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CIUDADES
HISPANOMUSULMANAS
Por

Leopoldo Torres Balbás


De la Real Academia de la Historia

ADVERTENCIA PRELIMINAR
INTRODUCCION Y CONCLUSION
~or
Henri Terrasse
de l'lnstltut

TOMO 1
HISTORIA E INSTITUCIONES
ORGANIZACION DE LAS
CIUDADES
LAS CALLES

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1

1. lntroducción.-11. Las ciudades de las dos variantes, cris-


tiana y musulmana, de la España medieyal.-111. De 1as ciudades
romanas a las hispanomusulmanas.-'Lás ciudades hispanomusu'l-
manas: decadencia y extensión.-EI ,testimonio driamático del
subsuelo: un problema hist6rico.-EI suelo .visigodo y ·el islámi-
co._,EI tránsito de l·as ciudades del sigilo V·ll a las hispanomu-
sulmanas.-Apéndice primero: Superficie intramuros de fas prin-
cipales ciudades galorromanas.-Apéndice segundo: Profundidad
bajo el suelo actual de las ruinas de l:as ciudades hiS1panomu-
sulrnanas.--Apéndice tercero: 'Invasiones en la Península Ibérica
desde el siglo 11 hasta el Vlll.-IV. Ciudades yermas.-Por qué
y cómo mueren las ciudades.-Ciudades muertas hispanomusul-
manas.-V. Ciudades de nueva fundación.-T.eoría islámica de
la fundación de ciudades: asentamiento y construcción.--Ciuda~
des regias.--Ciudades de asedio.-Ciudades hispanomusulmanas
de nueva fundación.-VI. Ausencia de disposiciones y regla·
mentos urbanos en el lslam.-'-<Vll. Número e importancia de las
ciudades.-Las ciudades hasta la disoluc·ión del Catl.ifato oordo-
bés.-Las ciudades de los reinos de Taifas.-Las ciudades du-
rante la época almorávide.-Las ciudades durante la época al-
mohade.-Las ciudades dei reino granadino.-VHI. Extensión y
demografía.-Demografía y propaganda.--Planteamiento de·I pro-
blema demográfico.-Extensión de la vivienda.-Número de ha-
bitantes de cada vivienda.-IX. Demografía comparada de las
ciudades hispanomusulmanas y de las europeas medievales.
INTRODUCCION

LA CIUDAD ISLAMICA

El Islam y las c1u~riae11es.

las ciudades han tenido siempre una gran importancia dentro del mundo
musulmán (1). lo mismo las preislámicas que las de nueva fundación han
adquirido en seguida una fisonomía muy particular, fa cual han conservado
durante la Edad Media, llegando a veces hasta nuestros días.

Esta primacía de las ciudades remonta a los orígenes de la nueva fe: el


Islam fue creado por un ciudadano, Mahoma, para la reforma religiosa
de su ciudad natal. Después de su fracaso inicial y de su emigración a
Medina, Mahoma sólo tuvo un pensamiento: conquistar y convertir la
ciudad que había tenido que abandonar por la fuerza. Cuando vuelve a La
Meca y se dispone a organizar la nueva religión, no tendrá más r,emedio
que respetar, mediante la per,egrinación, t·odos los santuarios paganos de
su patria con los mismos ri,tos tradicionales. Para los musulmanes ,era
y sería siempre fundamental tomar físicamente contacto con la ciudad
de.I Profeta para repetir en los lugares santos los mismos géstos rituales
de los primitivos habitantes de La Meca, hacia la cual se dirigirían, como
indispensable centro geográfico, desde cualquier punto donde la oración
se cumpliese.
la primera comunidad musulmana que Mahoma organiza en Medina, al
reunir a los emigrantes ,de La Meca y a los habitantes de Medina, se fundó
en el más estrecho vínculo religioso, de modo que no pudieran jamás sur·
gir diferencias de raza o de condición social. Comunidad que quedaría para
siempre como modelo único de todas cuantas agrupaciones musulmanas
pudieran luego surgir.
La jefatura del Islam ·en los tiempos de Mahoma y de sus inmediatos suce-
sores se organiza a base de individuos de las dos ciudades santas, inme-

(1) Mar<;ai,s, W. L'lslam et la vie urbaine.

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diatamente nombrados gobernadores de las nuevas provincias, sin recurrir
a los jefes de las grandes tribus beduinas, incorporadas de grado o por la
fuerza.

Durante la expansión, el Islam no cesa de crear nuevas ciudades de cará·c-


ter militar frente a los territorios que hay que conquistar; ciudades que
vienen a ser luego centros de islamización de las nuevas provincias. A fo
largo de toda la Edad Media asistimos además a la fundación de grandes
capitales por obra de las dinastías que van surgiendo tanto ,en Occidente
como e·n Oriente. Así, por uno y otro procedimiento, van surgiendo Küfa,
Basora, Wasit, Mosul, Bagdad, Fustat, El Cairo y slraz en Ori·ente; o Qai-
rawan, Mahdlya, Argel, Orán, Fez, Marraqes, La Oal'a de 'los Banü Ham-
mad, Bujía y Rabat en Occidente.

De entre todas ellas pocas hay totalmente perdidas: quince, por lo menos,
sobreviven todavía como grandes ciudades .del Islam.

Las leyes, inspfradas, claro es, en el Corán, se dictaron sobre todo para
ciudadanos. Sólo en la ciudad pueden los musulmanes cumplir plena y
cómodamente sus obligaciones rituales.

Para la oración del vi·ernes, reunión y afirmación de la Comunidad musul-


mana, es indisp·ensable una mezquita catedral, ,dotada de alminar y mimbar,
con la asistencia de un ja1ib o predicador.

Durante mucho tiempo no hubo más que una mezquita en cada ciudad;
mas luego se multiplicaron las grandes mezquitas dentro de cada barrio,
primero en Oriente y luego en Occidente.

En la mezquita todo está preparado para que la oración se produzca en


las más exoelentes condiciones: una sala de abluciones y un suelo que
garantioe la limpieza. Es más: el f:iammam o baño, que permite liberarse
de las más graves impurezas, ha terminado por ser algo dependiente de
la mezquita.

El encerrar a la mujer dentro de la casa, conforme exige la ley musulmana,


solamente puede cumplirse en la ciudad; en el campo no queda otro reme-
dio que dejar a la mujer en cierta libertad.

La ciudad fue siempre el foco y el centro de la islamización: el punto de


partida de la catequesis de la población dispersa por los campos. En todos
los tiempos sólo la ciudad es la que ha mantenido realmente la hegemonía
de la vida religiosa. Las magistraturas canónicas o legales han tenido su
sede siempre en la ciudad, a la cual forzosamente tuvo en todo .momento
que acudir la población. rural.

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La gestión de los bienes de manos muertas, los o (que no
solamente aseguran e1I correcto ejercicio del culto sino que también man·
tienen numerosos ·organismos de la vida urbana) se realiiza en la ciudad
donde precisamente se encuentra una buena parte de tales bienes.
Esta íntima trabazón entre el lsfam y las ciudades, en cierto modo orgáni-
ca, explica iJa perfecta unidad de la vida urbana, en sus organizaciones y
en sus formas, dentro de todo el mundo musulmán.

Características de ~las ciudades musulmanas.

Estructura. En toda ciudad musulmana, lo mismo si es preis·lámlca que


de nueva fundación, su centro es siempre la meiqulta catedral, que es
no sólo el santuario de la comunidad, sino también, a ·ka vez, la .sede
de la magistratura ·en manos del qadi y de sus auxiliares. En ciertos aspec-
tos fue la casa del pueblo: dentro de eHa tenía lugar la proclamación del
pode.r político y la publicación de sus mandatos.
La enseñanza, desde el momento que sobrepasaba los límites de la lectura
coránica, se organizaba .en la mezquita para venir a ser su recinto eil hogar
de la Ciencia. Es más: cuando surgieron las madrazas, residencias, ante
todo, de estudiantes, fue a pesar de todo, en fas grandes mezquitas donde
continuaron dándose la mayoría de las enseñanzas. Mezquitas que sirvieron
y sirven, además, de alojamiento para los forasteros, tanto en las pequeñas
como en las grandes poblaciones.
Tesorería de la comunidad fue también en cierto modo 'la mezquita, puesto
que en un locail anejo, dentro del recinto de la misma, se instaló el corres·
pondlente tesoro ya en ilos primeros siglos de la hég,ira.
El segundo elemento de la ciudad musulmana es el mercado, constituido
por todo un conjunto de zocos, los cuales tienen s1iempre que aparecer
alrededor de la mezquita o a un costado, por lo menos, de ella. Mercado
constituido por un dédalo de callejuelas en las que los artesanos o comer-
ciantes se ag.rupan por oficios, no sin que falte una alcai.cería donde se
venden los productos de lujo y de .importación. Todo ello al lado de alhón-
digas diversas que lo mismo sirven de almacenes al por mayor, que de
talleres, que de posadas.
La unión de fos zocos con la mezquita ejerce una extraordinaria y poderosa
atraoción, de forma que la mayor parte del tráfico corre por la calles que
desde este núcl'eo urbano conducen a las puertas de ·la ciudad. ,
La estructura de fos barrios residenciales obedece a la tendencia a recluir-
se la mujer y a mantener el secreto de la vida familiar. E1I plano de
~;~.,;;c.·s•z;;0:::, •.,.

9
ciudad, fuera de los zocos y de las calles de tráfi.co, aparec·e como un
verdadero laberinto de calles, sinuosas, rebeldes a cualquier alineación,
Cuando Jos musulmanes han conquistado ciudades que conservaban una
traza reticular con anohas vías, por herencia de la antigüedad, toda la pri-
mitiva y ordenada alineación desaparece por el avance de las nuevas cons-
trucciones sobre la calzada. Casi todas las casas no desembocan en calles,
sino en callejones tortuosos o en adarves a veces con sus correspondientes
puertas para seguridad durante fa noche.
En ciertas ocasiones, sobre esos mismos callejones, se desborda la edifi-
cación para formarse los típicos pasadizos o calle cubiertas. Cada fami-
lia busca el aislamiento, e·1 silencio y iJa calma.

Las ciudades musulmanas, según la costumbre medieval, se protegían me-


diante una cerca fortificada, siendo raras las aglomeraciones urbanas abier-
tas. Mas si surgían extramuros verdaderos arrabales, pronto se protegían
con murallas compl·ementarias.
Dominando fa ciudad o madlna y unida a ella, aunque separada por una
1

muralla interior, surge la ciudadela o almudena o atlcazaba, res idencia


1

de la autoridad, emir o gobernador, casi siempre con su mezquita propia,


y sus respectivas puertas de comuni cación con el exterior o con ·el
1

interior.
El Islam ha renovado, adaptándola a su organización política y adminis-
trativa, la antigua acróP'ol.is mediterránea.
Mas la vida ciudadana no se encerraba por eso siempre dentro de las
murallas: las oraciones de las dos más grandes fiestas canónicas se reza-
ban no en fa mezquita catedral, sino fuera de la cerca sobre un amplio
espacio frente a ·la mu~alla, con muro en el que abre un mil:ir.ab al lado ·
de unos escalones que sirven de mimbar. Complemento también de la
ciudad es fa a:lmuzara, explanada dispuesta para las r·evistas o paradas
militares, deportes ecuestres, a la sombra y al exterior de fas murallas.

Un cinturón de es¡p'léndida vegetación solía rodear la ·Ciudad, a base de


simples huertas o casas de campo (almuni·as), .lugares de esparcimiento
de los magnates o gentes más o menos acomodadas de la urbe.

En España ·este tipo de posesión campestre alcanza un especia'lísimo des·


arrollo: la morada del propietario y de sus servidores se defiende por medio
de un pequeño recinto murado con robusta torre fortificada. La villa romana
con torre es en el fondo el origen de esta c'lase de construcciones.

10
Organización económica.
El sentido. is·lámico de la ciudad se acusa en los detalles ·mismos de su
vida económica. E·I almotacén, que depende del cadí, no se encarga tan
sólo de garantizar la correcta realización del culto y del control de 'la
vida religiosa, se·gún la ley, sino también de la organización y vigilancia
de ia vida económica. Bajo su dirección se mueven fas corporaciones
de artesanos, se vigi'la la calidad de fos productos ·en venta ·y, fijando
el mercurial y haciendo respetar el sistema de pesos ·y medidas, se
asegura la regularidad y bondad de las transacciones. El almotacén pue-
de llegar a funcionar como un edil vigilando las construcciones e incluso
ordenando .los trabajos de carácter urbanístico.
Casi todos .los organismos colectivos de la vida económica, tiendas, alcai-
cerías, alhóndigas, sin olvidar molinos y hornos, son bienes de manos
muertas. WaqfS o l)abices dependen del cadí incluso cuando están sujetos
a una administración particular.
La ciudad musulmana ha ll·egado a poner su vida económica bajo la tutela
y la garantía del Islam a través de sus magistrados e instituciones canó-
nicas, para asegurarla y protegerla así frente a 'las vicisitudes de 'la vida
política y frente a las expoliaciones. Es la ley musulmana, que se revela
en la vida materia1I de la ciudad, el factor fundamental del orden y de la
continuidad.

Organización política.
Marica perfecto de la comunidad islámica organizada y mantenida en sus
instituciones vi.tales por la Ley y sus magistraturas, la ciudad es la sede
de la vida po'lítica y la res idenoia de sus jefes.
1

Mas la ciudad no ha conservado nada de fa organización de la urbe antigua:


no hay órgano alguno representativo; jamás ha obtenido cartas; fueros o pri ·
vilegios. El poder político se ejerce en su plenitud sin ser moderado por
organiza.c.ión ailguna tribua'I, al revés de lo que sucede en el campo, todo
lo cual se debe a la espec ialísima condición legal del poder en el Islam.
1

«Tout pouvoir vient de Dieu, demeure en Lui et entierment exercé par Lui
a travers un instrument humain» (2). A la cabeza de la comunidad musul-
mana está, normalmente, el califa como representante del Profeta y, como
tal, encargado de defender la religión y de gobernar el mundo. Obedecer
al cailifa, s,iempre que no ordene cosa contraria a la ley, es obedecer
a Dios. Incluso en el caso en que haya usurpación del CaHfato o de que el
poder pase a manos de soberanos de hecho, es necesario aceptar lo que
Dios ha permitido en su insondeahle voluntad.

(2) Gardet, Louis, La cité musulmane.

11
La autoridad de los jefes políticos, derivada de la del caillfa, está así plena-
mente fundada tanto en lo temporal, como en lo espiritual en cierto modo.
Al lado de ella no hay lugar para ninguna representación de la comunidad
musulmana.
La igualdad de los musulmanes basada en la ley se traduce en el plano
político por una total servidumbre en la equidad.
La ciudad no puede manifestar su propia voluntad más que por la crítica
o la rebeldía. Si llega a surgir el espíritu ciudadano o la opinión co lectiva.
1

siempre hay completa ausencia de la vida municipal: la concepción islámica


de la autoridad, no ha tolerado en este aspecto evolución alguna.
Siempre las ciudades musulmanas han tenido un mínimum de administra-
ción asegurada a fa vez por la magistratura y por los agentes del poder
central.
Los gobernadores de las grandes ciudades extendían normalmente su auto-
ridad sobre la provincia por delegación del Soberano: eran ante todo
jefes militares.
En algunas ciudades, sobre todo en España, existía a ve ces un ~ahib al-
1

madina, cargo inspirado en las instituciones bizantinas, con la misión, bajo


la autoridad de'I gobernador, de todo cuanto se pudiera referir a la policía
y administración de la urbe.
Por lo general no había más que un solo funcionario de policía, el Sahib
al-Surta, jefe de un cuerpo es·cogi,do que constituía la guardia personal del
gobernador, garantizaba el orden en todas sus formas, encargándose de la
ejecución de las deci'Siones de la justicia, incluso de las del cadí.
Ell gobernador, e'I sahib al-madTna y el sahib as-surta ejercían una especial
jurisdicción al margen de la ley musulmana. Estos altos funcionarios tenían
auxiliares de nombre y de rango muy variables.
A falta de una organización autónoma y evolutiva, la ciudad musulmana,
gracias a las magistraturas canónicas y a los agentes de'I poder poHtico,
gozaba normalmente en la obediencia pasiva, de la paz, del orden y de la
justicia. En general era administrada, quizá no tan bien como las ciudades
bizantinas, pero mejor, por lo menos hasta el siglo XII, que las del occi~
dente cristiano.
En fin, he aquí cómo el Islam, tan pronto inhibiéndose como actuando de
un modo positivo, ha modelado un tipo de ciudad que se encuentra siempre
a sí misma por todo el ámbito del mundo musulmán. Lo que ha sido la ciu·
dad musulmana en España es lo que dirán fas páginas de este ·libro.

HENRI TERRASSE

12
LAS CIUDADES DE LAS DOS VARIANTES, CRISTIANA V MUSULMANA,
DE LA ESPAÑA MEDIEVAL

El proceso histórico de la urbanización española presenta el original dualis-


mo de toda nuestra vida medieval, latente en el Renacimiento y cuya huella
perdura. Responde, excusado es decirlo, a la coexistencia en su solar de
dos grandes corrientes muy diversas de civi 1ización: la ·cristiana occidental
y la oriental islámica, las que ~dieron origen a una riqueza y variedad de
forma mayor en el nuestro que en otros pueblos.
Ni Africa empieza en los Pirineos ni Europa comienza en el Estrecho de
Gibraltar. La Península Ibérica fue vasto puente entre dos continentes y
crisol de dos civilizaciones, a cada una de las cuales responde un tipo bien
diferenciado de ciudad, sendos escenarios a la vez de muy distintas exis-
tencias.
Una y otra ciudad, la cristiana y la islámica, arrancan de la espléndida
urbanización del Imperio Romano y surgen por un proceso de desinte-
gración de distinto signo, como productos de culturas y formas vitales
diferentes. Sobre factores físicos de máxima permanencia comparados
con los humanos, como son la comarca en que la ciudad se halla y el
solar en que se asienta, con sus características climatológicas, topográ-
ficas, etc., cada civilización modeló una ciudad distinta, partiendo, como
antes se dijo, de la estructura uniforme de la romana, surgida ésta a
consecuencia de una firme organización estatal.
En las páginas siguientes intento bosquejar lo que fue la ciudad hispano-
musulmana. Para ello la compararé no pocas veces con la europea de la
Edad Media, más familiar a nuestro ambiente cultural. Mientras la última
ha seguido un proceso evolutivo, salvo en comarcas apartadas, la musul-
mana quedó petrificada en todo el mundo islámico en un molde uniforme
y su estructura apenas ha variado desde los siglos VIII al XII, época de
máxima expansión de muchas de ellas, de economía pujante entonces
por el gran desarrollo de su industria y de su comercio, hechos urbanos
por excelencia. Su estabilización desde esa fecha responde a complejas
razones cuya exposición rebasa los límites de estas páginas.

13
La civilización islámica fue esencialmente urbana. La vida, dirigida por la
religión en todos sus aspectos, dio forma a un tipo de ciudad cuya estruc-
tura uniforme, a pesar de su pintoresco y aparente desorden, es tan general
en el mundo islámico como lo fue la ciudad romana en la gran extensión
del Imperio.

Al lado de los dos tipos aludidos de ciudades hispánicas medievales, la


cristiana y la musulmana, hay un tercero formado por la transformación
de la última después de su conquista, ciudad mudéjar en la que deberá
estudiarse la evolución urbana seguida para adaptarse a la vida de sus
nuevos pobladores. Adelantemos que los cambios fueron lentos y no
profundos: el hecho de vivir durante siglos en los escenarios de la civili-
zación islámica, en los que al parecer los castellanos no se encontraron
incómodos, tal v~z por la tradición de convivencia en el Toledo medieval,
contribuyó a orientalizar la sociedad española, marcándola con impronta
aún no borrada.

Típica, pero justa, es la afirmación, repetida po_r no pocos visitantes extran-


jeros, del orientalismo de las ciudades, y aún más de las villas, del mediodía
y levante peninsular. Intentaré en las páginas siguientes decir en qué
consiste, cuáles son los rasgos que, al diforenciarlas profundamente de
las restantes de Occidente, las emparejan con las islámicas. Conviene
recordar que si las influencias transpirenaicas ¡pudieron contribuir a deter-
minar la estructura de las villas de nueva creación en la España cristiana,
no alcanzaron a modificar hasta el siglo XVI, débilmente en la mayoría
de los casos, a las de tradición musulmana.

En nuestras ciudades de pasado islámico la situación de la catedral y de


las iglesias más antiguas obedece a que en el mismo solar se levantaron
antes la mezquita mayor y otras de barrio; muchas de las calles actuales
conservan el mismo trazado que tuvieron en la época islámica y las rondas
y paseos que circundan el antiguo núcleo urbano siguen las líneas de su
vieja cerca. La modestia de las fachadas de bastantes viviendas, tras de
1as cuales se disimulan con frecuencia ricos aposentos, es herencia islá~
mica, igual que los miradores, transformación de los volados ajimeces en
los que las mujeres pasaban parte de su vida ocultas a las miradas de
los transeúntes, y la excesiva altura de los peldaños de !as escaleras de
las casas andaluzas. Y si de las huellas materiales pasamos a las más
sutiles conservadas en el espíritu y en la vida de las gentes, comproba-
remos también que el pasado informa y está presente en no pocos aspec-
tos de la vida ac;tual. «¿Cómo dicen -escribió Chesterton- que no hay
monumentos romanos en Inglaterra? Todos nosotros lo somos.» La vida
femenina de aislamiento y clausura en el hogar, extendido en la España

14
meridiona'I, hasta fecha muy reciente, procede de herencia islámica ( 1).
Aún hoy, como hace siglos, constituye la suprema belleza femenina para los
andaluces, ha dicho García Gómez, el contraste entre la cadera pingüe y el
talle frágil (2). De muchas sevillanas se podha decir ahora lo que escri-
bía al-saqundT en los primeros años del siglo XIII: son «las gentes más
ligeras de cascos, más espontáneas para el chi,ste y más dadas a la burla ...
y del tal suerte están habituados a esto y lo tienen por hábito, que entre
ellos es considerado odioso y cargante el que no se dedica a tales cosas
y no da y acepta esta clase de bromas» (3).
El autor de estas páginas rio toma partido en la disputa entre los que
creen que la islamización de gran parte de España influyó de manera
decisiva en nuestra vida y los que atribuyen acción preponderante sobre
ella a la corrient e que hoy llamaríamos europea, ni mucho menos pretende
1

valorar lo positivo y negativo de una y otra. Intenta tan sólo exponer unos
hechos, a veces con excesiva y tal vez enojosa acumulación de ¡pruebas,
1

antes de que la profunda transformación urbana de nuestra Patria acabe


con fos últimos vestigios materiales de un aspecto de su vida pasada (4).
El escriba es sensible a la belleza y armonía de las viejas urbes espon-
táneas, lo mismo de las de origen occidental que de las de tradición islá-
mica, modeladas unas y otras durante siglos por el espíritu de nuestro
pueblo, y lamenta su desaparición. Estas páginas son, pues, de amor y de
nostalgia, a la par.

(1) Sobre este punto, común a todo el Mediterráneo, cf. TNlion, Germaine, Le harem
et les cousins.
(2) García Gómez, Poemas arábigo-andaluces, p. 43.
(3) Al-saqundi, Elogio del Islam Español, p. 96.
(4) La historia de la urbanización occidental española apenas si ha sido estudiada.
Véase Torres Bailhás y otros, Resumen ... del ¡urbanismo en España.

15
DE LAS CIUDADES ROMANAS A LAS HISPANOMUSULMANAS

Todo corte en historiografía es artificioso y ficticio, pues nada acaba ni


comienza en absoluto; todo acontecimiento está enlazado por fuertes ata-
duras a los que le preceden y siguen (1). La división tradicional en etapas
o períodos limitados por fechas, aunque didácticamente cómoda y nece-
saria, parece siempre absurda (2). La incongruencia de estos límites se
acrecienta para desfigurar aún más nuestra visión del pasado cuando por
la falta de documentación han desaparecido eslabones de la cadena conti-
nua de la Historia y las falsas fronteras cronológicas establecidas artifi-
cialmente para su estudio conviértense en profundos fosos. De la época
de la dominación romana en la Península Ibérica, medianamente conocida
y aún poco estudiada (3), se pasa al oscurísimo período del reino visi-
godo y, tras éste, a los tiempos inmediatamente posteriores a la conquista
islámica, de los que no se conservan testimonios más precisos y deta-
llados (4).

Una de esas grandes lagunas en el conocimiento de la vida española entre


los siglos IV y X es la referente a la organización de las ciudades visigo·
das (5), perdida ya la -fuerza de atracción de Roma, y a las transformacio-

(1) Prólogo de Henri Berr a la obra de Ferdiinand Lot, La fin du monde antique et le
début du moyen age, p. XX.
(2) Róbert Latouche ha propuesto que se sustituya la palabra «período» por la de
«etapa», que indica mejor el carácter dinámico de la evolución humana (Les origines
de l'économie occidentale (IXe~Xle sieole, pp. XXV, notas 1 y 347-348). ·
(3) Para su mejor conocimiento sería necesario, entre otras cosas, emprender un
plan metódico de excavaciones en los solares de varias ciudades hispanorromanas.
(4) «Sabemos muy poco -ha escrito Vázquez de Parga- de cómo se verifica el
tránsito de la España, trabajosa e incompletamente unificada, de los reryes visigodos de
Toledo, a la España escindida en dos culturas y dos religiones que sucede a la invasión
musulmana» (Los documentos sobre las presuras del obispo Odoario, de Lugo, p. 635).
(5) En 1945 empezaron a excavarse por don Juan Cabré las ruinas de Recópolis en
el cerro de la Oliva (Guadafajara), ciudad fundada por Leovigildo en la Celtibe1ria el
año 578, según el Biclarense. La dotó el monarca fundador de admirables murallas y
servicios, concediendo privilegios a los pobladores.· Tal vez fue destruida por los mu-
sulmanes al invadir la Península; se despoblaría poco más tarde. Atl morir el incansable
arqueólogo, a los dos años de iniciada la excavación, quedó i.nterrumpida, con.~~"'d:P~~·~·,;:;;,,...

17
nes urbanas por las que pasaron, después de la grave crisis de las inva-
siones bárbaras, durante los siglos VIII y IX, hasta llegar en el siguiente
a Córdoba, pues de las restantes existen muy escasos datos antes del XI a
ser ciudades semejantes a las islámicas de Oriente.

Todo parece indicar, ha observado Lacarra, que esas ciudades de la Es-


paña visigoda, en trance ya de extinguirse en ellas la vieja organización
municipal romana, tuvieron escasa importancia y que su reciente empobre-
cimiento en cuanto centros económicos, lo reducido de su actividad mer·
cantil, las fue vinculando cad8 vez más a la ·vida rural y a la economía agra-
ria. San Isidoro, en el libro XV de sus Etimologías inserta dos capítulos ti-
tulados De civitatibus y De aedificiis publicis, pero en vano se buscaría
en ellos dato alguno respecto a disposiciones urbanas contemporáneas;
redúcense a una larga enumeración de ciudades y monumentos de la anti-
güedad grecorromana, copiada de escritores clásicos. Leovigildo, Recaredo y
Suintila fundaron o restauraron algunas ciudades. Recópolis en 578; Vic-
toriacum en 581; Itálica en 584; Ologicus, en 621; tal vez la más tarde
islámica Baiyara (¿Monto ro?). En 483 el duque Salla, «imitando y aún supe-
rando la obra antigua», reparó unos arcos caídos del largo puente de Mé-
rida,· sobre el Guadiana. Wamba realizó importantes obras de embelleci-
miento en Toledo (6).

Nuestro desconocimiento de las ciudades visigodas obli!Ja, pues, al inten-


tar seguir esquemáticamente el proceso de hansformación que condujo
a las hispanomusulmanas, a acudir a las anteriores romanas imperiales
en busca de una fase previa a la de su molde islámico con la que poder
compararlas.

las ciudades hispanorromanas: decadencia y extensión.

Las ciudades romanas de España no han sido objeto de un estudio metó-


dico. Conócense los recintos murados de algunas, medidos casi siempre
con escasa precisión (7) y sin fijar para la mayoría el dato capital de la
fecha en que se levantaron.

perjuicio para la historia y la arqueolo·gía. U:ltimarla sería abrir una ventana sobre una ci-
vifüación de la que tanto ignoramos (Torres Balbás, Ciudades yermas, pp. 44-52).
(6) Sobre la el\/olución uribana es capital el estudio, con datos recogidos en otros
anteriores, de José María Lacarra, Panorama de la historia urbana de la Península Ibérica
desde et siglo V al X, pp. 3·22-345. Las páginas de este capítulo, escritas hace algunos
año y ahora renovadas, no pretenden ser más que un complemento arqueológico de las
excelentes del señor Lacarra.
(7) De muy pocas ciudades romanas españolas se han levantado planos con 'la su-
ficiente exactitud y escala adec41ada para poder medir la extensión de su recinto mu-
rado; en contados casos estudióse éste detenidamente, tratando de fijar la época de su

18
Esas ciudades del Imperio, lo mismo en la Galia que en nuestra Penínsu-
la, sufrieron grandes mudanzas a partir de fines del siglo 111, al iniciarse
las invasiones de los pueblos bárbaros. Hasta entonces, durante los largos
años de la paz imperial, se habían extendido libremente desprovistas de
cercas !imitadoras de su ,extensión, o arruinadas por inútiles las 8ntiguas,
envueltas con frecuencia en construcciones parásitas.

A partir de la fecha citada fueron objeto de repetidos saqueos y destruc-


ciones, preludio de una larga época de inseguridad que produjo un rápido
declinar hasta la extinción casi completa de la vida urbana, según antes
se dijo. «Las ciudades han perdido su brillo», declaraban los emperadores
del siglo V. Ante el peligro inmediato, en irremediable decadencia, redu-
jeron mucho su superficie, cercando apresuradamente tan sólo la parte
más importante o de mayor valor estratégico del casco urbano para faci-
litar su defensa. Las murallas levantadas en esa ocasión crítica lo fueron
sobre edificios romanos y con materiales procedentes de su derribo, como
se ha reconocido en Barcino (Barcelona) (8), y Conimbriga (Condeixa-a-
Velhá, la antigua Coirnbra).

Veamos la supuesta extensión de algunas de esas ciudades, poco segura


para la mayoría, pero que en conjunto pueden dar idea bastante aproxi-
mada de su desarrollo.

Clunia (Coruña del Conde), en la meseta superior, en comarca pobre,


encerraba al parecer dentro de sus muros, según Taracena, 130 hectáreas,
pero el mismo malogrado arqueólogo advierte ser cálculo inseguro, basadG
en noticias del siglo XVII, hoy imposibles de comprobar por la desaparición
de la muralla. De ser cierto, justificaríase la gran extensión intramuros
por la necesidad de guardar y sostener dentro de la cerca abundan-
tes rebaños en caso de alarma, pues la economía de la comarca era esen-
cialmente ganadera (9). Mérida, capital de la Lusitania, calculan algunos
que ocupaba unas 50 hectáreas; otros afirman que se extendía a principios
del sig·lo 11, es decir, antes de las invasiones, tan sólo por 28 y contaría

construcción. Los límites señalados para los recintos romanos de Sevilla, Itálica, Córdoba
y Mérida, sigui endo con frecuencia descripciones fantásticas de eruditos locales, carecen
1

de valor científico. Los principales estudios en que figuran datos sobre extensión y de-
mografía de las c.iudades romanas españolas, son los siguientes: Taracena Aguirre, B.,
Carta arqueológica de España, Soria, p. 20; C. Serra Rafols, José de: la vida en España
en la época romana, pp. 166, 67, 70 y 87; !Martín Almagro Bosch, José de C. Serra Rafols
y Colominas Roca, José: Carta arqueológica de España, Barcelona, 1pág. 68; ITaracena
Aguirre, B., las !fortificaciones y la población de \la España 1romana, pp. 421, 428, 432 y
135-139; Carn Baraja, Julio: España primitiva y romana, pp. 98-99.
(8) Serra Rafols, José de, op. cit., p. 71.
(9) Bias Taracena Aguirre, El palacio romano de Clunia, y las fortificaciones y la po-
bilación, p. 441, núm. 17.

19
durante él, en su momento de rnax1mo esplendor, algo más de 30.000 ha-
bitantes (10). Augustobriga (Muro de Agreda), en Celtiberia, encerraba 49;
Carmona, cuyas murallas romanas ;permanecen en gran parte, y Zaragoza,
en la que el recinto medieval se levantó probablemente sobre el roma-
no, 47; Tarragona, capital de la España citerior, 60 según unos y 35, ,afirman
otros (11); Lugo, que aún conserva_ sus gruesos muros del siglo 111, 32
a 34, con un perímetro de 2.362 metros; Uxama (Osma), tenía intramuros
28 hectáreas; Numancia, 22; la Emporion romana, 21 (12); León, de 18 a
20; Termancia, 117; Ga'lagurris Julia (Calahorra), 16; Ocilis (Medinaceli),
de 12 a 15; Barcino (Barcelona), a fines del siglo 111, reducido ya su
recinto, de 1O a· 12 ( 13); 1Gerona, 6 ( 14). El perímetro de las murallas de
Itálica era de 3.150 metros y dentro de ella calcula Thouvenot que vivi-
rían unas 12.000 personas ( 15). Con certero juicio ha escrito CRro Baro ja
que «cuando se habla de las grandes ciudades hispanomusulrnanas hay
que poner a tal expresión un freno para subrayar su valor relati\íO ... Fuera
de Italia, en Occidente, cabe decir, en términos generales, que 1ma ciudad
de treinta mi'I o veinticinco mil habitantes era grandísima y que las de
cinco mil eran respetables y conocidas» (16).

Comparadas las 60 hectáreas de Tarragoná·; ;as 47 de Carmona y Zara-


goza, y las 34 de Lugo (admitidas para todas las cifras máximas), con la
extensión intramuros de las mayores ciudades de Al-Andalus a fines del
siglo XI, y en los primeros años del XII, las 187 hectáreas de Sevilla; las

(10) Serra Rafols -ta vida en España ... romana, p. 66- asigna a Mérida, a comien-
zos del siglo 11, unas 50 hectáreas; Taracena -Las fortifcaciones y la población, p. 427-
afirma que en sus primeros tiempos ocupaba tan sólo• 28; su caserío se extendió poste-
rinrrnente por 120. Gil Farrés da con reservas la cifra de 28 hectáreas para superficie
inicial, la del primer recinto murado de Mérida, y 84 para el posterior, incluidos en éste
el teatro y el anfiteatro (Octavio Gil Farrés, ¿Cuál fue la extensión urbana de la Mérida
romana?, ip. 362), Caro, Esp. primitiva y .romana, p. 98.
(11) J. Puig y Cadalfaloh -<l'Arquitectura romana a Catalunya, p. 63- evalúa la super-
ficie de Tarragona romana en 35 hectáreas, y Taraoena ~Las fortificaciones y la pobla-
ción, p. 427-, e·n un total de 60.
(12) Serra Rafols, ta vida en España ... romana, p. 67.
(13) Almagro, Serra Rafols y Corominas, Carta arqueológica de España, Barce-
lona, ip. 68.
(14) Caro, Esp. primitiva y romana, p. 98.
(15) R. Thouvenot, fssai sur la pmvince romaine de Bétique, p. 386; el dato del perí-
metro procede de don Demetrio de los Ríos y merece escaso crédito, lo mismo que
el del número de habitantes, fundado sobre él. Según tacarra -Panorama de la historia
urbana, p. 322- ·el cauce del Guadalquivir sufrió alteraciones en la época romana que
dejaron en seco e·I brazo que pasaba ¡por Itálica. Sevilla absoribi6 el comercio fluvial·, ya
que sólo hasta ella -llegaban 'los navíos de gran carga. Para la comparación de la extensión
de las ciudades de la España romana con las contemporáneas de las Galias véase el
apéndice primern, Superficie intramuros de las principail.es ciudades galorromanas, del
presente epígrafe, De las ciudades romanas de la Península Ibérica a las islámicas, por
L. Torres Balibás, B. H. ,A. H., pp. CXLVM.
(1'6) Caro Baroja, España primitiva y romana, pp. 98-99.

20
182 de la parte murada de Córdoba; las 106 de Toledo; las 90 de Mallorca,
las 79 de Almería y las 75 de Granada ( 17), superficies a las que deberían
agregarse para casi todas la desconocida de uno o más arrabales exterio-
res, d-edúcese que las ciudades hispanomusulrnanas eran bastante más ex-
tensas que las de la precedente época imperial romana en los primeros si-
glos de nuestra era.
De la sombría y larga etapa que va desde la vida esplendorosa del Imperio
romano hasta el siglo X, a través de la primitiva y semibárbara de gran
parte de ella, salió Al-Andalus con vitalidad renovada en fecha anterior a
la del resto de Occidente, merced a la conquista musulmana, que enlazó
la Península con las regiones orientales del Mediterráneo, en las que la
civilización no conoció, como en las de Occidente, soluciones de continui-
dad durante esos siglos (18).

El testimonio dramático del subsuelo: un problema histórico.


Los relatos históricos, aún los escritos con arte literario, no consiguen dar
idea del dramático tránsito de la España romana a la medieval. Redactan
sus obras muc!hos historiadores en el silencio de archivos y ':liblioteca::>,
inclinados sobre textos y documentos, sin dirigir la mirada al escenario
en el que se realizó el acontecer humano por ellos estudiado, ni a las
huellas materiales que de él a veces se conservan. No creo que en ninguna
Historia general de España o en monografías referentes a los primeros
siglos de nuestra Edad Media se aluda en forma detallada a las ruinas se-
pultadas de las ciudades romanas, con frecuencia asentadas en el solar
de las de hoy. Excavaciones fortuitas, realizadas para la cimentación de
nuevas construcciones e instalación de servicios urbanos (teléfonos, agua
potable, alcantarillado, etc.) sacaron a la luz en varias, a diferentes pro-
fundidades, restos de muros, solerías, mosaicos, fragmentos arquitectó-
nicos y decorativos, cerámica doméstica, monedas, etc., casi siempre con
huellas de incendio. No queda inventario de esos hallazgos, ni se han es-
tudiado muchos de ellos; en bastantes casos ocultáronse cuidadosamente
por temor a que dieran lugar a la suspensión o aplazamiento de las obras
iniciadas (19).

( 17) ~éase infra, Extensión y demografía.


(18) Torres Balbás, ,Extensión y demografía de las ciudades hispanomusulmanas,
pip. 42-59.
(19) Tan sólo de Valencia, gracias al celo de un arqueóloigo loca:!, encargado por u:Lo
Rat Penat», el Centro de Cultura y e·l Laboratorio de Arqueología de registrar los restos
hallados con motivo de una etapa de remonici6n del subsuelo1 ,de sus calles, a partir de
1927, se conservan noti'cias circunstanciadas ·de ellos durante un breve período (Exca·
vaciones de Valencia, por Nicoilau Prirnitín). Don Francisco Co1llantes de Terán viene es-
tudiahdo sistemáticamente la Sevilla subterránea, pero aún no ha publicado el· resultado

21
En Córdoba ese estudio hubiera sido posible hacerlo en forma más com-
pleta que en otras ciudades romanas españolas, pues los edificios de la
Colonia Patricia, cabeza de un importante convento jurídico, fueron, a juz-
gar por los restos hallados casualmente, de singular riqueza y arte.

El espeso manto de tierras y restos de construcciones que separa en el


subsuelo cordobés el piso de la ciudad islámica del de la romana, repre-
senta el reflejo de la crisis en el ambiente urbano del paso del mundo an-
tiguo al medieval, al término de «la inmensa majestad de la paz romana»
(Plinio el Viejo), y guarda el sugestivo secreto de un apasionante proble-
ma histórico y la huella de abundantes tragedias humanas. ¿De qué catás-
trofe fue escenario esa ciudad -y la misma pregunta podría hacerse de
casi todas las romanas de España- entre los últimos años del siglo 111 y
la invasión árabe a comienzos del VIII para que la monumental urbe queda-
ra arrasada y sobre sus escombros surgiera una nueva, de caserío mucho
más humilde, a juzgar por las escasas huellas que de él aparecen bajo
tierra? Desbordadas las fronteras del l~perio romano por los pueblos
bárbaros que quedaron al margen de su brillante civilización, espectadores
cercanos de una vida cómoda y refinada, ávidos de apoderarse de sus ten-
tadoras riquezas, ¿fueron los llegados a través de los Pirineos o los beré··
beres africanos, heraldos éstos de la posterior invasión islámica, codicio-
sos unos y otros del botín que las urbes imperiales les brindaban, los que
arrasaron Córdoba y otras ciudades romanas de la Península? ¿O la des-
trucción fue posterior, consecuencia de las luchas intestinas de los pue-
blos invasores o de las campañas de los godos contra los bizantinos? (20).
La historiografía deja sin contestación estas interrogaciones, excepto en
casos corno los de Valencia y Córdoba, ciudades en las- que se han recono-
cido, muy parcialmente, los niveles arqueológicos de las ocupaciones ro-
mana, visigoda e islámica y, con abundantes reservas, puede fijarse, co.mo
se dirá más adelante, la fecha de su destrucción. No se han podido, pues,
conjugar los datos históricos sobre el asolamiento de las restantes ciuda-
des con los que la arqueología revela e ignórase cuándo y cómo se ex-
tinguieron definitivamente unas y para renacer más tarde otras.
La destrucción no sería en la mayoría dP. los casos consecuencia de un he-

de sus observaciones. En feoha muy reciente, el catedrático de la Universidad de e~a


ciudad, ayudado por sus alumnos, ha estudiado escrupulosamente una extensa zanja
de cinco metros de profundidad y unos trescientos de extensión, abierta para la coloca-
ción de un colector en Sevilla (Una zanja en el suelo de Sevilla, por Juan de M. Ca·
rriazo).
(20) Los historiadores no aluden a grandes destrucciones de ciudades al conquistar
los musulmanes la Península.

22
cho único, sino de varias décadas y aún siglos de invasiones y luchas (21).
Las ruinas de los edJficios monumentales romanos: basílicas, templos,
termas, cir·cos, teatros, anfiteatros (22), de algunos de lo~ cuales se
conserva .e·I recuerdo en las inscripciones latinas del Corpus, de Hüb-
ne.r, sin destino, medio ocultos por los ~scombros, surgirán como enor-
mes fantasmas de ladrillo y dura argamasa. Despojados de sus reves-
tidos de piedra y mármol, dominan plazas y foros solitarios y calles yermas,
últimos testigos aún enhiestos, no por mucho tiempo, de· una esplén-
dida civilización urbana. Sobre sus escombros y con los materiales
procedentes de ellos se levantarían pobres viviendas parásitas, incrus-
tadas entre los restos de sus pórticos y de los grandes edificios aban-
donados (23).

El suelo visigodo y el islámico.

Frente a la grandeza de la civnización imperial romana, bien patente


en edificios aún en pie y en· los restos· descubiertos en las ruinas de sus
ciudades, del reino visigodo, de breve duración, apenas si se conoce
vestigio alguno in situ (24). A la Córdoba visigoda, sucesora de la monu-
mental romana, corresponden toscos fragmentos arquitectónicos, de un
arte primitivo y semibárbaro, conservados en la mezquita y en los museos.
Son las únicas huellas subsistentes de edificios que, a través de ellas,
imaginamos pobres de estrucutra y de no mejor arte. Historiadores, geó·
grafos y viajeros musulmanes, desde lbn Yurdagbah en el siglo IX hasta
al-Maqqarl en el XVl·I, apenas aluden a más construcciones visigodas que
a algunas iglesias, y siempre sin ponderar sus fábricas, lo que puede ser
indicio de su escasa importancia, mientras no recatan su admiración ante
los restos imponentes de las construcciones romanas, levan~adas para la
eternidad. «Nadie es capaz ahora de construir edificios de una arquitec-
tura tan perfecta», escribió de los arruinados de Tarragona romana el mu-

(21) Véase el apéndke tercero «Las invasiones de la Península Ibérica desde el


siglo 11 hasta el VIII», del presente eipígrafe De las ciudades romanas de la PenínsuiliaJ
1

Ibérica ai las ·islámicas.


(22) Recuerda Lacarra que, después de algunos años de suspensión, en el 504, se
reanudaron en Zaragoza los espectáculos de circo; entre 614 y 620 e1I rey Sisehuto repren-
dió duramente al metropolitano de esa ciudad por su ·afición a los juegos teatrales y cir-
censes. Cree que en tiempo de San Isidoro, a lo menos en :la Bética, estaban en uso e:l
teatro y las carreras a pie y a caballo (·San ,Isidoro, Etymol., XVIII, 38, 40, 41 y 51).
(Lacarra, Panorama de la historia urbana ·en fa Península Ibérica, pp. 335-336.)
(23) Casi todos los restos romanos 'hallados en el subsuelo de Córdoba han aparecido
muy destrozados; piedras y mármoles calcinados y negros de humo (Samuel de los Santos
Jener, Córduba Marcelli Aedificivm, pp. 158-159), fo mismo que en el foro de lliberis
(Granada).
(24) Exceptuadas las ruinas de Recópolis, antes aludidas.

23
su Imán .al Himyarl en su Rawd al-Mi'tar (25). Tan sólo en Vale~1cia y en
Córdoba se han encontrado en muy escasos lugares de su subsuelo, leves
restos de construcciones visigodas que permiten fijar tal vez el nivel de
su piso en relación con los romanos, islámico y el de hoy, datos importan-
tes para la historia urbana (26).

En la primera de esas ciudades descubrióse en 1905, cerca de la cate-


dral, a 2,70 metros bajo el suelo de hoy, tres fragmentos de una inscrip-
ción incompleta de mármol blanco alusiva a la restauración de un edificio,
fragmentos de solerías y restos decorativos del siglo VI o Vil (27). Pare-
ce, si no fuera aventurado deducir consecuencias de una noticia única y
de exactitud no comprobada, que el nivel de Valencia en época bizantina
o visigoda era poco más o menos el de la ciudad romana, lo que supone
que entre ellas no hubo solución de continuidad. Primitin afirma repetida-
mente que el piso romano está en Valencia a cuatro metros bajo tierra en las
cotas más elevadas; el musulmán, a menos de un metro, habiendo lugares
en los que no pasa de 60 centímetros (28). Esos tres metros largos de al-
tura de tierra y escombros entre los niveles, casi coincidentes, romano y
del siglo XI, y el musulmán, representa en la historia de la ciudad catás-
trofes, destrucciones y períodos de profunda decadencia.

Del suelo de la Córdoba visigoda tan sólo conócese asimismo, un dato


único, mientras son abundantísimos los del de la romana, sin que al des-
cribir éstos se citen restos in situ de aquella época posterior, aunque sí
aparecen sueltos, fuera de obra. En una parte del solar en que en 169/
785-786 'Abd al-Ral)man 1 levantó la mezquita mayor, existía una iglesia,
consagrada al parecer a San Vicente, repetidamente mencionada por los
cronistas islámicos. Excavaciones oficiales hechas hace años -aún iné-

(25) E. Lévi~Provenval, La Péninsule lbérique, texto, p. 123; t~ad .. p. 153.


(26) En el .apéndice segundo del presente epígrafe publícase una nota sobre «La pro-
fundidad bajo el suelo actual de las ruinas de las ciudades hispamorrornanas».
(27) Dr. Salvador Roda Soriano, Aportación al estudio ele la arqueología valenciana,
p. 28; Fidel Fita, Dos lápidas visigóticas, pp. 58-62; Ana María Vicent, Restos vis,igóticos
en Valencia, 1pp. 514-519; Manuel, González Martí, Cerámica medieval valenoiana. ,El pavi-
mento, pp. 22 y 24. Al derribar la casa número 4 de la plaza de la Almoina, frente a la
catedra'!, donde estaba la capilla de San Valero, levantada en 1719, aparecieron restos de
una solería de estrellas ensamblad:is de seis puntas; la inscripción fragmentaria aludida,
labrada al dorso de un capitel romano de pilastra, y dos trozos de uln cancel de piedra
caliza, con ornamentación rvegetal y geométrica, semejante a la de otros visigodos de
Toledo y Cabeza del Griego. El iP. Fita, sin :prue,ba al,guna, atribuyó la construcción o re-
construcción a la que parece, referirse el epígrafe incompleto, al obispo levantino Justi-
niano (527-548), por C'onservarse c01pia de otra lápida, hoy perdida, en la que decía haber
levantado nuevos templos y reconstruido otros vetustos.
(28) Primitín, Excavaciones de Valencia, pp. 73-78.

24
ditas- en el interior del v1eJO oratorio islámico, revelaron que el suelo
del templo cristiano, pobre construcción a juzgar por los restos aparecidos,
estaba unos 40 centímetros más bajo que el de la mezquita y a unos dos me-
tros, sobre el pavimento de un edificio romano de destino ignorado (29).

El suelo de la ciudad islámica parece hallarse en el resto del solar cor-


dobés a profundidades muy variables. En e.1 sector de la mezquita mayor el
nivel de las calles inmediatas no ha crecido mucho, si lo comparamos con
el interior de aquélla, restablecido .hace algunos añ'Os (30). Castejón fija
en tres a seis metros, según la zona de la ciudad donde se excrwe, la pro-
fundidad del piso romano; el islámico lo supone de dos a tres (31); hay
pues entre ambos una diferencia de nivel de uno a tres metros. Acorde
con este cálculo, en la calle de García Lovera, a los dos metros se encon-
tró una solería musulmana y a los cuatro, aproximadamente, el piso roma-
no (32). Sepulturas de esta civilización, halladas en la necrópolis del
camino viejo de Almodóvar, estaban a dos metros y medio bajo el suelo
actual y a setenta y cinco centímetros el nivel islámico reconocible por su
lecho de tejas (33), correspondiente sin duda a viviendas, ya que la ciudad
del siglo X se extendía mucho más que la romana.

La arqueología -conviene hacer fas mismas reservas que para el dato


de Val,encia- señala en Córdoba una gruesa capa de escombros entre los
niveles de las ciudades romana y visigoda; escasa, en cambio, es la exis-
tente entre el de esta última y la musulmana; lo que parec;e indicar un
corte brusco entre la gran Córdoba romana y la visigoda, solución de con-
tinuidad representada por los fragmentos y cenizas de construcciones y
la tierra que piadosamente los recubre.

Probablemente en el caótico y oscuro período comprendido entre fines


del siglo 111 y el IV, Córdoba, como otras muchas ciudades de la Península,
ya muy de.caídas, quedaría semiarruinada y casi desierta, volviendo a

(29) Otras excavaciones oficiales realizadas en e'l patio de la mezquita dieron ipQr
resultado el hallazgo, a profundidad semejante a la de la solería romana del interior,
1

de las ruinas de un pórtico de columnas, coln nichos en sus costados, restos, al pareC"er,
de un edificio de los últimos tiempos imperiales (Górnez~oreno, Ars. Hispaniae, lill;
p. 20).
(30) Es dato interesante la diferencia de nivel, no grande, entre 8'1 piso de Jos
baños musulmanes de los siglos X y XI conservados en Córdoba y el de las calles i:nrne-
diatas: baño de .la calle del Baño, después Carlos Rubio, casi totalmente destruido, y el
de la calle de Comedias o Céspedes.
(31) R. Castejón, Córdoba califal, ip. 258.
(32) Carbonell, Vestigios antiguos incalificados en la provincia de Córdoba, p. 231.
(33) Santos ,Janer supone que las casas actuales se hallan al mismo nivel que las
de la época musulmana en las calles de Carlos Rubio, Céspedes, Torrijas, Alc·ázar, etc.
(Memoria de las excavaciones del Plan Nacional, realizadas en Córdoba, pp. 24 y 96-97).

25
gozar de algún auge al organizarse en el último de esos siglos un Estado
visigodo de relativa estabilidad (34).

Un relato transmitido por al-MaqqarT, tal vez reHejo más o menos alte-
rado de un hecho real, pudiera reforzar el testimonio arqueológico y la
hipótesis anterior: yendo de caza en la época visigoda un señor o príncipe,
al perseguir por un espesísimo bosque a un halcón, en el solar de Córdoba,
entonces de struida, dio con las ruinas de un alcázar, en el que el ave se
1

había ocultado. Reconstruido el edificio según su disposición primitiva,


sirvió de habitación al rey Rodrigo cuando fue a Andalucía a combatir a
Tariq. Desde entonoes se l·e conoció con el nombre de.I infortunado mo-
narca. Ocupaba, dicen, el mismo solar que el posterior alcázar primero de
los emires y de los califas más tarde (35). Mucho más resumido figura
el relato en un viejo texto latino, la Crónica Rotense, de comienzos del
siglo XI, según la cual, Rodrigo, antes de reinar, construyó un palacio en
la ciudad de Córdoba, «el cual es ahora llamado por los caldeos (es decir,
por los musulmanes) palacio de Hodri.QO» (36).

El tránsito de las ciudades del siglo VII a las hispanomusulmanas.

El proceso de transformación urbana realizado sin solución de continui-


dad en varias ciudades de Oriente, Damasco y Alepo entre otras, al pasar
a manos islámicas (37), no se pudo. realizar en Al-Andalus, pues la estruc-
tura de las romanas, subsistentes todavía en el sig.lo VI en aquéllas, había
desaparecido en gr.an parte de las ibéricas de los primeros años de·I si-
glo VIII a consecuencia de las grandes destrucciones padecidas en las
anteriores. Conquistada rápidamente la Península por los guerreros islá-

(34) Cree tacarra que en «8'1 tránsito del siglo VI al \/111 hubo un aumento de riqueza
en las ciudades y más concretamente en Mérida» (Panorama de la historia urbana en la
Península Ibérica, p. 339). Prueba la decadenci.a de la Córdaba visigoda a comi einzos1

del siglo VIII que cuando, en el año 101/719-720, se apoderaron de ella los musulmanes,
e.1 gran puente estaba roto a consecuencia de grandes avenidas y la muralla en malas
condiciones (Torres Balbás, Arte hispanomusulmán, pp. 339-340).
(35) MaqqarT, Analectes, 1, p. 156 y sigs.; Gayangos, Mohammedan Dynasties in
Spain, 1, pip. 208-209; Ajbar Maymü'a, .apénd., 11, pp. 176-177.
(36) Gómez Moreno, tas primeras crónicas de .ia Reconquista, El ciclo de Alfon-
so 111, p. 55. La Crónii·ca illamada por G6mez Moreno Rot·ense es el más antiguo texto
1

conservado de la que antes se conocía por de Sebastián o de Alfonso 111.


(37) Sauvaget, Esquisse ... de Damas, y Alep, pp. 247-248. Afirma Sauvaget que en
estas dos ciudades los órganos capitales de su organización antigua, tras un proceso de
dislocación y fragmentación, continuaron formando .e·I esqueleto, muy degenerado, de las
posteriores musulmanas, sin que surgiese una fórmula urbana nueva, n¡:icida de una
doctrina islámica (Memorial Jean Sauvaget, 1, pp. XXXlll~XXXilV). Pero la transformación
fue profunda, y la ciudad musulmana llegó a ser totalmente distinta de la romana, como
escenarios ambas de civilizaciones y formas de vida muy diferentes,

26
micos. ocupadas muchas ciudades mediante pactos y la mayoría de las
restantes después de asedios no muy destructores, no debieron de produ-
cirse en los tiempos inmediatos modificaciones de importancia en la pobre
organización urbana. Lentamente iría cambiando con arreglo a disposiciones
importadas del oriente islámico, y en el siglo X Córdoba -faltan datos
anteriores- tenía ya una estructura muy parecida a la de Damasco, Bagdad
o Fustat, cuya canwterística más acusada, corno se verá en las páginas
siguientes, era la fragmentación urbana: calles angostas y tortuosas, las
principales uniendo las puertas de ingreso al recinto amurallado a través
de la ciudad; grandes e irregulares manzanas en las que entraban profunda-
mente callejones ciegos, sin salida, y con puertas en su ingreso; alcaicerías
cerradas, y zocos formados por tiendecitas minúsculas (38).

De las ruinas de la Córdoba romana y de la visigoda tan sólo se aprove-


charon poco más que unas cuantas docenas de columnas con sus capiteles,
utilizadas en los siglos VIII y IX para apeo de las arquerías de separación
de las naves de la grnn mezquita. Pero la lección de la arquitectura imperial
no quedó totalmente perdida y al construir ese oratorio en la segunda mitad
del siglo VIII y ampliarle en los dos sigui.entes algunas de las disposiciones
de aquélla y bastantes de sus temas decorativos se mezclaron con otros
llegados de Oriente para crear la arquitectura hispanomusulrnana, original
y brillante rama de la islámica.

APENDICE PRIMERO

Superficie intramuros de las principales ciudades galorromanas.

Es interesante comparar la extensión de las ciudades de la Ga'lia romana


con la de las hispánicas contemporáneas citadas.

Tréveris, la mayor de ellas, una de las capitales del Imperio durante


parte del siglo IV, ocupaba 285 hectáreas y la línea de sus murallas medía
6.418 metros; Nimes, tal vez con 275 hectáreas y un perímetro de unos
6.000 a 6.100 metros (a fines del siglo 111 se redujo a unas 32 hectáreas);

(38) Creo -equivocada la afirmación de Isidro de las Cajigas en su excelente obra


los Mozárabes (11, p. 147), de ser un hecho incontestable que las viejas ciudades hispano-
romanas, conservadas por los visigodos, no sufrieron grandes cambios bajo fos invasores
árabes, pues ni éstos ni sus antecesores fueron capaces de madi.ficar prnfundamente los
focos urbanos de dvilizac:ión que encont·raro:n a su llegada. La arqueología demuestra,
como se ha visto, que las ruinas de bastantes ciudades hispanorromanas estaban enterra-
das en el subsuelo a la 11legada de los musulmanes a la Península.

27
Antun, 200 hectáreas, que en la misma época pasaron a ser 1O ó 12, con
1.300 metros de perímetro; Avrenches (Helvecia), después de las invasio-
nes bárbaras se extendía tan sólo por ocho o nueve, antes tenía 150 hec-
táreas; Lyon, 137; Maguncia, metrópoli de una parte de Germania, y Toulou-
se, esta última hacia el año 383, 100; Colonia, capital de otra parte de Ger-
mania, 97 con una cintura de murallas de 3.911 metros; Reims, a fines del
siglo 111, 64; Sens y Vienne, en la misma época, 36; Marsella, 30; Orleans,
también al terminar el mismo siglo, 25; Burdeos, una de las ciudades más
importantes de la Galia en los últimos tiempos imperiales, 22 ó 32, con una
cerca de 2.340 metros; Narbona, después de las primeras invasiones,
14 a 20; Estrasburgo, 20 y 2.100 metros de fongitud de murallas; Troyes, 16;
Tournai, algo más de 12; Le Mans, alrededor de 10; París, ochv, lo mismo,
poco más o menos que Amiens; Basilea, cinco y media (39).
Las murallas de Coninbriga (Portugal), construidas a consecuencia de
las invasiones del siglo 111, reducido ya el recinto urbano y dejando extra-
muros parte de la ciudad, encerraban tan sólo nueve hectáreas. Volubilis,
una. de las ciudades más importantes de Marruecos, se extendía dentro de
sus muros por unas 2'8 hectáreas y la longitud del perímetro de- su cerca
era de 2.530 metros (40).
La mayor extensión de las ciudades galorromanas antes de las invasiones
de fines del siglo 111, comparadas con las contemporáneas de la Península
Ibérica, más escasas y reducidas, obedece a hecho tan conocido como es
la mayor riqueza del suelo francés. Pero de las de la Galia, muchas de cuyas
construcciones, sobre todo al norte del Loire, serían de madera, dice Lot,
recogiendo una observación de Grenier, que ciudad de gran extensión su-
perficial no quiere decir ciudad muy poblada; en gran parte del interior
de los recintos de las mayores galorromanas, como Ni mes,· Antun, Avran-
ches, no se han encontrado cimientos de construcciones (41). Entre las
hispánicas contemporáneas, lo mismo ocurriría en Clunia, de ser ciertas
sus 130 hectáreas intramuros, y en Augustóbriga, ya que tan 'Sólo la nece-
sidad de encerrar dentro de los muros gran cantidad de ganado en caso
de peligro puede justificar su gran superficie murada. En otras ciudades
residenciales, como Itálica, en la que se han excavado domus o viviendas
unifamiliares, de alguna riqueza, la densidad de pobladores sería escasa.

(39) Camille, Jullian, Histoire de la Gaule, V, pp. 35-38; VIII, pp. 214-217; Ferdinand
Lot, Reieherches sur fa population et la superficie des cités remontant a la période
gallo-romaine, primera parte, 11; pp. 310-313, 317, 335-341, 354 y 372-375; F. Lot, La fin
du moinde antique, p. 82; F. L. Ganshof, Etude sur le développement des villes entre Loire
et Rhin au moyen age, ipp. 11-12 y 24.
(40) Henri Terrasse, Histoire du Maroc, 1; pp. 58-59.
(41) Lot, La Gaule, p. 398. La falta de restos puede obedecer a que las viviendas
fueran de madera.

28
APENDICE SEGUNDO

Profundidad bajo el suelo actual de las ruinas de las ciudades


hispanorromanas.

El fenómeno de la elevación del suelo es común a todas las ciudades


antiguas. Las causas son múltiples, pero pueden reducirse a dos: naturales
(lluvias, inundaciones, av·enidas, acción del viento, terremotos) y artificia:.
les, más complejas (incendio, ruina de los edificios, nueva construcción
sobre los restos de éstos, según costumbre general) (42). La situación
del solar en que estuvieron asentadas influye muy especialmente en la
profundidad de sus restos: en una ciudad asentada en alto, como Uxama y
Bílbilis, sus ruinas estarán a flor de tierra; en otra que ocupe el fondo de
un valle rodeado por montes cercanos, las tierras de las faldas de éstos,
arrastradas por las aguas, irán sumergiendo profundamente los restos de
la ciudad muerta. La elevación del suelo de varias ciudades españolas
queda bien justificada por la acumulación de tierras arrastradas en sus
periódicas crecidas por nuestros ríos: el Guadalquivir, en SeviHa; el Guadal-
medina, en Málaga, el Turia, en Valenoia; el Ebro, en Zaragoza, etc.
Sin propósito exhaustivo figuran a continuación algunos datos sobre la
profundidad del suelo romano respecto al actual en varias ciudades espa-
ñolas cuyo solar ha seguido habitado hasta hoy. Como se dijo, son datos
aislados, pues, por desgracia, no se han registrado sistemáticamente, como
debió de hacerse en los últimos años, con motivo de las obras de urbaniza-
ción realizadas en el subsuelo de varias.

Granada.
En excavaciones realizadas en 1754 en el carmen de Lopera, hoy de la
Concepción, en la Alcazaba vieja, aparecieron, a profundidades variables
entre 5 y 8,35 metros ruinas del foro del Municipio Florentino Iliberritano,
y entre ellas lechos de cenizas, escorias de metales derretidos y esquele-
tos humanos (43).

Málaga.
En Málaga, entre cuatro y seis varas de profundidad del suelo de la
ciudad actual, se encuentran los vestigios de la romana (44), nivel señalado
sobre todo con motivo de la construcción de la Aduana a fines del siglo XVIII.
(42) Léon Horno, Rome lmperiale et furbanisme dans l'Antiquité, pp. 28-3'8. Adopto la
clasificación de Horno, algo modificada.
(43) Gómez~Moreno y Martínez, Monumentos romanos iy visigodos de Granada,
pp. 19 y 25, y Monumentos arquitectónicos de España, Granada, rpp. 16-19.
(44) Conv:ersaciones históricas malagueñas, que publica mensualmente don Cecilia

29
Sevilla.
A cuatro varas de profundidad (3,34 m.) apareció el piso romano en
1752 en la calle Valenzue.la (45).

Carmona.
En la plazuela de San Fernando hay unos tres metros de tierra y es·
combros sobre el suelo romano (46).

Valencia.
En Valencia, hacia 1655 se encontraron restos romanos ,a 16 palmos
bajo el suelo (47). Primitin afirma reiteradamente que el nivel de la Valen-
cia romana está a cuatro metros, y aún a mayor profundidad, mientras
Mateu y Llopis se refiere a hallazgos de monedas y restos romanos a
3, 3,50, 4 y 4,30 en diferentes lugares del que se cree solar del núcleo
urbano primitivo de la ciudad, entre los palacios de la Generalidad y
Arzobispal y en la calle de Serranos ( 48). En 1900, en un sol.ar .de la calle
de la Paz, inmediato a la de la Cruz Nueva, apareció el piso romano a
2,70 metros bajo el de hoy (49). A la misma profundidad y en la manzana
encuadrada por las calles de la Paz, Cruz Nueva, Pollo y Beato Juan de
Ribera, se encontraron restos de una casa romana, y en 1950, en la calle
del Reloj Viejo, a 2,30 metros, un mosaico, conservado en el Museo Histó-
rico de la ciudad (50).

Barcelona.
Según algunos autores, el nivel medio de Barcelona ha subido de dos
a tres metros re8pecto al romano (51), pero en excavaciones recientes
hechas en el llamado barrio gótico, cerca de la catedral, se hallaron
pavimentos de edificios romanos a unos cuatro metros bajo el nivei
actual (52).

Garcfa de !la Leña, pp. 30, 66, 151 y 152, y El Guadalmedina, por Joaquín María Díaz de Es-
cobar, a1pud. 1Estudios malagueños, pp. 63-64.
(45) José Cestoso, Sevrna monumental y artística, 1, ip. 21, n. ( 1).
(46) Cata!. arqueol. y artíst. de fa provincia de Sevilla, por José Hemández Díaz,
Antonio Sancho Corbacho y Fraincisco Callantes de Terán, t. 11, p. 90.
(47) José V·icente del Olmo, Lithología o explicación de las piedras ...
(48) Prirnitín, Excavaciones de Valencia, pp. 73-75 y 85; Felipe Mateu y Llopis, Ha-
llazgos arqueológicos en la plaza de la A·lmoyna en la ciudad de Valencia, pp. 217-219.
(49) Geografía General del Reino de Valencia, por José Martínez Aloy, pp. 343-344.
(50) Dr. Salvador Roda Soriano, Aportación al estudio de la arqueología valenciana,
pp. 27 y 64.
(51) Carta'I. monum. de España. la ciudad de Barcelona, por Juan Ainaud, pp. 11-18.
(52) A. Durán y _Sampere, «Itinerarios artísticos», El barrio gótico de Barcelona, p. 34.

30
Bajo tres metros de tierra aparecieron hace algunos años mosaicos
romanos junto a San Juan de los Panetes (53).

Palencla.

El suelo romano está en Palencia a profundidades variables entre uno


y tres metros (54).

Córdoba.
Los vestigios romanos se encuentran "ª la profundidad variable de
tres a seis metros, según la zona de la ciudad donde se excave» (55).
De cinco a seis metros por bajo del piso apareció el romano en la plaza
de San Juan; en la de José Antonio y calle de Cruz Conde, a cinco y siete,
respectivamente, descubriéndose en el último lugar un edificio de gran
importancia (56). En una casa de la calle de Luis Ramírez y de las
Casas-Deza, el suelo romano se halla a 4,40 metros bajo el de hoy (57);
en la calle de García Lovera, a los cuatro, aproximadamente (58); en la
de Fray Luis de Granada, a cinco (59). A tres metros de profundidad
apareció en la calle de Sevilla, frente al edificio del Banco Hispano Ameri·
cano, un beUo mosaico romano (60). Afirma Santo~ Gómez que ·el suelo
romano está en el centro de la ciudad vieja a considerable profundid~d
-unos cinco metros como término medio- mientras que en las Tendillas,
a la puerta del Instituto de Enseñanza Media, se encuentra tan sólo a
un metro (61).

(53) La dominación romana en Aragón, por José Ga:liay Sariñena.


(54) B. Taracena, La necrópolis romana de ,Palencia, y F. Simón Nieto, Noticia de una
necrópolis romana y de un bosque sagrado (Palencia), 1pp. 146-147.
(55) Rafael Castejón, Córdoba califal, a. R. A. C. B. A. N. A. C., ip. 258.
(56) Memorias de los Museos Arqueológicos Provinciales, 1941, pp. 66-67; 1944,
vol. V (Madrid, 1945), ipp. 84-85; 1945, vol. VI (Madrid, 1946), p. 40; 1946, vol. VU (Ma-
drid, 1947), pp. 85-86; 1947, vo11. Villl (Madrid, 1948), ipp. 90 y 92.
(57) Dato faci.litado por don Rafae,1 Castejón.
(58) Vestigios antiguos ,incalificados en fa provincia de Córdoba, por don Antonio
Carbonell, ip. 231.
(59) Bias Taracena y Aguirre, ,El mosaico romano de Baco, descubierto en la bodega
cordobesa de Cruz Conde; vol. 11, p. 348.
(60) A. Ca:rboneill Tri1llo-Fi,gueroa, Antigüedades cordobesas, aipud. Bol. de la Real
Acad. de Cienc., Bellas Letras y Nobles Artes de ·Córooba, XXI, 1950, p. 90.
(61) · Memoria de las excavaciones del Plan Nacional, ·realizadas en Córdoba (1948·
1950), por Samuel de los Santos; p. 79.

31
APENDICE TERCERO

lnvas·iones en la Península Ibérica desde el siglo 11 hasta el VIII.


No trato en este apéndice de estudiar la comp leja y confusa historia de
1

las invasiones en la Península desde el siglo 11 al VIII a base de los textos


contemporáneos o poco posteriores, estudio para el que carezco de prepa-
ración; pretendo tan sólo dar idea de las grandes perturbaciones que
afectaron a las ciudades españolas durante ese plazo.
El tema ha s1ido tratado por varios eruditos en los últimos años.
A continuación se recopilan los datos publicados, como complemento útil
a las pági·nas anteriores.
En el reinado de Marco Aurelio sufrió la Bética dos invasiones de
mauritanos, con unos meses de intervalo, la primera entre el año 172 y
174, la segunda en el 175, conocidas ambas por sendas inscripciones,
grabada _una en el pedestal de una estatua procedente de Itálica, y otra
hallada en lais ruinas de Suigilia Barba, cerca de Antequera En ellas, los
ciudadanos manifiestan su gratitud al procurador imperial de la Mauritania
Tingitana, C (aius) Vallius Maximianus; los de Itálica, por haber devuelto
la tranquilidad a la Bética, los de Suigilia, por :liberarfa de un largo asedio
y de ila guerra de los Moros (bello Maurorum) (62). Thouvenot supone
que los invasores serían de la tribu de los Baquates que ocupaba la
región rifeña. Algo antes, en 170-171, invasores llegados por mar lograron
apoderarse de Málaga (63). Un fragmento de lápida romana hallada en
esa ciudad en 1905 alude a la rápida erección de espléndidos y hermosos
edificios sobre escombros y ruinas (64); por entonces Marco Aurelio hizo
fortificar Volubilis y tal vez otras ciudades de Mauritania; Taracena cree
probable que hacia el mismo tiempo se levantarían también las murallas
de varias ciudades de la Bética, como llipa Magna (Alcalá del Río), Itálica,
Carmona y Evora.
En 187 un soldado itálico llamado Materno levantó en Italia un ejércit:J
de aventureros, con los que pasó a la Galia y después a España, saquean-
do y devastando ciudades y campos.
En el siglo 111, bajo Septimio Severo (193-211), hubo probablemente
otra invasión de africanos en la Península, después de la cual cree Thouve-

(62) Hübner, C. l. L., núms. 1120 y 2015, Raymond Thouvenot, les incursions de
Maures en Bétique sous le regne de Marc ,Aurele; pp. 20-28; Jérome Carcopino, Le
Maroc antique; ipp. 184 y 270.
(63) R. 1ihouvenot, Une colonie romaine de Maurétanie Tingitane: Valemia Banasa;
p. 62; Taracena, las fortificaciones y la población de la España romana, p. 431.
(64) M. R. de Berlanga, Málaga, apl!d. Rev. de la Asoc. Artística-Arqueológica de
Barcelona, 1906, pp. 150-156 y 160; 1907, pp. 20-21.

. 32
not que se levantaron las murallas de Itálica y Carteia, parecidas a las de
Volubilis, erigidas, bajo Marco Aurelio, según se dijo.

En e1l reinado de Galieno (260-268) tuvo lugar la gran invasión del


Imperio romano por los suevos, germanos y francos. Después de asolar
la Galia, pasaron a España. Probablemente destruyeron el barrio griego
de la antigua ciudad de Emporión, abandonado al parecer desde entonces.
Entre 255 y 2'64, o tal vez algo más tarde, se apoderaron y saquearon
Tarraco (Tarragona) y hacia 265, Barcelona (65). Las ruinas consecuencia
de ese asalto, eran aún visibles a comienzos del siglo V, según testimonio
de Orosio (416) (66). También destruyeron Dianium (Denia). Germanos
y francos cruzaron el estrecho de Gibraltar y fueron exterminados junto a
Tamuda, según inscripción allí hallada, hoy en el Museo Arqueológico de
la cercana Tetuán (67). Entonces parece que cesaron las exportaciones
béticas de aceite a Roma, pues en su Monte Testaccio no se han encon-
trado ánforas posteriores a 255. Hacia 284 supone Taracena que fue arrui-
nada Clunia; algo después Ausomo (309-394) se refiere a la destrucción
de llerda (Lérida) (68).

En su Historia de los vándalos y suevos, San Isidoro refiere el terrible


asolamiento de la Península por esos pueblos y los alanos en los años
409-410. Devastaron a su paso todo el ten .torio, incendiando las ciudades.
Gunderico, rey de los vándalos, despues de destruir' Cartago Espartaria
(Cartagena) (425), asaltó Braga (419) y saqueó y destruyó Hispalis (Se-
villa) (425 y 428), cuyos pobladores fueron en gran parte asesinados.

Mérida cayó en 439. Requila, hijo. de Gunderico, aniquiló ei ejército


romano mandado por Anderoto junto al Singilio (Genil) sitiando después
Emerita (Mérida), que fue conquistada, y en 440 se apoderó de Hispalis y
del resto de la Bética (69). En 449 asaltan Lérida, Astorga en 457, Lisboa

(65) Hübner, C. l. L., ViHI, núm. 2786 y 11, núm. 4144 y addenda, p. 711.
(66) Orosio, VH, 22, 41; E;ntropium, B~eviarium, IX, 8. Serra Rafols, la vida en Es·
paña ... romana, p. 67. Las fechas son tan sólo probables. Durante esa invasión parece
fue.ron destruidas, entre otras localidades ,levantinas de la Península, Baetulo (Bada-
lona) y Sagunto; tal vez, según sospedha Tarradell fundándose 1en hallazgos numismá-
ticos. Clunia (Coruña del Conde), a orillas del Duero, y Baelo (Bolonia), en la costa
atlántica. entre Gádiz y Tarifa y varias ciudades del norte de Africa. Sobre estas inva-
siones véase el excelente estudio de M. Tarradell, sobre las invasiones1 germánicas del
siglo 111 d. J. C. en la Península ilbérica; pp. 95-11 O.
(67) Un texto de Aurelio Víctor parece afirmarlo (Aurelius Victor, Liber de Caesa-
ribus, XXXIII). Miguel Tarradell Mateu, Dos bronces de Lixus: los grupos de Hércules
y Anteo, y de Tesseo y el Minotauro; 1p. 71; IPi,en\e David, Etudes histor·iques sur la Galice
et le Portugal du Vle au Xllle siecle; ip. 76.
(68) Histora de España dirigida por Ramón Menéndez Pidal, 11, ¡pp. 280-281; Tara-
cena, las fortificaciones y la población de la España romana, p. 433.
(69) José Luis Romero, la Historia de los vándalos y suevos de San Isidoro de
Sevilla; pp. 292-293 y 296. ·-•:·:;.·_•,_-,•-.0·--c:·--

33
en 457 y 468, Lugo en 460, Coimbra en 464 y 467. Durante el siglo V
desaparecen en la zona norte las ciudades de Andelo, Veleia y Juliobriga.
El obispo gallego Hidacio (hacia 388-470) también refiere en su Chronicon
las desolaciones sufridas por la invasión de alanos, vándalos y suevos, los
que desencadenaron mortales ¡. dagas: la guerra, los impuestos excesivos,
el hambre, la peste y la propagación de las bestias feroces por la mucha
carne insepulta.1

Hacia 615 fue destruída Cartagena. A fines del siglo VII desaparecen
las sedes episcopales de Cástula, en la Bética; de Valeria, Segobriga,.
Oreto, Mentesa, en Carpetania, donde estas y otras ciudades debieron
de sufrir y declinar a causa de mortíferas epidemias y asoladoras plagas
de langosta (70).

La Crónica Rotense, de comienzos. del siglo XI, versión la más antigua


conservada de la de Alfon~o 111, refiere que en tiempo del rey Wamba
(672-680), 270 naves de los sarracenos atacaron la frontera de España y
fueron destruidas por el fuego (71).

(70) Lacarra, Panorama de la historia iurbana en la Península Ibérica, p. 344. A este


trabajo pertenecen bastantes datos de los que figuran en este estudio.
( iL) Gómez-Moreno, Las primeras crónicas de la Reconquista, fl ciclo de Alfon-
so 111; p. 53.

34
CIUDADES YERMAS

Acostúmbrase hoy a emparejar el proceso de la vida humana con la histo-


ria de las ciudades. Suma de la de muchas existencias en un determinado
lugar y a .lo largo del tiempo, la historia urbana puede alcanzar igual calor
e idéntico dramatismo que la de cualquier individuo. Como los hombres,
las ciudades nacen, llevan una vida más o menos azarosa y acaban por
desaparecer, aunque su ciclo vital sea casi siempre de mucha mayor ex-
tensión que el humano.
En la antigüedad, los grandes cambios de civilización, charnelas impor-
tantes del acontecer humano, llevaban aparejada con frecuencia la ruina
de las ciudades en las que florecieron y la creación de otras nuevas. Tal
vez sea ésa, casi siempre violenta mudanza de solar y escenario, uno de
los síntomas más claros de la terminación de un ciclo histórico.
Para mitigar nuestro posible orgullo de vecinos de cualquier gran urbe
contemporánea, conviene evocar la desaparición de las más famosas an-
teriores a la era cristiana. Tan sólo Roma se calificó de eterna antes de ser
sede de la Iglesia católica; en sus veinticinco siglos largos de existencia
pasó por dilatados periodos de agonía.
Aunque se acepta para la redacción de estas páginas la definición ante-
dicha de ciudad de las Siete Partidas, con su carácter principal de agrup_a-
ción urbana rodeada por un muro o cerca, inclúyese, al tratar de las des-
aparecidas, alguna como Saltés, sin murallas por su condición insular,
pero cuya condición urbana queda bien definida en las descripciones de
varios escritores medievales.

Por qué y cómo mueren las ciudades.

El proceso de extinción de las ciudades constituye uno de los capítulos


más· interesantes de su historia. Desearíamos saber cómo fueron sumer-
giéndose, silenciosamente muchas de ellas, en la sombra, por qué mu-
rieron, en qué forma se apagaron sús hogares y se allanaron sus viviendas
hasta no quedar de ellas, como esoribió lbn Jaldün de las de Barbería cen-
1

35
tral, después de las campañas de lbn Ganiya, un solo hogar con lumbre nr
oírse en su recinto el canto del gallo ( 1).

En la formación y desarrollo de toda aglomeración urbana intervienen múl-


tiples factores geográficos, económicos e históricos, permanentes unos,
accidentales otros. Circunstancias favorables de los tres pueden coincidir
para crear una ciudad próspera y populosa, de ininterrumpida vida activa.
Factores geográficos de hondas raíces, ajenos a la voluntad humana, per-
manentes casi siempre, garantizan su existencia a través de toda clase de
vicisitudes, con cierta independencia del designio de los homhres. Es el
caso de las situadas, por ejemplo, en una vega fecunda -la buena tierra
da máxima estabilidad, aunque no superior riqueza, a una agrupación ur-
bana-; al borde de un río navegable, en una ensenada de buen abrigo y
cerca de una región de riqueza agrícola y minera; en un cruce de caminos
naturales; en el vado de un río caudaloso, paso de una ruta de tránsito
obligado. Pueden ser destruidas repetidamente esas ciudades por causas
físicas -terremotos, volcanes, inundaciones- o por acciones humanas (2)
-guerras e incendios casi siempre- y pasar por períodos más o menos
florecientes, pero la buena tierra seguirá dando sus frutos con prodigali-
dad; los navíos continuarán remontando con sus mercancías el curso de
los ríos navegables; por las rutas abiertas por la naturaleza -las más fá-
ciles y ,económicas- no se interrumpirá el tráfico. y las agrupaciones ur-
banas .~i:tUao9$ ·~Jl lug?res de tan óptimas condiciones naturales tornarán
a ser núcleos de condensación humana. Tal es el caso, en nuestro país,
entre las muchas que pudieran citarse, de Sevilla, Zaragoza y Murcia. No
hay que insistir en las excelencias del emplazamiento de la gran ciudad
andaluza. Situada la segunda en el centro de una región dé gran riqueza
agrícola y a la orilla de un río navegable -el Ebro era vía fluvial en la Edad
1

Media- unía a esas dos características el de ser cabeza de puente, como


ahora se dice, en la ruta natural más importante de la Península. La fe-
cundidad de la vega de Murcia fue causa de que la ciudad, situada en su
centro, no haya cambiado de solar desde que se fundó en 216/831, a pesar
de las asoladoras y periódicas inundaciones del Segura.
Ciudades accidentadas, de vida más o menos efímera, son -fueron, me-
jor dicho- todas aquellas cyyo nacimiento respondió exclusivamente a rn-
zones políticas, militares o económicas dependientes. del arbitrio humano.
Entre las primeras figuran las elegidas para ser cabeza de un Estado o de
una comarca a pesar de sus condiciones geográficas desfavorables, fuera
de las rutas comerciales o en terreno árido. El cambio de trazado de un
camino por la construcción de un puente nuevo, la fundación de un núcleo

(1) lbn Jaldün, Histoire des Berberes, 111, p. 339.


(2) José Gaviria, La Geografía de la ciudad.

36
urbano próximo en lugar más propicio y el cese de una industria, son causas
capaces de producir la declinación y muerte de esas ciudades. Las cas-
trenses han sido casi siempre las más expuestas a rápida declinación,
por la natural mudanza de fronteras y los avances de la técnica militar.
Su asentamiento en lugares elevados de acceso difícil y pobre cultivo
agrícola en torno, desprovistos con frecuencia de aguas corrien.tes y aun
subterráneas de fácil elevación en épocas pasadas, las condenó a vida
efímera y a lenta agonía al desaparecer las causas que motivaron su crea-
ción, perdida su razón de ser exclusivamente militar.
Tal es el caso de muohas ciudades de las regiones interiores de la Penín-
sula, erigidas en lo alto de cerros abruptos, rodeadas de tierras pobres y
calcinadas, sin árboles ni apenas vegetación, lejos de los caminos pasa-
jeros de la Edad Moderna. En lenta declinación desde el siglo XVI, las que
no desaparecieron han quedado reducidas a una existencia apagada y ru-
ral. Sus cada vez más escasos pobladores, tenazmente enraizados en el
áspero solar nativo, más querido tal vez por ellos que si fuera cuna fecunda
y regalada, nos dan una admirable lección de fidelidad histórica. Tales son,
en la España presente, entre otras villas, Pedraza (Segovia), Medinace!i
(Soria), Albarracín (Teruel), Zorita de los Canes (Guadalajara), Alarcón
y Moya (Cuenca), Frías y Castrogeriz (Burgos), merecedores de con-
servarse celosamente en su integridad como imágenes de una Patria pre-
térita cuyas huellas materiales, de subido valor espiritual y artístico, van
camino de desaparición. Si esas villas no son muy numerosas en la Pe-
nínsula, abundan en cambio aquellas cuyo núcleo urbano se desplaza lenta
pero continuamente, dado lo alto de la colina que ocuparon en la Edad
Media en posición de favorable defensa, hacia el llano extendido a su pie.
Despoblados sus acrópolis, arruínanse fortalezas y murallas, los viejos
templos abandonados, sin culto, acaban por caer, y donde antes hubo
casas extiéndense hoy solares.
De las ciudades muertas algunas sucumbieron víctimas de una acción mi-
litar. Otras que no padecieron violencia, extinguiéronse día tras día con-
sumidas por el tiempo en un lento proceso de decadencia. Perdida su
razón vital, los vecinos, sin medios de existencia, fueron abandonándolas,
Las casas, deshabitadas, faltas de reparación, acabaron por caer. Primero
hundíanse tejados y pisos, y puertas y ventanas, sin sus hojas rJe madera,
se abrían en los muros exteriores aún en pie; más tarde desplomábanse
éstos. Bord.eaban las calles solares yermos llenos de escombros y se
producía el' fenómeno inverso al del crecimiento: perdida su condición
urbana pasaron a ser callejas y caminos invadidos por la yerba y la vege-
tación parásita. De trecho en trecho aún se mantienen trozos mutilados
de la cerca que ya nada protege y acabarán por desaparecer. Año tras año

37
el humus y la tierra vegetal se amontonan sobre los escombros y tan
sólo algunas excrecencias del terreno, confundidas con su relieve, señalan
el lugar de la ciudad destruida y sepultada en el seno de la tierra, termi-
nada su era y cumplido su destino.

El citado lbn Jaldün ha descrito el nacimiento, el desarrollo y la agonía,


es decir, el ciclo vital de las ciudades con referencia a las norteafricanas.
Recién fundadas, sus construcciones eran pobres, como de un pueblo nó-
mada (de beduinos), y de mala calidad los materiales empleados en ellas.
Si prosperaban al aumentar el número de sus pobladores, levantábanse edi-
ficios de importancia en los que se desarrollaban las artes de la construc-
ción. Pero si se iniciaba su declinación y disminuían sus habitantes, dejá-
base de edificar con solidez y elegancia y de enriquecer decorativamente
las construcciones. Al quedar entonces deshabitados, muchos edificios
se desmontaban sus materiales para aprovecharlos en los pocos y humil-
des nuevos y en la reparación de los antiguos. Cuando comenzaban a fal-
tar, el adobe sustituía a la piedra y las construcciones semejaban cada vez
más a las de las aldeas, propias de la civilización rudimentaria de los
pueblos nómadas. Si Dios reserva tan triste suerte a la ciudad, la decaden-
cia termina en la ruina total (3).

Triste es el espectáculo del solar de una ciudad desaparecida, borrada


del paisaje, hundidos sus restos bajo la ·tierra por la lenta pero continua
elevación del suelo a causa de los escombros de las edificaciones destrui-
das y de las tierras que acumulan sobre ellos el agua, el viento y la ve-
getación parásita. Pero aun es más triste contemplar una de estas ciudades
en su lenta agonía, con sus vías y plazas desiertas, ciudades pobladas tan
sólo por sombras, de las que se ha retirado la vida y reinan la soledad y
el espeso silencio de los lugares abandonados que antes animó la presen-
cia humana.

La melancolía inspirada por las ciudades muertas es sentimiento común a


las gentes cultas de todos los tiempos. La expresó lbn tJazm en El collar
de la paloma, con referencia al arrabal cordobés de Balat Muglt después
de los disturbios que en la primera mitad del siglo XI terminaron con el
califato. «Sus huellas -dice- se han borrado, sus vestigios han desapare-
cido y apenas se sabe donde están. La ruina lo ha trastrocado todo. La
prosperidad se ha cambiado en estéril desierto; la sociedad, en soledad
espantosa; la belleza, en esparramados escombros; la tranquilidad, en en-
crucijadas aterradoras. Ahora son asilo de los lobos, juguete de los ogros,
diversión de los genios y cubil de fieras los parajes que habitaron hombres

(3) lbn JaldOn, P.rolégoménes, 11, pp. 276-277.

38
como leones y vírgenes como estatuas de marfil, qye v1v1an entre de!i·
cías sin cuento. Su reunión ha quedado deshecha, y ellos esparcidos en
mil direcc.iones. AqUellas sala·s llenas de letreros, aquellos· adornados ga-
binetes, que brillaban como el sol y que con sola la contemplación de su
hermosura ahuyentaban la tristeza, ahora -invadidos' por la desolación y
·cubiertos de ruinas- son como abiertas fauces de bestia~ feroces que
anuncian lo Cé:tedizo de este mundo; te hacen ver el fin qu.e ag~arda a sus
moradores; te hacen saber a dónde va a parar todo lo 'que de él ves, y te
hacen desistir de desearlo, después de haberte hecho desistir durante mu-
cho tiempo de abandonarlo» (4).

Pocos años después, en el siglo XI, en una elegía a las ruinas de llblra,
ciudad desaparecida a dos leguas de Granada, el alfaquí Abü lsoaq, nacido
en ella, cantó la desolación de la ciudad muerta por los pecados de los
hombres y apenas llorada, preguntándose dónde habían ido a parar sus
pretéritas maravillas, sus generosos pobladores, guerreros, sabios, nobles,
hermosas doncellas; tan sólo perduraba el recuerdo de sus glorias y vir-
tudes y el de sus descendientes (5).

Tres siglos más tarde lbn al-Jat(b evocaba su ruina. «El tiempo -escribió-
no ha cesado de espantar a los habitantes de llbTra; sus casas cayeron
cada vez más en decadencia y las guerras civiles entre los musulmanes
la asolaron hasta que fue totalmente arruinada y abandonada por sus ha-
bitantes.» Y termina el visir granadino con palabras coincidentes con otras
bíblicas. Todo lo que sale del polvo al polvo retorna (6).

En la Edad Media las gentes procuraban apartarse de las ciudades yermas


al creerlas malditas, destruidas por haber sido escenario de horribles pe-
cados y víctimas de oscuros sortilegios. Vivo siempre el recuerdo de
Sodoma y Gomarra, su extinción juzgábase obra de la cólera divina.

Ciudades muertas hispanomusulmanas.

La Península Ibérica, intensamente colonizada por el Imperio romano, fue


tierra de gran desarrollo urbano •. no tan sólo en 1.as regiones periféricas y
en las vegas fértiles, sino también· en comarcas rurales o escasamente po·
bladas de la España árida. Así lo acreditan, entre otras, las extensas rui-
nas de Lancia (León), de Clunia (Burgos), de Uxama y Termancia (Soria),

(4) El collar de la paloma, trad. García Górnez, p. 20.


(5) García Gómez, Un alfaquí español. . ., p. 127.
(6) «Génesis», 111. vers. 19. Dozy, Recherches sur l'histoire des Musulmans d'Es-
pagne, 3.ª edic., ip. 332. ·

39
de Julióbriga (Santander), de Ercávica y Valeria (Cuenca), de Oreto (Ciu-
dad Real) y de Cástula (Jaén).
A partir del siglo 11 de nuestra era, en el que comienzan las invasiones de
los pueblos bárbaros en la Península por el norte y por el sur, a través de
los Pirineos y cruzando el Estrecho de Gibraltar, se acentúa la de.cadencia
de toda organización imperial, y las ciudades, una de sus grandes crea-
ciones, cada vez más disminuidas, como se dijo en páginas anteriores, su-
frieron abundantes asaltos y repetidas destrucciones.
No hay que imaginar, en muchos casos, su total despoblación a conse-
cuencia de una catástrofe única y repentina. Sucesivos saqueos e incen-
dios, y no sólo por invasores extraños, sino también probablemente por
pastores y campesinos que vivían al margen de la civilización latina, en
comarcas pobres y montañosas, irían reduciendo cada vez más el número
de habitantes de esas urbes en decadencia. Arruinadas las grandes edifi-
caciones, sin destino ya varias de ellas, como eran los templos, teatros.
anfiteatros y circos (7), destruidos en las guerras y revueltas los canales
y acueductos que las proveían de agua, llevada desde lugares lejanos,
empobrecidas y famélicás otras por repetidas sequías y terribles inva-
siones de langosta, se.rían muchas de ellas ciudades moribundas. Tan sólo
a muy escasas el estado visigodo logró dar nueva vida. Durante su domi~
nio la actividad constructiva parace haber sido escasa. Faltan testimonios
visibles de ella, semejantes a los que todavía pe_rmanecen de la anterior
época imperial. Apenas se descubren huellas de ciudades visigodas en el
subsuelo de las actuales asentadas en el solar de aquéllas. En Córdoba,
Sevilla y Valencia, por ejemplo, entre el nivel profundo del suelo de las
ciudades romanas y el más elevado de las islámicas medievales, tan sólo
se encuentran rastros insignificantes de las urbes visigodas de los si-
glos VI y VII.

Los invasores musulmanes adueñáronse, pues, de ciudades decaídas y


pobres, con un recinto muy disminuido respecto al que tuvieron en los dos
primeros siglos de nuestra era. La invasión terminó, más o menos rápida-
mente con la vida lánguida de algunas; otras, de anterior fundación y va-
rias de las pocas creadas por .los musulmanes extinguiéronse en los siglos
posteriores. Su nombre, cada vez menos frecuente en los textos literarios,
acabó por desaparecer de ellos.
Cuando la conquista musulmana, dice el historiador al-RázT, numerosos

(7) San Isidoro de Sevilla condena en sus Etimologías (libro XVIII, capítulos XXVII
y LIX) la impudicia de los espectáculos teatrales, las crueldades qUe tenían lugar en
los anfiteatros y las locuras circenses.

40
cristianos se allegaron a las más fuertes sierras que pudieron alcanzar, por
lo que quedaron yermas muchas villas (8).

Recuerdo y nombre de ciudades desaparecidas durante el dominio islámico


en la Península hay que buscarlos en las viejas crónicas; sus ruinas yacen
enterradas en campos y montes. No siempre es posible señalar el lugar de
asentamiento de las conocidas por referencias escritas, ni asignar nom-
bre a las ruinas de otras totalmente olvidadas. lgnórase, entre otras, dónde
estuvieron Albelda, Calatalifa, MadTnat al-Zahira, Calsena y Laqqo.

Al ser relativamente' crecido el número de ciudades muertas respecto al


escaso de las fundadas bajo dominio musulmán, acude a la memoria del
juicio de lbn Ja,ldün al decir que los árabes prestaban poca atención al
buen asentamiento de las ciudades que fundaban, sin tener en cuenta
las condiciones del solar, las cualidades del aire, de las aguas, de las
tierras laborables y de los pastos. Alude también dicho historiador a la
poca solidez de las construcciones levantadas por los árabes, consecuen-
cia de su vida nómada y de su escaso cultivo del arte. (9).

Varias de las ciudades yermas hispanomusulmanas, entre ellas Oal'at 'Abd


al-Salarn, Calatalifa, Canales, Olmos, Alfamín, Vascos, Albalate, Calatrava,
Alarcos, Sietefilla y Bobastro (10), emplazados en lugares enriscados, de
suelo pobre, sin manantiales ni provi·sión fácil de agua, estaban condenadas,
como ya se dijo, de las de análogas características, a breve y .artificial
vida, a extinguirse al cesar las razones militares temporales que tan sólo
justificaban su existencia. Atalayas dominando parameras y tierras áspe-
ras, su economía ganadera no bastaba para asegurar su vida al desapa-
recer el objetivo militar al que debieron su creación.

Curioso es el caso de Mentesa, ciudad romana asentada en la cumbre de


un cerro, en fuerte posición .defensiva, con tierras· a sus pies copiosa-
mente regadas por manantiales nacidos allí mismo. Tal vez pereció arrasa-
da en una de las muchas revueltas, de que fue escenario su comarca en la
segunda mitad del siglo IX. La vecina Jaén, provista también de fuentes
generosas, absorbió a sus habitantes. Pero tras una solución de conti-
nuidad que se manifiesta en el olvido del nombre antiguo, en torno a una
atalaya llamada a fines de la Edad Media La Guardia, por serlo del reino

(8) Gayangos, Memoria, p. 67.


(9) lbn Jal·dün, Prolégomenes, 11, pp. 274-275. Afirma lbn Jaldün que del asenta-
miento de las ciudades depende su condición de buenas o malas y la prosperidad que
deben a causas naturales.
(10) J. Vallvé Bermejo (De nuevo sobre Bobastro, 139-69) gracias a un estudio minu-
cioso y crítico de ilos .itinerarios seguidos por las diversas expediciones para reducir a
'Umar b. Haf1?ün, ha demostrado que dicha localidad habría de identificarse con Aute
y el «Tajo de Gomer».

41
cristiano de Jaén.frente al musulmán de Granada, fue cristalizando un nuevo
núcleo urbano, formado por las viviendas de los labradores de las huertas
inmediatas.
A partir de la conquista islámica de España y como lugar de desembarco
de las expediciOnes africanas empieza a sonar en las crónicas el nombre
de Algecira, arruinada probablemente entonces la cercana Carteya, de
remoto origen. En la segunda mitad del siglo XIII se levantó un nuevo
núcleo urbano, al-Buniyya, en una colina inmediata a la ocupada por aqué-
lla; las separaba el río de la Miel. Perdióse el nombre de la nueva y ambas
recibieron desde entonces el de Algecira. Conquistadas por Alfonso XI
en 1344, se adueñó de ambas Mul)ammad V de Granada a comienzos del
año 771 /1396. Sin fuerza para conservarla, la arrasó entre los años 780 y
790/1378-1379-1388, según lbn Jaldün, cegando su puerto para impedir
fuese utilizado por los cristianos (11). Yerma siguió hasta que los ingle-
ses se apoderaron de Gibraltar en 1704, en cuya fecha comenzaron a po-
blarla los vecinos huidos de esa ciudad, establecidos primeramente en los
cortijos próximos. Su nombre no se había olvidado, como en Mentesa, y
renació después de tres siglos con el que antes tuvo.
También interesa el caso de la romana Ocilis, cuya situación encumbrada.
en lugar desprovisto de agua y con pobres tierras en torno, parecía conde-
narla a definitiva extinción al perder a principios del siglo XII, con la con ..
quista cristiana, su condición de fortaleza fronteriza. Pero perduró sin ·solu.
ción de continuidad -conserva su nombre arabizado (Madlnat Salim)- por
su situación dominante, como atalaya, etapa y fortaleza en la ruta natural
nordeste-sudoeste citada, la más importante de la Península. Y hoy, como
los caminos modernos -la carretera y el ferrocarril- siguen el valle del
Jalón, Medinaceli se extingue en lo alto de la meseta, junto al arco triunfal
romano, testigo abatido del paso de los siglos y las civilizaciones.
En lugar apartado de agreste belleza de la Jara toledana está el solar yermo
de Vascos, y en el centro de una de las comarcas más abruptas de España,
en la serranía de Málaga, el de Bobastro, último refugio de 'Umar ibn ~af­
~ün, cuya situación la condenaba a breve y difícil existencia.

Debieron de ir despoblándose lentamente, día tras día, poco después de la


invasión musulmana, reducidas por algún tiempo a fortalezas para acabar
yermas, Santaver, Oreto, Carteya, Mentesa y Cazlona, las dos últimas im·
portantes ciudades romanas en tierras de Jaén, muy disminuidas ya proba-
blemente a comienzos del siglo VIII. Perdida su importancia militar, aca-
baron por ser abandonadas. Antes del siglo X se despoblaría Santaver.
famosa en las revuelta,$ de los beréberes en el siglo anterior, situada en la

(11) lbn Jaldün, Histoire des Berberes, IV, pp. 380-381.

42
confluencia del Guadiela y el Tajo, cuyo solar ha quedado o quedará .en
breve sumergido bajo las aguas de un pantano.
A la extinción de Alarcos contribuyó lo malsano de su solar. Como Cala-
trava la Vieja, despoblada por la misma causa a principios del siglo XIII, es-
taba al borde del perezoso Guadiana, de cauce incierto, lento fluir y aguas
ocultas por carrizos y aneas, sin los árboles que bordean otras corrientes
más activas. También por su emplazamiento en terreno insalubre quedó
desierta en el siglo XIV Tejada, cuyas murallas, aún enhiestas, proporcio-
naron en fecha reciente grava para una carretera.

Algunas de estas ciudades fueron absorbidas por otras inmediatas, creadas


posteriormente, de más favorables condiciones naturales. Jaén, de origen
por lo menos romano, creció, como se dijo, a costa de Mentesa, extinguida
probablemente en el siglo IX o en el X. Los últimos habitantes de llblra
acrecentaron la población de Granada después de la destrucción de aquélla
en 1010. La romana Cástula no pudo competir con Ubeda y Baeza, cuyo
asentamiento era, militar y económicamente, más favorable. Cartaya, muy
decaída tal vez al invadir los musulmanes la Península, acabaría de despo-
blarse a la par que crecía la vecina Algecira, puerto elegido por los inva·
sores por su cercanía a la otra orilla del Estrecho de Gibraltar. El desarrollo
de Caracuel y Calatrava terminó con Oreto, y Alarcos despoblóse al fundar
Alfonso X, en lugar llano, alejado ya de las fronteras , a Villarreal, más tarde
ascendida a la categoría de ciudad. Desaparecido el peligro de las expedi·
ciones musulmanas después de la victoria cristiana de las Navas de To~
losa (1212) , Oal'at 'Abd al-Salam (12), erguida en lo alto de una elevada
colina sobre el Henares, fue despoblándose mientras crecía la cercana
San Justo o Santiuste, conocida luego por Alcalá de Henares; en el siglo XV
tan sólo quedaba en aquélla una fortaleza, abandonada algo más tarde.

El abandono de un camino antes frecuentado puede producir la decadencia


e incluso la ruina de las villas en él situadas. El de Toledo a Madrid siguió
hasta el siglo XIII la orilla izquierda de parte del curso del río Guadarrama,
por las villas de Canales, Olmos y Calatalifa. El dejar de ser frecuentada
esta ruta para seguir otra más oriental, fue causa de la muerte de las tres.
No se yermó Talamanca , a orillas del Jarama, al perder su condición de villa
itineraria y cabeza de puente en el camino de Castilla la Vieja por el puerto
1

de Somosierra al Valle del Tajo, pero pasó a ser una modesta aldea (13).

Inversamente, la muerte de una ciudad puede producir la desviación del ca-


mino que a ella conducía. Abandonada Calatrava a comienzos del siglo XIII ,

(12) Torres Balbás, Complutum-Oal'at 'Abd al-Salam -Alcalá de Henares.


(13) Torres Balbás , Talamanca y la ruta olvidada del Jarama; pp . 235-266 .

43
el tránsito siguió nuevas rutas que pasaban por las villas, entonces flore·
cientes, de Almagro y Villarreal.

Desaparecieron también, después de breve existencia, tres ciudades crea-


das arbitrariamente por monarcas y otra que lo fue por Almanzor; las cua-
tro apénas sobrevivieron a sus promotores: Recópolis, fundada por Leo-
vigildo en 578; Madlnat al Zahra, obra de 'Abd al-Ra~man 111 y de su hijo
al-Hakam 11, iniciada en 325/936; l:fi~n al-Faray (Aznalfarache), levantada
por· orden del emperador almohade Abu Yusuf Ya'qüb al-Man~ur a partir de
589/1193, y Madlnat al-Zahira, cuya construcción comenzó en 368/978-979.

Algunas de estas ciudades sucumbieron a consecuencia de una acción


militar. Entre sus escombros calcinados -el incendio solía completar la
obra de asalto y saqueo- surgen al excavarlas los esqueletos de sus habi-
tantes, como en llblra. De Albelda, Albalate, Oreto y Sietefilla hay noticias
de su violenta destrucción bélica; creaciones circunstanciales, no volvieron
a renacer.

En algunos de estos solares yermos -Recópolis, Oreto, Calatrava, Alarcos,


Cástula, Sietefilla y Aznalfarache- hay una humilde ermita, que es como
la capilla funeraria de la ciudad muerta y sepultada. Ausente de ellos la vida
humana, esos modestos santuarios acreditan la persistencia del culto di-
vino a través de varios siglos y de diversas creencias religiosas. Desapa-
recieron los hombres, pero perdura el templo renovado.

La humildad del caserío urbano de las ciudades de la España islámica, in-


cluidas las mezquitas, salvo casos excepcionales, explica que sus ruinas
apenas pudieran servir de canteras ni que sus materiales se aprovecharan
en construcciones posteriores, como ocurrió con las de las romanas. De los
solares ocupados por varias sobresalen como únicos vestigios -Oal cat
cAbd al Salam, Albalate, Vascos, Calatrava, Alarcos, Cástula, Tejada, Aznalfa-
rache- restos, cada día que pasa más disminuidos, de los muros y de las
fortalezas que las protegían. Tan sólo en el solar de Madlnat al-Zahra, fun-
dación regia de la época más brillante del califato cordobés, la espiocha
va desenterrando lentamente ruinas monumentales bajo enormes montones
de escombros, resto de las que fueron durante siglos canteras inexhaustas
de materiales de construcción.

De estas ciudades muertas, citadas sin propósito exhaustivo, eran que se-
pamos, de fundación anterior a la invasión musulmana, Santaver, Oreto, Cás-
tula o Cazlona, Mentesa, Calsena, Laqqo y Carteya. Recópolis fue creación
visigoda. De Albelda, Calatrava la Vieja, Aznalfarache e llblra consta su
origen islámico. Si atendemos a sus nombres, idéntico sería el de Oal 'at
cAbd al-Salam, Calatalifa, Alfamín, Albalate, Vascos y Alarcos.

44
La situación de estas ciudades muertas respecto a las cuencas de los ríos
peninsulares es la siguiente: en la del Ebro tan sólo figura Albelda (al-Bay-
Qa (14). En la del Tajo y sus afluentes estuvieron Recópolis, Santaver (San-
ta-barTya), Oalcat ~bd al-Salam (a orillas del Henares); Calatalifa (Oalcat
al-f:lalfa), Canales, Olmos (Walmus) ·(junto al Guadarrama las tres), Al-
famín (Al-Fahmln) (al borde del Alberche); Vascos y Albalate (al-Bala1).
En la cuenca del Guadalquivir, Cástula o Cazlona (Oastalüna), Mentesa
(Mantisa), MadTnat a·l-Zahra , Madinat al-Zahira, Sietefilla (Santafila) y
Aznalfarache (tf i9n al-Faray). Una isla en la desembocadura de los ríos
Tinto y Odiel fue el solar de Saltés (Saltfs).

A orillas del Guadalete, cuyas aguas vierten también al Atlántico, estuvo


Calsena (Calsana), y en su cuenca y no lejos de aquéllas, en lugar asi-
mismo ignorado, se levantaba Laqqo. Ciudad marítima fue Carteya (Oar-
tayana), al fondo de la bahía de Algeciras. En la cuenca del Guadalhorce,
que desemboca en el Mediterráneo, se erigió Bobastro (Bubastro), y no
lejos del Genil, cuyas aguas acrecientan las del Guadalquivir, fundóse llbTra.

De todas estas ciudades tan sólo se ha excavado parcialmente, como se


dijo, MadTnat al-Zahra'. La exploración metódica de algunas de las res-
tantes, sin alcanzar los resultados espectaculares del descombro de la
fundación de ~bd al-Raf:lman 111, aportaría datos de interés para el cono-
cimiento de nuestra vida medieval. Varios de esos solares yermos fueron
escenario de hechos históricos memorables: en Laqqo cayó la monarquía
visigoda para dar comienzo al dominio musulmán en la Península; Bobast""O
fue último refugio de uno de los grandes guerrilleros hispanos que estuvo
a punto de adelantar en seis siglos la Reconquista; en Calatrava nació
y adquirió nombre una de las Ordenes militares más influyentes en la vida
peninsular en los últimos siglos de la Edad Media; en Alarcos Alfonso VIII
sufrió una resonante derrota, acicate para el desquite glorioso, pocos
años después, el gran triunfo de las Navas de Tolosa sobre los almohades.
Terminada su era y cumplido SL'· destino, estas ciudades enterradas es-
peran el alumbramiento profetizado por Horacio de todo lo que se derrumba
y oculta en las entrañas de la tierra y que el tiempo sacará al sol: Ouidquid
sub terra est in apricum proferet aetas.

(14) Los nombres árabes de estas· ciudades figuran entre paréntesis después de
los castellanos. Monografías de estas ciudades desaparecidas pueden verse en mi
artículo Ciudades Yermas, pp. 79-114.

45
CIUDADES DE NUEVA FUNDACION (1)

Teoría islámica de la fundación de ciudades: asentamiento y construcción.

En país abundante en núcleos urbanos como era la Península Ibérica a co-


mienzos del siglo VIII, cuando la invasión islámica, es natural que el número
de ciudades fundadas durante los siglos de dominación de los conquista-
dores fuese escaso. Sin propósito exhaustivo, veintitrés figuran por orden
cronológico -en lo posible- a continuación.
Se atribuye al califa 'Umar el dicho de que las ciudades se levantan en
lugares en los que existe agua, madera para el fuego y pastos. Un historia-
dor del ocoidente islámico, que escribió poco después del año 1300, lbn
Abl Zar', al elogiar el asentamiento de Fez, ha expuesto las condiciones
necesarias para la perfección y glorfa de las ciudades:

«Dicen los sabios que para prosperar una ciudad· debe reunir las cinco
condiciones siguientes: agua corriente; tierras fértiles para la siembra; un
bosque cercano que proporcione leña; murallas sólidas, y un jefe que man-
tenga la paz y seguridad de los caminos y castigue a los revoltosos» (2)
Extensamente se refiere lbn Jaldün, algún tiempo después, en la segunda
mitad del siglo XIV, al nacimiiento, proceso vital y muerte de las ciudades,
y a las condiciones favorables para su fundación. A su asentamiento debían
su condioión de buenas o malas y la mayor o menor prosperidad, afectada
por los factores naturales. Los árabes -escribió- han prestado poca aten-
ción al buen asentamiento de las ciudades fundadas por ellos, sin tener en
cuenta las condiciones del solar, ni las cualidades de pureza del aire, da
las aguas, de las tierras laborables y de los pastos. De poca solidez eran
las construcciones que levantaban, a consecuencia de su civilización nó-

(1) De cada una de las 23 ciudades fundadas por los musulmanes en la Pení.nsula,
enumeradas a continuación, se insertan datos sobre su origen, descripción de su solar,
brevísima historia de sus vicisitudes, rápida noticfa de los restos monumentales, en el
caso de conservar algunos, y, cuando se conoce, el trazado de su cerca islámica, con la
extensión int:ramuros. TO'do ello muy resumido por la obligada brevedad de estas páginas.
(2) Qir~as, trad. Huid, p. 27; trad. Beaumier, p. 36.

47
mada y su escasa afición al cultivo de las artes. Para que la vida en una
ciudad sea grata, dice el gran fi.lósofo beréber, es necesario atender al
fundarla a varias condiciones, en primer lugar a la existencia en su snlar
de un río o de fuentes de agua pura y abundante, pues e·I agua, «don de
Allah», es cosa de capital importancia y el tenerla inmediata evitará muchas
molestias a los vecinos. Debe ·de atenderse también al aire, escogiendo
lugar en que sea puro, pues si no se renueva y es de mala c~lidad, o la
ciudad se sitúa en las cercanías de aguas corrompidas, de exhalaciones
fétidas o de sitios pantanosos, sus pobladores padecerán de frecuentes
enfermedades. En los contornos habrá buenos pastos, tierras de ·labor pro-
pias para el cultivo de cereales, base de fa alimentación de los veoinos y
de sus ganados, y montes o bosques que proporcionen madera para la
construcción y leña para el hogar. Pero es necesidad primordial, continúa
lbn Jaldun, la de su defensa, por lo que la ciudad deberá construirse: en la
cumbre de una montaña abrupta; en una península, casi completament'3
rodeada por el mar, o a la orilla de un río franqueable tan sólo por un
puente de barcas o de piedra. El asentarla a la orilla del mar facilitará
su abastecimiento y la exportación de objetos de lujo; conviene entonces
que ocupe uria colina elevada, de difícil acceso y .que en sus cercanías
haya tribus o gentes de espíritu combativo, capaces de socorrerla rápida-
mente en caso de un ataque nocturno imprevisto. Para que esté al abrigo
de ªg.r,p~§;ls~sl ~Pcl.~ Ja~':fªS:.a~~-~e; la ci~q?d. que,da,rán proteg.idas dentro de
un cerco amurallado, en cuyo interior puedan hallar también refugio en cas·J
neceserio los campesinos de los alrededores. Así la c-iudad podrá defen-
derse sin la ayuda de un -ejército.

Expuestas a ataques, entre las ciudades situadas a la orilla del mar, estaba:1
~lejandría, en Ori'ente, y en Occidente, Trípoli, Bona y Salé. En cambio
Ceuta, Bugía y 1Gollo satisfacían a esas otras condiciones dichas más favo-
rables de las ciudades marítimas. Los árabes nómadas, incapaces de pre-
visión, fundaron en los primeros tiempos islámicos, lo mismo en el Iraq que
en Berbería, ciudades corno Oayrawan, Kufa, Ba9ra, Siyilma·ssa y otras, en
lugares desprovistos de recursos, sin condiciones naturales para ser habi-
tadas permanentemente, y por ello amenazadas de rápida declinación (3).
En sus comienzos, bastantes de las fundadas por los musulmane·s fueron
ciudades militares, campamentos, puestos avanzados para asegurar o pro-
seguir la conquista de una comarca.

El capital problema de·! abastecimiento de agua contribuyó a la extinción


de algunas viejas urbes y al nacimiento de otras. Destruidos acueductos
y conducciones en los siglos que siguieron a la caída del imperio 1omano.

(3) lbn Jaldün. Prolégomenes, 11, pp. 247-248, 250-252 y 274-276.

48
los musulmanes no tuvieron en los primeros tiempos de su dominación
ni técnica ni empuje suficientes para restablecerlos, por lo que abandonaron
las antiguas urbes, sedientas entonces, para establecerse junto a manan-
tiales o ríos, que :les proporcionasen en forma perenne elemento tan nece~
sario para la vida. Así ldrTs 1 abandonó en 789 la capital, Volúbilis, paré:
fundar Fez en un solar, como el de Granada, atravesado por un río, fácil de
1

sangrar rfiediante acequias.

Como se verá en las páginas siguientes, buen número de las ciudades fun-
dadas en al-Andalus lo fueron por soberanos o por príncipes más o menos
independientes. Además de ser en los países islámicos iniciativa regia el
levantami'ento de grandes construcciones, la fundación de una ciudad era
un acto esforzado, tan sólo posi,ble a los soberanos de crecidos recurso3,
que así mostraban su grandeza. Fundación y construcción de ciudades, ha
dicho lbn Jaldün, es función de soberanos e imperios (4). El monarca 'ab-
basí al-Mutawakkil, al acabar de construir la ciudad de al-va'fariyya, la Mu-
tawakkiliyya actual, al norte de Sarnarra', exclamó: ((Ahora es cuando
sé que soy rey, al haberme construido para mí mismo una ciudad en que
vivir» (5).

En la Edad Media era excepcional el hecho de la fundación de una nueva


ciudad en un lugar desierto. En el solar de casi todas existió antes una
fortaleza, un cortijo o alquería o una aldea. Con referencia a la España islá-
mica, el dato histór,ico de su fundación suele aludir al hecho de adquirir la
categoría de madina mediante la construcción de una cerca protectora y
una :mezquita mayor. Implicaba también este nombre la existencia de zocos
y los arrabales y barrios intramuros y a veces exteriores (6). Así convirtió
'Abd al-Raf:lman 111 el año 344/955-956 en Madlnat al-Mariyyat (Medina Al-
mería) la agrupación urbana, sin duda de alguna importancia, que hacía algo
más de un siglo era puerto de la terrícola Pechina (7).

Conócense pocos detalles acerca de la materialidad de la fundación de las


nuevas ciudades de al-Andalus, como los conservados respecto a Fez y
Marrakus (8). A 'la fundación de Gibraltar en 555/1160 precedió la excava-
ción en la ladera de la montaña en que se asienta, de álgunos lugares en

(4) lbidem, pp. 238-239.


(5) Ya'qübl, Bulidan, edioión Leiden, p. 266, citado por Nayl al-Al?T.I, La ciudad de
al-Mu'ta~im en a,1-Qa~m; ip. 346.
(6) Sobre la clasificación administrativa de las ciudades hispano-musulmanas
cf. R. Manes, La división político-administrativa de la España musulmana; ipp. 79-136.
(7) Torres Balbás, Almería islámica, pp. 416-418. r
(8) Qir~as, trad. Huici, ipp. 24-26, 33-34 y 327; trad. Beaumier, pp. 31-3¿, 44-45 y
459-460; E. Lévi..1Provin9al, La fondation de Marrakech; pp. 117-120.

49
los que brotaron fuentes, cuyo caudal condujeron por pequeñas regueras
a una acequia que penetraba en la ciudad y vertía en un gran depósito (9).
1
Acostumbrábase a comenzar por la construcción de la cerca que aseguraba
. la permanencia del. nuevo núcleo urbano y así consta sucedió en Almería,
Medinaceli e tO~n al-Faray (Aznalfarache). Al levantar Almamor MadTnat
al-Zahira, en 368/978-979, se empezó por nivelar el solar elegido. Al mismo
tiempo se construía la alcazaba y la mezquita mayor y otra u otras, como
ocurrió en Badajoz, Almería, Gibraltar y al-Buniyya (Algecira la nueva).
Cuando se trataba de una ciudad regia, tras la cerca se edificaba e,I alcázar;
así se hizo en MadTnat al-Zahra', Madlnat al-Zahira, l:fü;rn al-Faray y al Bi·
niyya. En Badajoz, a la par que la cerca y las mezquitas se levantaron baños;
cuarteles en Medinaceli, por su condición de oiudad fronteriza y militar.

Ciudades militares algunas de las que figuran a continuación, creadas con


fines estratégicos. ocupan lugares de fácil defensa y penoso as,edio, casi
siempre laderas de colinas protegidas por una fortaleza levantada en su
cumbre (Uclés, Tudela, Léri,da, Almería, Gibraltar). Otras se extienden por
la meseta de un cerro cortado por ríos o barrancos que les sirven de fosos
(Ubeda, Madrid, Medinaceli, Aznalfarache). Una barrancada entre varios
cerros fue el asentamiento de Calatayud. En llano está Murcia y estaría
Madfoat al-Zahira. A la orilla de ríos de alguna importancia situáronse Lé-
rida (Segre), Tudela (Ebro), Calatayud (Jalón), Badajoz y Calatrava (Gua-
diana), Aznalfarache (Guadalquivir), Murcia (Segura). A la orilla del mar
se fundaron Almería, Gibraltar y al-Buniyya.

De las veintitrés ciudades nuevamente fundadas o reconstruidas, hay no-


ticias de que tr·es, Lérida, Medinaceli y Beja, fueron reconstrucciones de
urbes anteriores; la fundación o reconstrucción de diez -Oanat 'A.mir, Ca
latrava, Tudela, Tailamanca, Madrid, MadTnat al-Fati), Sektan, Medinaceli,
Gibraltar y al-Buniyya- consta en forma expHcita haber respondido exclusi-
vamente a razones militares: defensa de fronteras y costas o lugar de apo-
yo para emprender campañas bélicas. Catorce figuran como fundaciones
ordenadas por monarcas: llblra, por 'Abd al-Raf:iman 1; Tudela, por al-lja-
kam 1; Murcia y Ubeda, por 'Abd al-Ral)man 11; Mul}ammad 1 terminó la úl-
tima y fundó Talamanca y Madrid; 'Abd a1l-Ral}man 111, Madlnat al-Fat~, Ma-
dTnat al-Zahra', Medinaceli y Almería; al-ljakam 11, la ciudad sin nombre en
la provincia de Toledo; 'Abd al-Mu'min, Gibraltar; Abu Ya'qub Yusuf mandó
reconstruir Beja; Abü Yüsuf Ya'qiJb levantó Hi9n al-Faray y el marlnl Abü
Yusuf, al-Buniyya.

(9) E. Lévi-Proven9al, La Péninsule lbérique, texto, p. 121; trad. p. 148.

50
La época de mayor número de fundaciones va desde e·I reinado de 'Abd
al-Ral:iman 11 hasta la muerte del tercero (206/822-350/961). Calatayud y
Calatrava, cuyos nombres revelan su nacimiento a la sombra de sendas
fortalezas, se deben a dos tabi'. Oanat 'Amir, Uclés, Lérida, Badajoz y
Sektan a príncipes o señores más o menos independientes del poder cEÍn-
tral; MadTnat al-Zahira a un omnipotente visir.

De las veintitrés ciudades han desaparecido Calatrava, llbTra, MadTnat al-


Zahra', Madlnat al-Zahira e Hi9n al-Faray, las tres últimas creaciones arti-
1

ficiales surgidas por el capricho de los poderosos, las cuatro últimas cerca
de otras viejas y populosas que acabaron por absorberlas a la desaparición
de aquéllos. Como villa de asedio, Madf.nat al-Fatl:i fue creada para breve
existencia. ne Qanat 'Amir, Sektan y la ciudad levantada por al-f:takam 11
en la frontera de Toledo, al ser su situación ignorada, desconócese si sub-
sisten con otro nombre, cosa poco probable. Las veintitrés ciudades apa-
recen repartidas por la España musulmana sin preferencia por comarca
determinada. Conócese el nombre de muy pocos de los arquitectos que
levantaron esas ciudades. A Al:imad b. Na9r b. JaHd (288/901-370/980), de
origen toledano, prefecto de policía, inspector de mercados y ca~i de·I dis-
trito de Jaén, fue el encargado por al-f:takarn 11, en 353/964, de construir
una ciudad sólida y bien organizada, de nombre ignorado, en la frontera
de la provincia de Toledo, para fo que puso a su disposición una crecida
cantidad de dinero (10). Como dice lbn f:tazm que este personaje escribió
un libro sobre agrimensura, hay que suponer intervendría como técnico en
el trazado de la ciudad ( 11).

61 autor anónimo de al-l:fulal al-Mawsiyya afirma que e·I monarca almohade


'Abd al Mu'min dibujó la traza del perímetro fortificado de Gibraltar ( 12).
Dirigieron las obras e l famoso geómetra o ingeni·ero al-Hayy Ya'ls de Má-
1

laga, enviado por 'Abd al-Mu'min desde Marrakus, y el arquitecto Al:imad


b. Baso, residente en Sevilla. Desde esta ciudad y otros lugares del imperio
fueron a trabajar en las obras de Gibraltar albañiles, carpinteros y canteros
por orden del soberano.

Respecto a las obras hechas dos siglos más tarde en la misma ciudad por
los marTnfes, iniciadas por Abü-1-f:tasan y terminadas por Abü 'lnan (procla-
mado en rabi, primero 749/junio 1348), lbn yuzay, escriba del viaje de

(10) lbn '1lgarT, .Sayan, ill, texto, p. 252; trad. p. 390; lbn al-FaragT, Ta'ri~ 'ulama'
al-Andalus, núm. 398, ip. 114; Dozy, Recherches sur l'histoire ... d'Espagne, tercera edi-
Gión, p. 434.
(11) MaqqarT, Analectes, 11, p. 118, citado por Dozy (véase nota anterior); Lévi..Pro-
ven<;:al, lnscriptions arabes d'·Espagne, ip. 12.
(12) Traducción de Huici, pp. 185-186, texto p. 129. -

51
lbn Battüta, refiere que su preocupac1on por ese baluarte del islamismo
era tan grande que mandó instalar en la sala de audiencia (Maswar) de su
pa:lacio de Fez un modelo (sakl) admirable, en el que estaban representa-
dos ·en relieve la forma de la montaña, con los muros, torres, alcazaba,
puertas, mezquita, arsenal, graneros y almacenes de municiones de gue-
rra ( 13).

La toponimia actual revela que otras varias ciudades de arl-Andalus, de


cuya fundación no hay noticia, así como muchas aldeas, nacerían también
bajo dominio islámico. Pues mantienen el nombre arábigo, más o menos
desfigurado al romanceado. Las que no lo tienen, s·i son anteriores al si-
glo VIII hay que suponer que conservaron el viejo al proseguir su vida sin
soluciones de continuidad. Origen islámico, entre otras muchas, es el de
casi todas las Medina (madina, ciudad), Albailat o Al balate (el camino),
Baides o Ailbaida (la blanca), Almadén (fa mina), Alcántara (el puente),
etcétera, y las abundantes de origen militar: Alcalá (al-qa.l'a, la fortaleza),
las Cala, seguidas de otra palabra de igual significación, Alcolea (al-qula'ya,
el Castillejo); las que comienzan con palabra derivada de las árabes ~i!?n
(castillo: lznatoraf, lznajar, Aznalcozar, lznalloz, etc.) y bury (14) (torre:
Bujalance, Bujalaroz, Burjasot, etc.) ( 15).

Ciudades Regias.

Varias de estas ciudades, corno se ha visto en las paginas anteriores,


fueron fundadas por monarcas, grandes señores o suplantadores del poder
de los primeros, para su residencia y la de su corte. Así Madlnat al-Zahra',
construida por 'Abd al-Ra~man 111 en la sierra de Cór·doba a partir de 325/
936; Madlnat al-Zahira, que lo fue ail oriente y a poca distancia de esa ciu-
dad de 368/978-979 a 370/981 por Almanzor, rey de hecho; Hi\rn al-Faray, le-
vantada por el monarca almohade Abü Yüsuf Ya'qüb en los alrededores de
Sevilla en 589/1193; al-Buniyya, que mandó edificar entre 674/1275 y
681/1282 el marlnl Abü Yusuf, junto a Algecira, con fines militares, pero
en la que construyó una residencia regia.

La' existencia de ciudades aúlicas y oficiales, independientes de las anti-


guas capitales, es un hecho constante en el Islam, lo mismo en e·l oriental
que en el occidental. Las fundaban los monarcas algo alejadas como resi-

(13) lbn Battüta, Voyages, IV, pp. 359-360.


(14) J. Vernet sugirió en las J. H. A. C. de Córdoba, a propósito de la po1nencia
de H. Mones, que se interpretara el término bury por '"burgo, aldea, cortijo» en vez de
«torre».
(15) Asin, Toponimia árabe de España.

52
· dencias de lujo, lugares a los que evadirse para vivir apartados de las
molestias conHnuas de la gobernación, de la vigilancia de las muchedum-
bres urbanas, siempre turbulentas, así como de los movimientos popu-
lares. En ellas disfrutaban de mayor independencia y reposo que en los
alcázares situados en el interior de las ciudades populosas.

Los soberanos omeyas, con su capital en Damasco, levantaron castillos-pJ-


lacios (16) en el. desierto sirio cuyas ruinas han sido excavadas y estu-
diadas estos últimos. años. Más tarde ·el califa 'abbasl al-Mutawakkil tras-
ladó su corte de Bagdad a Samarra' (Surra-mEmra') urbe espléndida quo
hizo construir gastando en ella sumas ingentes, abandonada unos cincuent:l
años después de su fundación por el califa a l-Mu'tamid para instalarse de
1

nuevo en Bagdad. En lfrlqiya, el emir aglabí .lbrahlm 1 habitó el palacio


viejo, a cuatro kilómetros de Qayrawan; uno de sus sucesores fue a vivir
a Raqqada, fundada en 263/876, ci·nco kilómetros más lejos.

Alrededor de la residencia regia, a la sombra de los nuevos palacios, for-


mábase un núcleo urbano señorial frente al viejo, abandonado más o menos
temporalmente por el soberano (17). La pugna entre los habitantes de
ambos era constante y el final de la ciudad aúlica, de fundación caprichosa,
solía ser su saqueo y destrucción por la plebe de la ciudad vieja. Con refe-
rencia tan sólo a las españolas, recuérdese el robo y la ruina, obra en gran
parte de la plebe y de los funcionarios cordobeses, con la co'!aboración d3
beréberes, de Madlnat al-Zahra, y Madlnat al-Zahira en los primeros años
del siglo XI. Seguramente los sevillanos del último decenio del XII no vería11
sin rencor levantarse sobre la meseta de un cerro, aguas abajo del Guadal-
quivir, los muros y torres del recinto y palacios de Hi9n al-Faray, cuya cons-
trucción dejaría despoblados los alcázares sevillanos. Al-Buniyya subsistió
al convertirse en un barrio de Algecira, hasta que ambas, la vieja y la nue-
va, fueron arrasadas por Muhammad V de Granada.

Ciudades de asedio.

Aparte de las ciudades creadas por necesidades militares, como lo fuero:i


bastantes de las reseñadas, hay otro tipo, las de asedio, campamentos co11
mayor carácter de solidez y permanencia que el acostumbrado, que res-

(16) La interpretación· tradicional de «castillos del desierto» expuesta y defendida


por H. Lammens, La Badia ,et la Hira sous les Omaiyyades. Un mot a propos de Msatta,
p. 91-112, ha sido substituida, a la luz de las últimas excavaciones y fotografías aéreas,
que han reve·lado la existe1ncia-de extensas zonas de cultivo y regadío en sus alrededores,
por la de «gran propiedad agrícola» de «casa grande», of. D. y J. Sourdel, La civilisation
de l'lslam classique, p. 276-9.
(17) Georges Marc;:ais, L'urbanisme musulman (Mélanges d'histoire et d'archéologie
de l'occident musulman, 1, pp. 221-222).

53
pondían a fines idénticos pero temporales y limitados. Casi todas han des-
aparecido cump:Jida su misión. Además de levantarse para combatir una
ciudad sitiada y protegerse contra las reacciones de sus defensores, mos
traban a éstos -y ése era en muchos casos su fin primordial- la voluntad
·decidida de prolongar indefinidamente el asedio hasta la rendición.

En la España islámica tan sólo se conserva memoria de la ciudad de asedio


de MadTnat al-Fat~ (Ciudad de la Victoria), fundada cerca de Toledo y para
su conquista por 'Abd al-Ral:irnan 111 en 318/930. Su emplazamiento, como
se dijo, es desconocido.

Ciudades de asedio se levantaron también en el Magrib. 'Abd a'l-Mu'min,


al si'tiar Marrakus en 541/1146-1147, construyó una ciudad de este carácter
en la próxima colina de TgTllTz. Aún quedan restos de al-Man9üra (la Victo-
riosa), junto a Trernecén, levantada por el sultán marroquí Abü Ya'qüb en
702/1302-1303 para rendir esa ciudad. Al tardar en conseguirlo, transformó
el campamento en ciudad permanente, en la que residió después de la
victoria. También subsisten ruinas del afrag de Ceuta, levantado por los
marTníes.
Asimismo, en la España cristiana se construyeron ciudades de asedio. Re-
cuérdense la organizada por Fernando 111 en 1247 para la conquista de Se-
villa; la que edificó Alfonso XI en 1342 para la de Algeciras, y la de Santa
Fe, frente a Granada, que por raro caso subsiste aún, mandada edificar por
los Reyes Católicos en 1491. De las tres insertan curiosos datos las Cró-
nicas castellanas. Su pragmática disposición regular mantuvo, al parecer,
la tradición del trazado urbano regular durante la Edad Media ( 18).

Ciudades hispanomusulmanas de nueva fundación.

1.-CALATAYUD (Oal'al-Ayyüb)

Don Rodrigo Jiménez de Rada escribió en la primera mitad del siglo XIII,
sin duda recogiendo viejas tradiciones musulmanas, que Calatayud fue fun-
dada por Ayyüb, al que debe su nombre. AyyiJb b. HabTb al-Lal)mT, fue un
tabi' (seguidor y discípulo de los compañeros de Mahoma), gobernador de
la España musulmana durante seis meses, al ser asesinado su primo her-
mano 'Abd al-'AzTz b. Musa b. Nu9ayr en los comienzos de rayab 97 /marzo
de 716. El dato, difundido sobre todo a través de los historiadores Zurita
y Mariana, lo aceptan como cierto los arabistas contemporáneos ( 19). El

(18) Torres Balbás, etc., Resumen ... del urbanismo en España, pp. 50-74.
(19) Encyclopédie de !'Islam, 1, p. 846, en artículo de C. F. Seybold.

54
primer hecho histórico conocido en el que vuelve a aparecer el nombre de
Calatayud es poco más de siglo y medio posterior, del año 271 /884. En esta
fecha 'Abd al-Raoman b. 'Abd al-'Azlz al-Tuylbl, señor de Daroca y Calata-
yud y jefe de una poderosa familia árabe instalada en Aragón desde la
conquista, aliado con el emir cordobés, restauró las fortificaciones de am-
bas ciudades contra los Banü Oasl de Zaragoza (20). En 1120 fue conquis-
tada Calatayud por Alfonso 1 el Batallador. Era, según el Oitias, la fortaleza
más importante del oriente de al-Andalus (21).

Inmediata a una pródiga vega y llave de varias vías naturales, Calatayud


ocupaba una situación estratégica inmejorable. La ciudad fundóse en un
barranco moldeado por la erosión. El relieve exigió más complejas defensas
que las acostumbradas. La cerca hubo de encerrar !as cumbres de los ce-
rros que dominan la ciudad, en los que se levantaron cuatro encumbradas
fortalezas, descender al fondo de los dos barrancos que los separan y vol-
ver a bajar hacia la vega y el río, para dejar intramuros la parte oriental
llana, que estaba también protegida por el foso natural del río Jalón.
De su pasado islámico subsisten tan sólo en Calatayud restos de fortifica-
ciones no estudiadas, muros y torres de mampostería yesosa, algunas de
sus partes hechas con tableros. Hay una torre octogonal al exterior y ci-
líndrica por dentro, con bóveda cónica, y otras rectangulares, cubiertas
con medios cañones y abiertas al interior. En el muro, que sube desde la
desaparecida puerta de Soria al Castillo mayor, subsiste una puerta, en la
ladera del cerro, tapiada, de algo.' más de dos metros de luz y arco de
herradura enjarjado. La superficie murada de Calatayud era, en el mo·
mento de su conquista, de 39 a 40 hectáreas.

2.--CALATRAVA LA VIEJA (Oal'at Rabao)

El nombre árabe de Calatrava, Qal'at Raba~, dícese procede de otro tabi' v


da~il (emigrado) 'Ali b .. Raba o al-Laoml (22) probablemente su fundador.
Al-1-jimyarl dice ser fundación de la época omeya, en la que se estable-
cieron los habitantes de 'Urit (Oreto), al ser destruida esta ciudad de
abolengo romano. Maqqarl la llama al-Bai<;fa (la Blanca) (23).

Eil nombre de Calatrava aparece después en las crónicas árabe.s con mo-
tivo de la sublevación en Toledo de Abü-1-Aswad MuDammad b. 'Abd al-

(20) Lévi~Provenc;:al, Histoire de l'Espagne musúlmaine, t. 1, p. 328.


(21) Qui~as, trad. Beaumier, p. 234; trad. Huici, p. 167.
(22) C. F. Seybold en Encyclopédie de l'lslam, 1, ip. 846; Asín, Contribución a la
1

Toponimia árabe de España, p. 1OO.


(23) Lévi-1Provenc;:al, la Péninsule lbérique, texto, p. 163; trad. p. 196; Maqqari, Ana-
lectes, 1, p. 103. .

55
Ra~man al-Fihrl contra 'Abd al-Ra~man 1 en 169/785, a fines del reinado
de éste. Infligió el emir sangrienta derrota al rebelde, perseguido hasta
más allá de Oal'at Raba~, con muerte de todos los fugitivos a los que las
tropas leales pudieron dar alcance (24).

Un audaz golpe de mano permitió a los toledanos siempre rebeldes a Cór-


doba, mandados por el mozárabe Suintila, ocupar Calatrava .• evacuada por
los musulmanes y desmantelada. La respuesta fue el rápido envío de una
expedición desde Córdoba contra Toledo en el verano de 239/853, a cuyo
frente iba el príncipe al-f:1akam, hermano del emir reinante Mu~ammad.
Llegados a Calatrava, encontraron la ciudad abandonada. Al-f:1akam ordenó
reconstruir las fortificaciones e instalar a los habitante s, huidos tras el
1

asalto de los toledanos. Las obras terminaron dos años más tarde, en
241 /855. En la ciudad repoblada quedó fuerte guarnición (25).
i

Calatrava fue conquistada por Alfonso VII en 1147 y abandonada por los
cristianos en 595/1195 a consecuencia de la derrota de Alarcos. En el ve-
rano de 1212/609 se adueñó de ella el ejército, que pocos días después ven-
ció a los almohades en las Navas de Tolosa. El malsano emplazamiento de
la ciudad, junto a las poco fluentes aguas del Guadiana, parece fue la
causa de su abandono y despoblación en 1217.

Extendíase Calatrava por la meseta de un cerro estrecho y largo, algo


elevado a occidente, con alturas variables de unos 15 a 40 metros sobre
el anchuroso cauoe de I Guadiana, cubierto de juncos, cañas, eneas y es-
1

' a poniente.
padañas, que le sirve de foso

La fundación de Oal'at Raba~ respondió sin duda a razones militares: la


necesidad de tener una fortaleza en ·el valle medio del Guadiana, etapa.en el
camino de los ejércitos que iban desde Córdoba hacia Toledo y la Marca
Superior, para combatir a los cristianos. Era, además, un importante cruce
de caminos, llave de comunicaciones entre Andalucía y el norte de la Pe-
nínsula (26).

Tan sólo subsiste de Calatrava escasos restos de sus murallas y algunas


torres de mampostería caliza (27). La superficie intramuros comprendía
poco más de cuatro hectáreas.

(24) lbn 'lgarT, Bayan, 11, texto, pp. 51-52; trad. pp. 77-78; lbn al-AtTr, Annales du
Maghreb et de l'Espagne, texto, p. 53; trad., p. 132.
(25) Bayan, 11, texto, pp. 87, 19s y 99. trad., 'PP· 138 y 155-156; lbn al-Atfir. :Annales,
texto, p. 47; trad., p. 231; NuwayrT, Historia de los musulmanes de España y Africa, trad.
Gaspar Remiro, pp. 15, 40-41 y 46.
l26) lcMsl, edic. Dozy y De Goeje, texto, pp. 175, 186 y 213; trad. pp. 210, 226 y
263-265.
(27) Torres Balbás, Ciudades yermas hispanomusulmanas, pp. 79-114.

56
3.-0ANAT 'AMIR

En el año 136/753-754 el jefe militar Amir construyó una fortaleza en una


huerta que poseía al poniente de Córdoba, llamada Oanat 'Amir. Rodeó
con una muralla gran extensión de terreno y levantó construcciones en su
interior, proyectando convertirla en una ciudad que albergase a sus parti-
darios y le sirviese de apoyo para mantener la guerra santa contra Yüsuf
hasta recibir auxilio de los yemeníes (28). Las crónicas no vuelven a men-
cionar a Oanat 'Amir.

4.-ILBIHA

~14f:Hmyarff atribuye la fundación de llhlra a 'Abd/ al-Ratiman l. Dice


que la pohló con abundantes clientes suyos (mawali), a los que después
se agregaron ·los árabes del yund de Damasco (29). Antes, en 123/742, el
gobernador Abü-1-Jattar al-Kalbl había concedido a esos yunds sirios terre-
nos en feudo en la región de llblra (30). Parece contradecir esa fecha
asignada para el nacimiento de la ciudad, el dato, incluido por algunos au-
tores islámi·cos, de haber sido fundada su mezquita mayor por el famoso
tabi' l:{anas al-~an'anl (rn. en 100/718-719), oratorio que fue reconstruido
y agrandado por Muf:iammad 1 en 250/864. En él se congregaban los árabes
de las inmediatas alquerías de la vega (31). Abandonando Granada, po-
blada por mozárabes y judíos con sus respectivos templos abiertos, esta-
b:leci1eron los musulmanes la capitalidad (~agra) de la provincia (küra) en
llbTra.

llbTra fue por breve tiempo una de las más ricas, populosas y nobles ciuda-
des de al-Andalus, metrópoli de su parte oriental. Pero la ciudad y su pro-·
vincia sufrieron mucho durante las sublevaciones de árabes, muladíes y
mozárabes contra los omeyas cordobeses en los revueltos reinados del
emir 'Abd Allah y en los primeros años del de 'Abd al-Raf:iman 111. Sucum-
bió violentamente por el hierro y eí' tuego a manos de los berberiscos el
año 400/1010, durante las revueltas que dieron fin al Califato de Cór-
doba (32).

Estaba situada llbTra al pie de la ladera meridional de la sierra de Elvira,


llamada por los árabes a1l-'Uqab y más tarde vabal libera, montaña de

(28) Ajbar Maymü'a, edic. y trad. española de Lafuente y Alcántara, pp. 67-68.
(29) Lévi~Prov~rn;;al, La Péninsule lbérique, texto, p. 29; trad. p. 37.
(30) Bayan, 11, texto, p. 33; trad., p. 48.
(31) Dozy, Recherches sur fhistoire et fa l'ittérature des Arabes d'Espagne, tercera
edición, 1, pp. 328, 331-332 y apéndice XXVII, p. LXIX.
(32) Torres Balbás, Ciudades yermas, pp. 205-218. La bibliografía se encuentra en
este trabajo.

57
mármol oscuro y suelo desnudo, que se levanta a dos leguas al noroeste
de Granada, en el mismo lugar que la ciudad romana Oastll'lya, de poca
importancia. No queda vestigio alguno visible de llbTra. Fruto de las exca-
vaciones realizadas el siglo pasado son, aparte de algunos restos romanos
y fragmentos de yeserías decorativas, varias piezas de bronce y cerámica
muebile del siglo X, encontrados principalment een las excavaciones de la
mezquita. Todo ello se guarda en el Museo Arqueológico de Gr~nada (33).

5.-UCLES (UqlTs)

Al-FatQ b. Musa b. QT 1-Nun, príncipe o señor sublevado contra el emir


'Abd al-RaQrnan 1, construyó y estableció su residencia en 160/775-776 en
UqlTs, capital desde entonces del distrito de Santabarlya (Santaver). Hubo
en. ella mezquita mayor y baños que recibían agua de una fuente situada
en lo más alto de la ciudad (34). Gentro político que respondía además a
razones estratégicas, su importancia debió ser siempre bien escasa. Pasó
a manos de Alfonso YI al mismo tiempo que Toledo ( 1085). Sede de 1a
orden de Santiago a partir del siglo XIII, limitada al doble carácter militar
y religioso de ésta, no alcanzó mayor desarrollo.

6.-TUDELA (Tutlla)

Según varios autores islámicos, cumpliendo órdenes de al-tJakam 1 su fiel


muladí, 'Amrüs edificó el año 186/802, en ila orilla derecha del Ebro, casi
a medio camino entre Zaragoza y Pamplona, la plaza fuerte de Tutlla, en
la que instaló de manera permanente a su hijo Yüsuf con una fuerte guar-
nición (35).

Acrecentóse la importancia de la ciudad al ser capital del principado de


Müsá b. Müsá o Musá 11, el más famoso de los Banü OasT. que se hacía lla-
mar el tercer rey de España y cuyos dominios alcanzaron gran extensión en
los primeros años de la segunda mitad del siglo IX. En 1119, después de con-
quistada Zaragoza, Alfonso 1 el Batallador se apoderó mediante pacto de
Tudela. Ocupa Tudela la ladera oriental de un cerro inmediato a la orilla
derecha del Ebro a 80 kilómetros de Zaragoza. La protegían una fortaleza
situada en la cumbre del cerro, el curso del Ebro al norte y por su parte
llana, a oriente, un barranco o arroyo, hoy cubierto, llamado Merdancho

(33) Medina E!vira, por Gómez Moreno.


(34) Lévi~Provenc;:al, La Péniinsule lbérique, texto, p. 28; trad., pp. 35-36; Maqqairl,
Analectes, 1, pp. 99 y 140.
(35) Afirman la fundación de Tudela por 'Amrüs, obedeciendo órdenes de al-}:lakam 1,
al-Razl, Memoria sobre la autenticidad de la Crónica del moro Ra5is, por Gayangos,
pp. 44-45; Lévi4Provenc;:al, La «Description de l'Espagne» d'A~mad a·I·Razl, p. 76, y el geó-
grafo Yaqüt en su Mu'yam al-buldan, terminado en 621 /1224 (Yacut's Geographisches
Worterbuch, 1, p. 853).

58
en la Edad Media y más tarde Mediavilla. Supone Lacarra (36) que al con-
vertirse Tudefa a mediados del siglo IX en centro político del «tercer rey
de España» y acudir a vivk en ella gentes de la cercana Tarazana, amplió-
se hacia oriente el área murada hasta alcanzar .el foso natural de otro
pequeño río, e·I Oueiles (nahr Qalas).

La fundación de Tudela obedeció a la necesidad de proteger a las tierras


llanas y fértiles del curso medio del Ebro, contra las incursiones de vas-
cones y francos. Era una atalaya sobre las comarcas de ·los primeros, que
guardaba el paso ·del río. Desaparecida la razón militar de su nacimiento,
su condidón de villa de camino, de tránsito forzoso por el puente, y sobre
todo, la riqueza agrícola y buenos pastos de las tierras próximas asegu-
raron su existencia.
De su pasado is lámico conserva Tudela escasos y toscos restos decorati-
1

vos, aparte de los modillones aprovechados en la cabecera de la Col egia- 1

ta, pertenecienters tal vez a una iglesia mozárabe de·I siglo X.


La superfici e intramuros de Tudela era, en el momento de su conquista
1

por Alfonso 1 de poco más de 23 hectáreas.

7.--MURCIA (Mursiya)

El emir •Abd al.JRaf:iman 11 ordenó fundar la ciudad de Murcia para que


fuese residencia de los gobernadores y jefes militares de su distrito. El
monarca encargó su construcción, por carta fechada el domingo 4 rabi' 1
del año 216/21 abril 831, a vabir b. Malik b. Labld, gobernador de Tudmir.
011denándole residir en ella. Cuando estuvo edificada, vabir, cumpliendo
1

también órdenes regias, destruyó 'la ciudad de Ello (37), poblada por mu-
daríes y yemeníes, por ser foco de oposición al emir, desde el que se
habían propagado anteriores desórdenes y rebeldías (38).

La incorporación a Castilla como tributario del reino de Murcia tuvo lugar


en 640/1243. Sublevados sus vecinos moros, Jaime 'I tuvo que apoderarse
de la ciudad tras un asedio en febrero de 1266 (39).

(36) José María Lacarra, Eil desarrollo urbano de las ciudades de Navarra y Aragón
en la Edad Media, :p. 9.
(37) Ella fue una de las siete ciudades entregadas por Teodomiro, mediante el cé-
.lebre tratado, a Müsa b. Nu~ayr. Tal vez sea Ojós o Ulea, villas ambas próximas, en
el valle del Ricote.
(38) Lévi~Provern;al, la Péninsule lbérique, texto, p. 181; trad., pp. 218-219. lbn'lg,arl
(Bayan, 11, texto, pip. 84-85; trad., pp. 134-135), y Yaqüt (Mu'yam al·buldan, IV, p. 497)
atribuyen la fundación al mismo emir, :pero el año 210/825.
(39) Fran:oisco Codera y Zaidin, Biblioteca arábico-hispánica, t. V, p. 386. Balles-
teros Beretta, la reconquista de Murcia, CXI, pp. 138-147.

59
Situada Murcia en llano, a la orilla izquierda del Segura, sobre el que en el
siglo XII había un puente de barcas (40), cruzada su fertilísima vega por
acequias, su futura prosperidad no era dudosa. En el siglo XIII, al pasar a
manos cristianas, su cerca encerraba poco más de 41 hectáreas.

8.-UBEDA (Ubbadat al- CArab)

Todos los escritores islámicos atribuyen su fundación al omeya CAbd al-


Ra~man 11 (206-238/822-852); su hijo Mu~ammad, dicen, terminó de edifi-
carla. Llamáronla Ubbadat al- 'Arab -Ubeda de los Arabes- para distinguirla
de otra localidad del mismo nombre situada en la comarca de llblra. For-
maba parte del distrito (Küra) de Jaén (41). Segün lbn Jaldun, Alfonso VII
cbligó a Ya~ya b. Ganiya a cederle Baeza y Ubeda en 512/1147. Para el Qir·
tas la entrega de ése y otros castros inmediatos fue en 544/1149-1150 (42).
Después de cambiar varias veoes de dueño Fernando 111, que lo era de
Baeza desde 1227, la conquista en julio de 1223, tras seis meses de ase-
dio (43).

Grandes lluvias derribaron en 1305 una porc1on de la cerca, que fue ,des-
truida en gran parte en 1368 por Mu~ammad V de Granada, quien no logró
apoderarse del alcázar o alcazaba (44).

Aslénfase Ubeda en la cresta meridional, avanzada sobre el valle del Gua·


dalquivir, de fa extensa loma de igual nombre, que se extiende entre ese
valle y el del Guadalimar. De la parte septentrional del solar de la ciudad
arrancan tres barrancadas, someras en sus comienzos, pero que van ahon-
dándose a medida que avanzan hacia mediodía. Las extremas sirvieron de
límites y fosos al recinto; la intermedia se utilizó como vía principal ur-
bana. La parte más alta y avanzada del cabezo, a sudeste, la ocupaba el
alcázar. Era Ubeda atalaya militar desde la que vigilar un extenso territorio,
próspera y bien poblada por la fertilidad de las tierras en torno.

En las ruinosas murallas no se conserva resto alguno que pueda atribuirse


al recinto islámico, aunque probablemente conservan su trazado. Encerra-
ba dentro de sus muros Ubbadat al- <Arab algo más de 35 hectáreas.

(40) ldrlsl, edic. Dozy y De Goeje, texto, pp. 194-195; trad., pp. 236-237.
(41) Encyclopédie de l'lslam, IV, p. 1038.
(42) lbn Jaldun, Histoire des Berberes, 11, p. 187; Oir~as, trad. Huici, pp. 396-402.
(43) Den la fecha de la era 1271 -aí'ío 1233- para la conquista la Chronique latine
des rois de Castille, ipp. 136-137 y los Annales Compostellani (España Sagrada, XXIII,
p. 324).
(44) Mariano Gaspar Ramiro, Correspondencia diplomática entre Granada y Fez
(siglo XIV), pp. 295, 301 y 325-330.

60
9.-TALAMANCA (Talamanka)

Ordenó fundar la ciudad de Talamanca, en la Marca, el emir Muf:¡ammad 1


(238/852-273/886) (45). Tendría lugar la fundación antes del año 860 en
que el Cronicón de San Isidoro de león (los Anales Castellanos primeros)
dicen fue destruida por el conde castellano Rodrigo, en audaz expedición
hasta el valle del Tajo, que otras crónicas atribuyen a su hermano o cu-
ñado Ordoño 1 (46). Pasaría Talamanca a~ manos cristianas alrededor de
1085, como consecuencia de la conquista de Toledo por Alfonso VI.

Asiéntase en la vertiente meridional de la sierra de Guadarrama, en la


orilla izquierda y a unos 200 metros del río Jarama, en terreno relativa-
mente llano al que en parte sirve de foso el arroyo de Valdejudíos.

Talamanca se fundó como plaza fuerte destinada a impedir el paso por


un puente antiguo sobre el Jarama, a las expediciones de los cristianos
hacia el valle del Tajo. Después de la conquista de Toledo perdió su im-
portancia militar y algo más tarde la pasajera.

No queda en la pequeña aldea actual resto alguno de su pasado islámico.

10.-MADRID (Mayrlt)

También se debe la fundación de Madrid al emir Muf:¡ammad 1 (47), lo


mismo que Talamanca; su paso a manos cristianas fue consecuencia de la
conquista de Toledo por Alfonso VI.

El Madrid islámico ocupaba el extremo occidental de una elevada meseta


cortada casi a pico sobre la orilla derecha del río Manzanares. La limitaban
a norte y sur, sirviendo de fosos naturales al recinto, profundas barranca-
das -calles de Segovia y del Arenal y cuesta de San Vicente- que ba-
jaban rápidamente al río.

La misma razón militar de la fundación de Talamanca motivó la de Madrid:


la protección del valle del Tajo contra las expediciones militares de los
cristianos del norte que cruzaban la sierra de Guadarrama.

Carece Madrid de restos arqueológicos musulmanes aparecidos en su


solar.

(45) Lévi..Proveni;al, La Péninsule lbérique, texto, p. 118; trad., p. 155. Lo mismo en


Yaqüt, Mu'yam al-buldan, edic. Wüstenfeld, 111, p. 543.
(46) Discursos leídos ante la Real Academia de la Historia en la recepción pública
de don Manuel Gómez-Moreno Martínez, pp. 12 y 23.
(47) Lévi-Proveni;al, La Péninsule lbérique, texto, pp. 179-180; trad., p. 216.

61
La Almudayna (la Ciudadela) de Madrid se extendía por unas ocho hec-
táreas y el recinto medieval, que autorizados eruditos creen de trazado
islámico (48), alrededor de 35.

11.-LERIDA (Larida)

En el reinado del emir Mul:Jammad 1, Lérida, ciudad de abolengo romano,


arruinada y yerima, fue reconstruida en el año 270/883-884 por su príncipe
independiente lsma'TI b. Müsá b. Lubb (Lope) b. Oasl. Poco después se
levantaba en su inexpugnable alcahaza una bella mezquita mayor (49).
lbn Jaldün da la misma fecha para el comienzo de la construcción de la
ciudad, que trataron de impedir los cristianos de Barcelona (50).

Conquistó Lérida en 1149 el conde Ramón Berenguer. Ocupaba la Alcazaba


de Lérida una elevada colina en la margen derecha del río Segre. Entre ella
y el río se extendía la ciudad, junto al puente que lo cruzaba. Su impor-
tancia estratégica era grande. Las tierras en torno aseguraban su exis-
tencia.

12.-BADAJOZ (Ba~alyaws)

La construcción ,de Badajoz se debió al muladí de Mérida 'Abd al-Ral:iman


b. Marwan, llamado lbn villlkl (el hijo del gallego), rebelado contra el emir
Mul:Jammad l. Asediado por las tropas cordobesas, después de pactar con
el emir el año 261/874-875 y autorizado por éste, fijó su residencia en Ba-
dajoz, en ruinas entonces, fortificándola y atrayendo a ella gentes de Mé·
rida y de otros ,lugares. Rebelado de nuevo, las tropas del emir ocuparon
la ciudad y destruyeron sus construcciones (51).

No coincide el anterior relato, que procede del Bayan, con el de al-Bakrl.


Atribuye éste la construcción de la ciudad al mismo muladí, pero en el
reinado de cAbd Allah (275/888-300/912) y con su autorización. El emir
puso a disposición de lbn villlka albañiles y recursos económicos. Comenzó
por levantar la mezquita mayor, otras varias, una de ellas en la alcazaba,
y unos baños (52). Alfonso XI de León conquistó Badajoz en 1230.

Ocupaba esa ciudad una colina bordeada en parte por el Guadiana, en el


vértice del ángulo que forma ese río cuando tuerce su curso hacia el sud-

(48) Jaime Oliver Asín, Historia del nombre «Madrid».


(49) Lévi-Provenc;al, La Péninsule lbérique, texto, p. 168; trad., p. 202.
(50) Historia de los, árabes de España, por lbn Jaldün, trad. Machado, p. 157.
(51) lbn rlgfül, Bayan, texto, pp. 104-105; trad., 1pp. 167-169.
(52) Lévi-Provenc;al, La Péninsule lbérique, texto, p. 46; trad., p. 58. Difieren de éstos
también los relatos ·de lbn al•Oütiyya e lbn Jaldün.

62
oeste para servir de frontera entre España y Portug al, en el camino más
fácil y directo desde Lisboa y el Atlántico a nuestra meseta central. En la
parte más e·levada del cabezo , a 60 metros sobre el río, está la vieja alca-
zaba musulmana. A norte la sirve de foso el Guadiana, antes más pró·
ximo; a oriente ·el arroyo Rivallas confluye con aquél a su pie. En ambos
frentes la colina presenta considerable escarpe sobre el cauce del río y
la vega.
Como única reliquia del Badajoz musulmán consérvase la muralla que ce-
ñía la alcazaba, muy alterada por infinidad de reparaciones, con torres alba-
rranas, en la que se abren dos puertas en recodo. Es obra almohade de fi-
nes del siglo XII (53).
La superfic-ie aproximada intramuros del Badajoz islámico era de 75 hec-
táreas.

13.-MADINAT AL-FATl;l (Chalencas)

En 318/930 'Abd al-Raf:iman 111 trató de sojuzgar definitivamente a la siem-


pre rebelde Toledo y para conseguirlo mostró a los toledanos su voluntad
decidida de apoderarse de ella mandando al visir Sa'Td b. al-Mundir edifi-
car una ciudad en una eminencia llamada Djarancas o Djalankash , en la
última etapa del camino de Có rdoba a Toledo, desde la que se dominaba la
ciudad y el río, así como la vega con sus jardines y viñedos . Hizo instalar
en ella tiendas y la llamó MadTnat al-Fatf:i (Ciuda·d de la Victoria). El
asedió duró dos años y al fin , el 25 rayab 320/fines de julio 932, el califa,
después de recibir la sumisión de los toledanos entró a caballo en la
ciudad rendida. Los asediados se apresuraron a acudir a MadTnat al-Fatf:i
para adquirir víveres y otras cosas de las que carecían (54) .Esta c·iudad
militar tendría probablemente un muro de tierra en cuyo interior se levan-
tarían construcciones provisionales . lgnórase su situación (55) .

14 .-MADTNAT AL-ZAHRA'

'Abd al-Raf:iman 111, después de proclamado califa, fundó en 325/936 la


ciudad áulica de MadTnat al-Zahra', a una legua en línea recta al noroeste
de Córdoba, en, la ladera de la sierra (yabal al-'arüs). La construcción
1

(53) Torres Balbás, La alcazaba almohade de Badajoz, pp. 168-203 .


(54) lbn 'lc:Jarl, Bayan, 11 , pp. 218 y 222-223 del texto y 336-337 y 343 de la trad.
(55) En su solar había en el siglo XII una viña: «una vina en Chalencasn (Angel
González Palencia, Los mozárabes toledanos en los siglos XII y XIII, vo.1, preliminar,
p. 309; vol. 1, doc. núm. 258, p. 201). En «i;:ale ncas pmpe Toletum " tenía unas propie-
dad es don Sancho de Aragón, arzobispo de Tol edo, que cambiaba e1n 1271 por otras en
Alc alá de Henares (Fidel Fita, Madrid desde el año 1235 hasta el de 1275, pp. 77-79).

63
prosiguió, con soluoiones de continuidad, durante los cuarenta años si-
guient,es, consumi·endo enormes sumas de dinero.
Surgida rápidamente como por arte de encantamiento, con monumentali-
dad y riqueza insólitas en el occidente europeo contemporáneo, fue por
breves años expresión elocuente de la grandeza del califato cordobés.
Ahora, parcialmente excavada, destrozada y ruinosa, vuelve ~ serlo.
Ciudad nacida arNficialmente por la voluntad de un soberano o el capri-
cho de una favorita, tras vida efímera, su misma riqueza fue causa de
su destrucción. El populacho cordobés la saquó en 401/101 O. Ocupada luego
por soldados e incendiada, sus ruinas fueron sistemáticamente saqueadas
durante bastantes años y dispersados sus mármoles y piedras labradas por
lugares lejanos.
Las dimensiones del recinto murado son unos 1.518 metros de longitud
por 745 de ancho. Las murallas caídas encerraban· 112 hectáreas (56).

15 .----8E KTAN
En 329/940-941 el qa'id Af:imad b. Muhammad b. Elyas terminó de levantar
la ciudad de Sektan, en la que puso guarnición y dejó bien provista de
vív·eres y armas. 'Abd al·Raf:iman 111 envió a otro qa'id, Af:imad b. Ya'la,
gobernador de Badajoz, con varias personas de su corte, para unirse al
primero en esa ciudad, a la que lbn Yacla Hegó en :;;afar/,diciembre. El
1 yumadá 1/1 febrero 941, se supo el éxito militar de ese gobernador de
la nueva ciudad que había penetrado en el territorio de Ramiro 11, matan-
1

do y cautivando a sus pobladores cristianos (57).

16.--MEDINACELI (Madlnat Salim)


La romana Ocilis, desierta y abandonada desde hacía largo tiempo, fue
reconstruida por el general Galib, liberto de cAbd al-Raf:iman 111 y por orden
de éste, a partir de 335/946, para que sirviera de sólida base militar durante
las expediciones contra los cristianos. Albañiles 1de toda la frontera acudie-
ron para !levantar e·I recinto y los cuarteles; las abras más importantes se
terminaron en :;;atar 335/septiembre 946, y ·desde entonces pudieron habitar
allí seguros los musulmanes (58). Al-Razl, que escribía poco antes de la
fecha de su fundación, dice que Firi·q b. Nu:;;ayr la encontró en ruinas (59).
Tras varias vicisitudes y el paso efímero a manos cristianas, Medinaceli fue
conquistada por Alfonso 1 el Batallador a fines de 1123 o en los primeros
días de 1124.
(56) Torres Balbás, en Historia de España, ,dirigida ¡por Ramón Menéndez Pida!,
t. V, pp. 424-463.
(57) l~bn 'lºarl, Bayán, 11, texto, p. 226; trad., p. 348. La noticia procede de lbn
Mas'üd.
(58) lbn 'lºarT, Bayan, 11, texto, pp. 229-230; trad., pp. 354-355.
(59) Gayangos, Memoria sobre ... la Crónica del moro Rasis (Mem. de la R. A. de
la Hist., VIII, ip. 47; Lévir-Provenc;al, La uDescription de l'Espagne», p. 79.

64
La Medinaceli medieval y la de hoy, en el mismo solar al parecer que
la romana, ocupan una extensa planicie o meseta en lo alto de un empinado
oerro de penosa y difícil subida, en la orilla izquierda del río Jalón, a
1.202 metros de altura. Excavaciones realizadas hace algunos años en un
cerro inmediato llamado la Villa Vieja, revelaron la existencia en él de un
amplio recinto murado que será, v•erosímilmente, el levantado por Ga-
lib (60), en el patio de cuyo alcázar fue enterrado Almanzor, fallecido allí
el 27 ramagan 932/ 1O agosto 1002.
Por su situación tuvo Medinaceli gran importancia estratégica bajo los
omeyas. Centinela frente a la Castilla del Duero, era la última plaza de
la que salían y en la que se refugiaban en caso necesario las columnas
cordobesas en sus expe.diciones estivales contra los cristianos del Norte.
Perdida su importanoia militar, mal provista de agua, con pobres tierras
en torno y de acceso difícil, Medinaceli es hoy una villa moribunda.

17.-ALMERIA (Al•Mairiyyat)

Según al-Himyarl, Almería era una ciudad de fundación moderna, es decir,


islámica, pues ordenó levantarla 'Abd al-Ral)man 111 el año 344/ 955-956.
Construyéronse entonces la cerca protectora y la alcazaba (61); probable-
mente también la mezquita mayor.
Como en otras ocasiones, el lugar estaba ya poblado. En él había un barrio
o arrabal marítimo, puerto de Pechina (furc;fa Bayyana), situado .en el
interior.

'Abd al-Ral)man 111 convirtió, pues, el poblado marítimo en madina e hizo


de su puerto arsenal y fondeadero de la escuadra califal. El príncipe eslavo
Jayran al-'Amirl (403/ 1012-419/ 1028) construyó una muralla de tapial ro-
deando los nuevos barrios con los que se había acrecentado la ciudad. Su
sucesor Zuhayr (419/ 1028-429/ 1038) amplió en dos naves la mezquita ma-
yor (62). En 1498 se adueñaron de la ciudad los Heyes Católicos.
Asentóse Almería en el fondo de uh golfo grande y profundo , buen abrig?
para los navíos. La alcazaba ocupó un cerro aislado, estrecho y largo, al
qu e bordean dos pequeñas ramblas. Al aumentar el número de sus pobla-
dores en la primera mitad del siglo XI, la ciudad se extendió hacia ponien-
te y , sobre todp, po·r la llanura aluvial oriental , buscando siempre para los
límites de su cerca el foso natural de las ramblas.

(60 ) Ocil'is (Medinaceli), Memoria de las excavaoiones practicadas en 1924-1925,


por don José Ramón M élid a.
(61) Lévi-Provenr;a l, la :Penínsule lbérique, t exto, pp . 183-184; itrad . p. 221 .
(62 ) lbidem. -,. ·~

65
La prosperidad de Almería, máxima en la época almorávide, se debió a
sus actividades industriales y al comercio marítimo con los puertos medi-
terráneos, sobre todo con los ori entales.
1

De la Alrnería islámica subsisten algunos lienzos de muros torreados;


fo alcazaba, muy renovada, y vestigios del mi~rab de su mezquita ma-
yor (63). La c-iudad del siglo X de 'Abd al-Ral)man 111 ocupaba unas 21 hec-
táreas; con la ampliación del XI llegó, antes de su mitad, a las 77 intra-
muros.

18.--GIUDAD SIN NOMBRE EN LA REGION DE TOLEDO


lbn 'lgarl refiere que el califa a·l-l:"lakam 11 encargó a Al)mad b. Na~r el
año 353/964 construir o reconstruir una ciudad, a la que no nombra, en la
1

frontera de Toledo (64). Este personaje fue uno de los prefectos de policía
encargados en e-1 año sigui ente 354/965 de dirigir el revestimiento de
1

mármol del mi~rab de la mezquita mayor de Córdoba, según un epígrafe


que corre por encima de él (65).

1'9.--<MADINAT AL-ZAHIRA
Dueño absoluto del poder Almanzor, visir de l:f isarn 11, inició en 368/978·
979 la construcción de una ciudad que llamó Madlnat al-Zahira (Ciudad
floreciente). Trató problablemente con ello de concentrar en torno suyo la
Corte y la organización administrativa del Estado, aislando al califa nomi-
nal. La fundación de una ciudad era una acto de soberanía efectiva capaz de
aumentar ostensiblemente el prestigio del fundador.
Nivelado el solar es·cogido, comenzaron las obras. Levantóse una tuerte
y elevada cerca y dentro de ella un lujoso alcázar y residencias para fami-
liares, dignatarios y cortesanos, oficinas destinadas a la cancillería, cuar-
te,les, vastos almacene,s de armas y granos, zocos y molinos a la orilla del
Guadalquivir. La construcción terminó en el plazo de dos años y en 370/
980-981 Almanzor pudo insta'larse en ella. Sin cesar embellecía el visir su
residencia, cuya construoción dice lbn Jaqan, completó en 387 /997 (66).
1
Al adueñarse del poder y ser proolamado callifa en 399/1009, Mul)ammad
b. Hisam b. 'Abd al-vabbar, mandó saquear Madlnat al-Zahira y en yu-
mada 11/19 febrero de 1009, arrasarla e incendiarla por completo, sin
dejar piedra sobre piedra.

(63) Torres Balbás, Almería islámica, pp., 4111-453.


(64) Bayan, 11, texto, p. 252; trad., p. 300. ·
(65) Lévi~Provern;al, lnscriptions arabes d'Espagne, pp. 9-10.
(66) MaqqarT, Analectes, 11, pp. 58-59.

66
La ruina de al-Zahira fue tan completa que no quedó eco de su nombre
en la tradición local, ni recuerdo del lugar que ocupó. Se sabe tan sólo
que estaba al oriente y próxima a Córdoba , a la orilla del Guadalquivir, en
un meandro de su orilla derecha (67) .

20.-GIBRALTAR (vabal Tariq)


Proyectó el monarca almohade 'Abd al-Mu'min construir en ,el vabal Tariq
una gran ciudad destinada a servir de apoyo en ,la guerra santa de al-Anda-
lus. Comenzaron a excavarse sus cimientos e'I 9 de rabi' 1/ 19 mayo 1160
y acabaron las obras, ·realizadas rápidamente, y en las que se invirtieron
grandes sumas, durante el mes de gü-1-qa'da (2 noviembre a 1 de diciem-
bre del mismo afÍo). Para ejecutarlas mandó 'Abd al-Mu'min ir a Gibralta r
albañiles, carpinteros y canteros desde Sevilla y otros :lugares de su
imperio. Entre las construcciones levantadas entonces, las prime.ras almo-
hades de España , cítanse la mezquita mayor, un palacio para alojamiento
del soberano, otros destinados a sus hijos y residencias para los principa-
les dignatar~os de la Corte. A partir de entonces, el Peñón con la ciudad,
la alcazaba y el puerto , convertidos en fortaleza del islamismo, sirvieron
de seguro apoyo para el paso de los musulmanes ·de Africa a Andalucía
Las obras militares fueron al parecer derribadas al conquistar los cristianos
Gibraltar en 1309. Reconquistada por los mariníes y los granadinos en
733/ 1333, los primeros levantaron en ella grandes defensas en 1350, c'uan-
do fue asediada infrnctuosamente por Alfonso XI.
Ocupaba la ciuaad musulmana la parte más septentrional de su solar de
hoy, es decir, la situada junto al tajo que limita el Peñon a norte , con la
alcazaba en el lugar más alto.
De época is'lámi·ca conserva Gibraltar algunos m)bros, un baño y, sobre
todo, la gran torre de la Alcazaba, llamada Calahorra, levantada por el
monarca marlní Abü-1-Hasan de 1342 ·a 1344 (68).

21 .-AZNALFARACHE (Hisn al-faray)


Refiere $ali~ b. Sayyid que el año 472 / 1079-1080 restauró al-Mu-tamid
'ala Allah a f:li9n al-faray -Castillo del miradero o de la atalaya- así
llamado por e·I dilatado panorama que desde él se percibía (69) . Esta y
las restantes fo ~talezas ·del Ajarafe fueron fue rtemente combatidas en la·

(67) Bibliogrnfía en Ciudades yermas, por Torres ;Balbás, 1pp. 142-148.


(68) Torre s Bafibás, Gibraltar, llave y guarda de España, pp . 168-216, tr abajo en e.1
qu e en con t rarán referenci as y bib liografía .
(69) Al-Bayan al-Mugrib ... por lbn 'l~ari al-Marrakusi, Los almohades, t . 1, trad . Am-
brosio Huici, p . 177.

67
primavera de 578/ 1182 por tropas cristianas que asaltaron antes San Lúcar
de Barrameda para acabar retirándose por el camino de Niebla (70).

Debía estar arruinado tJi9n al-taray cuando el emperador almohade Abü


Yüsuf Ya'qüb al-Man9ür, durante su estancia en Sevilla el año 589/1193
mandó levantar una residencia en ese lugar, con el propósito -dice
Bayan- de alojar en ella a los campeones de la guerra santa y poner
pavor en las almas de los infieles. Rápidamente se levantaron sus mura-
llas, rodeando la meseta del amplio cerro de su asiento, y en su interior
un alcázar grande con salones desde los que veía Sevilla, y gran extensión
de terreno entorno. Se señaló también lugar para viviendas. El mismo
monarca, que la dio el nombre de tJi9n al-taray, vigilaba su construcción.
impaciente por verla terminada (71). Cuando la conquista de Sevilla por
Fernando 111, en 1248, costó muchp esfuerzo y mucha sangre su expug-·
nación. En el siglo XVI, Aznalfarache se había trasladado al pie del cerro
junto al Guadalquivir. Yermo estaba el antiguo solar y en ruinas torres y
murallas.

A unos cuatro kilómetros por bajo de Sevilla, en un serrejón de fuerte pen-


diente a 40 metros sobre el Guadalquivir y en su orilla derecha estuvo asen-
tado tJi9n al-taray. En el borde del cerro y siguiendo su contorno se levantó
una fuert·e muralla con torres rectangulares de poco saliente, construida de
tapias. Aún se conservan restos de esta cerca.

22.-ALGECIRA LA NUEVA (Al-Buniyya)

En una de sus expediciones militares contra los cristianos, el sultán de


Marruecos Abü Yüsuf, ordenó construir una ciudad nueva junto al puerto
de Algecira, a la orilla izquierda del río de la Miel que servía de foso
septentrional a aquella ciudad. La nueva se creó para mantener a las tropas
aisladas, librando a los habitantes del país de sus violencias y exacciones,
a la orilla del mar y junto al puerto. Ordenó el sultán se construyesen los
edificios necesarios bajo la dirección de un hombre competente. La nueva
recibió el nombre de al-Buniyya (el edificio) (72).

No coinciden historiadores y cronistas en la fecha de la fundación. Unos


la suponen poco posterior a yumada 1 674/octubre-noviembre 1275 o algo
más tarde; algún otro en 681/1282 (73). ·La Crónica de Alfonso X afirma
que fue fundada al abandonar los cristianos el asedio de Algeciras en

(70) Ambrosio Huici Miranda, Los almohades en Portugal, 1954, p. 28.


(71) Al-Bayan, Los almohades, t. 1, trad. Huici, pp. 176-177.
(72) lbn Jaldün, Hist. des Berbéres, trad. Slane, IV, p. 81.
(73) lbidem; Oir~as, trad. Beaumier, p. 568; trad. Huici, p. 416; al-Hulal al-Mawsiyya,
trad. Huici, p. 202; Lévi-Provenc;:al, Le Mu~nad d'lbn Marzük, pp. 44-45.

68
678/1279, en el lugar en que estuvieron acampados y aprovechando las
casas y los restos de las construcciones de aquéllos. Según esta Crónica
se fundó la nueva Algecira para impedir que des·de su solar, en caso de
nuevo asedio, pudiera causarse daño a la ciudad vieja (74) .
Después de penoso y largo cerco se apoderó Alfonso XI en 1344 de la~ dos
Algeciras. Aprovechando las contiendas dinásticas de Castilla, Mu~am­
mad V de Granada las reconquistó en 771 / 1369 (75) . Sin fuerzas para
sostenerse en ella, la arrasó por completo entre los años 780 / 1378-1379 y
790/ 1388, según lbn Jald ün, cegando su puerto para hacer imposible su
utilización (76). Yermas siguieron las Algecira hasta la conquista de Gi-
braltar por los ingleses en 1704, a partir de cuya fecha comenzaron a po-
blars e con los habitantes huidos de esa ciudad , refugiados en los cortijos
próximos .
Ocupaba, como se dijo, al-Buniyya un cerro a la orilla del mar, a norte del
que era asiento de Algecira, sep arados ambos por el río de La Mi el. El de la
nu eva fundación sobrepasa unos 10 metros de altura al de la villa vieja y
es más extenso que el de ésta.
Algecira encerraba intramuros poco menos de 15 hectáreas. Más reducida
era al-Buniyya.

(74) Crónica de don Alfonso X, cap s. LXIX, LXX y LXXII, p. 53-57.


(75) lbn Jaldün, Hist. des Berbéres, IV , pp. 380-3 81: Oirtas , tra d. Beaumi er, p. 568;
Correspondencia dip.Jomática entre Granada y Fez (siglo XIV), por M ari ano Gaspa r
Remiro, pp. 264-269 y 334-341 .
(76) lbn Jaldun, Hist. des Berbéres, IV, pp. 380-381.

69
AUSENCIA DE DISPOSICIONES Y REGLAMENTOS URBANOS EN EL ISLAM

E'I derecho, inseparable de la religión en la sociedad islámica, no preveía


organización alguna urbana o municipal como la que tuvieron las ciudades
romanas y la incipiente que surgió en las cristianas a partir de los si-
glos XI-XII (1); el Islam tan sólo reconoce la comunidad de los creyentes.
Sus ciudades, lo mismo en Oriente que en Occidente, carecían de estatuto
jurídico y de edificios administrativos; no eran entidades políticas, sino
a modo de campamentos que permitían a la masa amorfa de sus vecinos
cumplir sus deberes religiosos y sus ideales sociales (2). La Ley reli-
giosa -todas lo son en Islam- nada dispone acerca de la reglamentación
de las construcciones, de su emplazamiento y características, como tam-
poco del trazado y ancho de las calles y de los edificios que las bordea-
ban. A falta de instituciones municipales, todo lo referente al aspecto
urbano y a las edificaciones regíase por la tradición y la ciudad se reno-
vaba por voluntad individual apenas limitada, como se dirá más adelante.
Tan sólo una catástrofe, un incendio, un terremoto, la ruina producida
por la decadencia y la despoblación o la voluntad de un poderoso, eran ca-
paces de alterar radicalmente parte de un conjunto urbano. Ejemplo del
último caso ofrece la construcción de una nueva mezquita mayor en la
Sevilla superpoblada de 567 /1172, por el tamaño insuficiente de la que
hasta entonces había servido para ese destino. Se levantó sobre el solar
de varias casas situadas en la alcazaba, mandadas derribar con tal objeto,
lo que cambió el aspecto y el ambiente de toda la zona (3).

(1) La inferioridad de la vida urbana en él Oriente medi·eval resalta con mayor claridad
al compararla con el desarrollo de la municipal de estos países en la Antigüedad. En los
fueros municipales de las villas españolas de los siglos XII y XIII, no estudiados en este
aspecto , comienzan a apuntar disposiciones sobre la altura de las casas, el material
de sus cubiertas, la propiedad de los muros comunes o medianeros , las letrinas, el ta-
maño de ladrillos y ~ejas, etc.
(2) Gustav E. von Grunebaum, Die islamische Stadt, pp. 138-153, obra en la que se
define la ciudad islámica por oposición a la helenística que la precedió en múltiples
ocasiones.
(3) lbn Sal:iib al -Sala, Al-mann Gil-imama, p. 474-87 / trad. 195-204; este texto había
sido aprovechado por M. Antuña, Sevilla, pp . 100-110. El Sr. Hussain Monés . La división
político-administrativa de la España musulmana, p. 99, menciona corno existente en la
España musulmana y nacido en ella un consejo de la ciudad -masyajat al•bal•a d- sobre
el que convendría conocer más amplia información .

71
La casi siempre lenta evolución de la 1ciudad era, pues, fruto de la ini-
ciativa privada en la mayoría de los casos. Pero ésta -inútil es insistir
en ello- tendía a beneficiar el precio propio con perjuicio de la comu-
nidad o de los propietarios co iindantes. Ibn Jaldün, refiriéndosle, al parecer,
1

a las grandes ciudades musulmanas de Occidente, de crecida y apretada


población, en las que las gentes tenían que defender c1elosamente el lugar
. ocupado por su vivienda y el disfrute del aire, dice ser frecuentes las
disputas entre vecinos. Versaban sobre derechos de servidumbre y paso
de callejas, alcantarillas y desagües de las viviendas, altura y coronación
de muros medianeros, desperfectos causados en éstos capaces de com-
prometer la estabi'lidad, y el reparto de una casa entre dos propietarios.
Resolvían estas cuestiones los peritos (el amln o 'arlf, especie de síndico)
en construcción, según su experiencia técnica (4). Acostumbrábase, según
informa para el oriente islámico al-MawardT (muerto en Bagdad a los ochen-
ta y seis años, en 1058), dejar en libertad, puesto que todo ello relacioná-
base con la tradición y no con las leyes o disposiciones, al que fuera a
hacer una obra nueva o de reforma, incluidos saledizos, pasos cubiertos
y salida de aguas sucias, siempre que no perjudicase a los transeúntes
o a los propietarios inmediatos (5).
El derecho y las costumbres eran muy talerantes para la usurpación por
los particulares del dominio común. Todo lo referente a las calles y ca-
minos estaba más en relación con la propiedad privada y orientada hacia
elJa,.quec.con el .derecho. público (6). Al desconocer el Islam el municipio
como cuadro autónomo de la vida urbana, un importante funcionario de
policía, nombrado por el juez, o cadí, adjunto y subordinado suyo, y como
éste con función esencialmente religiosa, estaba encargado de velar para
que no se cometieran abusos en los aspectos urbanos a'ludidos. De él de-
pendía, a lo menos en Occidente, el amln o 'arif. Dicho funcionario po-
liciaco, en al-Andalus, es decir, en la España musulmana, bajo los omeyas
y en la época de los reyes taifas, llamóse ~a~ib al-süq (7). Más tarde
fue llamado mu~tasib. Unido ya a una organización municipal perduró con
el nombre romanceado de almotacén, sorprendente perduración en muchas
ciudades de la España cristiana hasta el sigilo XVIII (8). En Marruecos
aun continúa ejerciendo sus tradiciona1les funciones.
(4) lbn J8ldün, Prolégomenes, 11, pp. 374-375.
(5) Abü·f-Hasan 'AIT al·Maiwardi, Les statuts gouvernamentaux ·ou regles de droit
public et administratlf, p. 551.
(6) Brunschvig, Urbanisme médieval, pp. 131-132.
(7) Romanceado P.in IRs formas zabazan y zabazoque en el Fuero de León de 1020
(Muñoz y Romero, Colección fueros, 69).
(8) Aunque se han publicado en fecha reciente estudios sobre la función del Almo-
tacén en varias ciudades españolas, aún no hay ninguno de c·onjunto para toda la España
mudéjar, ni se han· comparado sus funciones con las de su antecesor islámico. Para
todo lo referente a dicho funcionario cf. P. Chalmeta Gendron, Estudio sobre la hisbat al
süq en al-Andalus.

72
El mu~tasib era un censor encargado de velar por el buen comportamiento
público, material y moral de los vecinos de la ciudad; _su función derivaba
del deber religioso de ordenar el bien y prohibir eil mal. Debía de vigilar
y hacer pump1lir los preceptos y los deberes religiosos (9) if usos tradi-
cionales en su aspecto público. Vel.aba, al mismo tiempo, por las costum-
bres públicas, .el mantenimiento de la probidad comercial en las transac-
ciones de comerciantes y artesanos; la comprobación de sus pesos y
medidas y el castigo de sus fraudes; la calidad de los productos indus-
triales y de las mercancías puestas a la venta; el cumplimiento de las
obligaciones de los funcionarios; el mantenimiento del orden y la lim-
pieza en los mercados y lugares públicos; en ocasiones fijaba el precio
justo de los mantenimientos y percibía ciertos derechos fiscales.

Respecto a la urbanización de la ciudad y a sus construcciones, tan sólo


se le pedía que obligase a los propietarios de las casas ruinosas a demo·
lerlas, para evitar los accidente's de que pudieran ser víctimas los tran-
seúntes. Según al-Mawardi refiriéndose al oriente islámico, intervenfa
también en las construcciones de muros y edificios comunales; en las
disputas sobre altura y límites de edificios medianeros; en ciertos de-
rechos y servidumbres, como los de apoyar vigas o rollizos en el muro
vecino; el que un árbol extendiera sus ramas y raíces fuera de la propie-
dad de su dueño; impedía las cons·frucciones en la vía pC1blica, el vuelo
de aleros y corredores; vigilaba las conducciones de agua, letrinas, etc (10).

Afirma también al-Mawardi que ,debía demolerse todo edificio levantado


sobre una calle o camino púhlico, por ancho que fuese, y aunque se tra-

(9) Entre ellos, la abstención del vino, y de la comida, a ciertas horas del día,
durante el mes de Ramadán.
(10) AbiJ-1-Hasan 'AIT al-Ma:wardT, Kitab al-A~l<>am al sullaniya, ed. BiJlaq. p. 227 y figs.
y les status gouvernementaux ou regles de droit publiic et administratif, trad. Fagnan,
cap. XX, pp. 514-551; Julián Ribera y Tarrragó, Orígenes del justicia de Aragón, pp. 71-76.
Acerca de las atribuciones del mu~tasib en Oriente, a más de la obra citada, pueden
verse: Reuben Lévy. The Ma'alim al-qurba fiahkam al-~isba; R. Brunschvig, Urbanisme
médieval et droit musulman (Rev. Etudes lslamiques, 1947, pp. 127-145), y E. Asthor-Straus,
l'administration urbaine en Syrie médiévale, pp. 81-83. Aunque se refiere al Magrib central
y oriental -la vida social de esas comarcas, e,n este aspecto, sería semejante a la de
al-Andalus- es útil la consulta, sobre todo respecto a los fraudes de los comerciantes,
parecidos por todas partes, del artículo de M. Talbi, Quelques données sur la vie sociale
en Occident musulmane d'aprés un Traité de ~isba du XV siecle, pp. 294-306. Las funciones
del almotacén en las villas cristianas de la PenKnsula no han sido estudiadas en con-
junto; principalmente se ocupaba de la vigilancia de las pesas y medidas y, según Ri-
bera, en que no se estrecharan las calles, ni se empeorasen, ni se depositaran en ellas
suciedades y estiércoles, sobre todo en los lugares del recinto amurallado; también
entendía sumariamente y sin escritos, de las causas de obras, puertas, ventanas, aspi-
lleras, estelicidios y paredes medianeras de calles y otras cosas semejantes, y mandaba
derruir las obras hechas contra las disposiciones forales, imponiendo además la multa
de sesenta sueldos (Ribera, Orígenes del Justicia, pp. 71-76). Sobre las atribuciones y
función de1 almotacén .cristiano, cf. P. Chalmeta, Estudio .. ., pp. 173-244, y la figura del
almotacén en los Fueros hispánicos y su semejanza con el zabazoque hispano musulmán.

73
tase de una mezquita ( 11). )-a institución -poi icía de las costumbres y de
los mercados'._ que corresponde a las funciones del mu~tasib, una de
las más importantes de la vida social en la sociedad jsJámica, se llama
~isba ( 12). Subsisten varios tratados de ella, vademécum o manual del
perfecto mu~tasib, cuyo objeto era facilitar a éste el ejercicio de su
misión, previniéndole contra los fraudes y abusos. Detallan sus funcio-
nes de orden prohibitivo, definidas en los de occidente islámico con
más claridad que en los de Oriente (13), donde su campo de acción era
más extenso. El más antiguo de los occidentales figura en la obra A~kam
1

al-süq (leyes de mercado) eserita por Yat1ya b. 'Umar al-AndalusT


(muerto en 289/901), cuya infancia pasó en Córdoba; residió después
en Oriente y terminó por establecerse en lfrlqiya; parece que visitó Es-
paña en diferentes ocasiones. Exporie Ya~ya b. 'Umar las atribuciones del
~a~ib al-süq, aludiendo a la organización urbana de la ciudad, a la lim-
pieza de sus calles, a la apertura de puertas en las callejas, a la vigilancia
de la moneda, de las pesas y medidas, de las tasas y acaparamientos,
a la persecución de los falsificadores, y aun hasta aspectos de estética
urbana. La vida en la España musulmana no sería muy diferente de la de
lfrTqiya; también hay que recordar la formación mixta del autor en ambos
países ( 14). Hacia 1100 escribiéronse en Sevilla y Málaga, por lbn 'Abdün y
al-Saqatl (21), respectivamente, s·endos tratados de f:¡isba, en los que se
fijan detalladamente las obligaciones del mu~tasib. No figura en ellos
alusión alguna al trazado y ancho de las calles y a la altura de los
edificios. lbn 'Abdün dice, con referencia a Sevilla, en los primeros años
del siglo XII, que debe de obligarse a cada vecino a reparar los baches
de la parte de la calle situada delante de su casa y las alcantarillas de
aguas sucias, que en verano no debían de correr por las calzadas. Cui-
dará el almotacén de que no se arrojen a éstas basuras e inmundicias.
Debe prohibirse construiir en los lugares donde se saque grava y arena,
por ser de utilidad pública. También se refieren al derribo por sus pro-
pietarios de casas ruinosas, para evitar su caída sobre los transeúntes,
y a otras abusivamente levantadas en los cementerios, situados extra-
muros, junto a las puertas de la ciudad, al crecer el núcleo urbano, así

(11) Mawardl, Les status gouvernementaux ou régl~es de droit public et administratif,


trad. Fagnan, ip. 551.
(12) Ency. lsl., 11, p. 336; v. supra nota 7.
(13 Un manuel hispanique de ~isba: Traité d'Abü 'Abd Allah Mu~ammad b. Abl
Mu~ammad as-Sakatl de 'Málaga sur la surveillance des corporatfons eit la répression
des fraudes en Espagne musulmane, p. 5. Trad. Chalmeta, P., El «Libro del buen gobierno
del ZOCO» de ail-Saqatl.
(14) Ma~müd 'Ali Makki, El libro «Ahkam al-süq» (Leyes del mercado), de Ya~ya
lbn 'Umar al-Andalusl, en Revista de Estudios Islámicos, vol. IV, 1956, pp. 140-144. (Trad-
García Gómez, E., Unas «ordenanzas del zoco» del s. IX, pp. 253-316). .

74
como a la construcción de muros y a las condiciones que debían reunir
los materiales empleados en ellos ( 15).
El mu~tasib se ocupaba de las múltiples cuestiones referidas, mientras
no fuesen materia litigiosa, en cuyo caso intervenía el cadí, del que aquél
dependía. Como se dijo, el carácter del mu~tasib fue al principio esen-
cialmente religioso, al ordena.r hacer las cosas buena~ y prohibir las cen-
surables. Pero sin olvidar ese aspecto se orientó cada vez más hacia
fos delitos y fraudes comerciales y artesanos y los actos criminales y
era designado por la administración civil y no por los magistrados reli-
giosos, convirtiéndose en un cargo político (16). Entre los curiosos re-
latos escritos por al-Jusanl en su obra Historia de los jueces de Cór-
doba, figuran varios referentes a litigios en relación con problemas de
construcciones urbanas.
El juez Abü-1-Zahiriyya hubo de intervenir en tiempo de 'Abd al-Ra~man 1
en un pleito sobre un pilar que un vecino de Córdoba había construido
para sostener un muro de otro propietario. La sentencia fue desfavorable
al primero, justificada po'rque, si se quitaba el pilar, el muro sufriría
daño. El juez Sulayman b. Aswad reso,lvió otro litigio respecto a un
horno, cuyo propietario lo construyó en forma que los humos molestaban
a los vecinos; lbn Oasim opinaba que no se debía autorizar su construc-
ción, pero el juez dispuso que se colocase un tubo en la parte superior,
como se hacía en Oriente, para que el humo saliera por lo alto sin mo-
lestar a los habitantes de las casas inmediatas (17).
Es muy verosímil que en las c'iudades de la España musulmana hubiern
lo mismo que en Fez a fines del siglo XIV, bienes de hábices destinados
a costear varios servicios urbanos como la evacuación de las basuras
y el alumbrado de la vieja ciudad ( 18).
Hasta 882/1477 el gobierno de El Cairo no .pensó en ensanchar sus .calles
y callejas, reforma poco importante, pues se realizó en el transcurso de
un año. Bajo la vigilancia de un inspector, se obligó a los propietarios
a reparar las fachadas de sus casas; ·también se adecentaron las porta-
das de las mezquitas, limpiáronse los mármoles y se blanquearon los
muros (19). Por la misma época y en el otro extremo del Mediterráneo,

(15) G. S. Colin y E. Lév:i-Proven<;:al, Un manue·I hispainrque de ~isba, e lbn 'Abdün,


Sevilla.
(16) Como es natural, las obligaciones del mu~tasib variaban en detalle de uno a·
otro lugar y se modificaron al correr del tiempo (lbn Jaldün, Prolégomenes, 1, pp. 458-460;
Col in y Lévi-Provenc;al, Un manuet hispanique de ~isba, p. a).
(17) Ribera, Jueces de Córdoba, trad., pp. 46, 138 y 169-170.
( 18) E. Lévi-Provenc;al, Les villes et les institutions urbaines, p. 86. Sobre la impor-
tancia y cuantía de estos bienes de mano muerta, cf. Villanueva Rico, C., Habices de las
Mezquitas de la ciudad de Granada y sus alquerías.
(19) Hautecoeur y Wiet, Les mosquées du Caire, 1, p. 110.

75
Jos Reyes Católicos comenzaron a dictar disposidones para enderezar
y aumentar el ancho de las tortuosas y angostas calles de las ciudades
andaluzas, que aun conservaban su fisonomía is'lámica, y derribar los
ajimeces, balcones volados de madera cerrados .con celosías, que las
hacían más húmedas y lóbregas (20). Huelga insistir en cómo la falta
de reglamentos y disposiciones urbanas dejaban la organización y evo-
lución de la ciudad is,Jámica en manos de'I criterio personal y, con fre-
cuencia, del descuido o de la arbitrariedad. de un funcionario.

(20) Véase infra «Evolución de la calle en los siglos XV y XVI".

76
NUMERO E IMPORTANCIA DE LAS CIUDADES

Las ciudades hasta fa disolución del califato cordobés.


Geógrafos, historiadores y viajeros musulmanes se refieren al número
de ciUdades de al-Andalus; algunos dicen su mayor o menor importancia
y si son antiguas o de nueva fundación. De las de una pequeña comarca
de la Península hay noticias muy cercanas a su invasión y conquista. Siete
se mencionan en el tratado de paz celebrado en el año 94/713 entre Müsa
b. Nu9ayr y Tudmir (Teodomiro), entregadas por éste al primero: Ori -
huela, Saltana, Alicante, Mula, Vi llena, Lorca y Ello (1).

No hay noticias de las ciudades de al-Andalus en el siglo VIII; en los dos


siguientes, apenas si podemos seguir tan sólo la evolución de Córdoba,
la capital. En el siglo IX, en el pacífico reinado del emir 'Abd al-Ra~man 11
(206-238/ 821-852), la influencia de la espléndida corte 'abbasl de Bagdad
triunfaba en muchos aspectos en la cordobesa, ya entonces en relación
política con Constantinopla (2). Ese monarca desplegó un lujo extraordi-
nario, embelleció su palacio e instaló en Córdoba una ceca o casa de mone-
da; de Bagdad y de otras ciudades orientales llegaron a al-Andalus ricos ta-
pices y joyas entre otros muchos objetos preciosos y raros (3). Aumentó
el número de habitantes de Córdoba al acudir a ella pobladores desde dis-
tintos lugares, y la mezquita mayor, .c onstruida por 'Abd al-Ra~man 1, llegó
a ser insuficiente para contener lél muchedumbre de fieles, por lo que
muchos se abstenían de acudir a la oración de los viernes (4). El emir
se vio obligado a ampliarla.

Según el persa lbn Jurdagbah, en su Libro de los caminos y de los rei-


nos, redactado entre los años 232 / 846-847 y 272 / 885-886, en el al-Andalus
1

(1) E. Lévi-Prov en<;:al, La Péninsule lbérique, t ex to, pp . '62-63; trad. p. 79 .


(2) E. 'Lévi -Provenc;:al , España musulmana, IV, pp. 161-173.
(3) Jbn 'JgarT, Bayan, t exto, p. 93; trad. pp . 148-149.
(4) E. Lévi-Prov enc;:al, Documents et notules, 1, Les citations du nMuqtabis» d'lbn
Hayyan relatives aux agrandissements de la Grande Mosquée de Cordoue aux Vllle et IXe
!>iecles d'apres des textes inédits, pp. 89-92.

77
había cuarenta ciudades, incluida Narbona (5). Al-Ya'qübl, oriental que estu-
vo en el Magrib hacia el año 880 y escribió su Libro de los países (Kitab al-
Buldan) en 278/891, enumera asimismo varias ciudades de la Península,
y califica de grandes a Toledo y Zaragoza (6). Pocos años después, hacia
290/902, en otra obra del mismo título, al-Hamac;!anl, repite lo de las cua-
renta ciudades con las mismas palabras que lbn Jurdagbah (7).
Geógrafos y viajeros ponderan el número e importancia de las ciudades
de al-Andalus en el siglo X y su prosperidad económica. En su primera
mitad, en el reinado de 'Abd al Ra~aman 111, escribió el geógrafo persa
al-l~tajrT su Libro de los caminos y de los reinados (Ma~alik wal-mamalik),
en el que afirma existían en la España musulmana muchas ciudades vastas
y populosas -menciona dieciocho- anteriores a la conquista islámica,
excepto Pechina, levantada en el límite de una comarca llamada llblra;
Córdoba era la mayor (8).
Las corrompidas versiones conservadas de la obra del español al-Razl
(murió, probablemente, en 344/955) -una portuguesa, hecha por un clé-
rigo llamado Gil Pérez, ayudado por un intérprete musulmán, probable-
mente antes de 1316, y tres copias de una traducción castellana de ella-
proporcionan una información más detallada que las antes citadas acerca
de las ciudades hispanomusulmanas, importantísima para su estudio: me-
recen una cuidadosa edición crítica. A través de las estragadas versiones
se percibe la importancia y riqueza de las ciudades de al .. Andalus en la
primera mitad del siglo X y la prosperidad de su agricultura y de su in-
dustria, cuyos productos se exportaban a lugares lejanos de Oriente. Había
en la Península «muy fuertes y muy buenas ciudades et han los hombres
que y moran muy gran ayuda, ca es tierra muy provechosa»; también «mu-
chas buenas villas». Treinta y seis villas y ciudades enumera al-Razl. Varias
eran antiguas y conservaban vestigios de su pasado. Vasta dice ser Toledo.
A Sevilla llegaban grandes navíos; el puerto de Tortosa era frecuentado
por comerciantes de todas partes; en el de Almería se construían exce-
lentes galeras. En Córdoba acuñábanse dinares de oro fino y buenas piezas
de plata. Desde Sevilla exportábase el algodón a «tierra de Ultramar», y
el aceite del, Aljarafe «en navíos contra el sol Levante»; «a todas las par-
tes del mundo» llevaban los mercaderes el azafrán desde Valencia; desde
Almadén, el azogue; de Tortosa, el boj y otros productos. España abundaba
en seda; tejiéndose paños con ella en Córdoba, en Almería (con oro), en

(5) Edic. Goeje, B. G. A., VI; Alemany, La Geografía, pp. 3-4.


(6) Edic. Goeje, 'B. G. A.; Alemany, La Geografía, p. 7.
(7) Alernany, la Geografía, pp. 11-12.
(8) Goeje, B. G. A., 1, p. 43; K. ~ürat al-ar9, edic. Kramers, 1, p. 110; Alemany, la Geo-
grafía, pp. 15-17.

78
Zaragoza y en Almuñécar; tapices en Baeza. Enumera también al-Razl
otros productos agrícolas de la Península, a más de los citados: azafrán
en Toledo y Valencia, cártamo en Niebla; caña de azúcar en Sevilla, Elvira
y Almuñécar; higos en Málaga; lino, miel, cer'a, etc., en distintos lugares.
Había en al-Andalus minas de oro, plata, azogue, plomo, cobre y hierro;
canteras de mármol blanco en Firrls y en el distrito de Elvira; este último
utilizábase para labrar esculturas (9).

Referencia también directa es la de lbn l:fawqal de Bagdad. Después de


visitar al-Andalus hacia el año 340/951 con fines comerciales, pero en-
viado probablemente, supuso Dozy, en funciones de espionaje por cuenta
de los Fatimíes, redactó su libro de los caminos y de los reinos no antes,
al parecer, del año 367 /977. Residió varios días en Córdoba, ciudad que
dice no tener par en el Magrib, hasta el punto de que algunos de sus ha-
bitantes pretendían que era una segunda Bagdad, y estaba en camino de
llegar a serlo. Enumera en su Masalik múltiples ciudades, notables por
sus abundantes cosechas, comercio, cultura, viñas, mercados, fuentes,
baños, tiendas y hermosas mezquitas. En cantidades considerables se ex-
portaban muchos de sus productos, sobre todo esclavos, a Egipto y al
Magrib. En la ceca cordobesa se acuñaban todos los años 200.000 di-
nares ( 1O). Al describir el norte de Africa, lbn l:f awqal menciona los bar-
cos que iban desde las costas españolas a Tabarca; Tenes sostenía un
próspero comercio con la Península; a Orá.n arribaban los navíos andaluces
con mercancías y regresaban cargados de trigo; de puerto les servía la
Bul:iayra Arieg, pequeña laguna en comunicación con el Mediterráneo cerca
de Ba9ra (11).

Al-Muqaddassl o al-Maqdlsl, comerciante oriental que no estuvo en Occi-


dente, autor de un libro de la mejor de las divisiones para conocer las
regiones, terminado de escribir, según Yaqüt, en 378/988 (el texto se
completaría con posterioridad, pues hay noticias de fecha más reciente),
refiere que abundaban en al-Andalus los comerciantes y viajeros y pondera
la habilidad de sus habitantes en la fabricación de papel; se exportaban
esclavos a Egipto y gran cantidad de armas, telas y otras cosas raras y
especiales ( 12).

(9) Gayangos, Pascúal de, Memoria sobre la autenticidad de la crónica denominada


del Moro Rasis; 1y Lévi-Provenc;al, la «Description de l'Espagne» d'A~mad al-Razi, essr:ií
de reconstitution de ,!'original arabe et traduction franc;aise, pp. 51-108.
(10) lbn Hawqal, Kitab al-mamalik wa-1-masalik, e1n Goeje, B. G. A., 11; M8qqal'i,
Analectes, 1, p. 300; Alernany, La Geografía, pp. 19-26.
(11) Description efe l'Afrique por lbn Hawqal, pp. 8, 21, 26-28, 36.
(12) Goeje, B. G. A., t. 111, p. 235; t. IV, pp. VI-VIII; Lévi-Provenc;al, l'Espagne musu!"
mane au Xeme siecle, .p. 116.

79
De I engrandecimiento de Córdoba en el glorioso reinado de 'Abd al-Ral:i-
1

man 111 abundan los testimonios, escasos, en cambio , para las restantes
ciudades de la Península.

El aumento de la población cordobesa obligó a una nueva ampliaG:ión de la


mezquita mayor durante el califato de al-l;lakam 11, comenzada en el mismo
año 350/961 de su subida al trono; la parte más importante de las obras,
hechas con riqueza y arte admirable, estaba terminada en 355/ 966. El
acrecentamiento de la ciudad continuó en los años sig,u ientes con ritmo
acelerado. A ella acudían extranjeros de todas partes', musulmanes de
Oriente y beréberes llegados para engrosar los ejércitos invencibles
de Almanzor. Sobre todo, las inmigraciones de los últimos, nutridas y cons-
tantes, acrecentaron mucho la pobla9ión . Nuevos barrios se añadieron a los
que existían y no eran escasas las ¡gentes que, faltas de viviendas, tenían
que acampar en tiendas en las afueras (13). La mezquita aljama amplióse
por tercera vez en el año 377 / 987-988 (14). A pesar de frecuentes sequías,
epidemias e inundaciones, Córdoba hacia el año 1000 llegó a la cumbre
de su grandeza, máxima extensión y número de habitantes. Muy poco des-
pués, el asalto por el populacho del Alcázar , el saqueo de MadTnat al-
Zahira en febrero del año 399/1009 y el asedio de la misma Córdoba por
los berberiscos durante más de dos años -401, fines de 101 O a mayo de
403 / 1015- contribuyeron a su rápida decadencia . Desapareció el verde
collar de palacios y almunias que la rodeaban , cuya ruina cantaba el poeta
lbn Zaydün (394/ 1003-463/ 1071) en versos nostálgicos, barrios enteros
arrasados pasaron a convertirse en tierras yermas y el perímetro urbano
fue estrechándose. La antigua capital del califato no volvió a ser más que
sombra de su pasado .

Almería era un barrio marítimo de Pechina hasta que en 344/ 955-956 'Abd
al-Ral:iaman 111 mandó cercarlo y, probablemente construir una mezquita
mayor con lo que pasó a ser madlna. Acrecentada con los pobladores de
Pechina, provista de importantes arsenales, apostadero de una escuadra
en e.1 reinado de al-f:lakam 11, llegó a ser el puerto principal de al-Andalus,
en comunicación continua con las costas septentrionales africanas y el
oriente mediterráneo . Desde entonces hasta la época de dominio almo-
rávide, que fue la de su máximo apogeo, no dejó de prosperar ( 15).

(1 3) lbn 'lgarl, Bayan, 11 , t exto, ipp. 307-308 ; trad. , p. 478 ; Gayangos, Mohammedan
Dynasties in Spain, 1, p. 214.
(14) Sobre las suces·ivas ampliaciones ·de la mezquita mayor de C6rdoba en
rel ac ión co n su capaci-dad y el aum ento de pobladores de la ciudad, véase Ampliación
y tamaño de varias mezquitas, por L. T. B., pp . 343-345 y 351-352.
(15) Torres Balbás, .Mmería islámica, pp. 411-457.

80
Las ciudades de los reinos de taifas.

Parece que los disturbios que precedieron y siguieron a la disolución del


califato cordobés, las luchas incesantes durante bastantes años y la frag-
mentación de la España islámica en múltiples reinos de taifas de existen-
cia precaria, con diminutas cortes algunos en las que floreció espléndida
la poesía cortesana, deberían de haber producido decadencia en la vida
urbana. El hecho es cierto para Córdoba, como se dijo, pero, a pesar de
que carecemos de datos precisos sobre las restantes ciudades en la
época califal, si pasaron por momentos de decadencia o de estabilidad
en su desarrollo urbano, serían breves. Puede afirmarse para el período de
taifas que la rivalidad entre sus reyezuelos, el tumulto heroico que cons-
tituye la trama de su historia, no interrumpieron la circulación de mercan-
cías y la propagación de las modas ni el intercambio de ideas. Indiferentes
a las fronteras militares, los comerciantes continuaron cada día concu-
rriendo en mayor número a los zocos; los devotos, visitando los santua-
rios; los estudiantes, asistiendo a los cursos de los más renombrados
maestros ( 16). Un escritor islámico decía algún tiempo después, a fines
del siglo XII: «Los militares se ocupan de sus guerras, los pueblos pro-
siguen pacíficamente su comercio y el mundo pertenece al que sabe adue-
ñarse de él» (17). Historiadores y literatos algo posteriores, a pesar de
sus obligadas condenaciones, complácense en describir la época de los
últimos 'amiríes y de los Mulük al-~awa'if como de gran prosperidad y
abundancia y de vida fácil y alegre, amenizada con frecuentes fiestas ( 18).
El pululamiento de cortes principescas favoreció la extensión y el des-
arrollo urbanos, patente en los recintos del siglo XI de Granada, Mallorca,
Almería, Toledo, Zaragoza, Valencia y Málaga, cortes todas de soberanos
de taifas, amigos de la poesía y del arte, protectores de letrados y poe-
tas (19). De una de ellas, excéntrica capital de un reino pequeño y de
tierra pobre, Almería, puede seguirse la evolución- Aumentó su población
a principios del siglo XI con gentes huidas de otros lugares de la España
islámica a consecuencia de la guerra civil y de los disturbios que dieron
fin al califato cordobés. Siguió afluyendo el comercio marítimo al puerto
mediterráneo y su monarca Zayran al-'A.mirí (403-419/1012/1028) mandó
levantar una muralla de tapial, pr,otectora del nuevo arrabal de al-Mu~alla

(16) Marc;:ais, L'art de l'lslam, p. 17.


(17) Citado por R. López, Les Influencies orientales, p. 614.
(18) Péres, La poésie andalouse, p. 362.
(19) Resumen del contraste entre la decadencia política de los taifas y su vigoroso
desarrollo intelectual y material, comparados can las actividades análogas de los reinos
cristianos de la Península, puede verse en Menéndez Pida!, La España del Cid, 1, pp. 86-97.

81
situado a oriente del núcleo primitivo de la madlna. Ese mismo reyezuelo
o su sucesor Zuhayr (419-429/1028-1038) levantarían la muralla del otro
arrabal más reducido, a occidente de la medina, llamado de al-f:law~, in-
mediato al fondeadero y por ello abundante en establecimientos de co-
mercio e industria. Zuhayr amplió también con dos naves la mezquita
mayor, sin duda por el aumento de pobladores. Durante los dos últimos
monarcas de taifas, Zuhayr y al~Mu'ta~im, los cronistas describen a Almería
próspera y feliz. Entonces, según al-MaqqarT, funcionaban en la ciudad 5.000
telares; .había fábricas de toda clase de utensilios de cobre, hierro y
cristal; las hospederías y baños públicos sumaban más de un millar y a
sus muelles llegaban mercaderías de Génova, Pisa, Egipto y Siria (20).

A falta de notícias y datos más directos sobre la prosperidad económica


de los pequeños reinos restantes que pudieran ser índice del desarrollo
de sus ciudades, la prueban las existentes respecto a los tesoros· acumu-
lados por sus príncipes, a los suntuosos alcázares que edificaron, a las
pingües dádivas otorgadas a los aduladores literatos a sueldo y a los cre-
cidos tributos pagados a los reyes y guerreros cristianos para comprar su
protección, faltos de la cual no podían subsistir.
No era tan sólo esa riqueza patrimonio de los señores y pobladores de las
ciudades andaluzas y levantinas, de fértiles vegas y emplazamiento favo-
rable al intercambio mercantil. Testimonios contemporáneos o poco poste-
riores refieren la extraordinaria prosperidad de Barbastro, en el norte de
Aragón; de Zaragoza y Tudela, en la frontera superior; de Toledo, en la
media; de Denia, en la costa levantina.
Un relato de lbn l:fayyan, reproducido por lbn Bassam (m. 542/1147)
alude al enorme botín cogido por los cristianos al apoderarse de Barbastro
en 465/1064 (21). Grande fue la prosperidad de Zaragoza bajo al-Mungir
b. Yahaa al-Munc;fü (420-431/1029-1039) y espléndida su corte cuyo fausto
1

cantaron los poetas. Incomparable brillantez alcanzaron las fiestas celebra-


das en esa ciudad con motivo de las bodas de al-Musta'Tn, hijo del mo-
narca al-Mu'tamín (474-478/1081-1085), con la hija del visir de Valencia
Abü Bakr b. 'Abd al'Azlz. Acudieron a ellas innumerables gentes; los fes-
tines se sucedían sin dejar lugar para el descanso nocturno; las rique-
zas brillaban por todas partes (22). Asediada más tarde, en 1086, Za-
(20) MaqqarT, Analeotes, 1, p. 102; Gayangos, Mohammedan Dynasties in Spain,
1, p. 61.
(21) Dozy, Recherches sur l'histoire des musulmans d'Espagne, tercera edición,
t. 11, pp. 335, 349; Me¡néndez Pidal, L.a España del Cid, 1, pp. 164-165. Unos veinte años
después de la conquista de Barbastro, Al-BakrT escribía que los cristianos se apoderaron
en esa ciudad de joyas y telas de extraordinaria belleza (Lévi-Provenc;al, La Péninsule
lbérique, texto, ¡p. 40; trad., p. i51).
(22) lbn Jaqan, Oala'id al-iqyan, p. 67; Maqqari, Analectes, 1, p. 424; Péres, La poésie
andalouse, p. 295.

82
ragoza por Alfonso VI, su rey Al)mad b. Yüsuf al-Musta'Tn ofreció al cas-
tellano cuantiosas sumas de dinero para que levantase el cerco (23).
Toledo alcanzó en el reinado de su soberano al-Ma'mün (435-467 /1043-1075)
prosperidad sin precedentes. Sus espléndidos palacios simbolizaban el
límite extremo de la elegancia y el refinamiento; en ellos tuvieron lugar
fiestas maravillosas, descritas con admiración por los historiadores (24).
Análogos eran el lujo y la riqueza de las cortes de los Af~asfes en Bada-
joz (403-487 /1022-1094) y de Al-Mu'tamid (461-484/1069-1091) en· Sevilla.
Abundan las referencias a las copiosas riquezas del rey de Valencia
Al-Oadir y de los señores levantinos, bien sangradas por el Cid en el último
decenio del siglo XI, reflejadas en el Poema:
Quando mio Cid ganó a Valencia e entró en la cibdad,
Los que foron de pie cavalleros se fazen;
el oro e la plata ¿quien vos lo podrie contar?
Todos eran ricos quantos que alli ha (25).
ZawT, el fundador de la dinastía berberisca de Granada, se retiró a lfrTqiya
el año 416/1025 con una inmensa fortuna. Cuando Yüsuf el almorávide de-
puso al descendiente de aquel 'Abd Allah en 483/1090, encontró en el pa-
lacio de la Alcazaba vieja granadina enormes riquezas, descritas con de-
lectación por lbn al-Jatib. Desgraciadamente se ha perdido la obra Kitab
al-Mosalik wa'l-Mamalik del geógrafo hispanomusulmán Al-BakrT, escrita
el año 460/1067-1068, en la que describía a1l-Andalus y sus ciudades en la
época de los reinos de taifas (58). Tan sólo subsisten algunos fragmentos,
conservados sobre todo en el Raw~ al-Mi'1ar de Al-tlimyarT.

las ciudades durante la época almorávide.


La f.loreciente y refinada civi.lización urbana de al-Andalus fue una sor-
presa para los beréberes almorávides, maravillados a·nte sus riquezas, en
contraste· con la pobreza del Magrib (26).

(23) Menéndez Pidal, La España del Cid, p. 343.


(24) Ibn Bassam, que reproduce u1n texto ·de Ibn Hayyan (E. Lévi~Proivengal, Al·
phonse VI et la prise de Tolede, apud. ·Islam d'Occident, pp. 119-120).
(25) Poema de Mio Cid, edic. y notas de Ramón Menéndez Pida! (Madrid, 1913),
versos 1.212-1.215, p. 207.
(2·6) Dice Ibn J.aldün ---<Prolégomenes, pp. 45 y 271- que las ciudades y villas esca-
seaban en e·I Magrib e IfrTqiya por haber pertenecido estas comarcas desde millares
de años antes de·I islamismo a beréberes que vivían bajo tiendas y via1abain en camellos,
los cuales conservaron siempre las prácticas costumbres de la vida nómada, en contraste
con a'l-Andalus, Siria, Egipto, (el Irán y otras comarcas; la civilización de al-Andaluis
era más avanzada que :la de.! Magrib. El mismo autor afirma la persistencia .en al-Andalus,
merced a su civilización sedentaria, del desarrollo cultural y artístico a través de' la do-
minación visigoda, de la omeya, de la de los reyes de taifas, hasta el siglo XIV, en que
escribía, civilización que no alcanzó en ningún otro país islámico, excepto en el 'Iraq,

83
No hay noticia ni síntoma alguno de que la economía de la España musul-
mana y por tanto sus ciudades decayeran al formar parte del imperio
almorávide. Lévi-Provenc;al ha señalado la escasa alteración de su vida
económica por las vicisitudes políticas ocurridas en las ciudades (27) y
el «largo período próspero y relevante» con que dio comienzo el reinado
de 'Ali b. YOsuf (500-537/1106-1143) (28).

Comprueban la prosperidad de al-Andalus bajo el dominio almorávide la


conocida obra gec~¡ráf¡ca del ldrls!, el Oirtas, y dos tratados de ~isba,
es decir, de policía urbana, redactados en Sevilla y Málaga, respectiva-
mente, en los primeros años de ese siglo.

Otro signo de la favorable economía de al-Andalus bajo los almorávides,


señalado hace años por don Franci.sco Codera, es la perfección de su sis-
tema monetario y la belleza de la~ monedas labradas en las cecas hispá-
nicas, claro indicio de prosperidad material. Durante el dominio almorá-
vide se cercó el arrabal cordobés de la Ajarquía, y la ciudad de Niebla;
rodeáronse con muros de tapiería 187 Ha. de Sevilla y se reforzó o acre-
centó la muralla de Granada.

Visión extraordinariamente optimista de la España de los últimos tiempos


almorávides es la de ldrlsT, escrita, a lo menos una parte de ella, entre
el añ6542/l147, en el que Alfonso VII se adueñó de Almería, y el 549/1154,
cuando los almohades comenzaban a infiltrarse en el al-Andalus. El geógrafo
ceutí describe éste como rico en minas y productos agrícolas, abun-
dante en ganado y pesquerías, con un gran desarrollo mercantil e indus-
trial, comerciando y exportando sus productos al Magrib, Alejandría, Siria,
'Iraq y hasta la India.

ldrTsT clasifica sus ciudades en grandes, medianas y pequeñas. De muchas


no dice su importancia. Entre las primeras figuran Toledo, Sevilla, Almería,
Valencia, Zaragoza, Mallorca, Talavera, Trujillo, Evora, Can11ona y Calsena.
Las medianas son Zorita, Uclés, Huete, Chinchilla, al-Oa~r (Alcacer da Sal),
Santa María de Algarbe, Almuñécar, Guadix, Larca y Burriana. Entre las

Siria y Egipto, tal grado de perfección y persistencia, comparable a la del buen tinte que
tan sólo desaparece del tejido que colorea con la destrucción de éste (Prolégomenes, 11,
pp. 361-362).
(27) Lévi-Provenc;al, les villes et les institutions urbaines. Sobre la supuesta deca-
dencia de la España islámica bajo los almorávides, enunciada por Dozy (Recherches sur
l'histoire ... d'Espagne, tercera edición, 1, p. 343, e Histoire des musulmans, edición 1-P.,
111, pp. 134, 154 y ss.), véase Un eclipse de la poesía en Sevilla,• la época almorávide,
por :García Gómez, ¡pp. 22-26.
(28) E. Lévi-Provenc;al, Réflexions sur l'Empire almoravide au début du Xlle siecle, p. 4.

84
pequeñas figuran Lérida, Daroca, Cuenca, Madrid, Ubeda, Priego, Tarifa,
Marbella e Ibiza (29).

Según eil Oirtas, los días de dominio almorávide, fueron «de bienestar,
comodidad, baratura continua, salud y paz ... Abundaron los bienes durante
su gobierno, floreció el país y hubo felicidad» (30).

Sevilla y Málaga, a juzgar por los dos tratados aludidos de ~isba, eran
ciudades populosas, pletóricas de vida, disfrutando de intensa actividad
comercial e industrial (31). No disminuyó la de Almería, el gran puerto
almorávide del comercio con Oriente, segün la descripción del ldrTsT y
otros testimonios escritos y arqueológicos. Pero su conquista en 542/1147
por Alfonso VII concluyó con su prosperidad, no recuperada al volver diez
años después a manos de los musulmanes, decadencia manifiesta en la
ruina de algunos de sus más poblados, activos y ricos barrios (32).

Las ciudades durante la época almohade.

De la época de dominación almohade en al-Andalus hay noticia de la pros-


peridad y aumento de Sevilla. Bajo los reinos de taifas, trasladados a ella
gran parte de los vecinos de Córdoba, era, segC1n Yaqut, la ciudad más
grande de al-Andalus, y lo continuó siendo durante su ocupación por los
éllmorávides. Ya entonces la mezquita mayor era insuficiente para alber-
gar a los fieles durante el rezo de los viernes; colmada la sala de
oración, muchos tenían que permanecer apretujados al exterior. Los es-
pacios libres escaseaban cada vez más. Al no haberlos dentro del re-
cinto murado, las casas invadían los cementerios extramuros, de escasa
capacidad también para los cadáveres (33). Adquirió Sevilla nuevo auge y
máxima importancia, 1hasta convertirse en la ciudad más rica y poblada
de toda la Península, durante el medio siglo largo de dominio almohade,
que dio a al-Andalus paz y sosiego. Un historiador contemporáneo describe
el engrandecimiento de la capital andaluza a fines del siglo XII, singular-
mente durante los reinados de AbCi Ya'qub Yüsuf (558-580/1163-1184) y
de AbU Yt!suf Ya'q¡_ib al-Man~ 1_1r (580-595/1184-1198), el vencedor de Alar-
cos, constructor de grandes obras urbanas. Sevilla aumentaba de población,
acrecentada también por los contingentes de tropas almohades llegados
para tomar parte en la guerra santa. Los zocos estaban llenos de comer-
ciantes, muchos de los cuales instalaban sus puestos al aire Jibre; alcai-

(29) ldrlsT, Description de l'Afrique et de l'Espagne.


(30) Oirtas, trad. Huici, .pp. 170-171; trad. Beaumier, .pp. 238-239.
(31) G. ·s. Colin y E. Lévi-Provenc;;al, Un manuel hispanique de ~isba; trad. Lévi-
Provenc;;al y García Gómez, Sevilla a principios del siglo XII.
(32) Torres Balbás, Almería islámica, ,pp. 411-453.
(33) E. Lévi-Provenc;:al y E. García Gómez, Sevilla a principios del siglo XII.

85
cerías y alhóndigas rebosaban continuamente de gentes. Ante el exiguo
tamaño de la mezquita mayor, ya señalado en época almorávide, el sobe-
rano mandó levantar otra, rival de la de Córdoba en tamaño, y un gigantesco
alminar: la Giralda (34).

Extendíase entonces la ciudad por varios arrabales extramuros. En el


año 593/ 1197 llegaron a Sevilla tantos soldados para tomar parte en una
expedición contra los cristianos, que resultaba estrecha para recibirlos e
incapaz de soportar la carga de su aprovisionamiento (35). Según Al-sa-
qundl, Sevilla era la mayor de las poblaciones de la España musulmana y
la más grande de sus capitales (36). En ella, en la segunda mitad del
siglo XII, refiere un cronista familiar de los soberanos almohades, se su-
cedían las fiestas, merced a su abundancia, seguridad general, profusión de
dinero, y extraordiY1aria cantidad de víveres. Era entonces metrópoli refi-
nada de la libertad y del placer de la vida fácil, despreocupada, amable y
ruidosa (37). Pero su decadencia fue rápida después de la derrota de las
Navas (1212) y de la local de Tejada (622/1225) en la que los sevillanos,
comerciantes en su mayoría, fueron casi exterminados, a 40 kilómetros,
de la ciudad, por tropas portuguesas procedentes del Algarbe. A conse-
cuencia de las crecidas bajas de aquéllos -se dice que perecieron diez
mil- las mezquitas y los zocos de la capital almohade quedaron desiertos,
lo mismo que se dice ocurrió por entonces en Murcia a consecuencia de
otro desastre militar (38).

Sobre algunas de las ciudades de al-Andalus -Sevilla, Córdoba, Jaén,


Granada, Málaga, Almería, Murcia, Valencia y Mallorca- escribió diti-
rámbicamente al final de la época almohade, ,el citado cordobés Al-saqundT
(m. en Sevilla el año 629/1231-1232) (39). Por los mismos años Yaqüt
redactó en Oriente un amplio y concienzudo diccionario geográfico termi-
nado en 621/1224, el Mu'yam al-buldan, en el que no faltan curiosas no-
ticias de ciudades de al-Andalus (40). La decadencia del imperio almohade
después de la batalla de las Navas y el auge de los reinos cristianos penin-
sulares contribuyeron a que en los años siguientes pasasen a manos de los
últimos varias de las más importantes ciudades islámicas. Jaime 1 con-

(34) lbn Sahib al-Sala, Al-manin bil-imama, p. 461-487; trad. p. 186-204. Había sido ya
parcialmente recogido por M. Antuña, Sevilla y sus monumentos árabes, p. 134-135;
trad. p. 100-104.
f35) lbn 'l~arT, Bayan, Los Almohades, l. p. 199.
(36) Al-saqundT, Elogio del Islam español, p. 99.
(37) Un eclipse de la poseía en Sevilla, por E. García Gómez ,pp. 63-66, y Poemas
arábigoandaluces, p. 37; H. Péres, La poésie anda:louse, pp. 140-141, 208 y 389.
(38) E. Lévi-Proven<;;al, La Péninsule lbérique, texto, pp. 128-129; trad., p. 156; Oirras,
trad. Huici. p. 279.
(39) Al-SaqundT, Elogio del Islam español.
(40) Y.3qüt, Mu'yam al-buldan, s. v.

86
quistó Mallorca en los últimos días del año 1229 y Valencia en 1238;
Fernando 1 se adueñó de Córdoba en 1236, de Jaén en 1246 y de Sevilla en
1248; de esta última ciudad tras largo asedio de quince meses que demues-
tra su fortaleza, a pesar de las continuas revueltas y cambios de dueño su-
fridos en los años anteriores.

En 1243 se incorporó a Castilla como tributario el reino de Murcia.: suble-


vados los moros que lo poblaban, tuvo que rendir la ciudad por asedio en
1266 don Jaime l.

Las ciudades del reino granadino.


A partir de la segunda mitad del siglo XIII tan sólo el reino granadino que-
daba en la Península en poder de los musulmanes. El engrandecimiento de
Granada comenzó en el siglo XI con la dinastía zTrí, acrecentada la ciudad
con los habitantes de la cercana Elvira, arruinada en 401/101 O. Bajo los al-
morávides fue sede del gobierno de los dominios andaluces de esa dinastía.
En la época almohade no parece haber decrecido su importancia. Poco
después de adueñarse de ella lbn al-A~mar y convertirla en capital del
reino nazarí, comenzó a aumentar su población con musulmanes emigrantes
de las ciudades conquistadas por los monarcas cristianos. Según la Historia
de don Jaime el Conquistador, que figura como escrita por el propio mo-
narca, parte de los moros valencianos marcharon a Granada después de la
conquista de esa ciudad en 1238 (41).

Demuestra el aumento urbano de Granada a fines del siglo XIII y en el


XIV y su enriquecimiento probablemente por la misma causa, unida a unos
cuantos años de tranquilidad, consecuencia de luchas internas en el reino
castellano, la ampliación de la ciudad con nuevos barrios. La cerca del
arrabal meridional de Nayd, cuyos huertos y jardines, ponderan los escri-
tores árabes, que encerraba también el arrabal de los Alfareros -raba9
al-Fajjarln-, se levantaría en el reinado de Mu~ammad 11 (671-701/1273-
1302), pues el nombre de éste figuraba en un azulejo de una de sus puer-
tas, la del Pescado, demolida poco antes de 1840. Antes se llamó, recién
conquistada la .ciudad, Bibalachar, Bibmitre, Bibeltee y Bib Daralbaida
(Puerta de la Casa Blanca) (42), transcripción los tres primeros nombres
de uno árabe de no fácil averiguación.

(41) Jaime el Conquistador, Historia, caps. CCXXX\/111 y GCXXXVlll, pp. 316, 317 y 319.
José Antonio Conde afirma -Historia de la dominación de los árabes en España, cuarta
parte, cap. VI, p. 269- que al conquistar Sevilla Fernando 111 en 1248, muchos de sus
habitantes aceptaron la protección de lbn al-A~mar y fuernn a tierra ,de Granada. El hecho
es muy verosímil;
(42) Górnez Moreno, Guía de Granada, pp. 223-224.

87
Entre 1329 y 1359 el ~ayib Ricjwan levantó la cerca del gran arrabal del
Albaicín, inexistente al parecer en junio de 1281, cuando Alfonso X entró
en la vega de Granada y asentó su real en el que después fue solar del
citado arrabal (43). A comienzos del siglo XV se refugiaron probablemente
en Granada los vecinos de Antequera, después de su conquista en 141 O
por el infante don Fernando de Aragón, si el nombre de Antequeruela de uno
de sus barrios, del que no conozco referencia alguna anterior a 1492, res-
ponde a esa emigración.

A fines del siglo XV la población de Granada crecía sin cesar, pero no por
aumentar su vitalidad y riqueza, sino por la concentración en ella de gran
parte de los musulmanes expulsados y fugitivos de los lugares conquis-
tados por el Rey Cató! ico. Protección tras sus muros buscaron en 1462
algunos de los moros salidos de Gibraltar después de su conquista; en
1485, los habitantes de los castillos de Cambriles y Alhavar; al año siguien-
te los de !llora, Moclín y Montefrío; parte de los de Vélez Málaga en
1487 (44). En 1489, evacuada por los musulmanes la región de Guadix,
sus pobladores moros acudieron a Granada con sus bienes y provisio-
nes (45). Rotas las hostilidades en 1490 entre Boabdil y don Fernando,
éste obligó a los mudéjares de las villas y ciudades del reino granadino
ocupadas en anteriores campañas a salir de los recintos murados. Algunos
permanecieron en los arrabales extramuros, pero otros fueron a acrecentar
el no escaso número de refugiados en la capital islámica. Es probable que
entonces, en vísperas de la extinción del islam español, Granada tuviera
mayor número de habitantes que a mediados del siglo XIV, época de su
máximo florecimiento; pero el aumento de los últimos años no era el de
una ciudad floreciente en pleno desarrollo, sino el angustioso de la rápida
acumulación de fugitivos para cuya alimentación se contaba cada vez con
más menguados recursos ( 46).

Un poco al margen de las sacudidas políticas de Granada, la capital


del reino, Málaga era un gran emporio mercantil. En su puerto, navíos

(43) El dato de la construcción de la muralla del Albaicín, se encuentra en la J~a~a de


lbn .al-Jatib, El Cairo, 1955, v0<I. 1, 'P. 51'7 (Luis SP-co ·de Luoena Paredes, El hayib Ridwan, la
madraza· de Granada y las murallas del A1~bayzln 9 pp. 295-296). Refiere la· .entrada de Al-
fonso X en la vega de Granaida, la llamada «Cuarta Crónica General», cap. GCXLI, pp. 2·2-23.
El cercarse tar·díarnente el A+baicín C'Ontr.adice 1la afirmación de Mármol, muy repetida
luego, de formarse ese arrabal con los moros salidos de Baeza y Ubeda, conquistadas
por Fernando 111.
(44) Valera, Crón. de fos Reyes Católicos, pp. 208 y 212, Bernáldez, Hist. de los Reyes
Católicos, t. 1, pp. 241 y 227.
(45) BustBJni y Ouirós, Fragmento de la época sobre noticias de los reyes nazaritas,
pp. 35-37.
(46) Torres Balbás, Esquema demográfico de la ciudad de Granada, ipp. 131.

88
musulmanes y cristianos cargaban tejidos de seda, frutos secos, pasas,
almendras y los célebres higos de Rayya que al-ldrlsl dice se exportaban a
Egipto, Siria, el 'Iraq y hasta la India y la China; vino, cuchillos y tijeras;
selectos objetos de piel, cojines, gualdrapas o fundas y cinturones, y, sobre
todo, la famosa loza dorada, de la que subsisten ejemplares tan espléndidos
como los jarrones del tipo del de la Alhambra. El activo tráfico duraría
hasta bien entrado el siglo XIV. Al parangonarla entonces con la africana
ciudad de Salé, el visir granadino lbn al-Jatib la describe próspera, rica y
floreciente, rebosantes de tiendas sus zocos (47).

En la segunda mitad del siglo XIV comenzó a decaer. Frente a la flota de


los estados cristianos de la Península, singularmente de la monarquía ca-
talana-aragonesa, la islámica era incapaz de proteger el comercio marítimo
y las exportaciones de los puertos del reino de Granada. Según lbn Jaldün,
la decadencia de la marina de guerra magribí comenzó después del reinado
de Abü-1-Hasan (731-749/1331-1349), es decir, en la segunda mitad del
siglo XIV (48), coincidiría con la del Islam español. Con agudo sentido
mercantil, los valencianos comenzaron a fabricar tejidos semejantes a los
producidos por los telares islámicos, y en Manises y otros lugares a ins-
talar alfares en los que alcalleres moros imitaban con éxito los más pre-
ciados productos cerámicos del puerto andaluz, fabricando loza dorada que
se exportaba a lejanas comarcas, desde Inglaterra hasta las islámicas del
oriente mediterráneo.

En obra distinta a la antes citada, escrita probablemente con posterioridad,


lbn 'al-Jafib pinta una estampa malagueña menos optimista: la ciudad em-
pezaba a decaer; su caserío, antes populoso, desaparecía a la par que sus
vecinos y huéspedes, y eran páramos los lugares en que en otros tiempos
se amontonaban las riquezas (49).

En la segunda mitad del siglo XIII y en los dos siguientes, Almería de la que
escasean por entonces las noticias, arrastró una vida lánguida. En la pri-
mera mitad del siglo XIV, el oriental al'Umarl la describe como un refugio
de piratas dedicados a asaltar los barcos que surcaban las aguas próximas;

(47) «Hablemos ahora de la prosperidad de Málaga, apoyados en escogidas pruebas,


y ningunas sirven mejor para el caso, que las a'lhajas, los perfumes, las túnicas de bro-
cado, las chilabas, los jardines de aspecto maravilloso, los alcázares construidos en las
faldas de las montañas, las huertas de espesa sombra, las albercas que murmuran con
su agua dulce y límpida, los trajes llevados Gon elegancia por cuerpos bellos y flexibles
como ramas, las bodas de rumbo que denotan el desahogo de las situaciones y los
ajuares de novia valorados en miles» (El «Parangón entre Málaga y Salé» de lbn al-Ja~ib,
por E. García Gómez, ipp. 190-192). ·
(48) lbn Jaldün, Prolégomenes, 11, pp. 45-46.
(49) Simonet, Descripción del re4no de Granada, p. 79.

89
también acostumbraban desembarcar en las costas cristianas para cautivar
gentes, vendidas luego como esclavos (50).

La terrible epidemia de peste negra que asoló a Almería en 748-750/1348-


1349, contribuiría a su decadencia. Pocos años después escribió lbn
Jatima que estaba despoblada la parte occidental de la madina inme-
diata al también yermo arrabal de al-Hawd. El de poniente era el más
cuajado de construcciones. Ibn al-Jaffb (713-776/1313-1374), diée, entre
hiperbólicos elogios de literatura tópica, que «Almería estaba caída
hasta que pluguiese a Dios levantarla de su infortunio» (51). Ailonso
de Palencia, al relatar la entrega de la ciudad a los Reyes Católicos en
1489, afirma que entonces tenía escasos habitantes; en otro tiempo, bajo
el dominio de los granadinos, había sido mucho más populosa (52). Dos
orientales se ocuparon en el siglo XIV, en sus obras geográficas, de las
ciudades de al-Andalus. Uno de ellos, Abü'I-Fida, terminó en 721/1321
su Taqwfo al buldan; tampoco visitó la Península Ibérica el egipcio al-Umarl
que escribió la parte de su Masalik al-ab~ar fimamalik al-Am~ar dedicada
a al-Andalus entre 738/1337 y 749/1349, f.echa de su muerte. No faltan
noticias interesantes en esa obra sobre las agrupaciones urbanas islá-
micas del reino de Granada (53). En 751/1350 estuvo en Gibraltar, Málaga,
Granada y en algunos otros lugares del reino nazarí el viajero Ibn Battüta.
No falta en el relato redactado por el literato granadino lbn vuzay, curiosos
detalles topográficos sobre esas ciudades, pero en vano se buscará en él
algo que permita valorar su situación urbana (54).

Poco posteriores son las noticias sobre algunas ciudades insertas en sus
múltiples escritos, algunas antes aludidas por el polígrafo granadino, na-
tural de Laja, lbn al-Jatib, visir que fue de Mu~ammad V de Granada.

Obra capital para el conocimiento de las ciudades hispanomusulmanas es


el Kitab al-Raw<J al-Mi1ar de Ibn 'Abd al-Mun'im al-!jimyari, repetidamente
citada. Se terminó en 866/ 1461, pero una primera versión, hecha por un
ascendiente del autor, debía de existir desde bastantes años antes, pues.
fue aprovechada por varios autores. Es una copiosa compilación de noticias,
bastantes de ellas de época más vieja, entre las que figuran, según se dijo,
algunas del geógrafo andaluz al-BakrT escritas, por lo menos en parte, en
el año 460/1067-1068 (55).

(SO) 'Umari, MasaHk, pp. 237-239 y 246.


(51) Simonet, Descripción del reino de Granada, p. 103.
(52) Alonso de Palencia, ,Guerra de Granada, t. V, p. 445.
(53) 'Umari, Masalik.
(54) fün Battüta, Voyages, IV.
(55) LéviJProven9al, La Péninsufa lbérique.

90
Escaso para nuestro objeto es el interés del relato de un v1a1ero egipcio,
'Abd al-Basit que el año 870 / 1465-1466 visitó Granada y alguna otra ciudad
de su reino (56).

Tanta o más importancia que la obra de al-Himyarl tiene para nuestro objeto
la del gran y conocido compilador del siglo XVII al-Maqqarl (m. 1041-
1632) (57), aprovechada también profusamente en estas páginas.

(56) G. Levi Della Vida, 11 regno di Granata nel 1465-66 nei ricorde di un viaggiatore
egiziano, pp. 307-332.
(57) Maqqarl, Analectes; Gayangos, Mohammedan Dynasties in Spain.

91
EXTENSION Y DEMOGRAFIA

Para un estudio más concreto del desarrollo de las ciudades sería necesario
conocer las cifras del número de sus habitantes en diversas épocas. Pero
hasta el siglo XIV en algunos países, y hasta fecha posterior en otros, no
se hicieron estadísticas ni existen datos precisos sobre su población. Tan
sólo a base de noticias aisladas, a veces indirectas, y de deducciones es
posible llegar a conclusiones, siempre discutibles (1).

Demografía y propaganda.

A falta de estadísticas se siguen barajando, aún en publicaciones valiosas


y por gentes de merecido crédito, cifras dadas por antiguos historiadores y
cronistas sobre el número de habitantes de las ciudades hispanomusulma-
nas. Tales evaluaciones suelen ser fantásticas, por error unas veces, y
otros muchas por propósito deliberado de falsear la verdad, practicando el
siempre mendaz arte de la propaganda, de muy remoto origen, a cuyo mara-
villoso perfeccionamiento y desarrollo asistimos actualmente. Dijo lbn Jal-
dün en el siglo XIV que cuando se alude a cantidades de dinero o a la fuerza
de un ejército, prodíganse mentiras y datos inverosímiles (2); pudo añadir
que ocurría lo mismo al calcular el número de pobladores de una ciudad
en el pasado.

En la sobreestimación demográfica suelen coincidir escritores musulmanes


y cristianos. Los primeros, inclinados por temperamento, sobre todo los

(1) Sobre la imposibilidad de llegar a evaluaciones demográficas de alguna pre-


cisión antes de'I siglo XV, véase Pirenne, La civilisation occidentale au Mayen Age du Xle
au milieu du XVe .siecle, ip. 148. Acerca del problema demográfico, puede verse e·I re·
ciente y muy interesante trabajo, Sur les témoignages d'acroissement de la population
en Occident du Xle au Xllle siede, por Léopold Génicot (Cahiers d'Histoire mondiale, 1,
pip . 446-462). Afirma Génicot que el aumento ·demográfico de la Europa cristiana del
siglo XI al XIII, admitido por todos, es hecho muy mal conocido·, por no haberse arries-
gado nunca a su estudio analítico, al •creer que la pobreza ·de la documentación existente
le condenaba al fracaso, sin más resultado que la deducción de vagas conclusiones gene-
rales (lbidern, p. 446).
· (2) lbn Jaldün, Pmlégomenes, 1, ipip. 14 y 19.

93
andaluces, a la hinchazón y a la hipérbole, realzan así la importancia de la
ciudad a la que se refieren. Los últimos, destacan con ello el heroísmo de
los guerreros cristianos que en reducido número conquistaron urbes muy
pobladas. Desde la Edad Media se repiten esas cifras exageradísimas,
acogidas con delectación, cuando no acrecentadas, por los autores de estu-
dios e historias locales, deseosos siempre de aludir a la grandeza pretérita
de la población de la que escriben, y en la que a veces nacieron, parango-
nada con su supuesta decadencia presente.

Espigal)dO con criterio crítico por libros de viajes, cronicas e historias


pueden reunirse, sin embargo, algunos datos aprovechables. No todos los
datos demográficos medievales merecen ser desechados. Los hay de cronis-
tas veraces y bien informados, entre los que deben figurar, para los últimos
tiempos de la dominación islámica en la Península, varios de las campañas
andaluzas de los Reyes Católicos, sobre todo si se refieren a lugares de
escasa importancia, cuya población era mucho más fácil de apreciar con
relativa exactitud que la de las grandes aglomeraciones; a cómputos
hechos para el rescate de los moros expulsados de las ciudades conquis-
tadas, y a los muy precisos, aunque casi siempre incompletos, de algunos
«Repartimientos», documentos que sirvieron para distribuir entre los con-
quistadores, por merced regia, los bienes inmuebles de los musulmanes
vencidos (3).

Planteamiento del problema demográfico.


Para calcular con relativa aproximación el número de habitantes de las
ciudades hispanomusulmanas, faltos de estadísticas, poseemos de bastan·
tes de ellas un dato de inapreciable valor: la extensión de su recinto mu-
rado, de la que cabe deducir su demografía, planteando una ecuación en
la que figuren la superficie conocida y la in•cógnita del número de pobla-
dores.

Algunos historiadores creen imposible aprovechar las cifras de la superfi-


cie urbana cercada y de los arrabales murados para el cálculo demográfi-
co (4). La afirmación tal vez sea cierta para las ciudades de otras comarcas
y civilización, no para las de al-Andalus.

(3) La publicación de ediciones críticas del «Repartimiento», impreso hace años de


Valencia y de los inéditos de Málaga, Murcia, Orihuela, Ecija, Jerez, etc., es una de las
más urgentes a acometer por los paleógrafos y eruditos españoles. Reciente es la publi-
cación del de Sevilla por don Julio González, pero de él no se puede deducir dato alguno
demográfico respecto a esa ciudad.
( 4) Convertir ces gains territoriaux en nombre de citoyens est irnpossible. Cela
supposerait qu'on calculat au préalable fa densité de fhabitat urbain tau has mayen
áge et entreprendre iun ¡tel travail serait ¡d'autant plus •térneraire 1que cette densité varie

94
Parcialmente se conservan las murallas de algunas ciudades hispanomusul-
manas; planos antiguos permiten reconstruir el trazado de las de otras y de
bastantes quedan huellas en su estructura urbana, por no haber sufrido
hasta ahora grandes transformaciones. Casi siempre es posible saber cuán-
do se levantaron esas fortificaciones y, por consiguiente, la época en que
la ciudad alcanzó la extensión que encerraban. La comparación de las super-
ficies intramuros de todas ellas entre sí y con las contemporáneas de la
España cristiana y del occident8 europeo, será fértil en consecuencias.
Cada caso, es decir cada ciudad, requiere un minucioso examen si se pre-
tende alcanzar una idea lo más exacta posible de las diferentes etapas de
su desarrollo (5).
Para intentar resolver aproximadamente el problema demográfico a base
de la extensión intramuros, hay que conocer la densidad urbana por
hectáreas, que es la acostumbrada para estos cálculos, tanto de viviendas
como de habitantes. Esta última la determinaremos en función de la pri-
mera, obtenida fijando la superficie media de la vivienda y la que proporcio-
nalmente deba agregársele por los espacios libres, es decir, sin construc-
ciones, del interior de la ciudad y los edificios no destinados a habitación o
escasamente habitados. Como en la mayoría de las casas viviría una sola
familia (6), si llegamos a determinar con relativa aproximación el número
de individuos que componían la de tipo medio, comprendidos los servidores
de las de mejor condición social, es decir, todos los que la habitaban, el
problema estará resuelto.
La evaluación del número de viviendas y, tras de ésta, del de sus habi-
tantes, es forzoso referirla a momentos determinados de la historia urbana
en los que el cinturón de las murallas ajustábase perfectamente a la su-
perficie edificada. El desarrollo de la ciudad, afectado por muchos y muy
variables factores, no podía reflejarse en algo tan permanente como una
cerca torreada, de piedra o tapias. Construirla era obra de gran empeño.
larga y costosa, lo que explica su p~rmanencia, asegurada por continuas
reparaciones, y la agregación de arrabales murados independientes, cuando
la ciudad crecía fuera de la cerca (7). En épocas de decadencia, el anillo
defensivo resultaría holgado y disminuido el vecindario, habría calles silen-
ciosas, bordeadas de casas vacías, abandonadas, que acabarían por caer en

d'une ville a la voisisine 1et, dans 1une meme ville, rd'une 1période a !la suivante ou d'un point
a l'autre, ha escrito Génicot (Sur les témoignages d'acroissement de la population en
Occident, 11 pp. 453-454.
(5) Para Ganshof, «el criterio por excelencia de la extensión urbana sigue ~endo
el estudio de los recintos sucesivos» (Développement des villes, p. 51). ·
(6) Más adelante se intenta justificar esta afirmación.
(7) Muy atinadas observaciones pueden verse sobre este extremo en el Mémorial
Jean Sauvaget, t. 1, p. 65.

95
ruinas para convertirse en solares yermos, como los que se ven hoy en
las partes más altas y enriscadas de algunas villas medievales, en lento y
continuo movimiento hacia la llanura, atraído su caserío por los cruces de
carreteras, el ferrocarril, las fábricas y las huertas. En cambio, en períodos
de prosperidad, aumentaría el número de sus habitantes y, al llegar un mo-
mento en el que no cupiesen dentro del recinto murado, se formarían ba-
rrios o arrabales extramuros, al compás de su crecimiento. Si se rodeaban
también con cerca y existe memoria de su trazado, es fácil medir su super-
ficie y evaluar el número de sus habitantes por el procedimiento que a
continuación se expone. Pero, en ocasiones, de la muralla de los arrabales
no quedan huellas materiales, por lo que el cálculo que hagamos será for-
zosamente muy impreciso. También resulta imposible cuando los arrabales,
como los de Baza en el siglo XII y los de Taryana, Maqarana y Benaliofar
en la Sevilla del XIII, carecían de murallas (8).

Factor también imposible de valorar con probabilidades de acierto es


el que se refiere al número de gentes que vivían en la proximidad inme-
diata de las ciudades, en almunias o alquerías, pequeñas casas, chozas
y cuevas. En núcleos de población rodeados de terrenos fértiles y huertas
--y casi todos lo estaban- y de una extensa vega, el campo en torno estaría
pobladísimo (9). Determinar actualmente los límites de una ciudad, rijan-
do hasta donde llega su área urbana, tan sólo es fácil ateniéndose a su
perJmetro- aciministrativo, no siempre coincidente con el real; mucho más
difícil resultaría en la Edad Media, lo que puede justificar algunas evalua-
ciones excesivas. Los habitantes de una vega rica acudirían al núcleo ur-
bano más o menos inmediato a vender sus productos, comprar otros in-
dustriales, asist'ir los viernes a la oración en la mezquita aljama, etc. La
ciudad parecería entonces más populosa de lo que era en realidad.

Muchos de los habitantes extramuros, de vida precaria por ello, y aun


los de lugares algo más distantes, al aproximarse expediciones militares
enemigas y en los casos, menos frecuentes, de asedio, que solían durar
meses y a veces excedían del año y aun de los dos, encerrábanse en la
ciudad, tras la protección de sus murallas, y los aptos para ello colaboraban
en la defensa. Aumentaba así accidentalmente el número de sus habi-
tantes, pero los combates y, sobre todo, las más mortíferas epidemias, se
encargaban de reducirlos.

Respecto al interior de las urbes hispanomusulmanas es sabido que casi

(8) Es posible aue estuvieran barreados ipor obras tan livianas corno serían los mu-
ros de modestas viviendas y tapias, más de cerramiento que de protección militar, de las
que, naturalmente, no queda rastro.
(9) Véase infra, «Los contornos».

96
todas las casas, reducidas (10), se apretujaban en callejas angostas (11)
y las plazas y plazuelas eran escasas y de poca extensión ( 12). No había
intramuros de ellas, como en Marrakus y en varias de las cristianas de
la mitad septentrional de la Península, barrios separados por amplios es-
pacios libres (13). Naturalmente que en los habitados por gentes humil·
des la pequeñez de las viviendas alcanzaría límites extremos.

Para el cálculo aludido hay que tener también en cuenta la existencia de


lugares como la alcaicería y zocos con tiendas en el centro de la ciudad,
formando pequeños barrios habitados por la noche tan sólo por sus guar-
das. Lo mismo pasaba en las mezquitas, en los baños y en algunos otros
edificios públicos. En 'las alhóndigas, en cambio, muy abundantes en las
ciudades comerciales e industriales, residían bastantes huéspedes.

Había, pues, en las ciudades hispanomusulmanas reducidos barrios co-


merciales, apenas habitados; muchas pequeñas casas apretadas, y algunas
de mayor superficie, a veces con huertos y jardines. No formaban agrupa-
ciones separadas los edificios de esas distintas categorías; se entremez-
claban, sin relación con las divisiones urbanas.

En muy contados casos, y sólo en líneas generales, conocemos la estruc-


tura de esos barrios y arrabales ( 14). Por ello se hace el cómputo para la
mayoría de las viviendas sobre la base del tipo intermedio; compénsase
las más reducidas con las de mayor importancia.

EXTENSION DE LA VIVIENDA.

Conocemos los planos de planta de 28 casas hispanomusulmanas; v1v1en-


das de gente de muy diversa condición social y económica permiten ca.Jcu-
lar su superficie media. Las ruinas de nueve ocupan parte del recinto más
interior de la alcazaba de Málaga; una apareció en Almería; doce hay en
la alcazaba y tres en otros lugares de la Alhambra de Granada; dos en el
núcleo urbano de la misma ciudad y otra en Ronda. Todas tienen patio,
reducidísimo el de algunas (15). Varias agrúpanse en dos pequeños barrios

(10) Más adelante se dan algunos datos sobre sus exiguas dimensiones, a las que
aluden escritores islámicos como lbn Jaldün y no pocos cristianos.
(11) Véase infra, mCailles mayores y seoundarias».
(12) Véase infra, «Plazas y zocos».
(13) A. Joly calculó en 1904 que la superficie intramuros de Tetuán ocupada por
los terrenos sin construir y los jardines 'era un quinto ·de la ti0tail de lai ciudad (Tetouán,
por M. A. Joly, con la colaboración de MM. Xicluna y L. Mercier, p. 299).
(14) Véase infra, «La medina, los arrabales y los barrios>>.
(15) Casas sin patio hay en la Alhambra; construidas en lugares aislados, no en
calles, constituyen casos excepcionales.

97
de carácter especial, por su situación dentro de las plazas de armas de las
alcazabas de Málaga y de la Alhambra de Granada ( 16). Las de Málaga y
Almería serán del período almorávide (primera mitad del siglo XII); las
restantes, de:I nazarí (iúltimos años del XIII al XV).

La superficie de seis de las casas de Málaga, de once de las de la alcazaba


y de una del secano de la Alhambra, es menor de 100 metros; once no
llegan a los 50 ( 17). Dos de las malagueñas, una de la alcazaba de la Al-
hambra, otra del secano de:I mismo lugar, y la de Almería, quedan por
bajo de los 200 (18). Tan sólo el área de otras dos, una también en la Al-
hambra, en sitio principal, frente a la fachada de mediodía del palacio de
Carlos V, y la otra en la alcazaba de Málaga -ésta formaba parte del pa-
lacio- exceden algo de los 200 metros. Finalmente, la casa de Ronda
una de las más importantes, al p~recer, de la ·ciudad islámica (19), y la
de los Infantes de Granada, pequeño palacio habitado por gentes de la fa.
milia real, ocupaban poco más de 300 metros superficiales (20). Influirían
en la extensión de las viviendas la situación económica de sus propietarios
y el emplazamiento; no es probable, en cambio, que la afectase el trans-
curso del tiempo, por lo que la superficie media .obtenida a base de las
casas mencionadas la aplicaremos a las de las ciudades hispanomusulma-
nas desde el siglo X hasta el XV.

(16) Leopoldo Torres Balbás, El barrio de casas de la Alcazaba malagueña, pp. 396-
409).
(17) Superficie en metros de las casas: alcazaba de Málaga, 38',30; 49,50; 51,90;
78,40 (dos); 86,00; alcazaba de la Mhambra, 16,40; 21,80; 22,10; 25,60; 27,20; 27,90;
30,00; 39,00; 44,70; 54,10; 70,90; secano de la Alhambra, 80,40.
(18) Superficie de las casas en metros: alcazaba de Málaga, 178,00 y 183,50; alcazaba
de la Alhambra, 130,30; secano de la Alhambra, 117,90; Almería, 187,20. La extensión de
esta última es aproximada, pues no se llegó a descubrir la vivienda completa. La casa
morisca del número 2 de la calle de Yanguas, en Granada, idántica a las islámicas en
dimensiones y plano, ocupa una superficie de 115,50 metros.
(19) Torres' Balbás, Plantas de casas árabes en la Alhambra, pp. 380-387; Excavacio-
nes y obras en fa Alcazaba de Málaga, pp. 173-190; La Acrópolis musulmana de Ronda,
pp. 469-475. .
(20) Superficie de las casas en metros: Alhambra, frente a la fachada meridional
·del palacio de Carlos V, 210,90; alcazaba de Málaga, 210,45; casa de la placeta de
Villamena, en Granada, 225.,45 (superficie aproximada, por no conocer más que las di-
mensiones del patio y de las .crujías que limitan dos ·de sus lados. Su descripción y pla-
nos: Los restos de la casa árabe de la placeta de Villamena en Granada, por Jesús Ber-
múdez Pareja, pp. 161-164. Casa de los Infantes, en Granada, 300,40 (superficie aproxi-
mada, por no estar bien definidos los límites de esta casa, derribada hace unos 40 años)
(Granada: la oil!dad que desaparece, por Leopoldo Torres Balbás, pp. 312-314, y Guía de
Granada, por Gomez Moreno·, pp. 219-230); casa de los Gigantes, en Ronda, 312,00. No
carece de interés comparar estos datos con los publicados por Taracena sobre el prome-
dio superficial de las casas hispanorromanas conocidas y medidas: 200 metros cuadra-
dos, las. f!1ás _frecuentes; 600, l_a,s que se pueden reputar de lujosas (B. Taracena Aguirre,
las for1l1f1cac1ones y la poblacton de la España romana, p. 428).

98
En el «Repartimiento» de Vélez Málaga, hecho poco después de su con-
quista en 1487, hay indicaciones útiles para conocer la proporción en que
estaban los diferentes tipos de casas en una ciudad de alguna importan·
cia. Los repartidores encargados del apeo de la malagueña dividieron sus
viviendas en cinco categorías. En el interior de la ciudad, de «la suerte de
cinco puntos, que es la mayor» había 8; supongo que cada una de ellas
ocupaba más de 300 metros. De cuatro puntos, probablemente compren-
dida su área entre 200 y 300, 15; de tres puntos, 41; pudiera suponerse su
extensión entre 150 y 200 metros; de 100 a 150 las 74 de dos puntos, y
de 50 a 100 las 211 de un punto. Pero aún había otras más pequeñas, «que
no son para meter vecinos en ellas», es decir, que por su angostura se
consideraban inadecuadas para viviendas de cristianos; eran 203 y cree-
mos .que su solar no excedería de los 50 metros superficiales. En el arra-
bal de Vélez Málaga había también otras «muy pequeñas, que no son para
vecino ninguno ni quieren entrar en ellas» (no se dice su número); además,
tres de cuatro puntos; 15, de tres; 20, de dos, y 66 de uno (21). La cantidad
de casas de dimensiones más reducidas -de un punto y menores-, 404,
excedía, pues, en el recinto murado, del triple de la suma -128- de las
de mayor extensión (22).

En el «Asiento de las cosas de Ronda (1485-1491) », varias casas se ca-


lifican de pequeñas y muy pequeñas y abundan la concesión a los cris-
tianos pobladores de dos y de tres casas y aun de dos y tres pares (23).
Observa Carriazo que la «pequeñez de las casas moras de Ronda es algo
que ha pervivido en la urbanización moderna de la ciudad. Hasta en ba-
rrios relativamente recientes, como en el arrabal del Mercadillo, abundan
hoy, todavía y hasta en grupos compactos, casas que sólo tienen a la calle
la puerta de entrada y una angosta ventana, entre la puerta y el tejado,
y cuyo fondo no U.ene más que un cuerpo» (24).

Aunque de carácter excepcional, como se dijo, por lo apretado de su ca-


serío dentro de la superficie reducida que encierran las murallas del último
recinto, el barrio de la alcazaba malagueña, con sus nueve viviendas,
entre las que las hay de los tres primeros tipos, estrechas calles y un
pequeño baño, puede orientarnos acerca de la superficie media de aqué-

(21) Vélez Málaga, por Moreno de Guerra, pp. 371-372.


(22) En el <«Repartimiento» de Valencia, 1escrito en latín, se inventarian, algunas
veces, domus optimas, máximas, bonas, mediocres, parvas y parvissimas (Repartimientos,
por Bofarull, pp. 516, 519, 520, 524, 528, 560, 571, 633 y 644). Los repartidores de la
ciudad de Mallorca comenzaron por escoger las 30 casas mayores de la ciudad; menos
concienzudos que los de Valencia, .no especifican categorías entre las restante~ unas
4.220 (ibidem, pp. 116-126). ·
(23) Carriazo, Asiento de ... Ronda, ipp. 32, 36, 113, 128, 175, 186, 211, 213, etc.
(24) lbidem, p. 23.
llas y su relación con los espacios libres y edificios no habitados. Los
1.364,51 metros superficiales por los que se extiende el barrio repártense
entre 408,26 para los últimos y 956,25 correspondientes a las viviendas.
La superficie media de cada una de éstas, con la proporcional que le co-
rresponde por las calles y el baño, es de 151,61 metros (25).
1

El cálculo de la extensión media de la vivienda puede hacerse, para la to-


talidad de las de Málaga intramuros, por otro camino. Se conoce el número
aproximado de habitantes que había en ella cuando su conquista en 1487,
pues fueron encerrados por orden de los Reyes Católicos en el corral o
los dos grandes corrales de la alcazaba para su recuento y rescate. Mosén
Diego de Va~ela dice que entre chicos y grandes eran hasta 15.000 (26).
El cura de los Palacios, en cambio, .escribe que nunca pudo llegar a saber
el número de los rescatados, pero que la ciudad era de más de 3.000 ve-
cinos, y supone que pasaban de 11.000 las almas (27), cifra que, grosso
modo, no dista mucho de la de Valera. Aceptemos, pues, la cifra de 15.000
de éste, compensando el número de habitantes de los contornos y arra-
bales refugiados tras los muros de la ciudad al comenzar el asedio con
los muertos en más de tres meses de luchas incesantes y por el hambre
y las epidemias (28). Como la extensión encerrada dentro de los muros
era de unos 375.853 metros superficiales, incluida la alcazaba y el corral
de los cautivos, pero no Gibralfaro, a cada uno de los 15.000 habitantes

(25) La planta del barrio de la Alcazaba de la Alharnbra no está completa, por lo


que no puede hacerse con sus casas un cálculo semejante al realizado para lás de la
Alcazaba de Málaga.
(26) Valera, Crón. de los Reyes Católicos, ip. 271.
(27) Bernáldez, Hist. de los Reyes Católicos, tomo 1, p. 256.
(28) Otras «gentes de las que vivían en las comarcas y se metieron en ella (en
Málaga, poco antes de comenzar su asedio) con sus mujeres y fijos e bienes», aumen-
tando así "la mucha gente que en ella avía». Durante el cerco, era tanto el hambre en
la ciudad, uque los más días algunos moros salían a se ofrecer por esclavos de los cris-
tianos, eligiendo de su voluntad el cautiverio por sostener la vida». Muchos fueron los
muertos: «es cierto que así de feridos como de enfermos murieron en este cerco más
de tres mil! cristianos e más de cinco mil! moros, por confessión suya». El rey Católico
escribía a su hijo, el arzobispo de Zaragoza, el 18 de agosto de 1487, al entrar .en 1la
1

ciudad rendida, que "ª vueltas de la extrema fambre que tenían, y la mucha gente, que,
assí por muertes icomo por feridas, les fallecía ... les fué forzado ... entregarnos la dudad».
El arrabal que estaba á la parte· die la mar, «avía muchas hvertas e casas caydas». Hes-
pecto al otro, «SU circuito era gr~nde, los moros tenían en él sus ganados»; árboles
Y huertas que tiene (Málaga) en grand abundancia, dentro de la cibdad y en los arraba-
les,, (Pulgar, Crón. Reyes Católicos, vol. segundo, pp. 281-282¡ 284, 292 y 321; Valera,
Crón. de los Reyes Católicos, p. 274; Antonio de la Torre, Los Reyes Católicos y Gra-
nada, p. 88; Maqqarl, en Gayangos, Mohammedan Dynasties in Spain, 11, p. 381. En las
Ordenanzas dadas en 1489 por los Reyes Católicos para el acrecentamiento y gobernación
de Málaga se dice que, a causa de que muchas de sus casas estaban caídas y ude las
sanas, hera nec;;esario darse a los vesinos della mucho mas conplimieinto que los moros
tenían,, (es decir, que las viviendas de los musulmanes malagueños eran muy reducidas
para los pobladores cristianos); no se podrían avecindar dentro de la ciudad más 1de 1.200
1

vecinos (Documentos ... de Málaga, por Morales, tomo 1, p. 4).

100
correspondían 25,05 y a la vivienda fami'liar, supuesta habitada, por razones
¡que más adelante se exponen, por seis individuos, con la parte proporcio-
1nal de espacios libres, etc., 150,30 metros. A cada una de las 37 hectáreas
muradas puede, pues, asignarse una media de 399 habitantes y 66 casas;
el total de éstas sería 2.461.

En el «Repartimiento» de Mallorca, hecho poco después de su conquista


en 1229 por Jaime 1, se dice encerraba la Almudayna (al-Mudayna) o al-
cazaba algo más de 178 edificios (29). La mitad de las viviendas de la
ciudad, asignadas al monarca, sumaban 1.492 habitadas y 494 vacías. Po-
demos, pues, suponer que el número aproximado de las de la capital is-
leña en el siglo XII era de 178 + 2 (1492) + 2 (494) == 4.250. Como 18
superficie intramuros medía 899.725 metros, a cada vivienda, incluida la
parte proporcional de espacios libres, correspondían 211,70 metros su-
perficiales.
No conocemos datos de otras ciudades que permitan comprobar o rectifi-
car estos cálculos. Él tercio de la suma de las tres cifras obtenidas para
las viviendas y los espacios correspondientes de calles, plazas, jardi-
nes, etc., de la alcazaba de Málaga -151,61-, de esta misma ciudad
--153,49- y de la de Mallorca -211,70- es de 172 metros superficia-
les (30). Será la adoptada para evaluar el número de casas y habitantes
cuando tan sólo se conoce la extensión superficial intramuro.

Número de habitantes de cada vivienda.

Si suponemos que, como antes se dijo, en la mayoría de las casas vivía


una sola familia, caso el más general (31), resta fijar, para resolver con
cierta aproximación el problema, el número medio de habitantes de cada
familia y vivienda, factor muy impreciso y variable, de difícil determina-
ción con probabilidades de relativa exactitud por falta de datos.

Repetidos testimonios de los siglos XV al XVII, dicen que moros y moris-


·cos eran muy fecundos, mucho más que los cristianos. Escasas son las
noticias existentes acerca de las familias hispanomusulmanas, entre ellas
el de número de mujeres de los casados. Los hombres de clase media y

(29) Piferrer y Ouadrado, Islas Baleares, p. 116.


(30) Prescíndase de las cifras decimales.
(31) Tan buéin conocedor de la civilización 1hispanomusulmana como es el señor Lévi-
Provern;:al así lo afirma, aunque con algunas reservas: «Comúnmente, la casa no alber-
gaba más que a una sola familia; pero entre las clases más pobres de la población podía
suceder que un matrimonio no dispusiese más que de una habitación, lo cual suponía
la permanente promiscuidad de los arrendatarios, y era fuente de disputas y altercados
entre vecinos» (Lévi ..Provenval, España musulmana, t. V, Hist. Esp. Men. Pida~. p. 267).

101
los de condición humilde, es decir, la mayoría: tenían una sola mujer (32):
fa pequeñez de las Gasas parece comprobarlo. El número mayor de mujeres
-esposas legítimas y esclavas- de los varones de posición holgada y,
como consecuencia, el de descendientes y servidores, quedará compen-
sado en el cálculo con la mayor extensión superficial de sus vivienda3.
Veamos algunos datos capaces de orientarnos sobre el número medio de
miembros de cada familia. La Crónica de don Juan 11, de Fernán Pérez de
Guzmán, fija en 2.528 el número de habitantes musulmanes salidos de An-
tequera cuando su conquista en 1410 por el infante don Fernando; de ellos,
895 eran hombres de pelea, 770 mujeres y 863 niños (33). Para calcular
el número de jefes de familia que había entre los combatientes, se fijará
la misma proporción que guardaban unos y otros en Ronda, según Diego
de Val era -700 y 1.200, respectivamente- (34), lo que supone para An-
tequera 522 jefes de familia y está compuesta, por término medio, de cin-
co individuos.

Anteriormente se dijo cómo los cronistas de los Reyes Católicos calcu-


laban que en Málaga había cuando su conquista más de 3.000 vecinos y
una~ 15.000 almas. Conforme a estas cifras, la unidad familiar media sería
también de cinco personas.

Alhama, conquistada en 1482 por el marqués de Cádiz, afirma el cura de


los Palacios tenía 600 vecinos; en esa ocasión murieron 800 moros varo-
nes y algunas moras y fueron capturadas 3.000 ánimas, poco más o menos,
entre chicos y grandes (35). Su población sería, pues, de unos 3.700 ha-
bitantes, lo que supone algo más de seis por familia.

Conjugando estos datos del número aproximado de individuos que inte-


graban la familia de tipo medio de Antequera, Málaga y Alhama, puede asig-
nársele el de seis m.iembros, que será también el de habitantes de cada
vivienda. La densidad correspondiente por hectárea es de 348 in··
dividuos (36).

(32) lbidem, p. 399.


(33) Crónicas de los reyes de Castilla, 11, LXVIII, p. 331.
(34) Valera, Crón. de los Reyes Católicos, p. 189.
(35) Bernáldez, Hist. de los Reyes Católfoos, t. 1, p. 151.
l36) Las cifras de densidad humana por unidad superficial hay que manejarlas con
mucho cuidado por su enorme variación; es peligroso sacar consecuencias de ellas.
París, en el reinado de Luis Felipe, tenía 150 habitantes por hectárea y en 1896 su media
era 'de 3·21·; Roma•, en 1944, 400. Ein el Marnakus actual, los barrios de Guéliz, la madlné!J y
el mallah (!barrio judío), tienen, ·r'especNvamente, 35, 450 y 1.350 habitantes por hec-
tárea (P. Plarnand, Oue1lques renseignements statistiques sur la population israélite du
sud marocain, p. 386). Ferdinand Lot calcula una densidad para las ciudades medievales
de Occidente de 200 a 300 habita,ntes por hectárea.

102
Como consecuencia de los cálculos anteriores llegamos, pues, a asignar
una superficie de 172 metros a la vivienda media y de seis personas a los
que la habitaban.

Vamos a realizar un cáfoulo matemático con unos datos muy imprecisos;


excusado es decir que los resultados obtenidos tendrán únicamente un
valor de aproximación. Después de un estudio m'inucioso del problema se
llega a la cone:lusión de que el error será casi siempre inferior al 33 por
100 y nunca excederá del 50 por 1OO. Conclusiones más firmes pueden
deducirse de la comparación de las superficies intramuros, basadas en
datos exactos, aunque casi siempre incompletos, como ya se dijo, pues
ignoramos el número de las viviendas emplazadas fuera de la cerca y el
de las aisladas en sus alrededores inmediatos. Salvo en casos muy excep-
cionales, puede asegurarse que nunca llegarían a la mitad del área murada.
Las cifras de densidad urbana de habitantes y viviendas así logradas, par-
tiendo de la superficie media de las últimas conviene compararlas con las
muy escasas del número total de casas y de habitantes dadas por antiguos
cronistas e historiadores de los más dignos de crédito. Adelantemos que
los resultados a los que se llega por ambos procedimientos no difieren
mucho, lo que comprueba la virtud rnlativa del primero.

Las conclusiones obtenidas servirán, por lo menos, para desechar de ma-


nera definitiva las cifras que arbitrariamente y sin ningún fundamento se
siguen repitiendo por rutina, copiadas de escritorios de hace siglos, sin
reflexionar sobre su imposibilidad.

Recientemente ha escrito un destacado historiador español que Córdoba


tuvo en el siglo X 500.000 habitantes. Otros, también en fecha cercana,
dan la cifra de 400.000 para los de Granada en el siglo XIV y la de 100.000
prisioneros musulmanes cogidos en Ubeda en 1212, al rendirse esta ciu-
dad a las tropas de Alfonso VIII después· de la batalla de las Navas de
Tolosa. Prescindiendo de las dificultades de alimentación y transporte
de esas grandes masas humanas, veamos la superficie que ocuparían ciu-
dades con tan crecido número de habitantes para la Edad Media. Si se
aplican las cifras obtenidas de 172 metros superficiales para la vivienda
media y de seis personas residentes en ella, una ciudad de 100.000 almas
tendría 16.666 casas y ocuparía un espacio de 2.866.552 metros cua-.
drados, o sea, algo más de 286 hectáreas, con densidad, por esta unidad
superficial, de 58 viviendas y 348 habitantes. Si se supone esa urbe ideal
de planta cuadrada, los lados de su perímetro medirían poco menos de
1.700 metros, distancia también entre dos puntos opuestos del contorno,
y la longitud tota l de sus muros sería de seis kilómetros y medio. El mismo
1

103
cálculo aplicado a una ciudad de 500.000 habitantes, también de planta
cuadrada, representa 3.700 metros, para distancia entre dos puntos opues-
tos del perímetro y 14.800 metros para éste.

Exceptuando Córdoba en el siglo X, cuya superficie no es posible calcular


-probablemente tuvo alrededor de los 100.000 habitantes-, las restan-
tes grandes ciudades de la España musulmana, Sevilla, Granada, Toledo,
Mallorca, Almería, Badajoz, Edja, Zaragoza, Jerez de la Frontera, Valen-
cia, Jaén, Murcia, Málaga y Ubeda, quedaban bastante lejos de tal cifra
de población. Gráficamente puede cualquiera comprnbar'lo con rapidez
examinando planos actuales de esas urbes en los que figuren sus re-
cintos medievales (37). Aún teniendo en cuenta las diferencias de den-
sidad entre las ciudades hispanomusulmanas y las modernas -muy va-
riables y no siempre del mismo signo- se ve que las últimas rebasan
ampliamente el núdleo árabe, encerrado hoy en su interior como célula
inicial del área urbana.

(37) Consúltense además de los planos que acompañan a este estudio, la carpeta
de planos de ciudades españolas de la obra del malogriaido arquiteicto alemán Oskar
Jürgens, Spanische Stadte. Sus planos están todos a la misma escala de 1/5.000 (equi-
vocadamente figura en ellos la de 1/10.000), lo que permite comparar su superficie.

104
DEMOGRAFIA COMPARADA DE LAS CIUDADE& HISPANOMUSULMANAS
Y DE LAS EUROPEAS MEDIR:\! AlES

Si en el siglo X apenas podemos referirnos en el aspecto urbano a otra


ciudad de al-Andalus que a Córdoba, en e.I siguiente ya hay noticia de
varias prósperas, cuyo perímetro de muralla se conoce, lo que permite
deducir su superficie intramuros y el número aproximado de sus habitan-
tes. Excepto algunas de vida casi exclusivamente industrial y comercial,
como Almería, las más importantes y populosas estaban asentadas en
vegas de fácil riego. Primeros núcleos de importancia en el resurgir urbano
de 'la Europa occidental, di,sfrutaban en la época de los rey,es de taifas y
bajo e,I dominio almorávide (siglo XI y primera mitad ·del XII) de una com-
pleta economía, merced a su gran desarrollo agrícola, industrial y mer-
cantil.
Ciudades ricas las poblaban un número de habitantes mayor que el que los
modernos· historiadores calculan para las incipientes contemporáneas de
los restantes países occidentales. Eran centros de una civilización avan~
zada, mercados permanentes y prósperos, alimentados por una industria
floreciente. Sus elevadas murallas circundaban un denso y apretado case-
río, extendido al pie de vastas y fuertes alcazabas, con lujosos alcázares
en su interior, numerosos zocos bien abastecidos, abundantes baños y
alhóndigas (fanadlq) y casas y palacios que causaban la admiración de los
visitantes extranjeros. Algunos tenían ceca o casa de moneda en la que
se acuñaban dinares, es decir, monedas de oro.

Habitaban esas ciudades príncipes, titeratos, hombres de letras y de


ciencias, labradores consagrados al cultivo de la vega inmediata, y menes-
trales, tejedores, alcnlleres, orfebres, curtidores, peleteros, etc., cuyos
productos vendíanse en múltiples zocos y en abundantes tiendas; en unión
de otros agrícolas exportábanse a las ciudades del norte de Africa y del
oriente mediterráneo, sobre todo a las islámicas por la comunidad de lengua
y religión y el precepto alcoránico de la visita a la Meca. Desde fines del
siglo XI contribuían a intensificar sus comunicaciones marítimas comer-
ciales las navíos de las repúblicas italianas de Génova y Pisa.

105
A fines del siglo X corresponde el max1mo desarrollo de Córdoba, no
traducible en su área urbana por desconocerse los límites de sus barrios
exteriores. Almería alcanzó máxima extensión -79 hectáreas- bajo el
señorío de Jayran (murió el año 419 / 1028); el recinto de Málaga encerraba
37 hectáreas antes de terminar el siglo XI y en la primera mitad del
siguiente se extendía por dos arrabales extramuros, manteniéndose así
hasta su conquista por los Reyes Católicos en 1487; la cerca de Granada
circuía a la muerte de iBadTs (467 / 1075) 75 hectáreas; las sup erficies
intramuros de Toledo, Mallorca y Valencia eran, respect,ívamente, a fines
del siglo XI, 106, 90 y 44 hectáreas; .dentro de la cerca de Zaragoza había
en 1118, al adueñarse de ella Alfonso el Batallador, 47 (sus murallas se
levantarían sobre las romanas en el siglo X ó en el XI), y poseía dos arra-
bales exteriores. Las murallas de Sevilla, levantadas por los almorávides
en la primera mitad del siglo XII, circuían 187 hectáre as; las de Badajoz,
1

Ecija y Jerez de la Frontera, obra las de las tres de los almohades en la


segunda mitad de dicho siglo, 75, 56 y 46, respectivamente.

Con arreglo a los qálculos anteriores, esas superficies intramuros suponen


unos 37.000 habitantes para Toledo; 27.000 para Almería; 26 .000 para Gra-
nada; 25.000 para Mallorca (ciudad más tarde llamada Palma); 17.000 para
Zaragoza; de 20.000 a 15.000 para Málaga ; 15.500 para Valencia; 83.000 para
Sevilla; 26.000 para Badajoz; 18 .000 para Ecija y 16 .000 para Jerez de la
Frontera.

A fines del siglo XI y comienzos del XII había pues, en la España musul-
mana, por lo menos nueve -Córdoba, Sevilla, Toledo, Almería, Granada,
Mallorca, Zaragoza, Málaga y Valencia- ricos y populosos centros de civi-
lización urbana muy desarrollada, cuyo recinto murado ocupaba más
de 40 hectáreas y su población excedía de las 15.000 almas.

Para encontrar en la · misma época ciudades semejantes y aún mayores


había que acudir a las comarcas del otro extremo Mediterráneo, a Constan-
tinopla , la más poblada de su cuenca, cercana, en los siglos X y XI, según
unos cálculos , al millón de habitantes , mientras otros estiman su pobla-
ción en 250 .000 a 350.000 y aún en 100.000 (1); a El Cairo fa1imí (958 / 1171
J. C.) cuyas murallas comprendían unas 140 hectáreas y su población
alcanzó en el siglo XI 300.000 almas, de las que la mitad habitaban en el
interior de su cerca (2).

(1) A. Andréades - De fa ipopulation de Constantinople sous les empereurs byzantins,


pp . 68-112- da la cifra del millón de habitantes para Constantinopla . Ferdinand Lot, La fin
du monde antique et le début du Moyen age, pp . 81 y 517, la cree enormemente exagerada
y estima que no· pasaría de 250.000 a 300.000. Rob erto López la rebaja todavía más, e n la
alta Edad Med ia, •hasta 100.000 (Laca rra , Panorama de la historia urbana, pp. 408-409).
(.2) Le Caire, por Clerget, 1, pp. 126 y 238-239 .

106
Por los mismos años, en el resto del mundo occidental apenas si empe-
zaba a acusarse un pobre o incipiente desarrollo urbano.
Tras la espléndida civilización urbana del imperio romano, el occidente
europeo pasó por largos siglos de decadencia. Interrumpidas en gran
parte durante ellos las comunicaciones, casi muerta la industria y extin-
guido el comercio entre lugares distantes, despobláronse las ciudades,
faltas de sus veoinos artesanos y mercaderes, reducidas exdusivamente
a centros religiosos y políticos de carácter semirrural.
La gran declinación de la vida urbana dio lugar a una economía de tipo
agrario. La actividad municipal, afirman modernos historiadores, extinguióse
rápidamente, salvo en las ciudades de la Italia del mediodía y en Venecia,
en las que pudo subsistir gracias al tráfico con Bizancio, cuya civilización
no conoció eclipse en el tránsito del mundo antiguo al medieval. Dentro
de la larga etapa aludida, el período carolingio, mediados del siglo VIII a
comienzos del X, representó la máxima decadencia, una de cuyas manifes-
taciones más notorias fue la interrupción de las acuñaciones de monedas
de oro, sustituidas por las de plata a partir del siglo IX. No se reanudaron
en el occidente europeo -claro símbolo de su renacimiento económico-,
excepto en la Península Ibérica, hasta el siglo XIII; en Francia, en el reinado
de San Luis (1226-1270), al mismo tiempo que Florencia, comenzaba a
acuñar sus florines y sus ducados Venecia.

A partir de fines del siglo X, en el siguiente y, sobre todo, en los XII y XIII,
época de tranquilidad y orden relativos, en la que se forman y organizan
algunos Estados europeos, hubo un verdadero renacimiento, que pudiera
llamarse románico, nombre del arte internacional al que dio origen y con
cuyo brote y desarrollo coincide. Las gentes volvieron a desplazarse, a
caminar impulsadas por razones mercantiles o religiosas -peregrinaciones
y Cruzadas a Oriente, estas últimas a partir de 1096-; empezaron a desa-
rrollarse las industrias; cultivóse mayor extensión de tierras para alimentar
a una población creciente. Con la mejoría económica surgieron nuevas
agrupaciones humanas -al pie de las fortalezas, en torno a santuarios y
monasterios; en los puertos naturales de las costas; en los vados y en la
confluencia de los ríos; a lo largo de las rutas geográficas, políticas y reli·
giosas y en sus cruces- e incrementóse considerablamente el número de
habitantes de las antiguas, hasta convertirse varias de ellas, a partir del
siglo XII, en grandes ciudades que, como las romanas imperiales, eran, a
la vez, importantes centros de comercio, .mercados permanentes y focos
de artesanía industrial.

Los problemas suscitados en torno a estos hechos tan sucintamente ex-


puestos, singularmente los demográficos y económicos, despiertan

107
mente singular interés, por estimarse que los cambios de densidad de la
población, lo mismo que las flüctuaciones de su riqueza, constituyen uno
de los capítulos esenciales, tal vez el más importante, de la historia econó-
mica y social y, por tanto, política de la Edad Media (3).

El tránsito de la refinadísima civilización del Imperio romano, con sus


numerosas y grandes ciudades monumentales y perfectamente urbani-
zadas, a la vida primitiva y rural de los primeros siglos medievales, es fenó-
meno histórico que ofrece un dramático interés. En el fondo de toda con-
ciencia alerta anida la sospecha de que el hecho pueda repetirse con
características de mayor universalidad; las grandes urbes actuales, de
magnitud monstruosa bastantes de ellas, pudieran convertirse rápidamente
el día de mañana en inmensos campos de ruinas, piadosamente envueltos
en un manto de vegetación parásita, en los que algunos montículos señalen
el emplazamiento de los edificios más importantes y elevados que fueron
orgullo de nuestra civilización.

Los historiadores consagrados actualmente al estudio de estos problemas,


reconocen el despertar de la actividad comercial en el occidente europeo,
en la Edad Media, a partir, como antes se dijo, de fines del siglo X y más
acusadamente en el XI, a lo largo de las costas italianas, sobre todo fm la
parte norw de,esa península (4) y en las regiones flamencas y la zona entre
el Escalda, el Mosa y el Rin. Las repúblicas de Venecia, Pisa y Génova
crearon marinas dedicadas al tráfico comercial, lo mismo con los puertos
cristianos que con los musulmanes, y a expediciones militares, a sueldo
o tras el incentivo del botín. Las Cruzadas, al producir en los últimos años
del siglo XI y en los siguientes considerable aumento de tráfico, singular-
mente del marítimo mediterráneo, contribuyeron a su prosperidad. Las
tres ciudades de la península Itálica citadas, Palermo a fines del siglo XI y
Florencia algo más tarde, se acrecentaron y enriquecieron, además, por

(3) Jean Helperin, Les Transformation économiques aux Xlle et Xllle siecles,
p. 21. Para Marc Blooh, Les caracteres originaux de fhistoire rurale fran~aise, p. 17,
el renacimiento urbano y económico de'! Occide-nte de los siglos X al XIII fue el hecho
de consecuencias más trascendentales en la historia. de la civilización europea. Génicot
ha escrito en fecha reciente que hay pocos problemas históricos tan importantes corno
el del incremento demográfico medieval (Sur les témoignages d'accroissement de la po·
pulation en Occident du Xle au 1Xllle siecle, por 1Leopold Génicot, p. 462).
(4) Algunos eruditos italianos creen que el aumento demográfico comenzó en su
país en e I siglo X (G. Luzzatto, Storia económica d'ltalia, Vol. 1, p. 212; P. Torelli, Un co·
1

mune cittadino in territorio ad economia agricola, 1, pp. 151 'Y sigs.; R. López, Les influen·
ces orientales et l'évei'I économique de l'Occident, apud Cahiers d'Histoire mondiale, 1,
p. 597).

108
su eficaz organización comercial, sus recursos financieros y sus técnicas
industriales (5).

También poseían flotas para la exportación de sus tejidos, base de su


gran aumento y riqueza, las ciudades flamencas. Se desarrollaron pronto
Arras, e lprés, al mediodía; Gante, hacia Alemania; algo más tarde, Brujas.
Todas ellas, lo mismo que algunas francesas, no alcanzaron hasta fines del
siglo XII, y singularmente en el XIII, categoría de grandes centros urba-
nos (6).

De las ciudades europeas, !las comprendidas entre los valles del Loire
y del Rin conocieron una precoz_ actividad industrial y comercial. La cons-
trucción de su recinto murado supone un cierto desarrollo y las dio carácter
urbano. Las fortificaciones no consistían con frecuencia en muros de piedra
o tapial, como en las ciudades hispanomusulmanas; reducíanse a un foso
y un parapeto tras él levantado con la tierra procedente de su excavación,
provisto de empalizadas de madera y con puertas de mayor solidez y per-
manencia. Colonia estaba fortificada parcialmente en 948; Namur, en la
que se desarrolló una próspera industria metalúrgica, en 933; el primer
recinto de Lieja se erigió antes del año 1002. En los siglos IX y X las ciu-
dades comprendidas entre los citados valles del Rin y del Loire tenían una
superficie reducida de tres a cuatro hectáreas; París apenas llegaba a nueve.
La superficie del castrum de Gante, cuyo recinto databa de comienzos del si-
glo X, era de cuatro Ha. 75 a.; el de Douai, de fines del anterior o de los pri-
meros años del siguiente, tenía cuatro Ha. 80 a. En Brujas, la cerca, obra
probable de 977, abarcaba algo menos de tres Ha. 75 a. A fines del siglo X,
la superficie comprendida dentro de las murallas de Lovaina apenas llegaba
a las cuatro Ha. 77 a., y la intramuros de Amberes era de unas dos Ha. 80 a.

En el siglo XI, el recinto de Reims comprendía de 20 a 30 hectáreas; París


y Rouen, algo menos; Soissons, 12; Beauvais, 10; Arras, nueve; Amiens,
unas ocho; Sonlis, seis; Tournais, cuyo desarrollo, como el de las otras ciu-
1

dades de la cuenca del Escalda, se debió a la industria y comercio de los


paños, y su recinto urbano se levantó entre 1054 y 1090, 14. Las murallas que
protegían casi todas estas ciudades eran las de los últimos y turbados tiem-
pos del Imper.io romano, reparadas y reconstruidas siguiendo su mismo perí-
metro. También en el siglo XI, antes de 1089, se levantó una nueva cerca en
Brujas, que circuía 80 Ha. 25 a., y, antes de terminarse esa centuria, las de

(5) 1Rapport de M. A. Sapo14i, pp. 283, 289-292.


(6) Les Villes du Moyen Age, por Henri Pirenne, pp. 17, 90-91 y 119. Excelente e~po­
sición resumida de estos problemas en fa obra de Charles Verlinden, lntroduction a
l'histoire économique généralie, pp. 23, 42 y 45-53. La bibliografía es extensísima y aumen-
ta a diario.

109
los centros industriales de Gante, encerrando 80 Ha., Douai y probablemente
lprés. El primer recinto urbano de Basilea parece haberse construido ha-
cia 1080; su perímetro era de dos kilómHtros. En Besan9on, el vicus burgi
se fortificó al fundarse a mediados del siglo XI (7).

El aumento demográfico urbano acusóse sobre todo en la Europa occidental


consecuencia de la expansión marítima, económica y militar afirmada a
partir de los comienzos del siglo XII para continuar rápidamente y sin
interrupC'ión hasta fines de.I XIII (8), merced a diversas circunstancias eco-
nómicas y políticas que produjeron un renacimiento industrial y mercantil
reflejado en la vida y economía urbanas. El siglo XIII fue el del apogeo
de las grandes ciudades en Italia, en Flandes y en Francia; algo posterior-
mente, y en más reducidas proporciones acrecentáronse las inglesas y ale-
manas. Génova y Venecia, al termihar el siglo alcanzaron los 100.000 habi-
tantes; durante el mismo, la población de Milán se calcula era de 175.000
a 180.000 almas; Paleirmo contaba más de 50.000 (9); 30.000 Nápoles;
25.000 Mesina. Florencia no alcanzó hasta 1280 los 45.000 ( 1O) y Padua.
un año después, tenía aproximadamente 39.000. De las ciudades de los
Países Bajos, Pirenne calcula para lprés en los años finales del siglo XIII,
en plena prosperidad industrial, unos 20.000 habitantes.

El gran acrecentamiento de las ciudades europeas tuvo lugar, pues, en el


siglo XIII, cuando ya el ~spléndido desarrollo urbano de las islámicas espa-
ñolas era un recuerdo. Al pasar en ese siglo y en el anterior a manos
cristianas varias de las más importantes, interrumpióse su vida económica
con la expulsión de sus pobladores musulmanes, mientras las de los
restantes países europeos seguían su marcha ascendente, sin soluciones
de continuidad, hasta el siglo XIV, en el que cesó el aumento demográfico
de casi todas, a causa de terribles epidemias, entre ellas la famosa peste

(7) F. L. Ganshof, Etude sur le développement des villes entre Loire et Rhin au
moyen age, ipp. 17, 35-38, 45 ry 58; Rerdinand 1Lot, Naissance de lla ,france; Pirenne, La civi-
lisation ocoidentale, p. 148; F. ve.rcauteren, Etude sur 1les civitates de la Belgique seconde;
Charlles Ve1rnnden, t'histoire urbaine dans la Péninsule .tbérique, apud Rev. 'Beige de
Phi!ol. et d'Hist., XV, p. 1145.
(8) Pireinne, La civilisation occidentale, pp. 62-63.
(9) Se.gún lbn Hawqal de Bagdad, cuy,a obra Al·masaltiik wa~l~mamaliik, que parece ha-
berse redacta1do ·en fecha anterior a 3,57 /977, Palermo en el siglo X tenía unos 300.000
habitantes y en número de mez.quitas tan sólo la excedía Córdoba (de Goeje, Bib. Geogr.
Arab,, 11).
(10) o,aividsohn, Forschungen zur Geschichte von Flo11enz, 11, segunda parte, p. 171.
La cita es indirecta, por no haber ipo&do consultar esta obra.

110
negra de 1348-1349, guerras continuas y perturbaciones sociales. En .la
Península Ibérica tal vez únicamente Valencia en ese siglo, entre las
ciudades de abolengo islámico, merced al auge del comercio marítimo
mediterráneo, y Granada, por su nueva condición de capital de un reino
en la que se reconcentraban los musulmanes barridos por las conquistas
cristianas, acrecentaron población y superficie urbana.

111
11

RC~ÁNI ION LAS IU s

SUMARIO

l. Asentamiento: el solar.__,11. Disposición general de la ciu-


dad.--:-foquema de su estructura.__,Fragmentación urbana.-UI.
Los contornos urbanos.-Ciudades extravertidas y ciudades in-
tro\t<ertidas.--'Los ,contornos (Córdoba, Toledo, su vega y la Huer-
ta del Rey, Valencia, Sevilla, Baza, Guadix, Málaga, Granada,
otras ciudades) .-<IV. La medina, los arrabales y fos barl'lios.-
La medina.-Los arrabales.-Arrabales sin cerca.--Número de
arrabales.--<Mancebías.-V. Mozarabías.__,VI. Juderías.
ASENTAMIENTO: El SOLAR

Puede definirse el asentamiento como el conjuntó de condiciones topo-


gráficas locales que dan a la ciudad su forma e influyen en su plano y de-
sarrollo.

En páginas anteriores se vio cómo el lugar que ocupan las escasas ciudades
fundadas por los musulmanes .en la Península Ibérica, no obedeció a prefe-
rencia ni principio general alguno, y sí tan sólo a voluntad personal o a ne-
cesidades transitorias y locales. La inmensa mayoría de las ciudades de
la España islámica, de muy antigua fundación, fueron muchas de ellas en
su origen poblados indígenas. Hay una ley de permanencia de la ocupa-
ción humana, en virtud de la cual todo lugar poblado muestra una resis-
tencia grande a desaparecer, a pesar de que las circunstancias convier-
tan en inhabitab1le su solar y que depende tanto de la tradición urbana
como de los factores vitales creados en torno a su comarca. En algunas
regiones abundan los despoblados, pero casi todos fueron alquerías, cor-
tijadas y aldeas que no llegaron a adquirir categoría urbana.

La vieja ascendencia de muchas de las ciudades hispanomusulmanas es


causa de que su asentamiento responda casi siempre a. primordiales ra-
zones defensivas. Gran número de ellas se extienden por las laderas de
cerros escarpados cuya cumbre ocupaba el castillo o alcazaba. El río o
arroyo que con frecuencia pasaba a su pie constituía un excelente foso na-
tural y a su borde se levantaba la muralla. Tal era el caso de Guadalajara,
Laja, Antequera, Niebla, Montilla, Lorca, Tudela, Lérida, Badajoz, Orihuela,
Oal'at 'Abd al-Salam y de tantas otras. Cuando el río formaba un meandro
rodeando en gran parte una colina, la ciudad asentada en ésta podía con-
siderarse inexpugnable si se cerraba con una fuerte muralla al istmo de
acceso. Tal es el caso bien conocido de Toledo. situada sobre un acciden-
tado peñón granítico, circundado en dos terceras partes de su perímetro
por la áspera y profunda hoz del Tajo; de Albar:racín (Teruel), a la que
casi rodea el Tur.ia; de Arcos de la Frontera (Cádiz), en la cumbre de una

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El cerro en el que e~-tuvo asentada Oal'at Abd al Salam (Alcalá la Vieja). A su pie, el Henares;
en lo alto, algunos restos de la cerca, y abajo, en primer término, la ermita de Nuestra Señora
del Val. (Foto aérea L. Filial Ruiz de León.)

roca elevadísima, abrazado por el Guadalete (1), de Buitrago (Madrid),


en un meandro del Lozoya.

Optimas condiciones defensívas tenía también el solar situado en la con-


fluencia de los dos ríos, fosos naturales que impedían su acceso al ene-
migo. En ellos se situaron ciudades romanas, como Lancia (León) «la pu-

(1) «Abraza a esta ciudad y elevada roca el río Guadalete por la mayor parte de
su 'Circunferencia, abriéndose paso con estrechuras, y por una formidable profundidad»
(Ponz., Viaje de España, XVH; pp. 285•286).

117
jante y mayor ciudad de astures, último reducto de los españoles contra
Roma» (2), en un alcor escarpado en la confluencia del Esla y del Porma;
Calsena (Cádiz), desaparecida, igual que la anterior, en la de,I Guadalete
y el Majaceite; Segovia, en el vértice que forman al unirse el Eresma y el
Clamores; Coca (Segovia), entre el Voltoza y el Eresma; Peñafiel (Valla-
dolid) entre HI Duero y eil Dúratón; Arévalo (Avila), .entre el Adaja y el Ar:e-
valillo; Haro (Logroño) entre el Ebro y el Tirón; Cofrentes (Valenci-a) en la
confluencia de los ríos Gabriel y Júcar. Ciudades islámicas fueron Cuen-
ca, asentada en un áspero cerro rocoso a cuyo pie se une el ~úcar y el
Huécar, ambos de hondos cauces; Huelva, cuyo solar bordean las aguas del
Odiel y del Tinto; y Sevilla, protegida a poniente por el gran Guadalquivir
y al sur por el foso del humilde arroyo Tagarete, hoy oculto, que desem-
bocaba en aquél, poco más abajo d~ l.a Torre del Oro.
Más protegida estaba Alcira (Valencia), pues, como su nombre lo indica
ocupaba una isla en el centro del Júcar. Aunque Algericas (Cádiz) conservó
ese nombre genérico árabe que correspondía a una pequeña isla inmediata,
la ciudad asentóse en tierra firme, a la orilla del mar.

En casi todas las ciudades en las que no existían ríos que s1rv1eran de
foso a sus murallas, se utilizaban barrancos que, al dificultar su aproxima-
ción, favorecían la defensa desde torres y adarves. En Almería, por ejem-
plo, se ve bien cómo las sucesivas ampliaciones urbanas se extendieron
siempre hasta· el borde de barrancadas.

Algunas ciudades, excepcionalmente, ocuparon la cumbre más o menos


plana de una enorme roca, destacada, dominando como fortaleza natural
un valle, llanura o campo en torno. Tal es el caso de Morella (Caste-
llón), en Levante; de Atienza (Guadalajara), en Castilla; de Ardales (Mála-
ga), en Andalucía.

A veces la colina en cuya falda se extendía la ciudad no estaba aislada;


formaba parte de un sistema orográfico con otras alturas inmediatas desde
las que era posible combatir y dominar el interior murado de Ja agrupación
urbana. En tal caso, de complicado relieve e'l solar, era necesario incluir
en el interior de la cerca esas alturas dominantes. El ejemplo más conoci-
do es el de Granada: la ciudad con su Alcazaba ocupaban en el siglo XI
una colina en la margen derecha del Darro; el crecimiento urbano en los
dos siguientes obligó a integrar en el recinto murado Ja colina frontera de
Ja Alhambra, en la que de antiguo parece que existía una fortificación no
muy importante. De manera análoga, ,en Almería, la formación de nuevos

(2) Gómez Moreno: Catálogo monumental de España, Provincia de león, pp. 53-55.

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119
barrios en el siglo XI obligó a construir una muralla que dejase intramuros
la parte más elevada del cerro de San Cristóbal que los dominaba. Y en
Málaga, si el monte de Gibralfaro estaba lo bastant,e apartado de la ciudad
para que los flecheros no la produjeran daño desde su cumbre, en cuanto
en el siglo XIV comenzaron a difundirse las armas de fuego, de mayor al-
cance, fue necesario levantar una fortaleza en lo alto, unida a la Alcazaba
con un paso cubierto entre dos murallas.

Solar de más complicado relieve es el de Calatayud (Qql'at Ayyüb). Inme-


diata a una pródiga vega llave de varias vías naturales, ocupaba una si-
tuación estratégica inmejorable. La ciudad fundóse por los musulmanes
poco después de la conquista en un barranco moldeado por la erosión,· cuyo
fondo se aprovechó para calle principal que unía dos puertas opuestas de
la cerca. Esta hubo de encerrar las cumbres de los cuatro cerros que domi-
naban el barranco y la ciudad, en los que se levantaron otras tantas encum-
bradas fortalezas, descender al fondo de los dos barrancos que los sepa-
ran y volver a bajar hacia la vega y el río para dejar intramuros la parte
oriental llana, protegida también por el foso natural del río Jalón.

Más angosto aún era el barranco por cuyo fondo corría la calle mayor de
Daroca (Zaragoza), uniendo también las dos puertas más importante del
recinto. Las flanqueaban dos abruptas y elevadas colinas; las murallas,
de muy extenso perímetro, en gran parte sin poblar su interior, como
ocurría en Calatayud, en el que podrían encerrarse ganados en caso de
alarma, hubieron de trepar por las pendientes laderas para dejar intra-
muros sus cumbres.

Excepcional era el asiento de Ronda, «ciudad puesta sobre muy altos ris-
cos y peñas tajadas» (3), en la meseta de un cerro calizo, enorme peñasco
cortado a pico en gran parte de su contorno, perforado por el río Guadale-
vín (wadi al-laban), que se abrió estrecho y hondo cauce a través de él.
En la parte más meridional del peñón se asentó la ciudad musulmana, pro-
tegida al norte por el gigantesco tajo del Guadalevín, honda y estrecha
cava de un kilómetro de longitud y más de cien metros de profundidad en
algunos lugares. Su escarpe no es tan grande hacia el opuesto lado orien-
tal, pero sí lo suficiente para que quedase bien asegurada la ciudad
tras una muralla torreada. Finalmente, hacia mediodía el suelo del valle
va elevándose, la roca escóndese bajo la tierra y el acceso a la meseta es,
por más llano, menos dificil. Para guardar esa entrada, único lugar despro-
v1sto de grandes defensas naturales, emplazóse en ella un fortísimo alcá-
zar derribado después de la conquista cristiana.

(3) Vicente Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón, disc. VII.

120
El solar de Santisteban del Puerto (AstabTn, Jaén), famosa fortaleza muy
citada durante la sublevación de 'Umar b. Haf~ün, penosamente conquis-
tada en 313/925 por 'Abd al-Raf:iman 111, está rodeado de tres cerros;
el principal, el llamado El Castillo, mocho y de laderas escarpadas, tiene
en su parte alta una extensa meseta casi circular, de unos 200 metros de
diámetro, rodeada de fuertes murallas,· de las que arrancaban otras para
circuir la parte de la villa situada más abajo.

Asentada Játiva (Valencia) en uno de los accesos meridionales a la


puerta valenciana, en la vertiente meridional del monte Bernisa, áspera
y rocosa colina de cumbre alargada, fue preciso construir dos castillos en
sus extremos, desde los que bajaba la cerca a envolver y amparar la ciu-
dad vieja, situada en la ladera. Las ciudades marítimas, en el fondo de
ensenadas propicias al desembarco, extendíanse casi siempre entre una
colina no muy distante del mar, ocupada por la Alcazaba y la orilla, en cuyo
mismo borde solía alzarse la cerca.

Pero había lugares en los que la ciudad tenía forzosamente que extenderse
por terreno llano, al faltar accidentes naturales. Tales eran algunas ensena-
das favorables para el tráfico marítimo, como las que sirvieron de asiento
a Mallorca y a Valencia, florecientes ya en el siglo XI, más tarde llamada
la primera Palma. Esa situación, militarmente favorable, era obligada sobre
todo en los vados y lugares de paso de los más importantes ríos peninsu-
lares, en los que las agrupaciones urbanas constituían verdaderas forta-
lezas, «cabezas- de puente», como hoy se diría, que protegían el cruce del
río e impedían su cruce por los enemigos. En llano estaban -y están-
en la ruta medieval más pasajera de la Península, Zaragoza, con su puente
sobre el Ebro, y, Córdoba «la llana», como la califica el romancero, con el
suyo sobre el Guadalquivir. En terrenos también de aluvión, sin relieve
apenas, asentáronse Sevilla, al borde de ese último río; Mérida, junto al
gran puente del Guadiana; Talavera, cabeza de un puente sobre el Tajo,
aguas abajo de Toledo; Ecija, que defendía otro sobre el Genil y Mur-
cia, junto a uno de barcas sobre el Segura. En llano también estaban
Silves (Portugal) y Burriana (Castellón). Fortificaciones considerables te-
nían que suplir en estas ciudades de llanura la falta de accidentes naturales
aprovechables para su defensa que tan sólo favorecía el obstáculo del río
en una parte de su perímetro.

Si en ocasiones la razón militar y defensiva era primordial para el desa-


rrollo de una ciudad en lugar muy escaso o desprovisto de agua fluyente,
mal reemplazada entonces por la conservada en aljibes, con frecuencia,
como se dijo, la ciudad se asentaba al borde de una corriente de agua más
o menos copiosa, capaz de proveerla de elemento tan capital para la vida

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humana. Entonces las m.urallas acostumbraban descender hasta el mismo
borde del río o arroyo, para facilitar su provisión en caso de asedio y su
utilización para llenar el foso. En el interior de algunas ciudades, entre
ellas Uclés, Jaén, Archidona, !llora, Guadalajara y Játiva, brotaban fuentes,
a las que probablemente deben su remoto origen. Pero respecto a su apro-
visionamiento en agua lo más favorable para una ciudad era que un río de
fluir perenne atravesase su solar, como ocurría en Granada, Mallorca, Tarifa
y Algeciras (4). La corriente fluvial era también de gran utilidad para mover
las ruedas de los molinos.

(4) El río de Mallorca, que cruzaba la ciudad, según su Repartimiento, sería con
frecuencia una rambla sin agua alguna. Corris-ntes de agua intramuros tenían, según
ldrTsl (Description ... de l'Espagne, texto, 1p. 176; trad., p. 2112), Tarifa y Algeciras; la de
esta última -el río de la miel- separaba los cerros ocupados por la vieja Algeciras y
la fundada en el último cuarto del siglo XIII. En Fez, como en Granada, un río atraviesa
la ciudad y el agua se reparte por toda ella., como ocurría en la andaluza.

123
DISPOSICION GENERAL DE LA CIUDAD

Esquema de su estructura.
Antes de entrar en el análisis detenido de todos los elementos que inte-
graban la ciudad en su aspecto urbanD parece conveniente dar un rápido
vistazo a su organización, aunque se repita la descripción de varios de
aquéllos.

En la inmensa mayoría de los casos la ciudad hispanomusulmana estaba


formada por un conjunto apretado de edificios rodeados y protegidos por
una muralla que la separaba radicalmente del campo en torno. Excepciones
eran Pechina-Bayyana (Almería) y Murviedro (Valencia). La primera se
componía de barrios -~arat- dispersos en torno a una suntuosa mezquita
mayor hasta que hacia el año 271 /884-885, en el reinado del emir Mu~am­
mad 1, desembarcaron cerca de ella marinos andaluces aventureros que
1

convirtieron Pechina en una aglomeración única y levantaron una muralla


en torno ( 1). De Murviedro dice ldrTsT que la formaban aldeas bien pobla-
das rodeadas por jardines (2).

En· el caso corriente de ciudad amurallada, parte de su vida dependía y se


desarrollaba en sus contornos en los que estaban los sembrados de cerea-
les, las huertas y los pastos que proporcionaban alimentación a los vecinos
y a sus ganados.

En los alrededores de todas las ciudades solía haber con frecuencia en


las alturas vecinas, pequeñas ermitas o capillas -rabi~a. plural rawabi~,
palabra romanceada bajo las formas «rábita», «rápita», «rávida», abundan-
tes aún en la toponimia hispánica- en donde vivían ascetas entregados a
prácticas piadosas, a veces en compañía de algunos discípulos. Retirados
del mundo, intentaban ganar la vida eterna por el áspero camino de la
penitencia y la oración. Les rodeaba un ambiente de respeto y veneración.

(1) Lévi-Prorvenc;al,r' La Péninsule lbérique, texto, pp. 37-39; trad., pp. 47-49; Leopnldo
Torres Balbás, Almería islámica, pp. 416-425.
(2) ldrlsi, Descripti,on ... de l'Espagne, texto p. 191; trad .. p. 232.

125
«Y como los moros por la mayor parte son livianos, especialmente atribu-
yen fé a sus alfaquies, y tienen por santos a los que biven en los yermos
a manera de hermitaños», escribía Hernando del Pulgar a comienzos del
siglo XVI (3). El misticismo eremítico floreció intensamente en al-Andalus,
sobre todo a partir de fines del siglo XI, al desarrollarse los movimientos
religiosos de los almorávides, primero, y más tarde de los almohades. Al
morir los ermitaños- murabi~, plural murabi~in- acostumbrábase enterrar-
los en la misma rabi1a en la que habían vivido y en torno de los -sepulcros
de los de más radical ascetismo se propagó un culto popular de penitentes
y devotos que acudían a prosternarse ante su tumba. Al ir pasando el terri-
torio musulmán de la Península a manos cristianas, muchas de esas rábitas,
abandonadas, se arruinaron; otras fueron consagradas a personajes de
nuestro santoral, y a las plegarias islámicas sucedieron en el mismo lugar
las oraciones cristianas (4). Subsiste una rabi~a, modificada, la ermita de
1

San Sebastián, en las afueras de Granada, construida en el año 615/ 1218-


1219, al mismo tiempo que un alcázar grande a la orilla del río Genil, Oa9r
al-Sayyia, por el Sayyid ls~aq b. Yüsuf (5).

En las afueras inmediatas de la ciudad, en sitio llano, libre y despejado


-cuando fo había-, en campo raso, acostumbraba a estar la mu~alla u
oratorio al aire libre, llamado también en hispanoárabe sari'a. Tan sólo
necesitaba, además de suelo llano y extensión proporcionada al número de
pobladores de la ciudad, un mi~rab o nicho, provisional o permanente, a
veces abierto en un muro, que fijase la dirección hacia donde debían diri-
girse las plegarias.

La misma condición de suelo llano situado extramuros e inmediato a la


ciudad exigía la mu~ara, existente en las más importantes, lugar destinado
a ejercicios ecuestres, entrenamiento militar y esparcimiento público. A ve-
ces coincidía con la sarja y ambas solían estar próximas a algún cemen-
terio, situados siempre a la salida de la ciudad, extramuros y junto a las
puertas, lo mismo que en la civilización romana. El viajero que llegaba a
ella pasaba, pues, antes de ingresar en su interior, por la ciudad de los
muertos.

Protegía a la inmensa mayoría de las ciudades islámicas una cerca o mu-


ralla torreada, de tapial, mampostería o sillares, salvaguarda de sus habi-
tantes y de los de sus contornos, refugiados tras de ella ~n caso de alarma.

(3) Hernando del Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos, Vol. 11, p. 3114.
(4) Torres Balbás, Rábitas hispanomusulmanas, pp. 475-491; Oliver Asín, J., Origen
arabe de «rebato», «arrobdan y sus homónimos. Constribución al estudio de la historia
medieval de la táctica militar y de su léxico peninsular.
(5) Al-Hulal a'l-Mawsiyya, trad. Huici, 1p. 196.

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En al-Andalus tan sólo se cita una ciudad, la de Saltés, cerca de Huelva,
desprovista de esa protección, sin duda por su condición insular.

En el caso frecuente de ocupar la ciudad una colina o lugar escarpado, la


cerca seguía las líneas más pendientes del solar, bordeando los barrancos
y cauces del río o de los ríos inmediatos, aprovechados como fosos natura-
les. Acumulábanse las mayores defensas en las partes más llanas y acce-
sibles del perímetro, mientras que en las de imposible o difícil ataque, por
lo abrupto de su situación o por la eficaz protección de un río caudaloso
o la existencia de ambos accidentes físicos a la vez, conforme a un prin-
cipio de economía, construíase una muralla desprovista de torres y trazada
a veces en zigzag o cremallera para conseguir el flanqueo de los asaltantes
con ahorro de aquéllas. En Toledo, por· ejemplo, mantiénese buena parte de
la cerca de su frente septentrional, lindero de la vega, prueba de su solidez,
mientras en el resto del perímetro de pendientes rápidas sobre el meandro
del Tajo, apenas si quedan restos de murallas, cuya descuidada construc-
ción no resistió el paso de los siglos. Cuando la ciudad estaba a la orilla
de un río, ya fuese su solar llano, ya accidentado, el arranque del puente
quedaba siempre dominado por la muralla urbana, protegiendo su paso e
impidiendo el de los enemigos. Una barbacana o antemuro, a la que cir-
cundaba un foso, reforzaba casi siempre las defensas.
La parte más eleváda del solar ciudadano lo oc~paba la Alcazaba o ciuda-
dela, recinto murado de regular extensión, máxima fortaíeza, última defensa
y ·pequeño barrio en el que se levantaba el palacio o alcázar, residencia
del príncipe o señor de la ciudad y la comarca. La situación de la alcazaba
siempre era en la periferia de la cerca general, con objeto de poder aban-
donarla sin pasar por las calles. Prudente medida de aislamiento respecto
a la plebe urbana, no guardada en general en las ciudades cristianas; había
que contar no sólo con el enemigo exterior, sino también con el de intra-
muros, según aconsejaba la experiencia histórica.

El número de puertas de la cerca- estaba en relación directa con la impor-


tancia de la ciudad. Los ingresos situados en lugares o puestos del recinto,
quedaban unidos por calles que eran las arterias más importantes de la
aglomeración urbana. De dichas puertas arrancaban los caminos hacia las
ciudades populosas, más o menos lejanas, con las que mantenía mayor
relación y de las que con frecuencia recibían nombre. Las puertas formaban
en ocasiones en su interior uno o varios recodos, disposición heredada de
la arquitectura militar bizantina, para dificultar el acceso intramuros del
asaltante, rara vez empleada en las urbes cristianas medievales.
Cuando intramuros no brotaban manantiales o no la cruzaba un río, un
lienzo de muralla terminado en un torreón descendía hasta la corriente de

128
agua o fuente prox1ma. Torre y muro llamábanse coracha, con nombre
árabe romanceado; su función era facilitar el abastecimiento de agua al
estar la ciudad sitiada.
La cerca, costosa y larga de construir, era un cinturón permanente dema-
siado rígido para las variaciones demográficas. Al crecer la ciudad se iban
formando arrabales a su alrededor, condicionados por la topografía y la
vi.da urbana. Cuando_adquirían cierta extensión, rodeábanse con una mu-
ralla independiente, manteniendo con frecuencia la parte de la cerca del
núcleo primitivo medianera con ei arrabal. La urbe quedaba, pues, formada
por la alcazaba, sólidamente fortificada, sede del gobierno en la parte más
elevada del solar; otro recinto más amplio, extendido a su pie y abrazado
por murallas que arrancaban de aquélla, núcleo que adquiría categoría y
nombre de «medina» al estar cercado y poseer una mezquita mayor, y de
varios arrabales periféricos independientes y relativamente autónomos,
poblados a veces por gentes del mismo orig~n o consagradas a la misma
función social. Cada una de esas partes tenía vida propia.
Integraban medina y arrabales barrios de muy desigual extensión, reducidí-
simos con frecuencia, formados a veces por una sola calle a los que daban
ingreso puertas cerradas durante la noche. Cada arrabal y aún cada barrio
de alguna extensión formaba, a semejanza de la medina, como una pequeña
ciudad independiente, organizada en torno a una mezquita, con sl'.1s zocos,
tiendas, alhóndigas, baños y hornos. Unicos elementos de unión de la ciudad
así fragmentada eran fa cerca general y la mezquita mayor, situada en la
medina, a la que los fieles debían acudir los vlernf\s a la oración, y los lu-
gares de comercio en torno.
Aproximadamente en el centro de la medina, en la calle principal, estaba
la mezquita catedral o mayor, integrada por una sala de oración, un vasto
patio, con galerías en torno, y el alminar, desde el que el almuédano recor-
daba a los fieles las horas de las oraciones rituales.
Las calles principales -no existía tráfico rodado- algunas veces eran. re-
lativamente rectas, sobre todo cuando su trazado, como en Zaragoza,
procedía del de las de la ciudad romana, pero en muchos casos, sinuosas,
cambiaban repetidamente de dirección, como si quisieran demorar su sa-
lida por la puerta de la ciudad. Acostumbraban cruzarse en su centro,
en torno de la mezquita mayor, lugar donde se agrupaban los puestos pro-
visionales de los comerciantes modestos, con sus toldos y mostradores
portátiles, y circulaban los vendedores ambulantes ofreciendo a gritos su
mercancía.
Por las calles que concurrían a la mezquita mayor extendíanse también los
zocos y el comercio de mayor importancia, y en las inmediaciones

129
aquélla estaba la alcaicería y numerosas alhóndigas-posadas, destinadas a
alojamiento de los comerciantes foráneos y a almacén y lugar de venta
de sus mercancías.
Con las calles principales comunicábanse otras menos pasajeras y de más
reducido tráfico, a las que se abrían callejones ciegos, sin salida, con
puertas que se cerraban de noche, llamados adarves, y en cuyo interior
estaban las de ingreso a las viviendas. Vías secundarias y adarves, serpen-
teantes, se quebraban y cambiaban continuamente de dirección. Extendidas
por toda el área urbana, formaban una. red caótica, ramificadas como las
venas en el cuerpo humano. Las manzanas, en las que entraban profunda-
mente los adarves para dar ingreso a las viviendas, eran grandes y muy
irregulares; por el interior de algunas se extendían patios y jardines. Había,
pues, una división, preconizada por los urbanistas contemporáneos, entre
ruidosas calles mercantiles, de comunicación y tráfico, y callejuelas silen-
ciosas por las que no circulaban más que los vecinos de las casas que en
ellas tenían su ingreso y sus visitantes.
Las angostas y tortuosas calles, callejuelas y adarves, quedaban, a veces,
parcialmente cubiertas por cobertizos que unían las plantas altas de las
casas fronteras a un lado y otro de la calle. Respondía esta disposición a lo
apretado del caserío intramuros. Faltas de espacio, algunas viviendas ex-
tendían sus pisos altos sobre la calle, parcialmente unas veces, apeado su
vuelo en tornajuntas o jabalcones; al cubrir otras totalmente un tramo de
la calle, ofrecían fuertes contrastes, zonas de sombra espesa, grato refugio
en los días cálidos, alternando con otras intensamente soleadas, de luz
cegadora.
Arquillos transversales interrumpían con frecuencia la parte alta de las
calles. Servían unos para asegurar las puertas de cierre de sus ingresos;
ayudaban otros a sostener muros exteriores de precaria estabilidad por su
pobre construcción.

Este sistema de vías urbanas quebradas, que evitaba la entrada del viento
en la ciudad, siempre de atmósfera calma, es uno de los más característicos
de las islámicas. En las occidentales, la inmensa mayoría de las calles son
abiertas, de tránsito libre, sin solución de continuidad; excepcionales las
ciegas. La diferencia de trazado callejero responde a la de vida, expresada
en su distinta formación. En las ciudades cristianas lo primero que existe
es la calle en forma de sendero o camino, y las casas se van levantando a
un lado y otro de esas vías; cuando están construidas, otras transversales
las unen, bordeadas de la misma manera por edificaciones. En las ciudades
islámicas, las calles principales surgen en forma idéntica, pero luego
entre ellas las casas se van yuxtaponiendo y determinan así el trazado de

130
calles secundarias, callejones y adarves. En los trazados urbanos modernos
hay una tendencia semejante a dibujar los planos a base de los solares
convenientes y no, como antes se hacía, partiendo de las calles.

Análogo, aunque más reducido, era el sistema callejero de los arrabales,


con una calle principal, prolongación muchas veces de la de la medina a
través de las puertas, que comunicaba los ingresos más concurridos, y
los adarves, con ingreso por ella o por otras secundarias. El corazón de
la ciudad, su centro de vida religiosa, pública y comercial, era, como se
dijo, la mezquita mayor y sus contornos.
Desempeñaba aquélla, en cietrto modo, la función del foro en las ciudades
romanas. A más de su destino fundamental de casa de oración en ella se
celebraban las grandes reuniones públicas, administraban justicia los jue-
ces, daban sus clases los maestros y se consagraban las banderas al partir
para las operaciones militares. Desde lo alto de su púlpito o almimbar se
leían los partes y las cartas anunciando acontecimientos de importancia.
Junto a aquélla, y al lado de las mezquitas secundarias, solía haber una
plaza no muy amplia, lugar de un zoco, mercado permanente o temporal.
Escaseaban las plazas en lo restante del área urbana; en la red de calles y
callejuelas tortuosas y desiguales su frecuente y caprichoso ensancha-
miento o cambio de dirección, daban lugar a pequeñas plazoletas y rinco-
nadas, alivio de sus angosturas.

El comercio se organizaba en calles rigurosamente especializadás por gre-


mios y oficios o productos, disposición mantenida hasta el día, según'
Massignon por no haber habido revolución técnica en los procedimientos,
industriales de los artesanos. Los oficios urbanos y más nobles ocupaban
el centro de la ciudad. A las puertas de la cerca, o zocos extramuros, acu-
dían·los campesinos de los alrededores a vender sus productos. En torno de
la mezquita mayor estaban los obradores y tiendas de cambiantes, dro-
gueros y especieros, los comercios de tejidos y las librerías. Tiendas y
obradores, reducidísimos, en los que no entraba el comprador, tan sólo
constaban de planta baja. Comerciantes y artesanos vivían en lugar dife-
rente de la ciudad, con separación muy característica de las islámicas, que
perduró en la célebre «alcaná», barrio comercial de Toledo hasta el si-
glo XVII. Algunas industrias, como las de curtidos y alfarerías, situábanse
en la peri_feria urbana, en lugares bien abastecidos de agua.

Las mercancías de lujo y mayor precio, como los tejidos de seda, se alma-
cenaban y vendían en la alcaicería, construcción cerrada, con acceso por
una o varias puertas abiertas tan sólo de día, guardada por vigilantes.
Estaba inmediata a la mezquita mayor y a veces comprendía varias calles
de tiendas, cubiertas o sin cubrir.

131
Pequeños establecimientos públicos de baño, abovedados; hornos comu·
nales; y reducidos oratorios y ermitas, abundaban repartidos po_r toda la
ciudad.

Fragmentación urbana.

Característica primordial de la ciudad islámica era su fragmentación, muy


acusada si se la compara con la urbe romana, y el aislamiento de sus di-
versas partes. Alcazaba, medina y arrabales formaban núcleos independien-
tes, con vida propia. Cada uno de ellos dividíase en múltiples barrios, ce-
rrados por puertas. También las tenían los adarves, última unidad urbana,
en los que se abrían los ingresos de las viviendas, cuyo interior quedaba
celosamente oculto tras muros ciegos y desnudos.

Unicos elementos de unión eran, como se dijo, la cerca general, protección


contra el enemigo exterior, y la mezquita mayor, a cuya oración de los
viernes tenían que asistir todos los fieles, junto con los zocos y comercios,
centros de atracción en torno.

Una necesidad primordial de defensa exigía ese aislamiento y fragmenta-


ción. Frecuentes los períodos de inseguridad y revuelta, si la cerca exterior
protegía contra el enemigo lejano, los sucesivos obstáculos intramuros
eran necesario~ ¡:~ara defenderse del de dentro, más peligroso por más
' 1

próximo.

Derivada de la ciudad romana, la islámica adquirió rápidamente persona-


lidad. No es tan sólo una descomposición y desintegración de aquélla,
como se ha pretendido, sino creación propia derivada de una forma de vida
distinta. Sería lamentable se perdiera en el ardor de neófitos de los musul-
manes de hoy por asimilarse disposiciones occidentales urbanas muy dis-
cutibles y ya envejecidas y el deseo pueril de romper brutalmente las ciu-
dades multiseculares por calles rectas y amplias.

132
LOS CONTORNOS URBANOS

La variedad de condiciones físicas de las comarcas de al-Andalus, a causa


de su accidentado relieve, era muy grande. Casi todas ellas pertenecían a
un clima y a un suelo mediterráneos, bien diferenciados de los de la Europa
central. Suelo muy quebrado en el que la roca desnuda asomaba en muchos
lugares; grandes y profundas barrancadas excavadas por la erosión,
secas casi siempre o por cuyo hondo cauce corría un escaso arroyo;
vegetación esteparia, en muchos lugares, además de encinas, robles, ca-
rrascas y monte bajo de un verde apagado. En contraste con las tierras
interiores, de suelo pobre, más propias para el pastoreo que para el cultivo
agrícola, unas cuantas huertas y vegas en Levante, en el valle del Guadal-
quivir y en otros lugares de Andalucía tierras de aluvión en las que la
colaboración del sol y del agua, qmbos pródigos, producían copiosas co-
sechas. Pero allí donde el riego no llegaba se interrumpía bruscamente el
manto verde de la vegetación y aparecía la tierra yerma y las rocas calci-
nadas por el sol, es decir, el paisaje reseco y polvoriento. Al-Andalus era,
pues, un país de oasis. De las veinte ciudades de mayor población, casi
toda~ ellas estaban junto a ·vegas y huertas capaces de mantener a sus
habitantes; al borde de algunos de los pocos ríos caudalosos de la Penín-
sula -el Guadalquivir, el Guadiana, el Ebro-, o en ensenadas, propicias
para un activo comercio marítimo. Tan sólo, entre esas veinte, Toledo,
Jaén, Ubeda y Huesca eran ciudades del interior que ni por su situación
ni por tener fecundas vegas en sus contornos parecían destinadas a excep-
cional desarrollo.

Sugestivo problema es el del parnlelo entre la vegetación de al-Andalus


en la Edad Media y la de la España actual. En las páginas siguientes se en-
contrarán datos para' su estudio. Algunos literarios no merecen mucho cré-
dito. No hay que pensar en la existencia de grandes y frondosos bosques,
pero sí en la existencia de extensos montes de roble y encina, descuajados
desde la segunda mitad del siglo XVI para aumentar la superficie de los
sembrados y quemar la leña en los hogares.

133
La ciudad modifica el paisaje en torno. Entre el de las hispanomusulmanas
antes y después del reinado de Felipe l'I la diferencia fue considerable y no
ciertamente a favor de las últimas. Ayudado por viejos textos trataré de
evocar paisajes históricos, empresa arriesgada, pues permanece sen,sible-
mente igual a través de algunos siglos el relieve del suelo, pero ¡cuántas
y cuán profundas transformaciones no han experimentado los caminos que
lo atraviesan, la vegetación que en él hunde sus raíces y las construcciones
a 1as que sirve de asiento!

Ciudades extravertidas y ciudades introvertidas.


El vecino de una ciudad puede tener una de estas dos opuestas actitudes
en relación con sus alrededores: vivirá ajeno a ellos; volcando íntegramente
su existencia en el interior de la misma, o traspasará con más o menos
frecuencia sus límites urbanos par~ gozar de la naturaleza que la rodea y
de horizontes dilatados. Una y otra actitud suelen ser colectivas en épocas
y pueblos determinados, sin que las afecte la aridez o fecundidad del pai-
saje circundante. La vida dentro y la vida fuera de la ciudad han sido en al-
gunas ocasiones vidas completamente aparte, excepto para los labradores
que habitaban en ellas y cultivaban tierras cercanas.

Los poetas andaluces, ha escrito Henri Pére9, no amaron ciudades sin


campiña, su fuente principal de inspiración fueron las almunias -al-mu·
nyas- cruzadas por ríos o acequias que rodeaban las ciudades. Las descrip-
ciones poéticas de jardines, género llamado raw~iyyat, abundan extraordi~
nariamente en la literatura hispanomusulmana; se creería, a juzgar por ellas,
que Andalucía y España entera· eran un inmenso jardín en el que árboles y
flores desplegaban sus colores más seductores y sus más frescas frondas.
En el siglo XI la afición por la naturaleza estaba extendida a todas las clases
sociales; la descentralización del poder y·el nacimiento de múltiples costes
impulsó a los que tenían alguna fortuna a construir viviendas suntuosas
en medio de jardines abundantes en. flores; nunca la España musulmana
tuvo tantos parques, paseos y almunias. El ideal de todo hispanomusulmán
parece que era poseer un trozo de tierra en el que plantar árboles y flores.
El visir lbn Hammara escribió: «Los caseríos andaluces surgen entre la
vegetación como perlas (blancas) medio ocultas entre esmeraldas» (1).

Las páginas siguient es tal vez prueben estas afirmaciones. La España mu-
1

sulmana era un país agrícola y los habitantes de sus ciudades -tan sólo
unos pocos privilegiados disfrutarían de jardines privados en el interior del
recinto de algunas- sentían la necesidad de alejarse de tiempo en tiempo

t1l MaqqarT, Analectes, 1, ip. 126; Péres, La poésie andalouse, ipp. 16, 121, 157 y 1,66.

134
del apretado núcleo urbano para v1v1r en sus alrededores, en casas entre
huertos y jardines, en contacto íntimo con la naturaleza. Esos jardines no
correspondían a lo que ahora entendemos por tal palabra: mezclados con
plantas olorosas y otras de puro ornato, había en ellos verduras y árboles
frutales. Los poetas mezclaban también en sus versos, y aludían en sus
brillantes metáforas, a la rosa y al clavel, a la berenjena y a la alcachofa.
Los vecinos de la mayoría de las ciudades españolas de los Austrias y los
Barbones sentían, en cambio, completa indiferencia por sus contornos,
abandonados y en plena decadencia desde el siglo.XVI. En las de la meseta
central, el contraste entre su anterior extravertimiento y su clausura más
tarde adquirió características muy acusadas. Las villas y ciudades andaluzas
y levantinas, con· \llegas y campos fértiles, no perdieron en los siglos últi-
mos su cintura de vegetación tan radicalmente comb las castellanas. El cli-
ma, más benigno, y la tierra, más pródiga, contribuyeron a mantener en sus
inmediaciones caseríos entre puertos y campos de labor, pero nunca con la
abundancia, extensión y lozanía que tuvieron en su pasado musulmán; ha-
bitábanlos exclusivamente humildes labradores consagrados a su cultivo.
En las páginas siguientes queda bien patente el co~traste entre dos ciu-
dades medievales hispánicas representativas de ambos aspectos: Toledo,
en la meseta inferior, que conservó restos de la frondosidad de sus alrede-
dores hasta el siglo XVII, y Granada, en la Andalucía de ricas vegas
regadas por aguas abundantes, la declinación de cuyas cercanías empezó
inmediatamente después de su conquista por los Reyes~ Católicos, como
prueban las palabras de Navajero reproducidas más adelante.

Paradójico es el hecho de que cuando en la Edad Media esas ciudades


estaban apretadas por un fuerte cinturón de muros y torres, desbordaban
fuera de ellos en multitud de casas y huertos, a pesar de la inseguridad de
sus contornos; en cambio, cuando la cerca perdió su utilidad y se arruinaba
lentamente, cuando la vida extramuros no ofrecía peligro alguno, las gentes
apenas traspasaban con fines de recreo y solaz los límites del núcleo
urbano.

Desde hace algunos años empezó a cambiar ese aspecto de los contornos
de las ciudades españolas y a modificarse el enclaustramiento urbano de
sus moraqores. Hoy se desplazan al campo los días feriados grandes masas
humanas y las gentes que cuentan con recursos suficientes para ello cons-
truyen casas rodeadas de huertas y jardines en los alrededores de las ciu-
dades en las que viven temporal o permanentemente. La rapidez y abun-
dancia de los medios de transporte contribuyen sin duda, a la expansión
extraurbana, pero no fue la causa que la produjo, cuyo análisis desborda

135
del pro,rósito de estas páginas. El ansia actual de luz solar y de aire libre,
. se manifiesta en los huecos exteriores de las viviendas, cada vez mayores,
y, también arquitectónicamente, en su abundancia de terrazas.

los contornos urbanos.


Afima Burckhardt en uno de sus más célebres libros -la cultura del Re-
nacimiento en Italia- que los italianos fueron los primeros en la Edad Mo-
derna en ver el paisaje como un objeto más o menos bello y encontraron un
placer en contemplarlo; en el norte de Europa, en la Edad Media, -escri-
bió- no vivían en el campo más que los nobles en sus castillos y los miem-
bros de algunas órdenes religiosas en sus monasterios; los burgueses, aun
los más ricos, residían todo el año, sin excepción, en las ciudades. En
Italia, en cambio, y por lo que toca al menos a los alrededores de ciertas
ciudades, la seguridad política y e.1 orden público eran mayores y, además,
la afición al campo tan grande, que las gentes preferían correr los ries-
gos consiguientes en caso de guerra. Así nació la villa o casa de campo (2).

Desconocía Burckhardt la civilización hispanomusulmana por lo que atri-


buyó a la Italia meridional el renacimiento del amor a la naturaleza y a
la vida campestre. En época más remota .que en la Península vecina, la
prosperidad material y la cultura del espíritu llegaron a un desarrollo sufi-
ciente en la España islámica para que brotasen de nuevo esos sentimientos.
Las villas construidas por los florentinos en la primera mitad del siglo XIV
en los a·lrededores de su ciudad, más hermosas que las casas urbanas,
levantáronse siglos después de las espléndidas almunias y palacios que
rodeaban a Córdoba, a Granada, a Valencia y a otras ciudades españolas.

Muy distinto era el panorama de sus contornos que el que ofrecían en


época reciente. Casas de campo -almunias y alquerías-, torres y pala-
cios, medio ocultos entre huertas, jardines y arboledas, formaban una
cintura, verde de vegetación y blanca por el enjalbegado de los edificios,
alrededor de las ciudades. Monarcas y grandes señores daban ejemplo
construyendo residencias extramuros para vivir, rodeados de árboles y
flores, lejos de la agitación urbana y más seguros. Todos los reyezuelos
de taifas del siglo XI tuvieron palacios campestres cerca de su corte, si-
guiendo el ejemplo de los príncipes cordobeses, y la muchedumbre de
poetas: asalariados que vivían a su alrededor cantaron con frecuencia las
horas deliciosas pasadas en esos lugares y describieron las arboledas,
flores y aguas corrientes que los embellecían.

(2) Jacob Burckhardt, ~a cultura del Renacimiento en Italia, pp. 185 y 252.

136
Los pobladores de las ciudades hispanomusulmanas acostumbraban pasar
temporadas en esas casas de oampo de sus alrededores, entre huertos y
jardines, lo mismo los monarcas y los grandes señores que las gentes de
más modesta condición. Tenían en ellas sus añaceas, fiestas y jolgorios
que escandalizaban a los puritanos castellanos (3).

Los moros de Granada, Murcia y Jaén -y probablemente los de otras re-


giones andaluzas y levantinas- celebraban también en el campo la pas-
cua de los «alaceres» o «alerces» (del árabe 'a~ir, vendimia, otoñada),
tiempo en que se hace la recolección de los frutos (4) en el mes de sep-
tiembre, durante la cual, dejando las casas de la ciudad en que habitaban
la mayor parte del año, iban a las situadas entre viñas en sus contornos,
y en ellas hacían la pasa, distraídos con zambras y bailes para los que
se vestían con vistosos trajes y ricos aderezos; a los hijos engendrados
en dichas ocasiones y lugares los conceptuaban dichosos y bienaven-
turados (5).

En los alrededores de Granada eran los cármenes de Ainadamar los pre-


feridos para la celebración del 'a~ir u otoñada (6).

(3) «Añacea: fiesta, rngocijo, diversión» (Dice. R. A. E.); «Añazeas: Dixéronse assi
porque se hazen cada año y', se empie9an en día señalado» (Covarruhias, Tesoro);
«Añazea: cosa de placer» (Alcalá, De Ungua arabica, p. 102); «Alfonso (VIH) ... urtóles (a
los moros) las huertas et los logares de sus annazeas o faúen sus deleytes et tomaman
sus solazes»; «Abenarrami, convidó 1 Vln día a comer et a sus annazehas de solaz et de
amizdat que fazen los moros, las que al deleyt·e de aquella yente vsa mucho et las
onrran muaho» (Primera Crón. Gen., 1, cop. 734, p. 430; cap. 999, pp. 678-679, y cap. 1.037,
pp. 721-722); «Exixuela (Cijuela), donde estaiva el alca<;:ar ·del rrey (de Granada) que era la
mejor y más rica casa que el tenía ·después de Alfambra, do fazía sus anac;::eas» (Crónica
del halconero de Juan 11, p. 99). Véanse también Dozy y Engelrnann, Glossaire des mots ... ,
pp. 195-19f1, y Neuvonen, Los arabismos del .español, pp. 235.
(4) Dozy, Supplément aux dictionnaires arabes, 11, p. 134, «otoñada assi: aácir» (Al-
calá, De lingua arabica, p. 332). Mármol se equivoca y confunde las estaciones, al es-
cribir que «en tiempo que la ciudad (de Granada) era de Moros, iban a tener los tres
meses del año, que ellos llamain la Azir, que quiere decir la primavera» (Mármol, Hist. del
rebelión, 1, cap. X, pp. 34-35).
(5) Longás, Vida religiosa~ p. L. El autor dice ser esta costumbre de los moriscos
de Granada, Jaén y Murcia; es indudable su procedencia de la época anterior a la cris-
tiana.
(6) En Granada y en algunos otros lugares de Anda1lucía la costumbre islámica per-
duró por lo menos hasta mediados del siglo pasado. En la primera mitad del XVII escribía
conceptuosame1nte Henríquez de Jorquera que en las muchísimas casas de recreación y
quintas de la vega de Granada, "en el temprano octubre se halla la bizarría de las
granadinas celebrando la vendimia con primorosas y costosas galas, ofreciendo a tanta
belleza en óptimos racimos el dulce 'licor de la más estimada planta» (Anales de Gra·
nada, p. 36). «En el término de Colmenar (Málaga) se encuentra un gran número de
cortijos de labor e infinidad de caseríos llamados lagares, muahos de los cuales son tan
deliciosos y amenos, que sirven también de recreo y diversión a sus dueños y otras
muchas familias durante la temporada en que se hace la vendimia» (Madoz, Dice. geog.,
VI, p. 523).

137
Sin embargo, la vida fuera de las murallas tenía siempre carácter precario,
unas veces por las luchas entre los mismos musulmanes, causa frecuente
de saqueo y destrucción de las fincas extramuros; otras, por las correrías
de los ejércitos cristianos, que cortaban y quemaban los panes -es decir,
los sembrados de cereales- y las arboledas e incendiaban las alquerias
o los cortijos no protegidos por torres y sólidas cercas. La vega de Gra-
nada, por ejemplo, desde que en la primavera del año 1091 Alfonso VI
penetró en ella, y permaneció seis días en las laderas de Sierra Elvira, des-
de las que contemplaba la ciudad en la lejanía destacada sobre el fondo
de la Sierra Nevada, hasta la conquista por los Reyes Católicos, sufrió de
innumerables entradas de tropas cristianas. El emir HarTz b. Ukasa, go-
bernador de la región de Calatrava, reprochaba a Alfonso VI la devastación
de su territorio, la ruina de todas las construcciones y la tala del arbolado:
«No es digno de un (príncipe) poderoso destruir y sembrar ruinas; si lle-
gas a ser dueño de la región, resultará perjudicado tu reino» (7). Pero J
la destructora locura humana, arrasando periódicamente huertas, jar-
dines y casas de campo y destruyendo los sembrados, respondían los
campesinos renovando una y otra vez las plantaciones y levantando de
nuevo los muros de sus cortijos; con asombrosa tenacidad seguían el
ejemplo de su naturaleza incansable.
Casi todas las ciudades islámicas poseían agua para el riego de huertas y
jardines, sin la que éstos no hubieran podido existir. Elevábanse en unas
del río inmediato por medio de ruedas y artificios hidráulicos; llegaba a
otras por el cauce de acequias y canales; en las desprovistas de agua co-
rriente se sacaba de pozos por medio de norias.
El panorama de 'los contornos de las ciudades hispanomusulmanas, deduci-
do de los datos que figuran a continuación tal vez excesivamente endémico,
debe de comenzar por una nota bien distinta. Los montones de basura
acumulados en el exterior de las murallas de Evora permitieron a Ordoño 11,
en el verano del año 301/913, dominar fácilmente sus defensas y
exterminar a sus pobladores (8). Ese gran amontonamiento de detritus
urbanos, depositados cerca de las puertas de la cerca, se encontraba en
otras varias ciudades.

Córdoba.
El valle del Guadalquivir en torno a Córdoba estaba sembrado de multitud
de palacios, almunias de recreo de los príncipes y de los grandes, y de-
. (7) MaqqarT, Analeotes, 11, p. 377, según cita de Péres, La poésie andallouse ... ,
p. 188.
(8) Lévi-Prnven<.;:al y IGarcía Gómez, Una crónica anónima ... , texto, ¡pp. 43-44; trad.,
pp. 108-109.

138
leitosas huertas. Tan sólo lo vivían algunos de esos lugares en los versos
de los poetas y en las descripciones encomiásticas de historiadores y
geógrafos.
Describe al-RazT (nacido antes de 274/887 y muerto probablemente en
344/955) la gran ciudad andaluza, capital del califato, «cercada de muy
fermossas huertas, et los árboles penden sobre ella, et dan mui sabroso
fruto para comer: et son árboles rnui altos et de muchas naturas ... Et a la
par de la puente hay y muy buen llano plantado de muy buenos árboles,
et contra el septentrión yaze la sierra mui bien plantada de viñas et de ár-
boles» (9).
En otra llanura, llamada de la tienda real-Fa~~ al-Suradiq-situada al norte
de Córdoba, había una célebre casa de campo-muntazah-de los prmci-
pes omeyas; en ella mandaban levantar su tienda los califas y pasaban re-
vista a sus tropas antes de emprender las expediciones militares (10).

Uno de los muchos barrios de la ciudad en el siglo X llamábase rabad al·


rawda, es decir, arrabal del jardín (11).

A tres kilómetros al noroeste de la ciudad, al borde de un arroyo que baja


de la sierra, construyó 'Abd al-RaQman l a comienzos de su reinado una am-
plia vivienda rodeada de jardines en el lugar donde, en uno de sus paseos,
vio una insólita palmera. Nostálgico de la residencia siria llamada al-Ru-
9afa, la dio este mismo 'nombre (hOy Arfufafa) .-Eri ella residió gran parte
de su vida. A su alrededor se formó, a p'artir del siglo IX, uno de lqs ,suqúr·
bios más poblados de Córdoba. lbn tJawqal, visitante de al-Andalus d~ra~te
el califato de 'Abd al-RaQman 111, dice tenían residencias en ese lugar los
más altos dignatarios del país y pondera su esplendor. Dicho califa recibió
con máxima pompa y albergó en al-Ru9afa en 351 /946 a Ayyüb, encarga-
do por su padre Abü YazTd, señor de Oayrawan, de reconocer la autoridad
y someterse a aquél. La famosa residencia fue destruida estúpidamente
por Wac;lih, quien la entregó en manos del populacho y la hizo demoler e
incendiar a poco de fa toma de MadTnat al-Zahra por los beréberes ( 12).

A la orilla derecha del Guadalquivir, más allá de la explanada de al-Mu9ara,


sobre una vasta extensión de terreno que el más tarde emir Abd Allah

(9) Gayangos, Memoria, 1p. 36.


(10) E. Lévi-Provenc;al, L'Espagne musulmane a.u Xeme. siecle, pp. 141 y 22·5.
(11) ilbidem, n. (3) de la p. 207.
(12) Gayangos, Mohammedan Dynasties in Spain, 1, p. 207; la detallada descripción
de fas fincas ·de los contornos de Córdoba por MaqqarT, procede de lbn Sa'Td. De la
versión ingles¡;¡ de Gayangos procede la !castellana incluida en La España musulmana,
-por Claudia Sánchez Albornoz, 1, pp. 337-340. Lévi-Proveinc;al, Historia de España musul·
mana, t. IV, pp. 89, 174, 316, 401, 408 y 462; Alemany, ta Geografía ... , p. 26; García'Gómez,
Ruina de la Córdoba omeya, ipp. 280-281.

139
compró en 253/867 a JalTI al-Baytar y de la que hizo un hermoso y ameno
vergel, poblado de árboles y plantas, se levantaba la munyat al-Na'üra, en
medio de un amplio parque y de jardines regados con máquinas hidráuli-
cas que subían el agua del río. Heredada por su nieto 'Abd al-Ratiman 111,
introdujo en ella importantes mejoras y fue su residencia preferida en los
primeros Uempos de su reinado; a ella llegó el año 316/928-929 al regreso
de su expedición contra Bobastro y del mismo lugar salió al siguiente para
combatir de nuevo la fortaleza malagueña. En la munyat al-Na'üra fue alo-
jado y magníficamente tratado Ordoño IV, tras su expulsión de Castilla, así
como los veinte señores que le acompañaban (13). La Na'üra, en unión del
Alcázar y la Ru=?afa, fueron saqueadas por lbn 'Abd al-vabtar a comienzos
del siglo XI (14).

A orillas del Guadalquivir también a mediodía de la ciudad se extendía la


munyat 'Ayab, gran jardín que mandó plantar una mujer de al-l:lakam 1 de
ese nombre, cuyos productos asignó perpetuamente al sostenimiento de
la leprosería cercana. En torno de esta almunia, como ocurrió en otras,
formóse un arrabal ( 15).

A la orilla derecha del Guadalquivir limitando con el río, en terrenos inme-


diatos al antiguo cementerio del arrabal-maqburat al-rabad-estaba la
munyat Na=;;r, formando como un anejo del alcázar. Fue residencia de
Na9r, el confidente eunuco o fata más íntimo de 'Abd al-Ral:iman 11; rescata-
da y ampliada por el emir 'Abd Ali ah, se puso más tarde a disposición del
príncipe heredero al-l:lakam. En esta munya se alojó la embajada enviada
a al-Na9ir en el verano del año 338/949 por Constantino Porfirogeneta.
Como tantas otras,-
fue destruida a la caída de los Omeyas
.
( 16).

En el Raw~ al·Mnar de al-HimyarT hay algunas noticias complementarias


sobre la munyat Na=;;r de Córdoba. Situada al occidente de esta ciudad se la
llamaba también Ar~a'al-~inna (molinos de alheña); era una ciudad espa-
ciosa, con notables construciones, levantada por el iman 'Abd Allah b. Mu-
tiammad. Ubayd Allah b. Yal:iya (m. 298/911) alude en un poema a un
palacio terminado en ese lugar, visible desde Córdoba, rodeado de jardi-
nes; el río corría bajo sus parques.

El ángulo sudeste de esta munya, al borde del río, se llamaba al-RakTn y


estaba cúbierto de olivos. A fines del siglo X y a comienzos del siguiente

(13) lbn Hayyan, ,Al-Muqtabis, p. 169; Lévi-Prnvenc;:al, España musulmana, t. IV,


pp. 334-335 y 3'79-380.
(14) lbn 'lgañ, Córdoba, pp. 155, 157 y 167.
(15) Lévi-Pro:venc;:al, L'iEspagne musulmane, p. 207, n. (3). y España musulmana, p. 121.
(16) Lévi-Provenc;:al, España musulmana, p. 335; Péres, Poésie andalouse, p. 132.

140
el espacio comprendido entre al-Rakln y el Guadalquivir, fresco y sombrea-
do, era el paseo preferido de los bebedores y de los elegantes cordobe-
ses (17).
A:I este de Córdoba estaban .la munyat 'Abd Allah y la munyat al-Mugira,
en torno de las que se formaron arrabales. Casas rodeadas de jardines ha-
bía, sin duda, en otros muchos lugares de los contornos cordobeses.
A fines del siglo X los poemas florales (nawriyyat), celebrando la belleza
y el perfume de las flores de los jardines de esa ciudad, rosas, mirtos,
violetas, narcisos, junquillos y alhelíes, estaban muy a la moda ( 18). lbn
Hazm alude, en los primeros años del siglo XI, a los del palacio de su
padre en el arrabal oriental de al-Zahira y a un pabellón en ellos desde
el que se gozaba de una magnífica vista de la ciudad y sus alrededo-
res (19).
Poco después cítase el Qa~r al-bustan (Palacio del jardín), cerca de la
Puerta de los Drogueros (Bab al-'MlarTn), es decir, al occidente de Cór-
doba, en el que se instaló al-Mu'tamid, 'según un famoso pasaje de los
Oala'id (20).
lbn Sa'ld menciona en los alrededores de Córdoba el Qa~r al-~yir (Palacio
del confluente); el Qa~r al-rawda (Palacio del jardín); el Qa~r al-zuhür (Pa-
lacio de las flores); el Qa~r al-ma'süq (Palacio del enamorado); el Qa~r al-
mubarak (Palacio del afortunado); el Qa~r al-Rustaq (Palacio de Rustaq);
el Qa~r al-surür (Palacio de la alegría); el Qa~r al-tay (Palacio de la Dia-
dema), y el Oa~r al-badi' (Palacio de las novedades) (21).
Otro palacio, llamado Dimasq, menciona al-Fath en sus Oala'id, al referir
la vida del visir lbn 'Ammar. Lo describe como una casa real de recreo,
cuyos techos soportaban hermosas columnas de mármol; sus pavimentos
eran mosaicos de mil colores. Le acompañaban jardines incomparables,
llenos de frutos deliciosos y fragantes flores, hermosas perspectivas, lím-
pidas corrientes de agua y aromáticas nubes de rocío; tal vez escapó a
las devastaciones de la fitna; como parece indicar su nombre, era una re-
producción de otro palacio omeya de Oriente (22). Munyat Zubayr se lla-
maba otra casa de recreo en las afueras de Córdoba, construida por Zubayr

(17) Lévi-Provenc.;:al, La Péninsule lbérique, pp. 180 del texto árabe y 226 de la
trad. francesa.
(18) Lévi~Proven9al, L'Espagne musulmane, p. 174.
(19) lbn Hazm, Tawq a1I.'~amama, ed. Pétrof, pp. 102-105, citado por R. Dozy, Histoire
des musulmans d'Espagne ... ¡ 111, pp. 328-331; Lévi-Proven9al, L'Espagne musulmane, p. 207,
nota (3).
(20) García Gómez, Ruina de la Córdoba omeya, p. 289,
(21) MaqqarT, Naf~ al-~ib, en La España musulmana, por Sánchez Albornoz, 1, p. 339.
(22) Péres, La poésie andafouse, "(J. 128; García Gómez, Ruina de la Córdoba omeya,
p. 289.

141
b. 'Umar al-Mulattam durante su gobierno en esa ciudad; por al-Mu~J:ia­
fiyya conocíase una más, con nombre derivado del de su propietario el
f:i.ayib Abü Utman va'far b. 'Utman al-Mu~f:iafi, primer ministro bajo el
califa al-~akam 11. El poeta lbn Zaydün, en una poesía en que enumera los
palacios, jardines y lugares de recreo de Córdoba en slJ tiempo, .ha conser-
vado los nombres de algunos otros; el Qa~r al-farisi (Palacio del persa)
y Mary al-nadir (Pradera de oro). lbn Sa'ld menciona, invocando la auto-
ridad de su padre, Mary al-jür (Pradera de aguas rumorosas), Fa~~ al-
surraq (Campo de los ladrones) y Fa~~ al-sudd (Campo del azud); este
último, conocido también por Fa~s al-ra~i (Campo de los molinos), lo men-
ciona Oasim b. al-Riyaf:il (23).

Henri Péres ha publicado la descripción de un jardín cordobés de la fami-


lia de origen beréber de los Zayyall, transformado en el siglo XI, por dis-
posición testamentaria del propietario, en parque público-tal vez el pri-
mero medieval de ese carácter-llamado desde entonces Hayr al-Zayyali
(Parque del) pabellón de al-Zayyall. Estaba situado cerca de la Puerta de
los Judíos -Bab al-Yahüd-, fuera del recinto murado de la madina y a su
norte. El quiosco que le dio nombre ha sido descrito por al-Fatl) b. Jaqan
en los siguientes términos: «Este ~ayr era el más extraordinario y bello
de los lugares (de recreo), al mismo tiempo que el de más completa y
perfecta belleza. Su patio (~a~n) era de mármol (marmar) de un blanco
puro; un arroyuelo (yawdal), semejante a una serpiente de rápidos movi-
mientos le atravesaba; había en él una alberca (yabiya) de agua transpa-
rente. Las paredes y el techo (sama') del pabellón (~ayr) estaban rica-
mente decorados de oro y azul. El jardín (rawd) tenía hileras de árboles
acertadamente colocados; lo animaban los botones de las flores. Tan espe-
sa era su vegetación que el sol no podía contemplar su suelo terrizo; la
brisa se impregnaba de perfumes, lo mismo de noche que de día, al pasar
por este jardín». En él estaban inmediatas las tumbas de dos amigos,
también estrechamente unidos en vida, y la del poeta y crítico lbn Suhayd
(m. 1035) (24).

En plena decadencia ya Córdoba, pocos años antes de su conquista por


Fernando i 11, al-saqundl (m. 629/1231-32) dice que en esa ciudad, en las

(23) MaqqarT, Naf~ al-~ib, en La España musulmana, por Sánchez Albonnoz, 1, pá-
ginas 339-340.
(24) La poésie andafouse, por Péres, pp. 128-130. Los versos descriptivos en Maq-
qarl, Analectes, 1, p. 420, l. 3. Péres traduce la palabra qurbisa o qurnisa de la descripción
del techo del pabellón por estalactitas -mocárabes-, pero éstos no llegaron a España,
desde Oriente, hasta el siglo XII. García Gómez, Poemas arábigoandaluces, p. 25.

142
orillas del Guadalquivir, había jardines y praderas que aumentaban su es-
plendor y belleza (25).

Toledo, su vega y la Huerta del Rey.

En la frontera o marca media describe al ldrlsT a Toledo bien poblada de


jardines, cruzados por canales cuyas aguas elevaban para su riego ruedas
hidráulicas y norias de arcaduces (dawallb). Producían prodigiosa cantidad
de frutos de admirable belleza y bondad. Por todas partes veíanse, entre
las huertas, almunias y torres fortificadas (26). Abü-1 Fida' (672/1273-
732/1331) pondera la belleza de fas huertas toledanas de árboles fru-
tales, entre los cuales había granados de enormes flores. Extramuros, al
otro lado del río, antes de llegar al puente de Alcántara, estaba la famosa
almunya real, cuyos jardines comparaban los poetas cortesanos del siglo XI
con los del Paraíso. La mandó construir el monarca toledano al-Ma'mün
ben Dl-1-Nün (435/1043 - 467 /1075) y su plantación corrió a cargo de
'Abd a!-Rahman b. Mul~rnmmad b. 'Abd al-Kablr b. Yal)ya b. Wafid b.
Mul)ammad al-Lajml (389/999 - 467 /1074- 1075), llamado con la kunya
de AbCi-1-Mutarrif, entendido en medicina y jurisprudencia, a la par que en
agricultura (27). Mereció ser descrita por lbn Bassam, que la nombra al-
munya al-man9üra.

Según Maqqarl, al-Ma'miJn prodigó en su construcción cuantiosos tesoros.


Los mejores artistas de su tiempo, arquitectos, geómetras y pintores, lle-
gados algunos de lejanas tierras y espléndidamente remunerados, dejaron
en ella fantásticas y maravillosas obras.

El frondoso jardín contiguo a Bste palacio tenía una gran alberca (birka o
bu~ayra), en cuyo centro se levantaba un quiosco con grandes vidrieras
policromadas, y decoraciones incrustadas de oro. El agua de la alberca
subía a la parte superior de su cúpula para luego caer resbalando por los
lados y derramarse en aquélla. En el ií)terior el sultán podía estar en los
días cálidos del verano castellano en una atmósfera de agradable frescor,
sin temor a mojarse; algunas veces se encendían hachones dentro del
aposento, que, vistos a través de las vidrieras, producían mágico efecto.

(25) Al-saqundT, Elogio, pp. 105-106.


(26) ldrTsT, Description ... de l'Espagne, p. 188 del texto árabe y 228 de la trad. fran-
cesa; La Péninsule lbérique, pp. 132-133 del texto árabe y 160 de la trad. francesa. ldrTsT
terminó su obra en 1154, pero el Toledo que describe debe de ser el anterior a su con-
quista por Alfonso VI.
(27) Takmilat al-Sila, de lbn al-Abbar, ed. Codera, p. 561, según cita de José María
Millás Vallicrosa, La traducción castellana del «Tratado de Agricultura» de lbn Wafid,
p. 284. Dice Péres -La poésie andalouse, p. 197- que los directores del jardín botá-
nico de al-Ma'mün fueron Jbn Wafid e lbn Ba99al.

143
Adornaban los jardines espléndidas fuentes decoradas con motivos diver-
sos (28).

Este pabellón llamábase Maylis al-na'üra, o sea, «Salón de la noria o de la


rueda hidráulica», sin duda por elevar tal artefacto el agua del Tajo hasta
su parte más alta. Munya y quiosco fueron descritos también por el gramá-
tico filólogo Abu Muf:iammad b. al-Sld al-Batalyawsl en un poema repro-
ducido por al-Fatf:i b. Jaqan. El poeta refirió al autor de los Qala'id las
horas pasadas junto a al-Ma'mün en la munya, e lbn Jaqan reproduce el
relato antes de los versos: «lbn al-Sld al-Batalyawsl me contó haberse en-
contrado (un día) con al-Ma'mün b. Dl-1-Nün en el Maylis al-na'üra de la
munya ... El salón brillaba como si el sol se encontrase en lo alto del fir-
mamento y la luna llena en su cenit, como una corona. Las flores embal-
samaban el ambiente y sobre el ríq los invitados bebían sin cesar. La rueda
hidráulica (dawlab) gemía como gimen, heridas por la llama devoradora del
dolor, la camella que perdió su cría o una madre al morir su hijo. El
cielo estaba regado por las gotas del rocío; los leones (surtidores de las
fuentes) abrían sus enormes bocas para vomitar el agua» (29).

Cuenta don Rodrigo Jiménez de Rada que, cuando el futuro Alfonso VI se


·,, refu.~ió en Toledo, el monarca musulmán, con objeto de apartarle del es-
trépito· dé fa ciudad y distraerle, construyó, al lado de su palacio, más allá
del puente, casas y aposentos convenientes para don Alfonso y sus acom-
pañantes cristianos (30).

A fines del verano o en el otoño de 1084 Alfonso VI se instaló en la


munya al-man~üra, desde donde dirigía el asedio de la ciudad. Rendida el
6 de mayo de 1085, una de las condiciones de los pactos con los vecinos
fue que el monarca se quedaría con la mansión en la que estaba aposen-
tado (31).

En los años sucesivos los contornos de Toledo y especialmente esa finca


regia sufrieron grandes y repetidas depreciaciones. En 438/ 1090 los
almorávides llegaron ante los muros de la ciudad; bien defendida por Al-

(28) Tomo IV de la Dajlra de lbn Bassam fo s. 187 b y 188 a; MaqqarT, Naf~ aHlb,
Analectes, 1, pp. 347 y 348; lt, p. 673, según cita de E. Lévi-Proven<;;al, Alphonse VI e.t
la prise de To1lede, pp. 119, 120 y 129; Maqqari, adaptación de Gayangos, 1 (Loodres, 1840),
pp. 239-240; ill (Londres, 1843), p. 263; lbn Hadrün, Commentaire de la Risala al-'abdüniyya,
pp. 277-278, citada por Péres, La poésie andalouse, pp. 150-151.
(29) Qala'id, p. 194, e l'bn Zafir, Bada'i', pp. 169-170. en Analectes, 1, pp. 425 y 426-427,
según cita de Péres, La poésie andalouse, pp. 151-152.
(30) Jiméne·z de Rada, De rebus Hispa¡nia~, lib. VI, cap. X.
(31) Jiménez de Rada, De rebus Hispaniae, lib VI, •cap. XXII, p. 136.

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fonso VI, ayudado por el rey aragonés Sancho Ramírez, no pudieron con-
quistarla, pero talaron los árboles de la vega (32).

Nuevo sitio pusieron los almorávides a Toledo en el año 503/1110. El


emperador 'Ali b. Yusuf acampó durante ocho días (según los «Anales
Toledanos 1»; un mes, dice el Qir~as) frente a la puerta principal en la
·almunia de los alrededores de la· ciudad. Ante la imposibilidad de apode-
rarse de ésta, devastó de nuevo sus alrededores y, afirma el f:lulal, destruyó
la almunia (33),

En 592/ 1196 los almohades, tras la victoria de Al arcos, mandados por


Ya'qub al-Man~ur llegaron a las puertas de Toledo, acamparon a su norte
y tras varias escaramuzas, volvieron a atravesar el Tajo, saqueando al
paso una vez más la almunia real. Los «Anales Toledanos 1» dicen que es-
tuvieron diez días sobre la ciudad y cortaron viñas y árboles; El Anónimo
de Madrid y Copenhague, una semana (34). Los mismos «Anales» y otros
textos relatan una nueva incursión de los guerreros islámiéos en el año
siguiente de 1197 por Toledo, a la que tal vez se debiese el estar inculta y
con sus frutales cortados la huerta del Ayuneyna (yunayna, pequeño jardín
o huertecito), situada a la orilla del Tajo, al apartarse éste de Toledo, en
mayo de 1199, destrucción que un documento mozárabe de esa fecha atri-
buye a los musulmanes (35).

En la primavera del año 1212 acampaban extramuros «en la Huerta del Rey
so los árboles» (extra urben circa fluenta Tagi delitiosa viridaria, ... ut
sub umbraculis arborum) las milicias extranjeras venidas para la cruzada
contra los almohades. El rey dióles, dice la Primera Crónica General tradu-
ciendo al Toledano, «fuera de la c;ipdad en la ribera del río Taio huertas et
huertos et otros uergeles de deleycte en que tomassen solazes et sabores,
que el fiziera criar pora si pora tomar la su real majestad sabores et solazes

(32) Qirtas, trad. Huici (Valencia, 1918), p. 157.


(33) Al-Hulal al-mawsiyya (obra terminad~ en 783/1381), f. 0 54; Francisco Codera,
Decadencia y desaparición de los Almorávides. en España, pp. 233-234; R. Menéndez-Pidal,
La España del Cid, 1, pp. 420-421; Kitab al-iktifa', f. 0 164 v, según cita de R. Dozy, Re-
cherches sur l'histoire des musulmans d'Espagne, 11, p. LX; «Anales Toledanos I», en
España Sagrada, por Fr. Henrique Flórez, XXIII, p. 387; Qir,as, trad. Huici, p. 165; Maqqari,
adapt. Gayango~. 11, p. XLV. A esta expedición deben de referirse los «Anales Toledanos 11»,
aunque asignándola equivocadamente la fecha de era H66 (año 1128) (Esp. Sag., XXIII,
p. 404).
(34) E. Lévi-Provenc;al, Un recueil de lettres officielles almohades, :pp. 66-67; «Ana-
les Toledanos 1"• en España Sagrada, XXIII, p. 393; Jiménez de Rada, De rebus Hispaniae,
lib. Vil, cap. XXX, :p. 171; Chronique latine des rois de Castille, 1, pp. 45 y 48; El Anónimo
de Madrid y Copenhague, edic. A. Huici, p. 73 del teto árabe y 83 de la trad.
(35) España Sagrada, XXIII, p. 393; González Palencia, Los mozárabes de Toledo, 1,
doc. núm. 293, pp. 233-235; El Anónimo de Madrid y Copenhague, p. 76 del texto árabe
y 86 de la trad., afirma que el monarca almohade razió los contornos de Toledo con más
furia que ia vez pasada, devastando y arruinando el país.

145
quando ell en essa c;ipdad fuesse et qrns1esse salir a andar, et diogelo
todo a sabor de si et soltogelo para fazer y como quisiessen, et folgar y a
las sombras en las calenturas»; con los ramos de los árboles frutales dis-
pusieron cobertizos para estar a placer mientras salían a campaña; «en el
vergel que dixiemos del rey» colocaron las tiendas en las que instalaron las
mesas al llegar el rey de Aragón. En los Anales citados, un mozárab.e tole-
dano dejó consignado sobriamente cómo, a más de otros daños, entre
ellos la matanza de muchos judíos, interrumpida gracias ,a su defensa por
los caballeros de la ciudad, las tropas nacionales y extranjeras «cortaron
toda la huerta del Rey, e de Alcardet todo, e ficieron mucho mal en Toledo,
e duraron y mucho» (36).

A través de tan repetidas destrucciones, la almunia regia, primero de los


monarcas musulmanes, más tarde de los castellanos, debía de conservar,
merced al sostenimiento de su riego, renovada y lozana vegetación y um-
brosas arboledas. El quiosco y los edificios inmediatos desaparecerían a
fines del siglo XI o en el XII, destruidos en uno de los asedios malogrados
de almorávides y almohades. En el XIV, los Guzmanes, a los que proba-
blemente concedió la finca Alfonso XI, edificaron en ella un nuevo palacio
campestre, conocido por el de Galiana desde el siglo XVI (37).

Navajero, visitante de Toledo en septiembre de 1525, dice que el llano


llamado la Huerta' del Rey se regaba con norias o ruedas hidráulicas que
elevaban el agua del río, por lo que se veía todo él labrado, hecho huertos
y bien poblado de árboles, lo mismo que la vega, situada al salir del río de
entre los montes y alejarse de la ciudad; el resto era estéril y sin un árbol.
En dicho llano estaban las ruinas de un hermoso palacio, en sitio muy
apacible, «que dicen fue de Galiana, hija de un rey moro» (38).

De las restantes huertas y almunias que completaban en la Edad Media


el paisaje frondoso de la vega situada al norte de Toledo, por la parte que

(36) Jiménez de Rada, De rebus Hispaniae, lib. VHI, cap. 1, p. 176; Memorfas Mstó·
ricas de la vida y acciones del rey don Alonso el Noble\~ octavo de,I nombre, p. CVlll;
Primera Crónica General, 1, texto, caip. 1.010, p. 689; «Anales Toledanos I», en la España
Sagrada, de .Flórez, XXIII, pp. 395-396. En 1294 era amín de la almunia del Rey Micae'l
Domínguez (los Mozárabes de Toledo, por Angel González Palencia, 11 1 doc. núm. 1.045,
p. 332).
(37) En 1431, al regresar don Juan 11 de la vega de Granada, los alcaldes y rngi-
dores de Toledo le tenían preparado un cadalso de madera bien a1ltd, todo cubierto de
1

paños franceses, «en dereioho de la puerta de la huerta, que se llama del Rey» (Cróniica
del halconero de Juan 11, edic. Carriazo, p. 110).
(38) Viajes por España, traducidos por Fabié, pp. 253-254 y 370-371. Medio siglo más
tarde, Luis del Mármol Carvajal, en su Descripción general de Africa, 1, f. 0 94, re.fiere que
Galafre, al celebrar las bodas de Galiana y Carlos, uporque los christianos no entrassen
en Toledo, mandó haz,er en la propia Güerta unos palacios que oy día llaman los palacios
de Galiana»; R. Menéndez Pida!~ Historia y epopeya, apud. «GaUene la belle» y los pala-
cios de Galiana en Toledo, p. 276.

146
no la ciñe el Tajo, poseemos escasas noticias. Un documento de 1143 alude
a la almunia de Alcardeto, talada más tarde, en 1212, por las tropas en
vísperas de salir a la campaña contra los almohades, como antes se dijo;
estaba junto al Tajo; tenía presa y noria (39).
Dos parece que eran, aparte de los antes mencionados, los ·núcleos prin-
cipales de vegetación extramuros: uno, en la orilla derecha del río, poco
antes de llegar al puente de Alcántara, entre la cerca del Arrabal y el Tajo.
El otro estaba en la misma orilla, pero al salir el río deil angosto cauce
y apartarse de la ciudad.
En el primero había en los siglos XII y XIII abundantes huertas y jardines,
llamados a veces granadales, cerca de la puerta de Almofada o Almofala
(Bah al-majada), es decir, del Vado, que también se decía de Tefalín
(Bab al-taffalin ¿de 'los Grederos?). Allí estaba la ortam almofada y las del
Granada! y la Tesorería, inmediatas, y otras con frutales, a más de tierras
de alcacer; el agua de un canal, derivado del río, hacía mover una aceña,
como se llamaban en Toledo las grandes ruedas hidráulicas (40).

En el otro núcleo de vegetación, cerca del convento de San Pedro y debajo


de la Puerta de los Judíos, había en los siglos XII y XIII, un orto qui dicitur
Alhofra (huerto del Foso); al lado estaba el prado del Cadí o Marzalcadí
-mary al-qadl-, lindante con la rambla que se juntaba al Tajo en sitio
próximo; cerca estaba también un sendero que iba a le barca (probable-
mente en el torreón llamado hoy baño de la Cava), y un molino en el azud
de Asomail (?) o Azumel (41).

Junto a Santa Leocadia se extendía por estos lugares, a la orilla del Tajo,
en la segunda mitad del siglo XVI, la huerta de Bargas, «jardín con muchas
recreaciones y tablas de murteros y infinitas invenciones de jardine-
ría» (42).

(39) Noticias sobre Don Raimundo, Arzobispo de Toledo ( 1125-1152), por Gorn:ále,z
Palencia, p. 111.
(40) González Palencia, Los Mozárabes de Toledo, 11, documentos números 162, a
1182; 243, a 1193; 257, a 1194; 262, a 1196; 368 y 3'69, a 1209, pp. 1'19-120, 187-188, 200.-201,
1

205, 307-31 O; Documentos lingüísticos de España, 1, Reino de Castiilla, 1por Ramón Me-
néndez Pida!, pp. 370-372.
(41) González Palencia, Los Mozárabes de Toledo; voL preliminar, pp. 79 y 82; 1, 33,
a 1146; 114, a 1174; 288, a 1198; 593, a 1199; 322, a 1202, pp. 23..24, 82, 226-227, 233~235,
262-263; 111, 967, a 1124; 969, a 1143; 973, a 1160, pp. 3031, 305-306 y 309-310. En estos do-
cumentos mozárabes toledanos se emplea la palabra al-yanina -1pl., ail-yinB¡n- para de-
signar una huerta o jardín; ard al-qasil y ard maql?ala, que 1también aparecen con fre-
cuencia en ellos, serán -se1gún Ocaña Jiménez- tierras de alcacer, es decir, de cebada
verde cortada así para alimento de las caballerías. ~I dorso de al,gunos de los docu-
mentos citados figura la palabra «Ajune1yna» y «Ajunayna», diminutivos de huerta, que
sin duda había pasado a designar una o un grupo de ellas.
(42) El peregrino curioso y grandezas de ·España, por Bartho.Jomé de Villalba y Es-
paña; la li,cencia de impresión es de 1577.

147
Entre los puentes de Alcántara y San Martín, ocupaba un trecho de la
orilla( del río, bajo la cerca, la deleitosa huerta de la Alcurnia, sitio de
recreación de los prelados toledanos, hoy arenal del mismo nombre; la
destruyó una inundación en 1545 (43).

En el primer cuarto del siglo XVI, Lucio Marineo Sículo encomia los dos
sotos de las afueras de Toledo, «los más fértiles y frutíferos de toda Es-
paña, los cuales sotos tienen en largo por la una y por la otra parte más
de cinco millas, y por la otra parte occidental, casi otro tanto», y pondera
los muchos olivares, viñas, almendrales y otros árboles que en los alre-
dedores de Toledo se criaban (44).

Por los mismos años, Garcilaso evocaba las márgenes del Tajo al apartarse
lentamente de la ciudad:

De allí con agradable mansedumbre


el Tajo va siguiendo su jornada,
y regando los campos y arboledas
con artificio de las altas ruedas.

Idílico paisaje que algunos años después, en el reinado de Felipe 11,. don
Luis Cernuscolo de Guzmán cantaba en tercetos no muy inspirados:

Muchas huertas en torno la hermosean,


de frutas y de flores, tan copiosas
que el gusto y el espíritu recrean ( 45).

Aún a comienzos del siglo XVII las riberas del Tajo antes y después de
circundar el río la ciudad, estaban «coronadas» y adornadas de frescas y
hermosas arboledas, llenas de todas partes de sotos y huertas, con gran
muchedumbre de árboles frescos y deleitosos. Las huertas situadas cclexos
de la ribera del río, y en sitio muy altas, de suerte que no se puede sacar
agua de los' pozos, éstas se riegan con otro género de artificio, de unas
grandes ruedas de madera, que llaman azudas, las cuales, movidas con la
fuerza dHI caudal del río, levantan el agua y la van derramando, y derivando
por lo alto, encañada y encanalada por caños de madera, hasta dar en las

(43) Descriipción de la imperial oiudad de Toledo, por el doctor Francisco de Pisa,


f. 0 25.
Lucio Mariineo Sículq', De las cosas memorables de España, 'lib. 11, f. 0 12 v.
(44)
(45) Conde! de Cedilla, Toilecfo en el siglo X\fil, después del vencimiento de las Co-
munidades, ipp. 22-0-224.

148
propias huertas. Destas azudas hay tres o cuatro da la huerta del Rey:
una que llaman de Ra9a9u: otra de la Alberca: otra de la Islilla: otra de los
palacios de Galiana: y más adelante otra frontera del jardín de don Pedro
Manrique, y es de la huerta de Laytique. Si éstas hay otras cuatro azudas
en la vega, dos en batanes, una a San Pedro el Verde, otra a la huerta de
Agenjo Díaz» (46). Cervantes, en la ilustre fregona, cita por los mismos
años la Huerta del Rey, en la que había una azuda, entre las cosas famosas
de ver en Toledo.

La profunda decadencia desde entonces de Toledo y el abandono secular


fueron acabando con almunias, huertos y jardines, convirtiendo la antes
frondosa vega en tierras yermas y campos de secano. Así ha llegado a
nuestros días; tan sólo a partir de 1781 una parte de los contornos de la
ciudad, entre la puerta de Visagra y la fábrica de Armas, perdió el ingrato
aspecto de erial que antes tenía. En ese año, a costa, principalmente, de
uno de los últimos grandes prelados toledanos, el cardenal Lorenzana, se
plantaron calles de dobles hileras de olmos, representativos de la época
renovadora de Carlos 111; adquirieron gran lozanía, y ya se van perdien-
do (47).

Abandonada la vega toledana como lugar de expans1on campestre de las


gentes amontonadas en el apretado núcleo urbano, destruidas norias y rue-
das hidráulicas, el Tajo deslízase lentamente por entre tierras de secano,
eriales desprovistos de vegetación durante casi todo el año.

Las ruinas del palacio de Galiana, cada día que pasa más disminuidas, se
levantan hoy en una llanura huérfana de riego, vegetación y arbolado.

Valencia.
Lo mismo el Cantar de Mío Cid que la• Primera Crónica General, al relatar
la conquista de Valencia por el héroe castellano en los últimos años del
siglo XI, aluden incidental, pero repetidamente, a una ciudad rodeada de
huertos y jardines de espléndida vegetación.

Llegadas a Valencia Jimena y sus hijas desde una Castilla de tierras de


secano, las hace subir el Campeador a la torre más elevada del alcázar
para que contemplen el conjunto de la gran ciudad tendida a sus pies, de
la que se ha hecho dueño, y la prodigiosa fecundidad de la verde huerta
que la rodea:

(46) Pisa, Descripción de la imperial ciudad de Toledo, f. 0 9 v y 25.


(47) Don Antonio Ponz, el más ardoroso propagandista de la reipobilación arbórea
que ha habido en nuestro país, elogia cumplidamente estas plantaciones en su Viiaje
de España, t. X, pp. 111-IV.

149
Adelino mío Cid con ellas al alcac;er,
allá las subie en el más alto logar;
ayos vellidos catan a todas partes,
miran Valencia como yaze la c;ibdad,
e del otra parte a ojo han el mar;
miran la huerta, espessa es e grand,
e todas las otras cosas que eran de solaz (48).

Repetidamente la Primera Crónica se refiere a la angostura de las huertas


inmediatas a Valencia, peligrosa para los guerreros del Cid, por pres-
tarse a fáciles emboscadas y no permitir el despliegue de la caballería (49).
Entre esas huertas cítanse la mayor, llamada de Villanueva, en la que posó
el rey de Zaragoza, y a la que fue el Cid en 1093 a deportarse. Era la IJlUnya
de lbn 'Abd al-'AzTz, construida por ~I monarca val·enciano al-Man~ür b.
Abl 'Amir (412/1021 - 452/1061), que celebró su inaugurac1on con
una fiesta famosa distribuyendo gran cantidad de regalos. Comprendía bajo
el dominio de los almorávides un extenso jardín plantado de árboles fru-
tales y de adorno y de flores, cruzado por una acequia, y en el centro
estaba el palacio, uno de cuyos pabellones, ricamente decorado, abría todas
las puertas al jardín. Una poeta poco conocido, 'Ali b. A~mad, describió
en cuatro versos este maylis; la munya parece que pasó a ser paseo pú-
blico (50). Durante el asedio de Valencia, los guerreros castellanos derri-
baron cuantas casas y torres había en las afueras, con cuya piedra y ma-
dera levantaron una buena villa cerca del castillo de Juballa; también los
musulmanes sitiados, al ver allanadas esas construcciones, tomaron toda
la madera que les fue posible, metiéndola dentro de la cerca (51).

Al asombro y admiración de los castellanos ante la espesura de las apre-


tadas huertas que rodeaban Valencia, corresponde el dolor de los musul-
manes sitiados, al ver la destrucción de tan admirables vergeles. A co-
mienzos del año 1094, el viejo alfaquí al-Waqasl, doctísimo versificador,
sitiada la ciudad, pronunció un elegíaco lamento:

«Valencia, Valencia, vinieron sobre ti muchos quebrantos y en hora estás

(48) Poema de Mio Cid, ·edic. y -notas de Ramón Menéndez Pídal, versos 1.610-1.616,
p. 232.
(4·9) Pflimera 1Crónica General, 1, texto cap. 925 y cap. 930, p. 605.
(50) lbn Sa'f.d en Analectes, l. p. 110; Subh al-a'sa, V, p. 1231; Oala'id, 69 en Anal., 1,
ipp. 436-437, según ci1tas de Péres, La poésie andalouse, pág. 153-154; Poesía y arte de los
árabes en España ry Sicilia, por A. F. ¡de Sohack, 111, tercera edición, 1pp. 71-73 y 100; lbn
Jaqan, citado por Dozy, Loci de Abbad, 1, 1·846, p. 31, núm. 99; Meinéndez Pidal, La España
del Oid, 11, tp. 4B4.
(51) Primera Crónica General, cap. 891, p. 560; cap. 903, p. 570; 1cap. 908, pp. 573-575.

150
de morir ... Las tus muy nobles y v1c1osas huertas que en derredor de ti
son, el lobo rabioso les cavó las raíces y no pueden dar flores ... Los tus
muy nobles prados en que muy hermosas flores y muchas había, donde
tomaba el tu pueblo muy gran alegría, todos son ya secos» (52).

Apenas pasado medio siglo de la ocupación castellana, de nuevo Valencia


en manos islámicas, labradas las tierras, reparadas las ruinas, sus alrede-
dores volvieron a adquirir sin duda la frondosidad de antaño. Por entonces
al-ldrTsT refiere que las aguas de su río se uti 1izaban para el riego de
campos, jardines y huertas de las alquerías inmediatas a la ciudad (53).

En la primera mitad del siglo XIII era famoso en las afueras y al sudeste
de Valencia, al-Ru9afa, cantada por al-Ru9~fü. nacido en ella (54). Tras la
nueva conquista cristiana de la ciudad en 1238 por Jaime 1, los poetas va-
lencianos en el exilio no evocan sus edificios ni sus riquezas perdidas:
lloran sus jardines que no volverían a ver. «Esta bella ciudad no era más
que un jardín bajo el cual corrían los ríos», escribía el secretario Abu-1
Mutarrif b. 'AmTra (582/1186~m. hacia 656/1258) (55). E lbn al-Abbar,
en su famosa elegía, se pregunta: «¿Dónde están Valencia y sus vi-
viendas, 1los gorjeos de sus pájaros y los cantos de sus palomas? ¿Dónde
los aderezos de su Ru9afa, de su Yisr, y su Manzil 'Ata' y su Manzil Na9r?
¿Dónde sus frescas umbrías y sus cercados de bri liante verdor? ¿Dónde
sus rebosantes arroyos y sus bosquecillos? ... Era (al-Andalus) como un
cuadro de flores que encantaba nuestras pupilas; sus verdes boscajes de
otros tiempos se han desecado y endurecido» (56).

Tal vez fue Valencia uno de los lugares cuyos alrededores menos sufrieron
al pasar a manos cristianas. Muchos labradores islámicos quedaron en la
comarca y no parece que hubo interrupción en el cultivo de la tierra. Los
visitantes de Valencia en los siglos sucesivos, siguieron encomiando con
entusiasmo la fecundidad y belleza de sus contornos. Visitando las huertas
próximas en 1494, el antes citado Münzer creyóse en el paraíso terre-
nal (57).

(52) lbidem, cap. 909, p. 756; Ramón Menéndez Pidal, La España del Cid, 11, p.p. 493-494.
(53) ldr!isT, Description de l'Espagne, p. 191 del texto árabe y 233 de la trad.
francesa.
(54) Anal., 1, p. 111; 11, p. 421, se gún cita de Péres, la poésie andallousa, p. 153-154.
1

(55) Lévi~Prove1n9al, La Pén:insule lbérique, ipp. 49 y 52-53 del texto árabe y 62 y 66 de


la trad. francesa. ·
(56) Lévi-Proven9al, la Péninsule lbérique, pip. 52-55 del texto árabe y 66-68 de la
trad. francesa; Manzil 'Ata será l.a actual Mis-lata, a tres kilómetros al sudoeste de Va-
lencia, y Manzil Na~r, Masanasa, a siete al sur.
(57) Jerónimo Münzer, Viaje por España y Portugal, p. 63.

151
Sevilla.

Escasos datos poseemos acerca de los alrededores de Sevilla antes de su


conquista por Fernando 111. En una laguna inmediata, casi totalmente dese-
cada, al-bu~ayra al-kubra, al-Mu'tamid mandó plantar huertos y jardines
frondosos, en cuyo centro construyó un pabellón. Esta y otras residencias
sevillanas evocaba nostálgico más tarde, en su destierro de Agmat (58).
La «Pradera de Plata», en las inmediaciones de Sevilla, junto al Guadalqui-
vir, es célebre por el encuentro de la famosa Rumayqiyya, que en ella 19-
vaba, con el mismo Al-Mu'tamid, preliminar de su boda (59).

Según MaqqarT, en una extensión de veinticuatro millas se podía navegar


por el Guadalquivir en las inmediaciones de Sevilla, siempre a la sombra de
las alamedas y de los árboles frutales. Diez paras.angos a lo largo del Gua-
dalquivir se veía en ambas orillas una no interrumpida multitud de edificios,
lujosas quintas y elevadas torres (60).

El califa almohade Abu Ya'qüb Yusuf, al llegar a esa ciudad en el mes de


.safar del año 567 /1171, hizo construir unos magníficos alcázares llama
dos de la Bul)ayra (La Laguna) en las afueras de Bab vahwar, en torno de'-
los cuales se hicieron grandes plantaciones, para cuyo riego restableció la
conducción romana desde Alcalá de Guadaira, es decir, los Caños de Car-
mona. Plantáronse olivos, higueras, viñas y árboles frutales exóticos de las
más variadas especies, que producían frutos de extraordinario dulzor. Por
cuenta del erario público fueron sacados de los distritos del Aljarafe para
la Bul)ayra diez mil vástagos de olivos de las mejores clases. Ordenó el
sultán a los gobernadores de Granada y Guadix que mandaran con el mismo
fin diversas clases de la pera llamada Kummatra, de la ciruela conocida
por «Ojos de buey», de perucos y de manzanas (61).

Estaban estos jardines extramuros y al sudeste de la ciudad; a mediodía se


cita en el siglo XIII el llamado vannat al-Mu~alla (Jardín del Oratorio), plan-
tado de cañas de azúcar (62). Por el mismo tiempo bordeaban las riberas
del Guadalquivir, según al-saqundT, cuyo testimonio comprueban no esca-
sas poesías contemporáneas, quintas y jardines, viñedos y álamos, «que

(58) Péres, La poésie and!~louse, pp. 140 y 188.


(59) Dozy, Loci de Abbadides, 11, pp. 151-152 y 225-226, y 111, pp. 240-242; Maqqari,
Analectes, 11, p. 568.
(60) Maqqarl, Analectes, 1, pp. 128 y 228.
(61) Crónica del CDintemporáneo lbn Sahib al-Sala; véase T. B.. Notas sobre Sevilla
en la época musulmana, pp. 189-196. ·
(62) Lé\4HProven9al, La Péninsule lbérique, p. 21 del texto árabe y 27 de 11'1 trad.
francesa.

152
se suceden sin interrupción, con una continuidad que no se encuentra en
ningún otro río» (63).

Un «Olivár cabo de la villa» cita la Primera Crónica General al relatar el


asedio por Fernando 111 que terminó en 1248 con su conquista. Consta tam·
bién en la misma la existencia de abundante vegetación en sus contornos,
pues los soldados cristianos se metieron «en c;elada en unas espesuras
grandes que entre la hueste et la villa avíen (64). Refiere Margado que
cuando «el Santo Rey don Fernando ganó a Sevilla, agradáronle mucho vnos
jardines, y arboledas, que avía entre las Puertas del Ossario, y de la de
Carmona, y assí entre otros heredamientos las repartió al Real Monasterio
de las Huelgas de Burgos» (65).

Baza.

Hacia el siglo XIII Baza era repvtada por sus aguas corrientes y sus jar·
din.es (66). Refiere lbn al-Jatib que las mujeres de Baza, delicadas y her·
masas, espléndidamente vestidas, salían a holgarse a las orillas de sus
muchos arroyos, y en sus deliciosos campos, por los que se dilataba con
placer la vista (67). Los cronistas de los Reyes Católicos, un siglo más
tarde, dan perfecta idea de la frondosidad de sus alrededores. Según Diego
de Valera, en 1489 era «pequeña e muy fuerte e bien torreada, puesta en
un llano, algo desviada de la sierra ... e tiene muchas huertas, todas en
torno, de muy grandes árboles, e muchas ac;equias en conpás de más de
media legua, hasta juntar cerca de los muros». Más det811ado e interesante
es el relato de Pulgar: «a la salida de la cibdat, por la parte de lo llano,
está plantada una huerta espesa, con muchos y grandes árboles y frutales,
que ocupan casi vna legua de tierra en c;ircuyto. E en esta huerta avía
más de mil torres pequeñas, porque cada vezino de aquella c;ibdat que tenía
en ella alguna parte, facía vna torre cercana a sus árboles; y aquello que le
pertenecía regaua con ac;equias, de las muchas aguas que dec;ienden de
aquella parte de la sierra. E en cada pertenec;ia particular avía tantos y tales
hedificios, que fortificauan toda la huerta» (68).

(63) Al·Saqundl, Efogio, p. 95.


(64) Primera Crónica General, 1, texto, cap. 1.093, p. 755, y cap. 1.102, p. 758.
(65) Historia de Sevilla, por Alfonso de Margado, p. 331. En nota anterior se han
citado testimctnios de la frondosidad de los alrededores de Sevilla en los siglos XVI
y XVII.
(66) Lévi-Proi\Aen9al, La Péninsule lbérique, p. 45 del texto árabe y 57 de la trad.
francesa.
(67) Simonet, Dese. del reino de Granada., p. 62.
(68) Mosén Diego de Va lera. Crónica de los Reyes Católicos, 281; Fernando del
Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos, vol. seg., capítulo CCXXXV, p. 372; Guerra de Gra-
nada, escrita en latín por Alanso de Palencia, p. 400.

153
Guadix:.
Varias composiciones de poetas del siglo XI evocan la belleza del valle de
Guadix; sus arroyos, circulando entre jardines; la frondosidad de los ár-
boles, inclinados dulcemente, como las madres hacia sus hijos recién
nacidos; sus aguas puras, más deliciosas que el vino; sus umbrías, pro-
tectoras del ardor del sol, bajo las cuales se disfrutaba de una suave bri-
sa (69). En el siglo XII, Muihammad b. 'Ali b. Farab, nombrado al-
safra ( ?) , médico y gran botánico, creó para el sultán almphade Mubammad
al-Na9ir (m. en 610/1213-1214), un jardín botánico en su residencia de
Guadix (70).

Málaga.

De Málaga es una de las más antiguas referencias que existen de jardines


en la España islámica, aunque los aludidos han de asignarse a la anterior
época visigoda. Refiere al-MaqqarT que al sitiar 'Abd al-'AzTz, hijo de Musa
b. Nu9ayr, a Málaga, su gobernador, hombre descuidado y de pocos alcan-
ces, cansado de las molestias del cerco, salió a descansar a unos jardines
que había al lado pe la ciudad, sin cuidarse de colocar vigías ni atalayas;
de noche, se apoderaron de él algunos caballeros árabes, conquistando
después la ciudad (71).

A pesar de no tener más aguas para riego que la de pozos, dice al-ldrTsT,
poco antes de mediar el siglo XII, que sus alrededores estaban plantados de
huertos de higueras, cuyos frutos gozaban de gran fama (72). Según al-sa-
qundT en el siglo siguiente, las quintas malagueñas se parecían «a las es-
trellas del cielo, por su gran número y por el esplendor de su brillo» (73).
En el XIV escribió lbn al-Jatib que su llanura era «alcázares y jardines»;
había en ella jardines de aspecto maravilloso, alcázares construidos en las
faldas de las montañas, huertas de espesa sombra, albercas que murmu-
raban con su agua dulce y límpida; sus animados arrabales se mostraban
orgullosos entre las túnicas de las alamedas; no había ciudad más abun-
dante en plantaciones y viñedos, ni de flores más olorosas; toda ella era
un puro vergel (7 4).

(69) Péres, La poésie andalouse, pp. 158-159.


(70) Max Meyeriho,f, Esquisse d'histoire de la pharmacologie et botanique chez les
musuilmans d' Espagne, p. 29.
1

(71) Ajbar maymü'a, p. 1912.


(72) ldrTsT, Desc·riiption ... de l'Espagne, pp. 200 y 204 del texto árabe y 244 y 250 de
la trad. francesa. Lo mismo en e'I Rawdl al-Mi'µir, p. 213.
(73) Al-saqundT, Elogio de:t Islam español, p. 11 o.
(74) García Gómez, El «Parangón» entre Málaga y Salé de lbn al-Ja~ib, pp. 188-192.

154
Alonso de Palencia, Fernando del Pulgar y Mosén Diego de Valera, cronistas
los tres de los Reyes Católicos, describen al relatar la conquista de Málaga
por éstos en 1487 una ciudad rodeada de frondosísimos huertos y jardines.
Oigamos sus palabras. El primero señala· las facilidades que daban a los
defensores para las emboscadas «las frondosas arboledas de frutales de
los numerosos huertos inmediatos a las murallas». Según Pulgar, «allende
de la fermosura que le dan la mar y los hedific;ios, representa a la vista
vna ymagen de mayor fermosura las muchas palmas, y cidros, y naranjos,
y otros árboles y huertas que tiene en grand abundanc;ia dentro de la c;ibdad
y en los arrabales, y en todo el campo que es en su circuyto»; en el arrabal
que estaba ala parte de la mar había muchas huertas y casas caídas.
Los guerreros cristianos talaron en sus contornos panes y viñas, huertas
y olivares, almendrales, palmas y otros árboles, y quebraron los molinos de
todo el circuito. Junto a la ciudad había una huerta, en cuyas inmediaciones
tenía sus estancias durante el sitio el maestro de Santiago, que llamaban
del Rey. La misma admiración manifiesta Valera: «a la parte donde está
asentada la c;ibdad es un grand llano e una vega muy grande e muy fermosa,
llena de huertas e árboles e viñas. Y en la sierra más c;ercana ay tantas
viñas e arboledas e casas e torres que es cosa muy fermosa de ver» (75).

Cuando poco después en 1494, Münzer visita la ciudad, el cuadro era algo
más sombrío. El monasterio de menores 'se había edificado «en una feraz
llanura, antes poblada de numerosas y frondosísimas huertas, que quedaron
abandonadas desde el tiempo del asedio» (76).

Granada.
Autores árabes del siglo XI describen jardines de gran fertilidad en la vega
granadina, comparables a los de Córdoba y Sevilla (77).

Muy cerca de Granada había en el siglo XIII una hermosa huerta llamada
Daravenar, con una casa de campo conocida por Palacios de don Nuño, a
causa de haber alojado en ella el monarca granadino al conde don Nuño
González de Lara, desavenido con el rey Alfonso el Sabio.

En la primera mitad del siglo XIV escribía al-'UmarT (m. en 749/1349)


que el Genil recorría la vega de Granada en el espacio de cuarenta millas
entre jardines, cortijos y aldeas pobladas de viviendas, casas de recreo,

(75) Guerra de Granada, escrita en latín por Alonso de Pa:lencia, p. 400; Crónica de
los Reyes Católicos, por Pulgar, vo'I. 11, ipp. 111-112 y 284; Mosén Diiego de Valera, Cró·
nica de los Reyes Católicos, p. 239.
(716) Münzer, Viaje por España y Portugal, p. 114.
(77) Qala'id, pip. 174-175, reiprnd. en Analectes, 1, p. 448, según cita Péres, la poésie
andalouse, ip. 147.

155
palomares y otras construcciones. El Darro llegaba a Granada después de
discurrir entre jardines, campos y viñedos. Atravesaban la ciudad dos co-
linas, con abundantes y bellas casas y quioscos abiertos hacia las afueras,
desde los que la vista era magnífica sobre las tierras de labor y los arroyos
y acequias que las cruzaban, y único el espectáculo, imposible de imaginar.
Una de esas dos colinas se llamaba el Churro o el Mawror; la otra, la Alca-
zaba vieja (78). Los alrededores de Granada, según lbn Battüta. que había
recorrido numerosos países, desde el Atlántico hasta China, visitante de
esta ciudad en el mismo siglo XIV, no tenían par en el Universo; circun-
dábanla por todos lados casas, castillos, jardines, huertas, prados y viñedos.
"En uno de estos jardines permaneció dos días y una noche en amigable
conversación con un cadí y otros notables (79).

Escribió lbn al-Ja11b (713/1313 - 77·6/1374) que cernan a Granada como


si fueran muros, o más bien br'azaletes, almunias y granjas reales,
en las que había suntuosos aposentos. Fuera de su recinto, dice en la l~a~a,
existían un centenar de jardines (yanna, pi. yannat y yinan), cuyo empla-
zamiento ignoramos; jardín de la Tumba o del Estanque del valle (?),vega
o jardín del Barranco, barranco de Mócbol, jardín llamado Ribera de Hixam,
yanna del Arin, yanna llamada de Cádah ben Sahnuc ... (80).

Por doquiera, sigue diciendo el yisir granadino, enlazábanse las parras,


o árboles cargados de pomas y de otras frutas regaladas. Las huertas con-
tiguas producían tantos cereales y hortalizas, que sólo un príncipe pudiera
satisfacer sus precios con ricos tesoros. ~a renta anual de cada huerta
ascendía a cincuenta áureos y cada una de ellas rentaba al soberano treinta
libras. El campo, c-Jbierto incesantemente de frutos, daba al cultivo carácter
de perpetuidad, y sus productos se calculaban en veinticinco mil áureos.
El rey poseía suntuosísimas casas de recreo y de incomparable deleite por
sus bosques y variedad de plantas y jardines. A doquiera que se dirigía la
vista se admiraban torres de hermoso aspecto; las aguas corrían en todas
direcciones, utilizadas ya para uso de los baños, ya para impulso de los mo-
linos, cuyos· réditos se aplicaban a restaurar los muros de la ciudad (81).
El viajero egipcio 'Abd al-Basit b. Jalll b. sahTn al-Mala11, al llegar a Gra-
nada en 870/1466, quedó maravillado de los huertos y jardines que la
rodeaban y de la abundancia de sus productos. Por una parte -dice- ex-

(78) lbn Fadl A1llah al-'Umarl, MasalJik, pp. 226 y 288.


(79) lbn Battüta, Voyages, IV, ipp. 3·68-369 y 371.
(80) l!Ja~a, 1, p¡p. 24-25; Analectes, 1, p. 84; FranGisco Ja~ier Simonet, Dese. del reino
de Granada, pp. 47 y 53.
(81) lbn al-Ja~ib, según la versión de Lafuente Alcántara, Historia de Granada, 111,
pp. 115 116.

156
tendíanse los jardines, y por la opuesta, viñedos; vio plantas de vid e
higueras de tamaño extraordinario (82).

Toda aquella riqueza tan ponderada estaba en continuo peligro de destruc-


ción; las Crónicas refieren repetidas entradas de los guerreros castellanos
por la vega granadina, combatiendo y talando las alcarrias moras, destru-
yendo panes, vides y huertas y olivares inmediatos a la ciudad (83).

Pudiera pensarse que los escritores musulmanes agotaron su crecido caudal


de encomios y metáforas al referirse a la ciudad del Darro y el Genil, pero
más bien las sobrepasan que ceden en esos aspectos las palabras que
dedican a Granada algunos cristianos extranjeros que la visitaron en los
años inmediatamente posteriores a 1492, fecha de su conquista por los
Reyes Católicos, más entusiastas y ponderativas, si cabe, que las antes
reproducidas. El alemán Münzer conocía las mayores y más bellas ciudades
de la Europa central; Anglería, las famosas, por muchos estilos, de Italia.
Oiyamos sus respectivos testimonios .

. Cuando Jerónimo Münzer visitó Granada, en octl:lbre de 1494, no cumplidos


aún los tres años de la conquista, el panorama era aún parecido al de la
dominación i81ámica. En sus alrededores, «al pie de los montes», en un
llano «de cerca de una milla, hay infinidad de huertas y alquerías regadas
por acequias y habitadas en todo tiempo, cuyo conjunto, visto a cierta dis-
tancia, produce el efecto de una ciudad grande y populosa; singularmente
al noroeste, en extensión de más de una legua, es incontable el número
de casas y huertos, debido a que los moros son amantísimos de la horticul-
tura y en extremo ingeniosos, tanto en las plantaciones como en las artes
del riego» (84).
En el primer cuarto del siglo XVI, el humanista italiano Pedro Mártir de
Anglería (1457-1526) escribió en una de sus epístolas tal vez el más cum-
plido ek1gio que se ha hecho del emplazamiento y de los contornos de
Granada. «¿Qué comarca hay como ésta con tan bellos paseos para solaz
y deleite del ánimo cansado de cuidados y fatigas? La admirable Venecia
está cercada del mar por todas partes; a la rica Milán sólo le cupo en suertEi
una llanura; Florencia, cercada de altas tierras, tiene que sufrir todos los
horrores del invierno, y Roma, oprimida por las exhalaciones de las lagunas
del Tíber, y constantemente visitada por los vientos del sur, que le traen los
pestilentes miasmas de Africa, deja que lleguen pocos a una larga vejez,

(82) G. Lévi Della Vida, 111 regno di Granata nel 1465-66 nei rfoorcH di un viaggiatore
egiziano, ip. 322.
(83) Crónica de don A··lvaro de Luna, edic. y est. poi!' Juan de Mata Carriazo, pp. 124·
125 y 131; Crónica de los Reyes CatóHcos, por Pulga~. 11, p. 237.
(84) Münzer, Viaje por España y Portugal, LXXX!IV, p. 93.

1·57
y hace sufrir en verano un calor que fatiga a los habitantes y los incapacita
para todo. En cambio, en Granada, merced al Darro, que atraviesa la ciudad,
el ambiente es puro y salubre. Granada goza a la vez de montañas y de
una extensa llanura; puede jactarse de una cosecha perpetua, resplandece
con cedros y con pomas doradas de todo género; tiene amenísimos huertos,
y compiten sus jardines con el de las Hespérides. Las cercanas montañas
se extienden en torno en gallardas colinas y suaves eminencias, cubiertas
de olorosos arbustos, de bosquecillos de arrayán y de viñedos. lodo el país,
en suma, por su gala y lozanía, y por su abundancia de aguas, semeja los
Campos Elíseos. Yo mismo he probado cuánto estos arroyos cristalinos, que
corren por entre frondosos olivares y fértiles huertas, refrigeran el espíritu
cansado y engendran nuevo aliento de vida» (85).
Navajero no es menos entusiasta en su descripción de los contornos de
Granada: tanto «los collados como el valle que llaman la Vega, todo es
bello, todo apacible a maravilla y tan abundante de agua que no puede
serlo más, y lleno de árboles frutales, ciruelos de todas clases, melocotones,
higos, albérchigos, albaricoques, guindos y otros, que apenas dejan ver
el cielo con sus frondosas ramas ... Además de los árboles dichos, hay tan·
tos granados y tan hermosos, que no pueden serlo más, y uvas singulares
de muchas clases ... y no faltan olivares tan espesos que parecen bosques
de encinas. Por todas partes se ven en los alrededores de Granada, así en
las colinas como en el llano, tantas casas de moriscos, aunque muchas
están ocultas entre los árboles de los jardines, que juntas formarían otra
ciudad tan grande como Granada; verdad es que son pequeñas, pero todas
tienen agua y rosas, mosquetas y arrayanes, y son muy apacibles» (86).
Contornos de gran belleza y lozanía eran obra de las aguas del Darro, del
Genil y de la fuente de Alfacar que, canalizadas y repartidas en numerosas
acequias, permitieron transformar en deliciosos vergeles lugares que sin
riego hubieran tenido tan sólo una pobre vegetación esteparia. A Mul:Jam-
mad b. al-Al:Jmar (635/1237-1238 a 671/1273), el fundador de la di-
nastía nazarí, atribúyese la construcción de la acequia Real. Al agua que
por su cauce sinuoso circula desde entonces, se deben la Alhambra y el
Generalife. Antes de que llegara a ellas, es decir, antes del siglo XIII, las
colinas en las que se asientan serían cerros desnudos y resecos, cubiertos
de matorral, verdes tan sólo en la breve primavera meridional, como lo
son hoy -ya veremos que no lo fueron antes- los que bordean el curso
del Darro, aguas arriba de Granada.
En los últimos tiempos nazaríes y en los que siguieron inmediatamente a la
(85) Opus epistolar. Petr.i Martyris (Amsterdam, 1670), ¡p. 54, prime·ra edición en
Alcalá, 1en 1530; trad. de Valera en Schack, Poesía de los árabes en España, III, ipp. 170-
1'Z2.
(86) Falbié, Viajes por ·España, p¡p. 925-926.

158
conquista, los contornos de Granada, entrevistos a través de estrofas de
poetas y relatos de cronistas y viajeros, dibújanse con líneas más precisas
que en los repetidos lauros anteriores. Pueden darse algunos nombres y
fijar el emplazamiento de varias almunias y jardines de los que formaban
la verde cintura alrededor de la ciudad, y de unos pocos de los palacios,
casas y torres cuyos muros, blancos de cal, enjalbegados, asomaban entre
las frondas. Según esos datos, agrupábanse en varios núcleos: en la colina
donde está hoy la finca de Los Mártires; en el Realejo, entre el barrio actual
de la Antequeruela y el Genil; por encima de la Alhambra y del Generalife;
aguas arriba del Darro antes de entrar en Granada, en las laderas de los
cerros que bordean su cauce; en la falda occidental de la sierra por la
que se prolonga hacia norte la colina en la que está el Albaicín. No hay
apenas noticias concretas de la parte llana, a poniente de Granada, por la
que se dilataba la vega, pero su facilidad de riego permite asegurar que el
anillo de frondas y casitas intermedias no se interrumpía en esos lugares.
En ellos se citan en el siglo XV los molinos de Jaranbí, cerca de la puerta
de Bibarrambla, quebrados por el Rey Católico en 1484 en una de. sus
entradas por la vega de Granada (87). Veamos si es posible reconstruir
algunas de las cuentas del brillante collar que rodeaba la ciudad, las me-
jores de las cuales eran del patrimonio real.

Al sur, fuera del recinto antiguo, al otro lado del muro que bajaba desde
Torres Bermejas a Bibataubín (Bab al-Tawwabln) en el interior de otro
recinto levantado, al parecer a fines del siglo XIII, había floridos jardines y
huertas, cuya belleza ponderan escritores musulmanes y cristianos: la de
'l~am; las de al-Manyara mayor y menor; fas de al-Fajjarin, en el arrabal
así llamado, inmediato a la puerta de igual nombre (88). La al-Manyara ma-
yor era a fines del siglo XV de la reina Horra, madre de Boabdil, y Jindaba a
oriente con la calle pública del arrabal de Bab al-Fajjarin y a occidente con
el muro de la ciudad; a mediodía, con otra puerta propiedad de la reina
mujer de BoabdH y con la puerta y calle de Bibalachar, y norte con la al-
Manyara mayor; a occidente con la huerta de la mujer de Boabdil, que
estaba en la ribera del Genil, y a oriente con muchas casas y vergeles (89).

(87) P:ulgar, Crónica de 'los Reyes Católicos, 11~ p. 125.


1

(88) Hoy se llama el lugar de estas huertas el Realejo, sin duda por haber sido
propiedad rea'!. Mármol dice qu'8 estaban en la forna y campo de Abulnest, «donde llaman
agora campo de I Páncipe», y que en ellos pasaban ilos reyes .los veranos.
1

(89) Constan los linderos de 1estas huertas en ia cédula que en 5 de abril de 1492
dieron fos Reyes Catóilicos a fray Tomás de To1rquemada cediéndolas -pasaron a. poder
real por compra- para la fundación de un monasterio de la orden de Predicadores
-Santa Cruz la Heal, Santo Domingo- (los alquezares de Santa Fe, por Miguel Garrido
Ati enza, 1pip. 60-61); Colee. de doc. inéditos para la Hist. de España, XI, pip. 543-544.
La cesión de la Almanjairra mayor ~que así se transcribió su nombre árabe- fue con
casa que en ella /había, es decir, ¡con el Cuarto real. La Almanjarra menor fue de:l
1

Monfarrax.

159
Las tres huertas abarcaban, pues, desde la calle del arrabal de Bab al-
Fajjarin, hoy Realejo y calle de Santiago, hasta la Carrera del Genil, y desde
la puerta de Bibalachar hasta el castillo de Bibataubín (90).

Más abajo, en la orilla derecha del Genil, extramuros, estaría la alameda


de Mu'ammal (Hauvr Mu'ammal), plantada en los últimos años del siglo XI,
bajo el dominio almorávide, por un antiguo liberto de Badls de ese nombre
(m. en 492/1099) cuando era intendente de las propiedades confiscadas
a los ziríes en provecho de los monarcas africanos. El literato granadino
Abü ya'far Al]mad b. Abd al-Malik b. Sa'ld (m. 559/1163), nombra en sus
versos a esa alameda, ~vacando un atardecer pasado libremente en ella,
mientras «cantaba la tórtola en el boscaje y se curvaban las ramas del
arrayán sobre el arroyo», en compañía de su amante, la poetisa Haf~a bint
al-Hayy al-RakünT. Entonces la alameda era muy frecuentada por ociosos y
enamorados. Conservaba el mismo nombre en el siglo XIV, pues la cita
lbn al-Ja1(b.

La citada poesía de Abü va'far alude al perfume de las auras procedentes


del Nayd, qüe difundían el aroma del clavo. Dice al-Mallal]I (Al-Hulal al-
mawsiyya, p. 136), que el califa almohade 'Abd al-Wal]id, llamado al-Majlü'
(620-621/1224), construyó en el Nayd un castillo y un edificio llamado
la Casa blanca -Dar al-bayga'-. Por los mismos años al-saqundT (m. en
629/1231-1232), al elogiar a Granada, pondera el céfiro de su Nayd y el
bello panorama de su Hawr, que encantaban ojos y corazones, sutilizando
las almas (91). El Nayd era en el siglo XIV un arrabal (raba~) de Granada,
situado en una colina inmediata a la de la SabTka de la Alhambra, entre
ésta y el valle del Genil (92); había en él numerosos pabellones y jardines
y en su parte alta se levantaba la zawiya del Liyam (de la Brida) (93).
Tal vez sustituyó a ésta después de la conquista la ermita de los Mártires,
convento más tarde. Entonces, en los últimos años del siglo XV y primero~
del XVI, no se cita ya el arrabal Nayd, pero su recuerdo perduraba en la
última puerta del recinto añadido al de Granada en el siglo XIII, que llama-
ban Bibnexde y Bibnest y, perdido el nombre arábigo, se siguió nombrando

(90) Manuel Gómez Moreno, Guía de Granada, p. 21·5.


(91) Al-saqundl, Elogio, 1p¡p. 108-109.
(92) lbn al-Jatib. l~a~a, edic. del Cairo, 1, pp. 24-26; al-Maqqarl, Analectes, 1, pp. 84,
1

310 y 649; 11, pp. 147, 345, 348 y 543, según citas de E. Lévi-Proven9al, Les uMérnoires»
de 'Abcl Allah, p. 257; Emi.\.io García Gómez, El libro de las banderas, pip. 212-213, y L~ouis
Dí Giacorno, Une poétesse grenad1ine, pp. 48-49. Había Sabika ailta y baja (Carta de
Abl.ílcacín el Muleh a F·ernando de Zafra, en Las capitulaciones ... de Granada, por Miguel
Garrido Atienza, p. 249).
(93) lbn Battuta -Voyages, IV, 1p. 373- dice que el arrabal del Nayd estaba situado
fuera de Granada e inmediato a fa montaña de la Sablka; según al-'Umarl -Masalik,
pp. 228 y 233- su emplazamiento era cercano al Genil. La palabra árabe nayd significa

160
de los Molinos o de Güejar. Al cerro de los Mártires conocíasele poco des-
pués de 1492, por cerro de Alhabul o de Habul; las más antiguas descrip·
ciones cristianas se refieren tan sólo a la existencia de mazmorras en él;
ignoran el arrabal de Nayd, pero citan en cambio el barrio de la Anteque-
ruela. Entre éste y los Mártires estaría, pues, &ituado el primero.

Pasado el puente del Genil, en su orilla izquierda, se levantaba el Alcázar


Genil, amplia finca real con pabellones suntuosos y grandes albercas.
Hasta él llegaron por dos veces en el transcurso del siglo XV las oleadas
de los guerreros castellanos en sus correrías por la vega; ·en 1431, en
expedición en la que tornaron parte don Juan 11 y don Alvaro de Luna, y en
1462, mandados por el condestable don Miguel Lucas de lranzo (94).

Próximas estaban las huertas de los monarcas nazaríes, citadas en docu-


mentos poco posteriores a la reconquista, algunas de las cuales pasaron
a propiedad de los Reyes Católicos: Genin Alfaraz o Alfariz, la primera
del pago o haza de Darahudeyl; Genin Al cadí y Genin Aljat o Algar, las
tres regadas con la acequia mayor de Armilla; Genin Aljof; Genin Cidi
Mocliz; Genin Hamet; Dar-algazí «que es una muy buena heredad y la me-
jor que hay en toda la vega» (95). También fue de los monarcas islámicos
la huerta y casa del Nublo, en las que luego se fundó el monasterio de
San Jerónimo (96).

Por la puerta de Fajalauza o del Collado de los Almendros (Bab Fa~~ al·
lawza), en lo más alto del Albaicín, a la parte del cierzo, se salía para ir
a los ponderados cármenes de Ainadamar ('Ayn al-dam') (Fuente de las
lágrimas), situados en la falda occidental de una sierra o colina inmediata.
Según lbn Battüta era 'Ay al-dam' una montaña cubierta de huertas y jar-
dines; ninguna ciudad poseía otra semejante. lbn al-Jatib describe el mis-
mo lugar corno un monte de suavísimo y templado ambiente, cubierto de

meseta, lugar alto. Por antonomasia designa la ~egión de estepas elevadas del centro de
la Península arábiga, en !Contraste con ·las del litornl (Nedjd o Neidjed en las cartaS1 geo-
gráficas) (iOi Giacomo, Une poétesse grenadine, p. 48, núm; (109) y p. 49:, núms. (113) y
(1'14). Lévi.JProvenc;al cree que· este arrabal del Nayd s1e extendía a oriente l:l1e la colina
de la Al·hambra, enfrente del barrio del Albaicín, del que tan sólo ·l1e separaba el cauce
del Darro, pues lbn al-JatJ'b, en fa l~a~a.¡ 1, p. 1939, se refiere a un indi1viduo, muerto @
1

1307/707, y enterrado en e.I cementerio de fos extranjeros -ma-qbarat al-guraba' -situado


en e·I arrabal que hay junto al río- y enfrente de Naydu (E. 'Lévi-Rrov·enc;al, le voyage
d'lbn Bai~üia dans el royaume de Grenade (1350), ap. \Mélanges William Mar(:ais, /p. 221.
(94) Crónica del halconero de Juan 11, edic. Carriazo, capítulo XGMI, 1pp. 104-107;
Hechos del condestable don Miguel lucas de lranzo, edic. y est. :por Juan de Mat-a Ca-
rriazo, p. 93.
(95) Col. de documentos inéditos para la Historia de .España, VIII (Madrid, 1846),
pp. 460-461; X!I, pp. 543-544; Garrido Atienza, los A·lquezares de Santa Fe, pp. 10 56 y 58.
1
,

(96) Gómez Moreno, Guía de Granada, p. 362.

161
vergeles, huertos placenteros, floridos jardines de plantas aroma.ticas,
aguas dulces y copiosas, suntuosos aposentos, numerosos alminares, casas
de sólida construcción y otras delicadas. Para Navajero la Cartuja vieja
(emplazada en lo que fueron cármenes de Ainadamar) es uno de los sitios
más bellos y alegres que pudieran encontrarse; tiene hermosas vistas y
es lugar retirado del concurso de la gente, pero muy apacible, verde, lleno
de fuentes y de arrayanes. Toda aquella parte que está más allá de Gra-
nada es bellísima, llena de alquerías y jardines con sus fuentes y huertos
y bosques, y en algunas las fuentes son grandes y hermosas; y aunque
esos sobrepujan en hermosura a lo demás, no se diferencian mucho de
los otros alrededores de Granada (97). En el siglo XVI escribía Mármol
que en los cármenes y jardines de Ainadarnar «los regalados ciudadanos,
en tiempo que la ciuded era de Moros, iban a tener los tres meses del
año, que ellos llaman la Azir, que quiere decir la primavera ... Ocupan los
1

cármenes de Ainadamar legua y me dia por la ladera de la sierra del Al-


baycín, que mira hacia la vega, y llegan hasta cerca de los muros de. la
ciudad» (98). Regábanse con el agua de la acequia de Alfacar. En lo alto
de un cerro, dominando esos cármenes, se elevaba la fortaleza de la
Calahorra.

La parte más vieja del cementerio de Sahi b. Malik, en las afueras de la


puerta de Elvira (Bab llblra), estaba plantada de olivos (99).

Antes de atravesar Granada, el Darro, según al-'Umarl corría entre jar-


dines, campos y viñedos (100); en sus orillas crecían alisos, fresnos, no-
gales y castaños. Pero la más completa descripción de esa parte de su
valle hay que buscarla en las páginas de .Navajero, escritas en 1526; El
Darro «llega (a Granada) ... entre bellísimos collados que forman un valle
lleno de frutales delicados y tan abundantes que forman un bosque, por el
que corre el río murmurando entre muchos y grandes peñascos que hay
en algunos sitios del cauce; en los restantes, corre silencioso. Sus ribe-
ras son sombrías, altas y cubiertas de verdura y muy apacibles, pobladas
a uno y otro lado de multitud de casas pequeñas con jardinitos en torno
medio ocultos entre el boscaje de los árboles ... el Valle por cuyo fondo dis-
curre el río es bello y apacible ... los collados que lo forman están cultiva-
dos desde su cumbre y tan abundantes en árboles que semejah una selva;

(97) Viajes por España, por Fabié, pp. 295-296.


(98) lbn Battuta, Voyages, IV, pp. 368-369; ll:ia~a. 1, pp. 24-25; Luis Mármol Carvajal,
Historia de la rebelión del Moriscos, 1, cap. X, p. 35. El Gran Capitán icedió en 1513
dos huertas llamadas del Alcudia de Ainadamar y los Abencerrajes para la fundación de
la Cartuja (Gómez Moreno, .Guía de Granada, p. 344).
(99) Münzier, V iaje por España y Portugal, p. 90.
1

(100) Al-'Umarl, Masalik, p. 226.

162
a donde no alcanza el cultivo las laderas aparecen cubiertas de arbustos,
helechos y otras plantas semejantes» ( 101).

En contraste con la abundante vegetación descrita, la colina de la Sablka,


en cuya cumbre se erguía la Alhambra, hay que suponerla desnuda, condi-
ción obligada por su carácter militar. Pero algo más arriba, el Generalife,
compensaba con gran frondosidad la desnudez del cerro inferior. No logró
colmar el deseo de alejamiento y contemplación de vastos panoramas de
los señores de Granada, y a mayor altura que sus jardines, encerrados
como de costumbre entre muros, levantaron otros alcázares y pabellones.
Subióse a ellos el agua para crear huertos y vergeles, llenar albercas y
hacerla correr en fuentes y saltar en surtidores por medio de complicados
y penosos mecanismos, cuyo sostenimieto exigió esfuerzo y caudades con-
siderables ( 102). Asombra la cuantía de los dedicados a obras suntuarias,
como éstas, por un Estado a la defensiva, en disensiones y guerras con-
tinuas.

lgnórase si fue en los últimos tiempos del reino granadino, acosado y em-
pobrecido, sin el más pequeño resquicio abierto a la esperanza o poco des-
pués de la Reconquista, cuando se descuidaron las norias y conducciones
de agua que penosamente llevaban el agua a esos jardines y palacios, y
varios lugares de las cumbres y vertientes de los cerros situados entre
el Darro y el Genil tornaron a su primera condición de tierras arenosas y
sedientas. El hecho es que en el siglo XVI una serie de albercas y edificios
emplazados en lugares altos, por encima del Generalife, a los que llegaba
el agua, estaban abandonados y ruinosos, y que la parte oriental de la Al-
hambra, algo más elevada que el cauce de la acequia Real, había pasado
a ser secano ( 103).

Igual decadencia alcanzaba entonces a los restantes contornos de la ciu-


dad. Emigraban los moriscos que los cultivaban esmeradamente y los pri-
meros cri~tianos llegados a Granada eran gentes allegadizas, aventureros
sin tradición, aficiones ni conocimientos agrícolas. En 1526 el embajador
veneciano Navajero, el repetir una vez más las alabanzas de Granada, me-
lancólicamente dice, en párrafos antes reproducidos, cómo aquella belleza
estaba en trance de desaparición.

(101) Viajes por España, por Fabié, pp. 290-291. He modifioado ·ligeiramente la tra-
1

ducción de éste y de a1lgunos otros de los párrafos transcritos.


(102) Torres Balbás, Dar al-'Arüsa y las ruinas de palacios 'Y albercas granadinas
situados fpor ·encima del Generalife, pp. 185-203.
(103) Aún lo e:ra no hace más de v.einticinco años; hoy el agua llega a sus últimos
rincones y están las viejas albercas, aparecidas bajo montones de escombros, en las
que se reflejaron antaño los iarcos festoneados de los patios de casas y palacios.

163
''Ya casi en el llano que está al pie del monasterio de Santa Cruz, y a
orillas del Genil », sitúa Navajero «Otros palacios y jardines, que también
eran de reyes moros»; aún llegó a ver «algo de ellos en pie, y se conoce
que el sitio era muy apacible, quedando aún algunos arrayanes y naranjos ..
Más abajo, en el llano, y pasado el puente del Genil. .. hay otro palacio
que aún se conserva en una buena parte (el Alcázar Genil), con hermoso
jardín y gran estanque y con muchos arrayanes, el cual se llama el Huerto
de la Reina, lugar también muy apacible. De las ruinas de tantos sitios
amenos se infiere que los reyes moros no carecían de nada que pudiera
contribuir a los placeres y a la vida alegre» (104).

Mármol Carvajal registra antes de terminar el siglo XVI el abandono y la


ruina de los palacios y jardines situados por encima del Generalife, y se
refiere a los caseríos de la vega, habitados por labradores; sin duda, los
nuevos pobladores, burguesía y gente acomodada, no tenían por el campo
la afición que sus predecesores musulmanes ( 105). «El sitio de la ciudad
de Granada -escribe Mármol- como se ve el día de hoy, es maravilloso
y harto más fuerte de lo que desde fuera parece, porque está puesta en
unos cerros muy altos ... y ocupando los valles que hay entre ellos, se ex-
tiende largamente por un espacioso llano a. la parte de poniente donde
está una hermosísima vega llana y cuadrada, llena de muchas arboledas
y frescuras, entre las cuales hay muchas alcarrias pobladas de labradores
y gentes del campo, que todas ellas se descubren desde las casas de la
ciudad». Desde éstas la vista seguía siendo «jocunda y muy deleitosa en
todo tiempo del año. Si miran a la vega, se ven tantas arboledas y frescu-
ras, y tantos lugares metidos entre ellas, que es contento; si a los cerros,
lo mesmo; y si a la sierra, no da menor recreación verla tan cerca, y tan
cargada de nieve la mayor parte del año, que parece estar cubierta con
una sábana de lienzo muy blanca». «Fuera de la ciudad, a la parte de la
vega, hay grandes huertas y arboledas que se riegan con el agua de las
acequias». Las salidas «hacia la parte de la vega son llanas y muy delei-
tosas de árboles, y las que responden a la parte de la sierra no con menor
recreación, se sale por ellas entre cármenes y huertas de muchas frescu·
ras, especialmente saliendo por la puerta del Albaicín, que llaman Fex el

(104) Fabié, Viajes por España, pp. 286-287.


(105) «!ten que todos los naturales y ·labradores de las alquerías desta cibdad
que en las alquerías tienen cas·as, se baya a beuir a eHas y las casas que en 'la cihdad
tovieren las vendan a cristianos» (las capitulaciones de Granada, por Garrido Atienza,
p. 142). Esas palabras de un documento del Archivo de la Casa de Zafra sobre e.I apar-
tamiento y separación de moros y cristianos, redactado :poco desipués de la c·onquista
de Granada, comprueban que sus vecinos tenían finoas en sus contornos, a las que antes
se dijo iban a pasar temporadas.

164
leuz, donde están los cármenes de Ainadamar, y por la ribera del río Darro
arriba» (106).

Debemos al clérigo don Luis de la Cueva, cuyos Diálogos se editaron en Se·


villa en 1603, la interesante noticia, que confirma las palabras de Navajero,
de que antes «del alzamiento (de los moriscos, en 1569) estaban los mon·
tes (próximos a Granada) con sus laderas cubiertas de árboles que apenas
se veía el suelo» ( 107).

Hoy, los lugares altos por encima de la Alhambra y del Generalife, Dar
al-'arüsa y los Alijares, siguen abandonados y sedientos, lo mismo que
Dar al-wid, cerca del Genil. De las huertas del Realejo quedan menguados
restos; desaparecieron totalmente los jardines del Alcázar Genil, cuyas
albercas llenan tierras y escombros; como recuerdo de los ponderados
cármenes de Aynadamar tan sólo se encuentran fragmentos de vasijas
árabes esparcidas por sus solares y varias albercas destrozadas, y las
laderas de los cerros que bordean el Darro antes de llegar a Granada, ex·
cepto la arboleda del Sacromonte, y ·pocos lugares más, son amarillentas
tierras de secano. A tantos lugares florecientes hace quinientos años,
no llega hoy el agua, que llevada con medios primitivos y esfuerzo grande
les prestó entonces admirable frondosidad ( 108).

Otras ciudades.
Rodeada de huertas y jardines describe a l-ldrl,sl a Zaragoza; en Daroca
1

dice que había muchos jardines y viñedos ( 109). Al-Himyarl escribió que
el agua del Jalón se utilizaba en Ricia para el riego de los jardines pró·
ximos; Fraga estaba rodeada de abundantes jardines, sin paralelo posi·
ble;· cercaban por todos lados a Huesca, de fértil suelo, jardines y huertas
frondosas de árboles frutales, regados con el agua del río que atravesaba
la parte central de la ciudad (110); al oeste de Guadalajara, bordeaban las
orillas de su riachuelo jardines, huertas, viñas y variadas plantaciones ( 111).

(106) Historia del rebelión de los Moriscos, por Mármol Carvajal, 1, cap. V, p. 17;
cap. VII, pp. 27-29; cap. IX, p. 31; cap. X, pp. ,35-36. La ,primera impresión, en MáJlaga 1600;
el privilegio para ·ella ,es .de 1599, pero obtuvo otro anterior en 1580.
(107) Diálogos de las cosas notables de Granada, por el licenciado L:uys de la Gueua,
p. Aiiii.
(108) Visión optimista de los al·rededores de Granada poco antes ide medi,ar e1J si·
g!o XIX es ila ,de ilafuente Alcántara, en El Libro del viajero en Granada (G1íainada,
1843), ¡pip. 19, 21, 25, 26 y 28.
(109) ·ldrTsT, Description ... de l'Espagne, pp. 189 y 190 de1l texto árabe y 230 de ·1,a
trad. francesa.
(110) Lévi-1Provern;:al, La Péninsule ibérique, pp. 24, 78 y 195 del texto árabe, y 311,
98 y 236 de la trad. francesa.
(111) l.drilsT, Description ... de l'Espagne, p. 189 de'! te:><to árabe y 229 de la trad.
francesa.

165
«¡Qué admirables son los altos árboles que rodean Badajoz! Tu hermoso
río atraviesa el valle semejante a una hendidura en una capa rayadan can- 1
,

taba el visir Abü 'Amr b. al-Fallas. En sus alrededores, el soberano al-


Mutawakkil construyó una almunia llamada al-Badl', a la que iba con sus
familiares a banquetear alegremente o a descansar entre árboles y
flores (112).

Jardines y huertos había en los contornos de Silves; los abundantes de San-


tarem producían frutos y legumbres de todas clases ( 113).

Poseía Ecija huertas y jardines frondosos y cercados de hermosa vegeta-


ción. Rodeaban a Hornachuelos viñas y huertas en gran cantidad, y a Jerez
viñas, en unión de olivos e higueras. Por ambas orillas del río de la Miel,
de Algeciras -Wadi al-'asal- se extendían jardines y huertas (114). Vi-
ñas, huertas y arboledas circundaban Lo ja ( 115).

De otra ciudad levantina, Játiva, existe un testimonio cristiano en el que


se dibujan claramente sus contornos. Jaime 1 cuenta en su Crónica la ma-
ravillosa impresión que le produjo a la caída de la tarde la ciudad y su
huerta, contempladas por primera vez desde un collado próximo al cas-
tillo: «Vimos la huerta más bella que jamás habíamos contemplado, con
más de doscientas alquerías en torno, las más hermosas que hallarse
pueden, tantas y tan espesa~, y el castillo tan noble y la huerta tan
bella ... » ( 116).

En la misma comarca al-ldrlsl describe a Burriana, rodeada de árboles y vi-


ñas, a Murviedro, que lo estaba de vergeles regados por aguas corrientes:
a Alcira, cuyos bellos contornos abundaban en árboles frutales bien rega·
dos; a Denia, en medio de campos cultivados, de viñas y de higueras; a
Orihuela, alrededor de la cual sucedían jardines y vergeles que producían
frutos en cantidad prodigiosa ( 117).

De un jardín murciano, la Rawc;la de Aben-Faray en el arrabal de Sirf:lan


nos informa Ibn al-Abbar; uno de los personajes por él biografiados, muerto

(112) ~ubtf al-a'sa, V. 1pp. 223-224; Oala'id, p. 151. Analectes, 1, p. 144 y 421, citados
por Pére51, La poésie andalouse, pp. 149-150.
(113) IidrfsT, Description ... de l'Espagne, pp. 180 y 186 ·del texto árabe, y 217 y 226 de
la .trad. francesa. ·
(114) IdrTsT, Description ... de l'Espagne, pip. 176, 205 y 207 del texto árabe, y 2·12,
253, 254 y 256 de· la trad. francesa.
(115) Pulgar, Crónica de los Reye;s Católicos, 11, p. 217.
(116) Jaime 1, Libre deis feyts, ed. Aguild-, p. 348.
(117) ldr'fsT, Descfiiption ... de l'Espagne, pp. 191, 192 y 193 de1 texto árabe, y 232,
233, 234-235 de la trad. francesa.
1

166
en 1217-1218, recibió sepultura en dicha Rawda ( 118). Más expresivas son
las palabras de al-saqundT: al lado del río de Murcia había «tantos jardines
de ramas ondulantes, tantas norias que cantan notas musicales, tantos pá-
jaros gorjeadores y .flores alinead'as, como habrás oído» (119). De los jar-
dines de la vega de Lorca, cruzada por múltiples ar,equias, tan sólo sabe-
mos que se regaban, además, con norias (120).
Describe Pechina al-ldrlsl circundada de huertas, jardines, casa de cam-
po, viñedos y campos cultivados (121). Y al-'Umari alude dos siglos más
tarde, a la existencia en el mismo lugar de olivos, viñas y grandes jardines
que producían abundantes y variados frutos ( 122).
En las inmediaciones de la cercana y casi siempre sedienta Almería, dice
un autor islámico que las gentes de elevada condición social poseían casas
con torres, llamadas bury a las que se retiraban terminados sus quehace-
res en la ciudad ( 123).

Los jardines que rodeaban a Berja, al sudoeste de Almería, fueron can-


tados en el siglo XI por un natural de esa ciudad; sin duda su lozanía con-
trastaría intensamente lo mismo que en Pechina y Almería, con la aridez
de los montes y campos inmediatos (124).

En la falda de una montaña, rodeada de jardines, de huertas, de campos,


en los que se cultivaba trigo, cebada, habas y toda clase de cereales y
legumbres, según al-kirTrsT, estaba Jaén. Baeza, refiere al-Razl, «yace sobre
buena vega plantada de muchos buenos árboles» (125). Hasta en lo alto
del cerro, pedregoso y sediento, en el que se extingue Medinaceli, había
en el siglo XI un jardín suspendido, cerca del río (sic) y frente al pa-
lacio ( 126).

(118) TakmHat al-Sila; de llbn al-Abbiar, t. V, p. 314, núm. 939.


(119) Al-8.aqundl, ·Elogio, 1p. 115.
(120) Lévi-:Proven<;al, La Péninsule lbérique, p. 172 del texto árabe y 207 de la trad.
1

franoesa.
(121) ·lidrTsl, Description ... de l'Espagne, .p. 200 del texto árabe, y 245 de la trad.
francesa.
(122) Analectes, 11, p. 360, según Péres, La poésie andalouse, p. 144.
(123) Analectes, 11, p. 360, s·egún Péres, la poésie andafouse, p. 144.
(124) .Péres, La 1poésie andalouse, p. 145.
(125) Gayangos, Memoria, VIII, p. 39.
(126) Péres, La poésie andalouse, p. 440.

167
LA MEDINA, LOS ARRABALES Y LOS BARRIOS

Integraban las más importantes ciudades hispanomusulmanas un núcleo


central murado, la medina -madina-, en el que estaban la mezquita ma-
yor, la alcaicería y el comercio principal, repartido en calles y zocos, y
una serie 1de 1arrabal es -arbad, en singular rabad- irelativamente autó-
1

nomos y apenas coordinados con aquélla. Protegía casi siempre a estos


últimos una cerca, independientemente de la ce-rea de la medina.

Medina y arrabales formábanse por la agrupación de barrios -~arat, en


singular ~ara- de muy desigual extensión, a veces reducidísimos, no más
grandes qtJe una calle y con puertas en sus extremos que se cerraban de
noche.

La palabra rabad, de la que procede la castellana arrabal, figura en casi


todos los diccionarios árabes con el mismo significado de la española
derivada, o sea, barrio exterior al núcleo principal de población o medi-
na (1). Tuvo sin duda en la España islámica esa acepción, pero también
se llamaban así barrios del recinto central murado. Pedro de Alcalá tra-
duce los tres nombres, arrabal, barrio y collación de ciudad, por la misma
palabra árabe rabad (2). Textos islámicos citan en Córdoba unas veces un
rabad al-Raqqaqin (arrabal de los Pergamineros) y otras IJarat al-Raq-
qaqin (barrio de los Pergamineros), agrupación urbana situada al occi-
dente de la medina, cerca de bab al-'A1tarin (3).
Según el Repartimiento de Mallorca había en esta ciudad cuando su con-
quista por los cristianos en 1229 un arrabal medio o del centro -al raba~
al-awsat (4)-, lo mismo que en Ceuta a comienzos del siglo XV (5). En

(1) Enc. Islam, IH; p. 1162; iDozy y Enge1lmann, Glossaire des mots, p. 198. Según
1

las Siete Partidas, «este nombre cibdat, que se enUende todo aquel ,lugar que es cercado
de los muros, con los arraiba.les et los edificios que s1e tienen con ellos» (Part. VII,
1

tít. XXXlifl, ley VI).


(.2) Alcalá, De fiingua arábica, ipp. 105, 114 y 149.
(3) Maqqarl, Analeotes~· 11, ¡p. 304; libn Baskuwal, SHa, pp. 15 y 573.
(4) Busquets, 1EI códice ... del Repartimiento de Mallorca, p. 277.
(5) Lévi~Pwvenc;al, Une description de Geuta.

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170
los documentos mozárabes de foledo de los siglos XII y XIII figuran arra-
bales situados también en el centro de la ciudad: el de Francos, cuya men-
ción más antigua es de 1134, estaba situado entre 'la mezquita mayor, .con-
vertida en catedral, y el Zocodover, lo mismo que el de los Barberos; el
del Rey, en el barrio de Santa María Magdalena, al sur del Zocodover, entre
esta plaza y la catedral (6). Escrituras poco posteriores a la reconquista
de Granada aluden a un "rabat Abula9i "• barrio situado entre la mezquita
mayor y la calle de Elvira, en la parte central de la ciudad, al que dio nom-
bre un tal Abü-1-A~I. que construyó en él una mezquita y un baño, según
refiere lbn al-Jatfü (7).
Los mencionados documentos mozárabes citan también .arrabales en Tole-
do dentro de barrios como el rabad Arranuc o jandaq ~barranco- Arra-
nuc, junto al barrio -~ara- judío y dentro del barrio -~ara- de San
Martín (8). Es indudable, pues, que en la España musulmana la palabra
arrabal -rabad- significaba con frecuencia una parte interior de la ciu-
dad y que ésa, y las de barrio y calle se aplicaban indistintamente y con
escasa precisión a agrupaciones urbanas de muy variable situación y
superficie.
Los arrabales y barrios más extensos formaban, a semejanza de la medina,
como una pequeña ciudad, organizada en torno a una reducida mezquita,
con sus zocos, tiendas, alhóndigas, baños y hornos.

Encerrados en el interior de sus muros, los vecinos de arrabales y barrios


podían vivir con independencia. Algunas veces estaban los inmediatos en
poder de gentes enemigas; encastillados en ellos, la lucha se prolongaba
largo tiempo. Cuenta l'bn al-Jatib 1que en el año 503/111 O, ;el partido za-
ragozano afecto a los almorávides, disgustado por la alianza 'del soberano
'Abd al-Malik con el de Castilla, llamó al caíd de Valencia Muf:iammad
b. al Hay y, y le abrió las puertas de la medina, desde la que 'Combatieron
a 'Abd al-Malik, dueño del resto de la ciudad (9). En 414/1023, sublevados
los cordobeses contra el califa al- Ma''mün al-Oasim, ocasionalmente fuera
de la ciudad, se encerraron en la medina, en la que estuvieron sitiados
más de cincuenta días (10).

(6) González Pafonda, Los Mozárabes de Toledo, vol. ip1reliminar, pp. 51, 52, 57
y 68; vol. 1, pp. 14, 1'5 y 306; docs . núms. 20, de 1136, y 366 , de 1209; voL U, pp. 75-78,
194-1'95 y 252-253; ddcs. núms. 474, de 1224; 597, de 1256, .y 652, de 1276; vol. 111, ipp. S.25-
526, docs. núms . 1.106, de 1232. El arrabal de Francos algunas veces sie llama «Cal de
Francos» y vioo francorum.
(7) J. F. Ri.año, la Alhambra, pp. Hl9-190; Gómez-Moreno, Guía de Granada, p. 32Q .
(8) González 1Palencia, Los Mozárabes de Toledo, vol. ipre·liminar, ,pp. 76-77; vol. 1,
pp . 126 y 251, docs. núms. 170, de 1184, y .311, de 1202.
(9) Codera, Decadencia ... de los Altmorá\-ides, p. 257.
(10) A1l-ManrakuSI, Histoire des Almohades, pp. 43-44; al•Nuwayrl• Historia de los
Musulmanes, .1, p. 76 de la traducción.

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Buen ejemplo de esta fragmentación de las ciudades hispanümtisulmanas
ofrece la historia de la de Granada. Después de su cautiverio en la batalla
de Lucena, Boabdil, puesto en libertad por los Reyes Católicos 1en 1486,
entró en el arrabal granadino del Albaicín, y tras cerrar las puertas que le
comunicaban con el resto del núcleo urbano y arrimar a sus hojas piedras,
tierra y numerosos maderos y proteger también «las bocas de las calles
y los portillos», se sostuvo en él, cerca de un año, luchando contra su tío
el Zagal, dueño del resto de Granada y de la Alhambra ( 11).

Posteriormente, bajo el dominio cristiano, en 1499, se revelaron los moris-


cos del Albaicín, y se pusieron «en arma, y comenzaron a llamar a Maho-
ma, apellidando libertad, y diciendo que se les quebrantaban los capítu-
los de las paces: y tomando las calles, las puertas y las entradas del Albai-
cín, se fortalecieron contra los christianos de la ciudad, y comenzaron
a pelear con ellos» (12).

Agrupábanse las gentes en barrios y arrabales por sus creencias religio-


sas -arrabales de mozárabes y de judíos-; por su lugar de origen, ba-
rrio de los Gomeres (Gumara) y de los Zenetes (Zanata), en Granada,
y arrabal de Cine ja (de los Sin-haya), en Zaragoza; y aun por su común
y crónica enfermedad ___:_barrio de la puerta de los Leprosos- (bab al·
Marda), también en Granada. Más frecuentemente la agrupación obedecía
a la actividad comercial, industrial o burocrática de sus pobladores: arra-
bal o barrio de los Bordadores o Tejedores (al-Tarrazin) y de los funcio-
narios de la Corte (al-Zayayila), en Córdoba; de los Barberos, en Toledo;
de los Mercaderes de Higos (al-Tayyanin), en Málaga; de los Curtidores
(al-Dabbagin), en Zaragoza; de los Halconeros (al-Bayyazin, Albaicín),
en Granada, Alhama, Quesada y Baena, y de los Alfareros (al-Fajjarln),
en Córdoba, Sevilla y Granada. Su orientación daba nombre a algunos arra-
bales, como al meridional (al-yanübi) y al oriental (al-sarqiyya), de Cór-
doba, y al de poniente (rabad al-garbi), de Huesca. Uno de Mallorca lla-
mábase el nuevo (al-yadid). Otros r~cibieron nombre de su situación. to-
pográfica: Arrabal de la Alcudia· (al-Kudya, el cerro o el otero), en Valencia
y Toledo; barrios ·de la Alacaba (al-'Aqaba, la cuesta), y de Fajalauza (Fa~.~
al-lawza, collado de los almendros), eJl Granada. En ocasiones era una
construcción próxima la que servía para distinguirlos, casi siempre una
puerta de la muralla junto a la cual se extendían: arrabal de Bisagra (bah

( 11) Baeza, Las cosas que pasaron ... , pp. 35-36. Según Mármol -Historia del rebe--

lión ... , 1, p. 67 ... lucha entre Boabdil y el Zagal en el interior de la ciudad diur6 más
de cincuenta días.
(12) Mármol, Histot1ia del rebeiHón ... , 1, ip. 117.

173
saqra), en Toledo (13), barrios de bab al-Ramla y de bab al-Marda, en
Granada. De un aljibe recibía nombre un arrabal de Almería -raba~ al..
HawC;I-. En varias ciudades -Almería, Granada y Valencia, entre otras-
había arrabales o barrios llamados al-Mu~alla o de al-sarla, por su em-
plazamiento en la explanada de las afueras en las que había estado o
estaba el oratorio al aire libre conocido por ambos nombres (14). Propios
los tenían en Granada dos arrabales, los de BadTs y Abü-I-'.A~1. y varios
barrios citados en documentos posteriores a 1492.

la medina

Al-madlna, nombre apelativo, llamábase la residencia urbana fortificada y


provista de mezquita mayor del que ejercía el poder, monarca, príncipe,
señor o gobernante ( 15). Conservan ese nombre romanceado varias villas
españolas y algunos lugares de ellas: una calle de Almería se llama Real
de la Almedina y en la cerca de Tarifa hay una puerta de la Almedina,
nombre también de la cuesta que a ella conduce ( 16). Así se nombran toda-
vía el barrio murado más· en.cumbrado de Baena -envuelto por otro, tam-
bién con cerca- uno de Torrox (17) y una puerta y un barrio de Coimbra.
Al nombre genérico al•madina acostumbraba seguir otro, como en Medina
Sidonia (Madinat lbn al-Salim), Medinaceli (Madinat Salim). Zaragoza
se conocía también por al-madina al-baycJa' -la ciudad blanca- por estar
encaladas la mayoría de sus casas ( 18).
En la Córdoba califal la madina se dividía en dos grandes sectores o yanibs,
uno al este y otro a poniente ( 19). La madina, situada generalmente, cuando
el solar lo permitía, en terreno llano, formaba lo que se llamaría hoy el nú-
cleo principal de a1racción de la ciudad que conjuntamente con el cir-
cuito de murallas daba unidad a la agrupación urbana. En la madina esta-

(13) La más antigua mención que conozco de la bah ·saqra, atbi·eirta hacia la comarca
de la Sagrn y del artiahal -bi-raba~ Tulay~ula- -al que '1a puertta datba ingreso desde rel
exterior, es rdel año 400/1009-1010 (Siria, de Ibn Baskuvv1a4, ¡p. 23).
(14) Véase rinfra «Mu~alla» y «Sari'a».
(15) Para Sebastián de Covar11uibias, medina es «nombre arábigo; vale tanto corno
ciudaid princi:pal y metrópoli, según la inte11preta Die·go de Urr·ea» (Tesoro de ·la lengua
Castellana, ip. 796).
(1'6) Madoz; Diccionario geográfico, XIV, p. 606.
(17) lbidem, IH, p. 287; XV, ip. 1·14.
(.1'8) A.l-4dr!ísT, Deso~iption... l'rEspagne, rp. 190 del .texto, y 231 de la traducción.
En una escritura mozárarbe y en otra latina de,! año 1220 se llama a Toledo «Medina
Tula:ytola» (Simonet, Hist. de los Mozárabes, p. 381).
(19) E. Lévi-Provern;al, las Ciudades y las Instituciones urbanas, p. 17. Se1gún Ga-
gigas (los mudéjares, 11, p. 363), los yanibes eran fos arrabales laterales, a oriente Y
occidente .de la medina.

174
ban: la mezquita mayor; la alcaicería -al-qay~ariyya-, mercado cerrado
de las mercancías más valiosas; abundantes alhóndigas, fanadik, posadas
a la vez que almacén de mercancías foráneas que en ellas se vendían,
varios baños y los zocos y mercados permanentes de mayor importan-
cia. Era, pues, el centro de la vida social, religiosa y económica de la ciudad.
No hay que buscar antecedentes a esta disposición en las ciudades ro-
manas con sus foros o en tradiciones más remotas. Condicionés semejan-
tes han hecho en todo tiempo y lugar que, espontáneamente, de manera
natural, lo mismo las tiendas de los nómadas que las viviendas permanen-
tes se dispongan en torno a los locales de vida oficial y colectiva más im-
portantes, cualquiera que sea su categoría.
En la mezquita mayor, único centro en los primeros tiempos del islam es-
pañol de enseñanza religiosa, tenían lugar, además de las oraciones ritua-
les -a la de los viernes era obligatoria la asistencia de todos los fieles-,
otras ceremonias, como la bendición de los estandartes al salir para las
expediciones militares; la lectura de documentos oficiales, comunica-
ciones de importancia y noticias de interés para la comunidad; el nom-
bramiento de gobernadores y abolición de impuestos. La función de la mez-
quita mayor, con su patio y galerías en torno, puede compararse hasta
cierto punto con las del foro romano y la plaza pública medieval.

Aproximadamente en el centro de la madina se hallaba la mezquita mayor,


entre otras poblaciones de al-Andalus, en Val encia, Sevilla y Tudela, asen-
1

tadas las dos primeras en solar poco accidentado y aun en la enriscada


Toledo. Si en Córdoba, también situada en terreno de escaso desnivel,
ocupaba lugar próximo a la muralla de la medina y no su centro, debía
ser probablemente a su primitiva instalación en una iglesia visigoda situada
allí mismo, según afirma vieja tradición.

Junto a la mezquita aljama estaba en Córdoba, Valencia y Sevilla el alcá-


zar (20), inmediatos así los centros de vida religiosa social y política.

Explícase la proximidad en ellas de esos edificios por ser ciuda9es llanas;


cuando -caso el más frecuente- se asentaban en terreno quebrado,
el alcázar, como se vio en páginas anteriores, protegido por los muros de
una ciudadela o alcazaba -al qa~aba-, se erguía en el lugar más ele-
vado y de más fácil defensa del solar.

Atraída por la asistencia a la mezquita mayor de la mayoría de los vecinos,


en torno suyo desarrollábase la vida comercial más intensa e importante,

(20) En Seviillla, la primitiva meZ!quita maiyor, que estaba en el centro de la ciudad,


1

al ser pequeña, a fine,s del si,glo XII, Jos Almohades construyeron obra c.erca de1l al-
cázar.

175
en las calles inmediatas bordeadas por pequeñas tiendas, en la alcaicería,
en las alhóndigas y en los zocos. En torno a ese oratorio principal se agru-
paban los puestos provisionales de los comerciantes modestos, con sus
toldos y mostradores portátiles, y circulaban los vendedores ambulantes.
ofreciendo a gritos su mercancía.

Sevilla es buen ejemplo de cómo la más activa vida comercial se des-


arrollaba siempre en torno a la mezquita mayor. Hasta fines del siglo XII
lo fue en esa ciudad la de 'Adabbas, situada en el centro de la urbe,
donde hoy la igl esia de San Salvador. En sus inmediaciones estaban los
1

zocos y comercios principales. Pequeño el oratorio a fines del siglo XII


para los habitantes de la acrecentada ciudad, los viernes se apretujaban
los fieles en sus inmediaciones, al no caber en su interior, entre los mu-
chos vendedores ambulantes y los puestos al aire libre.

Ante lo reducido de esa aljama para la población sevillana, el monarca al-


mohade Abu Ya'qüb Yüsuf emprendió la construcción de otra de grandes
dimensiones cerca del alcázar, en un extremo de la medina, donde ha.y
se levanta la catedral.

El mismo monarca hizo también expropiar y demoler las casas contiguas


a la nueva mezquita para edificar en su solar zocos y tiendas de sólida
construcción y hermoso aspecto. Entre otras, se instalaron allí las de los
atalares --especieros o drogueros-, comercio de los más estimados y
productivos de la Edad Media; las de los vendedores de paños y las de
los sastres o alfayates. Mudadas las tiendas desde los alrededores de la
antigua aljama a las inmediaciones de la nueva, gr.an parte de la actividad
económica de la ciudad giró desde entonces en torno a éstas (21). A falta
de referencias de la Toledo islámica los documentos mozárabes de !ns
siglos X!I y XIII, repetidamente citados, proporcionan abundantes datos
acerca de su organización urbana, que en esos dos siglos posteriores a
la conquista y habitada por muchos musulmanes que en ella permanecie-
ron bajo el dominio cristiano, no sufriría modificaciones de importancia.
Comercial era el arrabal de los Francos, que figura casi siempre en ellos,
en ~ barrio inmediato a la catedral (la antigua mezquita mayor consagra-
da). En él había tiendas de alfareros, drogueros, carniceros, bruñidores,
cambiadores o cambiantes, estereros o esparteros, belluteros o peleteros,
y guarnicioneros, casi todas en zoco aparte. También junto al antiguo. ora-
torio islámico se hallaban establecidos en el siglo XII y a comienzos. del
XIII los alatares, en el lugar donde en el siglo XIV se levantó el claus-

(21) E. Lévi-Proven9al y E. García Gómez, Sevilla, 1pp. 89 y 134; párrafos de la


crónica de libn Sal:iib al-:~rnla, escritor coetáneo, en Sevilla, de Antuña, texto, pp. 134-136

176
tro . El mismo lugar ocupaba el famoso Alcaná o zoco de Alcaná, po-
blado de tiendas de cristianos y moros.

Consta que la alcaicería estaba próxima a la mezquita mayor en Córdoba,


Toledo, Sevilla, Málaga y Granada. De esta última ciudad escribió Hernando
de Baeza, intérpr,ete que fue de Boabdil, su último monarca, que cerca de la
aljama se hallaba «la calle de c;acatin, y todas las cortidurías, y toda la
alcayceria ... porque aquél solía ser y es lugar de la cibdadn (23). Aún
se conserva en ella, aunque totalmente renovada después de su incendio
en 1843, dicha alcaicería, y mantiene su nombre árabe a través de los
siglos el Zacatín (Saqqatln), testimonio de la existencia de tiendas de
ropavejeros en esa calle hace quinientos años. La alcaicería de Toledo
estaba a fines del siglo XII en el arrabal del Rey, situado en el barrio de
Santa María Mag.dalena, al sur de Zocodover, y cerca de la catedral 24),
lugar en el que continuaba en el siglo XVI (25).

Cinco años después de conquistada Sevilla, en 1253, la puerta de la al-


caicería se abría frente a la principal de la mezquita mayor; en tan breve
plazo no es probable hubiese cambiado de solar (26).

En Córdoba, Toledo, Sevilla y Granada hay noticias de la existencia de ba-


ños inmediatos al oratorio principal. Del de Córdoba, situado en la calle
Comedias, aún quedan restos importantes. Uno próximo a la catedral de
Toledo llamábase de Caballel en 1163 (27).

En Granada refiere Hernando de Baeza que en los primeros años del si-
glo XVI se derrocó un baño para hacer los cimientos de la iglesia mayor, si-
tuada junto a la mezquita, demolida más tarde para construir el Sagrario.
Será el mismo que Gómez-Moreno dice fue derribado poco antes de 1505,
en unión de diecisiete tiendas, para formar el cementerio de la iglesia (28).

y 140-141; trad. pp. 101-102 y 122-125. En e1! mismo lugar de Sevilla, en torno a la mez-
quita mayoir !Convertida en catedral, siguió bajio el dominio cristiano e1l comercio prin-
cipal de Sevilla (Ballesteros, Sevma, p. VI, doc. núm. 5, de 1251; p. LX, doc. núm. 57,
de 1253; p. LXI:!, doc. núm. 60, 1de 1253; ip. LXX, doc. núm. 68, de 1255', etc.).
(22) González Pa'lencia, Los Mozárabes de Toledo, vol. prnliminar, pip. 57, n. (2), y 60.
(23) Baeza, Las cosas que ,pasaron ... , ip. 18. Según el Qir~as (trad. Huici, p. 34;
trad. Beurnier, p. 44), al construir ,Fez ldris 11 en los primeros años del sigl'O IX «edificó
la alcaioería ail lado de la me,zquita y estableció en torno tiendas y plazas».
(24) González Palencia, Los Mozárabes de Toledo, vol. preliminar, p. 68; vol. 111,
pp. 316-3,18; doc. núm. 978, del año 1190.
(25) Hurtado de Mendoza, Memorial de ... Toledo.
(26) Ballesteros, Sevilla, p. LXM, ,doc. núm. 60; p. CCCXXXVlll, doc. de 1389;
p. CGCXXIX, doc. de 1422.
(27) González Palenda, Los Mozárabes de Toledo, vol. preliminar, p. 54.
(28) Baeza, Las cosas que pasaron ... , p. 39; Gómez Moreno, Guía de Granada,
p. 322.

"177
Tenía su ingreso en una calle que cortaba el solar del templo actual, pues
iba desde la plazoleta comprendida entre la Casa del Cabildo antiguo -la
madraza musulmana-, el Sagrario y la Capilla real, a desembocar frente
a la alhóndiga de los Genoveses, cárcel después y durante muchos años
hasta su reciente derribo. Según lbn al-Jatib, citado por Riaño, fue edifi-
cado ese baño, cuya construcción comenzó en 509/1115 por un tal al-Ma'
afirl; en un documento de 1506 se le llama baño de Abolaz. No era el
único inmediato a la aljama; entre ésta y el Zacatín había otro que se decía
del Caraquin (Qarraqin, zapateros) (29).

Alhóndigas o fanadiq abundaban en el centro de la ciudad. En la Alcudia


de Toledo, dentro del barrio de la que fue mezquita mayor había en 1166
un fundaq en el que degollaban los carniceros. Una calle, también en las
inmediaciones de aquélla, se llamaba del t'undaq, y próximo se cita otro
hundido (30).

Muy cerca de la mezquita mayor estaban en la Granada islámica de los


últimos sitios de la Edad Media la citada alhóndiga de los Genoveses, ce-
dida para cárcel por los Reyes Ca~ólicos y la Zaida, situada en el Zacatín,
lindando con la madraza (31). El único fundaq que se conserva en Granada,
el llamado Corral del Carbón, hallábase también a escasa distancia del
oratorio principal.

En las ciudades marítimas variaba la estructura urbana. El puerto, con su


actividad comercial, era el núcleo de atracción, próximo a'l cual levantá-
base la mezquita mayor; en forma sensiblemente sen1icircular, si el solar
no tenía grandes desniveles, se extendía el caserío. En Mallorca, ciudad
llana, la alcanzaba con el palacio -la Almudaina (al-Mudayna, diminutivo
de al-madina)- erguía sus altas torres y muros a la orilla del mar, defen-
diendo el puerto. En Málaga y Almería la existencia de colinas inmedi.atas
al desembarcadero permitió establecer en ellas fuertes alcazabas.

No parece que en el núcleo central de las ciudades hispanomusulmanas


quedasen vastos espacios libres, yermos o cultivados, pero sí en los arra-
bales y barrios exteriores, no inmediatos a la madina, cuyo carácter ern
a veces más rural que urbano, como ocurría en varios cordobeses, va-
lencianos y de Sevilla, y en los meridionales de Granada.

(29) Riaño, la Alhambra, pp. 189-190; Gómez Moreno, Guía de Granada, pp. 31 i
y 322.
(30) González Palenda, Los .Mozárabes de Tol1edo, vol. preliminar, pp. 53, 58 Y ~~­
(31) Gómez-Moreno, Guía de Granada, p. 322; Münzer, Viaje por España y Portu\fal.
p. 54.

178
Los arrabales.

Ya se dijo cómo las palabras arrabal -rabac;I- y barrio -~ara- se em-


pleaban con frecuencia indistintamente en la España musulmana, por lo
que suelen confundirse ambas agrupaciones urbanas (32). El primer nom-
bre se aplicaba casi siempre a una relativamente populosa, dentro de la
cual habían numerosos barrios de extensión variable, a veces formados
tan sólo por una calle, pero no faltan ejemplos del caso contrario. En las
páginas siguientes, tan sólo me ocupo de los arrabales situados extra-
muros de la medina, nacidos casi siempre por acrecentamiento de la ciu-
dad después de cercada.
Así ocurrió, por ejemplo, en Córdoba y Granada. En esta última, al nú-
cleo urbano de los siglos XI y XII se añadieron en los dos siguientes el
Albaicín y los arrabales meridionales. Excepcionalmente alguna ciudad
como Cuenca carecía de arrabales (33) que, en cambio, poseían otras de
escasa importancia. En ocasiones llegaban a alcanzar mayor extensión que
la medina, como ocurría con el situado a oriente de Badajoz, en la vega, en
el siglo X, cuya ruina causaron los disturbios producidos a la· caída del
Califato (34) y, en el siglo XII, con el de la Ajarquía en Córdoba. A veces
extendíanse en torno a la medina, inmediatos y rodeándola, como en Huesca.
Pero lo más frecuente es que estuviesen a la salida del núcleo urbano,
a uno y otro lado de los caminos pasajeros por los que comunicaba la
ciudad con otras más o menos próximas. El relieve y los accidentes del
terreno condicionaban la formación de los arrabales. En Toledo el único
acrecentamiento posible de la ciudad era hacia la Vega, ya que el pro-
fundo foso del Tajo limitaba el resto de su perímetro murado, y por ella se
extendió su único arrabal (35). Granada fue creciendo con arrabales situa
dos a norte, mediodía y poniente, y no a oriente por lo quebrado del te-
rreno en esta dirección. A la medina de Almería se agregaron en el siglo XI
sendos arrabales a oriente y occidente, limitados por ramblas no muy
profundas. En Tudela acrecentóse el núcleo urbano, en fecha ignorada.
antes del siglo XII, con el terreno comprendido entre el muro de la ciu-
dad y el arroyo Queiles que corría a su oriente. Algunos arrabales estaban

(32) La cita más antigua de la palabra arrabal registrada en documentos cristianos


figura en uno de 950 del becerro de Celanova (M. Gómez-Moreno, lg,lesias mozárabes,
p. 122). Neuvonen afirma -Los arabismos del español, pp. 116-117- que por la gran dis-
tancia temporal y loca1I no se le puede considerar como ascendiente rectilíneo del ara-
bismo castellano, cuyo punto de origen sospecha sea Tol.edo, de donde se propagaría
rápidamente 'ª otros lugares de la Península.
(33) Al ldrTsi, Descriptlion ... de l'Espagne, texto•, p. 195; trad., p. 237.
(34) lbidem, texto, ¡p. 181; trad., pp. 219-2-20.
(35) Hay referencias de la puerta de Visagra (bab Saqra), que daba entrada al arra-
b8\ desde .principios del sig,lo XI (véase infra, Los nombres de «las puertas»).

179
Plano de los barrios de los Axares y de la Courachri, en la orilla derecha ·del Darro. Granada.

apartados de la ciudad, como el de Secunda o al-rabad al-yanübl, a dos


millas (unos 2.962 metros) de Córdoba y el de Macarena, a poco menos
de dos kilómetros de Sevilla (36).
La construcción de un palacio o de una almunia en las afueras de una ciu-
dad, en torno de los cuales se levantaban otros edificios, era causa fre-
cuente de la formación de nuevos arrabales. Así nació en Córdoba el oc-
cidental de Bala~ Mugl~, junto al palacio regalado por Müsa a MugTt, y los de
· munyat'Abd Allah, munyat al-Muglra y munyat 'Ayab, en la orilla izquierda
del Guadalquivir este último (37). Arrabal excepcional era el Albaicín de

(36) El arrabal 1de Secunda, a juzgar por su nombre, estaría en e'I segundo mMiairio
de la vía romana que salía de Córdoba por la puerta del puente hacia Servma y Cádiz,
la «Vía Augusita». Francisco Callantes de Terán, La torre y la puerta de Macarena,
pp. 199-207).
(37) Ajbar Maymü'a, texto, p. 21; trad~. p. 33; Maqqarl, Arialectes, 1, p. 304; Lévi-
Proven9al, L'Espagne ... au Xeme siecile, p. 207, n. (3).

180
Granada, pues tenía mezquita mayor y, afirma al-'Umarl, administración
autónoma y jueces magistrados distintos que aquélla (38).
Algunos arrabales se extendían alrededor o al pie de una fortaleza, refugio
de sus pobladores en caso de peligro. Habitaban en ellos los soldados
casooos adscritos a su defensa, los comerciantes que la avituallaban y
los labradores de las tierras inmediatas. Circunstancias favorables acre-
. centaban a veces el número de pobladores hasta llegar a convertirse en
ciudad. lbn lgarT, al citar varias de al-Andalus así formadas, las llama
rabac;I al-~i~n (39).

Arrabales sin cercar.


Los arrabales tenían casi siempre, como se dijo, murallas independientes
de la cerca de la madina. El de Murcia, floreciente y bien poblado, cruzado
por aguas corrientes, estaba sólidamente fortificado (40). Pero algunos
como los que rodeaban Córdoba en el siglo X, no poseían murallas, por
lo que quedaban expuestas al fácil asalto y saqueo. A su dispersión per-
judicial para una eficaz defensa, aludía el monarca granadino 'Abd Allah
en la segunda mitad del siglo XI (41). Por carecer de cerca, durante las
muchas luchas. civiles de comienzos del mismo siglo se cavó, refiere
Maqqarl, un foso (jandaq) a su alrededor y se levantaron altos y fuertes mu-
ros para protegerlos. Confirma su carencia de fortificación anterior el que
ni en crónicas ni en documentos coetáneos o poco posteriores, se aluda
a sus murallas ·ni se mencione puerta alguna de su ingreso. Su decaden-
cia fue tan rápida como para que en el ·año 460/1067-1068, escribiese
al-Bakrl que las revueltas prolongadas habían borrado las huellas de los
arrabales cordobeses y suprimido toda huella de explotación agrícola en
esa región, casi totalmente desierta por el alistamiento de sus habi-
tantes ( 42).

Carecía también de cerca el arrabal de Lucena, en el que estaba excepcio·


nalmente la mezquita mayor, en la primera mitad del siglo XII; en cambio la
ciudad, poblada por judíos, tenía sólidas fortificaciones (43).

La mayor parte de los barrios -~arat de Baza-, a pesar de su situación


en llano, estaban sin amurallar en 519/1125, cuando Alfonso el Batallador
realizó su audaz expedición por Andalucía; inútilmente trató el rey arago..

(38) Al-'Umarl, Masalik, pp. 2.32-233.


(39) Lél\/i~Provern;:al, la Péninsule ilbérique, texto, ¡p. 186; trad., p. 225.
(40) Al-ldrlsl, Desoripflion ... de l'Espagne, texto, p. 194; trad~. p. 236.
(41) Lévi-Provenc;al, Deux nouveau frangments ... , p. 52.
(42) Gaiyangos, Mohammedan Dynasties in Spain, 1, p. 215.
(43) lbidem, texto, p. 205; trad., ipp. 2.52-253.

181
nés de apoderarse de ellos (44). Más de tres siglos después, al conquistar
esa ciudad el Rey Católico en 1489, los cronistas aluden a dos grandes y
buenos arrabales, llamando uno de Marc;uella (45), a los que se trasla-
daron los habitantes musulmanes, después de la rendición, con sus mue-
bles y efectos, mientras los conquistadores ocupaban las casas va·
cías (46). Noticia más detallada da Pulgar: «Los arrabales desta cibdat
son grandes e puestos en circuyto della, pero no tienen tal c;erca que los
pudiese amparar porque es fecha de tapia baxa e casamuro» (47). En la
misma campaña obligaron a los vecinos musulmanes de Guadix a aban-
donar la medina y los arrabales. Uno cita en esa ciudad el cronista Valera,
cuyas casas mandó derribar el rey viejo de Granada cuando Fernando el
Católico asistía al sitio de Málaga.
No tenían tampoco murallas al med.iar el siglo XII los dos populosos arra-
bales de esta última ciudad, bien provistos de alhóndigas, baños y todo
lo necesario, el de Fontanalla y el de los mercaderes de higos (al-tay-
yanin) (48). De ellos escribió lbn al-Jatib hacia 1360 que cada uno era
«Una ciudad perfecta, como dama que se pavonea entre los adornos de
sus encantos» y que «los ojos no encuentran ... brecha por la que se pueda
subir a los dos arrabales» (49), lo que parece indicar estaban ya entonces
murados. El de Fontanalla, situado a la parte de tierra, figura como cercado
con muros y muchas torres en los relatos del asedio de Málaga por los
Reyes Católicos (50).

Número de arrabales.
El número de los arrabal~s exteriores a la medina dependía del mayor
o menor acrecentamiento de la ciudad; también, como se ha visto, de su
situación topográfica. Rodeaban la madina de Córdoba en el siglo X, en
los años de su máximo florecimiento, veintiún arrabales, según un relato
de lbn Baskuwal, transmitido por Maqqarl, en el que figuran sus nombres.
Entre ellos incluye a al-Zahira, pero no la más lejana al-Zarha' (51). El

(44) Al-Hulal al-Mawsiyya, trad. Huici, p. 111.


(45) Valera, Crónica de los Reyes Catáilicos, cap. XCII, p. 281; Antonio de la Torre,
Los Reyes CatóHcos y Granada, p:p. 113-115.
(46) Fragmento de la época, pp. 31 y 40.
(47) PU1lgar, Crón. Reyes Católicos, vol. 11, cap. CCXXXV, p. 372.
(48) Al-ldrTsT, Description ... de fEspagne, texto, p. 204; trad., p. 250.
(49) García Gómez, El parangón ... , p. 186.
r(50) Pulgar, Crón. Reyes Católicos, vol. 11, cap. CGIV, p. 284.
(51) La descripción de los arrabales cordobeses de lbn Baskuwa·I (499/1101-578/1183)
puede verse en MaqqarT, Analectes, 1, p. 304, y Gayangos, Mohammedan Dynasties in
Spain, 1, ipp. 206-207. Lévi~Provern;al, L'Espagne ... au Xeme siecle, pp. 207-208, da .tos
nombres y situación de dichos arrabales, siguiendo a ése y a algunos otros escritores
árabes que proporcionan detalles complementarios acerca de ellos.

182
?PPAt)

Málaga. Plano esquemático en el siglo XI.

183
Bayan aumenta su número hasta veintiocho, incluyendo este último (52).
Otros autores aumentan sólo veinte (53).
Los almorávides, en la primera mitad del siglo XII, construyeron en
Córdoba una muralla torreada de tapias, cuyo trazado se conoce y de la
que permanecen algunos restos. Encerraba un arrabal grande, mayor que
la medina. Por su situación a oriente de ésta llamóse al-sarqiyya, nombre
romanceado· en Ajarquía (54). No es fácil coordinar los datos de lbn Bas-
kuwal con los de su contemporáneo al-ldrTsT, insertos en su conocida obra
geográfica. Dice estaba formada Córdoba por cinco ciudades contiguas,
rodeada cada una por su muralla, independientes y provistas de mercados,
alhóndigas, baños y edificios para toda clase de profesiones (55).

En contraste con Córdoba, Sevilla, en época posterior al asediarla Fernan-


do 111, tan sólo tenía tres arrabales, extramuros: Taryana, Benaliofar y Ma-
qarana. El primero, a la orilla derecha del Guadalquivir, ocupaba la parte
más próxima al puente del populoso barrio de Triana (56). El segundo
figura en textos cristianos con los nombres de Venahoar y Ben-Ahoar y,
según el analista Ortiz de Zúñiga, es el «que hoy se llama de San Ber-
nardo» (57); situado al sur de la ciudad, quedó englobado en su caserío.
El mismo autor asegura que el arrabal de la Macarena no era el que en su
tiempo y ahora se conoce por ese nombre, extramuros e inmediato a la
puerta así llamada; estaba algo distante, a poco menos de· dos kilómetros
a norte, en donde hubo una torre islámica y en época cristiana un hospital
de San Lázaro. De la primera se conservan algunos restos junto al ce-
menterio de San Fernando (58).

(52) lbn 'lgarl, Bayan, 11, texto, p. 248; trad., p. 383.


1

(53) Gayangos, Mohammedan Dynasties in Spain:i1 1, p. 215.


(54) La Primera Crónica General, cap. 1.046, ip. 729, alude, con motivo de la con-
quista de Córdoba en 1236, al «arraval de que dizen en aravigo el Axarquia». Lo mismo
en la Crónica del Santo Rey, cap. XXI, f.0 14 r. l·gual nombre le da también Jiménez de
1

Rada (De rebus Hispaniiae, IX, 16). Por un privile gio ·del año 1241, Fernando UI, concedió
1

al monasterio de Santo Domingo, en Córdoba, terrenos circa antemurale, inter Xarquiam


et Almedinam (Catálogo de los obi,spos de Córdob~. por el doctor don Juan Gómez
Bravo, p. 256).
(55) ~1-ldrTsT, Desoription ... de fEspagne, texto, p. 208; trad., p. 257.
(56) Triana, «que es como arraval et al·ca9ar de Sevilla», fué incendiado por el rey de
1

Granada, Habüs ben Maksan, entre los años 1035 y 1038 (Primera· Crón1foa General, ca-
pítulo 779, p. 465).
(57) Ortiz de Zúñiga, Anaifes de ... Sevilla, 1, ipp. 19 y 36. La situación de ese arrabal
1

queda bien fijada por varios documentos, 1entre otros un privilegio rodado de Alfonso X
en el que alude al agua de los caños procedente de Alcalá de Guadaira que debía dis-
frutar «la huerta de Aibenahofar,, (Mem. Hist. Esp.,. t. 1, Madrid, 1851, doc. XV de 1254,
pp. 26-27). Dicha huerta era iia· llamada de la Bu~ayra en la época musulmana (Torres
Balbás, :Notas sobre Sevilla, X, pp. 194-195).
(58) Ortiz de Zúfüga, Anales de ... Sevilla, 1, ipp. 35-36. CoHantes de Terán ha es-
tudiado detalladamente la situación de ese arrabal de Macarena, cuyo nombre 1procedía
1

del pagus o villa rústica romana de un Macarius ~La torre y la puerta de Macarena,
pp. 199-207) .

184
Cuando a fines del siglo XI se adueñó El Cid de Valencia, en sus inme-
diaciones, extramuros, había dos arrabales de mozárabes, los de Ruzafa y
Rayosa, al sur de la ciudad, y otros dos al norte, en la orilla opuesta del
Tu ria, el de Villanueva, destruido parcialmente por el Cid en 1093, y el
cercano de la Alcudia (al-Kudya), ocupado en parte por los moros des-
leales, después de conquistada Valencia por el héroe castellano (59).

En Zaragoza había, cuando se apoderó de ella en 1118 Alfonso el Bata-


llador, un rabac:f al-Dabbagin -arrabal de los Curtidores-. Tras ocho días
de asedio, los sitiadores «ganaron el Burgo, que está de la otra parte del
río que llamaban Atabahas, y después se llamó Altabás ... y se apodera-
ron de toda la población que avia fuera de los muros de piedra» (60).

A fines del siglo XI documentos cristianos citan ya ese arrabal (61). Otros
de 1133 y posteriores refiérense a la puerta y arrabal de Cineja (Cine
. Eia en uno de 1117), a poniente, cuyo nombre tal vez proceda de haberse
poblado por gentes de la tribu de Sinhaya. Arrabal de Cinhecha se llama-
ba en el siglo XIV y hoy aún subsiste su recuerdo en el nombre de puerta
o arco Cinegio (62).

Almería, gran emporio marítimo desde el siglo X hasta poco antes de


mediar el XII, puerta del intenso tráfiüo comercial con Oriente, tenía un
núcleo central -madina-, en el que estaba la mezquita mayor, protegido a
norte po.r un cerro coronado por la alcazaba, y por el mar a mediodía, y
varios arrabales. Uno de ellos asentábase sobre una colina, vabal Laham,
llamada hoy cerro de San Cristóbal; otro a occidente cercado por muros,
en cuyo interior había muchos edificios, bazares, alhóndigas y baños, nom-
brábase al-f:lawc:f-del aljibe-(63).

(59) Primera Crónica General, caps. 878-896 y 904, 1pp. 549-566 y 570; R. Menéndez
Pida!, La España del Cid, pp. 337, 378, 38~, 437, 473-475, etc.
1

(60) Zurita, Anales ... de Aragón, I, Lib. 1, cap. X!LIV, p. 42.


(61) José María Lacarra, La conquista de Zaragoza por Alfonso 1, p:p. 74 y 89.
(62) Ailfonso 1 'Confirmaba en 1117, estando en Cine ·Eia, la donación de ila iglesia
de las Santas Masas de Zaragoza a la 1c·atedra1l de Jaca (Lacarra, Documentos ... del valle
del Ebro, primera serie1, id oc. núm. 1, ip. 471). En 1133 confirmaba asimismo a los pobla-
dores de Zaragoza totas 1vestras hereditates quod habetis 1in Carago9a foras et intus
de Oinegia (Biblioteca Nacional, ms. 746, pp. 277-278, citado por Lacarra, la conqu~sta
de Zaragoza, pp. 76, 79 y 89). Una escritura arábiga, coetánea o muy poco posterior a la
1

conquista de Zaragoza, menciona .'el arraibal de Cinega, a ¡poniente de la ciudad (R. Garda
de Linates, 1Escfiituras árabes pertenecientes al Archivo de Nuestra Señora del Pilar
de Zaragoza, doc. núm. 2, ip. 17'5). Bonet de Ximénez vendía ·en 1128 un huerto dentro
del muro de Cineja por 150 sueldos jaques·es (Arohivo del Pi'lar, arm. 9, cax. 11, lig. 1,
núm. 11, isegün 1cita de Asso, Historia ... de Aragón, p. 264). !El arrabal de Zaragoza, sin
apelativo, figura en documentos de 1121 a 1126 y de 1132 (documentos números 20, 25,
35, 43, 45, 50 y 74 publicados ipor Lacarra, Documentos ... del valle del Ebro, primera
serie, pp. 489-491 ', 494-495, 502, 508-51 O, 51,2-513 y 528).
(63) Al4drisi, Descript,ion ... de l'Espagne, texto, pp. 197-198; trad., pip. 239-241.

185
A mediados del siglo XIV estaba despoblado (64), sin duda a consecuen-
cia de la ocupación cristiana de la ciudad (1147-1157); un autor contem-
poráneo se refiere a otro, el de la Mu~alla -,-el oratorio al aire libre-, el
mayor de todos, situado a oriente de la medina, cuya muralla de tapial
había construido Jayran al-'Amlri, señor de Almería de 403/1012 a 419/
1028 (65) (véase plano de Almería en el siglo XIV. Supra «Disposición
general de la ciudad»).

Integraban la ciudad de Mallorca en el año 509/ 1115, cuando su efímera


conquista por catalanes, genoveses y pisanos, tres núcleos urbanos: uno
reducido, la almudaina (diminutivo de al-madina), junto al puerto, y otros
dos mayores extendidos en semicírculo en torno de ella, alcanzando am-
bos por sus dos extremos la orilla del mar. Llaman al intermedio las
crónicas cristianas Bebelgidith (bah al-vadid, puerta nueva). Levantó esta
parte de la ciudad en la primera mitad del siglo XI Abü-1-vays Muyahid
(m. en 436/ 1044-1045). La exterior era un vasto arrabal, dos o tres veces
mayor que las otras dos juntas, construido en los últimos años del si-
glo XI, o en los primeros del siguiente por el príncipe Muyahld Mubasir b.
Sulayman, llamado Na9ir al-dawla en las crónicas cristianas, que nombran
arrabal-algidith (al-rabaº al-yadid, el arrabal nuevo) a esa última amplia-
"ción (66).
lgnórase si el arrabal de Murcia, floreciente y bien poblado, según al-Idrlsl,
sería uno de los dos al-Raja y al-Rasaqa, mencionados en el siglo XIII
por la qa~ida maq~üra del Oartayannl (67). La Takmila cita un arrabal de
Sirf:ian en la misma ciudad, en cuya rawc;fa, fue enterrado un personaje
muerto en 614/ 1217-1218 (68). Un documento cristiano de 1267 alude a
un rabaº Abez, en el que había una mezquita de este mismo nombre (69).

(64) Al-'Umarl, Masalik, p. 239.


(65) Lévi..iProvenc;al, ta Péninsule lbérique, texto, pp. 183-184; trad., p 221.
(66) El muro· exterior de este arrabal, que envo·lvía por la 1parte ·de tierra llos otros
dos, llegó casi intacto ail siglo ipasado. !Los datos anteriores procedentes de ¡poemas
pisanos casi coetáneos de la .primera conquista de 509/1115, escrito uno por quien
asistió a e.Jla, y de las crónicas catalanas que relatan la definitiva de 627 /1229 1 han sido
recogidos por el padre Al:cover en sus folletos 'El sitio de Mallorca y El Islam en Ma-
llorca. Ailgunos documtentos y datos topográficos pueden v,erse en tlas obras Antece-
dentes relativos a la Puerta de Santa Margarita y La Puerta de Santa Margari,ta.
(67) García Gómez, Observaciones sobre la «qa~ida maq~üra», pp. 94 y W1. El arra-
ba-1 ail-Rafüiqa se llamó por los cristianos Rexaca, Arreixaca y Arrijaca. («Arrixaca vieja ...
en la collaición die Sant Miguel» en doc. de 1293). Menéndez Pida·!, Doe. 11ing. de España, 1,
núm. 371, p. 490, a él dispuso Jaime 1 y, posteriormente en 1266, Alfonso X, fuesen a
vivir los moros murcianos apartadamente de los cristianos, autorizándoles a 1labrar muro
(Filotats y Bofarull, Historia del Rey ... don Jaime, cap. OCLXVIV, :p. 366). Consta que teinía
adarve, es decir, muro de cerca, en 1305 (Menéndez Pidal, Doc. Hng. de España, 1,
núm. 372, :p. 493).
(68) lbn al-Abbar, Ta~mila, núm. 939, p. 314.
(69) Juan Torres Fontes, El Obispado de Cartagena en el siglo XIII, en Hispania,
p. 547.

186
En el siglo XIV al-'UmarT cita cuatro arrabales principales. $itv.a9o.s .,en ...
torno a Granada: rabad al-Bayyazin (arrabal de los Halconeros), al norte
de la ciudad, cercano a bab Bifaf, el más importante y poblado, formando
como una gran urbe independiente, con mezquita mayor y administración
autónoma, cuyo nombre castellanizado -Albaicín- permanece: raba~ al-
Fajjarin (arrabal de los Alfareros), a suroeste, extramuros, cerca del
Genil y junto a una puerta del mismo nombre (70); raba~ bab al-Ramla
(arrabal de la puerta de la. Rambla o del Arenal), cuyo recuerdo conserva
la plaza de Bibarrambla (71), y raba~ Nayd, inmediato al Genil, como el
de los Alfareros, y con numerosos pabellones y jardines (72). Este último
estaba a oriente de Granada, en el interior de una cerca"añadida a la de
la medina a fines del siglo XIII.
Los nombres de otros arrabales de Granada, sin duda menos importantes
-algunos formaban parte de los cuatro citados-, figuran en documentos
y publicaciones poco posteriores a 1492, varios con apelativos árabes muy
corrompidos: rabacJ Abulaci (Abü-1-Asl) situado entre la mezquita mayor
y la calle de Elvira; rabac;I Albaida (al-Bayc;la, arrabal Blanco), a la derecha
subiendo por la cuesta del Chapiz, dentro del Albaicín; de éste formaba
parte también el rabac;I Asif, a su poniente, en la parte extrema inmediata
a San lldefonso; en la contraria de la plaza de San Miguel estaba el rabacJ
Badis; los arrabales Alxeux y Aciezi parece hallábanse en la antigua co-
llación del Salvador, en el Albaicín por tanto; el raba~ Fajalauza (Fa~~ al-
lawza, Collado de los Almendros) ocuparía lugar inmediato a la puerta del
Albaicín del mismo nombre (73).
Ceuta tenía en la segunda mitad del siglo XI un arrabal inmediato a su
muro occidental y otro a oriente, en el que había tres baños (74). A co-
mienzos del siglo XV, cuando cayó en manos de los portugueses, un autor
islámico contemporáneo describe la ciudad con seis arrabales, tres in-
mediatos a la madina; otro exterior, cuya cerca demolió el sultán marlnl

(70) La bab al-Fajj,arin :estaba por la moderna plaza de Fortuny; el arrabal se hallaba
cercado (Seco de Lucena, Documentos árabes granadinos, 11, p. 136).
(71) Una c1erca protegía eil arrabal de bab al-Ramla (Gómez•Moreno, Guía de Gra-
1

nada, ip. 247.


(72) All-'UmarT, Masalik, ipp. 23,2, 233. Erróneamente este autor oriental (m. 749/1349)
llama al-A jal al arrabal al~Nayd. Su situación se fija en e·I estudio de Seco de Lucena,
1

De toponimia granadina, pip. 49·64. Se gún fü111 Yüzay, redactor de los viajes lde ilbn Battuta,
1

estaba fuera dei Granada e inmediato a la montaña de la Sabika (lbn Battüta, Voyages, IV,
1

p. - 373). Su nombre evocaiha una célebre región de Arabia así llamada (.Ail-Saqundi,
Efogio del Islam, p. 1081, núm. 155.
(73) Góme·z Moreno, Guía de Granada, pp. 322, 338, 451, 465 y 475-476. Al rabad
Albaida fo cita Mármol, His.tor:ia del ·rebel:ión ... , 1, pp. 238 y 240; estaba en las inmedia-
ciones de una puerta de1l mismo nombre. Un documento de 1530 alude a «los vecinos
de Rabadalbayda» (Garrida Atienza, Las aguas del Albaicín, ip. 40, núm. 1). En esta misma
obra -p. 57, núm. 1- se menciona e1l arrabal ext11emo Rabadarif, en San lldefonso.
(74) A1l-BakrT, Desoription de 11'Afrique, pp. 202 y 204.

187
Abü Sa'Td; Afrag, a alguna distancia del núcleo urbano, parte de cuyas
murallas se conservan y al.,Mina', a oriente, protegido también por una
muralla torreada (75).
Ecija poseía amplios arrabales -arbag-, con zocos muy concurridos y
alhóndigas (fanadiq) (76).,
A comienzos del siglo XIII Salvatierra-Salbatarra-, ciudad pequeña, po-
seía un castillo situado en la parte más elevada y abrupta de una mon-
taña «que se perdía en las nubes» y a la que se ascendía por un sendero
angosto y difícil; los arrabales extendíanse por sus laderas hasta la lla-
nura (77). Vastos eran los de la ciudad desaparecida de Saltes, situada
en una isla, frente a Huelva (78).
Se conoce el nombre de dos arrabales de Huesca, raba~ al-Garbi (arrabal
del Poniente) y raba~ al-Muqaybara (arrabal del pequeño cementerio) (79).
El mismo número tenían Tortosa y Alcira-. En la primera ciudad se exten-
1

dían a norte y sur de la alcazaba cercada con un muro de piedra por los
omeyas (80). Los de Alcira se llamaban por los cristianos de Alcanicia
(al-Kanisa, la iglesia), al presente de San Agustín, y de Barralbet, hoy de
Santa María (81).
En muchas pequeñas agrupaciones urbanas tan sólo existía un arrabal.
La fortaleza de Quesada, populosa como una villa, se acrecentó con uno;
únicos eran también: el de Almuñécar, el existente en el siglo XII a la
orilla del río y al pie de la escarpada montaña en la que se erguía San·
tarem (82), y el rebatum de Tarifa, conquistado en 1292 por Sancho IV,
poco más de un mes antes que la ciudad (83). Fernando 111 quebrantó el
arrabal de lllora antes de hacerse dueño de Sevilla. Alfonso XI, tras apo-
derarse en 1341 de Alcalá de Benzaide (llamada más tarde la Real) «Villa
muy fuerte, con un arrabal muy bien cercado de muro de piedra», labró y
reparó «los portillos de la cerca del arrabal», y saqueó e incendió los de
!llora (84). Unico y muy extenso era el arrabal de Vélez-Málaga, ciudad de

(75) Lévi-1Prnven9al, Une description de C.euta.


(76) Lévi~Prove:n9a·I, La Péninsule lbérique, texto, p. 15; triad., p. 21.
(77) Léivi~Pwven9al, La Péninsule lbérique, texto, p. 134; trad, p. 134, Qir~as, p. 241
de la trad. de Hui'Ci, y 335 de la de· Beaiumi:ee.
(78) Lévi~Prcwe:n9·al, (La 1Péninsule lbérique, texto, p. 111; trad. 135.
(7H) EI primero figura en un documento árabe ·de 1215; el se.gundo en otro de 1269
1

(Bosoh Vilá, Los documentos árabes ... de Huesca~ pp. 10-11 y 47).
(80) Lévi~Proven9al, ila tPéninsule lbérique, texto, p. 124; trad., pp. 151-152.
(81) Pe·lufo, Topografía de Ah:1ira árabe, pp. 21-22.
(82) Al ldrisl, Desciiiption ... de fEspagne, ~exto, pp. 186 y 203; trad., pip. 225 y 249.
(83) Ann. lamienses, en M. G. H., XV1ll, ipp. 343-344.
(84) Pl'iimera Crónica General, caiy. 1,.068, p. 745; Crón1icas Reyes Ca1tóliicos, tomo pri-
mero, cap. COLVll, pp. 3'32-333. ·

188
mediano tamaño. Estaba a la parte del mar, y en él se hallaban cuando su
conquista por el Rey Católico todas las tiendas de la ciudad y tres hor-
nos (85).

Denia, ciudad marítima, tenía en la primera mitad del siglo XII un popu-
loso arrabal, subsistente cuando su conquista, pues en el Repartimiento
de Valencia se cita en 1242 el ravallum de Denia y los de Corbera y
Cullera siete años después (86). Conquistada Játiva en 1248 por Jaime 1,
en enero de 1251 dictó un privilegio de población a los sarracenos in ra·
halle Xativae habitantium et habitandorum, concediéndoles el raballe Xa·
tivae totum integre, de pariete Foveae usque ad alium parietem de Exerea;
el rey retenía para sí carnicería, tinte, baño, hornos y tienda (87). El
arrabal de Larca se extendía como en otras varias ciudades, por una la·
dera, al pie de la fortaleza y la madina, situadas en su parte alta; rodeado
de murallas, en él estaban el mercado, la aduana y las tiendas de los dro-
gueros (88).

De época islámica serían el arrabal de Benaxuay, de la villa de Chelva, y


el de Benoazas, que doña Buenaventura de Arboréa, señora de Jérica,
trataba de poblar en 1370 mediante una carta puebla en la que concedía
ventajas a los sarracenos que fueran a habitarlos (89).
Al conquistar Mula el futuro Alfonso X «echó todos los moros ende, si
non muy pocos que mandó y fincar inso en el arrabal» (90). A levante de
la ciudad de Ronda había un extenso arrabal cercado (91).

Mancebías.

Pedro de Alcalá traduce «mancebía» por «rabád al-quiháb» (rabad al-qi-


·~ab)(92), lo que parece demostrar la existencia en las ciudades islámicas
españolas de un arrabal destinado a albergar a las mujeres públicas. Se lla-
maba al-qu~ayfa, nombre romancead~ en Portugal en el siglo XII en la
forma «alcoceifa» (93). Mancebía había en Alhama de Granada, pues re-

(85) Valera, Crónica de los Reyes CatóHcos, pp. 217 y 244; Moreno de Guerra,
Vélez-Málaga, p. 373.
(86) Al-Idrisi, Descl'liption ... de l'Espagne, texto, ip. 192; trad., p. 233; Bofarull, Repar·
timientos, 1pp. 367, 387 y 396.
(87) Fernández :y González, Estado social y político ... , apéndice XXIV, pp. 324-327.
(88) A1l,.!1drisi, Description ... de l' Espagne, texto, p. 196; trad., p. 206; Lévi-Provenc;al,
1

La Péninsule ~bérique, texto, p. 171; trad., p. 1206.


(89) Femández y Gonzá1lez, Estado social y político, p. 272.
(90) Priimera Crónica General, l. cap. 1.065, p. 744.
(91) Torres Balbás, la acrópolis musulmana de nonda, pp. 462-465.
(92) Alca1lá, De Hngua arábica, p. 305.
(93) Dozy y Engelmann, Glossaire des mots ... , p. 92.

189
cién conquistada, en 1483, el conde de Tendilla concedió a Hernando Pérez
del Pulgar un horno de pan cerca de ella (94). lbn 'Abdün se refiere, en
la Sevilla de hacia 1100, a fas mujeres de las casas llanas (dar al-jaray),
que no debían andar con la cabeza descubierta fuera de la alhóndiga (fun·
daq), lo que indica ejercían en éstas su profesión (95).
Parece comprobado que Alfonso X, en el privilegio concedido en 1272
a los pobladores cristianos de Murcia, prohibe «que la justicia, ni otro
ninguno, no tengan alfóndiga, ni logar sabudo de malas mugieres» (96).

los barrios
Los barrios de las ciudades hispanomusulmanas, de muy desigual extensión,
eran con frecuencia reducidísimos: algunos tan sólo comprendían una
calle. Los diccionarios traducen la ~alabra con que se los designa en lengua
árabe -~ara y ~awma, en singular, ~arat en plural (97)- unas veces por
calle y otras por barrio. En las páginas anteriores se vio como la diferencia
entre arrabales y barrios no aparece muy clara en múltiples ocasiones.
Pechina estaba formada antes del reinado del emir Mul:rnmmad por barrios
dispersos. Los marinos que la ocuparon hacia el año 271/884, al ·rodearlos
con una muralla, los convirtieron en una población única, siguiendo el mo-
delo de Córdoba (98). En el siglo IX se citan en eRta última ciudad el barrio
de Colubris, en el que había una ba~sílica dedicada a San Cosme y San
Damián, y el de Tercios, en la campiña cordobesa, con otra consagrada a
San Martín de Tours (99).

Conócense los nombres de algunos barrios de la medina y de los arraba-


les de la Córdoba califal: al-Raqqaqin, cerca de la bab al-'A11arln, a occi-
dente de la medina; al-Nayyarln, y 'Ayn Farqad, en el rabad sarqi; Gadir
Ta'laba; al-Zayayila, barrio de los Zayyali, funcionarios de la Corte, situa-

(94) Juan de Mata Carriazo, «El breve parte» de Fernán Pérez del Pulgar.
(95) LéVE·Prov:en9al y García Gómez, Sevilla, ipp. 1156-157.
(96) Mem. Hist. Esp., 1, documento número CXXVIH, :pp. 278-287.
(97) l:fawma es pa'l.aibra usada tan sólo en el Occidente islámico con la significación
de parte de una ciudad, barrio ª' la vez que· la 1más general \~ara. Del empleo de ambas
se dan a continuación varios ejemplos. Un documento mozárabe tole-dano de 1175 se
refiere a la Venta de una casa en el arraba1I (raba~ de bib Saqra, en la ~awma de Santiago
1

(Gonzá'lez Palencia, los mozárabes de Toledo, 1, doc. 121; pp. 87-88). Según Lévi.JPro-
vern;al (Las Ciudades y las lnsti tuoiones urbanas, p. 17), los barrios centra'les se llamaban,
1

y siguen llamando, en las islámicas, ~awma. 8in embargo, más adelante se citan casos,
como el de Huesca, :en que recibían ese nombre barrios rurales.
(98) Lévi.JProven9al, La Péninsule lbérique, texto, p. 37; ·trad., pp. 47-48.
(99) Eulogii Liber Apofogeticus .Martyrum, números 21-35, según cita del padre Za-
carías García Villada, Historia Eclesiástica de España, 111, :p. 114.

190
do no lejos de la bab al-Yahüd y del célebre jardín llamado ~ayr al-Zayya
li; qütah Raso y ~arat al-Fajjarln, inmediatos; ~arat al-Tarrazln (barrio de
los Bordadores o Tejedores), que estaba, al parecer, cerca de la iglesia
de San Andrés ( 100). En el barrio de Cubas fechó en 1150 una dona-
ción Alfonso VII, cuando tenía a Córdoba cercada ( 101). Supone el Padre Fita
que ese barrio, en el que acampaba el Emperador, estaba próximo o alrede-
dor de la fuente del mismo· nombre que el geógrafo Yaqüt sitúa al occi-
dente de la ciudad ( 102).

En sus poesías, al-Mu'tamid menciona un barrio de Sevilla cuyo nombre,


~awmat al-qa~r, al-Mubarak, procedía de estar en él su célebre alcázar
al-Mubarak ( 103).

Por barrio de los Arabes, ~awmat al-'Arab, se conocía uno en Talavera ( 104).

En Huesca, conquistada en 1096 por Pedro 1, documentos de 1099, 1114 y


1164 aluden a la puerta de Haratal,chomez o Haratalcomez, en el muro ex-
. terior de la ciudad, junto a la cual estaría el barrio que otra escritura ará-
biga de 1224 llama ~arat al-Qümis. Se extendía al noroeste de Huesca;
lindaba al norte con la vía que iba a Ayerbe, y con la demarcación de la
iglesia, tal vez mozárabe, de San Ciprián, según documentos de los años
1151 y 1164; cerca estaba el barrio judío ( 105). Por los mismos años fi-
gura en otras escrituras el barrio de Benahagón, fuera de los muros de'
piedra oscenses. También conservaban en los siglos XII y XIII sus nombres
antiguos castellanizados en los documentos cristianos, arábigos en éstos,
los barrios de Alquibla, junto a la puerta meridional así noi;nbrada, en la
entrada desde el Coso a la calle de Ramiro el Monje; de Babalgerit (bab
al-Hadid, puerta de Hierro); de Zabalachen; ~awma al-mariy o al-mayriy
(hoy Almeriz); J:¡awma Murillüm y ~awma al-Ma'ida. En estos tres últimos
había viñas y campos ( 106). Un barrio extramuros de Valencia llamábase a
fines del siglo XI de la sarica (oratorio al aire 'libre). Figura en el siglo XIII

(100) Lévi-Provenc;al, L'Espagne ... au Xeme siecle, pp. 207-208, n. (3).


(101) Facta carta in Corduba, in barrio de Cubas, quando imperator tenebat eam
circumdatam (Lib. priv. eccl. Toletane, f.º 62 v, según cita de Fidel Fita. La cantiga, LXIX
del rey don Alfonso el Sabio, pp. 188-189). La fecha de 1150 para un asedio ide Córdoba por
Alfonso Vil está comprobada por los Anales Toledanos 1 ('España Sagrada, XXIII, p. 390).
(102) Mu'gam al-Buldan, IV, pp. 30 y 31.
(103) MaqqarT, Analectes, 11, tJ. 45, citado Péres, La poésie andalouse, p. 138.
(104) Elías Terés, Linajes árabes en Al-Andalus, p. 93.
(105) Balaguer, Notas ... sobre mozárabes oscenses, pp. 405-406; Jacinto Bosoh VHá,
Escrituras oscenses en aljamía hebraico-árabe (Homenaje a Millás-Vallicrosa, 1, pp. 200
y 204). Hürat al-Qümis estaba en el término hoy llamado de la al,guerdía (F. Balaguer,
Notas documentaels sobre los mozárabes oscenses, ip. 1O).
(106) Arco, Huesca en el siglo XII, pp. 316-317, 359, 360, 387, 444 y 445; Bosch
Los documentos árabes ... de Huesca, ipp. 10, 11, 28, 33 y 42.

191
en el Repartimiento, así como el de Avingahaf o Abenchahaf, que ocupaba,
aproximadamente, lo que hoy es calle de las Avellanas (107).

Un documento latino de 1126 menciona en Zaragoza el barrio de illo ha·


rrio de Azoe la ( 108) .

Figuran en el Repartimiento de Mallorca múltiples barrios y vicus, la ma-


yoría con nombres propios islámicos ( 109).

Hacia 1500 se conservaban los nombres, castellanizados, de bastantes de


los barrios de la Granada islámica, algunos de los cuales perduran en
la toponimia urbana: el de Bucarolfa9in, al final de la calle de los Arandas;
el de los Axares (Ajsaris) o Alijxares, que abarcaba desde el Darro hasta
San Juan de los Reyes y de San Pedro y San Pablo al Monasterio de Nuestra
Señora de la Victoria ( 11 O); el de Zacacat-albacery, al que daba nombre
una azacaya (al-saqaya, fuente), existente fuera de la puerta de Elvira, si~
tuado entre ésta y San Jerónimo; el de la Almanzora, en la falda de una
colina, entre Santa Ana y la calle de Gomeres; el de la Cauracha (Qaw-
raya), en la Alcazaba vieja cerca de San Juan de los Reyes ( 111); el de
Aitunjaratrohan, próximo también al mismo templo; el de la Churra, a
la izquierda del Darro, entre Santa Ana y bah Difaf, puerta sobre el Darro,
de la que quedan restos; el del Mauror (Mawrür), en el ·extremo de una
pequeña colina que arranca de la de la Alhambra y avanza hacia el Darro,
nombre conservado en un carmen situado en ella; Haratalcazaba (~arat
al-Qa~aba, barrio de la Alcazaba), parte del de Mawrür, lindante con Santa
Escolástica; el de la Xarea, en la parte llana más elevada del Albaicín,
entre los templos de San Gregorio, San Bartolomé y San Cristóbal, donde
estuvo hasta que se pobló el Albaicín a fines del siglo XIII la sarlca o Mu-
~all.a, oratorio al aire libre; el de Zenete, en escarpada ladera al pie de
las murallas de la Alcazaba qadima o vieja; el de la Aleaba (al-e Aqaba,
la cuesta), cuyo nombre permanece; el de Careyo, a oriente de San Juan

(107) Bofarull, Repartimientos, pp. 156, 180, 5391, 556 y 627; Menéndez Pida1l, la Es-
paña de<I Cid, rp. 339.
(108) Laicarra, Documentos ... del Valle dei Ebro, prim. serie, doc. 52, p. 514.
(109) Bofarull, Repartimientos, pp. 64-66, 117-118, 120, 127-130.
(110) Haxaz:yz o Haz·ari~. quiere decir, según Mármol, deleite o recreación (Historia
del rebelión ... , 1, p. 21).
(111) Seco de Lucena cree que Caurncha -Qawraya-, no es voz árabe sino trans·
cripción de un topónimo anterior (De Toponimia granadina, p. 79).

192
de los Reyes ( 112); el de Bistene o Bestene, en el Albaicín ( 113); el de
Bibalmazda (bab al-Marda) o de la puerta de los Leprosos, extramuros,
junto a ese ingreso a la ciudad que se abría frente al convento de la
Trinidad, a la salida de la calle de las Capuchinas; Haratalfarac, Haratalche-
ma, y el que hoy llaman de la calle de Gomeres, poblado, según un histo-
riador, en tiempo del rey Alfonso XI, cerca del año 1334, por una gene- /
ración de africanos naturales de las sierras de Vélez ·de la· Gomera, ve-
nidos a Granada a servir en la milicia (114).

En árabe granadino la palabra barrio -~ara- tenía muy amplia significa-


ción, pues no sólo se llamaban así los más o menos extensos de ciudades
y núcleos urbanos de alguna importancia, sino también barrios muy aleja-
dos, alcarrias, cortijadas y aldeas de escasas viviendas, como ~arat al-Arab
(Talará), en el Valle de Lecrín ( 115). Casi todos los pueblos y aldeas de
las Alpujarras estaban repartidos en alcarrias o barrios aislados, que re-
cibían el nombre de ~ara seguido de un apelativo. Así la villa de Cádiar
se componía de cuatro barrios: Haratalahax, Haratachox, Haratalc;amara y
Haratalc;oco. En este último se celebraría el mercado ( 116).

(112) Alguno de estos barrios serán los citados por Mármol: «En el ámbito de la
Alcazaba nueva (sic) hay tres barrios, que parece haber sido· :c·ercados cada uno de por
sí en diferentes tiempos, y todos .estaban inclusos debaxo de un muro .principal» (Histo-
ria del rebelión ... , 1, ip. 20). Eil primero lo supone situado junto a tia Alcazaba antigua
en la parroquia de San Miguel; e l segundo, en ,la parroquia de San José, y eil último,
1

en la de San Juan de 1.os Reyes. Lo de la Alcazaba nueva :es error notorio.


(113) En e•l Archivo de·l Ayuntamiento de Granada, Fomento, leg. 1, se conserva
un seguro o salvoconducto expedido en 1495 o 1496 a favor de un vedno del Albaicín,
en el barrio del Bistene\ que quería ir a traficar a Africa (Garrido Atienza, las capitula-
ciones ... de Granada, p. 155). ,
(114) Para fa enumeración de estos barrios se han tenido sobre todo en cuenta
las siguientes pub'licaciones: Mármol, Historia del Rebelión ... , 1, pp. 21-30; Eguilaz, Noti-
cias de la Alhambra y de Granada; Gómez-Moreno, Guía de Granada, p.p. 179-181, 224,
381, 392, 407, 419, 428, 4321, 451, 467, 475, 476, 482 y 496. Respecto al barrio o arrabal de
la Antequerueila, las más antiguas menciones que ·de él conozco son las de Münzer (1494)
y Navajero (1526); ambos explican su nombre por haberse poblado con gentes e:>epatriadas
de Antequera al ser conquistada esta ciudad en 1410.
1

(115) Seco de Lucena, Más nuevas notas, p. 84. El mismo sentido de pequeña agru-
pación rural parece que tenía también el nombre· raba~. en la Granada islámica lo que
confirma una vez más la imprecisión con que se precisaban los términos arrabal y barrio.
En efecto, según el fragmento árabe 1en el que se refiere la conquista de Granada que
1

«abandonando la ciudad, pasasen a habitar en los arraba•les (al-arba~) y alquerías (al-


qura ... Y llenos de oprobio y humillación tuvieron que salir de Madlna Garnata» (Frag-
mento de la época, p. 51) .
. ( 116) Gómez-Moreno, De la Alpujarra, pp. 24-34; Cajigas, Topónimos alpuja~reños,
pp. 303-306.

193
MOZARABIAS

Hasta la segunda mitad del siglo XI hubo importantes núcleos de pobla-


ción mozárabe en las ciudades isl.ámicas españolas. Abundaban también
en las campiñas y serranías andaluzas, levantinas y aragonesas aldeas
pobladas exclusivamente por cristianos; hecho semejante, pero de signo
contrario, al ocurrido desde el siglo XII al XVI con los moros mudéjares
en esas mismas regiones. En ambos casos, muchos de los fieles de la reli-
gión no oficial fueron, al correr de los años, absorbidos por la del Estado.
Llegó un momento en los respectivos reinos, cristiano y musulmán, en
que se impuso la idea de la unidad religiosa y política, y los restos no
asimilados de los fieles del otro culto, ya entonces minoritarios, fueron
obligados a convertirse o a emigrar ( 1).

Puede establecerse un curioso paralelo entre los arrabales de mozárabes,


o mozarabías·, en la España islámica y las morerías en la cristiana, y entre
la emigración de los habitantes de los primeros a las regiones reconquis-
tadas por los cristianos y la de los musulmanes españoles a Africa, estos
últimos a medida que la Península iba quedando sumergida por los adora-
dores de Cristo. En ambos casos, por razones obvias, los primeros en
emigrar fueron las gentes de mayor cultura y posición social, y los más
unidos al suelo nativo y persistentes en la conservación de sus creen-
cias en territorio gobernado por gentes de la otr.a religión, los humildes
campesinos, enraizados profundamente en las tierras de cuyo cultivo
vivían.
Las campañas afortunadas de 'Umar b. Hah;;ün en los primeros tiempos
de su rebeldía a fines del siglo IX se explican por la ayuda que le pres-
taron el gran número de pobladores mozárabes, así como los muladíes,

(1) Para la supervivencia de comunidades cristianas e ig·lesias en el norte de Africa


-en 1503 había cinco obispos en esas regiones- véase La Berberie musullmane et
l'Orfont au moyen age, por Georges Marc;ais, pp. 173-175.

195
de la Andalucía rural. En la segunda mitad del siglo XI quedaban aún en
sus serranías aldeas habitadas exclusivamente por los primeros (2).

Ante la persistencia de tan crecida cantidad de mozárabes en la España


islámica, con peligro cada día mayor para la seguridad del Estado, por el
avance hacia el sur de las fronteras cristianas, Jos almorávides, beréberes
africanos, a~imados de un ideal religioso de menor tolerancia que el de
los monarcas de taifas, trataron de reducir el número de aquéllos. En
1106 fueron expatriados los mozárabes malagueños, seguramente al norte
de Africa (3). Sin la ayuda de los que quedaron en al-Andalus, sobre todo
de los moradores del campo y de reducidas aldeas, no hubiera podido rea-
lizar Alfonso 1 de Aragón, al frente de cuatro mil jinetes, su célebre ex-
pedición de nueve meses, parte de ella en pleno invierno -1125-1126-,
por territorio islámico, hasta llegar a las costas de Granada y Málaga.
No le fue posible apoderarse de n inguna ciudad importante, pero volvió a
1

Aragón con buen número de mozárabes andaluces que contribuyeron a


poblar territorios fronterizos recién reconquistados ( 4).

Los mozárabes, según un musulmán granadino de mediados del siglo XII,


Al-Sayrafi, labraban la tierra y habitaban en aldeas, gobernados por jefes
de su religión experimentados, inteligentes, afables y conocedores de los
impuestos que los cristianos estaban obligados a pagar. Uno de ellos,
lbn al-Oallas era famoso y gozaba de gran prestigio en la primera mitad
del siglo XII cerca de los gobernadores granadinos.

A consecuencia de la expedición de Alfonso el Batallador, el monarca


almorávide Ali b. Yüsuf obligó en el otoño de 1126 a muchos mozárabes
a pasar al Africa con sus familias (5). Bastantes se establecieron en los

(2) Por ejemplo, .las 1de R"iana y Jotrón, en 'la Ajarquía malagueña, según refiere
'Abd Allah en sus «Memorias» (E. Lévi-Provencal, Les «Mémoires» de 'Abd: Allah, dernier
roi zlride de Grenade, p. 63). A orillas ·deil Huete (Wabga), en 1la reigióin 1de Cuenca, dice
al-Himyarl que había una aldea llamada Bawtly, habitada 1por cristianos (E. Lévi-Provern;a:l,
la Péninsule lbérique, p. 194 1del texto y 236 ide la trad.).
(3) Anales Toledanos 1 en Esp. Sag., XXIII, p. 386: uFué la hueste de Máfaga, quando
exitieron los mozárabes de Málaga, Era MCXLIV».
(4) Carta de donación y fueros concedida en junio de 1126, en Alfara, por Alfonso
e1l Batallador a uos totos christianos mozarabis quos ego traxi cum Dei auxilio de potes-
tate sarracenorum et adduxi in terras christianorum ... e·t quia uos pro Christi nomine et
meo arnore laxastis uestras casas et uestras hereditates et uenistis mecum populare
ad meas terras ... (Docs. para el est. de la reconq. y repob. del Valle del Ebro (Primera
serie), por José María Lacarra, apud. Est. de Edad Media de la Corona de Aragón,
vol. 11, doc. núm. 51, pp. 513-514.
(5) Probablemente a este éxodo forzoso aludirá la noticia de ilos Anales Toledanos 1,
aunque lo sitúa erradamente en eil año 1124: «Pasaron los Mozárabes a Marruecos am-
bidos·, Era MCLXll» (Esp. Sag., XXIII, p. 388).

196
alrededores de Salé y Mequínez, y otros formaron una milicia en torno
al monarca, cuya eficacia militar retrasó la caída de la dinastía (6).

TasufTn b. 'AIT, al dejar al-Andalus y retirarse al Africa en 1138, llevó con-


sigo cautivos multos christianos, quos vocant mu:zarabes, qui habitabant
ab annis antiquis in terra Agarenorum, dice la Chronica Adefonsi lm·
peratoris (7).

Los almohades fueron más intolerantes y fanáticos que sus antecesores


inmediatos. El califa Abd al-Mu'min, después de apoderarse de Marrakus
(541/1147), anunció que no consentiría en sus estados más que musul-
manes, y que todas las iglesias y sinagogas serían demolidas. Al conquistar
Sevilla en 1147, el metropolitano de esta ciudad y los obispos de Medina
Sidonia, Niebla y otras diócesis tuvieron que emigrar a Castilla, retirán-
dose a Toledo y Talavera. Aun parece que quedaban cristianos en Granada,
algunos ricos y poderosos, el año 557 /1162; en unión de los judíos ayuda-
ron a lbn Hamusku, lugarteniente de lbn Mardanls -el rey Lope o Lobo-
ª apoderarse de esa ciudad. Recobrada poco después por los almohades,
refiere lbn al-Jatib, fueron exterminados casi todos (8).

Ya'qüb al- Man~ür, el vencedor de Alarcos (591-1195), se vanagloriaba


de no haber dejado en sus dominios iglesia ni sinagoga en pie, lo que con-
firma pocos años después al-Marrakusl (9).

El rápido bosquejo anterior sugiere la importancia -bien conocida- de


las comunidades cristianas mozárabes en la España, islámica. Gozaban
de cierta autonomía y conservaban su religión y sus leyes visigodas, con
frecuencia bajo la autoridad de obispos y condes cristianos y pagando un
tributo especial. Si en los medios rurales había aldeas enteras pobladas
por mozárabes, en las ciudades vivían unas veces mezclados con el resto
de la población y otras en comunidades, en barrios o arrabales independien-

(6) Al-Hulal al-Mawsiyya, trad. de Ambrosio Huici, pp. 108 y 115-116; Orderico Vital,
en Esp. Sag. X, pp. 583-584; R. Dozy, Recherches, pp. 350-361. El relato de· Dozy procede
de lbn al-Jat]b (ll~ata, 1, pp. 41-43) y del autor de Al-Hulal al-Mawsiyya; los que, a su
vez, lo tomaron ,de una perdida historia de los Almorávides, escrita hacia mediados del
siglo XII por el granadino libn al-Sayrafi. Sin duda a causa de la intolerancia almohade,
algunos restos de esos mozárabes expatriados volvieron hacia 1150 a i!a Península, esta-
bleciéndose en Toledo, según refiere la Crónica latina de Alfonso VII: Quo tempore,
multa millia militum et peditum Christianorum cum suo episcopo et cum magna parte
clericorum, qui fuerant de domo Regis Haly et filii ejus Texufini, transierunt mare et
venerunt Toletum (Esp. Sag., XXI, p. 399; Chronica Adefonsi lmperatoris, 205, p. 162).
(7) Chronica Adefonsi lmperatoris, 140, pp. 109-110.
(8) Dozy, Recherches, 1, pp. 361 y 381, apénd. núm. XXVIII, pp. LXX~LXXIX (texto
de lbn al-Jat)b).
(9) Histoire des Almohades d'Abd el-Wah'id Merrakechi, trad. y anot. por E. Fagnan
1

p. 265, Al-MarrakusT escribía en 621/1224.

197
tes, ya dentro de la madTna, ya exteriores. Esta organizac1on y el aisla-
miento facilitaban la percepción de los impuestos ( 1O).

No hay noticia de que los mozárabes vivieran en Córdoba agrupados. Sus


casas estarían, pues, mezcladas con las del resto de la población. A me-
diados del siglo IX, cuando la persecución de Mu~ammad 1 contra los cris-
tianos, se citan como edificios de su culto en el núcleo urbano cordobés,
o en sus contornos inmediatos, las basílicas de Santa Eulalia, en el arrabal
de Flagellas (de ignorada situación), en la que recibió honrosa sepultura
la mártir Columba ( 11); la de San Cipriano, en la que reposaban los res-
tos de los mártires Adulto y Juan y junto a la que se trasladó, en 853, la
comunidad del monasterio de Tábanos al ser destruido ( 12), y la de San
Cosme y Damián, en el barrio de Colubris (13). Al embajador de Otón 1,
enviado a Córdoba en el reinado de Abd al-Ra~man 111, se le permitía
acudir los días señalados de fiest as religiosas a un temp,lo cercano a su
1

alojamiento, consagrado a San Martín; probablemente sería el dedicado


a San Martín de Tours, existente en el arrabal de Tercios, en la campiña
cordobesa (14). De otras iglesias cordobesas del siglo X hay noticias,
entre otros textos, por el Kitab al-Anwa (Liber anoe), el llamado «Calen-
dario de Córdoba», que redactó para e·I año 961 el célebre obispo mozárabe
de Elvira Recemundo o RabT 'ibn Zaid (15). Cítanse en él una basílica em-
plazada en el barrio de los Tejedores o Bordadores (al-Tarrazin vicus Ti·
raceorum), situado, al parecer, cerca de la iglesia de San Andrés, que en-
cerraba los restos de San Zoilo y del abad Spera-in-Deo ( 16). Al oeste

(10) Léi\/li..JProvenc;:al, Hist Jde l'Esp. musulmane, 111, 1p. 218. En esta obra reciente se
publica un resumen sobre las 'Comunidades mozárabes (pp. 214-226), hecho con la corn-
petenc·ia indiscutible de1l autor.
(11) Eulogi·i Memoriialis Sanctorum, lib. 111, cap. X.
(12) EufogH Memorialis Sanctorum, Praefatio, 2; ·lib. 11, caps. 11, 1; XII y XV, p. 472;
y lib. 111, caps. V,11, 1, 43, 9; Esp. Sag., XI, pp. 283-286 y 522 (García VH!ada1, Hist. Ecles.
Esp., 111, pp. 72, 76, 100, 101, 105, 116 y 138); J. Simonet, Santoral Hispano-Mozárabe,
pp. 28-29 V 33.
(13) Eulogii Liber Apologeticus iMartyrum, núms. 21-35, pp. 543-561, según cita, lo
mismo que la anterior, de Zacarías García Villada, Historia Eclesiástca de España, 111,
pp. 105 y 114.
(14) (A. P. y M.), Embajada del emperador de Alemania Otón 1 ail califa de Córdoba
Abderrahmán 111, pp. 40-41. Generalmente se alojaba a los enviados extranjeros en
pala'cios o almunias de los alrededores de '1a ciudad.
( 15) Sobre esta obra y sus diversas ediciones, véase Lévi~Provenc;:al, Hist. de l'Esp.
musulmane, 111, pp. 222 y 239-240, n. 2. Citamos a continuación por la edición española
de F. Javier Sirnonet, Santoral hispano-mozárabe.
(16) Esp. Sag., X, p. 228; Eulogii Memor. Sanct., !ib. 1(.J, cap. VI, 1; cap. X, 2
(García Villada, Hist. Ecles. España, IM, pp. 74-75); Santoral hispano-mozárabe, rpp. 23,
25, 26 y 31. «Todos los escritores locales están contestes en que el vico tiraceorum de
Receimundo, es el barrio central de la Ajerquía, que hoy es el de San Andrés, porque
esta i·glesia era la basílica de San Zoilio, de tan brillante historia muzáraibe», Castejón
Córdoba Califa,, p. 293.

198
de la medina-y no lejos de·I barrio de los Pergamineros ..(al,.Raqqaqln.) ,~pró~
ximo, a su vez, a la bab al-AW~rln, había un templo principal o de los más
importantes, consagrado a San Acisclo; los musulmanes le llamaban ka-
nlsat al- l:larqa (iglesia de los quemados) o kanlsat al-asra (iglesia de fos
prisioneros), por el recuerdo de los cordobeses que .murieron abrasados
en su recinto el año 711 ( 17). Otra basílica dedicada a los Tres Santos
(Fausto, Yanuario y Marcial), que el «Calendario» dice estaba in vico
turris, que se suele identificar con el rabad al-bury, situado a <;>riente de
la madilna ( 18), pasó a ser, dice Am'b1 osio de Morales, iglesia de San
Pedro tras la reconquista de la ciudad ( 19).
Si de datos tan poco precisos y escasos como los anteriores hubiéramos
de deducir consecuencias, la primera sería la no existencia de templos
cristianos en la medina, pero sí en el núcleo urbano inmediato. Parece
comprobarlo que, consultados a comienzos del siglo X los juristas musul-
mane·s, prevaleció e·I criterio de dejar a los cristianos cordobeses el dis-
frute de sus iglesias en el interior de la ciudad, pero no autorizarles a
construir otras nuevas más que en comarcas rurales donde poblaban ba-
rrios o arrabales independientes de las aglomeraciones musulmanas (20).
En el siglo IX la mezquita mayor de Toledo estaba junto a una iglesia, y,
habiendo caído el alminar de la primera, los toledanos pidieron al emir
Mul:lammad 1 autorización, que les fue concedida, para reconstruirlo con el
importe de algunos tributos y unir, al mismo tiempo, a la sala de oración
la iglesia contigua (21). Muy numerosos los mozárabes en Toledo, con-

(17) Eldogii Memorialis Sanctorum, lib. 11, cap. 1, 1; lib. 111, cap. VHI, 1, y capítu-
lo XVI; Samsonis Apologetiicus, Esp. Sag., XI, Praefatio, lib. 11, 87 (García VHlada, Hist.
Ecles. España, 111, p. 73); MaqqarT, adap. Gayangos, 1, p. 279, y edic. Leide, 1, :p. 166;
Bayan, 11, p. 12. Ecclesia carceratorum ... eC'lesia fadentium pergamena in Corduba (San-
toral hispano-mozárabe, p. 32), parece referirse a dos templos, en uno estaba enterrado
San Acisclo y en e'l otro se celebraba su aniversario.
(18) Eulogii Memorialis Sanctorum, lib .. 11, capts. IX y XII (García Villada, Hlist.
Ecles. España, 111, p. 72); MaqqarT, 1, p. 304; Santoral hispano-mozárabe, p. 30.
(19) LévWroven<;;a1l, Hist. de l'Esp. musulmane, 111, pp. 222 y 224-225, y L'Espagne
musulmane au Xe siecl,e, pp. 207-208, n. (3); Hist. de los mozárabes, :po•r Simonet,
pp. 612 y ss. y 776. Sobre las iglesias mozárabes cordobesas ha escrito Rafael Caste1jón,
Córdoba CaHfal, .pp. 32·9-332.
(20) 'Lbn Sahl, Ahkam kubra, f. 0 213 v del mans. de Rabat, según cita de Lévi-1Pro-
ven<;ail, Hist. de fEsp. musulmane, 111, p. 224. Esa actitud eXJplica que bajn dominio islá-
mico hayan podido levantarse en comarcas rumies, pobladas probablemente por mozá-
rabes, las iglesias subsistentes de Melque (Toledo) y Casillas de Berlanga (Soria).
Conviene recordar que en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid se conserva una
ventana gemela, obra al parecer mozárabe, procedente de la ig1lesia de San Ginés de
Toledo.
(21) La interesante noticia procede de la parte recientemente descubierta e inédita
de1I Muqtabis de 11ibri Hayyan, f. 0 269 v (Lévi-1Provern;al, Hist. de l'Esp. musulmane, 111,
p. 224, n. (4). In C1ivitate Corduba ... in viico turris (Santoral hispano-mozárabe, p, 30).
El al-Rawº al-Mi'tar se refiere como existente en Toledo a una iglesia, Kanisat al~mail1ik,
la iglesia de!l Re1y, construida en el reinado del César Diocleciano (Léivi~Proven9a1l, La Pé·
ninsule lbérique, lp. 191 del texto 'Y 232 de la trad.).

199
servaban a su frente un arzobispo en el siglo XI y v1v1an mezclados con
los musulmanes, pues sus seis parroquias intramuros, en las que el culto
católico prosiguió sin solución de continuidad hasta la conquista por Al-
fonso VI -San Lucas, S.an Sebastian, Santorcaz (San Torcuato), Santa
Olalla (Santa Eulalia), San Marcos y Santas Justa y Rutina (22), estaban
repartidas por distintos lugares del interior del recinto, la última en su
parte central. Después de la conquista de la ciudad por Alfonso VI en
1085, los mozárabes toledanos mantuvieron su independencia, conservando
el rito visigótico, a pesar de haberse impuesto el rom,ano en el resto de
España. Incluso los clérigos continuaron bien entrado el siglo XIII usando
la lengua y escritura arábigas para documentos notariales e inscripciones,
y rigiéndose por el Fuero Juzgo (23).

En Huesca habitaban los musulmanes en el siglo XI en la parte más alta


de la ciudad, solar del viejo núc!leo ibérico, protegida por un muro, de
piedra. En época ignorada se construyó una segunda cerca del mismo ma-
terial envolviendo la primera (24); entre ambas residían los mozárabes
en torno a la iglesia de San Pedro el Viejo, que un documento de 29 de
abril de 1097, no transcurrido un año de la conquista de la ciudad (26 de
noviembre de 1096), llama antigua, y así se la siguió nombrando. El padre
Huesca dice, sin concretar la cita, haber visto escrituras del siglo XI en
las que se mencionaba el barrio de los mozárabes oscenses en la parro-
quia de San Pedro, y un documento de 1178 hace referencia a dicho ba-
·rrio (25). El doble recinto se reconoce todavía sobre el terreno y en el .
plano de la ciudad. Y en el emplazamiento de lo que fue barrio mozárabe
aún perduran resto.s de disposiciones urbanas típicamente hispanomusul·
manas, calles angostas y retorcidás, alguna sin salida, y en parte cubiertas
por plantas altas, uniendo las casas de ambos lados de la calle (26).

Además de la iglesia de San Pedro es probable que los mozárabes os-


censes poseyeran durante algún tiempo la iqlesia de San Ciorián, situada
en un tercer recinto, poblado en época musulmana y cercada en ella con

(22) El arzobis po don Rodripo Jiménez de Rada cuenta nuel\/e iglesias toledanas cor
1

culto durante· la dominación islámica: l as seis citadas y Omnium Sanctorurn, Santa


1

LeO'cadia; Santa María de Atlficén y San Cosme y San Damián (De rebus Hspaniae, 'lib. IV,
cap.3). _
f23) Crónica del rey don Pedro, por don Pedro lópez de Ayala, capítuilos XVII y
XVIII, pp. 419-422. Esta obra alude a las seis parroquias mozárabes mencionadas.
(24) lévi-.Provenc;al, La Péninsule lbérique, pp: 194-195 del texto v 236 de la trad .. ;
Ricardo 1cfel Arco, Huesca en /el siglo XII, pp. 353, 378, ·382, 387 y 429-430,.
(2'5) P. Ramón de Huesca, Teatro histórico de las iglesias del reyno de Magón, VII,
p. 15, se¡:iún cita de Federico Ba'laguer: Notas documen.ta~es sobre los mozárabes oscen-
ses, vol. 11, pp. 399-403.
(26) José María Lacarra, El desarrollo urbano de las ciudades de Navarra y Aragón
en la Edad Media, pp; 10-11.

200
una muralla de tierra (27), junto al actual Barrio Nuevo. Antes de con-
quistada Huesca, Sancho Ramírez donó el templo de San Ciprián al mo-
nasterio de San Juan de la Peña, donación confirmada por Pedro 1 en 1097,
con la obligación de que los monjes edificasen una iglesia consagrada a
Santa María. En el documento afirma el monarca que los musulmanes
habían arrebatado ese santuario a los cristianos, lo que repite el papa
Pascual 11 al confirmar la concordia entre el obispo de Huesca y el mo-
nasterio de San Juan de la Peña en 1105 (28).
En 986 un mozárabe barcelonés llamado Moción, de regreso de estar en·
carcelado en Córdoba, moría en Zaragoza y en su testamento dejaba man-
das a Sancta Maria que est sita in Caragotia, y a la iglesia de las Santas
Masas, qui sunt foris muris (29). Esta última estaba a orillas del Huerva.
Santa María, principal templo cristiano, se llamó más tarde del Pilar ..

La iglesia de las Santas Masas fue incorporada a la catedral de Jaca en


1063 por el obispo de Zaragoza Paterno, donación confirmada en 1086 por
Sancho Ramírez y su hijo Pedro y por Alfonso 1 en 1117 (30).
Según Lacarra, no eran estas dos las únicas iglesias mozárabes de Zara-
goza en los últimos tiempos de la dominación musulmana, pues a raíz
de la conquista había otras abiertas al. culto que parecen revelar origen
más antiguo (31). La de Santiago, llamada «de la Pelicería», fue incorpo-
rada en 1121 por Alfonso 1 al monasterio pirenaico de San Pedro de Sire-
sa (32). El mismo monarca entregó la iglesia de San Gil al obispo de Jaca-
Huesca, como premio a los servicios prestados en la conquista de la
ciudad; donación confirmada en 1121 por el prelado don Pedro (33) .. Santa
María Magdalena se cita en un documento de 1126 (34). Tal vez estos tem-

(.;27) Menciona el muro de tierra Pedro 1 en un privi'legio concedido al monasterio


de San Juan de la Peña en octubre ·de 1097 y Alfonso 1 en eil de fundación de·I templo de
San Migue·I de Huesca en 1110 (R. del Arco, La aljama judaica de Huesca, p. 275).
(28) J. Briz Martínez, Historia de lla fundación y antigüedad,es de San Juan de la
Peña, pp. 638"639; Cart. de San Pedro el Viejo, folios 106 v y 147, citados por Balaguer,
Notas ... sobre los mozárabes oscenses, p. 401.
(29) A. Célmoillo, Disquisitio methodi consignandi annos Aerae christiane, apéndice
Villl. y P: Fidel Fita, Eil templo del P.Har y San Braulio de Zaragoza, pp. 439-443), citas
ambas de Isidro de l1as Cajigas, Los mozárabes, 11, p. 476.
(30) Huesca, leatro histórico ... de Aragón, pp. 18'5 y ss., y Lacarra, Docs. para el est
de la reconq. (.Primera serie), apud. Est. de Edad Media de la Corona de ·Aragón, 11.
doc. núm. 1, ip. 471.
(31) La restauración eclesiástica en las ·tierras conquistadas. por Alfonso el Batalla·
dor (1118-1134), por José María Lacarra, ipp. 7-8.
(3.2) El documento dice: ecclesiam in honore Sancti lacobi in Caesaraugusta ciuitate
construotam (José María L·acarra, Documentos para el estudio de la reconquista y repo·
blaciión del Valle del Ebro (~egunda serie), vo'I. 111, dac. núm. 115, p. 519).
(3·3) Huesca, Teatro histó11ico ... de Aragón, V~, p. 452.
(34) Lacarra, Docs. para el est. de la reconq. (Primera serie), apud. Est. de Edad
Media de ila Corona de Aragón, 11, núm. 50, pp. 512-513.

201
plos fuesen mezquitas consagradas; más probables es el origen mozárabe
de otro que en 1155 se llamaba San Juan «el Viello» (35).

Lacarra supone emplazado el barrio mozárabe de Zaragoza, dentro de la


madina, en su ángulo noroes,te, limitado a norte por Ja muralla, sin duda
por estar allí la iglesia prindpal de Santa María -el Pilar, más tarde-,
no muy distante de la Zuda (al-Sudda) o palacio islámico de gobierno.

Pero tal vez, como en Toledo, los cristianos de Zaragoza vivirían mezcla
dos con los musulmanes. La población mozárabe debía de ser en la cfu-
dad aragonesa numerosa e importante. En su época de máximo esplendor,
bajo el gobierno de A~mad b. Sulayman al-Muqtadir (441/1049-474/1081),
el constructor de la Aljafería, su primer ministro fue .un mozárabe, Abü
'Limar b. Gundisalvo, buen poeta a la par que gobernante (36).

Tudela, a orillas del Ebro, era como réplica reducida d~ Toledo, crisol tam-
bién en el que se fundieron las gentes de las tres religiones. Antes de
su conquista por Alfonso 1, en 1119, debió de haber en, ella abundante po-
blación mozárabe, cuyo recuerdo persistió durante los siglos XII y XIII
en la onomástica y en un barrio que dos documentos fechados en el se-
gundo permiten localizar en la parroquia de Santa María (37). ¿Sería ésta

(35) Historia de la economía polí,tica en Aragón, por don Ignacio de Asso, p. 201.
(36) MaqqarT, Analecrtes, 1, p. 350; 11, p. 276, se1gún cita de Cajigas, Los mozárabes,
11, p. 452.
(37) Se menciona el barrio de los mozárabes de Tudela en documentos de 1184.
1247, 1251 y 1281 (Francisco Fuentes, Catálogo de los Archivos Eclesiásticos de Tucfela,
docs. núms. 113, 278, 291, 388 y 1.097, pip. 33, 75, 79, 103 y 285. Los núms. 291 y 3'88
aluden a casas en la parroquia de Santa María y barrio de los Mozárabes). Don Pascual
1

Galindo, en el prólogo de ese Catálogo, identifica el barrio de los mozárabes con e·I de
Santa María la Mayor. Lacarra _,El desarrollo urbano d'e las ciudades de Navarra y Ara·
gón, pp. 8-9 y láminas VIII y IX- lo localiza en la parte sudoeste del recinto murado
medieval, junto a la calle de San Julián., En trabajo posterior y fundándose en las breves
referencias documentales de1! citado Catá1logo, dice que al parecer «estaba en e1I centro
de la población, junto a Santa María la Mayor» (La restauración eclesiástica, p. 10).
Más afirmativo, ha escrito en focha reciente que «en Tudela subsistía la iglesia de Santa
María, sita en el barrio mozárabe, sobre fa que se fundó la Colegiata actual» (José María
Lacarra, La reconquista y repoblación del valle del Ebro, apud La reconquista española y
la repoblación de1l país, Zaragoza, 1951, p. 72). La consagración de la iglesia mayor de
Tudela parece tuvo lugar el 14 de abril de 1121, según deduce Lacarra de la data de un
documento del «Cantora1l pequeño» (f. 0 46 v) de la Seo de Zaragoza (La fecha de la
reconquista de Tudela, apud Príncipe de Viana, a. VII, Pamplona, 1946, p. 51). En 1125 se
labraba un pórtico nuevo bajo la puerta mayor de Santa María de Tudefa (Esp. Sag., L,
p. 340; José María Lacarra, Docs. para el estudio de la reconq. y repobl. del Valle del
Ebro (Tercera serie), doc. núm. 316, p. 540). Diez años desipués asignábase parte de
unos diezmos para restaurar el templo, consagrado en fecha anterior: ad restaurandum
Ecclesiae ipsius aedifioium (Esp. Sag., XLIX, p. 334). García Ramírez e l Restaurador,
1

h&cia 1134-1135, 'donó a Santa María de Pamplona la iglesia de Santa María de Tudela,
con todos i!os bienes que tuvo en tiempo de moros y cristianos: cum sua pertinentia
quam habuit uel habere debuit in tempore sarracenorum atque christianorum (Lacarra,
Docs. para el e·studio de la reconq. y repobl. del Valle del Ebro (Segunda serie), 111,
doc. núm. 184, p.577).
1

202
una iglesia mozárabe? «Contestamos afirmativamente ... los documentos no
Jo dicen claramente, pero el estudio comparado de todos ellos y los de-
talles que nos ofrecen autorizan a formular tal hipótesis con caracteres
de verosimilitud» (38). Cabe la sospecha de que también fuese templo
mozárabe el de Santa María Magdalena de Tudela, pues Alfonso 1 donó
esta parroquia al obispo de P·amplona pocos meses después de adueñarse
de la ciudad, hacia marzo de 1119, cuando asediaba Tarazana (39).

Consta la existencia de un barrio de mozárabes en Calatayud, donado por


Ramón Berenguer IV ( 1137-1162), al monasterio de Oña, pero ignórase
si su fundación fue anterior a la conquista de la ciudad ( 1120) o se formó
con los mozárabes llevados a sus estados por Alfonso 1 como consecuen-
cia de su e~pedición a Andalucía en 1125-1126. Estaba situado al pie del
cerro del Reloj Tonto, junto al monasterio de San Benito, en la puerta de
Zaragoza (40).
En Sigüenza, los mozárabes agruparíanse en torno a una iglesia situada
en la medina, junto al Henares, llamada antes de mediar el siglo XII Santa
María de Medina y Sanctae Mariae antiquissiman, y después Santa María
la Vieja.
La imagen titular fue una de las milagrosas cantadas por el Rey Sabio:
Na c;:idade de Segonc;:a
que é mui rico bispado,
et cabo de grand' ygreia,
a un logar apartado
que chaman Santa María
a Vella ... (41).

(38) Don Pascual· Galindo, en el prólogo a la citada obra de Fuentes, Cat. de los Arch.
Ecles. de Tudela. El] archivo de 8anta María conserva documentos bilingües, en latín y
árabe, fechados en Jos ¡años 1158, 1167. 1174 [cuatro), 1177, 1219 y 1222. Com'i en To-
ledo, había mozárabes entre el clero de Tude'la (Fuentes, Cat. de los Arch. Ecles. de
Tudeila, doc. núms. 27, 46, 73, 74, 77, 79, 92, 195 y 207).
(39) Lacarra, Docs. para el estudio de la reconq. y repobl. del valle del Ebro (Tercera
serie). apud. (Est. de Edad Medtia de la Corona de Aragón (Zaragoza, 1952, doc·. núm. 303,
P. 530). Según erl Diccionario Geográfico-Histórico de España, por la Real Academia de
la Historia, sec. 1, tomo 11 (Madrid, 1802), p. 392, en las inmediaciones de la iglesia de
Santa María Magdalena «est9ba e·! barrio de los mozárabes, que hoy es parte de.! que
llaman San Julián».
(40) Raimundo, conde de Barcelona y príncipe de Aragón, concedió al monasterio
de la Oña el de $an Benito ·de Calatayud, quod est situm in illo barrio de Muzarabis
ad illam portam de Caesaraugusta, una cum praedilecto barrio de Mu~ralbis, populato
et non popuilato (Esp. Sag., XLIX, apénd. XXII, p. %3). Aún se decía la de San Benito pa-
rroquia de mozárabes en el siglo XVI (Historia de la siempre augusta y fidelísima ciudad
de Calatavud, por don Vi'cente de la Fuente, 11, p. 236). Mozárabes de Calatayud, con
otros de Zararioza y de varios lugares de Aragón, llevó Alfonso \fll en 1156 para poblar
Zorita de los Canes.
(tJ.1) Cantigas de Santa María de den Alfonso el Sabio, vol. 1, ca:nt. OGCLXXX'.111,
pp. 535-537.

203
Junto a este templo había una torre de piedra y argamasa, que,· a pesar
de ser probablemente la que se mandó derribar en 1322, aun permanece,
aprovechada como campanario de la iglesia de Santa María de los Huertos,
edificada en el siglo XVI sobre el solar de Santa María la Vieja (42).

Cerca de Daroca menciona un escritor árabe la iglesia de Abarüniya


de maravillosa construcción, dice, con trescientas sesenta puertas (43).
A fines del siglo XI había varias iglesias abiertas al culto ~n Lérida y Tor-
tosa (44); desconócese su emplazamiento y si estaban en arrabales de
mozárabes.

Que en ellos v1v1an agrupados los de Valencia parece probarlo el nombre


de «rabatines», que, según la Crónica de Beuter, daba los moros a los
cristianos residentes entre ellos ( 45).

En esa ciudad había a fines del siglo XI, cuando la conquistó el Cid, dos
arrabales de mozárabes: el de al Ru~afa, a sudeste y algo apartado de la
ciudad, con probable iglesia consagrada a San Valerio, y el de Rayosa,
situado en las afueras, a mediodía, con otra que lo estaba a San Vicente
mártir (46). Entre los lugares de la Valencia islámica que los poetas mu-
sulmanes evocan en versos nostálgicos tras su conquista por Jaime 1 en

(42) Manuel Pérez Villami'I, La catedral de Siigüenza, pp. 40-41 y doc. HI, pp. 448-450;
Historia de la diócesis, de Siigüenza y de sus obispos, por Fray Toribio Minguella y Ar-
nedo, vo'i. 1, p. 73 y dO'c. núm. XXMI, pp. 375-377).
(43) Lévi-Proveinc;:al, ILa Péninsule lbérique, p. 7'6 del texto y 96 de la 1traid. En Gallur,
según Alfonso 1, sarraceni mate tractabant eoolesias Chriisti sub potlestate sua. Consta
la existencia de mozárabes en Calahorra en 1088, 1092 y 1126, con nombres mixtos.
En 1077 Julián, obispo de Zaragoza, daba al monasterio de Alaón ila ig1lesia de Santa
María de Sibrana: Ciurana no fue conquistada hasta 1153 -fecha de la carta de pobla-
ción- o 1154, por Ramón Berenguer IV (José María Lacarra, La repoblación de Zaragoza
por Alfonso el Batallador, p. 18). Parece que también tenían iglesias cristianas Val-
tierra, Cadreita y Murillo de las Limas, en término de Tudel,a, y hay a,lguna referencia
a la persistencia de mozárabes en Afagón (Lacarra, La reconq. y repobl. deil valle del
Ebro, p. 72).
(44) Documentos reales del antiguo Archivo de Roda, anteriores al siglo XII, por
don Juan Francisco Yefa y Utrilla, p. 336; Lacarra, La reconq. y repobl. del vaifle del
Ebro, p. 73.
(45) Primera parte de la Crónica General de toda España, por Antón Beuter,
lib. 11, cap. 21, p. 111, y cap. 40, p. 217.
(46) R. Chabás, Episcopologio valentino, I; Menéndez Pida1!, La España del Cid,
pp. 337, 453, 484 y 585). EscO'lano dice, siguiendo a Beuter (Historia die Valencia, 1,
col. 920 a 921, parte N, cap. XXIII, f. 0 867) y con error notorio, que los cristianos
mozárabes conservaron la iglesia del Santo Sepulcro de Valencia, consagrada más tarde
a San Bartofomé, todo el tiempo que estuvieron bajo la cautividad de los moros. Una
constante tradición señala la iglesia de San Vicente de la Roqueta, a unos 1.000 metros
al mediodía de la antigua puerta de Boatella, corno sucesora de·I templo mozárabe de
Rayosa, levantado en el lugar en que sufrió martirio el Santo. En 1232, seis años antes
de la -reconquista de Val encia, Jaime 1 concedió al abad del monasterio aragonés de
1

San Victorián, para cuando se adueñase de la ciudad, «aquel lugar o igilesia que está
en Valencia ... cuyo lugar o i9'1esia se llama y dice San Vicente (Locum illum sive eccle-
siam que est apud Valentiam ... qui locus siue ecclesia oucatur et dicitur Sanctus Vicentius.
Roque Ohabás, Los mozárabes· valencianos, aipud Antigüedades de Valencia, por Fray
Jo~ef, Teíxidor, t. 1, 1895, pp. 395 y 406-408).

204
1238, ponderando la espléndida belleza de su desaparecida vegetación,
figura, además del antes citado de al-Ru~afa, al-Kanisa es decir, la iglesia
· en que había terneras y gacelas; tal vez fuera el de. Rayosa (47).
Otro arrabal, que al llamarse al-Kanisa hay que suponer poblado por mozá-
rabes, había en Ailcira, en la orilla del Júcar opuesta a la en que está la
ciudad; lindaba con un cementerio islámico. El poeta lbn Jafaya (m. en 533/
1138L recordaba en una de sus obras los ratos deliciosos, imposibl·es de
volver a vivir, pasados en su juventud en tan delicioso lugar (48). Era un
arrabal con huertos, de carácter rural, situado en el camino viejo de Játiva.
En el Hepartimiento se la llama alquería Alcanicía y con este mismo nombre
y el de «raval de Alcanencia» o de «Alquenencia», siguió hasta que en el
siglo XVII mudóse por el de San Agustín (49).
En Murcia el arrabal de mozárabes sería probablemente el llamado al·
Rasaga, pues Alfonso X refiere en una de sus Cantigas que había en la
Arreixaca una iglesia antigua, consagrada a Santa María, en la que se
rendía culto a una imagen de la Virgen, protectora de genoveses, pisa-
nos y gentes de Sicilia, que iban allí a orar. Los moros no podían hacer
daño alguno al templo. Adueñado don Jaime 1, después del alzamiento
de los musulmanes de Levante y Andalucía y de la definitiva conquista
de Murcia en 126i6, de la mezquita mayor para convertirla en catedral, los
moros murcianos le pidieron que les permitiese derribar la iglesia de la
Arrijaca, sin duda por haber pasado a habitar en ese barrio, al noroeste
de Murcia, concedido por el monarca aragonés en junio de 1266 para que
pudieren vivir en él apartados de los cristianos y labrar su muro (50).
Otorgado el permiso, no les fue posible demoler el templo. Repitieron la
petición al rey castellano, llegado algo más tarde a Murcia, y también
accedió, aunque de mala gana, pues el templo estaba recién pintado. La
Aljama acudió entonces al rey moro para que ordenase el derribo (51),
pero éste les dijo:

(47) Verso1s de Ibn 'Amtra (m. hacia 656/1258) <Contestando a una epístola de lbn
al-Abbar (té~i~Provenc;:al, La Péninsule lbérique, pp. 48-49 de!, texto y 61.:52 de· la trad.)
(48) Lévi-Provenc;:al, La Péninsule lbérique, pp. 103 del texto y 126-127 de la trad.
(49) Bofarull, Repartimientos, año 1249, pp. 390-391, 413-414 y 126-127, y año 1248,
pp. 421, 42·2, 424 y 479; Topografía de Aloira árabe, por Vicente· Pelufo (Anales del Centro
de Cultura Valenciana, pp. 84, 87 y 90-92). Hay otra partida llamada A:lquenencia, se gún 1

Ohabás, en el valle de1l Pp, cerca de Muria (Teixidor, Antigüedades de Valencia, 1,


p. 397).
(50) Discursos históriicos de la muy nobl e y muy leal oiudad de Murcia y su reino,
1

por eil licenciado Francisco Cascales, cap. XVIII, pp. 58-59.


(S.1) En documentos de 23 del msmo año de 1266, se dice se·r señor de los moros
murcianos «don Bua.bdille Abenhut, rey de Murcia» (Mem. Hist. Esp., 1 (Madrid, 1851),
doc. GV, pp. 231-232).

205
... Non farei;
ca os que Mariame
desama mal os trilla (52).

lbn Jatima (m. alrededor de 703/ 1369), médico y renombrado poeta alme-
riense, dice llamarse vabal al-Kunaysa (el monte de la lglesuela), en di-
minutivo, la colina pedregosa, última estribación avanzada hacia el mar
de una áspera sierra, límite de Almería a poniente. El nombre revela la
existencia, tal vez pretérita en el siglo XIV, de una iglesia, probablemente
monástica, o de una ermita, si se juzga por su emplazamiento (53). A igle-
sias en Guadix alude el poeta de la corte almeriense Abü 'Abd Allah b.
al-Haddad. Enamorado de una doncella cristiana de esa ciudad, cuenta en
sus versos que visitaba las iglesias por amor hacia ella, pero sin afición
a las cruces (54).

lgnórase si los cristianos granadinos habitaban conjuntamente con la po-


blación islámica. El hecho de existir una antigua, célebre y bella iglesia
en las inmediaciones de la ciudad, frente a
la puerta de Elvira, demolida
totalmente hasta sus cimientos por los musulmanes, en virtud de una
fatwa :de los alfaquíes, cumpliendo órdenes de Vüsuf b. Tasafin, en 492/
1099 (el 23 de mayo), es probable indicio de que los cristianos residían
no lejos de ella, extramuros. Su solar quedó incluido más tarde en el gran
cementerio existente a la salida de esa puerta (55).

Según el «Tratado de lbn 'Abdün», en la Sevilla almorávide había cristia-


nos y judíos, médicos algunos, e iglesias abiertas al culto, en las que se
celebraban fiestas religiosas, con clérigos a los que el autor acusa de
múltiples vicios y quisiera fueran obligados a casarse. Al parecer, el nú-

(52) Cantigas de Santa María de don Alfonso el Sabio, vol. H, cant. GLXIX, pip. 241-
242.
(53) lhn Jatima, Ta~~il. .. f. 0 62 r. La traducción de la des·cripción de Alrnería, inédita,
ha si·do hecha por don Manuel Ocaña Jiménez.
(54) la poésie andailouse, por Péres, pp. 279-282.
(55) Dozy, Recherches, 1, pp. 351-352. La noticia procede de al•Sayrafi, a través de
lbn a'l-Jatlb. Dice aqué'I que en su tiempo -mediados de1I siglo XII- aún subsistía
al·gún resto de muro de·I templo· derribado; el visir granadino se refiere a la existencia
de un cementerio en su emplazamiento. Desconócese el de las tres iglesias visi.godas
cuya consagración -la más reciente en el reinado de Viterico (603-610)- consta en
la lápida encontrada al abrir los cimientos de la i9lesia de Santa María de la Alhambra,
conservada hoy sobre la puerta de su sacristía. Es posible que estuviesen en 1la misma
colina de la Alhambra, en donde apareció hace a'lgunos años -intramuros, cerca de la
puerta de la Justicia- una lápida sepulcral mozárabe de una María, fallecida en 1120,
cuya tosquedad permite suponer procede de lugar próximo (J. María Navascués, Nueva
Inscripción mozárabe de la Alhambra, pp. 268-276). En 1116-1117 estaba en Sahagün el
obispo mozárabe de Granada (Historia Compostelana, trad. del latín al castellano por
e•I R. P. Fr. Manue l Suárez, lib. 1, cap. 13, p. 217).
1

206
cleo más importante de la comunidad cristiana vivía en la orilla derecha
del Guadalquivir, probablemente en Triana (56).

En el rabad (arrabal) de Ecija, en fecha ignorada ___,probablemente subsis-


tió hasta la época almorávide-, dice al-Himyarl había una Iglesia en las
'cercanías de la mezquita mayor, indicio para suponer que cristianos y
musulmanes vivían mezclados (57).

En la isla de Saltés, en la confluencia de los ríos Tinto y Odiel, afirma el


al-Rawd al-Mir~ar que vivían muchos cristianos (58). Y si damos crédito
a los Miráculos romanzados del monje de Silos Pero Marín, en el siglo XIII
otros eran vecinos de Morón (59).

El más famoso de los santuarios cristianos de la España musulmana, sub-


sistente hasta mediados del siglo XII, pues lo describe al-ldrlsl y afirma
no había experimentado cambio alguno bajo la dominación islámica, era
la iglesia del Cuervo (Kanlsat al-Gurab), situada en el promontorio avan-
zado sobre el mar que forma el cabo de San Vicente. Servida por curas
y monjes, poseía grandes riquezas y crecidas rentas, procedentes en su
mayor parte de piadosas donaciones de tierras en el Algarve. Muchos
cristianos acudían en peregrinación a ese santuario en el que era cos-
tumbre tradicional, nunca interrumpida, dar de comer a los que a él lle-
gaban. Enfrente había una mezquita, a la que los musulmanes iban también
en peregrinación; los monjes del templo cristiano tenían la obligación
de servirles la adiafa (60).

(56) E. Lévi-Proven9al y Emilio García Gómez, Sevma, pp. 149-15'1, 154-155, 157
y 171-173.
(57) E. 'Lévi-Prnven9al, ta Péninsule lbérique, p. 15 del texto y ,21 de fa ¡trad. Creo
que por rabaQ hay que entender en este caso el núcleo de la ciudad, di.ferenciado del
1

alcázar o alcazaba, emplazado en e,I ángulo sudeste del recinto. No hay noticia ni restos
de arrabales inmediatos a la ciudad en la Ecija musulmana. Si damos crédito a al·HimyarT
1

respecto a la proximidad de la iglesia cristiana y la mezquita mayor, la primera pudo


ocupar el emplazamiento de la parroquia de Santa Bárbara, de acuerdo con tradición
viva en e1l siglo XVII; en el corral de su cementerio se reunía el c·abildo en e,! siglo XIV
(P. Martín de Roa, .Ecija, sus santos, su antigüedad .ecJlesiástica i seglar, folios 129 v,
136 v y 137). Y la mezquita mayor pudo estar donde hoy Santa María o San Juan, cercanas
ambas a Santa Bárbara.
(58) E. Lév:ii-1Plroiven9al, La Péninsule lbérique, p. '111 del texto y 136 de la trad.
(59) José María de Cossío, Cautivos de moros en el siglo XIII, p. 57.
(60) Al-ldrTsT, Description ... die l'Espagne, pp. 180-181 del texto y 241 de la trad.;
AbiJ-IHFida', Taqwim ail1buildan, p. 169 ·del texto y 241 de la trad.; Simonet, Hist. de los
mozárabes, pip. 2S6 y '814-815. Abü-'l-Fida' se refiere al testimonio de thn Sa'ld, por lo
que tal vez pueda afirmarse la subsistencia de la iglesia en el si glo XIII.
1

207
JUDERIAS

Gran importancia tuvieron las actividades de los israelitas en la vida eco-


nómica de Al-Andalus. En los primeros tiempos de la conquista de la P·e-
nínsula por los musulmanes, los judíos, tratados sañudamente por el estado
visigodo -Ervigio, en 6~1, los obligó a abrazar el cristianismo o expa-
triarse-, ayudaron a los invasores, que les encomendaron la guarda de
varias ciudades mientras ellos proseguían su campaña ( 1)

Perseguidos los israelitas por los almorávides, lo fueron aún más impla-
cablemente por los almohades, que tan sólo toleraban en sus· dominios;
como se dijo, a las gentes que profesaban la religión de Mahoma. Unos
judíos islamizaron y otros emigraron; buen número de ellos a la España
cristiana y principalmente a Toledo. Más tarde debieron de establecerse de
nuevo en territorio musulmán, pues en el reino nazarí de Granada los vemos
interviniendo en múltiples actividades, principalmente en las financieras
acostumbradas ..

Entre las ciudades de mayor tradición hebraica figura Granada, llamada


villa de los judíos, según al-Rail (2), por haberla poblado éstos; el mismo
nombre da al-ldrlsl a la madina de Tarragona, en fa que dice habitaban pocos
cristianos, a Lucena (Córdoba) y al castillo aragonés de Rota (hoy Roda de
Jalón). En la época almorávide, a cuyo final escribía al-ldrlsl, en un arrabal
sin cercar de Lucena, en el que estaba la mezquita mayor, vivían los musul-
manes y algunÓs israelitas, mientras otros de éstos, más ricos que en los
restantes países islámicos por ser Lucena uno de lo centros más activos
del comercio judío, habitaban en la madina protegida por sólidas murallas
y profundo foso, provisto de agua de las acequias, en la que no dejaban

(1) Ajbar Maymü'a, texto, p. 12; trad., p. 25.


(2) Pascual de Gayangos, Memoria sobre la autenticidad de fa Crónica denominada
del moro Rasis (Memorias de la Real Academia de la Historia, p. 37): Et el otro es ·el cas-
tillo de Granada, al que llaman villa de los judíos, et ésta es la más antigua villa que en
término de Elvira iha, et pobláronla los judíos». Véase también Casiri, 11, p. 105, n. a.:
«Granada de ilos •judíos», Lévi.<Prorvern;al, La «Description de l'Espagne d'A~mad al-Razi,
p. 67. .

209
entrar a los musulmanes (3). La conquista de Lucena por los almohades
en 1148 terminó con esa situación de privilegio, si juzgamos por las lamen-
taciones de una elegía de Abraham ben Ezra (1092-1167) (4) '.

En casi todas las ciudades d~ la España islámica los judíos vivían en c.o-
munidad, separados de los musulmanes, en arrabales o barrios a ellos des-
tinados. Apartadas de las calles de tránsito de la urbe islámica, las juderías
formaban núcleos aislados en su interior, con uno o pocos ingresos. Su
trazado urbano era semejante al del resto de la ciudad musulmana: calles
de gran angostura y abundancias de las sin salida, provistas de puertas pa-
ra cerrarlas de noche, es decir, adarves (darb en singular y durüb en plural).
Abundaban en las juderías los corrales, que los documentos mozárabes
toledanos llaman qurralat (curral, en singular), es decir, patios con entra·
da única y viviendas en torno, persistentes en las juderías de las ciudades
cristianas; disposición muy favorable al aislamiento y seguridad de sus
moradores.

En las juderías solía haber un edificio destinado a baño, del mismo tipo
que los hispanomusulmanes. Hasta hace algunos años se conservó el muy
reducido, probablemente del siglo XI, de la judería, después barrio de San-
tiago, de Baza (5). Los restos que aún quedan .del baño de la de Zaragoza,
en el número 148 del Coso, acreditan su construcción, o por lo menos su
restauración, en el siglo XIII, bajo dom_inio cristiano. Hay referencia de
varios en el Toledo de los siglos XII y XIII, algur:io de los cuales es probable
fuese anterior a la conquista de la ciudad por Alfonso VI, como el que en
1131 Alfonso Vil concedía al convento toledano de San Clemente, y que an-
tes había pertenecido a los judíos ('6). Restos de uno se veían hace pocos
años en plena judería, cerca de la antigua sinagoga de Santa María la Blan-
ca, a unos treinta metros de su hastial de oriente, en los sótanos de las
casas números 13 y 15 de la calle del Angel (7).

Refiere una crónica anónima de fines del siglo X que, cuando la conquista
de España, Muglt, después de pasar a cuchillo a los cristianos que quedaron
en Córdoba, reunió a los judíos y los hizo n:iorar juntos (8). En una donación

(3) Al.,ldrisi, ·edic. Dozy y de Goeje, pp. 191 y 205 del texto y 231 y 252 de. la trad.
(4) F. Cantera, Elegía de Abraham ben Ezra a la toma de Lµcena por los Almohadies,
pp. 113-114.
(5) Gómez Moreno, El baño de la judería .en Baza, pp. 151-155.
(6) iBib. iNac., copia Burriel, ms. 13.045, según cha de Manuel Vallecillo Avifa, Los ju-
díos de Castilla en la Edad Media, pp. 57-58.
(7) Gonzá·lez Sirnancas, Las Sinagogas de Toledo y el Baño Litúrgico Judío, ipp. 16-18.
(8) Ms. de la Bib. Nat. de París, f. 0 45; cit¡;¡do por Gayang~s. Memoria ... sobre
la crónica del moro Ras·is (Mem. Real Acad. Hist., VIII, pp. 26 y 30). ·

210
hecha en 1241 por Fernando 111 al obispado de Córdoba, se cita una plaza
en esta ciudad situada al lado .de.. l:a pµer~épde ~ar;ltiii Nl;,ar,J~ tes eeci·r,,de la" ·
mezquita mayor consagrada), donde vendíán _,, e'1 ·· pésc·adb, hasta la calle
que bajaba de Malburget, frente por frente de la judería (9). Parece, pues,
por este documento, de fecha cinco años posteriores a la de la conquista
de esa ciudad, que antes de mediar el siglo XIII su judería estaba en un
barrio inmediato a la mezquita aljama, entre la calle que conducía derecha-
mente al puente y la muralla occidental. .Continuó allí mismo, como lo
prueba el edificio de la sinagoga, aun subsistente, construido en los pri-
meros años del siglo XIV. Separaban este barrio del resto de la ciudad dos
arcos con sus puertas, calificados de viejos en 1479 (10). Pero tal vez
en fecha anterior, bajo dominio islámico, ocupase la judería el arrabal
(rabad) inmediato a la puerta de los Judíos (bab al-Yahüd), que recibía
nombre de este ingreso ( 11). Era la entrada septentrional de la medina,
llamada también puerta de León (bab Luyün); a norte asimismo estaba el
cementerio israelita. que un· camino separaba del musulmán ( 12).
Una puerta de Judíos había también en la cerca de Zaragoza, y junto a
ella un cementerio, en tiempos poco posteriores a su conquista por los
musulmanes (13). lgnórase su emplazamiento. Se ha supuesto que la ju-
dería, situada bajo dominio cristiano en el ángulo sudeste del interior del
recinto murado, ocupó el mismo en el anterior islámico (14), pero no hay
dato alguno que apoye esta hipótesis.
En Tudela, conquistada en 1119 por Alfonso 1 el Batallador, parece más fun-
dada la creer.'cia en que la judería no varió de asiento con la mudanza de
dominio. Ocupaba el ángulo sudeste del recinto murado, limitado en parte
por la cerca, donde aún se ven manzanas irregulares con callejones ciegos
que penetran en ellas ( 15). En 1170 Alfonso 11 autorizó a sus pobladores

(9) Victoriano Rivera Romero, La carta de fuero concedida a la ciudad de Córdoba


por el rey don. Fernando IH, pp. 55-57.
(10) F. Fita, La Sinagoga de Córdoba (Bol. Real Acad. Hist., pp. 393·394): udos
arcos viejos ... dichos arcos viejos, que están a la entrada .de ,Ja dicha judería».
(11) Al-MaqqarT, Analectas, 1, pp. 98 y 304, con referencia a tbn Baskuwal, quien
entre los arrabales septentrionales de Córdoba ·incluye el «arrabal de la puerta de los
judíos» (rabad bah al-Yahüd) (Manuel Ocaña Jiménez, las puertas de la madlna de Córdo- ·
ha, pp. 149-150, y E. Lévi•Provern;:al, L'Espagne musulmana au Xeme siecle, p. 207).
Al-ldrTsT ~p. 208 del texto y 257 de la trad.- también menciona la ipuerta de los Judíos
situada al norte de la madina cordobesa.
(12) lbn Baskuwa.J, S iila, p. 300 (núm. 672), según cita de Lévi-Proven<;:al, Hist. de
1

l'Esp. musulmana, 1111 /(París, 1953), p. 229. ·


(13) Historia de la conquista de España de Abenalcotía el Cordobés, trad. de don
Julián Ribera, p. 196 del texto y 169 de la trad.
(14) Lacarra, El desarrollo urbano de las ciudades de Navarra y Aragón, p. 16.
( 15) lbidem,. rpp. 9 y 16. En un doc. de 1135 se localiza un huerto en Tudel a infra muros
juxta Judeos (Esp. Sag., L, apénd. XI, p. 395).

211
para evacuar la vieja judería e instalarse en la parte alta de la ciudad, pro-
tegidos por los muros del castillo (16).

Un cronista musulmán refiere que los israelitas residían en Toledo en una


«ciudad de los Judíos» (madinat al-Yahüd), aparte de musulmanes y mo-
zárabes, rodeada por un muro construido, afirma, en 204/820 por Muhayir
b. al-Oafil, sublevado contra la autoridad omeya ( 17). Es probable que
su emplazamiento fuera el mismo que el de la extensa judería, la más impor-
tante de las españolas, de cuya situación hay noticias a partir del siglo XIII
y perduró hasta el XV. Se extendía desde Santo Tomé y las inmediacio-
nes de San Román hasta el Tajo. Comunicaba por varias puertas con el
resto de la ciudad y con el exterior por la de los Judíos (bab al-Yahüd),
situada encima de Santa Leocadia de afuera, en el mismo lugar que la hoy
llamada de Cambrón. Integraban esa judería varios barrios, y a una de sus
partes, lindando con San Román y separada del sector cristiano por un
adarve, llamábasele el arrabal alto o exterior. En una plazuela de su interior
se celebraba un mercadillo (suwayqa). La protegían dos castillos, uno sobre
el Tajo, construido probablemente en época islámica, pues un documento
de 1270 lo llama viejo, y otro de la posterior cristiana, calificado en el
mismo de nuevo ( 18).

La judería de Mallorca estaba -afirma Ouadrado- dentro de la Almudayna,


pequeño recinto fuerte de la ciudad. Allí encontró Jaime 1 a los israelitas al
conquistarla. El barrio hebreo extendíase hacia la parte occidental de la
ciudadela, junto al solar cedido en 1231 a los dominicos para edificar su
convento, la primera piedra de cuyo templo se sentó en 1296. Confrontaba
con la plaza del palacio real; una puerta vecina recibía el nombre de sus
moradores. En 1300 consta el traslado de la judería a la partida del Temple
y Calatrava. La iglesia de Monte Sión se edificó sobre la primitiva si-
nagoga (19).

(16) F. Baer, Die Juden in Christlichen Spanien, 1, Aragonien und Navarra, núm. 578,
1

citado por Lacarra, El desarrollo urbano, p. 16. Un doc. ·de 1177 menciona .la sinagoga
iudeorum de Tudela, que fuit de lacob Suaib medico, pero sin localizarla (Lacarra,
Docs. para el est.... del valle del Ebro (Segunda serie), doc. núm. 274, p. 192). Otro
documento, fechado en 1234, alude a la Judaria vetus (Colecc. diplom. del rey don San-
cho VIII (el Fuerte) de Navarra, por don Carlos Marchalar, doc. CXCVlll, p. 229). De 1487
es una escritura censal de unas .casas en la judería de Tudela, junto a la subida al cas-
tillo (Fuentes, Cat. de los Arch. de Tudela, doc. núm. 723, p. 192).
(17) lbn Hayyan, Muqtabis, 1, f. 0 114 r, según cita de Lévi-Proven9al, Hfat. de
1'.fsp. mus., 111, p. 228.
(18) Goinzále·z Palencia, Los !mozárabes de Toledo en los siglos XII y XIII, vol. preli-
minar, pp. 74-76; lv0il. IMI, dn.cs. núms. 897, de 1135, y 1163, de 1270; ipp. 167-168 y 570-572.
(19) José María Quadrado, La judería de la oiudad de Mallorca en 1391, pp. 305-306.
Se refieren al traslado de la judería dos documentos, de. los años 1299 y 1323, respec-
tivamente, publicados pnr VMlanuerva en su Viaje literario, t. XVII, docs. XXIX y XXX.
1

212
En Valencia, según el Repartimiento y ·el documento anejo De omnibus Va·
lentie, la judería estaba en la época musulmana, y continuó después de con-
quistada la ciudad por Jaime 1, en sitio próximo al centro urbano, cerca y
a oriente de la plaza de Ra~b2tt al-qa~I, en la que hoy se halla la iglesia
de Santa Catalina (20). Dicho monarca donó en 1244 a los judíos valen-
cianos totum illum barrium sicut incipit de Ladarp (adarve) Abingeme usque
ad balneum de Nalmelig et ab isto loco usque ad portam de Exarea et ab
hac porta usque ad furnum de Abinnulliz et usque al Adarp Abrahim Al-
valenc;i (21).

lgnórase si los judíos sevillanos ocupaban un barrio aparte, o vivían mez-


clados con el resto de la población musulmana. Argote alude a una judería
vieja en la colación de San Pedro (22). Después de la conquista de la ciu-
dad por Fernando 111 en 1248, su emplazamiento es bien conocido: insta-
lóse en un barrio habitado antes por musulmanes, pues sus sinagogas
ocuparon edificios que habían sido mezquitas (23).

A comienzos del siglo IV de nuestra era los judíos abundaban en lliberris,


la ciudad hispanorromana an~ecesora de Granada. El concilio allí celebrado
(entre 309 y 312) tomó algunas disposiciones contra ellos (24). Su número
no disminuiría en los siglos siguientes. Al conquistar Granada los musul-
manes en los primeros años del siglo VIII, les confiaron, como en otros lu-
gares, la guarda de la ciudad, mientras los invasores proseguían la cam-

pp. 300-303, y t. XXII, doc. XIII, pp. 323-333. El de 1299 dice: attendentes quod Judei
oivitatis Maioricarum, qui consueveruot morari et suas domos et habitationes habere
intus almudynam et fo ~liis locis civitatis Maioricarum, transtulerunt se et sua domicilia
in certo loco dictae oivitatis, scilicet, in quosdam vicos vocatos partita Temli et Cala·
travae, extendentes se versus domun seu castrum Templi civitatis Maioric., in quibus vicis
dicti Judei suum callum et domos hedificaverunt ·et construxerunt.
(20) Julián Ribera y Tarragó, Disertaciones y opúsculos, 11, pp. 324-325; Teixidor, An·
tigüedades de Valencia, t. 11, pp. 153-154.
(21) Bofarull, Repartimientos ... de Mallorca, Valencia y Cerdeña, p. 290.
(22) Gonzalo Argote de Malina, adic. al núm. 24 del año 1248 según cita de Ortiz
de Zúñiga, Anales eclesiásticos y seculares de ... Sevilla, 1, p. 196. Jul·io González cree
que no existía judería en Sevilla al conquistarla Fernando 111; los pobladores israelitas
de los primeros tiempos de dominación cristiana, procederían en gran parte de Toledo
(Repartimiento de Sevilla, 1, p. 362). Repetidamente alude «El tratado de lbn 'Abdün»
escrito hacia 1100, a los judíos sevillanos; dice que deberían llevar un signo con el que
fuesen conocidos, no por vía de humillarlos (Lévi~Provenc;al, Sevilla a. comienzos del
siglo XII,§ (169), p. 157).
(23) Privilegio rodado de Alfonso X en 1252, por el que concede a la catedral de
Sevilla, a ruego de su hermano don Felipe, todas las mezquitas «que son en Seuilla quan-
tas fueron en tiempos de moros ... fueran tres mezquitas que son en la judería que son
agora sinagogas de los judíos» (Antonio Ballesteros, Sevilla en el siglo XIII, doc. núm. 8,
p. X).
(24) R. Thouvenot, Chrétiens et Juifs a Grenade au IVe siecle apres J. C., pp. 201-
211).

213
paña (25). Ya se dijo que al-RazT, en la primera mitad del siglo X llamaba
a Granada ciudad de Jos judíos. 'Abd Allah, último monarca zTrT de ella,
destronado por los almorávides, refiere en sus «Memorias» que durante el
reinado de su abuelo BadTs b. Habüs, la mayor parte de los habitantes de
Granada eran judíos (26). Dos israelitas fueron sucesivamente visires y
dueños del poder con el mismo monarca, Samuel ibn al"'.Nagralla (m. 448/
1056-1057) y su hijo José, hasta que en 459/ 1066 una terrible reacción is-
lámica dio lugar al famoso pogrom en el que perecieron el último y otros
tres o cuatro mil israelitas.

No interrumpió esta matanza la historia de la judería granadina. Ya se dijo


cómo en 557 /1162, lbn Hamusku, lugarteniente y suegro del qa'id lbn Marda·
nis -el rey Lope o Lobo de las crónicas cristianas-, de acuerdo con los
israelitas de Granada, convertidos forzosamente al islamismo, y con su
confederado lbn DahrT, fue desde Jaén a sorprender a Granada, apro-
vechando la partida de Abü Sa'Td, el hijo del califa almohade, a Marruecos
para visitar a su padre. Después de varias peripecias y derrotado lbn Hamus-
ku, los almohades se adueñaron de nuevo de Granada, matando muchos is-
raelitas (27) .

El viajero alemán Jerónimo Münzer, visitante de esa ciudad a fines de 1494,


nos informa del emplazamiento de su judería en los últimos tiempos del
reino na~arí. Estaba situada en el centro de la ciudad y, según el mismo,
habitaban en ella unos 20.000 israelitas; el rey don Fernando mandó demo-
lerla para levantar en su lugar un gran hospital y una iglesia catedral
consagrada a la Virgen, cuyas bóvedas estaban construidas en la fecha indi-
cada (28). Sin embargo, de algunas de las cláusulas del tratado de capi-
tulación de Granada, fechado en Santa Fe el 25 de noviembre de 1491, de-
dúcese la existencia de vecinos judíos en el Albaicín y arrabales (29).

En 1404 visitaron la judería de Málaga los tripulantes de las galeras envia-


das por el rey de Castilla Enrique 111 contra los corsarios, al mando de don

(25) Dozy, Recherches sur fhistoire ... de l'Espagne, tercera edición, tomo primero,
p. 339.
(26) LéviJProvern;:al, Deux nouveaux fragments des «Memoires» du roi ziride 'Abd
Allah de Grenade, p. 12 del texto y 30 de la trad.
(27) Torres Balbás, La Alhambra de Granada antes del siglo XIII, rpp. 162-164.
(28) Jerónimo Münzer, Viaje por España y Portugal, 1494-1495, trad. de José López
Toro, p. 44.
(29) «ltern es asentado e concordado que los judíos naturales de la dicha cibdad
de Granada e del Albaicín, e de sus arrabales, e de las otras dichas tierras que entrasen
en este partido e asiento, gocen de este mismo asiento e capitulación ... ». A esta cláusula
de protección de fos israelitas acompaña la siguiente: «Oue no permitirán sus Altezas
que los judíos tengan facultad ni mando sobre los Moros ni sean recaudadores de nin-
guna renta» (Colecc. de docs. inéditos para la Hist. de España;-. t. VIII, p. 421).

214
Pero Niño, durante una tregua con el reino granadino (30). Estaría dicho
barrio judío probablemente en la parte oriental de la ciudad, pues el ce-
menterio israelita extendíase por las laderas de Gibralfaro (31). En 1487,
cuando su conquista por los Reyes Católicos, había en Málaga 450 judíos
de ambos sexos y todas edades, formando 100 familias. Los rescató el almo-
jarife de Castilla Abraham Señor (32).
Cincuenta vecinos judíos y cinco viudas poblaban el arrabal de Vélez-Má-
laga al pasar esta ciudad a manos de los Reyes Católicos. (33).

(30) Gutierre Díez de Games, El Vfotorial, cap. XXXVII, p. 44.


(31) Guerra de Granada, escrita en latín por Alonso de Palencia, p. 302.
(3,2) lbidem, p. 328; Historia de los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel,
escrita por el baohiller Andrés Bernáldez, t. ·I, p. 252.
1
·
(33) Juan Moreno de Guerra, ·Repartimiento de Málaga y su obispado, Vélez~Málaga,
p. 373.

215
111

LAS

SUMARIO
l. «Mu~alla» y «Sari'a».-La mu~alla y las 1capiHas abiertas
mejicanas.-11. La mu~ara.-111. Los cementerios.-Situación:
cementerios y sepulturas urbanas.-ta vegetación e:n torno a
las tumbas.-Nombres de los ceimente·rios._,Las tumbas.-iEste-
las reguilares con arcos decorativos.-MqabrTya.-Cipos cilíndri-
cos o fustes.-Cerámica sepul1cral.-La ep,igrnfía funeraria.-ta
vida en torno a las tumbas.-Los cementerios de .las ciudades
hispanomusulmanas._,Los oementerios hispanornusulmanes de la
conquista cristiana.-IV. Concepto islámico de la calle.-V. Dis--
posición y trazado de calles y manzanas.-VI. Plazas, zocos
y tiendas de las ciudades hispanomusulmanas.-Plazas.-Calle,s
y zocos dedicados a la venta del mismo producto.-nendas per-
manentes.-Tiendas pmvisionales.-Zoeos de 'las c·iudade·s cris-
tianas de la Península.-Las plazas 1Ínayores casteHanas y las
ciudades hispanomusulmanas.-Vll. Nombres de calles, adarves
y plazas (Córdoba, Sevilla, Lisboa, Murc'ia, Zaragoza, Mallorca,
Toledo, Granada) .-VIII. Calles mayores y secundarias.-IX. Al·
caicerías.-Alcaicerías hispanomusulmanas.-ta alcaicería gra-
nadina.-Alcaiceiríap marroquíes.-Alcaicerías de fas ciudades
criistianas.-X. Calles ciegas y adarves.-Adarves hispanomu-
sulmanes.-Adarves mudéjares.-Supervivencias: calles sin sali-
da y corrales de vecinos.-XI. Calles cubiertas y arquillos.-Ar-
quillos.-Xll. Las fachadas de las casas: saledizos y ajimeces.
Las fachadas de las casas.-Saledizos y ajimeces.-EI falso aji-
me.z .romántic'O.-EI ajimez en la Es1pañ,a islámica y su lugar de
ori1gefü-Ajimeces conventuale·s.-<Adufas portuguesas.-Los aji-
meces de Canarias.-Evolución de los ajimeces en la Andalucía
cristiana: del ajimez al mirador.-Xlll. Ambiente y movimiento
callejero.-XIV. Evolución de la calle en los siglos XV y XVI: de
las calles de las ciudades hispanomusulmanas a las del Rena-
cimiento.---Apertur;a de hu•e·cos.-Derribo de arquiHos, salediZO$,.·"•
y ajimeces.---<Ensanche y apertura de calles y plazas.
«MUSAllA» O «SARl'A» *

Desde los primeros tiempos del Islam acostumbróse a destinar un lugar


fuera e inmediato al recinto murado de las ciudades, en sitio llano, libre y
despejado, ·en campo raso, para oratorio al aire libre. En fechas señaladas,
la mañana del día primero de cada pascua -1.º 5awwal (fin o ruptura del
ayuno del ramadan) y 1O dü-1-hiyya (primer día de la pascua grande), las
dos fiestas canónicas anuales- se congregaba el pueblo, antes de salir
el sol, en ese oratorio, llamado mu~alla, para realizar la oración -~alat-,
en común. En la mezquita mayor, por amplia que fuese, no cabían grandes
muchedumbres, lo que explica la creación de la mu~alla, pero no parece
extraña a ella la remota tradición ori·enta I de los santuarios al aire libre.
1

También servía para las rogativas -istisqa'- en solicitud de lluvia que


salvara las cosechas ( 1).
Como los cementerios estaban, lo mismo que las mu~allas, fuera e inme-
diatos a las puertas de las ciudades, era frecuente que ocuparan emplaza-
mientos cercanos. El cementerio entonces solía llamarse de al-mu~alla.
Tales oratorios al aire libre exigían tan s61o, a más de fas condiciones topo-
gráficas y la amplitud referidas, un mi~rab o nicho provisional o permanente,
a veces abierto en un muro, que fijase la dirección --Oriente- hacia donde
debían dirigirse las plegarias. En algunas ocasiones se disponía a su derecha
una plataforma para el s·ermón, ·con una escalera de acceso.
Mu~alla hay en casi todas las ciudades marroquíes y del norte de Africa;
en algunas, dos. Las hubo también en las hispanomusulmanas, como prue-
ban los numerosos testimonios que figuran a continuación.
En hispanomagribí la mu~alla solía llamarse también 5ari'a -ambos nom-
bres estaban era uso-, como afirmó primero don Julián Ribera al ocuparse
de la puerta y del cementerio valencianos así nombrados (2), y después

(*) Tor res Bailbás, «Mu~alla» y «Sari'a» en las ciudades hispanomusulmanas, pp. 16%
1

180.
Ene. de l'ISilam, 111, p. 797: mu~alla, por A. J. Wensinck.
(1)
Julián iRibera y Tarraigó, Enterramientos árabes en Valencia y La xarea de Valencia
(2)
musulmana, en Disertaciones y opúsculos, 11, pp. 262-263 y 326-329.

219
ha corroborado Lévi-Provern;al con ayuda de varios textos árabes (3). sarl'a
con tal significado parece ser apelativo de uso exclusivo de Occidente; en
el resto del mundo musulmán es palabra desconocida. En ·libros de moris-
cos españoles aparece como término vulgar que sustituye al de mu~alla.
Para la sari'a o mu~alla, por lo menos para una, en caso de haber dos, bus-
cábase un emplazamiento a orí.ente de la ciudad, lo que no era posible
siempre por.el relieve del suelo, como ocurría en Granada y Málaga.
Alí Bey el Ab'bassí -don Domingo Badía- describe una ceremonia en la
mu~alla de Fez, presidida por el sultán, a la que asistió enorme muchedum··
bre. Las genuflexiones e invocaciones hechas al unísono por tal número
de gentes constituían un espectáculo impresionante que conmovió profunda·
mente al aventurero español ( 4).
En país tan expuesto como la Península a periódicas y terribles sequías, las
ocasiones de implorar de la divinidad el beneficio de la lluvia no eran es-
casas; a algunas se alude más adelante. Como en todo tiempo, los labra-
dores, al ver sus sementeras agostadas bajo un cielo implacablemente azul,
sin nubes, ante la terrible amenaza del hambre que solía diezmar periódica-
mente la población, interpretaban la sequía como castigo divino por los pe-
cados humanos. Arrepentidos, imploraban con angustia perdón y prometían
enmienda, tratando de aplacar la cólera divina y obtener así el abundante
riego de sus campos, con la colaboración del sol, de granar las espigas.
Al-Maqqarl refiere una de esas rogativas en la Córdoba califal. Cumpliendo
las órdenes de 'Abd al.,Raf:iman 111, el qacJi de esa ciudad, Mungir b. Sa'ld
al-Ballütl (m. 355/966) dirigióse al oratorio del arrabal -mu~alla al-rabacJ-.
Una muchedumbre considerable se reunió en torno a él. Llorando, humillado
ante Allah, C<?menzó su plática recitando las siguientes palabras «¡Salvación
a todos! ¡Misericordia divina! A los que obrasen mal por ignorancia y des-
pués se hayan arrepentido y enmendado, Allah les perdonará en su gran
misericordia» (Alcorán, VI, 54). Y añadió: «Implorad el perdón de vuestro
Señor, pues está siempre dispuesto .a concederlo» (Alcorán, LXXI, 9). Entre
los sollozos de la muchedumbre eleváronse voces en solicitud de la cle-
mencia divina e implorando humildemente la lluvia. Antes de terminarse el
día, Allah hizo caer de·I cielo un fuerte chaparrón (5).
Entre los moriscos continuó la costumbre de realizar estas plegarias co-
lectivas en la sari'a. Don Pedro Longás, basándose en documentos contem-

(3) Lévi~Provern;:al,
Notes de toponomastique hispano~magribine, 11, pp. 222-234.
(4) Viajes de AH Bey el Abbasí por Africa y Asia durante los años 1803, 1804, 1805,
1806 y 1807, torno primero (Valencia, 1836), pp. 151-154.
(5) Maqqari, Analectes, 1, pp. 376-377; La Péninsule lbérique, ipor Lél\fi•Proven9al,
p. 141 del texto árabe y 169 de la trad. francesa.

220
poráneos, ha descrito detalladamente tales ceremonias, que respondían,
sin duda, a normas tradicionales, anteriores a la dominación cristiana.

Refiérense a la rogativa en imploración de lluvia -istisqa'-. Se practicaba


en casos de sequía pertinaz y ante el grave peligro de la pérdida de las se-
menteras, siendo entonces obligatoria por tradición o sunna. Dispuestos
espiritualmente los fieles por una exhortación, «salían de la localidad pro-
cesionalmente, en la madrugada del día en que iba a celebrarse.la oración,
hacia el campo, pues la ceremonia debía practicarse en despoblado y estaba
prohibido hacerla en las calles o plazas, que eran tenidos como sitios poco
reverentes, cual si en el campo se buscase, en el silencio y apartamiento
de la vida ordinaria, e'I contemplar más de cerca las obras de Dios y el ex-
citarse a la penitencia en condiciones más propicias. Presidiendo a los fieles
iba el imam; todos caminaban a pie y en actitud humilde, sosegadamente
y con profundo temor de Dios. Prescindiendo de afe'ites y ropas nuevas de
notable valor, sólo vestían ropas viejas y no las que acostumbraban usar
durante la oración en la mezquita. Hacían alto en su camino para practicar,
cuando era llegada la hora, la oración del alba. A:I llegar a la mu~alla se con-
gregaban todos los fieles formando hileras para dar comienzo a la oración a
la hora del mediodía (6).

En Córdoba había dos mu~allas. ·Una estaba situada en al-Mu~ara, expla-


nada a la orilla derecha del Guadalquivir, en comunicación con la puerta del
Puente por la calzada -ra~if- que bordeaba el río. En esa explanada 'Abd
al-Raf:lman 1 ganó en 138/756 la batalla decisiva sobre Yüsuf al-Fihrl que le
permitió entrar en Córdoba. En ella se celebraban también paradas y revis-
tas militares (7).

En 306/918, 'A:bd al Raf:lman 111 hizo construir de fábrica el mi~rab de este


oratorio (8). Anteriormente en la época del emirato, parece que no hubo
en dicha mu~alla construcción alguna; el qac;ll, jefe de la oiración, se colo-
caba sobre una alfombra en el sitio que le parecía más conveniente (9).

La otra mu~alla cordobesa citada, la mu~alla alrabac;I, estaba en la orilla iz-


quierda del Guadalquivir, al sur de la ciudad. En sus cercanías había un ce-

(6) iPedro Longás, Vida relHgiosa, pp. 123 y 132-133. El señor Longás publica cuatro
rogativas de los moriscos -pp. 153-164-: tres para implorar fa lluvia y la otra soHcitan-
do de Allah que alejase de fos campos el azote de1l pedrisco.
(7) Julián Ribera, Jueces de Córdoba, p. 16 del texto árabe y 19 de la trad. casteHana.
(8) lbn 'Idarí, Bayan, 11, pp. 182 y 2131 del texto árabe y 289 y 333 de ila trad. francesa
de Fagnan; E. Lévi-Provenc;:al, Histoire de l'Espagne, 1, pp. 73, 115 y 374.
(9) Ribera, Jueoes de Córdoba, pp. 85 del texto árabe y 105 de la trad. castellana.
No se concreta en esta obra en cuál de las mm;;aHas de Córdoba tuvo .Jugar el heoho
referido; supongo sería en -la de la orilla derecha del Guadalquivir.

221
menterio que de ella tomó nombre, fundado por al-Saml), venido a España
el año 100/719-720 (10). Cinco veces en otros tantos días se realizaron ro-
gativas en esta mu~alla del arrabal cordobés, en el año 302/915, para im-
plorar que cesase la prolongada y general' sequía, a causa de la cual los
zocos estaban vacíos y subía el precio de las vituallas. Tras múltiples ple-
garias cayó una ligera lluvia que no permitió germinar a la mayoría de las
semillas. En 3171929 repitióse el mismo hecho, por lo que 'Abd al-Ral)man 111
mandó hacer rogativas en la mezquita mayor, al mismo tiempo que en las
dos mu~allas, la de al-Mu~ara y la del arrabal (11). Ignoramos si el éxito
fue mayor que la vez pasada.

Los disturbios que tuvieron lugar en Córdoba y su región a principios del


siglo XI, impidieron a los vecinos de la ciudad, refiere Ibn 'lgarT, celebrar
en la mu~alla el 1.º sawwa 1402/26 abril 1012, día de la terminación del ayuno,
por lo que· llenos de miedo y congoja por las depredaciones de los beré-
beres, limitáronse a orar en la mezquita mayor (12).

Poco después de la conquista de la Península por los musulmánes se cita


una mu~alla en Archidona ( 13). La de Tortosa estaba al oriente de la alca-
zaba; al sur de la ciudad la de Sevilla, pues en esa dirección se hallaban
los jardines que de ella recibían nombre -vannat al-Mu~alla- plantados de
caña de azúcar (14) . En Málaga su emplazamiento era en las afueras de la
puerta de Funtanalla, al noroeste de la agrupación urbana. Allí mismo habíe.
un cementerio que se llamaba de la mu~alla, en el que en 604/1207 fue
enterrado el malagueño Yüsuf b. al-sayj ( 15).

Con el nombre de sarl'a, equivalente al de mu~alla como ya se dijo, exis·


tían puertas en los recintos de Murcia y Valencia, y en el de la Alhambra
de Granada -Bab al-sari'a-, salida, sin duda, esta última, a la explanada
próxima en la que se hallaba el oratorio al aire libre. 'En Fez, Marrakus y
Taza ha habido o hay puertas con el mismo nombre (16).

(10) lbn al-Oütiyya, Historia de la conquista, ipp. 12-13 y 206 del texto árabe y 9
y 177 de la trad. castellana.
(11) lbn 'lgarl, Bayan, 11, pp. 173 y 213 del texto árabe y 276-277 y 330 de la trad.
francesa.
( 12) Córdoba de la primera a la segunda conquista de la ciudad por los berberiscos,
según al-Bayan al-Mugrib de lbn 'IQarl, trad. G. Lévi della Vida, p. 162.
(13) Lévi..,Provern;:al, la Péninsule lbérique, pp. 124 del te~to árabe y 151 de la trad.
francesa.
(14) lbidem, ipp. 21 de.J texto árabe y 27 de la trad. francesa.
(15) Miguel Asín Palacios, El «Abecedario» de Yüsuf Benaxe·ij el malagueño, p. 16.
(16) Lévi-Provern;:al, Notes de toponomastique hispano-r:nagribine, pp. 222-230. De la
Bah al-sari'a de Marrakus hay noticias en 541/1147; .Ja áe Fez forma parte del rncinto
almohade empezado ipor Ya'qüb al-Man:?ür (580/1184-595/1199), y fue construida en
600/1203-1204; ·la de Taza se cita en 685/1286.

222
Conócense referencias de fa mu~allá de
Valencía élesg,e-:p~Qttantes de'· l'a
7

conquista de la ciudad por el Cid. la primera Crónica General cuenta que el


príncipe de Denia Mungir, hijo de al-Muqtadir, se dirigió en 1806 a atacar
a Valencia, y al llegar desde Játiva a esa ciudad «posó en un lugar que era
oratorio o los moros fazien oración en sus fiestas, et dizíenle en su arabigo
axe rea» ( 17). Abundan las referencias del cementerio valenciano de la
mu~alla, en el que se enterraron buen número de personajes. En su qibla
fue sepultado el rector lbn al-Zubayr al-Quda'T, muerto en 627 /1229-1230.
Pocos años antes, en 614/1217-1218, era enterrado solemnísimamente en
esa mu~alla, con asistencia del sultán, de la corte y de multitud inmensa
de gentes, el piadoso y muy devoto Abü 'Amir b. Hugayl ( 18).

En el «Repartimiento» de Valencia figura una puerta de la Xarea -Bab al-


sari'a- o Exarea, así como campo Exaree, villari Exaree ( 19), al mismo
tiempo que se mencionan domos de Mussalla (20). Cuando la conquista
definitiva de la ciudad por Jaime 1, había, pues, una puerta, un lugar y un
barrio así llamado, este último con una calle mayor que recibía e·I mismo
nombre. Don Julián Ribera, ayudado por el «Repartimiento», situó la puerta
en la plaza actual de la Congregación (21). Pbr ella se salía a la antigua
sari'a, ocupada ya por un barrio en los primeros años del siglo XIII, al crecer
en fecha anterior la población y extenderse fuera del recinto murado. La
sari'a o mu~alla, según Ribera, comprendía un faja de terrenos extramuros
desde el lienzo oriental de la muralla de la ciudad, en la que se abría la
puerta de la sari'a y el río, limitada lateralmente por dos acequias, cuyas
aguas movían varios molinos (22). El distrito foráneo de la Xarea era el
terreno comprendido por el siguiente triángulo: plaza de la Congregación,
puente del Mar y el Temple. El Vi llar de la Xarea estaba extramuros, entre la
Congregación y el Temple, y la calle de la Xarea ha conservado su nombre,
algo transformado, hasta nuestros días: calle de la Exedrea (desde la calle
de la Congregación hasta el portal del Temple) (23).
(17) Primera Crónica General, tomo 1, texto (Madrid, 1906), c. 880, p. 551; Me-
néndez Pidal, La España del Cid, 1, p. 339.
(18) Ribera, Disertaciones y opúsculos, 11, p. 260.
(19) Bofarull, Repartimientos de los reinos de Mallorca, Valencia y Cerdeña, pp. 179,
264,· 290, etc.
(20) lbidem, p. 155.
(21) Derribóse este antiquísimo portal, dice Teixidor, en 1726, para fabricar la
iglesia de la Congregación. «El arco que era mui elevado, estava uno de sus estrivos
dentro de dicha iglesia, i e·I otro fuera, delante de las gradas que ay en la calle» (Anti-
güedades de Valencia, tomo 1, p. 179). Este mismo autor refiere -p. 155- que el portal
se llamaba de la Xerea «por salir al lugar donde hacían las Justicias (los moros) que en
su lengua llaman ellos Xara».
(22) Ribera, Disertacfones y opúsculos, 11, p. 329.
(23) ... illam exeream que est inter illa duo molendina ad portam de Exerea sicut
vadir ú!?que ad civitatem et sicut vadir usque in finem illarum aquarum (Bofarull, Reparti·
mientos, p. 229).

223
Beuter, en la primera mitad del siglo XVI, alcanzó a conocer el destino de
la sari'a valenciana, pues dice que en la Xerea «estava un Oratorio que los
moros tenían mucha devoción». Y aún la describe: «Esta Xerea -dice-
era una casa de oración con una fortaleza de cerca, que tomava algunas ca-
sas y era a maneria de arraval delante de la Puerta de la Ciudad, que por
aquella casa se decía de la Xerea: era el lugar do ahora se dice los Santets».
Completa la interesante información el P. Teixidor al escribir que se llama-
ba los Santets a una capilla de la Adoración de los Santos Rey~s. «alta i
fuerte torre con su bóveda», frente a la puerta de la Iglesia de la Congre-
gación, derribada en 1736 (24). Parece, pues, deducirse la existencia de
un muro cerrando la sari'a y de un sólido mihrab abovedado, en el que, pro-
bablemente poco después de la Conquista, se instaló una capillita dedicada
a los Reyes Magos.
Un muro limitaba la sari'a de Játiva cuando pasó esta ciudad a poder de
Jaime 1 (25) en 1248.
No sólo fue en Valencia donde el acrecentamiento de la población y su
obligada consecuencia de construcción de arrabales fuera del recinto mu-
rado dio lugar a que la antigua mu!?alla se convirtiese en un barrio. El mismo
fenómeno se produjo en Almería en el siglo XI y en Granada en el XIII.
De la mu~alla de Almería, situada a oriente de la ciudad, tomó nombre un
cementerio inmediato, que en el año 444/ 1052 aún estaba en uso y era lla-
mado de al-sari'a al-qadima, es decir, del oratorio viejo (26). En tal fecha,
si damos fe a al-Raw<;I al-Mi'1ar, la población se extendía ya por ese lugar
y Jayran al-'AmirT (403/1012-419/1028) había protegido el nuevo barrio con
una muralla de tapial (27). Este núcleo urbano, más extenso que los otros
dos -la mádina y el de al-l:faw<;I (el aljibe)- se llamó desde entonces
arrabal de al-mu!?alla y así le nombran el al-Rawd al-Mi'1ar y al-'Umari (28).
A su oriente y extramuros se emplazó el cementerio principal de Almería;
aunque no hay datos que lo comprueben, es de suponer que cercana se dis-
pondría una nueva sari"a.

(24) Pedro Antonio, Beuter, Primera parte de la Coránica general de toda España, y
especialmente dHl Heyno de Valencia, lib. 1, cap. 33; lib. 11, cap. 37; Antigüedades de
Valencia, Teixidor, t. 1, p. 180. ·
(25) Privilegio de población otorgado por don Jaime 1 a los sarracenos pobladores
del arrabal de Játiva, el año 1251: ... toti Aljamae sarracenorum praesentium et futurum
in ravallo Xativae, habitantium, et habitandorum, et ·vestris et eorum successoribus. in
perpetuum, ravallae Xativae totum integre, de pariete Foveae usque ad alium parietem
de Exerea cum duobus figueralibus, qui sunt in costa... (Condioión ... de los moriscos,
por don Florencia Janer, p. 199).
(26) lbn Baskuwal, al-Sila, biog. 599, p. 280.
(27) Lévi-Pmvenc;::al, La Péninsule Ibérique, pp. 183-184 del texto árabe y 221-223 de
Ja trad. francesa.
(28) Ibidem, pp. 183-184 del texto árabe y 221 de Ja trad. francesa; lhn Fagl All§h
al-Umarl, Masalik, 1, L'Afrique, moins l'Egypte, trad. Gaudefroy-Demornbynes, p. 239.

224
La mu~alla o sarl'a de Granada estuvo en el siglo XII en un cerro, al norte
del que ocupaba la Alcazaba vieja y unos pocos metros más elevado que
éste. Fue teatro el 3 de rabi' primero de 540/24 de agosto 1145 de la batalla
de la mu~alla, en la que sufrió derrota y muerte lbn Abl va'far, llegado da
Murcia con refuerzos para ayudar a Zafadola en lucha con los almorávides
por el dominio de Granada (29). Algunos años más tarde, en 1162, vuelve
a sonar su nombre, por haber acampado en él las tropas de lbn Mardanís
con propósito de desalojar a los almohades que ocupaban la Alcazaba. Las
crónicas llaman entonces sari'a a la colina inmediata en las afueras de Gra-
nada (30). Al crecer esta ciudad en el siglo XIII se pobló la colina .de la
sarl'a -la más elevada del Albaicín, excepto el cerro de San Miguel-, que-
dando incluida dentro de las murallas de ese barrio, levantadas hacia 1300.
Al mismo lugar debe de referirse lbn al-Jafib al relatar una de las entradas
que hizo lbn Hüd en Granada, en el año 631/1233-1234. Habiendo recibido,
dice, la bandera y el diploma de parte del califa 'abbasT de Bagdad, fue leído
el último en la mu~alla de Granada, entre las gentes, estando lbn Hüd de
pie, vestido de negro y teniendo en sus manos una bandera del mismo co-
lor (31).

lbn al-Jatib cuenta también que al morir el rey Na9r en Guadix en 722/1323,
su cadáver fue llevado a Granada y recibido por el rey y toda la corte en la
mu~alla de Sa'Td, donde quedó depositado hasta que se le enterró en el
panteón de sus antepasados, en la SabTka de la Alhambra (32).

El nombre de la antigua sari'a perduró en el del barrio edificado en su so-


lar, al que se llama en textos cristianos algo posteriores a la reconquista de
Granada, «la Xarea del Albaicín», «algima Axarea» a su mezquita, cuyo em-
plazamiento ocupa la iglesia de San Cristóbal, y «aljibe de la Xarea» al si-
tuado junto a aquélla y hoy inmediato al templo cristiano. Había también un
lugar conocido por «alcoba de la Xarea», un «horno de la Xarea» y un «pozo
del Xarea» (33).

(29) Los testimonios, en La Alhambra de Granada antes del siglo XIII, por Torres
Balbás, p. 161.
(30) lbn al-A1ir, Annales du Maghreb, trad. Fagnan, pp. 593-595; Kamil, edic. Tornberg,
t. XI, p. 187. Según lbn al-Jatib, lbn Mardanls acampó en la elevada colina, inmediata al
barrio del Albaicín, que se llamaba en su tiempo, es decir, en el siglo XIV, «cnlina de
lbn Mardanls», nombre que aún persistía en el siglo XVI. En distinto lugar la llama el
literato granadino «culina de lbri Sa'd,,, que vale igual, por ser otra manera de designar
el mismo personaje. Dice lbn al-JatTb que el Afüaicín está al pie de la montaña inme-
diata a la colina de lbn Sa'd.
(31) Manuscrito de lbn al-Jatib de la col. Gayangos, f. 0 169, citado por don Francisco
Codera, Estudios de his,toria árabe española, pp. 133-134.
(32) G. F. Riaño, La Alhambra, pp. 191-192.
(33) Gómez-Moreno, Guía de Granada.

225
5'.guilaz refirió a Dozy haber encontrado un manuscrito en la Biblioteca Na-
cional de Madrid (col. G. 72) en el que se relata, cómo, al llegar los Reyes
Católicos a Granada en 1499, se les hizo un recibimiento muy solemne, y
lo «que más fue de ver que en la Xarea del Albaicín, y abajo en todo lo llano
hasta San Lázaro, había treinta mil moros y más, todos con sus almalafas
blancas, que era cosa de admiración» (34).

Hasta un romance castellano, «Zaide ha prometido fiestas», cuyo autor co-


nocía sin duda la toponimia granadina llegó el nombre del barrio del Al-
baicín:

Unos corren, otros gritan,


otros dicen: «¡Para, para,
1

sigan orden, vayan todos


la calle del Alcazaba!»
Otros dicen: «¡La Gerea
no se deje, ni su plaza!» (35).

La puerta de la Alhambra nombrada de la Sari'a según dice el epígrafe de


fundación en magnífica letra cursiva que está sobre su puerta de entrada y
la fecha en 749/1348, es la monumental que se viene llamando de la Justicia.
Echevarría, siguiendo a Cristóbal Conde, en sus Paseos por Granada y sus
contornos, 'la dio su verdadero nombre de la Xarea (36). Antes y después
en repetidas ocasiones, se interpretó esta palabra equivocadamente por «jus-
ticia». Lévi-Provenc;al, al reivindicar su real significación, dice cómo pro-
cedería de la existencia de un oratorio al aire libre inmediato. El relieve del
suelo es bastante accidentado en sus inmediaciones, y tan sólo algo más
arriba, frente a la puerta de Siete Suelos, en el lugar que los árabes gra-
nadinos llamaban «la Tabla» -al-Tabla-, hay un espacio amplio y relativa-
mente llano -hoy cubierto de vegetación y dividido entre varias fincas-
en el que pudo estar la sari'a o mu~alla. A ella es probable que se refiera
lbn Jaldün al contar cómo el monarca Abü-1-Hayyay (Yüsuf 1) fue asesinado
por un perturbado negro al inclinarse para realizar la última de las proster~
naciones de la oración, mientras celebraba la fiesta que termina el ayuno del
Ramadan -21 octubre-, en el año 755/1354, en la mu~alla de Granada (37).

(34) R. Dozy, Recherches, 1, pp. 382-383.


(35) Romancero de romances moriscos, pp. 42-43.
(36) Paseos por Granada y sus contornas, que en forma de di,álogo traslada al papel
don Joseph Romero lranzo.
(37) Histoire des Berberes, por lbn Jaldün, t. IV, pp. 327 y 478-479.

226
la mu~alla y las capillas abiertas mejicanas.

Como único recuerdo de la mu~alla o sari'a de las ciudades hispanomusul-


manas quedó después del siglo XVI el nombre de la calle de la Exedrea en
Valencia. Pero tal vez a su influencia se deba una disposición arquitectó·
nica desarrollada por la misma época a centenares de leguas de la Penín-
sula, en tierras mejicanas, que se ha afirmado era desconocida en Europa.

Hay muchos antiguos conventos del siglo XVI en Nueva España y Guate-
mala, junto al templo monástico, un gran patio o atrio precediéndole, con
una o varias capillas en su perímetro, abiertas a modo de nichos o ábsides
para que desde todos los lugares se pudiera ver la ceremonia de la Misa.
Coincide su aparición con la época -1530 a 1550- en que las grandes ma-
sas indígenas abrazaron el cristianismo, y dejaron de estar en uso en el
último cuarto del siglo. Faltas de cabida las iglesias para albergar a los nue-
vos cristianos los días festivos, y siendo muy reducido el número de reli-
giosos, creóse el patio o atrio con la capilla abierta en la que cabían nume-
rosísimos fieles. Utilizábase también para todas aquellas ceremonias, como
administración de sacramentos y prácticas evangelizadoras, cuyo concurso
rebasaba la capacidad de la iglesia. Escritores contemporáneos cuentan
que los indígenas se agrupaban en los atrios por barrios. El agustino Gri-
jalva dice: «Puestos allí por sus hileras ... ». «Cuando llegaban al patio -es-
cribe fray Jerónimo de Mendieta- la gente se iba asentando, los hombres
en cuclillas (según su costumbre) por ringleras, y las mujeres por sí, y
allí los contaban por unas tablas donde los tenían escriptos, y los que fal-
taban íbanlos señalando. para darles su penitencia, que era media docena
de azotes en las espaldas.»

García Granados se pregunta, al buscar antecedentes del atrio, si no re-


cordaría al patio que rodeaba al teocalli del culto indígena precolombiano,
así como la capilla abierta pudo sugerirla el adoratorio en el que se hacían
sacrificios humanos a la divinidad. Angulo lñíguez ·ha señalado un posible
precedente en las capillas situadas sobre el arco exterior de algunas puer-
tas del recinto murado de ciudades españolas (38).

Mayor semejanza con la capilla abierta de Nueva España y Guatemala tuvo


sin duda, la sari'a o mu~alla hispanomusulmana tal como se ha descrito.

(38) Rafael García Granados, Capillas de indios en Nueva España (1530-1605), pp. 3-29;
Angufo lñíguez, Historia del arte hispanoamericano, 1, pp. 178-190. También pudiera
señalarse -ya se ha hecho- influencia de las mezquitas en iglesias mejicanas de múl-
tiples naves separadas por hileras de columnas, y abiertas, como lo están aquéllas, del
1lado del patio. Así la Capilla Real aneja al convento franciscano de Cholula, y la de
San José de los Naturales, dependiente ·del convento de San Francisco de Méjico, ambas
de siete naves.

227
No es necesario insistir en el parecido del mi~rab con la capilla abierta. La
sari'a de Valencia ya se dijo cómo estuvo cercado de muros, que limitaban
también varias de Berbería. Torres y almenas había en la mu~alla ~af~i de
Túnez, construida por Abü Zakariyya' «a la manera de una pequeña ciu-
dad» (39). La de al-Man9üra junto a Tremecén, levantada por los marlnies,
es un cuadrilátero, que cierran muros bastante elevados, con dos puertas de-
coradas en cada uno de los frentes norte, este y oeste. Al sur, como en la
mezquita mayor de la misma ciudad, estaría el mi~rab (40).

La colocación de los indios en hileras evoca· el recuerdo de la de los mu-


sulmanes en las mezquitas. Que existían aún mu~allas en España en el pri-
mer cuarto de siglo XVI, en uso unas y otras abandonadas, es indudable,
y lo prueban los documentos moriscos, como el antes citado que alude a
rogativas en ellas en demanda de lluvia. Algunos de los españoles emigra-
dos a América, sobre todo los eclesiásticos, conocerían las ~ari'as del sue-
lo natal.

Pero el disponer un vasto recinto al aire libre con un nicho en uno de sus
extremos para las necesidades del culto, al no caber los fieles en el interior
del templo, es una idea elemental que ha podido ocurrírsele a cualquier
fraile evangelizador o arquitecto que trabajase en Méjico en los primeros
años del siglo XVI, sin necesidad de recordar formas anteriores.

Bastantes siglos antes, en los primeros de nuestra era, ya existieron dis-


posiciones parecidas, con las que, naturalmente, ninguna relación tienen
los oratorios al aire libre musulmanes y las capillas abiertas americanas.
Son las cellae caemeteriales o memoriae, situadas sobre los cementerios
subterráneos de Roma. Consistían en nichos sencillos o trebolados, abier-
tos por su parte anterior, donde se celebraban los actos del culto, mien-
tras los fieles se congregaban delante de ellos.

(39) Chronique des Almohades et des Haf9ides attribuée a Zerkechí, p. 33.


(40) Marc;:ais, W. y G., Les monuments árabes de Tlemcen, p. 214; Manuel d'Art mu-
sulman, L'architectul"e, 11, p. 489.

228
LA MUSARA

Mu~ara es palabra árabe desconocida en el oriente islámico. Su signt-


ficación, según ha escrito recientemente don Jaime Oliver Asín y acreditan
las referencias que figuran a continuación, era la de lugar de ejercicios
ecuestres y esparcimiento público en las afueras de algunas ciudades mu-
sulmanas de Occidente, por el que lo mismo se acostumbraba a correr a
caballo que a pasear a pie (1), espacio llano y por ello favorable para el
entrenamiento militar y los ejercicios y juegos de caballería. En algunos
lugares, como erf Córdoba y en Fez, coincidía la mu~ara con la mu~alla u
oratorio al aire libre extramuros de las ciudades (2), que también exigía
un vasto espacio relativamente -a nivel en el que pudiera congregarse en
las dos fiestas canónicas, la de los sacrificios y la de la clausura del mes
del ayuno, y para las rogativas impetrando lluvia, etc., la comunidad de
fieles musulmanes (3).

Los juegos y ejercicios militares de caballería eran obligados para el


entrenamiento de una parte importante de la población que, aparte de las
contiendas civiles, emprendía casi todos los años durante el buen tiempo
expediciones contra los cristianos y tenía que defender sus dominios de
las correrías bélicas de éstos. Las carreras de caballos y el juego del polo
contaban entre los musulmanes con vieja y autorizada tradición. Según
una sentencia atribuida al Profeta, a tres juegos humanos asistían los

(1) Oliver Asín, Historia del nombre «Madrid», pp. 342-347. El autor hace un cumplido
estudio filológico del nombre al•IDU!?ara. Antes trataron del complejo problema de su
etimología y significación, Dozy y Engelmann (Glossaire des mots ... , pp. 180-184) y
Eguílaz (Glosario etimológico, pp. 241-243). Según Oliver (p. 342), tan s61o registra la
palabra mu!?ara el Diccionario latino-árabe de Leiden, efaborado en España en el siglo XII,
en el que se le da el sentido de stadium (Glossarium latino-arabicum ex unico qui extat
codice leidensi undécimo secufo in Hispania conscripto, ed. Christianus Fredericus Sey-
bold, p. 480).
(2) Dicen que una de las musallas de Córdoba estaba en al-musara: lbn 'ldarT,
Bayan, 11, texto, pp. 182 y 213; trad., pp. 289 y 330; Una crónica anónimá, edic. de Cévi-
Provern;al y García Górnez, p. 126; al-JusanT (véase infra, p. 221) e lbn Hayyan (Dozy y
Enge lmann, Glossaire des mots ... , ip. 390).
1

(3) Torres Balbás, «iMU!?alla» y «Sari'an en las ciudades hispanomusulmanas,


pp. 167-180.

229
ángeles, las carreras de caballos uno de ellos; los dos restantes eran el
del hombre con la mujer y el tiro al blanco. Del Profeta también se cuenta
que hacía correr en carreras a sus caballos, deporte tolerado por los teó-
logos siempre que no mediara dinero. Abundan las referencias a carreras
de caballos en Egipto en el siglo IX (4).

Por ser un extenso llano. la mu~ara se prestaba a los desfiles militares.


La de Córdoba -la primera y más citada .e~tre las de al-Andalus- se
extendía por unas terrazas situadas al sudoeste de la ciudad, á la orilla
derecha del Guadalquivir, en comunicación con la puerta del Puente por
la calzada -ra~if- que bordeaba el río, antes de llegar a la munyat al-Na'
üra, fundación del emir 'Abd Allah (5).
Hay noticia de la celebración de carreras de caballos (mall'ab) -no se dice
en ella que tuvieran lugar en almu~ara- en el reinado del zlrT BadTs, en la
rambla (al-ramla) o arenal extramuro's de la ciudad de Granada, llano pró-
ximo a la puerta de Bibarrambla (bab Ramla), ingreso subsistente hasta
entrado el siglo XIX (6). Respecto a los desfiles y ejercicios bélicos, al-
JusanT refiere haberse celebrado en el reinado de al-Mungir (273/886-275/
888) y con asistencia de éste una gran parada o revista militar en el campo
de al-mu~alla situado en al-mu!?ara de Córdoba. El mismo autor soñó una
noche encontrarse· en esa al-mu!?ara con cuatro personajes montados en
sus respectivas cabalgaduras (7).
El infante don Juan Manuel, bien informado sin duda de las costumbres de
los musulmanes españoles, se refiere en El conde lucanor, en la primera
mitad del siglo XIV, a un infante moro que salió de una ciudad musulmana
«e mandó que saliesen allá todos los homes de armas, de caballo e de pie.
y mandóles que trebajasen y le mostrasen todos los juegos de armas e tre-
bejos, e vió los muros y las torres e las fortalezas de Ja villa» (8).

Otras referencias a al-mu!?ara de Córdoba están en relación con su con-


dición de vasto terreno llano a las puertas de la ciudad, no con la función
permanente dicha. A eHa llevó en 125/743 el gobernador de España Ta'alaba

(4) Mez, El renacimiento del Islam, p. 484. Según Lévi-Provenc;:al, la moda de los
torneos en campo cerrado parece posterior al siglo X, lo mismo que las carreras de
caballos, pues el arte de la equitación no se desarrolló en España hasta que 1los jinetes
magribíes y sobre todo los oficiales ifrlquíes venidos a fa Pení-nsula al declinar el po-
derío omeya enseñaron a sus reclutas andaluces los métodos norteafricanos ( España1

musulmana, por Lévi~Prove•nc;:a.I, p. 286).


(5) Puede veme la sHuación de la musara cordobesa en el «Plano esquemático
de Córdoba en el siglo X», según tévi-Provenc;:al, inserto en España musulmana, t. V,
fig. 100, p. 235.
(6) Lévi-Provenc;:al, Deux nouveaux fragments, p. 261.
(7) Ribera, Jueces de Córdoba, p. 16 del texto y 19 de la trad.
(8) Infante don Juan Manuel, El conde Lucanor, cap. XI.

230
b. Salama aVJ.\miil a varios millares de prisioneros árabes del partido me-
dinés y berberiscos, que hizo vender «a la baja» hasta que, al llegar el nue-
vo waH Abü-1-Jattar al-Hu~am b. Dirar, éste ordenó ponerlos en liber-
tad (9). Pocos años después, en 138/756, las tropas del pretendiente 'Abd
al-Raf:lman, futuro emir, primero de ese nombre, después de vadear el Gua-
dalquivir, consiguieron en esa al-mu~ara cordobesa una victoria definitiva
sobre los partidarios de Yüsuf al-Fihrl, último wali o gobernador d.e la Es-
paña islámica (10). En el año 202/819, al-tfakam 1 mandó crucificar a 300
de los rebeldes sublevados del Arrabal a lo largo del arrecife que bordeaba
la orilla derecha del Guadalquivir, desde al-mary (la pradera) hasta al-mu-
~ara (11). De una al-mu~ara junto a Lorca hay noticia por haber tenido lugar
en e.Ua, en el año 207 /822-823, una batalla entre las tropas del emir cor-
dobés y los rebeldes de Tudmlr ( 12).

La palabra mu~ara, precedida del artículo, romanceóse, como tantas otras,


desde fecha temprana. Una viña, qui dicent de la ahnuzara, figura en un
documento de·I año 964 del Becerro del monasterio de San Pedro de Cardeña,
y un rivulo Almuzara en tierra de Astorga otro de 1125 incluido en el Tumbo
Astoricense ( 13).

En alguna ciudad, después de la conquista cristiana y por poco tiempo, la


mu~ara, destinada a fines semejantes, siguió llamándose con el mismo nom-
bre castellanizado de almuzara; en otras, conservóse como topónimo hasta
hoy. Pero, en general, el lugar destinado en las villas castellanas a los ejer-
cicios ecuestres y militares llamóse desde el siglo XIII con las palabras
derivadas del latín «COSO» y «tela», aplicadas con carácter preponderante,
sobre todo desde fines del siglo XV, al lugar donde se lidiaban toros, ejer-
cicio o deporte muy en boga a partir de entonces ( 14).

(9) Ajbar Maymü'a, texto, pp. 4445; trad., pp. 53-54; lbn 'lgarl, Bayan, 11, texto, p. 33;
trad., p. 48; t. IV, España musulmana, por E. Lévi~Proven9al.
(10) lbn al-Oütiyya, Historia de la conquista de España, texto, :p. 28; trad., Ribera,
pp. 21-22; lbn 'lgarl, Bayan, 11, texto, p. 48; trad., p. 72.
(11) lbn 'lgarl, Bayan, 11, texto, p. 78; trad., p. 124; España musulmana, t. IV, por
Lévi•Proven9al, pp. 107-109.
(12) lbn 'lgarl, Bayan, 11, texto, pp. 83·84; trad., pp. 132-133.
(13) Gómez Moreno, Iglesias mozárabes, pp. 120 y 122 (el autor traduce el primer
nombre por cercado); Becerro gótico de Cardeña, por el R. P. Luciano Serrano, p. 369.
(14) Pedro de Alcalá, a comienzos del siglo XVI, dice en su vocabulario granadino
que se llamaba ráhba -p·lural riháb- «el cosso do corren el toro» (De Hngua arabica,
p. 158). Sebastián de Col\farrubias define así el coso en 1los primeros años deL sigfo XVII:
«La pla<;a o campo donde lidian los toros, quas•i corso, porque los corren afü», y la te·la
«la que se arma de tablas para justar y de allí mantenerla» (Tesoro de la Lengua Caste·
llana o Española). E·l Diooionario oficial de la lengua española (décimosexta edición)
define el coso como «Plaza, sitio o lugar cercado, donde se corren y lidian toros y se
ejecutan otras fiestas públicas». Y da como uno de los significados ·de tela, el de «Sitio
cerrado dispuesto para lides públicas y otros espectáculos o fiestas». Desde eil siglo XV,

231
La identidad entre almuzara, coso, corredera y tela -estas últimas palabras
desplazaron rápidamente a la arábiga- queda bien patente en el «Fuero»
castellano de Alcalá de Henares, que debió de redactarse bien entrado el
siglo XIII recogiendo y romanceando disposiciones anteriores ( 15). Ordena,
en efecto, que todos los «Cavaleros d'Alcalá o de so termino que a cosso
issieren (salieron) al almuzara, non lieven lanza ni astil agudo; e todos los
ornes que issieren el almuzara ysparen o non contralen al cavalero» (16).
Lo más probable es que esta prohibición no se refiera a una almuzara exis-
tente en Alcalá de Henares, villa cristiana formada en el siglo XIII alrededor
1

del santuario de San Justo; será más bien disposición general, incluida en
varios fueros. Antes aparece en el de Madrid, compilado a principios del
siglo XIII, en el reinado de Alfonso VIII, en términos semejantes. En él se
multa con cuatro morabetinos a todos los que llevasen armas de hierro
afiladas in almuzara aut in le araual .nel in villa aut in mercado aut in conzeio.
Una disposición añadida en 1219 ordena que el que «corriere en el coso con
Janza o con astil agµdo, peche dos morabetinos» (17). Al nombre arábigo de
almuzara habfa sustituido ya el de coso.

En Madrid tal vez se refiera el primero a un lugar determinado, puesto que


se conoce el de la tela o coso, dél que existen referencias en el reinado
de Carlos V y cuyo nombre, aplicado al mismo lugar, perduró hasta comien-
zos del siglo XIX. En 1529 la tela estaba entre el bosque del palacio (hoy
Campo del Moro) y la nueva puente segoviana ( 18). En el plano de Texeira
figura la tela en un llano a la orilla izquierda del río Manzanares, a la de-
recha bajando al puente de Segovia por la puerta de este nombre o del Puen-
te, entre ·esa carrera y el bosque real, bajo la puerta de la Vega (19). Y en
el mismo lugar figura en algún otro plano de principios del siglo XIX, en el
que el bosque se ha convertido en unos jardines a la francesa, precedentes
de los del actual Campo del Moro.

Desde la conquista de Zaragoza por Alfonso l el Batallador se llama almo-


zara, nombre que ha perdurado hasta hoy, un extenso campo o término, de
unos 4.300 cahíces de extensión, de feraces tierras plantadas de cereales,

con ila construcción de las plazas mayores en el centro de las villas castellanas, las ·lidias
1

de toros, justas y torneos, convertidos en grandes espectáculos públicos, tuvieron lugar


siempre en los magníficos escenarios que eran esas plazas.
(15) Torres Balbás, Estudios de arqueología e historia urbana: Complutum. Qal'at
'Abd al-Salam y Alcalá de Henares, p. 177.
(16) fueros castellanos de Soria y Alcalá de Henares, edic. y estudio de Galo Sán-
chez, 170, p. 304.
(17) Sáncihez, Fuero de Madrid, CIX y CXII, pp. 53 y 56.
(1 8) Carlos Fernández Casado, Historia documentada de los puentes de Madrid,
1

pp. 70-71.
(19) uTopographia de la Villa de Madrid descripta por don Pedro de Texeira, 1656.»

232
vinas, moreras, olivos y huertas, ·situadas en los alrededores de la ciudad,
en la orilla derecha del Ebro. Se riegan con una acequia, llamada de la Al-
muzara, derivada del río Jalón mediante un azud construido entre Castellar
y Alagón, que proporcionaba agua a la Aljafería (20).

Nombre, relieve y situación parecen asegurar que esta almuzara, tan per-
sistente en la toponimia, procede de una al-mu~ara de la Zaragoza musul-
mana, extendido después el apelativo a mayor superficie.

Una almuzara excepcional por su situación intramuros se cita en Segovia


en una carta real de 1412 sobre el apartamiento de los judíos. Estaba asen-
tada cerca del monasterio de Santa María de la Merced y en ella hallábase la
sinagoga menor (21). A principios del siglo XVII Colmenares incluye, entre
los escasos rastros que .los moros dejaron en la toponimia urbana, la calle
de Almuc;ara (22).

En el nuevo Fez había en el siglo XIV una almuzara en las afueras _de bab
al-sari'a, que el Qir~as en una ocasión califica de yannaz (jardín) y en otra
de fa~~ (campo); producía óptimas cosechas de trigo de rápida madura-
ción (23). En el mismo siglo, el oriental al-'Umarl llama al-mu~ara al jardín
real de Fez, al que se subía el agua por una célebre rueda hidráulica (24).
Dicho jardín estaba, según lbn Jaldün, inmediato al palacio y en él aloj6 el
sultán de Fez Abü-1-Hasan al rey de Granada, que fue a pedirle ayuda contra
los castellanos, en el año 732/ 1331-1332 (25). Sentado en una tienda levan-
tada en esa al-mu~ara de Fez, el depuesto Mul:rnmmad V, muy bien recibido
por el monarca marroquí, presenció el desfile de sus partidarios, según
referencia de lbn-al-Jatlb recogida por al-Maqqarl (26). El hecho tuvo lugar
entre ramadan 760/agosto 1359, fecha en la que perdió el trono el· monarca

(20) Hay documentos de 1140 y 1144 en los que se nombra la almazara. Según Asso,
«almazara significa en árabe tierra de sembrados porque e1I suelo de este término estubo
. antiguamente destinado para los granos más nobles», Asso, Historia de Aragón (la pri-
mera edición de 1798), p:p. 59 y 284; Manuel Mora Gaudó, Ordenanzas de la ciudad
de Zaragoza, pp. 162-163.
(21) Fidel Fita, L¡a Judería de Segov-ia, pp. 289, W2 y 349-350.
(22) Historia de Segoviia, por Colmenares, pp. 79, 488, 557, 558 y 631. En planos
de Segovia de no hace muchos años, aún figura la calle de la Almuzara que desde la
Refitoleria, por detrás de la catedral, iba a la plaza de San Andrés.
(23) Qiytas, trad. Huici, pp. 36 y 40. Como mu~alla y sari'a son términos sinónimos,
parece que el oratorio al aire libre estaba en Fez, como uno de 'los de Córdoba, en
·la mu!?ara.
(24) Al-'Umari, Masalik, p. 156.
(25) lbn Jaldün, Hist. Berberes, tomo cuarto, pp. 216-217. En la muy detallada obra
de Brunschvig, la Bérberie orienta1e, dos volúmenes, no hay referencia alguna a al-mu~ara,
por fo que parece era lugar desconocido en lfrTqiya. Tampoco figura la palabra en la Ency-
clopedie de l'lslam.
(26) A·l-Maqqari, edic. de Bülaq, 111, pp. 48 y 191, segün cita de Dozy y Engelmann,
Glossaire des mots ...

233
granadino, y el 17 sawwal 762/20 agosto 1361 en la que satl'ó de Marruecos
rumbo a la Península. Esa al-mu~ara de Fez era el paseo favorito de sus
vecinos desde el siglo XIV (27).
En el XVII refiere el viajero Charent que había en Marrakus dos al-mu~aras,
una grande y otra pequeña, hermosos jardines públicos, con naranjos, limo-
neros, pa·lmeras, olivos, higueras y granados en filas, jazmines y otros ar-
bustos y flores de olor, jardines a los que acudía todo el mundo a pa-
sear (28).

En la mu~ara haríase probablemente el periódico alarde (del árabe al-'arcH,


inspección o revista de las tropas y contingentes militares, acostumbrado
en todo el mundo musulmán. En Marruecos, en el siglo XVI, lo realizaba el
sultán cada tres meses (29). En 1264 disponía Alfonso X, que fos caballeros
y pecheros de Madrid hiciesen alarde, en el que mostrarían las armas que
poseían dos veces al año, al mediar marzo y el día de San Miguel, respec·
tivamente (30).

En resumen, parece poder afirmarse que en algunas ciudades importantes


hispanomusulmanas se destinaba un vasto espacio llano en sus afueras
para ejercicios hípicos y desfiles militares e hipódromo, que a veces ser-
vía también como oratorio al aire libre. En algún caso, después de la con-
quista cristiana siguió destinado a fines semejantes con el nombre de coso
o de tela.

(27) lbn Fadl Allah, ms. citado por Louis Massignon, Le Maroc dans les premreres
années du XVe siecle, p. 236.
(28) Dozy y Engelmann, Gfossaire des mots ... , p. 182.
(29) «Arc;l, parade mi'litaire» (Encyclop. de l'lslam, 1, p. 645).
(30) A1l'Umari, Masalik, pp. 41 y 205.

234
murado, al estar los cementerios, primero, en torno a las parroquias; más
tarde, en España, hasta comi·enzos del siglo XIX, se enterró a las gentes
en el interior de los templos.

Al ser la ciudad populosa y permitirlo la topografía de su solar, eran varios


Jos cementerios fuera de muros, en que recibían sepultura los vecinos de
los barrios inmediatos a cada una de las puertas de la muralla en cuya
proximidad estaban. Hay noticia de unos trece cementerios en Córdoba en
los siglos XI y XII y de otros tantos en Ceuta a comienzos del XV. En la
populosa Toledo, tan sólo había una, o tal vez dos necrópolis, en la Vega.
extramuros ,de la Puerta de Bisagra. El hondo foso del Tajo, abierto entre
murallas granítkas, impedía los sepelios en el resto de su perímetro. Lo
mi·smo ocurría en Honda.

Parece que en algunas ciudades había cementerios especiales. En Badajoz


se cita una maqbarat al-marda (cementerio de los leprosos) en 392/
1002 (3). lbn al-Ja1Tb alude a un individuo sepultado en la maqbarat al-
guraba' ·(cementerio de los extranjeros) en Granada en 707 /1307, en
el arrabal situado junto al río, frente al Nayd (4).

Aparte de los cementerios generales, existían varios pequeños, intramu-


ros unos y otros alejados del núcleo urbano. Todo alcázar regio solía tener
también su rawda, es decir, su panteón, casi siempre en un jardín (5).
La tuvieron los alcázares de Córdoba, en el siglo X (6); los de Sevilla, en

(3) lbn al-Farad'r: Ta'rlj 'ulama' Al-Andalus, B. A. H., VIII, p. 397, núm. 1.386, se,gún cirta
de Lévi-Provein9al: ile Traité d'lbn 'Abdün, en Journal Asiatique (París 1934), p. 294.
(4) Ibn al Ja~·ib, ll:Jaia, 1, p. 139.
(5) En Medina llaman al-rawda, es decir, «el jardín", a la mezquita en Ja que está
enterrado el Pro.feta. Pe1dro de Alcalá traduc-e rawda por «sepultura rica» y Raimundo
Martín por sepulcrum magnum cum testudine.
(6) Dentro de las murallas del alcázar de Córdoba estaba el cementerio en el que
se enterraban Jos prínciipes omeyas (Ibn 'lgarl, Bayan, 11, texto, pp. 49, 67, 109, 116, 122
y 155; trad., pp. 74, 104, 175, 187, 195 y 255). Algún cronista concreta más, al decir que
era al-Rawda e·I lugar de la necró1poH regla (José E. Guráieb, «Al Muqtabis» de lbn Hayyan,
pp. 160 y 162). Ibn Jaldün escribe que 'Abd al-Ra~man 111 le1vantó en el palacio c-ordobés
alcázares (qu~ür), entre eHos uno grandioso, al lado de al-Zahir, que llamó dar al-rawda,
con un oratorio privado. En él es de suponer est·aría ese panteón (Ibn Ja1ldün, 'lbar, IV,
p. 144; Maqqarl, Analectes, ,¡,p. 380). Una crónica anónima da noticia de1 haber sido ente-
rrado el emir 'Abd All:fih, en eil afio 300/912, en 'la Rawdat al-julafü' (cementerio de fos
califas): Lévi~Proven9al y García Gómez, Una crónica anónima, pp. 92-93.

236
fos XI y XII (7); el de Valencia, poco antes de su conquista (8); la Alham-
bra de Granada, en fos XIV y XV (9).
Lo mismo en el interior de las ciudades que en sus alrededores y en
pleno campo, abundaban las qubbas (10), pequeñas capillas casi siempre
de planta cuadrada, abiertas por uno o por sus cuatro lados, a las que
cubría una cúpula o una armadura de madera. Albergaban el sepulcro de
algún Venerado santón o asceta, en torno al cual solían sepultarse las
1

gentes, atraídas por la santidad del lugar. Con el mismo objeto enterrá-
banse en las ermitas o rawabi1 (plural d~ rabila) (11), en las que, en el
campo o en la ciudad, ermitaños o morabitos (murabit), habían llevado
vida ascética y guardaban sus restos. La qubba daba origen con frecuencia
a una zawiya, edificio o grupo de edificios levantados casi siempre en torno
a un sepulcro venerado, destinados a convento, escuela coránica y hospe-
dería gratuita, en fos que solía haber un cementerio destinado a las perso-
nas piadosas que deseaban reposar definitivamente a la sombra de los
restos del morabito (12).

En circunstancias especiales, como el estar la Ciudad asediada, era obli-


1

gado el sepelio intramuros. Refiere lhn Baskuwal que en ·el año 415
(1024-1025) fue enterrado en la ra~ba (plaza) de 'Azfaa de Córdoba, junto
a la casa de lbn suhayd, el sabio cordobés lbn Bunnus, cuyos restos morta-
les no se atrevieron a llevar al cementerio por el terror que causaban las
bandas de beréberes que merodeaban por los alrededores de la ciudad.
El mismo autor alude a otra ra~ba de ella, la de lbn Dit:'hamayn (el hijo
de los dos Dirhames), en la que estaba la mezquita, recién construida, de

(7) Muf:iammad b. f.sma'TI b. 'Abbad, señor d:e Seviolla, fue seipuiltaido e·I año 433 (1041-
1042) en el panteón del alcázar de esa ciudad (lbn al~Fa11adí, B. A. H., V:fil.I, bi.ografía 1719).
lgnórase si coinoidía con las rawdas Gitadas por Iibn Saf:iib al~l?aila como ·lugar hasta donde
llegaron los derribo·s die casas, tiendas ':i posadas cir.cun1dantes del zoco pequeño, r.eáMza·
das por Abü Ya'qüib Yüsuf en 592 (1195-1196), ¡para agrandar el patio de l·a mezquita mayor
·recién construida, rawdas conrti'guas a la mezquita de al-Yatim (·el Huérfano); P. Mefohor
M. Antuña, Sevilla y sus monumentos árabes, p. 123.
(8) En las que ~ueron casas del rey moro de Valencia, junto a la mez;quita mayor,
cedidas :por Jaime I· para edificios consistoriales y ·Cárcel (donde· hoy está el palacio arzo-
·bisipal, en la plaza de la A;lmoina), estuvo e·I cementeriiia real en éipoca is lámica (Fr. Jose f
1 1

Teixidor, Antigüedades de Valencia, 1, páginas 173-175; 11, p. 8).


(9) En la rawda :de los jardines de la_;.ó\lhambra fueron enterrados Muf:iammad 11 (671-
701/1273-1301), su 1nierto Isma'TI 1 (713-725/13·14-1325), la mujer de éste (m. en 749/
1348)y Yüsuf 'f (733-755/1333-1354); Torres Balbás, Paseos por la Alhambra: la Rauda, pá-
ginas 261-2-85.
(10) Willam y Georg es Marc;ais, Tlemcen, pp. 331-333.
1

(11) Torres Bailbás, Rábitas hispanomusulmanas 1_ p. 476.


(12) lbidem, pp. 47-6, 477 y 479.

237
Yüsuf b. BasTI, lugar del sepelio en 507/1-114 de Abü-1-Walld Malik b. 'Abd
Allah al-Sahff ( 13).

1Kepa1rtHniE:mto de Valencia cita en el interior de la ciudad un lugar


sua Sería el sepulcro del famoso cadí de esa
ciudad lbn YaQl)af, quemando en sus afueras en mayo de 1095 por orden
del Cid (14). Poco después, en los últimos años del siglo XI, asediada
Valencia por el Campeador, hubi·eron de ser sepultados en las plazas los
que morían dentro de sus muros, al no poder salir a los cementerios exterio-
res (15). En la cárcel de la misma ciudad, durante fa rebelión de 'Abd
al-Malik, el ·año 547 /1152-1153, murió 'A:;>im b. Jalaf al-TuyTbl, que fue
enterrado en la muralla ( 16).

La en tomo a las tmno1as.


No conozco alusiones a la existedcia en los cementerios islámicos de la
Península de cipreses, árbol funerario por excelencia de las rnodernas
·necrópolis mediterráneas. El encontrarlo en algunas de las ciudades norte-
africanas, como Tremecén, podría acreditar que embellecieran con sus
agudas copas los cementerios de al-Andalus.

Plantada de olivos encontró en 1494 el viajero alemán Münzer la parte


antigua del cementerio de Granada, situado a la salida de la puerta de
Elvira (17). En un cementerio de Córdoba, maqbarat Naym, había una pal-
mera (18). las ramas espinosas de azufaifos silvestres protegían en Ceuta,
en los primeros años del siglo XV, las tumbas de «los mártires», lügar
muy visitado por las personas piadosas en la maqbarat al-l:fafa (19).
Se ignora si el célebre parque cordobés medio público de al-Zayyall, en
el que se veían juntas las tumbas de dos amigos íntimos, situado cerca
de la bab al-Yahüd (Puerta de los Judíos), estaba en el interior de la
ciudad o fuera de ella (20).

(13) Sila, B. A. H., 1-11, ¡pp. 257, 275 y 562.


(14) Bofarull, Repartimientos de Mallorca, Valencia y Cerdeña, p. 644.
(15) «Et estaua ya todo .e·l pueblo en las andas de la muerte; et ue·yen e·I omne anidar,
desi caerse muerto; assy que se fin.ohió la pla<;a del alcá9ar de f.uess.as en derredor de·!
muro, et non auie y fuessa que non yoguiessen y más de diez» (Primera Crónica Genera4
de España, rpuhlicada por Ramón Menén:dez Pi:dal, Madrid 1955, cap. 915, p. 585).
(16) lbn al-Abbar, B. A. H., V, s·egún cita de Francisco Codera, Decadencia y desapa·
rición de los Almorávides en España, pp. 313-314.
(17) Jerónimo Münzer, Viajes por España y Portugal, 1494-1495, pp. 39-40.
(18) fün Bask1uwal, Sila, B. A. H., 1-11, pp. 27-28, citado por E. Lévi~ProvenQal, L'Espagne
au Xe siecle, p. 209.
(19) Lévi-Proven9al, Une description de Ceuta musulmana au XVe siecle.
(20) 1Péres, La poesie andalouse, pp. 128-30.

238
Seguramertte no habría en la España musulmana ninguna necrópo.lis dioni-
síaca en la que las raíices de las vides se extendieran entre los despojos
humanos, según deseaba lbn Ouzman para los suyos, al mismo tiempo que
pedía una mortaja heoha con sus hojas y un turbante de pámpanos (21).

Nombres de los cementerios.


No era infrecuente que la puerta de la ciudad inmediata al cementerio
tomara nombre de éste. Una oriental de Lisboa llamábase bah ail-Maqa-
bir (22). Lig.eramente alterado -puerta de Almocóbar o Almocábar- lo
conserva la meridional de Ronda, levantada en el siglo XIII o XIV, único
acceso fácil y llano a esa encumbrada ciudad (23). Así se nombrarían las
puertas de la villa vieja de Algecira y de Jaén, que fas Crónicas castellanas
llaman del Fonsario (24), verosímil traducción de su nombre árabe.
Al estar el cementerio y la mu~alla o sari'a (oratorio al aire libre) en
las afueras de la ciudad e inmediatos a sus ingresos (25), era frecuente
que ocupasen emplazamientos próximos y la necrópo:lis se llamase -en
Córdoba, Valencia, Málaga y Ceuta- maqbarat al-Mu~alla.
la puerta de fa cerca de la ciudad más próxima al cementerio prestaba
otras veces su nombre a éste. Así, había una maqbarat bah al-saqra en
Toledo; una maqbarat bah al-Qibla en Zaragoza; una maqbarat bah llbira
en Granada; una maqbarat bah Bayyana en Almería; una maqbarat bah
ail-Haras en Valencia. Otro cementerio de Almería, maqharat al-l;taw~,
recib~a denominación del barrio inmediato. Construcciones próximas ser·
vían también para distinguirlos. Un cementerio cordobés llamábase al-Bury,
por un torreón a cuyo pi·e se extendía. En Valencia había una maqbab al-Ji-
yam (cementerio de las tiendas), probablemente por la existencia de éstas
en el mismo lugar.
No pocas veces los cementerios recibían el nombre de su fundador o fun-
dadora -los de Umm Salarna, Mut'a y Mu'ammara, esposa la primera de
Mul:rnmmad 1, concubinas las otras dos de al-Hakam 1 y '.Abd al-Ra~rnan 11,
respectivamente, en Córdoba -o de un santón o persona piadosa en él en-

(21) «Cuando muera, éstas son mis instrucciones para el entierro: / dormiré con una
viña entre los párpados; / que me envuelvan entre sus hojas como mortaja, / y me pongan
en la ca:beza un turbante de pámpanos u (A. R. Nykl, El cancionero del seib ... Aben Guz-
mán, ~c. pp. 215 y 417).
(22) Léivi.iProven9al, la Péninsule lbérique, texto, p. 16, trad., .p. 22.
(23) Torres Balbás, la acrópolis musulmana de Ronda, pp. 460-461.
(24) Flor·ián de Ocampo, fº ccoov, tomo LXVI, Crónicas de los Reyes de Castilla; 1
(Mardrid, 1875), Crónica de don Alfonso el Onceno, cap COLXX, p. 344.
(25) Gf. supra, «Mu~alla o sari'an.

239
terrado- en la misma ciudad los cementerios de lbn Hazim, de lbn al-'Ab-
bas y de Abü-1-'Abbas al-WazTr.

las tumbas.
En contraste con los cementerios romanos y de acuerdo con la auste-
ridad religiosa y e·I sentido igualitario del Islam, en las necrópolis de al-
Andalus no había grandes monumentos funerarios ni mausoleos osten-
tosos que perpetuasen la memoria de los en ellas enterrados, propios de
la vanidad póstuma, la más pueril e injustificada de todas. Refi.ere al-Hi-
myarT que un soberano de Zaragoza quiso construir un mausoleo con una
cúpula -qubba- sobre las sepulturas de ·dos ilustres tabi'·ün enterrados
en el cementerio de la puerta Oriental -la maqbarat bah al-Qibla- de esa
ciudad. Pero no llegó a realizar el proyecto, pues una piadosa mujer de acri-
solada honradez le dijo habérsele aparecido en sueños ambos personajes
para manifestar su deseo de que no se levantara construcción alguna
sobre sus fosas (26).

Sin embargo, era frecuente la existencia en los cementerios de una o más


qubbas que albergaban los restos de ilustres letrados, ascetas, taumatur-
gos o varones señalados por su santidad y vida piadosa, en torno a las
cuales se enterraban las gentes para beneficiar de su influencia espiritual
que de ellos irradiaba. A las personas veneradas que yacían en dichas
sepulturas se las tenía como patronos y protectores de la puerta próxi-
ma de la cerca, guardianes que impedían entrase por ella la malaventura
o la desgracia (27).

Una capilla funeraria se cita a fines del siglo X en la maqbarat al-Raba~


de Córdoba, en la que tuvo que refugiarse el cadí lbn Zarb ante la hosti-
lidad de la plebe (28). Junto a la tumba del predicador y cadí Abü 'Abd
Allah al-TanyalT, en el cementerio fuera de la puerta del arrabal de Funta-
nalla, en Málaga, elevaron sus vecinos una capilla, por su viqa austera
y devota, sobre la tumba de Mul:mmmad b. Oasim al-A'ma Abü'~bd Allah,
llamado lbn al-Oatan, víctima de la peste de 750/1349 - 1350 (29). Del
oementerio musulmán de Valencia, en el que después de la conquista se
estableció el mercado, escribió Teixidor que se encontraban «por sus cer- 1

canías tantas pequeñas Mezquitas que habitaban sus Santones i Morabitos

(26) Lévi..:Provenc;:al. la Péninsule lbérique, te·xto, p. 197; trad., p. 119.


(27) G. Marc;:ais, Tlemcen, ip. 56.
(28) NubahT, Marqaba, prp. 78-79, segün cita de Léivi-<Provenc;:al, Hist. de l'Esp. musul·
mane, 111, p. 1971, núm. 1.
(29) lbn al- Jatib, l~aia, según cita de Cas·iri, Bibiiotheca arabico•hispana escurialensis,
tomus posterior, p. 94.

240
para rogar por sus difuntos, invención del diablo que como mona quería
que los suyos remedassen las Ermitas de los siervos de Jesús» (30).
Las tumbas variaban de unas a otras ciudades y regiones. El estudio de
sus difernntes tipos, apenas esbozaba a continuación, comparados con los
de Berbería y aun con las estelas de las comarcas del Oriente medite-
rráneo, revelaría probablemente r·elaciones e influencias mal conocidas.
Las piedras sepulicrales de Mallorca, por ejemplo, son más semejantes a
las de IfrTqiya que a las encontradas en el resto de la Península. La can-
tidad y ·calidad del material de los sepulcros, su mayor o menor excelen-
cia epigráfica y artística, aportan datos para la historia económica de las
ciudades. El gran número de mármoles sepulcrales, de excelente labra,
de la Almería almorávide, mayor que el de los existentes en el resto
de al-Andalus, expresa la riqueza de esa ciudad en la pri~¡era mitad del
siglo XII (31).
Los cadáveres se enterraban de costado, lo que permitía hacer fosas muy
estrechas, con la cabeza a mediodía y el rostro hacia la Meca. Señalaba
las sepulturas de las gentes más humildes una piedra tosca, sin labrar,
hincada en fa cabecera, sin letrero alguno. En dos cementerios en parte
aún subsistentes a la salida de las dos puertas de la yerma ciudad de
Vascos, en Ja Jara toledana, cuatro hitos o pilares de granito sin desbastar,
hincados ·en las esquinas, algo más altos los de la cabecera, marcan cada
sepultura. Las limitan entre ellos toscos bordillos del mismo material
que apenas sobresalen del suelo.
Si se trataba de personas de algún relieve social o econom1co, las tum-
bas y la memoria de los que en ellas yacían, acostumbraba señalarse de
varias formas:
a) Por dos estelas, gruesas Josas rectangulares de piedra o mármol hin-
cadas verticalmente y orientadas teóricamente hacia la Meca o qibla, una
a la cabecera y otra más pequeña a los pies, conforme al rito funerario
ortodoxo que exige dos «testigos» limitando la sepultura del creyente (32).

(30) Teiixidor, Antigüedades de Valencia, 1, p. 165.


(31) Véase infra.
(32) Descripción de sepulturas halladas en Málaga: «Una piedra rectangular bien
cuadrada, hien redondeada por el extremo superior, la cual se culocaba vertical a la
cabeza del s·eipulcro, ostentando en la cara que daba a éste algunos adornos en el mismo
sitio en donde presentan inscripciones otras piedras de·I mismo género, que se hallan en
diversos lugares de España. Con' ellas correspondían las que en Málaga, como en otras
muchas partes, se colocaban a :los pies de fa sepultura, más pe·queñas, pero de la misma
forma que las anteriores, entre las cua;les ninguna se ha presentado todavía con adornos»
(Guillén Robles, Málaga musulmana, pp. 38-39). Por esta descripc·ión no cabe duda de que
la parte sU1per.ior de algunas estelas terminaba en forma arqueada; don Manuel Gómez-

241
b) Por una estela muy alargada, de pidera o mármol, de poca altura y
sección triangular, sobre un plinto más o menos elevado, rectangular, co-
1

locada en el e-je longitudinal de la tumba, casi siempre sobre varias gra-


das o escalones de mampostería o ladrillo. Se las designa con el nombre
dialectal marroquí de mqabriya (33).
c) Por un cipo o fuste cilíndrico hincado en la cabecera de la tumba.
d) Por una o dos pequeñas estelas discoidales de cerámica vidriada,
clavadas a la cabecera y a los pies de fa fosa.
Hay, además, ejemplares esporádicos. Fuera de la clasificacióri quedan
también las lápidas con escritura incisa, casi siempre tos·cas losas irre-
gulares, de medios beréberes y rurales y formas muy varias (34).
En los tipos a), c) y d), bordillos de piedra o ladrillo hincados vertical-
mente en tierra limitaban el rectángulo de la sepultura (35). Es probable
que, en algunos casos del tipo primero, las estelas rectangular~s, en lu-
gar de situarse en el interior del recuadro, cerrasen sus lados menores.
Más adelante se dirá dónde se grababan las inscripciones, en el caso de
haberlas, pues existen mqabriyas y cipos anepígrafos.
Hay descripciones, poco precisas, de una sepultura con mqabriya in situ,
encontrada en A lmería hace algo más de un siglo. Al no figurar en varias
1

de ellas ·el nombre del enterrado ni la fe.cha de su fallecimiento, cabe la


sospecha de que otra estela, rectangular, clavada en tierra, tal vez a la
cabecera, completase el pequeño monumento funerario.
En Granada y Málaga se encontraron hace años sepulturas . con bor,dillos
que permiten aclarar ·el destino 'de las abundantes losas de piedra, la-
bradas muchas de ellas por uno de sus cantos y en parte de sus frentes,
que se ven en los muros de algunas iglesias granadinas levantadas ,en el
primer tercio del siglo XVI, como San Cristóbal, San Jerónimo y Santo
Domingo; y en el muro de la Alhambra situado a la izquierda del camino
que sube desde la Puerta de la Justicia a la Alcazaba.
Durante siglos intrigó a los eru.ditos granadinos el destino de esas ·1osas,

Moreno cita otra sernejant,e aparec·ida en el cementerio de l barranco de:! Abogado, en Gra-
1

nada. Pero debían ser muy escasas· las de esa forma, con insoriipciones u ornamen-
tación, pures no conozco ninguna en ·los museos ni figura en los repertorios epi,gráficos
sepulcrales.
(33) Se suel.e llamar a las mqabriyas estefas tumulares, lo que define mal su forma,
o estelas pri·smáticas, con adjetivo enóneo, pues sus cuatro caras vistas son ataludadas,
&vergentes y no hay dios paralielas.
(34) LéViJProvern;:al, lnscriptions arabes d'Espagne, p. XXIV.
(35) En Almería, donde más abundan las mqabriyas, no se han encontrado restos de
bordillos. El macizo escalonado de mampostería o ladrillo levantado sobre el cadáver,
asiento de la mqabriya, cubría toda la s;epultura; el bordillo era, pues, innecesar,io.

242
casi todas de piedra de la Malahá. Bermúdez de Pedraza señaló el gran
número utilizado en los cimientos y muros de casas y las supuso fenicias,
no romanas ni moriscas (36). Más perspicaz, ~I P. Echevarría afirmó que
habrían pertenecido a edificios musulmanes (37). Contreras supuso que
sirvieran para decorar los muros de los edificios islámicos de Granada y,
conforme a ello, ,en los laterales del Patio de la Alberca de la Alhambra
hizo pintar fajas horizontales reproduciendo las labores de las losas (38).
Hipótesis absurda, pues si hubieran estado colocadas de esa manera, las
de las restantes caras quedarían ocultas (39). Eguilaz, y singularmente
Gómez-Moreno, reivindicaron su destino sepulcral. Se hincaban de canto
en la tierra cercando el rectángulo de la fosa, quedando descubierta, vi-
sible, la parte decorada (40).
El hallazgo, como se dijo, en el subsuelo de Granada y Málaga de sepul-
tulias intactas, salvo sus estelas, aclaró completamente el discutido des-
tino de las losas (41).
Su grueso es de 8 a 1O centímetros; 138 a 166 tiene de longitud las más
largas, que corresponden a los costados de la fosa y 38 a 58 .Jas de la
cabecera y pies. Es frecuente que presenten cajas o mortajas para encajar

(36) Ber,múdez de Pedraza, Antigüedad ... de Granada, fº 37 r y v.


(37) Jose1ph Romero kanzo, Paseos por Granada. Paseo XV, p¡p. 61-62.
(38) Monumentos árabes, por Rafael Contreras, :pp. 171-172.
(39) Borradas cuando reparé el patio de la Afüerca.
(40) Egui:laz, Noticias de la Alhambra y de Granada, con pretexto del libro de Con~
treras; Górnez Moreno, Sepulturas arábigo-granadinas, en Cosas granadinas de arte y
arqueología, pp. 107-1·20, y Guía de Granada, pp. 33-34, 362 y 498.
(41) Simón de Argote, hacia 1800, describía así las tumbas de la Granada islámica:
ulas personas de me1diana esfera levantaban unos pareidones baxos, y fonmaban corno un
corral, que servía de panteón a toda la famHia; y los pobres se enterraban sin más dis-
tinción que la de levantarse dos almenas pequeñas que indicasen el sitio que ocupaban
los pies y la cabeza» (Nuevos paseos históricos, artísticos, económico~políticos por Gra-
nada y sus contornos, ip 37). Es la úni,ca refie.rencia que cono.z!co a estelas en forma de
almena. Ta<I vez sea sepulcral una incompleta, de barro, e'l fondo de su cara anterior vi-
driado en veride, con ins,cripción cursiva de rnlie ve, existente en el Instituto de Valencia
1

de Don Juan, de Madrid. El señor Gómez Moreno pudo ver unas 16 sepulturas, de,scubier-
tas an1Jes de fünaHzar e'I siglo XIX, al abrir una carretara en el barranco de I Abogado de
1

Granada, cerca de la tap.ia de la finca de 1los Mártires: «Formaban fos fosas, dilrigidas de
poniente a mediodía, cuatro citaras de ladrillo, que dejaban entre sí el espacio preciso
para contener el cadáV'er, cerrando el hueco por arr:iba con delgadas cobijas de pizarra o
1

ladrillo, que se .cubrían con una gruesa capa de tierra. Exterio,rmente rodeaban cada se-
pulcro cuatro piedras unidas ¡por sus extremos y cfavadas verticalmente en el suelo; las
dos mayores correspondí.an a los lados, y las más cortas a la parte de la cabeza y de los
pies, cerrando el rectángulo que determinaba ex;terionmente el lugar donde se había colo-
cado el cadáver, constituyendo una especie d:e alberquilla de poca profundidad, pues las
Josas no dejaban fuera más que la parte aubi,e.rta de adorno o un espacio igual al de éste

243
unas en otras en las esquinas. Algunas son lisas, pero muchas se ador-
nan con relieves geométricos, entrelazas y almenillas y letreros cúficos
en el canto visto, y en fajas horizontales en la parte inme-diata de las
caras grandes -en una o en las dos-; el resto quedaba oculto, hun-
dido en la tierra. Destacan esas labores sobre un fondo ligeramente ex-
cavado. Las inscripciones repiten las frases: «La gloria pertenece a Dios»,
«La salud» (al·'.afiya) o «el reino pertenece a Dios» (42).

Münzer, a fines d'el siglo XV, describió las tumbas de los cementerios
granadinos, formadas «con cuatro losas de piedra, de manera que apenas
si se cabe en ellas. Las cubren con ladrillos, para que no toque la tierra
el cadáver. Luego se allana la fosa con tierra». Y refiriéndose al gran ce-
menterio extramuros de la puerta ·de Elvira, dice que los «sepulcros de
los ricos estaban rodeados en cuadro, como los jardines, con muros de
rica pie-dra» (43).

A las losas de piedra sustituían a veces ladrillos colocados en la misma


forma. En Granada y Levante, y sobre todo en Málaga, gran centro cerá-
mico, se encuentran en museos y colecciones abundantes ejemplares,
fragmentos en su mayoría, vidriados con fondo blanco, y adornada con

en las que no le tenían». Casi todas carecían de ornatos y una sofa tenía inscripción.
Aparec·ió también una ¡piedra de cabecera icon un remate .curvo, como ·de tres partes de
círculo, de 36 centímetros de diámetro (Gómez Moreno, Cosas granadinas de arte y ar-
queología, pp. 114-115).
(42) En 1871 se encontró en el llamado Secano de la Mez¡quita, en el solar de Medina
Elvira, un fragmento de piedra de bordillo, de 41 centímetros de 'longüud, con cenefa de
labores geométricas y letras ¡;;úficas de reil.ieve que repetían la frase, «La gloria a Dios»
(Medina Elvira, por Gómez Moreno, p. 17 y fig. 4 de ,la lám. ·111). En el Museo Ar,queo-
lógico Nacional de Madrid hay un ·ladrillo de 29 por 12 centímetros, de barro cocido,
con una inscripción sepulcnal incisa que, traducida, dice: «En nombre de Dios el CJemen-
te ... / Müsa b. Wald b. WalTd / Al)mad». 'En Málag·a ·Se han ·encontrado también sepulturas
recercadas con bordillos de piedra: «Con ellas [,con las losas de la cabecera] correspon-
dían las que en Málaga ... se colocaban a 'los ¡pies de la sepultura, más pequeñas, pero
de la misma forma ·que :las anteriores, entrn las cuales ninguna se ha presentado todavía
con adornos. Constituyen los costados del sepulcro pi·edras no muy grandes, e.lavadas en
tierra, levantándose poco sobre eiJla,, (GuHllén Hables, Málaga musulmana, p. 538).
(43) iMünzer, Viaje por España y Portugal, pp. 36 y 39. Entre las estelas almeri·enses
de la colección de la «Hispanic Society» de América, de :las que más adelante s·e hace
1 1

amplia reforencia, hay unos fragmentos de losas planas de mármol con letreros cúfi.cos
alcoránicos. En alguno, la faja epigráfica continúa formando escuadra. Este detalle y e·l
estar labradas por una sola cara prueba que no .Pudieron servir para hincarse en tierra limi-
tando la fosa; cubrirían ésta exoepcionalmente, fo mismo ,que fas conservadas en la Al-
1

hambra de Granada, que estuvieron sobre l·as tumbas de los príncipes nazaríes (Werner
Caske:l, Arabic lnscriptions in the Collection of the Hispanic Society America, XLM-XtV,
p. 28).

244
temas geométri.cos e inscripciones cursivas en azul la parte que quedaba
vista (44).
En el Museo Arqueológico de Tol,edo se conservan ladrillos sepulcrales
de barro rojizo, sin vidriar, de unos 27 centímetros de longitud por 20 de
alto y 35 milímetros de grueso, cuya única decoración consiste en las
consabidas frases alcoránicas en letras cúficas, teñidas a veces de negro,
dispuestas en estrechas fajas rectangulares en uno de sus bordes largos,
con los fondos ligeramente hundidos para que resalten las letras. Todos
deben de proceder del gran cementerio o cementerios situados en las
afueras de fa puerta de Bisagra. De varios de esos ladrillos así cons-
ta (45).
En algunos lugares de Marruecos y del resto de Berbería (Argel, Tremecén)
hay también tumbas circunscritas por bordillos de piedra o ladrillo, con
estelas epi gráficas en sus extremos (46).
1

Estelas rectangulares con arcos decorativos (47).

Las estefas sepulcrales prismático-rectangulares de al-Andalus anteriores

(44) "··· c'lavaban en el sue,lo [los musu:lrnanes malagueños pµ·ra sus seipul,turas] la-
drillos gruesos ... vedriados de blanco hasta la mitaid de sus dos caras y extremos, y en
la parte superior, sin vedrío, en el resto del ladrillo, que '8ra la parte ,qU\e1se fijaba en tierra,
dejando fuera la vedriada, sobre cuyo fondo blanco se trazaba una inscripción con tet11as
awles ... Estos ladrillos formaban una faja a lo largo de,I sepulcro, bien uniéndose con la
pi1ed11a que había a sus pies, bien reemplazándola; en este 1caso, los que debían enlazar
con los costados tenían una especie dre mortaja, para que encajaran perfectamente unos
en otros» (Guillén Robles, Málaga musulmana, p. 540). El reicerco del espacio sobre la
fosa con ladrillos parece mury extendido en el mundo islámi,co: «On le déposait [e·l cadá-
ver] ainsi a meme la terre, une brique crue sous la tete, pu is on ,Pla~ait autour de lui des
briques :disposées pour former comme une sorte de 1cintre ¡au-dessus du •caélavre. Ce a
quoi fait allusion Ornar Khayyam lorsqu'il dit:
Quand partiront ldu ·corps nos ,ames angéliques,
Sur ma tombe ¡et la tienne on mettra quelques briques;
Pour des briques idevant ,ciouvl"ir d'autres tombeaux
On moulera plus' tard nos cendres identiques».
(Aly Mozahéry, La vie quotidiénne des musulmans au moyen-age, Xe au Xllle siecle, p. 56).
(45) Ve1inticinco ·ladrillos de éstos había en el Mus,eo Arqueológico de Toledo hace
cincueinta años. De ellos 17, no todos entJeros, se hall.aron en 1781, en la Vega, junto a
donde se- dice estuvo la basíHca de Santa Leocadia (Cristo de la V1ega), con motivo de
unas excavaciones reaUzaidas en ese lugfü. Otro pro.cede del castillo de San Servando
(Monumentos Arquitectóniéos de España, Toledo, por Roidl"igo Amador de los Ríos, pip. 119-
123}. Amador de los Ríos ignoró 'SU destino.
(46) P. Ricard, Pour comprendre l'art musulman dans l'Afrique du Nord et en Espagne,
pp. 216-217.
(47) Lévi~Provenc;al, lnscriptions arabes d',Espagne, pp. XXIV-XXV.

245
al siglo XI, cuyo campo epigráfico suele estar recuadrado por el fondo
rehundido, carecen de decoración. Su mayor dimensión no excede del
metro; el ancho alrededor de los 50 centímetros, mientras el grueso varía
de 6 a 1O. A partir de los primeros años del siglo XII comienza a adornarse
su frente con un arco ciego, decorativo, de poco relieve, que alguna vez
aparenta descansar sobre columnas, con impostas de nacela casi siem-
pre. En algunos casos parece ser representación simbólica de un mi~rab.
Una faja epigráfica rebordea el frente, excepto por la parte inferior, en-
cerrando el arco a modo de alfiz. Decoración de ataurique rellena las al-
banegas de casi todas (la losa de arco más antigua luce en ellas veneras)
y los triángulos que que.dan entre la cenefa de recuadro y los arranques
del arco. La clave ostenta también en la mayoría un motivo floral. Algunas
de estas estelas tienen un friso de almenillas sobre la faja superior. En
el fondo del ar·co y en una faja reptangular situada entre él y la parte ho-
rizontal del alfiz o recuadro, se de~arrolla la inscripción fúnebre (48).
Las dos estelas de arco más viejas de que hay noticia son cordobesas:
una de una princesa almorávide, muerta en 496/1103 (49) y la otra de
un «Sir el almorávide», fallecido en 517 /1123 (50). La gran mayoría de
las restantes procede de los cementerios de Almería. La de fecha más
remota es del año 519/ 1125 y la más moderna del 540/ 1145. La con-
quista de la ciudad por los cristianos, dos años despué$, concluyó con su
empleo.
En otros lugares de dominio islámico se encuentran ejemplares esporádi-
cos hasta fecha avanzada. Una hay en el Museo Arqueológico Nacional,
procedente de Villa del Rfo (Badajoz), de un visir lbrahlm, fallecido en
547 /1152 (51). El Museo Arqueológico de Murcia posee otra estela mar-
mórea de arco, de una dama fallecida en 557/1162 (52).
De Murcia procede la losa sepulcral, incompleta, de un qa'id de lbd Mar-
danls, fechada en 5'66/1171, hoy en el Museo Arqueológico Nacional (53).
Forman su amo hojas con el extremo retorcido en forma de gancho,

(48) Columnas decorativas aparentan apear los arcos en una estela cordobesa de
496/1103, en la de Mértola y en la de Granada de 742/1342.
(49) Lévi~P:ro:ven9al, lnscriptions arabes d'Espagne, n.º 24, pp. 30-31. En el Instituto de
Valenc:ia de Don Juan se conserva la parte inferior de una estefa, losa de mármol que
tal vez tuvo dos arcos gemelos de.corativos, cuya columnilla central, helicoidal, parece
distinguirse en el fragmento subs1istente. Es de persona fallecida e,n el año 320 / 932 (Lé-
vi-Provenc;al, lnscriptions arabes d'Espagne, n.º 112, p. 104, lám. XXV).
(50) füidem, n.º 27, pp. 32-34.
(51) füidem, in.º 47, pp. 58-59.
(52) lbidem, n.º 102, p.p. 98-99, lám. XXIV, a. T1iene 61 x 50 x 6 centímetros.
(53) lbidem, n.º 103, pp. 99-100, lámina XXIV b.

246
dibujando el intradós múltiples curvas cóncavas. En Lorca aparecieron los
fragmentos de otras dos de mármol, con arcos ciegos asimismo, sin nom-
bre ni fecha, una conservada en el Ayuntamiento de esa ciudad y en co-
lección particular ,de Madrid la otra (54). El Museo de Córdoba posee el
epitafio de un sayj almohade, cuya muerte ocurrió en 587/1191, con dos
arcos gemelos de herradura aguda y epígrafe de letra cursiva (55).
En las tres de fecha más avanzada de la serie, el arco es festoneado. Son:
una incompl·eta, sin data, de mármol, procedente de Mértola (Portugal),
en el Museo de Evora (56); otra, de Jaén, que posee el Museo Arqueo-
lógico de Córdoba, fechada en 661/1263 (57) y una de Granada, en el
Instituto de Valencia de Don Juan, de persona muerta en 742/1342 (58).
Entre las 78 estelas epigráficas o fragmentos publicados de Túnez y sus
contornos, tan sólo hay una de arco, rectangular, de mármol, de un mu-
sulmán fallecido en 542/1147 (59). Estelas rectangulares con arco, a veces
sóbre columnas, guarda el Museo de Arte musulmán de El Cairo (60).

(54) Rodrigo Amador de los Ríos, Epigrafía arábiga, Fragmento de lápida sepulcral
descubierta en lorca (Murcia), pp. 129-13·1, y Fragmento de la lápida sepulcral existente
en Lorca (Murcia), 1900, pp. 108-111; Lévi-Proven9al, lnscriptions arabes d'Espagne, nú-
meros 105-106, pp. 100-101.
(55) Lévi-Proven9al, lnscriptions arabes d'Espagne, núm. 28, pp. 34-35, láminas IX c.
(56) De mármol, de 49 por 35 centímetros (Ro:driigo Amador de los Ríos y Villalta,
Memoria acerca de algunas inscripciones arábigas· de España y Portugal, pp. 271-274;
A. R. Nykl, Algunas inscripciones árabes d_~(· Portugal, V, pp. 399-401).
(57) Lévi-Proven9al, lnscriptions arabes d'Espagne, n.º 158, 'P'P· 139-142, láms. XXXIV
y XXXV.
(58) lbidem, n.º 168, pp. 154-155, lám. XXXIX a. En la colección de inscripciones ára-
bes de España de la Hispanic Society of America, hay sie1e ·estelas o fragrne·nrt:os, de1 már-
mol, con arco decorativo, hallada sen Alrnerfra. Tan sólo una, de 93 x 47 centímetros, está
compl eta; otra lleva almenillas. Dos tienen fe.cha: los años, respectivamente, 510/1116
1

y 525/1131: (Caske I, Arabic lnscriptions in the Collection of the Hispanic Society of


1

America, núms. XVI, XVII, XIX, XX, XXI, XXU y XXIII, pp. 11-13, 15-19, láms. XVI-XXIII. De
Baza (Granada), procede una estela de caliza nurnmulítica, de 69 por 41 centímetros, con
inscripción cursiva, sin nombre ñi fecha, dentro de un arco ciego ligeramente agudo.
Figura en las colecciones del Museo Arqueológico Nacional (Lévi ..Prnven9al, lnscriptions
arabes d'Espagne, n.º 170, p. 156).
(59) Estela rectangular de mármol, de 79 por 31 por 8,5 centímetros, con arco deco-
rativo de herradura aguda (Slirnane-Mostafa Zbiss, Corpus des inscriptions arabes de
Tunisie, pp. 78-79 y' lám. XXXIX).
(60) J. Bourillo/ y E. Laoust, Steles funéraires marocaines, 1p. 69 y lám. XXVII. En ios
cernent·erios marroquíes abundan las losas o estelas tabulares con uno o dos arcos ge-
melos, ciegos. Mrne. Sourdel-Thomine ha publicado en fe.cha reciente varias estelas del
Afganistán con ·arcos Giegos festoneados, de la se·gunda mitad del siglo XII y comienzos
de,I XIII, lo que da idea de la extensión -alcanzada por esa forma en ·~! mundo, islámico
(Janine Sourdel-Thornine, Steles arabes de Bust [Afghanistan], pp. 285~288).

247
Es verosímil que su moda llegara a la Almería almorávide del Oriente
mediterráneo y que desde esa ciudad se propagase por el resto de Al-
Andalus. Las almerienses son de gran perfección caligráfica y excelente
arte. Mejor que darles el nombre de esa ciudad parece llamarlas almo-
rávides por ser la época de su dominación en la Península en la que s.e
labra el mayor número.

Mqabriyas.
El mayor número de mqabriyas españolas procede 'de los cementerios
de Alrnería (61). Son de mármol blanco de Macael. Bajo tierra, in situ,
se encontró alguna hace más de un siglo. La describen, con escasa
precisión, descansando sobre un macizo ·de mampostería y planta rectan-
gular, formado por varias gradas ~hasta cuatro- al ·que apeaban otros
tantos muretes de idéntica fábrica (62). Caracterizan a estas mqabriyas
almerienses la poca altura de su' plinto, o base prismática rectangular, la-
brada en la misma pieza, sobre la que descansa la estela de sección
triangular. La inscripción se desarrolla en las dos caras largas trapezoi-
dales, ataludadas; las laterales, triangulares y también inclinadas, unas
veces tienen epígrafes y otras decoración vegetal. Es raro el caso de que
haya inscripción u ornato en los bordes del pi into. Su altura varía de 1O
a 22 centímetros; su longitud, ,de 93 a 166; el ancho, de 15 a 22. Algunas
ostentan decoración vegetal entre las letras cúficas.
En estas mqabriyas almerienses figuran epitafios de gentes fallecidas en-
tre los años 452/1060 y 541/1147, el último en el que .la ciudad fue
conquistada por Alfonso VII. De la misma proceden sin duda dos fragmen-
tos conservados en el museo Fabre de la Sociedad Arqueológica de
Montpellier (Franci·a), probable trofeo llevado por los catalanes que cola·
boraron en la conquista de Alrnería en la fecha citada. Son de mármol y
carecen de data (63).
A la serie de las almerienses pertenece una mqabriya de mármol, con-
servada en Málaga, de una Maryam, fallecida en 618/1221, con inscrip-

(61) Lévi~Proveirn;:al, en sus lnscl'liptions arabes d'Espagne enumera catorce mqabriyas


o fragmentos de ellas; Caskel, en Arabic lnscriptions in ... the Hispanfo Society of Ame·
rica, dieciséis. Veínticuatro de eillas proceden de Alrnería.
· (62) Amador de los Ríos, Memoria acerca de algunas inscripciones arábigas de Es-
paña y Portugal, p¡p. 171-172; «Nota sobre la colección Medina» (manuscrita, en el Instituto
de Valencia de Don Juan). La descripción de la sepultura la hizo un antiguo albañil en
1844. Se encontmron lápidas planas e,n los costados de alguna.
(63) J. Jomier, Documents et notules, 1, Deux fragments de steles prismatiques con·
servés a Montpellier, pp. 212-213).

248
c1on cúfica y decoración vegetal típicamente almohade (64). En la mism a
ciudad han aparecido mqabriyas cerámicas, sin inscripción: «Un prisma
(sic) triangular, asentado sobre una base rectangular, de arcilla cocida y
vidriada de verde» (65). De mármol, y también anepígrafas, existen varias
en el Museo de la Alhambra de Granada (66) . Una con inscripción cursiva,
·del mismo material y también del tipo de las almerienses, hay en el Ins-
tituto de Val·encia de Don Juan, de Madrid . Procede de Niebla (Huelva) y
lleva la fecha de 729/ 1328-1329 (67).

La moda de la estela en forma de mqabriya, que en Almería, según vimos.


no desterró la de sepultura con dos estelas rectangulares, difundióse
por Levante, según se dijo. Se han encontrado ejemplares en Cartage-
na (68), Murcia y Vinaroz (Castellón). Dos de mármo l guarda el Museo Ar-
queológico ·de Murcia (69). La de Vinaroz, con inscripción de letras cur-
sivas, de relieve, como de costumbre, perteneció a la sepultura de persona
fallecida en 639/ 1241; está en el Museo del Colegio de Santo Domingo de
Orihuela (Alicante) (70).

Al oriente de Palma de Mallorca, en las inme.diaciones de la capilla del


Temple, en la Almudayna de Gómera y cerca de la bab al-Bala~ . se encon-
traron, al desmontar el terreno en 1881 o 1882 , varios fragmentos de
mqabriyas de piedra caliza blanca del país, llamada de Santanyí. A dife-
rencia de las almerienses tienen un alto plinto , por cuyas caras se extienden

(64) L a mitad de está mqiibriya está en el Mus•eo de la Alcazaba de Málaga; el resto,


en e·I Provinc ial de Bell as Artes (Ocaña Jiménez, Una «mqiibriya» almohade malagueña
del año 1221 J. C. y Nuevos datos sobre la «mqiibriyau almohade malagueña del año
1221 J. c., pp. 224-230 y 445-446).
(65) Guillén Robles, Málaga musulmana, p . 538.
(66) Una pequeña hallada entre el Parta! y la torre derl Peinador de la Rei na; dos,
aprovechadas, estaban en el altar del, M e~uar . Del Generalife procede otra t ambién ·incom-
pleta . Todas carec·en de in scripc·iones y ardornos .
(67) Lév i-Provenc;:al, lnscriptions arabes . d'Espagne, n.º 146, ¡p. 131. Equi voca damen1:e
figura en esta obra. como procede nte de M ine ría. .
(68) Am ador de los Ríos d escribe y pub'i¡.ca la. fotografía de un fragmento de mqiibriya,
conserva.do en el Gabineue de la Sociedad Económica de Ami.gos de·I País, de Cartagena .
Es de mármol blanco y tieíl'e un alto plinto moldurado, como ·las tunecinas. La inscripción,
1in.completa , es de letras cúfic as. Su e.ditor di·ce leerse la f.ec ha 582 / 1184-1185 (España,
sus monumentos y artes, su naturaleza e historia, Murcia y Albacete, por Rodrigo Amaidlor
de los Río s, pp. 55 j_555}.
(69) Un a de ellas se enco ntró ern el subsu el o de la oatedral de Murcia en la segund a
mitad del siglo XIX ; la otra , mayor, hallós e en 1936 o 1937 en la ca ll e de Madre de Di os
(Jorge Aragoneses, Museo Arqueológico de Murcia, pp. 75-76) .
(70) Tiene 120 centímetros de lon g1itu•d por 30 die ancho e1n el pli nto y 15 de altura:
Geogrnfía General del Reino de Valencia, Provincia de Castellón, p or Carlos SarthoÚ Ca-
rreres; Lév i-Provenc;:al, lnscriptions arabes d'Espagne, n.º 89, p. 88.

249
las inscripciones, además de por las ataludadas. La epigrafía es cúfica
floral.

En uno de los fragmentos, las letras son cúficas en las caras inclinadas,
pero por las verticales corre otra inscripción cursiva entre ataurique. En
éste y en algunos otros, una doble cinta entrelazada recuadra los letreros.
Su epigrafía es muy bella y la talla de excelente arte. Carecen de fecha.
Se ·labrarían en el período en que 'los Banü Ganiya dominaron la isla
(525-599/1131-1202), probablemente en la segunda mitad del siglo XII, a
juzgar por la inscripción cursiva y algunas otras características (71). Su
mayor semejanza es con las mqabriyas del oriente de Berbería.

En Palma asimismo, en las afueras de bab al-Ku~I, aparecieron varios frag·


mentos de estelas sepulcrales, también bajas y alargadas, pero de sección
de arco de herradura agudo, en vez de la corriente triangular. Descansan
sobre un plinto sogueado. Otra igual se encontró ent(e los fragmentos
descritos de mqabriyas, en 1881-1882, al abrir los cimientos para el asilo
del Temple (72). No es forma insólita en los cementerios del resto del
mundo islámico (73).

La mqabriya sobre gradas abunda en los morabitos norteafricanos (74}


y en lfrTqiya, con fechas comprendidas ent.re 471/1071 y 589/ 1193 (75),
en donde son muy estrechas y tienen altos plintos, las más viejas
con fajas ornamentadas; de profusa molduración las posteriores. En cambio,
en las de la Berbería central su plinto tiene caras lisas cubiertas de ins-
cripciones. En la Oal'a de los Banü Hammad (Argelia) se encontraron

(71) Rodrigo Amador de los Ríos, Epigrafía arábiga, Monumentos sepulcrales de Pal-
ma de Mallorca. El cementerio real de la Almudayna de Gómera, pp. 357-380; Lévi-Pro-
venc;-al, lnscriptions arabes d'Espagne, p. 89 y lám. XXI.
(72) Bab al-Kofol (Puerta de Santa Margarita). Antecedentes relativos a la Puerta de
Santa Margarita ide la Ciudad de Palma, ·remitidos a ria Real Academia de Bellas Artes de
San Fernando por la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos (Palma 1908),
pp. 19, 61, 77 y 121 y láms VII y VIII.
(73) Procederán de otras semicilíndricas, alargadas, descansando sobre plinto rec-
tangular, frecuentes en los cementerios romanos (Pierre Paris, Georges Bo.nsor ... , Fouilles
de Belo, 11, La nécropole, p. 69 y lám. XI).
(74) Bourilly y Laoust, Steles funéraires marocaines, p. 5.
(75) La mayoría de las tunecinas son de los últimos diez años del siglo XI y de la
primera mitad de XM. Gerca de cuarenta con inscr·ipció.n cataloga Slimane-Mostafa Zbiss
en su Corpus des inscriptions arabes de Tunisie. La altura vfüía de 1O a 34 centímetros
y de 87 a 182 su longtud. También se ven en los cementerios de Bugía (Argelia) y dos
incompletas guarda ·el Museo Arqueológico de la mi·sma ciudad. Son de mármol y tienen
insc~irpciones cursivas entre abundante ~rnato vegetal y alto plinto, muy moldurado, con
sogueados. Carecen de fecha y nombre (General L. de Beylié, La Kalaa des Beni-Hammad,
pp. 108-109, figs. 2-3 y lám. XXIX).

250
varias, una de ellas de un 'Isa, fallecido en 525/ 1130 (76). Al Museo Etépha-
ne Gsell, de Argel, fueron a parar seis mqabriyas, algunas muy mutiladas,
de las aparecidas en la Oal'a, de los años 488/1095 y 535/1143 (77).
Más a Occidente, en Marruecos, no tengo noticia de ninguna ante-
rior a fines del siglo XIII (78). Su uso parece haberse difundido en la
época marTnT. Abundan mucho en los cementerios de Fez, sobre todo las
anepígrafas (79). En el real de Chella hay cinco mqabriyas de mármol,
·del año 750/ 1349 la más vieja fechada; del 776/ 1374 la más reciente (80).
Muy conocidas son las de los príncipes sa'dTes, en su mausoleo de
Marrakus, del siglo XVI, cubiertas de profusa decoración. Cítase una en
Ceuta de fines del siglo XVII (81). En Marruecos no se usan actualmente.
Las hay también en Sicilia (82), y el Museo de Malta conserva abundantes
ejemplares de mármol. Sería interesante hacer un estudio descriptivo y
cronológico de las existencias, revelador tal vez de las vías de su difusión.

Se ha dicho que la forma de estas mqabriyas recuerda e·I montón de tierra,


el pequeño túmulo que señalaba las sepulturas en civilizaciones primitivas.
Pero su antecedente parece más próximo: muchas tumbas romanas, pa-
ganas y cristianas (cementerio de Tirngad (Argelia) por ejemplo), repar-

(76) Está en el Museo de lreme1cén. Las dos que en él se conservan tienen plinto
elevado, con alguna deco11ación (G. Man;:ais, Album de pierre, platre et bois sculptées,
pp. 41-43 y lám. 111 ter.).
(77) G. Man;:ais, Le Musée Stéphane Gsell, Musée des Antiquités et d'Art Musul-
man d'Alger, L'Art musulman, p. 55, y Sur deux steles funéraires hammadites du Musée
Stéphane Gsell, pp. 171-178. Once fragmentos de mqabriyas de· las encontradas en
la Oal'a id.e J.os Banü Hammad, en las excavaciones Blanc!het, posee el Museo de Constan·
tina (Beylié, La Kalaa des Beni~Hammad, p. 89).
(78) 1Ref.iere lbn Jaldün que Abü Yusuf, desde Algeciras, mandó a su hijo Abü
Ya'qüb, a fines de 684/1285, erig.iese monumentos y asnima de mármol sobre ellos en
l as tumbas de su paidre 'Abd al-Haqq y de su herimano Idrfo. Esa ipa'labra asnima parece
1

designar a las que llamamos mqabriyas (Henri Basset y Lévi-Provenc;:al, Chella, une
nécropole mérinide, p. 11).
1

(79) A. Bel, lnscriptions arabes de Fes, p. 13, n (2).


(80) Estas mqabriyas son de mármol. La de mayores dimensiones tiene 2,165 m. de
longitud, 35 centímetros de an cho en la base y 27,5 de altur,a. La l etra es cursiva y e'l
1 1

epígrafe, de relieve, se extiende por los lados largos de la parte superior ataludada.
Bajo ésta hay una serie de molduras escalonadas, una de e.Jlas sogueada, descansando
sobre un plinto, cuyas caras verticales están cubiertas de ornarnentaoión, a base de
arquillos lobulados en las dos más ricas. En el mismo lugar hay también varias mqabriyas
lisas, sin epígrafe ni ornato (Basset y LéVli4Provenc;:al, Chella, pp. 34-38 y 130-135 y
láms. 1~11).
(81) Tanger et sa zone, en Villes et Tribus du Maroc, pp. 450-451 y lám.
(82) Referencias a mqabriyas sicilianas en la obra de M. Amari, que no he po:dido
ver, Le epigrafi arabiche di Sicilia trascritte, tradotte e illustráte, parte 11: lscrizioni
sepolcrali.

251
tidas por todo el Imperio, formadas por dos filas de tegulae inclinadas,
en sentido contrario, apoyadas por parejas, formando lomo, cerradas por
otra en cada uno de sus extremos y a veces cubierta su arista de encuen-
tro por imbrices en función de tapajuntas. Solían des·cansar sobre un ma-
cizo de fábrica de uno o más escalones. En España, entre otros muchos
·lugares, se han encontrado sepulturas semejantes en las ruinas de Belo
(Cádiz) (83) y en Tarragona (84).

Cipos cilíndricos o fustes (85).

La estela cilíndrica está limitada casi ex!Clusivamente en España a Toledo


y su región. De las treinta inventariadas por Lévi-Provenc;al como de esa
ciudad y sus contornos, diecinueve son cipos epigráficos, con ·letras
cúficas de relieve en campos rectangulares situados en su parte alta, a
1

los que a veces recuadra otro epígrafe o un sencillo ornato (,trenzado).


A ellos hay que agregar otros dos, aparecidos con posterioridad a la pu-
blicación de esa obra (86). Colocábanse, como se dijo, hincados a la
cabecera de la tumba, dentro de un rectángulo de ladrillos clavados en
tierra, de canto.

La estela cilíndrica más vieja subsistente es del año 391/1001 y está


en la iglesia de San Andrés ·de Toledo, aprovechada como fuste de una
columna de apeo de un arco mudéjar (87). Casi todas son de gentes fa.

(83) R. Thouvenot, Essai sur la province romaine de Bétique, p. 547; les monumenrts
antiques de l'Algérie, por Stéphane GseH, p. 42.
(84) En e l oernenterio romano-cristiano de Tarragona se encontraron 1.64 sepulturas
1

de tegulae dispuestas formando 'lomo o doble vetiien't)e. Claro que estaban bajo tierra,
como las análogas del cementerio de Tiimg,ad que se reproduce (Excavaciones en la
necrópolis romano-cristiana de Tarragona, Memoria 11edaictada por el Dele.gado Director
don Juan Se·rra Vilaró, pp. 15-17).
(85) Lé~i.,,P.rovern;al, lnscriptions arabes d'Espagne, p. XXIV.
(86) Lé'V!i~Prov.ern;al, lnscriptions arabes d'Espagne, números 52, 54~56, 59, 62-68, 72,
74, 75, 77, 79, 80 y 83, pp. 63-65, 67-68, 70-7(1y180. Los \Jos Just.es seipulcrales no induid/os
1

en e·I Corpus anterior apare:oieron en la Vega de Toledo en 1931. En uno figura el epitafio
de un tal libn Muhriz, .fallecido en 451/1059; 1el ·otro, de fong.itud excepcional -2,35 me-
tros-, es del jurista lhn Maslama, muerto en 467 /1074 (Lévi-Provenc;:al, Deux nouvelles
inscriptions arabes de Tolede, pp. 147-149). Amador de los Ríos registra ntros dos fustes
con epígraf.es sepulcralen, uno en el torreón llamado Baño de la Cava y el otro en Ja
casa número 2 de la plazuel·a de los Mol·inos de San Sebastián, a orillas del Tajo
(Amador· de los Ríos, Memoria acerca de algunas inscripciones arábigas de España y
Portugal, pip. 120, 231 y 232) .-tas estelas arábigas de Toledo en forma de losa son
tan sólo cinco: tres de los años 370/981, 401/1010 ·y 441/1049, y mozárabes las dos
restantes, con epígrafe en árabe y en .latín (Lévi. . Provenc;:al, lnscriptions arabes d'Espagne,
números 51, 53, 61, 81 ·Y 82, pp. 62-63, 64, 69-70 y 78..i79).
(87) Lévi-Proveinc;:al, lnscriptions arabes d'Espagne, núm. 52, p. 63.

252
llecidas en el siglo XI, en 4 64/1074 la de fecha más ,reciente. Hay otra,
1

mudéjar y muy tardía, con epígrafe cursivo, de una Zahra muerta en 660/
12 61-1262 (88). De las que se conoce su procedencia, todas se hallaron
1

en las afueras de la Puerta de Bisagra, en la amplia parte de la Vega com-


prendida entre las márgenes del Tajo y la ermita del Cristo de fa Vega y
el prado de San Isidoro. Un cipo funerario se encontró en Esquivias y otro
en Guadalerzas, prueba de su difusión por la comarca.
Casi todos ,estos fustes sepulcrales son de mármol del país, pero también
se labraron ·en caliza y arenisca. Algunos tienen un ensanchamiento, a
modo de collarino, en su parte superior. La altura varía desde 56 .centí-
metros hasta 1,45 metros y el diámetro desde 16 hasta 45 de aquéllos.
A fos fragmentos de mqabriyas de Mallorca antes descritos, acompaña un
trozo de fuste de columna de mánmol gris, de procedencia desconocida,
con una inscripción cursiva incompleta y confusa dentro de un rectán-
gulo (89).
El cipo cilíndrico no es estela característica de la Península. Abunda en
los cementerios islámicos de fuera de ella. En los de Túnez, Bizerta y
Constantina suele estar coronado por un turbante. Tres sepulcrales de
mármol blanco, con epígrafe, dos del año 428/1037, de procedencia des-
conocida, hay en el Museo de Argel (90).

Cerámica sepulcral.

Ya se dijo cómo era frecuente sustituir los bordillos de piedra que cerca-
ban el rectángulo de cada sepultura por ladrillos clavados en tierra por sus
cantos. En Toledo solían ser de barro sin vidriar, con inscripciones alcorá-
nicas en letras cúficas de relieve. Pero en otros ,lugares, como Málaga,
Granada y Murcia, se vidriaba en blanco la mitad superior del ladrillo, ex-
cepto sus costados, ya que la inferior y éstos quedaban ocultos, y sobre
el esmalte blanco extendíase una ornamentación azul a base de fajas con
epígrafes cursivos, eulogias -muy freouentemente la palabra al-'afiya
(fa salud, la paz), repetida varias veces (91 ) - y en el canto superior
roleos de atauriques y dibujos geométricos, casi siempre en zigzag. Al-

(88) lbidem, núm. 83, p. 80.


(89) Amador de los Ríos, El cementeriio real de la Almudayna de Gómera (Bol. de
la Soc. Arqueo!. luliana, V I, pp. 379-380).
1

(90) G. Mar9ais, Le Musée Stephane Gsell, L'art musulman, p. 55.


(91) G. J. de Osma, Los letreros ornamentales en la cerámica morisca del siglo XV,
pp. 473-483.

253
gunos de los ladrillos tienen mortaja en su extr,emo, sin duda para encajar
con el inmediato y formar esquina (92) ..
Aunque son muy escasas las estelas cerámicas subsistentes, abundarían
en ciudades de gran industria alfarera, como Málaga, Granada y Murcia.
Las conservadas son de escaso tamaño, del tipo llamado discoidal, con
dos orejas divergentes. Estelas discoidales se encuentran en muchos pue-
blos y en civilizaciones muy remotas. Sobre su origen y significación se
han escrito bastantes páginas y emitido variadas hipótesis (93).
Las hispanomusulmanas son placas de barro, que se hincaban verticalmen-
te en la cabecero ·de la tumba -ignoramos si otra de menos importancia '
la acompañaría a los pies, como es probable- con una parte inferior rec-
tangular, sin vidrio, que quedaba oculta, y sobre ella un disco en forma de·
almendra, con dos orejas diverg~ntes, como se dijo, que era la vidriada.
La ornamentación se extendía por una o las dos caras y los cantos, según
los casos.
De loza dorada es una procedente de Huelva, en cuyo frente figura una
inscripción, en letra cursiva, epígrafe sepulcral del joven estudiante al-va-
balT, fallecido en 811 /1409. Cubre el frente posterior decoración de atau-
rique en torno a un motivo central, también vegetal (94). En el Museo Ar-
queológico Nacional de Madrid hay otro ejemplar de estela discoidal, de loza
dorada, que antes estuvo en la colección de don Antonio Vives, hallado en
Málaga. Sus ornatos y epigrafía, religiosa al parecer, están casi borrados.
De Granada proceden otras dos conservadas en el Instituto de Valencia de
Don Juan, de Madrid, con ornamentación azul. En el anverso de una de
ellas, de 27 centímetros de altura, se r,epite, como único tema, la palabra

(92) En Córdoba hay ladrillos sepulcrnles con inscriipoiones en e:l canto y en las
caras. En el Instituto de Valenoia de Don Juan, de Madrid, se oons,ervan dos enteros y
varios fragmentos de lad11illos sepulcrales vidríados, procedentes de Aindalucfa. Las dimen-
siones medias de los primeros son 2H x 14 x 5,5 centímetros; la altura de la faja superior,
vid11iaida, es de unos 7. En las excavaciones rnaHzadas en Oarl'a de los Banü Hammad
hace algunos años se encontraron ladrillos planos, de 27 x 18 x 3,5 a 4 centímetros,
con tres cuartas partes de su suiperficiie cubie11ta de esmalte vierde. Sin duda tendrían
análogo de,stino seprUlcral ·que los españo,les (BeryJ.ié, La Kalaa des Beni Hammad, p. 57
y figura 31; G. Man;ais, 1, Les poteries et .faiences de la Qail'a des Beni Hammad (XI sie·
ele), p. 1O).
(93) E. Frnnkowski, Estelas discoideas de la Península Ibérica. Abundan en los cernen-
terios norte-africanos.
(94) La este'la apa11eició, con otros restos cerámi cos, en una casa liindante con el
1

convento de Agustínas c;le Huelva, bajo la cual debi·ó die haber una necrópot.is islámica
(Eduar.do Díaz, Hcrba, ciudad de Tartesos, en Vell i Nou, vol. 11) En Manises y Val1enoia
también se han encontrado estefas y epitaf:ios cerámicos (Cerámica del levante español,
Siglos medievales, por Manuel Gonzál,ez Martí, tomo H, pp. 206-212).

254
al-'afiya en varias líneas. Adornan los cantos roleos de ataurique. De la
otra tan sólo subsiste 'la parte superior, por la que se exUende decoración
vegetal, también azul (95). Ya se dijo ·Cómo en Málaga habían aparecido
mqabriyas de barro vidriado, de color verde, sin letrero ni decoración.

la epigrafía funeraria.
La literatura grabada en las estelas de los cementerios islámicos de Es-
paña suele reducirse a frases hechas independientes del lugar y de la
época, fórmulas ;piadosas repetidas y citas alcoránicas sin la bella y ele-
gante concisión ni el cálido sentimiento humano de algunos epitafios ro-
manos. Los textos funerarios suelen reducirse al nombre, filiación y títulos
de los sepultados, gentes de muy varia condición social; la fecha de su
muerte; con menos frecuencia la de su nacimiento o edad alcanzada; pro-
1

fesión de fe, versículos del Alcorán e invocaciones religiosas. Estos epita-


fios, de tradición oriental, repiten sus fórmulas con abrumadora mohptonía.
Varían fos' granadinos nazaríes, por su inusitado lujo verbal y su prosa ri-
mada (96).
Algunas gentes se hacían esculpir en vida su epitafio, al que bastaba agregar
luego la fecha del fallecimiento. Otros invitaban a los que los leyesen a
invocar a Dios en favor del allí sepultado. 'Ali b . .Abl va'far Ibn Hamusko
mandó grabar sobre su tumba, en Segura (Jaén), los siguientes versos:

No deseo la perennidad de mi seipulcrn, ya que mi cueripo, en él encerrado, no puiede


alcanzarla.
Pero espero que el que pase junto a mi tumba s·e dignará detJeners·e, pues me bene-
fi.0iará su invocación en mi favor.
Po·r el sendero que conduce a la muerte caminan todos los vivos, 'Con la segur:idad de
a'lcanzar un día su aniquilami·ento (97).

En una mqabriya almeriense llevada a Montpellier, a la que antes se aludió,


figura un pequeño poema fúnebre (maf1iyya) en elogio del difunto.
1

La letra de la mayoría de estas este las es cúfica angular de relieve. Evo-


luciona con más lentitud que fa semejante oriental (98). El más antiguo
epitafio con ins cripción cursiva se encuentra en una losa con arcos ciego3
1

de un sayj almohade, fallecido en 587/1191, conservada en el Museo


Arqueológico de Cór.doba (99). El epígrafe, en el interior de los dos arco:.;

(95) · José Ferrandis Torres, Estelas cerámicas, pip. 179-180, láms. 14, 15 y 16.
(96) · LéviJPrnvern;al, lnscriptions arabes d'Espagne, pp. XX-XXV.
(97) Lévi~PrQl\/en<;:al, La Péninsule lbérique, texto, p. 105; trad., p. 129.
(98) Lévi•Proven9al, lnscriptions arabes d'Espagne, pp. XXViHl-XXXVI.
(99) lbidem, n.º 28, pp. 34-35. Se,gún Lévi~Proven9al, la escri,tura cursiva aparece en
Berbería a fines del siglo V h. (1010-1107). En lfriqiya hay alguna mqabriya del año 490/

255
de herradura aguda, es de letras cúficas, pero le rebordea una faja con
inscripción cursiva torpe y mal trazada. En un fragmento de mq.abriya
de Mallorca, sin fecha ni nombre del sepultado, figuran también los dos
tipos de escritura.
Totalmente cursivos, y de no más perfecta traza que los de 'la de Cór-
doba, son los epígrafes de una estela de Mértola (Portugal), con epitafio
de un individuo muerto en 598/ 1201 ( 100) y de una mqabriiya pro-
cedente de Vinar.oz, hoy ,en Orihuela, de otro fallecido en 639/1241 (101).
No son mejores el dibujo y la traza de la inscripción cursiva de la estela
de Jaén, de 661/1263, en el Museo Arqueológico de Córdoba (102).

la vida en torno a las tumbas ( 103).

Ni tan mezclados con la vida urbana como los cristianos hasta los co·
mienzos del sig'lo pasado, ni tan apartados de ella como los actuales.
-la civilización moderna huye de los muertos, los aleja y frecuenta lo
menos posibles (104)-, los cementerios islámicos, situados extramuros
y junto a las puertas de la ciudad, quedaban integrados en su flujo y
reflujo cotidiano. El recuerdo de los desaparecidos permanecía siempre
presente entre sus familiares y amigos.
Esa situación de fos cementerios era un obstáculo para el desarrollo de la
ciudad y la formación de arrabales exteriores inmediatos. A veces su cre-
cimiento desbordaba los límites de los fonsarios y alteraba el reposo de
sus pobladores. !En la Sevilla almorávide de hacia 1100, por ejemplo, en

1096, con inscriipciones cúfica y cursiva florida, a la ¡par; cursiva fa tienen otras de 499/1105,
510/1116, 5'15/1121, etc. (Slimane-Mostafa Zbi,ss, lnscriptions de Tunis et de sa banlieu,
números 14, 21, 22, 37, 40, etc., pp. 54-55, 58-60, 68-69,, eitc.).
(100} Amador de los Ríos, Memoria acerca de algunas inscripciones arábigas de
España y Portugal, pp. 15 y 263-265. Otra lápida de la primera mitad del siglo XIII, con
inscripción cursiva, hay en Portugal, p'ero no es funeraria; conmemora l,a construcción de
·una torre .fuerte (bury} en Si-lves, en 624/1227. Está -en el Museo Arqueológico del
Infante don Enrique, en Faro (Nykl, Algunas inscripciones árabes de España y Portugal,
pp. 403-407; Lévi"Provern;a1I, L'inscription almohade de Silves, pp. 257-262).
(101} Lévi·Pmven9al, lnscriptions arabes d'Espagne, n.º 89, ¡p. 88.
(102) lbidem, n.º 158, pp. 139~142.
(103} Sobre los entierros y ceremonias fúnebres pueden verse: Julián Ribera, Cere-
monias ·fúnebres de los árabes españoles, en Disertaciones y opúsculos, 11, pp. 249-256;
Pedro Longás, Vida religiosa de los moriscos, pp. 285-294, y Lévi•Prnven9al, Histoire de
l'Esp. musulmane, 111, pp. 101 y 406-407).
(104) «¿De dónde viene este mi1edo de la muerte, que ha crecido tanto arrimado a
la ignorancia, que aun oírla nombrar no quiere al,guno, como si por e·I oído secretamente
se le entrara?», preguntaba Quevedo (La cuna y la sepultura).

256
pleno crecimiento, letrinas y cloacas descubiertas y construcci,ones pará-
sitas se habían instalado entre las tumbas, y la cercanía de los edificios
permitía curiosear indiscretamente desde sus puertas y ventanas a las
mujeres que acudían a los osarios con fines más o menos piadosos. Si
,estaban próximas las tenerías, como ocurría en la misma ciudad andaluza
en la época citada, y en algún cementerio de Fez en otras mucho más
recientes, curtido; es y pergamineros aprovechaban fas sepulturas para
extender sobre ellas sus pieles u otros productos de fa industria local.
A veces producíase el hecho contrario: en barrios despoblados- en
Almería, por ejemplo- se instalaban cementerios entre los restos de
las viviendas en ruinas. El flujo y reflujo de la ciudad alcanzaba a los fon·
sarios, invadiéndolos unas veces, instalando otras las tumbas en los sola-
res de los barrios deshabitados.

Tras el sepelio de una persona venerada, por su rango, santidad, sabidu-


ría o buenas obras, fas gentes acudían con frncuencia a su sepulcro.
Múltiples casos de estas visitas refieren los ,biógrafos hispanomusulmanes.
lbn Baskuwal cuenta que la muerte de Abü-1-'Abbas de Elvira en los
primeros años de-1 siglo XI causó gran tristeza y los cordobeses iban en
continua romería al cementerio de'I Arrabal (maqbarat al-Raba~) de esa
ciudad, donde fue enterrado, para orar y bendecirlo ( 105).

Los viernes, sobre todo después de la oración en la mezquita mayor,


los caminos que conducían a los cementerios estaban concurridos por
una muchedumbre de ambos sexos, que en ellos se mezclaban. Jóv,enes
elegantes entablaban conversación con las mujeres que iban solas, com_o
-cuentan lbn Hazm y DabbT- hizo ,el poeta al-RamadT al encontrar a
la hermosa doncella esclava Jalwa junto al mausoleo de los Banü Marwan,
en el cementerio cordobés de Arrabal ( 106).

Entre las tumbas se levantaban tiendas, ·en las que las mujeres permane
cían largo rato con el pretexto de huir de las miradas indiscretas, buen
1

incentivo para acrecentar el des,eo y el vicio de conquistadores y liber-


tinos que, en busca de buenas fortunas, acostumbraban ir a fas necrópolis
para seducir a las mujeres que las frecuentaban ( 107). Esas tiendas, en

(105) lbn Baskuwal, Sila, p. 53, citado1 por don Julián Hihera y Tarragó, Un monasterio
musulmán en Denia, p. 203.
(106) 1EI collar de la paloma, traducido por García ·Gómez, pp. 101 y 313; Dabhí,
Bugya, Bib. Arab. Hisp., 111, pp. 100-101; Lév,i.;Provern;al, Histoire de l'Espagne, 111, p. 440.
(1-07) Ibn al Muna9if (563-620/1169-1223), cadí que foe de Valencia y Mu,rcia, re-
fie11e que en al-Andalus los cementerios eran lugalies de paseo muiy freouentado-s por
hombres· y mujeres que en eHos se mezclaban; también alude a las tiendas levantadas

257
la Sevilla almorávide, sobre todo en verano, cuando a la hora de la siesta
estaban desiertos los caminos, se convertían en lupanares. Además de
los mozos, estacionados los días de fiesta en los caminos, entre la.s tum-
bas, para acechar el paso de las mu}eres, también acudían vendedores a
contemplar los rostros descubiertos de las enlutadas, relatores de cuentos
e historias, decidores de la buenaventura y músicos. Al-Jusanl copia un
relato de otro autor sobre un cadí de Córdoba que mandó hacer trizas
un instrumento musical tocado por unos esclavos en la citada maqbarat
al-Rabad ( 108). A juzgar por las censuras de un severo tratadista de
~isba como lbn 'Abdün, el abuso llegaba hasta beber vino sobre las tum-
bas (109).

En suma, los cementerios hispanomusulmanes eran escenarios en los que


rebosaba extramuros la vida, comwimida en las angosturas urbanas; la vida
humana con su mezcla eterna de espíritu religioso y santidad y la concu·
piscencias y pasiones desbocadas. Junto a la tumba «que aguarda con
sus fúnebres ramos» la carne tentaba «con sus frescos racimos» (110).

Münzer fue testigo en 1494, en fa parte nueva del gran cementerio de la


Puerta de Elvira de Granada, de una poética y bella escena, buen colofón de
estas notas sobre el fluir de la vida cotidiana en la ciudad de los muertos.
Terminado de enterrar un cadáv.er, sentáronse junto a su tumba un sacer-
dote (sic), que cantaba vuelta la cabeza hacia mediodía, mientras si ete 1

mujeres vesUdas de blanco esparcían ramos de oloroso array~n sobre


su reciente sepultura ( 111).

entre las espul.turas (M. Talibi, Ouelques données sur la vie sociale en Occident musulman
d'apres de ~isba du XV siecle, apu:d Arabica, 1, Leilden 1954, p. 303). A esas tiendas parece
referirse asimismo lbn 'Abdün e1n su tratado de ~isba, al que pertenecen todas las refo-
rencias que figuran en estas páginas sobre la Se,villa almorávide (Lévi-Provern;:al y
García Gómez, Sevilla a comienzos del siglo XII, El tratado de lbn 'Abdün, § 53, pp. 96-97).
(108) Ribera, Historia de los jueces de Córdoba, p. 255.
(109) tévi1..Provern;al .y García Gómez, El tratado de lbn 'Abdün, §§ 52-55, pp. 94-98.
También en la sociedad c11i·stiaina medieval de Occidente, l·as gentes celebraban fiestas y
1

dejaban ·en libertad sus pasiones más humanás sobre las tumbas. En al gunos cemente rios
1 1 1 1

se plantaban frutales, S'e1 paseaba, hasta s,e daban bailes y s·e amaba (GamHle Enlart, Mar
nuel d'Archéologie fran~aise, 1).
(110) Riubén Darío, Cantos de vida y esperanza, XiLI, p. 169.
(111) Münzer, Viaje por España y Portugal, pp. 3940. No hay .nada más aco geidor -ha
1

escrito Georges Marc;:ais refiriéndose a los nort ea:fricanos actuales- que un cementerio
1

musu'limán. Todos los vi·ernes las mujere~ van con sus hijos a visitar los difuntos de la
famili·a. Antes de partir, plantan flores cortadas sobre las sepulturas y esparcen migas
de pan o vierten en pequeños cuencos e»<'caivados en la tierra unas gotas de agua que los
pájaros aouden a beber (Tlemcen, por -G. Mair~a:i·s, p. 69).

258
los cementerios de las ciudades hispanomusulmanas.
Córdoba.-Doce cementerios principal·es cuenta Lévi-Proven9al en la Cór-
doba musulmana (112). Tal vez pudiera agregarse alguno más:
1) Maqbarat Umm Salama, así llamado con el nombre de una piadosa
princesa real, prima hermana y esposa de MuQammad 1 (113). Era uno
de los más extensos, si no el más extenso de Córdoba. Estaría en el
rabad masyid Umm Safama, al norte de la ciudad; según lbn al-Abbar, al
lado contrario de la bab al-Yahüd o bab Luyün (114), no lejos ·de·I masyid
Kawtar y cerca de un cementerio judío (115). En él se cita el masyid al-
Diyafa ( 116). Los biógrafos refieren entierros en esta necrópolis desde
432/1-040 hasta 529/1134- 1135 (117). En su recinto reposaba al-Bakrl, falle-
cido en 487/1094 (118).
2) Maqbarat l:falal. Debía de hallarse inmediato al anterior o formar parte
de él, pues se dice estar separado del cementerio judío por el camino que
arrancaba al norte de Córdoba ( 119).
3) Maqbarat lbn l:la:zim ( 120).
4) Maqbarat al-Raba~. Había en Córdoba cementerios del Arrabal, uno
antiguo ('Atiqa) ( 121), otro más reciente, llamado algunas veces raw~at
al-Sula~a' (necrópolis de los Santos) ( 122).

El antiguo -.primero, al parecer, de los islámicos cordobeses-, lo fundó


al-SamQ, llegado a España el año 100/719-720, siguiendo las instruccio-
nes del califa 'Umar b. 'Abd al-'Azlz, en un valle o ·llanura baja, al otro
lado del Guadalquivir, en terrenos que pertenecían al quinto del califa (123).

(112) lévi-P:rovem;:ail, VEspagne ... au Xe siecle, p. 209, .e Hist. de l.'Esp. musulmane,


111, ·p. 380, n. 2.
(113) lbn Hazrn, vambarat al-ansab, p. 9¡1, citado por Lévi~Pirovenc;al, Histoire de 1-Es·
pagne, 111, p. 380.
(114) lhn al~Abbar, Takmiila, n.º 1.6'20. Llamada por los cristianos puerta del Osario.
(115) lbn Baskuwal, Sila, n.º 672, p. 300, citado por Lé.vi-Provem;al, Hist. de l'Esp. mu-
sulmane, 111, p. 229.
(11"6) Takmi·la, 1, ¡p. 125; Siila, p. 299.
(117) Castejón, Córdoba califal, p. 307.
(118) Sila, biog. n.º 628.
(119) SHa, n.º 672, p. 300. La vocal·ización del nombre Halal es incierta, según Lévi-
Provenc;al.
(1.20) Sila, p. 138.
(121) Sila, pp. 118 y 173.
(122) Takmila, 1, ip. 130.
(123) lbn 'lgari, Bayan, l'I, texto, p. 25; trad., p. 35; fat~ al-Andalus, trad. Gonzále z,1

p. 28; Historia de la conquista de Españ~ de Abenalcotía el Cordobés, \,trad1. R1iblera, te~to,


pp. 12-13 y 205-207; trad., pp. 9 y 176-178.

259
Así, cuando el puente estaba roto, como ocumo en el año 439/1047),
había que llevar a enterrar fos cadáver·es en barca a .ese oementerio de
al-rabad al-qibll (124), inmediato a la mu~alla al-Rabad, con ·cuyo nombre
a veces se conocía, en el que estaban los mausoleos de los Banü Mar-
wan ( 125) y alguna capilla funeraria. En el siglo IX, el juez cordobés
al-Aswar ben 'Uqba, nombrado por 'Abd al-RaQman 11, dictó un auto o
providencia s·eña'lando los Hmites de este cementerio del Arrabal. Otro
juez, en e·I siglo siguiente, AQimad ben Baql, refiere al-Jusanl, testigo pre-
sencial del hecho, fue a caballo con los faquíes a dicha necrópolis, y proce-
dió a deslindarla con ese documento a la vista ( 126).

En la maqbarat al-Raba~ irecibieron supultura en 'los años 349/960 y 350/


961, respectivamente, YaQya ben Hasan y Hasan ben Mu~ammad, per-
tenecientes a la famHia real de los idrTsíes ( 127). En él fue enterrado el
historiador lbn Hayyan en 469/1076. Seguía en uso en el siglo siguiente.
Con motivo de la reciente construcdón de la barriada obrera de la Sagrada
Fami·lia, en el Haimado Campo de la Verdad, a la entrada del puente, en
la orilla iz·quierda del Guadalquivir, solar de l cementerio del Arrabal, se
1

han ·encontrado gran número de epitafios, fragmentos en su mayoría, y


, entre ellos varias ·lápidas de mujeres del círculo familiar de 'MuQammad 1,
de 'Abd Allah y de 'Abd al-RaQman 111 antes de proclamarse califa, con
fechas comprendidas entre los años 268/881 y 312/924 (128). Como
una parte del cementerio se hallaba en un acusado meandro del río, las
avenidas han ido llevándose las tierras de fa orilla y destruyendo las sepul-
turas ·inmediatas al cauce.
5) Maqbarat al-Ru~afa o maqbarat Furaniq. Estaría en el rabad al-Ru~afa,
al norte de fa ciudad.
6) Maqbarat lbn al-'Abbas o Bani-1-'Abbas. Llamábase también, a todo
él o a una parte, maqbarat al-Siqaya, pues éste se describe como ·inmediato
a las casas de los Banü Habll, extramuros de la Bab 'Abbas, que se abría
en el lienzo oriental de la ·cerca de la Ajarquía (129). Asimismo ha de
identificarse con la maqbarat al-Bury (-cementerio del Torreón), próximo
al arrabal de igual nombre, extendido a lo largo de la antigua calzada ro-

(124) Sila, n.º 703, p. 325.


(1 2·5) lbn Hazm, El collar de la paloma, traduci1qo .por García Gómez, p.p. 101 y 313;
1

Da!Ybi, Bugya, Bib. Arab. Hisp., 111, n.º 1.451.


(126) Ribera, Jueces de Córdoba, p. 106.
(127) Maqqari, adaJpt. Gay.angos, U, p. 14·5.
(1'28) Ocaña Jiménez, Nuevas inscripciones árabes de ·Córdoba, pp. 379-388.
(129) Ta~mila, ed. de la Miscelánea, n.º 2.029, p. 561, seg•ún cita de Lévi.,Proveni;a11,
Hist. de l'Esp. musulmane, 111, p. 380.

260
mana (al-sikka al-'azma) que salía de la madina por la puerta oriental de
'Abd al-vabbar o de Toledo ( 130). Se citan enterramientos en él en los
años 328/939 y 397/1006. A principios de 1199 fue trasladado HI cadáver
de Averroes, fallecido en Marrakus el 7 ~afar 595/10 diciembre 1198,
desde el cemenverio de la puerta de Tagazüt de esa dudad al panteón de
su familia en el de lbn 'Abbas, en Córdoba .(131).
7) Maqbarat Abi-1-'Abbas al-Wazir. A este cementerio conducía .la zuqaq
(calle) Da~im (132).
8) Maqbarat Ourays. Debía su nombre a 'Amir ibn 'Amr al-OurasT, que
lo fundó poco tiempo después de la conquista ( 133), lo mismo que .Ja
inmediata puerta -Bab'.Amir- que se abría al noroeste de la madlna cor-
dobesa, a cuya sal ida estaba ( 134). MaqqarT sitúa ese cementerio en el
arrabal al oeste de Córdoba y al sudoeste de la mezquita al-Sudda al·
Kubra, no lejos de la casa en que habitaba al-MungTr, sepultado en él
en 355/966 ( 135). Otra mezquita había en un arrabal a su saliente Ha-
mada masyid maqbarat Ourays ( 136).
En esta necrópolis fue enterrado en 303/915, Aban, hijo del imam 'Abd
Allah ( 137) y en 3·67 /977 el historiador lbn al-Oütiyya ( 138):
9) Maqbarat Oala ( 139).
1O) Maqbarat Mut'a. Debía su nombre a una concubina así llamada de
al-l:fakam 1, que costeó e·I cementerio y la construcción de la mezquita

(130) lbn Sahl, A~kam Kubra, f.º 212 v del ms. de Rabat, se·gún oita de Lévi ... Provern;al,
Hist. de l'Esp. musulmane, 111, p. 373; Takmila, p. 279.
(131) H. de Castries, Les sept patrons de Marrakeoh, p. 289.
(132) Sila, p. 246.
(133) lbn al-Abbar, Hulla, 1pp. 52-53; Ajhar maymü'a, texto, p. 63; trad., p. 67.
(134) lbn al-Abbar, al-Hulla al-Siyara, edic. Dozy, p. 52, citado por Manuel Ocaña
Jirnénez, Las puertas de la medina de Córdoba, p. 149. La Bab '.Amir, Uamada después de
la Reconquista puerta de los Galle·gos, fue mandada abrir po.r. orden de 'Abd al-Ral)man 11'1
en 303/916 (Una crónica .anónima de1 'Abd ail~Ra~man 111 al,.Na!?i~, ·edij.c., y tratd .. por\. Léiv~­
Provern;al y García Gómez, p. 120).
(135) Maqqarl, adapt. Gayangos, 11, p 468, n. 42. lbn 'lgarl, en el Bayan (11, texto,
p. 175; trad., pp. 279-280), sitúa la maqbarat die Qurays en e l arrabal (rabad). En la casa
1

núm. 13 de la calle de Rey Heredia, en Córdoba, se halló un .f.ragmento de láP'ida se:pulcrail


de un tal al-va'farl, sepultado en el cementeriio de Qurays (Ocaña J1iménez, Nuevas inscrip-
ciones árabes de Córdoba, pp. 387-388).
(136) García Gómez, El collar de la paloma, p. 133.
(137) lbn 'lgari, Bayan, 11, texto, p. 175; trad., pp. 279-280.
(138) Francisco Pons Boigues, Ensayo bio-bibliográfico, p. 85.
( 139) Vocalización inoierta, según Lévii-Provern;:al.

261
-masyid Mufa-, según recordaban todavía los cordobeses de los siglos
XI y XII (140). lgnórase si la última era la masyid Abi Liwa o al-Zaytüna,
emplazada junto al cementerio (141). Próximo estaba también un cemen-
terio de mozárabes, a fos que se prohibió a comienzos del siglo X, a con-
3ecuencia de una denuncia del almotacén, si damos crédito a una consulta
reproducida por lbn Sahl, atravesar el cementerio islámico con los carros
que llevaban los cadáveres de sus correHgionarios a enterrar en la ne-
crópolis cristiana ( 142).

11) Maqbarat Mu'ammara, cementerio costeado por Mu'ammara, concu-


bina de 'Abd al-Ra~man 11 (143). En él fue enterrado en 361/971 o en
371 /981, al-Jusanl, autor de la Historia de los jueces de Córdoba (144).
lgnórase su emplazamiento.

12) Maqbarat Naym. Lo único que se sabe es que en él había una pal-
mera (145).
13) Maqbarat Bala1 Mugi1. Mencionado por al-Jusanl ( 146). Estaría junto
al arrabal del mismo nombre, al occidente de Córdoba (147).
Sevilla.-A lbn'Abdün debemos muy curiosos datos, varios insertos en pá-
ginas anteriores, sobre los cementerios sevillanos a principios del siglo XII,
en la época almorávide. Ciudad entonces popular, no tenía necrópolis
proporcionadas al número de sus habitantes. Antes, a comienzos del reina-
do de al-Mu'tamid (461-484/1068-1091), Abu va'far lbn al-Farra' mandó
demoler por orden del go~ierno las casas y chozas que abusivamente se
habían levantado en el cementerio. Por entonces, el almotacén lbn Sihab,
el año de la gran hambre, probablemente la causada por la larga sequía ~
la que hay referencia para Badajoz en el reinado de al-Mutawakkil (473·
487 /1081-1094), mandó quitar las tinajas que había junto a la mezquita
(del barrio) de los J:'lfareros para convertir aquel sitio en cementerio. La
falta de espacio motivó más tarde que se enterrasen los cadáveres unos
sobre otros, por lo que lbn 'Abdün pedía la adquisición, a costa del Tesoro,
del terreno conocido por Faddan lbn al-Maris y otros para establecer en

(140) Síla, pp. 48 y 179; Lóvi-Prnvenc;:al, Hist. de l'Esp. musulmane, 111, p. 380.
(141) Sila, p. 351.
(142) Lévi-Provenc_;al, Hist. de !'Esp. musulmane, 111, pp. 225-226.
(143) lbidem, p. 380.
(144) Pons Boigues, Ensayo bio-bibliográfico sobre los historiadores y geógrafos ará~
higo-españoles, p. 77.
(145) Sita, pp. 27-28.
(146) Ribera, Histeria de los jueces de Córdoba, p. 74.
(147) lbn Baskuwal, Sila, según cita de Francisco Codera, Contenido de las cien pá·
ginas de la Assilah de Aben Pascual, p. 167, menciona un cementerio en Có~doba junto a:I
paseo de inv·ierno, de ignorada localización.

262
ellos necrópolis. Sin duda a consecuencia del reducido tamaño de los
cementerios respecto a la población de Sevilla, las fosas se hacían muy
angostas. El mismo autor cuenta haber visto sacar tres veces un cadáver
de la tumba por no caber en ,ella, e introducir otro a fuerza de apre-
tar (148).

No se conoce más cementerio is lámico en Sevilla que la maqbarat al-


1

. Sula~a', en el exterior de la bab Maqarana, en el que se cita un sepelio


en 610/1213 (149). En documentos de la Sevilla cristiana medieval figura
repeti.damente un osario inmediato al prado de Santa Justa, situado extra-
muros, a su nordeste, entre las puertas de Carmona y Córdoba, del que se
incautó el concejo en 1502 por orden de los Reyes Católicos. lgnórase si
ese cementerio de mudéjares lo fue antes de 'los vecinos de la Sevilla
islámica. Extraña la pobreza de la ciudad en epitafios procedentes de
ellos; tan sólo dos publica Lévi-Provenc;al, losas rectangulares de falleci-
dos en 505/ 1111 y 412/ 1022, respectivamente ( 150).

Toledo.--En la expedición del verano de 318/930, al-Na!? ir llegó al frente


de sus tropas a las inmediaciones de Toledo con la firme decisión de so-
meter definitivamente a sus siempre rebe,ld~s vecinos.; lnstalóse en el ce-
menterio inmediato a fa puerta de la ciudad, como lugar más a propósito
para combatir la antigua corte visigoda. lbn 'lg.ar'I, al que se debe la noticia,
no dice el nombre de la puerta ni del cementerio· (151). ¿Sería la septen-
trional bab s.aqra, abi.erta en la parte de la cerca no rodeada por el Tajo?
Es muy probable ( 152).

La existencia de este ingreso, abierto en el arrabal de Toledo, y la de su


cementerio extramuros, situado a su salida, consta explícitamente en el
año 400/101 O. lbn Baskuwal dice murió en esa fecha y fue enterrado en
la ~awma (parte de una ciudad o barrio) de bah saqra, en el arrabal de
Toledo, A~mad b. Mu~ammad b. Mu~ammad b. 'Ubayda al-Umaw'f, conocido
por lb Maymün ( 153). No hay noticia de ningún otro cementerio en esa
ciudad.

(148) Lévi~PrnVlern;al y García Gómez, Sevilla, §§ 52 y 149, pp. 94-95 y 148.


(149) Ibn ,al-Abbar, Takmilat al-Sila, ed. Be1l o/ Bencheneb, p. 200.
(150) Lévi~Provengal, lnseriptions arabes d'Espagne, núms. 33 y 30 bis, pp. 42 y 43-46.
(151) Ibn 'lgarT, Bayan, 11, texto, p ..218; trad., p. 336.
(152) A'l-saqra -la Sagra- era la comarca que se extendía al norte de Toledo, entre
el Tajo y los actual1es confines de la provincia de Madrid; ver 1infra «Los Puertos».
(153) Sila, p. 23. Un documento mozárabe tol1edano de .1175 se refiere a la venta de
una casa en el rabad de bab Saqra, en la ~awma de Santiago (los mozárabes de Toledo,
por Gonzál,ez Palencia, vol. ·I, doc; núm. 121; 'PP· 87-88).

263
Cerca de la puerta de Bisagra, en e·I mismo lugar, seguía el cementerio de
los musulmanes mudéjares después de la conquista. Un documento mozá-
rabe de 1210 se refiere a la venta de una tierra de alcacer en el término
del cementerio de los musulmanes, cerca de la bab al-saqra (154).

A fines del siglo XIV llevaron a enterrar al osario de los mudéjares tole-
danos, cerca de la puerta de Bisagra, junto a donde más tarde se fundó
e'J convento de San Bartoilomé de la Vega, a una mora acaudalada, doña Fá-
tima, que había estado en fa corte al servicio inmediato ·de los reyes don En-
rique 11 de Trastamara y su mujer cinña Juana ( 155).

El cementerio se prolongaba hacia norte, por lo menos hasta la ermita 1

mudéjar ·de San :Eugenio. Un Memorial de 1576 dice que a sus espaldas
«hállanse ... muchos lucillos de s·epulcros de Judíos y Moros, hechos de
ladrillos y cubiertos con pilas de ,piedra berroqueña» ( 156). Por los mismos
años, el doctor don Pedro Salazar de Mendoza describía en los siguientes
términos, en su Chronicón del cardenal don Juan Tavera, el sitio del Hos-
pital de Afuera, del que era administrador: «Muéstranse también al norte
otros edificios pequeños, sueli:os, que sin dubda son sepulturas y ente-
rrami·entos de Gentiles, Judíos y Moros. De Gentiles parecen en la manera
de labrar. De Judíos, porque algunos .tienen dos bovedillas, como las usa-
ron los hijos de Israel. De Moros, en unos pHarejos de mármol, en que
está escrito en lengua arábiga los que en muchos de ellos están ente-
rrados» (157).

Al realizar en 1845 las obras necesarias para hacer un cementerio desti-


nado a ilos canónigos en el Cristo de la Vega, descubriéndos·e tres frag-
mentos de estelas sepulcrales con epígrafe, cilíndrico· uno de ellos, de un
'Abd Ali ah. b. 'Abbad, fallecido en 445/1053.

En 1887 y 1888, al abrir el camino del actual cementerio, a unos 800 metros
de la puerta de Bisagra y entre las ermitas de San Roque y San Antón, a un
metro poco más o menos de profundidad, se hallaron crecido número de
enterramientos formados por bóvedas de rosca de ladrillo, de mala cons-
trucción. «Desarraigadas y entre la tierra ... hallóse con los sepulcros bas-

(154) González Palencia, Los mozárabes de Toledo, vo-1. 1, doic. núm. 379, pp. 318-319.
Al dorso ·de I documento se le·e: «Esta es carta del al cace,r, cerca del fosario de los moros».
1 1 1

(15_5) Nar,ciso Estenaga Eohevarría, Condición social de los mudéjares en Toledo


durante la Edad Media, p. 17.
( 156) Memoria l de algunas cosas notables que tiene la ciudad de Toledo, por Luis
1

Hurtado Mendoza Tol edo.1

(157) Antonio Martín Game110, Historia de la ciudad de Toledo, n. 17, p. 41.

264
tantes columnillas de piedra, semejantes por sus dimensiones y su forma
a las que en la Vega son tan frecuentes» ( 158).

Debió de haber en Toledo más de un cementerio en la Vega: el de Santa


Leocadia de Afuera (hoy Cristo de la Vega), que llegaba a ilas orillas del
Tajo, y el de la puerta de Bisagra, pues entre uno y otro lugar -en ambos
se han encontrado sepulturas- media una distancia de unos 500 metros.
Y los 800, aproximadamente, entre el último y las tumbas halladas en
188,7-1888 parece superficie excesiva para que fa necrópolis se extendiera
por esos tres ,lugares sin solución de continuidad.
Zaragoza._,Pocos años después de adueñarse de esta ciudad los musul-
manes existía en ella un cementerio extramuros llamado maqbarat bab
al-Qibla (cementerio de la puerta meridional), sin duda por la proximidad
a ese ingreso. En dicha necrópolis recibieron sepultura los ilustres tabi'ün
Hanas b. 'Ahd Allah al-San'anl (m. en 100/718-719), edificador de la mez-
quita de Zaragoza, y 'All b. Rabal) al-Lajml (m. en 114/732) (159). En otro
texto anterior se dice que el entierro del primero tuvo lugar en el cemen-
terio inmediato a bab al-Vahüd (Puerta de los Judíos) ( 160). Concreta más
Asso al afirmar que el cementerio de los moros se extendía entre la iglesia
del Carmen y la de Santa Engracia, hasta que Pedro IV mandó en 1337 que
lo trasladasen fuera de los muros nuevos ( 161).

No se conserva en Zaragoza resto alguno epigráfico de monumento se-


pulcral.
Huesca.-Consta fa existencia en Huesca de dos cementerios. Uno de
ellos, llamado «almecora» en documentos de los siglos XII y XIII, estaba a
oriente de la ciudad, entre la puerta de Montearagón (actual Porteta, en la
calle del Desengaño), y el río lsuela, junto a éste ( 162). El otro, situado en
un campo que aún se conocía en 1426 por «Almacoriellya», sería más re-
ducido, a juzgar por ese, al parecer, diminutivo. Su emplazamiento era

(158) Amador de los Ríos, Memoria acerca de algunas inscripciones arábigas de


España y Portugal, pp. 2'25-228.
(\159) 1Lévii-Prnvern;al, La Péninsule lbérique, texto, p. 97; trad., ip. 119.
(160) «Unas cuantas noticias acerca de la conquiista de España», tomadas de «La
nobl·e carta dirigida a las comar.cas españolas», apud Historia de la conquista de España,
trad. de Ribera, pp. 169-170. El señor García Gómez crne que ese texto procede de un
manuscrito del Fa~h al-Andalus.
(1'61) Cartulario de 1.a Giudad, t. 11, f.º 212, citado por Ignacio de Asso, Historia de la
Economía política de Aragón, p. 199.
(162) En 1186 S'e vendí-a en Huesca un ·campo sito en el lugar conocido por la Alme-
cora de la puerta de Montearngón. Lindaba al es,te con aquélla; al sur, con el río !suela,
y al oeste con el montie (Cartulario del Temple de Hues ca, f.º 28, citado por Ricardo del
1

Arco, La catedral de Huesca, p. 24).

265
cerca del muro de tierra, al oeste de Hu esca, entre ella y San Jorge ( 163).
En 1272, donaba el monarca aragonés Jaime 1, « Lalmicorella» a Pedro Gar·
cés (164). Ante la reclamación de los moros, estando el monarca en Va-
lencia, el 1.º de julio de 1273, firmó una disposición por la que prohibía
a los frailes predicadores o de otra orden emplear en edificios fa piedra
extraída del cementerio de la Almecorella; la donación a Garcés sería
válida si ilos moros oscenses no probaban que en fos últimos veinte años
se había realizado algún sepelio en él ( 165).
Mallorca.-Fuera e inmediatas a la bab al-Ku~I, puerta destruida pronto
hará medio siglo, se encontraroh lápidas sepulcrales más o menos incom-
pletas, a las que se aludió en páginas anteriores ( 166).
Valencia.-Había en Valencia vados cementerios situados, como de cos-
tumbre, a la salida de las puertas de la cerca, excepto de las inmediatas
al río:
1) Maqbarat bab al-f:lanas (cementerio de la puerta de la Serpiente),
inmediato a ese ingreso occidental del recinto de Valencia. En él fueron
sepultados el modesto lbn al-Jabbaz (e·I Hijo del Panadero), predicador y
jefe de la mezquita de Murviedro y un opulento personaje de sangre azul,
lbn Numara al-HyarT, fallecido en 563/1167-1168. Se cita este cementerio
en eI Repartimiento: ortum de Cahat Almanone, juxta cimenterium de Be·
1

balhaix; domos in Roteros, ante cimenterium quondam sarracenorum. Ro-


teros era un arrabal inmediato ( 167).
2) Maqbarat bab Ba~alla. Estaban situados el vasto cementerio y la
puerta de ese nombre al sur de Valencia, cerca de la vía pública que iba

(163) A. H. P., Huesca, p. 34, f.º 55, segün cita die Rederi·co Bala1guer, Las termas de
Huesca, pp. 268-269. En julio de 1213, Peidro Violeta vendía al obispo un huerto en Hues"Ca
circa illa Almecorella de mauros. Lindaba al este con el muro de tierra, al oeste con la
almecornlla, etc. (Libro de la Gadena de la Catedral, cloc, n.º 526, citado por Ricardo del
Arco, Huesca en el siglo XII, en el vo-1. 1 de las Actas y Memorias del 11 Congreso de
Historia de la Corona de Aragón, p. 360.
(164) De la donación a Pedro Garcés: ... locum illum vocatum Lalmicorella, qui est
inter muros Osee et locum vocatum Puig de Sanxo, quiquidem locus quem tibi damus
consuevit esse cimiterium sarracenorum (·A. C. A., Reg. 21, f.º 51, .oitado por Arco, Huesca
en el siglo XII, pp. 360-361).
(165) A. C. A., Reg. 19, f.º 24, se gún e-ita de Arco, La catedral de Huesca, p. 24.
1

( 166) Bah al-Kofol (Puerta de Santa Margarita). Antecedentes relativos a la Puerta de


Santa Margarita de la ciudad de Palma, pp. 19, 61, 77 y 121.
( 167) fübera, Enterramientos árabes en Valencia, en Disertaciones y opúsculos, 11,
p. 259; BofaruB, Repartimientos, :pp. 188, 229-231, 244, 275. Supongo que el oement·erio die
Rateros, ar:rabal situado extramuros de la bab al-Qan~ara (puerta de Serranos cristiana),
era el mismo que el de las afueras de bab al,Hanas.

266
a al-Ru9afa ( 168). En 519/ 1125~1126 fue enterrado en aquél el docto
tradicionista lbn al-Anfar, mufti de Valencia, al lado de su amigo y paisano
Ibn Mantiye·I; un siglo ·lunar después (619/1222~1223) 'Abd Allah ben Abl
Bakr al-Ouc;la'I, padre del historiador y diplomático lbn al-Ahbar, rector
de la mezquita al-Sayyida intramuros; en 624/1127 recibió sepultura en
la misma necrópolis lbn Sulayman (Mul:rnmmad b. Al:Jmad b. Muhammad b.
lsrna'TI Abü-1-Hasan), que tenía una tienda en la calle de los Especieros
('Attarin) (169). Al año siguiente de la conquista, en 1.239, Jaime 1 daba
a los fraMes menores un terreno de 80 por 50 brazas de tierra junto al ca ..
mino público que iba a Ru9ata, delante de la puerta ·de Boatella, prope
Cimiterium, para que edificasen ( 170). En 1417 aún quedaba memoria del
cementerio, pues se cita el Carrer del fossar, en la parroquia de San Juan
de la Boatella ( 171) .
lgnórase si el cementerio de las Tiendas (Maqbarat min al-Jiyam), citado
por lbn al-Abbar como situado en las afueras de la puerta de Baytalla, en
el que se enterró en el año primero del siglo VII h. (1204-1205) al virtuoso
y devoto maestro de lectura, conocido por su apodo lemosín «El Sabater»
(al-Sabatayr), y que Ribera presume estuviese emplazado hacia el final
de la calle de San Vicente (172), era la misma maqbarat bah Bay~alla, parte
de ella u otra distinta.

3) Maqbarat bab al-Mu~alla. Abundan las referencias a este cementerio


valenciano, en el que enterraron a crecido número de personajes. Estaba
situado al oriente de la ciudad, extramuros de la bab al-sari'a, palabra esta
última que tiene la misma significación que mu~alla, o sea oratorio al aire
libre (173). En 614/1217-1218 fue inhumado solemnísimamente en ese
«fonsario», con asistencia del sultán, de la corte y de multitud inmensa
de gentes, el piadoso y muy devoto Abü 'Amir b. Hugayl. En la quihla de
la mu~alla recibió sepultura pocos años después, en 627 /1229-1230, el r·ector
Ibn al-Zubayr al-Ouc;ia'I (174).

(168) ... in loco illo qui est ante p.ortam de Boatella, prope ciminterium et portam de
Boatella, contiguatas vfo publice ·que vadit ad Roc¡afam; ortum :subtus 1via ide Rozafa qui
1

cont;guatur cum valle prope cimiterium de BoateUa (Bofarull, Repartimientos, pp 230-231).


(169) Ribera, Disertacione:s y opúsculos, 11, ipp. 258-259.
(170) Teixi dor, Antigüedades de Valencia, 11, p. 21.
1

(171) Luis F1er11er, 9 junio 1417. (Arch. de la Catedr_al).


(172) lbn al-Abbar, Takmila, n." 1.426, pp. 502-503; Ribera, Disertaciones y opúsculos,
11, p. 261).
(173)Cf. supra: «Mu~alla» y «Sari'a».
(174) Ribera, Disertaciones y opúsculos, 11, p. 260. «¿Habría otro pequeño cementerio,
diferente del de la MrnJalla, en la parte más oriental de la misma, donde fue enterrado lbn
al-Zubayr, que correspondía a la sHuaoión de un antiguo fosaret que nos recuerda el erudito

267
Estos cementerios, de los que no se conserva ningún epígrafe ni monu-
mento funerario, desaparecieron en el siglo XIV, al crecer la ciudad de su
cerca; ocupado su solar por los nuevos barrios, quedaron dentro de las
murallas levantadas por Pedro IV el Ceremonioso a partir de 1356.

Alcira (Valencia) .~El Repartimiento sitúa el ffoszato quod est prope ja·
nuam pontis ligni, puente que comunicaba Alcira con el arrabal de mozára-
bes de al-Kanisa (la iglesia), Alcanicia después de la conquista, posterior-
mente llamado de San Agustín, a la orilla opuesta del Júcar (175).

Alicante.-En el siglo XIII había un cementerio de moros junto al Hospital


y el camino que conducía a Murcia ( 176).
Elche (Alicante) .-Según una donación de don Juan Manuel en 1270, el
«fosario» de los moros estaba en Elche por suso de los baños viejos, en
el camino de Alicante (177).

Murcia.-Escasas e insuficientes para localizarlos son las noticias que po-


seemos acerca de fos cementerios murcianos. Fuera de la puerta llamada
de lbn AQmad fue sepultado en la segunda mitad del siglo XII un mahome-
tano ilustre, 'Abd al-RaQman b. MuQammad Abü-1-0asim ( 178).

La mezquita llamada Abez, en el rabaº de Murcia del mismo nombre, con


su «fossario», era objeto de una donación en 1267 por el deán de Carta-
gena al vecino de Murcia Raimundo Vicente ( 179).

En la rawºa de lbn Faray, en e,I arrabal de SirQan, en Murcia, fue enterrado


un personaje muerto en 614/ 1217-1218 biografiado por lbn al-Abbar ( 180).

Jaén.--En 1225 al asediar Fernando 111 por primera vez Jaén, mandó poner
las tiendas cerca de fas huertas, contra la parte de Castro, en el «fonsariou
cerca de la villa, al lado contrario de la carretera que va a Granada. La

marqués de GruHles en su curiosa Guía Urbana, 11, p. 217?» (Ribera, Disertaciones y


opúsculos, M, p. 263).
(175) . Bofarull, Repartimientos, p. 424; Topografía de_Alcira árabe, ipor Vicente Pelufo,
pp. 83-85. Pelufo sitúa el cernente11io hacia iel barranco del Estrecho, a partir de la calle
de Zaragoza.
(176) Juan Torres Fontes, El Obispado de Cartagena en el siglo XIII, pp. 364-365 y
apéndice, doc. n.º 1.
(177) A. H. N., Clero, Leg. 77.
(178) Bastitania y Contestania del Reyno de Murcia, por el doctor don Juan Lozano,
pp. 134 y 136.
(179) Arch. Catedral de Murieia, perg. original, publicado por J. Tones Fontes, El Obis·
pado de Cartagena en el siglo XIII, p. 547.
(1'80) Takmilat al-Sita, B. A. H., V, n.º 939, p. 314.

268
Crónica de Avila, al relatar los múltiples asedios sufridos por la ciudad 1

en el sig.lo XIII, cita repetidamente la puerta ((de Fonsario» (181).

Almería.-Orbaneja, a fines del sigfo XVII, alude a dos cementerios mu-


sulmanes existentes en Almería, uno a mediodía y extramuros del arrabal
yermo de occidente, que supone de israelitas, opinión que se ha perpe-
tuado y carece de fundamento: «fuera de ellas (de las murallas que ro-
deaban ese barrio) está una planicie, que baten las orillas del mar, donde
tenían sus sepulcros de argamasa, que hoy cada día se descubren; y lo
he visto infinitas veces en todo el campo que linda con la ermita de San
Roque, que hoy permane·ce, donde se hallan innumerables huesos y otros
vestigios hebraiicos. Y por la parte de la puerta de Purchena está otra lla-
nura donde se enterraban los Moros, donde cada día se descubren sepul-
turas en el estilo y costumbre que usaban, conforme a su ley, los bárbaros
sarracenos» ( 182).
El cementerio islármico más importante era este último, inmediato a la
puerta de Pechina -bah Bayyana-; en las biografías de personajes ilus-
tres escritas por lbn Baskuwal e lbn al-Abbar, figuran varios de ellos sepul-
tados en ese lugar, junto a la puerta (183).

(181) Fl0irián de Ocampo, f.º cc·ccv; La crónica de la población de Avifa, por Gómez-
Moreno, p. 50.
( 182) Vida de San lndalecio y Almería ilustrada, por ·el Doiot0ir don Gabri·el P.asqua.I y
Orbaneja. Primern parte, p. 147.
(183) Dos de los individuos enterrados, según l:bn Baskuwal, en el cernentie11io de las
afueras de la puerta die Pechina, fueron el tradicionista Abü.,11Hasan 'Ali b. lbrahirn, cono-
cido por lbn aRawwaz, y el tamhién tradi:Cioniista y qadi Abü 'Abd Allah Muf:¡ammad b.
Jal.arf, llamado lbn al-Murahit, muertos, resipe.ctil\fíamente, en fo·s años 474/1081-1082 y
485/1092-1093 (fün Baskuwal, Sila, .biog1s. 915 y 1.107, plp. 420 y 499-500). Entre .los per-
sonaje1s biografiados por lbn Jatima, biiograifías insertadas po,r lbn al-Oaidi en su Durrat
al-f.iiyal (ed. l. S. ~llouiche, Habat 1934-193·6), hay varios de los que s•e die-e fueron ente-
rrados ·en dicho cementerio. Ane~o a la puerta de PeDhina estaba el ribat de al-Jusayni,
nombre de su devoto ~undador, en el que ~ue enrterrado e1l valenciano al ... Muq11i' (Comple-
mentos de la Takmifa, edic. Benciheneb y Bel, p. 104, siegún cita de Jaime Ol·iver Asín,
Origen árabe de rebato, arrobda y sus homónimos, pp. 24 y 27). A él corresponden los
si gui1entes hallaz.g.01s: en la calle de Regodjos, cas1i al prinoipio, elegantísima piedra pris·
1

mática se1puliorail, coin una ·Sola inscri pci'6n ·en el centro apl·anado, cons·ervada en el museo
1

de Alimería; dentro de la sacristía anNgua de la igl~esia parrnquial de San 8ebasNán,


al hacer un retrnte salió, a un metro o metro y medio de p.r01fundiidaid, un trozo de piedra
prismáti.ca que estaba en poder die don Joaquín de Peralta Valdh.,,ia; reci·entemente se han
encontrado restos humanos al haoer una c1imentaoión en la calle de la Flora, esquina a la
rambla de Al.fareros; con rno1Uvo de e·xcavar los sótano·s de la casa n.º 1·de la pfaza de
Flores, aparederon a diversos nive les, el más alto a metro y medio de·I suelo actual,
1

varios trows, oas·i todos pequeños, de lápidas árabes, que queidárnn en poder del dueño
de la casa, don Mi·gue•I Sebastiá n Simón.
1

269
Según e'I coleccionista almeriense de·I siglo XIX don José de Medina y
Rambaud (184), donde mayor- número de ·lápidas sepu'lcrales aparecieron
fue en el «Llano del Cordonero», en el Puerto, a la orilla del mar ( 185).
Corresponde ese .Jugar al cementerio del Aljibe -maqbarat al-f:law~- ex-
tramuros del barrio o arrabal del mismo nombre, descrito por al-ldrTsT poco
antes de mediar e'I siglo XII como activísimo centro industrial y comercial, 1

y desierto y abandonado en el XIV, ruina sin duda ,causada al conquistar la


ciudad AHonso Vf'I en 1147. En la maqbarat al-f:law<;I fue enterrado, entre
otros muchos, Ibn al-<Dal.a'T, escritor nacido en Dalías en el año 393/1062
y muerto en Almería en 478/1085,. el mismo año en que Alfonso .VI se
adueñó de Toledo, autor de varias obras, entre otras de una geográfica
aprovechada por al-ldrTsT ( 186).
Otro cementerio, al parecer más antiguo que los dos citados, hubo en la
mu~alla o sari'a de Almería, en el arnabal así llamado. lbn Baskuwal refiere
haberse enterrado en la sari'a qadima, es decir, en 8'1 oratorio o xarea
vieja, en el año 444/1052, a Abü Muf:iammad 'Abd Allaih b. Muf:iammad
b. 'Abd Allah al-vadall, conocido por lbn al7Zift, ~.a~ib al-~ala wa-1-ju1ba en
la aljama de Almería ( 1'87). Empezaría entonces a poblarse ese arrabal,
que algo más tarde llegó a ser el núcleo central de la ciudad. En lugar más
lejano de la madina, extramuros, se dispondría una nueva sari'a o musalla,
puesto que fa inmediata a aquélla se calificaba de antigua y quedó en el

(184) No menos de oinco cole cciones de lápi'das arábigas había en Almería hacia
1

1875; la más importante era la de don José de Medina Rambaud. A su muerte pasó a su
sobr,ino don N1icanor Peralta (Rodr,igo Amador de los Ríos, Epigrafía arábigo-española,
Piedras prismáticas tumulares de Almería, pp. 31.S-333). De.sipués sie han dispersado tO'das
ellas por muy dil\/esos lugares: Madrid (Museos Arqueológico Naclonal y del Instituto de
Valenoia de Don Juan), Granada y Nue·va York, donde la «Hiisipani c So.ciety» posee un
1

buen lote.
(185) Al Llano del Cordonero se le llama actualmente tan sólo el Llano. El e11uidito
almeriense señor Martínez de Castro dice pueidie limitarse por las caiHes de Hipóorates,
al oeste; del Rosario, al nort·e; de la Corbeta, al sur, y la Rambla de la. Chanca, al este.
La calle del Cordonero es profo.ngac:ión hacia norte ·de 1.a de Hiipócrates; en ésta quedaban
hace pocos años restos de grandes torres del rnointo de·I barr·io de al-l:law4. En las proxi-
midades de la e,rmita, hoy iglesia parroquial, de San Roque, se encontraron hace año,s, al
abrír los cimientos de una casa, como a un metro de profundidad o poco más, muohos
restos humanos. En el ángulo de poniente que forma 11,a rambla de la Chanca con 1la calle d~I
Muieile élpareoieron unos eipfgrafes que Amador de los Ríos di.ce estaban en poder de don
Miguei Ruiz de Villanuef\/a. De este cement:erio del Aljibe procederán lápidas seipukrnJ.es
de mármol, como todas, aparecidas en diversas ocasiones en la playa y algunas extraídas
del mar por los pescadores con sus rede1s, frente al ·balneario de Diana. Véase supra,
la medina, los arrabales y los barrios.
(186) Al-DabbT, Bugya, p. 446; Gasiri, 11, p. 135; lhn Baskuwal, Sila, n.º 139; Aimari,
Bib. Ara. Sic., 1, p. 37. Cita de Pons Boigues, Ensayo bio-bibUográfico, n.º 120, pp. 158-159.
(187) lbn Baskuwal, Sifa, biog. 559, p. 280.

270
interior de un arrabal cercado de tapias por Jayran al-'.Amirt;,:señor, ~d~;.~
Almería de 403/1012 a 419/1028, conocido desde entonces por rabad
al-musalla ( 188). En el cementerio de la sari'a qadlma, no seguiría ente-
rránd~se muchos años después de la fecha del citado sepelio por el rá-
pido poblamiento del arrabal; del año 474/1081-1082 hay noticia de otro
en el de la puerta de Pechina, que le sustituyó (189).
Todas las lápidas sepulcrales almerienses son de mármol blanco de Ma-
cael, ·lugar de la cercana sierra de Filabres, y responden a los dos tipos
antes aludidos, el llamado modernamente «estelas almerienses», que hemos
propuesto llamar almorávides, y las mqabrlyas. Las primeras hincábanse
en tierra por uno de sus lados menores en fa cabecera de la tumba, según
testimonio de lbn Baskuwal (190).
Entre las «estelas almorávides», las dos más antiguas son del año 312/
924: otras hay de ¿317? /929, 320/932 y 327 /938-939, anteriores todas, pues,

(188) tévi-Proivenc;al, La Péninsule lbérique, texto, pp. 183-184; trad., pp. 221-223;
al-'UmarT, Masalik, 1, p. 239.
(189) Algunos hailazgos de piedras s·epulcrales en el rabad al-musalla al-qadima (va-
rias de ellas fueron sin duda trasladadas de otros lugares): en la casa n.º 16 antiguo,
22 actual, de la calle de Marín, cerca de donde estuvo la puerta de Pechina, encontróse
una lápida sepulcral, propiedad de doña Juana Pérez Núñez; al señor Martínez de Castro
perteneció parte de otra encontrada en el jardín de la casa nº 4 de la calle de Reyes Ca-
tólicos, a unos dos metros ;de prnfundidad; el mismo señor poseía una mqabriya encontra-
da al Giimentar la casa n.º 6 de la calle de San Pedro. Hacia 1932, al abrir una puerta
en el Instituto provinoial de Segunda enseñanza, se encontró ótra mqabrlya, de persona
fallecida en 527 /1132, que fue .a parar al Museo de Almería (A. .P. V., Dos lágrimas halla·
das recientemente en Almería, en al-Andalus,, 1, 1933, pp. 189-190). Algunas 1estelas del
mismo tipo, de prooedencia i,gnorada, se han emple·ado .para protege·r las esquinas de los
e.dif.i,cios en los cmces de caHes: una, quizá entera, está en la esquina de la casa con
fachadas a la calle de la Unión y plaza de Urrutia~ un trozo de otra, enterrado, cuya parte
vista arrancaron, tiene igual destino en el encuentro de la calle de Azara con la sin
salida, perpendicular a la del Limón; una tercera, en iguales condiciones, resguarda el
ángulo del edificio de la antigua calle de la Rejna con vuelta a la ,de Serrano. Hallazgos en
la madina: en la calle prolongación de la parte norte de la plaza de P'avía, y próximo al
lugar por donde bajaba la muralla, en un huerto-corralón del industria~ don Francisco Hita,
se encontraron restos humanos y una lápida árabe que pasó al museo Provincial; en el
ángulo que forma la calle del Regimiento de la Corona con la plaza de San Antón, terreno
hoy ocupado por el cuartel de la Misericordia, aparecieron hace algo más de cincuenta
años, al hacer un desmonte, sepulcros de argamasa, orientados de norte a sur, lápidas y
bastantes fragmentos de grandes vasijas decoradas con labores incisas y en relieve, de
barro rojo y de barro claro y grisáceo, con adornos esmaltadog en verde.
(190) «Leí die puño y l·etrn de nuestro compañero Abü-1-Walid Sulayman b. 'Abd
al-Malik [lo siguiente]: 'Leí sobre el sepulicro del qadT Abü-1-Wa!Td b. Murabit, escrito en
una láp1ida de mármol (rujama), colocada a la cabecera de su tumba, sobre el muy fre-
cuentado camino junto a la puerta de Peichina .. .'» (lbn Baskuwal, Sila, biog. 1107, pá-
ginas 499-500).

271
al año de 344/955-956, en el que al Rawd al-Mi'~ar dice se fundó Alme-
ría ( 191). Las mqabriyas -un tercio aproximadamente de las existen-
tes- pertenecieron a sepulcros de gentes fallecidas entre 452/1060 y
451 /1147, año este último de la conquista de la ciudad por Alfonso VII.
Las losas prismático-rectangulares están fechadas en el mismo período,
poco más o menos. No representan pues, ambos tipos modas sucesivas
en las conmemoraciones sepulcrales. Las más numerosas fechadas per-
tenecen al período de dominio almorávide en Almería (484-511/1091-1147).
No existe en esta ciudad ninguna de época almohade; bien es verdad que
en el Corpus de las islámicas hispanas publicado por el señor Lévi-Pro-
ven9al tan sólo figuran seis sepulcrales de esos años, a las que habría
que agregar una mqabriya de Málaga, no incluida en esa publicación. Más
extraño es que únicamente se conozca una de Almería de la época nazarí,
fechada en 718/1318, pues durante ella, de las próximas canteras de
Macael en· plena exP'lotación, salían innumerables piezas de mármol des-
tinadas a la Alhambra y a las construcciones granadinas ( 192).

Al llegar a la Almería islámica, destacaría a uno y otro lado del camino,


antes de la puerta de Pechina, la blancura del mármol de las abundant~s
estelas sobre el gris terroso del suelo y el verde de fa vegetación. En
ninguna otra ciudad de la España musulmana había cementerios con tal
riqueza ni número tan grande de mármoles funerarios de excelente la-
bra (193). La proximidad de las canteras de la sierra de Filabres no justifica
su profusión, pues la misma ·distancia las separaba de la ciudad cuando
ésta formaba parte del reino nazarí de Granada, época en la que no se
labraban.

(191) Lévi-Prorvern;:al, la Péninsule lbérique, t·exto, :pp. 183-184; trad., pp. 2211-223. Esa
fecha se puede interpretar corno en la que se cercó la madlna; .el poblamiento fue, sin
duid::i, anterior.
(192) Esa lápida de 718/1318, hoy en ,la «Hispani.c Society» de Nueva York, es du-
doso que proc;eda de Alrnería. La que figura en las lnscriptions de Lévi-IProvenc;al ~n.º 146,
p. 131- como de esta ciudad, fe.chada en 729/1328-1329, se encontró en Niebla.
(193) Amador de los Ríos inventariaba, en ·1778, 83 lápidas completas o fragmentos
prooedente s de Alrnería; en 1905, 86 (Memoria acerca de algunas inscripciones arábigas
1

de España y Portugal, p. 160; Epigrafía arábigo-española, Piedras tumulaires de .Almería, .pá-


ginas 315-333). Lévi-Provenc;:al publicó 31 ·estelas .sepulcrales de Almería, 23 losas rec-
tangulares y 8 mqabrlyas; Caskel, 38 inéditas, entre completas y fragmentos, 26 de l·as
:primeras y 12 mqabrlyas, además .de 9 epígrafes incluidos antes en su colección por e·I
sabio arabista francés. El catálogo de los epitafios almerienses, he cho por don Manuel
1

Ocaña Jiménez y que está terminándos·e de editar, comprende unos ciento. Otros muchos
se habrán ·destruido o quedarán bajo tierra o en el fondo .del mar. Las ramblas que limi-
taban la ciudad islámica, en breves períodos de lluvia han arrastrado grandes cantidades
de tierra que enterraron los cementerios.

272
Los epígrafes de las estelas, aun en su inexpresividad y formularismo, a
falta de testimonios más directos, pueden servirnos para entrever algo de
la vida medieval de Almería. Interrogando a los muertos a través de sus
epitafios, como dato más destacado deduciremos el de la riqueza de la
ciudad en la época almorávide, que permitió tal derroche de mármoles bien
labrados, representativos de un auge económico acusado en la conocida
descripción de al-ldrTsT, redactada entre 542/ 1147 y 548/ 1154, fecha esta
última de terminación de su obra geográfica (194). A la industria local
y al tráfico de sus productos y de ·los importados, pues Almería era puerta
de Al-Andalus para los orientales, debióse el rápido enriquecimiento de
una ciudad situada en reg1ión escasa en productos agrícolas y sometida a
prolongadas sequías (195). La carencia de epitafios musulmanes después
de conquistar Almería en 542/1147 Alfonso VII, ayudado por catalanes y
genoveses, nos dice la decadencia de la ciudad, de la que se adueñaron
los almohades diez años después, no interrumpida en el siguiente período
nazarí.

Los epitafios marmóreos nos revelan también, a pesar de su conc1s1on,


algo de las actividades de los habitantes de Almería en su época de es-
plendor. Cuatro son de comerciantes, alejandrino uno de ellos -al-lskan-
daranT- (196); otros tantos de menestrales o de sus familiares (dos
peleteros o curtidores; un tejedor; el hijo de un alfarero). Hay tres de
mujeres de la familia real de los últimos monarcas de taifas de Almería y
Málaga -la princesa Asma', la concubina del príncipe al-Mu'ta~im (m. 4841
1091) Hayal y la 'liberta del príncipe l)ammudí ldrTs b. Yal)ya b. 'Arl
b. Hammüd, ll)wirar (?)-. Otras lápidas son de personajes importantes,
juristas, predicadores, administradores de habices. No faltan las de beré-
beres.

La sociedad islámica es de tendencia igualitaria. Corno en vida, estaban


juntos en fa muerte, en los mismos. cementerios -en Almería no hay
noticia de rawdas principescas- las gentes dedicadas a oficios manuales,
los comerciantes y los personajes y fami·liares regios. Y las estelas de los
primeros no desmerecen en riqueza y finura de labra -más bien exceden

(194) ldrTsT, Description ... de l'Espagne, texto, ipp. 197-198; trad., pp. 239-241.
(195) De la cercana Pechina. dice al-Rawd al-Mi'~r (texto, p. 38; trad., p. 48) que
a fines del s·iglo IX y en el X se soste.ní·a con víveres importados del norte de Africa.
El mi·smo hecho s·e rnpitió para su sucesora Almería durante toda la Edad Media y aun en
el s iglo XVI.
1

(196) Almería foe, co:mo s·e diijo, la puerta de al-Andalus desde fine·s del siglo X a
mediados del XII para el tráfico con el oriente mediterráneo; Alejandría, la del ori·ente
islámico para el comercio con el· centro y acaidente del mismo mar intenior.

273
a las de los últimos-, que siempre la riqueza recién adquirida gustó de
ostentarse públicamente.
Granada.-Granada tenía los siguientes cementerios:
1) Maqbarat al-faqlh Sa'd ibn Malik. lbn al-Jatib, en distintos lugares, le
llama maqbarat llbira, yabbanat bab llbira y rawdat al-faqlh Sa'd ibn
Malik (197). Fundado en el siglo XIII, era el más importante de la ciudad.
Hallábase en las afueras de la puerta de Elvira (bah llbira). En el siglo XV
su parte más antigua estaba plantada de olivos; el resto; carecía de árbo-
les. Admiró a Münzer, autor de esa notida, por su gran extensión, dos
veces mayor --dice- que todo Nuremberg y distribuido en varios pla-
nos ( 198). Alcanzaba al Hospital Real, puesto que éste se construyó por
los Reyes Católicos sobre un osario, y al solar del convento de Capuchinos,
al abrir cuyos cimientos en 1630 se encontraron muchas sepulturas de
moros (199).

Excepcionalmente protegía, al parecer, este cementerio, muy extendido


hacia norte, una cerca o muralla con sus puertas a manera de torres, «que
defendían las entradas de los caminos: hallábase la primera sobre el de
Alfacar, próximamente donde hoy está la ermita del Cristo de la Ye-
dra (200); otra sobre el de Ubeda, cuyas ruinas subsisten en la última casa
a mano der·echa de la calle de Capuchinos; en la huerta de este convento
estuvo la que protegía la carretera de Jaén; otra torre había camino de
S¡;rn Lázaro, donde se hacía justicia a los descuartizados en el siglo XVI,
y la última existió cerca de San Jerónimo» (201).
2) Maqbarat Socaster. Según Gómez-Moreno, lbn al-Jatib cita un cemen-
terio de Socaster en Granada, situado junto a la muralla de la Alcazaba
Qadlma, próximo a la puerta Nueva o arco de los Pesos. Sería resto de un
viejo «fonsario», anterior a la formación y amurallamiento en el siglo XIV
del arrabal del Albaicín. El solar subsistió sin edifricar, pues al cementerio
sucedieron unos huertos que dominaban la plaza Larga del Albaicín. Sería
el «macaber de San Nicolás, frente del horno, junto al portillo que entra en

(197) l~ata, 1, pip. 57 y 276; 11, p. 250, según cita de Seco de Lucena, De toponimia
granadina (al-Andalus, XVI, 1951, p. 64) ..
(198) Münzer, Viaje por España y Portugal, pp. 36 y 39.
( 199) tafuente Alcántara, El libro del viajero en· Granada, p. 263. Restos de sepul-
turas aparecieron también a bastante profundidad al abrir los cimientos de la Escuela
Normal hará unos treinta años.
(200) Se \lle en la Plataforma de Ambros·io de Vi1co, dibujada haioia 1600 y grabada
pocos años después.
(201) Gómez Moreno, Guía de Granada, ¡p. 383.

274
el Albaicín, que alinda con el adarve», según documento de 1538 (202).
En 1595, al darse a censo el terreno que ocupaba, aún se le conocía con
el nombre de maca'ber y pertenecía a .la renta de habices (203).
3) Cementerio del Albaicín. lgnórase cómo lo llamaban los musulmanes.
1

Ocupaba la parte de oriente, intramuros del arrabal del Albaicín, ladera


occidental muy pendiente, de mal aprovechamiento por ello para la edifi-
cación urbana, de una colina en cuya cima quebraba la cerca y había una
fuerte torre, llamada de1l Aceituno en tiempos cristianos, a la que sustituyó
la ermita de San Miguel e·I Alto. El cementerio ocupaba, según Münzer,
«gran parte de una ladera del monte sobre fa ciudad y tanto ·espacio como
la ciudad de Ulrn. En la cumbre hay una altísima torre, en la cual están los
sepulcros del rey de Granada (sic)» (204). Persiste fa tradioión del ce-
menterio en la toponimia local, pues aún se llama de la Rauda -recuerdo
de algún panteón de gente notable- una bella cruz de piedra, de principios
del siglo XVI, que se levanta en la parte inferior de la ladera. En las inme-
diaciones han aparecido muchas piedras de sepultura. También hubo allí,
segün documentos poco posteniores a la conquista, una mezquita del mismo
nombre, «gima Rauda» (205).
3) Maqbarat al-Sablka. Llamábase al-SabTka la colina en la que estaba
la Mhambra; jandaq al-Sablka, el barranco por el que hoy se sube a sus
alcázares, y bab al-Jandaq (puerta del Barranco), la que precedió a la actual
de las Granadas. Es Münzer de nuevo el que precisa fo situación de este
espacioso cementerio: «Subimos a la Alhambra, en un altísimo monte, en
cuya falda otra vez nos salió al paso un gran cementerio, seis veces mayor
que la plaza de Nüremberg. Subiendo un buen trecho, entramos en un lugar
que fue cárcel de los cristianos cautivos» (206). La necrópolis ocupaba,
pues, la ladera de al-SabTka y 8'1 barranco entre las mazmorras (los Márti-
res) y la actual puerta de las Granadas. En un panteón del cementerio de
la SabTka r·ecibieron sepultura los monarcas granadinos Muf:larnmad 1, Mu-
f:lammad HI y Na~r 1, muerto este último en 722/1323, y en las laderas
de la colina de ~ayib Ridwan, asesinado en agosto d.e 1359 (207).
4) Maqbarat al-Guraba'. Este cementerio de los Extranjeros, en el que
lbn al-Jatib refiere fue enterrado un alfaquí muerto en 707/1307 estaba,

(202) Arch. de Diezmos de Granada, le·gs. 235 y 236, oitados por Gómez-Moreno y
Martínez, Monumentos Arquitectónicos de España, Granada, rp. 40 y n. (3).
(203) Gómez Moreno, Cosas granadinas, pp. 117-118.
(204) Münzer, Vaje por España y Portugal, p. 40.
(205) Gómez Moreno, Guía de Granada, p. 488.
(206) Münzer, Viaje por España ,y ·Portugal, p¡p. 36 y 40.
(207) füin al-Jafib, l~ata, edic. Cairo, .1, p. 521, citado por Luis Seco de Lucena,
E·I ~ayib Ridwan, p. 294.

275
según el mismo autor, -enfrente del arrabal de Nayd, en el arrabal que había
1

junto al río (208).


5) Maqbarat bab al-Fajjarin. El mismo visir granadino relata que un indi-
vi·duo fue enterrado en Granada en 750/1349-1350 en la parte más baja
del pie de Ja colina ocupada por el cementerio 'sito en la puerta de los
Alfareros (bab al-Fajjarln), al lado de los palacios reales (209) (dar al·
Bayda', entre otros). Ese cementerio quedaba, pues, extramuros de la ma-
dina de Granada, a la que daba ingreso la citada puerta, pero dentro de la
cerca de los arrabales meridionales situados entre la colina de fa Alhambra
-al-SabTka- y el GeniL Las tumbas alcanzarían, por lo menos, hasta el
llamado Campo del Príncipe, en cuyas inmediaciones consta la existencia
de sepulturas poco después de la conquista (21 O). Seco de Lucena identi·
füca este cementerio, al que no da nombre lbn al-Jatib -tan sólo señala
que estaba en bab al-fajjarin-, con el que el mismo visir llama maqbarat
al-Guraba'. Pero fija el emplazamiento de éste, como se dijo, en un arrabal
junto al río; el de la puerta de los Alfareros distaba más del Genil que el
de Nayd, por fo que cabe la sospecha de que la maqbarat al-Guraba' fuese
un pequeño osario situado entre e·I rabad Nayd y e·I río, o enfrente, en su
orilla izquierda.
6) Maqbarat al-'Assal. Por los contratos de venta de las parcelas en que
en 896/1491 dividió Boabdil la huerta de 'l!?am, conocemos la maqbarat
al·'Assal (cementerio del Melero), nombrado como límite oniental de esa
huerta, coincidente, con cierta aproximación, según la autorizada opinión
del señor Seco de Lucena, con la actual de Belén (211). Parece indudable
que las sepulturas aparecidas en 1887 en el barranco del Abogado, «cerca
del ángulo oriental de la tapia que rodea la finca de Calderón» (212) (los
Mártires), pertenecían a Ja maqbarat al-'Assal, y no al cementerio de la
puerta de los Alfareros, del que estaban bastante alejadas (unos 480 a
500 metros; entre ambos grupos de sepulturas se interponía la huerta de
'l!?ám).

Loja (Granada) .-Al conquistar Laja los Reyes CatóHcos había un cemen-
terio a unos cuatrocientos pasos a oriente de la ciudad, donde se edificó

(208) lbn al-Jatib, l~ata, 1, p. 149, según oita de tévi.iP,rovenc;al, Le voyage d'lbn
Ba~tüta dans le royaume de Grenade, p. 22·1. Véase la recüfücación de Luis Seco de Lu·
oena Paredes, De toponimia granadina, p. 51.
(209) ·l~ata, edic. de El Cairo, 1, p. 78, ai:tado por Luis Seco die Luoena Paredes, De
toponimi·a granadina, p. 62.
(21 O) Górnez Moreno, Guía de Granada, ip. 226.
(21'1) Seco de Lucena, De toponimia granadina, p¡p. 69-71.
(21:2) Gómez Moreno, Cosas granadinas, p. 113.

276
en 1559 el convento de la Victoria. En el Repartimiento de Loja se le
llama «macabrán », bál'1bara castellanización del nombre genérico árabe
maqbara (213).

Málaga.--EI principal cementerio malagueño estaba en las afueras de la


puerta de Funtanalla, al nordeste de la ciudad (214). En ese lugar se citan
dos: el de al-Mu~alla (215) y la rawdat Bani Ya~ya (216); tal vez este
último fuese un panteón de aquél. Cítanse también sepelios en las vertien-
tes de Gibralfaro (yabal f.aro), en donde hubo asimismo un cementerio
judío y se descubrieron en el siglo pasado muchas sepulturas (217). En
las laderas de ese monte, coronado por una fortaleza de fecha posterior,
fue enterrado en 403/1012-1013 el poeta malagueño Muqddam b. Mu-
'afa (218) y en 553/1138 su paisano 'AIT b. 'Abd al-Raf:iman b. Ma'mar
al-MagJ:iiyl (219). Hay también datos de sepelios en el rabad al-Nudama' (?)
en 419/1028 (220), y en la mezquita de la Palma, extramuros (221).

Algeciras (Cádiz) .-La parte en que estaba su «fonsario» era la más flaca,
desde el punto de vista militar, de la villa vieja de Algeciras. En ese ce-
menterio acamparon las huestes de Alfonso XI y tuvieron lugar muchos
hechos de armas en la campaña de 1342. Inmediata se abría una puerta,
llamada «de Fonsario» en las crónicas cristianas (222).

Setenil (Cádiz) .-1En el relato del fracasado asedio en 1407 de S~tenil, se


refiere haber puesto los sitiadores cristianos uno de sus reales encima

(2,13) W. Hoenerbaoh, loja en la época nazarí, pp. 61-62.


(214) llbn al-Abbar, TakmHat al-Sila, edic. Codera, p. 262; ediilc. Bel y Henchenreb,
p. 274; edic. de las Misceláneas, ip. 594.
(215) Asín Palacios, El «Abecedario» de Yusuf Benaxeij el malagueño, pp. 198 y
206. Alude a ese cement,enio con motivo de haberse sieipultado en él un malaigiueño en
604/1207.
(216) Seco de Lucena, De toponimia granadina, p. 75, n. 1.
(217) Guillén Rohles, Málaga musulmana, pp. 536"538.
(218) Lévi-Proiven9al, Arabica occidentalia, 111: Sur deux poetes de Malaga de Xe
siecle, pp. 290 y 292.
(219) Al.,DabbT, f.º 132 del ms. de El Escorial, oitado por GuiHén Robles, Málaga mu-
sulmana, p. 611.
(220) Lévi-Prov,en9al, Sur deux poetes de Malaga du Xe sieole, p. 29.2).
(221) Guillén Robles, Málaga musulmana, pip. 610-611.
(222) Crónica de don Alfonso el Onceno, en Crónica de los Reyes de Castilla,
wlecc. Rose,11, 1, caipí.tulos GGLXVlll-GCCXXXVI, pp. 342-389.

277
del «Honsario» de los moros, «que estaba en derecho de la puerta de la
villa» (223).
Ceuta.-En la segunda mitad del siglo XI al-BakrT se refiere a la existencia
en Ceuta de dos cementerios, uno en la montaña, sin duda en las laderas
de yabal al-Mina', y otro al norte inmediato al mar de al-Mamla (224). En
el de a'l.-MTna' fue enterrado en 360/1165 el venerado tradicionista alme-
riense Abü Bakr Yal)ya b. Mul)ammad b. Riq (225).
En su descripción de Ceuta, terminada de escribir en 825/1422, al-An9arT
enumera trece cementerios en el interior y extramuros: maqbarat al-Tüta
(cementerio del Moral), situado al este de la madfoa, en la ladera oriental
de yabal al-Mina', que será el mencionado por al--BakrT; maqbarat al-Manara,
comprendiendo seis cementerios que se extendían por una amplia super~
ficie, desde el primero, maqbarat Zahr al-Mal'ib, hasta el último, maqbarat
bi'r al-Naq~a; maqbarat lbn al-Rami; maqbarat al-Jawa'im; maqbarat Zaglo;
maqbarat masyid al-Ma~alla, en el Jugar en el que se decía desembarcó 1

Tariq b. Ziyad cuando la primera expedición; el cementerio de la ciudad


antigua, fundada por Sabt; maqbarat al-sari'a en el arrabal medio (al-rabad
al-awsa~); maqbarat al-Hara; dos maqabir de Ma~rib al-sabka al-barrani,
al exterior de bab al·A~mar, y otros tantos de A~yar al-Sudan (226).

Los cementerios hispanomusulmanes después de la conquista cristiana.

Al conquistar los cristianos las ciudades musulmanas de la Península, los


cementerios de casi todas ellas quedaron sin función. Excepcional es el
caso del de Toledo, en el que siguieron recibiendo sepultura los moros
mudéjares.

La palabra maqbara se castellanizó bajo la forma «macáber» (227) y al


cementerio (al-maqbara), se le llamó «almacáber», «almocáber» o «almo-

(223) Crónica de don Juan 11, en Crónicas de los Reyes de Castilla, 11, cap. XLI,
p. 294.
(224) Description de l'Afrique septentrionale par el-Bekri, trad. de Mac Guckin de
Slane, ¡pp. 202-203.
(225) lbn Baskuwal, Sila, n.º 1372.
(226) Lévi-Provern;ail, Une description de Ceuta musulmane au XVe siecle, pp. 145-
146. La traducción, inédita, de l mismo saihio arabista.
1

(227) Además de los ejemplos citados a continuación, en documentos de los si-


glos XVI y XVII -aipeo s die la renta de habices, 'libros de repoblación, emoción de parro-
1

quias, deslindes, etc.- se oitan abun:dant:es ccmacáberesn en los pueblos de las Alpujarras
(Manue,I Gómez-Moreno, De la Alpujarra, pp. 25-29; Isidro de las Cajigas, Topónimos alpu-
jarreños, p. 302).

278
cóbar» con nombre más prox1mo al plural al-maqabir que al singular; «al-
mecora» y «almecoriella» en Aragón (228) y «macabrán» en Loja (229).
En la gran cantidad de piedas labradas -estelas y bordillos de las fosas-
Y ladrillos de los cementerios islámicos, vieron los conquistadores provi-
dencial y económica cantera para levantar edificios, sobre todo iglesias,
destinados a satisfacer nuevas necesidades.
En septiembre de 1273 cedía Jaime 1 al convento de Predicadores (Santo
Domingo) de Hu esca las piedras existentes en el «fosal» de los sarracenos
de esa ciudad para ,construir su iglesia (230).
A consecuencia de la reclamación de los moros mudéjares, desde Murcia,
el 6 de febrero del año siguiente, el monarca donaba a la aljama de Huesca
dicho cementerio, en el que no debía de enterrarse desde algún tiempo
atrás, pues dice se lo da «para que podáis hacer campo y trabajarlo y
roturarlo para provecho de vuestra mezquita y lo que allí se críe sea para
el servicio de ella» (231). Por privilegio posterior, extendido en Alcira el
2 de marzo de 1275, Jaime 1 concedía las lápidas de la Almecora, «cemen-
terio antiguo de los sarracenos», para fa fábrica de la catedral, ad opus
operis Ecclesie oscensis (232).
El aprovechamiento de las piedras sepulcrales islámicas para nuevas cons-
trucciones religiosas debió de ser general. Ejemplo tardío ofrece Granada.

(228) Varios ejemplos supra; otrns figuran más adelante. Referencfa más v1·e1a en
una ·concesión hecha por Pedro 1 en 1095 al monasterio de San Juan de la Peña de su
heredamiento en la villa de Lues1ia (Zaragoza), para que en la era llamada Alrnecora
(sin duda, el cementerio islámico), .levantase una iglesia dedi·oada a San Esteban. El
obispo de Pamplona confirmó la donac1ión en 1133 (meando del Arco, Referencias a acaeci·
mientos históricos en las datas de documentos aragoneses de los siglos XI y XII, pág·i-
nas 329-330) .
(229) Hoene,11bach, Loja en la época nazarí, en Miscelánea de Estudios árabes y
hebraicos, 111, pp. 61-62. La igl,esia arniprestal de Alcántara (Cáceres) está dedicada a
Santa María de Almocóbar; fundada en el Ji,glo XIII, ocuipará el solar de un anterior
cementerio islámico.
(230) Fundación, exce,lencias, grandezas y cosas memorables de la antiquíssima
Ciudad de Huesca, recopiladas por Francisco Diiego de Aynsa y de Yriarte, p. 557.
(231) Donación del locum quod dicunt fossarium sarracenorum in Osca, juxta riuam
lsalle, partem cuius concesseremus fratribus predicatoribus Osee ad extrahendum inde
lapides ad opus operis eecle1sie sue. Ita ut de dicto fossario, dle quo fratres predicatores
extraserant lapides, possitis facere campum et ibi laborare et escolere ad opus mesquite
vestre et id quod inde exibit sit ad servicium et opus dicte mezquite (Joaquim Miret
i Sans, ltinerari de Jaume1 1 «el Conqueridor», p. 493). El doc., en A. C. A., He.g. 19, f.º 96.
(232) A. C. A., Reg. n.º 20, f.º 325 v., citado por Arco, La catedral de Huesca,
p. 24, y Huesca en el siglo XII, apud Actas y Memorias del 11 Congreso de Historia de
la Corona de Aragón, 1, p. 357.

279
Convertidos sus vecinos moros al catolicismo después del levantamiento
de 1499, quedaron abandonados sus cementerios. Los Reyes Cató'licos, por
cédula fechada en Sevilla el 14 de abril de 1500, concedieron a los frailes
jerónimos el ladrillo y piedra que había en el «Onsario» de la puerta de
Elvira para la obra de su monasterio (233). Por Real Cédula de 20 de
septiembre del mismo año se clausuraron los cementerios is'lámicos de la
ciudad, y por otra de 15 de octubre de 1501, promulgando las Ordenanzas
de Granada, los Reyes Católicos cedieron para ejidos de la ciudad «todos
los osarios en que se acostumbraban enterrar los moros». Como ya se
dijo, en el primer tercio del siglo XVI aprovecháronse muchas piedras de
esos cementerios en la construcción de las parroquias granadinas levanta·
das por entonces, entre ellas San Cristóba'I y Santo Domingo, así como en
el fortalecimiento de algunos muros en la Alhambra y en edificios civHes.
Muchas de ilas estelas sepulcrales hispanomusulmanas ensalzando la gloria
de Dios, al que los musulmanes dicen Allah, y en solicitud de su infinita
misericordia para el creyente enterrado bajo ellas, pasaron a servir de
sillares en templos cristianos, mientras otras quedaban ocultas bajo tierra.
Hoy se recogen para guardarlas celosamente en nuestros museos como
testimonios de una civilización sin cuyo conocimiento es imposible com-
prender el presente hispánico ni preparar su futuro.

(238) «Por hacer bien e merced e limosna al prior e frailes e convento del Monast·erio
de Nuestra Señora Santa Marí,a de la Concepción de O'rden de San Jerónimo de la c·iudad
de Granada, por la presente les hacemos merced e donación de todo el ladrillo e piedra
que hay en el ons.ario que tenían los moros de ·1a dircha cihdad a 1.inde Ja puerta de Elvira
para la obra de! dioho, Monasterio e mandamos al Correg1i1dor e Alicaldes e otras Justicias
cual1esqu:ier de la dicha cibdad de Granada que les dejen y consientan sacar del di.cho
onsario toda la dicha piedra e ladrillo l1ibre desernbarazada:mente» (Arch. de la Alhambra;
cita de Gómez Moreno, Cosas granadinas, pp. 119-120).

280
CONCEPTO ISLAMICO DE LA CALLE

La separación y el aislamiento de los arrabales, de los barrios y aún de las


calles; la angostura y tortuosidad de estas últimas; los pasadizos y los
muros y puertas de cerramiento, satisfacían en las ciudades hispanomusul-
manas a una necesidad primordial de defensa. En períodos frecuentes de
inseguridad y revueltas, si la cerca exterior protegía contra el enemigo le-
jano, todos esos otros obstáculos eran necesarios para defenderse del in-
terior, más peligroso por más cercano.

Refiere Ibn 'lgarl que hacia el año 977-978 la administración de la ciudad


de Córdoba, a cuyo frente estaba el más· tarde llamado Almanzor, mejoró
notablemente respecto a la de sus predecesores. Antes era necesario ve-
lar toda la noche para guardarse de las acometidas de los malhechores, que
encontraban amparo y protección hasta en los cortesanos y cuyos ataques
nocturnos eran más temibles que los sufridos por los musulmanes fron-
terizos. Y en el siglo XIII, refiere lbn Sa'Td, abundaban los asesinatos y los
robos en la antigua capital del califato, cuyo populacho estaba reputado
tradicionalmente por su carencia de escrúpulos y su tendencia a criti-
carlo todo y a estar siempre descontento (1). Los vecinos, para disfrutar
de una relativa tranquilidad, necesitaban vivir apretados codo con codo.
En las frecuentes revoluciones populares y en época de anarquía era así
fácil a unos cuantos hombres defender el acceso al darb o callejón ciego
en el que se abrían las puertas de 'sus hogares.
Gallotti, en un libro en que describe sutilmente algunos aspectos urbanos
del Marruecos de hace medio siglo, dice el concepto que tenía ,de su casa
el indígena, seguramente no muy distinto al del vecino de las ciudades his-
panomusulmanas: «Lo que desea es elevar un muro entre su reposo y los
caminos fértiles en emboscadas de la campiña insegura; un muro entre
su descanso y los pestilentes olores de la ciudad, las cataratas de la lluvia,
el ardor del sol, el viento, la muchedumbre piojosa y el tumulto de las ca-

(1) lbn 'ldarT, Bayan, 11, texto, p. 284; trad., p. 442; Lévi~Proven9al, l'Espagne ... au
Xeme siecle, pp. 232-233.

281
ravanas: un muro entre su descanso y las preocupaciones de sus nego-
cios, las intrigas del representante del sultán, la corrupción de los jueces,
la rapacidad de los más audaces y la envidia de todos; un muro para sen-
tirse plenamente en su casa, como en su lecho y en su tumban (2).
Pero, además de esa primordial necesidad defensiva, el trazado de las
calles traducía el concepto que de la vida urbana tenían sus habitantes,
totalmente distinto al de los de las cristianas. Para las gentes del occiden-
te mediterráneo, que disfrutan de un clima benigno, las calles de los ba-
rrios populares son como una prolongación ruidosa de las propias vi-
viendas; a ellas concurren con frecuencia los vecinos de las casas inme-
diatas para disfrutar del sol y del aire y charlar. En las fachadas se abren
abundantes huecos de regular tamaño, a los que suelen asomarse los ve-
cinos que desean gozar del espectáculo urbano.

Los ciudadanos hispanomusulmanes acudían a sus actos de devoción y a


sus quehaceres comerciales o industriales a la parte central frecuentada y
ruidosa, de la ciudad, donde estaban la mezquita mayor, la alcaicería, las
calles llenas de tiendecitas y la mayoría de los zocos; pero sus viviendas
se escondían casi siempre en el fondo de callejones apartados y silencio-
sos, en los que el escaso tránsito permitía crecer la hierba. Tras alguna
ventanita con celosías o un volado ajimez, las mujeres podían contemplar
la calle sin ser vistas, pero el sitio de expansión de ellas y de los niños
era además del patio, el terrado en algunos sectores de la costa medite-
rránea y de la inmediata atlántica, o la algorfa (sobrado o galería alta), si
la casa se cubría con :tejado. Desde estos lugares la vista podía recrearse
más que en la contemplación de los espectáculos callejeros, en la de los
alminares próximos, sobresaliendo por encima del caserío y las montañas
lejanas.
Para algunos de los habitantes de nuestras incómodas y ruidosas vivien-
das de pisos, obligados al contacto continuo con sus convecinos, parecerá
un ideal inasequible el de vivir en una casita· situada en el fondo de un
estrecho callejón de una ciudad populosa en la que disfrutaría, a la vez
que de las ventajas y comodidades de una gran urbe, de la soledad y de

(2) Jean Gallotti, Le jardín et la maison arabe au Maroc, 1, p. 7. Compárese con la


descripción que hace Sauvaget de ila disposición calleiera de Damasco: "ª las calles
principales abren las callejuelas (darb, ~ara), cuyas puertas se cierran todas las noches
desde la puesta de sol, y permanentemente en épocas de intranquilidad; estas callejuelas
se ramifican a su vez en calles sin salida (zuqaq, dajla), oerradas también por puertas,
en las que están los ingresos de las viviendas. Cada casa no presenta así a la calle más
que su fachada posterior, sin hueco alguno; para penetrar en ella hay que franquear.
sucesivamente la puerta del barrio, la del atolladero y la de la vivienda. Gracias a esta
. sucesión de obstáculos y a la solidaridad que ex·iste entre los vecinos de un mismo
barrio, ipueden éstos vivir relativamente seguros» (Esquisse ... de Damas, p. 453).

282
aquel «mudo y sosegado silencio» que, como don maravilloso, tan repeti-
damente pondera Cervantes.

Los urbanistas modernos tienden, cada vez con mayor afán, a disponer un
centro urbano, destinado exclusivamente a la vida comercial y de relación,
acumulando en otra zona las industrias, y a construir barrios de viviendas
apartadas de ambos, con calles relativamente estrechas, de escasa cir·
culación.

Las calles angostas estaban hechas para circular, no para sentarse o


charlar. No había en ellas tiendas.

El sistema, como se ha visto, no es invención reciente. Se había llevado


a la práctica de una manera natural y perfecta, como consecuencia de una
evolución biológica y no de una brusca imposición técnica, en las ciuda-
des hispanomusulmanas, cuyos diferentes sectores formaban un organismo
perfectamente trabado, en el que el tránsito de unos a otros tenía lugar
en forma insensible, sin solución de continuidad. En lugar de estudiar los
trazados urbanos, como hasta ahora se ha hecho, a base de las calles, se
tiende hoy a dar primordial importancia a los solares en los que se han
de levantar las viviendas, solares que en parte condicionan la forma y
el trazado de las vías, como se ha visto ocurría en las ciudades islámicas.

Tal vez algún día,· nuestros futuros urbanistas reanuden la tradición inte-
rrumpida hace cinco siglos y tracen o reformen las ciudades de forma
que al mismo tiempo que las calles ruidosas de intenso tráfico, obligadas
por la vida moderna, haya otras apartadas, de viviendas, en las que sólo
de tarde en tarde resuenen los pasos de unas pocas gentes que las ha-
bitan. Se habrá logrado así asociar felizmente la vida rural, con su tran-
quila monotonía, a la febril y brillante de los grandes centros urbanos.

Con su tradicionalismo y sabiduría milenaria, los orientales, fieles a su


vieja e invariable fórmula urbana, no necesitan hoy transformar radical-
mente sus ciudades para ponerlas de acuerdo con las últimas directrices,
pues a ellas responden en gran parte desde hace siglos.

283
DISPOSICION Y TRAZADO DE CALLES Y MANZANAS

Una de las características que diferenciaban más profundamente a las


ciudades musulmanas, lo mismo a las orientales que a las del norte de
Africa y de nuestra Península, de las medievales ·de Occidente, era el tra-
zado de sus calles. Casi todas las de las últimas estaban, como las de las
ciudades modernas, abiertas por sus dos extremos; eran vías de tránsito,
por las que se circulaba sin solución de continuidad; servían, a la vez,
para el tránsito general urbano y el acceso a las viviendas que las bor-
deaban.

Las ciudades islámicas poseían también unas cuantas vías transversales


o radiales que, cruzando el recinto murado de la macfina, comunicaban
sus entradas más frecuentadas para prolongarse a través de los barrios
extramuros inmediatos y convertirse finalmente en caminos. De estas
calles, de intensa y libre circulación en las que acostumbraban estar
la mezquita mayor, la alcaicería y los zocos más importantes, arranca-
ban otras más angostas y de ancho variable, quebradas y tortuosas, de
las que partían a su vez un gran número de callejones ciegos sin salida
que se ramificaban l~berínticamente, como las venas en el cuerpo humano,
y se consideraban vías privadas propiedad de los vecinos que en ellas tenían
el ingreso de su vivienda. Este mismo trazado callejero, simplificado y redu-
cido a menores proporciones, se repetía en cada uno de los barrios y arra-
bales algo extensos. El plano de Sevilla de 1771, debido a la iniciativa del
asistente don Pablo de Olavide; el de Málaga, veinte años posterior; el de
Dalmáu de Granada, fechado en 1796 y el de Córdoba de 1811, levantado
durante la ocupaC'ión francesa (1), muestran claramente esa disposición,
de la que aún qrn~dan restos en los barrios menos renovados de esas ciu·

(1) «Plano topographico de ita M. N. y M. t. ciudad de Sevilla. Se levantó y abrió por


disposición del señor don Pablo de Olav:ide, asistente de esta ciudad ... Año de 1771.
Lo 1,e,vanto y delineó don Feo. Manl. Coelho, y gravó don Jiph. Amat» (Se hizo nueva
edie'ión en 1903, a e~pensa dei Duque de T'Serclaes) -Plano de Máilaga, ,levantado en
1791 por el vigía del puerto don José Carrión de Mula; publicó una reducción don Manuel
Rodríguez de Berlanga, en su obra Monumentos históricos del municipio Fliavio-Malaci·
tano (Málaga, 1864)-. «Mapa topográfüco de i1a ciudad de Granada. Por don Francisco

285
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Plano actual de los alrededores de la catedral. Toledo.

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Calle en Baen a (Córdoba).

291
292
dades, como son el sudeste e inmediato al Alcázar de Sevilla (calles de Pla-
centines y Argota de Molina, entre otras, de las que arrancan callejones
ciegos), el que en Granada se extiende por la ladera del Darro, frontera a
la de la Alhambra entre el río y la Alcazaba vieja, y el que rodea la mezquita
cordobesa. El· acentuado relieve de su solar .y los profundos sótanos y
cimientos de muchos de sus edificios obligaron a las calles toledanas a
seguir el mismo trazado durante siglos, conforme al principio de su con-
tinuidad a través de ellos, razón por la que también se conservan en esa
ciudad crecido número de callejones sin salida.

Un forastero extraviado en el siglo XV en una ciudad española de abolengo


occidental, Barce'lona, Burgos, Valladolid o Salamanca, por ejemplo, hubiera
podido, como en las modernas, continuar indefinidamente calle tras calle
dando vueltas por ella. El que no conoce bien Toledo, y gusta de recorrer
al azar sus pintorescas callejuelas, es frecuente que tenga que desandar
el camino al llegar al final de alguna sin salida, desierta y silenciosa, entre
cuyos guijarros crece la hierba.

No heredaron esta disposición las ciudades islámicas de las romanas (2);


veánse, por ejemplo, los planos de las itálicas de Pompeya y Ostia, de las·
africanas de Timgad y Numidia (DjemHa), de fas hispánicas de Azaila, Nu,
mancia, Ampurias e Itálica. Todas ellas tienen trazados relativamente re-
gulares, con calles de anchura constante que se comunican con otras por
sus dos cabos. El tan distinto trazado de las calles hisipanomusulmanas
llegó a Occidente desde el otro extremo de'I Mediterráneo, tal vez desde
Siria, donde los árabes habitaron por primera vez centros urbanos de algu-
na importanoia. Y a Siria pudo transmitirse desde las pequeñas ciudades
del Yemen, en el sur de Arabia, de las que salieron gran número de artesa-
nos y comerciantes para establecerse en el 'lra q y en Andalucía.
1

Un autor musulmán, al-HimyarT, señala con extrañeza la para él insólita


disposición del trazado en cruz de las calles de Zaragoza, con cuatro puer-
tas en los extremos de las dos normales axiales.
Cúmplese en este caso la ya aludida ley de la permanencia de la traza de
las calles a través de las muchas reconstrucciones de las casas que las
bordean, pues ese trazado es aún el de Zaragoza.

Dalmau ... año de 1796». «~lian rtopographioo de 1la Ciudad de Córdoba, levantado. según
Procedimientos de Geometría 1suibterránea ipor el Ingeniero de Minas Barón de Karviriskj y
el Ingeniero de iPuenres y Cal.zadas. Don Joaquín RHlo a Expensas de la MlllnicipaHdad.
Año ide 1811 ». iSe publJcó en ·e·I Boletín de la Real Academia de Ciencias, Bellas letras y
1

Nobles Artes de Córdoba, a. IX, 1930, p. 117, y en la tirada aparte del trabajo al que
1 1

acompaña ·en esa revista, Córdoba durante la guerra de 'la Independencia, por Miguel
A\ngel Ortí Belmonte.
(2) Véase supra «De las ciiudades ,romanas a fas hispanomusulman.as».
1

293
A esa disposición de las calles, común a todas las ciudades musulmanas,
lo mismo a las orientales que a la occidentales, pues la islamización. supo-
ne un molde uniforme urbano, consecuencia del sistema de vida, acom-
pañaba la irregularidad de las manzanas.
Calles angostas, quebradas y tortuosas, bordeadas por casas cuyas
fachadas no eran con frecuencia paralelas, limitaban en las ciudades musul-
manas de al-Andalus extensas manzanas muy irregulares en las que pe-
netraban profundamente callejones sin salida (durüb; en singular, darb).

En la urbes occidentales lo primero que existe es el sendero o camino,


transformado en calle a medida que se van elevando edificios en sus orillas.
En las ciudades isl·ámicas son las casas las que al irse yuxtaponiendo de-
terminan las calles, tanto de las que sirven de acceso a las viviendas,
como de las de tránsito, y así se explica su traza. La carencia en ellas de
organización municipal y de disposiciones sobre edificación, favorecía
el .desarrollo de las ciudades en esa forma (3).

La evolución. de la ciudad en la sociedad islámica, era, pues, fruto de la


iniciativa privada, con el sólo límite de no causar perjuicio a ningún otro
vecino.
Tan sólo la voluntad de algún personaje poderoso lograba alterar con mo-
dificaciones de importancia las disposiciones urbanas. Tal ocurrió, por ejem-
plo, en Sevilla, cuando el soberano almohade Abü Ya'qü!b Yüsuf mandó
derribar en 1171-1172 varias casas que había en la alcazaba para construir
en su solar una nueva mez·quita mayor, por resultar la vieja insuficiente

(3) Véase supra «Ausenoia de disposiciones y reglamentos urbanos».

294
PLAZAS, ZOCOS Y TIENDAS DE LAS CIUDADES HISPANOMUSULMANAS

Plazas.
La plaza llamábase en árabe hispánico ra~ba -plural ri~ab y ra~bab-. Si
en ella había tiendas permanentes o albergaba comercios provisionales, en-
tonces recibía algunas veces el nombre de süq -plural aswaq-. Esta
palabra no siempre lle•vaba implícita la idea de plaza; el zoco, que es la
castellana derivada, lo mismo podía estar en una plaza, que en una calle, en
un espacio libre fuera de murallas, etc. Zoco equivale, pues, a mercado,
permanente o periódico. Tales nombres no aparecen siempre bien dife-
renciados, y es frecuente la cita de ra~bab con tiendas, y de calles que
también las tenían, y sin embargo, no se las nombra aswaq. El pequeño
mercado estaba instalado generalmente en una plazoleta, y, por extensión,
ésta conocí ase por suwayqa (1).
En el interior del recinto murado de las ciudades hispanomusulmanas
no existían grandes espacios libres. En la red de calles y callejuelas tor-
tuosas y desiguales que las cortaban, el frecuente y caprichoso ensan-
chamiento o el cambio de dirección de una calle formaban como pequeñas
plazoletas y rinconadas de reducida superficie. Junto a la mezquita mayor
y al lado de las secundarias, como se verá en las páginas siguientes, solía
haber una plaza algo más amplia, ocupada en parte por comercios. Los
patios de las me~quitas suplían, sal.va en las horas destinadas a las ora-
ciones rituales, el escaso tamaño db las plazas. Las gentes se repartían,
además, por las calles y zocos próximos, y por la alcaicería, cercana tam-
bién a la gran mezquita. En algunas ciudades había otras plazas reducidas,
a veces con tiendas, y fuera del recinto murado, junto a las puertas, era
frecuente la existencia de zocos en los que se vendían productos proce-
dentes de los contornos.
Del escaso número y reducida extensión de las plazas existen algunos
testimonios directos, y los muy expresivos, reveladores de una radical di-

(1) «Plai;:a, lugar donde venden: c;:oq, ac;:uaq; plai;:a, lugar donde no ay cosas : ra~ba,
ri~ab; corso do, corren .e\ toro : ráhba, riháb; mercado, lugar : c;:oq, ac;:uaqn. Petri Hispani,
De Iingua arabica, libri duo , ,Pauli de Lagarde.

295
ferencia de concepto urbano entre las ciudades hispanomusulmanas y las
cristianas, de cómo las reconquistadas hubieron de ensanchar sus antiguas
plazas y crear otras nuevas, derribando para ello no pocos edificios, sin-
gularmente a fines de la Edad Media y en el siglo XVI. No fue sólo el in-
.truso rey José tres sigl.os más tarde, durante la guerra de Independencia,
él que sintió el ahogo de un caserío excesivamente apretado y la necesidad
de aclararlo mediante demoliciones.

De la Sevilla de hacia 1100 dice Ibn'Abdün que en su interior faltaban es-


pacios anchos, por los que las tejas y ladrillos se fabricaban fuera de sus
puertas, en el foso protector del recinto (2). Al-IdrTsl describe en la primern
mitad del siglo XII la ciudad, hoy desaparecida, de Saltés -Saltis- cerca
de Huelva, emplazada en una pequeña isla, sin lugar, por tanto, para en-
sancharse, formada por construcciones unidas unas a otras, es decir, sin
espacio apenas entre ellas (3). Cosa análoga ocurría en la poblada Málaga
del siglo XIV, según testimonio de Ibn al-Jatib: «Todo el interior murado
de Málaga está apretado y aglomerado. La ciudad entera está trabada y
a la vez simétricamente distribuida, como una tela de araña ... Las calles
están ahogadas de gente, y en los zocos se apretujan los comercios» (4).
Un siglo aproximadamente después, el notario mallorquín Pedro Lilitrá,
que entró en Málaga al ser conquistada por los Reyes Católicos (1487),
acostumbrado a las ciudades levantinas, de amplias plazas, repite la misma
observaci.ón: «No hay plazas (en Málaga)» (5). Lucio Marineo Sículo con-
firma para Granada la impresión de amontonamientos de edificios y falta
de lo que hoy llamamos espacios libres, que a los extraños producían estas
ciudades: «Mas los barrios y calles (de Granada), que son muchas, por
Ja gran .espesura de Jos edificios, por la mayor parte son angostas, y tam-
bién las plac;as y mercados donde se venden los mantenimientos, las qua-
les después que Granada se tomó, se an hecho por Jos christianos más
anchas y ilustres» (6).

(2) Frnncesco Gabrielli, H Tratatto censorio di lbn 'Abdün sul bon governo d i Si·1

viglia, p. 910.
(3) Description de l'Afrique et de l'Espagne par ldrisi, por R. Dozy y M. J. de Go·eje,
p. 179 ·del texto árabe y ~16 d:e lai traducción francesa.
(4) García Gómez, El «parangón» .entre Málaga y Sailé d'e lbn al-Jalib, p. 191.
(5) «De iplassas 1no n'hi ha alguna». El documento se encuentra e.n U!n libro de cartas
del Arch. Hist. de Mallorca (España, sus monumentos· y artes, su naturaleza e historia:
Granada, Jaén, Málaga y Almería, por don Francisco Pi y Margal!, p. 430. Sin embargo, hay
no1Ji·cias de :ja ·existenc·ia de una plaza malagueña en el centro de la ciudad, llamada
de las Cuatro Calles poco después de ·la Reconquista, y que, como se verá en una nota
siguiente, ihubo necesidad de ensanchar.
(6) L. Marineo Sículo, iDe las cosas memorables de España. Edicionel latina y caste-
llana se publicaron en Alcalá de Henares en 1530. La última fue reeditadjl modernamente
por don Antonio !María fabiié, Viajes por España, de Jorge de Einghen, p'. 559.

296
Al ir pasando al dominio cristiano, impúsose la necesidad de ensanchar
calles y plazas (7).
Certeramente escribía de Jaén el deán Martínez Mazas a fines del si-
glo XVIII: «El gusto de los moros no era el de dejar lugares o sitios vacíos
en sus poblaciones, y por eso juntaban muchos más vecinos en corto dis-
trito» (8).

(7) He aquí algunos datos referentes a esos ensanches: en 1391 y 1392 se derribaron
casas en Valencia para abrir la Plaza del Portal Nuevo (la urbe valenciana en e l siglo XIV,
1

por José Rodrigo Pertegás, 1Memorias, 1, p. 285). El condestable don Miguel Lucas de tranzo,
en una dudad de no mucha importaincia como Jaén que sin duda conservaba aún en
gran parte su caserío musulmán fue, de 1460 a 1473, «comprando acre9entando anchuras
y exidos y pla9asn (Hechos del Condestable don Miguel lucas de lranzo, edición Y
estudio por Juan de Mata Carriaz,o, pp. 117-120 y 225). La plaza situada en el centro de
Málaga se llamaba poco después de 'la conquista de la ciudad, de las Cuatro Calles,
sin duda por concurrir a e'lla otras tantas. En su lado norte había unos (baños; hacia
el ángulo de poniente, al comienzo de la calle que arrancaba de este punto, una pequeña
mezquita con su alminar. En Cabildo de 30 de julio de 149 2 se convino en que la plaza
1 1 1

era pequeña para una población que icrecía rápidamente, por lo que se acordó ensan-
charla y a fines de 1493, estaba el proyecto realizado. Otras reformas de la misma
tuvieron lugar en 1517, a partir de 1533, e~c. (las calles de Málaga, por don Francis:cb
1

Bejarano Robles, :pp. 98, 99, 101 y 102). Respecto a Grainada abundan los testimonios.
En 1506 hubo de dar licencia el Rey para agrandar fa pequeña plaza de al-Hattabln donde
hoy la Nueva, en documento en el que se dice «dicha cibdad tiene mucha necesidad de
1

hacer una plaza pública» (Cri,stóba'I Espejo, ·Documentos para la Hist. del Re ino Gra·1

nadino, licencia para fazer una plaza en el Atabín de Granada, pp. 38-39). El documento,
en el Re'g.istro del S'ello del Ar:ch. Genera¡ de Simancas. Nueve años después se
realizó ese ensancihe, cubriendo el río (Górnez Moreno, Guía de Granada, p. 200).
Respecto de la más l\fasta y famosa plaza de Granada, la de la Bibarrambla, no es
seguro que provenga de época musulmana. Según t. Marineo Sículo, esa plaza, grande
y llana, se había edificado hacía ¡poco por los cristianos (Fabié, Viajes por España,
pp. 560-561). En 1495 se 1Ia citaba como la plaza nueva de Bibarrambla; consta que 1por
entonces era pequeña. En 1513 el :rey Fernando, en nombre de su hija, expidió cédula
ordenando comprar casas para ensancharla, lo que se rea'lizó de 1516 a 1519 (Gómez
Moreno, Guía de Granada, p. 243). No hay para qué citar aquí las muchas ampliaciones
y reformas posteriores. iEn las «Ordenanzas de edificios, de casas, y albañiles, y labores»,
de Granada, hay una de 1526, de Carlos V, que dice: «Viendo la grande necesidad que
tenía que se ensanchassen las calles y pla9as de ella por estar muy estrechas ... y es-
ta1ndo Nos 1en esta Ciudad, 1por aver mucha gente en nuestra Corte ry ser grande la
estrechura de calles y plac;:as de ella» (Ordenanzas de Granada (Granada, 1552), tit. 85, 1).
En un manuscrito de censos 'Y propios, de Granada, leg. 4.º, que se conserva en el Archivo
del Ayuntamiento de esa ciudad, figuran las siguientes partidas: «P.Jaza delante de la
capilla real 'Y casas del cabildo, en la cual hubo dos tiendas, derribadas y hechas plaza;
otra calle que se llama en arábigo garbie xima (occidente de la aljama) frontera de la
iglesia mayor en la plac;:a del colegio; en ella había cuatro tiendas entre fa iglesia y
el colegio, derribadas y hechas ¡plaza; ... dos (tiendas) en la plaza donde agora están los
pregoneros, delante de <la carnicería que salen a la plaza de Bibarrarnhla, derribadas y
hechas rplazan. Aún en fecha avanzada de:! si,glo XVI, en 1579, de Sevilla, el gran emporio
del comeroio con las Indias, decía Francisco de Sigüenza, tener necesidad de una buena
plaza, .que es lo que le falta, a mi parecer» (Traslación de la Imagen de Ntra. Sra. de 1los
Reyes, por Francisco de Sigüenza, 1579, editado en Sevilla en 1919, según cita de Santiago
Montoto,Sevilla en el Imperio, prp. 33-34).
(8) Retrato ail natural de la ciudad y término de Jaén, por un individuo de la SÓciedad
patriótica de 'dicha ciudad, pp. 41·42.

297
Junto a las mezquitas era obligada la existencia de una plaza. Consta la
hubo en Córdoba, por un documento posterior a su conquista por Fernan-
do 111, pero de fecha tan próxima, que seguramente aún no se habían reali-
zado reformas urbanas de importancia en la grande y decaída 'ciudad. Es un
privilegio de ese monarca, fechado en Burgos el 12 de julio de 1241, en el
que dice: Dono etiam vobis illas domos in Corduba, qui dicuntur de almzr,
cum platea qui est iusta portam eclesie sancte marie, ubi verudunt pisca-
men (9). Allí mismo, entre la mezquita y el alcazár, hoy palacio episcopal,
cuyas líneas de fachada se conservan, había una calle de exc·epcional an-
cho para entonces ( 1O).

Adyacente a la mezquita mayor existió en Sevilla una plaza, mencionada en


documentos inmediatos a su conquista: «Unas casas en seuilla que son en
lá plac;a de Santa María» (a. 1251); «la cual que ua de la plac;a de Sancta
María» (a. 1264) (11).

La Primera Crónica General, al relatar el asedio de Valencia por el Cid ern


los últimos años del siglo XI, dice cómo la mezquita y la alcazaba estaban
en una plaza, en la que, así como en las restantes de la población, hubo de
enterrarse a los valencianos que morían durante el sitio, al no poder salir
a los cementerios extramuros: «Et estaua ya todo el pueblo en las andas de
la muerte; et ueyen el emme andar, desi c;:1erse muerto assi que se finchio
la plac;a del alcac;ar de fuessas en derredor de la mezquita -mayor- et las
placas de la villa et derredor del muro, et non auio y fuessa que non yo-
guiessen y rmás de diez» (12).
Documentos cristianos del mismo año de 1492 de la conquista de Granada,
mencionan «Una macería que está en la plac;a de almagyd (mezquita) gran-
de de Ja dicha <;ibdad, que halinda de Ja una parte con el Basty y por la otra
con el almahdara (almadraza) en que layen los mochachos, y de la otra

(9) En ·el Libro de fas Tablas, f.0 5, del Arch. Capit. de fa Cat. de Córdoba (La Sina-
goga de Córdoba, por Fidel Fita, apud. Bol. de la Real Acad. de la Historia, V, p. 363).
(10) No sería muy amplia la plazuela que 1había delante de la puerta de la mezquita
mayor de To:ledo, convertida en catedral, en la que había varios mesones, que se cita
en un documento, de 1186 (Gonzáilez Palencia, Los mozárabes de Toledo en los si-
glos XII y XIII, vol. 1, doc. núm. 183, pp. 137-138).
(11) Antonio Ballesteros, Sevilla en eil sigfo XHI, docs. núms. 3, 5, 6 y 137, pp. V,
VI y CXUV.
(12) Primera Crónica General, 1, Texto, edic. Ramón Menéndez Pida!, cap. 915, p. 585.
Esta plaza se cita en un documento de 1242, de cambios de unas casas por unas pos~sio­
nes 1que consistían en totam illam fotratam porte Ferrioe in platea ante ecclesiam
Beate Marie (la mezquita mayor consa~rada al culto. cristiano cuatro años antes), que
dicta intrata affrontat ex una !Parte in turre vestra (del Obispo) petrea (proba.blemente
el alminar) ·et 1in vestris domibus, de secunda et tertia in domibus nostris, de quarta
vero in platea Sante Marie (Anitigüedades de Vale¡llOia, Fr. Josef Teixidor, 1, pp. 199-200).

298
parte la casa del lavatorio -llamada daralguado (dar al-wadü') en otra escri·
tura-». Dicha macería· fue comprada en 1500 para ensanchar la entrada
de las casas del Ayuntamiento, establecidas en la aludida madraza. La plaza, .
que se nombraba Ra~bat al-Masyid al-A'zam, estaba, pues, entre la ma-
draza o Ayuntamiento viejo y la mez·quita, a Oriente de ésta; parte de ella
fue luego ocupada por la Capilla Real (13). Cítasela en un texto árabe, anó-
nimo, terminado de escribir en 1538, que da la noticia del desbordamiento
del río Darro, a consecuencia de las grandes lluvias de la primavera de
1478; el agua «llegó hasta la plaza -ra~ba- de la mezquita mayor» (14).
No es fácil determinar el emplazamiento de algunas de las plazas de menor
importancia que se mencionan a continuación.
En Córdoba alude lbn Baskuwal a la ra~ba 'Aziza, en la que se enterró en
415/1024, junto a la casa de lbn suhayd, al sabio cordobés lbn Bunnüs,
cuyos restos mortales no se atrevieron a llevar al cementerio por el terror
que causaban las bandas de beréberes que recorrían las inmediaciones
de la ciudad. El mismo autor se refiere a la ra~ba de lbn Dirhamayn (el
hijo de los dos dirhemes), en la que estaba la mezquita, nueva entonces,
de Yüsuf b. BasTI, lugar del sepelio en 507 /1114 de Abü-1-WalTd Malik b.
'Abd Allah al-Sahla, y de la que era imam al-BuskalarT, fallecido en 460/
1068- ( 15). En la novela aljamiada El baño de Zarieb, escrita en Córdoba,
según se declara en el texto, alüdese a la plaza de Qurays, en la que la
hermosa doncella Zaynab, recluida siempre en su palacio, se perdió al ir
a satisfacer el ardiente deseo de visitar el baño de Zarieb ( 16).

(13) Gómez Moreno y Martínez, Monumentos arquitectónicos de España: Grana·


da, p. 51, n. (1). La traducción de escritura, fechada e1n el mes de octubre de ,1492,
se conservaba en el Ayuntamiento de Granada. Gaspar Remiro publicó el original árabe,
con la data1 de 898/1491, y la traducoióni (Escrituras árabes de Granada, p. 15). El hombre
de la plaza en 1EI baño de sa~r en Granada, por Uuis 1Seco de Lucena, p. 212.
(14) Marc. Jos. Müller, Die Letzten Zeiten von Granada, p. 5 del texto árabe y 111
de la versión alemana. Tradújose al castellano este fragmento del relato anónimo en
la Relación de algunos sucesos de fos tiempos del reino de Granada. Bibliiófilos Españoles
(Madrid, 1868), p. 147. iEI documento •completo fue editado, en su original ·árabe y con
traducción castellana, por don Carlos Ouirós y don Alfredo Bustaní, en su obra Fragmento
de la época sobre noticias de los Reyes Nazar·itas o Capitulación de Granada y Emigra-
ción de los Andaluces a Marruecos, p. ,5 del texto áralbe y 6 de :la versión castellana.
(15) Biblioteca Arabico-Hispana, 1, 11, Abenpascualis Assila... edit. Francisco· Co-
dera (Madrid, 1882), :pp. 257, 275 y 562, según cita de Lévi-Provern;:al, L'Espagne mu-
sulmane au Xe sieole, pp. 208-209, n. (2). La fecha que da tbn Baslmwal para la muerte de
al-Buska'larl -16 de ramadan de 461- debe de estar equivocada. Será el 16 ramadan
460/19 de julio de 1068 (recti.fi.cación de Ocaña Jiménez).
(16) Asín Palac.ios, El original árabe de la novela aljamiada «El baño de Zarieb»,
p. 386. El nombre de Ourays provendrá de] de la tribu así llamada, con el que se
conocía también un cementerio cordobés. Julián Ribera y Tarragó, La plaza del alcalde,
en Disertaciones y opúsculos, 11 (Madrid, 1928), pp. 322, 323 y 325; Bofarull, Repartimien-
tos de Mallorca, Valencia 'Y Cerdeña, :pp. 156, 176, 180, 294, 307, 556 y 627. En la Takmila
de lbn al-Abbar, edición Co~era, lbiografía 118.ª, se cita la ra~bat al-Qa~i de Valencia.

299
De la Valencia musulmana conocemos, además de la ya citada, el nombre
de algunas otras plazas. Es sabida ·la situación de la ra~bat al-Qac;ll, o plaza
del A'lcal.de, aproximadamente en el centro de la ciudad, mencionada a fines
del siglo XI, cuando la conquista por el Cid, y que seguía llamándose de la
misma manera en la época de la definitiva por Jaime 1 ( 1238), pues el Re-
partimiento la menciona repetidamente: Rabat alcadí, Rabat alcadus, Raha-
batcadi y Rahalalcadi. En ella había una mezquita conocida, así como el
barrio en torno, por idéntico nombre, consagrada luego en la iglesia de·
Santa Catalina; temp·lo que, renovado, aún subsiste (17). En el Reparti-
miento de Valencia figuran otras plazas de la ciudad llamadas plateam y
placiam: anteportam de Axar·ea, Ficulnee, Vallis de Paradiso (lindante esta
última con el muro de la ciudad, al parecer dentro de la cerca) (18).
El Repartimiento de Mallorca llama unas veces, como el de Valencia, platea
o platee a la plaza, y otras, eruditamente, foro. Probablemente estas últimas
serían los zocos y lugares especialmente consagrados al comercio. Entre
las primeras figuran: platea de fumo Dabinfilel, platea de Mesquita de Za-
1

qrí y platea assignate de fossarius ( 19).


Cerca de la mezquita mayor de Granada hubo otra plaza, además de la men-
cionada, que se llamaba ra~bat Abü-1-Aassi, porque un individuo de este
nombre edificó en ella una mezquita y un baño, según lbn al-Jatib, citad·J
por Riaño (20). Antes se aludió a la pequeña plaza granadina de al-ljattabín,
es decir, de los leñadores, que en 1506 tenía casas y tiendas alrededor, de-
rribadas estas últimas algo más tarde para ensancharla; ocupaba una parte
de la actual Plaza Nueva (21). Respecto a la más vasta de Granada, la de
Bibarrambla, ya se dijo no constar su existencia en época islámica; si la
hubo entonces, sería muy reducida. En el Albaicín, la hoy llamada Plaza Larga
se conocía por Almajur y era la principal del barrio. Famosa por haber sido
teatro de reñidísima lucha en 1486 entre los partidarios del Zagal y los de
su sobrino Boabdil, dueño del Albaicín, y más tarde de algunos de los epi-
sodios de la sublevación de los moriscos era la plaza de Bab al-bunüd (Puer-
ta de los estandartes), inmediata a esta puerta y a la mezquita mayor de
aquel barrio (22).

(17) Bofarull, !Repartimientos de Mallorca, Valencia y Cerdeña, pp. 225, 284, 306,
311, 313, 315, 383, 483.
(18) Casi todos los operatorium, es decir, los obradores o talleres de Mallorca que
cita el Repartimiento, ·estaban efectivamente, in foro prope portam de Bebelet, in foro
de porta de villa, y ad portam de Marbeleth (Bofarull, Repartimientos, p'p. 121-125). Según
Valdeavellano uno de 'los si·gnificados de la palabra foro en la Edad Media española es
el de mercado (Luis G. de Valdeavellano, El mercado, p. 217, núm. 34).
(19) Bofarull, •Repartimientos de Mallorca, Valencia y Cerdeña, pp. 128-129.
(20) Gómez Moreno, Guía de Granada, p. 322.
(21) lbid'em, p. 315; Mármol, Historia del rebelión, pág. 222; Espejo, Licencia para
fazer una rpilaza en eil Atabín de Granada, pp. 38-39.
(22) Mármol, Historia de la Rebelión .. ., 1, pp. 116, 117, 119, 150, 222 y 240. ·

300
De tamaño excepcional para ciudades aun de mayor importancia que Al-
hama de Granada era su plaza, que mosén Diego de Val era califica, al relatar
el asalto en 1482 por el marqués de Cádiz, de muy grande: cabrían en ella
más de dos mil hombres, en contraste con las calles adyacentes, estrechí-
simas, por las que no podían andar más de dos juntos (23).
En Játiva menciona el Repartimiento de Valencia tres plazas: una en la
que en tiempo de los sarracenos se vendía el ganado; otra en la que se ven-
dían cántaros; en la tercera había un baño. Y una en Rayosa, platea maiori;
ignoramos si este adjetivo era tradución de uno árabe de igual signifi-
cado (24) ~En Vélez-Málaga, cuando se conquista, existía otro baño en una
plaza (25).

Zocos.
La palabra süq, como se dijo, no designaba un elemento urbano determi-
nado; su significación era tan sólo la del lugar en el que había comercios
o tiendas, permanentes o eventuales (26). El zoco podía estar en una o
varias calles, en una plaza, en las afueras de la ciudad, junto a una puer-
ta, etc.
Escasas son las referencias que poseemos acerca de los zocos cordobe-
ses. Escritores cordobeses ponderan su capacidad y dicen estaba provisto
de zoco, lo mismo que de mezquita y baño (27). Al-IdrTsT afirma que inte-
graban a Córdoba cinco ciudades contiguas, cada una de las cuales poseía
suficiente número de zocos. El mismo geógrafo menciona varios al descri-
bir las ciudades del al-Andalus. Numerosos dice ser los de Sevilla; diferen-
tes oficios ejercíanse en los de Huelva; los de Silves y Trujillo estaban
bien abastecidos; los de Elvás extendíanse por sus alegres alrededores; per-

(23) Mosén Diego de Val era, Crónica de fos Reyes Católfoos, pp. 137-138.
(24) Bofarull, Repartimientos de los Reinos de Mallorca, Valencia y Cerdeña, pp. 311,
438 (a. 1249), 439 y 444; «domos in Xativa cum stabulo eisdem contiguo et plateam in
qua vendebatur ganatum tempore sarracenorumn; «J}lacfam sibe carrariam que est in Xativa
ubi modo est macellum et corralum in quo vendebantur cantar.i tempore sarracenorum
contiguum dicte carnecerie ad excoriendas carnes»; «Plateam balneorum».
(25) Repar.timiento de Málaga y su Obispado, Vélez-Málaga, por Juan Moreno de Gue-
rra, p. 388. Documentos toledanos de fines del siglo XI, a los últimos años del XIII men-
cionan varias plazas. Probablemente provendrían de época islámica. Llevaban nombres
musulmanes: la del Caxalí, citada en 1093, donde hoy está el Pozo Amargo, cerca de
la catedral, las de Abenaz,iz, en el arrabal de la iglesia de San Antolín; de Abuzeid el
de Baeza, cerca de Santa Leocadia, junto al Alcázar; de Attam, en el barrio de la iglesia
de San Vicente; la de Abuseleiman ben Sosán, en la Judería (Angel González Palencia,
los Mozárabes to·ledanos .en los siglos >m y XHI, volumen preliminar, pp. 10, 56, 61,
71 y 302).
(26) Véase en la cita de al-ldrisT de la página siguiente como éste llama süq '1o mis-
mo al mercado permanente, formado por una o varias calles de tiendas en una ciudad,
que al eventual y periódico celebrado en sus afueras o en pleno campo.
(27) .Ail-Maqqarl, adaptación de Gayangos, 1, pp. 201 y 206.

301
manentes eran los de Santa María (Albarracín) y Alpuente; al de Bocairen-
te concurrían muchas gentes; por los zocos de Elche cruzaba una ace-
quia; el de Lorca celebrábase en el arrabal del Aljibo; de Almería eran
abundantes, y prósperos los de Málaga, limpio dice ser el de Guadix, y muy
concurridos los de lznájar, Alcaudete y Ecija; en los de esta última ciudad
el comercio era grande (28).

Entre los de Córdoba se cita el süq al-sarrayin -zoco de los silleros-,


incendiado en 399/1009 por Hisam al-Rasld b. Sulayman b. 'Abd al Raf:i-
man en su lucha contra Muf:iammad 11 al-Maf:idl, sucesor de ~anchuelo en
el trono califal (29).

Poco después en el año 402/ 1012, continuando las mismas luchas, corrieron
idéntica suerte el de los carpinteros y otros zocos cordobeses, y los esla-
vos saquearon los que no habían devorado las llamas (30). En el zoco del
barrio cordobés de Balat Muglt se instalaban los cedaceros -al-garabil-
junto a una mezquita (31).

De los zocos de Sevilla en la segunda mitad del siglo XII, cuando era la ca-
pital almoahde de Al-Andalus, queda más cumplida noticia merced a la Cró-
nica de lbn Saf:iib al-Sala. Hacia 1170 había numerosas tiendas en los inme-
diatos a la mezquita mayor, llamada de 'Adabbas. Era pequeña para conte-
ner a los fieles, que rebosaban del edificio y se veían obligados a hacer
sus rezos hasta en las tiendas de esos zocos (32).

Pocos años después, construida una nueva mezquita mayor en vista del
tamaño insuficiente de la vieja, Abü Yüsuf Ya'qüb quiso ampliar su patio,
para lo que lo hubo de derribar, en 592/1196, un mercadillo -suwayqa-
que junto a él había. Terminadas las obras de acrecentami·ento de aquél,
ordenó se edificaran zocos y tiendas en torno a la nueva aljama, de sólida
construcción y hermoso estilo, obra extraordinaria y admirable. La edifi-
cación fue provista de cuatro grandes puertas que la cerraban por sus

(28) Al-ldrísi, Desct1iptfon de l'Aft1ique et de l'Espagne, edición Dozy y de Goeje.


En la descripción de cada una de esas ciudades, al-ldrTsí unas veces habla de zoco en
singular y otras en plural. Parece no diferenciar los :mercados o zocos permanentes de los
periódicos, ni los lugares donde se celebraban del tráfico comercial.
1

(29) Histot1ia de los musulmanes de España y Africa, por En-Nuguairi, texto árabe y
traducción española por M. Gaspar Remiro, p. 77 del texto árabe y 71 de la traducción
castellana.
(30) lbn 'Jgarí al-Marrakusí, Al-Bayan al-Mugrib, Histoire de l'Espagne musuilmane
au Xle. s·iecle, texto árabe, por E. Lévi~Proven9al, 1, ip. 22.
(31) Sila, biog. 1.051, p. 477, según cita de Lévi-Proven9al, L'Espagne musulmane
au Xe. s.Uwle, p. 208, n. (2).
(32) Sevilla y sus monumentos árabes, por el P. Melchor M. Antuña, p. 13 del texto
árabe y 101-102 de la traducoión castellana.

302
cuatro costados, los dos mayores a oriente y a norte, esta última corres-
pondiente a una puerta de la aljama. Al terminar la construcción de estos
zocos con sus· tiendas, se trasladaron a ellos los de los perfumistas, co-
merciantes de telas, marqatalin (33) y sastres. Las gentes pujaban para al-
quilarlos, por lo que produjeron considerable renta. Al regresar el califa
un viernes de orar en la mezquita, mostróse satisfecho de la obra rea-
l izada (34).
La mención más antigua de la famosa plaza toledana que aún lleva el nom-
bre de Zocodover, süq al-dawabb -mercado de las caballerías o de las
bestias-, es de 1176. En ella abundaban los mesones; se ha supuesto que
no tenía entonces la importancia que alcanzó en el siglo XIII (35). En los
anteriores a la conquista por Alfonso VI ese mercado de caballerías debía
ser de consideración, pues Tol·edo era capital de la Marca inferior y .Punto
de partida hacia el norte de grandes expediciones militares.

En los documentos toledanos de los siglos XII y XIII escritos en árabe cí-
tanse, además, otros varios zocos, la mayor parte de los cuales serían los
mismos de la época islámica: zoco de los alfareros, en el barrio de San
Ginés; de los sastres en el de San Nicolás; de los carniceros y de los
zapateros; de los pescadores; de los estereros; de los drogueros; de los
bruñidores, etc. (36).
Existían en la Valencia medieval unos callejones abovedados prox1mos a
la muralla, en la parroquia de San Lorenzo, en cuyo emplazamiento se
levantó el colegio del Sagrado Corazón. Se llamaban Voltes de Santa Ana.
Probablemente eran restos de zocos cubiertos, como los que hay en algu-
nas poblaciones del norte de Africa y de Oriente. La calle de Caballeros,

(33) Según la descripción se trataba de una alcaicería, que sería la así llamada en
documentos poco posteriores a la conquista de la ciudad.
(34) En el Libro de Propios de la cibdad de Granada, 1506, manuscrito que se con·
serva, lo mismo que los dos citados a continuación, en el archivo municipal de la ciudad,
figuran: «tienda en la alcaycería donde están los mercaderes de las marlotas e almayzares
dicen almercatyl»; alcayceria dentro del mercatil (Libro de censo de propios, 1528,
leg. 1.0 ) ; en el alcayceria en el mercatín (Libro de las posesiones desta cibdad, 1537,
leg. 4. 0 ). El marqatan, mercado especial en el que se vendían vestidos, existía en SeviMa
hacia 11 OO. La palabra es de origen romano y aún se usa en Fez (Un documenit sur la
vie urbaine et les corps des métiers a Seville au débutl du Xlle. siecle: Le traité d'lbn
'Abcfün, por Léví-P.rovenc;al, p. 191). ·
(35) González Palencia, Los mozárabes toledanos, volumen preliminar, pp. 69-70;
vol. 1, doc. núm. 248, a. 1193, pp. 191-192; doc. núm. 267, a. 1196, p. 209; vol. 11, doc.
núm. 410, a. 1214, p. 23; doc. núm. 474, a. 1224, pp. 75-76; doc. núm. 579, a. 1251,
pp. 172-175; vol. 111, doc. núm. 738, a. 1185; pp. 10-13; doc. núm. 1.025, a. 1212, pp. 402-404;
doc. núm. 830, a. 1296, pp. 112-113; doc. núm. 791, a. 1251, pp. 63-63; vol. 111, doc. núm. 900,
·a. 1176, pp.171-172.
(36) Ibídem, volumen preliminar, pp. 58, 61, 70 y 162; 1, doc. núm. 29, a. 1141,
pp. 20-21; 11, doc. núm. 496, a. 1229, p. 97; 111, doc. núm. 829, a. 1287, pp. 110-112; doc.
núm. 902, a. 1182, pp. 173-174; doc. núm. 904, a. 1100, pp. 175-176; doc. núm. 944,
a. 1199, pp. 242-244.

303
en la misma ciudad, estuvo también abovedada, parcialmente al 'me-
nos (37).
Extramuros, «en la plac;a delante de la puerta de Granada, que es en el
arraval de la dicha ciudad», celebrábase en Málaga los jueves de cada
semana un mercado franco, tradicional, concedido por Real Cédula de la
Reina Católica en 1489 (38).
Ya se dijo cómo la palabra suwayqa, diminutivo de süq, que muchos ara-
bistas traducen por plaza o plazuela, significa plazuela de mercado o, como
interpretó don Miguel Asín al referirse al topónimo valenciano Sueca,
mercadillo (39). 1Esa acepción dedúcese, como se verá más adelante, de
las palabras derivadas de suwayqa que pasaron al castellano y desigr.an
siempre un lugar de mercado, plazoleta en muchas ocasiones, pero no
siempre.

En Córdoba hay noticia de la suwayqat al-qümis -mercadillo del Con-


de- (40), no localizada. En HI año 592/1196 or.denó el califa Abü Yüsuf Ya'
qüb ampliar el patio de fa recién construida aljama de SevHla, y para ello
fue necesario derribar las casas, tiendas y posadas que circundaban el
zoco pequeño de esa ciudad, conocido desde antiguo por suwayqat al-mis·
mar (mercadillo del Clavo) (41).

En la Ecija islámica hubo una puerta llamada Bab-al-suwayqa, sin duda por
el pequeño mercado que en su exterior se celebraría (42).
En las ciudades reconquistadas por los cristianos los mercados siguieron
casi siempre emplazados en los mismos lugares que hasta entonces, y lla-
mándose con igual nombre, castellanizado. Así, en Toledo, en el siglo XIII,
el arrabal más grande de la Judería se llamaba adarve de la Sueca o Assui-
ca, sin duda por haber en él una plazoleta en la que se comerciaba (43).

(37) La urbe valenciana en el siglo XIV, por Rodrigo Pertegas, pp. 340 y 348.
(38) Se concedió por Real Cédula de la Reina Católica de 1489, pero documentos
cuatro años posteriores se refieren a él como si fuera tradicional (Documentos. históricos
de Málaga, por don Luis Morales García Goyena, 1, pp. 18, 82, 84 y 85).
(39) Asín Palacios, Contribución a la toponimia árabe de España, :p. 135.
(40) lbn Baskuwal, Sila, .pp. 170 y 196, biog. 479. Feoha entre los años 336/99'7-998
y 404/1013-1014.
(41) Crónica contemporánea de lbn Sal)ib al-Sala, en Sevilla y sus monumentos
árabes, .por el P. Antuña, pp. 140-141 del texto árabe y 122-123 de la traducción castellana.
(42) la Péninsule lbérique au Moyen-Age, por Lévi-Proven9al, p. 15 del texto áraibe
y 21 de la traducción francesa. En Toledo se ha supuesto existía otra Bab al-Suwayqa, pero
la así llamada, que tan sólo aparece en un solo documento, debía de ser puerta del
1

adarve del mismo nombre, no de la cerca de la ciudad (González Palencia, los mozárabes
de Toledo, volumen pre.liminar, p. 76; vol. 11, pp. 235-236, doc. núm. 635 del año 1273).
(43) los mozárabes de Toledo, vol. 111, docs, núms. 635, 1J135 y 1.143 de los años
1254, 1270 y 1273, pp. 235-236, 570-572 y 581-582.

304
En el Repartimiento de Mallorca figuran algunos mercadillos, Zueyca Bebal·
belet, que en otra ocasión se llama Azzueyca Bibet Albelet, y estaría junto
a la puerta llamada Bib Albelet, probablemente en su exterior; A:zuequa pro·
pe cequiam. En la primera se inventarían 45 albergs, que, aunque fueran re-
iucidísimos, suponen extensión no muy pequeña para el mercadillo (44).
El nombre de Sueca de la ciudad valenciana así llamada revela su origen
en un pequeño mercado. En el Repartimiento de Valencia figura como
alcheria de Zuecha C<;ueyca en alguna otra ocasión) in término de Cu·
lera (45).
En 1327 había en la Judería sevillana una plaza llamada Ac;ueyca, en comu-
nicación por una calle con la puerta de dicho barrio (46).

Calles y zocos dedicados a la venta del mismo producto.

Artesanos y comerciantes de las ciudades musulmanas de la Península


estaban, como los de todos los países islámicos, agrupados en gremios o
corporaciones que alcanzaron gran auge a partir del siglo IX (47), y ten-
drían, probablemente, por protectores a santones locales, según una cos-
tumbre que se supone de origen beréber. Cada gremio solía ocupar una
calle o zoco.
lbn 'Abdün dice en su tratado de ~isba, refiriéndose a la Sevilla de hacia
1100, que el almotacén debe colocar reunidos a los artesanos de un mismo
oficio, por ser más digno y seguro, que si estuvieran esparcidos por
aquélla (4'8).
Es bien sabido que esta costumbre continuó después de la conquista de
las ciudades islámicas por los cristianos, hasta que Felipe 11 dio libertad
a comerciantes y menestrales para instalarse donde les conviniese, sin su-
jeción a imposiciones de lugar (49). Verosímilmente tal distribución debió
de transmitirse desde al-Andalus al Magrib, donde aún persiste; según
Massignon, ese camino llevaron las disposiciones policiacas de la ~isba.

(44) Bofarull, Repartimientos de los reinos de Mallorca, Valencia y Cardeña, pp. 66


y 122.
(45) lbidem, pp. 392, 393 y 396.
(46) Arch. Cat. Se,villa, leg. 41, núm. 1, San Salvador. Documento de 27 de marzo
de 13'65 de la era: «la call que va de la puerta de la Judería a la pla9a de la Judería
que dizen A<;ueyca» (Pablo Montero de Espinosa, Relación histórica de la Judería de
Sev;illa, pp. 3 y ss;).
(47) Los obreros toledanos de los siglos XII y XIII estaban asociados en gremios
(los mozárabes de Toledo en los siglos. XII y XIII, p. 26).
(48) GabrieH, H trattato censorfo de lbn 'Abdün, pp. 917-918.
(49) Vicente tampérez y Romea, las ciudades españolas y su arquitectura municipal
al final·izar la Edad Media, p. 19. Sobre como anteriormente en Sevilla, estas disposiciones
habían caído en desuso, véase Sevilla en el Imperio (siglo XVI), por Santiago Montoto,
pp. 22 y 117.

305
Ya en el campamento de los sitiadores de Sevilla, había calles y plazas
«departidas de todos mesteres, cada vno sobre sí; vna calle auíe y de los
traperos et de Jos cauiadores; otra de los espec;ieros et de los alquimes
de Jos melezinamientos que auíen Jos feridos et los dolientes mester; ...
et así de cada mester, de quantos en el mundo podiesen ser, auíe de cada
vnos sus calles departidas, cada vnas por orden compasadas et apuestas
et bien ordenadas» (50).

Inmediatamente después de la conquista de la gran ciudad andaluza,


Fernando 111, respetando, sin duda, la organización musulmana, copiada
en el campamento, «mandó y establesc;er calles et ruas departidas a grant
nobleza, cada vna sobre sy de cada mester et de cada ofic;io, de quantos
omne asmar podríe que a nobleza de rica et noble et ahondada c;ipdat
pert,enesc;iesen» (51).

En Málaga, los oficios estaban también repartidos por calles. Los Reyes
Católicos así Jo dispusieron poco después de su conquista. Ouejáronse
varios vecinos, diciendo que recibían agravio de ello, por Jo que los citados
monarcas ordenaron en 1499 una información, suspendiendo mientras
tanto el anterior acuerdo. Por real cédula señalaron en 1501 las calles
donde habían de estar los oficios (52).

Continuarían las protestas en los años siguientes, pues por una nueva
cédula de 6 de noviembre de 1527 se mandó al corregidor abrir una
información acerca del perjuicio y daños que la ciudad recibía en guardar
provisión sobre el repartimiento de los oficios por calles, disposición
confirmada por cédula de 1528 (53).

El reparto de comercios y oficios en calles o zocos hacíase en cada ciudad


de acuerdo con su solar, situación, recurso, necesidades e industrias que
en ella se desarrollaban. No dejan de eser curiosos algunos de estos re-
partos.

Empecemos por el comercio de drogas, especias y perfumes, uno de los


más estimados y productivos, que puede juzgarse hoy como algo super-
fluo, pero que en la Edad Media no lo era y, tenía una importancia capital.
Además de esos productos, se vendían en las mismas tiendas otros
farmacéuticos, ungüentos, polvos y recursos para el embellecimiento feme-
nino. En todas las ciudades musulmanas tales comercios ocupaban una

(50) Primera Crónica General, edic. Menéndez Pida!, 1, texto, c. 1.127, p. 768.
(51) lbidem, cap. 1:129, p. 770.
(52) Luis Morales y García-Goyena, Documentos históricos de Málaga, 11, pp. 92-98;
Bejarano, las calles de Málaga, p. 7.
(53) los Corregidores de Málaga, por don Juan Moreno de Guerra, pp. 156 y 159.

306
calle inmediata a la mezquita mayor, cerca o dentro de la alcaicería. En
Córdoba había una puerta de los especieros -Bab al'AW1rln- al suroeste
del recinto, no lejos de la gran mezquita y del alcázar. Se llamaba también
puerta de Sevilla (54). En el arrabal de Larca estaba en la primera mitad
del siglo XII, en unión de los otros zocos, el de fas especias, süq al-'itr (55).
Hacia 1100 los alatares o especieros sevillanos tenían sus tiendas en un
zoco que llevaba su nombre: süq al-'attarin (56). Es posible fijar su em-
plazamiento. Estaba cerca de la que era entonces mezquita mayor, la de
'Adabbas (situada en el solar de la colegiata del Salvador). Con el nombre
castellanizado llamóse, bajo el dominio cristiano, cafle de Alatares, y
había en 1321 en ella siete tiendas. Documentos de esa fecha -era 1359-
la sitúan perfectamente: «assi como entra por los Alatares de fassa la
Eglesia de ssant saluador de mano esquierda», y «a los Alatares lindando
a la entrada de la puerta que es contra la Eglesia a ssant saluador a la
mano ssinestra las siete tiendas» (57). En 1407 se ordenaba la compra de
materiales para reparar la casa de la guarda de los alatares, tal vez la
calle o zoco musulmán aludido, porque «caerá en el suelo et. costará a
Sevilla muchos más mrs. fazer de nuevo» (58). Estaba dicha calle entre
el Salvador y la carnicería mayor; en el plano de Sevilla hecho por inicia-
tiva de Olavide en 1771, figura con el nombre de Arbolarios, que aún re-
cuerda su antiguo destino.
Al levantarse en la misma ciudad de Sevilla una nueva mezquita mayor
a fines del siglo XII, en sus cercanías, según lo acostumbrado, se ins-
talaron los especieros o perfumistas, en los zocos construidos por Abü Yü-
suf Ya'qü hacia 1196, al terminar la ampliación del patio del oratorio (59).
En ellos debía de seguir el mismo comercio después de la conquista por
Fernando 111, pues Alfonso X, por carta de 1264, dio a «Maestre Pedro Cata-
lán, físico -especiero, dos tiendas-, en que él está que son en Seuilla
ante la plac;a de Santa María han por linderos: de la una parte las casas
de Maestre Symón, especiero, de la otra parte la plac;a de Santa María» (60).
La calle de los especieros en Valencia .:._'attarin- se cita en el año 1227; en

(54) lbn Baskiuwal en al-MaqqarT, Analectes, 1, pp. 303 y 304; Ocaña Jiménez, Las
puertas de la medina de Córdoba, pp. 143-151.
(55) Al-ldrTsT, edic. Dozy y de Goeje, pp. 196 del texto árabe y 239 de la traducción
francesa.
(56) iLéivi ..Provern;al, le Traité d'lnb 'Abdün, p. 190.
(57) Arch. de la Cat. de Sevilla, leg. 38 (Ballesteros, Sevilla en el siglo XIII,
p. CGLXXVI).
(58) Ramón Carande, se,vrna, fortaleza y mercado, pp. 330 y 337.
(59) P. Antuña, Sevrna y sus monumentos árabes, p. 141 del texto árabe y 124 de
la traducción castellana. ·
(60) Ballesteros, Seviilla en el siglo XIII, p. C~LIV, doc. núm. 137, a. 1264.

307
ella tenía una tienda lbn Sulayman (61). Once años más tarde -en 1238-
en la misma ciudad esa calle se llamaba de Alatares (62).
En el Repartimiento de Mallorca hay repetidas menciones de las casas de
los alatares, que unas veces parece que estaban cerca de la Alcaicería y
otras en su interior: Super domum de Alathar spetiarii; XX (operatoria)
inter los Alatars et Alqueceriam; operatoria de Alcazeria de los Alatars (63).
En Toledo figuran también tiendas de drogueros en los años 1223, y zoco
de drogueros -süq al-'at~;arin- en el de 1287, en el arrabal ·de Fran-
cos (64). Estos alatar·es ardieron en 1187 y en 1220, según refieren los
Anales Toledanos (65).
Un geógrafo árabe del siglo XIV, al-'UmarT (m. 749/1349), escribe que la
mezquita mayor de Granada estaba aislada, y rodeábanla tan sólo los ten-
deretes de los testigos juramentados y las tiendas de los drogueros (66).
En el mismo lugar debía de seguir al conquistar la ciudad los Reyes Cató-
licos, pues en un ·documento de 1528 se cita la «calle de los especieros que
baja de las casas del cabildo», y éstas ocupaban entonces la antigua ma-
draza árabe, frontera a la Capilla Real (67). Además, hay referencia por
entonces a una especiería que, sin duda, por el elevado precio de sus
productos comerciales, estaba dentro de la Alcaicería, junto a la calle de
los Gelices; en aquélla había una alhóndiga de las tiendas de la especiería
y una calle de los especieros que salía a la mezquita mayor (68).

(61) Julián Ribera, Enterramientos árabes en Valencia, en disertaciones y opúscu-


los, 11, p. 259.
(62) Monumentos históricos de Va•lenoia y su reino, Antigüedades de Valencia, 1, por
Fr. Josef Teixidor, p. 194.
(63) Bo.farull, Repartimientos de los reinos de Mallorca, Valencia y Cerdeña, pp. 117,
120 y 121.
(64) González Palencia, los mozárabes de Toledo, 11, doc. núm. 473, pp. 74-75;
111, pp. 110-112.
(65) Fr. Henrique Flórez, España Sagrada, XXIII, pp. 404-405. Aún proseguía este co-
mercio en Toledo en 1576, en el mismo lugar, según un Memorial de esa fecha, citado más
adelante, la parroquia de San Ginés era «poblada ... de muchas tiendas de espezería».
(66) lbn Fadl Allah al-'Umarl, Masalik al-Absar fi Mamalik e.l Am~ar (l'Afrique moins
l'Egipte), .pp. 233-234.
(67) libro de censos propios, 1528, Leg. 1.º Arch. del Ayunt. de Granada. Debo
las notas de este manuscrito del archivo del Ayuntamiento granadino y de los restantes
citados de la misma procedenoia, a la generosidad de don Manuel Gómez-Moreno.
(68) "1 (tienda) pasada la puerta q. se dice el posHgo como entran en la espe-
c;:iería q. está en la calle de los gelizes, la cual es·tá en la esquina del postigo y linde de
otra calle q. vuelve sobre m. derecha a la duana ... alhóndiga de las tiendas de la espe-
c;:iería q. están dentro de el alcaycería y las tiendas en torno ... 1 (tienda) de la esqu1ina
de la calle q. vuelve a la cadena q. sale a la calle de los especieros q. sale a la iglesia
mayor. 1 (tienda) en la hacera q. es de la m. derecha como entran por la calle de los
especieros por la puerta pral. de la duana» («Bienes de la agüele q. son de su magestad,
1552». Arch. del Ayunt. de Granada). Aunque de época cristiana reflejan estos documentos
la organización comercial árabe en Granada, aún subsistente en el siglo XVI.

308
El recuerdo de la especiería malagueña se conservó durante varios siglos
en una calle así llamada, que iba a desembocar en la plaza de las Cuatro
Calles (69).

Un arrecife de los barberos existió en Granada inmediato al Darro, según


una escritura arábiga de 1499 (70). Alfagemis y tendan de Alfagema figu-
ran en el Repartimiento de Mallorca (71).

Calles y zocos de sastres y de vendedores de telas y vestidos no faltaban en


la parte más céntrica de ninguna ciudad. A esos artesanos y comerciantes
instaló Abü Vüsuf Va'qüb poco después de 1196 en los nuevos zocos cons-
truidos junto a la mezquita mayor almohade de Sevilla (72).

No sabemos si al-Bazzazin -los pañeros- citado en Córdoba hacia el


año 900, bajo el emirato de 'Abd Allah, era una calle, un zoco o ambas co-
sas a la vez (73).

Respecto de los sastres; se conserva aún en la misma ciudad la calle de


Alfayates -al jayya1- al este de la mezquita mayor; ignórase si su nom-
bre procede de la época musulmana o de haber estado ocupada por esos
artesanos tras la conquista cristiana, puesto que así se les llamaba en la
Edad Media. Ambas hipótesis no son incompatibles. Idéntico nombre tuvo
hasta hace poco tiempo otra calle de Sevilla, lindante con el mesón de la
mezquita y la alcaicería, cerca del Arquillo de la seda; figura en un docu-
mento de 1357 (74). ·

Mantiene su nombre árabe castellanizado el Zacatín -saqqa1'in- en Gra-


nada, estrecha c.alle que en el siglo XV no estaba dedicada tan sólo al
comercio de ropas viejas, pues en ella había, además, tiendas de plateros,
calceteros, tintoreros, zapateros, lienceros, merceros, etc. (75). Una calle
de Sevilla, en la colación de Santa María la Mayor, conocíase en 1455 .
por la de Ropa Vieja, nombre que conservaba en el siglo XVI; probable-
mente sería el saqqa1in de la ciudad islámica (76).

(69) Málaga musulmana, por F. Gui:llén Robles, p. 490; Bejarano, las calles de Málaga,
pp. 112, 114, 115, 117, 123.
(70) Escrituras árabes de Granada,. por Mariano Gaspar Remiro, p. 9.
(71} Bofarull, R·epartimientos de los reinos de Mallorca, Valencia y Cerdeña, p. 121.
(72) P. Antuña, Seviilla y sus monumentos árabes, p. 131 del texto árabe y 124 de
la traducción castellana.
(73) Julián Ribera, Histot1ia de los jueces de Córdoba, pp. 63-64 del texto árabe
y 204 de la traducción castellana.
(74) Ballesteros, Sevilla en el s·iglo XIII, p. GCCXXVlll, doc. del Arnh. Cat. Sev.,
Jeg. 79.
(75) Gómez Moreno, Guía de Granada, p. 314.
(76) Ballesteros, Sevilla en el siglo XIII, p. GCCXXIX, Aroh. Cat. Sel\/. leg. 33, Es-
cobas; Montoto, Sevilla en el Imperio, p. 133.

309
No faltaba tampoco en ninguna la zapatería, que en Granada, a fines del
siglo XV y en el XVI, se llamaba Caraquin -qarraqin-, y estaba hacia la
mitad del Zacatín (77). En Córdoba hubo calle de la Zapatería vieja, que,
como la así también llamada en Sevilla en 1403, es probable fuera el antiguo
süq de los zapateros (78).

Excusado es decir que el comercio de la alimentación ocupaba lugar muy


importante de los zocos y agrupaciones de tiendas. En Córdoba, había, en
el segundo cuarto del siglo IX, una calle de los Carniceros (79), y en la
Toledo cristiana un zoco dedicado a los pescaderos, que es verosímil fue-
se el mismo de la época islámica (80). En Granada, en la estrecha faja
comprendida entre el Zacatín y el cauce del Darro, existían varias callejas
y plazuelas reducidísimas en las que los moros tenían su Gallinería, Pes-
cadería y Carnicería (81) en tiendas. permanentes; otros muchos produc-
tos alimenticios vendíanse en las ai'hóndigas y en puestos y tenderetes
provisionales. En Mallorca despachábanse también en tiendas el aceite
y el carbón (82).

Los cambiadores o cambiantes -~arrafin-, judíos generalmente, tenían


asimismo sus oficinas reunidas en sitio céntrico. En Sevilla, en 1255, ocu-
paban una manzana cerca y a espaldas de la que fue mezquita mayor, igle-
sia catedral desde siete años antes (83). Los documentos mozárabes tole-
danos de los siglos XII y XIII mencionan el zoco de los cambiadores cerca
de la mezquita de los musulmanes (84).

En un corral en la colación de Santa María, es decir, en el barrio de la


mezquita mayor, vendíase la grana en la Sevilla islámica (85). En Valencia

(77) Gómez Moreno, Guía de Granada, p. 314.


(78) En 1263, quince años después de la conquista de Sevilla, se alude a una Zapa-
tería nueva en la colación de San Vicente (Ballesteros, Sevilla en el siglo XIII, pp. CXXIX,
CXXX y CCCV) .
(79) Historia de la conquista de España de Abenalcotía «el Cordobés», traducción
de don Julián Ribera, p. 69 del texto árabe y 55 de la traducción castellana.
(80) González Palencia, Los mozárabes de Toledo, vol. 111, doc. núm. 1.099, a. 1170,
pp. 517-519.
(81) Gómez Moreno, Guía de Granada, p. 315.
(82) Bofarull, Repart,imientos de los reinos de Mallorca, Valencia y Cerdeña, pp. 120-
121.
(83) Una tienda «en Seuilla de las que son ante Sancta María, de las que están
tras las Espaldas de las Tiendas en que están los Judíos Cauiadores», a. 1255 (Ballesteros,
Sevilla En el siglo XIII, doc. núm. 73, p. LXXVI).
(84) González Palencia, Los mozárabes de Toledo, vol. 1, doc. núm. 317, a. 1202,
p. 257; doc. núm. 365, a. 1209, pp. 305-306; vol. 111, doc. núm. 904, a. 1190, pp. 175-176;
doc. núm. 944, a. 1199, pp. 242-244.
(85) A. 1253. Carta de Alfonso X a don Ramón de Tolosa, por la que se le otorga
"las casas que son fechas en el Corral do solían uender la grana en tiempo de Moros,
de que uos sodes tenedor, que son en Seuilla ala Collation de santa Maria» (Balles-
teros, Sevilla en el siglo XIII, doc. núm. 73, p. LXXVI).

310
se repartió, poco después de pasar a manos cristianas, una casa en la que
fabricaban la púrpura (86).

Mención especial merece el mercado de esclavos que tenía lugar en un


sitio especialmente destinado para él -ma'rh;I- y que en la España del
siglo XI alcanzó gran importancia, según se deduce del tratado de ~isba
de al-Saqatl escrito en Málaga (87).

La fabricación de algunos productos ex1g1a lugares determinados de la


ciudad. Así, las tenerías y alfarerías necesitaban estar donde hubiese agua
abundante.

Fuera de la Bab al-fajjarln -Puerta de los alfareros- estaban establecidos


en Granada los que ejercían esa industria, y en las inmediaciones de la
Bab al-~awwaliín, es decir, de la Puerta de los ladrilleros, éstos. En la
misma ciudad, un puente sobre el Darro, al salir el río del recinto murado,
llamábase de los Curtidores. Cerca estaban las tenerías, entre el río y la
Alcaicería; y también inmediato, en el Zacatín, el azacaya de los tintore-
ros, en una estrechísima callejuela que iba al Darro (88). En Tole·do, los
curtidores ejercían su industria en las inmediaciones de una puerta que
de ellos recibió nombre -Bab al-dabbagin- cerca del Tajo (89). Una puer-
ta de Almería llamábase de los aceiteros -Bab al-zayyatin- sin duda por
estar éstos instalados en sus cercanías (90).

Tiendas permanentes.

Repartidas en calles, plazas y zocos, y en la alcaicería las de productos


más preciados, estaban las tiendas -al-janat-, amontonándose, sobre todo
en las inmediaciones de la mezquita mayor, en las cercanías de las res-
tantes, junto a los baños públicos y las puertas de la cerca, por ser lugares
los más concurridos de la ciudad. Abundantes testimonios lo prueban. En
Sevilla, alrededor de las dos mezquitas principales, la de 'Adabbas, que

(86) ... domos juxta sanctam Mariam ut in eis faciant purpuras (Bofarull, Reparti·
mientas de Mallorca, Valencia y Cerdeña, pp. 285-286).
(87) Un manuel hispanique d~ ~isba, texto árabe por G. S. Colin y E. Lévi-Provenc;:al, l.
y El «Kitab fi adah al-~isban (libro del buen gobierno del zoco) de al-Sagat, estudio y
traducción de Chalmela P.
(88) Archivo del Ayuntamiento de Granada, Libro de censos de propios, leg. 4.0
(89) González Palencia, los mozárabes de Toledo, vol. 1, doc. núm. 89, a. 1168, pp. 63-
64. Esta puerta, situada en la parroquia de San Sebastián, no existe, pero el lugar continuó
llamándose Puerta de Adabaquín, y más tarde de Hierro.
(90) lbn al-Abbar, Takmilat al Sila, edición Codera, p. 214.

311
fue mayor hasta la construcción de la almohade, y ésta, había numerosí-
simos comercios (91).
A otras referencias de estas mismas paginas sobre tiendas situadas en
torno a la mezquita mayor de Granada, puede agregarse la de la demolición
de diecisiete y un baño, en 1505, a su norte, para formar cementerio al tem-
pro cristiano (92).

En Toledo, el núcleo más importante de tiendas estaba en torno a la mez-


quita aljama, y allí siguió al consagrarse ésta al culto cristiano en 1085. Mu-
chas ocupaban el emplazamiento del actual claustro catedralicio. El nom·
bre genérico de las tiendas -al-janat- (93) castellanizado pasó a designar
parte de ellas, y desde el siglo XII el Alcaná de Toledo fue famoso en toda
España hasta merecer que Cervantes dijera haber comprado en él el ma-
nu:crito con la continuación del Don Quijote de la Mancha, a partir del ca-
pítulo IX, obra de Cidi Hamete Benengeli, a un muchacho que fue a vender a
aquel lugar unos cartapacios y papeles vi·ejos escritos en arábigo (94).

(91) Además de las tiendas de los zocos sevillanos citadas en la Crónica de lbn
Sa~ib al-Sala, hay documentos cristianos, poco posteriores a la conquista de Fernan-
do fil en 1248, que reflejan una organización ur.bana aún no alterada. Se refieren a tiendas
próximas a la mezquita convertida en catedral -unas adosadas, ante ella otras, y algunas
mque tienen con la Eglesia» (Ballesteros, Sevma en el siglo XIII, <loes. núm. 5, a. 1251,
p. VI; núm. 60, a. 1253, p. LXII; núm. 68, a. 1254, p. CXLIV; núm. 58, a. 1253, p. LXI).
Según un documento de·1 archivo de la catedral de Sevilla, leg. 29, del año 1312, había
en la colación de Santa María, lindando con la que fue mezquita mayor, una tienda, «la
que solien desir la tienda del Alcall moro» (lbidem, p. 102).
(92) Gómez-Moreno, Gufa de Granada, pp. 280-281. El dato procede de las escrituras
de habices.
(93) Pedro de Alcalá, "Tienda donde venden: hanút, hagu init» (Petri Hispan:i, De
lingua arabica, libri duo, Pauli de Lagarde). Amador de los Ríos, y otros escritores
antes de él, sostienen que el nombre de !as tiendas toledanas pwcede de una palabra
caldeo-hebraica (la .Alcaná de Toiledo, p. '52).
(94) Don Quijote, primera parte, cap. IX. En el Alcaná, al norte de la catedral,
había en 1234 veinticuatro tiendas prnpiedad de ésta (antes lo serían de la mezquita
mayor), arrendadas a cristianos y moros. En el año 1355 don Fadrique y don Enrique,
hermanos del rey don Pedro 1, queriendo encastillarse en la ciudad de Toledo, entraron
en ella a viva fuerza, y sus tropas mataron a 1.200 judíos, hombres y mujeres, y robaron
las tiendas de mercería que tenían en el Alcaná. En esta ocasión, o algunos años después,
ardió, por lo que el arzobispo don Pedro Tenorio hizo cesión del solar para construir
el claustro de la catedral. (Crónica de los Reyes de Castilla, Crónica de don Pedro I,
edición Rivadeneira, cap. VII, página 462; González Palencia, los mozárabes de Toledo,
volumen preliminar. pp. 57, n. (2), 60 y 171-172.) En el alboroto y matanza de conventos
que tuvo lugar en Toledo en 1467, el ufuego ... quemó ... todo el alcaná de los especieros
hasta Santa Justa ... ,, (Amador de los Ríos, La Afoaná de Toledo, p. 73). Sin duda se re-
construyó en sitio próximo o conservó ese nombre el resto del barrio comercial inme-
diato, pues sigue figurando hasta el siglo XVII. Sebastián de Covarruibias dice en su
Tesoro de la lengua Castellana o Española (primera edición de 1611) que el Alcaná es
«una calle en Toledo muy conocida, toda ella de tiendas de mercería». Pisa escribe:
«El Alcaná calle de Toledo toda de tiendas de tratantes» (Descripción de la irnperia l 1

ciudad de Toledo, por el doctor Francisco de Pisa, f .0 12 v). Su situación era hacia el
encuentro de las calles de la Trinidad y del Hombre de Palo, en el ángulo noroeste del
claustro. Un documento toledano se refiere a la calle que pasa por Alcaná, cerca de
Santa Trinidad (González Palencia, los mozárabes de Toledo, 111, doc. núm. 960, a. 1269,
pp. 276-279).

312
Aun en fecha tan tardía como la segunda mitad del siglo XVI conservaba
Toledo su barrio comercial junto a la catedral, con parecida disposición a la
que tuvo en la ya remota época de dominio musulmán de la ciudad. Muy
valioso es el documento en que se le describe en esa fecha, pues además
de informarnos de cómo era el barrio de tiendas del centro de una ciudad
de tradición islámica, demuestra que no es equivocada la utilización de
noticias posteriores de éstas -de cuando estaban ya en manos cristianas-
para el estudio de su estructura antigua. Se llamaban las comerciales de
Toledo en el siglo XVI, y conservan aún el nombre, las Cuatro Galles, por
ser ese su número, «donde los mercaderes se ayuntan a sus medios y tra-
tos, de las quales la vna va a los tundidores, la otra a los calc;eteros, y otra
al alcana y espec;ería; y 'la otra que en dos está dividida, va a los confite-
ros, chapineros y c;apateros de obra gruesa y prima, y, como parte más jun-
ta a la Sancta Yglesia, donde la más gente concurre por la sumptuosidad y
magestad de su templo, an procurado todos los ofic;ios y plazas de hazer
un mundo abreuiado en esta parrochia (la de San Pedro en la catedral),
a causa de ser sus casas la mayor parte tiendas muy pequeñas por co-
merc;io de trato, no se hallarán al tiempo de su computación muchas ca-
bec;as en cada casa, porque también ay más de syscientas tiendas donde
no habita gente, sino sedas y paños y mercaderías, los quales se abren
de día y se cierran de noche, porque su gente en otras casas de su biuienda
están matriculadas y no es rrazón se numeren por casas, porque se yn-
cluyen los altos de ellas en otras que son matriculadas, y en este número
de tiendas entran las demás que en otras parrochias de noche son cerra-
das, de lo qual será rrecompensa muchos sótanos de gentes habita-
dos» (95).

En las puertas de las ciudades y en sus inmediaciones, como se dijo, solía


haber también tiendas (96). De su existencia junto a los baños públicos
sabemos merced a documentos del archivo del Ayuntamiento de Granada.

(95) Memorial de algunas cosas notables que tiene la ciudad de Toledo, año de 1576,
por Luis Hurtado Mendoza.
(96) En Valencia figuran en el Repartimiento «operatoria» entre los arcos de algunas
puertas y operatorium contiguum barbachane, porte .Exeree (Bofarull, Repartimiento de Ma·
llorca, Valencia y Cerdeña, pp. 287-288 y 483). Los operatoria que menciona el Repartimien·
to de Mallorca estaban casi todos cerca de la puerta de la ciudad: in foro prope portam de
Belbelet, in ·foro de porta de (villa, ad portam de 1Marbeletth, forum portal is Bebalbelet
(Bofarull, Repartimientos de Mallorca, Valencia y Cerdeña, pp. 117 y 122-125). Otros obra-
dores se mencionan en la Almudayna de Mallorca, en el mercado de la puerta de la villa
que llamaban Atarazana (Memoria de los pobladores de Mallorca después de la ú.itima
conquista por don Jaime 1 de Aragón, por don Joaquín María Bover, pp. 25 y 33).
En Málaga había en 1489 extramuros, y cerca de la puerta de la Mar, que era la de
entrada del tráfico marítimo, varias tiendas (Documentos históricos de Málaga, por
Morales y García Goyena, 1, p. 9). En el Libro de las posesiones desta cibdad, 1537,
leg. 4. 0 , que se conserva en el arch. del Ayunt. de Granada, figuran las siguientes par-
tidas: «ti·enda entre las dos puertas ,q. bajan del Alacaba»; «tiendas entre la pta. del ma-
lejo a la pta. nueva».

313
Se inventarian en ellos: «tiendas cerca del baño del albayzyn (97); varias
tiendas junto «al baño de loaysa ... que antes se llamaba de tixn; una tienda
«linde al baño de hernando de c;afra hacia la pta. elvira» (98); «tintore-
ros de la seda a par del baño del albayzin» (99); «calle de los carniceros
cerca del barrio Albaezin», y las tiendas veladas sobre el río Darro citadas
más adelante, fronteras al baño de Palacios (el Bañuelo) (100).
Bastantes tiendas de las ciudades hispanomusulmanas servirían al mismo
tiempo de talleres, en los que trabajaban los artesanos ayudados por un
solo obrero o un aprendiz. La mayoría eran locales bajos, estrechos, poco
mayores que nichos o alacenas. E·I comerciante, sentado, no necesitaba
levantarse para coger cualquier objeto y presentarlo al comprador ( 101).
La puerta de casi todas era única, abría hacia la calle y se cerraba con
tableros móviles; la parte superior, girando en torno al dintel y soste-
nido por unos ligeros tornapuntas, quedaba inclinada hacia abajo al estar la
tienda abierta. Formaba, pues, guardapolvo, que protegía del sol y de la lluvia
al vendedor y a su mercancía ( 102), resguardados también a veces con es-
teras, a modo de persianas, enrolladas en la parte superior del hueco cuan-
do no eran necesarias. La tabla baja, que rebasaba algo del muro de fachada,
se utilizaba como mostrador. lbn 'Abdün recomendaba en la Sevilla de fi-
nes del siglo. XI y comienzos del siguiente, que los extremos salientes de
esas tablas fueran aserrados, para que no redujesen el ancho de la calle,
pues la carne -sin duda alude a las carnicerías y a la expuesta en sus
mostradores- es cosa sucia que manchaba los vestidos de los tran-
seúntes ( 103).
La luz en el interior de estas tiendecitas, situadas casi siempre en calles
muy angostas, debía de ser escasa; de ellas se pudo haber dicho lo que
de las contemporáneas cristianas escribió Pedro López de Aya la ( 1332-
1407) en su Rimado de Palacio:

Fazen ;escuras sus tiendas e poco lumbre les dan,


por Brujas muestran Mellinas e por Mellinas Roan;
los pannos violetes, bermejos parescerán
al contar de fos dineros las finiestras abrirán (104).

(97) Libro de la renta de los propios de la cibdad de Granada, 1506.


(98) Propios, leg. 4.º
(99) Libro de censos de propios, 1528, 1leg. 1.º
(100) Libro de las posesiones desta cibdad, 1537, leg. 4.º
(101) Así describe las de Tánger Domingo Badía en la primera mitad del siglo XIX
(Viajes de Ali Bey, p. 51).
(102)' Tal disposición tenían los cierres de las tiendas de la Alcaicería de Granada
antes del incendio que la destruyó en 1483 (La Alcaicería, por lndalecio Ventura Sabatel,
pp. 131-132)
(103) Gabrieli, 11 trattato censorio di lbn 'Abdün, p. 922.
(104) Cita de la obra Vida española en la época gótica, por J. Rubio y Balaguer,
p. 38.

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315
Las «Ordenanzas» medievales de Toledo disponen por tradición musulma
na, sin duda, que «non doue fazer ninguno puerta de su casa delante puerta
de su vezino ... Ni otrosí en las tiendas ... non se deben fazer las puertas
fronteras, ca es gran descubrición » ( 105). En el caso de zocos o calles co-
merciales, la pequeñez de las tiendas haría imposible el cumplimiento de
ese precepto.

Excusado es decir que tiendas y talleres estaban dedicados casi exclu-


sivamente al comercio, al ejercicio de una pequeña industria o a ambas
actividades conjuntas, y eran independientes por completo de las vivien-
das de las que en ellos negociaban o trabajaban, situadas en otros lugares.
En esos locales tal vez almorzasen y hasta es posible que durmieran la
siesta; pero, a la caída de la tarde o por la noche retirábanse a su casa.
El recogimiento de la vida familiar islámica no admitía su mezcla con la
de la calle, que supone la instalación de tiendas y talleres en el propio ho-
gar. Así, gran parte de las vías céntricas, dedicadas al comercio, y los zo-
cos permanentes, lo mismo que las alcaicerías, estaban formados exclu-
sivamente por tiendas, vacías por la noche y confiada su guarda a algún
vigilante. Ya se dijo cómo en Toledo, ciudad cuya vida social gozó de ma-
ravillosa continuidad a través de la accidentada historia medieval de Es-
paña, después de quinientos años de dominio cristiano, en las tiendas del
barrio de comercio en torno de la catedral, no vivía nadie, y sus ocupantes,
terminada la faena diaria, las cerraban e iban a dormir a sus viviendas, si-
tuadas en otros lugares. La organización arquitectónica tradicional del ba-
rrio, sobreviviendo a través de incendios y derribos como los citados, tuvo
más fuerza de perduración que el cambio de vida familiar, ya que la cas-
tellana permitía a las mujeres la relación con la gente de fuera. Era una de
las diferencias fundamentales entre las ciudades orientales y las de Occi-
dente, pues en éstas, los comercios e industrias permanentes solían ocupar
la planta baja de las casas; la venta era ad fenestram, mientras la alta se
destinaba a vivienda familiar.
Revelan claramente la separación entre tiendas y talleres y viviendas en
Valencia y Mallorca musulmanas, los Repartimientos de estas dos ciudades,
redactados en un latín muy corrompido. Las viviendas se llaman domus
o domos en el de la primera, y hospitia, domus y albergs -esto último es
lo más general-, en el de la isleña. Tiendas, talleres y obradores reciben
en ambos los nombres de operatoria y operatorium.
Las tiendas solían pertenecer a los bienes de habices o de la hagüela, es
decir, a mezquitas y fundaciones piadosas o al patrimonio real ( 106).

(105) Ordenanzas para el buen régimen y gobierno de ... Toledo, cap. XXXIV, p. 23.
(106) Las tiendas situadas en torno de la mezquita y las adosadas a sus muros

316
Un documento de 1537 da noticia de la existencia en la hoy llamada Carrera
del Darro en Granada, frente al Bañuelo, de tiendas voladas sobre el río
por medio de jabalcones o puntales de madera (107). Tal disposición era
obligada por la angostura de los solares en el centro de la ciudad.

En Valencia y Sevilla, y, sobre todo, en esta última ciudad, en las inmedia-


ciones de la mezquita mayor, documentos poco posteriores a la conquista
cristiana que reflejan disposiciones urbanas aún no 'alteradas, describen
tiendas con sobrados o algorfas ( 108). Eran estas estancias altas. El sig-
nificado de la palabra coincide, pues, con el que le asigna el Diccionario
oficial. En una casa de la colación de San Román de Toledo, que daba a un
callejón sin salida, había en 1165 una algorfa encima del zaguán. En otra
de la misma ciudad trabajaba un vidriero al finalizar el primer tercio del
siglo XIII, y dos tiendas tenían sótan'os, a más de sus algorfas. «Las tien-
das con los sobrados, que fueron del obispo don GarCían, se citan en 1234
entre las fincas cuyas rentas percibía la catedral toledana (109). En Se-
villa, en 1255, había también tiendas con algorfa encima. Una servía en 1347
para guardar cebada ( 11 O).
Anteriormente, el Repartimiento de Valencia inventaria algún operatorium
cum stabulo, es decir, talleres con cuadra, y operatoria con camera, pro-
bablemente con algorfa ( 111). Era, pues, frecuente el que tiendas y talleres

solían ser propiedad de ella. De la renta de la halagüela, es decir, de propiedad real,


eran ocho tiendas que haibía en Granada en la plaza de Jatabín o Hatabín. Felipe 1
concedió licencia para derribarlas en 1506 con objeto de ensancharla (Espejo, Documen-
tos para la Historia del Reino granadino, apud Rev. del Centro de Est. Hist. de Granada
y su Reino, 11, pp. 38-39). En Granada eran también del rey la mayor parte de las tiendas
de la Alcaicería («Bienes de la agüela q. son de su magestad, 1552», manuscrito en el
archivo del Ayuntamiento de Granada); cf. el reciente estudio y publicación de Villa-
nueva Rico, María Carmen, Habices de las mezquitas de Granada • Casas, mezquitas y
tiendas ...
(107) « ... tiendas cerca de la casa de la moneda incorporadas en el muro que está
entre el río d. darro e la calle q. va a la pta. ,d¡e guadix, alindan con ila torre .frontera al
baño de palacios (el Bañuelo) y vuelan sobre el río sobre maderos» (Libro de las po·
sesiones desta cibdad, 1537, leg. 4. 0 , manuscrito del Archivo del Ayuntamiento de
Granada).
(108) Valencia: Bofarull, Repartimientc;>s, pp. 310 y 316; Sevilla: Ballesteros, Sevilla,
p. VI, doc. núm. 5, a. 1251; p. LX, doc. núm. 57, a. 1253; p. LXXVI, doc. núm. 73, a. 1255
(carta de Alfonso X a Rabi Yuzaf Cabazaz, su judío: « ... una tienda en Seuilla, delas que
son ante Sancta María de las que estan tras las Espal'das de las Tiendas en que están
los Judíos Cauiadores. Et esta tienda que! yo do, es la tercera Tienda de las que están
cabo de la puerta del Arco gran o uenden la fruta, que ua contra las casas de don
Rernont Bonifaz et a cal de ffrancos. Et esta Tienda le do con su algorfa assi como la
ouo en tiempo de Moros»); p. LXI, doc. núm. 58, a. 1253; p. CCCXXI, apénd. L, doc. de
1357, que se refiere a siete tiendas con sus sobrados, que estaban en Gradas, junto al
arco de cal de Sayona (Arch. Cat. Sevilla, leg. 80, núm. 2).
(109) González Palencia, Los mozárabes de Toledo, vol. 1, doc. núm. 29, a. 1141,
pp. 20-21; doc. núm. 74, a. 1165, p. 52; 11, doc. núm. 461, a. 1221, pp. 63-64. Volumen pre-
liminar, p. 170.
(110) Ballesteros, Sevilla, doc. núm. 73, a. 1255, p. 'LXXVI; p. CCCXX.
(111) Bofarull, Repartimientos, pp. 560 y 647.

317
tuvieran planta alta, que se utilizaría para el ejercicio de la industria -an-
tes se citó un ejemplo en Toledo-, como almacén o depósito de mercan-
cías, y aun, en ocasiones, para dormitorio del industrial o comerciante, si
era soltero -uno de los significados de la palabra árabe gurfa era el de
cámara donde se duerme (112)-, o de su aprendiz dependiente libre o
esclavo.

De las reducidas dimensiones de tiendas y talleres habla con suficiente


elocuencia el número de las inventariadas en algunas calles y plazas, a
más del testimonio, antes recogido, de ser muy pequeñas las de Toledo
en el siglo XVI. En el tantas veces citado Repartimiento de Mallorca se
enumeran los operatorium asignados al rey en la misma ciudad que le co-
rrespondió: suman 320 ( 113). En Valencia repartíanse, después ,de la con-
quista, crecido número en zonas urbanas de área reducida, pero no puede
calcularse ni aun aproximadamente su número, pues, en los manuscritos
que se conservan, coetáneos, y al parecer formados con los cuadernos de
apuntamientos en que llevaron la cuenta y razón los repartidores nombra-
dos por el Conquistador, faltan hojas; las que se conservan están muy des-
ordenadas y hay repeticiones, por lo que es necesario un estudio previo
del documento y una nueva edición para su utilización exhaustiva (114).
En el Repartimiento de una ciudad no muy grande como Vélez-Málaga fi-
guran 64 tiendas en una calle que iba a dar a la alcantarilla, 25 de herreros
en otra y 20 en una tercera ( 115).
Esas cifras nos dicen el extraordinario desarrollo comercial e industrial,
a base de pequeñísimos talleres familiares y minúsculos comercios, de las
ciudades hispanomusulmanas. En unión de una agricultura que aprovechaba
hasta el último rincón del suelo laborable, ejercida por labradores sobrios,
trabajadores y fecundos, constituían lo más sólido de su economía.

Tiendas provisionales.
Los cuatro tratados hispanomusulmanes de ~isba conocidos permiten for-
marse una idea parcial e incompleta del comercio ejercido en tenderetes y
puestos provisionales y del ambulante, al mismo tiempo que del movimien-
to y animación de zocos, plazas y lugares céntricos. Del de lbn 'Abdün ha
dicho García Gómez que es una ventana abierta sobre los mismos zocos
pululantes, sobre la aljama silenciosa, sobre el río magnífico de Sevilla.

(112) Pedro de Alcalá, «cámara donde dormimos, górfa, góraf, cámara como quiera,
górfa, goráf; cámara pequeña assí, gorayfa, gorayfit; celdá, cámara, górfa, goráfn (Petri
Hispani, De lingua arábica, Pauli de Lagarde).
(113) Bofarull, Repartimientos, p. 120.
(114) Ribera, Disertaciones y opúscuilos, 11, pp. 300-301, 319-322 y 347-348.
(115) Estudios malagueños, pp. 388, 390 y 391.

318
Los dueños de tenderetes y puestos provisionales bu.scabqn, lo mismo que
los de los comercios permanentes, la proximidad de ia mezquita mayor,
como lugar más concurrido. Los poyos que había en los muros exteriores
de la sevillana eran muy solicitados p8ra ese fin. No pocos vendedorns
querían reservarse en ellos lugares determinados; pero el mu~tasib -al-
motacén- suprema autoridad como delegado del qadl en el mercado, cui-
daba de que los ocupasen a medida de su llegada: el más madrugador se
instalaba en el más favorable para la venta. El citado funcionario, encar-
gado de velar por el cumplimiento de una reglamentación muy detallada que
regía toda la actividad comercial de la ciudad, tenía que intervenir con fre-
cuencia en riñas y litigios a los que la colocación daba lugar.

Las puertas del oratorio eran también puestos preferentes. Las mañanas
de los viernes, de obligada asistencia a la oración en la mezquita mayor,
los vendedores ambulantes debían dejar limpia sus entradas, no volviendo
a ocuparlas con mercancías hasta el término de la ceremonia religiosa.
Prohibíase también el estacionamiento de bestias en dichas puertas, sobre
todo poco después del mediodía del viernes, cuando tenía lugar la oración
colectiva. Después del a~an, o sea, de su convocatoria, toda actividad ce-
saba en los zocos. Junto al lugar de la mezquita destinado a las ceremonias
fúnebres no se permitía estacionarse a los vendedores hasta el término de
la oración de la tarde. En torno del mismo edificio tampoco era tolerada
la instalación de los vendedores de aceite, pues manchaban de manera
permanente el lugar que ocupaban; ni los de otros géneros poco limpios,
como conejos y pájaros. La misma prohibición se extendía a la venta de
criadillas de tierra, por juzgar su consumo glotonería propia de gentes
excesivamente libres. Como la mezquita mayor era pequeña para la po-
blación de Sevilla en el tránsito del siglo XI al XII, los viernes los fieles,
después de llenar la sala de oración y el patio, desbordábanse por el ex-
terior, fuera de las puertas y hasta en las tiendas, que se consideraban
entonces como formando parte del edificio religioso. El almotacén tenía
que cuidar constantemente de que vendedores y compradores no dificulta-
sen su accesos a los devotos.

En las plazas y calles céntricas algo anchas -holgura muy relativa- ha-
bía hileras de mesas y tablas de tiendas portátiles protegidas del sol por
toldos ( 116). El almotacén velaba por que se colocasen a bastante altura

(116) En 1481 se autorizó a los judíos y judías de la ciudad de Segovia a que


saliesen «con su tiendas portátiles a fas plazas e mercados de la dicha c;:ibdad e sus
arravales» (Fidel Fita, la judería de Segovia, p. 282). El gremio de cambiadores de Sevilla,
en la segunda mitad del siglo XIII, establecía sus tiendas al aire libre en la plaza de
Santa María, frente a la catedral (Cód. núm. 175, cart. XLI, f. 0 59 v. Bib. Escurialense,
según cita de Ballesteros, Sevilla en el siglo XIII, p. 203).

319
para que los jinetes no pudieran tropezar en ellos y herirse en los ojos (117).
En las calles muy angostas estaba prohibido a los vendedores y verduleros
sentarse con su mercancía ( 118).
Los boticarios o drogueros en Málaga -y es de suponer que en las res-
tantes ciudades- extendían un tapiz en el suelo, sobre el que presentaban
sus productos. Lo mismo ellos que los perfumistas preparábanlos a la vista
del público, y era frecuente que, distrayendo la atención de éste con su
arte de charlatanes, mediante el relato de entretenidas anécdotas, falsifica-
sen las drogas, sustituidas por productos semejantes, procedentes de plan-
tas silvestres de los montes andaluces (119). No siempre lograba impedir
estos y otros fraudes el almotacén, perseguidor de todo latrocinio comer-
cial, desde el primario de menguar el peso de la mercancía vendida, hasta
los más complicados e ingeniosos de los perfumistas. Entonces, como hoy
y como siempre, el comerciante, de insaciable codicia, juzgaba escasa toda
ganancia.

Abundaban en calles y plazas los figoneros (1abbaj); los vendedores de


carne asada (sawwa') que guisaban delante de su clientela; los de pescado
frito (qalla'); de buñuelos (saffay); de salchichas (mirqas); de pasteles
de queso (muyabbanat, al-mojábana en castellano), y de una especie de
picadillo (harisa) ( 120).

A pesar de lo extendido que estaba el uso de los baños, el olor de la mu-


chedumbre, mezclado al de los guisos, debía de ser bastante desagradable,
por lo que se recurría al procedimiento corriente en la Edad Media para
paliarle, es decir, al uso de fuertes perfumes. Había individuos que tenían
por profesión perfumar a las gentes en los lugares públicos por medio de
aspersiones de agua olorosa y de fumigaciones de incienso o de maderas
odoríferas ( 121) .

Desde hora temprana circulaba por los zocos el almotacén, hombre algunas
veces -no siempre- inteligente e instruido, con sus ayudantes, provistos
de una balanza, en la que, auxiliado por uno de ellos, pesaba el pan, cuyo
precio teóricamente, fijaba en relación con su peso, lo mismo que la carne,
sobre la que estaba dispuesto hubiese un cartel con su importe. Así, el

(117) En las Ordenanzas de Huesca, de 1349, figura una disposición mandando que
no se cue·lguen muestras en las tiendas que puedan dar en la cabeza a los jinetes: «ningún
vec;ino de la ciudat non tienga taula ni alffacera delant so puerta a tan baxo que dé en la
cabec;a, nin faga enbargo a nuyl homme cavalgant» (Ricardo del Arco, Ordenanzas inéditas
dictadas por el concejo de Huesca (1284 a 1456), p. 432).
(118) Gabrieli, 11 trattato censorio di lbn 'Abdün, pp. 899-900 y 917-918.
(119) Colin y Lévi-Provenc;al, Un manuel hispanique de ~isba, p. 40.
(120) Lévi-Provenc;al, L'Espagne musulmane ... , pp. 188-189.
(121) Lévi-Provenc;al, Le traité d'lbn 'Abdün, pp. 256 y 262.

320
nino o la joven esclava podían ir al zoco a hacer la compra sin temor de
ser engañados. El almotacén solía enviar secretamente a una persona de
poca edad y sin experiencia, como las citadas, a adquirir alguna mercancía.
El castigo, en caso de fraude, estaba en relación con la magnitud de éste
y podía llegar hasta la afrenta y la flagelación pública y, si reincidía, a la
expulsión del comerciante de la ciudad. Si era uno de los ayudantes del al-
motacén el descubridor del fraude, percibía parte de la multa ( 122).

Una muchedumbre abigarrada y pintoresca, mezcla de elementos d_iscordes


de raza, religión y cultura, que daba un tono especial a la vida española,
circulaba por el centro de la ciudad: hispanomusulmanes, mozárabes, judíos,
árabes de Oriente, beréberes, cristianos de los reinos del norte de la Penín-
sula, francos, genoveses, eslavos, cada cual con su indumento diferente
y expresándose en distinta lengua ( 123).

Vendedores ambulantes, compradores, paseantes ociosos, mendigos im-


portunos estacionados sobre todo a las puertas de baños y mezquitas,
llenaban las calles próximas al oratorio mayor, en unión de un crecido nú-
mero de campesinos que acudían de alquerías, almunias y pueblos cer-
canos a vender sus productos y a adquirir los de los artesanos de la ciudad.
El peatón circulaba apretujado entre la muchedumbre, hostigado por los
mendigos, tropezando con el saliente de los mostradores, teniendo que
apartarse a cada momento para dejar paso libre a jinetes, caballerías de
carga, matarifes que llevaban a la carnicería las reses muertas sobre los
hombros, y a los que porteaban en angarillas los materiales de cons-
trucción.

El incesante fluir de la muchedumbre producía fuerte bullicio, mezcla de


voces y conversaciones, de gritos de los pregoneros públicos -dallal-
que anunciaban la venta en subasta de esclavos, cabalíos, verduras o car-
bón, entre otros géneros ( 124), y de los pregones de los comerciantes
ambulantes ofreciendo a gritos su mercancía ( 125). A estos ruidos uníanse

(122) Al~MaqqarT, Analectes, edición Dozy, 1, pp. 134-135. El párrafo describiendo al


almotacén en el mercado ha s·ido i·ncluido por don Migu•el Asín Palacios en su Crestomatía
de árabe literal, fragmento 33, y traducido al castellano por O. Machado en la España
musulmana, por Claudia Sánchez Albornoz, 11, pp. 131-132; Lévi-Provenc;:al, Un manuel his-
panique de ~isba, p. 19.
(123) Mozárabes y judíos en el concepto religioso desaparecieron de la España
musulmana durante la dominación almohade; los ,eslavos ya no figuran a partir de la
invasión almorávide.
(124) En la Granada nazarí solían ser subastadoras (José López Ortiz, Fatwas gra-
nadinas de los siglos XIV y XV, pp. 98-99).
(125) Hacia 1100 vendíase al pregón el carbón en Sevilla (Lévi~Provenc;:al, le Traité
d'lbn 'Abdün). En la Toledo cristiana de los siglos XII y XIII citan los documentos mozá~
rabes un pregonero, don Ce1brián el Baca!, de un zoco de la ¿carne?; otro había del
zoco del Alcaná; el judío Abuomar ben Israel era dalla! de los esclavos; figuran pregone-

321
las voces de los que vivían del relato de historias -remotos antecesores
de los que hasta hace pocos añqs mostraban con un puntero en ferias y
mercados las escenas del último y famoso crimen, bárbaramente pintadas
en un lienzo mantenido en lo alto de un palo, mientras canturreaban los
versos del relato, cuya edición, casi siempre impresa en papel de color,
vendían- y de los adivinos, decidores de la buena ventura. De tiempo
en tiempo -cinco veces al día- los almuédanos dejaban caer sobre la
ciudad, desde la alta terraza de los alminares, sus llamadas melancólicas,
convocando a los fieles a la oración y recordándoles, en medio de sus
afanes cotidianos y vulgares, la infinita grandeza de Allah y la existencia
de un mundo más allá de las fronteras de la muerte.

Zocos de las cluda<:!es cristianas de la Península.

En páginas anteriores se dijo cómo el süq de las ciudades hispanomusul-


manas siguió sirviendo de mercado en algunas de las reconquistadas por
los cristianos, designado con diferentes nombres derivados del islámico.

También se vio la permanencia en varias de esas poblaciones de la agru-


pación tradicional de comercios y talleres. Don Julián Ribera dijo el pa-
ralelismo entre las funciones del rnu~tasib y las del almotacén de las villas
cristianas ( 12 6), oficio municipal que se conservó en algunas hasta el
1

siglo XVIII (127).

ros de los verduleros, de las bestias, de los caballos; mesones y fincas vendíanse tam-
bién mediante pregoneros (González Palencia, los mozárabes de Toledo, 11, doc. núm.
476, a. 1224, pp. 77-7'8; doc. núm. 608, año 1259, pp. 207-209; doc. núm. 653, a. 1277,
pp. 253-254; doc. núm. 659, a. 1278, páginas 260-261; doc. núm. 690, a. 1286, ip. 298;
111, doc. núm. 944, a. 1199, pp. 242-244; doc. núm. 955, a. 1218, pp. 261-263; doc. núm. 960,
a. 1269, pp. 276-279; doc. núm. 964, a. 1289, pp. 289-292).
(126) Julián Ribera Tarragó, Orígenes del Justicia de Aragón, pp. 71-76. Véase tam-
hién soibre el almotacén: El mercado, por Luis G. de Valdeavellano, pp. 321 y 324-326.
La función del almotacén está, perfectamente definida, en los fueros latinos de Cuenca,
Teruel, Albarracín y otros. Acerca de dicha filiación cf. Chalmeta, P., la figura del almota-
cén en los Fueros y su semejanza con el rabaroque hispanomusulmán.
(127) No se ha estiudiado, que yo sepa, las diife.renci.as entre los mercados de las
ciudades hispanomusulmanas de la Península y los de las cristianas, y la evolución de los
de las primeras tras su conquista. Hespecto a otiros países, afirma Plessner la uniformi-
dad de los zocos en todo 1el mundo i~·lámico, puesto que las disposi.ciones que regían su
funcionamiento derivaban de un derecho único de raíz canónica, frente a la variedad de
los mercados cristianos, dependientes de autoridades local·es que podían dictar disposi-
ciones diversas respecto de su org.anización (Encyclopédie de l'lslam, IV, p. 531).

322
El nombre de zoco para designar al mercado no se limitó a las ciudades
de pasado islámico; trascendió a las de formación puramente occidental,
en las que se mantuvo con mucha mayor persistencia que en aquéllas.
Pero así como la palabra süq se ha visto que en la España islámica desig-
naba toda clase de agrupaciones comerciales, en la cristiana -tal vez más
propiamente debería decirse en la mudéjar- llamábase azogue al mercado
permanente, calle, calles, barrio o plaza comercial, de tiendas y puestos para
la venta, mientras se decía mercado a la agrupación comercial periódica
en puestos provisionales (128).
«A9oge vieio», «Zoc vieio», «azoe veio», llamábanse un barrio y un lugar en
Salamanca en 1180 y en los años siguientes; una puerta de la Catedral que
le limitaba recibió nombre de portam del Azogue ( 129). En Benavente (Za-
mora), ciudad repoblada por Fernando 11 en 1167, una iglesia comenzada a
construir algunos años después, se llama Santa María del Azogue. Igual
nqmbre lleva otra de la villa gallega de Betanzos (La Coruña), en una región
apartada de la influencia mudéjar; adosadas a sus muros hubo pequeñas
tiendas en algunas épocas. Se llamaba azonque al campo inmediato, utili-
zado para mercado de trigo ( 130).
En Segovia y en Valladolid hubo plazoletas del Azoguejo -A9ogueio-, al
pie del acueducto y fuera de muros en la primera, nombre que todavía
conserva.
Zoco existió en Madrid en el siglo XIII (131). Calle del Azoque en la More-
ría, fuera del recinto de la población, a la extremidad meridional de la pa-
rroquia de San Pablo, en Zaragoza ( 132).
En Murcia conservó el nombre de zoco un descampado en la rambla del
Cuerno, al que daban las casas del granero y almazara del Cabildo. Tam-
bién hubo en la ciudad levantina una calle igualmente llamada y una pu.erta
que luego se nombró de Santa Florentina ( 133). Numerosos obradors for-
maban el A~och de la Judería valenciana en el siglo XIV (134).

(128) Valdeave:llano, E·I mercado (Anuario de Historia del Derecho Español, VIII,
pp. 254-260). La cita más antigua de azoch en un documento cristiano dícese ser en 1117,
en el Fuero de Uclés (lbidem, p. 256).
(129) Julio González, la Catedral de Salamanca y el probable autor de fa torre del
Gallo, pp. 270-271.
(130) P. y A. H. Sampelayo, Datos geológico-mineros de la zona de Betanzos, p. 419.
(131) uAzoche», El Fuero de Madrid de 1202; documento de 1203 en el que se citan
«Unas casa in la Zoch» (F. Fita, Madrid desde el año 1202 hasta el de 1227, pp. 316-317).
(132) T. Ximénez de Embín, Descripción histórica de la antigua Zaragoza, p. 203; Za-
ragoza histórica, por Ricardo del Arco, pp. 23, 91, 96 y 14.2.
(1.33) Javier Fuentes y Ponte, Murcia que se fue, pp. 334. 206-207.
(134) Rodrigo Pertegás, la urbe valenciana en el siglo XIV, p. 289.

323
las plazas mayores castellanas y las ciudades hispanomusulmanas.

Robert Ricard ha observado certeramente que la «Plaza mayor» castellana,


más o menos monumental, situada en el centro de la aglomeración urbana,
casi siempre con soportales en planta baja y balcones o galerías en las
altas de las edificaciones que la rodeen, no se encuentra en todas las ciu-
dades peninsulares. Aparece raramente en las de Andalucía y Levante
influidas por la dominación musulmana, en las que si alguna vez se cons-
truyeron fue en fecha avanzada del siglo XVI o en el XVII (135).
La «Plaza mayor» era casi siempre plaza del mercado, pero, al mismo tiem-
po, y fundamentalmente, escenario de espectáculos: juegos de cañas, co-
rrer de toros, justas, torneos, cabalgatas, procesio11es, danzas, certámenes
poéticos y literarios, autos de fe y sacramentales, ahorcamientos. Para cum-
plir ese destino dispusiéronse en las edificaciones que las rodeaban
múltiples balcones y galerías, propiedad unos de corporaciones y gentes
de elevada categoría, alquilados otros por sus dueños en ocasión de es-
pectáculos públicos.

Nada más extraño a la vida social musulmana que la función de estas


plazas y su dispositivo arquitectónico cuyos orígenes habría tal vez que
buscar en Italia. A Castilla llegarían en el siglo XV, probablemente a tra-
vés de Valencia y Cataluña.

En el siglo XIV, el franciscano Eiximenis, en su Crestiá, propugna una ciu-


dad bella e be edificada, con una gran plaza central, en la que estará pro-
hibido vender y castigar y sentenciar a los reos y entregarse a solaces
deshonestos. El rey Martin el Humano se proponía construir, en 1403, una
espaciosa plaza ante su palacio mayor. de Barcelona, que, escribe a los
Concelleres, reportará a la ciudad belleza grande e infinito provecho ( 136).
Sobre elementos importados, se creó pues, la «Plaza mayor» castellana,
original y privativa de España. En el siglo XVI, en las ciudades andaluzas, que
conservaban aun casi íntegra su estructura musulmana, sintióse la nece-
sidad de poseer una de esas grandes plazas, cuadro adecuado para fiestas
suntuosas. Fue pues, en ellas, como ha dicho Ricard, una importación cas-
tellana. No siempre en poblaciones de casas muy apretadas era fácil de-
moler el gran número necesario a su solar. Apenas si se había modificado
la pequeña plaza de las Cuatro Calles de la Málaga musulmana cuando el
día de Reyes de 1492 se lidiaron toros en celebración de la conquista de

(135) Conferencia pronunciada en el Instituto Francés de Madrid el 24 de abril de


1947, sobre la «Plaza mayor» en Espagne et en Amérique, son role historique1 et socia,1.
Resumen en Bulletin de il'lnstitut Franc;ais en Espagne, núm. 18, mayo 1947, pp. 15-17.
(136) Vida española en la época gótica, por J. Rubió y Balaguer, pp. 25-26 y 30.

324
Granada por los Reyes Católicos. En cabildo de 30 de julio del mismo
año se trató de ensancharla, por resultar pequeña para una población que
crecía rápidamente ( 137).

El Ayuntamiento de Granada acordó, en 1513, poblar el campo del Príncipe,


en un extremo de la ciudad, llamado por los moros, según Mármol, campo
de Abulnest, haciendo «Una plaza muy honrada para fiestas de justas y
toros» (138). Hasta 1683 no se construyó la gran plaza de Córdoba-la de
la Corredera-, con triple fila de balconaje y anchurosos soportales, cuya
grandeza oculta y profana hoy un mercado de hierro. La Toledo del siglo XVI,
corte imperial, aún no había logrado a través de múltiples reformas y
ensanches de sus dos plazas de origen musulmán, la inmediata a la Cate-
dral y el Zocodover, tener una monumental para los continuos y ostentosos
espectáculos urbanos que en esa ciudad se celebraban. Un incendio del
Zocodover permitió en 1592 renovar las casas en torno, mejorándolas «de
nueua y más curiosa lauor, con sus balcones de hierro, para ver los juegos
o espectáculos» (139). Pero ya entonces las grandes y ampulosas fiestas y
los desfiles callejeros parecían, más que las manifestaciones de contento
de un pueblo feliz, bullicioso tumulto con el que se pretendía olvidar la
profunda decadencia; funerales por una España en ruinas. La pompa des-
mesurada de las fiestas públicas iba unida a la miseria popular, decaídos
los antiguos oficios y artes, cerrados no pocos talleres, arruinado el co-
mercio, despoblados los campos.

( 137) Bejarano, Las calles de Málaga, pp. 99 y 110-111.


(138) Gómez Moreno, Guía de Granada, p. 266. Más tarde, ampliada notablemente y
reformada la de Bibarrambla, sirvió para este destino.
(139) Descripción de la imperia• ciudad de Toledo, por el doctor Francisco de Pisa,
f.o 30 V.

325
NOMBRES DE CALLES, ADARVES V PLAZAS

Aunque no muchos, se 1han conservado algunos nombres de calles y


plazas de las ciudades hispanomusulmanas en crónicas y documentos
contemporáneos o anteriores. Algunos perduraron algún tiempo tras la
reconquista y se encuentran citados ,en textos cristianos. Por raro caso
de supervivencia hay calles cuyos nombres, más o menos deformados
(como la de Elvira en Granada, vía de ingreso _principal a !la ciudad islá-
mica y a ila cristiana hasta el siglo actual) han perdurado a través de
ocho siglos. El Zacatín (Ropavejero) en Granada, de Plaza de Zocodover
en Toledo (mercado de las bestias).
La calle mayor de la Xarea valenciana, por haber estado en ella la mu~alla,
que figura en el Repartimiento y que se sigue llamando Execrea (1).
Calle de los Alfayates, así llamada en Córdoba, cuyo nombre no sabemos
si deriva de su destino en época musulmana o de haberlo tenido después
de la r'econquista.
Probablemente, de fa época árabe, como supone Gastejón, viene eil nom-
bre de· 1,as Azonaicas -al-zunayqat, los callejones- con el que aún se
conoce unas ·caHejas de esa ciudad que forman una red.

Su excepcional anchura o importancia daba nombre a calles de varias


ciudades, como la ~ara Mayur de Sevilla a fines del siglo XII, y la al-
zuqaq al-kabir de Córdoba (2).
Es posible que una calle de Murcia, que se llama Mayor -Vico Maiori-
poco después de la conquista, en 1266, sea la traducción del nombr'3
arábigo (3).
Otras vías y plazas se conocían por el nombre de una fa mi 1ia o perso-
naje influyente que vivía b habfa vivido en ellas; así 'la calle de los Beni-
gnáchib, una de las más pobladas extramuros de Valencia, en el siglo XIII,

(1) Ribera, Disertaciones y opúsculos. La Xarea de la Valencia musulmana, 11, p. 329.


(2) Al-Sila, pp. 187, 241, citado por E. Lévi-Provenc;:al, L'Espagne ... , p. 209, y lbo
lgarT (Bayan, 11, p. 78; trad. Fagnan, 11, p. 123.
(3) Ba1Hestero Beretta, Itinerario de Alfonso X, rey de Castilla, p. 429.

327
que ahora se llama de San Vicente (4); en la misma ciudad, cuando
su conquista por el Cid, ila calle Ben Yehhaf (eil zumbo), ,por el nombre
de un cadí, perte!n1edente a la nobleza valenciana Avingahaf, ,cuyas ca-
, sas estaban en ellas. Sigue llamándose así cuando la conquista por
Jaime 1 (5).

Era frecuente que, como en las ciudades cristianas medievales, las ca-
lles recibi1eran el nombre de los oficios o gremios que en ellos domina-
ban, de la industria o comercio que los ocupaba. Así el saqqa~in de Gra-
nada, la de los ~ayyat (sastres), a oriente de la mezquita mayor, en
Có'rdoba; tal vez la de Alfayates en Sevilla, citada en 1395 como lin-
dante con la alcaicería (6), la de los perfumistas -'a~~·arin- en Valen-
cia, en 624 (7); la de los ~anabin -leñadores- en Granada, aun llamada
así en el siglo XVI, y que luego se: llamó de San Gif y hoy ocupa parte
de la Pl,aza Nueva (8); la calle de los carniceros en Córdoba (9); ila ,de los
Afatares, citada e'n un documento sevillano ,de 1359 como inmediata a la
1

iglesia del Sa'lvador, es decir, a la antigua mezquita mayor ( 1O). En Gra-


nada existía en 1499 un arrecife de los barberos, inmediato al Darro, ci-
tado en una escritura arábiga (11), En Córdoba también había la calle
de los pañeros (12).

Era fre:cuente que calles y plazas tomasen los nombres de \los barrios
o arrabales ,en que estaban o a que se dirigían. Así, en Córdoba habfa
un zuqaq al-sabullari, sin duda en el rabad oriental de la mansión llamada
sabular ( 13).

En la Zaragoza medieval habí,a una calle del Azogue, recuerdo sin duda
de un zoco o mercado que allí hubiera, tal·vez en época musulmana.
Las puertas .de las murallas prestaban su nombre en ooasion,es a las
calles a que daban entrada. Así en Granada la plaza que en ~el siglo XVI

(4) Ribera, Diseritaciones y opúsculos, 11, la nobleza árabe valenciana, p. 228.


(5) R. Menéndez Pi dal, la España del Cid, 11, ip. 454; Ribera, Disertaciones y opúscu-
1

los, la nobleza árabe valenciana, p. 218.


(6) Antonio Ballesteros, Sevilla en el siglo XIII, p. CCCXXXVlll. Leg. 79. Archivo Catá-
logo de Sevilla.
(7) Ribera, Enterramientos árabes en Valencia, en Disertaciones y opúsculos, 11,
p. 259.
(8) Má·rmol, Historia del rebelión, t. 1, p. 222; Góme·z-Moreno, Guía de Granada,
pp. 200 y 315.
(9) Historia de la conquista de Espáña de Abenalcotía el Cordobés, trad. de don
Julián Ribera, p. 55.
(10) Antonio Ballesteros, Sevma en el siglo XIII, p. COLXVI.
(11) Mariano Gaspar Remiro, Escrituras árabes de Granada, p. 9.
(12) Ribera, H.ª Jueces de Córdoba, pp. 203-204.
(13) Al-Si1la, pág. 244.

328
seguía llamándose de Bib el Bount (Puerta de los estandartes), \8n el
Albaicín, famosa en la historia de la rebelión de los moriscos (14).
En Granada, en elsiglo XV, había una calle del antimonio -:zanqat al·
ku~I- que sin duda iba a una puerta -bab al-ku~I- en la cerca de la
ciudad, cuyo emplazamiento es desconocido (15). En la misma ciudad en
dos contratos de compraventa de fines de 898/ 1492 y 898/ 1943, figura
una calle de siqayat al-~abba (Azacuyo o fuente del Cerezo), que parece
estaba en 'las inmediacion1es del Colegio de Santa Cruz, hoy ,de Santo
Domingo (16).

Córdoba.
Zuqaq Dahin ( 17) que conducía al cementerio de lbn Abl'l-'Abbas al-WazTr:
La ra~bat (plaza) 'Azira (18). Casa cerrando la calle de los Aserradores
(sawyers), e n ,eJ suburbio exte'rior de Córdoba en el reinado. de 'Abd-al-
1

Ral)man 111 (19). En la calle de los carniceros encuentran un cadáver me-


tido en una sera, en tiempo de 'Abd al-Ral)man ... hijo de al-Hakam (20).
En tiempo del emir 'Abid Allah, calle de al-Mubtillah, .que empez1aba en
la derruida puerta de 'Abd al-vabbar y llega hasta el lado extremo y ac-
cidentado al est·e ,de Córdoba (21).

Azonaica -ar al-zunayqa- pequeña calle.

En el reinado de 'Abd aíl-Ral)man b. al-tf akam, calle de Mul:rnmmad b. sa-


rahTI al-Ma'afirl, magistrado que dio su nombre también a una mezquita (22).

Los invertidos en Córdoba, muy numerosos, se agrupaban en una calle


darb lbn Zaydün (sin duda el nombre del célebre visir poeta). Darb al~Zag­
ga'IT (23).

(14) Mármol, 1, pp. 116-117-119, 150, 222, 240.


(15) G. Lévi Della Vida, ti regno di Granata nel 1465-66 nei ricordi di .in viaggiatore
egiziano, p. 324.
(16) !Luis Seco de Lucena, Documentos árabes granadinos: 1, Documentos del cCYlegio
de Niñas Nobles, pp. 424-429. ·
( 17) A·l-SMa, p. 246.
(18) A·l-Si'la, p. 257, on y enterra en 415 (15 mayo 1024-3 maryo .1025) un savant cor-
douan dont on n'osa pas enmener le cadavre au cimeti.ere· a cause de la terreur que los
Berberes faisaient regner dans la ville; E. Lévi•Provei1·9al, L'Espagne ... au Xeme sieole,
p. 209. ' .
(19) A l-Maqqari, adap. Gayangos, 11, p. 147.
1

(20) Ribera, Historia de la conquista ele España de Abennalcotia, p. 55.


(21) Guraieib, «A!l-Muqtabis» de lbn Hayyan, Cuadernos H. E., XV, p. 168.
(22) De lbn al-Outiyya Ct 367), en Fagnan, Extraits inédits, p. 206.
(23) Lévi-Proven9al, Arabica Occidentalia, 1, pip. 50-52, r. VII.

329
En la época de 'Abd al-Ral)man 1 darb de Alfádal ben Ca'mil. Plaza de 'Abd
Allah b. 'Abd al-Ral)man b. Muawiya. Calle de los pañeros (24). Ma~ayyat
Fa~lün (25), zuqaq al subultarl (26); Zuqaq Zur'a, que desembocaba a
Subullar (27); darb AbT'l-Ashab (28); ra~bat lbn Dirhamayn (29); suwayqat
al-qümis (30).

Plaza de qurays (coraix) en Córdoba, en fa que se perdió la bella doncella


Zaynab (31).

Sevilla.

Un juez tenía su casa, en tiempo de 'Abd al-Ral)man 11 en un barrio del ex-


tremo de la capital, por ·donde pasaba la calzada, en una calle llamada Ma·
grana (32).

La calle de los Alatares, citada en 1359, junto a San Salvador, tendría el mis-
mo nombre en época islámica (33).

Para ampliar el patio de la nueva mezquita ordenó Abü Yüsuf que fueran
derribadas las construcciones que rodeaban al zoco pequeño de Sevilla, co-
nocido entre las gentes antiguas con el nombre de plazuela del Clavo (34).

lisboa.

Calle cerca de los baños calientes que se llama de los Aventureros (35).

(24) Ribera, H.ª Jueces de Córdoba, texto, pp. 40, 47 y 164; trad., pp. 50-57 y 204.
(25) Al Sila, p. 481.
(26) lbidem, p. 244.
(27) lbidem, p. 254; Ihn al-Farad!, 11, p. 78.
(28) lbidem, 1, p. 181.
(29) lbidem, pp. 275, 562.
(30) lbidem, ip. 196, y Lévi-Provern;:al, L'Espagne musulmane au Xeme siecle, p. 209.
(31) B. A. H., X, p. 133; Miguel Asín Palacios, El orig.jnal árabe de la novela aljamiada
«El baño de Zariebn, p. 386.
(32) Ribera, Jueces de Córdoba, p. 98.
(33) Leg. 38, Arch. Cat. de Sevilla; Ballesteros, Sevilla en el sigfo XIII, p. CLXXVI.
Documento de 1327, el adarve de Aben Manda (Legajo 41, núm. 1, S. Salvador, Arch. Cat.
de Sevilla. Boll. p. 222, núm. 1). Ibn al-Ahbar en la Takmila (biogr. 1013) menciona la calle
de los Libreros en Sevilla (Julián Ribera y Tarragó, Bibliófilos y BibUot. en la España mu·
sulmana, en Disertaciones y opúsculos, 1, p. 208.
(34) BaHesteros, Sevilla en el siglo XIII, p. 123.
(35) Al-Idrisi, texto, p. 184; trad. p. 223.

330
Murcia.
«Via publica qui dicitur de Rabac Alahumet» (36). Rabac debe de ser
rabad = arrabal; pudiera ra~la = plaza.

Zaragoza.
Calle de Abü Jalid, en el arrabal de Sinhacha, en la parte occidental de la
ciudad -compra de una casa un moro a otro (sin fecha, poco posterior a
la conquista) (37).

Mallorca.
En Bofarull, Repartimientos: «zucaq vel vicurn de Homar Abennagia»; zuQ.flq
Alcaid __Jp. 65-, zuqaq Abombram -p. 64- vico de Abenbarba et Daben
Alpua -«Vico de Homariben Hacem Algelub Bihaomad Azzueyca ( ?) Bibeb
Alhelet-vico de Raozoba Aben Ali lle Forri Alcalafat -p. 66-, via que
dicitur Aliaf -carraria de Hazen- p. 126; carraria Dabensir-carraria Ba-
benxebib, carraria de Alatar, carraria de Aliquizab -p. 127-; vico de Adarb
Dabuchec- vico de Muza Alquari Onabenrropehaer carraria de Alqui-
zab -p. 127-.
Una de las calles de Mallorca tenía el nombre de uno de los moros princi-
pales de la isla, Ornar Abenxerri (38).

Guadix.
Al-sustarl, poeta andaluz, enterrado en Damieta (1212-1269). La otra nisba,
sustarl, indicaría, según lbn Luyün, zuqaq al-sustari (vulgarismo, aún en
uso, por Tustar, ciudad en Susiana). Zuqaq al-sustari, barrio de Guadix,
así llamado por unos emigrados persas (39).

Toledo.
Zocodover.

Sevilla.
Calle de AHayates en 1395 (40).

(36) Mirnt i Sans, ltinerari de Jaime 1 uel Conqueridoru, :p. 338.


(37) R. G. de Linares, en Homenaje a Codera, p. 175, núm. 2.
(38) Joaquín María Bover, Memoria de los pobladores de Mallorca después de la
última conquista por Don Jaime 1 de Aragón, p. 48.
(39) L. Mass,ignon, Investigaciones sobre sustari, poeta andaluz, enterrado en Da·
mieta, p. 3'2.
(40) Ballesteros, Sevilla en el siglo XIII, Leg. 79, Arch. Cat. Sevilla, p. CCCCXXXVMil.

331
Granada.
En el siglo XVI había en Granada una calle llamada del Hantar, evidente
transcripción castellana del término árabe sawtar. Dicha calle, a la que pro-
bablemente daría nombre el baño en ella situado (Baño del Santar), apa-
rece citada en el Libro de los Habices (41) y se encontraba cerca de la de
Torres, en la colación de Santa María de la O (42).
Zacatín ~Ropavejeros. En Ceuta existe el zuqaq ha11ab (calle del Le-
ñador).
Andrea Navajero habitó en Granada ·en la calle de Zurradores «que son los
que adoban los cueros» (43). Zanacata Alcolombairi = zanqat al-qulunbayri,
calle del Colomerano (44).
Calle de Avenamar -«calle sin salida que entra en la calle de Avenamas»
«Títulos .de las casas principales que hoy son hospital de la Caridad y Re-
fugio» 1532 (45). Establecióse la Compañía de Jesús en Granada, en 1554,
en unas casas de la call·e de Abenamas (46). La plaza larga, llamada del
Albaicín a poco de ila Reconquista y antes A1lmajura (47).
A fines del siglo XV -1466- había en Granada una calle - s - llamada
«Via dell'.antimonio» (zanqat aHm~I) (48). La calle de San Matías se llamó
el Axibin (49). ccUarbalcata» se llamó la calle del Tinte (50). Plaza de San
Gil, antes al-Ha~~abin (51). Calle de lbn Labbay en el interior de Granada
en 871 /1467 y que en el siglo XVI se llamaba Abenlapache -no localiza-
da- (52). Calle de siqayat al-~abba (Fuente del Cerezo), próxima al Con-
vento de Santa Cruz, hoy Santo Domingo (53).

(41) folio 40 v, núm. 365, publicado por Viillanueva Rico, M.ª Carmen, Habices de
las mezquitas de Granada.
(42) Luis Seco de Lucena, La famiUa de Mu~ammad X el Cojo, rey de Granada,
p. 381, núm. 1.
(43) Fabié, Viajes, p. 306.
(44) L. Seco de Lucena, De Toponimia granadina, p. 83.
(45) Angulo lñíguez, La pintura en Granada y Sevilla hacia 1500, pp. 86-87.
(46) Gómez Moreno, Guía de Granada, p. 382.
(47) lbidem, p. 482.
(48) G. Lévi de•lla Vida, 11 regno di Granata nel 1465-66 nei ricordi di un viaggiatore
egiziano, p. 324.
(49) Gómez Moreno·, Guía de Granada, p. 205.
(50) lbidem, p. 3•12-313.
(51) lbidem, p. 315.
(52) L. Seco de Luoena, Documentos árabes granadinos, pp. 419-420 y 422.
(53) lbidem, pp. 424, 426-427 y 429.

332
Hubo en Granada durante la dominación musulmana más de una calle con
el nombre de Siqaya; hoy la calle de Azacaya va de la de Elvira a la pla-
ceta del Boquerón.

Otras calles de Granada tenían estos nombres, «del Chinchicayrin», «calle


de los GeHces», también llamada «calle de Gelies Minaleyman», «calle de
los Especieros».

333
CALLES MAYORES Y SECUNDARIAS

La calle llamábase :zuqaq (plural a:ziqqa y zuqqan), :zanqa y ~ariq. En Valen-


cia perduró el nombre y aún a fines del siglo XIV -1372- se las conocía
por el mismo, ligeramente transformado: asucach (1).
Las calles principales unían, como se dijo, las puertas opuestas de la cerca
de la ciudad a través de su núcleo central, en el que acostumbraba
estar la mezquita mayor y el comercio de mayor importancia, encerrado
en la alcaicería y repartido por los zocos. La existencia de estos lugares
de tráfico y de la mezquita mayor y el ser tránsito para los viajeros que
entraban o salían de la ciudad, las hacía muy concurridas y ruidosas.
Era frecuente que la principal de esas calles se llamase Mayor, lo mismo
que en las ciudades cristianas. Las había de ese nombre, que sepamos, en
Córdoba, Sevilla, Mallorca, Murcia, Alcira y Ceuta. Eran la prolongación
urbana, intramuros del camino principal y más frecuentado que conducía
a la ciudad.
De esas calles quedan aún huellas en el plano de algunas poblaciones.
En el de Córdoba se reconoce el trazado de las que atravesaban la madina
y unían las puertas opuestas: la principal, que va de norte a sur, desde la
puerta del Osario o del León (bab luyün), por la actual calle de Jesús y
María, para bajar por la cuesta de Pedregosa, y tras su paso entre el Al-
cázar y la mezquita mayor, salir por fa 'puerta del Puente (bab al-Qan~ara).
Esta gran calle se llamaba al-Ma~ayya al-'u:zma' y pasaba bajo el saba1 o pa-
sadizo que unía el Alcázar a la mezquita. Otra cruzaba también la ciudad,
pero de noroeste a sudoeste, desde la puerta de Gallegos (bab'Amir) a la
de Hierro (bab al-l:ladid), por las calles que hoy llevan los nombres de Con-
cepción, Gondomar y Alfonso XIII, a Zapatería y, fuera ya de la madina,
para continuar por la :zuqaq al-Kablr (2).

(1) Manual, núm. 16, fol. 118, según cita de Teixidor, Antigüedades de Valencia,
1, p. 142.
(2) Ibn 'lgarT, Bayin, 11, texto, p. 77; trad., p. 124. Lévi-Proven<;:al, La Péninsule lbé·
rique, texto, p. 156; trad., pp. 157-158. Ocaña, Las puertas ... de Córdoba, p.p. 143-151.

335
La Granada musulmana tenía también dos vías principales norte-sur y este-
oeste, ccque la cruzan por medio sin rodeos ni quiebras», cuyo recuerdo
perduraba en el siglo XVI. La primera comenzaba en la puerta de Bibarrambla
(bab al-Ramla), para seguir por el Zacatín, principal vía comercial, plaza
del Hattabin (de los Leñadores, en la después plaza Nueva), carrera de
Darro y puerta de Guadix. La norte-sur comenzaba en la puerta de Elvira
(bab llbira), para seguir por la calle de este nombre, al-Hattabin, por la
Tornería y calles de la Colcha, San Francisco, Santa Escolástica-, los Reale-
jos y calle de Santiago, para terminar al final de ésta en la puerta de los
Molinos (3). Tal vez fuera ésta la que, en una traducción de una carta ará-
biga de 873/1468-1469, hecha en 1548, se nombraba Real (4).

Resto del trazado de las calles de Sevilla en época islámica sería la muy
larga, probablemente la ~ara mayür en la que el monarca almohade Abu
Ya'qub Yusuf mandó construir un depósito para el agua conducida por los
caños de Carmona, inaugurado en yumadá 11 567 /12 febrero 1172 (5). Sería
la que el historiador Peraza llama Real y dice dividía Sevilla en el siglo XVI;
comenzaba en la puerta del Arenal y seguía por las Gradas, calles de Pla-
centinos y Francos, plaza de San Salvador y Espartería, calles de la Alhóndi-
ga, de San Marcos, de Santa Marina y de San Gil, para salir a la puerta
Macarena (bab Makarana) (6). González de León afirma ser la calle prin-
cipal de Sevilla: «se puede decir que es una calle casi derecha desde la
Catedral por calle Abades hasta la puerta de Macarena, que es casi todo el
largo de la ciudad de sur a norte» (7).

En la Valencia recién conquistada por Jaime 1, una de sus calles principa-


les debía de ser excepcionalmente recta, en contraste con los muchos
sórdidos callejones, algunos abovedados, que en ella había. Efectivamente,
en el Repartimiento figura «totum illum barrium de uno capite ad aliud si-
cut via vadit recte de porta de Exarea usque ad portam Bebaloaira» (8).
Calle Mayor (magnus vicus) había en Mallorca, según su Repartimien·
to (9).

(3) Henríquez, Anales de Granada, pp. 31-32. Es posible que fuera vía más pasajera
la que después del recorrido de la calle de Elvira seguía por la de San Matías, llamada
entonces Axibin, para salir de la ciudad por la puerta de Bibatanbín (bah al-Tawwiibin).
(4) Seco de Lucena, Documentos árabes granadinos, 1, pp. 419 y 422.
(5) Crónica de lbn Sal:iib al-Sala, en Antuña, Sevilla, p. 99, texto árabe, pp. 133-134.
(6) Margado, Historia de Sevilla, p. 328; Montoto, Sevilla, p. 23.
(7) González de León, Noticia ... de las calles de Sevilla, pp. 405-406.
(8) Bofarull, Repartimientos, pp. 209 y 290.
(9) Busquets, 'El códice ... del Repartimiento de Mallorca, p. 281 y 290.

336
Periodos de gran decadencia, múltiples terremotos y reformas urbanas han
alterado profundamente el trazado urbano medieval de Almería, pero a
pesar de ello aún hay una calle que se llama Real de la Almedina, en la que
estaba la mezquita mayor, y seguiría el trazado de la islámica.
En 1266, cuando Murcia acababa de ser conquistada, los reyes don Jaime 1
y don Alfonso X concedieron a un ballestero unas casas que fueron de
Mahomat in vico Maiori, traducción seguramente de su nombre ará-
bigo ( 1O). Será la calle citada por el cronista Muntaner, que dice pasaba por
medio de Murcia un carrer qui és ara un deis beis carrers de la ciutat ne
sia en neguna ciutat: que el dit carrer és gran e ample e comem;a del lloc
en qué es falso mercat, qui ést devant los Prei'cadors, :e dura entró a l'esgleia
major de madona santa María: e en aquéll carrar és la Pellicería, es els
cambis, e la Drapería 'e d'Altres oficis molt ( 11).

En el Repartimiento de Alcira, hecho en 1249, recién pasada la ciudad a


manos cristianas, figura una via majori pública ( 12).
Una calle Mayor o noble había en Ceuta en 1415, al ser conquistada por los
portugueses. Se llamaba zuqaq lbn 'Isa, con el nombre del cadí Abü 'Abd
Allah (Ben Isa) al-TamTnT. Dividía la ciudad en dos partes, era espaciosa y
en ella habitaban elevados personajes ( 13). Sería la rua direita a la que
aluden Zurara y otros cronistas portugueses, en la que los más acaudalados
comerciantes tenían sus tiendas (14).

Aún se reconoce el trazado de la calle principal que atravesaba Málaga de


Levante a Poniente, de la que formaba parte la actual de Granada. Iba
«desde Ja Alcazaba a lo que entonces era el baluarte donde después se
abrió Ja Puerta Nueva, formando como hay tres diversas calles; las que.
se unían con ella bajando de la parte norte y las que de ella salían en
dirección al mar; la plaza principal, o sea, la de las cuatro calles, como la
llamaron los cristianos conquistadores a la que concurrían las arterias
principales» (15). •

Dentro de cada barrio o arrabal de alguna importancia había también su


arteria principal. Cuando en 1236 unos caballeros cristianos de Andújar
sorprendieron el arrabal oriental de Córdoba, preludio de la conquista de

(10) Ballesteros, Itinerario de Alfonso X (B. R. A. H., OIX, p. 429).


(11) Ramón Muntaner, Crónica, vol. 1, 4'4-4'5. Era la calle llamada modernamente
Trapería o Príncipe Alfonso, orientada norte-sur.
(12) Bofarnll, Repartimientos, pp. 413 y 480.
(13) Lévi~Pravern;al, Une description de Ceuta musulmane au XVe siecle.
(14) Robert Ricard, Recherches sur ita toponymie urbaine du Portugal et de l'Espagne,
p. 162.
(15) Guillén Robles, Málaga musulmana, p. 485.

337
la ciudad, «barrearon todas las calles del arrabal de del Axarquía, salvo la
cal mayor que vá derecha, que dexaron por o pudiesen yr en pos de fos
alaraves» (16). En el poblado o barrio extramuros· de la Xarea, en Valencia,
cita el Repartimiento, de esa ciudad la calle Mayor de la Xarea ( 17), mo-
dernamente de la Exedrea (desde la calle de la Congregación hasta el
portal del templo). La Karreriam mayorem ravallis de Játiva figura como
límite en un privilegio otorgado por don Jaime 1 en 1251 a los pobladores
sarracenos de ese arrabal (i ~).
Las referencias al mayor o menor ancho de las calles, al no concretar su
medida, son de escasa utilidad por ignorar el término de comparación
usado para calificarlas. Dice al-Razl, en la primera mitad del siglo X, que
abundaban en Béjar las calles hermosas y anchas ( 19). Dos siglos después
juzgaba al-ldrTsT anchas las de Zaragoza (20). En 1526, cuando aún el trazado
de las calles de la Sevilla musulmana no había experimentado grandes
transformaciones, las describe Navajero anchas y hermosas; tal vez el
clima húmedo y caluroso contribuyera a que las dieran mayor holgura que
en otras poblaciones.
Estos eran casos excepcionales; abundan los juicios contrarios, alusivos
a su estrechez, desde fines del siglo XV hasta los del neoclásico don
Antonio Ponz. El notario mallorquín Pedro Llitrá, que entró en Málaga con
Jos Reyes Católicos cuando su conquista en 1487, escribió que tan sólo
tenía «más que dos o tres calles razonablemente espaciosas; las demás
son tristes y tan estrechas que en algunas una caballería algo lozana
apenas podría rebullirse» (21). Las calles del Albaicín de Granada las
describe Münzer en 1494 como «tan estrechas y angostas que las casas
en su mayoría se tocan por la parte alta, y por lo general un asno no puede
dejar pasar a otro asno, como no sea en las calles más famosas, que tienen
de anchura quizá cuatro o cinco codos, de manera que un caballo puede
dejar paso a otro» (22).
Las Ordenanzas de Granada de la primera mitad del siglo XVI se refieren a
«la estrechura de calles y plazas» (23). A final de siglo, Luis de Mármol
afirmaba que eran las calles granadinas «tan angostas, que de una ven·

(1·6) Primera Crónica General, cap. 1046, p. 730.


(17) Bofarull, Repal'ltimientos, pp. 179, 264, 290, etc.; Julián Ribera y Tarragó, La X:area
de la Valencia musulmana, p. 329.
(18) Fernández y González, Estado social y político, doc. XXIV, pp. 324-327.
(1.9) Al-Raii, Descrip·tfon de l'Espagne, p. 87.
(20) A·l-ldrTsT, Description ... de l'Espagne, texto, p. 190; trad., p. 230.
(21) Pi y Margal!, Granada, Jaén, Málaga y A'lmería, p. 430, n. (1).
(22) Münzer, Waje por España y Portugal, p. 43.
(23) Ordenanzas ... de Granada.

338
tana a otra se alcanzaba con el brazo, y había muchos barrios donde no
podían pasar los hombres de a caballo con las lanzas en las manos y tenían
(los moros) horadadas las casas de una en otra para poderlas sacar: y esto
dicen los Moriscos que se hacía de industria para mayor fortaleza de la
ciudad» (24).
La calle de Elvira de Granada, las líneas de cuyo trazado no parecen haber
variado mucho desde el siglo XV cuando se la conocía con el mismo nom-
bre, puede dar idea de las dimensiones de las vías más importantes de las
ciudades hispanomusulmanas. De principal y bastante ancha y larga la
califica el citado embajador veneciano Andrés Navacero en 1526; durante
los cuatro siglos transcurridos desde entonces no han desaparecido sus
angosturas e irregularidades, a pesar de que hasta comienzos del actual
continuó siendo la más importante vía de acceso al centro de la ciudad
desde el exterior. la otra calle que cruzaba la ciudad de oriente a poniente
no era más amplia.
Varios barrios de Sevilla, como el inmediato al Alcázar, conservaron hasta
el siglo XIX callejones estrechísimos, entre ellos el del Ataúd, capaz para
el paso de una sola persona. Por la calle Trasbolso, que unía la de las
Doncellas con la plaza de los Refinadores, con dificultad cabían dos perso-
nas pareadas. Muy angosta también era la antiguamente conocida por de la
Especería de las Mujeres, paso desde la plaza del Pan a la calle de Ensala-
deras (25). Varios callejones semejantes fueron derribados antes de me-
diar el siglo pasado en la parte sudeste del recinto murado. «Muchas calles
angostas y no muy llanas ... dificultosas de andar», escribió de las de
Toledo Lucio Marineo Sículo en los primeros años del siglo XVI (26).

En ~I siglo XVII, época de gran bi·enestar y riqueza en Murcia, hubieron de en-


sancharse bastantes de sus calles, algunas de las cuales medían sólo cinco
palmos (1,04 m.) (27).
Aún a fines del siglo XIX de las 228 calles existentes en Palma de Mallorca,
121, es decir, más de la mitad, tenían un ancho comprendido en uno y tres
metros y 18 menos de dos (28).

La angostura de las calles aumentaba por los voladizos (29).

(24) Mármol, Rebelión, 1, p. 37.


(25) Gonzále·z de L·eón, Noticia ... de las calles ... de Sevilla, pp. 179 y 441.
(26) Marineo Sículo, De las cosas memorables, fol. 12 v. 0
(27) Fuente•s, Murcia que se fue. pp. 9, 11 y 126-127.
(28) la ciudad de Palma, por E. Estrada, p. 93.
(29) Véase infra, «Calles encubiertas,, y «Las fachadas de las oasas; sal.idizos y
ajimeces».

339
Los escritores de los siglos XVI al XVIII, formados en la nueva estética
urbana del Renacimiento, cargaban a los moros la culpa de la angostura de
las calles de las ciudades españolas. De las de Toledo escribía el Doctor
Pisa a comienzos del siglo XVII que ellos las habían dejado «angostas,
torcidas y con veinte revueltas», por lo que la ciudad no cobró nunca «del
todo el lustre y hermosura de calles, que los Romanos y los Godos dexaron
en ella» (30). Hipótesis esta última bastante aventurada. Las Ordenanzas
de Toledo y de Sevilla, recopiladas en el siglo XVI, pero de tradición medie-
val, prohibían volar las alas de los tejados de las calles, es decir, los aleros
de las casas, más del tercio del ancho de aquéllas; quedaba «el otro tercio
en medio, para ayre, e por do entre la lumbre, e para do caygan las
aguas» (31). Como el vuelo de cada tejado apenas alcanzaría los 70 cen-
tímetros, el ancho de las calles no pasaba de los dos metros.

El deán Martínez Mazas, uno de los españoles de« la ilustración» del reinado
de Carlos 111, noblemente preocupado por el progreso del país, escribía
de las casas y calles de Jaén que «por más que en quinientos cuarenta y
cinco años que han pasado después de la conquista se habían renovado
mucho, siempre manifiestan que fueron edificadas por los moros. Las calles
son angostas y torcidas» (32).

Don Antonio Ponz, en su Viaje de España, siempre que encuentra en las


ciudades visitadas calles «estrechas, torcidas y montuosas» (Toledo), «tor-
tuosas y angostas» (Málaga) y el «desorden y an~1ostura» en la mayor
parte de las sevillanas, carga la culpa a «la superstición o rusticidad mo-
risca» de sus antiguos vecinos mahometanos, «cuyas costumbres eran bár-
baras en extremo», y pide que les quiten «todas las fealdades que tienen
resabios de Moriscos» (33). Con mirada menos clasicista vio Teófilo Gau-
~tier las calles de Toledo; dice que desde sus casas fronteras podrían darse
la mano dos personas a través de la calle y nada más fácil que pasar de una
a otra si bellas rejas no impidiesen esas familiaridades aéreas.

El romántico viajero estuvo en Toledo durante el verario y percibió la


sombra, el fresco y el encanto de sus callejuelas por las que se circulaba
a cubierto, protegido del sol por los aleros. Ante tanta protesta por su
angostura, es el primero que las defiende con muy discretas razones: «Su
escaso ancho sería motivo de indignadas protestas de todos los partidarios
de la civilización que tan sólo sueñan con plazas inmensas, vastos jardi-

(30) Pisa, Descripcion ... de Toledo, fol. 26 v.º


(31) Ordenanzas ... de Toledo; ordenanzas de Sevilla, cap. XXV, fol. CXLlll.
(32) Martínez Mazas, Retrato ... de Jaén, p. 40.
(33) P.onz, Viaje de España, t. primero, p. 19; t. IX, pp. 211-212; t. XVIII, p. 220.

340
nillos públicos, calles desmesuradas y demás embellecimientos más o me-
nos progresivos; sin embargo, no hay cosa más razonable que calles estre-
chas bajo un clima tórrido, de lo que se apercibirán pronto los arquitectos
que han hecho4tan anchas hendiduras en el núcleo de Argel» (34).

iDe lo tortuoso y quebrado de tales vías dice elocuentemente el nombre


de Siete y Doce revueltas que tenían algunas en varias ciudades. En el
barrio de San Pedro de Córdoba estuvieron las Siete Revueltas de Santia-
go (35); la de Siete Revueltas de Sevilla, cerca del S~lvador, se cita en un
documento de 1476 y aún continuaba a mediados del siglo XIX _(36); otra
de idéntico nombre había en Murcia, callejón quebrado inmediato a la torre
de la Catedral (37). De las Doce Revueltas se llamaban en 1488 unas
callejuelas malagueñas a las que daba ingreso un arco y aún se conoce por
Siete Revueltas un callejón de la misma ciudad, en parte desaparecido al
hacer la calle de Larios (38), una calle en Carmona, cerca de la puerta
de Sevilla, y otra ciega, sin salida, en Toledo.

Una calle de la madlna de Fez, se llama Sab' a luyat (Siete recodos) (39).
Al existir en ciudades marroquíes calles con ese nombre, cabe la sospecha
de que el de las españolas sean traducción del que tuvieron en época
islámica.

El frecuente y caprichoso cambio de ancho y dirección de las calles,


daba origen a abundantes ri.nconadas que hacían oficio de pequeñas plazo-
letas. En éstas o en las calles más holgadas había accidentalmente algún
árbol. El geógrafo al-OazwTnT cuenta una de las maravillosas anécdotas
que del místico Muf:rnmmad b. al-'ArabT, al que conoció. en Damasco en
630/1232, circulaban en Oriente como referidas por el mismo: «había en
una de las calle de la ciudad de Sevilla una palmera, la cual se había ido
inclinando tanto hacia el medio de la calle, que, obstruía ya el paso de los
transeúntes, y por eso comenzó la gente a hablar de la necesidad de cor-
tarla, hasta que decidieron hacerlo así al día siguiente». En sueños vio
aquella noche lbn al-'ArabT «al Profeta junto a la palmera que se le quejaba
y le decía: «¡Oh Profeta de Dios! Las gentes quieren cortarme porque les

(34) Gautier, Voyage en Espagne.


(35) Rarnírez de Arellano, Paseos por Córdoba, 11, p. 44.
(36) Ballesteros, Sevilla, p. CCCXXXX. Estaba en la Parroquia del Sa•lvador; era muy
angosta y servía de comuncacióin a la plaza del Pan con la ca.lle de·l Burro (González de
León, Noticia ... de las calles ... de Sevilla, ip. 415).
(37) Fuentes, 'Murcia que se fue, p. 217.
(38) Guillén Robles, Málaga musulmana, pp. 485 y 488; Díaz Escobar, Apuntes ...
sobre ... calles de Málaga, pp. 37 y 44.
(39) Lévi-Provern;:al, Hist. Esp. Musul., 111, p. 372.

341
estorbo el paso. Y el Profeta le acarició con su mano bendita y se enderezó».
Desde entonces las gentes tuvieron en gran veneración aquel lugar (40).

Es muy· posible que en Sevilla y en otras ciudades andaluzas hubiera


calles enladrilladas bajo el dominio islámico; más tarde, en poder de
cristianos, lo estaban todas, como afirma Antonio de Lalaing en su re!ato
c;Jel viaje de Felipe el Hermoso por España en 1501 (41). Lo repite, como
cosa pretérita, González de León en 1839; todavía entonces una calle,
última que se empedró, llamábase anacrónicamente Enladrillada· (42). En
las Ordenanzas de Sevilla figura un «Título del obrero de la cibdad: y del
ladrillar de las calles», en el que se reproduce una carta de los Reyes Ca-
tólicos, fechada en Granada a 13 de octubre de 1500, confirmando algunas
ordenanzas sobre conservación de calles soladas ·de ladrillo (43). En
1534 algunas calles de Málaga, entre ellas la de Santa María, también lo
estaban en la misma forma (44). León el Africano y Luis del Mármol Car-
vajal dicen que en el siglo XVI la plaza de Fez situada delante de la mezquita
de los Andaluces estaba enladrillada (45), dato que refuerza la creencia
de que también lo estarían plazas y calles de algunas ciudades andaluzas
bajo· el dominio islámico.
Córdoba tenía un sistema de amplios colectores que bajaban hacia el río
desde la parte alta de la ciudad por las calles principales y recogían en
el trayecto las aguas sucias de las alcantarillas secundarias (46). Martínez
Mazas aludía a fines del siglo XVIII al alcantarillado musulmán de Jaén,
que creo no ha sido motivo después de referencia ni estudio alguno. Ciudad
abundante en fuentes, «los sobrantes escribió, con las demás aquas inmun-
das van a parar a las Madres o cloacas bien profundas que hay en el
medio de las calles; y ésta es la mejor obra que acaso dejaron los árabes,
por lo que nada se vierte a la calle, y está la ciudad muy limpia» (47).

Del tratado de ~isba de lbn cAbdOn parece deducirse que en la Sevilla


almorávide de los primeros años del siglo XII había alcantarillas en los
sitios de desagüe de muchas aguas sucias, construidas por los propietarios
de las fincas que las producían y en verano se prohibía que corriesen por
1as calzadas. Las gentes debían de cuidar de que no echasen basura, inmun-

(40) Kosmographie, p. 334; El Islam cristianizado, por Asín Plalacios, p¡p. 46-47.
(41) Lat!aing, Voyage de Philippe Ie Beau, p. 202.
1

(42) González de León, Noticia ... de !as calles ... de Sevilla, p. 269.
(43) Ordenanzas de Sevilla, f: 0 LXXIII.
(44) Moreno de Gue-rra, tos corregidores de Málaga, p. 165.
(45) León Africano, De la descripción de Africa, p. 135; Mármo·I, Descripción general
de Africa, Hbro'<:;uarto, aap. XXI, f.0 90.
(46) Frandisco Azorín, El alcantarillado árabe de Córdoba, pp. 181-182.
(47) Martíniez Mazas, Retrato ... de Jaén, p. 43.

342
dicias ni barreduras delante de sus casas y estaban obligadas a reparar
los baches en ese lugar. A los vendedores y a los fruteros se les prohibía
instalarse con sus mercancías en las calles angostas (48).

En Granada, dice Münzer, escaseaban las cloacas. En todas las calles


había «canales para las aguas sucias, de manera que cada casa que no
tiene cañerías por las dificultades del lugar, puede arrojar durante la noche
sus inmundicias en aquellos canales» (49).

Los Reyes Católicos ordenaron la construcción de alcantarillado en Tole-


do (50) y en Granada (51).

Excusado es decir que todos los transportes en el interior del área urbana
se realizaban en acémilas, caballerías o borricos, como hasta hoy en el
Albaicín y en otros barrios viejos de Gra·nada y de otras ciudades anda-
luzas, lo que se reflejaba en las dimensiones de algunas partes de los
edificios, al no ser posible llevar en esas condiciones más que materiales
de reducidos peso y magnitud, así como en el tiempo invertido en la
construcción.

(48) lbn 'Abdün, Sevilla, pp. 119-120 y 164.


(49) Münzer, Viaje por España y Portugcd, p. 43.
(50) Clemencín, Elogio... Reina Católica, p. 261.
(51) Ordenanzas ... de Granada, f.o 1111.

343
ALCAICERIAS

Ya no hay en la Alcaicería
tela que no esté comprada
ni joya en la platería.
LOPE DE VEGA

«La envidia de la Nobleza»

Acaso algún mercader


que deseando temprano
ganar la alcaicería,
llegaba a la Alhambra ufano
aun antes de amanecer.
JOSE ZORRILLA
«Granada, 11» (Edic. 1895, p. 174)

La palabra árabe al-qay~ariyya -plural, al-qaya~fr-, castellanizada, ha da-


do nuestra «alcaicería». Designaban ambas a la vez, tanto en el oriente
como en el occidente islámico, una institución comercial y el edificio
o conjunto de edificios que la albergaba. Desde el siglo XVI hasta hoy
todos los escritores que se han opupado de las alcaicerías coinciden
con rara unanimidad en suponer que ese nombre deriva de un adjetivo
griego que dio origen al latino Caesarea, a través del bizantino Kaisa-
reia, abreviación de «mercado imperial» o «cesáreo», institución de Es-
tado, a diferencia del fundaq, propiedad con frecuencia de particulares.
Parece, pues, que la institución es de ascendencia helenística. 88 ha
creído ver su prototipo en la qay~ariyya fundada por un emperador roma-
no en Antioquía, gran basílica cubierta y cerrada, con tienda y almacenes
en su interior, donde las ricas mercancías estaban seguras, o en otra
construcción semejante de la opulenta Alejandría ( 1).
(1) Supplément aux dictionaires arabes, por H. Dozy, t. 11, p. 432. «El Alcaicería, que
hasta ahora guarda el nombre ,romano de César (a quien los árabes en su lengua llaman

345
Definición perfecta es la del llamado Diccionario de Autoridades, si a
ella se agrega el ser la alcaicería propiedad regia: «Sitio y barrio separa-
do, que se cierra de noche, en que hai diferentes tiendas, en las quales
se vende la seda cruda, o en rama, y no otro género alguno de seda: y
aunque en lo antiguo se fabricaban y texían varias telas, el día de oy no
se fabrican y únicamente está destinada para la venta de la seda. Con-
sérvase en las ciudades de Toledo y Granada, y sólo habitan en él los
que de noche tienen el cuidado de guardar las tiendas» (2).

La alcaicería en el mundo islámico fue un amplio y público establecimien-


to comercial, cuya disposición y destino variaban algo de una a otra ciu-
dad y con el transcurso de los años. Era unas veces un gran patio con
pórticos o galerías cubiertas en torno y tiendas, talleres, almacenes y
hasta alojamientos a modo de un fundaq, jan o caravanserail privileg1e1do.
Otras, una calle, cubierta o no, con pórticos y tiendas abiertas a ellos.
En ocasiones llamábase alcaicería a un pequeño barrio comercial de ca-
llejuelas angostas o a una plazuela rodeada de establecimientos mercan-
tiles.

En Oriente el término al-qay~ariyya cayó pronto en desuso, sustituido por


los más re.cientes jan -persa-, fundaq, wakala y okel (3). Desde luego,
hay una cierta confusión entre todos ellos, justificada por el común des-
tino comercial de esos edificios. Las característic·as más acusadas de las
alcaicerías eran: el pertenecer al monarca; su magnitud, mayor que las
del fundaq y del süq -en ella podía haber varios zacos-, y fundamental-
mente ser construcción cerrada, con acceso por una o varias puertas que
tan sólo se abrían en las horas comerciales, guardada por vigilantes. Por
ello se destinaba al almacenamiento y venta de los productos de lujo, es
decir, de los más caros.

Alcaicerías hispanomusulmanas.

Escasos son los datos publicados acerca de alcaicerías cordobesas de


época califal. Conservábase en Córdoba hasta hace algunos años una

caizar), como casa de César» (Hurtado de Mendoza, Guerra de Granada, ed. Rivadeneyra,
t. XXI, p. 90). Rep·iten lo mismo Sebastián de Gov.arrubia·s, Tesoro de la lengua Caste·
llana o Española, p. 71; Mármo I Carvajal, Dese. general de Africa, Hb. 4, cap. 22; León
1

Africano, Description de l'Afrique, trad. Jean Temporal, t. 1, ip. 364. Pedro de Ale.alá traduae
cay~ariyya, po1r «lonja de mercaderes·» (Petri Hispani, De lingua arabica libri duo; Paiuli
de Lagarde, p. 295). Gunnar Tiilander, los fueros de Aragón, p. 242, propone la etimo1logía:
alcá~ar, alcácer, alcacería.
(2) Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de
las voces, su naturaleza y calidad ... , compuesto por la Real Academia Española, t. 1
(Madrid, 1726), pp. 175-176.
(3) Encyclopédie de l'islam, 11, p,p. 700-701, Kai~ariya, por M. Streck; Massignon,
Situation de l'ls'lam (París, 1939), pp. 21-22.

346
plaza rectangular de cuatro o cinco celemines de tierra, vasto patio en el
centro de una manzana, próxima a la gran mezquita, sin más ingreso que
los postigos de las casas que la rodeaban, llamado tradicionalmente al-
caicería (4). Documentos poco posteriores a la reconquista de la ciudad
la localizan ya en ese lugar, por lo que puede asegurarse su origen is-
lámico. En uno de 1241, es decir, cuando tan sólo llevaba Córdoba cinco
años en poder de los cristianos, consta la donación hecha por el mo-
narca al prior don Gonzalo, de una alfóndega próxima a Santa María
(la mezquita mayor consagrada), donde vendían pescado, cerca de la
alcaicería. Por un privilegio rodado de 1281, Alfonso X dio al cabildo de
la Catedral, entre otros bienes, las tiendas en que se vendían las ollas,
en la collación de Santa María, entre la alcaicería y la calle que iba
desde la Catedral a la puerta de la Pescadería, la bab al-Hadid -puerta
de Hierro- árabe, situada en el lienzo oriental de la cerca y junto al
río (5). Esa calle es la que se llama hoy del Cardenal González.

Consta la existencia de la alcaicería en Valencia en la segunda mitad


del siglo XII. En ella puso tienda de libros, a pesar de su mala letra, ibn
Mantiyal de Murviedro, nacido antes del año 550/1155-1156, y muerto en
Valencia en 611/1215 (6).

Aunque lbn Sabib al-Sala, contemporáneo de su construcción, no la dé


este nombre al describirla, una alcaicería formaban indudablemente los
zocos, mandados edificar por el sultán Abü Yüsuf Ya'qüb, en Sevilla, en
582/1195-1196, poco después de haber ampliado la mezquita mayor, le-
vantada algo antes. «Se construyeron los zocos y las tiendas ... con la
más sólida construcción y más hermoso estilo de esta arquitectura, que
era una cosa admirable, extraordinaria por este tiempo. La parte edificada
fue provista de cuatro grandes puertas que la cerraban por sus cuatro
costados; las mayores son la oriental y la del norte, que corresponden
a la puerta septentrional de la aljama. Y cuando se acabaron de cons·
truir estos zocos con sus tiendas, fueron allí trasladados el zoco de los
perfumistas, el de los comerciantes de tela, el de los marcateles (7) y
sastres. La gente, llena de satisfacción, se apresuraba a pujar por alqui-

(4) Con e·s·e nombre figura en el. primer plano de fa dudad de· Córdoba, levantado
en 1811, que se conserva en su Ayuntamiento y fue publicado por Migue·I Ange·l Ortí
Belrnonte, Córdoba durante la Guerra de la Independencia.
(5) Ubro de esorituras, encuadernado en tablas, del Arch. de la Cat., s·egún cita de
Rafae·l Ramírez de AreHano, Historia de Córdoba, IV, pp. 11 y 44; Mi guel de Maniue1l Ho-
1

dríguez, Memorias para la vida del Santo Rey Don Fernando 111, p. 453.
(6) Ihn al-Abbar, Takmilat al-Sila, edi·c. Codera, Bibl. Ar. Hisp., t. V-VI, biog. 1.434.
(7) Mercado .de roipas hechas, llamado en árabe hispánico marqatan, de l romanice
1

mercada! (Lévi-Provenr;a:I y García Góme.z, Sevilla a comienzos del siglo XII. El tratado de
lbn 'Abdün, p. 180).

347
larlos. Con esto produjo el impuesto un rendimiento considerable y una
prolongada satisfacción» (8).

Alcaicería se nombra ya a esta construcción en documentos cristianos de


época inmediata a la reconquista de la ciudad. Fernando 111 concedió
en 1250 a los pobladores de su barrio de Francos el mismo privilegio que
tenían los del de igual nombre de Toledo, de comprar y vender libremente
en sus casas paños y otras mercancías: «que no sean tenudos de guardar
nuestro Alcázar, ni el Alcaicería de levato, nin de otra cosa, así como non
son tenudos los del barrio de Francos en Toledo» (9). Alfonso X, por
carta fechada en 1253, dio y otorgó a Pedro Fernández, judío que se tornó
cristiano, una «tienda en Seuilla que se tiene con la eglesia de sancta
maría la mayor et esta tienda es la primera que se tiene con la puerta
por que orne entra a la Eglesia de part e del Alca9eria a la mano siniestra».
1

Por otras cartas del año 1274 del mismo monarca, consta que había en
ella almacenes de aceite (10). La ciudad pagaba su guarda; 8.000 maravedi-
ses debían abonar en 1381 los que tenían tiendas y compraban y vendían en
ellas (11). Por documentos de 1357 y 1411 sabemos que lindaba con las
calles ,de Alfayat;es y Génova (12). Confirman su situación, en el mismo
emplazamiento que bajo el dominio musulmán, documentos de 1389
y 1422 en los que consta que su puerta estaba frontera a la del Perdón
de la Catedral, y que había tiendas en su interior ( 13).

En la segunda mitad del siglo XVI, la alcaicería sevillana, que debía de


conservar su estructura y organización islámicas, vio sus mercaderías acre-
centradas con las riquezas llegadas de Indias, según refleja la ponderativa
descripción de Alónso de Margado: «Cosa es maravillosa la gran riqueza
de muchas calles de Sevilla de todo lo bueno y curioso de Flandes, Grecia,
Génova, Francia, Italia, Inglaterra, Bretaña y además partes Septentriona-
les, y de las Indias de Portugal. Y la otra suma riqueza de la alcaycería, o
Alcaycería de Oro, y PI.ata, Perlas, Cristal, Piedras Preciosas, Esmalte,
Coral, Sedas, Brocados, Telas riquísimas, toda Sedería y Paño muy finos.
Es la Alcaycería vn barrio de por sí lleno de tiendas de Plateros y Escul-

(8) P. Melohor M. Antuña, Sevilla y sus monumentos árabes, p. 141 de,1 texto1 árabe
y 123-124 de la trad.
(9) Manue·I Rodríguez, Memoria para la vida del Santo Rey don Fernando 111, p. 145.
(10) Sevilla en el siglo XUI, por Antonio Ballesteros, docs. núms. '60, 179, 182 y 183,
pp. LXll-LX:lll; CXCf.,CXICll; CXICIV y CXICV-CX:CVll.
(11) Ramóin Carnnde, Sevilla, fortaleza y mercado (Anuario de Historia del Derecho
Español, 11, p. 337). En 1295 era guarida Per Yannef die. la «al·cac;:ería de SeuiHa» (Docu-
mentos lingüísticos de ·España, 1, Reino de Castilla, por Ramón Menéndez Pida!, p. 471).
(12) Ballestenos, Sevilla en e'I siglo XIII, pp. CCCXXIX y CCCXXXVlll. Arch. Cat.
Sevilla, leg. 79.
(13) lbidem, pp. COCXXIX, CCCXX:Xlll y GCGXXXXVlll, Airch. Cat. S:eviHa, 1legs. 31
y 34.

348
349
tores, Sederos y Traperos con toda la inmensa riqueza, que se vela de
nochfi.. con sus puertas, y Alcayde, que también de noche las cierra, con
llave ( 14).

Unos cincuenta años más tarde, Rodrigo Caro describe también la alcaicería
sevillana, con mayor precisión respecto al edificio: «No so lene, ni grandioso,
es muy grandiosa la riqueza que en sí comprehende, y de mayor valor que
una gran ciudad, porque en ella están los mercaderes, de sedas, paños,
telas, brocados y otras mercancías deste género, precio: y allí mismo están
los plateros, en cuyas tiendas se hallan oro curiosamente labrado, plata,
diamante, rubies, esmeraldas, topacios, perlas y otras piedrqs de gran
precio. Y es de ponderar que en un pequeño cerco, que se ceirra de noche
y guarda, aya la mayor riqueza, que junta se pueda hallar en muchas ciuda-
des de todo el Reyno, desamparándola sus dueños, quando más riesgo
pudiera correr, que es de noche, por no aver allí casas de vivienda acomo-
dadas».

Prosigue el erudito sevillano localizando lá alcaicería, de la que se salía


«luego a Cal de Alfayates, dexando a la mano derecha dos calles de mer-
caderes, que son la famosa calle de Francos, y Cal de Escobas donde se
venden todas quantas cosas se traen del Setentrión, con que los extran-
jeros despojan suavemente nuestra plata y oro» (15). En el plano de Sevilla
levantado en 1771 por iniciativa del Asistente don Pablo de Olavide, figura la
alcaicería, llamada en él de «la Seda)), entre las calles de Escobas y
Génova, las gradas y la plaza de San Francisco; en su i nterior se señalan
1

la calle ·de Batiojas y algunas otras estrechas, circundando manzanas bas-


tante regulares.
Poco antes de 1839 estaba reducida a una sola y corta calle, llamada de la
Alcaicería de la Sed2; en cada uno de sus extremos había un robusto arco,
bajos ambos, sobre los que se levantaban habitaciones de las casas inme-
diatas ( 16), puertas sin duda, ide las que antes sirvieron para cerrar de
noche la alcaicería. A mediados del siglo XIX aún cita Madoz la «Alcaice-
ría» en Sevilla (17), sus restos desaparecieron posteriormente de la
topografía urbana.

(14) Historia de Sevilla, por Alonso de Margado, pp. 167-168; la primera edictón de
1587. Juan de Mallara escribía por ·entonces: «La Akacería para los paños, Sedas, Plata,
Or:o, Perlas y pi·edras preciosas, 'lieinc,::o, teilas de Oro y Brocado, todo debaxo de sus
pue•rtas y alcayde» (Recebimiento que hizo la muy noble y muy leal Ciudad de Seuilla
a la C. R. M. del Rey D. Philipe. N. S., f. 0 149).
(15) Rodrigo Caro, Antigvedades y principado de la ilvstríssima civdad de Sevilla,
f.o 61 V.
(16) Noticia histórica del origen de los nombres de las calles ... de Sevilla, por don
Féilix Gonzál·ez de León, pp. 161-162.
(17) Pascual Madoz, Dice. geog.-est.-hist. de España y sus posesiones de Ultramar,
XIV, p. 387.

350
En 1357 había otra alcaicería en Sevilla, probablemente la que precedió
a la construida a fines del siglo XII por los almohades, pues estaba inme-
diata a la mezquita mayor vieja, es decir, a la Iglesia del Salvador ( 18).

El plano de Olavide la nombra «Alcaicería de la Loza», con el que la registra


González de León en la primera mitad del siglo XIX; dice era una calle
bastante angosta y no muy larga, que hasta pocos años antes se cerraba
de noche con puertas bajo un arco que había en su entrada. Pasaba la calle
desde la plaza del Pan a la de las Carnicerías y en lo antiguo se llamó de
Alatares, nombre que indica fue en la Edad Media -y probablemente en
la época árabe- alcaicería de especieros y droguistas, en vez de los
vendedores de loza sevillana, juguetes y figuras de barro que la ocupaban
en sus últimos tiempos. Innovación de éstos es que estuviese habitada,
sin que, a pesar de ello, fueren mayores sus reducidísimas tiendas, tan
angostas, dice González de León, que no podían estar en ellas los cadáveres
de los que allí morían, por lo que se depositaban de cuerpo presente en una
capilla existente a la salida de la calle. Arco y capilla habían desaparecido
cuando escribía el citado autor ( 19).

El Repartimiento de Palma de Mallorca menciona dos alcaicerías, una de


ellas de los alatares, es decir de los especieros (20).

Consta en las Ordenanzas dadas en Jaén, en 1489, por los Reyes Católicos,
para el acrecentamiento y gobernación de Málaga, que, según los repar-
tidores nombrados por esos monarcas el «9ircuyto de alcae9ería de la
dicha 9ibdad es todo tiendas e están caydas e rnal Reparadas, por no aver
quien las repare, porque aquellas con las otras de la dicha 9iubdad es
mucha cantidad de tiendas, e que sería e es más nuestro servi9io que se
diese para solares e casas, que no las dichas tiendas se cayan. Por ende
mandamos a los dichos nuestros Repartidores que repartan la dicha
alcae9eria a quien entendiesen que más prestamente e mejor la podrán
labrar de casas» (21). No ·es posible .fijar con exactitud los límites de la
alcaicería malagueña; debía de estar al final de la calle de Almacenes,
hacia lo que es hoy el Conventico y sus alrededores. Tenía hacia 1490
varias puertas: una abría a la calle de Carpinteros, otra a la del Ciprés;
la calle del Naranjo llevaba desde unas tiendas situadas bajo la mezquita
mayor hasta un portal de la alcaicería; otro de sus ingresos era por la calle
del Arco, así llamada, sin duda por uno de ingreso a ese edificio. En 1492

(18) Ballesteros, Sevilla en el siglo XIII, :p. COCXXXVlll, Arch. Cat. Sev:illa, 1.eg. 79.
(19) González de León, Noticia histórica, pp. 160-161.
(20) Repartimientos de los reinos de Mallorca, Vailencia y Cerdeña, por Próspeiro de
Bofarull y Mascaró, pp. 120-121.
(21) Documentos históricos de Málaga, por Luis Morales García-Goyena, 1, p. 3.

351
se demolieron las casas de la alcaicería que impedía la prolongación de
la calle Nueva desdeJ la calleja del Duende a la actual de Zapateros (22).
Subsistía en 1495 y en 1501 la alcaicería malagueña como institución,
igual que la de Almería, al parecer en el mismo lugar (2.3).
Según el Repartimiento de Vélez-Málaga, la alcaicería de esta ciudad
ocupaba el solar del actual Ayuntamiento y del mercado inmediato: en
ella hubo una pequeña mezquita. En la judería del mismo lugar se cita
otra alcaicería. El citado documento alude a una «desbaratada», a la mez-
quita existente ·en ella (24).

la alcaicería granadina.
Casi intacta conservóse la disposición general de la alcaicería árabe de
Granada hasta el año 1843, en que un incendio la destruyó por completo.
Mármo l Carvajal dice que er.a muy rica, «como la de la ciudad de Fez,
1

aunque no tan grande, donde acudía toda la contratación de las mercaderías


de la ciudad»; testimonio valioso por conocer dicho ·autor ambas en el
siglo XVI (25).

La más antigua referencia de que tengo noticia de la de Granada, es una


carta de venta de dos tiendas en ella, hecha en 1O ~atar 865 (24 noviem-
bre 1460) por ·e:l monarca Sa'id, a Abü-1-Hayyay Yüsuf, hijo de su alcaide
y guacir Abü-1-0asim b. al-Sarray, en el precio de 750 dinares de oro (26).
Pocos .años después, el 22 mul:rnrram 883 (26 abril 1478), se alude a ella
el relatar una fuerte tormenta que tuvo lugar mientras el monarca Mulay
Hasan revistaba a sus tropas desde una alcoba situada frente a la puerta
de la Huerta del Rey -el Generalife-. Creciendo mucho el río Darro,
arrancó grandes árboles situados en sus márgenes, que atravesándose en
el puente del QadT, llamado más tarde de Santa Ana, formaron una presa

(22) Málaga musulmana, por F. Guillén Robl1es, pp. 490, 491 y 493; El ensanche de
Málaga, E:I de Puerta del Mar, por Joaquín M. Dí.az de Escobar, en Estudios malagueños,
p. 6. Guillén Robles, en ·el plano que publica de Málaga musulmana -Jp. 470-, a base del
dibujado en 1791 por don José Carri6n de Mul-a, sitúa la alcai•c.ería en el centro de la
ciudad, en la manzana que hace esquina a la «p1laza ·de las Cuatrn Calles» la que más
tarde se llamó mPrincilpal,, y de fa «Constitución»), entre las de Granada y Santa María,
en el solar ocupado en los primeros años del si1go XIX por el oonvenrto de religiosas
de Nuestra Señora del Carmen.
(23) Morail es y García-Goiyenai, Docs. Hist. de Málaga, 1, pp. 60 y 127-128.
1

(.24) Repartimiento de Málaga y su Obispado, Vélez-Málaga, por Juan Mo.~eno de


Gueirra, pp. 390 a 392.
(25) Mármol, Reibelión, se1gunda impres.ión, 1, p. 37.
(26) De los Beni Nasr o Naseríes de Granada, apéndic-e B a las Ilustraciones de la
Casa de Niebla, por AJon&o Barrnntes Maldonado, t. 11 (Memorial Histórico Español,
p. 563).

352
Granada. Alcaicería de Granada y sus inmediaciones en Jos primeros años del siglo XVII, según
Ja Plataforma de Vico.

353
Granada. Planta de la Alcaicería de Granada y calles que la circundan, según su actual estado,
dibujada en 1787 por Tomás López (Aroh. Gen. de Simancas).

354
Mt.tQU·\TA

MAYOR

PlAZ.A
DE:
BI BAR RAMBLA

l1.._~
I
-~

Granada. Plano de la Alcaicería, según Ventura Sabatel.

355
y permitieron el embalse de gran cantidad de agua que inundó el Zacatín,
las «Cortidurías» y la Alcaicería, muchas de cuyas tiendas se anegaron,
con destrucción de gran cantidad de ricas mercancías almacenadas ·en
esos lugares (27).

En tiempo de los reyes moros había un alamín de la alcaicería (28) y,


según sabemos por un real despacho de los monarcas Católicos fechado
en Granada a 15 de julio de 1501, continuando la tradición nazarí, tan sólo
en las alcaicerías de Granada, Málaga 'Y Almería se podían comprar la
seda en madejas, así como «amarjamarlas» (es decir, marchamarlas), y
pagar los derechos del arancel correspondiente, siendo los tres citados
los depósitos centrales para los efectos del fisco, donde se registraba
toda la seda recogida (29). Proporcionaban dichas alcaicerías uno de sus
mayores ingresos a los monarcas . nazaríes, que permitieron levantar
fortalezas y palacios y sostener una suntuosa corte. Los Reyes Católicos
1

respetaron semejante organización que tan buena renta producía (30).


En 1502, cuenta Antonio de Lalaing, señor de Montigny, venido a España
con el séquito de Felipe el Hermoso, que en la alcaicería granadina se
vendía mucha seda -sin duda en bruto- para exportarla a Italia, así como
los bellos tejidos, labrados con ella a la morisca, de gran variedad de
colores y muy distintas labores (31).
Residente en Granada en el verano de 1526, al mismo tiempo que el
emperador Carlos V, recién casado con Isabel de Portugal, describe el
el embajador veneciano Navagiero la alcaicería como lugar cerrado, con

(27) las cosas que pasaron entre fos reyes de Granada, y reilaciún árabe anónima,
de la pérdida de Granada, ambas en Relaciones de los últimos tiempos del reino de Gra·
nada, pp. 18 y 146-147.
(28) «Minuta de lo tocante al as'iento que se dió a la ciudad de Granada por los
Re yes Catóiliicos acerca de su gobi1erno» (Manuscrito de la Bibl. de El E,scoria1I, sin fecha,
1

publicado en Colección de docs. inéditos para la Historia de España, VII, p. 472).


1

(29) "Y los otros dereiahos que en cualquier maneira pertenezcan y sean deuidos a
su Magestades de la dk1ha seda en madexas, corno a Re yes de Granada: 101 que se pague
1

y cobre en vna de 'las tres alcaycerfas de las ciudades de Granada, y Máilaga, y Almería,
como se han cobrado y pagado, y acostumbrado pagar y coibrar los años passados». Mo~
rales García-Goyena, Documentos históricos, de Málaga, 11, p¡p. 127-130). Este dooumeinto
expresa claramente cómo los Hie1yes Católiicos respetaron la orga1nización islámica de la
alcaicería. Ve1lázquez de Echevarría (Paseos por Grari.~:'ia, p. 203) dice que bajo dichos
monarcas, en Jos primeros tiempos de dominación cristiana, los jeHces sigui.eran s·iiengo
moros. Nadi1e podía vender la seda (Nueva RecopHación, lib. 9, tít. 30, ,lieg. 9) fuera de
la alcaicería en el reino giranadino, trocarla ni tomarlia, por· ningún oonoepto, como dádiva
ni como pago. Ninguna made1a ¡podía circular dentro del mino, ni s·ailir de él sin pasar por
la alc:ai1cería. En ellas fos poseedorns recibían guía a los efectos del tránsito (Hamón
Carande, Carlos V y sus banqueros, la Hacienda real de Castilla, p. 315).
(30) A comienzos de I siglo XVII, drice Henríquez de Jorquera que la al·caicería gra-
1

nadina era «Una de las mayores rentas que su magiestad ti·ene, pues en todo 1e1J re'ino se
consumen más de treinta mil ducados» (Frnacis co Henrí quez de Jorquer,a, Anales de
1 1

Granada, p. 82.
(31) Voyage de Philippe ,fe Beau en Espagne, en 1501, por An:toine de talaihg, p. 205.

356
múltiples callejas, llenas por todas partes de tiendas en las que los moris-
cos vendían s edas y multitud de baratijas (32).
1

Pocos años después, Lucio Marineo Sículu dice que había en la alcaicería
de Granada «casi doscientas tiendas en que de continuo se venden las
sedas y paños y todas las otras mercaderías, y esta casa (que se puede
decir pequeña ciudad) tiene muchas callejas y diez puertas, en las quales
están atravesadas cadenas de hierro que impiden que no puedan entrar
cabalgando, y el que tiene cargo de la guarda della, cerradas las puertas,
tiene sus guardas de noche y perros que la velan, y en nombre del Rey,
cobra la renta y tributo de cada una tienda» (33).

A comienzos del siglo XVII, Bermúdez de Pedraza escribía que en las


tiendas de la alcaicería de Granada se vendía «todo género de seda, texida
y en madexa, oro, paño, lino y otras mercadurías que resultan destas.
Tiene un Alcayde que nombra el del Alhambra, el qual la guarda y vela de
noche; la abre y cierra de día, y tiene cuidado de su limpieza». Por los
mismos años Henríquez de Jorquera refiere que estaba entonces «todo el
trato de la seda en ella con su grande aduana para todo el reino, con sus
jelices y corredores de lonja; tiene de derechos catorce reales y medio
por libra, en ma90 o rama, que todo es uno ... Es una de las mayores rentas
que su magestad tiene, pues en todo reino se consumen más de treinta
mil ducados. Está dentro de ella el trato del lino, con su aduana, y el
gran trato de los paños, aunque tiene su aduana fuera del alcaycería» (34).

En la segunda mitad del siglo XVIII dicha alcaicería, según Velázquez de


Echevarría, arrastraba vida lánguida, a causa de la gran decadencia del
comercio e industria de la seda, reducida entonces su cría a una tercera
parte de lo que fue dos siglos atrás, por lo que bastantes tiendas estaban
vacías. El mismo autor se refiere a sus diez puertas, casi doscientas tiendas
y a la guarda ejercida de noche ·por el alcaide y perros vigilantes. Descríbela
como formada por dos partes: en «una están las Lonjas, o tiendas de
Comercio de Seda tanto las de Angosto, como de Ancho; y en la otra,
los Oficios de xelices (yali~, corredores que recibían, guardaban y vendían
allí mismo la seda en subasta y la cobraban), que es como sitio aparte,
y la Aduana con todas las Oficinas q le pertenecen. Seis eran los oficios
de xelices, considerables y de grande aprovechamiento, para la alcaicería,
y otros seis de corredores de lonja para allí mismo, donde se vende la ropa

(32) Viaje de Navajero en Viajes por España de Jorge de Einghen ... , anotados y con
una introducción por don Antonio María Fabié, pp. 289 y 400-401.
(33) L. Marineo Sículo, De las cosas memorables de España, en Viajes por España,
de Fabié, pp. 560-561.
(34) Henrí quez de Jorquera, Ana'les de Granada, pp. 82-83.
1

357
de seda» (35). Antes, dice también el mismo autor, no había en ella más
que gentes del arte de la seda, pero en 1632 entró un escribano, al que puso
pleito el comercio y se vio obligado a marcharse por sentencia cinco años
posterior, lo que no acredita la celeridad de la justicia. Poco después
se fueron instalando otros oficios, y cuando escribía Velázquez había
lineros, escribanos y algunas otras tiendas ocupadas por gentes sin rela-
ción alguna con el arte de la seda.

La alcaicería pertenecía, como se dijo, al real patrimonio y la gobernaba


un alcaide nombrado por el de la Alhambra, el cual habitaba dentro de ella
y era siempre persona noble y rica; en ocasiones, caballero veinticuatro.
Para custodiar y proteger mercancías y caudales se desiqnaba una guardia
diaria. Llegada IR oración, cerrábanse todas las puertas y establecimientos,
así como los guardas los postigo; inteHores de las casas de circunvalación;
las ventanas que daban al interior de la alcaicería tenían rejas para impedir
escalos y robos; hacíase una requisa minuciosa y retirada la guardia,
quedaban dentro dos guardas y el alcalde, para la vigilancia nocturna,
soltándose grandes y feroces perros de presa. La apertura era en invierno
a las ocho de la mañana, y a las siete en verano gobernándose el alcaide
con el esquilón de la iglesia mayor cuando estaban en prima. No se abría
el recinto en lo~ días festivos, y sólo por la casa del alcaide comunicaban
los comerciantes para sus negccios hasta la hora del mediodía.

Un incendio casual, ocurrido en la noche del 19 al 20 de julio de 1843, que


duró ocho días, destruyó por completo la alcaicería granadina; ardieron
cincuenta y dos establecimientos (36). La reconstrucción, terminada en
el año siguiente, fue inmediata, de acuerdo con los planos preferidos por
una comisión nombrada al efecto, con pretensiones arqueológicas y monu-
mentales, «queriendo imitar la arquitectura arábiga» (37); «Se alinearon
las calles, variando su forma y ensanche, se suprimieron otras que servían
de travesía». «Ya se están formando nuevas calles fabricadas con alguna
más regularidad que las antiguas», escribía por entonces Lafuente Alcán-
tara (38). Según don Rafael Contreras, antes del incendio «era un espacio
más estrecho todavía que lo es hoy, con tiendas tan pequeñas que algunas
no tenían hueco para el vendedor, el cual se situaba sobre el mostrador o

(35) Paseos por Granada, por el Doctor don Juan V1edázquez de Echevarría, pas,eo XI,
pp. '83 y 203-205.
(36) La Alcaicería, pm lnidalecio v,entura Sabatel (Bol. del Centro Artístico de Gra·
nada, pp. 131-132).
(37) Manual del Artista y del Viagero en Granada, por José Girnénez Serrano,
pp. 178-180.
(38) 1EI iJibro del viajero en Granada, por don .M. Lafuente Alcántara, p. 216.

358
fuera de él. Hoy la decoración árabe es demasiado simétrica para carac-
terizar este especial recinto» (39).,

Para conocer la disposición de la alcaicería de Granada, además de los


anteriores datos, poseemos algunos documentos del siglo XVI, hechos con
fines fiscales, y dos planos. Como perduraron desde la reconquista con
escasas variaciones los modestos edificios que la integraban y su orga-
nización interna, unos y otros pueden servir para el intento de evocarla
bajo los monarcas nazaríes.

Los documentos, cuyo conocimiento debo a don Manuel Gómez Moreno,


están o estaban en el archivo municipal de la ciudad y son ~I «Libro de
la renta de los propios de la cibdad de Granada, 1506», el «Libr<? de censos
de propios, 1528», y el inventario de los «Bienes que la agüela t¡ son de su
magestad; 1552». De los planos, el más antiguo, inédito, que firma don
Tomás López y lleva la fecha de 1O de octubre de 1787, se conserva en el
Archivo Central de Simancas (40). El otro fue publicado en el Boletín del
Centro Artístico de Granada por don lndalecio Ventura Sabatel el año 1890,
casi medio siglo después de la destrucción de la alcaicería, pero es
resultado de la escrupulosa recopilación de datos y memorias anteriores
al incendio (41). Ambos planos coinciden en sus líneas generales, pero el
de don Tomás López es de más perfecta regularidad: casi todas las calle-
juelas se cruzan a escuadra y las tiendecitas son rectangulares.
Ocupaba la alcaicería unos 4.591 metros superficiales, extendiéndose hacia
oriente más que la actual, hasta la calle del Tinte, llamada en época árabe
Darbalcata y en el siglo XVI calleja de la Azacaya de los Tintes (42), en
la parte llana y de poniente de la ciudad, junto a la mezquita mayor, cuyo
solar ocupa hoy el Sagrario de la Catedral. Sendas calles la separaban a
norte de dicha aljama y de las construcciones que precedieron al palacio
arzobispal; a mediodía su límite era el Zacatín -saqqa~in- vía de gran
importancia comercial, y a occidente la plaza de Bibarrambla, llamada
nueva en 1495 y notablemente agrandada más tarde. Como dice Velázquez
de Echevarría, constaba de dos partes: una a oriente, cuadrilátero sensi-
blemente rectangular, de 1.541 metros, ocupado por las oficinas de los
jelices y aduana y administración de la seda, y otra a poniente, de mayor

(39) Estudio descriptivo de los monumentos árabes de Granada, Sevilla y Córdoba,


por Rafae l Contr eras, :pp. 341-342.
1 1

(40) «Diseño por planta de la Al·caizería y calles que le circundan según su actuail
estado, 'Sugeto al pitipié de varas cast ellanas, echo por Thomás López (s. f., Granada, 10
1 1

de octubre de 1787). Hnta y color encarnado, 229 x 478 mm. (Arch. gen. de Simancas, G.ª
y J.a, 132).
(41) «Plano de la alcalcería en la época de los árabe·S». Ventura Sabatel, la Alcaice-
ría (Bol. del Cent. Art. de Gran., V, p. 140).
(42) Guía de Granada, por Gómez-Moreno, pp. 218 y 313.

359
2
extensión -3.050 m. - , pues siendo su longitud aproximadamente igual
a la anterior, era algo más ancha, prolongándose hacia norte. Ocupaban
ésta abundantísimas tiendecitas. La calle principal de los Sederos, más
amplia que las restantes, separaba ambas partes; iba desde la mezquita
mayor al Zacatín en dirección norte-sur, y se prolongaba hacia mediodía
para atravesar a poca distancia el río Darro por al-qan~ara al-vadlda -el
puente Nuevo-, más tarde llamado del Carbón, frente al cual se abría la
puerta monumental del fundaq vadld -el Corral del Carbón-, felizmente
conservada. Dicha calle se cerraba por puertas, delante de las que había
poyos con cadenas para impedir el paso a las caballerfas.

Ambas partes dividíanse en manzanas, de muy desigual superficie, estre-


chas y largas, dispuestas para que en todo su perímetro hubiera tiendas
de poco fondo, cerradas sus espaldas por tabiques medianeros, sin patio
alguno. La mayoría de las callejuelas longitudinales y las transversales,
1

cortábanse sensiblemente a escuadra, según un trazado de cierta regula-


ridad (43), no faltaban algunas minúsculas plazoletas, patios más bien por
sus reducidas dimensiones.

De las restantes entradas a la alcaicería -diez en total-, cuatro corres-


pondían a cada una de las dos partes. En la oriental, la inmediata a la
mezquita mayor, se llamaba de los «Gelizes» en el siglo XVIII; conservaba
su nombre antiguo y era ingreso a una corta callejuela que conducía a una
plazoleta, del mismo nombre, en la que estaban la aduana -pequeñísima-
y casa de la administración de la seda. En 1522 se cita en esta parte una
calle de «Jelis Minaleyman». En su testero hubo una mezquita, en la
que se hicieron tiendas propiedad de la iglesia mayor, en la primera mitad
del siglo XVI (44). La especiería estaba entonces en esa calle de los
Gelizes, y la calle de los Especieros salía a la iglesia mayor.

El plano de López señala una «Puerta y calle de los Tintes» en la parte más
oriental de la alcaicería, y una tienda o local «tinte» en su periferia; aquélla
la separaba de la que era en el siglo XVIII casa de los seises de la catedral:
poco más alla estaba el edificio que fue madraza en la época islámica y
ayuntamiento después de la conquista, separada de la citada casa por la
calle del Estribo, abierta poco después de 1492. Los documentos del

(43) El plano de don Tomás López ofrece, según queda dicho, un trazado de ca:lles
mucho más regular que el de Ventura Sabaitel; en este aspecto, creemos más próximo
el último a la realidad. Es curioso señalar ·el hecho de que cuando los musulmanes espa-
ño:les edi,ficaban de nueva planta un pequeño barrio comercial, cosa que sin duda ocurrió
con esta alcaioería, d:i•sponían las calles normalmente, según un trazado regular. Análogo
debió de ser el de la akaioería almohade de Seviilla, con sus cuatro puertas que parecen
indicar do·s calle1s formando oruz.
(44) Ventura Sabatel sitúa en su plano una pequeña oapilla en la parte occidental
de la a1lcai cería; sin duda se instaló en lugar distinto al ocupado por el oratorio musulmán.
1

360
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Granada. Corral del Carbón. Planta baja y sección longitudinal.

361
3
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3

362
siglo XVI sitúan las tintorerías en lugar prox1mo, entre el Zacatín y el
Darro; la callejuela de los Tintoreros iba al río, además de una «calle del
azacaya donde lavan la sedan (45). Al quedar en párte desocupada la
alcaicería por la decadencia del comercio de la seda, debieron de instalarse
en ella algunas tintorerías, en lugar próximo a las existentes de antiguo,
como vimos que se establecieron los escribanos y otras oficinas e indus-
trias.

Dos puertas a mediodía marca el plano de López, de comunicación de esta


parte de la alcaicería con el Zacatín, y llama a ambas «Puerta y casa de
nuevo uso». Consta, efectivamente, que se abrieron hacia mediados del
siglo XVI, cerrando al mismo tiempo una chiquita intermedia, que Ventura
nombra «de los Tapiceros y Alfombristas», y daba paso a una callejuela
del mismo nombre. Cerca de la calle de los Gelizes estaba la del Cambio y
Préstamo, con puerta a la alcaicería.

En la parte poniente había tres puertas, ingreso, desde la plaza de Biba-


rrambla o otras tantas callejuelas: López las llama «Puerta y calle de los
Paños» y «Puerta y calle Real»; la tercera estaba entonces convertida en
tienda y, según Ventura, quien la dibuja abierta, se conocía por «de los
Quincalleros». Una cuarta puerta, o más bien postigo, comunicaba por una
calle angosta el interior con el Zacatín; en 1843 nombrábase de los Plateros;
éstos, por lo menos desde el siglo XVI, ocupaban lugares inmediatos.
Próxima, con puerta a la alcaicería había en la primera mitad del siglo XVI,
una calle llamada del «Ohinchicayrin» o «Chinchacayrin», en la que expedían
sus productos los calceteros; la alhóndiga del lino; otra de Traperos; una
que se decía hamiz Minaleyman, y los Capoteros. En esta parte parece que
se vendían en 1506 -probablemente, lo mismo que bajo la dominación
árabe- marlotas y almayzares, y el lugar conocí ase por «Almercatyl » (46).
También se hallaban en la parte más occidental de la alcaicería el lugar de
la guardia, el cuarto de los perros, y algunos patios y almacenes, conse-
cuencia sin duda estos últimos de reformas hechas bajo la dominación
cristiana. A una calle que comunicaba la transversal que dividía la alcai-
cería con la plaza de Bibarrambla, Ventura llama, en su parte más próxima
a ésta, «de los Traperos», y «de los Lineros» la continuación; en ambas
había sendos cobertizos.
Las casi doscientas tiendas de la alcaicería, según recuento de Lucio
Marineo Sículo en el siglo XVI, se habían red.ucido a fines del siglo XVIII,

(45) Fwntera de la mezquita mayor, en .la plaza del Gole9'io, había una calle llamada
Garbi exima -Occidente de 1a ailjama- que debía de se.r una de las ex.teriores de la
1

alcai cería.
1

(46) fal vez al-marqatan (Véase supra nota 7).

363
en el plano de don Tomás López, a 153, de las que 90 estaban en la parte
occidental (47). Ventura Sabatel, dice de ellas que eran «reducidas», con
una sola puerta que abría hacia la calle y formaba techo que sostenían
con pescantes de hierro (probablemente de madera en la época árabe) y
servían para defender al comprador de la lluvia o de los rayos solares.
Otras tiendas que por la estrechez de la calle no permitían cerrarse en
forma descompuesta, lo hacían con tablas sueltas de las cuales encajaba
una con otra ... Sólo tenían la planta baja cubierta de teja en forma de
colgadizo, y se dividían unas de otras por una citara de. ladrillo, y de
pilastra medianera, un cuartón de pino puesto de punta que sostenía la
carrera y vuelo del colgadizo o tejado y servía al mismo tiempo para clavar
el herraje de seguridad de ambas puertas colindantes. Estaban pintadas
de almagra, siguiendo la costumbre árabe, y el pavimento de las calles
estaba empedrado de un mosaico menudo, en unas con dibujos árabes y
en otras con romanos, y se distingufa por su finura y conservación la
importancia de los comerciantes que las ocupaban» (48).

A fines del siglo pasado aún subsistía en estado ruinoso la pequeña casa
de la aduana de la seda, en el número 5 de la calle del Tinte; el arco de
su sala alta lucía por ambas caras con «finos adornos arábigos de mediados
del siglo XIV». Tan sólo quedaban dos palabras de la inscripción cúfica
que lo recuadraba; reproducía las fórmulas religiosas acostumbradas. Los
techos del corredor inmediato y de una alcoba situada a mano izquierda
de la sala eran de viguetas, con tablas recortadas entre ellas; lo restante
de la construcción parecía ser del siglo XVI (49). Aún permanecía en
aquella un pescante de donde se colgaban los tercios o fardos de las
cargas de seda para pesarlos en el acto de recibirlos; después, se colgaba
la seda al aire libre para su oreo y a las veinticuatro horas se repasaba
nuevamente a presencia del vendedor y comprador, para evitar la mala fe
o fraude si venía robada (50).

Alcaicerías marroquíes.
Conviene la mayoría de los autores en que las alcaicerías pasaron de la
España musulmana a Marruecos. Es indudable la semejanza de las situadas
a uno y otro lado del Estrecho de Gibraltar, por lo que para completar el
cuadro de las hispánicas no estará de más aportar algunos datos sobre
las segundas en la época medieval.
(47) Además de los ofioios de la seda y tlendas de paños, que !eran los tiradidonales,
había entonces en la alcaicería otras de tintes, Hbrerías, .almacenes y escribanías.
(48) Ventura Sabatel, La Alcaicería, pp. 131-132.
(49) Guía de Granada, por Gómez-Moreno, p. 314.
(50) VentiUra Sabatel, La Alcaicería, prp. 138-139.

364
Según el Oi~as, ldrTs, al fundar Fez en los primeros años del siglo IX, edi-
ficó la alcaicería al lado de la mezquita, y en torno dispuso tiendas y pla-
zas (51). En el siglo XVI la describió muy detalladamente León el Africano.
Rodeábanla murallas y se extendía por muchas callejuelas y algunas plazo-
letas, comprendi,endo innumerables tiendecillas. Tenía doce puertas y por la
noche guardábanla vigilantes armados, provistos de linternas y perros (52).
Aproximadamente un siglo después, Fr. Francisco de San Juan del Puerto
dice que la alcaicería del Viejo Fez estaba en el centro de la ciudad, en
llano y muy cerca de la mezquita mayor: «Es como una villa, con sus
muros y buenas puertas, con cadenas atravesadas para evitar la entrada
de los caballos. Tiene quince calles de muy buenas tiendas, todas conse-
cutivas unas a otras, sin interpolación de casa que no sea tienda; porque
állí no vive familia alguna, ni de noche duerme persona; porque saliéndose
todos los mercaderes cierran las puertas, quedando todo aquello a cuenta
del Alcayde de la Alcayzería; y éste ronda con sus guardas aquel sitio,
saliéndo él a los daños, y saliendo la retribución de este desvelo del
común de los mercaderes. Todas las tiendas que venden unos géneros
mismos están juntas en una o en más calles; de forma que para buscar
el género que se necesita, no es necesario vaguearlas todas, y lo mismo
es fuera de la Alcaycería; pues en una calle, sin interpolación de otra
especie están los fruteros, en otra los cordoneros, y así todas las demás
cosas de el consumo. Lo que se vende en la Alcayzería es lo más rico y
noble, como sedas, paños y lienzos». Refiere también el mismo autor cómo
regaban las calles de esa alcaicería en el verano, antes de romper el
alba, y luego andaban por ella, lo mismo que por los lugares de mayor
comercio, con incensarios, quemando olores y perfumando todo el am-
biente (53). En la primera mitad del siglo XIX, según don Domingo Badía
las calles de la alcaicería de Fez, «llenas de almacenes de lienzos, sedas
y efectos ultramarinos», cubríanse «de madera, cuya construcción forma
arabescos, y deja aberturas o ventanas de diferentes formas para dar
entrada al aire y a la luz» (54).

En Marrakus había alcaicería en 1211; el 13 de yumada 1 de dicho año


(2 noviembre), fue destruida por un gran incendio (55).

El autor de _la descripción de Ceuta -MuJ:iammad al-An~arT- a comienzos


del siglo XV, que tan prolijo es en sus descripciones de las diversas

(5'1) Trad. A. Huioi (Valenda, 1918), p. 34; trad. Beaumier (París, 1860). p. 44.
(52) Description de l'Afrique, por León l'Afriicain, trad. Jean Tempora:I, pp. 364-368.
(53) Misión Historial de Marruecos, por Fr. Frands'C'O de San Juan die el Pue.rto,
libro V, cap. XLII.
(54) Viajes por :AM Bey el Abbasi por Africa y Asia, t. 1, ipp. 106-107.
(55) El anónimo de Madrid y Copenhague, tmd. A. Huici, pp. 115-116.

365
partes y edificios de la ciudad, limítase a decir que la alcaicería estaba
detrás de la mezquita mayor (56).

Alcaicerías de las ciudades cristianas.


Dicho queda en páginas anteriores cómo la institución comercial de la
alcaicería siguió funcionando sin solución de continuidad en varias
ciudades hispánicas -Sevilla y Granada, entre otras- después de la
conquista cristiana, ocupando el mismo emplazamiento que en la época
islámica.

También persistió a través de los siglos la alcaicería toledana. En la


era 1204, año 1166, Alfonso VIII dio a Juan Capatero unam tendam que
est in alcaceriam habens duas tendas iuxta plateam illam qui ascendit
ad scicladores et inferi, tendas que ad publicam viam desinunt (57).
1

A fines del siglo XII, la alcaicería estaba en el arrabal del Hey, situado en \e'I
barrio de Santa María Magdalena, cerca de la cat~dral, antes mezquita
mayor, lugar donde abundaban mesones y bodegones. Todavía se llama
hoy «Barrio Rey» a la calle y a la traviesa que van desde la iglesia de la
Magdalena a Zocodover (58).

El canónigo P1edro de Mesa, en la carta en que relata el alboroto promovido


en Toledo en 1467 con acompañamiento de matanza de conversos, dice
que los cristianos viejos incendiaron unas casas junto a la Puerta del
Perdón de la catedral, y, como «el ayre era de mediodía, e ansí llevó
el fuego por todas las cuatro calles e quemaron más las alcaycerías de
los paños, la una e la otra» (59).

Posteriormente, en 1576, la alcaicería toledana, «donde los mercaderes


ve.nden sus paños a la vara», se localizan en la parroquia de San Pedro de
la catedral; el doctor Francisco de Pisa, a comienzos del siglo XVII, detalla
más su emplazamiento: «en las quatro calles, q llama, son las alcayzerías,
y mercaderes de paños, y telas de todas suertes: porque destos paños
y sedas, y otras mercaderías, ay en esta ciudad muy grueso trato, y de
gran caudal de mercaderes ricos, que tienen comercio y correspondencia
en su negocio con Valencia, Xátiua y Murcia, con Medina del Campo y
Medina d.e Rioseco, con Seuilla, Cádiz y Ecija, y otras ciudades dentro y

(5'6) Une description de Ceuta musulmane au XVe siecle, por Léiv·i~Pro:vern;:at


(57) Arch. Hist. Nac., Cart. o Bec:erro de la Cait. de füledo, 978-8, fol. 63 r, según ci:ta
de 'Ro:d:r.igo Amador de los Riíos, La Alcana de Toledo, p. 71.
(58) Arch. His.t. Nac., Cart. 1, fol. 63, s·egún <Dita de Gonz.ález Palencia, Los mo-
zárabes de Toledo en los siglos XiM y XHI, volumen preliminar, p. 68; 111, p1p. 3·1'6-318.
(59) Publicada ipor Antonio Ma:rtín Gamero, en s u Historia de la ciudad de Toledo,
1

apéndice XIM, pp. 1040 ss.

366
fuera del reyno, y en las Indias. De las quatro calles descience por la
lonja a la iglesia mayor, q tiene delante la pla9a de Ayuntamiento» (60).
Un documento municipal toledano de 1596 nombra la «calle real de las
alcaicerías» (61).

Alcaicería hubo en otras muchas ciudades españolas de abolengo islámico.


El Fuero de Cuenca ordena que los emplazamientos entre judíos y cristia-
nos debían hacerse a la puerta de la «alcaicería» y no de la sinagoga,
disposición repetida por la «Carta de población de Albarracín »; la alcai-
cería de Cuenca figura en un documento de su archivo municipal del
año 1419 (62); la de Teruel estaba en los primeros años del siglo XV en
la plaza, dentro de actividad comercial de esta ciudad (63). El emplaza-
miento de la de Zaragoza era en la plazuela de la Verónica, comunicada
con el Coso mediante escaleras, por un trenque practicado en el muro (64).
La renta de la alcaicería de Huesca se pregonaba en 1315 y años sucesivos
por un juez corredor, que recibía por ello doce dineros jaqueses (65).

Jaime el Conquistador cedió en 1219 la alcaicería de Calatayud al monas-


terio bernardo de Piedra, con derecho exclusivo a comprar, vender y cambiar
en su recinto (66). Había en ella muchas tiendas, arrendadas a comer-
ciantes, no pocos de los cuales eran judíos. En alguna ocasión trataron
varios de éstos de eludir el real privilegio; por sentencia de 1337 se
embargaron y ejecutaron los bienes de cuatro traperos, por 500 maravedises
de oro, en pena de haber tenido tienda y venta de paños fuera de la
alcaicería. En 1465 no se consentía arrendar tiendas en ella a judíos y
mudéjares, como ocurría en el siglo anterior. Según don Vicente de la
Fuente, ocupaba el solar de la casa de la ciudad hasta cerca de la Rúa, en

(60) Memorial de algunas cosas notables que tiene la ciudad de Toledo, por Lui1s Hurta-
do Mendoza de ToJ,e;do, año de 1576; Descripción de la imperial ciudad de Toledo, por el
Doctor Franci1sco de Pisa, .f.0 33.
(61) Arich. mun., Tol1edo, ca:ja 4.ª, 1leg. 2.0, núm. 70, p. 59, según cita die Amador die
los Ríos, La Alcana de Toledo, p. 72.
(62) Indice del Archivo municipal, por don Timote·o lg1!e1&ias Mainteo6n, ip. 146.
(63) FranClisca V1e1ndriell, Concesión de nobleza a un converso, p. 398.
(64) Zaragoza histórica, por Rii0airdo de:! Arco, p. 95.
(65) Censo de Cataluña, ordenado en tiempo del rey don Pedro el Ceremonioso, por
don Próspero die Bofarull y Mascaró, p. 330; Rentas de la Antigua Corona de Aragón, poir
don Manuel de Bofarnll y de Sartorio, !p. 164 (Colecc. de docs. inéditos del Aroh. Gen. de
la Corona de Aragón, tomos XII y XXXIX). Aluden también a al.oaioerías los fuie,rios de Jai0a,
1

Alarcón, etc. En ilos «Fueros de Arag6n», ,compi1laiaión promulgada en Hues,ca 1en 1247
por Jaime 1 e·I Conquistador, tambiiién se .oitan fas alcai'oerías (liifander, Los fueros de
Aragón, pp. 161 y 241-243). Los rnmaniistas 1no sueJ,e1n tenie1r un conoeptlo dairo de 1,0 quie
eran ilas ailcai1aerías en la Es1paña 1cristi·ana, .en las .que :los .come,rciantes no .eran e:xiolus1iva-
mente judíos, aunque éstos predlominaran en al,gunas, 1nii ipuedein conifundi1rse co•n e.! ailcázar
o ;palacio real; en a:l1guina ocais1i6n s·e empl azaríain 1en sus inmediaieione'S, proteg1i.da s ie1n
1 1

otras por 'los mi1smos muros.


(66) España Sagrada, L, p. 438.

367
la plaza que ahora se llama del Mercado, desde la calle de las Trancas
hasta dicha Rúa, lindando por el mediodía con el fosal o cementerio de
San Pedro de los Francos; delante había una plaza, donde se celebraban
los mercados semanales (67).

En 1580 se citan catorce tiendas en la alcaicería de Jerez de la Fron-


tera (68).

Como otras varias instituciones de origen hispanomusulmán, al persistir


en el siglo XVI, fue llevada por los españoles a América. A comienzos
del siguiente se pensó en edificar una en Méjico, en las casas que habían
sido de Cortés; el proyecto parece que no se llevó a cabo, pero sí se tra-
zaron estrechas callejuelas, conocidas por «alcaicería», hasta que en tiem-
pos recientes se abrió la calle de la Palma (69).

En resumen, las alcaicerías islámicas españolas eran mercados cerrados


y bien protegidos, propiedad del monarca, en los que se presentaba toda
la seda en bruto, para pagar los derechos que correspondían al monarca y
marcarla, y se vendían las mercancías de mayor precio, cuya contratación
estaba prohibida fuera de ellos: principalmente sedas, objetos de plata
y orfebrería, algunas veces, y, en ocasiones, productos muy varios. Tam-
bién ropas hechas; Aben Guzmán cuenta en sus versos, hacia mediados del
siglo XII, cómo el pregonero le llevó por toda una extensa alcaicería en
busca de una capa nueva, fina y elegante, bordada y de buen corte, con
la que deseaba engalarse, sin encontrar ninguna a su gusto (70). En su
interior solían estar las oficinas de los cambistas o cambiadores. Empla-
zábanse en el sitio más céntrico de la ciudad, junto a la mezquita mayor.
Cerrábanse de noche con sólidas puertas y dentro quedaban gentes en-
cargadas de su guarda. Interiormente repartíase su superficie en estrechas
callejuelas, por las que no circulaban caballerías, algunas reducidas plazo-
letas y tiendecitas puestas en hilera, bordeando las calles, juntas las de
la misma mercancía, que se alquilaban a comerciante e industriales. Las
alcaicerías de Granada, Málaga y Almería eran una de las mejores y más
seguras rentas de los monarcas nazaríes. Ya se dijo la persistencia de
varias: hasta fecha avanzada la de Sevilla; a principios del siglo XVIII
aun se cita la de Toledo; la de Granada terminó en su desgraciado incen-
dio en 1384.

(67) Historia de ta siempre augusta y fidelísima ciudad de Calatayud, por don Vi1c1enTe
de l·a Fuente, 11, pp. 122-123, 193-194, '217-218 y 280, n. (1); Reseña histórica del monasterio
de piedra, pp. 373-374.
(68) Bandos en Jere.z: los del puesto de Abajo, por don Juan Moreno de Guer:ra,
segunda parte, p. 93, n. (IV).
(69) Publicó ·el ipl·ano' de ·e:sta fraoaisada akai1cería don Lucas Al:amán .ein e.J tomo !11
de sus Disertaciones, según Manuel Toussaiint, Arte mudéjar en América, p. 47.
(70) A. R. Nyld, El cancionero de Aben Guzmán, XXIV, pip. 374-376.

368
CALLES CIEGAS Y ADARVES

Adarves hispanomusulmanes.

La palabra adarve significó en castellano desde el siglo XII hasta fines


del XVI muro o muralla, con sentido de protección, de obstáculo defensivo,
Desde la última fecha se dio ese nombre tan sólo a una de las parte de la
muralla, al estrecho paso que va por encima de ella y protege el parapeto
almenado significado que conserva mientras el anterior quedó olvi-
dado (1).

La palabra darb -plural durüb-, de la que esa castellana procede, desig-


naba en árabe la calle o callejón, casi siempre sin salida, con una o varias
puertas para su cierre. La calle ciega no tenía nombre especial (2); la
colocación de una puerta en su o en sus ingresos lq convertía en darb.
lgnórase cómo y cuándo se produjo el cambio de significado; en la España
cristiana mediev al tuvo los dos, como se verá en las páginas sigui·entes.
1

Darb parece haberse dicho originariamente de un obstáculo interpuesto


para protección y defensa: lo mismo lo era la cerca de una ciudad o forta-
leza que la calle ciega y la puerta para cerrarla de noche.
Caracterizaba, pues, al darb, importado de Oriente, la puerta o puertas para
su aislamiento nocturno. Aunque 1había calles de circulación seguida, con
puertas en sus dos extremos, que rec.ibían el nombre de darb, la puerta,

(1) Véas·e Torre•s Ballbás, tos adarves, pp. 164-169.


(2) Según dion Isidro de 1las Cajigas darb signifi.có oa1lle si1n salida (adarve, Rev. de
Filol. Esp., XXIII, ipp. 63-66). Pero Pedro de Alcalá traduoe ,caHe si•n sal1i,da por zanqa hila
manfucla (De 'lingua arabica, ip. 135). Así la nombra en el siiglo IX e:I andaluz Abü Zaika-
ri•yya' Y·a~ya b. 'Um?1r b. Yüsurf b. 'Amir a1l-Kiinani (rn. 289/901) en sus A~kam al-Süq
(Ordenanzais de1I :meo), en fas que se prohíbe que en un callejón sin saHda -zuqaq gayr
nafid- s·e ahrain :puertas •nuevas nti s·e cambi en: de sitio, :lo que s·e puede haoer cuando
1

ti.ene S alida -zuq.aq nafid- (EmHio Gar.da Gómez, Unas «Ordenanzas del ZOCO» del si-
1

glo IX: Traducción del más antiguo antecedente de «hisba» por un autor andaluz, pp. 257
y 292). Con Méntiicas patl·aibras· s 1e1 llama siempre al ·callejón sin saMda -zanqa gayr nafida
y ~ariq gayr nafid- en los documentos mozárabes, de TO'ledo de 1los sig•lios XII y XIII
y -zanqa gayr 11afida- en escrituras árabes de Huesca de 121.5 (Bosch Vilá, Los docu-
mentos árabes ... de Huesca, doos. 8 y 9, pp. 35-40). En la Espafra is·lámica, pues, la ciaJlle
sin salida no tenía nombre •esipeoi1al.

369
Plano de un barrio excavado en Fustát (Egipto).

370
como es lógico, cerraba casi siempre calles sin salida u otras de las que
arrancaban una o varias, también ciegas. Era una protección ,eficaz para los
que fo habitaban. El forzamiento de su puerta suponfa el peligro inmediato
para todos, ipor lo que el propio interés obligaba a ,los vecinos a la defensa
conjunta ante cualquier amenaza.

A comienzos del siglo XIX (1803-1807) Ali Bey (Domingo Badía) se refiere
a los callejones estrechos y tortuosos de Marrakus, por los «que con difi-
cultad puede pasar un caballo, lo cual facilita la defensa individual de los
grandes en las revoluciones populares y frecuentes guerras de los
scherifes para suceder al trono, pues cuatro o seis hombres bastan para
defender y hacer inatacable cualquiera de dichos callejones» (3).

Los barrios de habitación de las ciudades hispanomusiulimanas estaban for-


mados, como se dijo, por manzanas grandes y muy irregulares en las que
penetraban profundamente largos durüb o callejones cerrados por puertas
que se abrfari a calles de tránsito libre. El adarve podía tener una pÜerta
en su otro extremo; comunicar con una o varias callejuelas ciegas, for-
mando como un pequeño barrio, o terminar en una plaza cerrada o en un
corral. Con frecuencia se reducía a una pequeña calle o callejón, adarve
o adarvejo en e'I castellano medieval. En el adarve podía haber pocas
o muchas viviendas, segiún la longitud de sus .calles. Tr,einta y tres ence-
rraba uno y nueve el de Dabuchec, ambos en la 1ciudad de Mallorca,
cuando su conquista por Jaime 1 en 1229. En el Asiento de las casas de
Ronda, hecho, según su editor Carriazo, entre la conquista de la ciudad
en 1485 y el año 1491, abundan las barreras (nombre andaluz de las calles
ciegas) con diez, nueve y ocho casas, de las que muchas serían adarves,
aunque el documento no alud.e a sus puertas.

lbn al-Oütiyya (m. 977) cita un darb en Córdoba en el reinado de 'Abd


al-RaDman 1, llamado de lbn saraDlb, por un juez de la ciudad (4). Este
magistrado habit,aba, según al-Jusanl, en el darb de al-Fadl b. Kamil, y el
juez Mu~ammad b. BasTr, que ejercía sus funciones bajo ,al-l:lakam 1 en el
darb situado en la parte ori-ental de la mezquita cor,dobesa de Abü 'Ut-
man (5). En Córdoba también menciona lbn al-Faragl el darb Abl-1-As-
hab (6). En su biografía de ADmad b. Kulayb, al-Dabbl refiere una visita
que hizo a éste, ya moribundo; habitaba en dicha ciudad, al fondo de un

(3) En el Vocabulista del si.gfo, X'lll aitribui.do a Raimurndo Martín, s,e traduce darb
por porta (C. Scihiiapare,IM, Vocabulista in arabico); Vfajes de Ali Bey, t. I; pp. 228-229.
1

(4) lbn ail-Oütiyya, Hist. de la conquista, ~exto, p. 58, trad. p. 46.


(5) Hibern, Jueces de Córdoba, texto, pp. 40 y 55; trad. pp. 50 y 67.
(6) libn al-ifomdT, Ta'rij 'ulama', p. 181, citado ipor Lévi~Provern;al, L'Espagne ... au Xe
siecle, ip. 209.

371
Córdob¡;¡. ~lano del barrio inmediato a la Mezquita.

372
largo darb sin salida -fi ajir darb 1awll- (7). Según al-HadramT, en
ninguna ciudad de al-Andalus había tantos. invertidos como en Córdoba;
vivían agrupados en una calle, el darb lbn Zaydün, así llamada sin duda
por el visir poeta de ese nombre (8).

La lectura de textos hispanomusulmanes proporcionaría abundantes citas


de durüb, tanto en Córdoba como en las restantes ciudades islámicas de
la Península. Pero sin recurrir a esa tar,ea debemos a lbn Sa'Td un testi-
monio de excepcional valór sobre los adarves. Refiere, en párrafos trans-
mitidos por al-Maqqañ, que las ciudades de al-Andailus tenían durüb con
puertas con cerraduras que se cerraban después de al-'atama (la tercera
hora nocturna), y en cada calle -i;uqaq- había un sereno armado
--darrib--, con una linterna colgada, acompañado de un p·erro, que pasaba
en ella la noche. Equivalían a los a~.~,¡:b al-arbi' (¿jefes de barrio?) de
Oriente. Era una precaución necesaria para evitar los asaltos, robos y
asesinatos nocturnos (9).

Una escritura árabe de compra de una casa en Zaragoza, sin fecha, pero
coetánea o poco posterior a la conquista de la ciudad ( 1118), la sitúa en
el barrio de la mezquita de Abü JaUd, en el darb del mismo nombre, en el 1

arrabal de Gineja o Sinf:iiil.ya, a poni·ente de la ciudad ( 1O).

En el Repartimiento de Mallorca se inventari.an treinta y tres casas en la


calle que dicen adarve: in quodam vico qui dicitur Adarb XXXIII domus, y
nueve en la calle del adarve Dabuchec: Videlicet in vico de Adarb
Dabuchec IX domus. La significación de la palabra vico no es dudosa en
este caso, por la frecuente repetición, en el mismo documento de la frase
vico qui dicitur zugaq o zucaq (zuqiq) ( 11) .

Adarves había en Valencia cuando su reconquista, citados en el Reparti·


miento. Jaime 1 hizo donación el año. 1244 a los judíos de esa ciudad de
totum illum barrium sicut incipit de Ladarp Abingeme usque ad balneum
de Nalmelig et ab hac porta usque ad furnum de Abinmulliz et usque al
Adarp Abrahim Alvalen~i (12).

(7) ·A'l'"Da/blbT, Bugya, Bib. Art. Hi·sip. lll, núm. 462, citado por Gaf1cía Góme12:, El collar de
la paloma, p. 318.
(8) Lé'V'i-Proven<;al, Le zagal hispanique dans _le iMugrib d'lbn Sa'id, p. 50.
(9) Al-MaiqqarT, Analeotes, 1, p. 135. lnoluyó este párrafo don Miguel Asín Palaaios
en 1su Crestomatía de árabe literal. Véais1e supra «Concepto i.silámioo de J.a C'a1He•.
(10) R. García de ·L:inairies, Esc11ituras árabes pertenecientes al Archivo de Nyestra
Señora del PHar de Zaragoza (Homenaje a D. Francisco Codera, dnc. núm. 2, p. 175).
(11) Bofarull, 1Repartimientos, p. 127.
(12) lbidem, p. 290.

373
Adarve (Córdoba) .

374
375
Vieja oalle y adarve en ruina, en Málaga. (Foto PP.rez Bermúdez.)

376
377
378
En la descripción de Ceuta en los primeros añ"os deJ sigfo XV, escrita por
Muf:iammad al-An~arl y repetidamente citada, se dice que cada una de sus
calles daba acceso a durüb par~ cuya vigilancia había serenos a suel-
do (13).

En el Asiento de Ronda, inventario y reparto de sus fincas urbanas, hecho


entre los años 1485 y 1491, la mayor parte de sus calles se llaman barreras
y barreruelas; eran, por tanto, calles ciegas. Redactado sin duda el Asiento
_por cristianos, cuando ya llevaba algún tiempo la ciudad en su poder, es
decir, más cerca de la segunda fecha que de la primera, y sin asesoramiento
de moros, no distingue entre las barreras y las calles con puerta, que,
habitada la ciudad por cristianos, ya no se cerrarían ( 14).
La existencia de durüb en Granada cuando en 1492 pasó a poder de los
Reyes Católicos queda probada por la mención de varios en documentos
poco posteriores. Figuran en ellos e,I «barrio de Darbaldina que es dondrl
está ,el horno de Manquf en 'ª'
Hatabin» (15), y la «casa en Darbalcata
-adarve del Corte-, que es la Galleja que va de Santa María al pilar da
los tintoreros (caHe del Tinte) ( 16). En un libro de «Propios de la ciudad
de Granada», del año 1506, cons,ervado en el archivo de su Ayuntami,ento,
hay un inventario, en árabe, de los bi enes de la Madraza granadina, ,entre
1

los que figuran una «casa ·en darb al-Koyna (adarve, ¿del Aguj 1ero?), y una
algorfa en darb al... ( 17). También cita a Darbalgeuze (adarve del Nogal),
Darbalhanra (darb al-Hamra), darba Albayasín (darb al-Bayyazin) y Darbal-
moco, situado este último a ,espaldas del Caraquín ( 18).

iu11~r\r~~ mudéjares.

En algunas ciudades reconquistadas, como Toledo y Sevilla, la existencia


ininterrumpida en la primera de musulmanes durante toda la Edad Media,
y de una morería en la andaluza desde poco después de su conquista,
fue causa de la perduración de los adarves en la estructura urbana y en
la toponimia local. Pero donde sobre todo se mantuvieron fue en los ba-
rrios de las minorías islámica y judía, que disposiciones religiosas y man-
datos reales de las Cortes obligaban a vivir aislados, en los lugares en
que estas órdenes, como ocurrió con frecuencia, no quedaron incumplidas.

(13) tévi-PrON1en9a1l, Une description ¡(le Ceuta ...


(14) Carriazo, Asiento ... de Ronda.
(15) Lihro de Habi,ces, San GH, en e:I Archivo de 1,a Cur.i a EC'lesiás.ti,oa de Granada.
1 1

Cf. nota 106, ¡p. 437.


(16) Libro de Habi1c1es, San:ta María de la O, en· el mismo Archi;vo.
(17) Debe estas 11eifernnci1as de documentos grnnadinos ·a don Manuel Gómez Moreno.
(18) Los tries primeroJS, en ,el oitado Libro de Habices; e1I último figura en uni libro
de esoriturias, die 1495, de1I Arohirvo Muni·c·iipail.

379
En la fecha temprana de 108;3 se encuentra ya en un documento latino la
mención de un addarbis ·(19).

Los documentos mozárabes de los siglos XII y XIII permiten ver, en el


gran crisol de razas y religiones que fue Toledo, la gran cantidad de adar-
ves, calles y callejones sin salida que en ella había, de los que permanecen
bastantes, y comprobar al mismo tiempo el significado de la palabra
darb (20). A través de las sucintas y protocolarias descripciones de fincas
con sus linderos, esas e·scrituras, contratos de compraventa la mayoría nos
·introducen en la intrincada red de calles y callejones en que se abrían los
durüb en una época en la que sin duda aún conservaba Toledo casi intacta
su organización urbana del siglo XI, cuando fue corte brillante del monarca
de taifas al-Ma'mün (435/1043-1044, 467 /1075).

Esos documentos citan adarves en casi todos los barrios de Toledo, ex-
cepto en el barrio, arrabal o cal -que de las tres maneras se nombra-
de Francos, sin duda por su carácter comercial, y en Zocodover, lugar de
uno de los más importantes mercados, el de caballerías, cuyo nombre árabe
romanceado aun conserva, Abundaban, en cambio, en ambos sectores de
la población, tiendas, mesones y alhóndigas. En la judería, extenso barrib
en la parte occidental de Toledo, entre la catedral y el puente de San Mar-
tín, los documentos mencionan diez adarves, algunos de importancia.

En la segunda mitad del siglo XIII aún se construían o acondicionaban adar-


ves en Toledo, como prueba el llamarse uno nuevo en 1294 (21). A fines
de la Edad Media seguían conociéndose por el- mismo nombre. En una es-
critura de 1437, del condado de Fuensalida, se permutan unas casas en
la colación de la «eglia de Santo Thome en el adrue q clisen de Domingo
Peres». En el mismo siglo hay noticia de un adarve de Aben Canias en
el judería toledana (22).

Repetidísimas son las referencias en los documentos mozárabes a las


puertas de entrada a los adarves de Toledo (23). Una calle era adarve;
un adarve estrecho era calle (zanqa); había calle del adarve (zanqat al·
darb) y callejón del adarve. Algunos adarves tenían varias calles o calle-
jones alªsalik dajil al darb) (24). En diminutivo -durayb- se

(19) En Port. mon. hist. según Gómez Mrn1erno, Iglesias mozárabes, p. 100, n. (1).
(20) Para un detenido aJnáHsi,s de ~·01s adarve·s y cai!lies ciegas de Tol,edo a través de
esos documentos, puede veme Torreis Bailbás, los adarves, pp. 174-180.
(21) González P1al1ernda, los mozárabes de Toledo, 111, doc. núm. 1.137.
(22) Rodriigo Amad(n" de los Híos, Reminiscencias de Toledo según los documentos
mozarábigos, p. 260. ·
(23) Torres Bailbás, los adarves, pp. 178-180.
(24) González Palencia, Los mozárabes de Toledo, 1, doc. núm. 219 (a. 1191).

380
nombra a varios adarves, palabra que al dorso de una de las escrituras se
traduoe por adarvejo.

Documentos sevillanos de los siglos XIII y XIV mencionan también adar-


ves, y no ciertamente con significado de muralla o de paso en lo alto de
ella. En una donación de 1254 se cita entre los 1inderos de una casa «el
adarve que entra a las casas de don Juan Martín» (25); al vender otras
en 1272, consta que estaban entre el cementerio de San Miguel y el adar-
ve que salía a la Pellejería (26). Antes, en 1265, el infante don Alfonso de
Molina hizo donación de unas casas que dice lindaban por una de sus par-
tes con el «mio adarve». Desde entonces se llamó «al adarve que fue del
infante de Molina», y asJ aparece en escrituras de 1274 y 1348 (27). Un
adarve entraba en 1282 en las casas del arzobispo; otro era propiedad de
don Juan Maté en 1294; en 1303 un privilegio de Fernando IV menciona
«el Adarue que va al Alcac;ar» (28).

El «Adarve de los moros» figura en un documento de 1293 como situado en


la colación de Santa Catalina (29). Sería uno de los lugares donde fueron
a habitar los antiguos dueños de Sevilla después de su conquista por Fer·
nando 111. En documentos posteriores se llama el Adarvejo, barrio encla-
vado según Tenorio, «entre las parroquias del Salvador, San Pedro, Santa
Catalina y San Isidoro» (30). En él tenían mezquita, entregada por los
moriscos en 1502 por mandato de los Reyes ca'tól icos (31).

En la judería sevillana estaría «la call que dizen el adarue de Aben Manda»,
mencionado en un documento de 1327 (32).

En documentos de·'los sigrlos XIII-XV se nombran en Córdoba el «adarve del


Alca9ar» ( 1243, 1273); «el adarve de la Alcac;ar q va facia el rio » ( 1276

(25) Arch. Cat. de SevNl1a, 23-3-47. Publicado por González, Repartimiento de Sevilla,
11, p. 323.
(26) A11ch. Cat. de SeviHa, 25-1-1. Publicado por González, Repartimiento de Sevilla,
11, p. 351.
(27) Arch. Cat. Seviilla, l·eg. 135, núm. 36, pubrlicado por Ballesteros, Sevilla, doG. 143,
pp. CXLIX-CL; 25-2-25 y 31-1-39, publ1icados por Gonzál·ez, Repartimiento de Sevma pp. 253,
y 376.
(28) Arch. Cat. Sevilla, le.g. 31, núm. 1; 31-2-46; 27-3-49. Publicados por González, Re-
partimiento de Sevilla, pp. 360, 367 y 369-370.
(29) A rioh. Cart. Sevi·lla, lieg. 44. Santa Cata1liina, s·egún cita de Ballesteros, Sevilla, p.
1

CGLXXVlll, aipéndiiae B.
(30) El concejo de SevHla, por Ni oolás Tenor.jo y Cerezo, pp. 47-48. Ballesteros dice
1

que e1l Adarv.ejo e•staba en la coilaoión de San Pedro (Sevilla, p. 101).


(31) Curiosidades antiguas sevillanas (seg. sierie), por Gesto•so, p. 298.
(32) A11ch. Gart. Seviilla. San Sailvador, 1l·eg. 41, núm. 1, según cita de Monrtero de Espii-
nosa, Retación hitórica de la Judería de Sevilla, pp. 3 ss.

381
y 1490) «el adarve de las casas del obpo» y «la bar:rera q. entra a estas
moradas fasta la judería» (1311) (33).

No es de extrañar la frecuente confusión entre calle y adarve, que se pro-


duce en las actuales ciudades islámicas lo mismo que en las medievales
de al-Andalus, puesto que el adarve estaba formado, como se dijo, pqr una
o varias calles cuyo acceso o accesos se cerraban por puertas. Las calles,
a
con sólo interrumpirlas por eHas, pasaban ser adarves que at desaparecer
su cerramiento, se convertían en calles. Esto último ccurría lentamente en
las ciudades españolas al pasar al dominio cristiano. El adarve de Sevilla,
por ejemplo, que en 1265 el infante don Alfonso de Molina llama «mio ada-
rue», en otra escritura de 1290 se nombra {<la cal del Infante de Moli-
na» (34).

Ya se registró la existencia de adarves en las morerías y juderías de TQledo,


Sevilla y Huesca. En Alcalá de Henares los israelitas habitaban a mediados
del siglo XIV, y en él continuaron hasta la expulsión, en el llamado adarve
de la judería o de la xinaga, después de Albornoz, corral grande con entra-
da única por la calle Mayor (35).

Para las gentes de la raza siempre perseguida, la vida en el interior de los


durüb o adarv,es, llamados más tarde corrales, obligada por las autoridades
religiosas y civiles, podía suponer una relativa seguridad, más aparente
que real, como se demostró en los asaltos sufridos a fines del siglo XIV
por casi todas las juderías hispanas.

El carácter de aislamiento exigido para las mancebías, fue causa sin duda
de que en algunas ciudades se instalaran en calles cerradas por puertas.
Así describe la de Córdoba, aunque sin llamarla adarve, el capitán Contre-
ras en los primeros años del siglo XVII; al herir en ella a un alguacil «todas
las mujeres cerraron las puertas, y la de la calle también ... que era angos-
tísima» (36).

(33) Mi'guel Muñnz Vázquiez, Documentos inéditos para la Historia del Alcázar de
Córdoba de los Reyes Cristianos, pp. 71-76)
(34) Amh. Cat. Serv:illla, l!eg. 135, núm. 36; l'eg. 31. núm. 1, Ahades. Ambos dociumentos
han sido publicados por Ballesteros, Sevma, docs. núms. 1'43 y 1'87, rpp. LXLIX-CL y
CXCIX-OC. La calle deil Infante de Mo;li1na se llamó después caHejón de ¡,a Bot,iic:a die las
Aguas y hoy de Guzmán el Bueno. A mediados de1! sig·lo XIX aún se conocía por «barrie ra 1

del Infante de Moliina» (Gonzál1ez de L1eón, Noticia ... de las calles ... de Sevilla, p. 430).
(35) Femáindiez y Goinzá:lez, Estado social y político, LXVIH, pp. 383-384 (do.e. de (1351);
Ramón Santa María, EdiHcios hebreos en Alcalá de \Henares, pp. 184-188 docs. ,die 1501,
1505, 1507, 1509 y 1513).
(36) Vida del \capitán Afonso de Contreras, esori1ta por e1l mismo, p. 192.

382
Merece citarse, como caso extraordinario de perduración, la existencia de
un adarve en Sevilla en la primera mitad del siglo XIX. Era la calle del Duen-
de, «calleja muy larga, pero sin salida, y angosta que de noche se cierra
con su puerta, y está (en 1839) en el cuartel A. parroquia del Sagrario, en
calle Vimios» (37).

Supervivencias: calles sin salida y corrales de vecinos.


Aunque en páginas anteriores se ha aludido a la existencia de abundantes
calles ciegas en las ciudades españolas de tradición islámica -Córdoba,
Sevilla, Málaga, Ronda, Granada, Murcia, Valencia, etc.-, conviene insistir
en ello como prueba indudable de la perduración multisecular de dicha hue-
lla oriental (38).
Las calles ciegas llamábanse en las ciudades medievales castellanas calles
que no pasan (39); en Andalucía casi siempre barreras, y barreruelas o
barreduelas a las más pequeñas Y. angostas.

«Un sinnúmero de calles hay en Sevilla sin otro nombre que calle sin sa-
lida, porque no la tienen. Otras, que tampoco tienen salida, llevan nombres
particulares», escribía González de León en obra publicada en 1839 (40).
Y en una Guía de esa ciudad, de 1872, se cuentan 580 calles, 49 plazas y 43
barreduelas, es decir, calles ciegas (41).

En el Repartimiento de Málaga menciónanse varias barreras y barrerue-


las ( 42). En un nomenclátor de la ciudad, publicado en 1950, figuran en ella
81 calles, callejones, callejas y postigos sin salida, lo que revela bien la es-
tructura del núcleo urbano (43). Naturalmente que muchas de ellas, lo mis-
mo que en Sevilla, proceden de época posterior a la conquista cristiana y
aún de relativamente moderna, lo que es bien expresivo del mantenimiento
de la tradición medieval islámica en ésas como en otras ciudades españolas.
También el centro de la Valencia med.ieval era ur1a apretada red de muy
estrechas calles de las que arrancaban callejones sin salida aún más an-

(37) Gonzál:ez de León, 1Noticia ... de las calles ... de Sevilla, p. 265.
(38) Véas.e supra «Di 1sipoisición y trazado tde oalles y manzanas».
(39) Por e1emp lio, casas e•n la judería to1ledana en 1327 «en la calle que non passa»,
1

y otras, propiedad die don Samuel Aben Huacar, Hsi·co del rny, «en la callieja que non passa,
que disen la caHej'a de Aben gato» (Fide l F'ita, Marjadraque según el fuero de Toledo,
1

p. 392).
(40) Goinzá1l1ez de León, Noticia ... de las calles ... de Sevilla, p. 430.
(41) Manuie1l \Górnez ~airzueila, Guía de Sevilla, su provincia, etc., y agenda de bufete,
pp. 105 y 190.
(42) Arch. Mun. Málaga, Repartimientos, núm. 1, rol. 44 (a. 1490), según cita de Guillén
Robl·es, Málaga musulmana, pp. 494-495, n. (1).
(43) Antonio Bueno Muñoz, El libro de Málaga.

383
gostos. En el siglo XVIII se derribaron algunos, como el «calliso sin salida
llamado de la Taleca» (44).

A pesar de haber pasado a poder de los cristianos en los primeros años


del siglo XII, Zaragoza conservó en gran parte su disposición urbana islá-
mica. Callejas, callejones y callizos sin salida figuran en la documentación
medieval y aún en las de los siglos posteriores; algunos han llegado hasta
hoy (45).

Abundaban en 'l.a judería de Mallorca, en 1391, los carraronos (callejones)


qui non transit (46).

Calles y callejones sin salida había también en villas de menor importancia


que las citadas, subsisten en pueblos de la Ajarquía de Málaga y de las
Alpujarras. Mármol se refiere a una calle sin salida en Berja, en la que fue-
ron muertos por las tropas del marqués de los Vélez 66 moros durante la
. rebelión de las Alpujarras (47). El planito que se acompaña de la villa ara-
gonesa de Mu el, conocida por su fabricación de loza, es buen ejemplo
de ello.

Se vio en páginas anteriores cómo la calle o callejón con puerta o puertas


en su ingreso -al-darb- a veces se ramificaba en otros callojones ciegos
para formar como un pequeño barrio y otras se ensanchaba en su extremo,
en forma de plaza o corral, con entrada única, en las que se abrían las puer-
tas de las viviendas (judería de Alcalá de Henares). En este último caso·
acostumbraba llamarse corral (~a~n y qurral en los documentos mozárabes
de Toledo). Perduró tal forma de agrupamiento urbano, singularmente en
Sevilla, hasta hace pocos años, pero las condiciones de la vida contem-
poránea causarán su pronta extinción.

El corral viene a ser como una alhóndiga: un patio, con ingreso único
por un pasadizo, fuente central y crugías de habitaciones independientes
en torno (48). Si tiene planta o plantas altas, se ingresa a las habitaciones
por galerías o corredores abiertos al patio.

Se conocen referencias o corrales en Sevilla desde principios del si-


glo XIV; un documento de 1203 ·menciona «casas con su corral. .. en que so-

(44) Teix'iid:or, Antigüedades de Valencia, 1, p. 158.


(45) Ximénez die 'EmMn, Descripción ... Zaragoza, pp. 41, 60, 67, 86 y 133.
(46) José María Ouaidraid'.o, La judería de la ciudad de Mallorca, en 1391, pp. 297, 298,
300-305 y 307-310. Tenfa e1l call o judería de Mallorca una portam majorem; es probable
que bas1:a1ntes de los caillejoneis Cileigos tuv,iesen :puerta, es decir, fuesen adairves.
(47) Mármol, Historia del rebelión, 11, pp. 75-76.
(48) Torres Bailbáis, Las alhóndigas hispanomusulmanas y el Corral del Carbón de Gra-
nada.

384
lían labrar la moneda del oro, que son a la puerta que es cerca del canno
del agua»; otro, de 1314, un corral en Triana, en la calle de Santa Ana, «de
ollería con sus fornos e con sus pala9ios e con una torre que está a la
entrada». En 1411 se citan el corral de los Tromperos, en la colación de
San Ildefonso y el de los Alcaldes, en la de San Pedro (49). En el si-
glo XVI había en Sevilla, entre otros, los corrales de don Juan, del Naranjo,
de la Parra, del Peral, de la Reina, del Rey, de Xerez (50). Una Guía de
Sevilla de 1862 inventaria con sus nombres unos 200, entre los cuales fi-
guran el del Acabóse, los del Aciprés, Ahorcado, Alfalfa, Azofaifo, Calde-
reros, Cartaya, Dos puertas, Indios, Largo, Tarazana (51). La vida· popular
sevillana, animada y expansiva, pródiga en luz y color, fluye desde hace
siglos en estos corrales, viviendas colectivas, de gentes humildes en las
que, a la solidaridad defensiva ante el peligro c0mún, innecesaria desde
hace siglos ha sustituido otra hondamente humana, fruto de la proximidad
y convivencia, de asistencia ante las miserias y dolores de las pobres gen-
tes que los habitan.

El corral de vecinos andaluz y, especialmente el sevillano, está formado


por un «patio, más o menos amplio, en cuyo centro se alza una fuente o
S e hunde un pozo: fuente o pozo que están al S ervicio de los vecinos, los
1 1

cuales utilizan sus aguas para todos los usos de la vida, siempre y cuan-
do lo permiten las cañerías y las lluvias; cuatro corredores que circuns-
criben el cuadrado del patio, y en ellos tantas puertas como habitaciones
-«salas»- componen la planta baja, amén de un pequeño rincón desti-
nado a depósito de inmundicias y de un patio mucho más pequeño -pa-
tinillo- dedicado a lavaderos, cuando éstos no están en el mismo patio.

La parte alta del edificio corresponde exactamente a la baja. Cada vecino,


o lo que es lo mismo, cada familia, habita una sala. Sala hay que está di-
vidida en dos compartimientos, sin perder por esto su denominación» (52).
Puede haber varios patios, formando como una sucesión de corrales. La ·
entrada es casi siempre única, aunque los hay que tienen dos; su puerta o
puertas están provistas de hojas para su cierre. Las galerías de ingreso

(49) GonzMez, Repartimiento de Seviilla, 1, pp. 507 y 537-538.


(50) Montoto, Sevilla, p. 29.
(51) Manue I Gómez Zar:weila, Guía de Sevilla, su provinoia, etc., para 1868, año IV,
1 1

pp. LIV-LVI.
(52) Los corrales de vecinos, por Luis Montoto y Hantenstranch (El folk-lore andaluz,
1882 a 1883, SevHla, p. 121). Supone •Mo1nto~o que los corrales se1v'illanois son conse.ouencia
de .la decadiend a de aintigua1s 1casas señoni-ales (p. 121); sin duda hubo e1emplos .de ello,
1

pero fos antes ciitados demues1tran que el tipo de habitación .colectiva procede de 'la época
islámica, aunque posterio:rmente se instailas·en vartos en edificios le.vantados. para otro fün.
Así la 1alhóndiga granadii1na, lliarnada Gorra! del Carbón, .levantada en el sigilo XIV, sirvió
de corral de vedno1s en ·e l XVM y aún .lo e-ra cuando la adquir,ió para e·I Esrt:ado, hace ILmos
1 1 1

treinrta años; Nlivían enitonces en éll tre1iinrt:a y cinco familias.


1

385
a las salas suelen ser de pies derechos y barandas de madera, de sencilla
estructura (53). En el centro de muchos corrales había árboles, y en al-
gunos un verdadero jardín. En el corral del Conde, en la calle de Santiago,
escribía González de León, hace más de un siglo que vivían unas cuatro
mil personas; en fecha cercana encerraba ciento trece viviendas y de qui-
nientos a seiscientos habitantes; el corral de Tromperos, en la calle de
las Vírgenes, citado ya en 1411, se compone de cuatro patios y albergaba
hace pocos años a un centenar. En el de la Pava, en Triana, están los alfares
de este barrio (54); tal vez sea el de los Olleros de la calle de Santa Ana,
del que se dijo había referencias en 1314. No era costumbre en los últimos
tiempos cerrarlos por la noche, aunque tenían puerta y llave guardada por
uno de los vecinos, encargado de encender y apagar las luces, de la lim-
pieza, administración, etc. Se llamaba casero, y el propietario, a cambio
de esos servicios, no le cobraba renta.

En un clima cálido y húmedo como el de Sevilla, el patio del corral permitía


a las gentes estar en el corral al aire libre gran parte del año con tem-
peratura más soportable que la del interior de las habitaciones. En el patio
transcurría gran parte de la vida de sus vecinos; en él cosían, lavaban la
ropa, cocinaban a veces en anafres y charlaban a todas horas las mujeres y
jugaban los chicos; en él celebraban las fiestas familiares, se dormía en
verano y se sesteaba con frecuencia.

La falta de viviendas y el enorme aumento de valor del suelo urbano van ter-
minando rápidamente con estos corrales; se venden para derribarlos y cons-
truir en su solar casas de pisos, en las que viven las gentes tan apiretujadas
o más que en los corrales, pero sin el desahogo del patio interior, que
paliaba las incomodidades de la angostura del hogar. Aislado cada cual
en su cuarto o piso, sin más elemento común que la escalera y el portal
-de exclusiva función de tránsito- se irá perdiendo la magnífica solida-
ridad y mutua ayuda que acostumbraba haber en los corrales. Buen ejem-
plo de transformación de la vida social por evolución urbana.

Aunque en mucho menor número que en Sevilla, corrales hubo también


-algunos quedan- en Córdoba, donde se conocen por casas de vecinos
y casas de muchos, y en Granada. Medianero con la casa de los Girones,
en la plazoleta del mismo nombre de la última ciudad, se derribó recien-
temente un grupo de viviendas en un corral, con entrada única desde la
calle. Junto a la puerta, y con ventana al portal, vivía la casera encargada

(53) Oompá·rese oon la disposiioión de 1,as alihóndigas islámiüas desoritas en artíoulo


cHado supra.
(54) Corrales de vecindad sevillanos, poir el Marqués de San José de Serr:a.

386
por el dueño de cerrar aquélla por la noche, lo que recuerdan se hacía per-
sonas que aun viven (tenían que avisarla previamente los vecinos si pen-
saban volver tarde), cuidar de las macetas y plantas del patio, del abas-
tecimiento de agua, de cobrar las rentas y de vigilar que cada vecino, por
turno, limpiase el patio, galerías y pasillos. Cerca de la puerta de Elvira,
detrás de San Andrés, dentro de lo que fue recinto murado, subsiste en
Granada el llamado corral del Pollo, al que da acceso una calle con un en-
sanchamiento a su final en el que están las puertas de varias viviendas (55).
En el centro de la misma oiudad hay o había hasta hace poco tiempo otro
corral con ingreso desde un pasadizo, que ponía en comunicación las pla-
zas de Tovar y de las Descalzas (56). En 1468 los jurados de Zaragoza man-
daron derrocar, por razón de higiene el corral de los Pelliceros-, a la par
que el fosal del hospital de Nuestra Señora de Gracia, próximos ambos
al muro de piedra, cerca de la puerta Cineja (57).
En la judería de Mallorca (hoy Palma), había en 1391 los corrales de Bo-
jach, de Struch Durán, de Moisés Behanín y otros innominados (58).

(55) El Corrail de1I Poillo tuvo dos puertas: fa 1a1cnual y otra que sailíia a !la calle de 1l:a
Tinaj'illa y desaipaneció al abt1irse la Gran Vía. Hasta hace ¡pocos años \había ·en eisrte cor:ral
unas seis viviendas índependient·es po.r cornp·le to, almacenes y una herrería, entrada al
1

patio en e1I que es.táin sus pueirtas se rea11iiza po.r un hureieo '.aidintetlado con una viga pro:viista
de dos quiGi.ailerns. El portal tiienie, aproximadamente, 2,50 ¡por 8,50 metros, ens.ancha al final
y termina en un arco .de medio punto.
(56) Datos comunicados por Gómez-Moreno y Jesús Bermúdez Pareja.
(57) Aotas municiipa.les de 1468; .Ximéniez de Embún, Descripción ... Zaragoza, pip. 101·
102.
(58) Ouadrndo, La judería de la ciudad de Mallorca, p. 310.

387
Calle. Arcos de. la Frontera (Cádiz).

388
CALLES CUBIERTAS Y AROUILLOS

Las angostas y tortuosas calles secundarias y lov adarves de las ciudades


hispanomusulmanas quedaban cortados en su parte alta con frecuencia
por cobertizos que unían los segundos pisos de las casas situadas a un
lado y otro de la calle, disposición que aún puede verse en Toledo y en
varias villas andaluzas, aragonesas y valencianas. Las calles quedaban
así parcialmente «encubiertas»; las partes cubiertas, bajo las construc-
ciones voladas de poca altura, lugares de espesa sombra, gratos y frescos
refugios en los días cálidos, alternaban con las de cielo abierto, intensa-
mente soleadas, de luz cegadora. El fuerte contraste, del que aún puede
gozarse en ciudades. marroquíes emparentadas con las andaluzas, como
Tetüán, es sugestivo elemento de su atractivo urbano.

Estos cobertizos -sabats- que a caballo sobre las calles menguan su


luz y su aireación, son comunes a todas las ciudades musulmanas. Respon-
dían a lo apretado del caserío dentro de la cerca. Falto de espacio para
acrecentarse, prolongaban sus pisos altos sobre la calle, unas veces por
el vuelo de las fachadas, apeado en tornapuntas o. jabalcones y otras
por su prolongación hasta la fachada frontera -sobrado- con lo que la
calle quedaba parcialmente cubierta. Así era posible la ampliación de las
viviendas, sin solución de continuidad, con parte de la superficie de la
manzana situada al otro lado de la· calle. Aunque en algunos lugares una
de las funciones del almotacén -:~u~tasib- era la de vigilar para que
los propietarios no volasen sus casas, reduciendo el espacio destinado a
las calles, las escuelas jurídicas musulmanas y entre ellas la maliki, tenían
gran indulgencia para esa costumbre con tal que la calle conservase sufi-
ciente ancho para el tránsito (1). Indulgencia que parece transmitida a las
Ordenanzas medievales de Toledo, Sevilla y Córdoba. Las tres se refieren
a los «sobrados que atraviessan las calles a que dizen encubiertas»; las
de Toledo y Sevilla ordenan que sus constructores debían de hacerlos de

(1) Brunschv·ig, Urbanisme médiéval, pp. 133, 135-136; Ashtor-Strauss, L'administration


urbaine en Syrie, pp. 81-82.

389
altura suficiente para poder pasar bajo ellos «·el cavallero con sus armas
e que non le embargue» (2).
La existencia de calles «encubiertas» en las villas andaluzas queda ates-
tiguada por los Repartimientos de Lo ja y Vélez-Málaga. En el ·de Lo ja, de
1489, figura en el barrio de la Alcazaba una «calle cobertizo» y, además,
en lugares no determinados «casas de cobertizo que están sobre el adarbe»,
«el horno con el cobertizo de encima de la callejue'la» (3). En el Reparti·
miento de Vélez-Málaga se inventarian casas en una «callejuela, so el
cobertizo»; otras debajo de cobertizos (4).

En el Llibre del Mustac;af (almotacén} de la villa de Catí, hecho en 1293


y renovado en 1322, hay un privilegio del Rey Don Jaime 1 en el que dispone,
entrie otras cosas, que carreres o ac;utachs (zuqaq, calle) no se cubran (5).

A partir del siglo XVI palacios y conventos están estrechos en las man-
zanas que ocupan, y para su .ampliación recurren al procedimiento tra-
dicional de extenderse por la manzana frontera situada al otro lado de la
calle, unidas ambas partes por un sobrado volado sobre ella (6). Existen
abundantes ejemplos. Citaré tan sólo uno de Málaga y otro de Sevilla.

En la primera de esas dos ciudades andaluzas existía un antiguo cobertizo


o pasadizo al principio de la calle de los Mártires, que comunicaba por
encima de esta calle las casas de la de Compañía, al que comúnmente se
llamaba Cobertizo de las Villalonas, por haber sido esta vivienda de una
de las más antiguas e ilustres familias malagueñas (7).

A mediados del siglo XIX conocíase por «Techada» una calle sin salida de
Sevilla, bastante larga, por cubrir su entrada habitaciones altas del palacio
del Conde de Altamira. Se llamaba también de las Maravillas y tenía su ac-
ceso por la plazuefa Santa María la Blanca (8).

Arquillos.

A más de los arcos que a la entrada de barrios, calles y adarves aseguraban


las hojas de cierre de las puertas, cuya clausura nocturna era obligado

(2) Oroenanzas ... de Toledo, cap. XXVI, pp. 21 y 194-196; Ordenanzas de Sevilla,
cap. XXVI; Alba, 1Relaciones de la Nobleza, p. 317.
(3) Hoenerbac'h, Loja, pp. 65-66.
(4) Moreno de Guerra, Vélez•Málaga, pp. 385 y 392.
(5) Joan .Puig, El Uibre de I Musta(:af della Vila de Catí, 1952, .pp. 26 y 89.
1 1

(6) Es excepci'cJnal el caso· de comunicaciión pÓ•r un 1pasadizo subterráneo baJo la cane,


como :en eil conv1ento de Santa l·sabie,1 la Real die Tol1eido.
(7) Díaz Escobar, Apuntes ... sobre ... calles de Málaga, p. 51.
(8) Gonzál1ez de L·eón, Noticia ... de las calles ... de Sevilla, p. 434.

390
para su seguridad, existían en las 'Ciudades hi"spanomusulmanps~: otros·
también transversales, sin función de cierre, casi siempr.e altbs, io mismo
que en muchas ciudades islámicas de Oriente y del norte de Africa.
Servían para arriostrar muros, siempre en precaria estabilidad a conse-
cuencia de su pobre y mala construcción. Es posible que hubiera algunos,
como es frecuente en Tetuán y en otras ciudades marroquíes, que sirvieron
de apeo a sobrados o cobertizos arruinados (9).
El Repartimiento de Mallorca cita varios arcos, entre ellos el de Merca-
dillo y el que había sobre la casa del droguero (10).
En Sevilla, un documento de 1251, es decir, tres años posterior a su con-
quista cristiana, cita «la puerta que dizien en tiempo de Moros Dalear,
que na contra barrio de Francos»; probablemente sería la misma que figura
en una concesión del mismo año, de Fernando 111 a Per de la Ciza, «aquella
algorfa que está cerca la tienda que vos yo dí sobre la puerta de la cal que
va de la pla9a de Santa María a Barrio de Francos». Vuelve a aparecer dicho
arco en una donación hecha en 1255 por el Rey Sabio a Rabí Yusaf Caba-
9az, su judío, de «Una tienda en Sevilla, de las que son ante Santa María,
de las que están cabo de la puerta del Arco gran, o venden la fruta, que
va contra las casas de ·don Hamón Bonifaz y a Cal de ffrancos. Et esta Tienda
le do con su algorfa assí como la ovo en tiempo de Moros». Un documento
de 1357 menciona en Sevilla el arco de «la cal de Sayona», cerca de
gradas ( 11).
Una calle de los Arquillos existía en Ecija poco después de su conquis-
ta (12). Figuran en el Repartimiento de Málaga, en 1488, varios arquillos.
A la antigua calle de las Doce Revueltas, repartida en varias callejas,
se entraba en 1492 bajo un arco que existía en la calle Salada (más
tarde de Casapalma) ( 13). A la morería malagueña, poblada después de
la conquista de la ciudad, servía de ingreso un arquillo situado en la calle
de Mercaderes, después de Santa María ( 14).
En el Repartimiento de Ronda, poco posterior a su conquista, figura una
calleja del Arquillo y otros arcos de ingreso a calles (15).

(9) Viajes de Ali Bey, t. 1, p. 97. Con refe11encia a Fez alude a umura:las elevadas
1 1

de :distainci:a ·ein di·s.ta1noia (en las oalles) para s·e·rvir de •apoyo a ·lias casas de ambas
aoeras, y agiuj·ereadas en forma de arco».
(10) Busquets, El códice ... del Repartimiento de Mallorca, pp. 281 y 290.
(11) S.aiHe·srterns, Sevma, docis. núrns. 5, 6, 57 y 73, pp. VI, VII, LX, LXXVRXXXVll
y OGCXXI; González, Repartimiento Jde Sevilla, 11, pp. 300 y .319.
(12) Hernández, Sancho y Collantes, Catálogo Arqueológico ... de Sevilla, 111, p. 107.
(13) Díaz Escobar, Apuntes ... sobre ... calles )de Málaga, pp. 37 y 44.
(14) Guiillén Robles, Málaga musulmana, pp. 486 y 494.
(15) Carri,azo, Asiento ... de Ronda, pp. 60 y 86. '

391
Y en el de Vélez-Málaga, anterior a 1492, se mencionan una «callejuela de
entrada de arco» y un «arco de la calle adentro» ( 16).
Subsistieron muchos de estos arquillos después de la conquista por los
cristianos de las ciudades andaluzas; bastantes· se construyeron con pos-
terioridad hasta en pleno siglo XIX en varias de ellas. Arquillos servían de
límite y cerramiento a las juderías en los siglos XIV y XV. Los había entre
otras muchas, en las de Sevilla, Córdoba y Toledo.
La de Córdoba está separada del resto de la ciudad por dos arcos en los
que una provisión de Fernando 1 mandó poner puertas, y que se pusiesen
en otras, si fuera necesario (17); arcos viejos se llaman en 1479. Cuando
en 1391 los cristianos asaltaron y saquearon la judería, después de forzar
sus puertas, éstas se cerraban de noche y tenían sus porteros ( 18). En
Toledo aún permanecen dos arquillos de ingreso a su judería: uno en la
calle de Santo Tomé; en la Travesía del Arquillo el otro.
Abundan las ciudades que como Málaga y Murcia conservan también el
nombre «del Arquillon, en alguna o algunas de sus calles o callejas, por
los que en ellas se mantienen. En Sevilla llamábanse así once en 1839:
calle del Arquillo, «bajo y robusto», de Atocha (derribado ese mismo año);
de la Casa de la Moneda; de los Chapineros (demolido por ruinoso en
1837); de Clarevout; de San Clemente; de la Contratación; de Madre de
Dios; de San Martín (derribado por ruinoso en 1838); de la Plata (figura
en el plano de Sevilla de 1771 hecho a iniciativa de Olavide ( 19), de las
Roelas (se nombraba ya así en el siglo XVI) (20); y de los Viejos, la calle
del Arquillo o Techada, junto a la plaza de Santo Tomás y Casa de la Mo-
neda. Hasta comienzos del siglo XIX la parte norte de la ciudad, entre las
puertas desaparecidas de San Juan y de la Barqueta, conservó los arcos
de todas sus entradas, lo mismo que la antigua mancebí~. uno de cuyos
ingresos era el mencionado arquillo de Atocha (21).
Donde también abundaban los arquillos, supervivencia uno de su pasado
islámico, levantados los más en la época cristiana, era en Zaragoza. Varios
perduraron hasta fecha reciente (22).

(16) Moreno de Guerra, Vélez·Málaga, pp. 388 y 398.


(17) R1ive·ra Hamos, La carta de fuero ... 1de Córdoba, pp. 55-56; Ramkez de Arellano,
Historia de Córdoba, IV, pp. 292-294.
(18) Ramírez y de las Gasas, Anales lde ... Córdoba, pp. 50-51.
(19) En ese mismo plano Hgura también la call·e del Arquiillo del Sacr·amento.
(20) Montoto, Seviilla, p. 28. En 1575 se dita ·el arquillo que sube a ta puerta de
San Juan de Acre; en el mismo· s.igl'O e·I ArquNlo de·I Duque (lbidem, p. 1·5).
(21) Goinzá.l·ez de León, Noticia ... de las calles ... de Sevilla, pp. 184-187, 189, 344,
451, 609; Mointoto, Sevilla, pip. 15 y 28.
(22) ~iménezlde Emrbún, Descripción de Zaragoza, pp. 18, 27, 62, 110y 114.

392
Una de las callejuelas con arquillos que conserva más aspecto medieval
es una sin salida, oculta hasta hace pocos años en la calle de las Cabezas
de Córdoba. El cordobés Ambrosio de Morales la describe con dos arquillos
en los que referían habían puesto las cabezas de los siete infantes de
Lara (23). Al descubrir y limpiar recientemente el callejón parecieron sin
duda pocos arcos para tantas cabezas, por lo que hoy tiene siete, sin que
sea fácil distinguir los viejos de los añadidos.
Dos bellas villas gaditanas, Arcos y Vejer de la Frontera, conservan calles
con arquillos, no muy viejos. Su multiplicación, con frecuencia sin causa
justificada, pudiera atribuirse a la tendencia a la clausura, al aislamiento del
islam español.

(23) Crónica general de España que continuaba Ambrosio de Morales, t. VIII, lib. XVI,
cap. XLVI, p. 313.

393
LAS FACHADAS DE LAS CASAS: SALIDIZOS Y AJIMECES

La hermosa sultana pálida


De tez, más de alma encendida,
Es la que está distraída
en su ajimez oriental (1).

las fachadas de las casas.


La recatada vida familiar de los musulmanes se desarrollaba en el interior
de la vivienda, en torno al patio; de la calle pocas veces y siempre en
escasa medida, recibía aire y 'luz. No interesaba a sus moradores e,I tráfico
callejero, inexistente, salvo en las pocas vías centrales, ni el curiosear a
transeúntes y vecinos.

Los muros exteriores de las casas, cuya desnudez apenas interrumpían


más huecos que el de ingreso, levantados sin preocupación alguna de
adorno ni de ostentación, no revelaban la posición social y económica de
los que tras ellos habitaban. Tan sólo el examen atento de las hojas de
la puerta de ingreso, de la calidad de su madera y labra y del arte de sus
herrajes, permitía deducir si la casa cuyo acceso cerraban era vivienda
de gentes humildes o un palacio. En éste como en otros aspectos oponían-
se la civilización occidental y la oriental, puesto que si en las ciudades
de la segunda bordeaban las calles muros inexpresivos en su desnudez
y sus vecinos de posición holgada tendían más a disimular su riqueza que
a ostentarla en el exterior de su vivienda, los pohladores de próspera
economía de las ciudades de Occidente, procuraban no pocas veces que sus
casas revelasen; al exterior aún mayor caudal que el efectivo. Las fa-
chadas de alguna monumentalidad reservábanse en las ciudades hispano-
musulmanas para los edificios de interés público, fundaciones piado-
sas casi si·empr,e. Más que a sus delanteras alúdese con ello a sus por·
tadas, en las que se concentraba la riqueza artística. En la Granada

(1) José ZonHla, Granada, t. 11, p. 171.

395
nazarí del siglo XIV, por ejemplo, monumentales eran las de la Madraza o
Universidad, derribada en el siglo XVIII, la del Maristán u Hospital de locos
que corrió la misma suerte en el XIX, y la de'I Corral del Carbón, alhóndiga
felizmente conservada. También tendrían excepcional importancia arquitec-
tónica y decorativa las portadas de las mezquitas; a falta de las hispánicas
puede juzgarse por las marroquíes.

En ciudades de extenso perímetro en relación con el número de sus habi-


tantes, y en los barrios o arrabales más excéntricos de casi todas ellas,
bordearían las calles y callejones no sólo los muros exteriores d.e las
casas, sino también altas tapias de huertos y jardines por encima de
cuyas bordas asomarían árboles y arbustos. En varias ciudades andaluzas
como Ecija, puede gozarse aún de·1 pintoresco aspecto de calles semejantes,
angostas, con suelo de guijarros, limitadas por muros de blanquísima cal
sobre los que se levantan en grato contraste, las copas de un verde sombrío
de algunos cipreses o la frondosidad más claro de los naranjos. Al fondo
surge con frecuencia en las callejas de esa ciudad un esbelto campa-
nario barroco, en sustitución del alminar que cerraría su horizonte en
época islámica.

Pedro Llitrá escribía al entrar en Málaga con los Reyes Católicos, rec1en
conquistada la ciudad (1487), que «las fachadas de las casas son ... muy
tristes y de muy mail aspecto» (2); el notario mallorquín conocía sin duda
Valencia, Barcelona y otras ciudades levantinas de las que poseían por
entonces el mejor caserío de las de la Península. Sucias al exterior y muy
limpias por dentro describe el alemán Münzer en 1494, las reducidas casas
de los moros granadinos, cerradas como las tiendas «con sencillas puertas
de madera y clavos de paila, como se acostumbra en Egipto y en Africa» (3).
"Sin arreglo ni igualdad», juzgaba el aspecto exterior de las casas de Jaén,
heredado, dioe, de las musulmanas, el deán Martínez Mazas hace algo más
de ciento cincuenta años (4). Pues la tradición en éste, como en otros
muchos aspectos, continuó durante siglos después del paso de las ciudades
a manos cristianas. Escribió Alonso de Morgado, en su Historia de Sevi-
lla (5), publicada en 1587, que «en tiempos pasados todo el edificar era
dentro del cuerpo de las casas, sin curar de lo exterior, según que hallaron
a Sevilla de tiempo de Moros». El embajador veneciano Andrés Navajero
afirmaba en 1525, tener Toledo «muchas casas buenas y cómodos palacios,

(2) Ri iMa1rgall, Granada, Jaén, Málaga y Almería, n. (1) de la p. 430 ... La carta de
LiHtrá se conserva en un liibro de «L:letras Misivas» del Arch. Hist. de MaHorca.
(3) Münzer, Viaje por España 1y Portugal, pp. 43-44.
(4) Martínez Mazas, Retrato ... de Jaén, p. 40.
(5) Morgado, Historia de Sevilla, p. 143.

396
más quizá que ninguna otra ciudad de España, pero no tienen por fuera vista
ni apariencia alguna. Son todos hechos de cantos, y alguna parte de piedra
labrada y de ladrillo, y lo demás de tierra, como se usa en España; tienen
pocos balcones y pequeños, lo cual dicen que es por el calor y por el frío
y la mayor parte de las casas no tienen más luz que la de, la puerta» (6).

Algo más de tres siglos después Teófilo Gautier repetía la misma obser-
vación sobre los escasos huecos, protegidos por rejas, de las casas tole-
dana, de imponente y severo aspecto, en las que creyó ver algo de con-
vento, de cárcel y de fortaleza, y un ambiente de harem, consecuencia -di-
ce-de la herencia mora (7).
«Las de los moros de ordinario -escribió Cervantes- eran más agujeros
que ventanas, y aún éstas se cubrían con celosías muy espesas y apre-
tadas» (8). Algunas ventanas tendrían rejas protectoras: cuenta un cro-
nista de los Banü 'Abbad que Fajr al-Dawla, uno de los hijos del célebre
al-Mu'tamid, rey de taifas de Sevilla en la segunda mitad del siglo XI, quedó
un día prendado de una hermosa joven entrevista tras de una reja de esa
ciudad (9).
Respecto a las puertas de ingreso a las viviendas la costumbre islámica
y especia1lmente la de de la escuela malikí, profesada por los musulmanes
español-es, permitía su libre instal·ación o cambio si no s·e perjudicaba a los
vecinos, es decir, si no se situaba ·enfrente o casi enfrente .de las de éstos,
para que pudiesen abrirlas sin temor a las miradas indiscretas y acercar
a ellas las acémilas cómodamente hasta su umbral (1 O). Las Ordenanzas
medievales de Toledo y Sevilla conservaron esta tradición al disponer de
«non deue fazer ninguno puerta de su casa delante puerta de su vezino ...
Ni otro si en las tiendas, ni las alfondegas, ni los baños ... non se deuen fazer
las puertas fronteras, ca es gran descubrición» (11).
Si la puerta era grande, postigos en sus hojas de cierr.e -siempre dos,
aunque su ancho no excediese del metro- permitía disminuir el vano
accidental. «Las puertas de la calle -decía Martínez Mazas de las casas
de Jaén antes de terminar el siglo XVIII- tienen todavía dinteles de madera,
aunque sea la fachada de piedra, y como estaban casi siempre cerradas
por el genio oscuro y receloso de los moros, sólo se entraba por un postigo

(6) Fab'ié, Viajes por España, p. 373.


(7) Gautiier, Voyage en Espagne, 1pp. 142-143.
(8) Don Quijote de la Mancha, primer.a parte, cap. XL.
(9) Al-NuwaiyrT, Historia \de los musulmanes, 1, p. 107.
(10) Brunscihvi·g, Urbanisme médiéval, p. 134.
(11) Ordenanzas ... de Toledo, cap. XXXIV, p. 23; Ordenanzas de Sevilla, cap. XXXIV,
fol. CX:LV. Ambas ordenanzas son casi idénticas.

397
bajo y estrecho, a manera de puerta de castillo, de manera que apenas
cabe un hombre encorvado» ( 12).
La puerta exterior daba paso a un zaguán, más o menos grande según la
importanc.ia de la vivienda, desde el que por otra puerta, descentrada res-
pecto de la primera, se penetraba en el patio, directamente o a través de
un paso .acodado. Así se evitaba el que, al estar la puerta de la calle abierta,
cualquiera que por ella pasase, pudiese ver el patio (13).

La altura de las fachadas o deilanteras de las casas variaba de unas a otras


ciudades. Acostumbraban tener dos plantas, la baja y otra sobre ella. Pero,
como en todo tiempo y lugar, si el espacio intramuros para edificar era es-
caso en un momento dado, aumentaba forzosamente !a altura de las vivien-
das, pudiendo alcanzar hasta los cuatro o cinco pisos o plantas.

A principios del siglo XV, las casas que bordeaban la zuqaq al-Ha~~ab
(calle del Leñador), en Ceuta, tenían tres pisos y se «elevaban como una
fortaleza», dice el musulmán al que se debe la descripción de la ciudad.

Los grandes desniveles del solar de algunas ciudade~. favorecían a veces,


como en Cuenca y Ailbarracín, la extraordinaria elevación de los edificios.
Era frecuente en esos casos que las viviendas mostrasen dos plantas en
una de sus fachadas y cuatro o cinco en la frontera, semisubterráneas las
inferiores.

En ciudades llanas y de amplio perímetro predominaba la construcción de


poca elevación. Así se mantuvo la de Sevilla hasta pleno siglo XVI, cuando
Pedro Mexía ponderaba, por su escasa altura, sus edificios, bajos, hu-
mildes y de poca autoridad, que no parecían bien «a los extranjeros y a
los que traen los ojos cebados de Barcelona y de otras ciudades, cuyas
casas tienen tres y cuatro altos». Y aconsejaba que, para cumplir con la
hermosura y el ornato no se hicieran mc'is altas, pues en un clima de ca-
lurosa humedad como el de Sevilla era necesario que lo principal de las
casas estuviese bien visitado por el sol y el aire y que éste pudiera re-
novarse fácilmente (14).

En la Granada nazarí del siglo XIV, lo mismo que en la Toledo contempo-


ránea, cristiana ésta desde hacía siglos, protegían las fachadas de muchas
casas y otros edificios aleros de canecillos muy salientes, inclinados casi

( 12) Martínez Mazas, Retrato ... de Jaén, p. 40.


(13) 6n palacios, casas-fuert,es y castillos se cons,ervó hasta bien entrado eil siglo ¡)(VI
la costumbre de situar en los extremo,s opuestos de.! zaguán la puerta de ingreso desde
la calle y la de entrada al patio.
(14) Mexía, Diálogos, pp. 3-4.

398
siempre, con su extremo volado más alto que el empotrado en el muro ( 15).
Las Ordenanzas de Toledo y Sevilla, en su capítulo XXV -«De las alas de
los texados»- prohiben a todo propietario volar el alero de su casa más
del tercio del ancho de la calle; otro tanto quedaba para la del frontero
y el tercio restante para que en la calle .penetrase el aire, la luz y cayesen
las aguas (16). Era costumbre secular que pueda dar idea de la angostu-
ra de esas vías, ya que los canecillos de los aleros, salvo en casos ex-
cepcionales, no volarían más de 60 a 70 centímetros, dimensión asimismo
de la estrecha faja de cielo que se recortaba en lo alto, entre el vueilo de
los tejados de las casas fronteras.
lgnórase cómo terminaban por su parte alta las casas de otras ciudade
hispanomusulmanas o mudéjares, como Córdoba, Valencia, etc. ( 17).

SALIDIZOS (18).

El derecho romano prohibía todo vuelo o saliente avanzado sobre la vía


pública. En el Islam la propiedad del inmueble construido se extendía vir-
tualmente a su alrededor. Los doctores malikíes autorizaban el avance de
pequeñas construcciones sobre las calles ( 19).

Las calles, tan angostas en su trazado, lo eran aun más en elevación, por
el frecuente vuelo sobre ellas de salidizos, es decir, de pisos altos vola-
dos que las ensombrecían aun más, al dejar entre el vue:lo de los tejados
tan sólo una estrecha faja luminosa. Lo mismo ocurría en las ciudades
cristianas medievales de Occidente. Justificaba su construcción, la mul-
tiplicidad de pisos en elevación y las algorfas voladas que encubrían a
trechos las calles, la escasez de espacio dentro de los muros de la ciu-.
dad en relación con su crecido número de habitantes, lo que obligaba a
aprovechar al máximo el espacio intramuros. Mediante esos procedimien-
tos, sin restar superficie a las estrechas calles, podía aumentarse la
· edificada.

En las ciudades musulmanas de Oriente acostumbraban apear las vigas


salientes de los pisos volados maderos inclinados, es decir, tornapuntas

(15) Torres Balbás, Aleros nazaríes, pp. 169-185.


(16) Ordenanzas ... de Toledo, cap. XXV, p. 21; Ordenanzas de Sevilla, cap. XXV,
fol. cxuv.
(17) Las casais de Mur.cía debían tener aileros de madera, piues en las Ordenanzas
de Albañiiles de 1592 de esa ciudad, se dispone que "ºº s•e puedan haz,e1r al<eros de ma-
dera a la par.te de la calle, si no foernn de ·ladrillo, u de pi·edra» (Fuient.es, Murcia que
se fué, pp. 126-127).
(18) Torres Balbás, Algunos aspectos de la casa hispanomusulmana: almacerías,
algorfas y saledizos, pp. 185-191.
(19) Brunsohvig, Urbanisme mediéval, pp. 133 y 135-136.

399
g
en
lll
en
o.
(!)

400
\
o jabalcones. El sistema pasó a Egipto, al norte de Africa y a la Península
Ibérica. En Alepo, en Damasco, en El Cairo, en Argel y en otros muchos
lugares subsisten pintorescas construcciones con pisos en voladizo así
apeados. Pocas son las que se conservan en la ciudades españolas. En
Cuenca s e ven aún algunas. Demuestran su pretérita abundancia las dis-
1

posiciones de fines del siglo XV y del XVI, citadas en páginas posteriores,


en las que se prohíbe construir nuevos sal·e·dizos y aún se ordena derribar
los existentes para ensanchar las calles y hacerlas más salubres (20). Me
limitaré a citar algunos ejemplos de Valencia, Granada y Toledo.

En Valencia había abundantes embans o barandats (así se llamaban en el


dialecto levantino los salidizos), que estrechaban las calles de Serranos
y Boatella, entre otras, salidizos ruinosos por su antigüedad y a menor
altura de lo permitido por las disposiciones locales vigentes. En la se-
gunda mitad del siglo XIV y en el XV se mandaron derribar (21). En un
inventario de bienes del conoejo de Granada en 1537 figuran ti endas vo- 1

ladas sobre el río en esa ciudad, en la hoy llamada Carrera de Darro, frente
al Bañuelo (22). Las casas situadas en sus orillas podían extenderse libre-
mente volando sus pisos altos sobre el cauce. En una fotografía de hace
unos ochenta años se ven algunas de esas casas, apeado su vuelo en ja-
balcones, aguas abajo de las mencionadas en 1537. El pintoresco aspecto
del cauce del Darro al atravesar Granada se perdió lamentablemente al
cubrirlo, reforma urbana de la que dijo hace algo más de medio siglo el
granadino Angel Ganivet: «Yo conozco muchas ciudades atravesadas por
ríos grandes y pequeños: desde el Sena, el Támesis y el Spree, hasta el
humilde y sediento Manzanares; pero no he visto ríos cubiertos como nues-
tro aurífero Darro, y afirmo que el que concibió la idea de abovedarlo la
concibió de noche: en una noche funesta para nuestra ciudad» (23).

(20) Véas·e· ·infra «Evoluaión de la caill:e e1n los sig.los XV y XVI: de las caiHes de n·a.s
ciudades hisp·anomus1ulmaina1s a las ideil Renad·mli·e.nto». AH Bey el Abbas·i -Viajes, p. 97-
des·cribe la1s caisas de F·ez altfs1imas, con un «vuelo o proyección» en e·l primer piso que
quita mucha luz, inieon'Vlenii1ente que s·e aorecienta má1s con la e·spe·cie de galerías· o pa-
sadizos que reúnen la parte superior de las casas por ambos lados».
(21) Manual de Concells, Q4A, Gonicell General de 28 de f.ebrero de 1402. Arch. Mun.
ValencJia. En eil Aureum opus regalium privilegiorum civitatis et regni Valentie (Val·enicia,
1515), figura la s·iguiente disposición: Quod iurati 'PrO'Pter ornatum civitatis possint di·
rruere son demolire omnia envanna civitatis, fol. CX!OHll, CXLll (Jos·eifina Mateu lbars, El
Aureum Opus, p. 646); Pertegas, La .urbe valenciana, pp. 287, 325-326, 337, 353, 358.
(22) " ...<tliendas oe-rca de !la casa de la moneda, incorpnradas en el muro que e·stá
entr.e el río d[e] Darro 1e la oaHe q. va a :la pta. de Guadix, alindan coni .la toirre frontera
al baño de Palaic:ios (hoy llamado Bañueilo) y vuelan sobre el río sobrn made-rosu (Libro
de ilas po1S·esionies desta cibdad», 1537, leg. 4. 0 , manuscri.to en eil Arch. de1I AyuRt. de
Gr.anada) (Libro de censos de p·r()piios, 1528, leg. 1.0 · .en el Ar·ch. de1l Ayunt. de Granada).
(23) Granada la Bella, ¡p.or Ang·el Ganivet, s·eg. edic. p. 34.

401
La Carrera de Darro, en Granada, a fines del sigfo XIX, antes de cubrir el río. En e·I dibujo
de Isidoro Marni y en fa fotografía, se ven pisos altos volados sobre jabalcones. El dibujo está
hecho desde el puente de Santa Ana. En la fotografía se di·stingue e'I puente de la Gallinería,
y al fondo la casa cetiraba la pfaza Nueva.

402
403
Comprueba la persistencia de la construcción de salidizos en las antiguas
ciudades hispanomusulmanas aun en pleno siglo XVI, una disposición de
ese siglo del corregidor y concejo de Toledo, dictada al tener noticia de
que algunos de los oficiales albañiles, yeseros, carpinteros y otros contra
las Ordenanzas de la ciudad «abren puertas, e reparan e hazen saledizos
de nueuo, y chimeneas voladas», mandan que ninguno de ellos «sean osa-
dos de abrir las dichas puertas, ni adouar ni reparar saledizos, ni los fazer
de nueuo» (24).

El pueblo urbano continuaba con sus costumbres tradicionales, que una


minoría dirigente y culta trataba de modificar por sugerencia foránea.

AJIMECES (25).

A partir probablemente de fines del siglo XIII las fachadas de las casas
de las principales ciudades hispanomusulmanas comenzaron a animarse
con la construcción de ventanas y balcones volados, de madera, cerrados
por espesas celosías, en los que las mujeres podían estar al aire libre en
una agradable penumbra y, contemplar la calle sin ser vistas.

Esos voladizos llamáronse por los castellanos «ajimeces», palabra deriva-


da de la árabe al-simasa (la ventana), que a su vez proviene de la del
mismo origen al-sams (el sol) (26). La romanceada ajimez no aparece en
la literatura castellana hasta el siglo XIV (27).

El falso ajimez romántico.

Desaparecidos los ajimeces en su disposición originaria 'de los muros de


fachada de las casas de nuestras ciudades, su nombre se aplicó, erra-
damente, a un elemento arquitectónico ·distinto. El llamado Diccionario de
Autoridades, de la Heaf Academia Española, editado en 1726, da para aji-
mez una doble significación: la anticuada de «salidizo» y la de «Ventana
arqueada, dividida en el cen_tro, por una columna» (28). Olvidada la ar-
caica, fue esta última, cuyo proceso hasta recibir acogida en esa publica-
ción, desconozco la que prevaleció, sigue en uso y será largo y difícil
desterrar. Textos y documentos de fines del siglo XV y del XVI acreditan

(24) Ordenanzas ... de Toledo, ¡p. 194.


(25) Torres Balbás, Ajimeces, pp. 415427.
(26) Real. Acad. 1Esp., Diccionar.io; Dozy, Supplément aux dictionnaires, t. prime1ro,
p. 741; Dozy y Engelmanin, Glossaire des mots.
(27) Neuvonein, tos arabismos del espa.ñol en el siglo XUI, p. 302.
(28) Rea1l. Ac. Esp., Dice. de autoridades.

404
sin lugar a duda el significado dicho y prueban la falsedad del que se le
da desde hace más de dos siglos y medio (29).

La gran difusión del nombre de ajimez aplicado a la ventana gemela con


columna central, se debe al romanticismo. El supuesto ajimez era un cua-
dro ideal para las Fátimas, Zoraidas y Aixas, de negros y ardientes ojos,
labios bermejos y dientes marfileños, En el hueco de la ventana gemela
aparecen representados eñ los grabados de las páginas, ya centenarias,
del Semanario Pintoresco Español del Museo de las familias y de las edi-
ciones de Gaspar y Roig. Zorrilla fue el poeta de los ajimeces y la Alhambra
su más destacado solar.

El ajimez en la España islámica y su lugar de origen.

La moda del balcón volado de madera cubierto de celosías debió de llegar


a la España musulmana a fines del siglo XIII o en el XIV desde El Cairo y
Alejandría, propagándose rápidamente por las ciudades más relacionadas
con el oriente mediteráneo. Derivan en efecto los ajimeces andaluces
de las muy conocidas masrabiyyat de El Cairo y Alejandría (30) -las hay
también en Siria y en Arabia-, llamadas por los franceses moucharabiehs,
cajas de madera voladas, cerradas por celosías, magníficas obras algunas
de carpintería que animaron las fachadas de las viviendas de la gran ciu-
dad egipcia a partir del siglo XIII. Escasean ya, por la lamentable destruc-
ción de muchas en época reciente; otras han ido a parar a los museos y
colecciones particulares. Pero dibujos y fotografías de hace algunos años
permiten formar idea de la abundancia, riqueza y variedad de las masra-
biyyat que daban aspecto tan original y pintoresco a varias ciudades orien-
tales y principalmente a las calles de El Cairo (31). Puede juzgarse de su

(29) Fue tail vez don Manuel Gómez-Moreno el primero que en su Guía de Granada,
p. 35, dijo que el nomhre de ajimez aplicado a la ventana gemela era de notoria impro·
piedad, «pue·s en antiguos documentos consta que los aximeces eran balcones salientes,
cerrados por celosías de madera, como los que se usan en nuestros conventos de monjas,
y que permitían a las mujeres asomarse sin ser Vistas desde el exterior». Más tarde.
el hijo del artista y ·erudito granadino, sabio maestro de varias generaciones de histo·
riadores de arte, insis•t:iió en lo mismo, definiendo el ajimez como «saledizo ante una
ventana, como balcón cerrado con oeolosías, para asomarse las mujeres sin ser vistas»
(Gómez-Moreno, Iglesias mozárabes, pp. 13, n. 4, y 403). Conocedor de la documentación
seyiillana de los sig.los XV y XVI, don José Gestoso volvió también por el exacto signi·
Hcado ·de la palabra ajimez (Curiosidades antiguas sevillanas, pp. 152-153).
(30) Según Dozy, Supplément aux dictionnaires, t. primero, p. 741, el nombre de
masrabiyyat procede de la cois•tumbre de colocar en ella el cacharro de barro poroso que
conserva el agua f.resca. En Alejandría subsisten masrabiyyat en dos barrios viejos inme-
diatos, al oeste de la ciudad, los de Küm al-Suqafa y Karmüz, al lado del cementerio de
'Amüd al-SawarT (NoNcia del becario señor A\:lmad al-sa'arawT).
(31) Manuel d'Art musulman, por H. Sailadin, pp. 167-168; Arts plastiques et indus-
triels, por Gas.ton Migeon, pp. 324-325; Clerget, Le Caire, 1, p. 331.

405
antiguo aspecto por una sugestiva acuarela de Ambrosio Baudry, fechada
en 1871, reproducida en varias obras y que acompaña también a estas pá-
ginas. Representa el süq al-'a~r (zoco de después de medio día) de El
Cairo, calle que conduce a bab al Na~r (puerta de la Victoria); al fondo
se distingue el alminar de la mezquita levantada a comienzos del siglo XIV
1

por ·el sultán mameluco Rukn al-DTn (32).

Ménsulas de piedra o canecillos de madera, apeados éstos, a veces en jabal-


cones, sostenían los masrabiyyat, verdaderas cajas de madera, adosadas a lo
alto de los muros, cuyos frentes se dividían en bastidores rectangulares o
cuadrados, algunos de los cuales podían abrirse de abajo arriba, girando ha-
cia afuera en torno al marco superior y cuajados todos por celosías de
dibujos variados. Se hacían las masrabiyyat con pequeñas piezas de ma-
dera finamente Jabradas y torneadas. Las mujeres podían estar sentadas
en su interior, al fresco, tamizada la cruda luz de la calle, disfrutando del
espectáculo de ésta o del del patio -también se construían en éstos-
sin ser vistas. En ellas se colocaban las jarras de arcilla porosa que man-
tenían el agua fresca. La tradición de su labra de madera procede de los
artesanos coptos, pero fue durante el dominio mameluco en Egipto, y,
sobre todo, en el reinado del sultán· Oayt Bay (873-902/1468-1495) cuando
las masrabiyyat adquirieron mayor desarrollo (33). En Marruecos son
desconocidas (34).

En España hay noticias de la existencia de ajimeces en Cádiz, Córdoba,


Sevilla, Granada, Málaga y Murcia, singularmente por las disposiciones
de los últimos años del siglo XV y del XVI, citadas más adelante, en las
que se prohibía construirlos y ordenaba el derribo de los existentes. En
esas ciudades populosas su número sería crecido y escaso en otras más
pequeñas. Excepcional parece era uno de Vélez-Málaga, ciudad conquista-
da por los Reyes Católicos en 1487, ya que es el único citado en su Re-
partimiento (35).

(32) Reproduic·ida, entre otras, en la conoci·da obra de l. Bourgoin, Precis de l'art


árabe, lám. l.
(33) Clerget, Le Caire, 1, p. 331.
(34) Así lo afirma GaHotti, Le jardin et la maison arabes, t. prime ro, pp. 77 y 101.
1

S.iin embargo, ·en -el norte de Marrue1cos, sobre todo en Rabat. se ven en las fachadas,
adosados a los huecos de l as ventanas, unos serniciiliindrns vo·lados de madera, cuya alt:ura
1

no llega a·I metro, perforadas sus tablas por algunos agujeros, para poder ver la calle
y con un remate en lo alto de almenillas. Son verdaderos ajimeces de ventanas. En Ra-
bat se estableciieron abundantes moriscos españoles.
(35) «Una casa de un aximez a la mano derecha" (Mo-reno de Guerra, Vélez-iMálaga,
p. 393). Lo s hubo sin duda en Antequera, pues una cédula de la reina doñ1a Juana, de
1

1515, se refiiere a los «bakones y sailidas a las calles», que había en algunas casas, y
«las hacían est-rechas y oscuras». José María Fernández, Repartimientos y urbanización
después de la Conquista.

406
¿Cómo eran los ajimeces que sobresalían de las fachadas de las casas
de las ciudades hispanomusulmanas, no tan cerradas y desnudas a partir
de hacia 1300 como antes suponíamos? Un dibujo de don Manuel Gómez
Moreno, hecho en 1877, de un ajimez de Alhama de Granada, cuya repro-
ducción se acompañá, puede dar idea de los andaluces más sencillos, ré-
plica de otros de El Cairo reproduoidos por Baudry en su acuarela. Ce-
losías de carret,es tomea9os semejantes a las de El Cairo, S'e difun-
dieron por la Granada islámica -una se conserva en la sala de las Dos
Hermanas de la Alhambra y hay restos de otras- los ajimeces de cons-
trucciones de mayor importancia tendrían celosías de ese tipo, parecidos
también a los de la capital egipcia. Así serían los que había en los bal-
cones de la sala de Comares y en la torre de Machuca, en la Alhambra (36).
Desaparecieron los viejos ajimeces islámicos después de la Reconquista
de nuestro panorama urbano -uno alcanzó a ver don Manuel Gómez-Mo-
reno en el Albaicín de Granada- a causa de las disposiciones aludidas
que prohibían su construcción y obligaban a su derribo, al mismo tiempo
que a la escasa duración de entramados de livianas maderas sometidos
a la acción de los agentes atmosféricos. Pero se mantuvo su tradición
en comarcas rurales y a trasmano. Aún existían restos de algunos hace
pocos años en la ciudad aragonesa, entonces moribunda, de Albarracín,
entre las viviendas caídas y las cerradas, y abundaban en Teruel antes
de la guerra civil. Tal vez en rincones perdidos de Aragón, comarca en
la que la tradición hispanomusulmana dejó casi tan honda huélla como en
Andalucía queden más e.jemplfües.

Los de Albarracín son, o eran, ajimeces de ventanas semejantes a otros


de El Cairo, reproducidos en la repetidamente citada acuarela de Baudry.
Consistían en un cerco o marco de madera, colocado a haces exteriores,
en el que encajaba un bastidor cuajado de sencillos listones cruzados
en forma de celosía, que quedaba oblicuo al apoyarse en dos tablas late-
rales triangulélr.es apoyadas en una .horizontal volada, prolongación del alféi-
zar. Inclinadas sobre éste las mujeres, invisibles, podían registrar tanto
el frente de la calle como los costados, éstos a través de unos agujeros
recortados en las tablas laterales triangulares (37).

(36) En una de las láminas de la obra Civitates Orbis Terrarum, visita rde Granada
desde el nordeste, focha da en 1564, reproducción de un grabado de Nogenber, se ve
una casa grande con varias torres, en cuya fachada oriental hay, en ail.to, un mirador vofado
de madera, es decir, un aj1imez. Se nombra ·en el grabado «Casa de1l moro ri.co».
(37) Más rara es la ex·i·stenicia de ajimeoes semejainteis hasta hace pocos años en una
oiudad rica y populosa como Barceilona, donde se 11,amaban c·elosías. Carreras y Candi
las cnee exóticas, conse1ouenicia de la moda barroca, triunfan-re en el siglo XVII, de coilocar
en el interior de las igiles.ias antepechos de coros y tribunas, balcones voilados y mam-
paras, de celosía. E1l ayuntamiento de Barcefona auto•rizaha unais veces la1s aelo1sías voladas
en las viviendas y las prohibía otras. Muchas desaparecieron en e l trans·ourso del si-
1

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408
Ajimeces conventuales.

Es en los antiguos conventos de monjas, sugestivos islotes en los que


la vida ha permanecido casi invariable a través de los siglos, donde se ha
mantenido más pura la tradición de los ajime.ces, como consecuencia
de una clausura femenina aun más rigurosa que la islámica. Casi todos
son ·de ventanas salientes; abundan 'los corridos por toda o parte de la
fachada. En Toledo ·los conservan los conventos de Santa Isabel la Real,
de la Madre ·de Dios, de Agustinas Calzadas y de San Antonio. Es buen
ejemplar el del convento de las mínimas de Ecija, que puede verse en el
dibujo adjunto.

Los ajimeces conventuales se han construido hasta tiempos recientes.


Más aisladas aún que las muj:eres musulmanas, las monjas de esos viejos
conventos españoles de clausura son las últimas representantes en ese
aspecto de una vida social desaparecida hace siglos de nuestras comar-
cas y en rápido camino de extinción en otras extrañas en las que perduraba.
Invisibles tras los ajimeces siguen esas monjas dirigiendo miradas curio-
sas, desde el cerrado islote de su convento, casi invariable a través de
centenares de años, en el que cambios y mutaciones son mínimos, sobre
una vida urbana en continua y rápida transformación.

Adufas portuguesas.

En Portugal, en Canarias y en ailgunos lugares de la América hispánica


conservóse con mayor fidelidad a sus formas originarias que en España,
como se verá en páginas posteriores, la tradición del ajimez.
En Portugal se llama «adufa», del árabe al-duffa (plural, al-difaf, compuerta,
tablero, puerta o persiana de madera) (38).

Las adufas, ventanas, balcones o galerías voladas, de madera, cerradas


por celosías, eran de uso corriente para todos los huecos de las vivien-
das en varias comarcas y lugares: Braga, Faro, Alcuchete, Beja, etc. (39).
En Braga hay una casa cubierta totalmente la fachada de sus dos pisos altos
por una gran adufa de rótulos. Viejas litografías muestran calles de ciu-

gilo XIX; cuatrio se cons·ervabain aún en 1908 y una en 1915 en el número 21 de .la calle
de Monteada (Fr:anoe•sh Garrerais y Oainidi, La ciutat de Barcelona, pp. 793-795. Cabe la sos-
p·echa de que esos ajimece·s de 1las V·iv.i1enidas fue-rain riestos de una tradi.ción medieva:I
importada de Alejandrí1a, con la que mantenfa Baroe1lona e·strecihas r~laciones comerc1ial•es
en la Edad Media.
(38) Al1ca:lá, De lingua arabica, p. 359; Eguílaz, Glosario eaimológico, pp. 63-64.
(39) Se reproduoe una adufa de Baja en la Guía de Portugal, segundo volumen, Extre·
madura, Alentejo, Algarve, p. 149.

409
Ajimez o balcón que hubo en la capilla del Santo Cristo de las Aguas, en la parroquia de la
Magdalena, de Toledo.

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Ajimez en una casa de Braga (Portugal).

413
dades portuguesas con casas abundantes en adufas que les dan un ca-
rácter oriental (40).

Los ajimeces lde Canarias.

Llegarían los ajimeces a Canarias desde la Península en el reinado de los


monarcas Católicos y de su nieto el Emperador Carlos V cuando comen-
zaban a desaparecer de las ciudades andaluzas. En un acta del concejo de
La Laguna, de 19 de enero de 1518, consta que se platicó ese día «sobre
el sitio e solar concejil que tiene a censo Pero Dias, de-1 Cabildo, do ha de
hazer las carnecerías e pescadería, era bien que se hiziese un aximes
e saledizo, frontero de las casas de Diégo Fernandes carniceros, sobre
las puertas para que la gente que llegare a las carnecerias e pescade-
rias estén def.ensibles a las lluvias. Cometióse a ... como se haga y el a11-
chra que ha de llevar» (41). Se tratab a, pues, de un ajimez corrido, con
1

oficio de protección no bien justificado, pues un volado alero hubiera sido


de la misma eficacia y de menor coste.

El auge prolongado de los ajimeces en las viviendas de las islas Canarias,


cuando en España comenzaban a desaparecer rápidamente, tal vez pueda
explicarse por no haber alcanzado a ellas las disposiciones regias y con-
cejiles que prohibían construirlos y obligaban al derribo de los existentes
(serían ajimeces nuevos, hechos por entonces en calles no tan estrechas
y lóbregas como las de las ciudades andaluzas), y por la costumbre, hon-
damente arraigada de la vida claustral femenina: el clima isleño permitía
hacer vida familiar en los balcones volados, en los que las mujeres, sen-
tadas, realizaban sus labores, bordados y calados, atentas a lo que pasaba
eh la calle e invisibles.

Favorecía la construcción de los ajimeces el excelente pino tea (pinus


canariensis), existente en las islas, de gran dureza y duración, utilizado
sin sangrar y en su rojizo color natural. Se conservan, entre otros lugares,
en Santa Cruz de la Palma, y en la isla de Tenerife, en La Laguna (conven-
tos de monjas de Santa Clara, Santa Catalina de Sena y la Concepción).

(40) Es muy exprns+va la deiscripción hecha por eil padre Frarn;:ois de fours, v isi-
1

tante de Portugail en 1699, de las adufas de fas fachadas de l·as casas de Lisboa: «le
jeune homme mandra quelques fois a sa pretendüe qu'il se trouvera un certain jour,
et a telle heure devant sa jalousie car il n'y a point de fenetres aux maisons c e sont
1

seulement des balcons garnis de jalousies, comme les tremes dei nos confessionnaires,
ou les femmes et filies se promenent a fin de veoir les hommes passer dans la rue,
la filie attend, avec grande impatience ce jour et ce moment». Joaquín Verissimo Senao,
Un itinéraire portugais, a fin du XVlle siecle, apud Bulletin des Etudes Portugaises et de
l'lnstitut Fran~ais au Portugal, 1958, p. 61.
(41) Debo el conocimi,ento de e1sta acta a la generosa amistad del catedrático de la
Urtive11sidad de La Laguna, don El ías Serra Ráfols.
La Orotava, lcod de las Viñas, El Puerto de la Cruz y San Juan de la Ram-
1

bla. Están casi siempre en lo alto de la fachada, y conservan con gran


pureza el tipo de ajimez hispanomusulmán, con las modificaciones deco-
rativas naturales a la época avanzada de su construcción en los perfiles
de canecillos y zapatas balaustres. Su ornamentación es de talla superfi-
cial y poco hendida en tableros y bastidores. Pero subsisten las celosías
de listones cruzados en diagonal. Es frecuente que el ajimez se extienda
por toda o por gran parte de la fachada para formar un balcón corrido. Sue-
len tener postigos que se abren hacia afuera y hacia arriba. Hay dos tipos
de ajimez: el de las islas orientales, Gran Canaria, Lanzarote y Fuer_teven-
tura, en las que llueve muy poco y escasean los pinos, en las que su al-
tura es escasa y carecen de tejadillo; en las islas occidentales, en las
que las lluvias son abundantes y mayor la riqueza forestal, ostentan ricas
celosías y acostumbran cubrirse con un tejadillo de teja rojiza que armoniza
admirablemente con el blanco de la cal, el tono oscuro de la piedra de ba-
salto, con frecuencia, y el también bermejo de la madera (42).

Evolución de los ajimeces ien la Andalucía\cristiana: del ajimez al mirador.

La vida de las mujeres cristianas hacía innecesario el ajimez. Pero el am-


biente social quedaba impregnado por las costumbres hispanomusulmanas.
s¡' no tan claustrada como la mujer islámica, la burguesa andaluza cristia-
na siguió pasando gran parte de su existencia en el interior de la vivienda,
salvo las periódicas visitas al templo próximo, rodeada de crecido número
de sirvientas, sin compartir la vida social de su marido ni recibir más
frecuentes visitas que las de sus próximos familiares.

Género de vida parecido exigía una disposición análoga. Asomarse a la


calle por el hueco recatado, desde el que poder contemplar oculta, lo que
en ella pasaba era la cotidiana distracción de la mujer, su escapada hacia
un mundo fluyente distinto al de las monótonas faenas diarias. Desapare-
cieron en el transcurso del sigfo XVI los ajimeces islámicos de las calles
1

principales de las villas andaluzas -algunos quedaron en lugares aparta-


dos, como los del Albaicín y Alhama, llegados al tercer tercio del si-
glo XIX-, pero en muchas l·es sustituyeron rejas voladas de hierro, con ba-
rrotes horizontales y verticales, apeadas en palomillas del mismo material
o en canecillos de madera y con un tejadillo protector a una o dos ver-
tientes. Celosías de madera en su interior, con bastidores, cuajados con

(42) El balcón canario, memoria inédita die don Juan Julio Fernández Rodrígu1ez, don
Franciis'Co Roda Ca'lamita y don Juan Jorge Toledo Díaz, a:lumnos de 1-a Escue1la Superior
de Arquitectura de Maidri1d; Wnhelm Gi-es·e, Notas sobre los balcones de ilas Islas Ca·
narias, pip. 458-467. El autor publica un inventario de 'los halcones volados de madera
que conoce por su reproduoaión en var.ia1s publicaciones en el Mediterráneo, Arabia, los
Bailicanes y la América hi·spá1ni1ca.

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listones en diagonal, algunos de los cuales se abrían hacia ajimeces,
a las mujeres instaladas en esas jaulas. Existen aún desaparecidas las
celosías, en los barrios excéntricos de varias ciudades_, lo mismo en An-
dalucía que en parte de Castilla y Aragón y en muchas villas de esas re-
giones que conservan su caserío de los sigfos XVII y XVIII. No se usaron
tan sólo en construcciones domésticas; extendióse su empleo a edificios
re·ligiosos y hasta a algunos públicos.
No paró aquí la evolución del ajimez. A fines del siglo XVIII, y sobre todo
en el XIX, propagóse en las casas nuevas la moda del mirador. Sobre un
balcón saliente, con antepecho de barrotes verticales de hierro, constru-
yóse un armazón de bastidores de madera, protegida su parte baja tras
los barrotes y avanzada la alta, sobre el antepecho, cubierto el mirador
por un revestido de cinc, en forma muy semejante a la del ajimez de Al-
hama. En los bastidores sustituyó el vidrio a las celosías, pero persianas
o cortinas en su interior permitían a las mujeres más recatadas permane-
cer ocultas. En las casas humildes, cortinas de tela cruda o de tejido de
esparto, sujetas sobre el dintel del hueco y tendidas por fuera del ante-
pecho de hierro del balcón volado, permitían a las mujeres estar sentadas,
semiocultas, contemplando la calle mientras 'cosían, en los días calurosos
de·I verano.
Durante cuatro siglos, en gran parte de España, entre la mujer -en la
ventana, en el balcón volado de hierro o en el mirador- y l,a calle, se
interpuso una pantalla, en forma de celosía, cortina de esparto, persiana
o frondosas macetas que la permitían ver sin ser vista. A Mme. d'Aulnoy
le pareció Madrid en 1679 una enorme jaula para engordar pollos, pues
desde el suelo de la calle hasta el cuarto piso de las viviendas no se veían
por todas partes más que celosías o .persianas con agujeros muy pequeños
detrás de las cuales se pasaban la vida las mujeres espiando a los tran-
seúntes ( 43).
La mujer española de hoy parece haber salido definitiva e impetuosamente
del gineceo y balcones y miradores tradicionales serán dentro de poco
tiempo tan extraños a la vida de entonces como lo son los ajimeces a la
nuestra. Para evocarlos habrá que ir a los barrios pobres y excéntricos
de las grandes ciudades, o a villas en decadencia, moribundas.

(43) Go1nidiesa d'ALiilnog, La cour et la ville de Madrid, pp. 489-490.

418
AMBIENTE Y MOVIMIENTO CALLEJEROS

Para dar animación y vida a este frío esquema de escenario urbano habría
que evocar, circulando por él, a las gentes que lo poblaban en la Edad Media.
Pero yo me limito en las páginas anteriores a la descripción de aquél.
Quede para otros la sugestiva labor -carezco de condiciones para em-
prenderla- de describir el movimiento de los actores en el escenario
descrito. Señalaré tan sólo unos cuantos rasgos que permitan imaginar,
en sus líneas generales, el ambiente de esas villas y ciudades antes de
pasar a manos de sus conquistadores cristianos.

Desde su casa, situada en el fondo de estrecha y silenciosa callejuela,


un vecino de Córdoba, Sevilla, Granada, Ronda, Málaga o Almería, se enca-
mina hacia el centro de la ciudad. Después de cruzar calles angostas y
poco concurridas, cortadas por arquillos y encubiertas a trechos por
algorfas o sobrados que producían intensos contrates de luz y sombra,
llegaba a las inmediaciones de la mezquita mayor. Próximas estaban la
alcaicería, algunas alhóndigas, los zocos más concurridos y las calles
en las que artesanos y comerciantes se agrupaban por oficios o identidad
de mercancías en venta. Ocupaban los últimos tiendecitas bajas y estre-
chas, con nichos o alacenas, en las que apenas podían mantenerse en pie:
Acurrucados y quietos el día entero, no necesitaban levantarse para coger
cualquier objeto y presentarlo al presunto comprador. Tablas móviles, que
al bajarse sobresalían algo del muro de fachada, servían de mostradores,
y otras en lo alto, inclinadas, a modo de tejadillos, protegían del sol y de
la lluvia al vendedor y a su mercancía.

Nuestro vecino había pasado de la tranquilidad y el silencio de su calle al


apretujamiento y barullo de las céntricas, extremados los viernes, cuando
era obligado para todo buen musulmán acudir a la plegaria a la mezquita
mayor. A fines del siglo XII, bajo el dominio almohade, se amontonaban
los fieles en torno a la vieja de Sevilla (cuyo solar ocupa hoy la colegiata
del Salvador), al no caber en su interior ni en el patio y en sus galerías,
mezclándose con los transeúntes y vendedores, por lo que hubo de cons-

419
truirse otra más amplia, cuyo alminar fue la torre que llamamos Giral-
da (1). «Las calles están ahogadas de gente ... En los zocos se apretujan
los comercios», decía, refiriéndose a Málaga, lbn al-Jatib en el siglo XIV (2).

El reducido espacio que para la intensa circulación ofrecían las pequeñas


plazas, rinconadas y calles del centro de la ciudad, quedaba aún más
disminuido, durante gran parte de las horas del día, por los puestos provi-
sionales instalados al aire libre, en plena calle, con mostradores portátiles
y toldos o tinglados de suficiente altura para que no tropezase en ellos la
cabeza de los jinetes, y por las caballerías estacionadas en espera de que
sus dueños terminasen sus asuntos o sus deberes religiosos en la mez-
quita inmediata. Por ser lugar de máxima concurrencia, eran muy solicitados
por los vendedores los poyos situados entre los contrafuertes de la mayor
y la plaza inmediata. Algunos comerciantes aprovechados pretendían reser-
várselos, pero el almotacén -mu~tasib-, que circulaba, jinete en su
caballería, desde hora temprana recorriendo zocos y calles seguido de
varios auxiliares, uno de los cuales llevaba una balanza para comprobar el
peso del pan, velaba por que los fueran ocupando por orden de llegada:
el más madrugador se instalaba en el más propicio para la venta.
Perfumistas y drogueros preparaban sus productos a la vista del público.
A pesar de ello acostumbraban falsificarlos, para lo que distraían su
atención con el relato de entretenidas anécdotas, a pesar de la vigilancia
del almotacén, perseguidor de toda clase de fraudes y latrocinios comer-
ciales, desde los primarios de menguar el peso de las mercancías vendidas,
hasta los muy complicados e ingeniosos de los perfumistas. Entonces,
como hoy y como siempre, el comerciante juzgaba escasa toda ganancia.
Prohibíase situarse cerca de la mezquita mayor a los vendedores que po-
dían manchar el suelo con sus mercancías, como eran los de aceite, aves,
y c0nejos, así como dejar las bestias por la misma razón, cerca de sus
puertas, sobre todo, poco antes del mediodía del viernes, cuando tenía
lugar la oración colectiva. Ese mismo día, por la mañana, los vendedores
barrían cuidadosamente la entrada al oratorio y sus inmediaciones.

Una muchedumbre abigarrada y pintoresca circulaba por el centro de la


ciudad: hispanomusulmanes, mozárabes, judíos, árabes de Oriente, beré-
beres, catalanes, y cristianos del Norte, negros africanos, francos, geno-
veses, eslavos, cada cual con su vestimenta diferente y expresándose en
distinta lengua. Vendedores ambulantes, compradores, paseantes ociosos,
mendigos importunos que iban a estacionarse sobre todo a las puertas de
baños y mezquitas, Henaban las calles inmediatas a la mayor, en unión de

(1) Antuñ a, Sevilla, p. 101.


1

(2) García Gómez, El «Parangón entre Málaga y Salé», p. 191.

420
un crecido númeiro de campesinos que acudían de las alquerías y pueblos
próximos a vender sus productos y a adquirir los fabricados por los
artesanos de la ciudad. El peatón circulaba apretujado por la muchedumbre,
hostigado por los mendigos, tropezando con el saliente de los mostra-
dores, obligado a apartarse a cada momento para dejar paso libre a jinetes,
caballerías de carga, matarifes que llevaban a las carnicerfas, sobre :los
hombros, las reses muertas, y a los que porteaban en angarillas los mate-
riales de construcción. El incesante fluir de la muchedumbre producía
fuerte bullicio, mezcla de voces y conversaciones de los gritos de los
pregoneros públicos, que anunciaban I~ venta en subasta de esclavos,
caballos, verduras o carbón (3), y de los pregones de los comerciantes
ambulantes que ofrecían a gritos su me;rca,ncía.' A estos rul,dos uníanse las
voces de los que se ganaban la vida relatando historia y de los,',.adivJ,QOS
que ofrecían decir la buena o mala ventura. De tiempo en tiempo -cinco
veces al día- los almuédanos dejaban caer sobre la ciudad, desde lo alto
de los alminares, sus llamadas melancólicas para convocar a los fieles a
la oración.
Una vez resueltos sus asuntos en el centro urbano, nuestro vecino des-
andaba el camino, de vuelta a su hogar. A medida que se apartaba del cen-
tro, percibía cada vez más lejana la algarabía descrita. Al traspasar la puer-
ta de su casa, penetraba en un mundo de maravilloso silencio.
Sentado entonces en el patio, en el terrado o en la algorfa, podía contem-
plar la vega verde y las montañas azuladas en la lejanía, y gozar de la se-
renidad de las últimas horas de la tarde y, si su espíritu era inclinado a la
meditación sobre el incierto destino humano, reflexionar acerca de fo pre-
cario de toda esa agitada vida urbana, ya que una revuelta, la· guerra, la
sequía, una inundación o una epidemia podía en escaso tiempo arruinar
la ciudad y dejar desiertos zocos y calles. Aun en el fondo de su vivienda,
tras las puertas de la ciudad, del barrio, de la calle y de la casa, le ace-
chaba de continuo la amenaza de la ruina y de la muerte. Ante la insegu-
ridad de su vida, tal vez pensase en que ni aun los poderosos de la tierra
la lograban más tranquila y feliz al recordar como, a la muerte del gran
Abd al-Hat:Jman 111, después de difatado y glorioso reinado de cincuenta
años, siete meses y tres días, cuentan que se encontró una breve lista es-
crita de su mano en la que figuraban por orden cronológico los días de su
existencia en los que disfrutó una alegría serena, sin mezcla de preocu-
pación alguna. Figuraban en ella catorce.

(3) En ,e1l S'ig1lo XI había •en Granada ip1regoneros púbHcos (Lév,l•P.rove1119a~. les 111.Mé-
molres» de 'Abd Allah, p. 119).

421
EVOLUCION DE LA CALLE EN LOS SIGLOS XV Y XVI. DE LAS CALLES DE
LAS CIUDADES HISPANOMUSULMANAS A LAS DEL RENACIMIENTO

Apertura de huecos.

Bien asentados los conquistadores y ocupantes cristianos en las casas


de. las ciudades pasadas a sus manos, no parece que sintieron la necesidad
de reformarlas con arreglo a su género de vida. El dato de Sevilla es elo-
cuente. Fue tan sólo a partir de mediados del siglo XVI, después de tres
siglos de ocupación cristiana, cuando, al enriquecerse y engrandecerse la
ciudad por el monopolio del comercio de lndi_as, comenzaron los vecinos a
abrir huecos en las fachadas de las casas, muchas de las cuales serían
aún las musulmanas más o menos reconstruidas.

Juan de Mallara escribía en 1570 ser tan diferente la Sevilla de entonces a'
la que vio y describió Navajero en 1526 «está la ciudad tan de otra manera,
han cresoido los edificios tan ricamente y los tratos han subido tanto que
se espantara el mesmo Navajero» ( 1).

«Todos labran ya (en Sevilla) a la calle y de diez años a esta parte se


han hecho más rejas y ventanas a ella que en los treinta de antes», es-
cribió el ilustre caballero Pedro Mexía en sus Diálogos, impresos en
1547 (2). Y algunos años después Morgado decía: «Mas ya en éste (tiempo
presente) hacen entretenimiento de autoridad, tanto ventanaje con rejas·
y celosías de mil maneras, que salen a la calle, por las infinitas damas no-
bles y castas que las honran y autorizan con su graciosa presencia» (3).
Abundaban los ajimeces y salidizos en las calles de Sevilla, construidos
cuando la ciudad era cristiana; mandados destruir, como se dirá más ade-
lante, debieron de sustituirse en gran parte, según los testimonios aduci-
dos, por grandes rejas voladas.

( 1) Recebimiento que hizo la muy noble y muy leal ciudad de Seuilla, a la C. R. M. del
Rey D. Philipe, por Juan de Mallara, folios 142 r y v.º
(2) Mexía, Diálogos, p. 1O.
(3) Morgado, Historia de Sevilla, p. 143.

423
En algunas ciudades, como Toledo, apenas se habían abierto nuevos hue-
cos o agrandado los antiguos en las viviendas. Así, Teófilo Gautier repetía
a mediados del siglo XIX la misma observación de Navajero 300 años antes,
la aludir a la escasez de huecos de las casas toledanas, de imponente y
severo aspecto (4).

Derribo de arquillos, salidizos y ajimeces.

El Renacimiento aportaba una nueva concepción urbana, una preocupación


por Ja forma de la ciudad que la Edad Media sintió en pocas ocasiones
y tan sólo para las nuev;:imente fundadas, mientras las viejas crecían y
se transformaban espontáneamente, según las necesidades de sus vecinos,
pero sin perjuicio del resto. Fueron las ciudades levantinas las primeras
en recibir, por su proximidad a íntimas relaciones con las italianas, las
nuevas concepciones urbanas que abogaban por calles anchas y rectas,
amplias y despejadas perspe.ctivas y edificios públicos aislados, en los
que quedasen visibles todas sus fachadas (5). Al mismo tiempo, éstas,
las delanteras, deberían tener la mayor monumentalidad posible, expre-
sando la grandeza, más o menos real, del Estado, príncipe o rico comer-
ciante que se albergaba tras ellas. La concepción era, pues, radicalmente
antagónica a la de la ciudad islámica (6).
En Valencia los salidizos llamábanse embans; en el siglo XIV acordó el r

aConsell general» destruir unos que tenían varios obradors (talleres) de


la calle de Boatella, una de las principales de la ciudad, y en el siglo si-
guiente corrieron la misma suerte, tras ruidosos litigios y por sentencia
de la reina doña María, los de la calle de Serranos (7).
Pero la gran campaña contra salidizos, ajimeces y arquillos para reformar
las lóbregas y angostísimas de las ciudades hispanomusulmanas, cuyo
tránsito dificultaban, comenzó en los últimos años del siglo XV, en el rei-
nado de los Reyes Católicos, para proseguir en el siguiente. Abundan los
datos referentes al derribo y prohibición de levantar esos obstáculos, he-
rencia unos de la época islámica, construidos otros según su tradición
en la posterior cristiana.
Con motivo de abrir en Málaga, ,en 1491, una nueva calle para poner en
comunicación directa la plaza con la puerta del Mar, pregonóse que su
anchura sería de cuatro varas y tercia, y se prohibió poner aditamentos

(4) Véase supra «Las faohadas de 1las casas: salidizos y ajiimeces».


(5) «Un edificio debe de estar si,emp~e exento para que pueda V1e·rse su forma exacta»,
escribió Leonardo de Viinc~i en uno de sus cuadernos:
(6) Véase Tonres Balbás, Resumen Hist. del urb. en España, pp. 89-98.
(7) Pertegás, la urbe valenciana en et siglo XIV, pp. 287, 325, 326, 337 y 358.

424
que estrechasen la calle y construir ajimeces volados. En mayo de .1492
se ordenaba pregonar en la misma ciudad que todos los ajimeces que for-
maran salientes en las calles fueran derribados en el término de un mes,
bajo pena de hacerlo el Concejo a costa de los dueños de los inmuebles,
«porque cumple así a la sanidad de las gentes que estén la calles exentas
e salgan los malos vapores e corran los buenos ayres, e para la buena re-
formación de la cibdad» (8). Tan tajante disposición quedó incumplida,
pues en una cédula de los Reyes Católicos, fechada en Granada a 12 de
febrero de 1501, en la que señalan las calles de esa ciudad en donde de-
bían de estar los oficios se dice: «otro sy, en lo que toca al quinto capítulo
en que se contiene que debíamos mandar que en las pla9as e calles donde
se Reparten los dichos ofi9ios se quitasen los aximezes de las dichas ca-
lles e de las otras calles princ;ipales de la dicha c;ibdad, mandamos que
la Justic;ia e Regimiento desa dicha <;ibdad de Málaga provea c;,erca dello,
lo que viere que más conviene al bien e pro común della» (9).

En vida de la Reina Católica prohibiéronse los ajimeces que estrechaban


las calles de Cádiz y Murcia ( 1O).

Para la ida de ambos monarcas a Granada en 1498, según documentos


municipales, se ensancharon y allanaron calles, entre ellas la de Elvira,
y quitáronse ajimeces.

En una cédula de la reina doña Juana, de 1515, expedida a petición y sú-


plica del personero de Antequera en nombre de ésta, se dice que había
algunas casas «con balcones y salidas a las calles que las hacían estre-
chas y oscuras y parecía mal para el ornato y bien público», por lo que
prohibe labren en las calles «pasadizos ni voladizos, corredores ni bal-
cones, ni otros edificios algunos que salgan a la dicha calle, fuera de la
pared en que estuviese el tal edificio», y prohibe asimismo reconstruir
los que se cayesen, para que «las dichas calles públicas queden exentas ...
y estén alegres e limpias e claras, e puedan entrar e entren én ellas sol
e claridad» (11).

(8) Arohlivo Muniieipa1l de Mállaga, libro primero de cabildos, folios 157 v y 158 r,
890-891, citados por Bejarano, las calles de Málaga, pp. 6 y 133.
(9) Mornl,e•s, Oocumentos ... de Málaga, 11, p. 97. Aún don Antonio Ponz encontró ·l•as
calles de Mál:aga a!hO'gadas po'r «Unos ridículos resaltos de ba1lcones y otras deformii,da-
des ... Un:a ciudad tain Hndamente situada, die tan agiradabile cili'ma, y tan freqüentada por
su comercio, me,r,eioe mejor que otras quitade todas· las fealdades que tienen rnsabios
moris,cos» (Viaje de España, XVIII, ip. 220).
(10) Efogio de la Reina Católica doña lsabe'I, por don mego Ol<emencíin, aipud Me·
morias de la Real Acad. de Hist., p. 261.
( 11) José Marí1a Fernáindez, Repartimiento y urbanización después de la Conquista
(Gibralfaro, 1). ·

425
La Ordenanza de edificios, de casas, y albanires y labores de Granada, pre-
gonada en su plaza de Bibarrambla el 3 de diciembre de 1538, dispone
«que ninguna persona saque aximez ni portal, ni passadizo, ni otra cosa
semejante, fuera .de la haz de su propi·a pared, en las calles, o pla<;as de
esta Ciudad». Antes, el 7 de noviembre de 1532, se había pregonado en
el mismo lugar «que ninguna persona sea ossado de adobar, ni reparar
ningun aximez, ni cobertizo, sin licencia de la Ciudad, o de las personas
que para lo ver la Ciudad nombrase y diputase» ( 12).

En Córdoba, en los cabildos de 22 y 24 de septiembre y 1 de octubre de


1550 se trató del derribo de todos los ajimeces de la ciudad y en especial
de los de la calle de la Feria. Al año siguiente el corregidor Garci Tello
mandó quitar los balcones corridos que estaban sobre los portales desde
el Rastro Viejo, por uno y otro lado, hasta la plaza del Salvador, y aun más
allá de las carnicerías ( 13).

El citado sevillano Pe Jro Mexía, escribía hacia 1547 de su ciudad natal


que «casi en nuestros tiempos se quitaron los aximezes o salidizos, porque
hacían las calles sombrías y húmidas; y notoriamente han conoscido todos
grande y notable ventaja en la salud y frescor dél» (14). Durante todo el
siglo XVI no dejaron de derribarse arquillos, ajimeces y salidizos en Sevilla.
Sirva de ejemplo el libramiento hecho en 14 de noviembre de 1576 a Alonso
Pér.ez de 2.083 mrs. «por lo que gastó en derribar los algimezes y saledizos
que estaban en la calle de Francos» ( 15).

En los primeros años del siglo XVI, en las calles de Toledo abundaban los
salidizos que, en unión de corredores y balcones, al volar considerable-
mente de las delanteras de las casas, ocupaban la mayor parte de dichas
vías. Contra lo mandado por las Ordenanzas, aun se seguían reparando y
construyendo salidizos, lo que motivó una disposición de la reina doña
Juana. En bastantes de las calles públicas de la ciudad imperial, se dice
en ella estaban «edificados muchos edificios saledizos e corredores, e
balcones por las delanteras de las cassas que salen por gran trecho a las
dichas calles, e toman, e ocupan toda o la mayor parte dellas, de manera
que las dichas calles están muy tristes y sombrías, de manera que en
ellas no puede entrar ni entra claridad, ni sol, e de continuo están muy
húmedas e lodosas e suzias », por lo cual dispone que en adel ante «no fa-
gan, ni labren, ni edifique, en las calles públicas de la dicha ciudad, ni en
alguna dellas, pasadizos, ni saledizos, corredores, ni balcones, ni otros

( 12) Ordenanzas ... de Granada, 1552.


(13) Rarnírrez y de +as Casas, Anales de ... Córdoba, pp. 123-124.
(14) Mexía, Diá'logos, p. 5.
(15) Montoto, Sevma, p. 13, n. (1).

426
edificios algunos que salgan a la diéha calle, fuera de la pared en que
estuviere el tal edificio; ... por manera que las dichas calles públicas que-
den exentas y sin embarazo de ningún pasadizo, ni saledizo, ni otro edifi-
cio alguno de los susodichos, y esten alegres, y limpias e claras, y puedan
entrar y entre por ellas sol y claridat» ( 16).
El derribo de muchos salidizos toledanos en 1550 por el corregidor retor-
mista don Pedro de Córdoba -una vez más las órdenes para su derribo
habían quedado incumplidas- dio motivo al desenfadado y popular poeta
de esa ciudad Sebastián de Horozco, digno sucesor de lbn Ouzman y del
Arcipreste, para escribir unas coplas que finge lo dirige una monja desde
Sonsaca, donde estaban la mujer e hijos del corregidor, reprochando a
éste, su .e•stancia en Toledo, pues ausencia tan prolongada parecía desamor
familiar:

Maldigo los salidizos,


y a quien los edificó;
maldigo los cobertizos,
,pues con pleitos tan terrizos
tanta ausencia se ordenó.
Háme mucho lastimado,
saber que allá os empleals
muy junto al caño quebrado,
y aun me ha escandalizado
que las correas cercáis.

A lo que el mismo Horozco dice contestar, por iguales consonantes, a ruego


de don Pedro de Córdoba, no estar ausente de sus familiares, pues con
ellos vive su alma; la ausencia no es permitida a buenos corregidores.

Quanto más, que hay tantas cosas,


tantos pleitos y litigios,
que me tienen con esposas,
por las calles polvorosas
no placer ni regocijos.
Así en oyendo tocar
el hombre los matracones,
luego entiendo en derrocar
salidizos y balcones ( 17) .

(16) Ordenanzas ... de Toledo, título ci•ento y veinte y ocho·» «De 1los sail·edizos y
pueirtasn, .pp. 194-195.
(17) Cancionero de Sebastián de Horozco, pp. 88-89. En la España de· influencia ooci-
diental las calles no eran más anchas y ventiladas que ein la anda1luza. Ein 1551 eil ayunta-

427
Si el buen corregidor don Pedro de Córdoba mejoró con sus derribos la
higiene de la ciudad, hizo desaparecer preciosas obras de la carpintería me-
dieval mudéjar de Toledo, cuya liquidación terminan actualmente colec-
cionistas y chamarileros sin justificación ni pretexto alguno.

Ensanche y apertura de calles y plazas.

Los musulmanes celebraban siempre los desfiles militares y los combates


caballerescos extramuros de su ciudades; no había dentro de su cerca
holgura para ello. En Córdoba tenían lugar en la mu~ara o xarea ( 18), campo
abierto en las afueras, y en la Granada nazarí en la Tabla de la Sabi~{a de
Ja Alhambra, extramuros de ésta y de la ciudad.

En la segunda mitad del siglo XV difuhdióse por la España cristiana, en


un anticipo del Renacimiento, la afición a los desfiles suntuosos, a las
pistas y torneos, a los juegos de cañas y el correr de toros y sortijas como
espectáculos. Se quería celebrar estos festejos en un escenario urbano
y para ello hubo que crear nuevas plazas o ensanchar y reformar las an-
tiguas, rodeándolas de casas de varias plantas cuyas fachadas se abrían
por numerosos balcones y miradores que se alquilaban para los espec-
táculos. El magnífico condestable don Miguel Lucas de lranzo, de 1460
a 1473, en una población no muy importante como Jaén, fue «comprando
y acrecentando anchuras y exidos y plazas» para escenario de las fiestas
y juegos que el gran señor, de humilde origen, gustaba prodigar y que ter-
minaron con su oscuro asesinato ante el altar de la iglesia mayor
de Jaén.

En el siglo XVI, al triunfar plenamente el Renacimiento, comienzan las gen-


tes a pedir regularidad y ordenaciones y simetrías, no sólo en los edificios,
sino también en los conjuntos urbanos. Hay un gran deseo de vastos es-
pacios libres, de amplias perspectivas, de trazados rectilíneos, de jardines
y paseos con fuentes monumentales, de construcciones aisladas que pue-
dan contemplarse por todos sus lados. Ya los Reyes Católicos quisieron
que las ciudades tuviesen edificios suntuosos, considerando cuando «se
ennoblecen con tener casas grandes y bien fechas», y ordenaron, el
año 1480, que todas las ciudades y villas de Castilla y sus señoríos que care-
cieran de casa consistorial para celebrar sus ayuntamientos y conce-

miento de Burgos s•e quejaba al monair.oa die la pro~us·i6n de corredore•s, balcones y s·aile-
d'izos, resa1ltando ein lo alto de las fachadas y cubri·endo en gran part·e l·a angostura
de l·as calles, cerrndas totalmente a,I sor!, trist,es y somibrías, húmedas y lodosas (La Ciu-
dad y Castillo de Burgos, porr Teófilo Lóipez Mata, p. 209).
(18) Gf. supra, «La Mu~ara», p. 307.

428
jos la edificasen inmediatamente bajo pena, en caso de no hacerlo, de
perder sus oficios los regidores y justicias.

Las nuevas viviendas, casas y palacios, se abrieron cada vez más al ex-
terior. Al recato, a la desnudez por fuera, al hermetismo misterioso de
las viviendas musulmanas, sustituyó el af~n de ostentación, manifestado
por fachadas ricamente decoradas y con grandes escudos. El centro de las
casas de alguna importancia lo ocupó un amplio patio, abierto por grandes
puertas al zaguán y a la calle, que viene a ser, por su monumentalidad,
como prolongación de la fachada. Pero en cambio, baños y letrinas, abun-
dantes y bien dispuestos en las casas hispanomusulmanas, desaparecie-
ron casi por completo, eclipse que durará varios siglos. Triunfa el afán
de ostentación, que algunas veces significa ausencia de ser, es decir,
vacío interior de la personalidad humana, tras el que asoma el énfasis.
Por boca de maese Pedro un egregio español que vivió el tránsito del siglo
XVI al XVII recordaba el sentido de nuestra tradición medieval, tanto de
la castellana como de la musulmana, con las siguientes palabras de admo-
nición dirigida a Ginés de Pasamonte: «Llaneza, muchacho; no te encum-
bres; que toda afectación es mala».

Hasta el siglo XVI las ciudades hispanomusulmanas conservaron casi to-


talmente su antigua fisonomía. Después de su conquista, expulsados los
moros o trasladados a los arrabales extramuros cuando permanecieron
en ellas, sus viviendas pasaron a serlo de los conquistadores. Estos debie-
ron limitarse a abrir y a ensanchar huecos en los muros exteriores.

Los baños siguieron abiertos, destinados la m::tyor parte de la semana al


uso de los cristianos y tan sólo un día al de los musulmanes y otro al de
los judíos ( 19). En las tiendecitas de la alcaicería y en los diversos zócalos
continuaron vendiéndose los mismos productos. Los judíos siguieron ha-
bitando sus barrios, bajo la protección de los monarcas cristianos, y asis-
tiendo los sábados a las sinagogas. Las mezquitas consagráronse para el
culto cristiano, pero no transcurrió mucho tiempo antes de que la mayoría
de los antiguos oratorios islámicos, casi todos edificios pobres y frágiles,
fueran sustituidos por templos abovedados de gran elevación, conforme
a las necesidades del culto y a los gustos de los conquistadores. A la voz
del almuédano entonando cinco veces durante la jornada sus melancólicas
llamadas a la oración, sucedió, en los mismos alminares en los primeros
tiempos, el ronco tañer de las campanas, cuyos sones tanto indignaban
a los musulmanes devotos. Alguna transformación hubo en el interior de
los recintos murados al fundarse numerosos y vastos conventos, enrique-

(19) Torres Balbás, ~lgunos aspectos del mudejarismo, pp. 46-62

429
cidos con cuantiosas donaciones. Sus iglesias se hicieron de nueva plan-
ta; pero Jos edificios de vida monástica fueron con frecuencia resultado
de encerrar dentro de altas tapias casas, palacio y calles, formándose así
enormes e irregulares manzanas que amenazaban absorber el recinto mu-
rado. Tan rápido fue su crecimiento que repetidamente se dictaron dis-
posiciones, para contenerlo, como las de Toledo a raíz de la conquista y las
del rey don Pedro IV en 1370 mandando que los monasterios e iglesias
existentes no aumentaran sus áreas ni se edificase ninguno más, pues su
número y extensión dificultaban el desarrollo del caserío y de lo~ habi-
tantes. Permanecieron en las ciudades reconquistadas por los cristianos
las murallas, tras cuyas almenas tan sólo asomaban antes finos y esbel-
tos alminares, encerrando un apretado caserío de poca altura. Pasados
unos cuantos años comenzaron a sobresalir por encima de la cerca los
grandes muros de los nuevos templos, a cuyo lado se levantaban altas
torres, abiertas en su parte superior por arcos para las campanas. Pero
a pesar de estas transformaciones, las líneas generales del trazado ur-
bano siguieron siendo las de la ciudad islámica.
Tal vez sea en Granada recién conquistada la ciudad en la que puede se-
guirse mejor la transformación urbana impuesta por sus nuevos pobla-
dores y la moda y sensibilidad reciente. Múnzer c·Jenta a fines de 1494 que
en Granada el rey don Fernando había dispuesto ensanchar muchas calles,
derribar algunas casas y hacer mercados (20).
En juni·o de 1498, según el libro de cabildos del Ayuntamiento granadino,
las autoridades y regidores de la ciudad fueron «andando a vesitar o a ver
las calles desta dicha <;ibdad, para las ensanchar e adobar por la buena
venida del Rey e de la Reyna» (21).

Según Fr. José de Sigüenza, el arzobispo de Granada fray Hernando de


Talavera (1428-1507 ?) hizo «ensanchar muchas calles, porque los moros
de ordinario las hazen angostas. Levantó edificios de mejor arquitectura
y más a nuestro vso, y al fin procuró en quanto pudo que esta ciudad tan
insigne en espiritual y temporal fuesse de lo bueno (si no de lo mejor)
de toda España» (22).

En el relato de su visita a la misma ciudad en 1502 refiere Antonio de


Lalaing, señor de Montigny, que los Beyes Católicos mandaron derribar
varias calles pequeñas de Granada y hacerlas anchas y grandes y obliga-

(20) Münz.e1r, V.iaje por España y Portugal.


(21) Lib. de caibHdos de 1497 hasta 1502, foHos 33 v, 83 v y 85, Aroh. Ayunt. Gran.
(Garrido Ati·enza, tas capitulaciones ... de Granada, p. 141, n. (2).
(22) Historia de la Orden de San Jerónimo, pnr Fr. José de Sigüenza, s·egundia edición,
t. 11, p. 305.

430
ron a los habitantes a construir casas vastas, a manera de las de Es-
paña (23).
En su obra De las cosas memorables de España, publicada en 1530, Lucio
Marineo Sículo escribió que «fos barrios y calles (de Granada), que son
muchas por la gran espesura de los edificios, por la mayor parte son an-
gostas, y también las pfac;as y mercados donde se venden los manteni-
mientos, los quales después que Granada se tomó se an hecho por los
christianos más anchas y illustres» (24).
En 1505 dio el rey licencia para hacer la plaza Nueva en Granada, y a los
nueve años determinóse formarla, cubriendo el río Darro en extensión de
72 metros (25).
En 1513 acordó el Ayuntamiento de la misma ciudad poblar el campo de
Abulnets, hoy del Príncipe, haciendo «Una plaza muy honrada para fiestas
de justas y toros y juegos de cañas, de lo cual esta cibdad tiene mucha
necesidad»; inauguróse en 1518 (26).
En el mismo año 1513 expidió una cédula el rey don Fernando, en nombre
de su hija, ordenando comprar casas para ensanchar la plaza granadina
de Bibarrambla, lo q.•Je se llevó a cabo de 1516 a 1519. La prindpal de la
ciudad, citada en 1495 con el nombre de Plaza Nueva de Bibarrambla. El
conde de Tendilla escribía en 1509 que por ser chiquita no cabían tende-
jones y que el Rey dio la plaza y perdió su renta no para tendejones sino
para negociar y pasear; tal pequeñez originó en 1515 la prohibición de que
entraran en ella las carretas con vino, y dos años antes el rey Fernando, en
nombre de su hija, había expedido cédula ordenando comprar casas para
ensancharla, lo c_ual se llevó a cabo de 1516 a 1519, construyéndose por-
tales y adornóse con una grande y renombrada fuente (27) Plaza Biba-
rrambla, según Bertant: «Vivarambla, que es una plaza más larga que
ancha y está toda rodeada por cuatro o cinco pisos de estancias a la ma-
nera de las del Hostal de Borgoña; pero sus paredes son tan viejas que
comienzan a caerse ... » «todas estas estancias, así como las del anfi-
teatro de madera existente por bajo de las mismas se alquilan cuando se
celebran corridas de toros o juegos de cañas». En uno de sus extremos
existía «Una gran fuente, con varios surtidores».

Marineo Sí culo, en 1530 (lib. XX, fol. CLXIX v.º): «Bibarrambla edificada
por los oristianos poco ha» y dice tenía 600 x 180 pies «en la qual ay
(23) Lalaing, Voyage de Philippe le Beau, p. 205.
(24) Ub. XX, fol. GLXIX. Alcalá de Henar.es, 1530.
(25) Gómez Moreno, Guía de Granada, p. 200.
(26) Garrido Atienza, los Alquezares de Santa Fe, p. 61.
(27) Gómez Moreno, Guía de Granada, p. 243.

431
una fuente alta y insigne y todo el campo en derredor claro y apacible,
con las casas emblanquecidas y muchas ventanas».

En 1538 manifestaba el Concejo Justicia y Regimiento de Granada qué


cuando la ciudad se ganó había «grande necesidad» de «que se ensan-
charen las calles y plazas de ella, por estar muy estrechas» por lo que se
hicieron unas Ordenanzas para, entre otras cosas» enderezar las calles»
y que toda persona que «labrase pared que saliese a las calles o plazas»,
debería meterse «con la pared de como antes estaba un asta de ladrillo
en su casa, o más, o menos según pareciese a las personas nombradas
para ello» (28).

Ya se dijo la gran transformación urbana de Sevilla a partir de mediados


del siglo XVI. Desaparecen entonces, entre otros muchos derribos, las
callejas de 'los costados de la catedral! y de las murallas del Alcázar (29).
En 1490, con motivo de las fiestas del casamiento de la infanta doña Isa-
bel, primogénita de los Reyes Católicos, las justas, que duraron quince días.
hubo que hacerlas en un campo grande fuera de la ciudad, donde se le-
vantaron 100 cadalsos para los espectadores (30).

En Valencia, por la existencia de una gran documentación conc~jil medie-


val, en gran parte inédita, podrían seguirse las transformaciones de la ciu-
dad medieval. La construcción de la nueva cerca en 1356 produjo modifi-
caciones urbanas de importancia. En 1372 se abrieron azucachs, uno de
ellos detrás de la ig·le sia de Santa Cruz (31).
1

En el año 1378 se nombró una comisión de jurados y prohombres para


reconocer y mejorar ciertas calles que particularmente en su entrada
eran tan estrechas que dificultab&n el tránsito. Por la angostura de algu-
nas s.e prohibió en ellas en 1379 el tráfico rodado (32).

(28) Ordenanzas ... de Granada, tít. 85.


(29) Montoto, Sevilla, p. 16. ,
(30) El príncipe que murió de amor, por el Duque de Maura, p. 46.
(31) Tei.>üdor, Antigüedades de Valencia, 1, p. 142, Manual núm. 16, fol. 118.
(32) P1ertegás, la urbe valenciana, p. 360, n. (2).

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Plano esquemático de la Valencia islámica, con los cementerios en torno, según Lévi-Provenr;al.

434

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