los falóforos, itifalos y otros
coros dionisiacos. Y cuando en representaciones preteatrales hay
personajes destacados, suelen ser o bien dioses y héroes parodiados
o bien hom bres genéricos, com o el cocinero de las farsas megáricas
y el 'médico de las espartanas.
H ay huellas, de o tra parte, de denom inaciones «vegetales» y
de otras nacidas de hipóstasis: po r ejem plo, la eiresione o ram o
de olivo d a nom bre a ciertos coros y a la canción que cantaban,
así com o tam bién sin duda, a su jefe; y refranes corales del tipo
de paián o dithyrambe han pasado a denom inar la canción y
278 H istoria de la fábula greco-latina

el dios en cuyo h o n o r se celebraba la fiesta y que, supuestam ente,


estaba presente en la celebración com o jefe de coro.
Por otra parte, prescindiendo del problem a del nom bre, los
jefes de estos coros y cornos presentaban los rasgos ya conocidos:
el jefe de coro dirigía la cuestación (canción de la golondrina,
eiresione, bucoliastas), el ataque y enfrentam iento (coros de sátiros,
de bucoliastas, de estafilodrom os en E sparta), el acoso erótico
(coros del paraclausíthyron ante la puerta cerrada de la am ada,
canción de la golondrina); sufría ultraje y violencia (el fárm aco).
De todas m aneras, es en la literatura donde estas posibilidades
han alcanzado su pleno desarrollo y nos son m ejor conocidas:
por eso hemos em pezado hablando de la com edia. A hora bien,
en la lírica literaria nos encontram os con un fenóm eno interesante.
E n ella, en cierto m odo, es el poeta el que actúa de jefe de
como, el que desem peña el papel activo, m ientras que en los rituales
y en la com edia hay personajes de uno y otro tipo o bien, en
el origen, unos m ism os pasaban por m om entos diferentes. El poeta
aparece explícitam ente en su papel de jefe de coro y de como,
ya sea en la fiesta com unal, ya en el banquete, ya en fiestas
que diríam os privadas, ya en situaciones paralelas ante la ciudad
o el ejército : casos que p odrían ejemplificarse con la casi totalidad
de los líricos. Jenófanes, Alceo, A nacreonte y tantos m ás cantaban
en el banquete; A lem án, Estesícoro, Ibico, A rquíloco, etc., en
las fiestas públicas; Safo en los banquetes y fiestas de las m uchachas
de su círculo; Tirteo, Solón, se nos presentan dirigiéndose a los
espartanos o atenienses reunidos. Pero no es solo esto, incluso
cuando no nos constan las circunstancias en que se ejecutaban
los poem as, estos iban siem pre dirigidos a un tú colectivo o indivi­
dual, el poeta en cierto m odo era una voz poderosa, representativa
de la colectividad, que dictaba norm as de com portam iento, exhorta­
ba, criticaba, injuriaba, m aldecía. T odo esto es bien conocido;
pero no lo es tan to que esta voz es la simple continuación y
desarrollo de com portam ientos festivos no solo griegos, sino de
alcance universal.
Es, así, en la figura del poeta lírico donde m ejor se nos ha
conservado la im agen prototípica del personaje que hem os llam ado
«cómico», independientem ente de los otros papeles tam bién propios
de un jefe de como. T anto o más que en los dioses y héroes
parodiados, en los personajes objeto de burla o ultraje: ya nom bres
parlantes com o la Pasifila «am iga de todos» de A rquíloco, el Sanno
Fábula y géneros yám bicos 279

(que viene a ser «bufón») de H iponacte; ya nom bres genéricos


com o el κ ν ισ ο κ ό λ α ξ o «parásito» de A sió; ya, sobre todo, nom bres
personales. Y ello porque estos dioses y personajes, así com o
otros que son encom iados, desem peñaban en la lírica literaria
un papel pasivo, en el que solo podem os ver los rasgos dignos
de elogio o censura, m ientras que solo el poeta nos m uestra un
papel activo, idéntico al de tantos jefes de como de los rituales
y de la com edia.

4. Los poetas como personajes «cómicos»

R esulta, así, m uy interesante repasar las biografías de los anti­


guos poetas. Biografías en parte com puestas por ellos, con los
datos autobiográficos que con ta n ta frecuencia nos ofrecen; en
parte po r la tradición posterior. Lo uno y lo o tro se funde: se
logra así u n a im agen tópica del poeta cóm ico. E sta imagen, que
vam os a tra z a r brevem ente, com pleta la im agen del poeta en general,
com o ser «sabio» e inspirado, guía de la co m u n id a d 26. Estos
rasgos generales se m antienen, ciertam ente, en la im agen de los
poetas «cómicos» de que ahora nos ocupam os; pero son precisados
en un sentido que ya hemos anticipado. N aturalm ente, solo pode­
m os d a r unos pocos ejemplos.
Veam os A rquíloco. Se nos presenta a sí m ism o com o hijo
de un noble parió y una esclava tracia, com o un hom bre pobre
que tiene que ganarse la vida con la guerra y que incita a los suyos
a esta guerra solam ente p ara salir de la m iseria de Paros (fragm en­
tos 159 y 160). Se burla un tan to de su actuación guerrera — en
el fam oso fragm ento de la pérdida del escudo— , de la del propio
ejército (fr. 167) y del propio general G lauco (fr. 166). Pero exhorta
a la lucha y se gloría de la victoria. Personalm ente, se com para
con la cigarra, que grita más cuando la cogen del ala (fr. 24),
y con el erizo («m uchas cosas sabe la zorra, pero el erizo una so­
la decisiva», fr. 37); afirm a que «sé am ar al que me am a y odiar
e injuriar al enemigo» (fr. 123, 14) y que «una sola cosa sé,
pero es la m ás im portante de todas : responder con terrible venganza
al que m e m altrata» (fr. 210).
Situado en los m árgenes de la sociedad, pobre, burlón respecto

26 Cf. Orígenes, p. 132 ss.


280 H istoria de la fábula greco-latina

a la antigua m oral heroica, jactancioso y virulento, A rquíloco


usa como arm as la m aldición, la fábula, el ataque violento. Se
im pone así a personajes orgullosos com o Licam bes, que ha violado
su juram ento de concederle la b o d a de su hija N eobula; y ayuda
a los parios a lograr la conquista de Tasos. Los afem inados, los
falsos adivinos, los políticos intrigantes, las mujeres lujuriosas,
todos ellos son escarnecidos y burlados. Y no oculta, sino al
contrario, sus asuntos am orosos, en los que se jacta siem pre de
triunfar, a veces con palabras que buscan la pura seducción y
engaño, así en un fragm ento recientem ente d escu b ierto 27. Todo
ello con gran escándalo de un aristócrata del siglo v, Cfitias, que,
seguidor de una m oral hipócrita, dice que nadie se hab ría enterado
del adulterio de A rquíloco (y de su origen bastardo y de la pérdida
del escudo) si él m ism o no lo hubiera c o n ta d o 28.
Por o tra parte, este personaje se considera a sí m ism o ligado
a la protección divina. C anta him nos en h o n o r de D em eter y
D ioniso, cuyo culto nos cuenta que introdujo en Paros; cree en
la ayuda de A tenea a favor de los parios (frs. 154, 158). Y esto
que dice él, se com pleta con la tradición posterior en torn o a
su persona. L a leyenda de cóm o las M usas se le aparecieron sin
que él las reconociera, en traro n con él en un diálogo de burlas
y le concedieron el don de la poesía, parece rem ontar al siglo v
antes de C, ; del m al m enos es la relativa al supuesto suicidio de
Licam bes y sus hijas, que no pudieron resistir los dicterios del
poeta. H ay todavía la leyenda de cóm o un naxio, C alondas,
le m ató, teniendo luego que purificarse po r orden del A polo delfio.
Así A rquíloco, partiendo de una situación de inferioridad po r
su nacim iento y su fortuna, ajeno a los valores convencionales
de la tradición hom érica y do tad o de violencia, ingenio y trapacería,
se nos presenta com o salvador, pese a todo, de su ciudad, triu n fad o r
en lides eróticas, protegido por los dioses, sobre todo los dioses
populares D ioniso y D em eter; es luego m uerto, pero su m uerte
es vengada po r A polo, que le reconoce com o servidor de las M usas.
Son, evidentem ente, rasgos tópicos del héroe cóm ico y del fárm aco
los que se unen aquí.
El tem a anim alístico no es más que uno de los recursos de
los enfrentam ientos y de la crítica de A rquíloco. Puede reducirse

27 P ublicado en Z P E 4, 1974, p. 97 ss., por M erkelbach y W est.


28 En E liano, V.H. X 13.
Fábula y géneros yám bicos 281

a una m áxim a, com o la del erizo, ya citada (es, en realidad,


una cita del M argites)·, o a una com paración, la de la cigarra
o aquella o tra «cuidado no te encuentres con un águila de cola
negra», es decir, con alguien m ás fuerte que tú (fr. 35) 29. De
o tra parte, usa en igual función de escarnio y advertencia, decíamos,
la anécdota del divino; podríam os añadir la de Etíope el corintio,
que cuando la fundación de Siracusa vendió su lote de terreno
por una to rta de miel (fr. 284). Y el m ito, así el de Heracles
y N eso, que es en el Epodo VIII una advertencia a un rival en
am or. Pero lo esencial es el uso de la fábula propiam ente dicha :
bajo la figura del águila perjura es criticado y am enazado Licambes,
bajo la del león viejo N eobula, bajo la del m ono sus rivales los
nobles de Paros.
El caso de A rquíloco no está aislado. Y a en la vida de Hesíodo,
cuya o b ra tiene tan to carácter lírico com o épico, en realidad,
encontram os rasgos semejantes, aunque m enos acusados. Hesíodo
es un hom bre pobre que com bate co n tra los nobles de Tespias,
a los que am enaza, com o A rquíloco a Licam bes, con la justicia
de Zeus. Es el pobre oprim ido que com bate y se defiende y tiene,
en definitiva, el porvenir para sí. En tan to , vive de sus ovejas
y de sus ganancias com o aedo o juglar: él m ism o nos cuenta
su victoria en los Juegos en h onor de A nfidam ante en Cálcide
y la tradición posterior (recogida en el Certamen Hom eri et Hesiodi)
nos dice que el vencido fue H om ero, significando esto el triunfo
frente a la tradición épica. Por o tra parte, si H esíodo no es trapacero
y desvergonzado com o A rquíloco, usa algunas de sus arm as, como
son la fábula — la del halcón y el ruiseñor es la prim era de la
L iteratura griega— y las am enazas. La ley en d a30 ha inventado
p ara él una m uerte acorde con lo tópico en estos personajes:
triunfo en los Juegos, oráculo délfico m al interpretado, seducción
de una princesa (m otivo un tanto retocado en el Certamen), m uerte
a m anos de sus herm anos vengadores, fiesta fúnebre en sil honor.
C om o en el caso paralelo de A rquíloco, la fábula no es para
H esíodo o tra cosa que una entre sus varias arm as destinadas al
ataque y la autodefensa. Si la fábula del halcón y el ruiseñor

29 C om para a Licam bes con el águila de cola blanca, el quebrantahuesos; cf.


«N ou veau x fragm ents et interprétations d ’A rchiloque», RPh 30, 1956, p. 30 ss.
30 V éase el Certam en H om eri et H esiodi 219 ss., en A llen, H om eri Opera V,
O xford 1912, p. 234 ss.
282 H istoria de la fábula greco-latina

debe ser entendida a la luz de la m anifestación del poeta de que


entre las bestias se im pone la fuerza, pero no entre los hom bres,
una serie de m itos atacan a Perses y los reyes venales, a los
hom bres injustos en general: el de la Edad de O ro y las edades
sucesivas, el de los 30.000 daímones que vigilan a los hom bres
por orden de Zeus., etc. A lgunos de estos m itos hesiódicos han
ido a parar, en definitiva, a las colecciones de fábulas: así el
de la tinaja de P andora, el de los dos cam inos, el de Prom eteo.
Pero hay que insistir e n . que si es cierto que H esíodo llega a
utilizar la fábula, el m ito y la m áxim a en causas que podríam os
llam ar «generales», en el com ienzo lo que defiende es una causa
personal: es el débil que se defiende de la violencia del fuerte
injusto.
Es claro que desde fecha tem prana los aedos que cantaban
la épica com enzaron a c a n ta r tam bién m onodias líricas, en un
principio acom pañados de un coro, según sabem os por datos del
propio H om ero; m uy posiblem ente éste era tam bién el caso de
H esíodo si realm ente eran trenos o cantos de duelo los que cantó
en el funeral de A nfidam ante y si, com o pensam os, sus proem ios
en que celebra a las M usas son transposiciones de cantos de tipo
m ix to 31. A rquíloco nos cuenta él m ism o por su parte su actuación
com o exarconte o jefe de coros populares y se nos han transm itido
diversos fragm entos de estas actuaciones suyas; la m ism a leyenda
sobre su torneo de burlas con las M usas alude a ellas. Es claro
que estos poetas llegaron poco a poco a alejarse de la sum isión
de los antiguos aedos épicos a los valores de la aristocracia, para
la cual cantaban. L legaron a desarrollar un sentim iento individualis­
ta de orgullo de su propio valer, una imagen de cóm o un hom bre
pobre puede triu n far pese a todo, acudiendo a su ingenio, puede
saltar sobre valores convencionales y defender, pese a ello o gracias
a ello, la justicia. A h o ra bien, el m odelo de esta form a de pensar,
de este nuevo tipo hum ano distinto del del noble, lo encontraron,
sin duda, en el vasto repertorio de los rituales populares, con
su violencia verbal, su erotism o sin velos, su presentación del
triunfo del débil frente al fuerte, su religiosidad p ara nosotros
extraña, pero superior a la de la epopeya claram ente. Los aedos
contem plaban su vida según la im agen de los jefes de esos cornos,
que ellos a veces dirigían. Esa mimesis por la cual el que actúa

31 M on od ia y coral, cf. Orígenes, p. 59 ss.


Fábula y géneros yám bicos 283

en un coro ritual o lírico o teatral asum e una nueva personalidad,


se olvida de sí m ism o, les hacía, sin duda, sentirse p o r un m om ento
inm ersos en un m undo diferente del de todos los días, m undo
que asum ieron para sí. Los cornos, anim alescos o no, de la fiesta,
con sus héroes nada convencionales, que hacían sátira y usaban
to d a clase de recursos para triunfar, les ofrecían un m odelo para
presentar su propia personalidad, para definirla. E igual la fábula,
que era n a rra d a en la fiesta y en cuyos grandes triunfadores del
tipo de la zorra se sentían representados los poetas.
Poetas com o H iponacte o M im nerm o están m ucho m ás clara­
m ente unidos, todavía, al círculo de las celebraciones populares
a que nos estam os refiriendo. H iponacte se nos presenta como
un poeta m endigo, lo cual le pone en conexión inm ediata con los
cornos de golondrinas, cornejas, bucoliastas, los de la eiresione, etcé­
tera, que com enzaban su actuación con una cuestación: luego,
poetas cínicos com o Fénix ad o p taro n esta m ism a actitud. M im ner­
mo era jefe de un como am bulante en el que hacía de flautista
su am ante N anno, cuyo nom bre puso a u n a de sus o b ra s 32. Pero
se tra ta ya, en uno y otro caso, de poesía personal, poesía literaria.
Los tem as eróticos de M im nerm o, sus ataques contra la vejez,
están, por lo dem ás, tan dentro del círculo de los viejos rituales
com o las brutalidades de H iponacte co n tra sus víctim as, su obsceni­
dad, su sátira de los tem as heroicos y épicos (Heracles, Odiseo).
C uriosam ente, H iponacte se d a a sí m ism o parcialm ente los
rasgos del fárm aco, de la víctim a propiciatoria expulsada todos
los años po r la ciudad: apedreada, befada y, sin em bargo, objeto
de lam ento fúnebre. Los m iserables a los que califica de fárm acos
son de aspecto feo y repulsivo, están m uertos de ham bre, no
respetan n ad a divino ni hum ano: son sacrilegos, incestuosos, etc.
H iponacte los acosa e insulta, pero, tam bién él se nos presenta
com o m uerto de ham bre y desvergonzado, en un grado superior
a A rquíloco. Recibe el trato de un fárm aco: alguien nos lo describe
com o feo y horrible. Pero H iponacte, igual que A rquíloco, se
nos presenta com o vencedor de sus enemigos, a los que injuria
y m aldice. Es evidente que este cuadro, tan disonante dentro de
los valores de la época, tiene que ver con el am biente y los modelos
hum anos de rituales com o el del fárm aco.
L a sátira del poeta respecto a sí m ism o — a su glotonería,

32 Cf. Líricos Griegos I, p. 208.


284 H istoria de la fábula greco-latina

erotismo, etc.— , no es un hecho aislado: la encontram os, por


ejemplo, en Alemán y Anacreonte. En la com edia los rasgos hum anos
de héroe y antihéroe fundam entalm ente coinciden, aunque uno
sea el vencedor, otro el vencido. Esto ocurría, sin duda, desde
fecha antigua en los rituales a que nos estam os refiriendo. Y
de ahí proviene esta posición am bigua, que hemos descrito, de
ciertos poetas.
Los antiguos eran conscientes de ella, a juzgar por las anécdotas
y leyendas que en torno a la vida de los poetas fueron creando.
En ningún caso se ve esto más claro que en el de H om ero, cuya
Vida atribuida a H eródoto (y que en realidad es posterior, quizá
del siglo IV a. C.) nos presenta al poeta bajo u n a im agen no desem e­
jante a la que de sí mismo nos dan H esíodo, A rquíloco e H iponacte.
Con ciertas diferencias, desde luego, basadas en el carácter de
su poesía: falta el ingrediente erótico, po r ejemplo.
Hom ero tiene un nacim iento irregular, com o A rquíloco. Es
ciego: es este un elem ento que concuerda con la m iseria física
del fármaco. Tiene que ganarse la vida com o m aestro de escuela,
como m arinero, com o recitador de versos y descifrador de enigmas.
Va de ciudad en ciudad encontrándose con aventuras y percances
de los que siempre sale bien gracias al arm a de su poesía — que
incluye el poder de su m aldición, cuando ella es precisa. Es siem pre
la imagen del débil que triunfa con su ingenio y que tiene poderes
que rebasan al com ún de los hom bres. Por o tra parte, la Vida
de Hom ero describe su m uerte dentro de un esquem a que la enlaza
con su calidad de adivino: H om ero habría m uerto dolido por
no haber sido capaz de resolver un enigm a. L a pérdida de los
poderes sobrenaturales, po r así decirlo, del poeta es sím bolo y
anticipo de su m uerte.
Vamos a term inar tratan d o de hacer ver que este m odelo «cóm i­
co» de vida no solo podem os recuperarlo a p artir de los héroes
cómicos y de las vidas de ciertos líricos, según ellos y la posteridad
las vieron. Si es cierto que sobre la «biografía» de los jefes de
como de tipo ritual y preteatral no podem os decir otra cosa que
las consecuencias que se deducen de la consideración general de
estos, tenemos que suponer que el salto adelante dad o po r el
tipo hum ano de líricos com o A rquíloco y héroes cóm icos de fecha
teatral, ha por fuerza de tener precedentes: es decir, suponem os
que en las fiestas a que hem os hecho referencia debieron crearse
ya personajes prototípicos, bien encarnados por jefes de como
Fábula y géneros yám bicos 285

bien tem a de relatos, que tuvieran claram ente los rasgos de carácter
y biográficos de que estam os hablando. U no de ellos puede ser
el héroe (o antihéroe, por m ejor decir) M argites de un poema
(mezcla de hexám etros y trím etros yámbicos) del siglo vn (?): el
personaje del to nto o payaso, en realidad una m itad, diríam os,
del héroe cóm ico o el bufón carnavalesco (su m ujer hace, inversa­
m ente, el papel del «listo», logrando con su ingenio que él se
acueste con ella). O tra imagen está en los protagonistas de la
Batracomiomaquia, el poem a épico burlesco (¿del siglo vn?) que
describe la gran batalla de las ranas y los ratones.
Pero fueron los cómicos quienes principalm ente se dedicaron
a crear, a acuñar, estos personajes prototípicos que, partiendo
de una situación de miserias y llenos ellos mism os de toda clase
de lacras, logran con su ingenio y su trapacería triunfar de un
poderoso enemigo, hacerse con el poder y constituirse en salvadores.
H em os hablado ya en II 2 de estos «salvadores» de la com edia
y del dram a satírico y no hemos dejado de com parar su acción
con la de ciertos anim ales de la fábula. Y ello lo m ism o si presentan
rasgos anim alísticos que si no los presentan.
Sobre esto hemos hablado más arriba así com o sobre la presenta­
ción del propio A ristófanes: el poeta que con su ingenio y su
valor se atreve a oponerse a Cleón y a todos los belicitistas de
A tenas, a defender al pueblo diciendo su descarnada verdad.
N o es necesario insistir en hasta qué punto los rasgos de todos
estos personajes, bien de ficción, bien poetas interpretados por
sí m ism os, coinciden con los de los «héroes cómicos» de la fábula,
que hem os estudiado en II 1 y a los que hem os vuelto a aludir
al com ienzo del apartado precedente. El tem a de la lucha entre
el fuerte b ru tal y el débil ingenioso, el de la conquista del poder
y la salvación, el de la sátira y el escarnio, son los tem as centrales
de la fábula, ya lo sabemos. Después de leer las páginas anteriores
se com prenderá m ejor, pensam os, la razón por la cual hemos
calificado a la fábula de «género cómico» o «yám bico», aunque
en ella queden a veces determ inados rasgos «trágicos», procedentes
de una fecha anterior a la definición del género. Y se com prenderá
m ejor todo lo que hemos dicho sobre el origen de la fábula en
la fiesta agraria, en Conexión con otros elem entos de la misma
de igual carácter o de carácter parecido.
286 H istoria de la fábula greco-latina

III. E so p o y l a f á b u la g r ie g a

Todo lo dicho hasta aquí confirm a claram ente, nos parece,


nuestra idea, ya adelante de la II 2, de que la fábula griega tiene
orígenes griegos, com o los tienen la lírica griega, la cerám ica griega,
etcétera : lo cual no está reñido con la influencia oriental que es deci­
siva para el arte a p artir del siglo vm , que ha sido detectada en el
caso de H esíodo y la Lírica y existe ya en el siglo vir, según
sabem os, p ara la fábula. Este tem a nos ocupará en el próxim o
capítulo.
Pues bien, algo m uy sem ejante puede decirse en relación con
Esopo, el m ítico n a rra d o r de fábulas cuya vida se coloca en el
siglo vi y que tiene, evidentem ente, una serie de estrechas relaciones
con el O riente: en Frigia se coloca su patria y hereda una serie
de rasgos de un n a rra d o r oriental de fábulas com o es A hikar.
Sobre esto insistirem os en dicho capítulo. Pero en este hemos
de ver que la figura de este n arrad o r de fábulas tiene tam bién
sus raíces en G recia, com o no podía ser m enos, en el m ism o
am biente festivo a que nos venim os refiriendo. Com o otras tantas
veces, un tem a oriental se ha fundido con un tem a griego.
El personaje Esopo hem os visto que figura com o n a rra d o r
de fábulas en una serie de pasajes de autores antiguos: A ristófanes,
Platón, A ristóteles, etc. Tam bién en diversas fábulas de las coleccio­
nes: de las anónim as y F edro, sobre todo. En sum a, com o hem os
dicho, no es un caso diferente de cuando se atribuye la narración
de una fábula a «un libio», D em óstenes, D ém ades, etc. Son, por
o tra parte, fábulas de los tipos conocidos: etiológicas y agonales.
O tras veces, sin em bargo, lo hemos visto tam bién, a E sopo se
le atribuyen proverbios y chistes.
Tiene Esopo im portancia, de todos m odos, porque fue la expre­
sión «λόγοι Esópicos» (a veces μΰθοι) la que, desde A ristófanes,
tendió a significar lo que nosotros entendem os por fábula, elim inan­
do otros elem entos a veces confundidos aunque incluyendo, com o
decim os, cosas que para nosotros son ajenas. Y porque fue, eviden­
tem ente, el n a rra d o r de fábulas por excelencia, el personaje centrado
en esta actividad.
Sin em bargo, si bien la narración de anécdotas suele referirse
a las relacionadas con la propia vida de Esopo, tam bién existen,
independientem ente, una serie de datos y anécdotas sobre la vida
de Esopo. Se tra ta de u n a serie de pasajes de autores diversos
Fábula y géneros yám bicos 287

a p artir del siglo v a . C., pasajes recogidos por Perry en sus Aesopi-
ca, p. 215 ss. T estim onian que ya en el siglo v existía una leyenda
de Esopo, no una vida escrita. H eródoto II 134 coloca a Esopo,
esclavo, en la isla de Samos en la época de Safo: le califica de
λ ο γο π ο ιό ς « a u to r de fábulas o historias» y habla de su m uerte
por los delfios y la expiación que estos hubieron de pagar; nada
dice de su patria de origen.
N o hay acuerdo to tal en los detalles, de todas m aneras. Era
tracio según E ugatón o Eugaión de Sam os, histo riad o r del siglo v,
anterior a la guerra del Peloponeso, de quien se piensa proceden
el pasaje esópico de H eródoto y otras historias sobre E sopo en
Sam os, com o su actuación en la A sam blea defendiendo con una
fábula a un dem agogo según cuenta A ristóteles en su Retórica
II 2 0 33. Esta referencia, así com o o tra de A ristóteles (fr. 573 R.)
proceden de su Constitución de Sam os: o tra, 487 R. (sobre la
m uerte de Esopo en Delfos), viene de su Constitución de Delfos.
Si todo esto procede de Eugaión, en él aparece un Esopo tracio
(frente al Esopo frigio de F edro, la Vida, G elio, L uciano, la Suda...)
que habría vivido a fines del siglo vil y com ienzos del vi en Samos
(hay discrepancias de fechas en H erm ipo, H eráclides, Istro, etc.),
hab ría sido sucesivam ente esclavo y hom bre político p ara ser luego
asesinado por los delfios, a quienes habría castigado por ello el
dios A polo. T odo esto concuerda m ás o m enos con los datos
de A ristófanes, Avispas 1446 ss. y con la presentación de Esopo
com o feo y jo ro b ad o , conversando con la zorra, en un vaso ático
del siglo V 3 4 . Es, evidentem ente, lo que se decía de Esopo en
el siglo v: era el personaje oriental y decíasé que contaba fábulas
para defenderse de los delfios (según A ristófanes) o ante la A sam ­
blea de los samios (según A ristóteles) o en ocasiones diversas;
y cuyo nom bre estaba unido, al tiem po, a una historia de asesinato
sacrilego y de expiación en Delfos. P latón el cóm ico, un contem po­
ráneo de A ristófanes, añadía que su alm a volvió a la tie rra 35.
Por o tra parte, para H eródoto, Esopo sería exclavo de ladm ón
y com pañero de esclavitud de la hetera R odopis, am ante del herm a­

33 Sobre este tem a, cf. Perry, A esopica, p. 216; La Penna, «E l rom enzo di
E sop o», A thenaeum 50, 1962, p. 264.
34 R ecogid o por K. Schefold, D ie Bildnisse der antiken D ichter, Redner und
D enker, Basilea 1943, 57, 4.
35 Cf. Sch. A ristófanes, A ves 471.
288 H istoria de la fábula greco-latina

no de Safo, a la que un Jantes de Samos llevó a Egipto. Pero


en Heraclides Póntico, que procede tam bién de E ugaión, parece,
hay un Janto dueño de E s o p o 36.
H ay, pues, diferencias de detalle. Luego, en fecha posterior,
se establece una relación entre Esopo y Creso, rey de los lidios;
es probablem ente presupuesta por la relación con Solón en Alexis
el cóm ico en el siglo i v / i i i a. C. Efectivam ente, Esopo quedó incor­
porado al círculo de los Siete Sabios, con Solón, Periandro y los
dem ás: consejeros de reyes com o Creso, solucionadores de proble­
m as y enigm as, narradores de historias y fábulas. Luego, fuentes
posteriores nos presentan a Esopo en C orinto, en A tenas, en Italia.
A unque descartem os, com o secundario, todo lo relativo a la
pertenencia de Esopo al círculo de los Siete Sabios y a sus viajes,
ya los datos del siglo v, aparte de ofrecer dudas que llevaron
a autores posteriores a una serie de contradicciones, resultan en
exceso legendarios. Por eso Vico y luego Bentley declararon p u ra­
m ente legendario al personaje Esopo. Y esta sigue siendo la posición
g en eral37. C iertam ente, hay que distinguir el problem a de la h istori­
cidad de Esopo y el de su autoría de las colecciones, problem as
que Bentley confundía erróneam ente. Pero la defensa de la historici­
dad de los rasgos de la vida de Esopo que nos dan H eródoto,
A ristófanes y A ristóteles, sobre todo, hecha por J. Sarkady últim a­
m en te 38, no se tiene en pie. Esopo «hom bre político» m uerto en
Delfos en calidad de tal es absurdo: el tem a de su m uerte se
incluye en o tra clase de leyendas, com o veremos de inm ediato.
Y tam bién su tipo m ism o de esclavo, jo ro b ad o , etc., hem os de
verlo. Que un ex esclavo tracio o frigio interviniera con fábulas en
la A sam blea, es inverosím il: más bien nos hallam os ante un m odelo
oriental de consejero que relata fábulas y m áxim as, el de A hikar.
O sea: suponiendo que ya en Eugaión se unieran todos esos rasgos,
esto no excluye que sean legendarios (desarrollados luego más,
com o decim os, en el siglo v y siguientes).
Pero esto no excluye, a su vez, la existencia de un núcleo
histórico, un Esopo n arrad o r de fábulas en Sam os, anterior unos
sesenta años a nuestras fuentes. N o podem os afirm arlo ni negarlo,
aunque es verosím il. H abría sido el punto de cristalización de

36 Pero cf. p. 675, n. 14.


31 C f., por ejem plo, Josifovió, lug. cit., col. 21 ss.
38 «A iso p o s der Sam ier», A C D 4, 1968, pp. 7-12.
Fábula y géneros yám bicos 289

elem entos legendarios, griegos y orientales, de los que vam os a


hablar.
El elem ento m ás claram ente legendario es el de la m uerte de
Esopo. D esde A ristófanes y luego en varios lugares aparece el
tem a de la m uerte de Esopo a m anos de los delfios. Estos habrían
ocultado una copa en su equipaje y le hab rían juzgado como
sacrilego: en su defensa Esopo narró la fábula del águila y el
escarabajo. F ue m uerto, despeñado, por los delfios; pero una serie
de pasajes, bien que tardíos, cuentan que a consecuencia de ello
les sobrevino una peste (ham bre, según otros) de la que solo
se libraron cuando por orden del oráculo sacrificaron en honor
de Esopo, com o de un héroe, en un altar que fundaron. Se habla
tam bién de la resurrección de Esopo, ya lo hemos dicho.
El tem a de la m uerte violenta del poeta, que atrae la ira de
un dios (generalm ente A polo) que le vindica, se repite en casos
diferentes, com o los de Orfeo, H esíodo y A rquíloco. E sopo está
relacionado estrecham ente con A polo — en la Vida se ve esto
m uy claro, pero ya antes se deduce de un pasaje del Fedón,
60 d ss.— , que castiga a sus asesinos y le d a h o n o r: es el mismo
tema; H ay que añadir que, com o verem os, Esopo pertenece al
mism o pro to tip o hum ano, por así decirlo, que esos y otros poetas.
La raiz de todo ello está, pensam os, en la figura del «fárm aco»,
personaje que en ciertas fiestas anuales hacía de chivo expiatorio
y recibía, po r o tra parte, honor. En la leyenda délfica de Esopo,
m uy concretam ente, parece haber huella de un antiguo ritual de
este tipo.
Pero antes de volver sobre este punto hem os de d ar un rodeo
presentando las relaciones de la leyenda de Esopo, de la antigua
del siglo v y de la posterior, helenística, de' la Vida, por lo demás
derivada de la prim era, con la historia asiría de A hikar, el consejero
regió, n a rra d o r de fábulas y proverbios, solucionador de enigmas,
que fue, tam bién él, asesinado (aunque solo supuestam ente) y volvió
a la vida. El influjo del Ahikar en la leyenda del siglo v y luego
en la Vida es el elem ento que perm ite, pensam os, concebir cómo
el ritual délfico del fárm aco quedó enlazado desde el mismo siglo v
al personaje Esopo, el samio.
En época helenística y rom ana corrían diversas historias sobre
Esopo, variam ente ligado a tem as de los Siete Sabios, de los cínicos,
etcétera. Pero lo im portante es la existencia ahora ya de u n a Vida
de Esopo, de la que nos han llegado fragm entos papiráceos así
290 H istoria de la fábula greco-latina

com o versiones bizantinas que rem ontan a un original perdido


del siglo i d. C. Esta Vida pertenece a un género de literatura
popular que se difundía en versiones continuam ente alteradas. H e­
mos de ver que está profundam ente influida por la Vida de A hikar
asiría, de la que incluso traduce un am plio pasaje; hemos de
ver tam bién que recoge am pliam ente tem as de la filosofía cínica
y el am biente del Egipto greco-rom ano. Pero, de o tra parte, es
m uy verosímil que parte de los elem entos de esta Vida sean antiguos
y, sim plem ente, no nos hayan llegado por fuentes anteriores. H ay
que hacer constar que la Vida ofrece, am pliados, los datos ya
conocidos desde antiguo; sobre todo la vida de Esopo com o esclavo
del filósofo Janto, su viaje a Samos y su relación con Creso,
su m uerte en Delfos.
Tiene im portancia hab lar aquí, aunque sea brevem ente, de la
Vida de A hikar porque pensam os que son los rasgos com unes
a Esopo, el n a rra d o r délfico de fábulas m uerto injustam ente, y
el personaje A hikar, secretario del rey Sennaquerib, los que hicieron
que se conform aran ya desde el siglo v una leyenda de Esopo
com o personaje oriental, frigio o tracio, y, una Vida de Esopo
que recibió una nueva influencia de la de A hikar. H ay que saber
que ésta fue trad u cid a al griego por D em ócrito, según Diógenes
Laercio; y que de su conocim iento en el Egipto del siglo v a. C.
da testim onio un papiro de Elefantina.
En la Vida de A hikar este personaje cuenta en prim era persona
cóm o siendo secretario de Sennaquerib y no teniendo hijos, decidió
ad o p tar a su sobrino N adan, por consejo divino, com o hijo. Sigue
luego la serie de proverbios con que A hikar instruyó a N adan
en la vida y la m oral; la ingratitud de éste, que le calum nió
ante el rey con ayuda de u n a carta falsa en la que A hikar aparecía
com o tra id o r a favor del rey de E gipto; la orden de m uerte de
A hikar que el ejecutor, N abusem akh, no cum plió, lim itándose
a enterrarle en un escondrijo bajo la puerta de su casa; el desafío
hecho por el rey de Egipto, al enterarse de la supuesta m uerte
de A hikar, al de A siría: que le enviara un hom bre que fuera
capaz de construirle un castillo entre el cielo y la tierra, un hom bre
capaz de resolver problem as com o éste, tal cual solía hacer A hikar.
Si esto era así, el rey de A siría debería entregar al de Egipto sus
ingresos du ran te tres años, m ientras que en caso co ntrario sería
el egipcio quien pagaría.
Pero ni N ad an , ni nadie era capaz — sigue la historia— de
Fábula y géneros yám bicos 291

salir airoso de esa em presa. Y entonces es cuando Sennaquerib


se entera po r N abusem akh de que A hikar vive. El rey le recibe
con alegría y la traición de N adan es descubierta, con lo cual
A hikar es enviado a Egipto donde no solo responde a m uchas
difíciles cuestiones y enigm as, sino que construye el castillo pedido:
dos águilas atadas con cuerdas m ontadas p o r niños. A hikar vuelve
triunfador y es llenado de tesoros p o r Sennaquerib. Sigue la repren­
sión que lanza a su hijo en form a de fábulas y anécdotas: ha
sido com o tal anim al o tal hom bre que se com portó de tal y
tal ingrata m anera. N adan no pudo so p o rtar este discurso y m urió.
M uchos de estos tem as se reencuentran en la Vida de Esopo.
En ella Esopo da lecciones en form a de proverbios, fábulas y
anécdotas: salva a su amo resolviendo p ara él un enigm a; salva
igualm ente a los samios interpretando un presagio y convenciendo
al rey Creso con una fábula. N o entro en otras influencias más
de detalle, véase el cap. II 4.
Lo im portante para nosotros en este m om ento es que el tema
del personaje delfio n a rra d o r de fábulas (en la Vida cuenta antes
de m orir otras varias a m ás de la del águila y el escarabajo)
que m uere injustam ente, calum niado, y luego resucita, es sensible­
m ente el m ism o que el de A hikar. E sta coincidencia no es extraña:
se trata, en uno y otro caso, del antiguo tem a del dios o héroe
que m uere y resucita. Pero la coincidencia hizo posible, evidente­
m ente, que la vida de Esopo, convertido este en un personaje
oriental, se am pliara sobre el m odelo de la de A hikar ya en el
siglo v y sobre todo en fecha posterior.
A juzgar por los pasajes de H eródoto, A ristófanes y Platón
el cóm ico referentes a Esopo, el núcleo de su historia en el siglo v
estaba, en efecto, en el episodio délfico; si bien este E sopo de
Delfos aparecía trasladado a la isla de Sam os. El personaje que
es condenado a m uerte por la ciudad, es despeñado y acarrea
el ham bre y el castigo, para resucitar luego el año próxim o, ha
sido identificado acertadam ente por A. W iechers38 con un fárm aco :
ese personaje que en diversas ciudades griegas era anualm ente
expulsado, befado, lapidado, acom pañado de un canto fúnebre.
El ritual significaba la liberación de la im pureza acum ulada durante
el año, la liberación; en fecha rem ota el fárm aco era m uerto.
De este ritual proceden explícitam ente las befas e insultos que

38 A esop in D elphi, M eisenhein am G lan, 1961, p. 31 ss.


292 H istoria de la fábula greco-latina

lanza contra sus enemigos un H iponacte, contra los grandes perso­


najes derrotados, com o Cleón, un A ristófanes. Pero el año viejo
y el nuevo son en definitiva el m ism o : estos rituales de expulsión,
de tipo entre trágico y carnavalesco, van habitualm ente seguidos
de otros de recepción o llegada de la vida renovada: y sucede
que, con frecuencia, el personaje expulsado y el que llega tienen
rasgos iguales39.
E n G recia, este ritual de la expulsión del fárm aco se realizaba
en un am biente entre trágico y carnavalesco: era sem ejante al
de la m uerte de C arnaval, el Peropalo, la Vieja, etc., en festivales
carnavalescos m odernos. Y hay coincidencia estricta con el tem a
del Esopo délfico. Efectivam ente, el robo de una copa de oro
de A polo es el aition o causa supuesta de la m uerta del fárm aco
en las Targelias de A tenas según Istro; y todos los datos que
conocem os sobre los fárm acos griegos coinciden con los de Esopo
y viceversa. Y a en el siglo v, decíam os, tenem os representado a
Esopo, en un vaso ático, com o feo y deform e, igual que los fárm acos
de H iponacte. Bien lejano todo del personaje de la leyenda oriental.
Y, sin em bargo, los tem as de la m uerte injusta, del castigo
divino del ham bre y la peste, de la expiación, de la resurrección,
nos recuerdan tem as obsesivos de la m itología babilonia, pero
tam bién la egipcia, hetita y griega: Tam uz, Osiris, Telipinu, D ioniso,
Perséfona, son algunos de los ejemplos más conocidos de dioses
de este tipo. El fárm aco es, evidentem ente, una perduración de
los m ism os a nivel popular, casi folklórico: los dioses griegos,
ya lo hemos dicho, es a estos niveles a los que m ejor conservan
estos antiguos rasgos.
Este fárm aco delfio, confundido luego con un personaje oriental,
presentaba los rasgos propios de los fárm acos: los de un Tersites
(con quien le com para Planudes) o un Iro o un M argites; los
de los personajes de H iponacte y el propio poeta m endigo H iponac­
te, feo y deform e; los del m endigo de que habla el poeta Asió.
Fuera de esto, el personaje de Esopo presenta un rasgo nuevo:
el de su ingenio com o n a rra d o r de fábulas. La del águila y el
escarabajo, concretam ente, quiere decir que no puede abusarse
del débil, que éste tam bién puede vengarse del poderoso: com o
acaeció cuando los delfios le m ataron y fueron castigados por
ello. O sea: pensam os que el personaje del fárm aco, befado y

39 Cf. Fiesta, pp. 413 ss., 501 ss.


Fábula y géneros yám bicos 293

expulsado, tenía tam bién él una intervención de tipo cóm ico, con­
tando fábulas o proverbios o chistes alusivos a su caso, atacando
y satirizando: igual que A hikar, igual que personajes carnavalescos
com parables com o el Carnaval, el Peropalo, etc.; y, en Grecia,
los personajes de la com edia y los propios poetas yámbicos y
cómicos, de los que hemos hablado en el ap artad o anterior.
Es esta una hipótesis que puede fortificarse aludiendo a una
serie de elem entos de la Vida de Esopo que no aparecen en la
leyenda del siglo v, pero que sin· duda rem ontan a esa fecha porque
ni son de origen oriental ni proceden del am biente de la época
helenística y rom ana.
Si en las fiestas en que el fárm aco es expulsado sigue luego,
habitualm ente, según hemos dicho, la llegada del principio renova­
do r y divino, com o eiresione, golondrina, dios D ioniso, etc., en
la Vida de Esopo aparecen igualm ente, referidos a su héroe, estos
dos m om entos de la vida agraria. Esopo, es, ciertam ente, el fárm aco
denigrado al que se está a punto de m atar una y o tra vez; es
un esclavo feo y desgraciado, cojo, jo ro b ad o , m udo. N os recuerda
la descripción, en el poeta Asió, en el siglo vi a. C., del mendigo,
esclavo, cojo y m arcado a fuego, que se presenta en la boda
de M eles, padre de H om ero; el tem a es antiguo para Esopo:
estaba ya en un vaso del siglo v, recordam os. Es incluso simbólico
el tem a de los higos que supuestam ente se ha com ido : precisam ente
los fárm acos eran adornados de collares de higos, se les daban
a com er higos, eran llam ados κ ρ α δ η σ ίτη ς y σ όβ α κ χος «el hom bre
del higo». El fárm aco era una encarnación de la higuera y Esopo
ha heredado huellas de esto.
Pero, al propio tiem po, Esopo es el salvador de su am o Janto
y el que le provee de alimentos. T rabaja en el cam po, se procura
verduras gratis con su ingenio, surte la despensa. Este es el aspecto
beneficioso del fárm aco. A él responde el triunfo de Esopo sobre
su dueño, su calidad de verdadero am o, el trastrueque de situacio­
nes. Y tam bién su carácter de adivino y hom bre protegido por
los dioses. Y su carácter fálico, con su posesión de la m ujer del
am o; ésta le recibe com o a un enviado de A frodita. Es el tema
del dios que llega y se une a la m ujer del país, tem a de las
Leneas y del que hay ecos en la canción de la golondrina.
La com paración por Esopo del acto sexual con la recogida
de frutos acentúa su carácter diríam os que agrario, de partícipe
en el ciclo ritual de fecundidad: en la Vida W (75) la mujer
294 H istoria de la fábula greco-latina

le dice concretam ente, con evidente alusión sexual, que le ha c o n tra ­


tado para cavar su cam po. Y Esopo cuenta (129) una historia
sensiblem ente igual a la de la viuda de Efeso (H. 299, Fedro,
App. 15. Petronio, Sat. I l l ) en la que el hom bre sin m ujer que
quiere unirse a la m ujer sin m arido es precisam ente un arador,
y se unen en el cam po, com o en una serie de ritos de diversos
pueblos que nos son bien conocidos.
En sum a, Esopo tiene en la Vida, cuando es com prado por
Janto, el aspecto del dios salvador que llega, asegurando el alim ento
y la vida sexual, íntim am ente relacionado con el ciclo de la fecundi­
dad en la naturaleza. Tiene el aspecto feo del antiguo fárm aco,
pero es alguien calificado de «dem onio» (δα ιμ όνιον) po r sus triu n ­
fos y sus adivinanzas; tam bién es calificado de κάθαρμα, «objeto
im puro» com o los fárm acos, pero él triunfa de su am o y le califica
de υπερκάθαρμα «m ás im puro todavía» (31). En este contexto
se com prende que la relación entre Esopo y Janto resulte am bigua.
En parte Esopo es el que viene a ayudarle, pero en parte es
el que viene a sustituirlo. La lucha entre am bos a base de trucos,
enigm as, etc., tiene que ver con los agones rituales, de cuya presencia
en la fiesta y la com edia hem os hablado, entre el representante
del año viejo y el nuevo: tal el de Jan to y M elanio al que hem os
de referirnos y en el que quizá esté el origen de la leyenda de
Esopo. La conclusión de ésta está, ya lo hemos dicho, en la final
m uerte de Esopo y en su final resurrección: el ciclo del fárm aco
continúa. A unque la Vida prescinde ya, com o es lógico, de esta
últim a parte.
H em os de suponer que esta relación am bigua del am o y el
esclavo que encontram os en la Vida y que enlazam os con creencias
que se expresaban en los m ás antiguos rituales, aparecía ya en
la leyenda esópica del siglo v, en la que no en vano Esopo era
un esclavo y era deform e y triunfaba con su ingenio y era injusta­
m ente perseguido. Estos datos casan tan bien con aquellos otros
de la Vida de origen ritual a los que acabam os de aludir, que ser-
ría extraño que no fueran, en su núcleo últim o al m enos, an ti­
guos.
O bservam os ah o ra que tan to en la antigua leyenda com o en
la Vida a los rasgos propios del dios que llega y del fárm aco,
que acabam os de describir, se añade el dato de su sabiduría,
su ingenio, su sátira; su triunfo sobre reyes y filósofos. Esto es,
insistimos, algo nuevo respecto a lo que sabem os de los fárm acos
F ábula y géneros yám bicos 295

que en A tenas y otras ciudades eran expulsados com o sím bolo


de la im pureza del año transcurrido. H em os de preguntarnos si
este rasgo de Esopo estaba arraigado, pese a ello, en las mismas
antiguas creencias de las que pensam os que surgió su leyenda.
Pues bien, hemos de pensar que ello es así porque los rasgos
que en este cuadro se atribuyen a Esopo están igualm ente presentes,
de un lado, en personajes de com edia y lírica; de o tra , en poetas
com o H esíodo, A rquíloco, H iponacte, el H om ero de la Vida, según
los hem os presentado. La m ism a m ezcla de debilidad y fuerza,
de ingenio y sátira, de bajo nacim iento o fealdad y protección
divina se encuentra en ellos. Intervienen en agones o enfrentam ien­
tos, resuelven enigmas, cuentan chistes, fábulas, etc. O sea: los
personajes, de carne y hueso o hipóstasis carnavalescas, de la
fiesta tienen rasgos com unes entre sí y con los poetas yámbicos
que en ella intervenían, de ella se inspiraban. E sopo, un fárm aco
tradicional, co n tab a sus fábulas, resolvía sus enigm as, satirizaba,
igual que todos esos otros personajes a que hem os aludido. Algunos
de los cuales podían ser, evidentem ente, anim ales. M ientras que
otras veces los anim ales eran objeto de simples relatos.
L a fábula es el equivalente popular del m ito, el resultado de
una escisión que crea esta especie de m ito cóm ico. A rquíloco
la usa para m otejar a sus enemigos, burlándose de ellos y am enazán­
dolos. O tros poetas hacían lo m ism o: en un principio, sin aludir
a Esopo. Pero este personaje que en ciertas fiestas intervenía,
sin d u d a alguna, contando fábulas, cobró en un m om ento dado
tal relieve, que se pasó a m encionarle, a veces, com o fuente de
dichas fábulas: A ristófanes lo hace así cuando se refiere a la
del águila y el escarabajo, Sem ónides, en el siglo vi, todavía no.
Este fárm aco com portaba, evidentem ente, rasgos que le alejaban
del personaje A hikar y le acercaban o identificaban con los que
intervenían en las fiestas griegas: tem as de la burla, la inversión
de valores, que insuflaba en sus fábulas. En esto últim o no hacía
m ás que seguir a A rquíloco y a los otros poetas. N ótese que
fárm acos que, com o el de Delfos y los de las Targelias atenienses,
m orían en un ritual apolíneo, es natural que gozaran igual que
A rquíloco de la protección de las M usas y A polo, com o se nos
dice explícitam ente. Las fábulas de unos y otros eran las mismas
o de igual signo. T odavía Sócrates, según el Fedón, ponía en
verso antes de m orir fábulas de Esopo y com ponía al tiem po
un proem io a A polo: él, que se consideraba consagrado a este
296 H istoria de la fábula greco-latina

dios. P rueba de que no sólo con D ioniso y D em eter tenían que


ver los géneros yámbicos.
P or lo dem ás, si es cierta nuestra hipótesis el personaje Esopo
procede de un ritual délfico, aunque luego se extendiera a otros
am bientes y lugares en los que había, sin duda, personajes sem ejan­
tes. Su origen frigio u oriental se debería, según nosotros, a haberse
relacionado el personaje con el de A hikar. Y, aun sin llegar a
ello, al conocim iento general de la existencia de una fábula oriental,
que penetró en G recia en el siglo vil. La localización concreta
en Frigia se debe, quizá, a la presencia en la leyenda délfica
de nom bres semejantes a los de la historia frig ia40.
Pensam os, m ás concretam ente, aunque esto es ya sum am ente
hipotético, que el ritual délfico tiene su origen en Beocia, por
donde corre el río A sopo. N o lejos de él, en Eleúteras, tenía
lugar la lucha ritual entre «el Rubio» (Janto) y «el Negro» (M elan­
io), integrada en el culto dionisiaco y perteneciente a un tipo
bien conocido en el que luchan los dos principios representativos
del invierno y el verano. N o es im posible que este Janto vencido
por M elanio, diera el prototipo de la lucha de ingenio entre el
am o Jan to «el Rubio» y el esclavo Esopo, llam ado «negro» en
la «V ida»; agón previo a la m uerte de Esopo en Delfos en calidad
de fárm aco. Si esto era así, en la fiesta de Eleúteras en honor
de D ioniso M elanaigis había un agón de fábulas e ingenio entre
los dos contendientes: algo paralelo a lo que ocurre en tantos
festivales carnavalescos de edad posterior. Y en tem as literarios
griegos com o el Certamen de H om ero y Hesíodo, los de los Siete
Sabios, el de Secundo y A driano, e tc .41. Pues bien: en Frigia
se encontraban nom bres parecidos: el río A isepo; Janto, un río
de la T róade, nom bre tam bién de un troyano y del caballo de
Aquiles, en H om ero. Es posible que, sobre esta base y la existencia
de la fábula oriental y el personaje A hikar, la figura de Esopo
se trasplantase a Frigia en algún m om ento. O bien a T racia, cuyo
pueblo y lengua son de igual origen.
En definitiva: los datos posteriores, si bien en parte secundarios,
en parte precisan la leyenda del siglo v que m uy incom pletam ente
nos relatan H eródoto, A ristófanes, Aristóteles (si viene de Eugaión)
40 N o está docum entada en fecha antigua, por lo dem ás, cf. supra, p. 675.
41 Cf. mi trabajo «E lem entos cín icos en las “V idas” de E sop o y Secundo y
en el “ D iá lo g o de A lejandro y los G im n osofistas”», H om enaje a Eleuterio Elorduy,
Bilbao 1978, pp. 309-328.
Fábula y géneros yám bicos 297

y además. Y a en este m om ento, hemos de pensar, el núcleo consti­


tuido quizá por el samio Esopo, de origen oriental, n a rra d o r de
fábulas, se am plió con elementos que venían bien de la leyenda
de A hikar, bien del ritual délfico del fárm aco, enraizado en hechos
de la religión y la poesía griega a que hem os aludido. Am bos
grupos de elem entos se apoyaban recíprocam ente, quizá a través
de semejanzas de nom bres, sin d u d a a través de coincidencias
de hechos. O sea: aunque en la figura de Esopo haya un núcleo
histórico, ya en el siglo v es una leyenda. L a del personaje entre
despreciable y sagrado que narra sus fábulas com o sátira y consejo
y el que luego se cita com o n arrador de cualquier fábula, por
puro recurso literario. Esto es lo que quiere decir λογοποιός
« n a rra d o r de fábulas» en H eródoto: no a u to r de una colección
escrita que no sólo no está docum entada, sino que es incom patible
con todo lo que sabem os de la fábula griega y la fábula oriental
en esa época y aún hasta m ucho después.
Así, en definitiva, tam bién la figura de Esopo, el n arrador
de fábulas, se inserta en el am biente yám bico o cóm ico de las
fiestas,-tem as, personajes y géneros que hem os estudiado. En el
m ism o de la fábula, en definitiva.
H ay un punto, de todas m aneras, sobre el cual conviene llam ar
la atención. Es prácticam ente seguro que en Eleúteras o en otra
parte fuera presentado m im éticam ente un personaje Esopo, como
se presentaban m im éticam ente anim ales y seres semidivinos diversos
en danzas y agones ; pero Esopo era en G recia, fundam entalm ente,
m otivo de relatos e historias, al igual que los personajes animalísti-
cos o no que otras veces se m im aban y que los mism os poetas
que dirigían los coros. La innovación fundam ental en la historia
de la fábula se produjo, pues, cuando los participantes en la fiesta
o el banquete, incluidos los poetas que dieron form a estable a
los relatos, en vez de n a rra r por sí m ism os ciertas fábulas en
relación con sucesos concretos, com enzaron a narrarlas com o «Eso­
po dijo» (o com o «un cario dijo», etc., siem pre con am bientación
oriental, com o se ve). D ado que, evidentem ente, sólo una parte
del antiguo género del α ίνος en trab a dentro de esta form ulación,
se trató de circunscribir así un género m ás lim itado, el de los
Aisopeíoi lógoi : im plícitam ente, lo son incluso aquellas narraciones
del m ism o tipo que no figuran atribuidas a Esopo.
Ya hem os dado las razones de la sem ejanza tem ática de la
fábula esópica y de los géneros «yámbicos» anteriores a Esopo,
298 H istoria de la fábula greco-latina

así com o de la atribución al prim ero, e im plícitam ente a todo


el género, de un origen oriental. Lo im portante es que la figura
legendaria de Esopo, desde el m om ento en que se internacionalizó
y rebasó el estrecho ritual en que, sin duda, era presentada m im ética-
m ente en el origen, dio un m arco ya claro a to d a una ram a
de la literatura que se constituyó por oposición al m ito y con
rasgos y finalidades m uy características.

IV. C o n c l u s ió n

El tem a de los orígenes orientales de la fábula nos ha ocupado


brevem ente por lo que respecta al personaje Esopo y va a ocuparnos
todavía, en térm inos generales, en el próxim o capítulo. Existen,
evidentem ente, y han confluido con elem entos griegos originales.
Estos elem entos griegos originales han sido poco atendidos
hasta ahora y, sin em bargo, hay que pensar que son decisivos.
De ellos hemos hablado en el capítulo precedente y en éste. Com o
en tanto otros casos, sólo la existencia de unas bases y unas
necesidades dentro de una cultura hacen que elem entos de o tra
sean adoptados para desarrollar los propios: un desarrollo, sobre
todo en G recia, dentro de líneas originales. Así ha sucedido con
la epopeya, la lírica, las cosm ogonías, la cerám ica, la plástica, etcé­
tera, etc. Así, tam bién con la fábula. El Esopo griego está debajo
del personaje oriental que con él se fundió; la fábula anim alística
griega (y los rituales anim alísticos), debajo de la fábula oriental
que en un m om ento llegó a G recia. O tro tem a es el de la com unidad
rem ota de fábula griega y oriental, personaje m ítico griego y orien­
tal: existe, sin duda. H ay que buscarla, com o hem os apuntado,
en rasgos com unes de las religiones agrarias. Pero esto es un
tem a que desborda el nuestro de este m om ento.
Para nosotros lo im portante es que las raíces griegas de la
fábula anim alística, de los rituales anim alísticos, del personaje E so­
po son claras y evidentes. Que, de un lado, sólo un sector de
esta literatura anim alística es definido com o fábula: el que presenta
rasgos «cómicos» y se separa gradualm ente del m ito en general.
Que, de otro, esa fábula anim alística es considerada, incluso en
el siglo v todavía, com o genéricam ente idéntica a fábulas con ele­
m entos divinos o hum anos que nosotros calificaríam os, tal
vez, de m ito o anécdota. Y que este conjunto, a su vez, for-
Fábula y géneros yám bicos 299

ma parte de un am plio sector de las fiestas y la literatura griega.


N o puede com prenderse nada de lo que es la fábula para
los griegos, de su aparición fundam entalm ente en la poesía yámbica,
de su atribución, a veces, a un antiguo fárm aco, de su intención
y sus personajes en cuanto com parables a los de ciertos géneros
poéticos y a los de los mismos autores de éstos, si no se inserta
todo este conjunto dentro de los conceptos de lo «yámbico» y
lo «cómico». Q uerem os referirnos con esto a ese aspecto festivo,
satírico, anticonvencional de ciertas fiestas o de parte de ciertas
fiestas: siem pre dentro del ám bito de las fiestas agrarias. N o se tra ­
ta sólo de fiestas en h onor de D em eter y D ioniso, hem os visto que
incluso las hay en el culto de A polo. El concepto de lo agrario es
prim ario, an terio r a la adscripción a estas divinidades; anterior in­
cluso a la adscripción a antiguas devinidades de tipo colectivo,
anim alescas o no (sátiros y demás).
Los rituales en que intervenían cornos anim alísticos, sin verbali-
zar o verbalizados ; lo> relatos por parte de poetas o de personajes
que eran m im ados, del tipo de «Esopo», son el origen de la fábula
anim alística. Pero unida a otros tipos de fábulas y a elementos
com o m áxim as, palabras de escarnio, símiles festivos, etc. Todo
ello en torno a los eternos tem as del enfrentam iento o agón —el
cam bio de m anos del poder— y del origen de las cosas; temas
que se desarrollaban con referencia al presente, es decir, vertiendo
sátiras e ironías, am enazas y exhortaciones.
Por supuesto, los tem as anim alísticos, com o decim os, fueron
obteniendo tratam iento literario en una vasta escala que lleva del
m ito al símil, el proverbio, etc., a la fábula; y, por supuesto,
a la representación anim alística, que desem bocó luego en la lírica y
la com edia. Sólo poco a poco fue destacándose la fábula de es­
te conjunto, unida, por lo demás, a elem entos no anim alísticos y
asociada a ciertos tipos de poesía. En H om ero hay ya temas litera­
rios anim alísticos, pero no fábula todavía; en H esíodo ésta se
distingue m al del m ito; en A rquíloco cobra ya u n a entidad que
se confirm a y precisa en A ristófanes. N o hay du d a de que los
m odelos orientales han contribuido a este proceso de enriquecim ien­
to y precisión. Pero acom odados al nuevo am biente, modificados.
Ello se verá m ejor cuando los estudiem os en el próxim o capítulo,
aunque ya en II 1 hemos anticipado cóm o, dentro de la fábula
griega, la fábula acadia del águila y la serpiente hubo de ser
profundam ente m odificada.
CAPITULO IV
E L E M E N T O S O R IE N T A L E S E N LA FA B U L A G R IE G A

I. La fábula o r ie n t a l

1. Ideas antiguas sobre la fábula oriental

D urante m ucho tiem po, se ha planteado el tem a del origen


de la fábula en unos térm inos tan simples com o falsos : preguntando
si la fábula griega deriva de la india o si es ésta la que proviene
de la griega. F uera una u o tra la respuesta, se d a b a por sentado
que había, bien en Grecia, bien en la India, una im plantación
de un género extraño.
Las distintas soluciones históricas del problem a a que hemos
hecho referencia pueden encontrarse en el artículo Fabel publicado
po r A. H ausrath en R E VI 2, col. 1704 ss. Se com paraban, simple­
m ente, fábulas concretas del Pañcatantra — mal fechado, pero en
todo caso no anterior al siglo m a. C. en su versión original—
con fábulas griegas de colección, sobre la base de la confusa edición
de H alm . U na vez halladas dos fábulas m ás o m enos semejantes,
se elucubraba sobre si las diferencias se debían a innovación griega
o a innovación india.
Com o dice bien H ausrath en el lugar citado el riesgo de este
proceder es que los autores de estas investigaciones — W eber, Ben-
302 H istoria de la fábula greco-latina

fe y 1, Schröder, Ribezzo, M archianó, Jenssens, etc.— no distin­


guían entre fábulas griegas de diversos niveles cronológicos.
A unque la verdad es que en su propio tiem po esto se hacía
m uy im perfectam ente: se conocía la existencia de algunas fábulas
en edad arcaica o clásica, pero no estaban fechadas las colecciones.
De o tra parte, por lo que se refiere a la fábula india, tam poco
se distinguía su cronología: Benfey y casi todos seguían el llam ado
textus simplicior, texto m edieval m al editado po r K osegarten, m ien­
tras que desconocían textos m ás antiguos com o el Tanträkhyäyika
y el llam ado Pañcatantra del Sur.
En general se acudía a deducciones basadas en m eras im presio­
nes estilísticas o de otro tipo, siendo la más generalm ente seguida
la tesis de Benfey del origen griego. E n realidad, fue H ausrath
quien, en dicho artículo, inauguró un m étodo más correcto que,
sin em bargo, apenas ha sido seguido. C uando una de las fábulas
del Pañcatantra está, adem ás de en las colecciones griegas, en
la literatura griega anterior, resulta claro para él que es griega
la fuente, pues el paso de una fábula de G recia a la India es
concebible en la edad helenística, en que A lejandro abrió la India
a los griegos, pero no inversam ente en la época de A rquíloco.
C itam os a continuación las propuestas de H ausrath en este
sentido: fábulas indias derivadas de las griegas. D am os aquí, de
m om ento, la cita de las prim eras en el textus ornatior del Pañcatan­
tra, es decir, la versión de P ü rn ab h ad ra de 1199, muy em parentada
con el textus simplicior antes m encionado, que citam os por página
de la traducción de R y d e r2.
«El ciervo, la zorra y el león», no sólo está en Babrio 95
y es aludida en A ristóteles, H A VI 28, sino que, com o ya sospechaba
H ausrath, aparece en A rquíloco (E p. III): la c o n trap artid a india
en p. 395 ss. R. sustituye al ciervo por el asno, pero es prácticam ente
idéntica.
«El cam pesino (o brahm án) y la serpiente» (H. 51, P araphr.
167 Cr., Rom . II 10 = p. 331 R.). Para N ^jgaard, ob. cit.,
II, pp. 406 ss. la version del Pañcatantra y el p ro totipo de to d a la
tradición antigua conocida (dentro de la cual R óm ulo es el más

1 Su estudio, en su ed. Pañcatantra, L eipzig 1859 (reed. H ildesheim 1966),


fue el que inauguró el tratam iento del tema.
2 The Pañchatantra, translated from Sanscrit by Arthur W . Ryder, C hicago 1964
(1 .“ ed., 1925): es decir, por ejem plo, p. 107 R. Es la m ás difundida.
E lem entos orientales en la fábula griega 303

próxim o al Pañcatantra) m odifican independientem ente una redac­


ción previa a las dos, sin duda, griega.
«El águila y la zorra» (H. 1, Phaedr. I 28, Paraphr. 186
Cr., etc., p. 75 R.). La fábula está ya en A rquíloco, Ep. I, como
sabem os. H ay que advertir que en el Pañcatantra se trata sim ple­
m ente de que la serpiente que rom pe la am istad con la corneja
es castigada gracias a la astucia del chacal; es paralela (p. 188 ss. R.)
la fábula de la garza, la serpiente y el cangrejo. La distancia
respecto al original griego es grande, pero véase m ás abajo.
«El perro que llevaba carne» (H. 136, Bab. 79, Phaedr. I 4 = p.
413 R.). El tem a está ya en Teognis, com o sabem os (H ausrath
cita D em ócrito en Estobeo X 69). En el Pañcatantra el chacal
suelta la carne para cap tu rar un pez: un buitre se lleva la prim era
y el pez se escapa. Pero el tem a del anim al que se ve a sí mismo
en el agua se reencuentra en p. 86 ss. R. : el león se ahoga por
tirarse a un pozo a m atar a otro supuesto león.
«L a com adreja y A frodita» (H. 50, Bab. 32, Phaedr. VI 17 = p.
263 ss. R.) En el Pañcatantra se tra ta del rató n hem bra convertido
por un brah m án en m uchacha, la cual cuando llega el m om ento
quiere casarse con un ratón, para lo cual el b rah m án la hace
recobrar su form a natural. Pese a H ausrath, sin em bargo, hay
que decir que no es seguro que el tem a (parecido en am bas literatu­
ras, pero no idéntico) sea antiguo en Grecia.
«El águila agradecida» (H. 199, P araphr. 144 Cr. = fábula en
Benfey, Pañcatantra I, p. 363 = p. 112 ss. R.). Está ya en Estesícoro,
com o sabem os.
«El asno con piel de león» (H. 199 = p. 409 R., piel de tigre).
Estas son las fábulas indias que con m ayor o m enor probabilidad
considera H ausrath com o de origen griego; hay que añadir algunas
de los Jätaka, en que propone lo mismo. C om o se ve, la cosecha
no es m uy abundante. Tam poco lo es la de E d g e rto n 3, que señala
tan sólo p. 409 ss. R. «El asno con piel de tigre o pantera» ( = H.
199 «El asno con piel de león») y p. 395 ss. R. «El asno sin
corazón ni orejas» (versión griega aludida arriba). E dgerton propo­
ne, sin dem ostrarlo, que estas fábulas proceden de la India y
que, salvo casos com o éstos, hay independencia entre las dos tradi­
ciones fabulísticas.
N osotros pensam os, prim ero, que puede aum entarse el m aterial

3 The P añcatantra I-V, P oona 1930, p. 9.


304 H istoria de la fábula greco-latina

m ediante un estudio adecuado al cual aportarem os algunas cosas


en otro lugar de este v o lu m en 4. Y, segundo, que sobre este m ism o
m aterial hay que hacer algunas consideraciones im portantes.
En prim er lugar, cuando dentro de G recia una fábula em paren­
tad a con una fábula india no está testim oniada antes de la época
helenística (caso, entre las citadas, de «L a com adreja y A frodita»
y «El cam pesino y la serpiente», caso tam bién de otras varias
fábulas cuya existencia hem os anticipado), no hay, a priori, nada
que im pida la hipótesis co n traria a la hasta aquí seguida: influjo
indio en Grecia. L a com unicación entre G recia y la India a p artir
de A lejandro fue en doble sentido: basta recordar, sin alejarnos
de nuestro tem a, lo que hem os dicho sobre influjos orientales
en la Vida de Esopo y otras Vidas m ás o m enos p a ra lela s5.
La fuente griega debe dem ostrarse ya m ediante consideraciones
particulares (verosim ilitud de la m ayor antigüedad de la versión
griega, en casos concretos) ya m ediante otras generales, relativas
al influjo de tem as griegos (cínicos concretam ente) en una larga
serie de fábulas indias, según harem os ver en III 5.
Y dado que nuestro conocim iento de las colecciones griegas
es, com o sabem os, m uy parcial, puede m uy fácilm ente suceder
que tal o cual fábula india provengan de una colección griega
perdida para nosotros : desde luego, de una colección sin epim itios
generalizados, sea la de D em etrio u o tra posterior. E n un caso
concreto, el de la fábula del cam pesino y la serpiente, hem os visto
que N ^jgaard p roponía que la fábula india provenía de un m odelo
previo a todas las versiones griegas y latinas que se nos han
conservado.
E n segundo lugar, el que u n a fábula griega con c o n tra p artid a
india esté testim oniada en G recia desde los siglos vil o vi a. C.
no decide tam poco la cuestión tan tajantem ente com o piensa H aus-
rath. Pues por m ás que el origen del Pañcatantra deba colocarse
en los siglos iii/ii a. C., esto se refiere al origen en cuanto colección,
pienso que con im itación de las colecciones griegas que por la
m ism a época se originaron y que fueron, a todas luces, conocidas
en la India. N o se refiere a todas y cada una de las fábulas:
m uchas son, sin duda alguna, antiguas en la India. Y puede darse el
caso de que la sem ejanza entfe ciertas fábulas indias y griegas se

4 Cf. p. 705 ss.


5 Cf. tam bién nuestro trabajo ya citad o «E lem entos cín icos...», p. 323 ss.
Elem entos orientales en la fábula griega 305

deba no a influjos directos en una u otra dirección, sino a depen­


dencia de las dos versiones de un m odelo antiguo, m esopotám ico.
Efectivam ente, hemos de ver que la fábula m esopotám ica influyó
m uy directam ente en la fábula griega: es un hecho hoy conocido,
que expondrem os y al que añadirem os algunas cosas nuevas. Y
no es inverosím il en absoluto (aunque, que sepam os, no ha sido
investigado hasta ahora) que la fábula m esopotám ica haya llegado
a la India a través de Persia, quizá, concretam ente, de la satrapía
persa establecida en el valle del Indo. Vam os a intentar dem ostrar
en las páginas que siguen que éste es, precisam ente, el caso, lo
que no invalida que, para otras fábulas, haya dependencia griega
de fecha helenística. M uy concretam ente, la fábula arquilóquea
del águila y la zorra, cuyo m odelo acadio es conocido («El águila
y la serpiente») presenta en la India versiones en que intervienen
el cuervo y la serpiente que son, a todas luces, de origen m esopota-
m io; hay otros ejemplos m ás, absolutam ente claros. M ás todavía,
harem os ver que el «m arco» en que se engarzan las fábulas de
colecciones indias com o la del Pañcatantra es, precisam ente, de
origen m esopotám ico.
O sea, ñuestro m ejor conocim iento (aunque incom pleto, por
supuesto) de la fábula griega nos perm ite estudiar m ejor que hasta
ah o ra el problem a de las relaciones entre fábulas en época helenísti­
ca y quizá posterior. A ello puede contribuir no sólo la estratifica­
ción cronológica de las colecciones de fábulas occidentales, que
hoy logram os establecer hasta cierto punto, sino tam bién la estratifi­
cación paralela que hoy nos es dable hacer, tam bién hasta cierto
punto, en la tradición india: si nuestro más antiguo testim onio del
Pañcatantra, a saber, el Tanträkhyäyika, se sitúa hacia el 200 a. C.
o quizá después, existen u n a serie de colecciones posteriores
que se escalonan en fechas que pueden fijarse con aproxim ación:
véase m ás abajo, p. 321 ss. A nticipam os que derivan de hacia el
500 d. C. colecciones no dem asiado alejadas de aquel (el Pañcatantra
del Sur y el texto indio base de la traducción pahlevi que produjo
am plia descendencia en las literaturas m edievales, sobre todo);
y son ya plenam ente medievales el textus simplicior y el ornatior
antes citados, a más del Hitopadesa. Pues bien, hay que notar
que de las fábulas indias que H ausrath considera derivadas de
las griegas, hay algunas que faltan en el Tanträkhyäyika y la
restante tradición antigua: m uy concretam ente, «E l brahm án y
la serpiente» (sólo en el textus ornatior), «El chacal que soltó
306 H istoria de la fábula greco-latina

la carne» (en éste y el simplicior), «El águila agradecida» (sólo


en el ornatior). Q ueda, pues, el problem a de si estas fábulas, pese
a lo tardío de su docum entación, son fábulas indias antiguas
de origen griego o si son fábulas indias medievales quizá indepen­
dientes.
De o tra parte, ah o ra tenem os abierta la puerta p ara estudiar
relaciones de otro tipo: derivaciones de fábulas griegas e indias
a p artir de la tradición fabulística m esopotám ica, conocida por
nosotros cada día m ejor. Y reconstruible adem ás, en cierta m edida,
m ediante una com paración de ciertas fábulas griegas y ciertas
fábulas indias.
Pero no debem os caer en un nuevo extrem ism o y hacer que
a una época en que se hab lab a bien de la derivación de la fábula
griega a p artir de la india, bien al revés, suceda o tra que considere
la fábula griega, sin m ás, com o un derivado de la fábula m esopotá­
mica. Esto ha em pezado a acontecer ya en ocasiones, aunque
sin sistem atism o6.
F rente a esta posición, real o sim plem ente posible, nosotros
hem os postulado en los capítulos que preceden a éste que la fábula
griega tiene raíces griegas. L a fábula está en su lugar en fiestas
y poesía que hem os calificado de yám bica y cóm ica: no es un
añadido, es algo que encaja perfectam ente en este am biente. Algo,
de o tra parte, que tiene que ver con rituales m ás o m enos lúdicos
centrados en torn o al anim al, así com o con creencias y relatos
a ellos relativos. Lo cual no quiere decir que esta base griega
de la fábula no pueda haber recibido, para desarrollarse, influjos
externos. H em os hecho notar, por ejemplo, que anim ales esenciales
en la fábula griega — el león, el m ono— son o ajenos a G recia
o ajenos a la religión y los rituales o am bas cosas a la vez.
H em os hecho n o tar que el m ism o hecho de que al fárm aco délfico
E sopo se le atribuyera una patria oriental, habla a favor de la
creencia de un influjo oriental en la fábula griega. Y no es el
único d a to : Babrio II prol. dice que la fábula procede de los
sirios (es decir, los asirios) y hay otros testim onios antiguos m á s 7,
aparte de la existencia de fábulas carias, lidias, egipcias, etc., ya
aludidas en I 1.

6 A sí E. Ebeling, D ie Babylonische Fabel, L eipzig 1927, p. 50. En contra N^ijgaard,


ob. cit., I, pp. 434 ss.
7 Cf. Josifovié, í i v a A n tik a 6, 1956, p. 161 ss.; art. « A isop os» cit., col. 30.
Elem entos orientales en la fábula griega 307

La situación real es, pues, que la fábula griega, nacida en


la fiesta y el banquete, se desarrolló bajo el influjo de la fábula
oriental, del m ism o m odo que, ya lo hem os visto, la leyenda
indígena de Esopo se orientalizó igualm ente. Esta no es una situa­
ción anóm ala, sino exactam ente la norm al y esperable. Es lo mismo
que he explicado detalladam ente en un libro reciente en torno
a los orígenes de la lírica griega: la breve m onodia de la lírica
m ixta griega se expandió por influjo de la m onodia desarrollada
desde fecha anterior en cultos y literaturas orientales, por lo demás
sobre la base de un am biente cultual y literario sem ejante8.
En las m ism as fechas, pues, siglos vu y vi a. C., llegaban a
G recia a p artir de Asiría, B abilonia y los diferentes pueblos m inora-
siáticos influidos por aquellas culturas y la hetita, elementos de
la gran tradición m esopotám ica que se insertaban en una literatura
aún prácticam ente oral y poseedora de elem entos com parables,
pero que m archaba con una cronología m ás retrasada. Ello era
posible porque la base de partida era la m ism a, la de los cultos
agrarios y los festivales en que se expresaban: dioses, festividades,
danzas y literatura estaban próxim os, los influjos eran, pues, fáciles.
Y era G recia la que recibía.
Por lo dem ás, el influjo, hoy generalm ente aceptado, de la
épica y las cosm ogonías m esopotám icas en la épica y las cosm ogo­
nías griegas h an de interpretarse en igual sentido. N o hay una
simple inserción. G recia poseía una épica de raigam bre indoeuropea
cuyos rasgos son fáciles de precisar: y las cosm ogonías hetitas
actu aro n sin duda sobre un am biente religioso bien preparado
p ara recibirlas. N o hay nunca simple inserción, hay am pliación
o desarrollo de elem entos preexistentes dentro de un am biente bien
preparado para la recepción de los elem entos que llegan de fuera.
En el caso de la fábula creemos haberlo dem ostrado cum plidam ente.

2. La fábula mesopotámica. Generalidades


Poco a poco va am pliándose nuestro conocim iento de la fábula
m esopotám ica, escrita en las distintas lenguas de la región, del
sum erio al asirio; a veces conservada en la lengua original, otras

8 Cf. O rígenes de la lírica griega, M adrid 1975, p. 190 ss.; «La lírica griega
y el O riente», Travaux du VIe Congrès Internationei cf E tudes Classiques, París 1976,
p. 251 ss.
308 H istoria de la fábula greco-lati

en traducciones o copias de distintas fechas, siendo con frecuencia


difícil fijar la verdadera antigüedad de la redacción original. Son
literaturas, com o es bien sabido, que form an un todo continuo
que llega hasta los textos conservados en la biblioteca de A ssurbani-
pal y en tablillas neobabilonias, sin duda tam bién hasta la literatura
o tradición oral de persas, frigios, carios, lidios, etc. El contacto
con los griegos en los siglo vu y vi era m uy estrecho, el influjo
fácil.
El m aterial fabulístico m esopotám ico que conocem os es relativa­
m ente reducido: en parte está publicado incom pletam ente, a base
de m eras referencias; en parte, se tra ta no tan to de fábulas com o
de proverbios y símiles anim ales, aunque la diferencia no es fácil
de trazar. L a com paración entre fábulas m esopotám icas y fábulas
griegas puede hacerse pocas veces relativam ente, aunque el estudio
com parativo del m aterial indio puede ayudar, ya lo hem os dicho.
Antes de realizarlo, de todas form as, es conveniente echar u n a
ojeada a la totalidad del m aterial fabulístico (en sentido am plio)
de M esopotam ia, p ara ver en qué form a y con qué características
aparece. Ello es m uy im portante a la h o ra de estudiar los influjos
en la literatura griega.
Pero todavía queda una labor previa: exponer la bibliografía,
la form a en que este m aterial está editado o estudiado. L am entable­
m ente, no existe u n a edición com pleta e independiente. P or o tra
parte, hem os de ver que en M esopotam ia no puede hablarse de
un género «fábula», que la fábula no es más que un elem ento
dentro de otros géneros: una edición aislada destruiría el con­
texto en que aparece.
Este contexto es el de la «W isdom Literature» o literatura
sapiencial reflejado en el título del libro de W. G. L am bert (Babylo­
nian Wisdom Literature, O xford 1960) que recoge todo el m aterial
acadio, babilonio y asirio (o en traducción a estas lenguas) conocido
en la fecha de su publicación. Sustituye a la o b ra m ás antigua
de E. Ebeling, Die Babylonische Fabel, Leipzig 1927, pero ha de
suplem entarse con publicaciones posteriores com o el libro de B. A ls­
ter que da el texto sum erio de las «Instrucciones de Suruppak»,
del que L am bert d ab a todavía solo un pequeño fragm ento acadio 9 ;
9 B. A lster, The Instructions o f Suruppak, Copenhague. V éanse otras «Instruccio­
nes» de un padre a un hijo en Kramer, L a historia em pieza en Sum er, trad, esp., 4 .a
ed., Barcelona 1978, pp. 63 ss., 116 ss. Cf. tam bién «Sum erian Proverb C ollection
Seven», Revue d' A ssyriologie 72, 1978, pp. 93-112,
Elem entos orientales en la fábula griega 309

otras varias publicaciones de textos sum erios, de K ra m e r10 y G o r­


d o n 11. A ñadam os el Ahikar, bien conocido por n o s o tro s12.
En el libro de N ^ jg a a rd 13 y en la edición de B abrio y Fedro
de P e rry 14 parte de este m aterial es estudiado desde el punto
de vista de la com paración con la fabulística griega, ju n to con
el más antiguo de Ebeling, ya citado. H ay que añadir, sin em bargo,
que sólo a p artir, después del libro de L am bert, de la reciente
publicación de G ordon «A new L ook at the W isdom o f Sumer
and A kkad», Bibi. Orientalis 17, 1960, pp. 122-52 (citado: «New
Look...») podem os hacernos una idea de conjunto de la literatura sa­
piencial babilonia, incluida la fábula. Según él, se identifican ahora
106 fábulas y parábolas (llam a parábolas a las fábulas de acción
posible) sum erias, a las que hay que añadir las no testim oniadas en
la literatura sum eria, sino en fecha posterior, aunque esto no quiere
decir que no puedan tener un origen sumerio.
El lector, sin em bargo, hará bien en tener en cuenta dos cosas.
Prim ero, que de este núm ero de fábulas aparentem ente grande,
m uchísim as están inéditas, no las conocem os m ás que a través
de referencias de G ordon. Segundo, que subsiste el problem a term i­
nológico de distinguir entre símiles, proverbios y fábulas animales,
distinción no siem pre clara ni tajante: añadiéndose que símiles,
proverbios y anécdotas no anim ales aparecen juntos sin que, parece,
los sum erios tuvieran noción de una distinción genérica.
Esto es lo prim ero que hay que saber cuándo se estudia la
fábula m esopotám ica con intención de com pararla con la griega
o la india: que no es un género independiente. N o debería esto,
realm ente, extrañarnos, dado que hemos visto que en G recia el
género «fábula» com enzó por distinguirse m al del m ito, el presagio,
el símil, etc., y, en realidad, nunca llegó a co b rar un carácter

10 N . S. Kramer, From the Tablets o f Sum er. Indian H ills, C olorado 1956,
reeditado en 1968; contien e datos de las colecciones 1 y 2. C ito por la trad. esp. (arri­
ba, en n. 9).
11 F. I. G ord on, Sumerian Proverbs, The U niversity M useum , The U niversity o f
P ennsylvania, 1959, 2 .a ed., N u eva Y ork 1968. Cf. del m ism o autor: «Sum erian Pro­
verbs: C ollection Four», J A O S 77, 1957, pp. 67-79 y «Sum erian A nim al Proverbs
and F ables: C ollection Five», J C S 12, 1958, pp. 1-21 y 43-75. Tam bién «A n im ais as
represented in the Sum erian Proverbs and F ables: A Prelim inary Study», pp. 226-249.
12 Cf. la traducción de R .' H. Charles, The A pocrypha and Pseudoepigrapha
o f the O ld T estam ent, II, O xford 1913 [1971], p. 728 ss.
13 Ob. cit., I, p. 433 ss.
14 P. X X V III ss.
310 H istoria de la fábula greco-latina

absolutam ente coherente ni siquiera dentro de las colecciones de


fábulas. T odo lo m ás, existen algunas colecciones de proverbios
que contienen sólo m aterial anim alístico (proverbios o fábulas):
m ás generalm ente, éste se encuentra disperso entre el resto del
m aterial proverbial. E igual sucede en otros géneros que se titulan
Instrucciones, Poemas del justo sufriente, Disputas, etc., y que inclu­
yen el género biográfico testim oniado en el A hikar: estos géneros
se distinguen porque tienen un m arco, un argum ento, pero dentro
de él aparecen indistintam ente fábulas, proverbios y elem entos
no anim alísticos com parables.
L a literatura sapiencial m esopotám ica a que nos estam os refi­
riendo tiene un origen sum erio. G o rd o n 15 piensa que su redacción
definitiva procede de la época del renacim iento neo-sum erio de
hacia 2000/1900 a. C., aunque nuestros textos suelen d a ta r del
período babilonio antiguo (hacia 1700/1600 a. C.). O tras veces
tenem os copias o traducciones posteriores, acadias, neobabilonias
o asirías, m ientras que algunos textos en estas lenguas pueden
ser originales de las m ism as: así, po r ejem plo, el Ahikar. En todo
caso y prescindiendo de algunas evoluciones, to d a esta literatura
form a u n todo. Y es estrictam ente com parable a la literatura sapien­
cial de otros pueblos, sobre todo el israelita ( Proverbios de Salomón,
Eclesiastés, Job) y el egipcio. P ara una visión de conjunto (aunque
pobre en el p unto concreto de la fábula) puede acudirse a la
introducción de M. L. W est a su edición de H e sío d o 16.
Pasam os a continuación u n a rápida revista a los principales
géneros sapienciales m esopotám icos en que se encuentran la fábula
y elem entos conexos: los Proverbios ; los géneros provistos de « m ar­
co»; las D isputas; y la épica.

3. Géneros mesopotámicos que incluyen fábulas

a) Proverbios
G ordon, «N ew Look...» reseña 24 colecciones de proverbios,
las más inéditas o incom pletam ente editadas. El aum ento de m ate­
rial es inm enso desde los tiem pos de Ebeling, que sólo conocía

15 « N e w L o o k ...» , p. 124.
16 H esiod, W orks and D ays, O xford 1978, p. 3 ss. Tam bién d ebe verse, sobre
los proverbios sum erios, el nuevo libro de B. A lster, Studies in Sum erian P roverbs,
C openhaguen 1975.
E lem entos orientales en la fábula griega 311

u na colección de proverbios con m aterial anim alístico; la colección


que ha sido vuelta a editar por L am bert, Bab. Wisdom Literature,
páginas 213 ss. com o única colección de proverbios. E ra mínimo
todavía, tam bién, el m aterial a que hacía referencia J. A. van Dijk
en 1953 en su L a sagesse suméro-accadienne.
H em os de referirnos, pues, sustancialm ente al «N ew Look...»
de G o rd o n que, aparte del m aterial de Ebeling, se refiere al publica­
do por K ram er y por él mism o principalm ente, pero que además
da una clasificación y estudio de ab undante m aterial inédito.
Las colecciones de proverbios, según hem os dicho, acum ulan
sin m arco un m aterial vario, que con frecuencia se repite en las
diversas colecciones. Sólo en raras ocasiones, com o queda tam bién
dicho, el m aterial es exclusivam ente anim alístico. Lo más frecuente
es que vaya clasificado por la palabra inicial de cada «proverbio»:
po r ejem plo, «cosa», «m aldición», «ciudad», «elefante», etc. Pero
otras colecciones dan los «proverbios» en un orden que podríam os
calificar de caótico si no fuera porque, en ocasiones, se agrupan
los de contenido próxim o.
El carácter misceláneo de estas colecciones se refiere tam bién
a este contenido. N osotros hem os hablado de proverbios y fábulas,
hem os recogido la distinción de G o rd o n entre fábulas propiam ente
dichas (de acción «imposible») y «parábolas» (de acción posible),
dos tipos que se dan entre las fábulas griegas. Pero los límites
no son claros y queda, adem ás el problem a de en qué m edida
las fábulas son verdaderas fábulas según el standard griego: tema
sobre el cual N ^jgaard se expresó en térm inos m ás bien negativos
y sobre el cual volveremos. Prescindiendo de esto y refiriéndonos
a la totalidad del m aterial de las colecciones, no sólo a su parte
anim alística, señalem os las distinciones que con m ás o m enos acierto
introduce G o r d o n 17. H abría preceptos, m áxim as, simples apoteg­
m as («un hom bre pobre está siem pre preocupado por lo que va
a comen>), adagios («el perro reconoce al hom bre que le ama»),
paradojas («mi buey va a darte leche»), chanzas («el palacio es
un día una m adre recién parida, otro una m adre en duelo»), repro­
ches, cum plidos, deseos («que Inana haga que una esposa de muslos
calientes se acueste contigo»), dichos burlescos sobre p u e b lo s18.
17 « N e w L o o k ...» , pp. 130 ss.
18 Sobre los tipos de «proverbios», su con ten id o, estructura sintáctica, estilo,
etc., enviam os, adem ás de a « N e w L ook ...», a los Sumerian Proverbs d el propio
G ord on , pp. 1 ss. y 285 ss. y al libro de B. A lster citad o más arriba.
312 H istoria de la fábula greco-latina

Todo esto, sin co n tar con las fábulas anim alisticas propiam ente
dichas y las anécdotas, entre las que hay algunas que podríam os
calificar más bien de novelitas y cuentos, com o «El viejo y la
joven», «Los tres boyeros de Adab» y «L a esclava p erezo sa» 19.
En cuanto a la extensión, oscila entre una línea, dos (lo más
frecuente) y un núm ero m ayor, en ocasiones bastante am plio. Quiere
esto decir que tan to en el sector no anim alístico com o en el anim alís-
tico hay todas las transiciones que conocem os en la literatura
griega entre la m áxim a, la injuria, la burla, el ataque, etc., etc.
Com o en Grecia, fábula anim alística y anécdota hum ana no son
o tra cosa que un elem ento más de las colecciones.

b) Géneros con «m arco»


Se caracterizan por un «m arco» bien biográfico, bien referido
a un m om ento de la vida de un hom bre o de dos hom bres:
en el interior se encuentran fábulas y proverbios, en form a sem ejante
a la hasta aquí conocida. Se incluyen ataques, lam entaciones, sím i­
les, sarcasm os, m áxim as, etc., etc. El m aterial anim alístico tiende
a ser más reducido, pero existe igualmente. Son, dentro de la
literatura m esopotám ica, géneros com parables, entre otros, a la
literatura didáctica de un H esíodo que aconseja a su herm ano
con m áxim as y fábulas, entre ataques y lam entaciones.
N o podem os aspirar a d a r una relación exhaustiva. A un así,
citem os:

Instrucciones
Com o ejem plo citam os las Instrucciones de Suruppak, de las
que antes había un m ínim o fragm ento y que ahora han sido publica­
das por B. Alster. O cupan unas 285 líneas cuyos fragm entos m ás
antiguos d a ta n de hacia el 2500 a. C. y otros de hacia el 1800:
son los consejos dados por el sabio o rey Suruppak a su hijo
Ziusudra, que iba a ser el único superviviente del diluvio. Son
consejos negativos y positivos, proverbios, etc., entre ellos una
especie de fábula:
Cuando un hombre puso sobre sus hombros un gran buey
no pudo cruzar el río.
Cuando has vivido al lado de los poderosos de la ciudad,
hijo mío, líbrate de ellos'.
19 Cf. B. A lste r, ob. cit., pp. 90, 94, 117.
E lem entos orientales en la fábula griega 313

H ay aquí algo que podem os llam ar bien fábula, bien símil


(«igual que...»), bien proverbio: en todo caso, es claro que por
virtud del «m arco» el tem a anim alístico se convierte en un ejemplo,
com o en Grecia.
En L am bert y K ram er pueden encontrarse otros textos de igual
tipo y en W est alusiones a otros más. Hay, por ejem plo, los
Consejos de sabiduría, dirigidos a un hijo, los Consejos a un rey,
etcétera. De o tra parte, G ordon («New L ook...») hace referencia a
nuevo m aterial sum erio más o m enos com parable: la o b ra Un
escriba y su perverso hijo, en que el prim ero acusa al segundo
de disipación e ingratitud. En Egipto aparecen obras semejantes:
un padre d a consejos a un hijo en la Instrucción de Ptahhotep,
en la Instrucción de A m enem -O pet: en este caso y en otros más
el hijo es precisam ente un príncipe. Un texto de Ras Sham ra
da consejos de igual tipo.

Lamentaciones
El ejem plo m ás notable es el Lamento del justo que sufre, com pa­
rable al libro de Job: el justo es al fin liberado de sus sufrimientos.

Diálogos
Pueden presentar en esta form a los tem as ya conocidos. Así,
el titulado E l padre y su hijo de malas costumbres viene a equivaler
a una «instrucción» ; la Teodicea Babilonia, diálogo del hom bre que
se lam enta de las injusticias del m undo y el amigo que le instruye
y consuela, m ezcla tem as de lam entación y de instrucción. En cam ­
bio, es satírico, parece, el Diálogo del pesimismo, entre un rey y su
esclavo. Estas obras aparecen en la colección de L am bert. Y en el
artículo de G ordon hallam os nuevo m aterial sum erio más o menos
com parable : la disputa de El supervisor y el escriba y otras varias
disputas de am biente escolar tam bién.

Biografías
N os referim os al Ahikar, cuyo argum ento ya hem os expuesto.
En el m arco de la biografía del secretario de Sennaquerib aparecen
instrucciones a su hijo, lam entaciones por la adversa suerte, repro­
ches al hijo. Pero no sólo esto: la parte en que A hikar responde
al rey de Egipto equivale a una instrucción del segundo por parte
314 H istoria de la fábula greco-latina

del prim ero y el papel del secretario cerca del rey de A siría im plica
una relación del m ism o tipo. Hay, pues, en el Ahikar elem entos
varios que han confluido: el tem a del padre y el hijo y el del
secretario o consejero y el rey, el de la instrucción, el ataque
y la lam entación. P or o tra parte, hay que hacer constar que el
tem a del diálogo entre el rey que hace preguntas y el sabio visir
que responde es m uy antiguo, sum erio: se encuentra en La joven
y el viejo y Los tres boyeros de Adab, que citam os m ás arriba.
En todos estos escritos volvem os a encontrarnos, entre o tro,
con el m aterial anim alístico, bien en form a de símil, de proverbio
o de fábula. Así, en la Teodicea Babilonia hay ejemplos anim ales
que dem uestran que los m alos (el león, el nuevo rico...) quedan
im punes, pero el otro interlocutor contesta m ostrando cóm o son
castigados: la flecha alcanzará al asno salvaje que pisotea los
sem brados, la tram p a aguarda al león devorador del ganado, el
rey castigará al nuevo rico (59. ss.) Se tra ta de proverbios que
explican el futuro y, al tiem po, se inicia el procedim iento literario
de discutir con ejem plos y fábulas, m enos frecuente en G recia
que en la India y nuestra Edad M edia. En la m ism a obra, se
m ezclan ejemplos hum anos: «El príncipe es vestido de..., el hijo
del p o b re es robado...» (181 ss.), pero se contesta con otros c o n tra ­
puestos (235 ss.); y se encuentra tam bién símiles anim ales: «El
prim ogénito sigue su cam ino com o un león, el segundo se contenta
con ser un m ulero...» (247 ss.). O tras veces, el proverbio y su
aplicación hum ana se siguen com o la fábula y el epim itio: «El
prim er ternero es pequeño, el siguiente doble de grande. El prim er
hijo es débil, el segundo es un heroico guerrero» ' (260 ss.) Ni
faltan en esta o b ra elem entos etiológicos que recuerden fábulas
griegas: así cuando (276 ss.) se cuenta la creación del hom bre
y cóm o fue d o tad o de m entiras.
N aturalm ente, el núm ero y características de los elem entos ani-
m alísticos varía de obra a obra, pero lo que nos interesa aquí
es n o tar que son consustanciales con este género de literatu ra
y que es la presencia del «m arco» lo que esencialm ente le diferencia
del anterior. Q uerría insistir, sin em bargo, en su frecuencia en
el Ahikar, cuyo papel com o m odelo (junto con otras obras sim ilares)
de la Vida de Esopo griega hem os visto que es im portante, m ientras
que hemos de ver que en form a paralela sirve de m odelo igualm ente
a colecciones indias de fábulas com o el Pañcatantra. Es esencial,
por ello, ver el papel de la fábula en esta obra. Pero no sin
E lem entos orientales en la fábula griega 315

dejar constancia, previam ente, que el «m arco» biográfico de esta


o b ra reciente no es sino una am pliación de «m arcos» de obras
anteriores, sum erias, que im plican instrucción (a veces con diálogo)
o lam entación; m ientras que los proverbios y dem ás que contiene
no son o tra cosa que la continuación de los contenidos en aquellos
otros géneros. O sea: tras las simples colecciones de proverbios
y las obras con «m arco» reducido, el Ahikar representa una culm ina­
ción, una especie de tercer grado, pero en la m ism a línea (si
bien las colecciones de proverbios pueden, a su vez, proceder
o enriquecerse con los de estas últim as obras). T odo esto no es
obstáculo para otro punto de partida del Ahikar que ya conocem os :
el m ito del dios que m uere y resucita. L a confluencia de este
m ito y de las lam entaciones y acusaciones con él conexas con
los géneros sapienciales, ha producido el A hikar y, evidentem ente,
otras obras paralelas cuya existencia inducirem os a través de su
eco en las literaturas griega e india.
Volviendo a nuestro tem a, en la prim era serie de consejos
a N adan (II 1 ss.), A hikar usa, entre otros, elem entos anim alísticos
(y vegetales) diversos. Así, símiles:

6 Hijo mío, no te precipites como el almendro cuya flor es la primera


que aparece y cuyo fruto es el último que se come; sé paciente
y sensible, como el moral, cuya flor es la última que aparece
y cuyo fruto es el primero que se come.
24 No dejes de pegar a tu hijo: la vara es para los niños como
estiércol para el huerto, como una soga para un asno, como una
traba para la pata del asno.
25 Hijo mío, las palabras del mentiroso son como gorriones gordos,
el necio se los come.

O tras veces se tra ta de proverbios o de «instrucciones».


35 Hijo mío, tira piedras al perro que ha abandonado a su amo
y te ha seguido.
38 Hijo mío, suaviza tu lengua... porque la cola del perro le da
pan mientras que su boca le procura golpes.
51 ...mejor es una oveja al alcance de tu mano que un ternero lejos;
mejor es pobreza que junta que riqueza que tira; mejor un pájaro
en tu mano que mil volando; mejor un manto de lana en tu
espalda que lino y seda en la de otros.
316 H istoria de la fábula greco-latina

La im posibilidad del cam bio de la naturaleza es tem a de


62 Hijo mío, cuando las aguas estén en lo alto sin tierra, el pájaro
vuele sin alas, el cuervo se haga blanco como la nieve y lo amargo
se haga dulce como la miel, entonces se hará sabio el necio.

Pero ya se puede llam ar fábula propiam ente a un pasaje com o


14 Hijo mío, el rico se come una serpiente y dicen «La comió como
medicina». El pobre se la come y dicen: «Se la comió porque
tenía hambre».

Y la proxim idad de símil y fábula se ve com parando


28 ...el que no tiene hermanos ni mujer ni hijos... es como un árbol
al lado del camino, cuyo fruto cogen todos los caminantes y
cuyas hojas rompen todos los animales que pasan.
con la fábula esópica (H. 185) del cam inante y el plátano (que
por lo dem ás se encuentra, aplicada a un árbol en general, en
Ahikar II 28). O piénsese en la relación entre
65 Hijo mío, no te enfrentes a un hombre en todo su poder ni
a un río en la inundación
con la conocida fábula griega y, dentro de la literatura m esopotám i­
ca, con la disputa del árbol y la caña, véase más abajo.
N o hem os sido com pletos, pero creemos que es suficiente. Pues
bien, en la serie de reproches de A hikar a N adan (V III 1 ss.) se
encuentran cosas absolutam ente semejantes. P or no citar símiles
de los tipos m ás com unes, hay una serie de ellos que contienen
acción y se convierten propiam ente en fábulas, term inadas con
un «cierre» com o las fábulas griegas, unas veces, otras no. Su
comienzo es siem pre el m ism o : «H ijo mío, has sido para mí com o...»
Sin perjuicio de estudiar m ás adelante la estructura de estas fábulas,
podem os sum arizarlas :
3: El escorpión y la roca.
4: La gacela y el zumaque.
5: El hombre que tiró una piedra al cielo.
6: El hombre y su amigo.
9: El león y el asno.
11 : El buey y el león.
14: El labrador y el campo.
15: El pájaro y sus compañeros.
16. El macho cabrío y sus compañeros.
Elem entos orientales en la fábula griega 317

17: El perro y e! alfarero.


18 : El cerdo y sus compañeros.
24: El árbol y los leñadores.
25: Las golondrinas y el gato.
Algunos de estos símiles, que son ya propiam ente fábulas, hallan
correspondencia en fábulas griegas m uy próxim as, com o veremos.
Baste citar una, por lo dem ás, para que se vea que su estilo
es próxim o al de la fábula griega:
Hijo mío, has sido para mí como las pequeñas golondrinas que se
cayeron del nido. Un gato las cogió y les dijo: «Si no hubiera sido
por mí, un gran mal os habría sobrevenido». Ellas le contestaron diciéndo-
le: «¿Es por eso por lo que nos has puesto en tu boca?».
U na prueba más de este carácter fabulístico (no siem pre anima-
lístico, com o se ve) es que en alguna ocasión (10 «La tram pa
y el pájaro») falta la introducción y la fábula es n arrad a directam en­
te. A lternan, por otra parte, proverbios anim ales que pueden ser
a su vez germ en de fábulas, así 20; y no falta el uso del nom bre
de un anim al com o insulto (19 chacal).
N aturalm ente, en esta sección estas fábulas o símiles-fábulas
o proverbios tienen una intención com ún, determ inada por el con­
texto: ataque contra el desagradecido, castigo del m alvado. Es
un caso especial dentro de la am plia serie de posibilidades abiertas
al género.

c) Debates

La existencia de debates (entre dioses, elem entos naturales,


plantas, anim ales...) en la literatura oriental era cosa conocida
desde antiguo, así com o su irradiación a las literaturas antiguas y
m edievales europeas. Cf. M. Steinschneider, « R angstreit Literature»,
S B W G W 155, 1908, así com o A. W ünsche, Die Pflanzenwelt in der
Weltliteratur, Leipzig 1905, con especial referencia a las «disputas»
entre plantas. Para el A ntiguo T estam ento, cf. E. B runner-Traut,
Altaegyptische Tiergeschichte und Fabel, D arm stad t 1977, pp. 56 s.
U na reseña de estos debates en la literatura griega la d a L. R aderm a-
cher en su edición de las Ranas de A ristófanes (2.a ed., Viena
1954), p. 20 ss.: desde Hesiodo, Epicarm o, Pródico en adelante.
Los debates en la fábula griega son recogidos por Josefovic, lugar
citado, col. 28, cf. tam bién supra, p. 243. N ótese que Calim aco, en
318 H istoria de la fábula greco-latina

su Yambo IV, atribuye origen oriental (concretam ente lidio) a


su disputa del laurel y el olivo, tesis que aceptó y profundizó
Diels (Intern. Wochenschrift 4, 1910, p. 993 ss.).
A hora bien, hay que an o tar que nuestro conocim iento de las
«disputas» m esopotám icas ha aum entado de una form a ex trao rd in a­
ria en los últim os tiempos. A poquísim as disputas conocidas por
Ebeling se han añadido otras disputas de que han dado inform ación
Kram er, ob. cit., p. 161 y van Dijk, ob. cit., p. 31 ss. y que han sido
editadas por L am bert, ob. cit., p. 150 ss. Sin em bargo, la nueva
publicación de G ordon repetidam ente citada por nosotros da una
inform ación aún m ás com pleta, que contiene el m aterial editado y
otro inédito (cf. p. 144 ss.).
Las «disputas» a que ah o ra nos referimos no siem pre son fáciles
de separar de los «diálogos» antes referidos y de otras disputas
entre dioses y hom bres en sectores de la literatura (la épica, po r
ejemplo) alejados de la sapiencial. R educiendo el género a los
límites con que figura en la edición de L am bert y el trabajo de
G ordon, direm os que estas «disputas» tienen por m otivo central
un debate entre dos o m ás anim ales, plantas, m inerales, objetos
inanim ados o fenóm enos naturales. Y que las más de ellas, en
la m edida en que están bien conservadas, tienen un «m arco» m itoló­
gico, que presenta la disputa y la cierra al fin a l2p. Así, la diferencia
con las com posiciones con «m arco» de que antes hablam os es
sólo gradual. Pero se distinguen las «disputas» en que se ocupan
de un solo m otivo central, expuesto con am plitud, y en su directa
relación con tem as m íticos, con frecuencia relativos a los orígenes
del m undo.
Conocem os las siguientes «disputas» :
El Verano y el Invierno.
El ganado y el grano.
El pájaro y el pez.
El árbol y la caña.
La plata y el cobre.
El pico y el arado.
La piedra de molino y la piedra gul-gul.
El tamarindo y la palmera.

20 Pueden verse co m o ejem plo la disputa del verano y el invierno, com en tad a
y traducida por Kramer, ob. cit., p. 195 ss. y la de «E l ganado y el grano», en igual
obra, p. 164 ss.
E lem entos orientales en la fábula griega 319

El buey y el caballo.
El asno de montar y (?).
El trigo y la diosa Nisaba.
La Zorra, el Perro, el Lobo y el León.
Estas disputas — transm itidas ya en sum erio, ya en acadio,
ya en textos bilingües— desarrollan norm alm ente el tem a de cuál
de los dos contendientes es superior: igual que en la continuación
del género en la fábula greco-latina. N o así en el caso de «El
trigo y la diosa N isaba», en que el prim ero acusa a esta diosa
subterránea y agraria en form a poco clara (quizá en conexión
con el tem a de que la vegetación se agosta cada otoño). Ni tam poco
en el caso de «L a Z orra, el Perro, el L obo y el León», verdade­
ra serie difícil de reconstruir en su conjunto y que se ha llega­
do a calificar de «épica anim al». Contiene, en realidad, temas
de fábulas que hallan su continuación tan to en G recia com o en
la India. El interés fundam ental está en que el debate relativo
a las actividades de estos anim ales está en un contexto m itológico :
la zorra se queja a Enlil de una sequía, term ina venerando a
este dios al final de la obra; y hay una escena de juicio (quizá
dos) entre el lobo y la zorra ante Samas. E sta im portante obra
procede de la prim era época babilónica (hacia el 1700), pero está
testim oniada hasta época neobabilónia, contem poránea ya de Ar-
quíloco.

4. Epica

Después de en la fábula del elefante y el m osquito, editada


por Ebeling dentro de la prim era colección de Proverbios que
fue dada a conocer, y de la disputa del tam arindo y la palm era,
fue en la fábula del águila y la serpiente que se encuentra en
la epopeya acadia Etana donde por prim era vez se vio claram ente
en una fábula m esopotám ica el m odelo de una fábula griega:
la del águila y la zorra en A rq u ílo co 21.

21 Cf. R. J. W illiam s, «The literary H istory o f a M esop otam ian F able», The
Phoenix 10, 1956, p. 70 ss.; I. Trencsény-W aldapfel, «E ine A esop isch e F abel und
ihre orientalische Parallelen», A cta Antiqua, Budapest, 9, 1959, p. 317 ss. : A . La
Penna, «Letterature esópica e letteratura asirio-babilonese», R F IC 92, 1964,
pp. 24-39; y m i trabajo «E l tema del águila de la épica acadia a Esquilo», Em érita
32, 1964, pp. 267-282.
320 H istoria de la fábula greco-latina

En realidad, nos hallam os ante un interm edio entre el m ito


y la fábula: cosa que no h a de extrañarnos si recordam os lo
que dijimos sobre la conexión de la fábula griega con el m ito
y la religión y lo que acabam os de ver sobre el am biente m ítico
de las «disputas» m esopotám icas. Este am biente m ítico se encuentra
tam bién en los proverbios o fábulas incluidas en las colecciones
de proverbios y en los géneros «con m arco». En algún caso lo
hemos hecho ver así, pero habría que añadir m ás datos. Así,
el castigo del hom bre o el anim al m alvado está en la Teodicea
Babilonia en el mism o contexto religioso que en la fábula del
águila y la serpiente, en que es el dios Sam as el que castiga al
águila m alvada. El tem a de dios que castiga aparece tam bién en
los proverbios y fábulas del Ahikar. O tras veces, hay tem as relacio­
nados con el de los orígenes del m undo, ya lo hem os dicho.
Claro está, ello no es siem pre así, la fábula m esopotám ica depende
con frecuencia (igual que el proverbio y el símil) de una simple
descripción del m undo. Pero tam bién hay una fábula de origen
m ítico-religioso, com o verem os que sucede, igualm ente, en la India.
M uy concretam ente, el tem a indio del ave que vive en las ram as
del árbol y la serpiente al pie de él, para ser m uerta la segunda
por urí guerrero extraño (cf. p. 337), se reencuentra en K ram er,
página 169 ss. (el m atad o r es Gilgamés, aunque no entra en juego
el tem a de la enem istad de los dos anim ales: son todos, parece, te­
mas derivados del E t ana).
Lo notable es que dentro de la épica m esopotám ica sólo en
el caso que reseñam os encontram os una fábula: en realidad, insisti­
mos, algo que igualm ente puede calificarse de m ito. Sin em bargo,
en K ram er, ob. cit., pp. 280 s., 282 se hallan relatos anim ales m ás
o m enos com parables dentro de poemas épicos. Com o hem os visto,
en H om ero aparecen símiles y presagios anim ales, no fábulas;
sí las hay, en cam bio, en el M ahäbhärata (algunas llegaron a
pasar a la tradición europea m edieval a través del Calila e Dimna
y otras obras). Se h a dicho a veces que la elim inación de la
fábula en H om ero depende del carácter caballeresco, diríam os, no
popularista, de su epopeya. El caso es que en M esopotam ia la
épica incluye no sólo proverbios, m áxim as, etc., com o es el caso
de H om ero y la epopeya india, sino tam bién m itos que en al­
gún caso co braban carácter fabulístico; y que este proceder fue
seguido en la India y,¡ en cierto m odo, censurado en G recia, no
sin que la fábula del águila y la serpiente, con el castigo de la
Elem entos orientales en la fábula griega 321

prim era por el dios Sam as, fuera im itada en G recia (y, veremos,·
en la India). Reservam os el detalle para m ás adelante.

4. Elementos arcaicos en la fábula india

a) El Pañcatantra y la fábula india

A parte de colecciones de que hablarem os y de las cuales la


principal es el Sendebar, así com o de fábulas sueltas, ya aludidas,
en el Mahäbhärata, los Jcltaka y otros lugares, la colección funda­
m ental de fábulas indias es, com o sabem os, el Pañcatantra. Convie­
ne decir aquí algunas cosas sobre su carácter, fecha y recensiones
diversas, pues num erosas fábulas aparecen solam ente en algunas
de ellas, son añadidos que no proceden del Pañcatantra original.
El Pañcatantra ofrece un m odelo de colección de fábulas parcial­
m ente diferente de las colecciones griegas. Se trata de cinco fábulas
cuyos personajes alternan la acción con relatarse fábulas que sostie­
nen sus respectivos puntos de vista; dentro de esas fábulas hay
otras y así sucesivamente, es decir, las fábulas se involucran unas
en otras com o las cajitas chinas: en cada libro hay una fábula
que hace de m arco y luego las fábulas se van enm arcando sucesiva­
m ente. Por o tra parte, la totalidad de la obra tiene un m arco,
que es la historia de cóm o el brahm án Visnuáarm a va a educar
con ayuda de las fábulas a los hijos del rey. H ay que añadir
que las fábulas propiam ente dichas alternan —com o en la fábula
griega— con cuentos y novelitas y que, con frecuencia, los persona­
jes que se enfrentan a los que narran la fábula y la enm arcan,
introducen m áxim as, proverbios, símiles de que hablarem os más
despacio. T odo este m aterial, que es en verso, procede muchas
veces de proverbios o citas de autores anteriores. Así, las fábulas
y cuentos tienen una función de ejemplos y los versos (más ciertos
pasajes en prosa) cum plen la función de prom itios, epim itios, cierres
y m áxim as de la fábula griega, aunque en ésta la organización
sea diferente.
Por o tra parte, hay que dejar constancia de que el Pañcatan­
tra es, dentro de la literatura sánscrita, una obra de nfti que
se opone a las de sastra. Estas últim as son m anuales sobre la
conducta en la vida y la política que se apoyan en reglas fijas,
abstractas. La nfti, en cam bio, no aspira a la perfección: busca
322 H istoria de la fábula greco-latina

lo posible, acudiendo a la acción decidida, al ingenio y aun al


engaño, que pueden hacer escapar incluso del destino. Esto es
ejem plificado con fábulas y anécdotas hum anas, ni m ás ni m enos
que en la fábula grieg a22. N ace, evidentem ente, la níti com o una
reacción co n tra la literatura de sastra, que critica. L a coincidencia
de la fecha del Pañcatantra, p o r lo dem ás no fijada exactam ente,
con el m om ento en que, tras la conquista de A lejandro, se h ab ía
establecido un contacto estrecho entre las culturas griega e india,
y ello cuando, de o tra parte, acababan de surgir y estaban en
plena evolución las colecciones de fábulas griegas, hace verosím il
que éstas no fueran ajenas a esta prim era redacción de las fábulas
indias en form a de colección: de ello nos ocupam os m ás despacio
en Parte III, cap. V. H ay, efectivam ente, una corríunidad de rasgos,
confesadam ente, en unas y otras colecciones: buscan d ar enseñanza
práctica, realista, en torn o a la vida hum ana, u n a enseñanza que
no desdeña acudir a la sátira, el engaño, la ironía, que se centra
en ideas com unes com o el poder de la naturaleza y de la fo rtu n a
o destino, que hace prevalecer una vez m ás la inteligencia y la
astucia sobre la fuerza bruta. Las colecciones griegas de fábulas
pudieron m uy bien servir de estím ulo para la creación del Pañcatan­
tra com o ensayo de un nuevo tipo de instrucción, la níti, frente
al sastra dom inante. Ello, com o es natural, a p artir de las fábulas
de cualquier origen que existían en la India, a las que eventualm ente
pudieron añadirse otras de origen griego.
Pero hay que acudir a recursos diferentes para fechar el Pañca­
tantra original. N os interesa ah ora, para el estudio de sus m ateriales
arcaicos, que será seguido en el capítulo anunciado del de sus
m ateriales griegos, d a r una idea de la fecha de su redacción lograda
independientem ente y, tam bién, d ar una idea de sus diversas recen­
siones. Pues com o hemos anticipado hay num erosas fábulas que
sólo se encuentran en las recensiones medievales, el llam ado textus
sim plicior23 y el llam ado textus ornatior24. N o es que estas fábulas
añadidas no puedan, an algunos casos, ser antiguas tam bién, pero
cualquier estudio crítico ha de tener en cuenta esta circunstancia.

22 Cf. R. G eib, Z u r Frage nach der Urfassung des P añcatantra, W iesbaden


1969, pp. 21 ss.
23 Traducido por Benfey, cf. la ed. de E. K iehlhorn y G . Biihler, B om bay
1885-6.
24 E ditado por J. H ertel, The P añ catan tra-T ext o f Pürnabhadra..., C am bridge
1912 y traducido por A . W . R yder, entre otros.
E lem entos orientales en la fábula griega 323

El más antiguo texto del Pañcatantra es el del llam ado Tantrákh-


yäyika, una recensión descubierta por J. H ertel a com ienzos de
siglo en varios m anuscritos de C achem ira y a la que dedicó num ero­
sos trabajos y una edición y tra d u c ció n 25. H ertel y la totalidad
de los indianistas han reconocido que esta recensión es la que
rem onta a una fecha más antigua, estando relativam ente próxim a,
por lo dem ás, a algunas otras, a saber:
1. El Pañcatantra del Sur, en una larga serie de m anuscritos
del D ekán, del cual no existe una edición crítica propiam ente
d ic h a 26.
2. La recensión perdida de que depende la traducción, tam bién
perdida, el pahleví (hacia el 550 d. C.): de ella derivan la traducción
siriaca de hacia 570 y la árabe de al-M uqaffa y de esta últim a,
a su vez, u n a larga serie de traducciones medievales, entre ellas
la española de 1251. Toda esta ram a lleva títulos paralelos a
los de esta versión española: Calila e Dimna o Cuentos de Vidpai27.
Según H ertel en su o b ra arriba citada sobre el Pañcatantra
el prim er grupo de recensiones y la traducida al pahleví form aban,
ju n to con los dos textos medievales (derivado fundam entalm ente
el ornatior del simplicior) u n a ram a de la tradición, por m ás que
dichos textos medievales contuvieran grandes añadidos. E sta ram a
sería, en realidad, una subram a del grupo K, cuya segunda subram a
estaría representada para nosotros por algunas fábulas introducidas
por K sem endra y Som adeva, en el siglo xi d. C., en sus traducciones
al sánscrito de un poem a anterior, llam ado B rhatkathá y com puesto
en un dialecto de Cachem ira. Pues bien, todo este grupo K sería
en su conjunto una de las dos ram as de la tradición: la segunda
estaría constituida po r el Tanträkhyäyika.

25 Cf. sobre tod o: «U eb er das T anträkhyäyika, die K aámirische Rezension


des P añcatantra», A S G W 22, 1904, n.° 5; « T anträkh yäyika. D ie älteste Fassung
des Pañcatantra», A K G W G 1910; T anträkhyäyika. A u s den Sanskrit übersetzt...
Leipzig y Berlin 1909; cf. tam bién Das P añcatantra. Seine Geschichte und seine
Verbreitung, L eipzig 1914.
26 H ay un ensayo en J. Hertel, « D a s Südliche Pañcatantra. Sanscrit-Text»,
en A S G W 24, 1906, n.° 5. C on él form an grupo la recensión nepalesa (m uy incom ple­
ta) y el H itopadesa, colección con una redacción m uy libre.
27 Sobre esta rama, véase J. Vernet, L a cultura hispano-árabe en O riente y
O ccidente, B arcelona 1978, p. 310 ss., que resume el estado actual de nuestros
conocim ien tos. V éase tam bién m ás abajo, p. 721 ss. El texto castellano ha sido
editado por J. E. K eller y R. W . Linker, E l libro de C alilla e Dim na, M adrid
1967.
324 H istoria de la fábula greco-latina

Así, en definitiva, según H ertel, las diversas recensiones rem on­


tarían a un arquetipo ya con corrupciones y a p artir de aquí
la tradición sería bipartita dos veces: hay la ram a del Tanträkhyäyi­
ka (S) y la o tra (K ); en esta segunda hay a su vez dos ram as,
Br (versiones en la trad, del Brhatkatha) y N W (el grupo que
com prende el Pañcatantra del Sur y dem ás, la versión pahleví
y las recensiones medievales).
Frente a esta posición está la de Edgerton, quien en un artículo
de AJPh citado a rrib a 28, postuló, en definitiva, que el Tenträkhyäyi-
ka, el grupo del Pañcatantra del Sur, el textus simplicior y la
recension pahleví derivan independientem ente del original. A p artir
de aquí, intentó reconstruir éste por la coincidencia entre estas
diferentes recensiones. Sin em bargo, el estudio dedicado al tem a
por R. Geib, y al que tam bién hemos hecho referencia, vuelve
en térm inos generales al stem m a de Hertel. Para é l29 dentro de
K (la ram a que no incluye el Tanträkhyäyika) hay una segunda
bipartición: una ram a centrada en torn o al Pañcatantra del Sur
y o tra que incluye las versiones del Brhatkatha, la pahleví y el
textus simplicior. El ornatior vendría no sólo de éste, sino tam bién
del Tanträkhyäyika y de un texto próxim o al Pañcatantra del
Sur.
Lo que m ás nos interesa en este contexto, de todas m aneras,
es la cronología de estas recensiones y las fábulas que contienen.
H ertel, que pretende que 16 de las 41 fábulas del Tanträkhyäyika
y bastantes versos están interpolados — sobre esto volverem os—
proponía en 1904 para su antecesor, el arquetipo de que depende
toda nuestra tradición, una fecha en torno al año 200 a. C., fecha
que m antiene tentativam ente E dgerton en AJPh 1915. Se apoya
en algunos datos culturales, com o los tem plos de m adera, y en
la cita de C änakya (es decir, K autilya o K autalya, el m inistro
de C andragupta I, que reinó a p artir de 322 a. C.) com o de alguien
tem poralm ente próxim o. El Tanträkhyäyika no sería m uy posterior,
m ientras que el llam ado n-w, es decir, el prototipo del que saldría
el Pañcatantra del Sur, se suele colocar hacia el 500 d. C., por co n ­
tener una cita de K alidasa: m ás o m enos contem poráneo debe de
ser el original sánscrito de la traducción pahleví, a juzgar por la fe­

28 «The H indu beast F able in the light o f recent Studies», A JP h 36, 1915,
pp. 44-69 y 253-279.
29 Cf. p. 143 ss.
Elem entos orientales en la fábula griega 325

cha de ésta. Y tam bién, a juzgar por los elem entos com unes, los
p rototipo s de las otras recensiones, aunque no, por supuesto, sus
reelaboraciones y am pliaciones medievales.
Tenem os, pues, un texto m ás o m enos alterado de una recensión
de época helenística y derivaciones de otras de la época gupta,
hacia el 500 d. C. Lo notable es que, aunque no sea exactam ente
posible reconstruir el arquetipo de que todas estas líneas proceden,
las diferencias en cuanto a las fábulas recogidas son m uy pequeñas.
O sea, que el fondo fabulístico del Tanträkhyäyika, sea cualquiera
su origen, sin duda, m ixto (m esopotám ico, indio, griego), no aum en­
tó apenas en la A ntigüedad. Y si fue influido por la fábula griega,
esta influencia se ejerció de una vez, en el prim er m om ento, no
se renovó luego o apenas se renovó. Salvo, naturalm ente, que
adm itam os que las nuevas fábulas que se incorporan en el Pañcatan­
tra en la Edad M edia, a saber, en los siglos del x al x n para
el textus simplicior y en 1199 exactam ente para el ornatior de
P ürnabhadra, proceden de una tradición p opular cuyas fuentes
hay a su vez que rastrear y que no hay razón, a priori, para
excluir que puedan ser, entre otras, griegas. Pero esto no nos
concierne en este m om ento: sólo hay que recoger que en cualquier
estudio hay que separar, com o un principio m etodológico, las
fábulas de las recensiones antiguas (entre las que hay diferencias
m enores) y las de las recensiones medievales am pliadas.
A hora bien, volviendo al Pañcatantra original debem os hacer
observar que H ertel, en su libro de 1914, m odificó su propuesta
anterior adelantando el origen de la obra a fines del siglo iv o
com ienzos del m 30. H em os de d ar argum entos co n tra esta fecha
tan tem prana desde el punto de vista de las relaciones con la
fábula griega. Pero aquí adelantam os algunas explicaciones. Consis­
ten, en resum en, en que después del trabajo de O. Stein se tiende
a negar que K autilya, el m inistro de C andragupta (de personalidad
por lo dem ás dudosa), sea el a u to r del Arthasüstra o m anual
de política que ha llegado a nosotros y cuyas citas en el Tanträkhyä­
yika (y, supuestam ente, en el Pañcatantra original) consideraba
H ertel com o prueba de que esta obra estaba a poca distancia
en el tiem po del libro de K autilya. De o tra parte, Geib ha hecho

30 Cf. J. H ertel, D as P añcatantra cit., pp. 9 ss., 20 ss. En contra, O, Stein


«M egasth en es und K autilya» en S A W W 191, 1922, n.° 5, pp. 12 ss., 297 ss. y R. G eib,
ob. cit., pp. 51 ss.
326 H istor a de la fábula greco-latina

verosímil que los cinco versos que son com unes al Pañcatantra
y a nuestro Artha'sästra son en el prim ero interpolaciones y proce­
den en am bos de una tercera fuente. Insist*; tam bién él en que
nuestro Arthasästra, conocido por el Pañcatantra a juzgar por
citas en prosa, no es de K autilya, sino posterior, aunque conoce
la obra de éste.
O sea: no hay argum entos, desde el punto de vista de la filología
india, que adelanten la fecha del Pañcatantra original. Puede pen­
sarse, incluso, con E d g e rto n 31, que su paisaje cultural y espiri­
tual parece referirlo a la época del helenismo. Sobre esta base,
es la com paración del Pañcatantra con las fábulas griegas que, cree­
m os, tom a en préstam o, la que es susceptible de precisar m ejor
su fecha, dado que hem os alcanzado en este libro ciertas conclusio­
nes sobre la cronología de las colecciones de fábulas griegas. A plaza­
m os, pues, el tem a p ara P arte III, cap. 5.
Pero hem os de ocuparnos aquí brevem ente del problem a de
las fábulas que figuraban en cada recensión. Pues es evidente
que las fábulas que penetran en las colecciones en fecha reciente
deben ser consideradas con especial cuidado a la h o ra de determ inar
los elem entos arcaicos de la fábula india (y, tam bién, los elem entos
griegos). R esulta prudente com enzar esta investigación con el m ate­
rial m ás antiguo.
Este m aterial ya hem os dicho que es m uy uniforme. U n estudio
del libro de H ertel, de los trabajos de E dgerton y, sobre todo,
de los cuadros de la distribución de las fábulas en las diferentes
recensiones que d a el propio H ertel en otro tra b a jo 32 hace ver que
son aproxim adam ente las m ism as las fábulas del Tanträkhyäyika,
el grupo n-w (con la excepción que se dirá), la versión pahleví
y los derivados del Brhatkathä. En cam bio, tanto en el textus
simplicior com o en el ornatior com o, añadim os, en el Hitopädesa,
colección m uy reelaborada en fecha m edieval (entre 800 y 1373),
por más que derive del grupo n-w (concretam ente del Pañcatantra
del Sur), aparecen num erosísim as fábulas nuevas. Los autores han

31 The P añcatantra cit., p. 7, afirm a que la obra difícilm ente puede ser anterior
al siglo ii a. C. (se apoya en la frecuente presencia de la palabra greco latina diñara).
32 « D a s Südliche P añcatantra. U ebersicht über den Inhalt der älteren Pañcatan-
tra-R ecensionen bis a u f Pürnabhadra», Z D M G 58, 1904, p. 1 ss. Es lástim a que
la tradición pahleví esté representada só lo por la versión siriaca. Igual en el cuadro
de su libro T anträkh yäyika de 1909, «E inleitung», p. 100 ss., con m ucho detalle
sobre la tradición antigua.
E lem entos orientales en la fábula griega 327

añadido a las fábulas tradicionales otras procedentes de colecciones


perdidas p ara nosotros o de tradición popular. Lo m ism o hay
que decir del llam ado Tantropäkhyana de V asubhäga, que contiene
quince cuentos «interpolados» 33.
D irigiéndonos, ahora, a las colecciones antiguas, ciertas discre­
pancias entre ellas pueden deberse a interpolaciones tardías. Así
en el caso de «L a pastora y su am ante», presente, de todas las
recensiones, sólo en el Pañcatantra del Sur y la única historia
que E d g e rto n 34 considera interpolada en él. Igual puede decirse
de tres historias que sólo aparecen .en K sem endra, uno de los
traductores del Brhatkatha a m ás de, dos de ellas, en los textos
simplicior y ornatior. Inversam ente, u n a historia que sólo en una de
las dos recensiones del Tanträkhyäyika (la a) falta, la de «E l viejo,
su m ujer joven y el ladrón», en el 1. III, representa, sin duda,
una pérdida secundaria. Igual hay que pensar, probablem ente,
de la pérdida de ciertas fábulas en el Pañcatantra del Sur y la
versión pahleví, así en el caso de la de C itranga en el 1. II, la
del· tejedor Som alika en el I (falta tam bién en el Brhatkatha);
o sólo en la versión pahleví y las medievales (III, «El asno disfrazado
de tigre»). O tras veces la situación presenta posibles soluciones
alternativas. C uando, así en la fábula del astuto chacal en I,
el Tanträkhyäyika va con to d a la tradición salvo Som adeva, el
Pañcatantra del Sur y la versión pahleví (a juzgar por la siriaca),
caso idéntico al del chacal azul, pueden hacerse, evidentem ente,
dos hipótesis diferentes: que estas fábulas del 1. I se han perdido
en un grupo de recensiones o se h an interpolado en otro. Igual
en el caso de «La astuta prostituta», sólo en el Tanträkhyäyika
fa) y en la version pahleví.
Son, com o se ve, m uy pocos casos : creem os haberlos enum erado
todos. D eben ser atendidos uno a uno cuando se presente el proble­
m a del origen de estas fábulas. E dgerton d a su propia solución
en su intento de reconstruir el Pañcatantra original.
Edgerton cree, en definitiva, que el Tanträkhyäyika ha añadido
algunas historias. Som adeva ha añadido, no elim inado, y en el
Pañcatantra del Sur hay sólo una interpolación clara, ya aludida
por nosotros. A h o ra bien, las posiciones de H ertel son más radicales

33 Cf. G. T. A rtola, Pañcatantra M anuscripts fro m South India, M adrás 1957,


c o n inform ación tam bién Sf'bre toda la cuestión de las diversas recensiones.
34 A rt. cit., p. 58.
328 H istoria de la fábula greco-latina

en cuanto propone que de las 41 fábulas e historias del Tanträkhyä­


yika, hay 16 que no pertenecen el Pañcatantra original: habrían
entrado ya en el arquetipo t, pasando de ahí a la totalidad de
la tradición, ya en el propio Tanträkhyäyika. O sea, no sólo las
fábulas que están en éste y no en otras ram as pueden ser, según
él, interpoladas, sino tam bién otras presentes en toda la tradición.
Piénsese, de todas m aneras, que se tra taría siem pre de interpolacio­
nes bastante antiguas, si se coloca (com o él) el Pañcatantra original
hacia el 300 y el Tanträkhyäyika algo después.
Su m étodo es, la verdad, bastante subjetivo y después lo es
bastante el de G eib, que en su lib ro 35 tra ta de refutarle en el
caso de algunas de estas propuestas, pero sigue considerando inter­
poladas al m enos tres fábulas en la form a en que las conocem os:
«El rey Sivi», «El asno sin orejas ni corazón» y «El tejedor Somali-
ka». N o estoy nada seguro de que ^ni siquiera en estos casos
tenga razón, aunque la historia del rey Sivi presenta una m entalidad
budista o jainista bastante aislada en las fábulas y la de Som alika
tiene, com o hem os visto, problem as de transm isión. La fábula
del asno sin orejas ni corazón está tan próxim a a la griega del
asno, la zorra y el ciervo en A rquíloco que es dudosísim o que
no sea antigua, estando adem ás en to d a la tradición: el argum ento
de que es un duplicado de o tra fábula, en I 13, en que interviene
el cam ello, es especioso, la fábula del asno está m ucho m enos
alterada y más próxim a a la griega.
Así, en definitiva, con alguna ligera duda en casos m ínim os,
el Tanträkhyäyika, con sus 41 fábulas, núm ero muy reducido al
lado del de las colecciones griegas, conserva un m aterial procedente
del Pañcatrantra original, un m aterial de edad helenística. Si acaso,
ha perdido algunas, poquísim as fábulas, conservadas en las otras
recensiones antiguas.

b) Algunas consideraciones generales

H em os anticipado que si hay elementos m esopotám icos, com o


es evidente que los hay, en la fábula griega, resulta verosímil
igualm ente que exista una influencia m esopotám ica en la fábula

35 P. 95 ss.
Elem entos orientales en la fábula griega 329

india y que el estudio de ésta haga posible, precisam ente, reconstruir


antiguos elem entos fabulísticos m esopotám icos que a su vez influye­
ron en la fábula griega.
Y a anticipábam os que la investigación no es fácil. En primer
térm ino, m uchas fábulas indias pueden ser propiam ente indígenas:
bien indoeuropeas, bien de los pueblos establecidos en la India
desde fecha anterior a los indoeuropeos. N i más ni m enos que
en el caso de Grecia. A ñadase que tanto las fábulas indoeuropeas
com o las m esopotám icas hubieron de adaptarse al am biente indio
y que esto ocurrió en m ayor m edida que en Grecia. En la India
es el chacal el que hace el papel de la zorra; en G recia las fábulas
están pobladas de leones, m onos, elefantes y otros anim ales allí
inexistentes.
En segundo térm ino, la fábula m esopotám ica ha podido penetrar
en la India en cualquier m om ento desde los prim itivos tiempos
sum erios hacia el 2500 a la conquista de A lejandro: el Irá n ha
sido siem pre un cam ino de paso transitado. D ad a la relativa unifor­
m idad de la tradición m esopotám ica y el carácter tardío de las
colecciones indias el problem a de la fecha de entrada de la fábula
m esopotám ica en la India es difícilmente resoluble.
Piénsese, por ejem plo, en la estancia de pueblos de lengua
india en Asia M enor y M esopotam ia en el segundo m ilenio a. C.,
presencia testim oniada desde el siglo xv en docum entos hallados
C apadocia y en otros, relativos al pueblo M itanni, hallados en
los archivos hetitas de Boghazkoi. Pero la relación puede ser más
reciente, a través de los persas, que con D arío convirtieron en
satrapía persa la región del Indo.
En tercer lugar, el verdadero problem a está en separar el posible
m aterial m esopotám ico del influjo de la fábula greco-latina (que,
por su parte, puede haberse ejercido en varias etapas). Y del
posible caso del influjo de la fábula india en el m undo m editerráneo.
Es decir, cuando hay coincidencia aproxim ada entre una fábula
india y otra greco-rom ana, hay que tra ta r de establecer si esta
coincidencia se debe al m odelo com ún m esopotám ico o a influjos
posteriores en una u o tra dirección. H oy día, sin em bargo, podemos
avanzar hasta cierto punto en la solución de este problem a. En
nuestra P arte III direm os algunas cosas sobre él. Pero aquí podemos
anticipar este punto: ¿es posible rastrear en la fábula india un
influjo m esopotám ico, pregriego, que nos ayude a reconstruir las
tradiciones fabulísticas con que los griegos se encontraron, en
330 H istoria de la fábula greco-latina

M esopotam ia y en Asia M enor, cuando en el siglo vu a. C. com en­


zaron a escribir fábulas?
E sta pregunta debe intentarse contestarla desde ángulos diferen­
tes. El prim ero es el relativo al género literario dentro del cual
aparecen enm arcadas las fábulas; el segundo, el relativo a caracterís­
ticas o rasgos generales de grupos de fábulas y a coincidencias
concretas de fábulas determ inadas. Vayam os prim ero con el prim er
punto.
Si aplazam os p ara m ás adelante el problem a de la influencia
griega en el origen de las colecciones indias de fábulas y en la
m ism a fábula india com o género, tenem os que en u n a colección
com o el Pañcatantra podem os distinguir dos clases de elem entos:
a) Rasgos indios. L a m ezcla de prosa y verso, com prendiendo
éste con frecuencia m áxim as o ilustraciones tom adas de la literatura
anterior, es a todas luces un rasgo de la literatura india que desborda
claram ente al Pañcatantra2,6. Y lo mismo el estilo largo y difuso,
lleno de excursos, de las fábulas de esta obra, a diferencia de
las fábulas de las colecciones griegas. De aquí viene, sin duda,
el sistem a por el cual dentro de una fábula se encuadran otras,
n arradas po r los anim ales de la prim era, llegándose a veces a
varios niveles de narración hasta que se reencuentra la fábula-m ar­
co. El m ejor ejem plo es el libro I del Pañcatantra, que (en el
Tanträkhyäyika) contiene nada m enos que 17 fábulas e historias
incluidas dentro de la fábula de los dos chacales, a la m anera
de las cajitas chinas. Pero esto no es m ás que un llevar al extrem o
procedim ientos de este tipo en la épica india.
Por lo que al contenido respecta, no sólo el conjunto de las
fábulas presenta un m undo anim al y una sociedad de carácter
indio, sino que con la m ayor frecuencia refleja el m undo de la
religión brahm ánica: de u n a secta visnuita según Hertel.
b) Rasgos m esopotám icos. A hora bien, si las colecciones griegas
pudieron d ar el im pulso para la redacción del Pañcatantra y en
esta redacción se introdujeron recursos m uy propios de la literatura
india, no creem os que esto sea todo. Pensam os que en la India,
antes de la llegada de los griegos, debía de haber precedentes
de fábulas y anécdotas ligadas, no usadas aisladas com o ejem plo,
y ligadas precisam ente m ediante recursos que hemos visto funcionar
en la literatura m esopotám ica. Ello se dem uestra porque:

36 Cf. J. H ertel, D as T anträkh yäyika cit., «Einleitung», p. 20 ss.


Elem entos orientales en la fábula griega 331

1. T odo el Pañcatantra es una organización dentro de un m arco


sem ejante a otros que hem os visto en M esopotam ia : la enseñanza
dada, m ediante fábulas e historias, por el brahm án Visnusarm a
a los tres hijos del rey A m arasati. Lo que se h a hecho h a sido,
sim plem ente, aum entar el núm ero de fábulas e historias elim inando,
en cam bio, proverbios, instrucciones, etc., o incluyendo todo esto
dentro de las propias fábulas: sin duda, com o decim os, por influjo
griego. Pero el esquem a es el mismo.
N ótese, de o tra parte, que el tem a del Ahikar se repite, aproxim a­
dam ente, en la fábula de Pañcatantra, p. 49 ss. R. (no en el Tan­
träkhyäyika), historia del secretario del rey depuesto injustam ente
de su cargo y que reconquista el favor. El tem a del rey y del
'secretario o visir se repite en otras ocasiones m ás, en realidad,
una parte grandísim a de la literatura sapiencial contenida en los
proverbios y fábulas del Pañcatantra debe interpretarse, precisam en­
te, com o instrucción d a d a a un príncipe o rey: por el chacal
al león, por ejemplo.
2. H ay huella tam bién del recurso em pleado en los «diálogos»
m esopotám icos consistente en que los dos personajes enfrentados
se com baten con proverbios anim ales o fábulas; recurso que tam ­
bién hallarem os en Grecia. A hora bien, lo que en M esopotam ia
es ocasional, aquí es cbsolutam ente habitual, basta leer el com ienzo
del libro I, en que ios dos chacales se rebaten recíprocam ente
con estos recursos: a saber, la narración de fábulas y el enunciado
de proverbios o instrucciones en verso. E ste uso de la fábula
com o «ejem plo», que es antiguo, es en realidad el origen del sistema
narrativo que involucra las fábulas unas dentro de otras. Y a
lo largo de todo el Pañcatantra, largas discusiones entre el león
y el chacal, el cocodrilo y el m ono, etc., a base de proverbios,
instrucciones, símiles, etc., es decir, de m aterial com parable al
que hem os encontrado en M esopotam ia, incluyen tam bién fábulas.
Es frecuente, así, la existencia de pequeñas estrofas que incluyen
fábulas po r lo dem ás no desarrolladas, fábulas que suelen ir precedi­
das o seguidas de una «m oral». Así, por ejem plo:
I, m arco, p. 33 H. : U n cisne necio que d u ra n te la noche en el m ar
m ordió m ás de u n a vez el reflejo de las estrellas
m ientras b u scaba los tallos del loto nocturno
y se vio así engañado, ah o ra ni de día m uerde
los lotos blancos, p o rq u e tem e que sus flores
sean reflejos de estrellas. Así los hom bres que
332 H istoria de la fábula greco-latina

tiemblan ante los mentirosos ven un peligro


hasta en la verdad.
II, marco, p. 61 H 37: Desde una distancia de ciento diez vojana ve
el pájaro el cebo de la trampa, pero el mismo
pájaro no ve los anillos de la serpiente, cuando
ha llegado su hora.
Cuando veo el tormento que el demonio Rahu
(productor de eclipses) causa a la luna y el
sol, la captura que incluso alcanza a elefantes
y serpientes, y la pobreza en la que hasta los
sabios caen, pienso: «El destino es poderoso».,

E sta com binación de proverbio o instrucción y fábula breve


nos es fam iliar en la literatura m esopotám ica, com o hem os visto;
po r otra parte, a veces se refiere a fábulas reconocidam ente antiguas.
Y m antiene el característico estilo paralelístico y antitético. Pues
bien, esto dem uestra que estrofas que inician una fábula n arrad a
am pliam ente, com o puede ser la de los elefantes liberados de su
tram pa po r los ratones, proceden en realidad de esa m ism a tra d i­
ción, lá fábula extensa no es o tra cosa que un desarrollo. M e
refiero, por ejem plo, a p. 273 R .:

Haz amigos, haz amigos, sean fuertes o débiles: acuérdate de los


elefantes cautivos que liberaron los ratones.

La presencia de estos dos recursos de un lado en M esopotam ia,


de otro en el Pañcatantra, parece prueba suficiente de su falta
de independencia: y m ás si, com o veremos, uno y otro se reencuen­
tran en Grecia, pienso que por influencia m esopotám ica, véase
m ás adelante. Pero podría pensarse que su presencia en el Pañcatan­
tra es un hecho casual. Lejos de ello. Sin pretensión, en absoluto,
de exhaustividad, presentem os algunas obras indias (conocidas d i­
rectam ente o por su descendencia) que presentan características
sem ejantes:
1. A través de versiones medievales en num erosas lenguas, de
las cuales la m ás antigua es la castellana que m andó hacer en
1253 el príncipe D. F adrique y que se conoce con el título de
El libro de los engaños e los asayamientos de las mugeres, se conoce
una antigua obra de origen indio titulada según el nom bre del

37 Sobre ei m od o de citar, cf. m ás abajo, p. 335, n. 42.


Elem entos orientales en la fábula griega 333

filósofo encargado por un rey de la instrucción de su hijo : Çendube-


te en castellano, Sindban en siriaco, Syntipas en griego, Sendebar
en hebreo, etc., e tc .38. A través del pahleví — igual que en el
caso del Pañcatantra— la o b ra procede de un texto indio perdido,
siendo Siddhapati el nom bre original del s a b io 39.
En esta obra el tem a del filósofo que enseña al hijo del rey
se com bina con el de la m ala m adrastra que calum nia al hijo
del rey, el de los sabios que defienden la inocencia de éste y
la m adrastra que le acusa y el de la intervención final del príncipe.
Pues bien, aquí encontram os el recurso del debate po r medio
de fábulas e historias enfrentadas.
2. El m arco biográfico para im partir una enseñanza, ya m edian­
te fábulas, ya m ediante ejemplos, instrucción, etc., se encuentra
en obras indias com o los Jatäka, ya m encionados, el Milindapan-
h a 40, diálogo entre el rey griego M enandro y un asceta indio;
las M il y Una Noches, de origen indio com o se sabe, en que
el m arco se desplaza a la historia del Sultán y su esposa Sherezade,
que aplaza la m uerte con sus historias. D e ahí se pasa a obras
ya más propiam ente biográficas, pero que conservan los mismo
elem entos : así la Vida de Buda, que pasó a O ccidente com o Bcirlaam
y Josafat y la Vida de M ilarepa41.
3. H ay que notar, adem ás, que el esquem a de la enseñanza
im partida por el padre al hijo o el filósofo al príncipe o al rey
se ha extendido en Occidente tanto en la A ntigüedad com o en
la Edad M edia; fundam entalm ente, sobre m odelos indios. En nues­
tro artículo «Elem entos cínicos...» y más abajo (P arte III, cap. IV)
argum entam os en este sentido, p ara la A ntigüedad, en el caso
del Diálogo de Alejandro y los gimnosoflstas (el rey y los filósofos),
la Vida de Secundo (este filósofo y el em perador A driano), el
diálogo de A polonio de Tiana y el b rah m án larcas en F ilóstrato,
V.A. 18 ss. No tocam os aquí, naturalm ente, la Vida de Esopo,
influida por el Ahilcar, ni otras instrucciones de época clásica,

38 Cf. A . G onzález Palencia, Versiones castellanas d el «Sendebar», M adrid-Gra-


nada 1946, con interesante prólogo, así com o la edición de J. E. Keller, E l libro de
los engaños, Chapel Hill 1959 (hay otra anterior de 1953).
39 Cf. G . T. A rtola, «Sindibad in M . Spanish», M odern Language N otes 71,
1956, p. 37 ss. y J. Vernet, ob. cit., p. 312.
40 Cf. «E lem entos cín icos...», p. 322 y m ás abajo Parte III, cap. 4, p. 684.
41 V éase la trad, de J. B acot y M. Serrat, Barcelona, Labor, 1971.
334 H istoria de la fábula greco-latina

que nos ocuparán después, en que el influjo debe de ser m esopotám i-


co o m inorasiático. Pero sí aludim os, al m enos, a im itaciones
medievales del tem a, influidas, sin duda, indirectam ente por los
m odelos indios: la Disciplina Clericalis de Pedro A lfonso (tem a
del padre y el hijo), el Conde Lucanor de D. Juan M anuel (tem a
del rey y su filósofo) y otras obras más. El m arco se varía luego
en obras com o el Decameron, los Cuentos de Canterbury, etc. :
pero el origen es siem pre el mismo.
N aturalm ente, en obras com o éstas, que por lo dem ás absorben
m aterial fabulístico y cuentístico diverso, no sólo indio, el papel
de la fábula es más o m enos im portante según los casos. Pero,
en definitiva, el m odelo de la enseñanza y aun diversión m ediante
fábulas e historias procede de la India y, a través de allí, de
M esopotam ia. Un nuevo eco de este m odelo está en el uso de
las fábulas en las disputas: así, por ejemplo, en las de T rotaconven­
tos y D o ñ a G arofa en el Libro del Buen Am or (que es, de o tra
parte, un buen m odelo de engarce de las fábulas con un m arco
biográfico).
Esta presencia en la India de colecciones de fábulas e historias
en que éstas son usadas para la enseñanza dentro de un m arco
biográfico restringido y a veces son usadas, tam bién, en un debate,
es dem asiado extensa para poder ser casual. D a testim onio de
la existencia de antiguas colecciones, de inspiración m esopotám ica
al m enos en su organización, aunque luego hayan sido am pliadas
y m odificadas seguram ente sobre m odelo griego. Pero esto es de­
m ostrado hasta un punto m ayor de certidum bre, todavía, si se
hace ver que las fábulas de las colecciones indias presentan ya
rasgos generales, ya otros concretos y particulares, que las enlazan
con las de M esopotam ia (y, a través de ellas, con las griegas,
en ocasiones derivadas del m ism o m odelo).

c) Temas y fábulas concretas en M esopotamia, India y Grecia


Com o venim os diciendo, aparte de la cuestión del encuadram ien-
to de las fábulas en colecciones y de la subsistencia de elem entos
antiguos com o la fábula-ejem plo, los proverbios o instrucciones
acom pañados o no de símiles y fábulas en resum en,_ etc., hay
que considerar bien rasgos generales, bien otros particulares que
enlazan grupos de fábulas o fábulas con otras m esopotám icas
y griegas, a veces egipcias tam bién. Es éste un estudio que podem os
Elem entos orientales en la fábula griega 335

realizar m ejor ahora que en fechas anteriores, en que no se había


logrado la estratificación de la fábula griega ni era apenas conocida
la fábula m esopotám ica, pero que presenta todavía grandes dificul­
tades. Sobre todo:
1. N o está lograda la reconstrucción del Pañcatantra original.
L a propuesta por E dgerton, concretam ente, ha sido puesta en
duda posteriorm ente, por G eib sobre todo. Y no puede sustituirse
del todo por el Tanträkhyäyika que, aunque evidentem ente la re­
dacción m ás arcaica, presenta elem entos añadidos, sobre cuya ex­
tensión se discute, po r lo d em ás42.
2. L a com paración es difícil, adem ás, por otras razones. Es
escaso nuestro conocim iento de la fábula m esopotám ica; no sabe­
mos en el caso de la griega, m uchas veces, si una fábula es helenística
o de fecha anterior (y dudas semejantes se dan en lo relativo
a la fábula egipcia). De o tra parte, hemos visto que m uchos temas
de la fábula griega clásica se continúan en la fábula helenística:
no es fácil, pues, la separación. Así, los tem as de la naturaleza,
del abuso del fuerte y del engaño inteligente, que aparecen en
to d a la fábula griega y tam bién en la india, son difícilm ente fecha-
bles. En cam bio, es verosímil que tem as com o el del destino o
el daño causado por la riqueza, que aparecen tam bién en la fábula
india, no sean antiguos: sean propiam ente indios o griegos helenísti­
cos.
Veamos, sin em bargo, unas m uestras que hacen verosímil la
presencia en la India de antiguos tem as fabulísticos que tam bién
se dan en G recia y que pueden con seguridad calificarse de m esopo-
tám icos. M e ocuparé de aquellos otros cuyo origen m esopotám ico
es m era conjetura.

42 Cf. sobre tod o esto supra, p. 721 ss. Se im pone, en definitiva, basar la com pa­
ración en el T anträkhyäyika, pero con reservas en el caso de algunas fábulas y
añadiendo raram ente, al m enos en form a tentativa, algunas de las recensiones
antiguas. En una segunda fase se puede acudir a fábulas añadidas en las recensiones
medievales.
N uestro m odo de proceder, en adelante, será el siguiente. Cuando una fábula
está en el T anträkh yäyika la citam os por libro y núm ero, añadiendo la página
en la traducción de H ertel (p. ... H .); cuando falta aquí y está en el textus ornatior,
la citam os por la traducción de Ryder, com o m ás arriba (p. ... R .); eventualm ente,
en fábulas que faltan tam bién aquí, utilizam os la traducción del H itopadesa de
J. A lem any (M adrid 1895) y la traducción de S. R ice, P ie ancient indian Fables
and Stories, Londres 1924, que añade m aterial diverso, a vecss de origen difícil
de desentrañar.
336 H istoria de la fabula greco-latina

Me refiero, antes que nada, al tem a del reinado del león sobre
los animales, acom pañado de su servidor la zorra (en la India
el chacal). Es claro que el león es, en la fábula griega, un anim al
traído desde fuera, m ientras que es original en la fábula m esopotá-
mica y en la egipcia. En la India aparece el tem a del reinado
del león, acom pañado de su corte de anim ales, entre los que destaca
como decimos el chacal, pero tam bién están el m ono, el asno,
el camello, etc. Pues bien, este reinado hay que reconocerlo ya
en A rquíloco, sobre todo en la fábula en que atrae al ciervo
a la cueva {Epodo III); está implicado tam bién por «L a zorra
y el león» (Epodo IV) y por el papel de la zorra ju n to al falso
rey, el m ono, en los Epodos VI y VII. En el prim ero, de o tra
parte, aparece el tem a de la elección del rey de los anim ales.
Por lo demás, en las fábulas griegas de colección el tem a del
león y su corte, de sus m inistros la zorra y el m ono, está m ucho
más desarrollado.
Se trata, con toda evidencia, de un tem a m esopotám ico. El
león presidiendo com o rey a los anim ales aparece ya en u n a lira
de la prim era dinastía de U r, hacia el 2500, y en un sello poco
m ás tardío, los anim ales tocan m úsica para el león, sentado en
un tro n o 43. Parece claro, pues, que de aquí deriva el tem a del
reinado del león tanto en la fábula griega com o en la india, en
la que organiza todo el libro I del Pañcatantra. E stán el león
y sus dos servidores los chacales; un solo chacal servidor en otros
lugares y aparece en otras ocasiones más.
En nuestros testim onios escritos de fábulas m esopotám icas no
aparece, ciertam ente, la zorra al servicio del león de u n a m anera
absolutam ente clara.
En los proverbios de la colección 2 aparece sim plem eente com o
un anim al jactancioso y cobarde, que abusa cuando puede (prover­
bios 2, 64 ss., por ejemplo, 66: «La zorra llevaba un palo: ¿a
quién pego? — L a zorra llevaba un docum ento legal: ¿a quién
pongo pleito?»). A hora bien, en la «disputa» del león, el perro,
el lobo y la zorra, en la m edida en que su estado fragm entario
permite reconocerlo, el león es el anim al de poder indiscutido
y la zorra se las arregla para salir astutam ente de apuros (cf.
infra, p. 373). U n papel sem ejante hace respecto al lobo en Pop.

43 Cf. E. Brunner-Traut, A ltagyptisch e Tiergeschichte und Fabel, D arm stadt 1977,


página 45.
Elem entos orientales en la fábula griega 337

Sayings, 44 ss. (en Lam bert). Es ya, en cierto m odo, la m ism a zorra
que en la fábula griega se burla del m ono y realiza tantas acciones
astutas, en la india indispone al león con el to ro o hace que devore
al camello y el asno, etc. Por otra parte, cf. infra, p. 346 sobre el
papel de servidor de la zorra (o chacal) en Egipto.
En definitiva, el tem a del reinado del león deriva de su papel
com o sím bolo regio y com o guardián de tum bas y palacios reales
en M esopotam ia y tam bién en A natolia y Egipto e incluso en
G recia. En cuanto al papel de servicio del chacal o la zorra,
procede del hábito de estos anim ales de seguir al león para devorar
los restos de sus víctimas.
Pasemos ahora a hablar de otro tem a com pletam ente distinto:
el del águila y la serpiente, presente en G recia en presagios y
símiles, desde H om ero, pero sustituido a veces a p artir de A rquíloco,
en la fábula, por el del águila y la z o rra; aunque recordam os
que el tem a del enfrentam iento del águila y la serpiente se encuentra
tam bién en fábulas griegas, a p artir de Estesícoro.
H em os señalado m ás arriba que la fábula arquilóquea del águila
y la zorra es una derivación del m ito-fábula del águila y la serpiente
en el Et ana acadio; y hemos dedicado un estudio detallado, citado
arriba, al tema. La serpiente es en la fábula griega un anim al
m alvado y es sustituido por la zorra. Pues bien, en la India hay
huellas claras de una versión de la fábula en que interviene la
serpiente y que, por tanto, es de origen m esopotám ico.
C iertam ente, el tem a no es exactam ente igual. En la fábula
acadia, el águila vive en un árbol y la serpiente al pie del mismo,
siendo el águila la traidora, que devora las crías {le la serpiente.
El dios Sam as ayuda a la serpiente a vengarse: es, aproxim adam en­
te, igual que en la fábula de A rquíloco, solo que la serpiente
es sustituida por la zorra y Sam as por Zeus. Pues bien, en el
Pañcatantra son las cornejas (I 4, p. 22 ss. H.) las que viven en
el árbol y la serpiente a su pie, tam bién en am istad, pero es
la segunda la traid o ra; e interviene el chacal para aconsejar a
la corneja la treta m ediante la cual un rey hace m orir a la serpiente.
El tem a se duplica prácticam ente en I 16, p. 53 ss. H., con las
garzas, la serpiente y el cangrejo com o protagonistas. El tema
ha cam biado al hacer la serpiente — com o tantas veces— el papel
del m alo (tam bién A rquíloco evitó la serpiente buena, sustituyéndo­
la por la zorra), al ser sustituida el águila por otra ave y al
entrar en juego el chacal en un papel idéntico al que representa
338 H istoria de la fábula greco-latina

otras veces ju n to al león; tam bién el cangrejo. H an entrado, pues,


elem entos nuevos, elem entos tópicos por cierto, pero coincide el
elem ento inicial: el ave y la serpiente conviven ju nto a un árbol,
hay traición y m uerte de las crías, castigo del culpable. El punto
de arranque es, evidentem ente, M esopotam ia, igual que para la
fábula griega.
A m ás de las fábulas cuyo origen m esopotám ico se deduce
de los tem as que contienen y que hem os m encionado, podem os
inten tar hallar algunas más. Pero si buscam os fábulas que estén
concretam ente docum entadas en la literatura m esopotám ica hasta
ah o ra publicada, y que, de o tra parte, figuren en el Tanträkhyäyika,
solam ente encontram os una.
«El águila y la tortuga». E n H. 259 encontram os el tem a de
la tortuga que quiere que el águila la enseñe a volar, no consiguiendo
o tra cosa que caerse y destrozarse; un derivado es seguram ente
H. 2 «El águila, el grajo y el pastor». Este tem a, al m enos en
su m om ento inicial, se repite en el Pañcatantra I 11, p. 41 ss.
H. La to rtuga suplica a sus amigas las águilas que se la lleven
volando, lo que hacen, pero cuando el chacal se burla de ella
intenta contestar y al ab rir la boca se cae (tem a de la fábula
del cuervo: por lo dem ás, en la fábula india la to rtu g a se salva
al final). P odría parecer que la fábula india deriva de la griega,
d ad a la referencia que en ella se hace al tem a de la naturaleza.
Pero pensam os que repite un tem a del Ahikar, en que el «castillo»
llevado por las águilas consiste en una estructura en que van
unos niños: en la fábula india, las aguilas llevan por el aire a
la to rtu g a por m edio de un palo que sostienen y al cual ella
se agarra.
Sin em bargo, fuera del Tanträkhyäyika encuentro otras tres fáb u ­
las en las m ism as circunstancias: ya se trate de fábulas de origen
m esopotám ico no testim oniadas en la India hasta fecha m ás tardía,
ya de ecos de fábulas griegas.
«La encina y la caña» (H. 71) y «La caña y los árboles» (H. 239),
en que la planta que cede al torrente se salva y la que resiste
es desarraigada, ya hemos dicho que es seguram ente aludida por
Ahikar II 65; cf. tam bién una «disputa» en G ordon, «N ew L ook...»,
página 146. Pero tam bién por el Pañcatantra, cf. p. 76 R. : «N o ne­
cesitáis m edios para causar daño a enemigos brutales, puesto que
ellos mismos caen com o los árboles en la orilla del río».
Elem entos orientales en la fábula griega 339

«El m ango y los cam inantes» (Rice, p. 34). Indicam os ya la


presencia en el Ahikar II 28 del tem a del árbol situado al borde
del cam ino, así com o su correspondiente en G recia (H. 185 «El
cam inante y el plátano»). Pues bien, tenem os en el lugar citado
de Pañcatantra el tem a del m ango y los cam inantes, en que habla
el m ango lam entándose del trato que recibe, igual que el plátano
en la fábula griega.
«El elefante y el m osquito». Desde Ebeling se ha señalado
el origen m esopotám ico de la fábula «El to ro y el m osquito»,
núm . 84 de B abrio, que corresponde m uy exactam ente a «El elefante
y el m osquito» (en Ebeling, p. 50 y L am bert, p. 217): el anim al
grande ni se entera de si el m osquito se posa en él o no. Su
intención está ya en el proverbio sum erio 2.65: « U n a zorra pisó
la p ata de un to ro salvaje: ¿te he hecho daño?» N o se h a visto
que esta fábula es aludida tam bién por el Pañcatantra, p. 103 R.,
solo que referida al león: «El león de la jungla, que puede quitar
con sus garras la vida al elefante, desdeña m atar al m osquito».
H ay que advertir, en relación con esta fábula, que últim am en te44
se ha propuesto, parece que con verosim ilitud, que hay que interpre­
tar «reyezuelo» en vez de «m osquito». Pero es notable que en
M esom edes (siglo ii) se haya encontrado últim am ente tam b ié n 45
una fábula precisam ente del m osquito y el elefante, versión de
tem a idéntico a las citadas.
A parte de esto, hay tem as cuyo origen m esopotám ico (o m esopo­
tám ico y egipcio) está bien docum entado: así, el del origen de
las cosas (fábulas etiológicas); el de las «disputas» entre plantas,
etcétera. De todo esto nos ocuparem os más adelante.

d) Apéndice sobre fábulas griegas e indias posiblemente antiguas,


pero no documentadas en M esopotamia

C on frecuencia hallam os en fábulas de la India y G recia m otivos


próxim os o idénticos que, sin em bargo, no están testim oniados
en M esopotam ia, aunque es fácil que tengan este origen. Ello

44 R. Borger, « D ie M ücke und der Elephant», O rientalia, N . S. 33, 1964, p. 462


y M . Stol, «L e “roitelet” el l’élèphant», R A 65, 1971, p. 180.
45 Por S tol precisam ente, I . e . , cf. la fábula en E. H eitsch, D ie griech. D ichterfrag­
m en te der römischen K aiserzeit I, 1961, p. 31, n.° 11.
340 H istoria de la fábula greco-latina

se hace verosím il cuando son m otivos que 'difícilmente han podido


surgir independientem ente y que no aparecen especialm ente ligados
a la m entalidad cínica de la fábula helenística ni a la m entalidad
brahm ánica del Pañcatantra. La probabilidad es m ás grande cuando
se tra ta de fábulas griegas testim oniadas desde fecha antigua, igual
que otras que hem os visto que tienen origen m esopotám ico y
están ya en A rquíloco o Éstesícoro. Tam bién aum enta la p robabili­
dad del arcaísm o de una fábula o m otivo, cuando está íntim am ente
ligado a los ya relacionados de origen m esopotám ico. Bien es
verdad que puede tratarse de desarrollos surgidos paralelam ente.
Vam os a d ar una relación de estos m otivos y fábulas, repitiendo
algún m aterial de p. 302 ss. y añadiendo otro. C om enzam os por
las fábulas testim oniadas en G recia en fecha antigua y, dentro
de ellas, aquellas de las que encontram os eco en el Tanträkhyäyika :
«El ruiseñor y el halcón», fábula de H esíodo, recuerda el relato
de «L a palom a y el halcón» en el Pañcatantra (III 7, p. 122, fábula
del rey Sivi: aunque la fábula, en su desarrollo, sea reciente com o
sospecha Geib, cf. supra, p. 328, el punto de p artida es antiguo). El
final está indianizado, con el sacrificio del rey para salvar a la palo­
ma.
«El ciervo y el león», de A rquíloco, hemos visto que tiene
en el Pañcatantra el paralelo de Pañcatantra IV 2, p. 145 ss. H .:
en una y otra fábula la zorra (o chacal) atrae con engaños al
anim al m ás débil p ara convertirse en presa del león. El paralelo
es absolutam ente exacto, el anim al llega engañado dos veces y
a la segunda m uere, la zorra (o chacal) dice que no tenía corazón
a juzgar por su estupidez (se lo había com ido ella). P or lo dem ás es­
ta fábula, en sus rasgos esenciales, está otras dos veces en el Pañca­
tantra sólo que ju n to al león y el chacal interviene, haciendo
el papel de víctim a, el cam ello (I 9 y 13, pp. 37 s. y 44 ss. H.).
Tem a del león enferm o que atrae a los anim ales a su cueva
y de la zorra que no quiere e n trar porque ve huellas de anim ales
que entran, y ninguna que salga. Es el tem a de A rquíloco Epodo
IV y en el Pañcatantra aparece descom puesto en dos fábulas:
Ap. III, p. 156 ss. H. (el chacal hace que el león traicione su
presencia en la cueva, luego se aleja) y p. 458 R. (el m ono averigua
la presencia de un dem onio en el lago, hay huellas que van y
ninguna que vuelve; naturalm ente, huye). Esta últim a no en Tan­
träkhyäyika com o se ve.
Fuera del Tanträkhyäyika enteram ente hallam os todavía:
E lem entos orientales en la fábula griega 341

«El águila agradecida». Este tem a está en la fábula de Estesícoro


y tam bién en Paraphr. 144 y 176 Cr. En el prim er caso, el águi­
la hace que su bienhechor no beba la copa envenenada po r la serpien­
te, en el segundo quiere darle un regalo (de lo que la zorra la disu a­
de), en el tercero hace que no le caiga encima el m uro. Pues bien,
en el Pañcatantra (Rice, p. 72), el águila a la que un brahm án
había salvado de un pozo, le salva cuando está a punto de m orir
de ham bre y sed. Tam bién quedan agradecidos, por igual razón,
el tigre y la serpiente, sólo el hom bre es desagradecido. Es tem a
antiguo, véase m ás abajo sobre los ratones agradecidos, pero hay
otros ejemplos más.
Veam os ahora algunas otras fábulas o m otivos en que la antigüe­
dad de la docum entación griega es más baja : pertenecen a nuestras
colecciones. C om enzam os por las fábulas del Tanträkhyäyika. El
paralelism o greco-indio puede interpretarse bien com o herencia
com ún m esopotám ica, bien com o influjo griego en la fábula india
(menos verosím ilm ente, en sentido contrario).
Tem a del anim al que no cam bia aunque adquiera form a hum a­
n a; cf. supra, p. 303 sobre la com adreja y el rató n hem bra (III 9,
página 125 ss. H.).
Tem a del asno vestido con una piel de león en H. 199, parece
derivado del tem a del m ono-rey vestido igualm ente y que es objeto
de burla al ser descubierto. El m otivo se reencuentra en «El asno
con piel de pantera», Pañcatantra II 3 (G eib, p. 104) y «El asno
con piel de pantera (o tigre)» (III 1, p. 109 H.). Este tem a es el
m ism o del del disfraz de los anim ales, que son rechazados o m uertos
cuando se reconoce su verdadero ser. H em os citado arriba, en
la fábula griega, diversos ejemplos cuyo p ro tagonista suele ser
el grajo (H. 103, 125, 131, Fedro I 3), pero tam bién el lobo
(Babrio 101). El tem a reaparece en Pañcatantra en la fábula del
chacal azul (I 8, p. 31 H .): es aceptado com o rey de los animales
por su pintura azul, pero luego es m uerto.
Tem a del ratón agradecido, que libera de su red al león (H.
155) o de las cuerdas de la tram pa en que habían caído a los
elefantes (Pañcatantra, Ryd., p. 274). Este papel del rató n se repite,
por ejem plo, en Ryd., p. 283.
Tem a de la rana y la serpiente: hay elem entos com unes entre
H. 44 y Pañcatantra III 10, p. 131 H. (la serpiente protectora
de las ranas, a la que éstas se subían, acaban com iéndosela).
Véase una variante en p. 388 R.
342 H istoria de la fábula greco-latina

Tem a del anim al que supuestam ente necesita com erse a otro
para sanar. Esto es lo que la zorra logra que haga el león enferm o
con el lobo en H. 269, lo que la m ujer del cocodrilo pretende
hacer con el m ono en Pañcatantra IV 1, p. 140 ss. H.
Tem a del rey de los anim ales. A dem ás del reinado del león,
en la fábula griega se habla en térm inos generales de la elección
del rey de los anim ales (en A rquíloco VI), del reinado del grajo
(H. 123), del cuervo (H. 126), del rey de las ranas (H. 44), etc.
En el Pañcatantra, a su vez, se nos habla de los reyes de los
elefantes, los cisnes, las ranas, etc. y, sobre to do, se describe (III 2,
página 110 ss.) la elección del rey de las aves (com o en H. 123), que
originó la enem istad de cornejas y lechuzas.
P odrían añadirse otros tem as más. A veces sospecham os que
algunos del Pañcatantra derivan de algunos de los anteriores, así
cuando es la liebre y no el chacal el que acaba con el león d evorador
de anim ales (I 6, p. 24 ss.). A unque véase p. 364 sobre el papel
del chacal desem peñado por la cab ra desde fecha sum eria.
Tem a del león que, tontam ente, tem e el ruido producido po r
un anim al m enor: el de la ran a (H. 146), el del gallo (H. 84,
etcétera). En Pañcatantra (I m arco, p. 5 ss. H .) tem e el m ugido del
toro.
Tem a del ave que avisa a los pájaros que no dejen crecer
el m uérdago, con el que serán cazados, com o ocurre en P. Ryl.
(confróntese mi art. cit.). En el Pañcatantra III, 11, p. 138 ss. H.
se tra ta de una plan ta trepadora, por la que sube al árbol el caza­
dor y pone una tram p a, en que caen los pájaros. El ave consejera
es ahora una oca o cisne en vez de una lechuza.
A estas fábulas o tem as fabulísticos hay que añadir otros no
presentes en el Tenträkhyäyika:
Tenia del brahm án y la serpiente, irreconciliables porque ésta
m ató al hijo del prim ero. Cf. supra (p. 331 R.).
«El perro que llevaba carne», cf. supra (p. 413 R.).
Tem a del m osquito vencedor del elefante: cf. H. 292 y Pañcatan­
tra, p. 153 R. E n H. 267 el m osquito vence al león.
Tem a de la serpiente que guardaba un tesoro, criticada o m uerta :
confróntese F edro IV 21 y Pañcatantra, p. 347 ss. R.
Tem a del lobezno criado con los perros y que luego revela
su verdadera naturaleza (H. 276). Es estrictam ente com parable con
la fábula del pequeño chacal criado con los cachorros de león
en Pañcatantra 404 ss. R. El tem a del cachorro de león que luego
Elem entos orientales en la fábula griega 343

revela su naturaleza está ya en Esquilo, cf. mi trabajo en Em erita 33,


1965, pp. 1 ss.
P odrá verse fácilm ente que en estas fábulas, exactam ente igual
que en las docum entadas en M esopotam ia, aparecen duplicados
de las fábulas griegas no sólo en el Tanträkhyäyika, sino tam bién
en colecciones posteriores que, sin duda, recogían y añadían m ate­
rial indio antiguo. Sobre ello volveremos.

4. La fábula egipcia

Las noticias antiguas sobre la fábula no sólo a p u n tan a Asia


(origen asirio de la m ism a según Babrio, atribución a Esopo de
una patria frigia o tracia, existencia de fábulas lidias y carias),
sino tam bién a A frica: se habla de fábulas líbicas y egipcias.
P o r o tra parte, si bien un anim al central en la fábula com o
es el león puede haber entrado verosím ilm ente en ella procedente
de Asia, el m ono es, a priori, fácil que venga de E gipto (aunque
ya decíam os qué en C reta y Tera era conocido el m ono en la
prim era m itad del segundo m ilenio) y lo m ism o el gato. O tros
anim ales africanos, com o el cocodrilo, pueden haber entrado en
la fábula en época helenística: pero el m ono, com o sabem os, está
ya en A rquíloco, no puede atribuirse a los elem entos egipcios
recientes de ciertas fábulas de nuestras colecciones. El m ono y
el cocodrilo de la fábula india deben haberse tom ado en ella
(com o el tigre, etc.) de la fauna local, independientem ente.
Com o cosa previa antes de intentar rastrear los orígenes orienta­
les de algunas fábulas griegas hem os, sin em bargo, de tra ta r de
d ar u n a idea de la fábula egipcia, igual que hicimos con la
fábula m esopotám ica. Seguimos principalm ente el libro arriba cita­
do de Em m á B runner-T raut, que recoge y pone al día la bibliografía
a n te rio r46.
La fábula egipcia nos es peor conocida que la m esopotám ica.
P ara em pezar, desconocem os en qué géneros o form as literarias
iba incluida, dado que casi toda nuestra docum entación es arqueoló­

46 El libro de la m ism a autora Tiergeschichten aus dem Pharaonenland, M ainz


1977, contien e bellas reconstrucciones de fábulas, a partir sobre to d o de los docum en­
tos arqueológicos. N o pueden tom arse, realm ente, com o fábulas bien docum entadas.
344 H istoria de la fábula greco-latina

gica: sobre todo, procede de óstraca figurados hallados en D er


el-M edíne (dinastías 19 y 20, siglos x i v - x i i a. C.). Algunos pocos
«papiros satíricos» no m odifican esta situación y los docum entos
arqueológicos más antiguos son m uy pobres y lo único que ap o rtan
es hacer rem ontar la historia de la fábula hasta fecha muy rem ota,
fines del cuarto m ilenio a. C.
Pero no es sólo que no conozcam os, según decimos, el género
literario que «transportaba» las fábulas, quizá entre otros elem entos
diferentes, com o en M esopotam ia. Es que esos óstraca y papiros
son ilustraciones sin texto: ignoram os la form a literaria de las
propias fábulas.
En realidad existen sólo dos excepciones de fábulas cuyo texto
se conserva m ás o m enos com pleto en papiros egipcios: la fábula
de la «disputa entre el cuerpo y la cabeza» de hacia 1100, y
el «libro del sicom oro y el árbol moringa» («palm era», se traducía
antes). La prim era fábula se encuentra en una tablilla de escolar,
la segunda en el rótulo de una caja de papiros perteneciente a
Am enofis III — y vacía, po r desgracia— , así com o en un papiro
de T urin de la 20 dinastía. Esta situación no perm ite ver claram ente
el encuadram iento de las fábulas, pero sí que en Egipto existía,
igual que en M esopotam ia y en otros países orientales (Israel,
por ejem plo), el género de la «disputa», que hem os hallado tam bién
en Grecia. Sobre el origen rem oto del mism o no se pueden hacer
más que hipótesis47.
Sobre estas dos fábulas conviene decir algunas cosas. La fábula
egipcia del cuerpo y la cabeza se considera generalm ente com o
m odelo de la que aparece en Livio II 32, 9-10 (fábula del vientre
y los m iem bros, contada por M enenio A gripa a la plebe rom ana)
y que es más o m enos H. 132 «Los pies y el estóm ago». Pertenecen,
en realidad, a un mism o tipo de disputa, en que hay que incluir
tam bién Bab. 134, «L a cabeza y la cola de la serpiente»; pero
se encuentra igualm ente en la India en la. fábula del pájaro que
tenía dos picos en discordia (R yder, p. 216). Se trata, en definitiva,
de un tipo que es una variante del género de la «disputa» y
que parece debió de existir no sólo en Egipto, sino tam bién en
M esopotam ia.

47 Cf. E. Brunner-Traut, ob. cit., p. 40 ss. Por lo dem ás, la form a fahulistica
es la habitual en estos casos: un diálogo en que cada una de las partes dem uestra
su excelencia.
Elem entos orientales en la fábula griega 345

Esto que aquí es una probabilidad, es absolutam ente seguro


en el caso de las «disputas» entre plantas. Junto al ejem plo egipcio
hay que colocar los ya m encionados de M esopotam ia, así com o
los griegos, cf. infra, p. 371.
N o hay textos egipcios, en cam bio, de los dem ás tipos de
fábulas. El papiro de Leiden I 384, del siglo π d. C., pero que
recoge un relato de época helenística (hay, p o r o tra parte, una
traducción griega), cuenta el m ito de la diosa-gato (leona, a veces)
T efnut, que se había retirado a E tiopía y a quien el m ensajero
de los dioses, el dios-m ono Toth, hace volver: es el m ito del re­
torno del Sol. Pues bien, el m ono relata varias fábulas a Tefnut,
a la m anera del Pañcatantra o de la Vida de Esopo: en realidad,
son fábulas-ejem plo que casan bien con to d a la tradición de la
fábula, sea m esopotám ica o griega. Pero pienso, en contra de
B runner-T raut, que estas fábulas y m uy concretam ente la del buitre
y la gata y la del león y el ratón, las únicas relatadas explícitam ente,
son derivados de fábulas griegas, ciertam ente am pliadas. M e ocupa­
ré de este tem a en el capítulo dedicado a la difusión de la fábula
griega helenística. O tro texto dem ótico que narra la fábula de
la golondrina que desecó el m ar porque no había protegido a
sus c ría s48 me parece igualm ente sospechoso de origen griego,
rem ito al lugar citado.
Nos quedam os, pues, con las ilustraciones relativas a fábulas.
De ellas deducim os la existencia de la fábula de la lucha de los
gatos y los ratones, con la victoria inicial de los segundos, siendo
convertidos los gatos en sus servidores, y su derro ta final: el
conjunto explica etiológicam ente la enem istad de am bas especies
anim ales. E ra en Egipto una fábula m uy difundida, que conocem os
por ilustraciones num erosas desde el siglo xiv a. C. h asta las p in tu ­
ras m urales coptas de los siglos vii/vm d. C. y que se reconstruye
bastante bien po r los ecos que ha dejado en las literaturas turca
y árabe (y luego en las europeas)49; por m ás que el gato-fakir
del poem a persa del siglo xiv, obra de Obeid Z akani, puede hallar
su origen en el gato-asceta de una conocida fábula india del Pañca­
tantra (III 4, p. 114 ss. H ., cf. H. 79); aunque, dad o que es en
Egipto donde por prim era vez se dom esticó el gato, es fácil que
esa fábula india y diverjas fábulas griegas em parentadas procedan,

48 Sobre esta fábula y las c ite rio r es cf. E. Brunner-Traut, ob. cit., p. 34 ss.
49 Cf. ob. cit., p. 29 ss.
346 H istoria de la fábula greco-latina

en definitiva, de Egipto. Sobre este tem a insistimos en el lugar


anunciado.
F u era de la fábula de la guerra de gatos y ratones, lo que
reconstruim os de la fábula egipcia son m ás bien m otivos aislados
que o tra cosa. A un así merece la pena relacionar algunos:
1. A nim al-rey: hallam os anim ales sirviendo o rindiendo culto
a otros, a veces sentados en el tro n o : concretam ente, al ratón,
al asno y al zorro. Pero no al león, pese a su papel de guardián
de tum bas y anim al sim bólico del faraón. Las conclusiones de
B runner-T raut en ese se n tid o 50, se basan sobre todo en el papiro
de Leiden citado, m uy sospechoso de contenr m aterial fabulístico
griego.
2. A nim al-servidor: en ese papel encontram os al cocodrilo,· a
la zorra-, al gato, al m ono. O tras veces se tra ta de anim ales que
rinden culto a otro o se acercan a un tem plo: el gato, la cabra,
el chacal, el perro.
3. Anim ales-m úsicos y danzarines. M otivo m uy frecuente. Los
anim ales form an en ocasiones u n a orquesta, a la m anera de las
capillas de palacio: concretam ente, se tra ta del león, el cocodrilo,
el m ono y el asno. Pero tam bién hay anim ales que bailan: concreta­
m ente, el m acho cabrío danza ante la zorra que toca el arp a
o el oboe; el m ono danza, m ientras toca él m ism o el oboe. De
o tra parte, ciertos anim ales juegan a las dam as o a otro juego
parecido: el león y el asno, el león y la gacela.
4. Tem a del m undo al revés. H allam os gatos que hacen de
pastores de los gansos, zorras de las cabras; y animalps que tra b a ja n
(llevan el yugo, cocinan, etc.). O tras veces, el tem a del m undo
al revés consiste en que, por ejem plo, el gato hace de servidor
del ratón, com o ya sabem os, el cuervo sube al árbol con una
escalera m ientras el hipopótam o está entre sus ram as, etc.
5. Anim ales que hablan: ello se ve por la actitud de algunos
en los óstraca, po r no hablar de u n a serie de m ito s51.
En definitiva, en fecha m uy anterior a G recia, sobre todo desde
el siglo XIV, pero incluso desde m ucho antes, encontram os m otivos
fabulísticos que nos recuerdan cosas ya conocidas. Sobre estos
paralelos, tan to los generales com o los relativos a fábulas concretas,
hem os de hablar en este m ism o capítulo. C iertam ente, rasgos com o

50 Ob. cit., pp. 51 y 61.


51 Sobre tod o esto, cf. E. Brunner-Traut, pp. 7 ss., 33 s., 51.
E lem entos orientales en la fábula griega 347

la hum anización del m undo anim al, la ironía, el m undo al revés,


etcétera, pueden haber nacido paralela e independientem ente : pero
el conocim iento de los hechos egipcios no puede sino haber reforza­
do ciertos m otivos indígenas de G recia m ientras que, cuando se
tra ta de anim ales ajenos a Grecia, com o el m ono y el gato, todo
el im pulso puede haber venido de Egipto.
Sin em bargo, conviene que insistam os en las diferencias. Estas
podrían ser:
1. M ayor relieve, en Egipto, de los elem entos cultuales. Ya
hem os aludido a ellos en relación con acciones de culto en que
están im plicados diversos anim ales que en G recia no lo están
o lo están apenas, tales la zorra y el asno. H ay que insistir en
que en Egipto anim ales com o el m ono, el perro, el asno, el chacal,
el gato son form as de aparición de dioses, el cocodrilo y el escaraba­
jo tienen carácter sagrado, etc. La ligazón de culto y m ito, de
una parte, y fábula, de otra, está más viva que en G recia e incluso
que en M esopotam ia.
2. Por m ás que el león y la zorra (y el chacal, a veces difícil
de distinguir) sean frecuentes en la fábula egipcia, no aparecen
en la relación habitual de rey de los anim ales y servidor astuto
del mismo. T am poco hallam os el tem a del águila y la serpiente.
Estos tem as, centrales en la fábula m esopotám ica y griega, parecen
faltar aquí.
3. H ay notables reflejos de la vida egipcia com o son los animales
m úsicos — im itación de la capilla real— , los m onos danzarines,
los gatos. En cam bio, no hay fábulas del elefante, que desapareció
de Egipto en época prehistórica, ni del caballo, introducido por
los hicsos en el siglo x v i i , ni de otros anim ales todavía. P o r lo
dem ás, nuestra docum entación es incom pleta: no hay fábulas del
escarabajo y, sin em bargo, parece norm al pensar que este anim al,
que aparece en una fábula griega bien conocida logrando de Zeus
el castigo del águila, hubiera alcanzado este papel en Egipto. Sobre
el posible influjo de la fábula egipcia en fábulas griegas del m ono,
el gato, el escarabajo o en la del lobo flautista, cf. infra, p. 370.
N o podem os, pues, colocar la fábula d en tro de la literatura
de instrucción egipcia, ni m enos hay colecciones. T am poco vemos
claram ente en ella un carácter de crítica o am enaza, com o en
M esopotam ia y Grecia. Y, con todo, una serie de rasgos que
hemos m encionado son coincidentes, po r desarrollo paralelo o
por influjo directo, con otros de la fábula griega. A unque en
348 H istoria de la fábula greco-latina

realidad el tem a del m undo al revés, la victoria del débil sobre


el fuerte y la ironía son consustanciales con la totalidad de la
fábula.

II. F ábula o r ie n t a l y fábula g r ie g a

1. Géneros en que se incluye la fábula

H em os visto que en G recia la fábula aparecía en un contexto


de géneros anim alísticos y anecdóticos, si vale la palabra, en conexión
con el m ito tam bién: se tra ta siem pre de «ejemplos» engarzados
dentro de géneros más extensos, ejemplos que presentan rasgos
com unes en cuanto a tem as y estructura. Sólo poco a poco va
configurándose, dentro de ellos, el género fábula, por lo demás,
nunca definido de una m anera tajante y absolutam ente clara. D en­
tro de este género hem os hablado de fábulas agonales y fábulas
etiológicas y en unas y otras hem os hallado agones en elsentido
más preciso de enfrentam iento entre anim ales, seres naturales o
plantas en relación con su excelencia o naturaleza.
Todo este p anoram a fabulístico se nos ofrece igualm ente, con
m ayor o m enor claridad, en M esopotam ia y en Egipto. Es e r
el prim er lugar, sin em bargo, com o ya hemos anticipado, donde
m ejor podem os ver sus dos aspectos: el engarce de la fábula anim a-
lística, ju n to con otros elem entos en conexión con ella, dentro
de géneros más extensos; y sus tipos y estructura. Em pezam os
por el punto prim ero.
H ay que hacer una excepción a favor de la fábula de «debate»,
que en M esopotam ia y, parece, en Egipto tenía una expresión
independiente: es decir, cada una de estas fábulas, con su «m arco»,
constituía una obra, no se tra tab a de ilustraciones o ejemplos
en un relato más am plio. En los dem ás casos, es sum am ente caracte­
rístico que la fábula aparezca, en M esopotam ia com o en Grecia,
com o ilustración de estos relatos amplios al lado de los otros
subgéneros a que hem os aludido. No cabe duda de que todos
ellos tienen un origen com ún, en Grecia, en un am biente religioso
y festivo, « y ám bico»,'que hemos descrito; en M esopotam ia nos
es más difícil cap tar ese am biente original, d fecha más rem ota,
aunque sí hemos visto, a veces, conexiones religiosas. A h o ra bien,
Elem entos orientales en la fábula griega 349

no hay du d a de que el paso de todos estos subgéneros a la literatura


griega fue favorecido por su presencia en géneros literarios m esopo-
tám icos de m ayor antigüedad y conocidos en Grecia.
Podríam os sostener esta· tesis para la epopeya, aunque H om ero
esté lleno de «instrucciones» a base de m áxim as y m itos, de símiles
y presagios tam bién, pero no de fábulas. Todo esto ocurre igualm en­
te en los poem as épicos y cosm ogónicos de M esopotam ia y Asia
M enor, en los cuales, a juzgar por la fábula del águila en Etana
y por la com paración con la épica india, tendían a incluirse tam bién
fábulas. Sólo que, en este caso, H om ero no siguió este m odelo.
Sus poem as tienen características propias que excluyen la fábula.
Pero lo que realm ente tiene relevancia en este contexto es la
obra de H esíodo, m uy concretam ente Trabajos y Días. Com o ha
visto m uy bien W est en su edición antes m encionada por nosotros,
esta o b ra cae dentro de las obras de «instrucción» de M esopotam ia
y Egipto. C onstituye un m arco absolutam ente com parable a los
que allí hem os aprendido a conocer: son las instrucciones que
H esíodo da a su herm ano Perses, el hom bre injusto que, ayudado
por jueces injustos, devora la hacienda del prim ero. En esa «instruc­
ción» alternan la queja, el ataque y el adoctrinam iento por m edio
de m áxim as, m itos y una fábula, la prim era de la literatura griega:
la fábula que ya conocem os del halcón y el ruiseñor, sin duda
de origen oriental puesto que hemos encontrado una huella de
ella en la literatura india.
Los Trabajos y Días son, pues, el equivalente tan to de la «Instruc­
ción» com o de diversos diálogos y lam entaciones m esopotám icas y
su diferencia con las colecciones de proverbios consiste tan sólo
en la existencia del m arco y en los condicionam ientos que éste
impone. C om bina tam bién otro género igualm ente oriental, el del
calendario de trabajos agrícolas. Que H esíodo, introductor igual­
m ente en G recia de una versión m odificada de las cosm ogonías
orientales, haya escrito esta obra, m anifiestam ente com o una con­
trap artid a o respuesta a H om ero, no tiene n ad a de extraño. Un
hom bre natural de la Cum as de Asia transplantado luego a Beocia,
donde com bina una actividad de aedo con una vida de pastor
y labrad or que le pone en contacto con las realidades de todos
los días, es claro que aprovechó los recursos de la literatura sapien­
cial asiática para exponer su propio caso.
Así, independientem ente de la calidad de m odelo que tal o
cual fábula m esopotám ica o egipcia haya tenido en la literatura
350 H istoria de la fábula greco-latina

griega, resulta claro que ciertos géneros de la literatura sapiencial,


con su «m arco» y su mezcla de fábulas, proverbios, etc., han
servido de m odelo al género de la poesía didáctica en que apareció
la prim era fábula griega: los Trabajos y Días de Hesíodo. A unque
sea un género que en G recia adquirió características especiales,
m uy concretam ente la introducción de un proem io derivado de
la lírica, igual que sucedió tam bién en la Teogonia52.
Pero no solam ente en H esíodo encontram os este m odelo. Según
hem os expuesto en un libro que acabam os de m encionar, el desarro ­
llo de la m onodia en G recia tuvo lugar m ediante la expansión
de la inicial y m ínim a m onodia que precedía a la danza o al
canto coral; a veces, de la que la seguía o la que se intercalaba
en él. Esa expansión, concluíam os — nos rem itim os a nuestra exposi­
ción, que no podem os repetir aquí— , tuvo lugar po r im itación
de la m onodia oriental, conocida a través de Asia M enor, cuyo
desarrollo es cronológicam ente anterior al de la poesía griega.
Consiste, fundam entalm ente, en la introducción del m ito, pero
tam bién del símil, la m áxim a, la fábula y la anécdota. Es decir,
de los mism os elem entos de «instrucción» con que venim os encon­
trándonos, aunque en la lírica sea el m ito el que ocupe el papel
m ás relevante.
Son elem entos, por lo dem ás, que si bien en cierta m edida
pueden venir de la épica, en que intervenían todos ellos (con
excepción de la fábula), tam bién pueden venir de la poesía didáctica
o de «instrucción». U n A rquíloco agraviado por Licam bes, al
que am enaza y adoctrina con u n a fábula, la del águila y la zorra,
no hace o tra cosa, en definitiva, que seguir el modelo' de H esíodo,
solo que se contenta con un solo elem ento fundam ental de «instruc­
ción» : una fábula, cierto que m ezclada con am enazas y m áxim as.
Y lo mism o cuando se dirige a los políticos de Paros con las
fábulas del m ono, a N eobula con la de la zorra que ve huellas
que entran, pero no otras que salen de la cueva del león, a otros
personajes a los que advierte con las anécdotas del adivino robado
o de Etíope el corintio, que vendió su lote de tierra en Siracusa
po r una to rta de miel. Por supuesto, igual hay que decir de las
fábulas de Estesícoro, que tienen carácter de advertencia a los
ciudadanos de H im era o a sus am igos53. Y de otras de Sem ónides,

52 Cf. m is Orígenes de la lírica griega, pp. 59 ss.


53 Cf. supra, p. 173 s.
Elem entos orientales en la fábula griega 351

Simónides, etc., a que hemos hecho referencia. Instrucciones son


tam bién, dirigidas a atenienses y espartanos respectivam ente, diver­
sos poem as de Solón y Tirteo que, sin em bargo, no usan fábulas,
pero sí símiles y m áximas. Pero, sobre todo, tenem os la colección
de elegías atribuidas a Teognis, que con todos los añadidos que
haya podido acum ular a lo largo del tiem po, tiene com o núcleo
el adoctrinam iento por el poeta Teognis del joven Cirno, por
m edio de m áxim as, símiles, instrucciones, fábulas, etc.
U na buena parte de la lírica griega, de la m onodia sobre todo,
es la aplicación a un caso particular de la literatu ra sapiencial
de que hem os venido hablando. Se tra ta de consejos, advertencias,
ataques que usan los recursos tradicionales de esta literatura, entre
ellos la fábula. Que había precedentes griegos, es claro, lo hemos
expuesto ya. Pero p ara hacerse literarios necesitaban, sin duda,
un m odelo. Este m odelo está en la literatura sapiencial. Que era
conocida en G recia es evidente: de un lado, porque el poem a
de H esiodo no puede entenderse de o tra m anera; de otro, porque
el Ahikar dejó huellas evidentes en la leyenda de Esopo y fue
traducido por D em ócrito. De otro todavía, porque una serie de
diálogos en la obra de H eródoto, pero, sobre todo, el de Solón
y Creso en el libro I — diálogo im posible, la cronología no casa—
deben ser com prendidos a p artir de los m odelos orientales del
diálogo entre el rey y el filósofo; la leyenda entera de los Siete
Sabios ha surgido, sin duda, apoyada en este m odelo, y lo mismo
la del sabio escita A nacarsis, a u to r com o aquéllos de m áximas.
W. A ly 54 ha estudiado el carácter novelesco de u n a serie de
relatos de H eródoto de corte m ás o m enos sem ejante al de Solón
y Creso. Este es, de todas m aneras, el m ás im portante desde nuestro
punto de vista y h a sido explícitam ente com parado por A ly 55
con el tem a del A hikar: se tra ta del rey que pone a prueba al
sabio con sus preguntas, tem a de cuya difusión en la literatura
oriental y la derivada de ella, aparte del Ahikar, ya hem os hablado.
El sabio responde con m áxim as, símiles y paradojas y halla siempre
una respuesta de acuerdo con el orden divino: cuando no se le
escucha, viene el castigo —com o en el caso de Creso— .
P or supuesto, H eródoto no se lim ita al relato del diálogo de

54 Volkasm ärchen, Sage und N ovelle bei H erodot und seine Z eitgenossen 1921,
2 .a ed. G otin ga 1969.
55 Ob. cit., p. 21.
352 H istoria de la fábula greco-latina

Solón y Creso: abundan en él situaciones más o m enos paralelas.


Salvo excepción (una puede ser M ardonio, que juega un papel
regio), está im plicado siem pre un rey o un pueblo, de un lado,
de otro un sabio, que puede ser un m iem bro del Consejo, un
extranjero, etc. Al tema se han dedicado im portantes estudios,
que cuentan con precedentes anteriores: así cuando O. R egenbo­
g e n 56 estableció el esquem a inicial, am pliado por H eródoto, del
diálogo Solón/C reso y señaló los paralelos en la obra del historiador
(y fuera de ella: tem as de los Siete Sabios, de Esopo...), entre
otros lugares, en el diálogo de Ciro y C re so 57, en el que Creso
vencido actúa respecto a su vencedor com o el «típico consejero»
o («disuasor», Warner) del cuento o rie n ta l58.
D ichos trabajos son el de H. Bischoff, «D er W arner bei H ero-
d o t» 59 y el de R. L attim ore, «The wise adviser in H e ro d o tu s» 60,
Y a dom inan los rasgos del «disuasor» que avisa al rey o a un
pueblo, a consulta del m ism o, de la desgracia que sobrevendrá si
no se desiste de una determ inada acción; ya los del sabio consejero,
que da salidas y soluciones ingeniosas en una solución difícil;
ya se m ezclan unos y otros rasgos, ya se com binan tam bién los
tem as del oráculo o el sueño. Pero en sustancia, las cosas son
siem pre semejantes.
Por ejem plo, Giges aconseja a Candaules no m o strar a su
m ujer desnuda y, po r no hacerlo, le sobreviene a éste la desgracia
(I 8). Bias o Pitaco disuaden a Creso de atacar a los isleños griegos,
dándole la falsa e ingeniosa noticia de que éstos están reuniendo
un ejército de caballería contra él (I 27). Creso avisa a C iro contra
los peligros de la m ortalidad (I 207). A rtabano aconseja a D arío
no invadir Escitia (IV 83) y a Jerjes no invadir G recia (VII 10).
D em arato explica a Jerjes el valor de E sparta (VII 102). H árpago
sugiere a Ciro la estratagem a de usar camellos contra los caballos
(I 80). Creso aconseja a Ciro hacer que los persas se afem inen,
para así gobernarlos más fácilm ente (I 155). H ecateo aconseja a
los jonios hacerse poderosos por m ar, si van a rebelarse (V 36):

56 O. R egenbogen, «S o lo n und K rösus», art. de 1930 recogido en W. M arg


ed., H erodot, M unich 192, pp. 374 ss.
57 H eródoto I 207, cf. p. 403.
58 Cf. tam bién F. H ellm ann, H erodots K roisos L ogos, Berlin 1934 y T. K rischer
«S olon und K roisos», fVSt 77, 1964, pp, 174-177.
59 En M arg., ob. cit., p. 302 ss.
60 CPh, 34, 1939, pp. 24 ss.
Elem entos orientales en la fábula griega 353

no hacen caso y sufren derrota. Penites de M esenia explica a


los espartanos cóm o saber cuál de los dos gemelos reales es el
m ayor (VII 52). Etc. E tc .61.
Estos relatos están, con la m ayor frecuencia, unidos a temas
novelísticos y se acom pañan de m áxim as, explicaciones de oráculos,
ingeniosidades diversas com o la de los isleños llevando la caballería
contra el continente. Tam bién de una fábula, la del pescador y
los peces, aunque aquí es Ciro quien se la cuenta a los jonios
(I 141). Esto no tiene nada de extraño: Creso, vencido, hace de
consejero de su vencedor Ciro. Y hay diálogos entre reyes, así
el de Polícrates y Am asis (III 40). N i falta el tem a, que hemos
conocido en el Ahikar, del padre aconsejando a su hijo, así en la
novela de P eriandro y su hijo Licofrón (III 50 ss.).
Parece claro que relatos m ás o m enos históricos han sido confor­
m ados sobre el m odelo de las narraciones orientales que conocem os.
N i está excluido que haya influencia oriental, esta de diálogos,
en la fam osa discusión de D arío, M egabijo y O tanes sobre la
m ejor form a de gobierno (III 82 ss.) p o r m ás que contenga funda­
m entalm ente tem as griegos62.
Todo esto confluía, en Grecia, con la visión del poeta com o
sabio consejero: papel de Tirteo, Solón, Píndaro y tantos o tro s 63.
Y tam bién, cóm o no, con la tradición agonal griega en lo m usical
y lo deportivo. Y a hemos dicho que el H om ero de la Vida, poetas
com o A rquíloco, el Esopo de la leyenda y la Vida y los héroes de
la com edia tienen m uchos de estos rasgos com unes que les hacen
sabios inspirados, que aconsejan, zahieren, resuelven problem as y
enigm as : su papel no difiere, en su leyenda al m enos, del de los Sie­
te Sabios legendarios, de Tirteo y otros poetas, de los consejeros de
los relatos de H eródoto. Tiene relación, de o tra parte, com o ya vi­
mos, con el de un A hikar: nada de extraño que se les atribuyan
m áxim as y fábulas. N i que se les pueda enfrentar en agones, así el
conocido de H om ero y Hesíodo.
Im posible atrib u ir todo esto a la sola influencia del Ahikar.
H em os visto que para H esíodo hay que proponer com o m odelos,
m ás bien, obras de «instrucción» o de «lam entos». Pero tam bién

61 Cf. una relación com pleta en Lattim ore, pp. 25 ss.


62 Cf. H . A p ffel, D ie Verfassungsdebatte bei H erodot, D ü sseldorf, 1967, sobre
tod o p. 19 ss.
63 Cf. Orígenes de la lírica griega cit., p. 132 ss.
354 H istoria de la fábula greco-latina

diálogos com o algunos reseñados pueden haber influido en su


obra, asi com o en la de A rquíloco, en el agón últim am ente m encio­
nado, etc.
Precisam ente hem os tra tad o de hacer ver, haciendo verosím il
el origen m esopotám ico de diversos «m arcos» de la literatura india,
que los m odelos que pudieron ser im itados para enm arcar prover­
bios, fábulas, m itos, ataques recíprocos y lam entaciones, eran m uy
variados. Los principales son aquellos en que intervienen un padre
y un hijo (rey y príncipe, a veces), un rey (o príncipe) y su filósofo
o secretario, un rey y su m ujer o bien una m ujer y alguien a
quien calum nia. Puede tratarse, com o decim os, bien de a d o ctrin a­
m iento, bien de debate, bien de lam ento o ataque. P or supuesto
que en G recia había puntos de partida, en los rituales y en la
vida, p ara esquem as sem ejantes: lo hemos visto en el capítulo II 3.
Pero su conversión en literatura es difícil de com prender sin los
m odelos m esopotám icos, que se traslucen todavía cuando H esíodo
instruye a Perses, Teognis a C irno, Esopó a los delfios, Estesícoro
a los himerenses o Solón a C reso; cuando A rquíloco injuria a
Licam bes o a N eobula. O cuando, en obras de ficción a que
hem os aludido, H om ero resuelve problem as o enigmas o se enfrenta
a H esíodo. En obras com o éstas, que contienen ya elem entos
de la vida real, ya otros tópicos y literarios en que confluyen lo
griego y lo oriental, la fábula aparece al lado de los otros subgéneros
que ya hem os indicado, prueba m ás del influjo literario m esopotá­
mico. A unque, ciertam ente, la fábula griega presenta rasgos propios
que, sin alejarla de la fábula oriental, subrayan el elem ento yám bico
y cóm ico de que hem os hablado.

2. Estructura composicional de la fábula oriental y de la fábula


griega

C om o hemos advertido, tenem os que juzgar la fábula oriental


casi solam ente, por lo que respecta a sus especímenes más antiguos,
a través de la fábula m esopotám ica. L a egipcia se nos escapa,
salvo en el caso de las disputas, no m uy diferentes de las m esopotá-
micas y otras orientales, incluidas las griegas; de las dem ás fábulas,
la única en cierto m odo reconstruible, la de la lucha de gatos
y ratones, m ás bien parece, com o se ha dicho, una especie de
«epopeya anim al», género del que, por lo dem ás, tenem os ejemplos
E lem entos orientales sn la fábula griega 355

en la Batracomiomaquia griega y en la serie m esopotám ica la zorra,


el perro, el lobo y el león.
En cuanto a la fábula india, hemos visto que, en su «m arco»
y en su contenido, conserva rasgos m esopotám icos, pero tam bién
presenta, al lado de ellos, otros griegos y, sobre todo, los claram ente
hindúes. Así, la organización concéntrica, la m ezcla de estrofas
tradicionales o inventadas, la tendencia al relato difuso y novelesco.
C uando aparecen en ella determ inados «cierres» o m áxim as finales,
son sospechosos, com o veremos en otro lugar, de influencia griega.
P or ello, es m ás prudente no utilizar la fábula india para reconstruir
la estructura com posicional de la fábula m esopotám ica, que de
todos m odos es conocida directam ente aunque sea en form a incom ­
pleta y está m ás próxim a, com o vam os a ver, a la de los griegos.
En cam bio, ya hemos adelantado que no sólo p a ra reconstruir
la antigüedad de ciertos «m arcos», sino tam bién la de ciertos temas
y ciertas fábulas concretas, es de la m ayor utilidad.
Pasam os, pues, a ocuparnos directam ente de la estructura com ­
posicional de la fábula y otros elementos anim alísticos m esopotám i­
cos, así com o de anécdotas, instrucciones, etc., absolutam ente para­
lelas. H em os hablado de cóm o todos estos elem entos form an un
todo coherente en la literatura de instrucción y demás. Incluso
cuando, así en ciertas colecciones de «proverbios» o en el segundo
discurso de A hikar a N adan lo anim alístico predom ina, los límites
entre lo anim alístico y lo no anim alístico, la fábula, el símil, el
proverbio, etc., son difusos. Ni m ás ni m enos que com o en Grecia,
según tuvim os ocasión de ver en II 2. Vam os a procurar, pues,
exponer las diferencias y transiciones entre los elem entos más o
m enos próxim os a la fábula y la fábula propiam ente dicha, que
adelantam os está m uy próxim a, en ocasiones, a lo que es en Grecia.
Después nos ocuparem os, com o de un subgénero aparte, de las
«disputas» a que ya nos hemos referido.
D entro del prim er tipo, y antes de llegar a la fábula propiam ente
dicha, podríam os distinguir :
a) Instrucción, a veces seguida de un símil, u n a explicación
o una antítesis. Entre ellas destacam os algunas que están en algún
m odo próxim as a fábulas. Ejem plos:

1.3: No cortes el cuello a lo que ya se le ha cortado.


4: No digas a Ningishzida (deidad infernal): hazme
vivir.
356 H istoria de la fábula greco-latina

2.1: Cuando uno ha llevado devastación a un lugar... ha


pervertido sus ritos... ha eliminado sus Normas divi­
nas. Tú no perviertas sus ritos! ...No elimines sus
Normas divinas!
Ahikar II 24: Hijo mío, búscate un buey que esté gordo y un asno
con buenas pezuñas, pero no un esclavo que se fugue,
etc.
II 7 : Hijo mío, no te precipites como el almendro, etc. (Cf.
supra, p. 304: es claro que una comparación como
ésta puede producir fácilmente una fábula).
65: Hijo mío, no te enfrentes a un hombre en todo su
poder ni a un río en la inundación. (Como ya dijimos,
este proverbio está sin duda en relación con la fábula
de la encina y la caña o los árboles y el torrente
(H. 71, 239), que pensamos es de fecha mesopotámica,
confróntese supra, p. 338.)
70: Hijo mío, si encuentras alguna cosa junto a una ima­
gen, ofrécele su parte. (Seguramente en conexión
con una fábula como H. 183 «Hermes y el leñador»,
en todo caso puede construirse fácilmente a partir
de aquí.)
H em os dado, con esto, ejemplos entre m uchísim os, de prover­
bios que fácilm ente pueden producir una fábula o quizá estén
en relación con una existente. Son siem pre un discurso directo
dirigido po r el consejero al aconsejado : hay una situación im plícita
y sigue A dir., siendo A el consejero.
b) Proverbio, que indica cóm o es o qué hace tal anim al o
tal persona; a veces, igualm ente, van seguidos de un símil. Puede
suceder que vayan dos proverbios seguidos, siendo el segundo
una especie de conclusión a p artir del prim ero. He aquí unos
pocos ejem plos:
Gordon (1958) 7.76: El perro ladra sus sueños.
Teod. Babil. 181 ss.: El hijo del principe es vestido de... el hijo
del pobre es robado.
237 : El impío engaña al rico, pero un arma mortal
le persigue.
247 ss.: El primogénito sigue su camino como un
león, el segundo se contenta con ser un mule­
ro.
Col. 2.12: El hado es una vestidura que le cubre a
uno en la estepa.
91: El buey ara, el perro destruye los surcos.
Elem entos orientales en la fábula griega 357

Ahikar II 25: H ijo mío, las palabras de un m entiroso son


com o gorriones g ordos; el que está vacío
de entendim iento, las devora.
14: H ijo mío, el rico se com e una serpiente y
dicen: «L a com ió com o medicina». El pobre
se la com e y dicen: «Se la com ió porque
tenía ham bre».
36: H ijo m ío, el rebaño que deja m uchas huellas
se convierte en presa de los lobos.
Popular Sayings II 15: El cerdo no es ap ro p iad o p a ra el tem plo,
no se le perm ite que ande por las calles,
es una abom inación p ara todos los dioses,
m aldito p o r Samas.
III El m alvado pronuncia ante el gobernante pa­
labras hostiles, h ab lan d o astutam ente, lan­
zando infam ias. El gobernante piensa y ora
a Sam as: «Sam as, tú sabes. H azle responsa­
ble de la sangre del pueblo».

Lo característico del proverbio es que describe cóm o es o se


com porta o qué sucede a un anim al o un hom bre de un determ inado
tipo: el cerdo, el rico, el rebaño que deja m uchas huellas, o bien
todos los hom bres cuando com entan en form a diferente iguales
acciones del pobre y el rico. A diferencia de la instrucción, en
que se describe en estilo directo cóm o alguien im parte instrucciones
a o tra persona, aquí se describe cóm o son las cosas, lo que, por
lo dem ás, actúa indirectam ente com o una instrucción. H ay, pues,
una descripción genérica, ya simple ya antitética, ya, incluso, segui­
da de un com entario en estilo directo. Tipos:
Aacc.
Bacc.
A acc./C dir.— Bacc./Cdir.
Bind.— Adir.
Proverbios griegos de los tipos «el necio aprende tras sufrir»,
«envidia el vecino al vecino, el alfarero al alfarero y el aedo
al aedo», en H esíodo, «m uchas cosas sabe la zorra, pero el erizo
una sola decisiva», en A rquíloco, «ni siquiera el león come siempre
carne, a veces, por poderoso que sea, le llega la impotencia»,
en Teognis, y otros más, son absolutam ente com parables.
Es m uy claro que del proverbio se pasa fácilm ente a la fábula
o bien que ésta puede ser resum ida en el proverbio: hablando
358 H istoria de la fábula greco-latina

de los hechos griegos ya lo expusimos. Por o tra parte, existen


proverbios o interpretaciones de la realidad diferentes, que pueden
utilizarse para predicar dos m orales tam bién diferentes: así, en
la Teodicea Babilonia (50 s.) se habla del león que devora a los
anim ales sin llevar una ofrenda de harina para aplacar a los dioses
— lo que implica que el mal no es castigado— y se replica (61 s.)
que el pozo le espera — lo que im plica la ideología contraria— ;
en el mismo pasaje, se dan otros ejemplos, así el del asno salvaje
y el del nuevo rico. N ótese que tem as anim ales y hum anos son
tratad o s indistintam ente: Y, tam bién que estos proverbios m esopo-
tám icos son fácilm ente convertibles en fábulas.
c) Símil o sím il-fábula com o explicación de una acción.
Hem os visto este recurso en la serie del Ahikar «H ijo m ío,
has sido para mí com o...» de que hem os hablado ya. A quí sólo
nos interesa hacer ver que las transiciones entre símil y fábula
son insensibles, llegándose en algún caso, com o dijim os, a elim inar
la introducción y n a rra r directam ente el sucedido. Prácticam ente,
los símiles de esta sección del Ahikar son ya fábulas y com o
tales serán estudiados a continuación. Pero cuando no hay acción
todavía hay un simple símil, así en VIII 13: «H ijo mío, has sido
para mí com o el puchero al que pusieron asas de oro, pero su
fondo no estaba lim pio de tizne».
El tipo es ya sum erio, cf., por ejem plo, Col. 2.85: «C om o
un buey que se ha escapado de la era, está lleno de rebeldía».
d) A nécdota o relato anim al, concreto. N o es fácil de distinguir,
a veces, del simple proverbio o m áxim a; ni, otras, del relato m ás
circunstanciado, con oposición entre dos o más personajes o acción
com pleja y, a veces, discurso directo aunque sea de uno solo.
E ncontram os en ocasiones la form a antitética (acciones paralelas
y opuestas, aunque sean independientes); la am pliación m ediante
el sím il; y la conclusión, que viene a ser una especie de epim itio,
que más com únm ente queda implícito. He aquí algunos ejem plos:

Teodicea Babilonia 185 s.: El vegetariano devora el banquete del no­


ble, mientras que el hijo del noble y del
rico subsisten de algarrobas. (Aquí pare­
ce haber un distanciamiento de la situa­
ción normal, una anécdota.)
Col. 2.9: El (dios) Destrucción se acercó a mí, cuyo
futuro no había sido fijado. Me dijo: soy
E lem entos orientales en la fábula griega 359

tu pagador. Quiero quedarme a tu servi­


cio.
2.63: El cangrejo cuya casa se había llenado
de agua, entró en la de su amigo.
2.99: El sacerdote arrojó a su hijo al agua y
dijo: Debería haber edificado una casa,
como yo, haber dejado vivir al pueblo
de Sumeria, como yo.
Popular Sayings III 42: El pajarero que no tenía pescado, pero
había capturado pájaros, saltó con su red
para pájaros al foso de la ciudad. (La
conclusión puede ser algo así como que
nadie está contento con su suerte.)
Cuando el prostituto entró en el burdel y
levantó sus manos para orar, dijo: «Mi
dinero se va al encargado. Tú, Istar, eres
rica, yo, no tanto».
Kramer, p. 184: El perro del herrero no pudo derribar el
yunque, por eso derribó al suelo el puche­
ro de agua que había encima.
184: Me escapé del toro salvaje y la vaca salvaje
vino contra mí.
Ahikar VIII 6: (Hijo mío, has sido como) el hombre que
vio a su amigo temblando de frío y le
echó un jarro de agua en la cabeza.
15: (Hijo mío, has sido como) la perdiz que
no pudo salvarse a sí misma, pero con
su canto causó la muerte de las demás.
Si de alguna m anera podem os separar estos relatos de la fábula
propiam ente dicha es porque, fundam entalm ente, se tra ta de relatos
no ficticios. N i los anim ales ni las personas actúan en form a
inhabitual o increíble, los prim eros no hablan. P o r o tra parte,
los esquem as com posicionales son m ás o m enos los mism os que
estam os acostum brados a ver:
Aacc.— Aacc.
Aacc.— Bacc.
Aacc.— Adir.
Son tipos m uy simples. Pero la verdad es que la transición
con la fábula es insensible. U n pasaje del A hikar com o V III 17
(H ijo m ío, has venido a mí com o) el perro que vino a la estufa
360 H istoria de la fabula greco-latina

del alfarero para calentarse y en cuanto se calentó se puso a


ladrarle» podría convertirse fácilm ente en fábula, por ejemplo.
En realidad, la fábula griega del labrador y la serpiente (H. 62)
es prácticam ente idéntica, por m ás que en ella el lab rad o r caliente
en su seno al anim al y, cuando éste le m uerde, se dirige a él
con un «cierre». De otra parte, estas anécdotas o relatos, aunque
norm alm ente dan im plícitam ente su enseñanza, pueden tener tam ­
bién una especie de m oraleja, así en el pasaje ya citado de las Ins­
trucciones de Suruppak,
e) Fábula.
D am os este nom bre a aquellos relatos concretos y específicos
que son generalm ente fictivos y tienen, con frecuencia, un carácter
agonístico o bien crítico o paradójico. En ocasiones presentan
los mism os esquem as vistos hasta el m om ento: son dos líneas
referidas a un protagonista único. Puede suceder, tam bién, que
no tengam os m ás que un discurso directo, posterior a una situación
previa im plícita. M ás frecuente es, de todas m aneras, que, com o
en la fábula griega, tengam os que co n tar con una situación previa
seguida de una acción y, a veces, de una conclusión o cierre
independiente. En estos casos la fábula puede resultar de ci.erta
extensión. Veamos, sucesivam ente, ejemplos de estos tres tipos.

1. F ábulas simples, o de situación.


G o rd o n (1958) 5.38: El caballo dijo después de tirar a su jinete:
«Si mi carga es siem pre com o ésta, voy
a qued ar debilitado».
5.39: El asno dijo después de tirar su carga:
«T odavía tengo en mis oídos los dolores
del pasado».
5.116: El perro fue a un banquete, pero cuando
m iró los huesos, se m archó diciendo: «A
d onde yo voy, me d arán más que esto».
G ordon (1959), Col. 2.67: La zorra orinó en el m ar y dijo: «T odo
el m ar es mi orina».
2.67: L a zo rra pisó la pata del to ro salvaje:
«¿te he hecho daño?»
Pop. Sayings 15: C u an d o un g arañón estaba m o n tan d o a
u n a b u rra, la cuchicheó al o ído: «Q ue
el asno que paras sea un buen corredor,
com o yo, no le hagas com o un asno de
labor».
E lem entos orientales en la fábula griega 361

Ahikar VIII 14: (Hijo mío, has venido a mí como) un


labrador que sembró un campo con veinte
medidas de cebada; y cuando lo cosechó
obtuvo veinte medidas. Y le dijo: «Lo
que sembré, reuní, pero tú quedas aver­
gonzado con tu mal nombre...»
18 : (Hijo mío, has sido para mí como) el cerdo
que fue llevado a los baños, pero cuando
vio una zanja llena de cieno, se echó a
ella y se lavó y dijo a los suyos: «Venid
y bañaos».
24: (Hijo mío, has sido para mí como) el árbol
que dijo a los leñadores: «Si no hubierais
tenido en vuestras manos algo mío, no
habríais caído sobre mí».

Estas y otras fábulas, ya de dos líneas, ya más extensas, respon­


den a un tipo m uy frecuente en griego, las que hemos llam ado
fábulas de situación, por ejemplo, la del águila herida por la
flecha ad o rn ad a con sus propias plum as en Esquilo. Su esquema
es Asit. (o acc.)— Adir. C iertam ente, otras veces no hay discurso,
sólo acción: pero estas fábulas son difícilm ente distinguibles de
las que hem os clasificado bajo d) com o relatos o anécdotas. Se
podría traer aquí, ciertam ente, alguna com o A hikar VIII 48: «El
rató n que reúne... en los prados se burla de las avispas que se
com en el fruto de los huertos», dado que se prestan al ratón
sentim ientos hum anizados. O com o G ordon, «N ew Look...»,
página 139: «La cabra presum e hablando de ser u n a m atrona, pero
practica la prostitución». Y a hemos dicho que no hay una distin­
ción tajante.

2. D iscurso directo sin introducción.

Asi ocurre, en, por ejemplo, G ordon (1958) 5.12 «O h buey,


estoy atrap ad o en tu cam ino», 5.59 «Oh león, tu aliado está en
el bosque», etc. En fecha reciente (Popular Sayings, A hikar) falta
este tipo que equivale a una «instrucción» o proverbio bajo figura
de fábula incom pleta.
362 H istoria de la fábula greco-latina

3. F ábulas agonales.
H ay toda una gradación, de las m enos complejas a las más
com plejas. Existe, po r ejem plo, u n a acción agonal sin discursos
en una fábula com o
Pop. Sayings 32: Una mangosta, perseguida por un perro, se metió
en una tubería de riego. El perro fue a entrar
y quedó atrapado, dejando que se escapara la man­
gosta.
U na fábula cóm o ésta, que igual podríam os calificar de relato
de tipo d) contiene A /B sit.— Bacc./Aacc. (la m angosta se salva).
Pueden ponerse m ás ejem plos de este tipo (por ejem plo, Pop.
Sayings III 21 «L a zorra y el perro», Ahikar VIII 11 «E l buey
y el león», 33 «El topo y el águila»), pero es m ucho más frecuente
otro en que interviene un «cierre» final. Algunos ejemplos son
difícilm ente distinguibles del tipo de «situación», si no es que
aquí está m ás clara la existencia de un agón :
Gordon (1958) 5.42: El asno nadaba y el perro le miraba
y decía: «¿Cuándo va a salir para que
yo me lo coma?».
Gordon, «New Look...», p. 139: El carnicero mata al cerdo diciendo,
«¿Por qué gritas? Este es el camino
por el que tu padre y tu abuelo camina­
ron, ahora vas tú por él y ¡todavía
gritas!».
La form ulación es Bsit.— Adir, o, quizá, A /Bsit.— A dir. Sin
duda, igual en Ahikar V III 3 «El escorpión y la roca», difícil de re­
construir (quizá relacionado con H 95 «La serpiente y la lima»). En
cam bio, hallam os A /Bsit.— Bdir, en
Pop. Sayings 19: Un ratón, huyendo de una mangosta, entró en
la cueva de una serpiente. Dijo: «Me ha enviado
un encantador de serpientes, ¡Salud!».

El ratón, que lleva las de perder, intenta poner al m al tiem po


buena cara y salvar la situación. A hora bien, es un m odelo m ucho
más productivo aquel otro en que la situación inicial es una co nfron­
tación de dos adversarios, resolviéndose el agón m ediante el discurso
directo de dos de ellos. U n buen ejemplo es la fábula del elefante
y el m osquito, ya aludida por nosotros.
Elem entos orientales en la fábula griega 363

Pop. Sayings 50: Un mosquito64, después que se hubo posado so­


bre un elefante, dijo: «Hermano, ¿te peso mucho?
Me bajaré en la charca». El elefante replicó: «Me
da igual que sigas. ¿Qué más me da llevarte? Ni
tampoco me importa que te marches». (Sobre pa­
ralelos a esta fábula cf. supra, p. 339.)
Kramer, p. 191 : El elefante se jactaba de su importancia diciendo:
«No hay nadie como yo en el mundo. No preten­
das compararte con mi persona (?). El reyezuelo
le contestó, diciendo: “Yo también, pequeño
como soy, he sido creado exactamente igual que
tú».

Este tipo se repite m ucho en el A hikar:


VIII 4: ... una gacela que estaba en un zumaque y se lo comía.
Y el zumaque dijo: «¿Por qué me comes, viendo que curten
tu piel conmigo?» Y la gacela dijo: «Te como mientras
estoy viva y cuando yo muera te arrancarán de raíz».
9: ... el león que se llegó junto a un asno al amanecer y le
dijo: «Salud, mi señor». Pero el asno le dijo: «Ese saludo
debía de recibirlo el que me ató la noche pasada y no me
sujetó bien el cabezal para que yo no pudiera verte».
25: ... las pequeñas golondrinas que se cayeron del nido; y un
gato las cogió y les dijo: «Si no hubiera sido por mí, una
gran desgracia os habría sucedido». Y ellas respondieron
y le dijeron: «¿Es por eso por lo que nos has puesto en
tu boca?»
27: ... la serpiente que estaba en unas zarzas y la tiraron así
al río; y un lobo los vio y les dijo: «Malo va montado
en malo y alguien peor que los dos los arrastra». La serpiente
le dijo: «Si hubieras estado aquí, habrías pagado la cuenta
por las cabras que te has comido».
35: .;. la palmera que estaba junto a un río y todos sus frutos
caían al río y cuando su señor fue a cortarla, le dijo: «Déjame
este año y te daré algarrobas». Y el amo le dijo: «No has
sido productiva en lo tuyo ¿y vas a serlo en lo ajeno?».
En estas fábulas hay, com o decimos, un agón previo, explícito
o im plícito: luego, el agón de discursos resuelve la situación bien
en los hechos, bien en el terreno de ver quién tiene razón. Las
golondrinas son devoradas, la palm era es co rtad a, el asno es devora­

64 Pero cf. supra, p. 339, η. 44.


364 H istoria de ia fábula greco-latina

d o; la gacela se considera vencedora, la serpiente avergüenza al


lobo. En el fondo, las cosas son igual en 26, en que se da un
simple diálogo entre los hom bres y el gato:
26: ... el gato, al que dicen: «Deja de robar y te irás de aquí
y entrarás en el palacio del rey, según tus deseos». Y el
gato dijo: «Si tuviera ojos de plata y orejas de oro, no deja­
ría de robar».
Puede verse fácilm ente que estas fábulas de Pop. Sayings
y Ahikar, relativam ente extensas, no difieren gran cosa por su
estructura de las griegas. M ás todavía, hallam os fábulas en que
la acción y los discursos se m ultiplican, com o en las m ás arcaicas
versiones griegas de la fábula, en A rquíloco sobre todo.
Gordon (1958) 5.55: El león había cogido una indefensa cabra. «Dé­
jame ir —dijo la cabra— y te daré una oveja
amiga mía». «Si quieres que te deje ir —dijo el
león— dime tu nombre». La cabra le respon­
dió: «¿No conoces mi nombre? Es ‘Tú-eres-in-
teligente’». Cuando el león llegó al redil, dijo:
«Ahora que he llegado al redil, voy a soltarte».
Y la cabra le repuso desde el otro lado: «¡Me
has soltado! ¿Eras tan inteligente? En vez de
darte la oveja, voy a huir». (El esquema es:
A/Bsit.—Adir./Bdir./Adir.—Bacc.—Adir. La
cabra se salva por su inteligencia.)
, En el Ahikar el tipo es relativam ente frecuente:
VIII 10: ... una trampa fue colocada sobre un montón de estiércol
y llegó un gorrión y la vio y le dijo: «¿Qué haces aquí?»
Y la trampa dijo: «Estoy orando a Dios». Y ei gorrión
dijo: «¿Y qué es eso que tienes en la boca?» La trampa
dijo: «Pan para los huéspedes». Entonces el gorrión se acercó
y lo cogió y la trampa le pilló por el cuello». Y el gorrión
dijo según le apretaba la trampa: «Si esto es pan para los
huéspedes, ojalá Dios, a quien oras, no oiga nunca tu voz».
(Tenemos A/Bsit.— Bacc./Aacc.—Bacc./Aacc.—Bacc.-dir. Es
un esquema perfecto de diálogo doble con conclusión consis­
tente en acción y un discurso de la víctima: una maldición al
fuerte mentiroso).
36: ... dicen al lobo: «¿Por qué sigues tras las ovejas?» Les
dijo: «Su olor me resulta excelente». Entonces le llevaron
a la escuela y el maestro le dijo: «Alfa, beta». El lobo
E lem entos orientales en la fábula griega 365

dijo: «Cabrito, cordero». (En esta fábula hay puro diálogo,


sin situación agonal explícita al comienzo; pero el diálogo
es con dos interlocutores y hay una acción intermedia.)

N aturalm ente, no es obligatorio que la fábula term ine con


un «cierre». Así, por ejem plo, en G o rd o n (1959), Col. 2. 69:
La zorra dijo a su mujer: «¡Ven! Aplastemos a la ciudad de Uruk
como si fuera un puerco, atémonos a nuestros pies la ciudad de Ku-
llab como si fuera una sandalia». Cuando estaban a una distancia de
600 GAR de la ciudad, los perros empezaron a aullar. Y todas las es­
clavas de Tummal con el grito «marchaos, marchaos», gritaron ame­
nazadoramente (se entiende que las zorras huyen).

Estas fábulas com plejas son com parables a la del águila y


la serpiente en Etana, im itada com o sabem os por A rquíloco con
una com plejidad no m enor. H ay en el relato acadio, igualmente,
un com ienzo A/Bsit. : am istad del águila y la serpiente, traición
de la prim era. Sigue un diálogo A dir./C dir. entre la serpiente
y el dios Sam as; luego hay Aacc./Bacc. : la serpiente se esconde
en las entrañas de un buey m uerto, el águila acude pese a la
advertencia de sus polluelos (Cadir). Y se concluye con el castigo
del águila, con nuevo diálogo entre la m ism a y Sam as, que no
quiere liberarla del pozo. En sum a:

A /B sit.— A dir./C dir.— A acc./C ídir./B acc.— B dir./C dir.


Podem os decir, en conclusión, que en M esopotam ia encontra­
m os una clara transición entre m otivos de instrucción, proverbios,
símiles y relatos, de una parte, y la fábula, de o tra : tanto fábulas
agonales com o de situación. En la m edida en que conocem os
el m aterial — todavía sin publicar en buena parte— es sobre todo
en época asiría, en el siglo vn, cuando hallam os estructuras más
com parables a las de la fábula griega: ya estructuras que llam aría­
m os clásicas, ya las m ás com plejas de la fábula arcaica. Sin em bargo,
no es una conclusión segura que estas fábulas com plejas no ocurrie­
ran antes, hem os hallado una en la «colección cinco», que es
puram ente sum eria: y es m uchísim o el m aterial sin publicar.
Para nosotros no es dudoso que las fábulas m esopotám icas,
que influyeron en G recia a través de su «m arco» — com o hemos
visto— y su contenido — com o verem os— influyeron tam bién en
la estructura de la fábula griega. Esto se confirm a atendiendo
366 H isto ria de la fá b u la g re co -latin a

a los debates m esopotám icos que hem os enum erado y que pertene­
cen a un género que hem os visto está representado tam bién en
E gipto y en otras literaturas de O riente; en G recia igualm ente.
C ierto que en las colecciones de fábulas griegas los debates tienden
a reducirse a esquem as con dos discursos solam ente.
E n la serie de «disputas», varias recogidas por L am bert y cuya
relación dim os m ás arriba, p. 318, hay que distinguir entre los
enfrentam ientos simples y el de cuatro anim ales en «L a zorra,
el perro, el lobo y el león», com o dijim os ya. T am bién indicam os
que las prim eras constaban de un «m arco» m ítico que, en los
casos en que la «disputa» se conserva m ás com pleja, incluye una
acción inicial que d a origen al debate y una final que lo resuelve
en un sentido u otro. Así, la disputa entre N isaba y el trigo
concluye con el triunfo de esta diosa (¿m ediante un juicio?) y
un him no en su honor. En cuanto a las disputas propiam ente
dichas, lo habitual es que consten de un diálogo com plejo en
que cada personaje d a razones a favor de su preem inencia o poder:
pero tam bién puede_ tratarse de una simple disputa, así en «N isaba
y el trigo» y en «L a zorra, el perro, el lobo y el león». Hay,
así, una transición hacia la fábula agonal.
A hora bien, el debate sobre la superioridad de los dos conten­
dientes es antiguo, porque se encuentra en las dos fábulas egipcias
que ya hem os señalado, la del cuerpo y la cabeza (hacia 1100)
y la del sicom oro y el árbol moringa (siglo x i i i ) . El estado fragm enta­
rio de estos p a p iro s65 no perm ite decidir si había una o varias
intervenciones de cada personaje, pero sí deja ver en la prim era
fábula la existencia de un «m arco»: el pleito se debate ante el
tribunal de los 30, el dios debe descubrir quién tiene la razón
y quién h a com etido falta. Podía, en todo caso, haber varias.
Y podían introducirse varios personajes: así en la fábula sum eria
de la zorra y, tam bién, en la contenida en Jueces IX 8, relativa
al reino de las plantas, que pasó a G recia (H. 293).
L a fábula griega y rom ana, en todo caso, ha tendido a elim inar
el m arco m ítico, reduciéndolo a la sola m ención de la discordia
o debate, y a reducir éste o dos discursos, sean extensos com o
en el debate de Calim aco {Yambo IY) entre el laurel y el olivo,
sean reducidos, com o casi siem pre. Pero hay algunas otras cosas
que deben m encionarse. L a intervención de un m ediador o juez

65 V éase una traducción en E. Brunner-Traut, ob. cit., p. 40 ss.


Elem entos orientales en la fábula griega 367

en la fábula citada de Calim aco, aunque sea un m ediador rechazado


por am bas partes com o tam bién en H. 73 «L os delfines y el gobio»,
es un eco de la antigua presencia de un juicio final, que hemos
visto que se trasluce en el m aterial m esopotám ico y egipcio. Por
o tra parte, en la fábula griega quedan huellas de otro tipo de
final, resto de otro «m arco»: cuando al enfrentam iento sigue una
acción resolutoria. Así en H. 239 II-III « L a caña y el olivo» y
en H. 46 «Boreas y H elios».
En sum a, llegamos a la conclusión de una proxim idad tipológica
entre estos tipos de fábulas. Lo cual es independiente de la fecha
del influjo de estas fábulas orientales en G recia y de la posible
m ultiplicación de las mismas dentro de las colecciones.
Finalm ente, ya hemos dicho que «L a zorra, el perro, el león
y el lobo», aunque tiene elem entos de «disputa» m últiple encuadrada
en un m arco y term inada con una acción cultual, incluyendo diver­
sas situaciones y uno o dos juicios, contiene otros elem entos más,
concretam ente, la superioridad del león y la astucia de la zorra.
Se tra ta ya de una historia com pleja que se ha calificado de épica
anim al y que puede com pararse con la fábula egipcia de los gatos
y tos ratones, con sus varias alternativas: no hay duda de que
subyace u n a im itación paródica de la épica, tan to en un lugar
com o en otro. Pues bien, este mism o carácter entre fabulístico
y épico-paródico es el que hemos encontrado, en G recia, en la
Batracomiomaquia, la lucha de ranas y ratones, que se ha propuesto
que está influida po r la fábula egipcia. H ay, ciertam ente, com o ya
sabem os, la d u d a de si la Batracomiomaquia es una fábula «extendi­
da» (fábula conservada en la Vida de Esopo, com o sabem os) o si, al
contrario, dicha fábula es un derivado del poem a. D e todas m ane­
ras, esta cuestión, que tam bién puede plantearse p ara la «épica ani­
mal» de Sum eria y Egipto, no es la decisiva. Lo decisivo es que ha­
llemos en todos estos lugares un subgénero de literatura anim al que
es, aproxim adam ente, el m ism o; seguram ente, no sin influjo orien­
tal en Grecia.
O tro punto sobre el que hay que llam ar la atención es que
en las colecciones de «proverbios» aparecen no sólo anécdotas
hum anas, sino tam bién cuentos y novelitas : precedente de su presen­
cia en las colecciones griegas e indias. Por ejem plo, en las colecciones
21 y 24 está «El pajauero y su m ujer», de 30 líneas. H em os m enciona­
do algunas otras: «El viejo y la joven», «Los tres boyeros de
A dab», «L a esclava perezosa», «El pobre de N ippur». Y a aparezcan
368 H istoria de la fábula greco-latina

en colecciones o, p ara nosotros al m enos, independientes, pertene­


cen a un mism o género66.

3. Temas fabulísticos y fábulas individuales

La existencia de «m arcos» com unes, de transiciones con géneros


conexos, la com unidad de elem entos estructurales, todo esto hace
m uy verosím il la influencia ejercida por la fábula oriental sobre
la griega. Pero esto se confirm a con coincidencias m uy concretas
relativas a los m otivos de las fábulas y a las fábulas m ism as,
coincidencias algunas de las cuales hem os apuntado ya y sobre
las que vam os a insistir.

a) El mundo animal en la fábula


E n la fábula oriental, igual que en la griega, el m undo anim al
y la actuación de los anim ales están concebidos a escala hum ana.
H ay un reinp de los anim ales, que a veces requiere elección de
un nuevo rey o ve sublevaciones contra el existente; hay una'
jerarq u ía de los anim ales, com o am os y servidores, jerarq u ía que
igualm ente experim enta ataques, defendiéndose el fuerte y tratan d o
el débil por todos los m edios de invertir la situación; hay rivalidades
y guerras entre ellos, tam bién, a veces, colaboración y alianzas.
El león es el rey de los anim ales en la fábula m esopotám ica,
según hem os visto que se deduce de representaciones figuradas
y, sobre todo, de la fábula de la zorra, el perro, el león y el
lobo. Com o indica L a m b e rt67, el león am enaza y aterroriza, nadie
se le enfrenta: tiene la fuerza y el derecho a la vez. Este papel
del león se encuentra repetidas veces en otras fábulas m esopotám i-
cas, aunque no veam os en ellas una institucionalización, si vale
la palabra, del reinado del león com o en la fábula india y la
fábula griega. A unque en éstas puede haber desarrollos posteriores

66 Cf. B. A lster, ob. cit., pp. 90, 94, 117; aquí se encuentra una traducción
de «El viejo y la joven», m ientras que se puede ver una de «L os tres boyeros»
en F alkenstein, IF 60, 1950, p. 114 ss. y otra de «E l pobre de Nippur» en G urney,
An. Sí. 5, 1956, p. 145 ss.·
67 Ob. cit., p. 188. Sobre la caracterización de los anim ales en la literatura sum e-
ria en general, cf. el artículo de G ord on «A n im ais...», citado m ás arriba.
Elem entos orientales en la fábula griega 369

e incluso influencias recíprocas, los orígenes del tem a del reino


del león están, sin duda, en M esopotam ia. Com o están los orígenes
del papel de anim ales com o la zorra y el chacal. En la fábula
sum eria citada, la zorra, acusada por el perro ju n to con el lobo
y acusada por éste tam bién, sabe, sin em bargo, salir de apuros
m ediante m edios astutos. N o tiene inconveniente en adular al león.
Es un anim al astuto y subordinado a los m ás fuertes, jactancioso
y cobarde de o tra parte, seguram ente u n a especie de servidor
del león. En realidad, con esto se recoge el hecho de que la
zorra o el chacal aprovechan los despojos de los anim ales devorados
por otros m ás fuertes, com o el león. C uando en Pop. Sayings,
21 se nos dice que exploró el cam ino del león y luego el del
lobo, para después en trar en la ciudad, de donde el perro la
expulsó, se está diciendo, aproxim adam ente, esto. La presencia de
la zorra ju n to al león caído en una tram p a en Col. 5. 58 tiene segu­
ram ente igual sentido.
D e todas m aneras, en la fábula m esopotám ica, en la m edida
en que la conocem os, no aparece una institucionalización ta n fuerte
com o en la India de la corte del león, con el chacal o los chacales
com o m inistros. N o la hay en Grecia, donde la zorra aparece
ciertam ente ju n to al león y le ayuda a procurarse com ida, pero
otras veces se m antiene a prudente distancia y siem pre se aprovecha ;
adem ás, aparece en relación igualm ente con otros anim ales, de
la m ism a form a que el león tiene, en ciertas fábulas, otros servidores,
tal el asno.
P or o tra parte, el tem a del reino de los anim ales no está siempre
centrado, en la fábula griega, en to rno al león. A parecen elecciones
en que resulta elegido el m ono, en que se presentan el camello
o el grajo, o bien las ranas piden un rey a Zeus. Este panoram a
se parece m ás al de la fábula egipcia en que, com o hemos visto,
diversos anim ales representan el papel del rey y otros diversos,
no sólo el chacal, el del servidor.
Pienso que en este caso tanto la fábula griega com o la egipcia
conservan m otivos antiguos, originales de la fábula m esopotám ica.
D e ella procede tam bién, sin duda, el tem a relativo a la am istad
entre los anim ales y a su ruptura. Lo hem os encontrado en relación
con el del águila y la zorra, tem a m esopotám ico del que hemos
encontrado huellas en la India y en G recia (aquí, ya en fábulas
que lo conservan tal cual, ya en la que, en A rquíloco, sustituye
la serpiente por la zorra); con el del león y el toro y el león
370 H istoria de la fábula greco-latina

y el cam ello, que tanto en la India com o en G recia term inan


con la m uerte de los segundos anim ales; con el del rató n y el
gato en Egipto. Es probable que de Egipto, donde el gato se
dom esticó po r prim era vez, provengan fábulas indias y griegas
en que interviene la m ism a rivalidad; se h a propuesto que incluso
la Batracom iom aquia68 y la fábula del rató n y la com adreja aludida
por A ristófanes. Es característico que la versión egipcia de «El
águila y la zorra» sustituya este anim al por el gato.
P o r o tra parte, el tem a de la ru p tu ra de la am istad y la.traición,
seguida de venganza, aparece m ucho en las fábulas del Ahikar,
que ejemplifican la ingratitud de N ad an p ara con su padre.
De Egipto, procede tam bién seguram ente la introducción del
m ono en el m undo de la fábula. N o sólo aparece aquí com o
danzarín en representaciones de am biente fabulístico, sino que
hace igualm ente este papel en G recia en la fábula de su elección
para rey, ya en A rquíloco. D e o tra parte. la historia del m ono-rey
descubierto aparece en L uciano, Pise. 36 y Ap. 5 con am biente
egipcio y con u n a versión independiente. Es, pienso, un d ato claro
a favor del influjo de la fábula egipcia en Grecia. A rquíloco conoce
tan m al los hábitos del m ono que le hace com er carne.
O tros anim ales del m undo de la fábula son com unes a la
fábula griega con la m esopotám ica, india y egipcia. Así el perro, el
asno, la oveja, la cabra, el toro, el lobo, el caballo (éste en M e­
sopotam ia sólo desde hacia 1500), el elefante (éste no en Egipto)
los patos y otros anim ales acuáticos. A veces no hay coincidencia
estricta con la fábula griega, pero sí la hay en los planteam ientos
generales. H allam os al león devorando al asno o el toro, al perro
com batiendo al lobo y la zorra, a estos anim ales acechando o
devorando a ovejas, cabras, aves en general: todo esto en la fábula
m esopotám ica. Respecto a la India, ya hem os señalado algunos
m otivos paralelos. E n las representaciones egipcias, son notables
los gatos que hacen de pastores de los patos, las zorras de las
cabras, la zorra que toca m úsica para la cabra: es claro que
estas representaciones del m undo al revés acaban con los anim ales
débiles devorados, o bien en ocasiones engañados com o en la
fábula griega (H. 99) del lobo y el cabrito o en la m esopotám ica
del león engañado por la cabra.

68 Cf. S. M orenz, «A egyptische Tierkriege und die B atrachom iom achie» en


Festschrift B. Schweizer, cit. en E. Brunner-Traut, ob. cit., p. 63, n. 354.
Elem entos orientales en la fábula griega 371

Por supuesto, según hemos dicho, ciertos' anim ales son propios
de la fábula de determ inados lugares, aunque luego se hayan exten­
dido desde allí. Así, han entrado en la fábula griega el león,
el elefante, el m ono, el gato y, quizá, el escarabajo (de Egipto).
Pero algunos no han llegado a e n trar porque sólo en la India,
por ejem plo, se han introducido en la fábula: así el tigre. O han
entrado, sin duda, en fecha reciente, así el cocodrilo. Las plantas
se han ad aptado tam bién al am biente botánico griego, com o se
ve com parando las «disputas» m esopotám icas y egipcias con las
de G recia, en que sólo intervienen plantas indígenas.

b) Temas fabulísticos

H em os visto ya algunos tem as fabulísticos: el del anim al


disfrazado rechazado po r aquellos entre los que se introduce,
el del corazón de un anim al com o m edicina (pretexto para su
m uerte), el del anim al pequeño agradecido, el de la «disputa»,
el de los anim ales m úsicos, etc. A lgunos, com o sabem os, se adaptan
a nuevos anim ales o nuevos argum entos de las fábulas. E vitando
en lo posible repetir cosas y sin querer ser com pletos, dejando
de lado adem ás los tem as que acabam os de estudiar del reinado
de los anim ales, sus servidores, sus disputas, etc., analicem os algu­
nos de estos tem as fabulísticos que, presentes en la fábula griega,
se hallan tam bién en la fábula oriental y cuyo origen, las más
veces, está en M esopotam ia. A unque la presencia de un motivo
sólo en G recia y la India hace esto, a veces, dudoso, por las
relaciones directas de que hemos hablado.
1. Tem a de la «disputa». Y a está dicho lo m ás esencial sobre
él, en torn o a las disputas de las plantas, los m iem bros, etc.,
en M esopotam ia, Egipto y Grecia, pero conviene insistir en que
no es solam ente un tem a de fábula helenística (aunque, sin duda,
en esta época se difundió m ucho a partir de Calim aco). N o solam en­
te sabem os que H. 46 «Boreas y Helios» está en un epigram a
de Sófocles en A teneo 604 F, sino que se encuentra tam bién, desa­
rrollado, en com edias de E picarm o (L a Tierra y el M ar, Logos
y Logina), en Pródico (tem a de H eracles, la V irtud y el Vicio),
A ristófanes (debates de los dos logoi en Nubes, de Pobreza y
Riqueza en Pluto, etc.), e tc .69. C iertam ente, hay aquí, una vez

69 Cf. m ás datos en Josifovié, art. cit., col. 28.


372 H istoria de la fábula greco-latina

m ás, una confluencia entre elem entos orientales y otros derivados


de los agones griegos.
2. Tem a de la causa de las cosas. H em os estudiado su papel
en las fábulas etiológicas griegas (cf. p. 162 ss.) y tam bién hem os
aludido a su presencia en la fábula india (causas de la enem istad
de cornejas y lechuzas, III 2, p. 110 ss. H .; los dos planetas que
causan los eclipses, Rice, p. 93) y en la egipcia (enem istad de
gatos y ratones). M e inclino a creer que el tem a tiene origen
m esopotám ico, entre otras cosas porque en K ram er, p. 188, aparece
la fábula de la zorra que pide cuernos a Enlil: tem a este de
los anim ales y plantas que piden a Zeus una cosa que les falta
o intentan de algún m odo que cam bie su naturaleza, que se repite
m ucho en la fábula griega y es esencialm ente etiológico, explica
la m anera de ser de anim ales y plantas po r razones dependientes
de su creación o de los prim eros tiem pos del m undo.
* 3. Tem a de la naturaleza. E stá en conexión con el anterior
y está im plícito, en realidad, en to d a la fábula, en que el anim al
fuerte Se im pone sobre el débil y el que lucha contra la naturaleza,
fracasa. Fábulas m esopotám icas que hem os expuesto hacen ver
que ni el gato puede dejar de robar, ni el lobo de ir detrás de
las ovejas; que es insensato que el m osquito presum a de m olestar
al elefante o el escorpión pique a la roca; que aunque el rabo
del cerdo se haga de siete codos, no podrá com petir con el caballo
(tem a de la ran a y el buey, Bab. 28, F edro I 24); que de nada
le vale a la zorra lograr cuernos ; que es lógico que no se tranquilice
el asno con el saludo del león ni se crean las pequeñas golondrinas
las am ables palabras del gato; que el cerdo es sacrificado y cada
anim al sucum be ante su enemigo tradicional. Sólo en un «m undo
al revés» dejaría el tonto de serlo (A hikar I 62). Por su parte,
las pinturas de «m undo al revés» egipcias en que el gato sirve
al rató n y el lobo y la zorra pastorean anim ales que codician,
no son más que el prólogo, sin duda, del m om ento en que se
vuelven co n tra ellos. Cosas parecidas ocurren en la fábula india
en la relación león/asno (o cam ello), gato/liebres, etc.; sólo por
la intervención divina o po r su astucia se libran la palom a del
halcón, el m ono del cocodrilo. P or o tra parte, es absurdo que
la to rtuga intente volar, acabará por caerse (com o en la fábula
griega); y existe el tem a (tam bién griego, ya lo hemos visto) del
anim al que se hace pasar por o tro con ayuda de una piel u otro
disfraz o se va con otro, con m alos resultados. C laro está, en
Elem entos orientales en la fábula griega 373

la fábula india algunas de estas fábulas que desarrollan el tem a


de la naturaleza pueden venir de fábulas helenísticas, cínicas; sobre
todo, pienso, las que plantean la oposición del anim al terrestre/m ari­
no o m arino/aéreo. En cam bio, creo que es antiguo el tem a
de la naturaleza que va unido con frecuencia a las fábulas de
debate.
4. Tem a del abuso del fuerte. El anim al fuerte, com o decimos,
acaba por devorar al débil, salvo raras excepciones. La form a
más simple es cuando, por ejem plo, en la fábula m esopotám ica
de Ahikar VIII 11 el buey que fue atado al león fue devorado
por éste, en 44 la zorra es perseguida por el perro, etc.; en G ordon
(1958) el perro espera a que el asno salga del agua para devorarlo.
O tras veces, hemos visto, el fuerte da buenas palabras al débil,
tanto en fábulas m esopotám icas com o en otras griegas en que inter­
vienen el lobo y la oveja o el cabrito, o se convierte en su pastor
o protector, así en las representaciones egipcias : todo es puro enga­
ño. Este' engaño está ya estrictam ente descrito en fábulas m eso­
potám icas com o la de la tram pa y el gorrión. E n suma, el fuer­
te no tiene escrúpulo ninguno, lo que se dice ya en la Teodicea Babi-
loni'a, 50 ss. con ejemplos anim ales y hum anos. El débil que in­
tenta engañarle, no suele tener éxito, así la palm era que intenta no
ser cortada ( Ahikar VIII 35). Y en «Los nueve lobos y el décimo»
(K ram er, p. 187) hallam os el prototipo del tem a de «la parte del
león» en F edro I 5 y Babrio 67. Por supuesto, la fábula india confir­
m a este panoram a, com o ya se ha visto: aunque aquí aparece
con frecuencia el tem a del m al m inistro, que es el que enfrenta
al león con el toro, el asno y el camello. Pero no siempre es
así. Cf., por ejemplo, el cangrejo que, con engaños, se va com iendo
uno a uno los peces de una charca I 5, p. 22 ss. H. El prim ero
es el «malo» irreductible, m uerto por el cuervo.
5. Tem a del ingenio que salva al débil. Y, sin em bargo, a
la vez aparece el tem a del débil ingenioso que se salva. Com o
dicen las Instrucciones de Suruppak lo que hay que hacer es no
cargar con un buey dem asiado pesado — es im posible entonces
atravesar el río— ni vivir ju n to a un poderoso. Es el rebaño
que deja huellas el que es víctim a del lobo (A hikar, I 36). D e
aquí que se recom iende la conducta astuta, que a veces tiene
éxito: el perro perseguido por la m angosta se salva m etiéndose
en un tubo dem asiado estrecho para ésta (Pop. Sayings, 32 ss.),
la zorra escapa con argucias de las am enazas del perro y el lobo.
374 H istoria de la fábula greco-latina

la cabra logra engañar al león y librarse de él (G ordon 1958, 55).


N o es cuestión de repetir la relación de fábulas griegas en que
el león o el lobo, sobre todo, son engañados por las argucias
de la zorra o la oveja. Pero sí conviene insistir en que en la
fábula egipcia de alguna m anera logran los ratones, en un prim er
m om ento, hacer prisioneros a los gatos, m ientras que se representa
a la zorra que toca la flauta m ientras baila la cabra, lo que
nos recuerda H. 99, en que el cabrito se salva del lobo haciéndole
igualm ente to car la flauta. R ecuerda tam bién, p o r o tra parte, la
fábula india Pañcatantra, p. 56 Rice, en que la cabra asusta al
león con sus jactancias y logra salvarse: aunque ésta es m ás bien
com parable con la fábula sum eria aludida arriba, en que la cabra
se salva del lobo adulándole al decirle que se llam a «Tú-eres-inteli-
gente» (cf. H. 164, en que la cab ra es dejada libre p o r el lobo
gracias a sus respuestas). P or o tra parte, estas astucias tienen
m ás paralelos en la fábula india. En ella, po r ejemplo, el conejo
logra deshacerse del león haciéndole tirarse a un pozo en el que
supuestam ente va a luchar con otro león, en realidad co n tra su
imagen (I 6, p. 24 ss. H .), los cuervos triunfan de las lechuzas con
estratagem as, etc. A veces, sin em bargo, el tem a puede ser reciente.
6. Tem a del castigo del m alvado. C on cierta incoherencia, la
fábula presenta el castigo del m alvado. Ya vimos que en la Teodicea
Babilonia esta versión aparece al lado de la otra, inm oralista,
según la cual el poderoso se im pone sin más. E sta doctrina da
lugar a anécdotas com o las de Pop. Sayings IV 8 ss., 11 ss. y
a fábulas com o la del águila y la serpiente en Etana y varias
del Ahikar: por ejem plo, la del hom bre que dispara al cielo una
flecha que cae sobre su cabeza. P o r lo dem ás, a veces acusa de
m aldad alguien que es más m alvado todavía (el lobo a la serpiente,
Ahikar V III 27. Cf. P arap h r. 172 Cr.). Inútil citar ejem plos en la
fábula griega: ya hem os visto que existen, aunque son relativam ente
raros. Tam bién los hay en la India, aunque evidentem ente raros
tam bién: es m uerta la serpiente que rom pió la am istad con la
garza traidora (p. 76 ss. R.), el chacal que abusaba de los carneros
(I 3, p. 18 ss. H .), el león de I 6, p. 24 ss. R., el «m alo» de I 15, p á­
gina 51 ss. H ., etc.
7. Tem a de la lam entación. T anto en M esopotam ia com o en
G recia hemos hallado el m odelo en que un anim al o un hom bre
se lam enta en una situación dada.
8. Tem a de la gratitud, incluida la del débil. Y a hem os hablado
Elem entos orientales en la fábula griega 375

del tem a del águila agradecida en G recia y en la India y habría


que añad ir el del rató n agradecido que roe la red en que está
preso el león, tam bién con paralelos indios que hem os visto. A hora
bien, estos m otivos, así com o otros relacionados en p. 341 ss.,
no los encuentro fuera de G recia y la India (el tem a del león
y el rató n en un papiro egipcio pienso que es de origen griego,
confróntese p. 725): pueden ser, a veces, una innovación. Junto a
este tem a del agradecim iento está el del desagradecim iento y el
de la ru p tu ra del ju ram en to o la am istad, éste antiguo, sin duda.
Estos tem as y otros que pudieran añadirse, varios ya m enciona­
dos, y que suelen tener una m enor garantía de antigüedad, parecen
testim oniar un origen com ún, aunque evidentem ente hay confluen­
cias: es decir, reforzam ientos de m otivos indígenas po r influjo
de la fábula extraña. Lo mismo en aspectos m ás generales com o
las respuestas chistosas o satíricas, la crítica, el tem a del m undo
al revés, etc., aspectos en los que no insistimos porque han sido
vistos de pasada m ás de u n a vez. Son, pensam os, datos seguros
para afirm ar al influjo m esopotám ico (y a veces egipcio) sobre
la fábula griega, que es nuestra tesis.
Independientem ente, pues, de las fábulas concretas, los temas
de la fábula m esopotám ica, griega e india presentan una gran com u­
nidad. A p artir de los casos en que hay docum entación en los
tres dom inios, puede considerarse que fábulas de uno de ellos,
sobre todo del indio que es el más difícil de fechar, que aparecen
en los otros dos en form a sem ejante, son probablem ente antiguas.
Y hem os observado, m uy notablem ente, que fábulas que en la
India se hallan fuera del Tanträkhyäyika, en colecciones medievales,
pueden ser antiguas.
H em os hallado, efectivamente, testim oniadas en la India en
fecha tard ía tres fábulas cuya antigüedad está bien testim oniada:
«El m ango y los cam inantes», «El elefante y el m osquito» y «Los
árboles y la caña». Y, aunque sin docum entación directa m esopotá­
m ica, parecen tam bién antiguas fábulas indias relacionadas en p á­
gina 339. Pues es, por ejemplo, antiquísim o el tem a de la serpiente
guard ad o ra de tesoros o los tem as de la verdadera naturaleza
que al final se revela o del pequeño que vence al grande. A unque
la form a concreta de estas fábulas pueda depender a veces, quizá,
de la influencia griega.
376 H istoria de la fábula greco-latina

c) Algunas fábulas concretas


Vamos a concluir dando una relación de fábulas griegas a
las que, con m ayor o m enor verosim ilitud según los casos, se
puede atribuir un origen oriental, m esopotám ico o egipcio en defini­
tiva. Son m ucho m ás num erosas que las dos fábulas del águila
y la zorra y del toro y el m osquito que suelen citarse a este
respecto, y no desde hace m ucho tiem po. Lo que no se puede
garantizar siem pre es la antigüedad del préstam o, cuando la fábula
no aparece en fecha arcaica o clásica: es claro que en época
helenística entraron en Grecia nuevas fábulas orientales, po r ejem­
plo, las dos de Calim aco que repetidam ente hemos citado, y que
posteriorm ente entraron otras más. Es sabido, por ejem plo, que
las hay en B a b rio 70.
Están en prim er térm ino las fábulas griegas de que hay docum en­
tación directa m esopotám ica, independientem ente de que la haya
tam bién egipcia o india. Claro está, no nos referimos a fábulas
conservadas en form a idéntica, sino aproxim ada, con cam bio inclu­
so del anim al o del argum ento, m anteniendo el m otivo principal.
Tenemos (dam os la docum entación abreviada):
A rquíloco, Ep. I ( = H . 1, etc.), «El águila y la zorra». H ay
testim onios m esopotám icos ( Etana) e indios, que hemos señalado,
confróntese p. 319 s. y 337.
A rquíloco, fr. 232 πατρόθεν π ο ρ δη κ ίδα ι testim onia la antigüe­
dad griega de la fábula del m ulo, que se jactab a de su m adre
la yegua y se olvidaba de su padre el asno (luego en Bab. 62, H.
285). Posiblem ente está anticipada por K ram er, p. 193: «¡Oh m ulo!
¿Será tu padre el que va a reconocerte o será tu madre?»
Sófocles, Ant. 710 ss. ( = H . 71, 239, etc.) «Los árboles y el
torrente» o «Los árboles y la .caña» o «La encina y la caña».
Se encuentra un proverbio relacionado en Ahikar II 65 y una
«disputa», cf. G ordon, «N ew Look...», p. 146, cf. tam bién, quizá,
el tem a del arbolito arrastrad o por el torrente en el poem a Gilga-
més, Enkidu y los infiernos en K ram er, p. 269. Cf. tam bién ecos in­
dios, p. 338.
Dem etrio de Falero, «El m acho cabrío y la viña», cf. infra,
página 480, evidentem ente relacionado con «L a gacela y el zum a­
que» en Ahikar V III 4.

70 Cf. B. E. Perry, Babrius and Phaedrus cit., p. L X ss.


Elem entos orientales en la fábula griega 377

Calim aco, Y a m b o II «L a charlatanería de los hom bres», que


hem os relacionado con la historia de por qué los hom bres son
m entirosos en la T eo d icea B a b ilo n ia . Cf. L am bert, p. 89.
C alim aco, Y a m b o IV, Fedro III 17 «El laurel y el olivo» (y
H. 263 «El abeto y la zarza», Synt. 31, A phth. 22 «El olivo y
la higuera»). H em os relacionado estas fábulas con la sum eria del
tam arindo y la palm era y la egipcia del sicóm oro y el árbol m o rin ­
g a 11.
H. 15 a «La zorra y las uvas», es perfectam ente com parable a
«El perro y los dátiles», en C ol. 5. 90 (el perro que no logra com er­
se los dátiles dice: «están amargos»),
H. 38 «El lobo y el aradon> y otras varias fábulas son com para­
bles con A h ik a r V III 36 «El lobo»: este anim al es incapaz de
aprender. C uriosam ente, el paralelo más próxim o, aunque cristiani­
zado, es el de P. 585 lse n g rim u s m o n a c h u s: el lobo, en la escuela,
dice «a g n u s » o c a ries» en vez de « P a te r n o s te r », com o en la fábula
asiría dice «cabrito» o «cordero» en vez de «alfa» «beta».
H. 62 «El labrador y la serpiente» ya dijim os que es estrictam ente
com parable a «El perro del alfarero» en A h ik a r VIII 17.
H. 95 «L a víbora y la lima» desarrolla un tem a idéntico al
de A h ik a r VIII 3 «El escorpión y la roca».
H. 119 «Zeus y el camello» y H. 174 «La com adreja y los
ratones» (anticipada, quizá, en A ristófanes, A v isp a s 1182). Los te­
mas de estas dos fábulas — el cam ello pide cuernos a Zeus y es cas­
tigado, los ratones se ponen cuernos y por su causa pierden la gue­
rra con las com adrejas— parecen unirse en K ram er, p. 188 (la zo­
rra obtiene cuernos de Enlil para, sin duda acabar pidiendo perder­
los).
H. 164 «El lobo y la oveja» ha sido com parada p o r nosotros, pá­
gina 374, con la fábula de G ordon (1958) 5.55 «El león y la cabra»
(una respuesta astuta de ésta la salva) y una fábula india (Rice,
p. 56) entre iguales anim ales, salvándose la cabra con su jactancia.
H. 183 «H erm es y el leñador». Cf. A h ik a r II 70 (hay que dar a
una imagen su parte de un hallazgo).
H. 185 «El cam inante y el plátano» la hemos com parado con

71 Cf. sobre la fábula de Calim aco M . Sicherl, «C uestiones de primacía en


la fábula antigua». A ctas del V Congreso Español d e Estudios Clásicos, Madrid
1978, pp. 249-54.
378 H istoria de la fábula greco-latina

el símil de Ahikar II 28 y la fábula india de los cam inantes y


el m ango, cf. p. 339.
H. 209 «Las palom as de cam po y las dom ésticas» utiliza el
m otivo del cimbel que causa la m uerte de los otros pájaros, igual
que A hikar V III 15.
H. 159«El águila y la tortuga». Cf. p. 338 nuestro razonam iento
a favor de que esta fábula, de que hay huellas tam bién en la
India, es de origen m esopotám ico.
H. 262 «Los leñadores y la encina» desarrolla el m otivo de
la cuña hecha del m ism o árbol que es cortado, igual que A hikar
V III 24, aunque en form a diferente (hay dolor en la fábula griega,
jactancia en la asiría). Q uizá esta fábula haya inspirado la del
m ono atrap ad o al caerse la cuña, la prim era fábula del Pañcatantra.
H. 267 «El m osquito y el león», H. 292 «El león, el elefante
y Prom eteo», tem a del anim al pequeño que puede con el grande:
quizá com parable con el del elefante y el m osquito, cf. supra, p. 339, etc.
H. 297 «El verano y el invierno». Es una de las «disputas»
sum erias, cf. G ord o n , «N ew Look...», p. 145 y K ram er, p. 195 ss.
V arias fábulas del lobo y el cordero, etc. Cf. Col. 8. 16 «El lobo
y la cab ra» .
Bab. 56 «L a m adre del m ono y Zeus», en que la m adre del
m ono cree a su hijo digno de ganar el concurso de belleza organiza­
do por Zeus, es com parable a K ram er, p. 187: Así habló la perra
con orgullo: «T anto si tienen (los cachorros) el pelo leonado com o
m oteado, quiero a mis pequeños.
Bab. 67 «El onagro y el león», F edro I 5 «La vaca, la cabra,
la oveja y el león» presentan el tem a del poderoso que reparte
y se queda con la parte m ás grande, igual que en «Los nueve
lobos y el décim o», cf. supra, p. 373.
Bab. 85 «E l to ro y el m osquito», com o es sabido idéntico a «E l
elefante y el m osquito» en Pop. Sayings IV 50 ss., ya citada.
Paraphr. 173 Cr. y Tetr. II 32 «L a serpiente» presenta a una
serpiente navegando sobre unas zarzas, denostada po r alguien desde
la orilla. Igual en A hikar V III 27, donde ese alguien es el lobo,
que recibe la adecuada respuesta.
Fab. 74 de la colección de Lefèvre (cf. p. 148) «L a tram p a y la
alondra». Perfectam ente com parable a Ahikar VIII 10.
O tras veces es en Egipto donde parece encontrarse el m odelo
de la fábula griega — lo cual no quiere decir que no pueda haber
existido tam bién en M esopotam ia o incluso derivar de allí toda
E lem entos orientales en la fábula griega 379

la tradición— . A unque cuando se tra ta de anim ales propiam ente


egipcios la cosa deja de ser verosímil.
Tenem os las fábulas del m ono, A rquíloco, Ep. VI y V II ( = H.
14, 83), a las que ya hemos atribuido este origen (cf. p. 343).
Igual cosa es verosímil para las del ratón y el gato (H. 79 sobre
todo) o la com adreja (en A ristófanes), tan to si son griegas com o
si son indias; de la fábula egipcia de los gatos y los ratones
puede venir tam bién, decíam os, la Batracomiomaquia. H em os ap u n ­
tado, igualm ente, al posible origen egipcio de las fábulas del escara­
bajo, sobre todo de H. 2, en que aparece luchando con el águila
a la que ni Zeus puede proteger de él.
A parte de estas fábulas, hemos sospechado origen egipcio en
las que presentan una «disputa» entre los m iem bros del cuerpo
(H. 132, Bab. 134), cf. p. 344. Y tam bién parece m uy verosímil
la com paración de la representación egipcia de la cabra danzando
m ientras toca la flauta el lobo con la fábula griega, bien conocida,
H. 99 «El lobo flautista».
C on esto pasam os a aquellas fábulas de las que hay solo docu­
m entación griega e india. Ya sabem os que en este caso las hipótesis
pueden ser varias. C iertam ente, u n a docum entación griega tem pra­
na favorece (aunque no dem uestra) la idea de que la fábula griega
y la india vengan independientem ente de M esopotam ia. Podem os
recordar aquí que éste es el caso del tem a del águila agradecida
(en Estesícoro 103 PM G , A phth. 28 y otra fábula próxim a, H. 199),
de la fábula del halcón y el ruiseñor (palom a en la India) de
H esíodo, de la de «La zorra y el león en A rquíloco, Epodo IV
y de la de «L a zorra, el ciervo y el león» en el mism o autor,
Epodo III.
ISBN : 84-7491-005-6 (V olum en I)
ISBN : 84-7491-004-8 (O bra com pleta)
D epósito legal: M. 40.825-1979

Im prim e H ijos de E. M inuesa, S. L.


R o n d a de T oledo, 2 4 -M a d rid -5

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