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LENGUA Y CULTURA LATINAS I

(CÁTEDRA: PROF. DRA. ALICIA SCHNIEBS)

“LAS RELACIONES DE GÉNERO EN ROMA. FORMULACIONES SOCIALES Y


CULTURALES DE LA DIFERENCIA”

JIMENA PALACIOS

La presente ficha es una versión actualizada y corregida de Palacios, J. (2008) “Las


relaciones de género en Roma. Formulaciones sociales y culturales de la diferencia”,
Opfyl, Facultad de Filosofía y Letras, UBA

05/170/026 27 Cop.
(Latín I)

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PALACIOS, J. (2014) Las relaciones de género en Roma. Formulaciones sociales y culturales de la diferencia, sitio
de la cátedra de Lengua y Cultura Latinas I (Prof. Dra. Schniebs) en www.campus.filo.uba.ar
Facultad de Filosofía y Letras, UBA.

INTRODUCCIÓN: LA ANTIGUA CULTURA ROMANA DESDE UNA


PERSPECTIVA DE GÉNERO.

En el ámbito académico internacional, se ha registrado en las últimas décadas un


creciente interés por impulsar la interacción entre los estudios clásicos y los estudios
culturales, cuya herramienta primaria es el análisis de género (Hallett 1997:13). Si bien
es un hecho que este enfoque epistemológico se han sostenido en el tiempo y en la
actualidad se ha extendido dentro del campo de la filología, sin embargo, es la
consecuencia de un largo proceso de prepuestas teóricas e investigaciones, cuyos inicios
se remontan a la década de los ’60. En ese entonces las mujeres de la antigüedad fueron
consideradas legítimo objeto de estudio y estas preocupaciones obtuvieron el estatus de
área de especialización dentro de los estudios clásicos.
A esta primera etapa, siguió, más tarde, un período de redescubrimiento y de
decodificación de “imágenes de la mujer” en testimonios literarios y no literarios por
parte de los/as historiadores/as. El trabajo de Pomeroy (1975) es el más representativo.
Paralelamente, dentro y fuera del área de los estudios de la mujer en la antigüedad, los
estudiosos/as de la literatura clásica colocaron entre sus principales preocupaciones a la
sexualidad. Sin duda, la Histoire de la sexualité de Foucault tuvo un enorme impacto en
las investigaciones sobre la sexualidad en Grecia (Halperin et al.:1990), aunque suscitó
las acertadas críticas de prestigiosas estudiosas de la sexualidad romana, (Richlin,
1992:xxii; Hallet, 1997:3 y ss.).1
Pero, fue recién a partir de mediados de los años ‘80 que la teoría feminista comenzó
a operar en las comunicaciones académicas dentro de los estudios clásicos.
Posteriormente, los estudiosos/as de la antigüedad clásica se suman a la tendencia
general del ámbito académico que sustituye los llamados estudios de la mujer o las
críticas feministas del patriarcado por la perspectiva de género (Rabinowitz:1993). El
género en tanto categoría relacional y posicional y construcción social y discursiva, tal
como lo formulan las distintas teorías feministas, ha posibilitado la incorporación de
modelos de análisis y de lectura para el estudio del mundo clásico como, por ejemplo, las
aplicaciones del modelo de la “lectora resistente” (Fetterley:1978); las teorizaciones
acerca de la naturaleza genérica de la mirada y el ejercicio del poder tributarias de la
1Para una revisión y discusión de las distintas posiciones al respecto en el ámbito de los estudios clásicos
ver Habinek (1997:23 y ss.).

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crítica cinematográfica (Mulvey, 1975; Kaplan, 1983; Lauretis, 1984); el análisis de las
políticas de la representación de Kappeler (1986); el concepto de “operador femenino”
de Loraux (2003).
Ahora bien, coincidimos con la arqueóloga Boymel Kampen (1999:270) respecto de
que los “estudios de género” (sin mayúsculas y sin plural enfático) deben ser entendidos
como la multiplicidad de prácticas, métodos y teorías puestas en juego por las personas
que estudian género. Concretamente, el objetivo de los estudios de género en el área de
los estudios clásicos, según esta investigadora, es abordar a través de la representación
y de la evidencia material (en el caso específico de la arqueología) las complejas
formulaciones de la diferencia en la medida en que dichas formulaciones se hacen
visibles a través de las concepciones sociales y culturales de la diferencia sexual. En
otras palabras, feminidad y masculinidad han sido modelos para la diferenciación social,
paralelos para otros tipos de diferencia (por ejemplo, de clase, de nacionalidad, etc.), y
resultantes de estructuras sociales basadas en la diferencia. En este sentido, el foco de
interés de estos estudios esta puesto en la “relación” como el concepto que permite que
las taxonomías y jerarquías sociales se vuelvan visibles en la representación.
En síntesis, siguiendo a esta misma autora, es posible puntualizar las premisas
compartidas por la mayoría de los estudios de género como sigue:

 El género es concebido como social mientras que el sexo es biológico, es decir,


una sistematización de la diferencia biológica. El género es siempre
históricamente específico en sus formas y significados.
 El género es parte de un conjunto más extenso de sistemas sociales y
concepciones de las relaciones sociales. Es una categoría social fundamental que
opera conjuntamente con clase y casta, rango o estatus, etnia e identidad
regional, religión edad, etc. El género interactúa en un sistema social de
relaciones de poder, representaciones artísticas y negociaciones sociales.
 El género necesita ser entendido como un concepto productivo, no como el
reflejo de algún orden social o biológico previo e invariable (Scott:1986;
Butler:1990). Una investigación inscripta en esta perspectiva se interesa por los
significados variables y contradictorios atribuidos a la diferencia sexual, los
procesos políticos a través de los cuales esos significados son producidos y
criticados, la inestabilidad y la maleabilidad de las categorías ‘mujeres’ y

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‘varones’ y los modos por los cuales esas categorías se articulan unas en términos
de otras. En definitiva, el género produce significados en una cultura dada, tanto
en sentido específico, puesto que ayuda a definir relaciones sociales particulares,
como en sentido amplio, ya que el género emblematiza la relación per se.

El caso de la antigua Roma, donde la división de los sexos no era un dato primario,
sino un objeto construido por el derecho revela ciertamente la pertinencia del género
como categoría de análisis fundamental para el estudio del mundo clásico. En efecto,
para los romanos la diferencia sexual no era un presupuesto natural, sino una norma
obligatoria que respondía a reglamentaciones relativas al estatus. Estas convertían en
paterfamilias, a los ciudadanos que, independientemente de su condición de genitores,
ya no estaban bajo la potestad paterna de ningún ascendiente en línea masculina. El rol
de materfamilias o matrona era reservado para las mujeres, las cuales, a diferencia de
los varones, sí debían ser capaces de dar a sus maridos hijos legítimos para recibir dicho
título.
Las esposas de la alta sociedad eran educadas para ser “continentes” dentro del
propio matrimonio: la abstinencia era el método de salvaguarda de las mujeres
aristocráticas de las muertes causadas por múltiples embarazos y partos.
No obstante, la continentia se consideraba ante todo un valor primordial y
distintivo de la élite masculina gobernante. En tanto las cualidades personales daban
legitimidad al estatus de los sujetos, la capacidad de autocontrol y dominio de sí
fundamentaba el poder que el ciudadano adulto ejercía sobre los otros (mujeres,
esclavos, extranjeros) considerados carentes de dichas facultades. Imperium (dominio) y
virtus (conjunto de valores propios del vir) son las nociones centrales que sustentaba el
ideal romano.
Esta virtud se basaba en la voluntad, la severidad (gravitas) y la abnegación por la
patria. El hombre romano poseía una clara conciencia de la jerarquía que lo subordinaba
y de la función que cumplía como individuo dentro de los diferentes grupos sociales a
los que pertenecía, como también de la jerarquía que ordenaba las relaciones entre estos
mismos grupos. En efecto, su pertenencia a la ciudadanía le imponía determinados
deberes y obligaciones; pero la familia, como grupo primario que respondía a un orden
político, establecía los más inmediatos.

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A- RELACIONES FAMILIARES Y ESTATUS PERSONAL.

A.1 EL PARENTESCO: DE LA GENS A LA FAMILIA.

A.1.1 Gens.

En Roma, era costumbre que todo patricio llevara por lo menos tres nombres. Dos
de ellos indicaban los grupos de pertenencia que definían su identidad. Nos referimos a
la gens y a la familia.
Tomemos el caso de Publius Cornelius Scipio:
- Publius es el praenomen, nombre propio de la persona.
- Cornelius es el nomen, nombre del antepasado, que todos los descendientes y
todos los miembros de la gens tenían que ostentar.
- Scipio: es el cognomen o sobrenombre con el que cada rama de la gens, cada
familia, marca su individualidad.
A estos tres nombres básicos podía agregarse un agnomen o apodo, en nuestro
caso, Africanus Maior.
La comunidad de nomen permanecía como la única señal de un origen común, de
un grupo humano primordial, cuya existencia se remontaba a los tiempos
inmediatamente anteriores a la fundación de Roma, denominado gens. Esta unidad
económica, militar, religiosa y jurídica ejercía soberanía sobre un territorio; estaba
integrada por personas que descendían o creían descender de un antepasado mítico
común y que estaban sometidas a la jefatura vitalicia de uno de sus miembros que
recibía el nombre de pater. Se trata de una comunidad sacra, con sus propios ritos y
tumbas pobladas de generaciones de muertos.
La gens contribuyó a mantener la jerarquía de los elementos sociales: aseguró la
dependencia de los individuos en relación al clan y su cohesión en torno a la autoridad
del paterfamilias, proveedor del alimento y responsable del rito. Es este el momento,
según Grimal (1965:84), en el que se impusieron las grandes virtudes romanas. Todas
ellas se basaban en la virtud cardinal del campesino, la “permanencia”. Así, con el altar
como símbolo de la vida sedentaria, toda familia quedaba fuertemente vinculada al

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territorio en el que había establecido su hogar.


Una vez constituida la ciudad, la gens pervive como una asociación política de
varias familias, cuyos miembros, más allá de compartir el culto (los dii gentiles eran
propios de una gens y solo por ella querían ser invocados), podían heredarse
mutuamente y se auxiliaban en todas las necesidades de la vida.
Podemos definir a la gens, entonces, como la familia en su máxima extensión
posible.

A.1.2 Familia.

En latín, el término familia significa, en sentido estricto, el grupo liderado por el


paterfamilias y constituido por las propiedades y las personas que se encuentran bajo su
autoridad (potestas): la esposa, los hijos naturales o adoptivos, los descendientes de sus
hijos y los esclavos.
Familia designa también el conjunto de los miembros que integran el hogar o
unidad doméstica (domus) incluyendo al personal esclavo y sus propias familias. Los
datos literarios y las inscripciones funerarias hacen suponer que la familia romana
siguió un modelo nuclear: madre, padre e hijos compartían una misma domus. No
obstante, existen testimonios de familias polinucleares que habitaban en una unidad
doméstica común (consortium), donde convivían con hijos ya casados, abuelos y/o
parientes colaterales como hermanos, tíos y sobrinos. En estos casos, la domus es
descripta como un compuesto de unidades agrupadas en subconjuntos, donde se supone
que vivían los miembros de las diversas células regidas por un cabeza (caput) de familia.
De todas maneras, lo más frecuente parece haber sido que los hijos adultos
emigraran y constituyeran sus propias familias nucleares. Todas estas familias nucleares
quedaban vinculadas por un parentesco especial, la agnación, y por la obediencia al
pater, el más antiguo antepasado varón con vida.

A.1. 3 El parentesco: agnati y cognati.

El vínculo que une a los integrantes de una misma familia se denomina parentesco.
Platón lo define como la comunidad de los mismos dioses domésticos. En efecto, lo que

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une a los miembros de la familia antigua es la religión doméstica y de los antepasados


(Fustel de Coulanges, 1951).
El derecho de oficiar los sacrificios del hogar y el culto a los muertos solamente se
transmitía de varón a varón. Todo varón (un Ego) debía honrar a tres padres en el
mundo de los muertos: su padre, su abuelo y su bisabuelo. Ellos eran sus parentes,
puesto que se aplicaba a los tres por igual el sustantivo parens (raramente atribuido a la
madre). Más allá de seis generaciones por encima del varón en cuestión (del Ego), se
extendía el mundo innominado de los antepasados, de los mayores (maiores). Tal como
señala Thomas (1988), en Roma, este orden familiar es político. Esta idea se verifica en
la representación en el mito épico. Si tomamos a Roma como Ego, la fundan tres padres:
Eneas lleva a su padre sobre los hombros y a su hijo de la mano. Pero Anquises, el padre
llevado, porta también los sacra (“objetos sagrados”) ancestrales.
La exclusividad de la transmisión del culto por línea masculina determina el lugar
de la mujer en el mapa familiar romano. Ella es principio y fin de su propia familia, ya
que no tiene la facultad de transmitir la religión del hogar. En consecuencia, no se era
“pariente” de una mujer.
A partir de estas concepciones, la familia romana presentaba una estructura
dicotómica que entrañaba una diferenciación de estatus social entre parientes paternos
(agnati) y parientes maternos (cognati). Así los romanos definieron dos tipos de
parentesco:

- parentesco civil o agnación: relaciona por la línea masculina al pater con los
descendientes sometidos a su autoridad. El vínculo se hace extensivo y se
transmite solamente a través de los varones y une a los que están sometidos a
esta misma potestad. Son agnados entre sí el padre, su esposa legítima, sus
hijos/as naturales o adoptivos. Asimismo, los descendientes de los hijos varones
y sus esposas legítimas.

- parentesco natural o cognación: es el que une a las personas que descienden una
de otras por el vínculo de sangre. Por lo tanto, se transmite tanto por línea
masculina cuanto por línea femenina. En consecuencia, por línea masculina se
reunían los dos vínculos, el natural y el civil; mientras que por línea femenina

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solamente existía el vínculo natural.

En resumen, el vínculo agnático resultaba de haber pertenecido a la esfera de un


mismo poder. Este orden sucesorio era una construcción jurídica que tenía por eje la
unidad y la continuidad del poder. De tal manera que, como veremos más adelante,
prolongaba en el orden patrimonial la fuerza del vínculo entre pater y quienes le seguían
en su descendencia. Por el contrario, el vínculo con la madre no tenía esta misma
organización abstracta.

A.2 EL PATER FAMILIAS: LA POTESTAS ES EXCLUSIVAMENTE PATRIA.

A. 2. 1 La paternidad.

La abstracción del vínculo paterno se revela en el vocabulario indoeuropeo del


parentesco. Según Benveniste (1969: 210), *pater en su origen no designaba
propiamente y exclusivamente la paternidad física, que luego se expresaría en latín con
la palabra genitor. Tenía un empleo mitológico, dado que *pater era la calificación
permanente del dios supremo de los indoeuropeos. En efecto, la forma latina Iuppiter se
deriva de una fórmula de invocación indoeuropea que se relaciona con el vocativo griego
Zeû páter.
Podemos decir entonces que el latín pater es un término clasificatorio y no
descriptivo como genitor. La misma relación se observa entre los vocablos que en griego
designan la condición de “hermano”. Por un lado, como término clasificatorio se acuña el
sustantivo de género masculino phráter, en sentido estricto “miembro de una fratría”.
Este se aplica a aquellos que están unidos por un parentesco místico y que se consideran
como los descendientes de un mismo padre. En consecuencia, phráter no tiene opuesto
femenino, en tanto no hay fratría femenina y esta se define en relación con el padre. Lo
contrario ocurre con el sustantivo adelphós, término descriptivo, con el cual se designa
al hermano de sangre, literalmente significa “nacido de la misma matriz”. Como el
vínculo natural existe para las mujeres y este se define en relación con la madre, el
griego también cuenta con el femenino adelphé.
En latín, para marcar la relación consanguínea con el hermano se usa la expresión

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frater germanus.
El vocabulario indoeuropeo da cuenta, asimismo, de las diferentes situaciones del
hombre y la mujer. Particularmente en latín, se registra una primacía del concepto de
paternidad, en tanto existe el adjetivo patrius, pero no *matrius. La razón evidentemente
es la situación legal de la madre. El derecho romano desconoce la institución descripta
por un adjetivo *matrius, ya que colocaría al padre y la madre en una posición de
igualdad (Benveniste, 1969: 218).
Mientras que patrius (“que pertenece al padre”, “solo el padre es el que posee”) es
un término clasificatorio y conceptual, el adjetivo paternus es descriptivo y personal.
Creado a partir de maternus (“de la misma materia que la madre”), indica la relación de
pertenencia física. Finalmente, otro adjetivo derivado de la misma raíz, patricius reenvía
a la jerarquía social (Benveniste, 1969: 272).
De lo antedicho se sigue que la potestas es exclusivamente patria. Así se denomina
al vínculo de derecho que sustituye al vínculo natural. En consecuencia, la
consanguinidad define a la maternidad, pero no basta para definir a la paternidad.
Por lo tanto, paterfamilias se refiere al ciudadano sui iuris, que gozaba de la plena
capacidad de derecho, es decir, que ya no estaba bajo la potestad paterna de ningún
ascendiente masculino (por muerte de su propio padre o emancipación) y al que se le
concedían los derechos sobre la descendencia. Todos quienes estaban sometidos a la
potestad del pater eran definidos por el derecho romano como alieni iuris.
Ser padre es un munus (“deber cívico”) y por ende una virtud. El ciudadano
romano que es padre cumple con la ley, la patria, las recompensas reservadas, su casa, la
perpetuación de su familia. Tal era el compromiso del ciudadano con el Estado que,
según comenta Thomas (1988), este tenía menos en cuenta su desdicha particular que
los beneficios públicos que recibía su patria. Así, no llorar a un hijo muerto en la guerra
es una norma de comportamiento que se observa en el siglo III d. C.
Por último, la autonomía del derecho paterno se encontraba limitada respecto de
la transmisión del la ciudadanía a sus descendientes. Para esto, un hombre necesitaba
establecer su paternidad por medio del matrimonio con una esposa legítima. En cambio,
las mujeres solteras o concubinas podían transmitir la ciudadanía. En este caso, la
autonomía del derecho materno era perfecta.
De lo anterior se sigue que el matrimonio era indispensable solamente para los

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hombres y para ellos la sociedad lo había instituido.

A. 2. 2 Modos de ejercicio y derechos que componían el poder paternal.

La autoridad del padre se basaba en el ejercicio de la patria potestas y en otras


potestades de distintos tipos.
- Manus: poder ejercido por el marido sobre la esposa casada.
- Mancipium: autoridad que ejerce un hombre libre sobre otra persona también
libre, como un hijo de familia o una mujer in manu.
- Dominica potestas: la potestad dominial es la que cabe al dueño sobre el esclavo.
Dueño absoluto de las personas colocadas bajo su autoridad y supremo sacerdote a
cargo del culto doméstico, el padre tenía los siguientes derechos:
- derecho de reconocer o rechazar al hijo cuando nace.
- derecho de repudiar a la mujer en casos de que esta fuera estéril o hubiera
cometido adulterio.
- derecho de casar a la hija.
- derecho de emancipar, es decir, de excluir a un hijo de la familia y del culto.
- derecho de designar al morir un tutor, es decir, un representante legal, para la
mujer y los hijos, ya que estos en su condición de alieni iuris les estaba vedado
cumplir los actos jurídicos por sí mismos
- derecho de incorporar un extraño en la familia por medio de la adopción.

A.2. 3 Sucesión.

Sucesión es la transmisión de todos los bienes, derechos y obligaciones de una


persona a otra. Si se producía mortis causa podía ser testamentaria o de lo contrario ser
“legítima”, llamada también ab intestato, “sin testar”. En este último caso, se respetaba el
orden sucesorio establecido por la ley.
La sucesión legítima era estrictamente agnática. Tenían prioridad los
descendientes directos por vía masculina, aquellos que se encontraban sometidos a
potestad del padre en el momento de fallecer este. Estos sui heredes adquirían la
herencia inclusive sin dar su propio consentimiento y a pesar de él.

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Entre agnados y gens, no se reconocía ningún lugar a los cognados: a falta de hijo o
agnado, hereda el gentilis, tal como se había establecido en las XII Tablas (450 a. C.).1
En el derecho civil romano, la sucesión que los padres destinan a sus hijos e hijas
requiere, por sobre la agnación y la filiación, el revestimiento jurídico de la potestad
paterna, vínculo esencial entre ascendientes y descendientes. La ruptura de este vínculo
acarreaba para hijos e hijas la marginación respecto del orden sucesorio.
En efecto, como observa Thomas (1991:127), los juristas lejos de destacar el hecho
de que los hijos no eran herederos legítimos de su madre por el parentesco cognaticio y
no agnaticio, lo atribuyen a la carencia de patria potestas.
De hecho, las mujeres tenían también bienes que transmitir, dado que heredaban
los bienes de sus padres en posición de igualdad con sus coherederos varones.
Asimismo, eran beneficiarias de testamentos y contaban con una dote constituida por el
padre, sus parientes, los amigos de la familia, la cual por lo general volvía a ellos después
de la disolución del matrimonio.
No obstante, los hijos no sucedían a su madre como “hijos legítimos” (liberi), sino
como parientes (cognati). Las esposas estaban bajo la manus (potestad marital) y
entraban en la casa del marido como hijas (filiae loco). De tal manera que los hijos
podían heredar de la madre, por disposición testamentaria o de derecho pretoriano, en
tanto ella era su agnada.
Esto significa que no se privaba a las romanas de herederos, sino de sucesores que
las continuaran de pleno derecho y sin ruptura.
Esta situación, estipulada desde la sanción de la Ley de las XII Tablas, se revirtió
recién en el siglo II d. C., cuando Antonino y Cómodo presentaron una ley en el senado
que permitía que los hijos recibieran las sucesiones legítimas de sus madres, inclusive
cuando estas no estuvieran bajo el régimen de la manus.

A. 2. 4 Adopción.

La abstracción del vínculo paterno explica, asimismo, la concepción romana de la


adopción como un vínculo parental esencialmente voluntario y demuestra a las claras la
absoluta soberanía doméstica ejercida por el padre. Por otra parte, esta institución
constituyó uno de los tantos mecanismos legales y estrategias por medio de los cuales

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los romanos se sirvieron, inclusive aquellos que ya tenían sus propios hijos, para
satisfacer deseos sentimentales o para mejorar su propia situación financiera y la de los
suyos (Gardner: 1999).
La ley romana enmarcaba la adopción en relación con la pertenencia y continuidad
de la familia y la transmisión de la propiedad. Las mujeres no podían adoptar, porque
ellas no podían tener personas libres in potestate.
En la antigua Roma, el método, los efectos e inclusive la posibilidad de adoptar
variaban de acuerdo con el estatus de las personas que se veían involucradas. Existían
dos clases, una pública y otra privada: si recaía sobre un sui iuris se denominaba
adrogatio (“adrogación”); en el caso de un alieni iuris es adoptio (o adopción
propiamente dicha)
- Adrogatio: era necesaria cuando la persona que iba a ser adoptada no estaba in
potestate, porque ya era cabeza de familia. Dado que el adrogado dejaría de gozar
de este privilegio, se realizaba primero una cuidadosa consulta acerca de las
motivaciones de la misma. Por lo general, la adrogación no se permitía a los
hombres que ya poseían hijos o eran capaces de tenerlos, ni tampoco podía
adrogarse a más de una persona. Tampoco había posibilidad de adrogación de
una persona por otra de inferior posición social o económica. La adrogación
podía recaer exclusivamente sobre los hombres.
- Adoptio: tenía lugar cuando la persona que iba a ser adoptada se encontraba
todavía in potestate, es decir, cuando su paterfamilias (padre o abuelo) estaba
todavía vivo. El que quería dar al hijo que tenía bajo su potestad en adopción
concurría con el adoptante ante el pretor en Roma, o ante el gobernador en
provincias, y allí se lo vendía por tres veces.
La adrogación tiene como objetivo perpetuar la familia; la adopción, procurarse
hijos.
Las personas adoptadas por cualquiera de las dos modalidades adquirían los
derechos de los hijos naturales, incluyendo los derechos sucesorios por parentesco
agnaticio en la nueva familia y dejaban de gozar de los mismos en la familia de origen.

A.3 LA MATERFAMILIAS : PROCREACIÓN Y ABSTINENCIA.

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A.3. 1 Matrimonio.

El título de materfamilias depende del matrimonio. Mientras que pater cubre el


estatus del hombre que posee plena capacidad jurídica, mater se aplica a la esposa que
entra bajo la potestad de aquel.
Una vez más, la escasez de vocabulario indoeuropeo respecto del parentesco
femenino refleja esta situación de la mujer. El “matrimonio” suponía para ella el
abandono de su clan para entrar en el del marido. Respecto del papel desempeñado por
este, los términos son verbales; en cambio, para la esposa son nominales. Este fenómeno
se debe a que la mujer no realizaba un acto al contraer matrimonio, sino que
simplemente cambiaba de condición. El marido “toma” o “conduce” a la mujer en
matrimonio (uxorem ducere, alicuius filiam ducere in matrimonium); el padre la “da”
(dare filiam in matrimoniun). No hay verbo que designe para ella la acción de casarse.
Las acciones realizadas por la novia tienen otras implicancias: nubere (“tomar el velo”)
no se refiere al casamiento propiamente dicho, sino a una parte de su ceremonia;
inclusive ire in matrimonium no significa para ella un acto, sino una destinación
(Benveniste, 1969: 241-243).
En definitiva, es de destacar que el sustantivo latino matrimonium significa “la
condición legal de la mater”. El matrimonio es entonces el estado de la madre al que se
destina a la muchacha que su padre da y el esposo toma con el compromiso personal de
la misma.
El matrimonio romano se basaba en dos elementos fundamentales: la cohabitación
y la affectio maritalis (la intención de ser marido y mujer que expresan los cónyuges
tratándose como tales). Para efectuarse, los contrayentes debían demostrar aptitud
física (no podían casarse los menores impúberes, ni los castrados) y jurídica (solamente
los ciudadanos tenían derecho a contraer matrimonio o ius connubium); debían expresar
libremente su consentimiento y contar con el consentimiento del padre.
Los romanos se casaban muy jóvenes. Se estima una edad promedio de quince
años para las mujeres y dieciocho años para los varones. La única diferencia entre el
pueblo y la aristocracia era que a los miembros de esta última se les comprometía desde
niños.
El casamiento era considerado un acto grave para la joven y no menos grave para

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el esposo; porque se introducía cerca de su hogar a una extraña con la cual compartiría
el culto, patrimonio de su familia.
Existieron dos tipos de matrimonio: cum manu, cuando la mujer pasa bajo la manus
del marido y, hacia fines de la República y bajo el Imperio, se extendió el matrimonio
sine manu por el cual la mujer quedaba bajo la autoridad del padre o de un tutor. Si el
marido conservaba la gestión de la dote, la mujer podía adquirir bienes personales y
administrarlos.
Para que el marido adquiriera la manus sobre la mujer se exigían ciertas
formalidades, que se clasificaron en tres tipos.
- Confarreatio: ceremonia reservada exclusivamente a los patricios. Comprendía
tres actos:
I. Traditio. El padre desliga a la joven y esta abandona el hogar
II. Deductio in domum. Se conduce a la joven a la casa del esposo, seguida por
un cortejo. La novia lleva un velo, una corona y porta una antorcha. Se canta
en torno suyo un antiguo himno. Se hace presentación del fuego y el agua. El
esposo la lleva en brazos para que no pise el umbral de su nueva casa.
III. Confarreatio. Se conduce a la esposa ante el hogar, donde se encuentran los
Penates, dioses domésticos e imágenes de los ascendientes, agrupados
alrededor del fuego sagrado. Los esposos ofrecen sacrificios, hacen la
libación, pronuncian oraciones y comen juntos una torta de flor de harina
(panis farreus). Quedan así asociados al mismo culto.
- Coemptio: correspondía a los matrimonios entre plebeyos. Tomaba la forma de
un simulacro de compra mutua y recíproca entre los esposos. Dicha compra se
hacía pesando en una balanza un trozo de cobre que luego el novio entregaba al
padre de la novia, como pago simbólico de la potestad sobre esta.
- Per usum (derivado de la coemptio): resultaba de un estado de hecho. La
cohabitación de un año continuado sin interrupción de más de tres noches
(trinoctium) justificaba la posesión y esta equivalía al título (usucapio).
Un caso especial es el de los esclavos. Estos no tenían ius connubium, pero podían
constituir relaciones de hecho de carácter más o menos permanente que recibían el
nombre de contubernium.
El matrimonio era revocable y se instituyó una ceremonia para su disolución, la

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difarreatio. El divorcio no fue una práctica común hasta finales de la República, cuando
comenzó a representar una seria amenaza para la estabilidad de las familias.
En el mundo romano, se exaltaba el matrimonio único, pero contraer nuevas
nupcias después de enviudar o de divorciarse era muy común en todas las capas
sociales. Estos nuevos casamientos en muchas ocasiones se convenían con la intención
de multiplicar alianzas políticas.
De todas maneras, el matrimonio romano no era una institución basada en el
sentimiento individual y en el amor. En Roma, la conyugalidad se idealiza en el acuerdo
(concordia). De hecho, el matrimonio romano podía existir jurídicamente aun sin
consumarse (coniunctio maris et feminae). En efecto, se trataba de una unión muy poco
contaminada por el eros, cuya finalidad era la procreación de los hijos que luego se
completaría con la educación de los mismos. De esta manera, cada pater cumplía con su
deber de ciudadano al asegurar la permanencia material y moral de la ciudad.

A. 3. 2 Maternidad y procreación.

Es sugestivo que las denominaciones de paterfamilias y materfamilias, siguiendo


a Saller (1999), si bien morfológicamente equivalentes, son términos asimétricos en sus
connotaciones de género. Ciertamente, como señalamos antes, el primero describe a los
ciudadanos que ya no están bajo la potestad paterna de ningún ascendiente en línea
masculina y, principalmente, al propietario de tierras. En cambio materfamilias refiere a
la mujer “quae non inhoneste uixit”2 (Dig.50.46.16.1.1). Esta definición de Ulpiano
sintetiza lo que es corriente no solo en el derecho, sino también en los autores de época
clásica, en donde materfamilias designa a la mujer moralmente honorable casada o
viuda, con o sin hijos, cuyo comportamiento se opone al de las prostitutas (cf. Cic.
Cael.32.57; Phil.2.105).3 En cuanto a la clara la distinción entre los términos
materfamilias, matrona y uxor, esta es ya objeto de debate entre los autores antiguos. Lo
central es que la condición de la “madre de familia” estaba indisolublemente vinculada a
la conducta sexual de la mujeres (Rouselle, 1991b:302), inclusive, en el caso de aquellas
que aún no habían procreado.
Si bien la reproducción de los ciudadanos fue siempre un tema de preocupación
2 La que no vive de manera deshonrosa.
3

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para el Estado romano, este intervino en la vida privada de manera efectiva a través de
dos leyes promulgadas por Augusto: la Lex Iulia de maritandis ordinibus y la Lex Papia
Poppea (18 a. C.) exigían el matrimonio y la fecundidad a los miembros de los estratos
superiores de la sociedad y sancionaban su resistencia con incapacidades para heredar.
Una tercera ley, la Lex Iulia de adulteriis coercendiis (9 d. C.), estimulaba a contraer
uniones legítimas y obligaba al Estado a que se hiciera cargo del control de la fidelidad
de las matronas.
Las mujeres honorables tenían el deber de observar la pudicitia (“castidad”) y
estaban protegidas por las leyes de stuprum (“violación”). Específicamente, se
condenaba cualquier comportamiento sexual que atentara contra los estándares
tradicionales de propiedad o que comprometiera en prácticas sexuales a romanos de
nacimiento libre de cualquier sexo (Williams, 1999: 98-99). La palabra stuprum no
designa necesariamente una deshonra llevada a cabo en contra de la voluntad de la
víctima (adulterio), aunque frecuentemente denote un abuso por parte de un stuprator.
En consecuencia, si el marido que sorprendía a su mujer en flagrante delito de
adulterio mataba a la esposa, debía ser acusado como homicida, pero las leyes rebajaban
la pena a causa de su “justo” enfurecimiento. Por otra parte, sí tenía derecho de matar a
su amante. Este derecho tenía sus límites, ya que los únicos amantes que se podían
ejecutar en el acto eran los esclavos, los libertos de la mujer, del marido o de algún
miembro de la familia, o las personas consideradas como infames (famosi), es decir, los
actores, gladiadores, bestiarios, cantantes, bailarines, prostitutos o proxenetas, o los
nacidos de un infame. Esto no era evidente a primera vista.
Por lo ante dicho, es claro que a los habitantes del mundo romano les convenía
saber con quién trataban. El estatus de las mujeres se podía reconocer fácilmente. Las
mujeres honorables evitaban salir. Si lo hacían, eran siempre acompañadas y con un
atuendo que permitía ver solamente su rostro. Podían distinguirse claramente por el
vestido y el manto (la stola y la palla). Su vestimenta era signo de sujeción y honor,
reserva sexual y de dominio de sí mismas.
Por el contrario, las mujeres no honorables (famosae, probosae) llevaban la toga.
Las ciudadanas romanas que se prostituían caían en un estatus inferior, por lo tanto les
era prohibido llevar puesto el manto de las matronas. Lo mismo ocurría con las esposas
o concubinas adúlteras o con las libertas esposas de su patrón que se separaban de este

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sin su consentimiento.
Una mujer o una doncella honorable que no respetaba esta vestimenta no estaba
protegida contra la violación o las proposiciones sexuales y su agresor gozaba de
circunstancias atenuantes.
El derecho romano definía al matrimonio por su finalidad: la procreación. Las
esposas romanas debían dar a su marido la cantidad de hijos legítimos necesarios para
la transmisión del patrimonio, la perpetuación de la familia y la ciudad. Inclusive ella
misma se beneficiaba. Por hacer tres hijos (la nacida libre) o cuatro (la manumisa)
obtenía una dispensa de la tutela.
La mujer permanece ligada a su destino de procreadora del cuerpo de ciudadanos,
pero no tiene potestad sobre sus hijos. El derecho romano nunca intentó formular la
menor definición de qué era la mujer en sí. Venter designa a la matriz y lo que ella
contiene; asimismo designa, por metonimia, a la mujer. Lo que es más, aquella esposa
que se sacrificaba y dejaba su lugar a otra más fecunda que ella era caracterizada como
viril y más romana que un romano.
Sin embargo, al mismo tiempo que se alentaba la procreación, las esposas de la alta
sociedad eran educadas para ser “continentes” dentro del propio matrimonio. Ante la
peligrosidad de los abortos y métodos anticonceptivos poco eficaces, la abstinencia de
parte de la esposa era el único recurso para limitar los nacimientos en las familias
aristocráticas y, por consiguiente, para prevenir la mortalidad femenina causada por
múltiples embarazos y partos. Estas mujeres contraían matrimonio alrededor de los
doce años y, tras dar a luz a los tres hijos prescriptos por la legislación, por lo general, ya
no eran requeridas sexualmente por el marido y no se educaba a los hombres en la idea
de que tendrían que contenerse sexualmente.
El esposo, para su satisfacción sexual, podía acceder libremente a concubinas, a
mujeres sin honor y a los esclavos tanto hombres como mujeres. Para Rouselle
(1991a:349), no sería absurdo pensar que a los veinte o veinticinco años este abandono
empujara a las esposas de clase alta al adulterio.

A.4 HIJOS E HIJAS. EDUCARLOS PARA EL PODER Y EDUCARLAS PARA EL MATRIMONIO.

El hijo legítimo es el que proviene de las justas nupcias y a estos se los denominaba

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iusti o naturales, para diferenciarlos de los que entraban en la familia por adopción,
adrogación o legitimación. Los términos non iusti, spurii o vulgo concepti designaban a
los nacidos fuera del matrimonio legal.
Los hijos legítimos adquirían la ciudadanía de origen (origo) del padre. Los hijos
concebidos fuera del matrimonio adquirían su estatus el mismo día de su nacimiento y
tomaban su ciudadanía en relación con la madre, ya que, como decía el aforismo, “mater
certa est pater est quem nuptiae demonstrant”.
Al nacer, el padre levantaba al niño varón de la tierra. Con este gesto de
apropiación lo introducía en su derecho, ya que tollere liberos quiere decir también
“adquirir la potencia paterna”; de lo contrario, se lo exponía, es decir, se lo ponía a un
lado. Si se trataba de una hija, ordenaba simplemente que la madre le diera el pecho. Así
alimentar a una hija (ali iubere) significaba que se la dejaría vivir. La prohibición de
matar a la primera recién nacida sugiere que se abandonaba a las hijas más fácilmente
que a los varones.
En los primeros años, la educación de los hijos estaba a cargo de la madre. Pero
ella, salía de su vida tan pronto como el niño sabía hablar, puesto que ya no es infans,
sino puer. En las clases acomodadas, se los ponía en manos de algún pedagogo, por lo
general, esclavo o liberto.
Las hijas permanecían en la casa junto a su madre hilando la lana y aprendiendo
las tareas domésticas, propias de una futura esposa casta y buena administradora del
hogar. Las educaban para el autodominio, la prudencia y la reserva. Sus gestos, palabras
y mirada debían ser moderados. Se las sometía a una alimentación estricta, con
prohibición del vino. Frecuentemente, desde antes de los doce años, ya vivían en casa de
su marido donde recibía una severa educación.
A partir de los siete años, el niño varón pasaba a la dirección de su padre. Los hijos
seguían al padre a cualquier lugar público donde este desempeñara sus funciones;
inclusive a las provincias, el año que allí se lo destinaba e incluso en el exilio. El joven
noble, praetextatus (ya que vestía la toga bordada de púrpura, llamada toga praetexta),
se instruía con los preceptos del padre, pero sobre todo con su ejemplo.
Seis años más tarde, culminaba la educación familiar. El adolescente abandonaba la
toga bordada de púrpura para vestir la toga viril. Antes de comenzar su servicio militar,
consagraba un año al “aprendizaje” de la vida pública (tirocinium fori).

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Sin embargo, más allá de su edad e incluso estando casados, los hijos solo eran
ciudadanos de segunda clase. No eran sujetos de pleno derecho: no tenían acceso directo
a los tribunales, ni estaban inscriptos en el censo con su propio nombre. La unidad
censal y la unidad fiscal seguían siendo las del ascendiente soberano de una casa. Lo que
es más, a la muerte del padre, todos estos privilegios del pater serían transmitidos
únicamente al primogénito. Sus hermanos eran respecto de este, lo que habían sido
respecto del padre.

A.5 LA EXTENSIÓN DE LA FAMILIA ROMANA: ESCLAVITUD Y CLIENTELA.

Como ya hemos señalado, la palabra familia engloba no solamente a los parientes,


sino también al personal esclavo que se encontraba bajo la potestas del paterfamilias.
La esclavitud es la condición del que se encuentra bajo el poder de un dueño.
Ha sido sugerido que esta integración de los esclavos en el grupo familiar se debía
a su iniciación en el culto doméstico y por lo tanto quedaban ligados a sus miembros por
la religión. El origen de la institución de la clientela se explicaría a partir de este estado
de cosas: el esclavo una vez liberado seguía reconociendo la autoridad del jefe o patrono.
(Fustel de Coulanges, 1951)

A.5. 1 Amos y esclavos.

Los estudiosos suelen enfatizar la gran heterogeneidad del mundo esclavo en la


antigüedad. Es fundamental, entonces, distinguir entre la familia rustica y la familia
urbana para caracterizar las condiciones de vida y las funciones de los esclavos en cada
una de ellas. La diferencia esencial entre el campo y la ciudad parece haber sido el mayor
o menor contacto con el amo (dominus). Como consecuencia de su frecuentación y la
índole de sus tareas, entre amos y sus subordinados urbanos se establecía cierto vínculo
afectivo que los esclavos rurales desconocían.
Los esclavos rurales estaban destinados a trabajos de producción, sometidos a una
severa disciplina, realizaban sus operae bajo el mando de los magistri officiorum u
operum los cuales respondían a su vez a un arrendatario (vilicus), ayudado por su esposa
(vilica). Otra parte del personal servil se ocupaba de la comida y el cuidado general de

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todos ellos.
Por el contrario, los esclavos urbanos estaban directamente bajo las órdenes del
dueño o de otro esclavo (o liberto) llamado procurator, encargado de toda la
administración. Dentro de la domus, cumplían funciones muy específicas y
jerárquicamente destinadas, según sus aptitudes. Muchas veces dependían de los
caprichos de los amos. Estaban a cargo de la administración, de la limpieza y la cocina,
de la copia de cartas (amanuenses) y su distribución (tabellarii), del cuidado personal de
sus dueños y los niños de la casa. Un considerable número de esclavos y una distribución
de tareas especializada en extremo exaltaban el poder y la dignitas del amo.
Además, un hombre libre podía elegir entre las esclavas nacidas bajo su techo,
liberarla y educarla para que fuese su concubina. Esta, en su nueva condición, a los doce
años recibía el estatus legal de concubina o matrona. Las jóvenes liberadas en la domus
para ser las esposas del amo alcanzaban la condición de auténticas ciudadanas. En
cambio, la concubina transmitía a su hijo la libertad, pero no el derecho de ciudadanía.
Recordemos que las mujeres y los jóvenes libres y de buenas familias (no infames)
estaban protegidos contra las agresiones sexuales. En consecuencia, ciertos actos
sexuales (considerados de impudicitia) no se podían realizar con ciudadanos y
ciudadanas honorables, los cuales sí se exigían a los subordinados (varones o mujeres),
sobre los que el amo tenía un poder absoluto. Los niños expuestos a este tipo de abusos
eran criados para ser prostituidos desde muy temprana edad. Para impedir la madurez
sexual, pues la ideología romana de la masculinidad no permitía las relaciones entre dos
varones adultos, se los castraba o se empleaban medios mágicos.

A.5.2 Patronos y clientes.

Toda la organización social de Roma reside en la influencia determinante y eficaz


que un grupo de individuos (la élite que gobierna) ejerce sobre otros (la masa de los que
obedecen). Esta división de la sociedad se expresa principalmente en una institución,
cuyo papel en la vida política es fundamental: el patronado y la clientela. Esta institución
resulta del acto por el cual un ciudadano libre (cliens) se coloca bajo la protección
religiosa, económica, social y política de un personaje más poderoso y más influyente,
que deviene su patronus. Por lo tanto, se constituye por una adhesión libremente

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acordada a partir de un entendimiento establecido entre dos partes, la cual llamamos


fides.
El cliente se diferencia del patricius porque entre sus ascendientes no se
encontraba ningún pater. En consecuencia, el cliente dependía económicamente del
patronus (jamás podía llegar a ser propietario, ni su propio dinero le pertenecía) y
participaba de su culto doméstico (asistía a las ceremonias de la religión familiar, pero
no podía oficiarlas ni continuar dicho culto).
Cuando un patronus daba a un cliente su fides, le prometía que sería protegido
contra sus adversarios en todas las circunstancias donde su intervención pudiera serle
de alguna utilidad. Dicha protección acordada por el patronus, debía ser pagada con el
apoyo que los clientes le aportaban en las circunstancias en que fuera necesario.

B- HOMBRES Y MUJERES: ESTATUS PERSONAL E IDEAL ROMANO.

Los imperativos de la moral romana están orientados a la subordinación de los


individuos a la ciudadanía. En efecto, lo que trata de defender no es el individuo, sino el
grupo, desde la familia a la ciudad.
Hasta los últimos tiempos del Imperio, el ideal romano de virtud, continuó siendo
el mismo: virtus, pietas, fides, disciplina, respeto, fidelidad a los compromisos,
constituyen la trilogía que domina todos los aspectos de la vida militar, familiar,
económica y social. La religión (religio), como “fuerza vinculatoria” que subordinaba al
hombre a algo más allá de lo visible, garantizaba estas virtudes cardinales, pero no las
fundaba. El modo de vida y las cualidades de carácter valoradas por los romanos
responden a las mores maiorum (las costumbres de los antepasados). Esta frase sintetiza
una sólida tradición de principios y costumbres que determinan los atributos del
individuo y sus patrones de conducta (Barrow, 1973: 23).
Etimológicamente la palabra virtus designa la situación o la cualidad del vir, es
decir, del hombre digno de ese nombre y, por consecuencia, sobre todo del héroe o del
guerrero. En la época histórica, se aplica a las capacidades manifestadas por los jefes o
los soldados en una acción militar; pero puede también relacionarse con otras áreas de
la actividad humana, por ejemplo un orador, un magistrado. No es una noción
puramente teórica y abstracta sino que se manifiesta en los hechos.

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La virtus de una persona se encuentra estrechamente ligada a la gravitas y es la


síntesis de un conjunto de virtutes particulares que se expresará en la afirmación
voluntaria de la cualidad viril por excelencia: el dominio de sí mismo. Por el contrario, se
asigna a la debilidad femenina la impotentia sui, la incapacidad de dominar su
naturaleza.
Si los varones son objeto de esta caracterización, es decir, acusados de falta de
autocontrol, el ideal romano de la masculinidad se ve socavado. La incontinentia se
concibe como un signo de mollitia (“afeminamiento”), asociado a la inclinación a
someterse sexualmente a otro hombre; a desempeñar el rol pasivo y no activo en la
relación sexual. Esta incapacidad de autocontrol y sus nociones relacionadas tienen un
marco de referencia más amplio que el sexual: suponen principalmente la debilidad
política, social y moral que demuestra el sujeto que antepone lo privado (el propio
deseo) a lo público (sus deberes de ciudadano).

B.1.1 Gravitas

Significa “sentido de la importancia de los asuntos entre manos”, un sentimiento de


responsabilidad y empeño. Se utiliza para designar la edad madura, intermedia entre la
iuventus (“juventud”) y la senectud (“ancianidad”). Se manifiesta en la actitud del
personaje. Encuentra su expresión en el uso de la toga, vestimenta solemne pero
incómoda, que impone la rigidez en la postura.
El homo gravis mantiene la sangre fría ante los hechos imprevistos. Así la gravitas
es una mezcla de seriedad, gravedad, dignidad e impasibilidad en un hombre de cierta
edad y de una cierta clase, apto para cumplir las grandes responsabilidades que
incumben a su situación de patronus o miembro de la clase senatorial.
En relación con la seriedad exterior, la gravitas se confunde con la severitas en
tanto que designa el aspecto exterior de una persona rígida y severa, que no expresa
ninguna alegría. Esta actitud es generalmente la manifestación de un gran rigor moral. A
veces designa la “sobriedad”. Frecuentemente, se relaciona con los jueces cuyas
decisiones no son influenciables ni por la corrupción, ni por la indulgencia excesiva.
Otros términos, en el marco de la gravitas, expresan también esta rectitud moral.
Integritas designa particularmente la honestidad de las mujeres y se aplica también a los

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jueces. Innocentia expresa sobre todo el hecho de no cometer faltas, cualidad de los
administradores, particularmente de los gobernadores de provincia. Por último, pudor
expresa el hecho de evitar toda pasión y designa la honestidad moral; esta es la actitud
del hombre político que no transgrede los límites de su deber, opuesta a la petulantia.
Conviene distinguir pudor de pudicitia (“castidad”), concepto que expresa la
condición de inviolabilidad del cuerpo de las mujeres de nacimiento libre sujetas a su
observancia. En este sentido, otra noción, la honestas, caracteriza el comportamiento
moralmente digno de honra y turpitudo, su contrario, es la deshonra, la vergüenza.
En definitiva, gravitas es lo opuesto a levitas, la frivolidad cuando se debe ser serio.
Suele ir unida a la constantia, firmeza de propósito o a la firmitas, tenacidad. Actitudes
todas que no se dejan perturbar por la violencia de la pasión (furor).

B.1.2 Virtutes particulares

A continuación mencionamos algunas de las principales cualidades que


constituyen la virtus.

Pietas

Es la cualidad que, para la sociedad romana, engloba los compromisos materiales y


sentimentales (officia) de los individuos respecto de la familia, como así también
respecto de los dioses. Pius se refiere al estado de aquel que se ha purificado por el
cumplimiento de los deberes que le incumbían. La pietas es también debida a la patria
tanto como a los parentes. Es en este sentido, la fidelidad guardada a un estado de cosas
instituido por los ancestros. El pius es a la vez un patriota y un conservador.
La pietas se manifestó muy pronto en el ius gentium (“derecho de gentes”) que
imponía deberes también hacia los extranjeros.
Toda conducta que suponga la no observancia de la pietas constituye un scelus
(delito).

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Fides

Garantiza las relaciones entre seres, lo mismo que los contratos que en los tratados,
el lazo de confianza entre protector y protegido (entre patronus y los que dependen de
él). Por sobre todo, designa de manera más profunda el contrato implícito, definido por
las diferentes costumbres que liga a los ciudadanos entre sí.
La noción contraria se expresa por el término fraudatio (“engaño”, “mala fe”).

Humanitas

Es el sentimiento que conduce a considerar a los semejantes como hombres a los


cuales liga una común solidaridad. Designa el comportamiento de los romanos respecto
de sus enemigos y en este sentido se vincula a la clementia (“disposición de ceder en los
propios derechos”). Pero también designa las relaciones entre amigos: expresa la actitud
obligada y cortés de quien se esfuerza por brindar un servicio.
Fortitudo

Designa una actitud de firmeza y de resistencia ante los peligros opuesta a la


ignavia (“apatía”). El fortis debe siempre dejarse guiar por los imperativos de la razón y
de la justicia. En el terreno político, fortis es el adjetivo que corresponde a virtus;
fortitudo se aplica a aquel que ante las dificultades que debe enfrentar saca provecho de
las enseñanzas de la filosofía.
Diligentia

Se trata de la atención prestada por aquel encargado de una tarea cualquiera. Se


aplica tanto a un jefe militar como a un abogado preocupado por justificar la confianza
de su cliente. Es frecuentemente asociada a la industria, actividad y dinamismo.

Consilium

Originariamente se vincula al verbo consulo (“deliberar”), y tal vez a consul.

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Expresa tanto la capacidad de decidir, después de la reflexión, lo que conviene hacer o


no, tanto como la decisión misma. A veces es considerado un privilegio de la edad.

Prudentia

Etimológicamente, esta palabra parece definirse como la cualidad de “el que


prevé”. Cicerón la define como la capacidad de distinguir lo que está bien de lo que está
mal. Implica memoria, porque lo esencial de la prudentia es el conocimiento teórico de
las cosas y la experiencia adquirida en un terreno determinado, intelligentia y
providentia (“capacidad de prever el futuro”). Se contrapone a la temeritas, actitud
irreflexiva propia de la juventud.

Temperantia

Constituye un aspecto particular de la prudentia. Designa la cualidad de saber


reprimir las pasiones y los impulsos. Se vincula a “medida”, “justa proporción”. Las
nociones contrarias son libido (“deseo inmoderado”) o luxuria (“disipación en el
exceso”). El término luxus (o luxuries) es todo lo que rompe la medida para el hombre,
todos los excesos que le llevan a buscar una superabundancia de placer o las
manifestaciones violentas de fasto por medio de sus vestidos y de sus apetitos. El que se
abandona al lujo testimonia por esto que está falto de disciplina sobre sí mismo, es decir,
que cederá a sus instintos.
Este “sentido de la medida” expresado por temperantia se manifiesta en la
continentia,
moderación de las pasiones; esta virtud inspira el acto de la abstinentia.

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1
Lex Duodecim Tabularum: se trata de una legislación de la cual no se conserva versión directa, sino una
recopilación realizada por eruditos. Se estima que la sanción de la Ley de las Doce Tablas fue producto del
reclamo efectuado por los plebeyos en el marco del conflicto que mantuvieron con los patricios a partir de la
caída del rex (509 a. C.) y hasta lograr su definitiva integración en la civitas.

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