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Mapa extraído de: Duby, Georges. (2007) “Altas Histórico Mundial”. (Página 86) Barcelona, España: LARROUSE
- Elegimos como ejes articuladores del desarrollo de este tema el obispado y el
papado debido a que consideramos que en ambos se puede llevar a cabo una
descripción que llegue a todos los aspectos esenciales de la institución eclesiástica
católica, al ser los que definen en esencia su evolución.
Describiremos también los aspectos políticos relacionados con los cambios que la
iglesia a sufrido durante el tiempo establecido entre el siglo IV y el XII, teniendo en
cuenta su intenso relacionamiento con las esferas del poder político de la época,
eligiendo como punto de partida el siglo IV debido a que allí se gestan los hechos
que definen el dogma, además de que allí se produce el triunfo del cristianismo en
Roma, elevándose como la religión oficial del imperio.
“Sólo desde el siglo XII el papado es un papado monárquico, sólo desde entonces el
papa se convierte en el líder religioso de toda la cristiandad católica (...) Pero hasta
bien entrado el siglo XI la situación no era esta: el papa era sólo el obispo de Roma
que tenía sí, una “primacía de honor” (es decir, tenía la palabra decisiva en
cuestiones teológicas), pero no gobernaba la Iglesia. Cada sede episcopal era
soberana, estas sedes estaban coordenadas en metrópolis o archidiócesis, a
menudo decidían las formas de gobierno eclesiástico en asambleas regionales de
varios obispos (concilios o sínodos)...” (Sergi, La idea de Edad Media, p. 95)
“Elegido por el pueblo y por los demás obispos de la provincia, el obispo llegará a
desempeñar un importante papel en el periodo de transición de la Antigüedad al
Medievo. Las funciones del Defensor ávitatis fueron desempeñadas por el
episcopado con bastante frecuencia, con lo que el obispo quedaba convertido en
una espede de protector de los más débiles ante los abusos del poder estatal’. Y —
lo que es más importante— cuando el aparato administrativo romano entró en
descomposición en el Occidente a lo largo del siglo v, los obispos se convirtieron en
los únicos interlocutores válidos entre las poblaciones de ascendencia romana y los
germanos que se fueron asentando en el solar imperial.” (Mitre, E 1995: 47)
“El afianzamiento del primado del obispo de Roma y, por tanto, de la monarquía
como forma de gobierno de la Iglesia, adquirió lo que iban a ser sus perfiles teóricos
permanentes en tiempos de León I en los años 440 a 461. (...) Entre los siglos II-V
los ocupantes de la sede de Roma no se habían distinguido por sus contribuciones
a los debates doctrinales. Sin embargo, durante aquellos mismos tres siglos (...)
habían ido fortaleciendo una cierta jefatura del obispo de Roma dentro de la Iglesia.
(ídem, p. 103-104) “En principio, todos los obispos eran iguales en dignidad y
gobierno pero su fuerza e influencia dependían de su carácter, su formación y,
desde luego, de la riqueza de la diócesis que gestionaban. Esa riqueza, empleada
no sólo en la construcción de templos y el adorno de las liturgias, sino en el
desarrollo de una importante labor asistencial, se incrementó desde el momento en
que una ley del año 434 convirtió a la Iglesia local en heredera de los bienes de los
clérigos que morían sin hacer testamento” (Idem, 103) “El fortalecimiento del
episcopado (obispado) monárquico, que había sido ya fundamentado
doctrinalmente por Cipriano a mediados del siglo III, recibió un impulso decisivo a
partir del concilio de Nicea del año 325. Esta reunión no fue la primera en que la
iglesia empezó a construir un corpus de normas propias, pero sí en la que, por
primera vez, universalizó las que los padres conciliares decidieron. ” (ídem p.102)
“Desde el siglo IV, las decisiones conciliares, casi siempre expresión de la voluntad
del obispo o del arzobispo convocante, vinieron a unirse a las Escrituras, a la
costumbre y a una tradición apostólica, real o apócrifa, para construir las cuatro
principales fuentes de la normativa canónica”. (Ídem, p. 102)
“...ya antes de 313, el obispo de Roma había alcanzado una cierta preeminencia
teórica sobre sus compañeros de episcopado. La primera vía, la doctrinal, se
apoyaba en dos pilares: la doble apostolicidad de la sede romana y la “comisión
petrina”, esto es, el encargo de Cristo a Pedro de “apacentar sus corderos y sus
ovejas”, refrendado por la promesa de que “tú eres Pedro y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia”. La segunda vía, la política, se fundamentaba en la condición de
Roma como capital del Imperio.
Precisamente, cuando, desde 330, la fundación de Constantinopla hizo nacer una
segunda capital imperial, los obispos que ocuparon su sede se empeñaron en
rebajar los fundamentos doctrinales de la hegemonía de su colega de Roma para
utilizar los políticos en su propio beneficio. Según ellos, la capitalidad imperial de
Constantinopla situaba a su patriarca casi (o, para otros, sin casi) en el mismo rango
que el de Roma. El tercer canon del concilio de Constantinopla de 381 proclamaría
que, como “Nueva Roma”, correspondía a Constantinopla (por encima de
Alejandría, Antioquía o Jerusalén) el escalón inmediatamente posterior al de (la
vieja) Roma.
(...) En los setenta años siguientes, las dos sedes (Roma, Constantinopla) siguieron
proporcionando muestras de sus respectivos planteamientos”. (Cortázar, 104)
Por encima del conjunto de los obispos tendió a confirmarse la autoridad de
aquellos que eran titulares de tal dignidad en las antiguas capitales provinciales
romanas. Recibieron el título de metropolitanos y su misión principal estaba en la
vigilancia de los demás obispos de la provincia y en la convocatoria de los sínodos
provinciales. 47’
En efecto, en los siglos de transición al Medievo se va a consolidar una idea que se
topará con una serie de obstáculos: la de la primacía del Pontificado romano. 48’
Su organización, además de utilizar los medios ofrecidos por el imperio romano,
como el uso casi general del latín y el griego, disponía de modelos imperiales
provechosamente imitables, como la división del territorio en circunscripciones.
(Anesa, Noguer, Rizzoli, Larousse (1973). Historia Universal. Cristianismo e
Invasiones)
Esta primacía romana; sin embargo, chocó con diversas oposiciones, ya que si su
sentido honorífico nadie parecía discutirlo, sí en cambio había reservas en admitirlo
en términos absolutos. Los patriarcados orientales, por ejemplo, se consideraban
depositarios de unas tradiciones históricas y teológicas no desdeñables y miraron
siempre con grandes recelos el engrandecimiento de la sede romana (...) 49’
Si la formación religiosa y cultural de los obispos dejaba mucho que desear, fácil
es colegir cómo sería la de los más bajos estratos del clero que ejercían, por lo
general, su ministerio en el ámbito rural. 48’
(...) la existencia de las «cartas de comunión» entre los distintos obispos fue
creando una verdadera red de comunicaciones de la que Roma era el centro y la
difusora. (...) A lo largo de los años siguientes, los obispos romanos aparecieron
como los celosos guardianes de la ortodoxia. (...) En Roma incluso se fallaron en los
primeros siglos cristianos algunas de las disputas doctrinales. 49’
Durante el siglo IV, los factores que habían apoyado la primitiva estructura federal
de la Iglesia habían ido desapareciendo poco a poco, al tiempo que crecía la
oportunidad de pasar a una estructura monárquica. Se admitía generalmente que al
obispo de Roma, en cuanto sucesor del apóstol Pedro, debía serle reconocida una
posición preeminente; pero no se aceptaba con tanta facilidad que esto le confiriese
una supremacía efectiva de índole jurídica y doctrinal sobre toda la Iglesia. El
primado le fue discutido durante mucho tiempo por los obispos orientales y en
particular por los de Constantinopla. Así se fue preparando la separación de las
Iglesias romana y griega, que se consumó en 1054, cuando estalló la antiquísima y
nunca resuelta incompatibilidad política y espiritual entre los mundos latino y
helénico.(Anesa, Noguer, Rizzoli, Larousse (1973). Historia Universal. Cristianismo
e Invasiones)
Definiciones
PAGANO: Para los cristianos son quienes adoran otros dioses o desconocen la
creencia de un Dios único. Estos no eran sus enemigos, sino que se los
consideraba como potenciales creyentes mediante la conversión. (Ej: Indígenas de
América)
Los monjes salieron como misioneros por toda la Europa Occidental hasta el otro
lado del Canal de la Mancha (Inglaterra). Al desarrollarse el monaquismo también se
extendió la cultura cristiana, y creció el prestigio del papa.
Al mismo tiempo, el poder temporal del papado se volvió más formidable. Esto tuvo
lugar de dos maneras: primero porque en el siglo VIII el pueblo de Roma se levantó
y expulsó a los representantes del emperador en Constantinopla y luego organizó su
propio gobierno bajo el mando del papa. La segunda causa del aumento de su
poder temporal fue la alianza que estableció el papa Esteban II con el rey franco
Pipino el Breve contra los invasores lombardos de Italia. Pipino le dio al papado
grandes extensiones de tierra lombarda en el centro de Italia, que iban a llegar a ser
los Estados Pontificios. De esta manera el papa se convirtió en un monarca
soberano.
Durante un tiempo, bajo la protección del emperador (Carlomagno) la iglesia
prosperó. Pero cuando este murió y no pudo proporcionarle la protección que
requería, la iglesia se sumió en un nadir de degradación que fue el más bajo de toda
su historia. A fines del siglo IX, el papado sin las fuerzas materiales para resistir las
fuerzas armadas, se convirtió en un peón en manos de facciones rivales de la
nobleza romana. Luego, los poseedores germánicos del título de Emperador del
Sacro Imperio Romano dominaron a los Papas siempre que pudieron.
Sin embargo, cuando la Iglesia parecía en peligro de disolución emergía un papa
fuerte que defendería los derechos papales de autoridad sobre otros monarcas
soberanos, como por ejemplo el caso de Gregorio VII, en papa reformador elegido
en 1073, que excomulgó al rey alemán Enrirque IV. (Anesa, Noguer, Rizzoli,
Larousse (1973). Historia Universal. Cristianismo e Invasiones)
“Un gran papa del siglo XI, Gregorio VII, se hizo famoso por su conflicto con el el
imperio y con Enrique IV. Pero su operación más lograda fue otra: la de coronar con
éxito la “reforma” de la iglesia, transformándola en una Iglesia centralizada y
monárquica, con la dependencia de Roma de todos los obispos” (Sergi, La idea de
Edad Media, p. 95)
“En apariencia, Enrique IV había triunfado, pero su victoria fue demasiado efímera.
En cambio, Gregorio VII dejó un legado trascendental.
Con él, el papado tomó conciencia de su propia identidad y reivindicó un papel
rector. Dentro de una visión jerárquica, la Iglesia formuló dos aspiraciones
largamente acariciadas: ser independiente en sus propios asuntos (libertas
Ecclesiae) y ser la fuerza moral de la sociedad. Para alcanzar esas metas, Gregorio
VII no tenía otro camino que emprender una reforma para fortalecer su autoridad.
Acometió esa empresa con riesgo y valentía, creyendo en la misión a la que era
llamado por la fe en Jesucristo. Sus últimas palabras así lo atestiguan, al proclamar
un verso del salmo 44 que ponía en boca del más hermoso de los hijos de Adán (del
Mesías): «[...] tú amas la justicia y odias la impiedad». Un salmo que canta
precisamente las bodas del Mesías con su Iglesia, siempre que ésta rompa sus
vínculos con el mal.
A la muerte de Gregorio VII se produjo un momentáneo desconcierto en el partido
reformador, pero pronto la trayectoria de este gran dirigente, que había calado
hondo en su seno, infundiría renovado entusiasmo en el ánimo de sus sucesores. El
primero de ellos fue Desiderio de Montecassino, que, tras superar dudas y
dificultades, aceptó la sucesión el 24 de enero de 1086 con el nombre de Víctor III.
Como su pontificado apenas duró unos meses, los electores designaron a Odón de
Chátillon, obispo de Ostia. El nuevo papa electo, que gobernó la Iglesia como
Urbano II, proseguiría la reforma bajo la inspiración de los ideales gregorianos.
Obraría con mayor habilidad política, poniendo énfasis en la discreción y la
flexibilidad, sin perder por ello de vista la lucha contra los tres grandes males que
aquejaban a la Iglesia. A dichos afanes contribuiría con el gran ascendiente
espiritual que supo despertar en toda la cristiandad, como gran impulsor de la
primera cruzada, en el concilio de Clermont (1095).
Paralelamente a la génesis de las cruzadas, Urbano II no olvidó la reforma. Su
contribución a ella puede centrarse en dos concilios: el de Piacenza, reunido en la
primavera de 1095, donde se declararon invalidadas todas las ordenaciones
simoníacas, y el anteriormente mencionado de Clermont, convocado en otoño de
ese mismo año, que volvió a ratificar los decretos de Gregorio VII y prohibió el
vínculo de vasallaje que obispos y clérigos pudieran hacer con reyes y otras
personalidades seculares. A este respecto, en el año 1099, en su último sínodo en
Roma, dio un paso más al matizar que la excomunión, en caso de investidura laica,
además de afectar al investiente y al investido, recaería asimismo en el obispo que
participase como oficiante en ella. Por otro lado, también se mostró leal seguidor del
papa Gregorio, al insistir y proseguir con el sistema de legados pontificios, que tanto
ayudarían a reforzar la autoridad de la Iglesia.
Esta labor de Urbano II no se hizo con facilidad, ya que los primeros años de su
pontificado estuvieron muy mediatizados por el poder imperial. Enrique IV, que
gobernó dos décadas más que su antiguo oponente, Gregorio VII, obtuvo algunos
éxitos parciales. Éstos fueron logrados en medio de continuas adversidades
políticas, derivadas tanto de su vinculación al antipapa Clemente III como de las
protestas de súbditos alemanes o la hostilidad de ciudades italianas.
Es más, al final del gobierno del papa Urbano su política aperturista consiguió
atraerse a la reforma a algunos obispos alemanes.
Urbano II morirá en 1099, dejando un buen legado y pudiendo celebrar la toma de
Jerusalén por los cruzados como un resonante triunfo de toda la cristiandad.”
(Historia del cristianismo: El mundo medieval, Emilio Mitre (Coordinador), Editorial
Trotta, Universidad de Granada, 2006, páginas 191-194)
FUENTE:
En Documentos Históricos Selectos de la Edad Media, por Ernest F. Henderson (Londres: George
Bell and Sons, 1910), págs. 366-367
BIBLIOGRAFÍA:
-García de Cortázar, José Ángel. (2012) “Historia Religiosa del Occidente Medieval
(Años 313-1464)”. Madrid, España: Ediciones AKAL, S.A.
-García de Cortázar, José Ángel. Sesma Muñoz, José Ángel (2008) “Manual de
Historia Medieval”. Madrid, España: ALIANZA Editorial.
-Historia del cristianismo: El mundo medieval, Emilio Mitre (Coordinador), Editorial
Trotta, Universidad de Granada, 2006
- Mitre, Emilio (1995) “Historia de la Edad Media en Occidente”. Madrid, España:
Ediciones Cátedra S.A.
- Anesa, Noguer, Rizzoli, Larousse (1974) “Historia Universal. Ilustrada a todo color.
Cristianismo e invasiones” Barcelona, Editorial Noguer S.A.