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causas culturales de la violencia en el salvador

El problema de la violencia en El Salvador es un problema histórico estructural, tiene que ver


con la forma en como se ha venido organizando la sociedad y en las relaciones de poder y de
tener. Al hojear la historia nos percatamos de que las convulsiones sociales que hemos vivido
han tenido causas generadoras de violencia, con ciertos matices, muy similares.

Durante la colonia, según afirmaciones de feministas e historiadores, un alto índice de mujeres


indígenas fueron violadas sexualmente por los invasores, y el mestizaje que ese abuso produjo
llegó desde su origen cargado de odio y resentimiento.

La psicología moderna revela que la naturaleza de ciertas patologías se encuentra registrada


en experiencias de dolor que quedaron grabadas en el inconsciente y que afectan el modo de
pensar, actuar e interpretar la realidad. El inconsciente es como una recamara íntima de nuestra
mente, un componente heredado culturalmente. Por tanto, existen arquetipos, como dice Carl
Jung, que son como esquemas de imágenes y símbolos que se manifiestan de formas distintas
en las culturas, estos esquemas son heredados de generación en generación y cuando las
causas no desaparecen son generadoras de más violencia.

A esta humillación abrumadora sufrida históricamente se le ha venido sumando toda la


exclusión, también histórica, que desde los poderes dominantes se tradujo en la negación de
los derechos básicos de existencia, los cuales siempre han sido reivindicados por el pueblo
pobre. Así, en 1833, Anastasio Aquino se levantó contra el presidente liberal, Mariano Prado,
por la imposición de reformas tributarias injustas y por la humillación constante a que eran
sometidos los indígenas. Este levantamiento fue violentamente aniquilado. Lo mismo sucedió
en 1932 cuando Farabundo Martí encabezó un levantamiento indígena contra el presidente
Maximiliano Hernández Martínez, debido a la exclusión, explotación y expropiación de sus
tierras. De igual forma fue cruelmente desarticulado, estimándose que unos 30 mil campesinos
fueron asesinados.

Los años posteriores al 32 también fueron años violentos expresados en decenas de asesinatos
de hombres y mujeres, estudiantes, maestros, campesinos, religiosos, incluyendo el asesinato
del hoy Beato Monseñor Romero. En 1980 se abre una coyuntura de guerra civil que culminaría
con los Acuerdos de Paz firmados en 1992. Se estima que durante los doce años de guerra
fueron asesinados 75 mil personas y miles de desaparecidos de los cuales no se tienen registros
precisos.

En los últimos 23 años se han asesinado a más de 73 mil personas. Del número de
desaparecidos no se tienen registros, pero solo del año 2009 al 2013 se reportaron 4,786 casos
de desaparecidos. La tasas de homicidios de mujeres pasaron de 7.4 a 17.4 muertes por cada
100 mil habitantes, constituyendo una de las más altas a nivel mundial (Iudop-UCA, 2014). Y al
presente la violencia continúa.

Vivimos una violencia con matices diferentes: los actos repudiables realizados por maras o
pandillas, el crimen organizado y el narcotráfico, y aunado a esto la violencia ejercida por el
Estado para debilitar el crimen. Somos testigos por las imágenes de escenas espeluznantes
que antes solo eran vistas en películas de terror. Los gobiernos han realizado grandes
inversiones para combatir el crimen pero ninguna medida ha dado resultados satisfactorios para
la población: el plan Mano Dura del expresidente Flores disparó los homicidios que pasaron de
2,270 a 2,933 en el año 2004. El plan Súper Mano Dura del expresidente Saca paso de 2,933
a 4,382 homicidios, invirtiendo 1,717 millones de dólares. La llamada tregua en tiempos del
expresidente Funes es la que ha sido más efectiva en términos de reducción de homicidios,
paso de 4,382 a 1,050 en el 2014.

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