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Que son los manuales de Urbanidad, origen quienes los practicaban

Los manuales de buenas maneras o manuales de urbanidad (siglo XIX)

Los manuales de buenas maneras o manuales de urbanidad, como su nombre lo indica, son
“manuales” que contienen normas sobre el comportamiento que debían tener los hombres y
mujeres en la sociedad. Su principal objetivo era educar a los niños y niñas de clase media o alta
para que al crecer fueran buenos ciudadanos y contribuyeran en la sociedad favorablemente.
Enseñaban cómo actuar, hábitos, maneras, sobre el cuidado personal e incluso la doctrina cristiana.

Los cambios bruscos en el nivel de vida de una sociedad traen consigo el intento de imponer nuevos
cánones de urbanidad y de comportamiento, difundidos en cartillas, catecismos y manuales.
Conocidos en Occidente desde el siglo XVI, proliferaron en siglo XIX. En Colombia, las clases altas, al
incrementar su riqueza e intensificar el comercio con otros países Europeos hacia mediados del siglo
XIX, se preocuparon por mejorar sus codales. Había bastante que aprender, pues con los nuevos
consumos variaron utensilios de mesa y cocina, modas, atuendo, muebles, elementos decorativos
y hasta el sentido del gusto, alterando modales y hábitos de vida. Se tradujeron varios manuales de
urbanidad de Francia, referencia obligada del mundo "civilizado" en tales asuntos, y algunos autores
locales -por lo regular ilustres personajes- redactaron otros, inspirados en los europeos.

El más conocido e influyente fue el Manual de urbanidad y buenas maneras, para uso de la
juventud de ambos sexos, en el cual se encuentran las principales reglas de civilidad y etiqueta que
deben observarse en las diversas situaciones sociales, precedido de un breve tratado sobre los
deberes morales del hombre. Escrito por el músico, pedagogo y diplomático venezolano Manuel
Antonio Carreño, se publicó originalmente por Appleton & Co. de Nueva York en 1854 (la misma
casa que cuatro años después publicaría el tratado de ortografía de José Manuel Marroquín); en
varios países hispanoamericanos circuló en la versión abreviada, redactada en forma de código, con
preceptos breves "...susceptible de encomendarse a la memoria y de grabarse perpetuamente en
el ánimo de los niños". Aún hoy se imprime y reparte en residencias y oficinas. En 1857 la prensa
capitalina comentó el «rápido despacho que ha tenido en nuestras librerías». Enseña los deberes
del individuo con Dios, con la sociedad, consigo mismo y con sus semejantes. Se refiere al aseo, al
comportamiento adecuado en el hogar y en la calle, en el templo, en los establecimientos
educativos y en los viajes. Hay capítulos sobre las visitas, la mesa, el juego y la correspondencia. En
suma, indica "cómo debe comportarse quien quiera que desee obtener el título de persona culta y
distinguida por la finura en el trato de gentes".

Antes del Carreño salieron otros manuales, hoy menos conocidos. El primero parece haber sido del
boyacense Rufino Cuervo, padre del filólogo Rufino José Cuervo. Cuando era gobernador de
Cundinamarca en 1833, escribió Breves nociones de urbanidad, «obra dispuesta en forma de
catecismo para la enseñanza de las señoritas del Colegio de la Merced de Bogotá», primer
establecimiento oficial para señoritas en el país, fundado con su apoyo. Se imprimió en Bogotá en
1836. En 1853 y en 1866 circuló una versión "corregida y aumentada". Por su sencillez, era apto
tanto para «señoritas criadas en salones» como para "modestas aldeanas". Entendida la urbanidad
como "hacer aquellas cosas que quisiéramos se hiciesen con nosotros", en doce lecciones en
preguntas y respuestas, explica las normas del decoro: limpieza, modestia, afabilidad. Recomienda
a las jovencitas bañarse la cara diariamente, y las manos y el cuerpo con tanta frecuencia como sea
posible. Hablar poco y desconfiar de si mismas. La "hora competente" para las visitas en Bogotá era
de once de la mañana a dos de la tarde. Instruye sobre el arte de la conversación, el modo de comer,
el comportamiento en la calle, en los bailes y el uso indispensables de los guantes. El corsé, mejor
evitarlo, pues es "pernicioso para la salud [...] causa indigestiones, desmayos, toses, consunción y
otros males".

Principios de urbanidad, de Pío del Castillo, salió en Bogotá en 1851. Por su parte. Florentino
González, un santandereano, miembro del radicalismo liberal posterior a la Independencia, a su
regreso de estudiar derecho y ciencias económicas en París hizo una traducción libre del Manuel du
savoir-vivre, de Alfred Meilheurat. En 1858 se publicó como Código del buen tono (reeditado en
Medellín, 1883). Considerando que en América española la «ciencia de las buenas maneras» era
precaria, recogió los preceptos "que deben conocer los ciudadanos para hacerse miembros
agradables de las mismas sociedades, y cultivar las relaciones privadas con ese comercio de
atenciones simpáticas que [...] contribuyen a dar a un país la fisonomía de la civilización [...] Contiene
los preceptos de urbanidad y buen tono a que arregla modo de obrar los parisienes bien educados.
Como París es la ciudad mundo civilizado en donde es más general la práctica de esas atenciones
que hacen agradable el trato social, el que observe usos admitidos allí [...] puede estar seguro de
ser tenido en todas partes por hombre urbano y culto".

Quería ayudar a los jóvenes a sortear éxito la timidez, a evitar el ridículo ; extravagancia o que se
convirtiesen "fatuos [...] a la cabeza de la falange de impertinentes". Sobre la compostura personal
los exorta así: «Cortad, pues esas barbas que descienden sobre vuestro; pecho, no dejéis crecer
vuestros cabe mas allá de la oreja; cuidad de que vuestras uñas no estén de luto, ni tan largas que
hagan parecer vuestras manos a las de un muñeco chino..." hombre de buen tono no baila sino con
guantes blancos. En cuanto al bello sexo, su toilette podía absorber una tercera parte del día. "A la
señora el lujo, a las señorita los adornos modestos". En la correspondencia, "escribir en una sola
hoja es de mal tono, la carta más insignificante exige una hoja doble".

En Antioquia, según Manuel Uribe Angel, a mediados siglo XIX Ios modales de gente del pueblo eran
"por lo general duros e incultos". En esa época el manual de Carreño, catecismo del padre Astete y
la ortografía de Marroquín usaron en las escuelas y colegios de ambos sexos. En 1870 . presidente
del Estado, Pedro Justo Berrío, enseñaba urbanidad en la nueva Escuela de Artes y Oficios de
Medellín. La urbanidad también se impartía fuera de las aulas. En sesiones de la Sociedad de Amigos
de la Moral y la Educación creada en Andes en 1863, el fundador del pueblo, Pedro Antonio Restrepo
Escovar, dictaba clases de urbanidad, moral y aritmética los sábados por la mañana. Dos años
después ofrece charlas dominicales sobre urbanidad en Itagüí, Envigado Medellín, y luego en el
seminario de Medellín. No fue un caso aislado. La Sociedad del Progreso Literario establecida en
1871 en Itagüí brindaba enseñanza gratuita de religión, ortografía y urbanidad al "bello sexo".

José Manuel Marroquín, escritor bogotano y presidente de la República entre 1900 y 1904, escribió
Lecciones de urbanidad acomodadas a las costumbres colombianas. La edición original es de 1886
y fue presentada por el embajador de Chile José Antonio Soffia. Compendia las normas del "mundo
civilizado" inspiradas en Lord Chesterfield "sin su utilitarista egoismo" en Madame de Sevigné "sin
el dejo de indignidad", en un Urcullo, y en Carreño "sin su ceremoniosa afectación". Los temas no
varían, pero si el tono: directo, práctico, minucioso. Algunos preceptos son elementales: no sonarse
estrepitosamente, no rascarse por dentro las orejas, las personas decentes hacen sus necesidades
corporales "en el sitio indicado". Otros suenan hoy risibles, por obsoletos o innecesarios: delante de
las señoras no se hable de "caballos, estudios, armas y leyes", y no es correcto andar por la casa "en
camisa, sin el saco y la corbata". De ruanas y alpargatas no habla.

El Código de máximas y preceptos de moral, virtud y urbanidad para instrucción, uso y provecho de
mis adoradas hijas, de Manuel María Zaldúa, inicialmente para uso privado, se imprimió en Bogotá
en 1891 a instancias de sus amigos. En prosa corrida, las motivaciones religiosas predominan sobre
las instrucciones prácticas. Cuatro años más tarde, en Pasto, Lucio Milcíades Chaves, maestro de la
Escuela Superior e inspector provincial de Instrucción Pública, escribió Elementos de educación o
sea moral, higiene, urbanidad y economía doméstica (tercera edición, Bogotá, 1899). Soledad
Acosta de Samper y José Manuel Marroquín lo recomendaron a maestros y padres de familia. En
breves capítulos expone los preceptos religiosos e instrucciones sobre higiene, manejo de criados,
aseo, vestidos y puntualidad.

El Savoir-vivre o código del buen tono extractado de los más autorizados maestros y adaptado a
nuestro país con reglas y observaciones originales por una dama colombiana apareció en 1913,
también en Bogotá. Su autora, anónima, retomó usos y maneras de la hidalguía española, la
«cortesanía» francesa, la rigurosa etiqueta inglesa y la galantería italiana para elaborar "...este
librejo [...] un vademécum del hombre de mundo, de la gran señora, de la muchacha casadera, de
la madre de familia, del joven que entra en sociedad, del rico, del pobre..." Es una guía de cómo
comportarse para ambos sexos, que cubre niñez, primera comunión, boda, saludos, recibos, bailes.
Hay preceptos para los conciertos, ventas de caridad, tarjetas, correspondencia, iglesia, almacenes,
carruajes, salones, casa, calle, club. Las faltas graves al buen tono producen "Suicidios a montones,
casos de locura repentina [...] cerradura de puerta en las narices, devoluciones de argollas [...]" Al
igual que Florentino González, pero en tono frivolo, el manual alude a costumbres, modas o
recepciones que poca ocasión tenían de praticar quienes no pertenecieran a la alta sociedad.

Los recetarios de modales hacían parte del afán de civilización que hubo en el país, con particular
fuerza en Antioquia, que desde el último cuarto del siglo pasado iba a la cabeza en logros educativos
y que, al cambiar el siglo, encabezó la modernización económica. Medellín, al pasar de pueblo a
centro fabril, atrajo trabajadores de sitios aledaños y una oleada de ricos pueblerinos y estudiantes
enviados por sus familias a la Escuela de Minas o a la Universidad de Antioquia. Para ellos, por
encima del origen social, el buen tono era una marca de la gente decente. Los modales, una manera
de mejorar la posición social. Con razón Carrasquilla afirma en su novela Grandeza (1910): "Más
valorada que la familia, aún más que el dinero, eran el buen porte, el buen gusto, el buen trato".
Proliferaron manuales, cartillas, catecismos y códigos de urbanidad, economía doméstica,
puericultura, higiene y temperancia, todos ampliamente divulgados. En esos años de orgullo y
optimismo, lo tradicional y lo campesino se tildó de "cursi", "ñapango" y "mazamorrón". Ligia Cruz,
un personaje de Carrasquilla, recién llegada de Segovia fue reprendida por llamar "madrina" a doña
Emesia, pues "aquí no se usan esas familiaridades tan vulgares de los pueblos..." La ansiedad de dar
con el "buen tono" llevó a más de un riquito puebleño a acicalarse en demasía. Eso les pasó a
Francisco de Paula Renden y a Tomás Carrasquilla cuando llegaron de Santodomingo a estudiar en
la Universidad de Antioquia. Antonio José "Ñito" Restrepo recuerda que sus compañeros se
burlaban de ellos por "pepitos", "cachacos" y "filipichines". Años más tarde, el periódico satírico
Sancho Panza comentó: "No hay mayores metepatistas que algunos estudiantes de poblaciones,
hijos de mayordomos acaudalados o cuando más de un boticario almacenista analfabeta. No han
caído en esta ciudad y ya se creen unos señores meritísimos, muy chic e irresistibles..."

El geólogo Tulio Ospina Vásquez, de prominente familia antioqueña, rector de la Universidad de


Antioquia y de la Escuela de Minas, al ver que "muchas personas se elevan a posiciones que
requieren más cultura y urbanidad de las que correspondía al medio donde crecieron", publicó su
Protocolo hispanoamericano de urbanidad y buen tono en 1910. Descartó las complicaciones de la
etiqueta francesa, y prefirió las reglas básicas de la civilidad, útiles en una sociedad que valoraba el
trabajo productivo y sin herederos ociosos. Su propósito era instruir a los lectores en "materia de
cultura", pues «suavizar las costumbres es contribuir a la felicidad, educar es civilizar». Insistía en
que "no es esencial ser rico para pasar por educado y pertenecer a la buena sociedad". Describe el
arreglo de la casa, el manejo de los criados, la mesa, disposición de las comidas, aseo, bailes, visitas,
cabalgatas, juego, cortejo y boda, restaurantes y cafés, teatro, viajes a caballo y en tren, hoteles y
restaurantes, uso del tabaco, del chicle y el teléfono, las visitas a enfermos, los regalos, los maestros,
las cartas, el templo y los niños. Incluye observaciones especiales para las mujeres, más obligadas
que los hombres a ser cultas, discretas y modestas. Les sugiere no ser sabiendas. Su libro tuvo tan
buena acogida, que se usó de texto en la Escuela de Minas. Gabriel Cano evoca al autor en charlas
sabatinas en el aula máxima de la Universidad, empeñado en "inculcarle a un grupo arisco de
muchachos provincianos [...] los principios esenciales de instrucción cívica, desde el servicio militar
obligatorio [...], las normas elementales de la educación social, desde el modo y la ocasión de vestir
un frac y de usar una corbata blanca o negra, hasta la manera de sentarse a una mesa y de emplear
en ella el cuchillo, el tenedor y la cuchara..." La tarea no era fácil. El alcalde de Medellín en una
conferencia afirmó: "Vengo a lamentar, a deplorar, a dolerme de cuanto nos falta en civilidad y
cultura [...] Es preciso confesar [...] que somos de una sincultura abrumadora [...] somos
eminentemente dañinos [...] Lo que más y mejor nos distingue es el convencimiento íntimo [...] de
que todas las cosas han sido ideadas [...] para uso de cada uno [...] con exclusión absoluta de los
otros".

El buen ciudadano. Manual de cívica y urbanidad, de Argemira Sánchez de Mejía, fue la obra
ganadora en un concurso convocado por la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín en 1935 para
texto escolar. Repasa los deberes sagrados de hombres y mujeres, hijos y padres de familia,
estudiantes, patrones y subalternos. Se ocupa de los derechos de los ciudadanos, en lo que hoy se
hace tanto énfasis. Los manuales de urbanidad se centraban en los deberes, es decir, en lo que el
individuo le debe a la sociedad. En 1958, la escritora Sofía Ospina de Navarro publicó en Medellín
Don de gentes "comprimidos de cultura social".

El pénsum oficial a mediados del presente siglo dedicaba una hora semanal a la enseñanza de
urbanidad en primaria y secundaria. Entre los textos memorizados por generaciones de alumnos
figuran la Cartilla moderna de urbanidad para niños y la Cartilla moderna de urbanidad para niñas
(décimo séptima edición, Bogotá, Voluntad, 1964), en breves preguntas y respuestas con
ilustraciones que contraponen la conducta «bien educada» con la «mal educada». Por la misma
época la Procuraduría de los Hermanos, en Medellín, distribuyó El niño culto, del hermano cristiano
Estanislao Luis, aconsejado para primaria por el arzobispo de Medellín Tulio Botero Salazar. En
Girardot, en su Tratado de urbanidad, la maestra Rebeca Aguilar puso en versos elementales las
reglas para el trato social: «La urbanidad es la guía / del hombre en la sociedad», pues «quien no
quiere a los demás / no puede hacerse querer»; describe el comportamiento en las diferentes
escenas de la vida diaria, por ejemplo, el comedor, donde tanto se notan los modales: "Toma en la
mano derecha /con suavidad el cuchillo / no cual si fuera rastrillo / y quisieras abrir brecha, / En la
izquierda has de tomar / con cuidado el tenedor / no cual si fuera asador / o instrumento de cavar".

Hoy, los roces producidos por la estrecha convivencia en las ciudades reviven las campañas de
civismo y urbanidad. En 1986 se publicó en Bogotá Cómo comportamos. Manual de urbanidad de
Eduardo Lemaitre, ilustrado por Javier Covo, y en Medellín la Guía alegre de la urbanidad (1994),
auspiciada por la Asamblea Departamental de Antioquia. Basadas en Carreño, traen nuevos
preceptos sobre el uso apropiado de equipos de sonido y de televisión en conjuntos residenciales,
el respeto a las filas en cajeros y supermercados, y otras situaciones de la vida actual.

http://www.banrepcultural.org/biblioteca-virtual/credencial-historia/numero-85/cartillas-y-
manuales-de-urbanidad-y-del-buen-tono

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