You are on page 1of 14

La insolación

Fase natural
Antes de leer
¿Sabe usted dónde está ubicada la región geográfica del Chaco? Localícela en un mapa de
América del Sur e investigue, en Internet, las características de este lugar. En Costa Rica,
el fenómeno llamado “insolación” recibe el nombre de “asolearse”. Averigüe en qué consiste
este fenómeno que puede ser mortal. Una vez realizadas estas dos acciones, proceda con
la lectura del cuento.
*****

El cachorro Old salió


por la puerta y
atravesó el patio con
paso recto y perezoso.
Se detuvo en la linde
del pasto, estiró al
monte, entrecerrando
los ojos, la nariz
vibrátil, y se sentó
tranquilo. Veía la
monótona llanura del
Chaco, con sus
alternativas de campo
y monte, monte y
campo, sin más color
que el crema del pasto
y el negro del monte.
Éste cerraba el
horizonte, a doscientos
metros, por tres lados
de la chacra. Hacia el
Oeste el campo se ensanchaba y extendía en abra, pero que la ineludible línea sombría
enmarcaba a lo lejos.
A esa hora temprana, el confín, ofuscante de luz a mediodía, adquiría reposada nitidez. No
había una nube ni un soplo de viento. Bajo la calma del cielo plateado el campo emanaba
tónica frescura que traía al alma pensativa, ante la certeza de otro día de seca, melancolías
de mejor compensado trabajo.
Milk, el padre del cachorro, cruzó a la vez el patio y se sentó al lado de aquél, con perezoso
quejido de bienestar. Ambos permanecían inmóviles, pues aún no había moscas.
Old, que miraba hacía rato a la vera del monte, observó:
-La mañana es fresca.
Milk siguió la mirada del cachorro y quedó con la vista fija, parpadeando distraído. Después
de un rato dijo:
-En aquel árbol hay dos halcones.
Volvieron la vista indiferente a un buey que pasaba y continuaron mirando por costumbre
las cosas.
Entretanto, el Oriente comenzaba a empurpurarse en abanico, y el horizonte había perdido
ya su matinal precisión. Milk cruzó las patas delanteras y al hacerlo sintió un leve dolor. Miró

1
sus dedos sin moverse, decidiéndose por fin a olfatearlos. El día anterior se había sacado
un pique, y en recuerdo de lo que había sufrido lamió extensamente el dedo enfermo.
-No podía caminar -exclamó en conclusión.
Old no comprendió a qué se refería. Milk agregó:
-Hay muchos piques.
Esta vez el cachorro comprendió. Y repuso por su cuenta, después de largo rato:
-Hay muchos piques.
Uno y otro callaron de nuevo, convencidos.
El sol salió, y en el primer baño de su luz, las pavas del monte lanzaron al aire puro el
tumultuoso trompeteo de su charanga. Los perros, dorados al sol oblicuo, entornaron los
ojos, dulcificando su molicie en beato pestañeo. Poco a poco la pareja aumentó con la
llegada de los otros compañeros: Dick, el taciturno preferido; Prince, cuyo labio superior,
partido por un coatí, dejaba ver los dientes, e Isondú, de nombre indígena. Los cinco
foxterriers, tendidos y beatos de bienestar, durmieron.
Al cabo de una hora irguieron la cabeza; por el lado opuesto del bizarro rancho de dos pisos
-el inferior de barro y el alto de madera, con corredores y baranda de chalet-, habían sentido
los pasos de su dueño, que bajaba la escalera. Míster Jones, la toalla al hombro, se detuvo
un momento en la esquina del rancho y miró el sol, alto ya. Tenía aún la mirada muerta y
el labio pendiente tras su solitaria velada de whisky, más prolongada que las habituales.
Mientras se lavaba, los perros se acercaron y le olfatearon las botas, meneando con pereza
el rabo. Como las fieras amaestradas, los perros conocen el menor indicio de borrachera en
su amo. Alejáronse con lentitud a echarse de nuevo al sol. Pero el calor creciente les hizo
presto abandonar aquél por la sombra de los corredores.
El día avanzaba igual a los precedentes de todo ese mes: seco, límpido, con catorce horas
de sol calcinante que parecía mantener el cielo en fusión, y que en un instante
resquebrajaba la tierra mojada en costras blanquecinas. Míster Jones fue a la chacra, miró
el trabajo del día anterior y retornó al rancho. En toda esa mañana no hizo nada. Almorzó
y subió a dormir la siesta.
Los peones volvieron a las dos a la carpición, no obstante la hora de fuego, pues los yuyos
no dejaban el algodonal. Tras ellos fueron los perros, muy amigos del cultivo desde el
invierno pasado, cuando aprendieron a disputar a los halcones los gusanos blancos que
levantaba el arado. Cada perro se echó bajo un algodonero, acompañando con su jadeo los
golpes sordos de la azada.
Entretanto el calor crecía. En el paisaje silencioso y encegueciente de sol, el aire vibraba a
todos lados, dañando la vista. La tierra removida exhalaba vaho de horno, que los peones
soportaban sobre la cabeza, envuelta hasta las orejas en el flotante pañuelo, con el mutismo
de sus trabajos de chacra. Los perros cambiaban a cada rato de planta, en procura de más
fresca sombra. Tendíanse a lo largo, pero la fatiga los obligaba a sentarse sobre las patas
traseras, para respirar mejor.
Reverberaba ahora adelante de ellos un pequeño páramo de greda que ni siquiera se había
intentado arar. Allí, el cachorro vio de pronto a Míster Jones que lo miraba fijamente,
sentado sobre un tronco. Old se puso en pie meneando el rabo. Los otros levantáronse
también, pero erizados.
-Es el patrón -dijo el cachorro, sorprendido de la actitud de aquéllos.
-No, no es él -replicó Dick.
Los cuatro perros estaban apiñados gruñendo sordamente, sin apartar los ojos de míster
Jones, que continuaba inmóvil, mirándolos. El cachorro, incrédulo, fue a avanzar, pero
Prince le mostró los dientes:

2
-No es él, es la Muerte.
El cachorro se erizó de miedo y retrocedió al grupo.
-¿Es el patrón muerto? -preguntó ansiosamente. Los otros, sin responderle, rompieron a
ladrar con furia, siempre en actitud temerosa. Pero míster Jones se desvanecía ya en el aire
ondulante.
Al oír los ladridos, los peones habían levantado la vista, sin distinguir nada. Giraron la cabeza
para ver si había entrado algún caballo en la chacra, y se doblaron de nuevo.
Los foxterriers volvieron al paso al rancho. El cachorro, erizado aún, se adelantaba y
retrocedía con cortos trotes nerviosos, y supo de la experiencia de sus compañeros que
cuando una cosa va a morir, aparece antes.
-¿Y cómo saben que ése que vimos no era el patrón vivo? -preguntó.
-Porque no era él -le respondieron displicentes.
¡Luego la Muerte, y con ella el cambio de dueño, las miserias, las patadas, estaba sobre
ellos! Pasaron el resto de la tarde al lado de su patrón, sombríos y alerta. Al menor ruido
gruñían, sin saber hacia dónde.
Por fin el sol se hundió tras el negro palmar del arroyo, y en la calma de la noche plateada
los perros se estacionaron alrededor del rancho, en cuyo piso alto míster Jones recomenzaba
su velada de whisky. A media noche oyeron sus pasos, luego la caída de las botas en el piso
de tablas, y la luz se apagó. Los perros, entonces, sintieron más el próximo cambio de
dueño, y solos al pie de la casa dormida, comenzaron a llorar. Lloraban en coro, volcando
sus sollozos convulsivos y secos, como masticados, en un aullido de desolación, que la voz
cazadora de Prince sostenía, mientras los otros tomaban el sollozo de nuevo. El cachorro
sólo podía ladrar. La noche avanzaba, y los cuatro perros de edad, agrupados a la luz de la
luna, el hocico extendido e hinchado de lamentos -bien alimentados y acariciados por el
dueño que iban a perder-, continuaban llorando a lo alto su doméstica miseria.
A la mañana siguiente míster Jones fue él mismo a buscar las mulas y las unció a la
carpidora, trabajando hasta las nueve. No estaba satisfecho, sin embargo. Fuera de que la
tierra no había sido nunca bien rastreada, las cuchillas no tenían filo, y con el paso rápido
de las mulas, la carpidora saltaba. Volvió con ésta y afiló sus rejas; pero un tornillo en que
ya al comprar la máquina había notado una falla, se rompió al armarla. Mandó un peón al
obraje próximo, recomendándole cuidara del caballo, un buen animal, pero asoleado. Alzó
la cabeza al sol fundente de mediodía, e insistió en que no galopara ni un momento. Almorzó
en seguida y subió. Los perros, que en la mañana no habían dejado un segundo a su patrón,
se quedaron en los corredores.
La siesta pesaba, agobiada de luz y silencio. Todo el contorno estaba brumoso por las
quemazones. Alrededor del rancho la tierra blanquizca del patio, deslumbraba por el sol a
plomo, parecía deformarse en trémulo hervor, que adormecía los ojos parpadeantes de los
foxterriers.
-No ha aparecido más -dijo Milk.
Old, al oír aparecido, levantó vivamente las orejas. Incitado por la evocación el cachorro se
puso en pie y ladró, buscando a qué. Al rato calló, entregándose con sus compañeros a su
defensiva cacería de moscas.
-No vino más -agregó Isondú.
-Había una lagartija bajo el raigón -recordó por primera vez Prince.
Una gallina, el pico abierto y las alas apartadas del cuerpo, cruzó el patio incandescente con
su pesado trote de calor. Prince la siguió perezosamente con la vista y saltó de golpe.
-¡Viene otra vez! -gritó.

3
Por el norte del patio avanzaba solo el caballo en que había ido el peón. Los perros se
arquearon sobre las patas, ladrando con furia a la Muerte, que se acercaba. El caballo
caminaba con la cabeza baja, aparentemente indeciso sobre el rumbo que debía seguir. Al
pasar frente al rancho dio unos cuantos pasos en dirección al pozo, y se desvaneció
progresivamente en la cruda luz.
Míster Jones bajó; no tenía sueño. Disponíase a proseguir el montaje de la carpidora, cuando
vio llegar inesperadamente al peón a caballo. A pesar de su orden, tenía que haber galopado
para volver a esa hora. Apenas libre y concluida su misión, el pobre caballo, en cuyos ijares
era imposible contar los latidos, tembló agachando la cabeza, y cayó de costado. Míster
Jones mandó a la chacra, todavía de sombrero y rebenque, al peón para no echarlo si
continuaba oyendo sus jesuísticas
disculpas.
Pero los perros estaban contentos. La
Muerte, que buscaba a su patrón, se
había conformado con el caballo.
Sentíanse alegres, libres de
preocupación, y en consecuencia
disponíanse a ir a la chacra tras el peón,
cuando oyeron a míster Jones que le
gritaba pidiéndole el tornillo. No había
tornillo: el almacén estaba cerrado, el
encargado dormía, etc. Míster Jones,
sin replicar, descolgó su casco y salió él
mismo en busca del utensilio. Resistía
el sol como un peón, y el paseo era
maravilloso contra su mal humor.
Los perros salieron con él, pero se
detuvieron a la sombra del primer
algarrobo; hacía demasiado calor.
Desde allí, firmes en las patas, el ceño
contraído y atento, veían alejarse a su
patrón. Al fin el temor a la soledad pudo
más, y con agobiado trote siguieron
tras él.
Míster Jones obtuvo su tornillo y volvió.
Para acortar distancia, desde luego,
evitando la polvorienta curva del
camino, marchó en línea recta a su
chacra. Llegó al riacho y se internó en
el pajonal, el diluviano pajonal del
Saladito, que ha crecido, secado y retoñado desde que hay paja en el mundo, sin conocer
fuego. Las matas, arqueadas en bóveda a la altura del pecho, se entrelazan en bloques
macizos. La tarea de cruzarlo, sería ya con día fresco, era muy dura a esa hora. Míster Jones
lo atravesó, sin embargo, braceando entre la paja restallante y polvorienta por el barro que
dejaban las crecientes, ahogado de fatiga y acres vahos de nitrato.
Salió por fin y se detuvo en la linde; pero era imposible permanecer quieto bajo ese sol y
ese cansancio. Marchó de nuevo. Al calor quemante que crecía sin cesar desde tres días
atrás, agregábase ahora el sofocamiento del tiempo descompuesto. El cielo estaba blanco

4
y no se sentía un soplo de viento. El aire faltaba, con angustia cardíaca, que no permitía
concluir la respiración.
Míster Jones adquirió el convencimiento de que había traspasado su límite de resistencia.
Desde hacía rato le golpeaba en los oídos el latido de las carótidas. Sentíase en el aire, como
si de dentro de la cabeza le empujaran el cráneo hacia arriba. Se mareaba mirando el pasto.
Apresuró la marcha para acabar con eso de una vez… Y de pronto volvió en sí y se halló en
distinto paraje: había caminado media cuadra sin darse cuenta de nada. Miró atrás, y la
cabeza se le fue en un nuevo vértigo.
Entretanto, los perros seguían tras él, trotando con toda la lengua afuera. A veces,
asfixiados, deteníanse en la sombra de un espartillo; se sentaban, precipitando su jadeo,
para volver en seguida al tormento del sol. A1 fin, como la casa estaba ya próxima, apuraron
el trote.
Fue en ese momento cuando Old, que iba adelante, vio tras el alambrado de la chacra a
míster Jones, vestido de blanco, que caminaba hacia ellos. El cachorro, con súbito recuerdo,
volvió la cabeza a su patrón, y confrontó.
-¡La Muerte, la Muerte! -aulló.
Los otros lo habían visto también, y ladraban erizados, y por un instante creyeron que se
iba a equivocar; pero al llegar a cien metros se detuvo, miró el grupo con sus ojos celestes,
y marchó adelante.
-¡Que no camine ligero el patrón! -exclamó Prince.
-¡Va a tropezar con él! -aullaron todos.
En efecto, el otro, tras breve hesitación, había avanzado, pero no directamente sobre ellos
como antes, sino en línea oblicua y en apariencia errónea, pero que debía llevarlo justo al
encuentro de míster Jones. Los perros comprendieron que esta vez todo concluía, porque
su patrón continuaba caminando a igual paso como un autómata, sin darse cuenta de nada.
El otro llegaba ya. Los perros hundieron el rabo y corrieron de costado, aullando. Pasó un
segundo y el encuentro se produjo. Míster Jones se detuvo, giró sobre sí mismo y se
desplomó.
Los peones, que lo vieron caer, lo llevaron a prisa al rancho, pero fue inútil toda el agua;
murió sin volver en sí. Míster Moore, su hermano materno, fue allá desde Buenos Aires,
estuvo una hora en la chacra, y en cuatro días liquidó todo, volviéndose en seguida al Sur.
Los indios se repartieron los perros, que vivieron en adelante flacos y sarnosos, e iban todas
las noches con hambriento sigilo a robar espigas de maíz en las chacras ajenas.

Dudas léxicas
1.- Busque en el diccionario las palabras de la columna de la izquierda. Luego, relaciónelas
con los significados que aparecen a la derecha. Apréndalas, le serán de utilidad para la
comprensión del cuento.

1. Vibrátil ( ) Conjunto de huesos.


2. Molicie ( ) Malestar o enfermedad producidos por una exposición excesiva a
los rayos solares.
3. Carpición ( ) Limpiar o escardar la tierra, quitando la hierba inútil o perjudicial.
4. Mutismo ( ) Río pequeño y de poco caudal.
5. Insolación ( ) Capaz de vibrar.
6. Carpidora ( ) Cada una de las dos arterias, propias de los vertebrados, que por
uno y otro lado del cuello llevan la sangre a la cabeza.
7. Algarrobo ( ) Persona estúpida o muy débil, que se deja dirigir por otra.

5
8. Riacho ( ) Terreno cubierto de pajón (hierbas).
9. Pajonal ( ) Instrumento para carpir.
10. Carótidas ( ) Improvisto, repentino.
11. Autómata ( ) Nombre de varios árboles o plantas, como el curbaril o el cenízaro.
12. Súbito ( ) Silencio voluntario o impuesto.

Argumento del relato.


1.- Resuma el argumento del cuento.

Interpretación
2.- Relacione ambas columnas escribiendo el número correspondiente en cada paréntesis.
No sobra ninguna opción.
1. Muerte provocada por el sol ( ) Dick, Prince, Isondú
2. Monte del Chaco ( ) Narran el cuento
3. Vence al hombre sin piedad ( ) Lugar donde se desarrolla el cuento
4. Cinco perros ( ) La Naturaleza de la selva
5. Aparece tres veces ( ) La Muerte
6. Extranjero alcohólico ( ) Mr. Jones
7. Hermano de Mr. Jones ( ) Milk
8. Es el más cachorro de los perros ( ) Mr. Morre
9. Padre del cachorro Old ( ) Old
10. Otros perros de la chacra del patrón ( ) Insolación

3.- Conteste las siguientes preguntas:


a.- ¿Quiénes son los personajes en este cuento? ¿Cuáles son las pistas para entender esto?
b.- ¿De qué asuntos hablan? ¿Cómo pasan el tiempo?
c.- ¿Qué ven los perros y por qué gruñen?
d.- ¿Por qué es uno de ellos un cachorro?
e.- ¿Por qué muere el caballo? ¿Por qué están aliviados los perros?
f.- ¿Qué le pasa al patrón y qué efecto tiene en los perros?

Fase de ubicación
El autor y su obra
Horacio Quiroga (Salto, 1878 - Buenos Aires, 1937). Narrador
uruguayo radicado en Argentina, considerado uno de los mayores
cuentistas latinoamericanos de todos los tiempos, cuya obra se sitúa
entre la declinación del modernismo y la emergencia de las
vanguardias. Las tragedias marcaron la vida del escritor: su padre
murió en un accidente de caza, y su padrastro y posteriormente su
primera esposa se suicidaron; además, Quiroga mató
accidentalmente de un disparo a su amigo Federico Ferrando.
Estudió en Montevideo y pronto comenzó a interesarse por la
literatura. Inspirado en su primera novia escribió Una estación de
amor (1898) y fundó en su ciudad natal la Revista de Salto (1899).
Marchó luego a Europa, donde conoció a Rubén Darío, y resumió sus
recuerdos de esta experiencia en Diario de viaje a París(1900). A su regreso fundó el
Consistorio del Gay Saber, cenáculo modernista que pese a su corta existencia presidió la
vida literaria de Montevideo y las polémicas con el grupo de Julio Herrera y Reissig.

6
Ya instalado en Buenos Aires publicó Los arrecifes de coral (1901) poemas, cuentos y prosas
líricas de gusto modernista, seguidos de los relatos de El crimen del otro (1904), la novela
breve Los perseguidos (1905), producto de un viaje con Leopoldo Lugones por la selva
misionera hasta la frontera con Brasil, y la más extensa Historia de un amor turbio (1908).
En 1909 se radicó precisamente en la provincia de Misiones, donde se desempeñó como
juez de paz en San Ignacio, localidad famosa por sus ruinas de las misiones jesuíticas, a la
par que cultivaba yerba mate y naranjas.
Nuevamente en Buenos Aires, trabajó en el consulado de Uruguay y dio a la prensa las
colecciones de relatos breves Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), Cuentos de
la selva (1918) y El salvaje (1920), y la obra teatral Las sacrificadas (1920). Le siguieron
nuevas recopilaciones de cuentos, como Anaconda (1921), El desierto (1924), La gallina
degollada y otros cuentos (1925) y el que es quizá su mejor libro de relatos, Los
desterrados (1926). Colaboró en diferentes periódicos y revistas: Caras y Caretas, Fray
Mocho, La Novela Semanaly La Nación, entre otros.
En 1927 contrajo segundas nupcias con una joven amiga de su hija Eglé, con quien tuvo
una niña. Dos años después publicó la novela Pasado amor, sin mucho éxito. Sintiendo el
rechazo de las nuevas generaciones literarias, regresó a Misiones para dedicarse a la
floricultura. En 1935 publicó su último libro de cuentos, Más allá. Hospitalizado en Buenos
Aires, se le descubrió un cáncer gástrico, enfermedad que parece haber sido la causa que
lo impulsó al suicidio, ya que puso fin a sus días ingiriendo cianuro.

Ubicación geográfica y espacial


Horacio Quiroga es, en sus inicios, un escritor
modernista que más adelante se identifica con el
criollismo y busca expresar en forma realista las
relaciones que mantiene el hombre americano con el
medio natural, salvaje y agresivo. Esto por lo general
se identifica con los territorios de Misiones y el Chaco,
donde el trópico ofrece el telón de fondo más
adecuado para dos de sus temas favoritos: la
demostración de lo que realmente vale un hombre
cuando se enfrenta a los peligros de la naturaleza y
lo imprevisibles que son siempre las fuerzas
naturales, hasta el punto de que es muy difícil que la
razón o la voluntad humanas prevalezcan sobre ellas.
En este constante enfrentamiento entre el hombre y
la naturaleza, muchas veces no se individualizan los personajes. Se da, sobre todo, el
ambiente de la selva que implica soledad, desamparo, tristeza, superstición y pobreza. Con
mucha frecuencia aparece la serpiente, para enfatizar la fuerza de la selva contra el hombre.
La narración es objetiva, llena de suspenso y dramatismo. Abundan las descripciones sobre
todo de paisajes. El lenguaje es sencillo, cargado de americanismos, principalmente
guaraníes.

7
Estética de su estilo
Influido por Edgar Allan Poe, Rudyard Kipling y Guy de
Maupassant, Horacio Quiroga destiló una notoria precisión
de estilo, que le permitió narrar magistralmente la
violencia y el horror que se esconden detrás de la
aparente apacibilidad de la naturaleza. Muchos de sus
relatos tienen por escenario la selva de Misiones, en el norte
argentino, lugar donde Quiroga residió largos años y del que
extrajo situaciones y personajes para sus narraciones.
Sus personajes suelen ser víctimas propiciatorias de
la hostilidad y la desmesura de un mundo bárbaro e
irracional, que se manifiesta en inundaciones, lluvias
torrenciales y la presencia de animales feroces. Claramente influido por Rubén Darío
y los modernistas, poco a poco el modernismo del oriental comienza a volverse decadente,
describiendo a la naturaleza con minuciosa precisión pero dejando en claro que la relación
de ella con el hombre siempre representa un conflicto. Extravíos, lesiones, miseria, fracasos,
hambre, muerte, ataques de animales, todo en Quiroga plantea el enfrentamiento entre
naturaleza y hombre tal como lo hacían los griegos entre Hombre y Destino. La naturaleza
hostil, por supuesto, casi siempre vence en su narrativa.
La morbosa obsesión de Quiroga por el tormento y la muerte es aceptada mucho
más fácilmente por los personajes que por el lector: la técnica narrativa del autor
presenta personajes que saben que no deben cometer errores porque la selva no
perdona. La naturaleza es ciega pero justa; los ataques sobre el campesino o el pescador
(un enjambre de abejas enfurecidas, un yacaré, un parásito hematófago, una serpiente, la
crecida, lo que fuese) son simplemente lances de un juego espantoso en el que el hombre
intenta arrancar a la naturaleza unos bienes o recursos (como intentó Quiroga en la vida
real) que ella se niega en redondo a soltar; una lucha desigual que suele terminar con la
derrota humana, la demencia, las muertes o, simplemente, con la desilusión.
La escritura en la narrativa de Horacio Quiroga viene regida por un doble
principio de economía y de eficacia. La economía funciona ya en el plano anecdótico
en la simplicidad del argumento: no hay historias complejas, no hay anécdotas inútiles, o
episodios gratuitos. Los personajes son generalmente de rasgos firmes, sobriamente
caracterizados, muchas veces aparecen esquemáticos, construidos en función de la historia
a la que pertenecen y del simbolismo que les incumbe.
Las descripciones son breves, reducidas a los rasgos funcionales: la
caracterización se hace esencialmente a través de la acción. El espacio es a menudo
el elemento más desarrollado pero, sin embargo, las descripciones no son ornamentales:
contribuyen a la definición del ambiente, completan o acentúan el simbolismo de una
situación o de un personaje, anuncian o prefiguran un acontecimiento dramático.

8
Género literario: cuento erudito
Este relato es un cuento porque es narrativo, porque se propone contarnos algo; es ficticio,
porque aunque puede apoyarse en hechos reales, es invención literaria de un escritor; es
breve, se desarrolla en pocas páginas; por su brevedad, presenta un solo asunto, es decir,
un solo tema alrededor del cual giran los elementos; tiene pocos personajes.
Además, es un cuento erudito y se caracteriza por: es complejo; se interesa por dejar
inquietudes y provocar razonamientos y no simplemente por contarnos una fábula o
argumento; se interesa por presentar y describir el ambiente en el cual se desenvuelven los
acontecimientos; los sentimientos y las cualidades de los personajes se parecen más a los
de la vida real: tienen vicios y virtudes, cualidades y defectos; tiene espacio y tiempo
definidos, sabemos dónde y cuándo ocurren los hechos; posee clara intención literaria.

4.- Compruebe, con ejemplos del relato, que este texto es un cuento erudito.

Movimiento literario: criollismo


El criollismo fue un movimiento literario que nació con el propósito de retratar las
costumbres populares, con los tipos y el lenguaje del pueblo, sobretodo del campesino.
Motivó el desarrollo de la literatura regionalista, que reflejó la realidad política, humana,
económica y social de un espacio determinado y así creó una literatura original con base en
los elementos naturales del continente. Se caracteriza por: Predomina lo autóctono; utiliza
modismos dialectales, profundiza en las leyendas del pueblo; surge como una oposición al
exotismo modernista, con sus personajes desarraigados, que pensaban con mentalidad de
extranjeros; como herencia del romanticismo se aproxima al color local; los aspectos
lingüísticos del criollismo radican en la profunda y espontánea asimilación de la lengua
indígena; sus obras no se van a conformar con la sola finalidad artística sino que aspiran a
ser “documentos sociológicos” del momento que vive el país.

5.- Compruebe, con ejemplos del relato, que este texto es criollista.

Fase analítica
Paratexto
6.- Explique el título de este relato.
7.- ¿Qué sucede cuando a un ser humano lo ataca una insolación?

Cotexto
8.- Podemos analizar la estructura de este cuento desde estos aspectos:
a.- El espacio: es un cuento de selva, donde la naturaleza vence al hombre.
Explíquelo.
b.- El tiempo: marque cómo es presentado el transcurrir del tiempo en estos dos
períodos. Indicarlo en horas, días, semanas…: antes de la muerte del inglés, después
de la muerte del inglés.
c.- Los personajes: los perros aparecen humanizados y el hombre aparece
deshumanizado. Los perros llevan adelante las acciones en un tiempo que no se
detiene. Explíquelo.
d.- El tema: lucha hombre-naturaleza: ¿Cómo se da esta lucha en el cuento? ¿Quién
triunfa en ella? ¿Cómo se nota este triunfo más allá de la muerte de Mr. Jones?

9
9.- Explique por qué afirmamos que este cuento es fantástico y realista a la vez.

10.- La personificación es uno de los recursos utilizados por el autor en este cuento. Los
animales no solo adquieren cualidades humanas, sino que, por lo general, su nobleza y
carácter son superiores a las de los humanos. Demuestre cómo se presenta esta figura
retórica en el relato.

11.- ¿Qué tipo de lenguaje utiliza el narrador? ¿Cómo son los diálogos entre los perros:
formales o informales? En este cuento se presentan muchas imágenes sensoriales y una
abundancia de descripciones. Demuéstrelo.

12.- En este cuento, se critican vicios y costumbres de los personajes de la selva. El tono es
satírico. Compruébelo.

13.- Aparecen tres interdiscursos: el social (deshumanización del hombre), el religioso


(premonición de la muerte) y el ecológico (naturaleza hostil). Explíquelos.

14.- La historia que se narra en este relato es muy cercana al universo de Édgar Allan Poe,
en cuanto a la inclinación hacia el delirio, el alcoholismo, la soledad y la muerte. Además, el
relato El miedo, de Guy de Maupassant, constituye un intertexto del cuento de Quiroga.
Demuestre esta intertextualidad en el relato La insolación, de Horacio Quiroga.

15.- En este cuento, se desarrolla un mito: una superstición universal que atribuye a los
perros la facultad de presentir la muerte y anunciarla por medio de aullidos quejumbrosos;
así, el folclor popular también ha construido el mito de que “cuando una cosa va a morir,
aparece antes”. Explique esta manifestación mitológica en este cuento.

16.- La primera función mítica del perro es la de psicopompo, guía del hombre en la noche
de la muerte después de haber sido su compañero en el día de la vida. Desde Amujbis,
Cerbero, pasando por Thot, Hécate y Hermes, el perro ha prestado su figura a todos los
grandes guías de las almas. ¿Por qué los cinco fox terriers son un símbolo de esa guía?

17.- ¿Cuál es la problemática que se presenta en este cuento? ¿Se refleja esta problemática
en la vida del autor? Explique.

Fase interpretativa y explicativa


18.- ¿Qué tipo de sociedad se presenta en este relato? ¿Cómo es la relación entre los perros
y su amo?

19.- Cite tres valores y tres antivalores presentes en el texto y explíquelos.

20.- ¿Qué defiende el autor en este cuento? ¿Qué rechaza y por qué?

21.- ¿En qué afecta al lector la muerte igualadora? ¿Qué impresión le produce? Comente.

22.- ¿Cómo reacciona usted ante la lectura de este cuento: posición, tono, distancia y
actitud?

10
El miedo, de Guy de Maupassant
Volvimos a subir a cubierta después de la cena. Ante nosotros, el Mediterráneo no tenía el
más mínimo temblor sobre toda su superficie, a la que una gran luna tranquila daba reflejos.
El ancho barco se deslizaba, echando al cielo, que parecía estar sembrado de estrellas, una
gran serpiente de humo negro; detrás de nosotros, el agua blanquísima, agitada por el paso
rápido del pesado buque, golpeada por la hélice, espumaba, removía tantas claridades que
parecía luz de luna burbujeando.
Ahí estábamos, unos seis u ocho, silenciosos, llenos de admiración, la vista vuelta hacia la
lejana África, a donde nos dirigíamos. De pronto el comandante, que fumaba un puro en
medio de nosotros, retomó la conversación de la cena.
-Sí, aquel día tuve miedo. Mi navío se quedó seis horas con esa roca en el vientre, golpeado
por el mar. Afortunadamente, por la tarde nos recogió un barco carbonero inglés que nos
había visto.
Entonces un hombre alto con el rostro quemado, de aspecto serio, uno de esos hombres
que uno imagina que han cruzado largos países desconocidos, en medio de peligros
incesantes, y cuyos ojos tranquilos parecen conservar, en su profundidad, algo de los países
extraños que han visto; uno de esos hombres que uno adivina empapado en el valor, habló
por primera vez:
-Usted dice, comandante, que tuvo miedo; no le creo en absoluto. Usted se equivoca en la
palabra y en la sensación que experimentó. Un hombre enérgico nunca tiene miedo ante un
peligro apremiante. Está emocionado, agitado, ansioso; pero el miedo es otra cosa.
El comandante prosiguió, riéndose:
-¡Caray! Le vuelvo a decir que yo tuve miedo.
Entonces el hombre de tez morena dijo con una voz lenta:
-¡Permítame explicarme! El miedo (y hasta los hombres más intrépidos pueden tener miedo)
es algo espantoso, una sensación atroz, como una descomposición del alma, un espasmo
horroroso del pensamiento y del corazón, cuyo mero recuerdo provoca estremecimientos
de angustia. Pero cuando se es valiente, esto no ocurre ni ante un ataque, ni ante la muerte
inevitable, ni ante todas las formas conocidas de peligro: ocurre en ciertas circunstancias
anormales, bajo ciertas influencias misteriosas frente a riesgos vagos. El verdadero miedo
es como una reminiscencia de los terrores fantásticos de antaño. Un hombre que cree en
los fantasmas y se imagina ver un espectro en la noche debe de experimentar el miedo en
todo su espantoso horror.
«Yo adiviné lo que es el miedo en pleno día, hace unos diez años. Lo experimenté, el pasado
invierno, una noche de diciembre.
«Y, sin embargo, he pasado por muchas vicisitudes, muchas aventuras que parecían
mortales. He luchado a menudo. Unos ladrones me dieron por muerto. Fui condenado, como
sublevado, a la horca en América, y arrojado al mar desde la cubierta de un buque frente a
la costa de China. Todas las veces creí estar perdido e inmediatamente me resignaba, sin
enternecimiento e incluso sin arrepentimientos.
«Pero el miedo no es eso.
«Lo presentí en África. Y, sin embargo, es hijo del Norte; el sol lo disipa como una niebla.
Fíjense en esto, señores. Entre los orientales, la vida no vale nada; se resignan en seguida;
las noches están claras y vacías de las sombrías preocupaciones que atormentan los
cerebros en los países fríos. En Oriente, donde se puede conocer el pánico, se ignora el
miedo.
«Pues bien, esto es lo que me ocurrió en esa tierra de África:

11
«Atravesaba las grandes dunas al sur de Uargla. Es éste uno de los países más extraños del
mundo. Conocerán la arena unida, la arena recta de las interminables playas del Océano.
¡Pues bien! Figúrense al mismísimo Océano convertido en arena en medio de un huracán;
imaginen una silenciosa tormenta de inmóviles olas de polvo amarillo. Olas altas como
montañas, olas desiguales, diferentes, totalmente levantadas como aluviones
desenfrenados, pero más grandes aún, y estriadas como el moaré. Sobre ese mar furioso,
mudo y sin movimiento, el sol devorador del sur derrama su llama implacable y directa. Hay
que escalar aquellas láminas de ceniza de oro, volver a bajar, escalar de nuevo, escalar sin
cesar, sin descanso y sin sombra. Los caballos jadean, se hunden hasta las rodillas y
resbalan al bajar la otra vertiente de las sorprendentes colinas.
«Íbamos dos amigos seguidos por ocho espahíes y cuatro camellos con sus camelleros. Ya
no hablábamos, rendidos por el calor, el cansancio, y resecos de sed como aquel desierto
ardiente. De pronto uno de aquellos hombres dio como un grito; todos se detuvieron;
permanecimos inmóviles, sorprendidos por un inexplicable fenómeno conocido por los
viajeros en aquellas regiones perdidas.
«En algún lugar, cerca de nosotros, en una dirección indeterminada, redoblaba un tambor,
el misterioso tambor de las dunas; sonaba con claridad, unas veces más vibrante, otras
debilitado, deteniéndose, e iniciando de nuevo su redoble fantástico.
«Los árabes, espantados, se miraban; uno dijo, en su idioma: “La muerte está sobre
nosotros.” Y entonces, de pronto, mi compañero, mi amigo, casi mi hermano, se cayó de
cabeza del caballo, fulminado por una insolación.
«Y durante dos horas, mientras intentaba en vano salvarle, aquel tambor inalcanzable me
llenaba el oído con su ruido monótono, intermitente e incomprensible; y sentía deslizarse
por mis huesos el miedo, el verdadero miedo, el odioso miedo, frente al cadáver amado, en
ese agujero incendiado por el sol entre cuatro montes de arena, mientras el eco desconocido
nos arrojaba, a doscientas leguas de cualquier pueblo francés, el redoble rápido del tambor.
«Aquel día entendí lo que era tener miedo; y lo supe aún mejor en otra ocasión…
El comandante interrumpió al narrador:
-Perdone, señor, pero ¿aquel tambor? ¿Qué era?
El viajero contestó:
-No lo sé. Nadie lo sabe. Los oficiales, a menudo sorprendidos por ese ruido singular, lo
suelen atribuir al eco aumentado, multiplicado, desmesuradamente inflado por las
ondulaciones de las dunas, de una lluvia de granos de arena arrastrados por el viento al
chocar con una mata de hierbas secas; ya que siempre se ha comprobado que el fenómeno
se produce cerca de pequeñas plantas quemadas por el sol, y duras como el pergamino.
«Aquel tambor no sería más que una especie de espejismo del sonido. Eso es todo. Pero no
lo supe hasta más tarde.
«Sigo con mi segunda emoción.
«Ocurrió el invierno pasado, en un bosque del noreste de Francia. El cielo estaba tan oscuro
que la noche llegó dos horas antes. Tenía como guía a un campesino que andaba a mi lado,
por un pequeñísimo camino, bajo una bóveda de abetos a los que el viento desenfrenado
arrancaba aullidos. Entre las copas veía correr nubes desconcertadas, nubes enloquecidas
que parecían huir ante un espanto. A veces, bajo una inmensa ráfaga, todo el bosque se
inclinaba en el mismo sentido con un gemido de sufrimiento; y me invadía el frío, a pesar
de mi paso ligero y mi ropa pesada.
«Teníamos que cenar y dormir en la casa de un guardabosque, cuya morada ya no quedaba
muy lejos. Iba allí para cazar.

12
«A veces mi guía levantaba los ojos y murmuraba: “¡Qué tiempo tan triste!” Luego me habló
de la gente a cuya casa llegábamos. El padre había matado a un cazador furtivo dos años
antes y, desde entonces, parecía sombrío, como atormentado por un recuerdo. Sus dos
hijos, ya casados, vivían con él.
«La noche era profunda. No veía nada delante de mí, ni a mi alrededor, y las ramas de los
árboles chocaban entre sí llenando la noche de un incesante rumor. Finalmente vi una luz y
en seguida mi compañero llamó a una puerta. Nos contestaron los gritos agudos de unas
mujeres. Después una voz de hombre, una voz sofocada, preguntó: “¿Quién es?” Mi guía
dio su nombre. Entramos. Fue un cuadro inolvidable.
«Un hombre viejo de pelo blanco y mirada loca, con la escopeta cargada en la mano, nos
esperaba de pie en mitad de la cocina mientras dos mozarrones, armados con hachas,
vigilaban la puerta. Distinguí en los rincones oscuros a dos mujeres arrodilladas, con el
rostro escondido contra la pared.
«Nos presentamos. El viejo volvió a poner su arma contra la pared y mandó que se preparara
mi habitación; luego, como las mujeres no se movían, me dijo bruscamente:
«-Verá usted, señor; esta noche, hace dos años, maté a un hombre. El año pasado volvió
para buscarme. Lo espero otra vez esta noche.
«Y añadió con un tono que me hizo sonreír:
«-Por eso no estamos tranquilos.
«Le tranquilicé como pude, feliz por haber venido precisamente aquella noche, y asistir al
espectáculo de ese terror supersticioso. Conté varias historias y conseguí tranquilizarles a
casi todos.
«Cerca del fuego, un viejo perro, bigotudo y casi ciego, uno de esos perros que se parecen
a gente que conocemos, dormía el morro entre las patas.
«Fuera, la tormenta encarnizada azotaba la pequeña casa y, a través de un estrecho cristal,
una especie de mirilla situada cerca de la puerta, veía de pronto todo un desbarajuste de
árboles empujados violentamente por el viento a la luz de grandes relámpagos.
«Notaba perfectamente que, a pesar de mis esfuerzos, un terror profundo se había
apoderado de aquella gente, y cada vez que dejaba de hablar, todos los oídos escuchaban
a lo lejos. Cansado de presenciar aquellos temores estúpidos, iba a pedir acostarme, cuando
el viejo guarda de pronto saltó de su silla, cogió de nuevo su escopeta, mientras
tartamudeaba con una voz enloquecida:
«-¡Ahí está! ¡Ahí está! ¡Lo oigo!
«Las dos mujeres volvieron a caerse de rodillas en los rincones, escondiendo el rostro; y los
hijos volvieron a coger sus hachas. Iba a intentar tranquilizarlos otra vez, cuando el perro
dormido se despertó de pronto y, levantando la cabeza, tendiendo el cuello, mirando hacia
el fuego con sus ojos casi apagados, dio uno de esos lúgubres aullidos que hacen
estremecerse a los viajeros, de noche, en el campo. Todos los ojos se volvieron hacia él;
ahora permanecía inmóvil, tieso sobre las patas, como atormentado por una visión; se echó
de nuevo a aullar hacia algo invisible, desconocido, sin duda horroroso, ya que todo el pelo
se le ponía de Punta. El guarda, lívido, gritó:
«-¡Lo huele! ¡Lo huele! Estaba ahí cuando lo maté.
«Y las dos mujeres enloquecidas se echaron a gritar con el perro.
«A mi pesar, un gran escalofrío me corrió entre los hombros. El ver al animal en aquel lugar,
a aquella hora, en medio de aquella gente enloquecida, resultaba espantoso.
«Entonces, durante una hora, el perro aulló sin moverse; aulló como preso de angustia en
un sueño; y el miedo, el espantoso miedo entró en mí; ¿el miedo a qué? ¿Lo sabré yo? Era
el miedo, y punto.

13
«Permanecíamos inmóviles, lívidos, en espera de un acontecimiento horroroso, aguzando el
oído, el corazón latiendo, descompuestos al menor ruido. Y el perro se puso a dar vueltas
alrededor del cuarto, oliendo las paredes y siempre gimiendo. ¡Aquel animal nos volvía locos!
Entonces el campesino que me había guiado se abalanzó sobre él, en una especie de
paroxismo de terror furioso, y abriendo una puerta que daba a un pequeño patio, echó al
animal afuera.
«Éste se calló en seguida, y nos quedamos sumidos en un silencio aún más terrorífico. Y de
pronto todos a la par tuvimos una especie de sobresalto: un ser se deslizaba contra la pared,
en el exterior, hacia el bosque; luego pasó junto a la puerta, que pareció palpar con una
mano vacilante; no volvimos a oír nada más durante dos minutos que nos convirtieron en
insensatos; luego volvió, siempre rozando la pared; y raspó ligeramente, como lo haría un
niño con la uña; y de pronto una cabeza apareció contra el cristal de la mirilla, una cabeza
blanca con ojos luminosos como los de una fiera. Y un sonido salió de su boca, un sonido
indistinto, un murmullo quejumbroso.
«Entonces un estruendo formidable estalló en la cocina. El viejo guarda había disparado.
Inmediatamente sus hijos se precipitaron, taparon la mirilla levantando la gran mesa que
sujetaron con el aparador.
«Y les juro que al oír el estrépito del disparo que no me esperaba tuve tal angustia en el
corazón, el alma y el cuerpo, que me sentí desfallecer y a punto de morir de miedo.
«Nos quedamos ahí hasta la aurora, incapaces de movernos, de decir una palabra, crispados
en un enloquecimiento inefable.
«No nos atrevimos a desatrancar la salida hasta no ver, por la hendidura de un sobradillo,
un fino rayo de día.
«Al pie del muro, junto a la puerta, yacía el viejo perro, con el hocico destrozado por una
bala.
«Había salido del patio escarbando un agujero bajo una empalizada.»
El hombre de rostro moreno se calló; luego añadió:
-Aquella noche no corrí ningún peligro, pero preferiría volver a empezar todas las horas en
las que me enfrenté con los peligros más terribles, antes que el minuto único del disparo
sobre la cabeza barbuda de la mirilla.

14

You might also like