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DEBERES Y DERECHOS QUE NACEN DEL MATRIMONIO1

1. Obligaciones recíprocas de los cónyuges


a. El deber de cohabitación. Al estudiar los fines del
matrimonio, se dijo que eran dos principales: la procreación y
educación de la prole, y la plena comunidad de vida conyugal.
De esto se desprende que, aparte del deber de alimentar y
educar a los hijos, existe el de facilitar el logro de la plena
comunidad espiritual y material de vida entre los cónyuges. Bien
es cierto que el deber de fidelidad tiende a conseguir este último
objetivo; pero la ley considera que por sí solo no es suficiente,
sino que se precisa la cohabitación o vida común de marido y
mujer2.
El artículo 289 del texto sustantivo establece que “es deber
de ambos cónyuges hacer vida común en el domicilio conyugal”; y
el artículo 290 agrega que compete a ambos cónyuges fijar y
mudar el domicilio de la familia.
Cuestión es ésta –la de fijar y mudar el domicilio conyugal-
en que el nuevo Código ha introducido, a tono con la Constitución
de 1979-80 y recogiendo también en esto la tesis del ponente,
importantes cambios respecto del derogado.
En efecto, el Código de 1936 preceptuaba al respecto que
“al marido compete fijar y mudar el domicilio de la familia. La
mujer no está obligada a aceptar la decisión del marido cuando
ésta constituye un abuso de su derecho” (artículos 162 y 163).
Era éste, sin duda, uno de los efectos más notorios de la
todavía existente, aunque no llamada, potestad marital, del cual
fluían consecuencias tales como la de constituir a la mujer en

1
CORNEJO CHÁVEZ, Héctor. “Derecho Familiar Peruano”. Décima Edición Abril 1999. Gaceta Jurídica
Editores. Págs. 233-251
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La vida común no sólo importa la cohabitación bajo el mismo techo, por lo cual el marido no puede
arrojar a la mujer de la casa conyugal, ni ésta quejarse de violación de domicilio cuando el marido
pretende forzar su puerta, sino que cada esposo está obligado a cumplir con respecto al otro el débito
conyugal. De aquí que en ciertos países, como Francia, el rechazo injustificado y sistemático de mantener
relaciones sexuales constituye una injuria grave y puede originar una demanda de divorcio, de
separación de cuerpos o de indemnización pecuniaria.
(En CORNEJO CHÁVEZ, Héctor. “Derecho Familiar Peruano”. Décima Edición Abril 1999. Gaceta Jurídica
Editores. Pág. 238)
abandonante si, negándose a seguir a su marido, permanecía en
el lugar que hasta el momento había sido el domicilio común, a
menos que probase el abuso del derecho por el marido.
Proclamado por la nueva Constitución el principio de la
igualdad del varón y la mujer ante la ley, será preciso, de hoy en
adelante, que ambos cónyuges se pongan de acuerdo para
adoptar una decisión que a ambos afecte por igual.
Pero si el deber de fidelidad es inflexible, en cuanto no
admite excepción legal alguna, no sucede lo mismo con el de
cohabitación.
a) En efecto, puede ocurrir que la cohabitación ponga en
grave peligro la vida, la salud o el honor de cualquiera de los
cónyuges, o la actividad económica de la que dependa el
sostenimiento de la familia. En tales supuestos, cuya generalidad
permite al juez un ancho campo de apreciación, puede éste
suspender el deber de cohabitación (artículo 289).
Con esta fórmula se ha cubierto aquellas situaciones en
que el mantenimiento de la vida en común significaría un riesgo
excesivo y probablemente un sacrificio inútil. Los casos de
ponerse en peligro la vida o la salud, como ocurriría, entre otros
supuestos, en el de enfermedad contagiosa o en el de
circunstancias externas que entrañen riesgo grave y tal vez
inminente para las personas, se justifican por sí mismos; y se
justifica, también, que el legislador haya preferido utilizar aquella
fórmula genérica en vez de imaginar supuestos específicos.
Mayor campo de apreciación subjetiva abre la hipótesis de
ponerse en grave riesgo el honor de uno de los cónyuges; y
dentro del enunciado global de la ley, suspender la cohabitación,
sin confundir la noción del honor con las de prejuicios que a veces
pueden esconderse tras aquel nombre. En cuanto al caso de
ponerse en peligro grave la actividad económica de la que cual
depende precisamente el sostenimiento del hogar, la fórmula del
nuevo Código es, sin duda, más adecuada que la del derogado
que aludía a “los negocios de cualquiera de los cónyuges”,
enunciado que literalmente podía posponer el cumplimiento de un
deber esencial al matrimonio ante apetencias puramente
crematísticas.
Corrige, asimismo, el nuevo Código el vacío del anterior,
que no exigía, al menos directamente, resolución judicial
autoritativa de la suspensión del deber de los cónyuges de hacer
vida común.
b) Examinado el deber de cohabitación desde otro punto
de vista, se pone también de manifiesto la menor severidad con
que, en relación a la fidelidad, lo regula la ley.
En efecto, la obligación de hacer vida común no dura
necesariamente, como ocurre con el deber de fidelidad, mientras
subsista el vínculo matrimonial ya que, además de los supuestos
examinados, hay otros en que por disposición permisiva del juez
o por mandato de la ley3 cesa ese deber sin que haya
desaparecido el matrimonio.
Ahora bien, en este orden de ideas se suscita el problema
de saber si los cónyuges pueden por propia decisión y de mutuo
acuerdo poner fin al deber de cohabitación.
Dada la naturaleza del matrimonio, que no es sólo un
contrato, sino una institución cuyos efectos jurídicos son a la vez
contractuales y legales, ningún convenio puede establecer
válidamente entre marido y mujer una separación de hecho.
Por lo tanto, si los cónyuges establecen de común acuerdo
una separación de vida, tal convenio carece enteramente de valor
jurídico, y cualquiera de cónyuges puede exigir cuando lo desee
la reanudación de la vida en común. Por el mismo motivo, si en el
acuerdo privado se estableció la obligación de uno de los
cónyuges de suministrar una pensión alimenticia al otro, aquél
puede exonerarse de esa seudoobligación convencional
allanándose al inmediato cumplimiento por parte del otro, de la
obligación en estudio.

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Art. 332 CC.: “La separación de cuerpos suspende los deberes relativos al lecho y habitación… dejando
subsistente el vínculo matrimonial”.
El antiguo Derecho admitió a este respecto la más drástica
de las medidas posibles: el empleo de la fuerza pública con el
objeto, según el caso, de restituir la mujer al domicilio de su
marido, o de obligar a éste a recibir a aquella forzando la puerta
de la habitación. Como es notorio, la mujer que abandonaba al
marido estaba sujeta, dentro de este procedimiento, a una medida
más brutal que la que se aplicaba al marido que hacía abandono
de su mujer.
Posteriormente, el principio de la libertad individual, que la
Revolución Francesa exacerbó, opuso enérgicos reparos al
susodicho empleo de la fuerza pública; pero, en atención a que el
matrimonio constituye justamente un encadenamiento de la
libertad individual, siguió aplicándose ese medio en muchos
países hasta entrado ya el presente siglo, sobre todo –por la
menor brutalidad del arbitrio usado- cuando era el marido quien
abandonaba a la mujer.
El Derecho moderno tiene decididamente a reemplazar el
empleo de la fuerza –que, además de repugnar a la sensibilidad,
es ineficaz, porque conduce a un restablecimiento sólo aparente
de la cohabitación o exige una reiteración constante y por ello
impracticable- con otras medidas compensatorias y coercitivas,
tales como el divorcio, la separación de cuerpos, el pago de una
indemnización por los daños y perjuicios materiales y morales, la
aplicación de astreintes (o condena al pago de una suma a tanto
por día por el cónyuge culpable hasta forzarlo a cumplir el deber
de cohabitación), el embargo o retención de la rentas del cónyuge
ofensor, la privación de la pensión alimenticia o la pérdida de los
gananciales provenientes de la época del abandono. La elección
de una o más medidas de las que se deja mencionadas guarda
íntima y necesaria relación con el régimen patrimonial que cada
legislación adopta para el matrimonio.
El Código nacional, siguiendo la tendencia moderna,
garantiza el cumplimiento del deber conyugal de cohabitación
mediante las disposiciones contenidas en los artículos 291, 324,
333, 5º y 3494, aparte de la presión que indirectamente puede el
cónyuge abandonado ejercitar sobre el ofensor a través de la
acción alimentaria.

b. El deber de asistencia. La obligación de hacer vida


común, no obstante implicar la del débito conyugal como se ha
dicho, no agota su fin en sí misma, porque es claro que el
cumplimiento de la función procreadora y la comunidad material u
ostensible de habitación no pueden, por sí solas, constituir todo el
contenido del matrimonio. Este, en efecto, no tiene como único
objetivo asegurar la perpetuación de la especie, sino crear y
mantener una plena comunidad de vida entre los cónyuges. La
cohabitación material, esto es, la circunstancia de vivir bajo el
mismo techo, no es más que uno de los medios capaces de
facilitar esta última finalidad, de conducir a una compenetración
integral que, haciendo partícipes a los cónyuges de los mismos
afanes e ideales, los alíe frente a las ocurrencias adversas o
venturosas de la vida cotidiana. Sin esta característica
fundamental, el matrimonio perdería su carácter ético y quedaría
reducido a una asociación sexual poco más que zoológica, y la
comunidad visible o material del techo no sería, sin el contenido
de una plena comunión espiritual, otra cosa que una mera
apariencia hueca, inútil y aun inoportuna.
La importancia de esta comunidad moral ha inducido al
legislador a consagrarla como un deber jurídico, aunque su pleno
cumplimiento no puede ser consecuencia de la observancia de

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Art. 291 in fine: “Cesa la obligación de uno de los cónyuges de alimentar al otro cuando éste abandona
la casa conyugal sin justa causa y rehúsa volver a ella. En este caso el juez puede, según las
circunstancias, ordenar el embargo parcial de las rentas del abandonante en beneficio del cónyuge
inocente y de los hijos. El mandamiento de embargo queda sin efecto cuando lo soliciten ambos
cónyuges”.
Art. 324: “En caso de separación de hecho, el cónyuge culpable pierde el derecho a gananciales
proporcionalmente a la duración de la separación”.
Art.333, 5º: “Son causas de separación de cuerpos:… 5º. El abandono injustificado de la casa conyugal
por más de dos años continuos o cuando la duración sumada de los periodos de abandono exceda a este
plazo”.
Art.349: “Puede demandarse el divorcio por las causales señaladas en el Art. 333… Inc. 5º”.
una fría regla legal, sino el resultado de un profundo sentimiento
de comprensión y afecto mutuos.
“Los cónyuges se deben recíprocamente… asistencia”
establece el artículo 288 CC., subentendiendo con esta
denominación todo aquel cúmulo de actos de auxilio y ayuda que
cada uno de los cónyuges debe al otro. Dichos actos no pueden
ser enumerados en la ley, pero no son por ello menos esenciales.

1. ATRIBUCIONES COMUNES DEL MARIDO Y DE LA MUJER NACIDAS DE


LOS DEBERES Y DERECHOS DEL MATRIMONIO5

“En la sociedad conyugal, como en toda sociedad, -dicen Planiol y


Ripert-, es necesario que haya unidad de dirección”.
A efecto de asegurar esta unidad, el Derecho confirió tradicionalmente al
marido una serie de facultades, que no siempre fueron ejercitadas en
procura del beneficio común y a las que se llamó con el nombre de potestad
marital.
A este conjunto de derechos propios del marido correspondía en el
Derecho clásico una posición enteramente subordinada de la mujer; y esta
desigualdad, consagrada por una práctica de siglos, persistió, pese a los
postulados igualitarios de la Revolución Francesa y a los esfuerzos de
Laurent, en el Código napoleónico y en todos aquéllos que tan
prolongadamente experimentaron la influencia de éste. “La mujer debe
pertenecer en cuerpo y alma a su marido”, afirmaba el Primer Cónsul en el
curso de sus decisivas intervenciones en el seno de la comisión
codificadora, sin agregar, como contrapartida necesaria, no ya la
correspondencia de semejante entrega, sino ni siquiera la supeditación del
marido a los comunes intereses de la sociedad conyugal.
Posteriormente, el movimiento feminista no ha dejado de combatir la
potestad marital como un rezago de superadas concepciones jurídicas, y de
exigir, como quería Laurent, que la ley trate al varón y a la mujer en el
mismo pie de igualdad.

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CORNEJO CHÁVEZ, Héctor. “Derecho Familiar Peruano”. Décima Edición Abril 1999. Gaceta Jurídica
Editores. Págs. 241-251
La posición adoptada modernamente por la ley mexicana 6 puede
considerarse como un índice de esta nueva concepción.
El Código de 1936, atenuando considerablemente el contenido de la
antigua potestad marital, la mantuvo, sin embargo, en esta materia: al
marido, según ella, le correspondía la jefatura y dirección del hogar; y, por
tanto, las atribuciones de fijar y mudar el domicilio común, de decidir las
cuestiones referentes a la economía del hogar, de autorizar o no a la mujer
el ejercicio de cualquiera actividad lucrativa fuera del hogar, y la
representación de éste frente a terceros; además de imponer a la mujer la
obligación de agregar a su apellido el de su marido. Correlativamente, y
como contrapeso equitativo de este cúmulo de atribuciones, hacía también
recaer sobre el marido la obligación de proporcionar a la mujer, y en general
a la familia, todo lo necesario para su sustento, según sus facultades y
situación.
Paralelamente, el Código encargaba a la mujer la atribución de ocuparse
personalmente de los quehaceres domésticos, si bien la extendía a la
representación del hogar frente a terceros para los actos de la vida ordinaria
o cotidiana; le encomendaba el deber de ayudar y aconsejar a su marido, y
le reconocía la facultad de dedicarse al ejercicio de actividades lucrativas
fuera del hogar siempre que contase para ello con la autorización de su
marido o con la licencia judicial supletoria.
En definitiva, esta concepción de las atribuciones de uno y otro cónyuge
se fundaba en la idea de que, sea por razón de las aptitudes propias de su
sexo y/o en virtud de la tradición y las costumbres de uso, corresponde al
varón, de un lado, la dirección del hogar y, de otro, la obligación de
sostenerlo con el producto de su trabajo lucrativo; y que, por semejantes
consideraciones, a la mujer le compete ocuparse de las labores domésticas
y la formación de los hijos.

6
“El marido y la mujer tendrán en el hogar autoridad y consideraciones iguales; por lo tanto, de común
acuerdo arreglarán todo lo relativo a la educación y establecimiento de los hijos y a la administración de
los bienes que a éstos pertenezcan. En caso de que el marido y la mujer no estuvieran conformes sobre
alguno de los puntos indicados, el juez en lo civil correspondiente procurará avenirlos y si no lo lograra
resolverá sin forma de juicio lo que fuere más conveniente a los intereses de los hijos” (Art. 167).
(En CORNEJO CHÁVEZ, Héctor. “Derecho Familiar Peruano”. Décima Edición Abril 1999. Gaceta Jurídica
Editores. Pág. 242)
Aunque tradicional esta concepción en los hábitos sociales, al menos en
ciertos estratos de la sociedad peruana, el nuevo Código ha debido
implementar la norma constitucional que proclama la igualada del varón y la
mujer ante la ley y modificar, en consecuencia, la regulación antes
sintetizada.
“Ambos cónyuges –dice el artículo 290- tienen el deber y el derecho de
participar en el gobierno del hogar y de cooperar al mejor desenvolvimiento
del mismo.- A ambos compete, igualmente, fijar y mudar el domicilio
conyugal y decidir las cuestiones referentes a la economía del hogar”. “La
representación de la sociedad conyugal es ejercida conjuntamente por los
cónyuges” añade la primera parte del artículo 292 introducido por la Primera
Disposición Modificatoria del Texto Único Ordenado del Decreto Legislativo
Nº 768 – Código Procesal Civil, aprobado por Resolución Ministerial Nº 010-
93-JUS del 08 de enero de 1993, el cual, en su segundo y tercer párrafos
preceptúa que “Para las necesidades ordinarias del hogar y actos de
administración y conservación, la sociedad es representada indistintamente
por cualquiera de los cónyuges. Si cualquiera de los cónyuges abusa de los
derechos a que se refiere este artículo, el Juez de Paz Letrado puede
limitárselo en todo o parte. La pretensión se tramita como proceso
abreviado”.
Atendiendo, sin embargo, a la subsistencia, seguramente por mucho
tiempo más, de arraigados hábitos en contrario, así como a la necesidad de
dar fluidez a la vida conyugal en sus relaciones con terceros, el mismo
artículo 292 permite que cualquiera de los cónyuges dé poder al otro para
que ejerza solo la representación de la sociedad de manera total o parcial.
Excepción hecha de determinados sectores de la sociedad peruana,
principalmente pertenecientes a las clases medias urbanas, el trabajo de
ambos cónyuges para el sostenimiento del hogar es práctica arraigada en
los estratos más humildes, tanto en el campo como en los sectores
marginados de los centros urbanos importantes; mas en la generalidad de
ellos, la mujer asume el cuidado y manejo domésticos del hogar común.
Limitados núcleos feministas y algunos segmentos profesionales, en
cambio, combaten o resisten la idea de “recluir” a la mujer en el interior del
hogar, consideran que en ello radica una de las causas principales del papel
secundario que cumple la mujer en los campos económico, cultural y social,
y ven en la “emancipación” de la mujer y su presencia activa en todos los
campos hasta hoy reservados al varón el principal objetivo de sus
esfuerzos.
Desde nuestro punto de vista (dice Cornejo Chávez), compartiendo la
apreciación de que la mujer ha sido con frecuencia relegada a una situación
inferior a la del varón, así como la justicia y la conveniencia de superar tal
estado de cosas, no hacemos nuestras (sigue diciendo) algunas
generalizadas opiniones acerca del trabajo doméstico de la mujer en su
propio significado profundo y en comparación con las tareas lucrativas del
varón.7
En ninguna época se ha valorado tanto como ahora, ni con tan sólidas
razones, el trabajo productivo, esto es, la aplicación del esfuerzo humano a
la producción de bienes y servicios. Con su trabajo en la empresa
productiva, el ser humano ejerce sobre el mundo el señoría a que está
naturalmente llamado, usa de los bienes para el fin que justifica su
existencia y satisface sus necesidades. Con él se adueña del mundo, sin él
perece.
El ser humano, sin embargo, no se agota en su dimensión económica.
Es algo más que en un factor de producción. Incluye al homo oeconomicus8,
pero no termina en él. El trabajo productivo es en el ser humano
herramienta de dignificación, no un fin en sí mismo. El hombre puede valer
más o menos que lo que produce. El trabajo productivo es o debe ser
instrumento de liberación. Pero no es el único trabajo digno del ser humano.
El filósofo, el artista, el sacerdote, el maestro, la madre, pueden no producir
bienes tangibles o prestar servicios de valor cuantificable, pero su empeño
es también liberador.

7
CORNEJO CHÁVEZ, Héctor. “Derecho Familiar Peruano”. Décima Edición Abril 1999. Gaceta Jurídica
Editores. Pág. 244
8
Homo œconomicus (Hombre económico en latín; transcrito economicus u oeconomicus) es el
concepto utilizado en la teoría económica de la escuela neoclásica para modelizar el comportamiento
humano. Esta representación teórica se comportaría de forma racional ante estímulos económicos
siendo capaz de procesar adecuadamente la información que conoce, y actuar en consecuencia.
(En Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Homo_%C5%93conomicus)
Con frecuencia, al formar hombres que produzcan, su esfuerzo también
resulta económicamente productivo. Pero aunque no lo sea, abre trochas de
realización, eleva el nivel de la especie, apunta a la plenitud.
No denigra ni disminuye a la madre ocuparse de formar a sus hijos en la
intimidad del hogar. No se la asciende al extraerla de allí para hacerla
productora de bienes y servicios. Lo que está mal es que esa función
fundamental haya sido y se mantenga subvaluada, que haya servido o sirva
para aherrojar a la mujer o supeditarla. En la medida en que la mujer
casada aprenda a no subestimar su función formadora y el marido a no
sobreestimar la suya productiva; en que esta re-valuación vaya
conduciendo a una coparticipación de ambos en los dos campos de acción,
y se refleje en un sistema jurídico-legal que reconozca y garantice a los dos
igualdad de jerarquía, facultades análogas en el manejo del patrimonio y en
las decisiones que afectan a la familia como conjunto; en esa medida se
habrá alcanzado la igualdad de los sexos sin detrimento del hogar como
escuela del hombre en su doble dimensión individual y social.
La Declaración de los Derechos de la Familia, propuesta por la Santa
Sede, expresa que “los esposo, dentro de la natural complementariedad
que existe entre hombre y mujer, gozan de la misma dignidad y de iguales
derechos respecto al matrimonio” (artículo 2, inciso c.), pero plantea al
mismo tiempo (artículo 10, inciso b.) que “el trabajo de la madre en casa
debe ser reconocido y respetado por su valor para la familia y para la
sociedad”.
Desde un punto de vista social, la reducción de los padres a la condición
de productores de bienes y servicios económicos conlleva el riesgo del
hogar abandonado, convertido en alojamiento o pasada, en que se
abandona a los hijos en manos ajenas o a su propia suerte, y en que la falta
de diálogo entre padres e hijos agrave la fractura generacional que ya es
perceptible entre nosotros.
La solución no es sacar a la madre del hogar. Es elevarla dentro de él.
La solución no es que la mujer deba trabajar porque el marido no gana lo
suficiente. Es elevar el nivel del salario de éste en función de sus cargas
familiares.
Desde un ángulo económico de enfoque –decíamos hace varios años- la
irrupción de la mujer en el mercado del trabajo, en un país donde el índice
del subempleo supera el 42% de la población económicamente activa, el de
desocupación sobrepasa el 7% y el del llamada “empleo pleno” incluye
mayoritariamente a los trabajadores que ganan el mínimo vital oficial –
mucho más bajo que el real-, esa irrupción provocaría de inmediato una
baja del nivel de salarios que sólo se podría contrarrestar con una creación
igualmente masiva de nuevos puestos de trabajo. La situación es hoy día
aún más dramática.
El nuevo Código no desconoce esta compleja realidad y por ello, si por
una parte implementa a su nivel el mandato constitucional, de otro lado
atiende a la realidad cuando preceptúa que “si uno de los cónyuges se
dedica exclusivamente al trabajo del hogar y al cuidado de los hijos, la
obligación de sostener a la familia recae sobre el otro, sin perjuicio de la
ayuda y colaboración que ambos cónyuges se deben en uno y otro campo”
(artículo 291, primer párrafo).
Complementariamente, la ley admite que cada cónyuge puede ejercer
cualquier profesión o industria permitidos por la ley, así como efectuar
cualquier trabajo fuera del hogar, con el asentimiento expreso o tácito del
otro; y que si éste lo negare, el juez puede autorizarlo si lo justifica el interés
de la familia (artículo 293).
En fin, respondiendo al mismo criterio igualitario, el nuevo texto
sustantivo generaliza a ambos cónyuges lo que el derogado refería sólo a la
mujer, cuando dispone en su artículo 294 que “uno de los cónyuges asume
la dirección y representación del hogar: si el otro está impedido por
interdicción u otra causa; si se ignora el paradero del otro o éste se
encuentra en lugar remoto; o si el otro ha abandonado el hogar”.
En lo que concierne al apellido de la mujer casa, el anteproyecto del
ponente, que hizo suyo la Comisión Reformadora, propuso una fórmula que,
inspirándose en el principio igualitario proclamado en la nueva Constitución,
atendiese también a la resistencia que incluso muchas mujeres casadas
habrían de oponer frente al cambio de un sistema que ha regido por varios
siglos y con el que, en alguna medida, ellas mismas se sienten respaldadas
o amparadas. Dicha fórmula consiste en establecer que la mujer casada no
está impedida pero tampoco obligada a agregar al suyo el apellido de su
marido. El texto definitivo del nuevo Código ha utilizado la misma idea con
una redacción algo diferente (“La mujer tiene derecho a llevar el apellido de
su marido agregado al suyo…”); pero, por razones de sistemática, la ha
remitido al Libro de las Personas (artículo 24).
Es ilustrativo señalar, a este respecto, que muchas legislaciones
coinciden en la idea de expresar a través del apellido el estado matrimonial,
pero no todas están de acuerdo en la manera de regular esa manifestación.
Así, algunas establecen la posibilidad de adoptar un apellido común, que
pude ser el del marido o el de la mujer, o la de que ambos conserven su
apellido de solteros; otras obligan en todo caso a la mujer a tomar el
apellido de su marido, aunque permitiéndole a veces conservar además el
suyo; y otras, como era el caso del Código peruano de 1936, determinan
que la mujer conserva su apellido de soltera, pero se le agrega el de su
marido.
En torno a los deberes y derechos conyugales antes estudiados,
conviene hacer algunas precisiones adicionales acerca de puntos en que el
nuevo Código ha introducido modificaciones respecto del anterior.
 La relación alimentaria. Como se ha dicho, el Código
derogado hacía pesar sobre el marido, como contrapartida de
las atribuciones de la potestad marital, la obligación de
proporcionar a la mujer y en general a la familia todo lo
necesario para su sostenimiento, según sus facultades y
situación. Eliminados los vestigios de aquella potestad, el
nuevo texto reemplaza aquella obligación del marido por la
que conjuntamente asumen ambos cónyuges por el hecho
mismo de casarse. “Cualquiera que sea el régimen
(patrimonial) en vigor (sea el de comunidad de gananciales,
sea el de separación de patrimonios), ambos cónyuges están
obligados a contribuir al sostenimiento del hogar según sus
respectivas posibilidades y rentas”, preceptúa el artículo 330,
de cuyo texto se infiere que, eventualmente, podría ser la
mujer quien sostenga el hogar o que contribuya a ello en
mayor proporción que el marido, o viceversa. Esta norma
concuerda con la que, al regular la relación alimentaria, traen
los artículos 474 y 475, que tampoco hacen diferencia al
respecto entre marido y mujer.9
Siendo ésta la norma general, esto es, la que rige las
relaciones conyugales en tanto éstas se desenvuelvan
normalmente, pueden presentarse distintas situaciones en que
tal relación experimenta alguna variante. Así:
a) Si, uno de los cónyuges se dedica exclusivamente al
trabajo del hogar y al cuidado de los hijos –situación que
ordinaria, pero no necesariamente, corresponderá a la
mujer-, la obligación de sostener a la familia recae
exclusivamente sobre el otro (artículo 291, párrafo
primero).
b) En caso de separación de hecho, el cónyuge abandonante
–que, en principio, tanto puede ser el varón como la mujer-
no tiene derecho de pedir alimentos al otro, si, careciendo
de justa causa aquella separación, rehúsa reincorporarse
al hogar común (artículo 291 in fine).
c) La hipótesis de una separación extrajudicial convenida por
los cónyuges no es admitida ni regulada por la ley, si bien
puede funcionar en los hechos. Cualquiera de los
interesados puede, pues, poner fin al acuerdo; y en tal
caso, o se reanuda la vida en común o uno de los
cónyuges queda colocado en la situación de abandonante,
hipótesis en las que regirá lo señalado en los puntos a) o
b).
d) En el supuesto de que uno de los cónyuges incurra
respecto del otro en causal de desheredación o de
indignidad para suceder, prevista en los artículos667 y 746,
su derecho alimentario se restringirá a lo estrictamente
necesario para subsistir (artículo 485).

9
Estos artículos han sido objeto de modificación genérica en virtud de la Segunda Disposición Final del
Decreto Ley Nº 26102 – Código de los Niños y Adolescentes.
e) Si se ha suscitado entre los cónyuges juicio de invalidez
del matrimonio, de separación de cuerpos o de divorcio,
cualquiera de ellos puede solicitar autorización para vivir
separado del otro durante la tramitación del proceso; y
otorgada tal licencia por el juez de la causa, excónyuge
pobre puede obtener una asignación, también provisional,
de alimentos. A este respecto, es pertinente señalar que el
proyecto de la Comisión Reformadora (artículo 329)
precisaba que, dada su naturaleza, las aludidas normas
debían incorporarse al Código de Procedimiento Civiles,
razón por la cual no las incluyó ni al regular la invalidez del
matrimonio, ni la separación de cuerpos, ni el divorcio.
Así, en efecto, lo ha preceptuado el artículo 12 del Decreto
Legislativo Nº 310, según el cual, sin embargo, el cónyuge
beneficiado puede perder su derecho si elige una
habitación inconveniente para su decoro o lleva una vida
desarreglada.
f) Sentenciada la invalidez del matrimonio, termina la relación
alimentaria, por cuanto el artículo 283, contrariamente a la
posición del ponente y de la Comisión Reformadora, sólo
remite a las reglas del divorcio la posibilidad de una
indemnización de daños y perjuicios. Teniendo en cuenta
que el cónyuge inocente de la invalidación puede haber
quedado en estado de necesidad, habría sido justo
acordarle también un eventual derecho de alimentos en los
mismos términos que la ley lo acuerda para el caso de
divorcio (artículo 350).
g) Esta es, en efecto, la posición del nuevo Código en lo que
concierne a los alimentos entre cónyuges que se divorcian:
si la disolución del vínculo se pronuncia por culpa exclusiva
de uno de los cónyuges y esotro carece de bienes propios
o gananciales suficientes o está imposibilitado para
trabajar o de subvenir a sus necesidades por otro medio, el
juez le asignará una pensión alimenticia que no exceda de
la tercera parte de la renta del culpable y aun podrá pedir,
en circunstancias graves, la capitalización de la pensión y
la entrega del capital correspondiente. Más aún:
atendiendo al hecho de que quienes fueron cónyuges
nunca volverán a ser extraños entre sí, la ley preceptúa
que el ex cónyuge indigente debe ser socorrido por el otro
aunque hubiere dado motivos para el divorcio.
h) En la hipótesis de separación de cuerpos por causal
específica o por mutuo disenso, el juez debe señalar en la
sentencia la pensión que uno de los cónyuges –y no
necesariamente el marido- deba pagar al otro.
i) Un último supuesto, en fin –que consiste en la muerte de
uno de los cónyuges-, es materia del precepto contenido
en el artículo 870, ubicado en el Libro de Sucesiones,
según el cual si el cónyuge sobreviniente venía
sosteniéndose por cuenta del fallecido, la masa hereditaria
deberá seguir soportando los mismos gastos durante tres
meses.
En todos estos casos –que también preveía el Código
derogado- la diferencia introducida por el nuevo radica en que,
en concordancia con el principio de la igualdad del varón y la
mujer ante la ley, el derecho alimentario de uno frente al otro
de los cónyuges viene determinado, ya no por el sexo del
obligado y del alimentista, sino por las posibilidades
económicas de uno y otro y por la culpa de uno de ellos en el
evento a que cada norma se refiere.
 La representación de la sociedad para las necesidades
ordinarias del hogar. Dentro de las normas del Código de
1936, en que la representación legal de la sociedad frente a
terceros correspondía al marido, excepto en lo referente a las
necesidades ordinarias del hogar en que tal representación
era indistintamente ejercida por el marido o por la mujer, se
presentaban diversas cuestiones de interés teórico y de
importancia práctica, referentes a la naturaleza jurídica de tal
representación ejercida por la mujer, a la posibilidad de abuso
en su ejercicio y a la notificación a terceros de limitación o
terminación de esa representación.
Parecidas cuestiones surgen con el nuevo texto sustantivo,
mas con la variante introducida en aplicación del principio
constitucional de igualdad de los sexos.
Acerca de la primera, la discusión teórico-legislativa referente
a si la mujer, al ejercer dicha representación, actuaba como
mandataria tácita de su marido o en uso de un poder de
representación –el shlusselgewalt del Derecho Alemán-
directamente conferido por la ley; y, por lo tanto, si dependía
de la sola voluntad del marido o de la decisión judicial dejarla
sin efecto, ha perdido importancia: no es obviamente la
voluntad del marido la fuente de tal facultad ejercida por la
mujer, ni recíprocamente; sino que lo es la ley.
Sí, por lo tanto, uno de los cónyuges –cualquiera de ellos-
abusa de ese poder, comprometiendo los intereses de la
sociedad, habrá de ser el juez quien limite su ejercicio en la
extensión y términos que, en cada caso, determine (artículo
292 in fine).
Más arduo en la teoría aunque poco relevante en la práctica,
habrá de ser la cuestión de cómo dar a conocer a terceros la
limitación que uno de los cónyuges ha merecido del juez en el
ejercicio de la representación a que nos referimos.
El Código anterior preceptuaba que la limitación –y
eventualmente la privación total- de la facultad bajo estudio
sólo podía oponerse a terceros una vez inscrita en el Registro
Personal. El nuevo texto no lo exige porque, en opinión del
ponente, la suposición de que, para concluir contratos con
persona casada, cada proveedor ordinario consulta
previamente el Registro Personal, es una suposición
enteramente gratuita y desmentida, no sólo por los hechos de
la vida diaria, sino por la naturaleza rutinaria y generalmente
de poca monta de los actos a realizarse. Pretender que para la
validez de tales actos deba cada cónyuge y en cada caso
acreditar que no le ha sido limitado o quitado el ejercicio de su
representación, entorpecería la vida normal de las gentes en
forma y grado que no requieren ponderación especial. El
nuevo Código, por eso, no exige una forma determinada para
notificar a los terceros sobre la limitación de aquel poder legal,
dejando que, en cada caso y según sus circunstancias, los
interesados utilicen el medio más idóneo, el cual habrá de ser,
corrientemente, la notificación que el juez ordene hacer a los
terceros que indique el cónyuge interesado o aun la simple
presentación al tercero, en caso necesario, de la copia
certificada de la respectiva resolución.
Ardua resulta ser también, y de solución muy elástica, la
cuestión de determinar hasta qué punto –por su naturaleza y
su cuantía- los actos que uno de los cónyuges celebre con un
tercero han de considerarse como comprendidos en la vida
ordinaria del hogar; y cuál es, en consecuencia, el límite por
encima del cual será precisa la intervención de ambos
cónyuges o el poder formal que uno de ellos otorgue al otro o
que ambos se otorguen recíprocamente.
Desde luego, y en tesis general, esos actos habrán de
referirse a materias tales como la adquisición de alimentos o
vestuario, la contratación de servicio doméstico, y otros
semejantes; de modo que los que se refieran a otros asuntos,
que no integran la vida rutinaria de un hogar, quedan excluidos
de los límites de la representación que nos ocupa. Mas aun si
fuese así –que ya es, por sí mismo, elástico-, la cuantía de
tales gastos, por ejemplo, puede ser adecuada o excesiva, lo
cual depende de la situación económica de cada hogar y de
los usos vigentes en el medio social. ¿Cómo saber, pues, si un
determinado acto o contrato cabe razonablemente dentro de
los límites de lo rutinario y permisible o excede de ellos? El
punto de referencia, consistente en el nivel de ingresos del
hogar, o, más exactamente, en las condiciones en que
ostensiblemente se desenvuelve la vida de aquél –los “signos
exteriores de riqueza”, pues el tercero no tiene cómo averiguar
si ellos responden a un determinado nivel de ingresos-, será
siempre un indicador impreciso.
Como ocurrió bajo el régimen del Código derogado, es de
suponer que bajo la vigencia del nuevo, semejantes
problemas no habrán de llegar a los estrados judiciales y que
el sentido común –que es el sentido de las gentes comunes-
se encargue de probar que disquisiciones como las
enunciadas existen más a nivel de la especulación teórica que
de la experiencia de los hechos.
La ley, por lo demás, no puede ni debe incurrir en casuismo
excesivo. Será el juez, cuando no baste la prudencia de los
cónyuges y de los terceros, quien habrá de resolver, en cada
caso, lo que es uso o es abuso en el ejercicio de poder de
representación ordinaria.
 Ejercicio de actividades lucrativas fuera del hogar. En los
hechos, y por tanto más allá de las normas de la ley, seguirá
ocurriendo con frecuencia que uno de los cónyuges –casi
siempre el varón, al menos en determinados estratos sociales-
es quien desempeña fuera del hogar una actividad laboral o
empresarial con cuyos rendimientos haya de sostenerse el
hogar, en tanto que el otro –casi siempre la mujer- se ocupará
de los quehaceres hogareños y de la formación de los hijos al
menos en su infancia. En tal caso, la mujer, para desempeñar
una actividad lucrativa fuera del hogar, necesitará de la
autorización del marido o, en su defecto, de la licencia judicial
supletoria (así, por ejemplo, lo establecía el Código derogado)
y viceversa.
El artículo 293 del nuevo texto civil extiende a ambos
cónyuges la misma regla: para dedicarse a una actividad
lucrativa fuera del hogar, cualquiera de los cónyuges necesita
el asentimiento del otro (el cual podrá ser, y generalmente
será, tácito, pero que también puede ser expreso) o la licencia
judicial supletoria cuando lo justifique el interés de la familia.
Ni el Código anterior ni el actual han incluido, por
considerarlas innecesarias, normas específicas acerca de la
posibilidad de revocar el consentimiento o la licencia judicial;
vías que siempre quedarán expeditas si las circunstancias lo
requiere. Corresponde a la ley adjetiva señalar el
procedimiento a seguir en tales casos. 10

10
CORNEJO CHÁVEZ, Héctor. “Derecho Familiar Peruano”. Décima Edición Abril 1999. Gaceta Jurídica
Editores. Pág. 251

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