Professional Documents
Culture Documents
1. La teoría papal, que asume que Cristo, los apóstoles y los creyentes,
constituyeron la Iglesia mientras nuestro Salvador estuvo en la tierra, y
esta organización fue designada para ser perpetua. Después de la
ascensión de nuestro Señor, Pedro se convirtió en su Vicario, y tomó su
lugar como cabeza visible de la Iglesia. Esta primacía de Pedro, como
obispo universal, es continuada en sus sucesores, los obispos de Roma,
y el apostolado se perpetúa en el orden de los prelados [e.d. obispos]. Al
igual que en la primitiva Iglesia nadie podía ser apóstol sin que estuviera
sujeto a Cristo, así ahora nadie puede ser prelado sin estar sujeto al Papa.
Y como entonces nadie podía ser cristiano sin estar sujeto a Cristo y los
apóstoles, así ahora nadie puede ser cristiano sin estar sujeto al Papa y a
los prelados. Esta es la teoría romana de la Iglesia: el Vicario de Cristo, el
Colegio perpetuo de los apóstoles y las personas sujetas a su control
infalible.
I. El primero de estos principios tiene que ver con el poder y los derechos
del pueblo. En cuanto a la naturaleza del poder de la Iglesia, es preciso
recordar que la Iglesia es una teocracia. Jesucristo es su cabeza. Todo el
poder se deriva de Él. Su Palabra es nuestra constitución escrita. Todo el
poder la Iglesia es, por tanto, en propiedad, ministerial y administrativo.
Todo se ha de hacer en el nombre de Cristo, y en conformidad con sus
instrucciones. La Iglesia, sin embargo, es una sociedad distinta del
Estado que se gobierna a sí misma, que tiene sus oficiales y leyes, y, por
consiguiente, un gobierno administrativo propio. El poder de la Iglesia
tiene que ver:
2. La Iglesia tiene poder para establecer las normas para la ordenación del
culto público.
3. Ella tiene el poder para dictar las normas de su propio gobierno, como
las que cada Iglesia tiene en su Libro de la Disciplina, Constitución, o
cánones, & c.
1. Debido a que este poder del pueblo está sujeto a la autoridad infalible
de la Palabra, y
Están obligados a no creer a todo espíritu, sino probar los espíritus, para
juzgar sobre la cuestión de si aquellos que vinieron a ellos como
maestros religiosos fueron realmente enviados de Dios. Los gálatas son
severamente censurados por atender a las falsas doctrinas, y están
llamados a pronunciar incluso anatema al apóstol, si él predicaba otro
evangelio. Los corintios son censurados por permitir que una persona
incestuosa permanezca en su comunión, se les manda excomulgarlo, y,
posteriormente, tras su arrepentimiento, restaurarlo a la comunión. Estos
y otros casos de este tipo no determinan nada en cuanto a la forma en
que se ejerce el poder del pueblo, pero demuestran de manera
concluyente que tal poder existe. El mandamiento a que vigilen la
ortodoxia de los ministros y la pureza de los miembros, no estaba dirigido
exclusivamente al clero, sino a toda la Iglesia. Creemos que, como en la
sinagoga y en cada sociedad bien ordenada, los poderes inherentes a la
sociedad se ejercen a través de los órganos apropiados. Pero el hecho de
que estos mandamientos se dirijan al pueblo, o a toda la Iglesia, prueba
que ellos eran responsables, y que tenían una parte sustantiva en el
gobierno de la Iglesia. Sería absurdo en otras naciones dirigir quejas o
exhortaciones al pueblo de Rusia en referencia a los asuntos nacionales,
puesto que éste no tiene parte en el gobierno de su nación. Sería no
menos absurdo dirigirse a los católicos-romanos como un organismo
autónomo. Pero tales interpelaciones bien pueden ser hechas por el
pueblo de uno de nuestros Estados al pueblo de otro, porque el pueblo
tiene el poder, aunque se ejerza a través de los órganos legítimos.
Mientras que las epístolas de los apóstoles no prueban que las iglesias a
las que fueron dirigidas no tuvieran oficiales regulares a través de los
cuales el poder de la Iglesia se había de ejercer, ellas demuestran
sobradamente que dicho poder reside en el pueblo; que tenían un
derecho y estaban obligados a participar en el gobierno de la Iglesia, y en
la preservación de su pureza.
Fue sólo gradualmente, a través del paso del tiempo, que el poder que
pertenece de esta manera al pueblo fue absorbido por el clero. El
progreso de esta absorción seguía el ritmo de la corrupción de la Iglesia,
hasta que el dominio de toda la jerarquía fue finalmente establecido. El
primer gran principio, pues, del presbiterianismo es la reafirmación de la
doctrina primitiva de la Iglesia, de que el poder pertenece a toda la Iglesia;
para que ese poder sea ejercido a través de los oficiales legítimos, y por
lo tanto que el oficio de anciano gobernante como representante del
pueblo, no es una cuestión de conveniencia, sino un elemento esencial de
nuestro sistema, derivado de la naturaleza de la Iglesia, y que descansa
sobre la autoridad de Cristo.