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| pa Ihstow ia (ner sal Historia de las mujeres en Occidente Bajo la direccién de Georges Duby y Michelle Perrot Traduccién de Marco Aurelio Gaimarini y Cristina Garcia Ohlrich taurus Introduccién 0 en Christiane Klapisch-Zuber Enel primer capitulo de su libro La Cité des Dames, Christine & Fined Sxblica cémo toma conciencia de la desgracia de haber nacido carte ain ti locura —dice esta autora me desesperaba cl au uler, sTjubiese hecho aacer en un cuerpo femenino.» Cuando # Dios me jai misma se extiende a todos sus congéneres, «como si 1p Wecpayeza hubiera engendrado monstruos», acusa @ Dios: Y lues> NaturaleTtnuciosamente las raices de su miseria y descubre en 1a analiza las autoridades» @ los artesanos de su inforeunio’. Texto asombroso. Henos aqui ante una mujer que no se conten. taba con repetir ni con dejarse aplicar los t6picos relativos 2 la inibecilidade femenina, debilidad a la que se resignan sus pares Coo seen rapidez. Christine compreade que son portadoras de un Neeaei te otvos han confeccionado. Efectivamente. quienes las han cee de de sesencialmente malas ¢ inclinadas al vicio» son los hombres. Intrépida, se dispone a contraatacar, a present combate allfdonde hace ya siglos los hombres disputan. Ha nacido la verda- Gera «querella de tas mujeres»: una mujer sé mezcla en la lucha. der2 saute hacia 1400, cuando, en la declinacién de ls Edad Media, se anuncia ya el Renacimiento Ooacrvednos atentamente a esta polemista, a esta defensora de sus hermanas, Viuda, trabaja para ganar el pan de su familia, y 5% trabajo es el de una mujer instruida, consciente, de su valor. Es sepia io que es muy raro por entonces, y escribe, lo que es mas Tito auin, Envella se cruzan la mayor parte de los problemas que plantea la historia de las mujeres de la Edad Media. Demogratia, economia, autonomia juridica, inscripci6n de las mujeres cP fa vida productiva o intelectual: sobre todos estos temas discuten los histo- Proves, sin saber demasiado bien qué lugar asignar en ellos @ las mujeres, Una Christine, por su novedad misma, no es fécil de enc Elles en un cajén u otro de los cuadros histOricos clésicos. (Es est mujer: mds que un caso ejemplar o extraordinario, ua auténtico fard, un estandarte que reagrupa les Wopas inseguras? Hay Que ciiderasia heraldo de la emancipacidn de las muleres, o verla solo Como el testimonio perdido de potencialidades despreciadas, una tr wvvwvwwwowe mida chispa en una época oscura? ;Debemos buscerle émulos, una Conciencia «feminista», la voluntad de reunir a sus hermanas en una Jucha comin? Ea resumen, jcémo enfocar, detrés de ella, a esta mitad de la humanidad que tantos historiadores —por hablar sdlo de ellos— pasan tan fécilmente en silencio? ‘Naturalmente, una mujer como Christine provoca la tentacién de colocarla en un pedestal. Y dejarla alli. Muchos lo han intentado, Entonando el panegirico no siempre inocente de las mujeres excep Gionales, para marcar més claramente su desdén por las otras, que no han hecho la Historia. No hacen otra cosa —se diré— que valerse Ge un procedimiento que inspiré la téctica de muchos defensores de fas mujeres: la alabanza a través de le biografia de figuras notables. ‘También Christine de Pizan ha seguido este derrotero en la defensa de su sexo. Para muchos de sus retratos femeninos de la Cité des Dames, Christine tomé como modelo 2 Boccaccio, quien a su vez habia plagiado a los autores antiguos y as leyendas familiares con el propésito de redactar el corpus de sus Mujeres ilusires, espejos de las peatdes deseables y de los excesos del cardcter femenino. En reali- dad, la historia de las mujeres se ba construido sobre el destino de heroinas sin parangén. Como si, en cada nueva generacin, fuera necesario que las mujeres se construyeran una memoria nueva, que Velvieran 2 anudar un bilo eternamente roto. Desde finales del glo XX, los exploradores de los tervitorios femeninos de la historia Seven dirigido muy a menudo a las referencias espectaculares. Ea Sus obras abundan las biografias, lo que constituye una duradera fnarea impresa en la manera de escribir la historia del segundo Sexo. Esos hitos tienen su valor: no hay duda de que demostrar las Cepacidades femeninas constituye un itil estuerzo para restaurar tuna parte de la historia, por poner ea su luger una bistoria que Joan’ Kelly ha calificado de «compensatoria»*. Por tanto, no se hata de impugnar sin més una tradiciéa tan fuerte y prolongada y noe ha dade muesttas de fecundidad. El procedimiento es impres- Sinaible para ciertas fases de la investigacion sobre el lugar de las mujeres en [a historia?, una investigaci6n que se pretende compro- Tretida, participante; sin embargo, es insuficiente si se aspire a Teveder 2 un andlisis y uaa comprension de las situaciones histori- as que tomen en consideracidn la realidad integra de las relacio~ Ges sociales. Pues las personalidades que pone de relieve constitu- yen hitos, despiersan el interés. Pero también monopolizan 's Yrencign y es menester interrogarse acerca de la fascinacién que ejercen. Volvemos, pues, a la cuestion que el destino de Christine nos inspiraba: jhay que considerar a estas figuras notables como excep tien, o como la medida de su tiempo, de su grupo social” Su esplén- Gide eislamiento, la discontinuidad del relato que ellas justifican, Obligan a considerarlas como puntos de ffexién en el desarrollo starico. Articulaciones diferentes de las cesuras tradicionales, es Gierto, pero, {acaso menos artificiales e ilusorias? Toda historia de fas mujeres debe enfrentar el problema de los acontecimientos que sean significatives para ella y sobre los cuales el histor.ador puede fender una periodizacién especifice. En sentido mds general, esta cxigencia implica —repitémoslo— l2 idea que nos hacemos de 1a

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