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AURORA BOSCH

HISTORIA
DE ESTADOS UWIDOS
1776-1945

Crítica
Barcelona
Agradecimientos

La propuesta que me hicieron en 1995 Josep Fontana y Gonzalo


Pontón de escribir una historia de Estados Unidos para los lectores en
español, ha sido un trabajo de casi diez años, en los que he recibido la
ayuda y el estímulo de muchas personas e instituciones, a las que qui­
siera expresar mi agradecimiento en estas líneas. Mi primera deuda es
con mis editores, que transformaron mi proyecto inicial de hacer una
historia del radicalismo estadounidense en una historia: de Estados
Unidos, que contuviera también esos aspectos, habitualmente poco
tratados en la mayoría de las síntesis históricas sobre ese país. Por
otro lado, tanto Josep Fontana como Gonzalo Pontón leyeron parte de
mi manuscrito en proceso de elaboración y fueron tremendamente
condescendientes con los plazos de entrega de este libro. Mi agrade­
cimiento se extiende también a la profesionalidad y amabilidad de
Carmen Esteban, directora editorial, de gran ayuda en la última fase
de este libro, y a Silvia Iriso, coordinadora editorial, que ha facilitado
todo el proceso de corrección de pruebas.
Mi deuda es enorme con todas las personas e instituciones que hi­
cieron posible que pudiera aprovechar al máximo mis estancias en Es­
tados Unidos, sin las cuales no hubiera podido captar la complejidad
y diversidad de la historia y la sociedad norteamericana. A sí pues, mi
agradecimiento a la Generalitat Valenciana, que en el curso 1989-
1990 me concedió una beca para desplazarme a la Universidad de
Berk.el.ey en la que sería mi primera estancia en Estados Unidos; a R i­
chard Herr, que. me invitó al Departamento de Historia de dicha uni­
versidad y me brindó desde entonces su magisterio y amistad; a la Uni­
versidad de Valencia que en el año 1992 me. concedió una ayuda para
una estancia breve en UCLA, a. invitación de John Laslett, en lo que
fu e el comienzo de una larga relación con el Departamento de Histo­
ria de dicha universidad y muy especialmente con el Center fo r Social
X HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Theory and Comparative History, que dirige Robert Btenner. En dicho


centro estuve en dos estancias breves en 1994 y 2002, que fueron de­
terminantes en ayudarme a enfocar la historia de Estados Unidos en
clave comparativa y, sobre todo, me permitieron disfrutar del estímu­
lo intelectual y la amistad de muchas personas, entre las que quisiera
destacar a su director Robert Brenner, al coordinador del centro, Tom
Mertes, a Perry Anderson, Michael Mann, Nicky Hart. También en Los
Ángeles conocí en 1992 a Devra Weber, profesora de historia de Esta­
dos Unidos en la Universidad de Riverside, que me ha facilitado y su­
gerido bibliografía y con la cual he discutido sobre la historia de Es­
tados Unidos a lo largo de estos años. Mi gratitud es especial hacia
Perry Anderson y Chaohúa Wang y hacia Devra Weber, que me hos­
pedaron en Los Ángeles en 2002,
También fueron muy fructíferas mis estattciaS en el Institute o f
United States Studies de la Universidad :.40./;Eondre.s; la prim era en
1997, disfrutada gracias a la concesión de una beca del M inisterio de
Educación, para elaborar algunos de los primeros capítulos del libro
y la última durante el curso académico 2003-2004 en que la Univer­
sidad de Valencia me concedió un año sabático, imprescindible para
la redacción final del libro. En esta última estancia quiero agradecer
a James Dunkerly, actual director del instituto, adscrito en el momen­
to presente al Departamento de The Americas de dicha Universidad,
que facilitara al máximo mis estancias en dicho centro. También a
Perry Anderson, que generosamente nos prestó su casa para esta es­
tancia en Londres.
En España quisiera agradecer a Carmen González, de la sección
cultural de la Embajada de Estados Unidos en Madrid, la oportunidad
que me dio de visitar en febrero de 2002 diversos centros de American
Studies en universidades del sur y e l este de Estados Unidos, así como
su apoyo y estímulo a este libro y en general a l estudio de la historia
de Estados Unidos desde España. Agradecimiento que quiero exten­
der a las profesoras Sylvia L, Hilion y Carmen de la Guardia, pione­
ras en la historia de Estados Unidos en España, que siempre me brin­
daron generosamente su ayuda.
Entre mis amigos y colegas mi agradecimiento especial a M. “Cruz
Romeo, que me sustituyó en la docencia en una de mis estancias en Es­
tados Unidos, a Maro Baldó, Ismael Saz y Teresa Carnero, que como
directores del Departamento de Historia Contemporánea de la Uni­
versidad de Valencia comprendieron la importancia de facilitar mis
estancias en Estados Unidos y Londres, flexibilizando en la medida en
AGRADECIMIENTOS XI

que pudieron la extrema rigidez y exigencia de nuestro calendario do­


cente y normativas académicas. Mi deuda es especial con Teresa Car­
nero, que me animó en todo momento, así como con Fernanda del Rin­
cón, Rafael Aracil y muy especialmente con Mario García Bonafé, que
leyó pacientemente el manuscrito cuando yo estaba en mi particular
crisis de «mitad del libro» y me animó a continuar mi estudio sin ata­
jo s y por tanto sin prisas.
La redacción de este libro se ha beneficiado también del contacto
y las discusiones con los alumnos de segundo ciclo y especialmente
del doctorado del Departamento de Historia Contemporánea de la
Universidad de Valencia, en los cuales he impartido respectivamente
durante todos estos años Historia de Estados Unidos y distintos as­
pectos del radicalismo y sistema político estadounidense.
En un libro escrito normalmente en el tiempo que queda tras la do­
cencia y la administración académica, merece una mención aparte la
fam ilia, que es la que sufre directamente los apuros del autor y de la
cual no he recibido mas que paciencia, apoyo y estímulo, particular­
mente de mis hermanas M .aÁngeles, Susana y Verónica.
Mención aparte merece en este apartado mi marido, Ronald Fra-
ser, al que va dedicado este libro, que contribuyó a que considerara
normal dedicarme a la historia de un país que no fuera e l mío y en­
tendió desde principio a fín mi empeño. Durante todos estos años, he
disfrutado de sus comentarios, su entusiasmo y de sus lecturas parcia­
les del manuscrito.
A todas las personas e instituciones aquí mencionadas mi más sin­
cera gratitudaunque p or supuesto las opiniones, limitaciones y erro­
res de este libro son exclusivamente de mi responsabilidad.

A u r o r a B o sch
Valencia, 8 de marzo de 2005
Principales unidades y abreviaturas:
Acre = 0,4 hectáreas
Hectárea = 2,47 acres
Milla cuadrada = 640 acres (o 256 hectáreas)
Galón americano = 3,785 litros
Billón americano ~ 1.000 millones

ARK. Arkansas MINN. Territorio de Minnesota


ALA, Alabama MISS. Míssissipi
CA. California MO. Missouri
CONN. Connecíicuí. N.l New Jersey
FLA. Florida NH. New Hampshire
GA, Georgia N.C. Carolina de! Norte
IN. Territorio indio NY. Nueva York
IND. Indiana PA. o PENN, Pennsylvania
ILL. Illinois R.l. Rhode Island
KY. Kentucky S.C. Carolina del Sur
LA, Louisiana TENN. Tennessee
MASS. Massachusetts VT. Vermont
MICH. Michigan WA. Territorio
ME. Maine de Washington
MD. Maryland WIS. Wisconsin
Capítulo 1
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA
Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL, 1776-1791

L as c o l o n ia s e n e l s ig l o x v m , s o c ie d a d e s e n p r o c e s o
DE CRECIMIENTO ECONÓMICO Y CAMBIO SOCIAL ACELERADO

Hácia 1760, las 13 colonias británicas del América del Norte, no


sóló habían demostrado su viabilidad económica, al constituir ya un
tercio de la economía británica, sino que eran una sociedad diversa y
conflictiva, en rápido proceso de cambio, que iban afirmando unos ras­
gos distintivos con respecto a la metrópoli.
La población de las colonias norteamericanas crecía más rápida­
mente que ninguna otra del mundo occidental. Entre 1700 y 1776 sus
habitantes se habían multiplicado por diez, pasando de 250.000 habi­
tantes a dos millones y medio, cuando ya constituía la quinta parte de
las poblaciones británicas e irlandesas. Este aumento de la población
fue debido tanto a un crecimiento vegetativo global del 1,5 por 100 y
una esperanza de vida, una vez superada la primera infancia, superior
a los sesenta años,1 como a las nuevas oleadas migratorias, tanto li­
bres como forzadas.
Para satisfacer la demanda constante de mano de obra en las plan­
taciones del sur fueron deportados un total de 50.000 presos británicos,
que durante el siglo xvm se sustituyeron progresivamente por esclavos
africanos. En 1780 había ya 575.425 esclavos — 1/5 de la población
colonial— , que vivía mayoritariamente en las colonias del sur. Tam­
bién los ingleses y escoceses pobres continuaron llegando a las colo­
nias como sirvientes contratados para •— a cambio del pasaje— , traba­
jar y ser tratados como esclavos por un período medio de cuatro años,
tras los cuales recobraban su libertad.2
2 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

En cuanto a los inmigrantes libres ya no eran exclusivamente ingle­


ses. Entre 110.000 y 150,000 alemanes luteranos y 250.000 escoceses
del Ulster, presbiterianos se establecieron en los territorios de frontera
de Pensilvania, Virginia y Las Carolinas. Allí ocuparon y roturaron las
tierras de forma ilegal, disputándolas peligrosamente a los nativos ame­
ricanos. A los alemanes y escoceses-irlandeses se sumaron otros grupos
menores como los hugonotes franceses, los irlandeses, los galeses, los
suizos y los judíos, de forma que hacia 1790 poco más de la mitad de la
población tenía sus orígenes fuera de Inglaterra.3
Esta presión sobre la tierra d é la creciente población aumentó el te­
rritorio colonizado, que hacia 1760 era ya una franja costera continua
en el Atlántico, de Mainé a Florida, que se extendía al oeste más allá
de los Apalaches. Seguía siendo una sociedad muy rural — sólo
167.500 personas vivían en las ciudades principales— , con una pobla­
ción muy dispersa, pero al calor de la actividad comercial fueron cre­
ciendo algunas ciudades en la costa Atlántica. La principal era Fila­
delfia con 35.000 habitantes, Boston y Nueva York contaban 25.000
habitantes cada una, tras ellas estaban los puertos de Charleston y New-
port y otras 15 ciudades más pequeñas.
En esta sociedad tan rural, el desarrollo agrícola fue el puntal del
crecimiento económico colonial del siglo xvin y la forma en que la
economía colonial se imbricó en la expansión económica británica. La
presión demográfica aumentó la superficie cultivada y gran parte de la
producción agrícola — principalmente grano y tabaco— , ya fuera en
las plantaciones del sur o en las explotaciones familiares del noreste,
se dedicaba a la exportación a Europa y al Caribe o al incipiente co­
mercio interior e intercolonial, que el crecimiento de las ciudades y la
mejora de los medios de transporte favoreció. Este mercado interior re­
gional e interregional estimuló también las primeras manufacturas de
tejidos naturales y zapatos.
Pero la creciente demanda colonial de productos manufacturados
aun prefería las manufacturas británicas, incrementando el déficit co­
mercial de las colonias con la metrópoli. Así, en este floreciente
comercio, que en 1745 ocupaba la mitad de los barcos ingleses, las
im portándonos de Inglaterra y Escocia4 pronto superaron a las expor­
taciones americanas, generando un déficit comercial, que de momen­
to era compensado por el comercio ilegal con las Antillas no británi­
cas y los beneficios económicos de pertenecer al imperio. Entre estos
beneficios estaban los mercados garantizados, la protección naval, el
acceso al crédito inglés y escocés o el que los barcos construidos en
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN N ACION AL 3

las colonias americanas, fueran legal mente británicos, permitiendo asi


desarrollar en América una de las industrias más potentes de cons­
trucción naval.5
Aunque el crecimiento económico de la primera mitad del si­
glo xvni, elevó la movilidad social y las posibilidades de enriqueci­
miento, también consolidó el poder económico de las élites coloniales
y aumentó las desigualdades deyriqueza entre estas y el resto de la po­
blación. Entre 1730 y 1760 en Ciudades pequeñas, como eran Nueva
York (25.000 fiáBitárites), Filadelfia (35.000) o Boston (25.000), la
élite de comerciantes concentró e incrementó su riqueza en torno a un
50 por 100, amasando enormes fortunas e imitando los comporta­
mientos de la clase alta británica. Por esas fechas, en esas mismas ciu­
dades tuvieron que construirse.7
Por otro lado, aunque los propietarios agrícolas eran mayoría, no
todos los qué pretendían acceder a la propiedad lo consiguieron en la
primera mitad del siglo xvm y el arrendamiento se convirtió en una de
las formas dominantes de la explotación de la tierra desde Nueva York
hasta Carolina del Norte.8 Algunos propietarios concedían arrenda­
mientos a precios bajos, con el simple objetivo de roturar la tierra;
otros eran compañías que compraban tierra en el oeste para especular
y algunos como los propietarios del valle de HudsOn, querían, como en
un sistema feudal, unir extracción económica y privilegio político.
Así, la demanda de tierra fue motivo de los distintos movimientos de
protesta rurales que estallaron en el campo colonial desde 1740. En
1740 fueron los arrendatarios de New Jersey, en 1750-1760 los del
nordeste de New York y el valle de Hudson y, entre 1766-1771 — ya
en el período revolucionario— , el Movimiento Regulador reunió a
2,000 campesinos pobres de los condados del oeste de Carolina del
Norte contra el sistema de impuestos, los comerciantes y los abogados,
que recolectaban las deudas. El movimiento fue dispersado por la mi­
licia en 1771 y seis de sus líderes fueron ahorcados.
Las protestas sociales en el campo y las ciudades expresaban ya el
surgimiento de una ideología popular, que desafiaba el poder de la éli­
te, exigiendo su participación en la política y cuestionando la distri­
bución de la propiedad. Este ambiente de desafío a la autoridad de las
élites tuvo su máxima expresión en el movimiento de disidencia reli­
giosa conocido como el Gran despertar, que se extendió por las colo­
nias en las décadas centrales del siglo xvm . Este movimiento de disi­
dencia religiosa era también un refugio para los pobres9 de las iglesias
establecidas: Congregacionista en Nueva Inglaterra; Congregacionis-
4 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

ta, Luterana y Holandesa en las colonias centrales; cuáqueros en Pen-


silvania; anglicanos y católicos en el sur. Las demandas religiosas de
los pobres y los nuevos inmigrantes fueron satisfechas por predicado­
res evangelistas que viajaban por todas las colonias, difundiendo un
mensaje radical contra la autoridad establecida, ganando a sus fieles
por su capacidad para conmover, su crítica a la acumulación de rique­
za y su preocupación social, más que por su preparación intelectual.
Era una religión más personal, donde podían expresarse libremente las
emociones, escéptica ante el dogma, que invitaba a los fieles a partici­
par en los asuntos eclesiásticos. El Gran despertar desintegró así la re­
ligión institucionalizada, dando paso a multitud de iglesias, que com­
petían entre sí por captar a sus fieles, abriendo el camino a la
separación de la Iglesia y el Estado, que se formalizaría durante la re­
volución en las Constituciones de los Estados y posteriormente en la
Constitución federal (1787).10
En cuanto a la evolución política, a mediados del siglo xvm , las
colonias seguían ligadas a la metrópoli por la figura del gobernador, de­
signado por el rey o propietario de la colonia, que tenía aún muchas atri­
buciones — como derecho a veto en las leyes elaboradas por las Asam­
bleas coloniales, poder de disolver las Asambleas y convocar nuevas
elecciones y/o designar a su Consejo Ejecutivo— . Pero por otro lado las
colonias estaban habituadas a autogobernarse a través de sus órganos
legislativos elegidos — Asambleas coloniales, Town Halls— , liderados
por sus propias élites y a decidir sobre los asuntos internos de cada co­
lonia, incluido el poder de aprobar impuestos e iniciar la discusión de
sus leyes.’1
Esta política colonial, aunque liderada por las élites coloniales
— abogados, comerciantes, plantadores— , que ocupaban los escaños
de las Asambleas y los comités de los town meefings, eran elegidos por
el electorado más amplio del mundo occidental. Entre el 40 y el 80 por
100 de los varones blancos — un 20 por 100 de la población— podía
votar para elegir delegados en las Asambleas y paiticipar en los town
meetings.12

¿ Q u ié n d o m in a r á e l c o n t i n e n t e ? L as g u e r r a s c o l o n ia l e s

Sin duda, las tres guerras imperiales, que desde 1713 tuvieron lugar
en las colonias para dirimir qué imperio dominaría América del Norte,
contribuyeron a aumentar las tensiones en este mundo cambiante, es-
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 5

peeialmente en Nueva Inglaterra, que sufrió el mayor número de bajas.


El tratado de Utrecht (1.713-1714), que puso fin a la guerra de Sucesión
Española, conocida en las colonias como guerra de la reina Ana, supu­
so el fin de la hegemonía francesa y el principio de la hegemonía britá­
nica. Desde entonces, Inglaterra utilizó su hegemonía indirecta para
mantener la paz y el equilibrio en el continente europeo; pero en Amé­
rica persiguió su política de desarrollo comercial y expansión colonial,
frente a los dos imperios que obstaculizaban sus objetivos: Francia y
España. De esta forma, a partir de 1713 todos los conflictos internacio­
nales tuvieron resonancia en los territorios coloniales del norte de
América o fueron estos territorios motivo de las guerras entre los im­
perios europeos, exigiendo así la participación de los colonos en el es­
fuerzo bélico.13
La guerra de la Oreja de Jenkins (1739-1742) enfrentó a Gran Bre­
taña y España por el control del comercio caribeño. La guerra se dis­
putó en Florida y el Caribe, donde las tropas británicas, reclutadas en
Georgia y Carolina del Sur, financiadas con dinero colonial, pero man­
dadas por oficiales británicos, tenían el propósito de invadir Florida y
adueñarse de Cartagena de Indias y Cuba. Los colonos fracasaron en
todos sus objetivos sufriendo enormes pérdidas, que achacaron a la
ineficacia y arrogancia de los oficiales británicos.
En la guerra del rey Jorge (1744-1748), nombre con que se conocía
en las colonias la guerra de Sucesión Austríaca, franceses e ingleses, se
enfrentaron por el control de los bosques de la región del Maine, Illi­
nois, el valle de Ohio y la región de los Grandes Lagos. Ambos impe­
rios tenían una presencia y objetivos coloniales muy distintos en Nor­
teamérica. Los colonos británicos eran una población en expansión, de
casi dos millones de personas, asentados en colonias independientes
de la Costa Atlántica. Los colonos franceses, centrados en Québec,
eran solamente 80.000, dispersos por un enorme territorio salvaje que
iba de los Grandes Lagos a Nueva Orleans, siguiendo el curso del Mis­
sissippi. Pero Francia tenia la ventaja d e que en población era muy ho­
mogénea, su autoridad estaba centralizada y contaba con la alianza de
las naciones indias frente a los ingleses, pues a diferencia de los colo­
nos ingleses no tenía interés en la explotación agrícola de su territorio.
Los colonos de Nueva Inglaterra, planearon, financiaron y ejecutaron
con éxito la toma de Louisbourg, la fortaleza francesa en Nueva Esco­
cia, que fue la principal victoria de esta guerra; pero el imperio britá­
nico, la devolvió a Francia en 1748 a cambio de Madrás en 1a India, sin
tener en cuenta los intereses de los colonos.
6 HISTORIA DE-ESTADOS UNIDOS

Seis años después, franceses ©ingleses se volvieron a enfrentar de­


finitivamente por el control de Norteamérica. La guerra de los Siete
años, que duró nueve en las colonias norteamericanas (1754-1763) y
se llamó guerra franco-india, se inició en América, sus moti vos fueron
estrictamente coloniales y tuvo en América su escenario principal. El
motivo fue otra vez la competencia por el control del valle de Ohio, en­
tre los colonos de Virginia, que lo consideraban su zona de expansión
ál oeste, y Canadá,^obre la que aspiraban a expandirse los colonos de
Nueva Inglaterra. Los primeros choques entre virginianos, mandados
por el teniente coronel de la milicia, George Washington, de veintidós
años, y franceses, tuvieron lugar en la confluencia del río Ohio y aca­
baron con la derrota de los virginianos.
Tras esta derrota Inglaterra decidió enviar a Norteamérica sola­
mente dos regimientos, mandados por el general Edward Braddock,
esperando que fuera una guerra localizaba. Por otro lado, fracasaba el
llamado Pían de Unión de Albany, para establecer entre ocho colonias
de las trece un plan de defensa común, que les permitiera reclutar un
ejército y financiarlo. En 1755, el pequeño Ejército británico, al que se
unieron tropas de las colonias directamente amenazadas, sufrió seve­
ras derrotas frente a los franceses, mientras la guerra se extendía por
todo eí mundo: el Atlántico, elM editerráneo, las Indias Occidentales,
El Océano índico y Asia. Las derrotas continuaron en 1756-1757, has­
ta que William Pitt, nombrado presidente del Consejo de Ministros,
comprendiendo que lo esencial de esa guerra era eí control de Nortea­
mérica, trasladó a las colonias un ejército de 25.000 hombres, al que se
unieron otros 25.000 colonos.
En 1759 los británicos consiguieron controlar el valle de Ohio. Los
primeros éxitos militares en Norteamérica se extendieron ese mismo
año a todos los escenarios bélicos, con victorias en la India y África y
la confirmación del poderío navál británico. A estas victorias, se uniría
también en 1759 la toma de Qüébec y en 1760, la conquista de Mon-
tréal. Aunque la guerra aún continuaría en el oeste, el poderío francés
se había acabado en el continente americarío.
Por la paz de París (1763), todo el Canadá francés y la Florida es­
pañola — a cambio de la devolución de Cuba, conquistada por los in­
gleses en 1762— fueron cedidos a Gran Bretaña. Francia, para resarcir
a España de sus pérdidasle cedió la Luisiana y todos los derechos fran­
ceses al territorio situado al oeste del Mississippi. Francia desapareció
así de Norteamérica, lo que permitía a los colonos expandirse libre­
mente por ei norte y el oeste, y que el imperio británico fomentó hasta
REVOLUCIÓN* INDEPENDENCIA^Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 7

convertirse en una potencia mundial, que se extendía por Norteaméri­


ca, Las Indias Occidentales y la India.14
Las experiencias bélicas, el desarrollo económico y los cambios
sociales de la primera mitad del siglo xvm , reafirmaron las particular!"
dades que diferenciaban a las colonias de la metrópoli. A 5,000 kiló­
metros de distancia de la metrópoli, eran «sustancialmente libres e in­
dependientes unas de otras»; tenían una economía fundamentalmente
agraria, incluso primitiva, pero muy capitalista y eran Una sociedad
donde el racismo estaba institucionalizado — pues la prosperidad de los
blancos se consiguió a base de arrebatar tierras y exterminar a las na­
ciones indias y explotar a los esclavos negros africanos— y constituía
un elemento de cohesión de la minoría europea. La cohesión y homo­
geneidad de las sociedades coloniales aumentaba por la religiosidad
común —casi todas las iglesias eran protestantes— , la alfabetización
masiva y una relativa igualdad económica. Así, aunque las desigual­
dades de riqueza aumentaron en el siglo xvm , un 40 por 100 de la po­
blación blanca eran propietarios agrícolas, artesanos o tenderos y los
colonos blancos en general gozaban de un nivel de vida y una partici­
pación en la sociedad civil muy superior a la europea.15
A pesar de estas peculiaridades, nada hacía pensar que la indepen­
dencia o la revolución eran inevitables tras la victoria británica en la
guerra franco-india. La paz de París parecía beneficiosa tanto para los
colonos como para el imperio. Inglaterra se confirmaba como el poder
hegemónieo mundial, que dominaba los mares y añadía a su territorio
la India; Canadá y Florida. En cuanto a los colonos, eliminados los
franceses de Norteamérica, podían expandirse por su enorme territo­
rio, que ahora se extendía desde el Golfo de México a la Bahía de Hud­
son y de los Apalaches al Mississippi en el oeste. Pero las necesidades
británicas de administrar su creciente imperio en Norteamérica y de
enjugar las deudas contraídas en la guerra franco-india le obligaron a
aumentar la imposición colonial. Este aumento de la tributación coin­
cidió con la crisis económica colonial y provocó entre 1763 y 1775 la
crisis fiscal, que llevaría primero a la rebelión y después a la revolu­
ción y la guerra de la Independencia.
Mapas 1 y 2: Norteamérica en 1756 y 1763, respectivamente.
F u en te : R. E. Evans, La guerra de la Independencia norteamericana,
Akal, Madrid, 1991.
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 9

I ,a r e o r g a n iz a c ió n d e l im p e r io e n A m é r ic a .
«No PUEDE HABER IMPOSICIÓN SIN REPRESENTACIÓN»

Los intentos de los Es tu ardo de centraliza!* administrativamente el


imperio, mediante la Junta de Comercio (The Board of Trade), habían
fracasado a principios del siglo xvm . En cuanto a las Leyes de Nave­
gación promulgadas a partir de 1651, por las que todas las mercancías
coloniales debían dirigirse en primera instancia a los puertos británicos
desde los cuales se reexportaban a otros países y las colonias eran mer­
cados exclusivos para las manufacturas inglesas, no se cumplían con
rigor en las colonias americanas, que mantenían un floreciente comer­
cio intercolonial, ni en las Antillas no británicas, lo que les permitía
compensar su desequilibrio comercial con Gran Bretaña.
Cuando la guerra franco-india acabó, la reforma de ese imperio, al
que Benjamín Franklin comparaba en su fragilidad con un jarrón chi­
no,16 no podía dilatarse más. Había que integrar a una población fran­
cófona de 80,000 habitantes, organizar el enorme territorio adquirido a
Francia y España, especialmente las salvajes y deshabitadas tierras del
oeste, donde el inminente conflicto entre los colonos ávidos de tierra y
los nativos americanos estalló en la rebelión de Pontiac en mayo de
1763. Desde la toma de Canadá en 1760, el comandante en jefe del
Ejército británico, el general Jeffrey Amherst, no necesitando ya la
ayuda india para derrotar a los franceses, suspendió los subsidios a las
naciones indias en el momento en que eran más necesarios para su su­
pervivencia tras los años de guerra. Al mismo tiempo el Ejército britá­
nico ocupaba los fuertes franceses a lo largo del río Ohio, lo que las na­
ciones indias de la zona consideraban una intrusión en sus territorios
de caza y la constatación de que — a diferencia de los franceses— los
británicos trataban de ocupar sus tierras, pues no entendían cómo los
franceses «habían entregado su país, que jamás había sido conquistado
por nación alguna».17 Ante esta perspectiva, los indios de la región del
Ohio se unieron a Pontiac, el jefe de los otawa, en la guerra de inde­
pendencia india, capturando todos lo s puestos fronterizos —excepto
Fort Pitt, Fort Niagara y Detroit— , masacrando las guarniciones y aso­
lando la frontera desde Nueva York a V irginia.18
Ante este levantamiento indio, el rey firmó en octubre de 1763 la
Proclamación Real, que además de establecer tres nuevas colonias en
las tierras conquistadas a España y Francia — Québec, Florida este y
Florida oeste— , dibujaba una «frontera imaginaria» a lo largo de la
cima de los Apalaches, que los colonos no podían traspasar y donde
10 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

los gobernadores no podían autorizar inspecciones de tierras, n i con­


ceder donaciones. Pero la paz con los indios no llegó hasta 1766 y la
Proclamación no evitó que los colonos y especuladores traspasaran la
frontera de los Apalaches» por lo que Gran Bretaña consideraba que
necesitaba un ejército permanente de 10.000 soldados en el oeste, el
doble del que existía en las colonias antes de la guerra franco-india,
cuyos gastos superaban las 300.000 libras anuales.
Para pagar estos gastos y las deudas de guerra, no podía recurrirse
ya al aumento de la tributación en Inglaterra» donde las clases popula­
res expresaban su descontento por la corrupción y la no extensión del
derecho al voto en constantes disturbios populares; Irlanda se impa­
cientaba bajo la sistemática interferencia británica y las clases altas se
sentían ahogadas por los impuestos. Las reformas de George Grenvi-
lle, el primer ministro de Jorge III, trataron de que los colonos ameri­
canos, que soportaban la tributación más baja del mundo occidental,
contribuyeran a estos gastos, primero con reformas aduaneras que hi­
cieran cumplir las Leyes de Navegación, y cuando éstas fueron insufi­
cientes, con nuevos impuestos.
Las patrullas de la Marina en las costas y un nuevo tribunal del Al­
mirantazgo con sede en Halifax fueron acabando con la negligencia y
corrupción de las Leyes de Navegación, La Ley del Azúcar, aprobada
en 1764, reforzaba y actualizaba este aspecto de poner freno al contra­
bando y la corrupción de los aduaneros. La ley ampliaba la lista de pro­
ductos coloniales que debían exportarse directamente a Gran Bretaña
— al tabaco y el azúcar se añadieron las pieles, el.hierro, la madera— ;
aumentaba los registros y fianzas que los comerciantes debían obtener;
imponía aranceles a los tejidos, el azúcar, el índigo, el café y el vino
importado a las colonias y, sobre todo, reducía de 16 a 3 peniques el
galón el arancel sobre las melazas, esperando que un arancel reducido
se cumpliría a rajatabla, acabaría con el contrabando, llevaría a la im­
portación legal de melazas y beneficiaría económicamente a la Corona.
La opinión de los colonos era muy distinta: «por primera vez el Parla­
mento había asumido funciones de aumentar los impuestos en las co­
lonias, más que simplemente regular el comercio».19
Ese mismo año el Parlamento aprobó la Ley de la Moneda, que ex­
tendía a todas las colonias la prohibición de emitir papel moneda, con
lo que el dinero colonial perdió su valor, haciendo caer también los
precios y agravando así la crisis económica y monetaria de las co­
lonias tras la guerra. Esta crisis no era la mera expresión de los efec­
tos de la guerra y los nuevos controles metropolitanos sobre el dinero
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 11

y el comercio, sino que tenía como causa estructural la enorme depen­


dencia de la economía americana del crédito británico. Para aumen­
tar las ventas en las colonias, los financieros británicos y escoceses
ampliaron y diversificaron su línea de crédito, lo que contribuyó a la
expansión económica colonial de mediados del siglo xvm , pero tam­
bién saturó el mercado de productos británicos y de algunos america­
nos, como el tabaco. La demanda extraordinaria de la guerra franco-
india salvó momentáneamente a muchos productores y comerciantes
de la ruina, pero no de su dependencia del crédito británico y de cual­
quier movimiento de la economía británica, como la crisis financiera
de 1762-1764.
La escasez de crédito colonial era pues anterior a la Ley de la M o­
neda, pero tras la entrada en vigor de esta ley, todas las clases econó­
micas coloniales — granjeros, plantadores y comerciantes— pensaban
que aumentar el papel moneda en circulación era una alternativa a la
deflación y escasez de crédito. En los años siguientes también los co­
merciantes británicos —que habían presionado en su momento para
que se aprobara la Ley de la Moneda— estaban de acuerdo en que el
aumento de papel moneda en circulación facilitaría sus ventas en las
. colonias americanas.20
Estas reformas que regulaban el comercio y particularmente la Ley
del Azúcar, provocaron la primera protesta intercolomal contra la Co­
rona en 1764, pero fueron incapaces de sufragar todos los gastos del
mantenimiento de los 10.000 soldados británicos estacionados en el
oeste, por lo que Grenville decidió utilizar un nuevo tipo de impuesto,
que por primera vez afectaba a la economía interior de las colonias. En
marzo de 1765, el Parlamento aprobó la Ley del Timbre* que gravaba
con un impuesto los documentos legales, almanaques, periódicos y
casi cualquier tipo de papel utilizado en las colonias.21 También en
marzo de 1765 se aprobó la Ley de Acuartelamiento, que obligaba a
las colonias a abastecer y alojar a las tropas británicas, construyendo
cuarteles o alojándolas en posadas y edificios vacíos . Esta ley afectaba
sobre todo a Nueva York, donde estaba el Cuartel General del Ejérci­
to británico.
La imposición por primera vez de un impuesto «interno», que afec­
taba a todas las colonias y perjudicaba especialmente a los grupos so­
ciales más poderosos e influyentes, así como lá amenaza de que la Co­
rona pudiera utilizar el Ejército del Oeste para asegurar el cobro del
nuevo impuesto, movilizó a todos los sectores sociales y a todas las co­
lonias contra Inglaterra.
12 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

En un contexto social ya muy convulso desde mediados del si­


glo xvui, donde en medio de las tensiones sociales coloniales comen­
zaron a elaborarse una «ideología whig», que enfatizaba los derechos
del individuo frente al Estado, y una «ideología popular», que identifi­
caba libertad con representación política e igualdad, la nueva imposi­
ción británica dirigió la protesta social contra Inglaterra, y la Ley del
Timbre la convirtió en un movimiento de masas colonial que comen­
zaba a articularse políticamente.
La protesta comenzó entre las élites de las colonias — plantadores,
comerciantes, abogados, impresores— , que expresaron su descontento
en las Asambleas coloniales y lo difundieron por todas las colonias a
través de los Comités de Correspondencia, la multiplicación de panfle­
tos, periódicos y organizaciones llamadas Hijos de la Libertad, que se
reunían bajo los «árboles de la libertad». En los town meetings estas
élites se encontraban con ía clase media de pequeños agricultores, ar­
tesanos y tenderos, organizados espontáneamente en clubs y tabernas,
que formaban en todas las colonias grupos de resistencia locales y ex­
presaban junto a «la multitud» su descontento contra la Ley del Tim­
bre.22 El más violento de estos motines fue el que estalló en Boston,
destruyendo la casa del gobernador Thomas Hutchmson en agosto de
1765 y la del distribuidor del timbre en Massachusetts, Tras estos inci­
dentes, en todas las colonias la multitud quemó esfinges de los funcio­
narios reales.
El argumento legal de ía protesta era la defensa del derecho de los
colonos, como «ingleses nacidos libres», a no ser obligados a pagar im­
puestos por una institución como el Parlamento británico, en la que no
tenían representación. Este argumento contenía tanto una protesta con­
tra el Parlamento, que por primera vez había vulnerado la costumbre de
«no imponer impuestos internos»; como un cuestionamiento de la «re­
presentación virtual»23 en eí Parlamento británico, por la que cualquier
miembro del Parlamento representaba los intereses de todo eí país y todo
el imperio, aunque las colonias y las ciudades industriales británicas,
como Manchester o Birmingham, no tuvieran ninguna representación.
Los colonos americanos, acostumbrados a que votaran entre el 40 y
el 80 por 100 de los varones blancos —-mientras que en Inglaterra lo ha­
cían un 15 por 100— y a que hubiera una relación proporcional entre
población, electores y representantes, no podían entender esta repre­
sentación virtual. Estos argumentos, así como la petición de ayuda al
rey y al Parlamento para que rechazara la Ley del Timbre, se decidieron
el 7 de octubre de 1765 en ei Congreso contra la Ley del Timbre, que
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 13

reunió en Nueva York a 27 representantes de nueve colonias, para re­


dactar la Declaración de Derechos y Quejas de las Colonias.
El 1 de noviembre debía comenzar a hacerse efectiva la ley, pero
los negocios se hicieron sin timbre, los periódicos aparecieron con la
calavera pirata en la esquina donde debía haber estado el timbre y los
comerciantes británicos comenzaron a sufrir los efectos de los movi­
mientos de no importación. Estos movimientos, organizados por los
comerciantes coloniales, unían los intereses de todos los grupos eco­
nómicos —comerciantes saturados de productos británicos, plantado­
res, agricultores, artesanos y manufactureros-— en una acción que ex­
presaba tanto una opinión económica a corto y largo plazo, como la
influencia de la ética puritana,24 que consideraba productiva la agricul­
tura y la artesanía e improductivo la especulación y el comercio. En
este contexto comenzaron a tener eco voces como la de Benjamín
Franklin — el decimoquinto hijo de un cerero, impresor, escritor, filó­
sofo y científico autodidacta— , que cuestionaba el beneficio económi­
co de la relación con Gran Bretaña y veía llegado el momento de que
los americanos «se vistieran con sus propios trajes y no se los quitaran
de encima hasta que puedan comprar otros».25 Sin embargo, la mayo­
ría de los colonos aún pensaba en recuperar su autonomía económica
dentro de la relación imperial con Inglaterra.
El nivel de la protesta y el daño que ésta estaba causando a los in­
tereses económicos británicos fue tal, que en 1766 el Parlamento reti­
ró la Ley del Timbre, pero aprobó la Ley Declarativa, que confirmaba
que en el imperio solamente el Parlamento tenía la soberanía y la po­
testad de hacer leyes que obligaran a los colonos «en todos los casos,
cualesquiera que fueran». De todas formas, ante la oposición de los co­
lonos a pagar un impuesto interno, las autoridades británicas decidie­
ron recurrir a los tradicionales derechos de aduanas más indirectos y
externos. En 1767, el ministro de Hacienda Charles Townshend consi­
guió la aprobación en el Parlamento de nuevos gravámenes sobre el vi­
drio, la pintura, el papel y el té importados a las colonias. También re­
organizó la autoridad colonial entre 1767-1768: creó la Junta de
Aduanas norteamericana con sede en Boston, que dependía directa­
mente del Tesoro; estableció tres nuevos tribunales del Vicealmiran­
tazgo en Boston, Fiiadelfia y Charleston; creó un nuevo Secretariado
de Estado, dedicado exclusivamente a asuntos coloniales, y para eco­
nomizar, una vez firmada la paz con Pontiac en 1766, retiró el Ejérci­
to del Oeste y lo estacionó en las colonias costeras. La concentración
de este ejército permanente en el este y los Aranceles Townshend en-
14 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

candieron otra vez la protesta colonial y los movimientos de no im por­


tación, sin conseguir recaudar más que la décima parte de lo que cos­
taba mantener anualmente el Ejército, causando además enormes pér­
didas a las exportaciones manufactureras británicas.
Fue en Boston donde las protestas fueron mayores. Lideradas por *
Samuel Adams — hijo de un cervecero al que arruinó, recaudador de
impuestos fracasado y siempre perseguido por sus acreedores, fue uno
de los líderes patriotas más radicales, así como tutor de su primo me­
nor John Adams-™, que con sus Hijos de la Libertad escribía incendia­
rios artículos en los periódicos, organizaba protestas en los pubs, town
meetings y en la Asamblea cólÓnial. En febrero de 1768, la Asamblea
de Massachusetts aprobó y envió a las otras Cámaras Coloniales la cir­
cular -—elaborada por Samuel Adaras y el abogado bostoniano James
Otis-— que denunciaba los Aranceles Townsend como una violación
constitucional del principio de «ningún i contribución sin representa­
ción». El gobernador disolvió la As nuble a, por negarse a revocar la
circular, mientras los colonos formaban una Convención de Delegados
Ciudadanos y bandas errantes intimidaban a los aduaneros y boicotea­
ban a los comerciantes probritánicos.
Dos regimientos de tropas de Irlanda comenzaron a llegar a Boston
el 1 de octubre de 1768. En 1769 había 4.000 «casacas rojas» en una
ciudad de 16.000 habitantes y la tensión entre los soldados y los ciu­
dadanos era enorme. El 5 de marzo de 1770, una partida de ocho sol­
dados británicos, acosados por la multitud, disparó causando cinco
muertos. La matanza de Boston proporcionaba así los primeros márti­
res a la causa de los colónos, mientras sólo se habían recaudado 21.000
libras con los nuevos aranceles y se calculaban en 700.000 libras las
pérdidas comerciales británicas debidas a los movimientos de no im­
portación.
En abril de 1770, el Parlamento revoco todos los Aranceles Tow n­
send, excepto el déL té, y durante dos años hubo una tranquilidad
superficial. Las protestas de los colonos se habían convertido en una
rebelión articulada intercolonial, suficientemente efectiva para conse­
guir dañar los intereses británicos y hacer que el Parlamento revocara
la Ley del Timbre, el primer impuesto directo e interno sobre las colo­
nias americanas, así como todos los nuevos aranceles, excepto el del
té. Pero la metrópoli seguía dispuesta a aumentar el control económi­
co y político sobre las colonias. La Ley del Azúcar, la Ley de la M one­
da y la Ley de Acuartelamiento se mantenían en vigor. Los tribunales
del Vicealmirantazgo y la Junta de Aduanas continuaban funcionando.
r e v o lu c ió n , in d e p e n d e n c ia y c o n s tr u c c ió n n a c io n a l 15

En cuanto al Ejército, había tenido que abandonar Boston después de


marzo de 1770, pero permanecía en los alrededores y la Marina seguía
patrullando las costas.
Cuando comenzaron otra vez las protestas en el año 1772, las colo­
nias se encontraban en lo peor de la crisis económica, y los líderes
americanos empezaron a considerar la posibilidad de la independencia
como la mejor forma de proteger los intereses económicos colonia­
les.26 Conforme la crisis avanzaba, ya no se luchaba por «los derechos
del inglés nacido libre», sino por preservar la libertad americana, en­
tendida como un derecho universal, frente a la tiranía británica.
En junio de 1772, los habitantes de Rhode Island, en protesta por la
imposición opresiva de las Leyes de Navegación, abordaron y hundie­
ron la goleta de la Armada británica Gaspée, hiriendo a su capitán. La
respuesta de la metrópoli fue enviar una comisión real para investigar
los hechos, con poderes para mandar a los sospechosos a Inglaterra a fin
de ser juzgados. Ese mismo mes en Boston, el gobernador de Massa­
chusetts Thomas Hutchinson comunicó a la Asamblea de la colonia que
su salario y el de los jueces del Tribunal Supremo ya no provendría de
la Asamblea, sino de los beneficios de las aduanas, haciendo temer una
evolución hacia formas despóticas de gobierno. En noviembre de 1772,
bajo el liderazgo de Boston y especialmente de Samuel Adams, todas
las ciudades de Massachusetts habían organizado Comités de Corres­
pondencia, y la mitad de ellas — 270 ciudades— aprobaron The Votes
ú f Proceeding, el documento en que los bostonianos expresaban todas
las violaciones británicas de los derechos de los colonos -^imposición
de impuestos y legislación sin el consentimiento de los colonos, el en­
vío de ejércitos permanentes en tiempos de paz, la supresión del juicio
con jurado, la restricción de las manufacturas y la amenaza de estable­
cer obispos anglicanos en Norteamérica— . En marzo de 1773, la Asam­
blea de Virginia propuso la formación de Comités de Correspondencia
intercoloniaies y una red de estos comités se expandió por las colonias»
mientras los periódicos hablaban abiertamente de independencia.
En mayo de 1773, lord North, quien había sustituido a Townshend
como ministro de Hacienda, proporcionó la ocasión para el enfrenta­
miento cuando consiguió que el Parlamento concediera a la Compañía
de las Indias Orientales el privilegio exclusivo de vender directamente
el té a las colonias, sin pasar por los almacenes de los comerciantes co­
loniales. El objetivo principal de esta medida era aliviar la situación
económica de la compañía, pero la venta de té barato no evitó que los
comerciantes coloniales pensaran que a este monopolio podían seguir
16 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

otros, y que los Comités de Correspondencia interpretaran los hechos


como que la metrópoli estaba intentando comprar la pasividad del pue­
blo con té barato.27
En los principales puertos se impidió que los barcos descargaran el
té de la Compañía de las Indias Orientales. En Nueva York y Filadel-
fia los agentes de la compañía tuvieron que dimitir; en Charleston se
descargó el té y se vendió después para financiar la revolución; en
Boston, el gobernador Thomas Hutchinson obligó a los capitanes de
los barcos a descargar, pero el 30 de noviembre de 1773, un grupo de
patriotas disfrazados de indios mowak, dirigidos por Samuel Adams,
arrojaron al mar el cargamento de té valorado en 10.000 libras.
Mientras los comerciantes y algunos líderes patriotas veían con
preocupación la destrucción de propiedad, el Parlamento británico
aprobó en abril de 1774 las Leyes Coercitivas para disciplinar a Bos­
ton. Desde el 1 de junio de 1774, la Ley del Puerto de Boston cerraba
el puerto hasta que el té fuera pagado. La Ley de la Administración
Imparcial de la Justicia acordaba que los funcionarios acusados de de­
litos graves fueran juzgados en Inglaterra o en otra colonia, para evi­
tar unos jurados hostiles. Una nueva Ley de Acuartelamiento otorga­
ba al gobernador poderes para alojar a las tropas en edificios privados,
confiscándolos si era necesario y la Ley del Gobierno de M assachu­
setts alteraba la Carta de la colonia y reorganizaba el gobierno. Según
esta ley, los miembros del Consejo o la Cámara Alta serían nombra­
dos por el gobernador en lugar de ser elegidos por la Asamblea legis­
lativa, se restringían las reuniones ciudadanas, se reforzaba el poder
del gobernador para nombrar juecés y sheriffs y se nombraba a Tho­
mas Cage, comandante en jefe del Ejército británico, gobernador de
Massachusetts.
Al malestar que provocaron las Leyes Coercitivas se unió en junio
de 1774 la Ley de Québec, que permitía a los habitantes franceses de la
provincia el uso de la lengua francesa y la práctica del catolicismo ro­
mano, nombraba un gobernador y Consejo no elegido y, especialmente,
colocaba dentro de las fronteras de Québec las tierras occidentales al
norte del río Ohio, tierras que Pensilvania, Virginia y Connecticut ha­
bían reclamado hacía tiempo como suyas. Una y otra fueron llamadas
por los colonos «leyes intolerables», pues demostraban que Gran Breta­
ña estaba utilizando su poder contra los intereses económicos y políticos
de los colonos. La aprobación de estas leyes reavivó la protesta, conver­
tida ahora en una rebelión abierta contra el poder tiránico de la monar­
quía británica y en una revolución de las formas de poder en las colonias.
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 17

1774-1776, DE REBELIÓN COLONIAL A REVOLUCIÓN


POR LA LIBERTAD UNIVERSAL

Las Leyes Coercitivas aprobadas por el Parlamento británico para


castigar a Massachusetts y Boston, consideradas el embrión de la pro­
testa colonial, tuvieron el efecto contrario de unir a todas las colonias
en su contestación al poder monárquico y la administración colonial.
La revolución comenzó cuando el pueblo de Massachusetts se resistió
a pagar el té y a aceptar la nueva situación de pérdida de sus derechos
e instituciones, y en la lucha por recuperarlas encontraron nuevos lí­
deres radicales y fraguaron nuevos órganos de poder. Desde 1772, la
élite de los comerciantes en alianza con los artesanos y en ocasiones
con la colaboración de la multitud, había promovido la formación de
Comités de Correspondencia en todo Massachusetts; pero en 1774 el
cariz de la agitación cambió. Por primera vez hubo una presencia de
agricultores, que perjudicados por el cierre del puerto de Boston, deci­
dieron en sus comités unirse a Boston en la lucha contra las Leyes Co­
ercitivas. Los comités en cada ciudad y condado tomaron el poder ac­
tivo, sustituyendo a la autoridad oficial y organizando milicias, que
impedían la apertura de los tribunales. Aunque inicialmente la élite
whig de mercaderes y las ciases medias luchaban por el reestableci­
miento de la antigua Carta de Massachusetts, en la lucha hubo un des­
plazamiento del poder hacia los sectores radicales de la clase media y
«la multitud», más interesados en la igualdad política y económica,
que convirtieron un movimiento limitado de resistencia en un movi­
miento popular.28
La sorpresa para los británicos fue que todas las colonias se sintie­
ron amenazadas por las Leyes Coercitivas y decidieron ayudar a Bos­
ton, y que en esta resistencia emergiera un poder político paralelo al de
la Corona — local, de condado y provincial; pero también interprovin­
cial o intercolonial— . Mientras por toda la costa barcos cargados de
mercancías iban en ayuda de Boston; de Nueva York a las Carolinas,
todas las localidades establecieron Comités de Correspondencia, orga­
nizaron milicias y decidieron coordinar intercolonialmente el nuevo
poder de los comités, convocando en septiembre de 1774 el Primer
Congreso Continental en Filadelfia,
Asambleas coloniales, comités locales o convenciones irregulares
eligieron a los 55 delegados que asistieron al Primer Congreso Conti­
nental, representando a 12 de las 16 colonias —no enviaron delegados
las colonias más recientes de Georgia, Québec, Nueva Escocia y las
18 HISTORIA 0 E ESTADOS UÑIDOS

Floridas— , Estos delegados aprobaron la postura más radical, que


compartían Massachusetts y Virginia, contenida en las Resoluciones
del Condado de Suffolk, Massachusetts. Éstas recomendaban la resis­
tencia abierta a las Leyes Coercitivas, reconocían los nuevos poderes y
creaban una Asociación Continental, que ponía en práctica las resolu­
ciones del Congreso referidas a la no importación y consumo de pro­
ductos británicos y ia persecución de los «enemigos de la libertad»
mediante la intimidación y la coacción violenta.
Esta revolución que estaba teniendo lugar en las colonias entre
1774 y 1776, variaba según la colonia, e incluso de unas zonas a otras,
dependiendo de las relaciones de poder, la experiencia de las luchas
anteriores o la situación política. En Virginia, donde no había habido
tensiones sociales desde que en 1676 la rebelión de Bacón había unido
a blancos pobres de la frontera con sirvientes contratados, negros li­
bres y esclavos, contra los indios y la élite de plantadores, la mayoría
de los plantadores de la colonia eligió'lá revolución, que como en Mas­
sachusetts, inicialmente tuVo en la Asamblea provincial29 el centro de
resistencia. Cuando el gobernador, lord Dunmore, disolvió la Cáma­
ra de los Burgueses, a finales de mayo de 1774, por haber votado un
día de ayuno y oración contra las «leyes intolerables», sus miembros se
constituyeron en Congreso Provincial, organizando una campaña para
que otros sectores sociales se les unieran «en rituales de virtud y com­
promiso». En una colonia donde los blancos estaban unidos por la pro­
piedad, el cultivo del tabaco y la noción de libertad, gracias a la ex­
pansión de la esclavitud,30 los comités reflejaron también el orden
existente de una sociedad que seguía regida por las necesidades e inte­
reses de su clase de plantadores.
Maryland también se unió a la revolución por iniciativa de la élite
de plantadores, pero no era como en Virginia una sociedad en que los
blancos estaban unidos, ni donde todo era esclavitud y tabaco. Las tie­
rras del este, entre la bahía de Chésapeake y el Atlántico, eran de agri­
cultura familiar, y más al norte, tanto blancos pobres como negros li­
bres cultivaban trigo, no tabaco. Así, a diferencia de Virginia, negros
y blancos pobres se unieron a los tories frente a los plantadores, al
tiempo que en la milicia había un intenso republicanismo rad ical31
Tampoco en las Carolinas los plantadores controlaban a los blancos
pobres. En las zonas rurales del oeste estaba aun muy presente la re­
presión al Movimiento Regulador y cuando los británicos invadieron
el bajo sur, todo el interior de las Carolinas se enzarzó en una san­
grienta guerra civil.
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN N ACION AL 19

En la frontera de Nueva York también hubo una guerra civil que


duraría siete años. Los pequeños propietarios y comerciantes del con­
dado de Tyron, descontentos con el estilo de vida aristocrático y el
control económico del valle ejercido por la familia Johnson, se organi­
zaron en un cóiiiité para ayudar a Boston primero y repartirse las ricas
tierras de los Johnson después. La respuesta de los Johnson fue opo­
nerse violentamente a «los patriótas» con la ayuda de sus arrendatarios
católicos escócésés y de los indios iroqueses, a los que la familia había
tratado bien. Én otoño de 1775, los Johnson y sus aliados huyeron a la
frontera del Niágara, pero la guerra civil continuaría hasta lograr la in­
dependencia.32 Sin embargo, en la ciudad de Nueva York, como en
Boston y Filadelfia, sería la clase media radical la que se haría con el
poder desplazando a la élite mercantil.
Filadelfia, el centro económico, político y cultural de las colonias
en 1774, pasó a convertirse tras las «leyes intolerables» en la ciudad
más radical de las colonias americanas. La ciudad tenía una población
cosmopolita f diversa de 30.000 habitantes en la que, aparte de los
grupos cuáqueros originarios, había también anglicanos y católicos,
así como inmigrantes recientes alemanes e irlandeses. El 50 por 100 de
ía población éran artesanos y el resto aprendices, jornaleros, marineros
o pobres. La élite de ricos comerciantes cuáqueros y anglicanos domi­
nó la vida política de la ciudad hasta 1774, a través de la Corporación
de la Ciudad de Filadelfia — compuesta por doce hombres que no tení­
an que enfrentarse ni a town meetings, ni a elecciones abiertas— y ía
Asamblea provincial de Filadelfia, dominada por los moderados, que
se había mantenido muy al margen del movimiento de resistencia.
Los artesanos, que podían votar, a raíz de la lucha contra los im­
puestos británicos comenzaron a plantear una organización política in­
dependiente, que cristalizó en 1770 cuando formaron la Sociedad Pa­
triótica para promover a sus candidatos políticos artesanos y luchar
contra la importación de manufacturas británicas. Tras las «leyes into­
lerables», cuando sé reanudaron las protestas contra Inglaterra, un gru­
po de jóvenes mercaderes y abogados, principalmente presbiterianos,
apoyados por pequeños comerciantes y la comunidad artes ana, toma­
ron el control del movimiento de resistencia, formando un Comité de
doce miembros. Desde los comités, esta clase media radical fue des­
plazando del poder a la élite moderada, derrocando en junio de 1776 a
la vieja Asamblea provincial. Aún más radical fue la politización de
los artesanos más pobres, oficiales, aprendices, jornaleros o peones,
sirvientes, a través de la milicia entre 1775 y 1776. Para estos grupos
20 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

excluidos de la política colonial, que expresaban esporádicamente su


descontento a través de la multitud, la milicia fue una escuela de de­
mocracia, un primer peldaño en la transición de «la multitud» a la po­
lítica organizada. Sus demandas de poder elegir a sus oficiales cada
dos años en votación secreta, sufragio universal masculino — sin limi­
taciones de edad o propiedad— y servicio militar universal fueron la
expresión más radical de la revolución en Pensilvanía y en todas las
colonias americanas.33
A pesar de esta diversidad de situaciones, en general la revolución
comenzó cuando las élites coloniales lucharon por mantener el poder
en las Asambleas provinciales frente a los gobernadores — Massachu­
setts, Virginia— y en esta lucha comenzó una sustitución del poder
monárquico y la administración federal por los nuevos poderes de los
comités y las milicias. En la mayoría de los casos las antiguas élites,
con la incorporación de la clase media, siguieron controlando los nue­
vos poderes revolucionarios, pero en las principales ciudades — Bos­
ton, Nueva York, Filadelfia— , los nuevos estratos sociales de la clase
media se hicieron con el poder incorporando a los blancos pobres. To­
das las situaciones revolucionarias tuvieron en común la formación de
grandes alianzas, que iban de las élites a la clase media y el populacho.
En ese momento el enfrentamiento principal no era entre pobres y ri­
cos, sino entre patriotas y cortesanos, entre aquellos que querían a su
país y eran libres e independientes y aquellos cuya posición y rango
provenía artificialmente desde arriba, por herencia o relaciones perso­
nales, que finalmente dependían de la Corona o la corte.34
La toma de partido se aceleró con los primeros enfrentamientos ar­
mados entre la milicia de Massachusetts y el Ejército británico en abril
de 1775. La lucha en Lexington y Concord dejó un saldo de 275 sol­
dados y 95 patriotas muertos y tuvo como consecuencia el aumento de
la solidaridad intercolonial y el asedio a los británicos en Boston des­
de los puertos de Charleston y Dorchester. La respuesta de los britá­
nicos fue enfrentarse a los colonos en junio de 1775 en Bunker Hill,
obteniendo el general William Howe una víctóriá p riie a , pues el me­
jor ejército de! mundo consiguió conquistar la fortaleza al precio de
1.000 bajas británicas -—más del 40 por 100 de las tropas— , las mayo­
res bajas que los británicos tendrían en siete años de guerra. Para los
americanos fue una victoria moral, que aceleró su apuesta por la inde­
pendencia.
El comienzo de la lucha armada hizo que la principal función del
Segundo Congreso Continental reunido en Filadelfia fuera asumir las
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 21

tareas del gobierno central para las colonias. Como tal, decidió crear
on Ejército continental al mando de George Washington, comandante
e n jefe de la milicia de Virginia, emitir moneda para financiarlo y for­
mar un Comité para negociar con otros países. Pero el Congreso aún
tardaría más de un año en declarar la independencia. Los representan­
tes de las colonias en el Congreso estaban de acuerdo en que debían
defenderse frente a la conspiración del Parlamento y la Corona, pero la
mayoría de ellos no pensaba que el problema fuera el imperio en sí.
Declararan la independencia o no, la guerra había empezado ya. El
23 de agosto de 1775, Jorge III proclamó a las colonias en rebelión. En
diciembre de 1775 todos los barcos norteamericanos podían ser con­
fiscados por los buques de guerra británicos. En invierno de 1775-1776
los colonos intentaron infructuosamente la conquista de Canadá para
que los canadienses se les unieran en la lucha contra Inglaterra, pero
sufrieron una dura derrota en Québec.
Por esas fechas, los rebeldes comenzaron a tener claro por qué lu­
chaban. En enero de 1776 se publicó en Filadelfia Common Sense (el
sentido común), el primer texto que demostraba que la lucha contra In­
glaterra debía ser por la independencia inmediata y la república igualita­
ria. Su autor era el británico Thomas Paine, editor hasta hacía poco del
Pennsylvania Magazine, que había llegado a Filadelfia en 1774 — tras
haber sido expulsado del cuerpo de recaudadores de impuestos por
exigir un aumento de sueldo, perder sus bienes y separarse de su segun­
da esposa-—, para iniciar a sus treinta y siete años una nueva vida en
América, pues como muchos de sus compatriotas creía que «era tierra
de abundancia e igualdad, donde los méritos individuales, y no el ran­
go social, ponían los límites de los logros humanos».
Hijo de un corsetero cuáquero de Norfolk, sus intentos de escapar
del oficio familiar que detestaba y ascender socialmente -—como pro­
fesor de inglés o recaudador de impuestos— fracasaron; si bien su re­
corrido por distintas ocupaciones le proporcionó una formación inte­
lectual y política y un conocimiento de los límites del sistema político
británico.35 La primera influencia del padre cuáquero le había hecho
partidario de cierto igualitarismo, que rechazaba las jerarquías tanto en
la Iglesia como en el Estado. Su educación y autoeducación le hizo re­
belde a la inmovilidad del sistema social británico y particularmente
sensible a la imposibilidad de promoción personal. La experiencia
como recaudador de impuestos le permitió observar las aflicciones que
éstos causaban a la población y en su estancia en Londres conoció los
barrios bajos de la ciudad y entró en contacto con el mundo popular-
22 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

radical del artesanado londinense, de donde vino su interés por la cien­


cia —«que le hacía olvidar las preocupaciones diarias y pensar en pro­
blemas universales», así como conocer a Benjamín Franklin— y la vi­
sión milenarista-radical de un cambio total en la condición humana.
También en Londres estuvo en contacto con todo el movimiento de
oposición al gobierno y a la estrecha representación parlamentaria, que
cristalizó en la elección parlamentaria de John Wilkes y su enorme se­
guimiento popular en el movimiento Wilkes and Liberty, que dominó
la política de la ciudad entre 1768-1770.
Thomas Paine llegó a las colonias americanas en las mejores con­
diciones posibles* Era libre, cuando la mayoría de los que emigraban a
las colonias eran esclavos africanos o sirvientes contratados europeos,
y pudo pagarse un pasaje en prirrtera clase: Era una persona instruida,
tenía cartas de recomendación de Benjamín Franklin y llegaba a Fila­
delfia, la capital económica y política de Estados Unidos, cuando la
ciudad se encontraba en plena efervescencia política y la clase media
de artesanos y tenderos estaba encontrando su voz y su lugar político.
Con la carta de presentación de Franklin consiguió un trabajo como
editor en The Pennsylvania Magazine, lo que le permitió trabar amis­
tad con el médico de Filadelfia Benjamín Rush, así como con otros
destacados patriotas cómo George Washington o Thomas Jefferson,
quien se convertiría en gran amigo suyo. Con su bagaje de resenti­
miento hacia Inglaterra y su conocimiento del funcionamiento y los
límites del sistema político inglés, observó los enormes cambios que
estaban teniendo lugar en las colonias y los interpretó como la posibi­
lidad de construir un nuevo mundo y un nuevo sistema político.
Con un lenguaje sencillo, directo y muy libre, sin eitas en latín, uti­
lizando como única autoridad la Biblia, Thomas Paine se dirigía a esos
artesanos y pequeños agricultores, que ya estaban participando en la re­
volución y peleando contra Inglaterra mientras se planteaban la conve­
niencia de la independencia. Common Sense arrancaba primero con una
crítica demoledora de la Constitución inglesa — «tan extraordinaria­
mente compleja, que la nación puede sufrir durante años seguidos, sin
que sea capaz de descubrir dónde descansa la falta»—36 y de la supues­
ta superioridad de la monarquía británica —aunque supera regímenes
tiránicos «es imperfecta, sujeta a convulsiones e incapaz de producir lo
que decía prometer ... no consigue acabar con la tiranía real»—-;37 con­
tinuaba con una crítica igualmente demoledora de la monarquía heredi­
taria y del supuesto derecho divino de ésta, utilizando la Biblia y de­
mostrando que Dios está contra el gobierno monárquico.
REVOLUeiÓÑ^ INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 23

Después pasaba a analizar en una segunda parte la situación de las


colonias en ese momento y los pros y contras de la independencia. Su
diagnóstico a favor de ésta era primero económico: beneficiaría a la
manufactura y al comerció, favorecería la llegada de inmigrantes y
permitiría estar en paz con Francia y España. En segundo lugar, creía
que América tenía potencial humano y territorial para favorecer la ex­
pansión económica y defenderse en la lucha contra Inglaterra, tanto
con sus propios medios, como con la ayuda de sus posibles aliados;
ayuda que solamente conseguiría si se separaba de Gran Bretaña, Fi­
nalmente para eliminar el miedo a la independencia, trazaba el plan de
gobierno igualitario, republicano y democrático que debía sustituir a la
antigua política colonial, pues consideraba que América tenía la posi­
bilidad de alumbrar «un nuevo mundo, y una raza de hombres, quizá
tan numerosa como todos los que hay en Europa, recibirá su parte de
libertad en unos pocos meses».38
A los tres meses de la publicación de Common Sense se habían
vendido más de 100.000 copias y su impacto fue enorme en convencer
a muchos sectores de la población americana de que la única solución
era la independencia inmediata. A principios de la primavera de 1776,
el Congreso continental abrió los puertos norteamericanos a todo el
comercio extranjero y autorizó el equipamiento de corsarios para lu­
char contra los enemigos de Norteamérica. En mayo, el Congreso re­
comendó a las colonias que adoptaran nuevos órganos de gobierno
«b&jo la autoridad del pueblo» y suprimieran cualquier tipo de autori­
dad monárquica. En jimio, el Congreso encargó la elaboración de una
Declaración de Independencia a una comisión, formada por Benjamín
FranMin, John Adams, Roger Sherman, Robert R. Livingston y Tilo­
mas Jefferson, que se encargó de su redacción.
Thomas Jefferson, representante de Virginia en el Segundo Congre­
so Continental, no era buen orador, pero desde la crisis de las relaciones
anglocoloniales de 1772-1774, se había destacado en la Asamblea de
Virginia porque sus escritos eran los más radicales — partidario de
constituir Comités de Correspondencia intercoloniales y de la solidari­
dad con Massachusetts— y los mejor escritos. Hijo de un plantador de
tabaco y miembro de la Cámara de Representantes de Virginia, a su ra­
dicalismo político y talento como escritor, unía una sólida formación
clásica y jurídica y una curiosidad insaciable, que le hicieron la perso­
na idónea para redactar la Declaración de Independencia, que tras ser
alterada en sus aspectos más radicales — como la mención a la aboli­
ción gradual de la esclavitud---, fue casi totalmente obra suya.39
24 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

La Declaración de Independencia era la expresión de las ideas del


contrato de gobierno de John Loclce y de la Ilustración, pero tenía tam­
bién la impronta de la radicalidad de Common Sense y la influencia de
los acontecimientos que las colonias estaban viviendo. Sus primeras
palabras se referían a la igualdad de todos los hombres y a declarar uni­
versales derechos como la vida, la libertad y el alcance de la felicidad,
restringidos a los ingleses nacidos libres. Este comienzo, como hiciera
Paine en Common Sense, convertía ya la causa de América en la causa
de toda la humanidad. Consecuentemente, el pueblo de América -—y
no solamente los blancos con propiedad-— tenía derecho a destituir a
los gobiernos tiránicos, como Gran Bretaña, y elegir a sus gobernantes.
A continuación, en la parte más extensa de la Declaración, enu­
meraba los ataques que el rey había perpetrado contra la autonomía
política colonial, la administración y la economía de las colonias.
Detallaba después todos los agravios concretos, con que la Corona
respondió a las protestas contra el aumento de la imposición británi­
ca. Y finalmente concluyó que, al no obtener reparación «ni del rey,
ni de nuestros hermanos británicos, las colonias unidas se declaraban
“una entidad política separada del imperio británico’5y Estados libres
e independiantes». Tras un acalorado debate, La Declaración de In-
dependenciale aprobó en el Segundo Congreso Continental el 4 de
julio de 1776:
La Declaración de Independencia, con su lenguaje de libertad e
igualdad, sirvió para unir a los distintos sectores sociales en uná güerra
de siete años y medio contra Inglaterra. Sin embargo, este lenguaje ra­
dical del preámbulo, así como el derecho de los pueblos a rebelarse, no
tenía entonces la trascendencia histórica que tuvo después, como prin­
cipio legal e ideológico de todos los movimientos reformistas y radi­
cales estadounidenses. En los años de la guerra de Independencia y al
principio de la república, la declaración era solamente un documento
de independencia y se le daba poca importancia política al preámbu­
lo.40 A pesar de que justificaba el cambio revolucionario de gobierno,
no fue utilizada durante la revolución y la guerra como referencia por
las Constituciones de los Estados, ni por los radicales, y entre 1790 y
1815 no hubo consenso respecto a ella, siendo utilizada de forma par­
tidista por republicanos y federalistas en el período de. mayor división
política de la historia de Estados Unidos. Mientras los republicanos de
Jefferson la defendían, los federalistas la denigraban por ser antibritá­
nica y justificar la revolución.
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 25

U na g u e r r a r e v o l u c i o n a r i a
POR LA INDEPENDENCIA, 1776-1783

Tras el 4 de julio de 1776, los trece Estados Unidos de América,ya


oficialmente independientes y separados de la Corona británica, lu­
chaban por expulsar al «invasoD> de su territorio, al tiempo que comen­
zaban a elaborarse las Constituciones republicanas de los Estados.
Esta visión patriota de la guerra era compartida quizá por 500.000 per­
sonas —-el 20 por 100 de la población— : aquellos 120.000 que compra­
ron Common Sense en los tres primeros meses de 1776 y ios cientos
de miles que compraron las 26 ediciones que se hicieron en el mismo
año, así como los que leyeron y discutieron;41 pero otro 20 por 100 de
la población, los llamados lories y permanecían leales a la Corona y no
consideraban su país invadido. Los tories o leales eran especialmente
importantes en Nueva York y los otros estados del Atlántico medio,
así como en el sur profundo. Pertenecían a todos los sectores sociales,
pero predominaba aquella élite que ocupaba cargos oficiales y se be­
neficiaba de esta situación política; 100.000 de ellos huyeron a Cana­
dá, las Indias Occidentales o Gran Bretaña y 40.000 lucharon en el
Ejército británico.42 Aunque la mayoría de la población norteamerica­
na era indiferente o neutral, pues no estaba dispuesta a arriesgar su
vida y propiedades en una guerra contra el país más poderoso del
mundo.
Efectivamente, en el planteamiento de una guerra convencional del
siglo x v i i i las fuerzas británicas parecían muy superiores. Enviaron a
Norteamérica un ejército profesional de 44.000 hombres, que en 1778
ascendió a 50.000, completado con 30.000 mercenarios, principalmen­
te alemanes del estado de Hesse. La mitad de los barcos de su aun po­
derosa Armada participó inicialmente en el conflicto, y en territorio
americano contaban con la alianza de los indios como norma general,
la colaboración de la población tory, a la que creían muy superior, y
con convencer a los indiferentes. El Ejército continental dirigido por
George Washington partió de la nada. A pesar de que la Declaración de
Independencia remarcaba la soberanía de los trece Estados y su recha­
zo a un poder central fuerte, el Congreso Continental decidió en 1775
que para luchar contra los británicos había que hacerlo con un solo
ejército, pues daría un sentido de unidad a la lucha de la nueva nación
y facilitaría el apoyo externo. Sin embargo, crear el Ejército continen­
tal no fue fácil. Las milicias de los Estados -—4a forma tradicional de
defensa de las colonias por sus ciudadanos — servían para la defensa
26 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

local, pero eran reacias a desplazarse a otros Estados y a integrarse en


el Ejército, por lo que el Congreso tuvo que recurrir a la llamada de vo­
luntarios en los distintos Estados, y cuando éstos fueron insuficientes,
al alistamiento. Pero tanto la llamada de voluntarios como el alista­
miento y la financiación del Ejército dependía de los distintos Estados.
George W ashington tuvo siempre problemas para financiar el Ejér­
cito y mantener un número permanente de soldados, 'Su tamaño osciló
de 50.000 a 20.000 hombres» llegando a 1,000 hombres en los peores
momentos del invierno de 1776-1777. Por otro lado, ni Washington ni
sus oficiales pensaban inicialmente que sus hombres tuvieran siquiera
la apariencia de soldados. Pasados los primeros momentos de entu­
siasmo, los que mantuvieron el Ejército y lucharon en él de forma per­
manente no fueron los blancos con propiedad, sino los blancos pobres,
trabajadores itinerantes, inmigrantes alemanes e irlandeses, sirvientes
contratados, presidiarios, nativos americanos, esclavos negros, todos
ellos atraídos por la recompensa económica (20 dólares), la posibili­
dad de acceder a la propiedad (40 acres de tierra), la concesión de la
ciudadanía o la promesa de libertad.43 Aún peor era la falta de oficiales
expertos, principalmente ingenieros, que el Ejército continental tuvo
que reclutar en Francia, Alemania y Polonia. El propio comandante en
jefe, George Washington, sólo había sido coronel de regimiento de la
milicia de Virginia, no tenía experiencia en el combate, ni en mover
grandes ejércitos.
Estos indicios llevaron a los británicos a pensar que los norteame­
ricanos no resistirían mucho y podían vencerlos en una batalla decisi­
va; sin embargo las apariencias escondían enormes desventajas para
los británicos. A 5.000 km de distancia de Inglaterra, tuvieron grandes
problemas de comunicación y logística y se vieron obligados a vivir
sobre el terreno. Con un Ejército relativamente pequeño tenían que
conquistar un territorio enorme, donde la autoridad estaba fragmenta­
da y dispersa, y no facilitaba «las acciones decisivas».44 Tampoco en­
tendieron, hasta 1778, que se trataba de una guerra diferente, una guer­
ra revolucionaria, que exigía métodos de lucha no convencionales, así
como el apoyo de la población civil. Si los británicos tenían que atacar,
Washington comprendió que su estrategia debía ser defensiva, evitan­
do una confrontación directa y acosando el abastecimiento enemigo
con escaramuzas.
De acuerdo con esta valoración inicial que hicieron los británicos
de las fuerzas enemigas, en 1776 y 1777 las Fuerzas Armadas británi­
cas siguieron una estrategia de guerra convencional, que perseguía
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 27

vencer al enemigo en una batalla decisiva y mostrar una actitud favo­


rable a la pacificación y la negociación. De esta forma, sin una lucha
costosa, podía restaurarse rápidamente el control político y restablecer
la legitimidad de la autoridad de la Corona ante los colonos.45 Para ma­
terializar este plan los británicos trasladaron su base de operaciones de
Boston a Nueva York, donde había más tories entre la población, era
un puerto más importante y tenía mejores vías de comunicación con el
interior de América. Los ejecutores de este pían y de esta estrategia
fueron los hermanos Howe. Richard Howe, al mando del grueso de la
Armada, y William Howe, con un E jércitode 34.000 hombres, logra­
ron expulsar a Washington de Nueva York — pero no lo aplastaron—
y le obligaron a retirarse a New Jersey, donde las milicias locales que
controlaban las poblaciones se desintegraban, siendo reemplazadas por
las milicias tories y 5.000 civiles “ incluido un firmante de la Decla­
ración de Independencia— , pensando que el final de la rebelión estaba
cerca, aceptaron las ofertas de perdón del enemigo y juraron lealtad a
la Corona.
En el invierno de 1776-1777, Washington se había refugiado en Fi­
ladelfia, cansado, desprestigiado y con un Ejército de solamente 3.000
hombres; pero en un golpe de audacia, el día d e Navidad cruzó el río
Delaware y capturó a 1.000 prisioneros alemanes en el fuerte Trento.
Unos días después, en enero, capturó el fuerte Princeton. Éstos golpes
de efecto, en el momento más bajo para la causa rebelde, hizo alentar
nuevas esperanzas a los norteamericanos y aunque el invierno fue du­
rísimo para el Ejército, sin hombres — entre 1.000 y 800— , ni medios,
acabaron obligando a los británicos a retirarse d e los lugares más ex­
puestos. La violencia de las tropas alemanas sobre la población civil
hizo el resto y New Jersey cayó otra vez rápidamente bajo control in­
surgente. .............
Las campañas de 1777 fueron una continuación de: la estrategia de
1776. Había que destruir y dispersar al principal Ejército enemigo y
aislar Nueva Inglaterra —columna vertebral de la rebelión—-, ganando
el control del valle de Hudson. William Howe había propuesto una es­
trategia inicial que consistía en enviar un ejército Hudson arriba, para
unirse al que bajara de Canadá, a fin de aislar Nueva Inglaterra del res­
to de las colonias. También propuso alternativamente tomar Pensilva-
nia, dando por supuesto que habría más colaboración por parte de la
población civ il Debido a problemas de comunicación con Inglaterra y
a un conflicto de autoridades, el primer plan fue ejecutado por el ge­
neral John Burgoyne, que marchó a recuperar el fuerte Ticondega con
28 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

un ejército de 8.000 hombres» entre los que había 3.000 alemanes y va­
rios cientos de indios. Cerca de Albany, Burgoyne tenía que reunirse
con una fuerza adicional mandada por el teniente coronel Barry St, Le-
ger, que se desplazaría hacia el este, a través del valle de Mohawk, y
con el general Howe, que avanzaría hacia el norte desde Nueva York,
a través de valle de Hudson. Pero St. Leger fue derrotado y detenido en
el valle de Mohawk, mientras que Howe decidió ejecutar su segundo
plan de tomar Filadelfia. William Howe consiguió conquistar Filadel­
fia y derrotó a Washington dos veces, aunque el Ejército continental
demostró por primera vez ser capaz de librar un combate organizado.
Sin embargo Howe no encontró en Filadelfia el apoyo de la población
que esperaba y la toma de la ciudad le impidió reunirse con Burgoyne,
cuyo ejército avanzaba lentísimamente por el valle de Hudson, hosti­
gado por las milicias de Nueva Inglaterra. Cuando Burgoyne llegó a
Saratoga, con un ejército muy mermado, se enfrentó a un gran ejército
norteamericano de más de 10.000 hombres, al mando del general Ho­
rario Gates. Tras dos sangrientas batallas, Burgoyne se rindió a los nor­
teamericanos con sus 5.700 hombres el 17 de octubre de 1777.46
Saratoga cambió el curso de la guerra. La tremenda derrota de Sa­
ratoga demostró a los británicos que no podían vencer rápidamente a
los rebeldes en Una batalla decisiva, por lo que intentaron acabar con la
guerra ofreciendo a los norteamericanos una vuelta a la situación ante­
rior de 1763 y un aumento del control de sus asuntos. La victoria nortea­
mericana convenció a los enemigos europeos de Gran Bretaña de que
era el momento de la venganza. Francia, que desde el principió había
ayudado oficiosamente a los rebeldes, firmó en 1778 un acuerdo co­
mercial con Estados Unidos y un tratado que garantizaba la ayuda
francesa a la independencia norteamericana;47 España, que quería re­
cuperar Menorca y Gibraltar, se alió con Francia en 1779 contra Ingla­
terra. Al año siguiente, Gran Bretaña declaró la guerra a los holande­
ses, que seguían comerciando con franceses y norteamericanos, y
Suecia, Dinamarca y Rusia se unieron en la Liga de la Neutralidad Ar­
mada, cerrando el Báltico a los barcos de guerra británicos en respues­
ta a las interferencias británicas en su comercio.
Con una Inglaterra aislada diplomáticamente y una guerra que se
había convertido en un conflicto mundial disputado en varios conti­
nentes — mar Mediterráneo, África, la India, el Caribe— contra los
imperios francés y español, algunos políticos como lord North creían
que el conflicto no valía lo que costaba. Sin embargo, el rey y su es­
tratega lord George Germain aun consideraban que si la mayoría de los
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 29

norteamericanos fuera libre apoyaría a la Corona. Temían también que


la independencia de Norteamérica fuera el comienzo del desmembra­
miento del imperio británico.
Tras la derrota de Saratoga, el mando británico fue asumido por sir
Henry Clinton, que adoptó una estrategia defensiva en el norte —eva­
cuando Filadelfia y utilizando sus bases en Nueva York, para realizar
una campaña de asedio costero— , mientras sus aliados indios pre­
sionaban en el interior a los rebeldes. Con esta táctica se llegó a una
situación de impasse en el norte, con el Ejército de Washington recu­
perado uas el penoso invierno de 1777-1778 en Valley Forge, Pensil-
vania.48 A partir de entonces, el Ejército y la Marina británicos dirigie­
ron sus esfuerzos militares principales al sur y las Antillas,
La nueva estrategia militar iniciada en 1778, a diferencia de las an­
teriores, no trataba la guerra ni como un conflicto de orden público, ni
como una guerra convencional, sino como una guerra revolucionaria
en la que lo más importante era contar con el apoyo de la población ci­
vil.49 Por este motivo, pensando que había una mayor proporción de
población leal en el sur, la estrategia se centraba en conseguir primero
el control de alguna colonia importante en el sur profundo y restaurar
completamente el gobierno monárquico civil, para después ir exten­
diendo poco a poco el Ejército hacia el norte, mientras se esperaba que
los colonos leales de cada población pacificarían gradualmente los te­
rritorios rebeldes. También había una razón de política interna británi­
ca en la elección de esta estrategia, pues el rey y el gobierno habían de­
fendido el costo creciente de la guerra ante el Parlamento, porque
«Inglaterra debía defender a los leales norteamericanos contra la ven­
ganza de los rebeldes».50
La elección del sur era aparentemente correcta, pues excepto en
Virginia, la situación era políticamente más débil para la causa rebel­
de; pero también constituía una situación mucho más complicada de lo
que los ingleses habían supuesto. Las élites estaban fraccionadas entre
whigs y tories. La élite de plantadores no contaba con el apoyo de la
mayoría de los blancos pobres para la defensa armada de la causa re­
belde. Las enormes desigualdades de riqueza — el 20 por 100 de la po­
blación controlaba el 75 por 100 de todos los bienes, y el 10 por 100 en
la cúspide el 50 por 100— y la exclusión política de la mayoría de los
blancos,51 convirtió a éstos en desafectos o neutrales, dispuestos a apo­
yar a los tories si exigían menos sacrificios que los rebeldes. En cuan­
to a la enorme población esclava — entre el 40 y el 45 por 100 de la po­
blación— , amenazaba con aprovechar cualquier crisis de autoridad
30 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

para protagonizar una insurrección y era susceptible de ser cortejada


por los británicos o los tories.
Pero esta falta de legitimidad de la élite se convirtió en crisis de po­
der durante la revolución y la guerra, en una situación de anarquía, en
donde una sociedad Muy fraccionada expresó sus resentimientos y
frustraciones en úna guerra civil violenta y latente, especialmente en el
sur profundo, ya que las concesiones económicas y políticas que la éli­
te whig hizo a la mayoría de Jos blancos en el alto sur,52 le permitió
mantener una frágil autoridad durante la guerra,
Esta situación de caos fue aprovechada por los británicos para con­
quistar Savanna a finales de 1778 y toda la débil y expuesta Georgia,
organizando 20 milicias leales y consiguiendo que L400 georgianos
juraran lealtad al rey. Después lograron conquistar el puerto de Char­
leston en Carolina del Sur, organizando en el interior milicias leales
condado por condado, así como partidas militares que hacían una guer­
ra irregular contra las partidas rebeíldés.
Pero a partir de la primavera de 1780, una guerra civil extremada­
mente cruel se extendió por todo el bajo sur hasta 1783, sin que ningu­
no de los dos Ejércitos pudiera mantener el orden. Mientras los sóida-
dos cambiaban con facilidad dé bando, uniéndose a quien podía ganar,
los lories y los whigs se perseguían a muerte y el asesinato y el bandi­
daje se había convertido en una forma de vida.
Las cosas empezaron a cambiar en 1781, cuando los británicos de­
cidieron atacar ¡Carolina del Norte y el general Nathaniel Green se hizo
cargo del Ejército rebelde en el sur. Este cuáquero de clase media y
educación mediocre comprendió que la única forma de conseguir la
victoria en el bajo sur era restablecer el orden y hacer una guerra para
ganarse políticamente a la población y popularizar la revolución. Esto
significaba dividir su ejército en pequeñas partidas para hostigar a los
británicos, no enfrentarse de momento a ninguna batalla decisiva y tra­
tar a los habitantes con consideración y magnanimidad para conseguir
que la población indiferente fuera ganada para la causa,53 Esta táctica
de Green hizo fracasar los intentos británicos de pacificación del inte­
rior de las Carolinas y con ello toda la estrategia del Ejército británico,
que se vio obligado a confinarse en los puertos principales y a em­
prender otra vez operaciones convencionales, las cuales tenían como
objetivo primordial la destrucción del Ejército rebelde.
Charles lord Cornwallis se dispuso a atacar Virginia y en su avan­
ce se detuvo a esperar la ayuda del general Clinton y la protección de
la flota en Yorktown, pequeño puerto situado en la bahía de Chesape-
REVOLUCION, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 31

ake. Pero ia flota británica, muy anticuada y mermada tras la guerra


franco-india,34 tenía que enfrentarse a las Armadas más potentes y mo­
dernas de Francia y España, intentar proteger lasIndias Occidentales y
apoyar el ataque al sur. Por eso no pudieron llegar a tiempo a York-
town para respaldar a Comwallis, mientras sí pudieron hacerlo las flo­
tas de los almirantes Barras y De Gasse, al tiempo que los Ejércitos
franceses y norteamericanos lo cercaban por tierra, no dándole otra
oportunidad que la rendición incondicional de su Ejército de 8.000
hombres a Washington, el 17 de octubre de 1781.
La guerra se podía dar por concluida. Aunque los británicos si­
guieron luchando durante dos años en el Mediterráneo y las Indias Oc­
cidentales, en Norteamérica fueron cediendo guarniciones a los norte­
americanos, que habían conquistado su independencia en una guerra
sangrienta y larga. Al final, aparte de la decisiva ayuda exterior, fue
también fundamental la politización progresiva de la población norte­
americana durante la guerra, tanto por las acciones del Ejército britá­
nico, como por el papel irregular, pero constante, de la milicia.
Los norteamericanos no podían firmar la paz por separado con
Gran Bretaña, desde que en 1778 firmaron el tratado de Alianza con
Francia; pero temiendo que la espera hasta que España recuperara Gi~
braltar pudiera hacer perder la causa de la independencia y la repúbli­
ca, Benjamín Franklin, John Adams y John Jay decidieron negociar
solos con Gran Bretaña. Explotando el temor de los británicos a la po­
sibilidad de una alianza estrecha entre Estados Unidos y Francia, los
negociadores norteamericanos consiguieron unos términos de paz muy
generosos para Estados Unidos. Gran Bretaña no solamente reconocía
la independencia de sus colonias en Norteamérica, sino unos límites
para el nuevo país mucho más extensos de lo que los franceses y sobre
todo los españoles estaban dispuestos a apoyar. Estados Unidos llega­
ba hasta el Mississippi por el oeste, hasta la actual frontera de Canadá
por el norte y hasta el paralelo 31 por el sur. Una vez conseguido este
acuerdo, convencieron a los franceses para que lo aceptaran, en aras
del mantenimiento de la fortaleza de su alianza, y España tuvo enton­
ces que abandonar sus exigencias sobre Gibraltar, aceptando a cambio
la devolución de Florida oriental y occidental,55
De la paz de París (septiembre de 1783) salió una nueva república
en el Nuevo Mundo, que había ganado su independencia en una gue­
rra contra el país más poderoso de la tierra. Su régimen republicano, el
compromiso con los valores de la Ilustración, la apuesta por el libre co­
mercio, la paz, el individualismo y el capitalismo, y la propia indepen-
32 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

ciencia, eran un desafío en medio de un continente donde el resto de los


territorios seguía siendo colonia de los grandes imperios europeos. No
menos importantes fueron los efectos sociales y políticos de la guerra
y la revolución sobre la sociedad norteamericana.

EFECTOS SOCIALES Y POLÍTICOS DE LA GUERRA:


BLANCOS LIBRES E IGUALES

Inevitablemente la experiencia de una guerra revolucionaría de


ocho años contra Inglaterra, en la que 200.000 hombres lucharon en el
Ejército continental y las milicias en uno u otro momento y la mayoría
de la población se vio envuelta en el conflicto, alteró la naturaleza de
la coalición revolucionaria y las sociedades de los distintos Estados.
Las tierras y propiedades de la Corona y los tories huidos fueron
confiscadas y subastadas por los gobiernos revolucionarios de los Es­
tados. No hubo vacío de poder, pero sí renovación de las élites. En ge*
neral las élites coloniales que habían dirigido la revolución ocuparon el
espacio dejado por las familias tories, permitiendo también el ascenso
de nombres y caras nuevas procedentes de la clase media. De Nueva
York huyeron Ibs De Lancey, De Preyster, Walton y Crueger, relacio­
nados por parentesco y matrimonio con la mitad de la aristocracia del
valle de Hudson; de Pensilvania huyeron los Penn, Alien, Chew, Ha-
milton y Shippen; en Boston, el destierro en 1778 de 46 comerciantes,
entre los que estaban las familias más ricas — los Erving, Winslow,
Clark y Lloyd— , permitió el ascenso social de los Higginson, Lee,
Jackson Cabot y Lowell, que se convirtieron en la nueva élite mercan­
til de Boston.56
No en vano la transformación de la protesta de las élites coloniales
contra el aumento del control y la imposición británica, en una guerra
por la independencia y la república, había convertido a la clase media
de propietarios y artesanos en el eslabón principal de la coalición re­
volucionaria. Ellos eran el prototipo del ci u dadan o repu blic an o, que
podía ser libre y virtuoso por el hecho de ser independiente. Extender
a la mayoría de los varones blancos esta independencia era el objetivo
de la igualdad republicana.
La victoria de Estados Unidos en la guerra aumentó esa posibilidad
a costa de los nativos americanos. Éstos no formaban parte de la coali­
ción revolucionaria y sabían muy bien que la victoria de Estados Unidos
podía ser el comienzo de su extinción. La lucha de los nativos.america-
r e v o lu c ió n , in d e p e n d e n c ia y c o n s tr u c c i ó n n a c i o n a l 33

nos por defender sus tierras frente a la intrusión de los colonos america­
n o s había comenzado ya en 1750, cuando éstos se aliaron primero con
los franceses y después con los británicos. La proclamación real de 1763
intentó acabar con la guerra de Liberación India, reconociendo a las na­
ciones indias la posesión de las tierras al oeste de los Apalaches, pero no
pudo detener las ocupaciones ilegales de los colonos de Virginia en el
valle de Ohio. La respuesta de la Corona a esta violación fue extender
en 1774 las fronteras de Québec hasta el río Ohio — Ley de Québec— ,
anulando así las conquistas territoriales de Virginia.
Durante la guerra de Independencia, la mayoría de las naciones in­
dias se alió con la Corona para proteger sus tierras. Tras la guerra, Es­
tados Unidos asumió que la victoria contra Inglaterra les había dado au~
' temáticamente los derechos de conquista sobre las tierras indias, por lo
que en lugar de negociar compras o cesiones de tierras, asignaron uni­
lateralmente las fronteras de las reservas indias. Los indios del oeste,
que no pensaban que habían sido conquistados, lucharon otra vez para
defender sus tierras, hasta que en 1794, el general Anthony Wayne de­
rrotó a la Confederación de Indios del Oeste en la batalla de Fallen
Timbers. En 1795, el tratado de Grenville consiguió finalmente la paz.
El tratado, que consideraba a la naciones indias como naciones extran­
jeras, se comprometía a reconocer el derecho de los indios a disfrutar
sin ser molestados de las tierras al oeste del Mississippi, a cambio de
cesiones de tierras en el territorio del noroeste — que en 1803 se con­
vertiría en el Estado de Ohio— . Estas tierras solamente podían ser ven­
didas a Estados Unidos cuando las tribus quisieran, mientras tanto el
gobierno federal se comprometería a defenderlas de cualquier intrusión
del hombre blanco/17
Las nuevas tierras del oeste ofrecían la posibilidad de movilidad y
ascenso social a los blancos pobres — trabajadores, sirvientes contrata­
dos, inmigrantes alemanes e irlandeses— que habían sostenido de for­
ma permanente el esfuerzo bélico, en el ejército y las milicias, politi­
zándose y radicalizando la coalición revolucionaria. La contrapartida
fue la promesa de extensión de la igualdad republicana a estos secto­
res. El impulso revolucionario favoreció la casi total desaparición de la
servidumbre contratada, inició la primera oleada democratizadora, que
fue convirtiendo un régimen representativo en una democracia para
hombres blancos, y dio la posibilidad de acceder a la propiedad de las
: nuevas tierras del noroeste.
También unos cientos de esclavos negros lucharon por su libertad
en el Ejército continental, y muchas mujeres participaron activamente
34 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

en la protesta contra Inglaterra y en él esfuerzo bélico en el frente y la


retaguardia; pero su recompensa no fue exactamente la igualdad repu­
blicana.
La gueiTa de la independencia y la revolución no abolieron la es­
clavitud, que se reforzó en el sur profundó; pero el impulso antiescla­
vista que la guerra provocó aumentó el número d e negros libres, evitó
la expansión de la esclavitud a los nuevos territorios del noroeste, fa­
voreció su eliminación progresiva en el norte, la suavizó en el alto sur
y puso las bases de facilitara afroamericana.
Los miles de esclavos negros — 5 por 100 de todos los negros del
sur— que lucharon en el Ejército británico a cam biode su libertad se
establecieron como negros libres tras la guerra en Canadá o el Caribe
británico, pero «cientos o quizás miles» permanecieron en Estados
Unidos. A estos negros libres se unieron los 5.000 que habían luchado
en el Ejército continental,58 reclutados por los Estados del norte y
Maryland, y aquellas «decenas de miles» que, en el caos y la confusión
de la guerra, pudieron escapar al norte haciéndose pasar por negros li­
bres. En Carolina del Sur más de 20.000 esclavos huyeron de las plan­
taciones principalmente para unirse al Ejército británico, descendien­
do su población negra del 60,5 al 43,38 por 100. En Georgia la
población negra descendió de 45,2 a 36,1 por 10059, y en Virginia, so­
lamente en 1778, habían huido de la esclavitud 30.000 esclavos, apro­
vechando la presencia del Ejército británico.60
Era lógico que los Estados del norte fueran uno de los destinos de
los negros recién liberados, pues estos Estados, liderados por Nueva
Inglaterra, comenzaron un proceso de abolición gradual de la esclavi­
tud tras la guerra. El impulso antiesclavista de la revolución, la menor
importancia económica de la esclavitud en los Estados del norte y la
progresiva entrada de inmigrantes europeos en el primer tercio del si­
glo xx, favorecieron que en 1804 todos los Estados tuvieran leyes de
emancipación gradual y que en 1840 solamente hubiera 1.000 esclavos
en el norte del total de unos 120.000 afroamericanos. Este mismo im­
pulso antiesclavistá comprometió al gobierno federal en la no exten­
sión de la esclavitud a los nuevos territorios del noroeste — Ordenan­
zas del Noroeste, 1787— y en abolir el tráfico de esclavos en 1808.
En el alto sur, el impulso antiesclavista de la revolución, la diversifi­
cación agrícola que incrementó el cultivo del cereal y el comienzo de la
industria ligera, favorecieron que las legislaturas y los tribunales liberali­
zaran las Leyes de Manumisión y relajaran las críticas contra las deman­
das de libertad. En estos Estados no había compromiso de abolir la escia-
REVOLUCIÓN* INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 35

vitud, pero gracias a la manumisión voluntaria en 1790 había 30.158 ne­


gros libres en el alto sur, que se convertirían en 56.855 en el año 1800 y
en 94.085 en 1810, constituyendo casi el 5 por 100 de la población libre
de Estados Unidos y el 9 por 100 de la población afroamericana.61
La tendencia no fue similar en el bajo sur, donde estaba concen­
trada la mayoría de la población esclava antes de la guerra y los escla­
vos eran esenciales para ia economía. Durante la guerra estos Estados
rechazaron las peticiones del Congreso para armar a los esclavos, tras
la independencia no aparecieron Sociedades Antiesclavistas y pocos
amos liberaron a sus esclavos; al contrario la tendencia fue aumentar
la población esclava. La expansión del cultivo del arroz y del algodón
reforzó la esclavitud y tras la gueiTa los Estados del bajo sur compra­
ron esclavos a los Estados del alto sur y en 1803, Carolina reabrió el
comercio de esclavos con Africa.
Estados Unidos seguía siendo un país con esclavitud, pero ésta ha­
bía pasado de ser una institución nacional a ser «la institución peculiar
del sur». Por otro lado, el numero de negros libres crecía rápidamente:
en 1790 eran 59.456, en 1800, 108.395, y en 1810, 186.456. Eran un
porcentaje pequeño dentro de la población esclava que se había incre­
mentado un 70 por 100 desde 1790 y contabilizaba 1.191.354 esclavos
negros en 1810, pero fueron fundamentales para poner las bases de una
cultura afroamericana.
Algunos de estos negros libres emigraron a Canadá, Haití O Áfri­
ca, pero la mayoría permanecieron en Estados Unidos y se estable­
cieron en las ciudades. Generalmente eran libres, pero pobres, pues
el racismo blanco les impedía ejercitar sus habilidades como artesa­
nos, pero una pequeña élite negra consiguió ascender, trabajando en
el norte y alto sur, porque reforzaba la comunidad negra — tanto libre
como esclava— , a través de las Iglesias Evangélicas y las escuelas.
A finales del siglo xvm , el impulso antiesclavista de la revolución ha­
bía desaparecido y desapareció también la integración en escuelas e
iglesias, propiciando la creación de escuelas e iglesias negras, que
fueron duramente reprimidas en todo el sur.62 Sin embargo, los cam ­
bios sociales e institucionales no desaparecieron totalmente, permi­
tiendo la aparición de un fuerte movimiento abolicionista en el norte
entre 1830 y 1840.
Las mujeres blancas no eran esclavas, pero sin articulación política
como grupo participaron en la revolución y en el esfuerzo bélico sin
esperar una recompensa especial. En la Norteamérica colonial, el esta­
tus dé las mujeres se había beneficiado tanto de la escasez de féminas,
36 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

como de la escasez de mano de obra. Esto se reflejaba especialmente


en el estatus legal de tas mujeres casadas o viudas de las áreas comer-
ciales-urbanas, donde tenían derecho a poner pleitos, dirigir negocios,
firmar contratos, vender propiedad o tener poderes en ausencia de sus
maridos. Igualmente había contratos prenupciales que mitigaban la ley
común para las mujeres casadas.63
Dada la naturaleza que tomó la protesta contra Inglaterra desde
1763, centrada en el consumo, las mujeres ejercieron un papel activo
tanto en el boicot a los artículos de importación británicos, como en las
campañas para hilar y tejer en las casas. El contacto con la revolución
tuvo lugar en un territorio conocido. Para las mujeres pobres, que ya
formaban parte de la mano de obra que trabajaba en el putting out sys-
tem en tomo a Filadelfia, no era una novedad producir primero los te­
jidos artesanales y posteriormente las camisas y mantas para el Ejérci­
to; pero para «las hijas de la libertad», las patriotas educadas de clase
alta, reunidas en Círculos de Costura para hilar, tejer y cardar, sí resul­
taba una novedad esta tarea, y también sustituir a los hombres al fren­
te de sus negocios.
Como en todas las guerras del siglo xvm , las mujeres acompaña­
ron a los hombres al campo de batalla, donde los atendían y cuidaban
sí estaban enfermos; hicieron de correos y espías; a veces les sustituían
en la línea del frente y tuvieron un papel destacado en recaudar fondos
para «la causa». Sin embargo, sin independencia económica, educa­
ción ni articulación política, no exigieron ninguna contrapartida políti­
ca a cambio de su participación entusiasta en las actividades patriotas
y el esfuerzo bélico. La mayoría solamente quería que la guerra acaba­
ra, para el bien de sus familias.64
Algunas mujeres más formadas de la clase alta, como Abigail
Adams, Mency Warren y Eliza Wilkinson, hablaban de política entre
ellas o — como Abigail Adams— presionaban a sus influyentes mari­
dos para que «se acordaran de las mujeres en las nuevas leyes de la na­
ción»;65 pero no exigieron la igualdad política y el voto, ni siquiera
para las mujeres con propiedad, que en la época colonial sí podían
ejercer el derecho al voto en algunas colonias. La única excepción fue
el Estado de New Jersey, que hasta 1807 permitió votar a las mujeres
no casadas que poseyeran 50 libras. Por el contrario, los restantes Es­
tados prohibieron votar a las mujeres, siguiendo el camino marcado
por Nueva York en 1777.
Tampoco a nivel legal hubo mejoras, sino más bien retroceso.
Aunque los divorcios fueron más fáciles en Pensilvania y parte de
M apa 3: Las trece co lo n ias en 1776.
F u e n te : R. E. Evans, Im guerra de la independencia norteamericana,
M adrid, Ediciones Akal, 1991.
38 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Nueva Inglaterra, las mujeres casadas no podían disponer de sus pro­


piedades y desaparecieron las prácticas de los contratos prenupcia­
les.66 Estos retrocesos, que se formalizarían conforme avanzaba el si­
glo xix, eran la expresión de los cambios en el papel social de la mujer
norteamericana, que la revolución aceleró. El desarrollo del capitalis­
mo en Estados Unidos -—como en todo el mundo occidental— y la di­
visión del trabajo favorecerían un concepto de feminidad que relega­
ba a la mujer a la esfera privada y doméstica, mientras que los asuntos
públicos se reservaban a los varones. Sin embargo, la experiencia de
la guerra sería decisiva para articular, unas décadas después, la parti­
cipación femenina en el movimiento abolicionista, que como las otras
cruzadas reformistas, integraría «la esfera privada» de las mujeres en
la «esfera pública».67

T r e c e r e p ú b l ic a s ; L as C o n s t it u c io n e s d e l o s E st a d o s

La nueva nación comenzó a configurarse con la independencia, por


lo que sus órganos de gobierno y la estructura de su Estado reflejó la
diversidad de coaliciones revolucionarias en cada Estado, así como las
tensiones, conflictos y experiencias de una situación revolucionaria en
la guerra contra Inglaterra.
Como no podía ser de otra forma, la construcción nacional comen­
zó por los gobiernos nacionales de cada Estado. En la primavera de
1776, los ciudadanos de las ex colonias eran sobre todo leales a sus Es­
tados y no se sentían miembros de una entidad superior. El Congreso
Continental reflejó esta situación y en su resolución del 15 de mayo
de 1776 recomendaba al pueblo de los Estados sustituir los gobiernos
provisionales o los restos del poder monárquico por nuevos gobiernos
nacionales republicanos elegidos por el pueblo; pero no pudo llegar a
un acuerdo sobre la formación de una Confederación de Estados has­
ta 1781.
El entusiasmo por aprovechar la oportunidad única de «poder do­
tarse de gobiernos elegidos para ellos y sus descendientes» fue tal, que
todas «las plumas» se dedicaron a redactar las Constituciones de los
Estados, abandonando muchos delegados el Congreso continental. No
en vano, muchos políticos patriotas compartían la opinión de Thomas
Jefferson de que no era la independencia, sino la formación de nuevos
gobiernos que evitaran la tiranía, «el verdadero objeto de la presente
controversia», es decir, de la revolución y la guerra.68
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 39

Aunque;, como señalara George Washington, redactar constitucio­


nes «no era cosa de un día», la mayoría-—diez de ellas— se aprobaron
en 1776. Algunos Estados las aprobaron antes de la resolución de
mayo, como New Hampshire (5 de enero de 1776) y Carolina del Sur
(26 de marzo de 1776); otros como Virginia, que la estaban redactan­
do en ese momento, la aprobaron poco después (27 de junio de 1776),
y hasta diciembre de 1776 no se adaptaron las de New Jersey (2 de ju ­
lio de 1776), Delaware (20 de septiembre de 1776), Pensilvania (28 de
septiembre de 1776), M aryland (9 de noviembre de 1776) y Carolina
del Norte (1.8 de diciembre de 1776). También en 1776, Rhode Island
(4 de mayo de 1776) y Connecticut (octubre de 1776), como ya eran
repúblicas, adoptaron la mismas Cartas Coloniales, excluyendo toda
mención a la autoridad real. Los cuatro Estados restantes dilataron la
redacción de sus Constituciones por exigencias de la guerra. Georgia
(5 de febrero de 1777) y Nueva York (abril de 1777) las aprobaron al
año siguiente. En marzo de 1778, Carolina del Sur revisó y estableció
más firmemente su Constitución, redactada dos años antes. M assachu­
setts, qué siguiéndo las recomendaciones del Congreso había adoptado
provisionalmente su Antigua Carta en 1775, aprobó la Constitución en
1780, Solamente e l nuevo Estado de Vermont, que aprovechó las cir­
cunstancias de la guerra para separarse de Nueva York, no vio aproba­
da la Constitución hasta 1790, pues no fue reconocido como Estado in­
dependiente hasta esa fecha.
La rapidez con que se redactaron las Constituciones expresaba tan­
to la experiencia anterior, como la determinación de las élites estatales
de evitar un vacío de poder. Desde luego no partían de la nada. La ma­
yoría de los Estados habían tenido más de un siglo de gobierno colo­
nial semi-independiente, a lo que habían añadido más de diez años de
resistencia y lucha contra Inglaterra, en medio de una intensa discusión
política en que la élite whig tuvo que compartir su espacio político con
las masas — blancos pobres y de clase media—- que por primera vez
entraban en la política. Estas mismas circunstancias habían dado soli­
dez a la élite patriota, que consideró esencial que hubiera nuevos po­
deres legítimos para luchar contra Inglaterra.
También la rapidez en la elaboración de las Constituciones expre­
saba cierta uniformidad; aunque como pasara con la revolución, hubo
enormes diferencias entre ellas, pues reflejaban las relaciones de poder
en cada Estado y los avalares de la guerra. La Constitución más radi­
cal é ra la de Pensilvania, donde la mayoría de la vieja élite se opuso a
la independencia y los pocos miembros destacados de la élite patriota
40 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

—como Benjamín Franklin— estaban ocupados en el Congreso o sir­


viendo en el Ejército; dejando un vacío de poder que fue aprovechado
por los nuevos líderes de clase media, muy cercanos a Thomas Paine.
Estos líderes representaban las tres tradiciones más importantes del
radicalismo revolucionario. Timothy Matlack, hijo de un cervecero
cuáquero, repudiado por los Hermanos de Filadelfia en 1765 por desa­
tender el negocio, no pagar las deudas y frecuentar malas compañías,
era asiduo del mundo de las peleas de gallos y las tabernas, expresión
de la cultura popular de las clases bajas urbanas de Filadelfia. El médi­
co presbiteriano Benjamín Rush, que limitaba su práctica médica a las
clases bajas, compartía con los inmigrantes irlandeses-escoceses la vi­
sión milenarista de la república, según la cual no había más rey que Je­
sucristo ~~«No King but King Jesús»—, la república era la consecuen­
cia natural de la verdadera cristiandad y la revolución americana
«anunciaba el reinadode Cristo en la tierra». Por último, estaban aque­
llos profesionales y artesanos cualificados más cercanos al deísmo ra­
cionalista de Paine, como el matemático James Cannon, el médico au­
todidacta Thomas Young, el científico y relojero David Rittenhouse y
el también relojero y prestigioso retratista Charles W. Peale.69
Bajo este nuevo liderazgo, con amplio apoyo entre las clases bajas
y medias, se realizó el proceso constitucional. Cualquier miembro de
la milicia, mayor de veintiún años, que hubiera residido en el Estado
durante un año y hubiera pagado impuestos podía elegir a los 108 de­
legados de la Convención Constitucional. Estos delegados, mayorita-
riamente agricultores de la frontera y artesanos —denigrados por sus
críticos como campesinos «paletos»— , que habían participado en los
Comités locales o eran oficiales de la milicia, constituían la nueva cla­
se política que a partir del 18 de junio de 1776 comenzó a redactar la
Constitución.
El resultado fue la Constitución más radical de la revolución ame­
ricana. La Constitución de Pensilvania rechazaba el equilibrio de po­
deres, aprobando una única Cámara Legislativa y sustituyendo la figu­
ra del gobernador con veto por un ejecutivo elegido. Intentó prevenir
las diferencias entre los legisladores y el pueblo con la elección anual
de representantes, la rotación de los cargos, los debates legislativos
siempre abiertos al público y la elección cada siete años de un Conse­
jo Censor, que determinaría si la Constitución había sido violada.
También introdujo reformas que favorecían a las clases bajas, como
eliminar las penas de prisión para los deudores no culpables de fraude
o establecer cuotas bajas para acceder a las escuelas de los condados.
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 41

En cuanto al sufragio, lo extendió a los varones blancos mayores de


veintiún años que pagaban impuestos, reforzando la idea de que las
clases productoras eran «la espina dorsal de la república».70 ■
Indudablemente esta Constitución extendió la nación política, pero
excluyó a los no libres —“esclavos, sirvientes contratados y aprendi­
ces— , a las mujeres y a aquellos ciudadanos blancos tan pobres, que
no pagaban impuestos. Tampoco su declaración de derechos incluía
las visiones más radicales de la igualdad que mantenían los miembros
de la milicia de Pensilvania, que exigían la redistribución de riqueza.
La Constitución de Pensilvania fue aprobada el 28 de septiembre
de 1776, La siguiente en aprobarse fue la de Maryland —el 9 de no­
viembre de 1776— , la más opuesta a la de Pensilvania por ser la más
conservadora de todas las Constituciones. Como ya hemos visto, en
Maryland la élite de plantadores se adhirió a la independencia sin entu­
siasmo, mientras trataba de mantener su poder en medio de la desinte­
gración social de la colonia. Acosados por las milicias tories, la ame­
naza de una insurrección esclava conforme se acercaba el Ejército
británico y la radicalidad de la milicia patriota, elaboraron una Consti­
tución que hizo de la posesión de grandes propiedades el fundamento
del gobierno y la condición para ser elegido y ocupar cargos públicos.
Para ser miembro de ía Cámara Baja se requería un mínimo de 500 li­
bras en propiedad, 1.000 libras para la Cámara Alta, 5.000 para deten­
tar el cargo de gobernador, L000 para ser miembro del Consejo Eje­
cutivo del gobernador o sheriff del condado. El método de elección
aseguraba también la selección de un gobierno aristocráticamente
orientado, donde los votantes solamente elegían directamente a los
miembros de la Cámara Baja y al sheriff del condado; mientras que
quince miembros del Senado eran elegidos mediante Colegio Electoral
cada cinco años, por electores que debían tener tierras valoradas en un
mínimo de 500 libras. El gobernador era elegido cada año por la Le­
gislatura. En definitiva, el 90 por 100 de los blancos que pagaban im­
puestos estaban excluidos de poder detentar algún cargo en Maryland;
solamente el 7 por 100 podía ser elegido para la Cámara Alta y el 10
por 100 para la Cámara Baja.71
Tanto en Nueva York como en Massachusetts, que elaboraron sus
constituciones tras 1776 por las circunstancias bélicas, la élite whig in­
tentó que no se repitiera la experiencia de «democracia participativa de
Filadelfia», reforzando el poder del Senado, el Ejecutivo y la Judicatu­
ra. En Nueva York, la élite patriota consiguió redactar una Constitu­
ción que reflejara sus ideas e intereses, pero fuera aceptable para la
42 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

mayoría de los ciudadanos del Estado, Lo consiguió porque la élite


tory, que controlaba exclusivamente la Asamblea provincial, huyó en
el invierno de l 775-1776 y la invasión británica de 1776 convirtió a
Nueva York en escenario de guerra, haciendo desaparecer las disputas
internas dentro de la coalición revolucionaria y acabando con el poder
radical de artesanos e «hijos de la libertad».
La élite patriota, liderada por John Jay, Gouverñéur Morris, el co­
merciante William Duer y el propietario Robert R. Livingston, elabo­
raron una Constitución con una Legislatura bicamerál, en la que las
dos Cámaras tenían los mismos poderes y los representantes para la
Cámara Baja se elegían cada; año y los Senadores cada tres. El gober­
nador era elegido por un período de tres años y, junto con los jueces,
del Tribunal Supremo, formaba el Consejo de Revisión-Modificación,
que tema la posibilidad de vetar leyese a no ser que las votaran dos ter­
cios de la Cámara. También el gobefflfdór y cuatro senadores forma­
ban el Consejo de Nombramientos, que nombraba los cargos públicos.
No se exigían calificaciones de propiedad para detentar cargos» pero
para poder votar en la elección de representantes para la Asamblea se
requería una propiedad mínima de 40 libras y 100 para poder elegir se­
nadores y gobernador.72
También en Massachusetts, escenario bélico desde 1775, mantu­
vieron provisionalmente la Antigua Carta Colonial, hasta que se re­
dactó una Constitución en 1780, La Constitución de Massachussetts
resultó aún más conservadora que la de Nueva York. La Asamblea o
Cámara Bajá representaba a las ciudades, el Senado tenía una repre­
sentación proporcional d e acuerdo con la riqueza de cada distrito, no
de la población. Para votar se requería un mínimo de 60 libras de pro­
piedad. Para poder s e r elegido senador se requería al menos 300 libras
en bienes inmobiliarios y 600 libras en propiedad personal, mientras
que para poder ser elegido gobernador se requería un mínimo de 1,000
libras. El gobernador tendría amplios poderes tanto para vetar leyes,
como para designar cargos.
En contraste con la revisión conservadora que representaba el tex­
to constitucional dé Massachusetts, el procedimiento para su redacción
y aprobación era un avance democrático y popular. Massachusetts in­
trodujo la novedad y el precedente de que las Constituciones escritas,
como documentos fundamentales que eran, no debían ser redactadas
por los gobiernos provisionales, sino por Convenciones constituciona­
les elegidas expresamente para tal fin. También debían ser ratificadas
popularmente para poder entrar en vigor,73
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 43

Vermont intentó y consiguió adoptar el modelo radical de Pensil­


vania ^ n i u y i n t e ^ Young, uno de sus redactores— ,
cuando consiguió independizarse de Nueva York* Los Green Moun-
tain Boys encontraron en las circunstancias de la guerra el momento de
separarse del Estado de Nueva York y escapar de su desigual estructu­
ra de la propiedad de la tierra. El Estado no recibió reconocimiento ofi­
cial hasta 1790, pero desde 1777 en adelante su existencia fue una rea­
lidad. La independencia de Vermont fue la única Ocasión durante la
revolución en que los agricultores pobres de la frontera fueron deter­
minantes en la elección de un modelo político, optando por la demo­
cracia radical de Pensilvania,74
Pero Maryland, Pensilvania o Vermont fueron excepciones. En la
mayoría de los casos —como en Nueva York o Massachusetts— la éli­
te -whig consiguió controlar el proceso de elaboración dé las nuevas
Constituciones estatales, con el apoyo de la clase media. Casi todas las
Constituciones eran pues expresión del poder whig y compartían una
serie de características. Para defenderse de la tiranía y a diferencia de la
Constitución británica eran Constituciones escritas, qué generalmente
incluían una Declaración de Derechos Individuales, definiendo las li­
bertades que el gobierno no podía invadir bajo ningún pretexto: libertad
de prensa, derecho a la petición o reclamación (Righí ofPetition), jui­
cio perjurado, habeos corpus... Redactadas por los gobiernos provisio­
nales o Convenciones populares, todas ellas asumían que el poder ema­
naba del pueblo y que los cargos gubernamentales debían ser elegidos
directa o indirectamente por el pueblo. El disfrute de los cargos públi­
cos se limitaba normalmente a un año, excepto en el caso de los jueces.
Tendieron a dar mucho más poder al Legislativo que al Ejecutivo.
Así, Pensilvania abolió la figura del gobernador, pero en la mayoría de
los Estados seguía existiendo sin derecho a veto y muy controlado por
el Legislativo, que en muchos Estados lo elegía y destituía. También
con ía excepción de Pensilvania, Georgia y Vermont, el poder legisla­
tivo se dividía en dos cámaras, pues siguiendo el consejo de John
Adams, la Cámara Alta o Senado sería el lugar donde «lá aristocracia
natural» — los hombres influyentes por riqueza, talento o nácimien-
to»~—podía ser aislada, sin poner en peligro las libertades dé las masas,
representadas por las Cámaras Bajas o Cámaras de Representantes.75
Aunque el principio de las Constituciones y de los nuevos gobier­
nos era que el poder emanaba del pueblo, la representación no era
igual para todos. En muchas colonias ™ de Pensilvania al sur— , las
zonas de frontera del oeste estaban menos representadas que las del
44 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

este. Los que tenían propiedad tenían más posibilidades de ser elegi­
dos; no podían votar los blancos que no pagaban impuestos; tampoco
los que no eran libres, ni los no blancos, ni las mujeres, con la excep­
ción de New Jersey.
Ni siquiera la Constitución más radical — Pensilvania— estableció
el sufragio universal masculino, pero hubo enormes progresos en la re­
presentación popular. El procedimiento electoral se vio muy afectado
por la revolución: las designaciones de candidatos se hicieron más re­
gulares y abiertas, los colegios electorales más numerosos y convenien­
tes, el voto secreto comenzó a introducirse en muchos Estados. Las Le­
gislaturas trataban se ser realmente representativas, réplicas en pequeño
de los intereses y las divisiones sociales de cada Estado. Y se dio un
avance enorme hacia el sufragio universal masculino para los varones
blancos. En 1788, el 90 por 100 de los varones blancos podían votar en
New Jersey, Pensilvania, Georgia, Carolina del Norte y del Sur, New
Hampshire y muchas ciudades de Massachusetts. En Virginia, del 70 al
90 por 100, en Maryland el 70 por 100, en Nueva York el 60 por 100.
En Rhode Island y Connecticut virtualmente todos los varones adultos
blancos protestantes que tuvieran alguna propiedad podían votar.76

U n a C o n f e d e r a c ió n de E sta d o s.
E l « p e r í o d o c r í t i c o » (1781-1787)

La aprobación de una Constitución nacional no avanzó con la mis-*


ma rapidez durante la guerra. Aunque ya antes de la Declaración de In­
dependencia se había constituido un Comité pai*a elaborar un borrador
de Constitución nacional —el Informe Dikinson, que proponía asig­
nar al Congreso las funciones .de gobierno central— , hasta noviembre
de 1777 el Congreso no aprobó los artículos de la Confederación, que
tardarían cuatro años más en ser ratificados por los Estados.
Para ganar la guerra los Estados sabían que tenían que tener cierta
unidad de acción y una autoridad común, pero él% di#a un poder cen­
tral fuerte —como el de la Corona británica— y la competencia y ri­
validad de los Estados en ausencia de un nacionalismo americano, les
hacía reacios a adoptar un gobierno nacional permanente por encima
del poder de los Estados. Solamente las dificultades financieras duran­
te la guerra, la necesidad de resolver el problema de la colonización de
las tierras del oeste y las presiones de Francia llevaron a los Estados a
ratificar los Artículos de la Confederación, en febrero de 1781.
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 45

Como el Congreso no había sido elegido directamente por el pue­


blo, no podía imponer impuestos para financiar la guerra y decidió im­
primir papel moneda, que conforme avanzó el conflicto se devaluaba
ante la negativa de comerciantes y agricultores a confiar en el crédito
de la nueva nación. En marzo de 1780, la emisión de billetes ya costa­
ba más de lo que valían.
A esta crítica situación financiera se añadió la necesidad de un arbi­
traje central para resolver las disputas sobre las futuras tierras del oeste.
Los Estados sin tierras en el oeste — New Jersey y principalmente
Maryland— creían que el Congreso debía tener autoridad para limitar la
pretensión exclusiva de colonizar estas tierras por parte de aquellos Es­
tados como Georgia, las Carolinas, Virginia, Connecticut y Massachu­
setts que, según sus Cartas Coloniales, tenían el Pacífico como frontera
occidental. El argumento de los Estados sin tierra era que el derecho a
colonizar el oeste se estaba ganando en una guerra, en la que todos los
Estados participaban y, perianto, todos tenían derecho a disfrutar de
unas tierras que debían ser «dominio nacional» de Estados Unidos. Gru­
pos de especuladores en varios Estados apoyaban también esta idea
como defensa frente a las ocupaciones espontáneas, y Virginia, el Esta­
do con más tierras, la aceptó a condición de que este dominio nacional
se dividiera en Estados con los mismos derechos y deberes que los Esta­
dos ya existentes.77 La unanimidad final se consiguió gracias a la pre­
sión francesa. Cuando en 1781, Maryland y toda la bahía de Chesapeake
estaban sufriendo las incursiones británicas, el embajador francés sugi­
rió que la protección naval francesa solamente llegaría si Maryland rati­
ficaba los Artículos de la Confederación. En febrero de 1781 Maryland
los ratificó y en marzo la Confederación fue oficialmente anunciada.
Aparentemente los Artículos de la Confederación asignaban mu­
chos poderes al Congreso —relaciones exteriores, poder de resolver
las disputas entre los Estados, acuñación de moneda, pesos y medidas,
comercio con los indios, comunicación y correos, empréstitos— , que
seguía siendo el único órgano ejecutivo del gobierno central. Pero es­
tos poderes eran los que d efacto ya había ejercido el Congreso desde
1774 y los Estados seguían reteniendo la mayoría del poder: no sólo
seguían siendo soberanos e independientes, sino que mantenían el po­
der y la jurisdicción en todos los ámbitos que no se habían delegado
expresamente en el Congreso y además retenían la facultad de finan­
ciación, con lo cual detentaban el poder real del gobierno.78
El período en el que estuvieron en vigor los Artículos de la Confe­
deración, entre 1781 y 1788, se conoce como el «período crítico», se­
46 HISTORIA DE ESTADOS UÑIDOS

gún el apelativo otorgado por el historiador John Fiske en Í889, pues


coincidió con las dificultades económicas, políticas y diplomáticas del
final de ía guerra. Sin embargo, estas dificultades oscurecen logros
muy importantes de la Confederación, como ganar la guerra y conse­
guir unos términos de paz favorables y especialmente organizar la co­
lonización de las tierras del oeste, el único aspecto sobre el que la Con­
federación podía legislar.
Distintas Ordenanzas entre 1784 y 1787 regularon las tierras del
noroeste — área del norte del río Ohio, oeste de Fensilvania y este
del M ississippi-". La Ordenanza de 1784, redactada principalm en­
te por Thomas Jefferson, dividía el territorio en siete distritos, que se­
rían admitidos en la Unión en los mismos térm inos que los Estados
originales, tan pronto como tuvieran un número de habitantes igual al
más pequeño de los Estados existentes. Mientras tanto, cada distrito
se autogobernaría según l&s Constituciones y leyes de cualquier Esta­
do, pero sin interferir los acuerdos dél Congreso respecto a las tierras
públicas.
Estos acuerdos del Congreso, decididos en las Ordenanzas de 1785,
regulaban la colonización del oeste en ciudades de seis millas cuadra­
das, que contendrían 36 lotes de tierra en una milla cuadrada* y que se­
rían vendidos a dólar el aCre. Antes de que comenzaran a aplicarse es­
tas Ordenanzas, los especuladores de Nueva Inglaterra, reunidos en la
Compañía de Ohio, compraron un millón y medio de acres a menos de
diez céntimos el acre. El Congreso estaba dispuesto a aceptar esta re­
baja forzada, porque muchos congresistas estaban en el negocio, y si
las tierras seguían ocupándose libremente por los colonos, el Congre­
so no podría pagar sus deudas con estas ventas. Para evitar esta situa­
ción y realizar una acción directa en el único «dóminio nacional» que
tenía Estados Unidos, el Congreso aprobó el 13 de julio de 1787 las
Ordenanzas del noroeste.
Las Ordenanzas del noroeste preveían un período inicial de tute­
la por el Congreso, en el que cada territorio sería controlado por un
gobernador, un secretario y tres jueces, elegidos por el Congreso. Tan
pronto como hubieran 5.000 varones adultos en el territorio, éstos po­
drían elegir una Asamblea general, pero el gobernador tendría derecho
a veto. Solamente podrían votar para elegir a los miembros de la Asam­
blea los que poseyeran 50 acres de tierra, y no se podía aprobar ningu­
na ley que afectara a contratos privados. Se formarían entre tres y cin­

* Recuérdese que una milla cuadrada equivale a 640 acres, o 256 ha.
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 47

co Estados en los territorios; cada uno de los cuales entrada en la Unión


en términos de igualdad con respecto a los Estados ya existentes, tan
pronto como su población hubiera alcanzado la cifra de 60.000 ha­
bitantes. En los territorios y los Estados se aplicarían los principios de
libertad de religión, representación proporcional en las legislaturas,
juicio per jurado, hateas corpus, así como los privilegios de la ley co­
mún. En cuanto a la esclavitud, estaría permanentemente prohibida,
expresando la enorme oposición con que esta institución contaba ya en
Nueva Inglaterra.
Las Ordenazas pretendían hacer atractivo e l asentamiento en el
oeste, garantizando en los territorios tanto el disfrute de los principios
políticos básicos ganados en la revolución, como la seguridad de los
derechos de propiedad. Por otro lado, esta forma de colonización, de­
finida y reglamentada desde el principio por el gobierno nacional, al
ofrecer la adhesión a la Unión en términos de igualdad, aseguraba una
rápida colonización del oeste y una expansión territorial igualmente
rápida de la república americana. Estos mismos principios —con ex­
cepción de la abolición de la esclavitud— se aplicaron con más difi­
cultad en los territorios del suroeste -—área al oeste de las montanas y
sur del Ohio que permanecía en posesión de Georgia, las Carolinas y
Virginia— , los cuales se convertirían posteriormente en los Estados de
Tennesee y Meñtueky.79
Excepto este asunto de las tierras del oeste, cuando acabó la guerra,
los Estados dejaron de interesarse por la unidad y los Artículos de la
Confederación mostraron su impotencia para poder legislar y ejecutar
sobre temas fundamentales. Los Estados comenzaron por seguir igno­
rando sus obligaciones financieras, y no podían pagarse las pensiones
del Ejército continental, ni las deudas de guerra a Holanda y Francia.
Tampoco podían cumplirse los términos del tratado de paz con Gran
Bretaña, pues los Estados se negaban a devolver las propiedades in­
cautadas a los tories y a pagar las deudas anteriores a la guerra, po­
niendo así en peligro la integridad territorial de la nueva nación.80
También la Confederación se mostraba impotente para resolver la
depresión económica posbélica, Después de 1783, los consumidores
volvieron a comprar manufacturas británicas y podían vender tabaco a
Gran Bretaña, pero no comerciar libremente con el Caribe británico, lo
que les hubiera permitido pagar sus deudas. Tratando de buscar nuevos
mercados en Europa, se encontraron con que muchos Estados no esta­
ban dispuestos a aceptar la libertad de comercio, y cuando trataron de
proteger sus manufacturas con aranceles, vieron que no eran efectivos
M a pa 4: Norteamérica en 1783.
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 49

si no los adoptaban todos los Estados, por lo que se necesitaba urgen­


temente una regulación del comercio que la Confederación no podía
imponer.

P o b r e s y e n d e u d a d o s . L a r e b e l i ó n d e S h a y , 1786

A todos estos problemas se unió el que la política de los nuevos


E sta d o s estaba regida por las potentes Asambleas legislati vas, amplia­
das y democratizadas para incorporar a la clase media en detrimento
del poder ejecutivo y judicial. Este aumento de representación en la
política de los Estados significó la aparición en ellos de una nueva éli­
te política de clase media y una multiplicación de intereses que satis­
facer a nivel local; llenando la política de los Estados de localismo, «ti­
ranía de las Asambleas», anarquía e incapacidad para proteger las
propiedades o pagar los créditos.81
Precisamente, uno de los principales conflictos de intereses de la
posguerra y el «período crítico», que las Legislaturas de los Estados no
supieron resolver satisfactoriamente, era el que existía entre deudores
y acreedores en tomo a la forma de pagar las deudas prebélicas. En
Rhode Island, donde los representantes de los deudores dominaban la
Legislatura, la solución fue seguir emitiendo papel moneda cada vez
más depreciado, con el cual estaban pagando a sus acreedores, deján­
dolos en la bancarrota. La Legislatura de Massachusetts tomó la op­
ción contraria. Desde que en 1780, el Estado redactó y aprobó una
Constitución que exigía altas cualificaciones de propiedad para votar
y ser elegido para la Legislatura, los agricultores pobres del oeste, que
habían jugado un papel fundamental en la guerra y la revolución, no
encontraron representados sus intereses en el Estado. A diferencia de
Rhode Island, Massachusetts se negó a emitir papel moneda para que
los agricultores pudieran pagar sus deudas, mientras los jueces dicta­
ban sentencias que permitían embargar ganados y cosechas por estos
impagos.
Ante esta amenaza, el descontento de los agricultores de los
condados de Massachusetts se unió al de muchos ex veteranos del
Ejército continental, que no habían cobrado sus bonos de guerra y se
armaron para defender sus intereses frente a abogados, jueces y la Le­
gislatura del Estado. El más importante de estos ejércitos de campesi­
nos y ex combatientes estaba formado por unos 700 hombres, dirigi­
dos por el ex capitán Daniel Shay en el verano de 1786. Shay era un
50 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

trabajador agrícola que se unió al Ejército continental durante la guer­


ra. Luchó en Lexington, Bunker Hill y Saratoga, y fue herido en com ­
bate, pero abandonó el ejército en 1780 por falta de paga. Cuando re­
gresó a casa se encontró con que había sido demandado por no pagar
sus deudas.
Mientras en Boston Samuel Adams redactó la Ley de Motines, que
eliminaba el habeas corpas y permitía detener «a los alborotadores»
sin juicio, Shay había reunido ya a L00Ü hombres armados y marcha­
ba hacia esta ciudad. Ante las muestras de simpatía de la milicia hacia
los campesinos, los comerciantes de Massachusetts financiaron un
ejército que consiguió dispersar a los partidarios de Shay, mientras él
escapaba hacia Vermont. Algunos fueron capturados, juzgados y con­
denados a muerte. Unos fueron ahorcados y otros perdonados, entre
ellos Daniel Shay.82 El ejército de Shay fue derrotado, pero ciertas de­
mandas se obtuvieron: el fin de los impuestos directos del Estado, me­
nos costos judiciales, exención de lás herramientas de trabajo indis­
pensables como concepto de pago de las deudas.

U n a r e p ú b l i c a f e d e r a l .X '- É d i i í S ti T U C íó Ñ f e d e r a l ( 1 7 8 7 )
y l a D e c l a r a c i ó n D e D e r e c h ó s (1 ^ 9 1 )

La rebelión de Shay fue» en palabras de Jefferson, «una pequeña re­


belión» que no se extendió más allá de Massachusetts, pero daba cuen­
ta de la impotencia de los Estados para resolver siquiera un conflicto
armado local. Aunque la idea de reformar las deficiencias de las Cons­
tituciones de los Estados y de organizar un gobierno central fuerte ha­
bía aparecido mucho antes.
El camino que llevó a Filadelfia comenzó en 1784, cuando James
Madison medió en la disputa entre Virginia y Maryland sobre los im­
puestos de navegación en el río Potomac y la bahía de Chesapeake. Am­
bos Estados llegaron al acuerdo de imponer una tarifa única; pero la Le­
gislatura de Virginia encargó a Madison convocar una reunión de todos
los Estados, con el objeto de que concedieran al Congreso el poder de
regular el comercio. A la reunión de Annapolis, Maryland, en 1786, so­
lamente asistieron doce representantes de cinco Estados; pero Alexan­
der Hamilton (Nueva York) y James Madison (Virginia), convencidos
ambos de la necesidad de reformar los Artículos de la Confederación,
convocaron otra reunión en Filadelfia en mayo de 1787 para discutir to­
dos los problemas económicos, financieros y políticos a los que se en­
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 51

frentaba el país. No en vano 1786 fue el peor año del «período crítico»,
pues además de la rebelión de Shay y de ser el punto más bajo de la de­
presión comercial, el conflicto de intereses entre los Estados del sur y el
norte impidió aprobar el tratado de Jay con España, que contemplaba
abril' España al comercio norteamericano, a cambio de que Norteaméri­
ca renunciara a navegar por el Mississippi durante varias décadas.83
El 21 de febrero de 1787, e i Congreso Continental apoyó la celebra­
ción de la Convención Constitucional de Filadelfia, siempre que ésta se
limitara a la revisión de los Artículos. Sin embargo, el trabajo prepara­
torio que James M adison realizó durante el invierno y la primavera
— comparando las distintas formas de gobierno y analizando los vicios
del sistema político norteamericano— era más bien un cambio radical
respecto a 1776, para establecer un gobierno nacional, basado en la di­
visión dé poderes que eliminara «la tiranía de las Asambleas»,
74 delegados de doce Estados -—Rhode island no envió ningún de­
legado— fueron designados por sus Legislaturas para asistir a la Con­
vención, pero solamente asistieron 55. Todos ellos pertenecían a las
élites norteamericanas. Tenían fortuna personal, sólida preparación in­
telectual e intensa experiencia política. El 60 por 100 había ido a la uni­
versidad— nueve a Princeton, cuatro a Yale^ tres a Harvard— . 34 eran
abogados, el resto comerciantes, banqueros y plantadores, y muchos de
ellos eran poseedores de deuda pública.84 De la generación de la revo­
lución los nombres más distinguidos eran George Washington, que
ejerció de presidente y Benjamín Franklin, que tenía ya ochenta y un
años. El resto era más joven, entre los treinta o cuarenta años, y com­
partía la experiencia de haber servido a la causa «nacional» durante la
guerra —desde sus puestos en el Ejército, el Congreso o la Confedera­
ción— en medio de las dificultades de tener que luchar contra la resis­
tencia de los Estados a ayudar al esfuerzo bélico continental. Entre las
personalidades políticas, no asistieron por estar en contra de la revisión
de los Artículos, Samuel Adams (Massachusetts), ni Patrick Henry
(Virginia). Tampocó asistieron John Adams, ni Thomas Jefferson, por
estar sirviendo de embajadores en Londres y París, pero sus puntos de
vista estaban ampliamente representados por Gouvemeur Morris y Ja­
mes Madison, respectivamente.
Este grupo escogido de 55 hombres, que representaban los grandes
intereses económicos, estaba de acuerdo en lo esencial: el gobierno na­
cional debía reforzarse. Este gobierno, representativo y basado en la di­
visión de poderes, debía ser capaz de recaudar sus propios impuestos,
aprobar leyes y hacerlas cumplir con su propia Administración. Ade­
52 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

más de este amplio principio de acuerdo, estuvieron tres meses y me­


dio —-del 8 de mayo a septiembre de 1787— debatiendo el borrador
que les había presentado James Madison en unas circunstancias ex­
cepcionales, Aislados de la presión de la opinión pública, discutiendo
en sesiones secretas, los delegados tuvieron total libertad para delibe­
rar, cambiar de opinión y llegar a compromisos.
Dos compromisos fueron esenciales para resolver los desacuerdos
en cuanto a representación en el Legislativo entre los Estados grandes
y pequeños y los del norte y el sur. Apelando a la igualdad, los Estados
pequeños — más interesados en revisar los artículos que en hacer una
nueva Constitución— exigían una representación igual de los Estados;
mientras que los Estados grandes señalaban que la igualdad era de
hombres más que de Estados, por lo que la representación debía ser
proporcional al número de habitantes de cada Estado. El llamado Gran
compromiso o Compromiso de Connecticut —en realidad una conce­
sión de los grandes Estados-— logró el acuerdo, estableciendo una Le­
gislatura bicameral -—el Congreso— , con dos cámaras y sistemas de
representación distintos. En la Cámara de Representantes, éstos serían
elegidos popularmente en proporción al número de habitantes de cada
Estado, en razónele un representante por cada 40.000 habitantes. En el
Senado, todos los Estados tendrían la misma representación: dos sena­
dores elegidos por las Legislaturas de cada Estado.
Aún existía mayor división y conflicto entre los Estados del norte
y del sur. Por un lado, los Estados del norte tenían una mayoría de po­
blación libre, pero se esperaba que pronto ésta fuera mayor en el sur,
pues el suroeste se estaba poblando más rápidamente que el noroeste.
Por otro lado, les dividía la esclavitud y la pretensión del sur de no
aboliría, así como de poder contar con la población esclava para au­
mentar el número de sus representantes en la Cámara,
El compromiso a que se llegó ofrecía algo a ambas partes. Con
igual representación de los Estados en el Senado, el sur tenía la segu­
ridad presente de mayoría frente al norte; mientras que el norte asegu­
raba una mayoría futura frente al sur, una vez se hubieran convertido
en Estados los territorios del noroeste. Asimismo, la Convención otor­
gó una proporción extra de poder a los blancos del sur, al incluir a 3/5
de los esclavos de los Estados en el recuento de población, que decidía
los representantes de cada Estado en la Cámara,85
Por supuesto la Constitución no se refería a la esclavitud o a su abo­
lición, pero se comprometía a prohibir el tráfico internacional de escla­
vos en 1808 y mientras tanto impondría un impuesto de diez dólares
REVOLUCIÓN, INDEPENDENCIA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 53

por cada esclavo importado, Para compensar esta medida, se llegó al


a c u e r d o de que los esclavos fugitivos debían devolverse a sus dueños.
Al Ejecutivo se le daban enormes poderes. El presidente era jefe de
las Fuerzas Armadas, tenía derecho de veto, podía firmar tratados in­
ternacionales con el consentimiento de 2/3 del Senado, podía nombrar
diplomáticos y jueces del Tribunal Supremo — aunque éstos eran rati­
ficados por el Senado y ejercían su cargo de forma vitalicia— , así
como otros funcionarios federales, y tenía su propia Administración. El
presidente era elegido cada cuatro años, con poder de reelección, me­
diante el procedimiento elitista e indirecto del Colegio electoral, for­
mado por un número de electores igual al número de representantes y
senadores de cada Estado. Las Legislaturas estatales decidirían si estos
electores serían designados directamente por ellas o elegidos por voto
popular, procedimiento que adoptaría con rapidez la mayoría de ellas.
En cuanto a las relaciones entre los Estados y el gobierno nacional, la
Constitución otorgaba enormes competencias al gobierno federal, como
imponer impuestos, dirigir las relaciones exteriores, regular el comercio
nacional e internacional, crear una Armada y un Ejército, y acuñar mo­
neda. Sin embargo, los Estados aún seguían detentando ía mayoría del
poder. El gobierno nacional o federal no podía vetar las leyes de los Es­
tados y las Legislaturas estatales decidían tanto la elección de senadores,
como el procedimiento para elegir electores. Legislaban sobre los pro­
cesos electorales, la educación, aspectos civiles -—como matrimonios y
divorcios— , comercio interior; establecían las condiciones para crear
negocios, cuidaban de la seguridad pública y la moral. Los últimos ar­
tículos se referían al proceso para realizar futuras enmiendas, a la asun­
ción de las deudas contraídas por Estados Unidos durante la Confede­
ración y a la forma en que los Estados ratificarían la Constitución, en
Convenciones elegidas específicamente para tal efecto en cada Estado.
Después de tres meses y medio de discusiones, quedaban en la Con­
vención 42 de los 55 delegados iniciales, de los cuales 39 firmaron el
documento. Las ausencias y rechazos en la élite anunciaban los proble­
mas y dificultades de la ratificación popular en los Estados. En medio de
un intenso debate político entre federalistas y antifederalistas, la Cons­
titución necesitó ocho meses para ser ratificada por el mínimo de nueve
Estados y más de dos años para que la ratificaran todos los Estados,
En muchos Estados la oposición vino de los políticos locales y de
los sectores populares directamente perjudicados en sus intereses por
la nueva configuración del estatal Así, muchos agricultores pobres,
habitantes del oeste y deudores en general se sintieron perjudicados;
54 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

pero los artesanos de las ciudades y los manufactureros la apoyaban.


Entre la élite, los propietarios de esclavos eran menos entusiastas que
los comerciantes» banqueros y poseedores de deuda pública.86
Al daño de muchos intereses» se unía el recelo a un nuevo poder
central. Elaborada con secretismo en Filadelfia, la Constitución no era
una simple revisión de los Artículos de la Confederación, sino un go­
bierno totalmente nuevo, poderoso, distante y más elitista, que parecía
una traición a los principios y avances democráticos de 1776. Inicial­
mente la Constitución no tenía una Declaración de Derechos y una Cá­
mara de Representantes con 55 miembros iba a decidir por más de tres
millones de personas, en una proporción de un representante por cada
40.000 habitantes. En los Estados, muchos votantes temían que tan po­
cos hombres, representándolos a tantos kilómetros de distancia, serían
más ricos y poderosos y estarían menos familiarizados con sus pro­
blemas, que los representantes de las leg islatu ras estatales.
A pesar de esta oposición, la Constitución se ratificó porque algu­
nos sectores populares la apoyaron, porque los sectores más influyen­
tes utilizaron todos los medios, tanto lícitos como ilícitos, para que se
aprobara y se hicieron algunas concesiones a los antifederalistas. Al­
gunos sectores populares, como los artesanos de las ciudades y cierto
campesinado, apoyaron un gobierno nacional que protegiera sus inte­
reses. Los federalistas, antes llamados nacionalistas, con más medios
para defender sus puntos de vista, tuvieron la habilidad, durapte el de­
bate de ratificación, de apropiarse del término federal para denominar
a la república y el gobierno nacional, de identificarse como federalis­
tas —-como si estuvieran opuestos a un gobierno central fuerte— , cali­
ficando a sus adversarios de antifederalistas. Cuando la elocuencia no
fue suficiente utilizaron todo su poder para intimidar y coaccionar,
como en Pensilvania, donde los federalistas llevaron a rastras hasta el
Hemiciclo a los representantes antifederalistas necesarios para conse­
guir el quorum que decidiría la fecha de la Convención, y en el debate
de ratificación, compraron todos los periódicos del Estado donde im­
primían solamente los argumentos federalistas.87 Finalmente tuvieron
que ceder algo y consentir en las primeras diez enmiendas, que garan­
tizaban los derechos individuales y otorgaban más derechos a los Es­
tados, añadidas al texto constitucional en 1791 con el nombre de De­
claración de Derechos.
Los primeros en ratificar fueron los Estados pequeños, que veían
ventajas en la Constitución. El primero en aprobarla unánimemente fue
Delaware en diciembre de 1787. En el mismo mes también New Jersey
REVOLUCIÓN, ÍNDEPÉNDENCÍA Y CONSTRUCCIÓN NACIONAL 55

la ratificó por unanimidad, Georgia y Connecticut lo hicieron con una


mayoría abultada, y Pensilvania con un voto más disputado a principios
de enero de 1788, También en enero de 1788 la ratificó Massachusetts,
con una votación muy ajustada, sólo posible gracias a la «conversión»
de John Hancock y a condición de que se introdujeran enmiendas.
Maryland la ratificó en abril de 1778 con una mayoría más abundante,
Carolina' del Sur con una votación muy ajustada le siguió en mayo.
New Hampshire, el «crucial» Estado numero 9, la ratificó el 21 de junio
de 1788 y unos días después, el 25 de junio de 1778, lo hizo Virginia, el
mayor Estado de la Unión, con una votación ajustada de 89 a 79 tras un
gran debate entre James Madison y Patrick Henry, La campaña de los
federalistas, para que Nueva York ratificara fue muy agresiva, pues era
el Estado que conectaba geográficamente el norte y el sur, así como el
mayor puerto del país. Para convencer a los neoyorquinos de las bonda­
des de la Constitución federal, tres distinguidos políticos —James Ma­
dison, Alexander Hamilton y John Jay— publicaron 87 artículos en
cuatro periódicos de la ciudad de Nueva York durante diez meses —de
octubre de 1787 a mayó d e 1788— , bajo el pseudónimo de Publius. Es­
tos artículos, agrupados en El Federalista y considerados uno de los
mejores tratadOs d e ciencia política, no evitaron que la ratificación de la
Constitución eñiulió de 1788 fuera muy ajustada —-30 a 27— en Nue­
va York. Ese mismo mes, Carolina del Norte la rechazó, aunque revocó
su decisión en noviembre de 1789, En mayo de 1790, Rhode Island fue
el último EstádÓ;eh ratificarla.88
En la primera reunión del Congreso, el 25 de septiembre de 1789,
James Madison, en nombre del primer gobierno de la república, pre­
sentó en doce enmiendas el borrador de la Declaración de Derechos,
que muchos Estíidos habían exigido para ratificar la Constitución. Diez
de Jas doce enmiendas, conocidas como de The Bill o f Rights (Decla­
ración de Derechos), que limitaban los poderes del nuevo Estado fe­
deral frente al individúo y otorgaban más derechos a los Estados, fue­
ron ratificados por éstos en diciembre de 1791.89 Las diez primeras
enmiendas añadidas a la Constitución garantizaban la libertad de reli­
gión, expresión, prensa y derecho de reunión; el derecho del pueblo a
defenderse y, por tanto, a portar armas; prohibían a los soldados alo­
jarse en casas particulares sin el permiso de sus propietarios, las in­
cautaciones arbitrarias, juzgar a las personas dos veces por el mismo
delito, así como obligar a una persona a testificar en su contra. Garan­
tizaban rapidez en los juicios y el juicio por jurado. Prohibían las fian­
zas excesivas y los castigos crueles. Aseguraban que el individuo rete­
56 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

nía los derechos no enumerados por la Constitución y, finalmente, de­


claraban reservado a los Estados todo derecho no concedido específi­
camente al gobierno federal.

La Constitución federal establecía una forma de Estado totalmente


nueva: una república en un gran país en crecimiento, con una estructu­
ra federal que aún dej aba un enorme poder a los Estados, cuando en
Europa la modernización del Estado significaba centralización. Era
también el sistema político más representativo del mundo occidental
— 1/3 de la población— , con posibilidades de evolucionar hacia la de­
mocracia, pero con exclusiones que desafiaban el Principio de Igual­
dad anunciado en la Declaración de Independencia. Los años siguien­
tes confirmarían si este nuevo modelo de Estado, con enormes
posibilidades de expansión, pero profundamente endeudado tras la
guerra y muy dividido políticamente en tomo a la Constitución fede­
ral, tendría viabilidad en una situación de conflicto e intensa rivalidad
internacional entre Francia e Inglaterra.
Capítulo 2
LOS AÑOS' DECISIVOS BE LA REPÚBLICA,
1790-1815

La urgencia de los problemas por resolver había facilitado el com­


promiso entre las distintas élites estatales reunidas en Filadelfia. Para
que la Constitución fuera aprobada en 1787 y posteriormente ratifica­
da por los Estados en 1789, no mencionaba la esclavitud, era ambigua
respecto a las atribuciones del gobierno nacional y declaraba que la so­
beranía no residía ni en el gobierno federal, ni en los Estados, sino en
el pueblo. Los primeros años de la república federal —entre 1790 y el
final de la guerra contra Inglaterra en 1815— serían decisivos para
concretar las ambigüedades de la Constitución y comprobar si esta
nueva estructura federal permitía respetar los derechos de los Estados
y crear una nación americana, sin que el país se quebrara políticamen­
te, demostrando que el régimen republicano podía triunfar en un enor­
me territorio en expansión. Serían también años decisivos para esta­
blecer la viabilidad económica, la integridad territorial y la posición
internacional de la nueva república federal.
En 1790, como había demostrado el debate de ratificación, el país se
encontraba políticamente muy dividido respecto a la Constitución fede­
ral, aunque la élite política la apoyaba casi de forma unánime. Sin em­
bargo, los efectos económicos positivos de su ratificación fueron inme­
diatos, acabando definitivamente con la crisis posbélica de la década
de 1780. El país, con abundantes recursos y una población muy joven de
3,9 millones de habitantes, que crecía rápidamente, tenía buenas perspec­
tivas de crecimiento económico a largo plazo. Sin embargo, había pocas
perspectivas de crecimiento económico rápido a corto plazo, a causa de
la escasez de capital y mano de obra, y por el reducido tamaño de su mer­
cado nacional y la incapacidad de expandir el mercado exterior.1
58 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Una población de 3,9 millones de habitantes, de los que casi


700.000 eran esclavos, vivía mayoritariamente dispersa en el campo
-—3,7 millones— . Con pocas ciudades y graves problemas de trans­
porte en las zonas rurales alejadas de los grandes ríos, el mercado inte­
rior era pequeño y no muy concentrado. Por otro lado, las enormes ex­
pectativas de que, tras la independencia, el comercio mundial se
“abriera a los productos agrícolas norteamericanos se vieron frustradas
y las exportaciones eran menores que antes de la revolución. Asimis­
mo, los productos fueron excluidos por Gran Bretaña del comercio con
el Caribe británico y Canadá; pero tampoco vieron abrirse otros mer­
cados europeos por las políticas mercantilistas de sus respectivos go­
biernos, por la autosuficiencia de muchos países europeos en materia
agrícola o porque el,precio de los productos agrícolas norteamericanos
no compensaba los altos costos de transporte.

S a n e a m ie n t o e c o n ó m ic o y n a c im ie n t o
DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS

El nuevo régimen tuvo la ventaja de poder contar con George W a­


shington, de Virginia, como presidente en sus primeros ocho años. El
Colegio electoral lo había elegido presidente por unanimidad en 1789,
mientras que John Adams, con 34 votos, se convirtió en vicepresidente.
Su autoridad carismática, su probado patriotismo y fidelidad a la repúbli­
ca, sus dotes políticas, permitían dár tiempo a establecer la legitimidad
política del nuevo país y el nuevo régimen. Como señalara Thomas Jef­
ferson en 1790, «si el presidente puede mantenerse unos pocos años, has­
ta que estén establecidos los hábitos de autoridad y obediencia, entonces
no tenemos nada que temer».2 Cuando George Washington tomó pose­
sión de su cargo el 30 de abril de 1789 en Nueva York, contaba con cin­
cuenta y siete años, no tenía casi diéntes, su cabello era gris y sabía que
se enfrentaba a «un mar de dificultades».3 Heredaba de la Confederación
una Secretaría de Asuntos Exteriores con John Jay a la cabeza y dos em­
pleados; un Comité del Tesoro sin fondos; un Secretariado de Guerra,
bajo la dirección de Henry Knox, con un Ejército de 672 hombres y sin
Marina; una deuda federal enorme y casi ningún ingreso. La primera ta­
rea de Washington era crear cierto gobierno y Administración de la nada
además de obtenerlos medios económicos para hacerlos viables.
Washington formaría el primer Gabinete Presidencial con Thomas
Jefferson, recién llegado de Francia tras cinco años de embajador,
LOS AÑOS DECISIVOS BE LA REPÚBLICA, 1790-1815 59

corno secretario de Estado; Alexander Hamilton -—su ayudante duran­


te la guerra— como secretario del Tesoro; Henry Knox seguía siendo
secretario de Guerra y Edmund Randolph — antiguo gobernador de
Virginia— fue nombrado fiscal general. Como presidente del Tribunal
Supremo nombró a John Jay, que permanecería en el cargo hasta 1795.
El primer desafío del Gabinete y concretamente de Hamilton era sa­
near las finanzas de la república federal, resolver los problemas de es­
casez de capital y garantizar la estabilidad económica.
El programa económico de Hamilton quedó expresado en el Infor­
me sobre los fondos públicos (1790), que el secretario del Tesoro ela­
boró en tres meses a petición del Congreso,4 El programa, que consta­
ba de cinco puntos principales, iba a provocar no sólo la primera
división entre ia élite que había apoyado la Constitución federal sino
también el comienzo de una intensa división en la sociedad, que lleva­
ría a la formación del primer sistema de partidos. En primer lugar, su
informe sugería que «la deuda debía ser pagada a su valor nominal»,
no a su valor de mercado, sin reparar en que estuviera o no en manos
de su comprador original. La objeción de James Madison, represen­
tante de Virginia* era que aquellos veteranos de guerra que habían co­
brado sus salarios éh bonos de guerra y muchos patriotas que habían
ayudado a la república durante los días desesperados de la revolución,
habían tenido que vender sus bonos depreciados en los años de crisis
de 1780 a una fracción de su valor; mientras que los especuladores que
los habían acumulado se beneficiarían de la diferencia entre el valor de
mercado depreciado al que los compraron y el valor nominal. La pro­
puesta de Madison era que la diferencia entre el valor nominal y el va­
lor de mercado se diera al comprador original de esta forma las dos
partes tendrían beneficio. Hamilton se opuso a esa solución por poco
práctica y como 29 de los 64 miembros de la Cámara eran poseedores
de bonos del Estado, la propuesta de Madison fue derrotada.
En segundo lugar, el gobierno nacional debía asumir «las deudas
de guerra de los Estados». Con la excepción de Carolina del Sur, que
tenía muchas deudas de guerra, esta medida favorecía en general a los
Estados del norte (Nueva York, Massachusetts) y perjudicaba a los Es­
tados del sur, que se habían endeudado menos durante la guerra — Ge­
orgia, Maryland y Carolina del Norte— o que, como Virginia, ya la
habían reducido en un 40 por 100 y ahora tenían que ayudar a pagar las
deudas de otros Estados.
La oposición fue liderada otra vez por Madison y el Estado de Vir­
ginia, que no solamente criticaban la injusticia económica que sufrí-
60 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

rían los Estados con pocas deudas, sino que manifestaban la preocupa­
ción por que el gobierno federal asumiese implícitamente la autoridad
soberana sobre las economías de todos los Estados,
Esta preocupación se manifestó también en el tercer punto, relativa
a «la consolidación de toda la deuda nacional» —la deuda combinada,
es decir la deuda federal y de los Estados— , estimada en 79 millones
de dólares. Así, el gobierno nacional emitiría bonos negociables, inter­
cambiables por la deuda. Ésta era la clave del programa de Hamilton,
pues de esta forma una serie de certificados sin valor se transformaría
en capital que estimularía la economía. Además, como la deuda era po­
seída por los ciudadanos más ricos, éstos apoyarían la nueva Constitu­
ción y el gobierno nacional.
Las críticas de Madison y Virginia eran que tanto la asunción de las
deudas de los Estados, como la consolidación de toda la deuda na­
cional, inflaría innecesariamente la deuda, favorecería a los especula­
dores y sería un signo de que el gobierno federal podría absorber a los
Estados, pues para subvencionar la deuda incrementaba el poder im ­
positivo del gobierno nacional. Estos impuestos fluirían de los pobres
a los ricos, del sur al norte y de los agricultores empobrecidos a los es­
peculadores.
El secretario de Estado, Thomas Jefferson, que compartía los te­
mores de Madison sobre el creciente poder del gobierno nacional
-—pero había comprobado en Francia que Estados Unidos no podía ser
tomado en serio mientras la deuda externa no fuera pagada y el crédi­
to con los banqueros de Amsterdam, restaurado— , jugó un papel deci­
sivo para que Hamilton y Madison llegaran a un acuerdo en el Con­
greso. El acuerdo permitió que el Congreso aprobara la asunción de la
deuda de los Estados y la consolidación de la deuda nacional; pero fue
un triunfo para Virginia, pues consiguió que la capital —tras un perío­
do temporal en Pensilvania— se trasladara definitivamente al sur, al
Potomac, entre Virginia y Maryland y que, de forma milagrosa, la deu­
da que Virginia debía asumir se igualara a los impuestos que este Es­
tado debía al gobierno federal, con lo cual la asunción de la deuda se­
ría ficticia.5
El cuarto punto, buscando crear instituciones financieras sólidas en
el país, pretendía «ia creación de un Banco Nacional» del que el go­
bierno federal sería accionista minoritario y donde se depositarían los
fondos gubernamentales. El banco incrementaría el flujo de capitales
— esencial para el crecimiento económico— y proporcionaría también
al país una moneda sólida. En 1790, el banco tenía también una signi­
LOS ANOS DECISIVOS DE LA REPÚBLICA, 1790-1815 61

ficación política, pues sus acciones podían suscribirse con los recien­
temente consolidados Bonos Nacionales, de forma que estos nuevos
accionistas, que se encontraban entre las clases más poderosas de Es­
tados Unidos, estarían más comprometidos por su propio interés en
apoyar al gobierno nacional. Este punto fue también objeto de división
de opiniones en el Congreso y planteó el primer debate sobre la inter­
pretación de la Constitución en el Gabinete Presidencial.
El proyecto fue aprobado en el Congreso a pesar de las objeciones
de Madison, el redactor de la Constitución, quien argumentaba que no
había bases constitucionales para la creación de un Banco Nacional. En
el Gabinete Presidencial se reprodujo el debate en tomo a la interpreta-
: ción amplia o estricta de la Constitución. Según el Artículo Primero,
\ sección octava, de la Constitución, ésta autorizaba al Congreso a «pro­
mulgar todas las leyes, que fueran necesarias y apropiadas, para ejecu­
tar los poderes otorgados por esta Constitución al gobierno de Estados
Unidos».6 Para Jefferson, la interpretación de este artículo era que el
Banco Nacional no era «necesario» y que según la Décima Enmienda
todos los derechos no delegados explícitamente en el Congreso eran re­
servados a los Estados. Mientras tanto, Hamilton insistía en que el po­
der constituir corporaciones era potestad de cualquier gobierno, estu­
viera o no expresamente indicado en la Constitución. El presidente
compartió el argumento de Hamilton y firmó la ley que creaba el Ban­
co Nacional de Estados Unidos.
El quinto punto urgía al Congreso a aprobar «un impuesto sobre el
whisky destilado» para financiar la deuda consolidada. Aunque Ha­
milton sabía que este impuesto era impopular, creía más equitativo
desplazar parte de la imposición fiscal de los comerciantes del este a
los agricultores d ef oeste.
El programa de Hamilton se completaba con un Informe sobre las
. manufacturas, que proponía incentivar éstas, para utilizar productiva­
mente el nuevo capital creado por la deuda consolidada. Las ventajas
que derivarían del desarrollo de la manufactura serían múltiples: di­
versificación del trabajo, mejor uso de la maquinaria, trabajo para las
mujeres y los niños, promoción de la inmigración y creación de un
mercado para los productos agrícolas. El programa exigía la imposi­
ción de altos aranceles protectores, que restringirían la exportación de
; materias primas y animarían a la creación de ciertas industrias, así
como a ia mejora de los transportes.
Los éxitos de la política de Hamilton fueron enormes, pues puso las
bases del sistema monetario y fiscal norteamericano. Al consolidar las
62 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

deudas, aumentó el valor del dólar continental, aseguró el crédito del


gobierno y atrajo capitales. Con la creación del primer Banco Nacional
de Estados Unidos comenzó a establecerse un elaborado mercado de
capitales. Pero, sobre todo, las reformas económicas de Hamilton per­
mitieron que el país aprovechara las ventajas económicas internacio­
nales que se le presentaron a partir de 1793,7 cuando el comienzo de la
guerra entre Francia e Inglaterra dejaba el comercio internacional en
manos de los países neutrales.
Pero estos éxitos se consiguieron a costa de la división entre los
miembros del Gabinete Presidencial y la élite política que había redac­
tado la Constitución federal. Esta división fue el embrión de los pri­
meros partidos políticos. El primer punto de desunión era el relativo al
poder de los Estados y el gobierno nacional, pero también había dos
visiones distintas del capitalismo y la política económica. Los federa­
listas compartían las ideas de Hamilton de reforzar el gobierno nacio­
nal, mantener la política en manos d é la élite frente «a la tiranía de la
mayoría» y poner las bases del desarrollo comercial e industrial de Es­
tados Unidos con medidas económicas que favorecieran sobre todo a
los sectores comerciales y financieros del noreste; Los que se agrupa­
ban en tomo a Madison y Jefferson adoptaron el nombre de republica­
nos, equiparando el término república con política democrática. Así,
se oponían alelitism o político del Senado y la presidencia, cuestiona­
ban que fueran constitucionales los nuevos poderes que estaba asu­
miendo el gobierno nacional, estaban de acuerdo en sanear la econo­
mía para posibilitar el desarrollo del país, y también con las ideas de
desarrollo económico armónico de Adam Smith, ya que pensaban que
el crecimiento continuo de una agricultura comercial familiar — con­
tando con la expansión hacia las tierras del oeste— estaría al alcance
de todos los varones blancos.8 Páradójicamente, una parte fundamen­
tal del apoyo al programa de capitalismo agrícola comercial d élo s re­
publicanos se encontraba entre los intereses de los plantadores escla­
vistas del sur, pero esa realidad no parecía perturbar su programa de
capitalismo popular o igualitario.9
Esta división en el gobierno y las élites se extendió a la población,
convirtiéndose en una intensa lucha partidista, a partir de 1793, cuando
los temas de política exterior dominaron la vida política nacional. En
1793, el rey de Francia, Luis XVI, fue ejecutado, abriendo un nuevo
período de radicalización en la Revolución Francesa. Gran Bretaña, se
unió a las monarquías de España y Holanda, en una guerra contra la re­
pública francesa, que duraría hasta 1815. Aunque Estados Unidos, por
LOS ANOS DBCÍSIVOS DE LA REPÚBLICA, J790-i 815 63

el tratado de 1778, era un aliado perpetuo de Francia y estaba obligado


a defender sus posesiones en las Indias Occidentales, George Was­
hington proclamó la neutralidad de Estados Unidos — aunque recono­
ció la república francesa y admitió a su embajador Edmond-Charles
Génet.
Gracias a esta excepcional situación internacional, aumentaron to­
das las exportaciones agrícolas, especialmente las ya importantes de tri­
go y harina -—que abastecían a Portugal, España e incluso Gran Breta­
ña— , así como eí algodón, que rápidamente comenzó a sustituir al arroz
y al tabaco como principal producto de exportación del sur. También in­
directamente benefició sobre todo a la industria de construcción de bar­
cos. Por esteM otivo, los principales beneficiarios de este crecimiento
económico fueron los Estados con puertos importantes en el norte y en
el alto sur — Massachusetts, Nueva York, Pensilvania y Maryland— ;
mientras que en el sur profundo se beneficiaron sobre todo los Estados
de Carolina del Sur, Georgia y Mississippi, donde más había aumentado
el cultivó de algodón.10Los años transcurridos entre 1793 y 1808 fueron
de enorme prosperidad, aunque durante los ocho primeros años de guer­
ra tanto Francia como Inglaterra intentaron acabar con la neutralidad de
Estados Unidos, atacando sus barcos, incautando su carga y apresando a
sus tripulaciones.
Los acontecimientos de Francia y la guerra entre la república fran­
cesa, Gran Bretaña y las otras monarquías europeas tuvieron otra con­
secuencia: polarizar y dividir políticamente a la población en torno al
apoyo a Francia o Gran Bretaña, como símbolo de dos concepciones
distintas de la sociedad y la política norteamericana.
Los federalistas apoyaban la neutralidad, y frente al jacobinismo y
el «terror» de la república francesa, eran manifiestamente probritáni­
cos y partidarios de una política representativa, pero elitista; por otro
lado una nueva forma de política popular surgía en tomo a los republi­
canos, que apoyaban la política francesa. Hubo enormes manifestacio­
nes populares de apoyo a la república francesa, asociaciones políticas
voluntarias, llamadas Sociedades Democráticas, aparecieron en cada
Estado, organizando Comités de Correspondencia entre ellas. Se edi­
taban periódicos partidistas y comenzaban a elegirse candidatos elec­
torales entre «los hombres comunes» por los temas que proponían, no
por sus «virtudes personales».11
En este ambiente de división e intensa pasión política, en el que la
fiesta del 4 de julio se celebraba por separado entre federalistas vesti­
dos de negro y republicanos portando los colores de la bandera trance-
64 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

sa. dos decisiones de Washington en política exterior dividieron aún


más a un país muy polarizado y plantearon la cuestión de hasta qué
punto era legítimo para el pueblo involucrarse en debates sobre deci­
siones que la Constitución había confiado a los representantes elegidos.
Cuando llegaron a Filadelfia las noticias de que los británicos ha­
bían apresado 399 barcos norteamericanos en el Caribe británico, Geor­
ge Washington y los federalistas, ante la necesidad de aumentar las de­
fensas del país, incrementaron los impuestos en los licores destilados.
El aumento de estos impuestos dañaba los intereses de los agricultores
al oeste de los Aleghenies, que por problemas de transporte convertían
gran parte de su excedente de grano en alcohol destilado. Agricultores
de cuatro condados del oeste de Pensilvania — ya organizados en So­
ciedades Democráticas— se levantaron en rebelión contra la recauda­
ción de este impuesto» atemorizando a los recaudadores, robando el
correo, paralizando los juicios y amenazando con asaltar Pittsburg. La
respuesta del presidente Washington fue reprimir la «rebelión del
Whisky» con 13.000 milicianos, una fuerza mucho mayor que ningu­
no de los ejércitos mandados por Washington durante la guerra de In­
dependencia. Aunque los rebeldes se dispersaron rápidamente, la re­
sistencia al impuesto sobre el whisky renovó ei debate sobre la
participación popular en política, defendida por periódicos y Socieda­
des Democráticas que Washington agitó cuando, en su discurso en el
Congreso de otoño, habló de que «ciertas Sociedades» habían sido cul­
pables de fomentar la rebelión política.
En medio de este debate, los términos del tratado de Jay se nego­
ciaron con Inglaterra. John Jay fue enviado por Washington a Gran
Bretaña para conseguir que este país retirara sus puestos en la frontera
occidental, pagara reparaciones por los barcos incautados, compensa­
ra por los esclavos liberados que huyeron con los británicos en 1793 y
firmara un tratado comercial con Estados Unidos que legalizara el co­
mercio norteamericano con el Caribe británico. Pero tras siete meses
de negociación, Jay solamente consiguió la promesa británica de eva­
cuación de los puestos fronterizos del noroeste en 1796 y el pago de re­
paraciones por los barcos incautados en 1793-1794.
A cambio de estas concesiones, Jay aceptó la definición británica
de los derechos de los neutrales, según la cual las mercancías no podí­
an viajar en barcos neutrales a puertos enemigos, y eí comercio con las
colonias enemigas, prohibido en tiempos de paz, no podía abrirse en la
guerra. Gran Bretaña conseguía el trato de nación comercial más favo­
recida, el compromiso de que el gobierno federal pagaría lo adeudado
LOS AÑOS DECISIVOS DE LA REPÚBLICA, 1790-1815 65

a los comerciantes británicos desde la revolución y ia promesa de que


los piratas franceses no serían abastecidos en puertos norteamericanos.
Lo peor, sin embargo, era no haber conseguido el acceso de los barcos
norteamericanos al Caribe británico.
Mientras los republicanos expresaban su descontento por las gene­
rosas concesiones a Gran Bretaña y se quemaba la esfinge de Jay en
«reuniones públicas»,12 el Senado discutía el tratado en secreto, y por
sólo un voto lograba la mayoría necesaria de 2/3 de la Cámara para
aprobarlo el 24 de junio de 1795.
Lo que sí consiguió la política exterior de Washington fue despejar
el camino a la colonización de las tierras del oeste, pero «la política de
tierras» se convirtió en otro punto esencial de discrepancia entre fede­
ralistas y republicanos. Por el tratado de Jay, los ingleses abandonaron
sus puestos en el oeste. Apenas un mes después, por el tratado de Gre~
enville (agosto de 1795), Estados Unidos compraba a las doce tribus
de Ohio los derechos del cuarto sureste de los territorios del noroeste
(actualmente Ohio e Indiana), También en 1795 conseguía por el tra­
tado de Pickney con España que ésta reconociera el paralelo 31 como
la frontera sur de Estados Unidos; la libre navegación del Mississippi;
el derecho a «depositar mercancías» en Nueva Orleans sin tener que
pagar aduanas por un período de tres años, con promesa de renova­
ción; una Comisión para fijar las reclamaciones norteamericanas con­
tra España y Ja promesa de que ninguna de las partes incitaría a ios in­
dios a atacar a la otra parte.
La postura federalista era la de asentar primero la colonización en el
este, y luego desarrollar las manufacturas y utilizar las tierras públicas
como capital para pagar deudas y/o enriquecer al Tesoro. Esta política
favorecía la división de la tierra en grandes lotes, que se venderían prin­
cipalmente a los especuladores. La postura de Jefferson y Madison, por
el contrario, era favorecer la colonización rápida del oeste y dividir la
tierra en lotes lo más pequeños posibles, como medio de afianzar la re­
pública y extender los derechos políticos a la mayoría de los hombres
blancos. Prevaleció la política federalista en la Ley de Tierras de 1796,
que mantenía los lotes mínimos de 640 acres de tierra de las Ordenan­
zas del Noroeste, aunque doblando el precio por acre a dos dólares y
exigiendo que el total fuera pagado en un año. Como resultado de esta
política, en 1800 el gobierno solamente había vendido 50.000 acres.
Así pues, la política exterior y la simpatía por Francia o Inglaterra
constituyeron el principal catalizador, en el segundo mandato de Geor­
ge Washington, de la división intensa de la sociedad y de la adscrip­
66 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

ción a uno u otro partido, pues solamente en un sentido muy amplio se


podía decir que los partidos representaban intereses territoriales y de
clase. Eran más bien coaliciones amplias de intereses diversos. Así,
aunque la mayoría de los apoyos federalistas se encontraban en el nor­
te, entre la élite comercial y financiera y los intereses manufactureros,
tenían apoyos populares en los puertos de Nueva Inglaterra; asimismo
los tratados de Jay y PicfcfíéyTés Había permitido tener apoyos en el
Oeste y en el sur: Hamilton tenía importantes conexiones con Carolina
del Sur, y George Washington y John Marshall con Virginia. En cuan­
to a los republicanos, aunque su mayor apoyo estaba entre los planta­
dores del sur y los agricultores pobres del sur y el oeste, también cre­
cieron mucho entre los cultivadores de grano dé Nueva Inglaterra y los
Estados del Atlántico medio, siendo el eje Nueva York-Virginia el que
sustentó la victoria del Partido Republicano en 1800. -3

L a d e s p e d id a d e G e o r g e W a s h in g t o n y l a s e l e c c io n e s d e 1796

El 19 de septiembre de 1796, George Washington anunciaba a sus


«amigos y conciudadanos»; en un artículo publicado en The American
Daily Advertaiser, el mayor periódico de Filadelfia, que no iba a pre­
sentarse para un tercer mandato presidencial. El hombre que era una
leyenda viva de su tiempo, el «padre de la patria» desde 1776, que du­
rante veinte años había ocupado sucesivamente los cargos de coman­
dante en jefe del Ejército continental, presidente de la Confederación y
presidente de la república federal en sus ocho primeros años, decidía
retirarse a su plantación de Mount Vemon, Virginia.
En mitad de la sesentena su salud de hierro había comenzado a fla­
quear. Se sentía herido tanto por las críticas de que actuaba con la m a­
jestad y la distancia de un «cuasi-rey», como por la tremenda oposi­
ción republicana al tratado de Jay y a la represión de la Rebelión del
Whisky». Ante cualquier sombra de duda entre los que le acusaban de
veleidades monárquicas, su decisión de no presentarse voluntariamen­
te a las elecciones de 1796 mostraba sus profundas convicciones repu­
blicanas. A diferencia de las monarquías europeas, los presidentes eran
inherentemente desechables.
El objetivo de su llamado Mensaje de despedida —-más bien una
carta de despedida— era aconsejar a sus compatriotas sobre cómo
mantener la unidad y el propósito nacional, no solamente sin él, sino
sin un rey. El mensaje, convertido hoy en un documento fundacional de
LOS ANOS DECISIVOS DE LA REPÚBLICA, !790-1815 67

la república, contenía dos temas principales. Por un lado, una llamada


a la unidad nacional, en donde denunciaba el excesivo partidismo, es­
pecialmente aquel que bajo la forma de partidos políticos perseguía
«intereses ideológicos o de grupos de interés territorial, que hacían
caso omiso a las ventajas de la cooperación». Por otro, él resto estaba
dedicado a la política exterior y hacía una llamada a la neutralidad e in­
dependencia diplomática «de los enmarañados asuntos europeos».
Ambas eran lecciones aprendidas en la guerra de independencia contra
Inglaterra; Allí había comprendido que mantener la unidad del Ejérci­
to continental era la clave para sostener la resistencia nacional, hasta
que cediera el ataque británico. También en la guerra comprendió que
el objetivo era consolidar el control de la república sobre el oeste, a fin
de convertirse en un imperio continental.14
En sus dos últimos años de vida en Mouñt Vemon, Virginia, el cen-
tro del republicanismo, parecía que sus consejos para fortalecer la uni­
dad nacional de la república eran desoídos. Las críticas republicanas al
creciente poder del gobierno federal y sus llamadas a una hueva política
democrática, que recuperara el espíritu de 1776, crecían parejas alas tre­
mendas dificultades internacionales de la presidencia de John Adams.

P r o b l e m a s in t e r n a c io n a l e s y d iv is ió n p a r t id is t a
e n l a p r e s id e n c ia d e Jo h n A dams

Las elecciones de 1796 iban a ser las primeras elecciones partidistas


de la joven república. Compartidos aún poco desarrollados, seguía sien­
do más importante la credencial revolucionaria de los candidatos que
el programa de partido. Retirado George Washington y fallecido Ben­
jamín Franklin, ia elección se debatía entre John Adams y Thomas Jef­
ferson, ambos colaboradores políticos en el Congreso continental y en
l a redacción de la Declaración de Independencia, además de embaja­
dores en Europa y amigos desde 1774.
Esta amistad no obviaba que ambos amigos y miembros del gobier­
no de W ashington hubieran manifestado diferencias políticas Sobre los
principales temas en discordia. Les dividía el poder del gobierno na­
cional, el aumento de 1a representación política y, por supuesto, las re­
laciones con la Francia revolucionaria junto con el apoyo o rechazo al
tratado de Jay.
En las elecciones de 1796, ambos partidos trataron de compensar
ferritoriaimente a sus candidatos con la elección del vicepresidente.
68 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

John Adams (Nueva Inglaterra) eligió a Thomas Pickney, de Carolina


del Sur y Thomas Jefferson (Virginia) a Aaron Burr, de Nueva York.
El voto se dividió territorialmente y el resultado fue muy ajustado,
Adams capturó todos los votos electorales de Nueva Inglaterra y Jef­
ferson los del Sur, venciendo Adams por sólo tres votos en el Colegio
electoral. De esta forma — como aún no se había aprobado la 12.a En­
mienda™-, John Adams se convirtió en presidente y Thomas Jefferson
en vicepresidente.
John Adams no solamente se enfrentó al desafío de ser presidente
tras George Washington y de contar con unas instituciones jóvenes e
inadecuadas para resolver los graves problemas de la nación, en medio
de una intensa división ideológica de los partidos y de la prensa sobre
la interpretación de la revolución y la Constitución; sino que además
se encontraba prácticamente aislado en su Gabinete y heredó una cua­
si guerra con Francia, como consecuencia de la firma del tratado de
Jay. Su vicepresidente, Thomas Jefferson había declinado encabezar
una Delegación para negociar un tratado con Francia que evitara la
guerra, pues prefería ser jefe de la oposición republicana dentro del
Gabinete. El resto del Gabinete era fiel a Alexander Hamilton, que ex­
cluido del ticket presidencial instigaba a la división de los federalistas.
Así, John Adams ignoró a su Gabinete y se apoyó en su mujer, Abigail
Adams, y en su hijo, John Quincy Adams, levantando sospechas de ve­
leidades monárquicas.15
Cuando John Adams tomó posesión de su cargo en 1797, los fran­
ceses ya habían capturado 300 barcos norteamericanos y roto las rela­
ciones diplomáticas con Estados Unidos; el presidente intentó resta­
blecer las relaciones diplomáticas y evitar la guerra por todos los
medios. Pero la respuesta del ministro de Exteriores francés Charles
Maurice de Talleyrand, fue pedir un préstamo de 12 millones de dóla­
res, un soborno de 250.000 dólares para los cinco miembros del Di­
rectorio y disculpas de John Adams por su reciente mensaje en el
Congreso, sólo para empezar a negociar. Cuando la noticia de las con­
diciones francesas llegó al Congreso y a la prensa* la/^hostilidad hacia
Francia creció entre la población y comenzó una guerra naval «no de­
clarada» contra Francia entre 1798 y 1800. Aunque no hubo una de­
claración formal de guerra, el Congreso autorizó la captura de barcos
franceses armados, suspendió el comercio con Francia y renunció a la
alianza de 1778.
Para luchar en esta guerra «no declarada», el Congreso autorizó la
creación en 1798 de un Departamento de Marina, la reconstrucción de
LOS ANOS DECISIVOS DE LA REPÚBLICA, 1790-1815 69

la Armada, que se había deshecho tras la revolución, así como la for­


mación de un Ejército de 10.00(3 hombres, que servirían durante tres
anos, bajo la dirección de Alexander Hamilton. Pero al mismo tiempo,
Adams reinició las negociaciones con Francia en el otoño de 1798,
cuando Napoleón Bonaparte era el primer cónsul del nuevo gobierno
francés. El objetivo de los negociadores norteamericanos era que los
franceses pagaran 20 millones de dólares por los barcos capturados y
la cancelación formal del tratado de Alianza de 1778. En 1800 los
franceses accedieron solamente a dar por finalizada la alianza entre
Francia y Estados Unidos junto con la cuasi guerra.
Pero para entonces los republicanos ya habían comenzado el asal­
to a la presidencia por cualquier medio. Insistían en que el objetivo del
gobierno de Adams era tanto la guerra con Francia, como aprovechar
este conflicto para acabar con la oposición republicana y apoderarse
«del gobierno del pueblo». La aprobación de las Leyes de Extranjería
y Sedición en 1798 pareció confirmar estos temores. Las tres primeras
leyes, aprobadas en el peor momento de la agresión francesa, refleja­
ban la hostilidad hacia los extranjeros — franceses, irlandeses, alema­
nes— . La Ley de Naturalización de 1798 alargaba de cinco a catorce
años el período de residencia necesario para adquirir la ciudadanía. La
Ley de Extranjería daba poderes al presidente para expulsar a los ex­
tranjeros peligrosos a su discreción y la Ley de Enemigos Extranjeros
le autorizaba a «expulsar o encarcelar a los enemigos extranjeros en
tiempos de guerra». Pero la Ley de Sedición iba mas allá, pues definía
como una falta grave cualquier tipo de conspiración, tumulto o insu­
rrección contra «cualquier funcionario del gobierno federal», así como
prohibía cualquier escrito, publicación o discurso contra el gobierno o
cualquiera de sus miembros.
La conmoción que provocó la aprobación de estas leyes demostra­
ba, una vez más, que no había consenso entre republicanos y federalis­
tas ni sobre lo que había sido el objetivo de la revolución americana, ni
sobre lo que la Constitución había establecido; acusándose mutuamen­
te de traicionar la revolución y de violar la Constitución.
De esta forma, la respuesta republicana a la aprobación de estas le­
yes fueron las Resoluciones de Kentucky y Virginia (1798), redacta­
das por Thomas Jefferson y James Madison respectivamente, que acu­
saban al gobierno federalista de violar la Constitución por distintos
motivos, Jefferson, en la Resolución de Kentucky, señalaba que la Ley
de Sedición era inconstitucional porque violaba los derechos naturales
de los ciudadanos de cada Estado al controlar «sus asuntos internos»,
70 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

pues cada Estado tenía derecho natural — si no estaba explícitamente


reflejado en la Constitución como jurisdicción federal— a «anular»
cualquier asunción de poder por otros poderes, dentro de los límites
del Estado; así como el derecho a «separarse», si el Congreso o los Tri­
bunales desafiaban su decisión. La Legislatura de Keñtucky no aprobó
todo lo referido a la anulación y separación por considerarlo demasia­
do peligroso. Por su parte, Madison señalaba que estas leyes eran
«alarmantes infracciones» a la Constitución, pues violaban las garantí­
as de libertad de expresión de la Primera Enmienda.16

L as e l e c c io n e s d e 1800. L a r e v o l u c ió n r e p u b l ic a n a
d e T hom as Jefferso n

Las noticias del acuerdo logrado en la nueva negociación con Fran­


cia llegaron demasiado tarde para influir en un electorado disgustado
por los aumentos de impuestos para el nuevo Ejército y la Marina, los
ataques contra los inmigrantes y la libertad de prensa, que representa­
ban las Leyes de Extranjería y Sedición, y el temor al aumento de po­
der del Ejecutivo federal John Adams se presentó otra vez como can­
didato federalista con un partido muy dividido por la hostilidad de
Hamilton y sus seguidores. Frente a él los republicanos, que presenta­
ban una vez, más a Jefferson como presidente y Aaron Burr como vi­
cepresidente, contaban con una organización muy superior en los Es-
tados — con «caucuses», Comités de Correspondencia y periódicos
partidistas—- y representaban un nuevo estilo de hacer política que,
gracias a la progresiva ampliación del sufragio, incorporaba a nuevos
sectores sociales, los cuales comenzaban a vivir la política como una
pasión colectiva que duraría todo el siglo xix.
A pesar de todo, el resultado fue ajustado y el tándem Jefferson-
Burr ganó a Adams por 73 votos electorales contra 65. Como Jef­
ferson y Burr estaban empatados en votos electorales en el Colegio
electoral, la Cámara de Representantes necesitó 35 votaciones para
proclamar a Jefferson presidente, gracias a la abstención de los parti­
darios de Hamilton. La victoria de Jefferson y los republicanos no so­
lamente supuso el comienzo de la decadencia del Partido Federalista,
sino también el final de un estilo de hacer política, el cual presuponía
que existía un consenso esencial entre las élites, por encima de los in­
tereses partidistas. En los veinticuatro años siguientes, tres presiden­
tes virginianos y republicanos —Thomas Jefferson, James M adison y
LOS AÑOS DECISIVOS DE LA REPÚBLICA, 1790-1815 71

James Monroe— tendrían la ocasión de revertir el legado federalista


y llevar a la práctica su interpretación de la revolución y la república
federal.
Pese a que la victoria de Jefferson sobre Burr en el Colegio electo­
ral fue pírrica, la mayoría en voto popular permitió a Thomas Jefferson
interpretar su presidencia como una revolución republicana, que retor­
naba a los principios políticos americanos de 1776, frente a las ten­
dencias «monárquicas y anglosajonas» de los federalistas.17
Su toma de posesión, el 4 de marzo de 1801, realizada ya en la nue­
va capital a orillas del Potomac, marcaría el estilo y el contenido de esa
revolución republicana. La ceremonia estuvo marcada por la «senci­
llez republicana» que caracterizarían los dos mandatos presidenciales
de Thomas Jefferson. Ese día el presidente, vestido con ropas de dia­
rio, fue andando de la Casa Blanca al Capitolio por entre el conjunto
de descampados y edificios oficiales que entonces era Washington.18
Durante sus dos mandatos presidenciales seguiría prescindiendo de la
carroza en qué antes se habían desplazado George Washington y John
Adams» insistiría en recibir a sus invitados sin ceremonia y con ropas
sencillas y los sentaría siempre en una mesa circular, para que nadie
pudiera presidir.
Su discurso de toma de posesión, marcado por un tono conciliato­
rio, afirmó los principios republicanos y anunció las líneas generales
de su programa de gobierno. Tras la intensa lucha partidista de la cam­
paña electoral y los años de presidencia de John Adams, su pragmatis­
mo le llevaba a resaltar los principios políticos que unían a todos los
norteamericanos, para absorber a los federalistas moderados y ampliar
la base social y territorial de su «revolución republicana».19 Recono­
ciendo la dificultad de su tarea en medio de «una nación que se está ha­
ciendo», quería devolver la armonía a la relación social, resaltando que
«cada diferencia de opinión no era una diferencia de principio», pues
todos estaban de acuerdo en la Unión Federal y en la república; «He­
mos llamado con nombres distintos a hermanos del mismo principio.
Somos todos republicanos. Somos todos federalistas».20
Seguidamente, tras exponer los motivos geográficos, económicos y
sociales por los que Estados Unidos era un país elegido, «cariñosamen­
te separados por la naturaleza y por un ancho océano de los estragos ex-
terminadores de una cuarta parte del globo, con espacio para nuestros
descendientes hasta dentro de cien o mil generaciones», que solamente
necesitaba para conseguir la felicidad de su pueblo «un gobierno sabio
y comedido, que impida a los hombres lesionarse unos a otros, pero que
72 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

en lo demás les deje regular libremente sus propios proyectos de indus­


tria y mejora, y no le quite al trabajador de la boca el pan ganado».21
En cuanto a los principios de su programa de gobierno, prometía
proteger los derechos individuales y colectivos de los ciudadanos, ga­
rantizando la igualdad ante la justicia, custodiando el derecho de elec­
ción del pueblo, respetando las decisiones de la mayoría y asegurando
la libertad de religión, prensa y el juicio por jurado. Por otro lado, rei­
teraba los temas que habían marcado desde el principio las diferencias
políticas entre federalistas y republicanos, como el mantenimiento de
la paz, el comercio y la amistad con todas las naciones; el apoyo a los
gobiernos estatales y al gobierno nacional; la conservación de una mi­
licia bien disciplinada; la supremacía de la autoridad civil sobre la mi­
litar; la economía en el gasto público; el pago honesto de las deudas; o
el «estímulo de la agricultura y el comercio como su servidor».

R e f o r m a p o l ít ic a

A pesar de las palabras conciliatorias de su discurso de toma de po­


sesión, la elección de Jefferson y el triunfo del Partido Republicano no
fue una revolución política, pero ciertamente avanzó e l proceso de de­
mocratización, la ampliación de la nación política y la transformación
hacia la política de masas, que culminaría con la elección de Andrew
Jackson en 1828. Una de las primeras medidas de Thomas Jefferson
fue la derogación de las Leyes de Extranjería y Sedición, así como la
promulgación de una nueva Ley de Naturalización, que en 1802 reins­
tauraba el período de residencia de cinco años22 para acceder a la ciu­
dadanía, eliminando las Enmiendas federalistas que en 1798 habían
incrementado el período de residencia a catorce años.
Igualmente, en los casi veinticinco años de presidencia ininterrum­
pida del Partido Republicano — en medio de cambios económicos muy
rápidos en la sociedad norteamericana— , los partidos políticos se con­
virtieron en instrumentos de movilización política de las masas, más
que en instrumentos de la élite. Miles de hombres de origen plebeyo
comenzaron a participar en la política electoral, aumentó el número de
cargos electivos a nivel estatal y sobre todo, Estado tras Estado, se iban
eliminando los requisitos para votar, evolucionando rápidamente hacia
el sufragio universal para los hombres blancos.
El proceso de ampliación del sufragio se consiguió tanto gracias a
la admisión de nuevos Estados del oeste, como a las Convenciones
LOS AÑOS DECISIVOS DE LA REPUBLICA, 1790-1815 73

Constitucionales, que en los antiguos Estados fueron eliminando los


requisitos de propiedad para poder votar. Entre 1801 y 1812, las Con­
venciones Constitucionales eliminaron los requisitos de propiedad en
Maryland, Carolina del Sur y New Jersey; mientras que Ohio y Ken-
tucky fueron admitidos en la Unión con Constituciones que otorgaban
el sufragio a todos los varones blancos. Entre 1815 y 1828, todos los
Estados excepto Rhode Island, Luisiana, Virginia y el Senado de Caro­
lina del Norte habían eliminado las barreras de propiedad para votar.23
Esta democratización, conseguida gracias a la movilización políti­
ca pacífica, fue esencial para la expansión del Partido Republicano,
más allá de sus núcleos tradicionales del sur y el oeste. Si en esas zo­
nas el Partido Republicano era un vehículo de representación nacional
de ios intereses territoriales de cada Estado — plantadores en el sur,
agricultores pobres del sur y el oeste, expansionistas en el oeste— , que
ocultaban los conflictos sociales; en las zonas del noreste y el Atlánti­
co medio, donde dominaban los federalistas, el republicanismo repre­
sentaba sobre todo los intereses de las clases populares frente a la élite
y fue un vehículo esencial para las reformas políticas.24

P o l ít ic a e c o n ó m i c a r e p u b l i c a n a

Entre los principales objetivos del gobierno de Jefferson estaba tam­


bién el poner las bases de una verdadera política económica republica­
na. Frente a la «anglicanización» económica de los federalistas, el mo­
delo republicano, inspirado en el desarrollo económico de Virginia,
quería que la economía norteamericana se mantuviera a un nivel de de­
sarrollo intermedio, caracterizado por la agricultura familiar comercial
y un hábitat disperso y sin ciudades. Jefferson —como los fisiócratas
Adam Smith o Málthus— no sólo culpaba a los gobiernos mercantilis-
tas de impedir el incremento de la productividad agrícola, sino de pro­
vocar el envejecimiento prematuro de sus sociedades al favorecer el
desarrollo de la industria y las ciudades, que habían permitido el enri-
r quecimiento de una minoría, pero había sumido en la pobreza a la ma­
yoría de la población. Para conseguir este objetivo económico, se reque­
rían tres condiciones básicas: un gobierno nacional libre de corrupción,
una amplia reserva de tierras libres y libertad de comercio internacional,
que permitiría exportar los excedentes agrícolas.25
74 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

R e d u c c ió n d e l g a s t o p ú b l ic o

La «revolución republicana» intentó acabar con la corrupción de


la Administración federalista, cumpliendo la primera condición para
hacer posible la ejecución de la política económica republicana. Aun­
que el pragmatismo y la conciliación anunciada en el discurso de to­
ma de posesión de Jefferson estuvo también presente en sus deci­
siones de no expulsar a todos los cargos públicos federales y de m an­
tener los aspectos útiles del programa económico federalista --c o m o
el Banco Central que se mantuvo hasta que se acabó la concesión
en 1813— , cumplió su promesa de reducirlos gastos de! gobierno fe­
deral y los impuestos al consumó, rebajando al mínimo el presupues­
to de defensa. El Ejército prácticamente se eliminó, la defensa quedó
en manos de la Milicia, y la M arina se redujo a misiones de defensa
costera. En cuanto a los impuestos, se, eliminó el relativo al whisky
destilado y los otros sobre el consumo, siendo sustituidos por los in­
gresos de la venta de tierras publicas y por los impuestos sobre las
importaciones.
La eliminación de los impuestos indirectos favoreció a plantadores
y agricultores y, según los republicanos, solamente perjudicaba «a los
ricos», que compraban productos de importación; pero hacía depender
todas las finanzas estatales del comercio exterior. Cuando las circuns­
tancias internacionales eran favorables —com o en los primeros años
de la presidencia de Jefferson-— y el comercio internacional no tenía
obstáculos, el país pudo pagar la deuda, cubrir sus gastos y atesorar
mediante los ingresos de los impuestos a la importación.26 Los proble­
mas vendrían a partir de 1803, cuando el Reino Unido y Francia rea­
nudaron la guerra, interrumpiendo el libre comercio internacional.

T ie r r a p a r a t o d o s : l á c o m p r a d é L u is ia n a
Y LA PRIMERA EXPEDICIÓN AL OESTE

También unas circunstancias internacionales insólitas permitieron


la compra de Luisiana en 1803, el mayor éxito político de Jefferson,
que dobló el territorio del país, haciendo posible el acceso durante ge­
neraciones a las tierras libres, esencial para materializar la política eco­
nómica republicana. Jefferson fue el primer presidente que se refirió a
la construcción de un «imperio de la Libertad», que fuera del Atlánti­
co al Pacífico, como medio para buscar otra rata hacia la India y acce­
LOS AÑOS DECISIVOS DE LA REPUBLICA, 1790*1815 75

der a los mercados asiáticos, particularmente aT mercado chino. La


compra de Luisiana fue así un paso definitivo en la construcción de ese
«imperio de ía Libertad».
El territorio de Luisiana ocupaba una enorme extensión entre el
Mississippi y las Montañas Rocosas, incluía también el puerto de Nue­
va Orleans y había sido cedido por Francia a España tras la guerra
franco-india. La posesión de ese territorio por un gobierno no estadou­
nidense obstruía la expansión al oeste, pues el Mississippi y el puerto
de Nueva Orleans eran esenciales para la comercialización de los pro­
ductos del oeste. Pero España era un imperio en dificultades y por el
Tratado de Pickney, firmado en 1795, había concedido temporalmente
la libre navegación por el Mississippi y el derecho a depositar mercan­
cías en el puerto de Nueva Orleans. Las cosas cambiaron cuando con
la llegada de Napoleón Bonaparte al poder, el territorio volvió a manos
de Francia y se pretendía que fuera el centró de un imperio francés en
el norte de América. Sin embargo, el fracaso francés a la hora de sofo­
car la rebelión de esclavos negros en Haití en 1802 —donde murieron
50.000 soldados franceses-— y las necesidades de financiar la inmi­
nente guerra con el Reino Unido, llevaron a Napoleón a vender Lui­
siana a Estados Unidos por 15 millones de dólares.27
La compra de Luisiana disipaba todos los problemas de comunica-
ción de los colonos del oeste, y al doblar el territorio del país garanti­
zaba el acceso a la propiedad de la tierra durante generaciones. Pero
planteaba también problemas constitucionales porque éra un acto de
poder del Ejecutivo que exigió una interpretación muy amplia y dudo­
sa de la Constitución y encontró lá resistencia de los federalistas, ya
que aumentaba ía deuda nacional en un 50 por 100, añadía un vasto te­
rritorio salvaje que de momento no servía para nada y amenazaba la
futura importancia política del noreste y, por tanto, del Partido Federa­
lista.28 A pesar de esta oposición, el tratado firmado el 30 de abril de
1803, fue ratificado por el Senado en octubre pór uña mayoría de 26
votos favorables, frente a seis negativos y el 20 de diciembre de 1803
Estados Unidos tomó posesión del nuevo territorio. Una década des­
pués, en medio de la guerra de 1812 contra Inglaterra, las tropas norte­
americanas ocuparían la región próxima del oeste de Florida.
También la compra de Luisiana dio un nuevo sentido a la expedi­
ción que desde hacía dos años venía preparando Jefferson, para explo­
rar el continente desde el Mississippi al Pacífico. El interés por explo­
rar ese territorio le venía ya de su padre, un miembro de The Loyal
Land Company, al que la Corona había premiado con 800.000 acres de
76 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

tierra al oeste de los Apalaches, y de su maestro, el reverendo James


Maury, que también había hecho planes de explorar el oeste para la
misma compañía. En la década siguiente a la independencia» de los
cuatro planes norteamericanos para explorar el oeste, Jefferson fue el
instigador de tres de ellos. Aunque en esa década y la siguiente las ur­
gencias políticas relegaron los planes de explorar el oeste» quedó claro
para Jefferson que una exploración de este tipo no se podría hacer por
suscripción privada, sino que necesitaría la financiación del gobierno
federal.
No había prisa mientras Luisiana permaneciera en poder del gobier­
no español, pero cuando en 1801 Jefferson tuvo noticias de que había
vuelto a manos francesas y ese mismo año se publicó en Londres el re­
lato de Alexander Mackenzie, Voyages from Montreal, on the River S l
Lawrence, though the Continent o f North America, to the Frozen and
Pacific Ocean, sobre su expedición en busca de una ruta para el comer­
cio de pieles, Jefferson pensó que los franceses podían obstruir la expan­
sión de los norteamericanos hacia el oeste, y los británicos podían con­
trolar esos territorios si los norteamericanos no tomaban la iniciativa.
Estas circunstancias aceleraron los preparativos de Jefferson, que
eligió al virginiano Meriwether Lewis, su secretario particular y vete­
rano del Ejército continental, para dirigir la futura expedición. Duran­
te dos años lo estuvo preparando en conocimientos de botánica y car­
tografía, y en enero de 1803 consiguió que el Congreso aprobara la
suma de 2.500 dólares para financiarla.
De acuerdo con la Constitución, el objetivo para financiar una ex­
pedición, en lo que aún era un territorio no estadounidense, no podía
ser otro que el interés del comercio. Pero la expedición tenía otros
muchos intereses, como avanzar en conocimiento geográfico, recoger
información científica sobre el territorio, explorar las posibilidades
agrícolas y también los usos políticos y militares del oeste. Esta expe­
dición era así una culminación de la Ilustración americana, pues com ­
binaba la exploración científica y comercial con las preocupaciones
agrícolas, el descubrimiento científico y la construcción nacional.29
Cuando se completó la compra de Luisiana, el objetivo de la expe­
dición cambió y fue sobre todo explotar el nuevo territorio adquirido
por Estados Unidos. Con este objetivo principal, M, Lewis y su ayu­
dante, el también soldado virginiano William Clark, salieron de San
Luis en mayo de 1804, llegando a Dakota del Norte en el otoño de
1804, donde construyeron Fort Mandan y pasaron el invierno. En la
primavera de 1805 se dirigieron al oeste, acompañados por un cazador
LOS AÑOS DECISIVOS DE LA REPÚBLICA, 1790-1815 77

de pieles franco-canadiense y su mujer india, Scagawea, que les sir­


vieron de guías e intérpretes. Cruzaron las Rocosas por la actual Mon­
tana y descendieron por los ríos Clearwater y Columbia. hasta alcanzar
la costa del Pacífico en noviembre. Tras esperar sin éxito la llegada de
un barco, regresaron por tierra, dividiendo en dos la expedición tras
cruzar las Rocosas, volviendo a reunirse en Fort Union y llegando a
San Luis el 23 de septiembre de 1806, tras 28 meses de dificultades y
peligros.
Sus diarios, las especies que trajeron, los relatos de los indios que
encontraron y con los que comerciaron fueron esenciales para dar a co­
nocer «el lejano oeste», atrayendo a los comerciantes de pieles y tram­
peros con sus relatos de indios cordiales, y abundantes pieles. La ex­
pedición daba también derecho a Estados Unidos a reclamar el
territorio de Oregón, por «derecho de descubrimiento y exploración».
La compra de Luisiana y la exploración del oeste culminaron un
primer mandato presidencial lleno de éxitos en política interior y exte­
rior, que solamente se vio ensombrecido por los intentos de secesión
de los federalistas radicales del noreste y las intrigas y posterior cons­
piración del vicepresidente Aaron Burr.

U n d u e l o y u n a c o n s p ir a c ió n

La adquisición de un vasto territorio en el oeste preocupaba a un


grupo de federalistas radicales, liderados por el ex secretario de Esta­
do, el senador Timothy Pickering, que temían que Mueva Inglaterra y
el Partido Federalista perdieran importancia política en la Unión. La
alternativa de este grupo era lá secesión de Nueva Inglaterra de la
Unión, formando con Nueva York la Confederación del Noreste. Para
que el plan funcionara, necesitaban que Aaron Burr, aún vicepresiden­
te de Jefferson, triunfara como candidato federalista en las elecciones
a gobernador de Nueva York en abril de 1804.
Ya entonces Aaron Burr era un personaje político controvertido e
incluso contestado en las filas del Partido Federalista. Su papel había
sido decisivo en la victoria republicana de 1800, pero su desencuentro
con Jefferson comenzó también en la misma elección, cuando la Cá­
mara de Representantes decidió elegir a Jefferson como presidente,
gracias a los federalistas cercanos a Hamilton. Aunque fue vicepresi­
dente republicano con Jefferson en su primer mandato; sabiendo que
éste iba a excluirlo del ticket presidencial en la elección siguiente, optó
78 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

por probar fortuna con los federalistas, presentándose en abril de 1804


a las elecciones para gobernador del Estado de Nueva York.
Pero Alexander Hamilton, el político más representativo del Parti­
do Federalista, que había manifestado abiertamente su desconfianza y
rivalidad política con Aaron Burr desde 1789, intentó evitar por todos
los medios que éste fuera elegido gobernador. Como ya manifestara en
las elecciones de 1800, en una nación joven, donde aún no estaban
asentadas ni las leyes, ni las instituciones, no podían elegir como pre­
sidente a «un hombre sin principios», al «Catilina de la República
Americana»— parafraseando a Cicerón— qué prestaba sus servicios
en aquella fracción o partido que podía ofrecerle más a cambio. Por
eso se opuso a la elección de Burr como gobernador de Nueva York en
1804, considerándolo «un hombre peligroso, en el que no se debía
confiar para tomar las riendas del gobierno» y desautorizando la sece­
sión, pues «el desmembramiento de nuestro imperio sería un sacrifi­
cio, sin ninguna contrapartida».
Esta opinión era también compartida por la mayoría dé los federa­
listas en 1804, acallando momentáneamente los deseos de secesión de
los federalistas radicales; pero Burr, derrotado abrumadoramente en la
elección a gobernador de Nueva York en abril de 1804, decidió retar a
Hamilton en duelo cuando sus palabras descalificadoras aparecieron
en la prensa.
Aunque en Nueva York estaban prohibidos los duelos, «la entre­
vista» tuvo lugar a orillas del Hüdson, el 11 de junio de 1804, con el
resultado fatal de la muerte de Hamilton al día siguiente. Hubo con­
senso entonces — mantenido hasta hoy— en acusar a Burr de asesina­
to a sangre fría, pues Hamilton no disparó. Así, Burr, acusado de due­
lo y asesinato en el Estado de Nueva York, con una carrera política
acabada, huyó a Georgia: El duelo entre Burr y Hamilton no sólo es­
condía una animosidad política llevada al extremo entre dos padres de
la patria, sino que fue el único momento en que la generación revolu­
cionaria resolvió sus enfrentamientos políticos con la violencia,30
Jefferson ganaría las elecciones de 1804 por mayoría absoluta,
pero su segundo mandato estaría lleno de dificultades, debido a las re­
percusiones de la reanudación de la guerra entre Inglaterra y Francia, a
lo que se añadió la llamada «conspiración de Burr», el intento de Aa­
ron Burr de formar un imperio separado en el oeste.
Burr tras refugiarse en la Florida española, volvió a W ashington
en noviembre de 1804 para presidir el Senado; pero en realidad esta­
ba más interesado en construir una nación separada en el oeste con la
LOS AÑOS DECISIVOS DE LA REPÚBLICA, 1790*1815 79

ayuda del general James Wilkinson. El primer paso era conseguir la


secesión e independencia de Luisiana, desde la cual se pretendía in­
vadir México. Burr consiguió su primer objetivo de que James W il­
kinson fuera nombrado gobernador del territorio de Luisiana en 1805,
mientras Burr en 1806 reclutaba aventureros en Kentucky para inva-
dirM éxico.
La conspiración se abortó, porque el general Wilkinson traicionó a
Burr, comunicando a Jefferson las intenciones de éste en Luisiana.31
Burr fue arrestado en Alabama en junio de 1807 y sometido a juicio
por alta traición, presidido por el presidente del Tribunal Supremo
John M arshall El juicio se convirtió en un enfrentamiento político
»—que puso a prueba la independencia del poder judicial-— entre Jef­
ferson, que quería utilizar todo el poder del Ejecutivo para condenar a
Burr, y el viejo federalista John Marshall, que quería utilizar la inde­
pendencia del poder judicial para absolverlo.
Jefferson y la Administración salieron muy desprestigiados de este
enfrentamiento, pues actuando como fiscal, aceptó la palabra dudosa
del general Wilkinson para condenar sin pruebas a Burr de alta trai­
ción, independientemente de los hechos.32 En cuanto al Tribunal Su­
premo, manteniendo una interpretación estricta de lá Constitución, ab­
solvió a Burr* Según esta interpretación, se necesitaban dos testigos
que probaran que Burr había intentado «declarar la puérra a Estados
Unidos o unirse a sus enemigos». Como no se encontraron pruebas, el
jurado declaró a Burr no culpable. Tras el juicio Burr marchó a Fran­
cia, donde intentó persuadir a Napoleón para organizar una invasión
anglo-francesa de Norteamérica, regresando a Nueva York en 1812,
donde continuó ejerciendo la abogacía hasta su muerte en 1836.

E x p e r im e n t o s d é « c o e r c ió n p a c íf ic a » a n t e l a s r e p e r c u s io n e s
e c o n ó m ic a s d e l a g u e r r a e n E u ro pa

Sin duda los peores problemas de Jefferson en su segundó manda­


to presidencial estuvieron causados por la situación internacional y sus
repercusiones en el comercio y la economía norteamericanas. Cuando
a partir de 1.803 Francia e Inglaterra reanudaron las hostilidades, Esta­
dos Unidos aprovechó otra vez las ventajas comerciales de ser un país
neutral y durante dos años disfrutó de los beneficios extraordinarios
que le reportaba el comercio de reexportación. Fero a partir de 1805,
cuando Ñapoleón aspiraba a controlar el continente europeo e Inglate­
80 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

rra los mares, y sobre todo a partir de 1807, cuando los británicos esta­
blecieron el bloqueo sobre el continente y las Órdenes del Consejo
prohibían a los neutrales comerciar con los puertos de Francia y sus
aliados, y Napoleón respondió con un bloqueo sobre los británicos
- —el Sistema continental— , uno y otro país acosaron a los barcos neu­
trales norteamericanos que negociaban con el enemigo. Particular­
mente los británicos no sólo capturaban los barcos, sino que en su avi­
dez de marinos para la Armada británica apresaban a tripulaciones
enteras, si sospechaban que eran de origen británico, aunque tuvieran
la nacionalidad norteamericana.
Uno de estos incidentes, el ataque y captura de algunos marinos del
buque Chesapeake —justo fuera de aguas territoriales norteamerica­
nas— , llevó al país casi ai borde de la guerra con Inglaterra. Ésta evi­
tó el conflicto disculpándose y pagando una indemnización. Ni los bri­
tánicos ni Jefferson querían llegar a una guerra, pero el daño que las
restricciones estaban imponiendo a la economía norteamericana era
tal, que Jefferson optó por un experimento de «coerción pacífica», el
embargo, que tenía un antecedente en los movimientos de no importa­
ción que precedieron y acompañaron a la revolución. En diciembre de
1807 el Congreso aprobó la Ley del Embargo, por la cual se prohibían
las exportaciones de productos norteamericanos y las importaciones
de productos británicos.
La adopción de esta medida se basaba en la asunción de que los
productos agrícolas norteamericanos eran esenciales para el continen­
te europeo y particularmente para los países en guerra — Francia e In­
glaterra— , y que el mercado norteamericano era fundamental para las
manufacturas británicas. Esta necesidad de contar con Estados Unidos,
tanto como proveedor como consumidor daba al embargo, según Jef­
ferson, la capacidad de acabar con las restricciones del comercio inter­
nacional.
Pero el embargo no cumplió su objetivo de eliminar las restriccio­
nes comerciales y a cambio dañó profundamente la economía nortea­
mericana, que desde entonces a 1814 entraría en unproceso de reduc­
ción del crecimiento. El embargo falló porque muchos comerciantes y
armadores lo burlaron. A pesar de los riesgos, los beneficios comer­
ciales eran tan grandes que animaron el contrabando, con lo que Fran­
cia y el Reino Unido no fueron profundamente perjudicados. La que sí
sufrió fue la economía norteamericana, especialmente la producción
agrícola del sur y el oeste, así como la industria de construcción de bar­
cos del noreste — permitiendo la recuperación del moribundo Partido
LOS ANOS DECISIVOS DE LA REPÚBLICA, 1790-1815 81

Federalista en Nueva Inglaterra---, aunque en esta zona del país, parte


del capital y la energía se dedicó al desarrollo de las manufacturas.33
En este aspecto, Jefferson apuntaba al desarrollo momentáneo de
las pequeñas manufacturas domésticas» que podían producir artículos
de primera necesidad que hicieran al país independiente del Reino
Unido; pero seguía considerando improductivo económicamente y pe­
ligroso socialmente que el país se dedicara a la producción manufactu­
rera a gran escala.34 Su opinión no impidió que en Nueva Inglaterra,
Pensilvania y Nueva York el capital que antes se dedicaba a la cons­
trucción de barcos y el comercio exterior se dedicara ahora a la manu­
factura a gran escala.
Tras quince meses de inefectividad y perjuicio para la economía
norteamericana, Jefferson aceptó que el embargo había fracasado, le­
vantándolo el 1 de marzo de 1809, unos días antes de que tomara po­
sesión James Madison, el también virginiano y político republicano,
ex secretario de Estado, qué había ganado las elecciones de 1808.
El embargo había acabado, pero la guerra entre Francia y el Reino
Unido continuaba, así como los problemas comerciales y sus conse­
cuencias para la economía agrícola exportadora norteamericana. El
Congreso decidió en 1809 continuar con la política de «coerción pací­
fica», mediante la Ley de No Relaciones Comerciales. Esta ley reabrió
el comercio con todos los países, excepto Francia y el Reino Unido y
autorizaba al presidente a reabrir el comercio con cualquiera de los pa­
íses que levantara las restricciones al comercio de los neutrales. La Ley
de No Relaciones resultó tan ineficaz como el embargo y el 1 de mayo
de 1810, el Congreso la sustituyó por el Decreto Número 2 de Macón,
que reabría el comercio con el Reino Unido y Francia, pero prometía a
la primera de esas potencias que eliminara las restricciones al comercio
norteamericano, que suspendería el comercio con su enemigo.
; En marzo de 1811, la Administración de Madison — a pesar de que
continuaron las capturas francesas de barcos norteamericanos y el
apresamiento de marinos— aceptó la palabra francesa de que el Siste­
ma continental se iba a relajar y oficialmente permitió el comercio con
Francia y prohibió el comercio con Inglaterra. Esta acción no detuvo
en los dos años siguientes los ataques franceses a barcos norteameri­
canos, pero hizo que Estados Unidos fuera visto en Inglaterra como un
agente francés y enemigo no declarado;35 al tiempo que dañaba tanto
las exportaciones británicas, que los intereses manufactureros presio­
naron al gobierno para que revocara las Ordenes del Consejo.
82 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

U n a s e g u n d a g u e r r a c o n t r a I n g l a t e r r a , 1812-1815

Finalmente la «coerción pacífica» pareció funcionar, pues aunque


el gobierno británico veía a Estados Unidos como un agente francés,
comerciantes y ferreteros -—que habían perdido ya 500.00 libras—
presionaban al Parlamento para que revocara las Órdenes del Consejo
antes del verano, como forma de evitar pérdidas ruinosas. Mientras
tanto, en Estados Unidos, la Administración Madison y el Congreso
estaban dispuestos a declarar la guerra a Inglaterra si no revocaba in­
mediatamente las Órdenes del Consejo, aunque el país no estaba pre­
parado para la guerra y se mostraba muy dividido respecto a su conve­
niencia.
Así, las restricciones botánicas al comercio de Estados Unidos
como país neutral y el apresamiento de marinos norteamericanos, por
ser considerados ciudadanos británicos,36 fueron las causas oficiales
que Madison y los republicanos en e f Congreso esgrimieron para de­
clarar la guerra a Inglaterra. En un país joven, ambas agresiones se
consideraban un ataque a la independencia, la soberanía y el honor na­
cional;37 al tiempo que Madison estimaba que la «sumisión» podía per­
judicar al republicanismo, en un momento en que la guerra había rea­
bierto la división partidista de la sociedad.38
En la creación de esta sensación de que Inglaterra amenazaba la so­
beranía y prosperidad de Estados Unidos, fiie decisiva la actuación de la
joven generación de republicanos que lideraban el Congreso. Estos hal­
cones de la guerra, liderados por Henry Clay, el presidente de la Cámara
de Representantes más joven de la historia —entre los que se encontraban
Richard M. Johnson, Félix Grundy y John C. Calhóun— , procedían de
Estados del sur y el oeste, estaban en su primer mandato en el Congreso
y no habían vivido la experiencia de la revolución y la guerra de la Inde­
pendencia. Fueron ellos los que relacionaron las agresiones comerciales
británicas con la idea de que los británicos estaban instigando a las na­
ciones indias contra las fronteras del noroeste y el suroeste, y ofrecieron
como solución la conquista del Canadá británico y la Florida española.39
Todos estos objetivos podían justificar la declaración de guerra con
la nación más poderosa del mundo entre los intereses agrícolas del sur
y el oeste; pero no convencían a las zonas marítimas del noreste, que
habían sido las más afectadas por el apresamiento de marinos y las res­
tricciones comerciales.40 Particularmente en Nueva Inglaterra se con­
sideraba que la guerra iba a ser catastrófica para su economía y la opo­
sición a ella hizo revivir al Partido Federalista.
LOS AÑOS DECISIVOS DE LA REPÚBLICA, 1790-1815 83

Además el país no estaba preparado para la guerra, ni se estaba pre­


parando militar, ni financieramente. Madison había reducido aún más
el presupuesto de defensa; de forma que el Ejército tenía 11.700 hom­
bres, de los cuales 5.000 eran nuevos reclutas voluntarios, mandados
por viejos oficiales que «bebían demasiado» o jóvenes cuyo único mé­
rito era ser republicanos leales. La Armada estaba mejor preparada; te­
nía siete fragatas mayores y más rápidas que las británicas y siete ba­
landros, pero nada que pudiera desafiar a la Armada británica en
combate abierto.41 Por otro lado, hasta un año después dé comenzada la
guerra, el Congreso no aprobó los impuestos para financiarla, por lo
que en 1813 el gobierno estaba prácticamente en baríéárrota, lo que ex­
plica que los británicos no se tomaran en sério la amenaza dé guerra.
A pesar de la falta de preparación, la Cámara dé Representantes
votó a favor de la guerra el 4 de junio de 1812 pór 79 votos frente á 49
—basado en un informe de guerra del Congreso, que parecía una se­
gunda Declaración de Independencia— , El Senado le siguió el 13 de
junio por 19 votos frente a 13. El 18 de junio de 1812, el presidente
Madison firmó la Declaración de Guerra, dos días después de que el go­
bierno británico revocara las Órdenes del Consejo, demasiado tarde
para que la noticia llegara a Estados Unidos a tiempo de evitar la gue­
rra. Sin embargo, el gobierno británico buscó de inmediato un armisti­
cio, pues en medio del momento más álgido de la guerra contra Napo­
león en Europa, no estaba interesado en una guerra con Estados Unidos.
En los seis primeros meses de guerra, las fuerzas superiores esta­
dounidenses se lanzaron al ataque de los británicos en Canadá sin éxi­
to; mientras que el Ejército británico — conocedor de su inferioridad—
se mantuvo a la defensiva. En el mar la situación fue distinta y las mo­
dernas fragatas norteamericanas infringieron sus primeras derrotas a la
Armada británica, cuyos efectivos principales estaban luchando en
la península Ibérica. También la flota de balandros inflingió una im­
portante derrota a los británicos en los Grandes Lagos, en el invierno
de 1812-1833.
A finales de 1812, el gobierno británico reconoció que no iba a aca­
bar rápidamente con ese conflicto y su comercio se estaba resintiendo
por ios ataques de corsarios y barcos de guerra estadounidenses, pero
nada amenazaba el dominio británico de los mares. El comercio nortea­
mericano en cambio quedó aún más dañado por la guerra, y sus exporta­
ciones cayeron de 45 millones de dólares en 1 8 1 1 a siete millones en
1814.42 Esta dramática situación explica que, en abril de 1812, el ex pre­
sidente Jefferson, quien como muchos agricultores y plantadores virgi-
84 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

nianos tenía sin vender su cosecha de primavera, explicara a algunos de


sus corresponsales que incluso el comercio «con nuestros enemigos» se­
ría deseable.43 Y en efecto, gracias a las necesidades del Ejército de We-
llington en España y Portugal, Jefferson y otros agricultores norteameri­
canos vieron aliviada su situación hasta cierto punto, pues el gobierno
británico dio licencias a barcos norteamericanos para exportar harina a
España y Portugal por cantidades que llegarían a alcanzar, en 1813, los
970.000 barriles. Como señalara Jefferson, «si el Ejército británico se
retiraba de España por hambre, sería enviado a Estados Unidos, por lo
que era mejor alimentarles en la península Ibérica y cobrar por ello».44
A principios de 1813, los británicos recibieron tres batallones más
de refuerzo -—que junto con las tropas canadienses formaban un Ejér­
cito de 13.700 hombres—-, pero siguieron a la defensiva en la frontera
canadiense; mientras que con los corsarios canadienses avanzaron en
el bloqueo de la costa americana, que sería total en 1814, Los nortea­
mericanos realizaron una serie de ataques sobre Canadá —entre los
que se encontraba el incendio del Parlamento de York en abril de
1813— que tenía como objetivo final tomar Montréal, pero que en ge­
neral fracasaron. Así, seis meses después, los británicos contraataca­
ron, capturaron Fort Niágara y devastaron ciudades estadounidenses y
asentamientos en la frontera.
En agosto de 1813, se abrió otro frente en el suroeste, cuando los
indios creek atacaron Mobile en el río Alabama, matando a la mitad de
los habitantes del fuerte. Andrew Jackson, general de la milicia de
Tennesse, acabó con la resistencia creek el 27 de marzo de 1814, en la
decisiva batalla de Horseshoe Bend, lo que provocaría la cesión de dos
tercios de sus tierras a Estados Unidos, incluidas parte de Georgia y la
mayor parte de Alabama.
Aparte de estas ganancias en el suroeste, a finales de 1813, los es­
tadounidenses habían ganado muy poco tras dieciocho meses de guerra.
A pesar de las victorias navales iniciales, la Armada estaba obligada a
refugiarse en los puertos; su comercio exterior sólo se mantenía bajo
licencia británica y según la conveniencia británica, su Ejército no era
ninguna amenaza seria para Canadá, a pesar de su larga y expuesta
frontera. No había ninguna base racional para pensar que el país pu­
diera ganar algo con prolongar la guerra, ya fuera territorio en Canadá,
concesiones comerciales, acabar con los apresamientos u «honor na­
cional». Pero pasaron algunos meses antes de que el gobierno nortea­
mericano abriera negociaciones directas con el Reino Unido y la lucha
continuó, una vez iniciadas éstas, a lo largo de 1814 y 1815.
LOS ANOS DECISIVOS DE LA REPÚBLICA, 1790-1815 85

En cuanto a los británicos, preocupados por derrotar a Napoleón en


Europa, no habían buscado la guerra y desde el principio del conflicto
intentaron negociar un final rápido. Pero conforme mejoró su situación
militar a partir de 1813, aumentó su resentimiento por un ataque nor­
teamericano producido en lo peor de la lucha contra Napoleón, y — en
medio de las peticiones de los periódicos para derrocar al presidente
Madison y disolver la Unión— el gobierno británico pretendía que el
resultado de la guerra les permitiera modificar la frontera de Estados
Unidos y Canadá, evitar que los primeros mantuvieran una Fuerza Na­
val en los Grandes Lagos y conseguir un acuerdo satisfactorio para los
indios aliados del Reino Unido,
La derrota de Napoleón en Europa en abril de 1814 parecía ga­
rantizar el logro de estos objetivos, pues muchas de las tropas que es­
taban luchando con W ellington en España y Portugal fueron tras­
ladadas a Estados Unidos. Con estos refuerzos en el Ejército y la
Marina, los británicos tomaron la iniciativa con un plan de tres par­
tes. Desde Canadá, el general George Prevost tenía órdenes de inva­
dir Estados Unidos y tomar Pattsburg o Sackett’s Harbour, no tanto
para conquistarlo, sino para asegurar la modificación de la frontera
entre Estados Unidos y Canadá y restringir las Fuerzas Navales nor­
teamericanas en los Grandes Lagos. La campaña de Prevost fue un
fracaso y tuvo que abandonar el ataque a Plattsburg y refugiarse en
Canadá.
■ La otra parte del plan fue el ataque a l a bahía de Chesapeake, con
el incendio de Washington el 24 de agosto de 1814 —en represalia
por el incendio de York— , que aparte de obligar a huir al gobierno y
humillar al país, no tuvo muchas consecuencias militares. Distinta fue
la suerte de los británicos en Baltimore, pues la resistencia estadouni­
dense les hizo desistir de conquistar la ciudad. Fue precisamente con­
templando el sitio de la ciudad desde un barco en el puerto, cuando el
abogado de George Washington, Francis Scott Key compuso The Star
Spangled Banner (Una bandera salpicada de estrellas), que se con­
vertiría en el himno nacional de Estados Unidos.
La tercera paite del plan era el ataque a Nueva Orleans, no tanto
para que Luisiana fuera independiente o revirtiera otra vez a España,
sino buscando un rápido final a la guerra. Pero allí, el 8 de enero de
1815, los 7.500 veteranos del Ejército británico sufrieron la peor de­
rrota en campo abierto que habían sufrido en muchos años, frente a las
tropas de hombres de frontera, aristócratas criollos, negros libres y pi­
ratas, mandados por el general Andrew Jackson.
86 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Ya en diciembre de 1814 -—cuando fueron derrotados en Lake


Champlain— , los británicos, en medio de las negociaciones del Con­
greso de Viena, consideraron que una victoria militar era demasiado
costosa, pues exigía más medios militares, y decidieron firmar la paz.
El tratado de Paz de Gante, firmado en la Nochebuena de 1814, era un
documento vacío, que más o menos confirmó el statu quo anterior a la
guerra. No se hizo ninguna mención a los apresamientos de marinos o
a derogar las Órdenes del Consejo, no hubo alteraciones de la frontera
canadiense, solamente había alguna mención a la protección de los
aliados indios británicos, muchos de los cuales ya habían llegado a
acuerdos con Estados Unidos.45
Tampoco los norteamericanos sacaron nada tangible de la guerra,
excepto que el gobierno y el Partido Republicano salieron bien libra­
dos de una de las batallas más irresponsables llevadas a cabo por un
gobierno representativo, y que gracias a la victoria de Andrew Jackson
en Nueva Orleans, la convirtieron en una victoria que por primera vez
dio un sentido nacional a Estados Unidos.
Mientras británicos y estadounidenses llegaban a un acuerdo de
paz en Gante, el descontento de Nueva Inglaterra con «la guerra del se­
ñor Madison» se expresaba en la reunión de 21 delegados de los Esta­
dos de Massachusetts, Rhode Island, Conñecticut, Vermont y New
Hampshire en Hartford, Connecticut, el 15 de diciembre de 1814; Nue­
va Inglaterra, que hasta la caída de Napoleón se mantuvo distante de la
guerra, sacando provecho del comercio ilegal y la piratería, vio que a
partir de abril de 1814 los británicos la incluían en su bloqueo, ocupa­
ban parte de Maine y dirigían ciertos ataques a lo largo de la costa,
amenazando incluso a Boston.
En la Convención había una fracción radical, que quería separarse
de la Unión, y una fracción moderada, que se impuso y propuso siete
Enmiendas constitucionales para limitar la influencia política republi­
cana. Entre ellas estaban la petición de una mayoría de 2/3 de la Cá­
mara de Representantes para declarar la guerra o admitir nuevos Esta­
dos en la Unión; una prohibición de embargos que duraran más de seis
días; un límite para la presidencia y una prohibición de sucesivos pre­
sidentes del mismo Estado. Si sus demandas no eran satisfechas, una
próxima convención en Boston declararía la secesión. Pero la amena­
za de secesión se evaporó con las noticias de la paz de Gante y la vic­
toria de Nueva Orleans, hundiendo definitivamente a los federalistas
por desleales y localistas.
LOS AÑOS DECISIVOS DE LA REPÚBLICA, 1790-1815 87

V ic t o r ia s in v ic t o r ia s

A pesar de que los estadounidenses no ganaron nada con la guerra


y de la frivolidad con que ésta fue declarada; gracias a las circunstancias
internacionales y a la victoria de Andrew Jackson en Nueva Orleans,
sintieron que, bajo el liderazgo republicano, habían sobrevivido a una
«segunda guerra de Independencia» contra el país más poderoso del
mundo.
Tampoco la guerra solucionó los problemas comerciales de la re­
pública* pues permanecieron las restricciones al comercio con Inglate­
rra, particularmente en el Caribe y nunca se recuperó el extraordinario
comercio de reexportación, que había hecho crecer extraordinariamen­
te la economía norteamericana entre 1803 y 1808, Pero a partir de
1815 se inició un período económico de transición hacia la «revolu­
ción del mercado». El algodón -—presionado por la demanda de la in ­
dustria británica— se convirtió en el principal producto de exporta­
ción, siendo tanto el motor de la agricultura de plantación del sur,
como del comercio del noreste, particularmente en Nueva York* que se
convirtió en el centro del comercio del algodón.46 De igual modo en el
noreste, especialmente en Nueva Inglaterra, desde el embargo comen­
zaron a desarrollarse las manufacturas a gran escala^ alimentadas por
un mercado interior creciente, afirmando así el modelo de desarrollo
federalista y poniendo en crisis la política económica republicana de
acceso igualitario a la tierra y la agricultura comercial.
Tras la guerra de 1812, Thomas Jefferson contemplaba cómo el
crecimiento de la población impediría en un futuro cercano el acceso
igualitario a la tierra. En cuanto a James Madison, veía que los proble­
mas no vendrían causados tanto por la escasez de tierra, sino por la su­
perproducción agrícola y la saturación de los mercados disponibles,
por lo que creía necesario adaptar el espíritu y los principios de la re­
volución republicana a las necesidades del desarrollo industrial.47
La experiencia de la guerra ya había hecho que él y otros muchos
republicanos se fueran alejando de los presupuestos económicos jef-
fersonianos, se hicieran más nacionalistas y adoptaran algunos aspec­
tos de la política federalista, como la utilidad de un Ejército y M arina
permanentes, 1a necesidad de un sistema más eficaz de transporte, un
Banco Nacional y tarifas arancelarias altas para proteger la industria. Al
fin y al cabo, las manufacturas a gran escala no producían exclusiva­
mente artículos de lujo, ni eran responsables de la miseria de la pobla­
ción. Eso era más bien consecuencia de las políticas mercantilistas y
Capítulo 3
EL CRECIMIENTO'DE LA REPÚBLICA BLANCA.
LA ERA DE JACKSON/IB 15-1850

E n o r m e s POSIBILIDADES EN EL CINCUENTENARIO
DE LA INDEPENDENCIA

A partir de 1815, finalizadaJa segunda guerra contra Inglaterra y


las guerras napoleónicas, Estados Unidos —con un renacido senti­
miento nacional y un nuevo héroe político y militar en la figura de An­
drew Jackson— inició un período de enormes cambios sociales, polí­
ticos y económicos, conocido como la «revolución del mercado» o «la
era de Jackson», De 1815 a 1850, el país pasó de ser una república
agraria exportadora a estar a las puertas de convertirse en una potencia
económica mundial, al mismo tiempo que avanzaban la democracia y
la política de masas, pero se afianzaban la esclavitud en el sur y el ge­
nocidio indio en el oeste. Fue un período, pues, de enormes contradic­
ciones, pero también de grandes cambios e inmensas posibilidades,
que dieron a la república una gran esperanza en su futuro como nación.
Éste era el espíritu de Estados Unidos cuando en 1826 celebraba los
cincuenta años de su independencia y así lo expresaron, con sus enor­
mes posibilidades y contradicciones, los muchos e ilustres viajeros eu­
ropeos que visitaron el país desde entonces, interesados en las enormes
posibilidades del «experimento americano».
Entre los atraídos por la promesa del «nuevo mundo», se encontra­
ban los reformadores británicos Robert Owen y Francis Wright, que
establecieron comunidades utópicas en Indiana y Tennessee, respecti­
vamente, Robert Owen creía que el ambiente moldeaba el carácter de
las personas, por lo que reformando las circunstancias ambientales se
podía reformar la sociedad. América le pareció — como a otros pensa-
88 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

del Reino Unido; pero en Estados Unidos, donde la emigración a la tie­


rra libre era siempre una posibilidad y el gobierno no era corrupto, las
manufacturas no habían provocado miseria, ni pobreza y podían con-
cíliarse con el igualitarismo republicano.48

Un c o n s e n s o f o r ja d o s o b r e u n g r a n s il e n c io

En 1815, tras una segunda guerra contra Inglaterra, la república de


Estados Unidos de América había demostrado que era viable y podía
sobrevivir como nación; pero sus primeros años de vida fueron los de
mayor división política de la historia del país. Varios fueron los moti­
vos que permitieron resolver las diferencias políticas pacíficamente y
mantener un consenso básico en tomo a la república y la Unión. En
primer lugar, la Constitución federal proporcionó un marco político
para que la intensa división política, canalizada en partidos políticos a
partir de 1794, se resolviera pacíficamente mediante el debate y la lu­
cha política partidista. En segundo lugar, la intensa lucha partidista se
atenuaban en la cúpula, pues los primeros presidentes y los líderes de
los partidos en esos años pertenecían todos ellos a una pequeña élite
muy homogénea socialmente, unida por la amistad, pero acostumbra­
da al debate político y al consenso desde las luchas revolucionarias
contra Inglaterra.
El relativo éxito económico también ayudó a sostener la Unión,
pues de 1793 a 1808 los extraordinarios beneficios del comercio exte­
rior beneficiaron a todos los sectores económicos y a todas las zonas
del país, eliminando prácticamente las divisiones partidistas. Este sen­
tido de unidad se fortaleció tras la guerra, cuando él país inició la tran­
sición económica hacia un sistema que combinaba la expansión del
cultivo y exportación del algodón en el sur, con el primer desarrollo in­
dustrial en el noreste y el crecimiento dél mercado nacional.
Finalmente la Unión se pudo mantener porque silenciaba y dejaba
fuera del debate político la esclavitud, el tema que seguía dividiendo,
como en la Convención Constitucional, a los Estados de la Unión.
Mientras los Estados del norte, con poca población esclava, seguían
avanzando en la abolición gradual de la esclavitud; los Estados del sur
profundo, que habían incrementado su población esclava desde 1790,
no estaban dispuestos a admitir ninguna intromisión federal en la pro­
piedad de sus esclavos. Esta postura del sur profundo venció hasta
1808, porque los Estados del alto sur, liderados por Virginia — el ma­
LOS AÑOS DECISIVOS DE LA REPÚBLICA, 1790-1815 89

yor Estado de la Unión— compartían en el fondo la posición del sur


profundo y conjuntamente tenían aún más población, poder político y
peso económico que los Estados del norte.
En efecto, la posición de los cuatro presidentes virginianos del pe­
ríodo era ambigua y contradictoria. Moral y políticamente decían,
como los Estados del norte, que para completar la revolución había
que abolir la esclavitud; pero no estaban dispuestos a que el gobierno
federal interfiriera de momento en su población esclava.49 De esta for­
ma, el Congreso decidió en marzo de 1790 que el gobierno federal no
podía legislar sobre la esclavitud, ni el tráfico de esclavos, hasta .1808,
relegando la esclavitud a las iglesias y al ámbito de la moral. En las dé­
cadas siguientes, la esclavitud pasaría de ser un problema moral y cí­
vico a convertirse en el principal problema político de la Unión.
92 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

dores utópicos— «el entorno» ideal para alcanzar sus objetivos refor­
mistas, por lo que en 1824 compró 20.000 acres de tierra en el sur de
Indiana, a los que dio el nombre de Nueva Armonía. El multitudinario
recibimiento dado a Owen en Filadelfia y Nueva York, a finales de
1824, indicaba hasta qué punto muchos norteamericanos creían posi­
bles esas reformas radicales en su territorio. La élite política expresó
un interés similar, pues a principios de 1825 Owen dio dos conferen­
cias en el Capitolio sobre Un nuevo sistema social y fue recibido por
los expresidentes Thomas Jefferson y James Madison.
Cuando Robert Owen llegó en abril de 1825 a Nueva Armonía, cer­
ca de L000 personas lo recibieron con gran entusiasmo, haciéndole
creer que el nuevo sistema cooperativo reemplazaría ai individualismo
egoísta en dos años. Desde luego, las ideas de Owen sobre comunida­
des autosuficientes, que compartían agricultura e industria en un siste­
ma cooperativo, sincronizaban con las experiencias norteamericanas y
sus expectativas de progreso. Sin embargo, Owen pasó poco tiempo en
Nueva Armonía y no resolvió desde el principio los problemas básicos
sobre la propiedad y la aplicación de la disciplina. Cuando estos pro­
blemas comenzaron a discutirse, empezaron también las tensiones, y
en 1827 el experimento fracasaba, arrastrando consigo la fortuna per­
sonal de Owen.
El experimento utópico de Francis Wright en Nashoga, Tennessee,
fracasaba poco después. Francis Wright llegó a Estados Unidos por se­
gunda vez en 1824, acompañando al marqués de La Fayette en su visi­
ta para celebrar el cincuentenario de la independencia. Tras pasar unos
meses en Nueva Armonía en 1825, combinó la idea de cooperativismo
con antiesclavismo. Los esclavos negros podrían pagar con su trabajo
el costo de su emancipación y de su colonización en Africa, a cambio
de educación y libertad. Estas ideas recibieron el apoyo del marqués de
La Fayette, Henry Clay, Andrew Jackson, así como de los ex presi­
dentes Thomas Jefferson, James Madison y James Monroe. Wright co­
menzó su experimento en 1826 comprando 15 esclavos en Menfis y en
menos de dos años no sólo había fracasado totalmente la idea de susti­
tuir la esclavitud por el trabajo cooperativo, sino que la comuna ni si­
quiera podía afrontar sus gastos, y en 1830 Francis W right decidió li­
berar a sus esclavos y llevarlos a Haití.1
Había otros viajeros, como Alexis de Tocqueville, que en la década
de 1830 viajaron a Estados Unidos para observar reformas menos radi­
cales —como la del sistema penitenciario— . y sus agudas observacio­
nes y análisis dieron lugar a un libro clásico de la ciencia política y el
EL CRECIMIENTO DE LA REPUBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 93

estudio de las sociedades, La democracia en América.2 Publicado entre


1835 y 1840 este libro popularizó la idea de la era de Jackson como ía
época del «hombre común», destacando los rasgos democráticos e
igualitarios de Estados Unidos en comparación con el Viejo Mundo.
Hubo también libros y perspectivas muy criticas de Estados Unidos,
como la de Francis Trollope, Francis Millón, de soltera, se había criado
en el ambiente radical y liberal de los ex alumnos de Winchester y New
College, Oxford. En 1803 se casó con Thomas Anthony Trollope, abo­
gado y también ex alumno de Winchester y New College. Fracasadas las
expectativas de T. A. Trollope de convertirse en un hacendado, y afec­
tados por la muerte de uno de sus hijos, Francis Trollope decidió probar
fortuna para su familia en Estados Unidos, convencida por su amiga
Francis Wright. El 4 de noviembre de 1827 emprendieron el viaje jun­
tas en dirección a Nashoba, Tennessee. La comuna utópica no era ya
más que tres cabañas de madera sin techo, en una zona pantanosa, con
algunos esclavos pobremente vestidos; por lo que Francis Trollope de­
cidió trasladarse a Cincinatti, una ciudad del medio oeste que estaba
creciendo rápidamente. Allí se reunió toda la familia y permanecieron
dos años tratando de sacar adelante un bazar, donde se realizaban dis­
tintas actividades culturales. El poco éxito de la iniciativa y la malaria
que Francis y su hijo Henry contrajeron acabaron con la aventura ame­
ricana de la familia Trollope.3 El resultado de esta dura experiencia fue
Domestic Manners ofAmericans, publicado con gran éxito en 1832. El
libro es una excelente descripción de la vida y costumbres en una ciu­
dad del medio oeste durante el primer mandato de Jackson y uno de los
primeros testimonios en expresar las contradicciones de la sociedad
norteamericana. La autora reconocía la mayor igualdad de oportunida­
des con respecto al continente europeo, pero veía las contradicciones
de esta igualdad en un país que negaba cualquier oportunidad a los na­
tivos americanos y los esclavos negros.4 Igualmente, destacaba los pro­
blemas de primar la igualdad sobre la libertad en aquellos años. Su
conclusión era tajante: «si yo fuera un legislador inglés, en lugar de
mandar a ios radicales a la Torre de Londres, los mandaría a visitar Es­
tados Unidos. Yo era algo radical cuando me fui (de Inglaterra), pero a
.mitad de mi estancia allí, estaba casi curada».5
Las visiones y testimonios contradictorios de los viajeros a Estados
Unidos eran en gran parte fruto de su experiencia particular, pero ex­
presaban también ios grandes contrastes de la época, que la historio­
grafía sobre el período ha trasladado hasta nuestros días. Si hasta la dé­
cada de 1960 la valoración del período de Jackson fue esencialmente
94 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

positiva, destacando el desarrollo económico, el avance de la demo­


cracia y la igualdad de oportunidades para «el hombre común»; a par­
tir de la década de 1960 se señalaron los aspectos negativos, como el
aumento de las desigualdades económicas y las tensiones sociales, el
afianzamiento de la esclavitud y el genocidio indio. Aunque todos los
historiadores están de acuerdo en las enormes transformaciones eco­
nómicas, políticas y sociales del período.

A v a n c e d e l c a m t a l ís m o y d if e r e n c ia s
ECONÓMICAS REGIONALES

La construcción de! canal del Eire, que uñía Nueva York con los
Grandes Lagos, finalizó en un tiempo récord en 1835. La obra fue fi­
nanciada por el Estado de Nueva Y orfc^oapital privtóo y realizada
por técnicos y mano de obra excluSi?ámente estadounidenses. El canal
del Eire inició la revolución en el transporte y la fiebre en la construc­
ción de canales en otras zonas del país, como el canal del Ohio, el ca­
nal de Chesapeake, el del oeste de Massachusetts y el canal de Rhode
Island. Igualmente, algunos hombres de negocios financiaron la cons­
trucción del primer ferrocarril Baltimore-Ohio, en 1828, cuando el
barco de vapor llevaba ya cinco años demostrando ser decisivo para las
comunicaciones en el oeste*6
La mejora de las comunicaciones ayudó á cimentar la Unión, redu­
ciendo las distanciase haciendo accesible la frontera y sobre todo favo­
reciendo ios intercambios comerciales y la creación de un mercado na­
cional . La revolución comercial aceleró la transición hacia la
agricultura capitalista, comenzada ya en algunas zonas del noreste en
el último tercio del siglo Xvin, y paulatinamente iría destruyendo el
mundo agrícola tradicional e igualitario del pequeño propietario agrí­
cola con la emigración a las ciudades y el putting out system?
El comienzo de la llamada «vieja inmigración», la gran oleada m i­
gratoria que entre 1830 y 1880 llevó a 30 millones de europeos— mu­
chos de los cuales eran católicos irlandeses o alemanes— permitió que
la población pasara de 10 a 30 millones de habitantes entre 1820 y
1860. Muchos de estos inmigrantes, así como la inmigración interna,
fueron atraídos a las ciudades por las posibilidades de trabajo en las
manufacturas; aunque como en todo el mundo occidental esta primera
industrialización antes de 1850 no se desarrolló en las fábricas, sino en
las casas o los pequeños talleres. De forma que en 1830, 1/5 de los ha-
EL CRECIMIENTO DE LA REPÚBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 95

hitantes vivía en las ciudades, convirtiendo a Nueva York en la ciudad


más grande de Estados Unidos y uno de los puertos más importantes
del mundo.8
La creación de bancos estatales y la constitución del segundo Ban­
co Federal en 1816 desarrollaron el sistema financiero, a la vez que la
asunción de los valores del libre comercio y la competencia se exten­
dían y nuevas figuras económicas, como las Sociedades Anónimas y el
subsiguiente principio de responsabilidad limitada, completaron este
gran cambio económico en el que había diferencias regionales y secto-
:riales destacadas.
El desarrollo económico fue muy importante en el noreste, donde
la industria textil creció en el medio rural, aprovechando la crisis que
ya sufría la agricultura familiar de Nueva Inglaterra^ Un caso muy ilus­
trativo es el de la Compañía Manufacturera de Boston, fundada por
Francis Cabot Lowell, Éste quería crear una industria textil america­
na, sin la degradación a que había llevado el sistema de Manchester y
encontró la mano de obra adecuada para su proyecto en el medio ru­
ral. Descubrió que el crecimiento demográfico y la emigración al oes­
te habían dejado en las granjas cada vez más empobrecidas de Nueva
Inglaterra una manó de obra femenina sobrante, acostumbrada al tra­
bajo, bien educada* virtuosa, que se mostraba dispuesta a trabajar en
las fábricas de forma temporal.
El lugar de trabajo trataba de extrapolar las formas de vida rurales
de Nueva Inglaterra, y las casas de huéspedes, donde las chicas vivían,
sustituían a las familias. La localización de las fábricas en e l campo y
la utilización del agua como energía, en lugar de «las humeantes má­
quinas de vapor», preservaba el medio rural, Lowell pagaba buenos
salarios y muchas mujeres jóvenes consideraban el trabajo atractivo y
en lodo caso temporal, para uno o dos años antes del matrimonio.9 Sin
embargo, la «utopía de Lowell» sólo pudo llevarse a cabo por la cri­
sis de la agricultura familiar en Nueva Inglaterra; en 1830 su idea de
pasar de un pasado agrícola idealizado a un futuro industrial sin rup­
tura en las relaciones o sacrificio de valores comenzó a quebrarse, y
hacia 1850, en las zonas textiles de Nueva Inglaterra, abundaba la su­
ciedad, el hacinamiento y la depresión.10
Al noroeste llegaron muchos inmigrantes del sur y noreste de Esta­
dos Unidos, a ios que siguieron después inmigrantes irlandeses y ale­
manes. Todos ellos iban en busca de tierras baratas, que disputaban a
los indios o estaban en manos de los especuladores. A pesar de las di­
ficultades, la mayoría consiguió su derra, y hasta comienzos de la dé­
96 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

cada de 1820, cuando comenzaron a abrirse las rutas de transporte este-


oeste, vivieron en una especie de economía autosuficiente. Sin embar­
go, en 1850 estos agricultores ya estaban totalmente integrados en el
mercado, sustituyendo a Nueva Inglaterra en la exportación exterior y
el abastecimiento al este. Los que tenían tierra suficiente aprovecharon
las ventajas del mercado, los otros fueron perdiendo las tierras.
En cuanto al sur, conoció en estos años la expansión hacia el oeste
del sistema de plantación, ligado al auge del cultivo del algodón, que
estaba provocado por las demandas de la industria algodonera británi­
ca y de Nueva Inglaterra. La expansión de la plantación, con un culti­
vo claramente orientado hacia el mercado y enlazado con el sector
punta de la economía nacional e internacional» reforzaba así la esclavi­
tud, Por otro lado, en el sur, así como en algunas zonas del oeste, per­
sistió la figura de la pequeña propiedad agrícola relativamente autosu-
ficiente e igualitaria hasta finales del siglo xix, alargando así la
transición hacia el capitalismo sobre todo en la agricultura.11

D e m o c r a c ia p a r a l o s h o m b r e s b l a n c o s , c o m ie n z o
DE LA POLÍTICA DE MASAS Y «SEGUNDO SISTEMA DE PARTIDOS»

Estos cambios económicos fueron acompañados por un enorme de­


sarrollo político, caracterizado por la política de masas y la democra­
cia para los varones blancos. Nadie como Andrew Jackson representaba
la época del «hombre común» y aunque hoy, muchos de los aspectos
igualitarios resaltados por Tocqueville están en revisión,12 es induda­
ble que el avance de aquella democracia no tenía parangón en el mun­
do occidental.
Desde 1815 la presión popular por materializar la ideología revo­
lucionaria de control del gobierno e igualdad de derechos se concretó
en la demanda y consecución del sufragio universal masculino. Con-
necticut en 1817, Massachusetts en 1821 y Nueva York en 1822, eli­
minaron cualquier requisito de propiedad para poder Votar o lo restrin­
gieron al pago de impuestos nominales. Los nuevos Estados que
entraron en la Unión de 1816 a 1821, Indiana, Illinois, Alabama, Mis­
souri y Maine, desde el principio concedieron el voto a todos los hom­
bres blancos. Paralelamente, las Constituciones de los nuevos Estados
tenían muchos más cargos electivos, incluidos gobernadores y jueces,
y en 1816,10 de lo s 19 Estados de la Unión tenían voto popular para el
presidente. Ésta fue la segunda oleada democratizadora tras la revolu-
EL CRECIMIENTO DE LA REPÚBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 97

don, y sin duda la más importante, que finalizó en 1828, el año de la


elección de Jackson como presidente, cuando aun tener propiedad era
un requisito para votar en Rhode Island, Luisiana, Mississippi» Geor­
gia, Virginia y Carolina del Norte.
Una tercera oleada de reformas comenzó con la Convención Cons­
titucional de Virginia de 1829-1830, que revisó los requisitos para vo­
tar y ser elegido en ese Estado, y a partir de entonces le siguieron Mis­
sissippi, Carolina del Norte y Georgia, Finalmente, en 1840, el asalto
de la multitud al Capitolio estatal de Rhode Island, exigiendo el sufra­
gio universal, aceleró las reformas en los Estados que no las habían
realizado y en 1860 el proceso de extensión del sufragio a todos los
hombres blancos se había completado.
Esta evolución hacia el sufragio universal masculino y la política
de masas no fue un regalo de las élites» ni una consecuencia automáti­
ca de la revolución. Aunque costó mucho menos que en otros países,
estuvo precedida en la mayoría de los Estados por movilizaciones le­
gales y pacíficas, que tomaron la forma de Asambleas populares, míti­
nes masivos y circulares. Las únicas excepciones fueron la insurrec­
ción civil de Rhode Island en 1840 y los intentos en algunos Estados
del sur de constituir Convenciones estatales paralelas, que exigieran el
sufragio universal masculino para todos los varones blancos. También
fue posible por la emergencia de nuevas élites políticas locales, que no
provenían de la gentry, sino de la clase media, las cuales formaron en
cada Estado un grupo articulado y ambicioso, sin conexiones con la
antigua élite, capaz de liderar las demandas democráticas y la nueva
política de m asas,13
Las eleqciories presidenciales de 1824 se celebraron en este am­
biente de extensión del voto y aumento de los cargos públicos electi­
vos. Fueron unas elecciones de transición, en las que declinaba el
«caucus»* y se extendía la democracia en medio de una campaña pre­
sidencial caótica, donde primaban las lealtades regionales ante la au­
sencia de organizaciones nacionales. Los cinco candidatos a la presi­
dencia -—Henry Clay, Andrew Jackson, John Quincy Adams, William
H. Crawford, John C. Calhoun— se declaraban herederos del republi­
canismo jeffersoniano, pero había un candidato que destacaba sobre los

* Caucas del Congreso: reunión de senadores y representantes de un partido, para


nominar al candidato presidencia! del Partido hasta 1828; en general, se utiliza para re­
ferirse a cualquier Asamblea de miembros de un partido para seleccionar a los cargos
electivos.
98 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

demás en las preferencias populares: Andrew Jackson, el héroe de


Nueva Orleans.
A diferenci a de los otros candidatos, Andrew Jackson no tenía ex­
periencia política y era de origen humilde. Había nacido el 15 de mar­
zo de 1767 en un asentamiento ai noroeste de la frontera de Carolina
del Sur. Su padre murió antes de que él naciera y su madre durante la
revolución, cuidando a prisioneros norteamericanos en los barcos bri­
tánicos en Charleston. Él logró sobrevivir al cautiverio y al sarampión,
estableciéndose en Salisbury, Carolina del Nortea donde estudió Leyes.
Decidió probar fortuna más hacia el oeste, llegando a Nashville,
Tennessee, a los veintiún afios. Allí se casó con Raquél Donelson, di­
vorciada e hija de una de las mejores familias def Estado, prosperando
como abogado y plantador e iniciando su carrera política. Primero fue
elegido para la Convención, que redactó la primera Constitución de
Tennessee, posteriormente fue enviadq al Congreso como el primer y
único miembro del Estado en la Camara de Representantes, y en 1797
fue elegido para el Senado, pero dimitió poco después para aceptar el
puesto de juez del Tribunal Supremo de Tennesee.
También por elección, en 1802 consiguió él mando de la M ilicia de
Tennessee, con el rango de general; Era el puesto que había estado
buscando para alcanzar la notoriedad. La primera gloria militar le lle­
gó con su victoria sobre los indios creeks en Alabama, en la batalla de
Horseshoe Bend (27 de marzo de 1814), Tras imponer a los creeks un
tratado de paz draconiano, sé dirigió a Nueva Orleans, dónde rechazó
la invasión británica, convirtiéndose en el «héroe de Nueva Orleans» y
el «viejo nogal» para sus hombres, por su estatura y delgadez. Más tar­
de, el presidente James Monroe le envió a luchar contra los seminólas
en la Florida española. Jackson invadió Florida sin autorización y su
acción forzó el tratado de Adams-Onís o tratado Transcontinental
(1819), por el cual España cedía Florida por cinco millones de dólares
y retiraba sus reclamaciones sobre Oregón, transformando a Estados
Unidos en un poder continental.
Tras esas victorias militares Jackson decidió presentarse a la presi­
dencia en 1824. El resto de los candidatos y la élite política lo consi­
deraba inadecuado por su educación, temperamento y falta de expe­
riencia política. Esta valoración fue determinante en unas elecciones
muy disputadas. Aunque Jackson se impuso en voto popular, ni él ni su
principal contrincante — John Quincy Adams— reunieron la mayoría
de electores necesaria en el Colegio electoral, por lo que la elección re­
cayó en la Cámara de Representantes. Allí, Henry Clay, sin tener en
EL CRECIMIENTO DE LA REPÚBLICA BLANCA: LA ERA JACKSON 99

cuenta M voto pojplár, decidió usar stiinfliiencia en la Cámara para


conseguir qüe Jbh fuera elegido sexto presidente de
Estados Unidos; se convirtió así en el prim er hijo de un presidente que
llegaba a 1a presidencia, mientras muchos sectores populares creían
que la élite lés había robado la elección. Posteriormente .1. Q. Adams
nombró secretario de Estado a Henry Clay. Los llamados «republica­
nos nacionales» y posteriormente whigs, trataron de aplicar durante el
mandato de Adams el «sistema americano», programa político que im­
pulsaba el desarrollo económico del país, reforzando el poder del go­
bierno federal
En las elecciones presidenciales de 1828, Andrew Jackson, además
del favor popular, contó con üná' organización política nacional, el Par­
tido Demócrata, planeada p o r Martín Van Burén. El partido contafea
con un periódico nacional en Washington, clubs en todos los Estados y
un aparato organizativo y de propaganda, que demostró ser muy efec­
tivo en la campaña electoral. Fue la primera campaña de masas de la
historia de Estados Unidos, con mítines en cada condado elogiando la
figura del «héroe», desfiles con banderas y tambores, y barbacoas mul­
titudinarias, en las que se cantaba «Bosque de nogal». Los resultados
electorales dieron una gran victoria a A. Jackson sóbre X Q. Adams
— 178 electores y 647.276 votos populares, sobre 83 electores y
308.564 votos populares— . Fue también la primera inauguración pre­
sidencial tumultuosa y plebeya, en la que entre 15.000 y 20.000 perso­
nas aclamaban «la Majestad del pueblo, el rey de la multitud».14
Esta multitud representaba a todos los perjudicados por el desarro­
llo económico capitalista, que el anterior gobierno había impulsado
decididamente. Artesanos y trabajadores del noreste, pequeños agri­
cultores del sur, noroeste y noreste. También representába los intereses
opuestos al aumento de la centralización, al poder del gobierno federal
y a los aranceles que protegían las manufactureras. Ésta fue la base del
apoyo popular ai Partido Demócrata, que regionalmente se basó en la
alianza del sur y el oeste, hasta el comienzo de la crisis que llevaría a
la guerra civil.15
Poco se sabía del programa de Jackson y del Partido Demócrata
cuando éste llegó a la Casa Blanca, enfermo y devastado por la muer­
te reciente de su esposa, tras el desprestigio sistemático a que ésta ha­
bía sido sometida en la pasada campaña electoral por ser bígama. Es­
taba claro que quería desmantelar el «sistema americano», lo que
incluía disminuir el poder del gobierno federal y aumentar el de los Es­
tados, Su apoyo a un desarrolló político descentralizado suponía, entre
100 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

otras cosas, ir eliminando el arancel protector para las manufacturas y


reducir los impuestos federales, pero todo ello preservando e incluso
reforzando la Unión. Este equilibrio resultó difícil de mantener al
principio, y originó la crisis de Carolina del Sur, que amenazaba con
separarse de la Unión si se mantenía el arancel protector que favorecía
a las manufacturas del norte y perjudicaba a los intereses del algodón
en el sur.
Desde la guerra de 1812 hubo una demanda constante de arance­
les protectores para salvaguardar la industria nacional de la compe­
tencia exterior. En 1816 se aprobó la primera tarifa protectora. No
mucho después, los sudistas comenzaron a expresar su resentimiento,
porque vendían su algodón en un mercado mundial, pero tenían que
comprar productos manufacturados en un ..mercado protegido por la
ley federal. En consecuencia, cuando los líderes demócratas en el
Congreso decidieron elevar el arancel, justo antes de la elección pre­
sidencial de 1828, para complacer a los Estados cuyo apoyo electoral
era necesario para Jackson, agitaron una parte fundamental de la sen­
sibilidad del sur. El arancel se elevó tanto en 1828, que se le llamó «el
arancel repugnante».
El entonces vicepresidente, J. C. Calhoun, regresó a Carolina del
Sur y animó ia protesta de ese Estado contra el arancel y el gobierno
nacional, que abusaba de su poder para aprobar una legislación en de­
trimento de una de sus partes. En la protesta se avanzaba la doctrina de
la anulación, según la cual, cuando una ley federal estaba en conflicto
con los intereses de un Estado, éste podía anular esa legislación en su
territorio. Si el Estado fuera obligado por el gobierno federal a cumplir
la legislación, entonces tenía derecho a separarse de la Unión.16 Ante
la amenaza de secesión, Jackson manifestó su intención de mantener la
Unión por encima de todo, incluso empleando la fuerza militar. Por
otro lado, el arancel de 1832 rebajó algo el de 1828, pero era insufi­
ciente para los intereses sudistas, que seguían amenazando con la se­
cesión. Bajo esta presión se llegó al «arancel de compromiso» de
1833, por el que el gobierno federal prometía ir bajando gradualmente
la tarifa aduanera en los siguientes diez años.
El «arancel de compromiso» resolvía también el terna de las tierras
públicas. Jackson compartía la opinión del oeste de favorecer un asen­
tamiento rápido en las tierras de frontera y de la venta barata de esta
tierra a los colonos. Seguía pues la política de Jefferson, ligada a la
creencia de ambos en la necesidad de expansión territorial de la repú­
blica y opuesta a la opinión mayoritaria del este, del partido whig y de
EL CRECIMIENTO DE LA REPÚBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 101

los defensores del sistema americano de vender caras las tierras para
saldar las deudas del Estado y evitar la escasez y encarecimiento de la
mano de obra en el este J 7
Anteriormente, la Ley Agraria de 1820 ya había reducido el precio y
el tamaño de Sos lotes de tierras públicas a 80 acres y' 1,25 dólar por acre,
por lo que una propiedad podía comprarse con 100 dólares.18 Esta ley,
aplicada durante los mandatos de Jackson y los presidentes demócratas
que le sucedieron, parecía hacer triunfar la línea de Jefferson frente a
Hamilton en relación con el acceso democrático a las tierras públicas
y la importancia central de un campesinado familiar identificado con
la república- Curiosamente esta evolución tenía lugar cuando la transi­
ción al capitalismo en la agricultura norteamericana estaba acabando
con este tipo de campesinado en el noreste del país, aunque se pudo
mantener en algunas zonas del oeste y el sur hasta finales del siglo xix.
Otra expresión de la llamada democracia jacksoniana fue su pro­
mesa de desprofesionalizaclón de la política y por tanto la rotación de
cargos públicos; aunque Andrew Jackson no practicó ninguna de estas
medidas. En sus ocho años como presidente sólo sustituyó a un 10 por
100 de los cargos públicos y no abrió el servicio del gobierno y el Es­
tado a ninguna clase social distinta.19
Lo que sí constituyó una acción política fundamental contra el sis­
tema americano fue la lucha contra el privilegio que sus predecesores
y rivales políticos parecían representar. Esta lucha significaba valorar
el trabajo productivo, frente al improductivo simbolizado por especu­
ladores y sobre todo por banqueros, por lo que acabar con el segundo
Banco Nacional de Estados Unidos (BUS), fue el objetivo principal de
su política contra el privilegio.
El segundo Banco Nacional de Estados Unidos fue constituido por
el gobierno federal en 1816, con un capital de 35 millones de dólares,
de los que 1/5 fue comprado por el gobierno y los restantes 4/5 vendi­
dos al público. Los fondos del gobierno eran depositados en el BUS y
éste servía como agente en la recaudación de impuestos, no cobrando
al gobierno por este servicio. El banco, con sede central en Filadelfia,
tenía 26 oficinas repartidas por todo el país y su presidente era elegido
por los accionistas. Cuando Jackson inició su guerra contra el banco,
Nicolás Biddle, un hombre procedente de una conocida y rica familia
de Filadelfia, era su presidente.
El odio de Jackson al banco estaba enraizado en su odio personal a
la especulación y al papel moneda, que era el resultado de una serie de
malas experiencias personales en su juventud, cuando casi acabó en
102 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

prisión por deudas. También veía al BUS cómo una amenaza a la li­
bertad individual, pues aseguraba que amañaba la elección presiden­
cial de las personas que compartían los intereses del banco, como ha­
bía intentado hacer en las elecciones de 1828 contra el propio Jackson.
Sobre todo sentía que la institución servía los intereses de las clases
acomodadas a costa del ciudadano medio, pues el gobierno federal de­
positaba allí todos sus fondos, procedentes de los impuestos de todos
los contribuyentes, pero el interés de los depósitos no era disfrutado
por ellos, sino por los accionistas.
Jackson acudió al Congreso con éstas y otras quejas y finalmente
decidió «matar al monstruo» y salvar al pueblo de su influencia corrup­
ta. Tomó esta decisión cuándo Henry Clay, dos días antes de que los es­
tatutos del banco prescribieran, pidió nuevos estatutos. Esta petición
daba a Jackson la posibilidad de firmar o vetar la ley, en cuyo caso Clay
podía desafiar a Jackson en las siguientes elecciones presidenciales,
pues estaba convencido de que los norteamericanos nunca permitirían
la destrucción del BUS. El 10 de julio de 1832 Jackson vetó el BUS, en
lo que sería uno de los vetos más importantes en la historia constitucio­
nal de Estados Unidos, En efecto, las implicaciones políticas del veto
fueron enormes; el presidente asumía el poder legislativo y establecía
una relación directa con el pueblo, presuntamente más democrática, en
la que él era la cabeza dei gobierno, el primero entre iguales,20
Como el odio a los bancos estaba muy extendido entre la población
estadounidense desde -el pánico de 1819, por favorecer la especulación
y el crédito arriesgado en la compra de tierras,21 Jackson pudo ganar
las elecciones de 1832, utilizando como principal argumento de su
campaña su ataque al BUS, Tras la victoria electoral, se vio legitima­
do por el pueblo para «matar al monstruo», retirando los depósitos gu­
bernamentales del banco.
En el orden político, la guerra del BUS fue una lucha entre la preo­
cupación de Jackson y :su partido por los intereses del «ciudadano co­
mún», y Nicolás Biddle y los que buscaban con él una estabilidad finan­
ciera, que permitiera el crecimiento económico del país. El resultado
de esta guerra cambió la relación entre el pueblo y el jefe del Ejecuti­
vo, reforzando el poder del presidente, que antes no tenía arraigo na­
cional y tendía a actuar como un prim er ministro. En las elecciones de
1832, por primera vez un asunto de gran importancia política dependía
directamente de la decisión del electorado, y su apoyo masivo permi­
tió a Jackson acabar con el BUS, a pesar de las importantes objeciones
del Congreso.
EL CRECIMIENTO DE LA REPUBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 103

Por otro lado, la destrucción del BUS terminó con la Banca Central
en Estados Unidos hasta la aprobación del Sistema de Reserva Federal
en 1913, durante la Administración de Woodrow Wilson. Tradicional­
mente, se han achacado a la inexistencia de un Banco Central todas
las fluctuaciones económicas que dominaron el período jacksoniano,
como la inflación de mediados de la década de 1837, el pánico de
1837 y la deflación posterior; pero como señala Peter Temin: «La in­
flación y crisis de la década de 1830 tuvo su origen en acontecimien­
tos que escapaban al control de Jackson y que hubieran tenido lugar
igualmente si hubiera actuado de otra forma».22 En realidad, el pánico
de 1837 era un reflejo de la crisis económica británica, que supuso la
caída de los precios del algodón y sobre todo contrajo drásticamente
el crédito, del que seguía dependiendo la expansión económica norte­
americana. ;

L a o t r a p o l ít ic a : p r im e r o s S in d ic a t o s y P a r t id o s
de los T r a b a ja d o r e s

La extensión del voto a los hombres blancos desde la década de


1820, el triunfo de Jackson en 1828 y la inauguración del segundo sis­
tema de partidos dejaron durante un tiempo un espacio para una polí­
tica radical, que los Partidos de los Trabajadores llenaron en las prin­
cipales ciudades del noreste hasta mediados de la década de 1830. Como
Marx solía señalar, el primer Partido de los Trabajadores del mundo se
constituyó en Filadelfia en 1828;23 de tal manera que la extensión de la
democracia y ía primera formación de la clase obrera norteamericana
se unían en el tiempo de forma insólita. En efecto, las primeras de­
mandas de un artesanado amenazado por la «revolución del merca­
do» se expresaron en un movimiento que agrupaba a las clases bajas
«contra los ricos»» formado principalmente por aprendices y maestros,
cuya ideología era una reinterpretación del republicanismo radical ar­
tesano.
Los programas de los Partidos de los Trabajadores denunciaban las
injusticias económicas y hablaban por primera vez de lucha de clases,
pero su definición de ciase obrera era amplia y flexible, como demos­
traban sus principales demandas. Éstas pretendían tanto proteger y ele­
var la condición de la clase obrera, como abolir el sistema de milicias,
eliminar la prisión por deudas, buscar protección contra la competen­
cia desleal del trabajo presidiario e infantil, o lograr una educación
104 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

universal e igualitaria, aspecto que atraía a amplios sectores de la cla­


se medía.
En efecto, tanto en Nueva York, como en Filadelfia y las otras ciu­
dades del noreste, los Partidos de los Trabajadores partían del republi­
canismo radical e igualitario de ía revolución, al que unieron la teoría
del valor del trabajo y el productivismo.24 Este último aspecto los acerca­
ba al Partido Demócrata, que especialmente en ía campaña de 1832 di­
rigió su mensaje electoral contra los parásitos y privilegiados -—perso­
nificados en la lucha contra el BUS— y a favor del trabajo productivo.
A la larga, esta similitud de mensajes disolvió a los votantes y militan­
tes de los Partidos de los Trabajadores dentro de la poderosa maquina-
ría del Partido Demócrata.
Un nuevo sindicalismo sustituyó a mediados de la década de 1830
a los Partidos de los Trabajadores en la expresión y organización de esta
clase obrera en formación. Desde 1827 comenzaron a crearse en las
principales ciudades del este y medio oeste Sindicatos de Oficios, que
pocos años después se agruparon en las General Trade Unions (GTU)
locales en Nueva York, Filadelfia, Boston, Baltimore, Washington,
Louisville, Cincinnati y otras ciudades mas allá de los Allegheny, de
forma que al final de 1830 alrededor de una decena de ciudades tenían
General Trade Unions.
Sus luchas y peticiones principales eran la jornada de diez horas,
mejores salarios, el derecho legal a organizarse y convocar huelgas, así
como mantener la calidad y dignificación del trabajo respecto a «las
normas del oficio». En cuanto a su ideología, reinterpretaron el «radi­
calismo artesano», esencia de la república que sólo podría ser salva­
guardada por los trabajadores. Esta revisión de los viejos valores repu­
blicanos no era nostálgica, sino que diseñaba un sistema alternativo
que ofrecía una solución cooperativa al progreso y daba a los trabaja­
dores el control sobre su trabajo, eliminando la dominación capitalista
y «el demonio de la ganancia individual». La revolución se convirtió
así en la causa de los oficiales, y «la mutualidad republicana del oficio
se transformó en ía mutualidad republicana del sindicato».23
El ascenso y progreso de la Central de Sindicatos (General Trade
Unions) en Nueva York, y sus equivalentes en otras ciudades, fue un
acontecimiento fundamental en la historia de las relaciones de clase en
Estados Unidos. Según Sean Wiientz, en las numerosas denuncias del
GTU sobre la explotación en el lugar de trabajo, se encuentran ele­
mentos de una política económica de la clase obrera distinta de la del ar­
tesano y productor, por lo que de este sindicalismo partió todo el radi­
EL CRECIMIENTO DE LA REPÚBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 105

calismo de clase obrera norteamericano del siglo xrx, en todas sus for­
m a s , excepto el marxismo.26
Tanto Sean Wilentz sobre Nueva York, como Bruce Laurie sobre
Filadelfia,27 están de acuerdo en que entre 1820 y 1837, junto a esta cul­
tura sindical-radical, se desarrollaron otras dos culturas entre los artesa­
nos y las clases populares. Una cultura tradicional, caracterizada por los
hábitos irregulares del trabajo, la camaradería masculina de la bebida,
la asociación voluntaria en las brigadas de bomberos y la violencia ca­
llejera de las bandas. La otra era la cultura del evangelismo y la mode­
ración, que atrajo primero a patronos y maestros, y después de la crisis
del sindicalismo — a partir del pánico de 1837— , a muchos aprendices
y asalariados, que se fueron adaptando a la nueva moralidad de la abs­
tinencia alcohólica, la disciplina en el trabajo, y la religiosidad, hasta al­
canzar una respetabilidad y comportamiento social parecido al de la
clase media,28 especialmente puando los trabajos no cualificados co­
menzaban a estar dominados por una clase obrera inmigrante.
La crisis del nuevo sindicalismo comenzó en 1836 en Nueva York,
con violentas huelgas en la construcción y los muelles, que tuvieron
contundente respuesta conjunta de los poderes públicos de la ciudad, la
Judicatura y la Fuerza Pública, aunque este ataque sólo consiguió for­
mas más activas de resistencia, que llegaron a hacer hablar a los pro­
pietarios de la ciudad de «violencia insurreccional y revolución». No
fue sin embargo la represión la que acabó con este sindicalismo en
Nueva York y otras ciudades, sino la miseria y la crisis-económica que
siguieron al pánico de 1837; cuando sólo en la ciudad de Nueva York
había 20.000 personas sin medios para pasar el invierno — excepto la
caridad— , 1/3 de los asalariados del país estaba en paro y los que con­
servaban el trabajo vieron reducidos sus salarios en un 30-50 por 100,
mientras los precios de las subsistencias se disparaban.
Quedaron dos legados de este sindicalismo. Una derrota, ya que
fracasaron en lograr el control de su propio trabajo o en reordenar las
relaciones de producción en los talleres; pero también el éxito de unir
por primera vez a todos los trabajadores cualificados como clase, de
conseguir durante un tiempo concesiones de los empresarios, de dar un
objetivo y una organización a oficiales y aprendices, que les permitió
luchar contra la intimidación en los talleres y en los tribunales.29 Tras
su derrota, la cultura del evangelismo, la moderación y el nativismo,
como expresión política, fueron ganando terreno entre esta clase obre­
ra, hasta el resurgimiento del sindicalismo a finales de la década de
1840, sobre las bases del movimiento anterior.
106 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

El artesanado norteamericano, ya muy numeroso y educado en


tiempos de la revolución en las principales ciudades del noreste, jugó
un papel decisivo en la independencia y construcción nacional, unien­
do así su discurso político al de la revolución. Este artesanado estaba
pues mejor pertrechado que el de otros países para defender sus posi­
ciones políticas y económicas de forma autónoma cuando el capitalis­
mo industrial comenzó a desafiar sus intereses.
Estos artesanos fueron pues los protagonistas de esta primera forma­
ción de la clase obrera estadounidense, cuya ideología y conciencia de
clase peculiar— identificación con la revolución, cooperativismo, pro-
ductivismo, religión, moderación— tenía mucho de lá tradición del re­
publicanismo artesano y permanecería durante todo el siglo xix y parte
del xx como una influencia central del radicalismo obrero. Por otro
lado, la fortaleza ideológica y política de este sector artesanal en crisis,
que ya tenía voto y su propio proyecte de readaptación republicana a
los nuevos cambios sociales, puede explicar la tremenda reacción em~
presarial-judicial-política en cuanto empezaron los primeros conflictos
graves en 1836. Este tipo de reacción contundente y conjunta se repeti­
ría en todos los momentos de peligro posterior, pues la propia política,
al ser de masas y abierta a todos los varones blancos, no ofrecía sufi­
cientes garantías de contención.30

Los e x c l u id o s d e ' la p o l ít ic a y e l r e f o r m ís m o
EVANGELISTA DÉ CLASE MEDIA

Otros grupos sociales excluidos de forma-distinta de la política de­


mocrática, como los,esclavos negros, las mujeres y los nativos ameri­
canos, encontraron sus defensores en el reformismo de clase media,
que el «segundo despertar religioso» favoreció á partir de 1820. Estos
movimientos reformistas no trataron de reformar el capitalismo, sino
que eran una adaptación moral á una sociedad en rápida transforma­
ción por la «revolución del mercado». Su discurso y sus objetivos eran
morales y cívicos, aunque tuvieron importantes consecuencias en la
gestación del ambiente político que llevó a la guerra civil.
Tras la revolución, había florecido, tanto entre la élite como en
las clases humildes, una religión racional -—unitarismo, universa­
lismo— menos rígida y convencida de la bondad de Dios hacia los
hombres o de la bondad natural del hombre. Hacia 1800 se temía que
este racionalismo pudiera llevar a la secularización, que fue lo que el
EL CRECIMIENTO DE LA REPÚBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 107

evangelismo trató de evitar en el llamado «segundo despertar re­


ligioso».
Las Sectas Evangelistas que protagonizaron este despertar fueron
sobre todo los baptistas y los metodistas, que compartían una teología
basada en la autoridad de la Biblia y la redención universal, frente a la
predestinación calvinista. Tenía también una organización más demo­
crática, que permitía la participación de las mujeres y enfatizaba la
igualdad de hombres y mujeres ante Dios, sin tener en cuenta la rique­
za, educación o el estatus social.
La máxima manifestación de ésta religión igualitaria se materia­
lizó en la frontera, donde se producían nuevas manifestaciones reli­
giosas de gran emoción y un nuevo ritual en torno a la camp meeting
(reunión en acampada), en que las solitarias gentes de la frontera en­
contraban un sentido de comunidad. Los baptistas añadían a estas ca­
racterísticas el bautismo adulto y una organización muy descentraliza­
da y democrática, ya que cada congregación era la más alta autoridad
y cualquier grupo de frontera podía formar su congregación y nombrar
a su ministro, el cual vivía y trabajaba exactamente como sus feligre­
ses, roturando ia tierra, abriendo caminos, plantando maíz y criando
cerdos.31 Los metodistas tenían una organización más centralizada y
novedosa, así como un efectivo método de reclutamiento móvil, C ir ­
cuit rider (jinete de circuito), convirtiéndose en 1840 en la secta pro­
testante más importante del país, con implantación tanto en el oeste,
como en las regiones más asentadas del este y medio Oeste.32
El evangelismo en su conjunto era la subcultura política más im­
portante del país en 1840, pues aunque los feligreses de sus distintas
sectas no sobrepasaban el 15 por 100 de la población, los simpatizan­
tes ascendían al 40 por 100.33 Cuando la política de masas estaba emer­
giendo, la experiencia de participación democrática en las iglesias, la
concepción moral de cada una de las sectas y la crítica general del
evangelismo a la degeneración en que había caído la política partidista,
representada sobre todo por Jackson y el Parüdo Demócrata, guió las
decisiones políticas de muchos norteamericanos hacia el Partido Whig
y más tarde el Partido Republicano.34 Por otro lado, esta influencia re­
ligiosa llenó la política de consideraciones éticas, a veces intransigen­
tes, y de divisiones rígidas — producto de la alta significación que tenía
para sus seguidores el pertenecer a una secta u otra-—-, que no hicieron
fácil, el compromiso político en los años anteriores a la guerra civil.35
La influencia mayor y más directa del evangelismo fue cívica y
cultural, pues inspiró, todos los movimientos reformistas asociados al
108 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

ascenso de las clases medias en las ciudades del norte. La búsqueda


de perfección y el compromiso moral caracterizaron a todos los mo­
vimientos de reforma de las instituciones — de las cárceles a los asi­
los— , así como a las principales cruzadas cívicas, como 1a nativista, la
abolicionista y la antialcohólica,. En todas estas actividades reformis­
tas. como en las Iglesias Evangélicas, participaron de forma destacada
las mujeres y no hubieran sido posibles sin el desarrollo de la prensa
popular, la literatura nacional, la extensión de la educación o el aso-
ciacionismo voluntario.
Desde el período colonial los norteamericanos tenían los índices de
alfabetización más altos del mundo occidental. En 1840, a pesar de la
poca extensión de la educación pública, el 78 por 100 de la población
total sabía leer y escribir, y entre la población blanca la proporción al­
canzaba el 91 por 100. Estas cifras se debieron en parte a la presión
que en el período jacksoniano ejercieron radicales y reformistas para
conseguir una educación igualitaria sufragada por los poderes públi­
cos. Gracias a esta presión la enseñanza se convirtió en una profesión
reconocida y dejó de ser un trabajo a tiempo parcial, mientras se mul­
tiplicaban las escuelas, se alargaban los períodos lectivos y las mujeres
se incorporaban lentamente a la docencia.
Una vez superados los grados elementales, la educación estaba en
manos de Academias Privadas — 6.000 en 1850—™,subsidiadas por las
iglesias y los fondos públicos, pues antes de la guerra civil solamente
había 300 Institutos de Educación Secundaria en todo el país. También
la educación superior fue impulsada en el período jacksoniano, gracias
a las Universidades de las Iglesias y de algunos Estados. De las 78 uni­
versidades que había en 1840, 35 se fundaron después de 1830, como
las Universidades de las Iglesias, y tras la fundación de la Universidad
de Ohio en 1803, otros nuevos Estados siguieron la misma política de
dotación de universidades estatales. La mayoría eran universidades pe­
queñas, con una media de 100 estudiantes y un máximo de 600, prác­
ticamente todos ellos varones.
Aunque como ya señalara Tocqueville en aquellos años, las muje­
res en Estados Unidos recibían una educación mucho más indepen­
diente y adulta que las mujeres europeas por la combinación de pro­
testantismo y democracia,36 y la educación elemental entre ellas estaba
extendida y era socialmente aceptada, no comenzaron a acceder tími­
damente a la educación superior hasta la década de 1830. Primero se
constituyeron los Seminarios Femeninos, les siguió en. 1833 el Oberlin
College, en Ohio, que admitía tanto a mujeres como a negros entre sus
EL CRECIMIENTO DE LA REPÚBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 109

alumnos, siendo admitidas las primeras estudiantes en 1837. En gene­


ral fueron las Universidades Estatales del oeste las que lideraron la co­
educación, pero las mujeres permanecían en un estatus subordinado,
sin igualdad re a l/'
También el asociacionismo voluntario era observado por Tocquevi-
lle como una de las características principales de la América jacksonia-
na.38 Ligado a la necesidad de satisfacer las demandas sociales de una
población en rápido cambio y crecimiento, ante la impotencia inicial de
los poderes públicos y las iglesias, las Asociaciones Voluntarias daban
apoyo emocional y una rápida identificación a una población móvil y
joven, que se trasladaba a otras zonas del país sin el apoyo de familia­
res o amigos.39 Muchas de estas asociaciones, de inspiración religiosa
y dedicadas al reformismo moral en todos sus ámbitos, permitieron y
alentaron el asociacíonismo femenino, abriendo un espacio público
para la mujer — como ya había hecho el evangelismo— , más allá de la
esfera doméstica.40 Especialmente activas fueron las mujeres en los dos
movimientos reformistas más importantes de mediados del siglo xix, la
cruzada antialcohólica, donde las féminas constituían la mayoría de las
bases y en menor medida en el movimiento abolicionista.

C r u z a d a a n t ia l c o h ó l ic a

El movimiento por la moderación en el consumo de alcohol co­


menzó oficialmente con ía Constitución en Boston, en 1826, de la So­
ciedad Americana para el Fomento de la Abstención Alcohólica
(American Society for the Promotion of Temperanee) y la posterior
formación en 1833 de la Asociación Americana Antialcohólica (Ame­
rican Temperanee Union). El surgimiento de esta cruzada estuvo uni­
da al desarrollo del capitalismo, la liquidación de la economía domés­
tica y sus consecuencias sobre la eficiencia y disciplina laboral, así
como a la mayor diferenciación y separación entre obreros y patronos.
También estaba relacionado con la reacción nativista frente a la inmi­
gración masiva y sus consecuencias, pues los nativistas acusaban a los
irlandeses católicos del aumento de la delincuencia y la conducta de­
sordenada y tumultuosa, provocada por el consumo excesivo de al­
cohol.
Sólo unos años antes, en la década de 1820, el alcohol formaba par­
te del trabajo y la paga de los obreros, que además bebían con el pa­
trono en el lugar de trabajo. Unos años después, la disciplina laboral
110 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

desplazaba el alcohol del lügar de trabajo y lo relegaba a la taberna y


al ámbito de la cultura autóctona de la clase obrera» donde fue ganan­
do el papel simbólico que tendría desde entonces. La clase m ediarse-
parada ya por la familia, el trabajo y los barrios, de la clase obrera,
encontraba en la moderación alcohólica su motivo favorito de diferen­
ciación y afirmación de sus valores de c la se /1
Para la clase media, la cruzada antialcohólica fue un éxito, pues en­
tre 1830 y 1860 redujo drásticamente el consumo de alcohol, aunque
los trabajadores siguieron bebiendo a espaldas de los patronos, entre
ellos, y en sus barrios y tabemas. Y desde luego esta cruzada reservó
un lugar destacado a la s mujeres, pues el nuevo culto de la domestici-
dad y las dos esferas alcanzaba la máxima expresión en ella. Las mu­
jeres eran las que tenían que inculcar la nueva moral de moderación y
contención sexual y alcohólica a los maridos e hijos, así como las que
llenaban de contenido ese hogar, como refugio de un mundo hostil.42

E s c l a v it u d y a b o l ic io n is m o

El impulso que la revolución dio a la lucha antíesclavista se apagó


pronto. A partir de la década de 1790 una reacción conservadora parecía
confirmarla como una institución, si no deseable, al menos necesaria
para la república. Por un lado, la reacción a los excesos de la Revolución
Francesa enfatizó en la nueva república los aspectos de propiedad y
orden sobre la igualdad; por otro, las insurrecciones de esclavos en San­
to Domingo en 1790 y la posterior proclamación de la república negra de
Haití en 1802 llenaron de pánico a la élite del sur, al tiempo que la Sec­
tas Evangelistas fueron abandonando su igualitarismo en las décadas
de 1790 y 1800, y metodistas y bautistas relegaron de sus prioridades la
causa antiesclavista.
La revolución había dejado un legado de contradicciones políti­
cas, al tratar de conciliar los principios de libertad e igualdad con la
institución de la esclavitud. Para solucionar la contradicción entre li­
bertad e igualdad se acentuó el aspecto racial, pues era la única forma
de justificar la desigualdad de los esclavos negros, en cuanto a la li­
bertad y el disfrute de los derechos civiles. Para resolver la contradic­
ción entre libertad y esclavitud, muchos sudistas utilizaban el término
libertad en un sentido antiguo, como un derecho de grupos específi­
cos y no un derecho universal, argumentando que infringir su derecho
a poseer esclavos era una violación de su libertad. Así, se presentaban
EL CRECIMIENTO DE LA REPÚBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 111

como ardientes defensores de la esclavitud y la libertad, aunque el de­


recho a poseer esclavos era su libertad más importante. De esta forma,
con la emancipación gradual en el norte, la esclavitud se identificó
aún más con el sur, y la próxima ocasión en que los blancos del sur lu­
charan por «su libertad», lo harían explícitamente por su derecho a
poseer esclavos/’3
A pesar de esta reacción conservadora, el tráfico de esclavos se
abolió en 1807 y se hizo efectivo en 1808, tal como la Convención
Constitucional había previsto veinte años antes; pero eso no llevó a
una abolición gradual de la esclavitud como muchos pensaron, pues el
cultivo del algodón la reforzó. El algodón sustituyó al tabaco como
cultivo dominante en el sur en las dos últimas décadas del siglo xvm ,
muy ligado a los avances técnicos que en el Reinó Unido permitieron
que esta materia sustituyera a la lana en los tejidos para consumo de
masas, haciendo de la industria del algodón el motor de la industriali­
zación tanto en el Reino Unido como en Nueva Inglaterra. Tras la re­
volución, el cultivo del algodón se extendió a las costas de Georgia,
Carolina del Sur, la parte sureste de Carolina del Norte y más tarde a
los Estados del suroeste como Arkansas, Florida y Texas.
El algodón, como antes el tabaco, creó una intensa demanda de
mano de obra esclava y por tanto un alza en el precio de los esclavos al
coincidir con la supresión del tráfico internacional. En su lugar se ge­
neró un intenso comercio interno, que resultó un gran negocio para los
Estados con abundancia de esclavos y sin cultivo de algodón. Pero el
algodón no era sólo el motor de la economía del sur, sino el primer
producto de exportación de Estados Unidos, dirigido sobre todo al Rei­
no Unido.44 En la primera década del siglo xix, la esclavitud parecía
pues más asentada que nunca, como lo estaría también en la siguiente
década y en los años anteriores a la guerra civil. En este contexto, el
primer abolicionismo había desaparecido hacia 1810 y fue sustituido
por la idea de colonización que, encamada por la Sociedad Americana
de Colonización (1816), proponía asentar negros libres en África y
animaba a las emancipaciones voluntarias.
A partir de 1830, el abolicionismo fue la otra gran cruzada evange­
lista, dentro del movimiento de reforma moral y búsqueda de perfec­
ción que el romanticismo y el «segundo despertar religioso» genera­
ron. Muchos jóvenes de clase media ascendente se sintieron atraídos
por esa propuesta de reforma de las instituciones norteamericanas y
por primera vez pudieron pensar en el activismo social como una pro­
fesión legítima. El que este radicalismo potencial de los jóvenes refor­
HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

madores se dirigiera al tema de la esclavitud en la década de 1830 se


debió a la coincidencia de una serie de factores, que actuaron sobre el
motivo de fondo de una sociedad, evolucionando rápidamente hacia
los valores morales de afirmación del individualismo.45
En primer lugar, la militancia negra antiesclavista había comenza­
do a manifestarse a finales de la década de 1820 de la mano de los es­
clavos huidos al norte y de los negros libres del norte, que formaron
una asociación, organizaron un movimiento anticolonización y publi­
caron un periódico. En 1829, apareció en Boston el libro fundamental
del ex esclavo David Walker, An Appeal to the Colored Citizens o f the
World, que condenaba la solución colonizadora como una expresión
de la supremacía blanca y manifestaba una visión religiosa afroameri­
cana, la cual veía la lucha antiesclavista y la resistencia negra como
una cruzada sagrada. Contenía pues todos los principales argumentos
del abolicionismo y fue ampliamente distribuido, siendo objeto de una
discusión nacional y teniendo un enorme impacto hasta ía guerra civil
En el sur, su distribución y posesión fue considerada una ofensa crimi­
nal seria y pocas copias sobrevivieron a la sistemática destrucción de
las autoridades.46
Otra de las figuras principales del antiesclavismo a finales de la dé­
cada de 1820 fue Benjamín Lundy; nacido en New Jersey y criado en
una familia cuáquera de Virginia, se trasladó después a Ohio, donde
comenzó su cruzada y empezó a publicar en 1821 The. Genious o f Uni­
versal Emcincipation, que en 1825, desde su nueva sede en Baltimore,
aparecería en edición semanal y mensual, llegando a tener 1.100 sus-
criptores entre ambas ediciones. Desde The Genious, Lundy desacre­
ditaba económicamente la esclavitud y denunciaba el peligro que esta
institución representaba para las libertades de los norteamericanos y la
integridad de la Unión. Condenaba también el concepto de inferiori­
dad racial, y era un pacifista muy impresionado por el libro de ía abo­
licionista británica Elizabeth Heyrick, Inmediate, Not Gradual Eman-
cipation, que se publicó en Inglaterra en 1826, fue serializado en The
Genious y después repetidamente publicado en Estados Unidos.47 En
18281Lundy constituyó en Baltimore la Asociación Nacional de Pro­
paganda Antiesclavista (The National Anti-slavery Tract Society), que
éñ lóstlós años siguientes llevó su mensaje a los 19 Estados del norte,
y posteriormente sería elegido director de la Asociación Antiesclavis­
ta Americana. En una de estas giras William Lloyd Garrison lo oyó ha­
blar y comenzó a trabajar con él en Baltimore, publicando The Ge­
nious.
EL CRECIMIENTO DE LA REPÚBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 1 13

En 183! Garfíson dio un giro definitivo al movimiento, abogando,


desde el recién creado periódico The Libe rato r de Boston, por una
emancipación inmediata de los esclavos sin compensación a los amos.
Tanto ios abolicionistas como sus enemigos creían que éste era un mo­
vimiento revolucionario, pues los inmediatistas vivían su actividad
como una cruzada y eran personas sacrificadas y abnegadas, dedicadas
totalmente a la causa abolicionista como un imperativo moral, ío que
llevó a muchos de ellos a rechazar sus iglesias, su gobierno e incluso
la Constitución de Estados Unidos.
Este giro inmediatista y «revolucionario» del movimiento en 1831
coincidió además con la «crisis de la anulación» de Carolina del Sur,
en la que como hemos visto, por primera vez se relacionaba esclavitud
con defensa de los intereses del sur y con la amenaza de secesión.
También coincidió con la insurrección de esclavos en Jamaica, que
tuvo como resultado el inicio de un programa de emancipación gradual
en el Caribe británico, y con la insurrección de Nat Turner en Virginia,
la más importante y sangrienta de la historia de Estados Unidos.
Aunque la forma más característica de resistencia de los esclavos
del sur de Estados Unidos no fue la insurrección a gran escala, sí que
hubo rebeliones e insurrecciones desde el período colonial. En 1712,
dos decenas de esclavos participaron en una insurrección en Nueva
York; en 1739, en Stono, Carolina del Sur, entre 60 y 100 esclavos
protagonizaron una insurrección que acabó con la muerte de 25 blan­
cos y 35 negros. En ei siglo xix, además de la insurrección de Nat Tur­
ner, antes hubo otras tres importantes: la de Gabriel Posser en Rich-
mond, Virginias, en 1800, que acabó con 27 ejecuciones; ia del sur de
Louisiana en 1811, en la que participaron entre 300 y 500 esclavos, y
la de Denmark Vesey en Charleston, Carolina del Sur, en 1822, que
acabó con 34 ejecuciones.
Ninguna de estas insurrecciones, ni siquiera la de Nat Turner, po­
día compararse con las insurrecciones masivas de esclavos que tuvieron
lugar en los siglos xvin y xix en el Caribe y Sudamérica. En Haití, San­
to Domingo, las Guayanas, Brasil, Jamaica, fueron la forma de resisten­
cia característica de la población esclava. En Jamaica, eran constantes
las revueltas de esclavos con una media de 400 participantes, las cuales
pusieron las bases para ana poderosa tradición revolucionaria en el si­
glo xix que influiría en la.polític^ abolicionista del Reino Unido. Duran­
te el siglo xvin una serie de insurrecciones de esclavos estalló en Vene­
zuela, culminando en la de Coró en 1795, que sacudió el poder colonial
español. En las Guayanas, tras/!731 hubo rebeliones cada década, y más
114 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

de 10.000 esclavos participaron en 1823 en la «Deraerada Rehellion»,


mientras que en Brasil se rebelaron cientos e incluso miles de ellos y co­
munidades enteras de hasta 10.000 esclavos escaparon y mantuvieron
una guerra de guerrillas durante años.
En el Caribe y Sudamérica una población mayoritariamente negra
vivía y trabajaba en grandes plantaciones, en condiciones duras y es­
casa o nula relación con el amo, normalmente propietario absentista.
Las insurrecciones aprovecharon las divisiones de la élite y triunfaron
allí donde la proporción de la población negra sobre la blanca era muy
elevada y los esclavos tenían la posibilidad de adquirir experiencia mi­
litar, ya fuera porque los regímenes de Sudamérica y el Caribe, en
constante conflicto, forzaron a los gobiernos a armar voluntarios ne­
gros periódicamente, a cambio de la promesa de libertad; o porque las
insurrecciones estuvieron acompañadas y seguidas de guerras de gue­
rrillas, que en muchos casos forzaron a las autoridades a dar autonomía
a las colonias de guerrilleros, convirtiéndose éstos en inspiración para
los esclavos.48
En Estados Unidos también hubo grupos de esclavos que trataron
de organizarse en colonias, como hubo insurrecciones, pero no se daba
ninguna de las condiciones para que éstas se convirtieran en la forma
de resistencia característica. La mayoría de los esclavos del sur de Es­
tados Unidos vivía y trabajaba en granjas familiares, donde no era más
de una o dos docenas, y mantenía una estrecha relación con los amos.
Incluso en las grandes plantaciones, con más de 100 esclavos, el pro­
pietario no era absentista y 1a relación era más cercana y el trato mejor
que en el Caribe o Sudamérica.
Estas tendencias se acentuaron con la supresión del comercio
internacional de esclavos y la extensión del cultivo del algodón, ya
que ai ser más escasos y preciados, inevitablemente aproximó la re­
lación amo-esclavo y mejoró el trato, creando, como señala Eugene
E. Genovese, una relación paternalista, forjada tanto en la necesidad
de disciplina, como de justificación moral de un sistema de explota­
ción. Esta compleja relación estimulaba la amabilidad y el afecto,
pero también la crueldad y el odio, mientras que la distinción racial
entre amo y esclavo aumentaba la tensión inherente a un orden social
injusto,49
Para los amos, el patemalismo significaba que el trabajo forzado de
los esclavos era una devolución legítima a sus amos por protección y
dirección. Sin embargo, esta necesidad de ver a los esclavos como se­
res humanos constituía para éstos una victoria moral, pues la insisten­
EL CRECIMIENTO DE LA REPÚBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 115

cia del patemalismo en las relaciones mutuas -—obligaciones» respon­


sabilidades, derechos— implícitamente reconocía su humanidad. Pero
también la relación tendía a destruir ía solidaridad entre los oprimidos,
pues los unía como individuos a sus opresores. En estas circunstancias
«los esclavos del viejo sur desarrollaron una gran solidaridad y resis­
tencia a sus amos, pero dentro de la relación paternalista, su acción
tendió a convertirse en defensiva y a buscar una protección individual
contra la agresión y el abuso»,50
Las tendencias inherentes al patemalismo se reforzaron en un sis­
tema de subordinación racial. Si el patemalismo creaba una tendencia
a identificarse con una comunidad particular, a través de la identifica­
ción con el amo, reduciendo las posibilidades de identificación como
clase; el racismo minaba la autoestima de los esclavos y reforzaba su
dependencia de los «amos blancos», En este sistema los esclavos for­
jaron formas de defensa y resistencia cuyo núcleo era la religión, la
cual, aunque parecía que aseguraba su complicidad y docilidad, recha­
zaba la esencia de la esclavitud, protegiendo sus propios derechos y
valores como seres humanos.51
Por otro lado, en el sur existía un poder blanco muy fuerte que iba
más allá de las élites, pues el racismo y la esclavitud no sólo eran la
base de una ideología extendida a todos los blancos, sino que estaba
reforzada nacionalmente por el apoyo explícito del Partido Demócrata
desde el período jacksoniano y era por tanto defendida por las institu­
ciones y Fuerzas Armadas de los Estados y del Estado federal,
A pesar de estas diferencias del sur de Estados Unidos con respec­
to a otras regiones con esclavitud, el contexto de lucha abolicionista, la
crueldad de las acciones llevadas a cabo y una inusual documentación
— las confesiones del propio Nát Turner poco antes de su ejecución al
abogado Thomas R. Gray— dieron a la insurrección de Nat Tumer un
eco especial. Nat Turner se consideraba a sí mismo un hombre excep­
cional dentro de la comunidad negra del condado de Southampton,
Virginia, pues parecía tener extraordinarias habilidades naturales y es­
tar destinado a algún objetivo especial. La familia y el amo de Tumer
reiteraban su inteligencia natural, que le permitía leer sin haber apren­
dido y experimentar con la fabricación de papel y pólvora, a ía vez que
cultivaba un estilo de vida austero y religioso. Según él, a principios de
la década de 1820, experimentó la primera de una serie de revelacio­
nes religiosas en la que «el Espíritu» le visitó y le recitó el siguiente
pasaje bíblico: «Busca el Reino de los cielos y todo se te dará por aña­
didura».
116 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Esta visión se repitió dos años después, acompañada de toda una


serie de signos, que él consideraba enviados por Dios, para dirigir a su
pueblo en la gran batalla contra la esclavitud. La señal definitiva para
la insurrección se presentó en forma de eclipse solar el 12 de febrero
de 1831 y después, el 13 de agosto de 1831, como un sol tintado de
verde. Entonces T um er reunió entre 60 u 80 esclavos en una cena, en
los bosques de Cabin Pond, en e l condado de Soutbampton, Virginia,
la noche del 21 de agosto de 1831. Esta zona de Virginia parecía idó­
nea para el éxito de la insurrección: Estaba relativamente aislada, tenía
pocos núcleos urbanos, y una economía estancada en la que predomi­
naban las granjas familiares con poco más de diez esclavos donde
blancos y negros se enfrentaban cada día; Al amanecer del día 22 de-
agosto atacaron la granja del amo de Tum er y después las colindantes,
matando a todos los blancos que encontraron, incluidos mujeres y ni­
ños, a los cuales inevitablemente conocían, Al amanecer del día 23, la
milicia capturó o mató a todos losT^IMdes, con la excepción de Tur­
ner, que eludió a sus perseguidores durante dos meses. Fue finalmente
capturado el 30 de octubre de 1831, juzgado una semana después y
ejecutado el 11 de noviembre de 1831.52
En contra de lo que pensaran Turner y sus seguidores, la insurrec­
ción tenía pocas posibilidades de prosperar. La reacción armada fue
inmediata y desproporcionada. 3.000 soldados se concentraron en el
condado de Soutíi^mpton, dando idea del pánico existente entre los
blancos del sur.:,lPor otro lado, la violencia y crueldad de las acciones
de los esclavos insurrectos fue compartida pór sus represores, que uti­
lizaron también la decapitación y otras formas de mutilación, al tiem­
po que las ejecuciones sumarias sobrepasaron el número de los escla­
vos insurrectos.
El propio gobernador de Virginia y algunos dirigentes de la milicia
local actuaron rápidamente para controlar las atrocidades de la repre­
sión, que hacían aparecer a Virginia como «bárbara» a los ojos del mun-
do. Esta acción aseguró los juicios de los insurrectos restantes, entre
ellos el propio Nat Turnea que aunque distaron mucho de reunir garan­
tías de normalidad, aLmeños declararon «no culpables» a 13 de los en­
causados, y en bastantes casos — cuando los acusados eran jóvenes y
había evidencia de que su participación en la revuelta había sido obliga­
da— el Tribunal recomendó conmutar la sentencia y desterrarlos fuera
del Estado. Aunque las autoridades veían el destierro como una alterna­
tiva a la ejecución, en realidad era un castigo brutal para los esclavos,
pues suponía su permanente separación de la familia y los amigos, Fi-
EL CRECIMIENTO DE LA REPUBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 117

nalmente en estos juicios fueron sentenciadas a muerte 30 personas,


pero sólo se ejecutaron 19 sentencias, entre ellas la de Nat Turner.53
Tras estos acontecimientos muchos esclavos huyeron del conda­
do, 300 aceptaron ir a Liberia y los que se quedaron tuvieron que vivir
bajo estrechos controles, perdiendo el derecho a ser juzgados por un
jurado. Por otro lado, los blancos, liderados por el gobernador Floyd,
hablaban del «espíritu de insubordinación», que había crecido entre
los esclavos del Estado de Virginia y que achacaban a la propaganda
abolicionista extendida en el sur por los predicadores negros. En este
contexto no era extraño que los predicadores negros y las prácticas re­
ligiosas de los esclavos fueran especialmente perseguidas, aprobando
leyes en las que el Estado de Virginia prohibía a todos los negros, es­
clavos y libres, «dar sermones u organizar ceremonias religiosas», pues
para los blancos de Virginia» Nat Turner personificaba la amenaza de
una religión independiente afroamericana.54
Por otro lado, la insurrección reabrió el debate sobre el futuro de la
esclavitud, que se desarrolló en la legislatura del Estado dé Virginia
durante el mes de enero de 1832* pues un sector de los blancos quería
eliminar gradualmente la esclavitud, eliminando también a los negros,
mediante la venta de los esclavos a otros Estados. Finalmente dominó
¡a postura de que puesto que la esclavitud era el fundamentó económi­
co de una sociedad comprometida con la libertad e igualdad dé todos
los blancos, su eliminación «amenazaría la libertad tan querida por los
virginianos».’’5
En cuanto a las interpretaciones de la insurrección, esta fue de­
plorada en su tiempo por W. Garrison, a causa de su violencia; algu­
nos esclavos convirtieron a N at Tum er en un trickster hero (héroe
embaucador), centro de sus trickster tales y también fue común en la
comunidad negra retratar a Nat Turner como un héroe y un gran lu­
chador por la libertad.56
Mucho más tarde, en la década de 1960, en pleno movimiento por
los derechos civiles, la insurrección de Nat Tum er se popularizó gra­
cias a la novela de William Styron, The Confessions o f N at Tum er.57
El libro, tomando como base las confesiones de Turner, intentaba ima­
ginar el mundo a través de los ojos de un esclavo del sur en el siglo xix
y no fc>uscaba representar tanto a Tum er como un héroe, sino como un
ser humano secretamente atraído por M argaret Whitehead, la única
persona a la que él asesinó y por la que lideró la insurrección.
La novela fue premiada con el Pulitzer en 1967, pero se ganó la
hostilidad de la intelectualidad negra en aquellos años críticos de fina­
118 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

les de los sesenta. Las críticas acusaban a W. Styron de distorsionar la


realidad histórica con la intencionalidad política de desprestigiar al
movimiento negro y, por tanto, de no haber interpretado al personaje de
Tumer y la insurrección en el contexto histórico de la lucha de los es­
clavos negros.58 En realidad, lo que Styron quería describir era la vio­
lencia de la íntima relación entre amo y esclavo, que torturaba la mente
humana y generaba a su vez violencia extrema.59 En este énfasis puesto
en el estrecho contacto entre razas, Styron anticipaba ya la interpreta­
ción clásica de Eugene G. Genovese, de considerar la esclavitud una
relación paternalista, pues como el propio Genovese señalara, el as­
pecto humano de la relación entre Nat Turner y Margaret Whitehead
«exponía una de las más trágicas características del régimen esclavis­
ta. Por un lado, la esclavitud lanzaba a blancos y negros juntos en una
relación a menudo dura y brutal, otras veces cariñosa y afectiva, a me­
nudo ambas cosas a la vez; pero por otro lado impedía el disfrute de los
sentimientos de afecto que esta intimidad generaba», describiendo «un
sistema social que llevaba a la gente a relacionarse íntimamente, nega­
ba esa intimidad, suprimía de forma implacable cualquier conocimien­
to del sentimiento creado y necesariamente convertía el amor en odio
y miedo». De ésta manera, para Genovese Styron había descubierto el
fundamento de la relación paternalista, que está en la base de la «tra­
gedia racial americana»,60
Las posibilidades de que la insurrección de Nat Turner anunciara in­
surrecciones mayores en el sur eran nulas, pero sí es cierto que la lucha
abolicionista había tomado otro cariz con la aparición del periódico The
Liberator, de William L, Garrison y que su objetivo era el sur. Garrison
y sus seguidores pensaban que la forma de conseguir la emancipación
inmediata era convencer moralmente a los poseedores de esclavos del
sur de que acabaran voluntariamente con la esclavitud.61
En diciembre de 1833, seis meses después de que el Parlamento
británico hubiera emancipado a todos los esclavos de sus colonias en
el Caribe, 62 abolicionistas se reunieron en Filadellia para formar la
Sociedad Antiesclavista Americana. Aunque la dilección de la socie­
dad estaba en manos de varones blancos, tres negros y cuatro mujeres,
todas ellas cuáqueras, participaron en la redacción de la Declaración
de Sentimientos y Propósitos, aunque ninguna de ellas fue invitada a
firmarla, ni ellas esperaban ser invitadas.62 De acuerdo con esta decla­
ración se organizaron sociedades en pueblos y ciudades, que utilizaron
como táctica la persuasión moral. Esta táctica inauguraba el discurso y
los métodos de las luchas posteriores por los derechos civiles y se ma~
EL CRECIMIENTO DE LA REPUBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 119

terializó en la aparición de periódicos y sociedades por todo el país y


en la organización en 1835 de una gran campaña de difusión postal del
abolicionismo, dirigida al sur, para convencer a los propietarios de es­
clavos sudistas de que liberaran a los esclavos.63
Por supuesto, estos argumentos no convencieron al sur, que reac­
cionó con hostilidad y represión a la campaña postal y a todo lo que
fuera el abolicionismo, pues relacionaba estas ideas de inmediata
emancipación con la preparación de una gran insurrección en el sur.
Tampoco en el norte los abolicionistas tuvieron en principio mucho
éxito en una sociedad que no era esclavista, pero sí muy racista y que
por otro lado veía con temor un mensaje que ponía en peligro la Unión,
Inicialmente, pues, los abolicionistas fueron recibidos en el norte
también con violencia y hostilidad. Estados Unidos se había ido con­
virtiendo en una sociedad más conflictiva, con niveles de desorden so­
cial desconocidos hasta entonces, donde los tumultos, motines y lin­
chamientos eran expresión de las disidencias y divergencias en una
colectividad cada vez más compleja y democrática. Así, en el ano 1834
hubo ataques a las Iglesias Católicas en Nueva York, se saquearon las
casas de los banqueros de Baltimore, se incendiaron los barrios de los
negros en Filadelfia y Boston, se interrumpieron reuniones masónicas.
En 1835 les tocó el tumo a los abolicionistas. Una multitud entró en la
casa de Lewis Tappan destruyendo los muebles, mientras que el 31 de
octubre W. L. Garrison fue atacado por la multitud, que colocó una
cuerda alrededor de su cuello y lo arrastró por las calles de Boston.
Dos años después, otra multitud en Alton, Illinois, asesinó a Elijah Lo-
vejoy, un editor abolicionista.64 Este asesinato y la hostilidad con que
el sur recibió el mensaje abolicionista fue ganando una parte de la opi­
nión pública nordista para la causa antiesclavista, aunque muchos nor­
teños seguían rechazando un movimiento que ponía en peligro la
Unión para mejorar las condiciones de una raza inferior. Así, la Legis­
latura de Ohio aprobó una resolución condenando a los abolicionistas
como «locos, ilusorios y fanáticos». Incluso Abraham Lincoln firmó
una resolución en Illinois manifestando que los efectos del abolicio­
nismo eran «aumentar los demonios de la esclavitud, más que elimi­
narlos».65
Paralelamente, las campañas se hicieron más políticas tras la mitad
de la década de 1830, extendiéndose la práctica de las peticiones al
Congreso. En el año 1838, el movimiento abolicionista tenía 14.000
sociedades y 150.000 miembros y 415.000 peticiones fueron enviadas
a Washington. Frente a estas peticiones el Congreso adoptó la famosa
120 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Gag Rule (Ley del Silencio), por la cual decidió continuar sin discutir
ninguna de las peticiones abolicionistas. Esta negativa animó aún más
a los abolicionistas, que en los años siguientes extendieron la petición
de la abolición de la esclavitud al distrito de Columbia y sus territorios,
exigiendo la anulación dé la Gag Rule, la prohibición del tráfico de es­
clavos interestatal, el reconocimiento de la república de Haití, la opo­
sición a la admisión de Texas y otros nuevos Estados en la Unión como
Estados esclavistas.66 Por otro lado, el ex presidente John Quincy
Adams y otros destacados whigs defendieron el derecho a la petición,
frente a la opinión mayoritaria del Congreso.
De todas formas, la negativa de las instituciones a secundar algu­
nas de las principales demandas abolicionistas llevó ai movimiento a
una crisis seria y a su posterior división en 1840, Los temas que cau­
saron la división fueron la participación del abolicionismo en la políti­
ca y la representación y participación igualitaria de las mujeres en el
movimiento. Una vez fracasada l a ?& tic a de persuasión moral sobre
los poseedores de esclavos del sur, los más moderados veían en la po­
lítica la única salida para el abolicionismo y no contemplaban la parti­
cipación igualitaria de las mujeres en el movimiento; mientras que los
más radicales, liderados por Garrison, desafiaron a los líderes religio­
sos, adoptaron una postura feminista y lanzaron un ataque directo a
la Constitución federal, cuestionando los valores fundamentales de la
nación.
En 1840 el abolicionism o no había conseguido su objetivó ini­
cial de persuadir al sur de acabar voluntariamente con la esclavitud,
Sino que al contrario la agitación abolicionista aumentó la alarma en el
sur que optó —como táctica política para defender la institución de la
esclavitud— por reinterpretar la Constitución y ganar para su causa el
apoyo del Partida Demócrata. El fracaso en el sur fue compensado por
el éxito en gran parte del norte, que ante la reacción hostil del sur, fue
ligando la abolición de la esclavitud con la salvaguarda de las liberta­
des fundamentales de la república, amenazadas por el poder esclavista
del sur.67 El abolicionismo consiguió también el apoyo político del ex
presidente J. Q. Adams y del Partido Whig a sus peticiones. En las dos
décadas siguientes el antiesclavismo pasó de ser un problema moral, a
convertirse en el tema político central de la república, pero como tal,
fue arrebatado a los abolicionistas por el Movimiento para la Tierra Li­
bre (Free Soil Movement) y por el Partido Republicano.68
EL CRECIMIENTO DE LA REPÚBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 121

A b o l ic io n is m o y n a c im ie n t o d e l f e m in is m o

Como hemos visto, el ascenso de la clase media y el desarrollo del


capitalismo convirtió a las mujeres de clase media en rectoras de la es­
fera privada. En este ámbito preservaban los valores religiosos y mo­
rales de la familia frente al mundo exterior. Esta nueva y «verdadera
feminidad»69 aumentó las diferencias entre los roles y valores atribui­
dos a hombres y mujeres. Los hombres lidiaban con el mundo exterior
y eran por tanto agresivos, racionales y susceptibles de bajas pasiones.
Las mujeres, en la esfera privada, regían el espacio de los sentimien­
tos, la delicadeza y las causas altruistas. El evangelismo y las cruzadas
reformistas que éste inspiró en la América jacksoniana convirtieron,
sin embargo» las preocupaciones privadas en públicas y las mujeres
vieron ampliada su esfera privada al ámbito público.70
De todas las cruzadas reformistas, fue la cruzada abolicionista de la
década de 1830 la que les condujo al feminismo, pues exigieron en el
movimiento una igualdad con los hombres y, sobre todo, se identifica­
ron con una lucha que se basaba en la reclamación de la igualdad de
derechos civiles para los esclavos negros, en un momento en que las
mujeres solteras tenían algunos derechos civiles, pero perdían toda
identidad legal al casarse, de forma que el matrimonio era la forma
más concreta y visible de «esclavitud sexual»,71
Las mujeres comenzaron a enrolarse en la causa abolicionista en
solidaridad con las mujeres esclavas. Ya una precursora de ambos mo­
vimientos, como Elizabeth Chandler, que en 1826 a los diecinueve
años comenzó trabajando para The Genious o f Universal Emancipa-
tion y después para The Liberator, destacaba el carácter compasivo y
sensible de la mujer, que la hacía enemiga natural de la esclavitud, así
como la obligación que tenían de solidarizarse con las mujeres escla­
vas, víctimas especiales de esta institución por su delicada naturaleza
y su vulnerabilidad frente al abuso sexual.72 Unos años después, W.
Garrison animaba a las mujeres a apoyar la causa del abolicionismo in­
mediato «en solidaridad con el millón de mujeres esclavas, expuestas
a toda violencia y el dolor de la pasión y tratadas con más falta de de­
licadeza y más crueldad que el ganado».73
Algunas mujeres de Boston, a las que se unieron después otras de
Filadelfia y Ohio, respondieron a su llamada actuando en principio en
Sociedades Antiesclavistas Femeninas, apéndices de las sociedades
Antiesclavistas principales y sólo masculinas. De esta forma, en 1832,
Mary Weston Chapman y tres de sus hermanas organizaron en Boston,
122 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

la'Sociedad Antiesclavista Femenina de Boston (The Boston Female


Anti-Slavery Society), como una sociedad auxiliar de la recién creada
Sociedad Antiesclavista de Nueva Inglaterra (New England Anti-Sla­
very Society), En 1833, tras la convención que fundó la Sociedad An­
tiesclavista Americana, un grupo de mujeres cuáqueras, lideradas por
Lucrecia Mott, constituyó la Sociedad Antiesclavista Femenina de Fi­
ladelfia (The Filadelfia Female Anti-Slavery Society), primera en ac­
tuar separadamente de las sociedades masculinas. El ejemplo de esta
sociedad inspiró a otras mujeres a organizarse autónomamente en so­
ciedades femeninas y a pensar en desafiar los patrones aceptados de
segregación y dominación masculina.
En 1837, en la Convención Antiesclavista de Mujeres Americanas,
por primera vez se intentó crear una organización nacional autónoma.
En aquella reunión, Mary S. Parker, de Boston, fue autorizada a enviar
una circular a todas las Sociedades Antiesclavistas Femeninas del país,
en la que aconsejaba a las mujeres «seguir sus propias conciencias y no
los deseos de los maridos».74 La cuestión de los derechos de la mujer
se hizo pública dentro del movimiento abolicionista a finales de 1837
y Angelina y Sarah Grimké estuvieron en el centro de la polémica. Na­
cidas ambas en Carolina del Sur, en una familia aristocrática y escla­
vista, rechazaron este ambiente y se trasladaron a Filadelfia en la dé­
cada de 1820. Buscando algo que diera sentido a sus vidas, se hicieron
cuáqueras y después trabajaron en el abolicionismo garrinsoniano, in­
gresando en la Sociedad Antiesclavista Femenina de Filadelfia.
Como todas las abolicionistas, las hermanas Grimké sintieron que
estaban siguiendo los designios divinos, luchando contra la esclavitud
y mostrando, sobre todo Angelina, una gran seguridad en su trabajo re­
formador, que la llevó a convertirse en elocuente oradora y a escribir
en 1836 An Appeal To The Christian Women o f the South, en el que ur­
gía a las mujeres del sur a influir sobre maridos y hermanos para que
actuaran contra la esclavitud. Ella y su hermana Sarah, como el resto
de las mujeres abolicionistas, utilizaron el mismo argumento sobre los
derechos de la mujer al pedir la participación igualitaria en la Sociedad
Antiesclavista Americana, abriendo la caja de Pandora de la negación
de los derechos legales a la mujer casada, o el difícil acceso a una edu­
cación superior y un empleo digno. En 1838, Sarah Grimké, en sus
Letters on the Equality o f the Sexes and the Condition o f Women,15
planteó la primera discusión seria sobre los derechos de la mujer, ba­
sando su defensa de la mujer en las Escrituras y argumentando que
hombres y mujeres habían sido creados en perfecta igualdad, aunque
EL CRECIMIENTO DE LA REPÚBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 123

las traducciones masculinas de la Biblia habían falseado esta verdad.76


El conflicto sobre la participación igualitaria de las mujeres en las
Sociedades Antiesclavistas aumentó entre 1838 y 1840, contribuyendo
a la ruptura del movimiento abolicionista en 1840. Tras la ruptura, las
mujeres garrinsonianas mezclaron sus sociedades con las de los hom­
bres y permanecieron en las Sociedades Antiesclavistas americanas. El
abolicionismo declinó, pero en las décadas siguientes la polémica so­
bre los derechos de la mujer se extendió. En las décadas de .1840 y
1850 la causa de la mujer se desarrolló en un movimiento indepen­
diente» con periódicos, convenciones, organizaciones locales y nacio­
nales. En su máxima expansión en la década de 1850 la revista Lyly te­
nía 6.00Ó suscriptoras, y en 1852, 2.000 mujeres asistieron a las
distintas convenciones que discutían sobre sus derechos, A pesar de todo,
su apoyo iba poco más allá de las militantes y simpatizantes y su mo~
mentum fue perdiendo fuerza conforme la guerra civil se acercaba.
Ellas apoyaron la causa ñordista en la creencia de que apoyaban su
propia liberación, pero para su sorpresa, al acabar la guerra civil la 14.a
y 15.a Enmiendas a la Constitución concedieron la igualdad de dere­
chos a ex esclavos, pero dejaron intacta la desigualdad femenina. Fue
el fin de la lucha feminista abolicionista y el comienzo de un movi­
miento feminista independiente, centrado en sus propias demandas.
Tras tener ante sí todas las posibilidades de cambio que encerraba la
era de Jackson, las feministas abolicionistas experimentaron la enorme
frustración de no conseguir más que una parte de lo que esperaban.
Aunque los logros objetivos que obtuvieron —el derecho de las muje­
res a la igualdad en la educación y el trabajo, aprobación de leyes sobre
derechos de propiedad de las mujeres casadas en distintos Estados, pro­
tección gubernamental ante la violencia masculina-—, las convirtieron
en modelo de actuación para las generaciones siguientes.77

E l TRASLADO FORZOSO INDIO

F^ntre 1789 y 1829 Estados Unidos evitó enfrentarse con uno de los
problemas más delicados para la república, el de las relaciones con las
naciones indias. Por supuesto, durante estos años había habido en oca­
siones guerras abiertas y los enfrentamientos y disputas fueron cons­
tantes en la zonas de frontera, donde nuevos colonos blancos disputaban
las tierras indias. La tensión era particularmente grave en la frontera
del suroeste y se había resuelto momentáneamente tras la guerra de
122 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

la'Sociedad Antieselavista Femenina de Boston (The Boston Female


Anti-Slavery Society), como una sociedad auxiliar de la recién creada
Sociedad Antiesclavista de Nueva Inglaterra (New England Anti-Sla­
very Society). En 1833, tras la convención que fundó la Sociedad An­
tiesclavista Americana, un grupo de mujeres cuáqueras, lideradas por
Lucrecia Mott, constituyó la Sociedad Antiesclavista Femenina de Fi­
ladelfia (The Filadelfia Fémale Anti-Slavery Society), primera en ac­
tuar separadamente de las sociedades masculinas. El ejemplo de esta
sociedad inspiró a otras mujeres a organizarse autónomamente en so­
ciedades femeninas y a pensar en desafiar los patrones aceptados de
segregación y dominación masculina.
En 1837, en la Convención Antiesclavista de Mujeres Americanas,
por primera vez se intentó crear una organización nacional autónoma.
En aquella reunión, Mary S. Parker, de Boston, fue autorizada a enviar
una circular a todas las Sociedades Antiéisciavistas Femeninas del país,
en la que aconsejaba a las mujeres «seguir sus propias conciencias y no
los deseos de los maridos».74 La cuestión de los derechos de la mujer
se hizo publica dentro del movimiento abolicionista a: finales de 1837
y Angelina y Sarah Grimké estuvieron en el centro de la polémica. Na­
cidas ambas en Carolina del Sur, en una familia aristocrática y escla­
vista, rechazaron este ambiente y se trasladaron a Filadelfia en la dé­
cada de 1820. Buscando algo que diera sentido a sus vidas, se hicieron
cuáqueras y después trabajaron en el abolicionismo garrinsoniano, in­
gresando en la Sociedad Antiesclavista Femenina de Filadelfia.
Como todas las abolicionistas, las hermanas Grimké sintieron que
estaban siguiendo los designios divinos, luchando contra la esclavitud
y mostrando, sobre todo Angelina, una gran seguridad en su trabajo re­
formador, que la llevó a convertirse en elocuente oradora y a escribir
en 1836 An Appeal To The Chrisíian Women ofthe South, en el que ur­
gía a las mujeres del sur a influir sobre maridos y hermanos para que
actuaran contra la esclavitud. Ella y su hermana Sarah, como el resto
de las mujeres abolicionistas, utilizaron el mismo argumento sobre los
derechos de la mujer al pedir la participación igualitaria en la Sociedad
Antiesclavista Americana, abriendo la caja de Pandora de la negación
de los derechos legales a la mujer casada, o el difícil acceso a una edu­
cación superior y un empleo digno. En 1838, Sarah Grimké, en sus
Letters on the Equcility o fth e Sexes and the Condition o f Women,15
planteó la primera discusión seria sobre los derechos de la mujer, ba­
sando su defensa de la mujer en las Escrituras y argumentando que
hombres y mujeres habían sido creados en perfecta igualdad, aunque
EL CRECIMIENTO DE LA REPÚBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 123

las traducciones masculinas de la Biblia habían falseado esta verdad.76


El conflicto sobre la participación igualitaria de las mujeres en las
Sociedades Antiesclavistas aumentó entre 1838 y 1840, contribuyendo
a la ruptura d el movimiento abolicionista en 1840. Tras la ruptura, las
mujeres garrinsoniattas mezclaron sus sociedades con las de los hom­
bres y permanecieron en las Sociedades Antiesclavistas americanas. El
abolicionismo declinó, pero en las décadas siguientes la polémica so­
bre los derechos de la mujer se extendió. En las décadas de 1840 y
1850 la causa de la mujer se desarrolló en un movimiento indepen­
diente, con periódicos, convenciones, organizaciones locales y nacio­
nales. En su máxima expansión en la década de 1850 la revista Lyly te­
nía 6.000 suscriptoras, y en 1852, 2.000 mujeres asistieron a las
distintas convenciones que discutían sobre sus derechos. A pesar de todo,
su apoyo iba poco más allá de las militantes y simpatizantes y su mo-
mentum fue perdiendo fuerza conforme la guerra civil se acercaba.
Ellas apoyaron la causa nordista en la creencia de que apoyaban su
propia liberación, pero para su sorpresa, al acabar la guerra civil la 14.a
y 15.a Enmiendas a la Constitución concedieron la igualdad de dere­
chos a ex esclavos, pero dejaron intacta la desigualdad femenina. Fue
el fin de la lucha feminista abolicionista y el comienzo de un movi­
miento feminista independiente, centrado en sus propias demandas.
Tras tener ante sí todas las posibilidades de cambio que encerraba la
era de Jackson, las feministas abolicionistas experimentaron la enorme
frustración de no conseguir más que una parte de lo que esperaban.
Aunque los logros objetivos que obtuvieron — el derecho de las muje­
res a la igualdad en la educación y el trabajo, aprobación de leyes sobre
derechos de propiedad dé las mujeres casadas endistintos Estados, pro­
tección gubernamental ante la violencia masculina-™, las convirtieron
en modelo de actuación para las generaciones siguientes.77

E l TRASLADO FORZOSO INDIO

Entre 1789 y 1829 Estados Unidos evitó enfrentarse con uno de los
problemas más delicados para la república, el de las relaciones con las
naciones indias. Por supuesto, durante estos años había habido en oca­
siones guerras abiertas y los enfrentamientos y disputas fueron cons­
tantes en la zonas de frontera, donde nuevos colonos blancos disputaban
las tierras indias. La tensión era particularmente grave en la frontera
del suroeste y se había resuelto momentáneamente tras la guerra de
124 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

1812 y la guerra contra los creek de 1813-1814, reconociendo la sobe­


ranía de las tribus indias y su derecho a firmar tratados con los Estados
Unidos, en los que mediante presión, soborno o engaño iban cediendo
tierra a cambio de distintas sumas de dinero. Esta política se acompa­
ñó con el intento de civilizar algunas tribus indias del sureste, como los
cherokees, chicasaws y choctaws, tanto por motivos humanitarios,
como por la necesidad de justificar moralmente la política de usurpa­
ción de tierras, A cambio de estas entregas de tierra, los indios serían
asimilados y absorbidos por la sociedad blanca.78
Pero esta política civilizadora comenzó a poner en crisis las rela­
ciones indios-blancos a partir de la década de 1820. Algunas tribus del
sureste, como los cherokees, ya tenían un elevado nivel de desarrollo
cultural, con una lengua escrita, y gracias a la relación con los misio­
neros, agentes del gobierno y comerciantes, vieron crecer una impor­
tante población mestiza que servía de intermediaria entre la tribu y el
hombre blanco, con el que ya compartían algunos valores. Concreta­
mente muchos desarrollaron el sentido de la propiedad privada y en su
esfuerzo por asimilarse y civilizarse, los cherokees redactaron una
Constitución escrita en 1827, siguiendo el modelo de la constitución
americana, que proclamaba que los cherokees eran una nación inde­
pendiente, con Soberanía sobre la tierra de la tribu en Georgia, Caroli­
na del Norte, Ténnessee y Alabama. En el futuro, los cherokees usarían
esta soberanía para evitar las «cesiones» obligadas de tierra.
Esta declaración coincidió con la insistencia y presión del Estado de
Georgia sobre el presidente John Quincy Adams para que expulsara a
los indios creeks de su territorio. La negativa del presidente a apoyar
esta y otras posturas similares con medidas federales llevó al Estado de
Georgia a tomar el asunto entre sus manos. Georgia se apoyó en las
ideas del juez del Tribunal Supremo John Marshall, quien en 1823 ha­
bía señalado que los indios tenían sus tierras por «derecho de ocupa­
ción», subordinado al «derecho de descubrimiento» que Estados Uni­
dos había heredado del Reino Unido. Según esta interpretación los
indios eran meros «inquilinos dependientes», sujetós al deseo de Esta­
dos Unidos.79 En consecuencia, el 28 de diciembre de 1828, la Legisla­
tura del Estado de Georgia decretó que todos los residentes indios esta­
rían bajo su jurisdicción después de seis meses. Otros Estados sudistas
— Alabama, Tennessee, Florida, Mississippi, Carolina del Norte— si­
guieron acciones similares, presionados como Georgia por los colonos
y también por la constante huida de esclavos a tierras indias y el miedo
a una cooperación entre esclavos negros e indios amenazados.
EL CRECIMIENTO DE LA REPÚBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 125

La situación de enfrentamiento entre los Estados del sur, sobre todo


Georgia, y el gobierno federal llegó a bordear la crisis constitucional,
pues los sudistas señalaban que si el gobierno federal podía defender la
existencia de naciones indias dentro de los Estados, también podría
emancipar a los esclavos, y el presidente John Quincy Adams ya era
bastante sospechoso por sus simpatías con los abolicionistas. Antes de
abandonar la presidencia, Adams y miembros destacados de su Gabi­
nete estaban de acuerdo en que trasladar a los indios al oeste era la úni­
ca solución.
No era una solución nueva, pues desde George Washington todos
los presidentes habían pensado en esa posibilidad80 y desde diciembre
de 1824, el presidente saliente James Monroe había anunciado que la
política oficial del gobierno de Estados Unidos era el traslado de jos
indios del este al oeste del Mississippi. Tras él, J. Q. Adams se acercó
a esta política desde la postura menos agresiva y más negociadora po­
sible; 81 es decir, resp etan d o ^ derecho de las tribus a ratificar o recha­
zar la firma de los tratados, aunque este punto estaba en total desa­
cuerdo con los deseos de Georgia y otros Estados del sur.
Cuando Jackson llegó a la presidencia en 1828, el problema indio
en el sur era de máxima prioridad. Desde hacía años la solución para él
era el traslado forzoso, partiendo del no reconocimiento de la sobera­
nía india y su derecho a negociar o firmar tratados con Estados Unidos.
Jackson tenía más experiencia en el tema que ningún oU'o presidente.
Era un hombre de la frontera del suroeste que como militar había lu­
chado contra ellos, primero en escaramuzas constantes en Tennessee y
luego en Florida en la guerra contra los creeks en 1813-1814, donde
éstos le había apodado «cuchillo afilado».82 Posteriormente, aumentó
su experiencia como comisario del gobierno para investigar la validez
de las reclamaciones de tierra de las distintas tribus y firmar tratados,
delimitando los territorios entre Estados Unidos y las tierras indias. En
esta tárea, en marzo de 1817, escribió al presidente Monroe: «Veo ab­
surdo firmar tratados con los indios, pues son sujetos de Estados Uni­
dos y es absurdo negociar un tratado con un sujeto». Señalaba también
que si uno de estos «sujetos» entraba en conflicto con la seguridad na­
cional, «el gobierno tenía derecho a ocupar su territorio, y desposeerle
de él».83
La política de Jackson, de negar la propiedad de las tierras a los in­
dios y la posibilidad de que establecieran enclaves o territorios inde­
pendientes y soberanos dentro de Estados Unidos, no era muy distinta
de la de los presidentes anteriores y tema como motivo principal la se­
126 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

guridad y engrandecimiento nacional.84 Andrew Jackson — que llegó a


adoptar a un niño indio-— consideraba a los indios inferiores a los blan­
cos, pero su postura hacia ellos era como la de un gran padre,85 aunque
como militar estaba muy preocupado por la amenaza de esas tribus a la
seguridad nacional en lá frontera sur, ya que desde la independencia se
habían aliado con todos los imperios que competían en esa zona con
Estados Unidos y especialmente con el Reino Unido,
Aparte de la seguridad nacional, su concepción del futuro de la
Unión estaba también en la base de su aproximación al problema in­
dio. Sólo la expansión continental podía conciliar la contradicción po­
lítica que existíá en un presidente deseoso dé devolver los poderes a
los Estados, pero a la vez ferviente nacionalista, empeñado en fortale­
cer la Unión.86 También esta promesa de expansión mantuvo unida y
satisfizo hasta la década de 1850 a una coalición política muy hetero­
génea — plantadores del sur, pequeños propietarios del sur y el oeste,
inmigrantes y trabajadores de las ciudades-del este— , en la que se
asentaba la mayoría demócrata,87
Gracias a su postura decidida respecto al traslado indio, que abría
al provechoso cultivo del algodón nuevos territorios, consiguió el apo­
yo del sur en la campaña electoralde 1828. Sin esperar a la toma de po­
sesión del presidente, las leg islatu ras d e Georgia, Alabama y Missis­
sippi aprobaron leyes para actuar sobre los territorios indios y forzarles
a emigrar. En su discurso de toma de posesión, en marzo de 1829,
Jackson anunció oficialmente él traslado forzoso de las Cinco tribus ci­
vilizadas — creeks, cherókees, choctaws, chicasaws y sem inólas-^ al
oeste del río Mississippi. En el discurso ofrecía a estas tribus unos tér­
minos que él consideraba extremadamente generosos. Los que quisie­
ran podrían permanecer al este del Mississippi, bajo las leyes de los
distintos Estados y los qué decidieran trasladarse recibirían la misma
cantidad de tierra que dejaban y estarían bajo la «protección paternal
del presidente». Les avisó también de que no encontrarían paz al este
del Mississippi, si continuaban con sus pretensiones de soberanía.88
Creeks y cherókees reiteraron su rechazo a abandonar sus tierras y
para sorpresa del presidente el traslado se encontró también con el re ­
chazo de muchos grupos humanitarios, religiosos y de la opinión pú­
blica del noreste. La tarea de convencer a estos grupos de que él tras­
lado era la única forma de proteger la integridad cultural y personal de
los indios89 coincidió con el debate de la Ley de Traslado en el Con­
greso, a partir del mes de diciembre de 1829. El debate fue largo y
muy disputado en ambas cámaras. Los indios contaron con el sincero
EL CRECIMIENTO DE LA REPÚBLICA BLANCA. LA ERA JACKSON 127

apoyo Üé figuras nacionales tan destacadas como David Crockett,


congresista por Tennessee y héroe de la frontera del suroeste, que ma­
nifestó su oposición a la ley y a la manera en que ésta se iba a ejecu­
tar contra los deseos de los indios, pues él pensaba que las tribus nati­
vas indias eran un pueblo soberano dentro del territorio dé Estados
Unidos, a las que el gobierno federal estaba obligado por tratado a
proteger.90
También el Partido Whig los apoyaba, más por desgastar al presi­
dente,91 que por sincero humanitarismo y antirraeismo. El casó es que
la ley se aprobó finalmente el 28 de mayo de 1830 por escaso margen
de votos. La Ley de Traslado Forzoso permitía negociar tratados con
las cinco tribus civilizadas, para eam biaf tierra pública no organizada
al oeste del Mississippi por tierra india en él este. Los emigrantes in­
dios recibirían títulos perpetuos de propiedad en sus nuevas tierras, al
tiempo que compensación por las mejoras introducidas en las tierras
del este y asistencia en la emigración. El Congreso aprobaba un presu­
puesto de 500.000 dólares, para que el Ejecutivo llevara a cabo estas
medidas.92 El gobierno animó inmediatamente a las cinco tribus a fir­
mar tratados y comenzar el traslado al Territorio Indio, situado princi­
palmente en el territorio de Okiahoma.
Algunos aceptaron e iniciaron su traslado al Territorio Indio. Los
elioetaws fueron los primeros en 1830 a cambio de soberanía en su
nuevo territorio. La mayor parte dé la tribu se trasladó entre 1830-1832
y muchos murieron por la dureza del viaje y el asentamiento en una
frontera aún salvaje. Los que se quedaron en el este no recibieron la
protección legal, ni los lotes de tierra prometidos. También los chicha-
saws dejaron sus tierras sin resistencia. Habían educado a sus hijos,
construido iglesias y cultivado la tierra según los cánones de la fronte­
ra dél Mississippi, pero tras una serie de tratados en los que se acordó
pagarles las tierras que abandonaban en el este, marcharon a Territorio
Indio durante el invierno de 1837-1838.93
Los cherokees, los creeks y los seminólas resistieron de distinta
forma. Ya antes de aprobarse la ley en el Congreso, el 9 de mayo de
1830, David Crockett avisaba al Congreso que «sabía que una gran
parte de la tribu no quería marchar» y prefería morir en sus casas.94 Los
cherokee, como tribu civilizada, apelaron oficialmente al pueblo nor­
teamericano en julio de 1834, The Memorial o f the Cherokee Nation
insistía en que ellos querían quedarse en la tierra de sus padres y que la
nueva ley no revocaba los tratados ya existentes entre Estados Unidos
y los cherokees. Este memorial no cambió la postura de Jackson res­
128 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

pecto al traslado indio; al contrario, en su mensaje anual al Congreso


en diciembre de 1834, justificaba su postura por el beneficio de esta­
blecer una población blanca en la frontera del suroeste «que pudiera
repeler futuras invasiones sin necesidad de ayuda federal de otras par­
tes del país».95 Por otro lado, no dudaba de la superior capacidad civi­
lizadora de los blancos y de su beneficio para el desarrollo nacional,
cuando se preguntaba «qué hombre de bien preferiría un país cubierto
por bosques y habitado por unos miles de salvajes a nuestra extensa
república, sembrada de pueblos, ciudades y prósperas granjas, embe­
llecida con todas las mejoras de arte o la industria, ocupada por más de
12.000.000 de gente feliz y dotada de todas las bendiciones de la li­
bertad, la civilización y la religión».96
El paso siguiente de los cherokees fue recurrir al Tribunal Supre­
mo. El juez John Marshall lo presidía desde hacía treinta años y aun­
que ya había expresado su opinión sobre la no soberanía de las tribus
indias en 1823, había defendido siempre el derecho a las revisiones
judiciales y no tenía ninguna simpatía por Jackson, al que se había en­
frentado como candidato a la presidencia en la campaña electoral de
1828. Sin embargo, su postura fue la misma que había mantenido
años antes; las tribus indias eran naciones soberanas, pero dependien­
tes, en un estado de «pupilaje» con respecto a Estados Unidos.97
La negativa a la revisión de la ley por el Tribunal Supremo coinci­
dió con la crisis de Carolina del Sur, por lo que el presidente Jackson
quería evitar a toda costa un enfrentamiento con Georgia. Así, tras ne­
gociar otra vez con los líderes cherokees se llegó a la firma del tratado
de New Echota en 1935, por el que cedían a Estados Unidos todas las
tierras al este del Mississippi a cambio de 4,5 millones de dólares y una
cantidad equivalente de tierra en el Territorio Indio a las que tenían en
el este. El traslado comenzaría a los dos años de la ratificación del tra­
tado. Muy pocos cherokees votaron la ratificación del tratado y el Con­
greso recibió de ellos 14.000 protestas. El Senado ratificó el tratado
por un estrecho margen y éste comenzó a aplicarse el 23 de mayo de
1838.
Los cherokees habían tenido dos años para preparar el éxodo, pero
esperando que el Congreso cambiara de opinión, no habían preparado
la marcha y la aplicación de este tratado fue uno de los grandes críme­
nes contra los indios. La milicia quemó sus casas, destruyó sus cose­
chas, saqueó sus pertenencias, robó su ganado, encerró a los cherokees
en empalizadas, donde muchos de ellos enfermaron y murieron. En el
mes de junio, los supervivientes iniciaron la marcha hacia el oeste, por
EL CRECIMIENTO DE LA REPÚBLICA BLANCA, LA ERA JACKSON

el que se ha llamado «el sendero de lágrimas», hasta su destino final en


Territorio Indio, Fue un viaje de L300 kilómetros de enfermedad, mi­
seria y muerte, a través de Tennessee y Kentucky, cruzando los ríos
Ohio y Missouri^ hasta el territorio de Oklahoma, en el que murieron
4.000 de los 18.000 cherokees que fueron trasladados.
En 1836, Jackson acabó su mandato presidencial y'el hasta enton­
ces vicepresidente y también demócrata, Martin Van Burén fue elegi­
do presidente, fin su mensaje al Congreso, en diciembre de 1838, Van
Burén comunicó que «le causaba un gran placer anunciar el total tras­
lado de la nación cherokee a sus nuevos hogares al oeste del Missis­
sippi» y que «las medidas autorizadas en la última sesión del Congre­
so habían tenido las más felices consecuencias».98
Anteriormente, los creek habían resistido por un tiempo al trasla­
do forzoso y cuando en 1835 el secretario de Guerra ordenó el tras­
lado por la fuerza, la nación declaró otra vez la guerra, aunque ésta
acabó con la derrota de los cféeks antes del verano de 1836. Tras ella,
ios hombres fueron encadenados y trasladados con sus mujeres e hi­
jos a Oklahoma, donde estos 2.496 creeks, casi desnudos, sin armas
para cazar, sin utensilios para cocinar, fueron dejados allí «a vida o
muerte».99
Los seminólas decidieron luchar. A pesar de haber firmado con
presiones un tratado de traslado al oeste en 1834, cuando llegó el mo­
mento de la marcha en diciembre de 1835, los seminólas, dirigidos por
el joven jefe Osceola, comenzaron una serie de ataques de guerrilla
contra todos los asentamientos blancos de la costa de Florida. Fue una
guerra de ocho años que costó 20 millones de dólares y 1.500 vidas a
los norteamericanos, y sólo acabó cuando, a principios de la década de
1840, los seminólas empezaron a cansarse y a pedir treguas, pues eran
un pequeño grupo contra una nación de grandes recursos.100
El traslado de las cinco grandes tribus civilizadas del sur tuvo su
paralelo en el norte. Los iroqueses fueron primero trasladados a Ar~
kansas, después a Wisconsin y finalmente a Kansas. Algunos de los
oneidas aceptaron la reserva en Wisconsin, donde aún viven y un tra­
tado fraudulento con el resto fue firmado por el Senado, aunque los
cuáqueros de Nueva York los defendieron y Jackson les permitió per­
manecer, En el noroeste los sanks resistieron en la guerra Black Hawk
en 1812, pero sin poder evitar finalmente la expulsión de su tierra,
A finales de la década de 1830, la mayoría de las tribus desplaza­
das vivían al oeste de la línea Iowa-Missouri-Arkansas, en tierras cuya
propiedad se les había garantizado a perpetuidad. Esta región, com­
130 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

prendida por ios actuales estados de Kansas, Nebraska y O klahom afue


conocida como Territorio Indio, aunque nunca tuvo un gobierno terri­
torial, Conforme el asentamiento blanco fue avanzando sobre Kansas
y Nebraska, el territorio se restringió a Oklahoma. Allí, todas las tribus
del sur, con la excepción de los seminólas, doblegaron la salvaje fron­
tera y prosperaron, Labraron tierras, construyeron casas, redactaron
constituciones, eligieron gobiernos, establecieron un sistema escolar,
hasta que a finales de la década de 1850 comenzaron otra vez las pre­
siones de los colonos blancos y el gobierno federal para evacuar la m i­
tad del Territorio Indio.10'
Además de los misioneros y algún miembro del Congreso y del
Partido Whig, muchos abolicionistas establecieron una estrecha rela­
ción entre la privación de derechos de los indios y los esclavos negros.
A partir.del año, 1829, W. L. Garrison desde el Genious o f Universal
Emancipation denunció la política de, traslado forzoso de los indios.
Años más tarde, Lydia María Ghild, editora á t The National Anti-Sla-
very Standard, relacionaba el maltrato de los indios y la esclavitud de
los negros, y al principio de la década de 1840, la abolicionista cuá­
quera Lucrecia Mott señalaba que la lucha por la igualdad de derechos
de las razas era una prioridad.102
Pero a pesar de reconocer el problema* los abolicionistas pensaban
que debían centrarse en el tema de la esclavitud* cosa que hicieron has­
ta el final de la guerra civil. No iba a haber una cruzada contra el tras-
lado de los indios, similar a la cruzada antiesclavista, que contribuye­
ra a hacer de este asunto un problema político nacional. El menor
número de indios y la aparente menor gravedad de su situación hacían
aparecer este tema como menos urgente* especialmente cuando la eje­
cución del traslado aplazó el problema al menos durante veinte años.
Por otro lado, cuando el traslado indio se complicó con una guerra cos­
tosa y prometía la expansión territorial, hubiera sido muy difícil para
los abolicionistas romper un consenso nacional y social prácticamente
unitario en torno al derecho a la expansión territorial de la «república
blanca».103
Capítulo 4
DESTINO MANIFIESTO. EL OESTE,
LA ANEXIÓN DE TEXAS:Y LA GUERRA
CONTRA MÉXICO, 1828-1848

El d o m i n i o d e l c o n t i n e n t e » UN «DESTINO MANIFIESTO»

Bn 1845, en medio del debate sobre la anexión de Texas a Estados


Unidos* John L. O ’Sullivan, editor de larevista del Partido Demócrata,
The United States Magazine and Democratic Review, utilizó por pri­
mera vez la expresión destino manifiesto para justificar la anexión de
la república de Texas, frente a la interferencia hostil de potencias como
Inglaterra o Francia, que «tienen el objetivo declarado de frustrar nues­
tra política y estorbar nuestropoder, limitando nuestra grandeza y con­
trolando el cumplimiento de nuestro destino manifiesto de desarrollar
el continente destinado jpor la Providencia, para el libre desarrollo de
nuestros millones (de habitantes), multiplicados cada año». La publi­
cación era quizá una de las mejores revistas políticas que nuneá ha te­
nido un partido político, con las colaboraciones asiduas de Nathaniel
Hawthorne, Henry David Thoreau, Walt Whitman, E dgar Alian Poe;
aunque representaba al sector más radical del Partido Demócrata y
como tal era también un firme defensor de la expansión tefritOriál.
Aunque la expresión «destino manifiesto», referida a la expansión
continental, apareció en 1845 en palabras de ©’Sullivan, el concepto
se había ido elaborando desde la independencia y fue justificando to­
das las anexiones territoriales, por com pra o conquista, conseguidas
anteriormente, Albert K. Wemberg en su estudio clásico, M anifest
Destiny. A Study o f Nationülist Expansionisrrt in American H istory,1
señalaba que desde la independencia la nueva nación ya estaba uni­
da a la Providencia en el cumplimiento de una «misión nacional», a
132 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

la vez que se convertía en tierra de asilo para los amantes de la liber­


tad. Este sentido providencial, así como la necesidad de tierras para
asegurar la extensión de la propiedad y derechos políticos a la mayo­
ría de los hombres blancos, favoreció la idea de un derecho natural a
la expansión continental, que estuvo presente en la compra de Luisia­
na (1803) y en la mención que ya se hizo entonces al derecho natural
de controlar el Pacífico, como una consecuencia lógica de tal adquisi­
ción territorial.
El concepto de derecho natural a la expansión fue sustituido, en el
primer tercio del siglo xix, por el de predestinación geográfica y fro n ­
tera natural. Ya el presidente Thomas Jefferson habló en 1806 del gol­
fo de México como destinado a ser «Mare Nostrum»2 y en el tratado de
adquisición de Florida a España en 1819 — Tratado Adams-Onís— ,
algunos congresistas protestaron por haber renunciado a Texas, pues
las fronteras naturales del sur y suroeste eran «el Río Grande y la ca­
dena montañosa que marcaba los límites de Texas».3 En la década de
1820, el presidente John Quincy Adams utilizó también este argumen­
to en la disputa por el territorio de Oregón, señalando que «no era ima­
ginable que, en la presente condición del mundo, ninguna nación eu­
ropea pensara en el proyecto de establecer una colonia en la costa
noroeste de América» pues no sólo se esperaba que Estados Unidos
debía establecerse allí, «con absoluto derecho territorial y comercial,
sino que estaba señalado por el dedo de la naturaleza [,..]».4 Este mis­
mo argumento se utilizó ya entonces para referirse a Cuba, como un
apéndice natural de Estados Unidos.
En las décadas centrales del siglo xix, se empleó la doctrina de mi­
sión civilizadora, así como la de mejor utilización de los recursos na­
turales y extensión de las instituciones liberales democráticas para jus­
tificar el «traslado forzoso indio», la ocupación de Oregón, la anexión
de Texas y la guerra contra México con el fin de adquirir California y
Nuevo México.5
Henry Nash Smith en su libro ya clásico, Virgin Land. The American
West as Symbol and Myth,6comparte con Weinberg la idea de que con la
independencia la creencia en el destino de la expansión continental se
convirtió rápidamente en un ingrediente del desarrolló del nacionalismo
norteamericano. Las primeras visiones de un imperio americano entre­
mezclaban dos perspectivas distintas: la entonces aún dominante de un
imperio mercantil que controlara los mares y la de un imperio continen­
tal, como una «ruta hacia la India», en palabras del poeta Walt Whit-
man. Como ya vimos en el capítulo anterior, Jefferson fue claramente el
DESTINO MANIFIESTO 133

padre de esta idea de desarrollo y conquista del oeste, la relativa a una


«ruta hacia la India», resucitando la vieja idea de Colón de buscar un ca­
mino hacia el oriente por occidente. Gracias a su iniciativa, la expedi­
ción científica de Lewis y Clark al alto Missouri, las Montañas Rocosas
y la cabeza del río Columbia alcanzaría el Pacífico en 1806.7
La idea'dé buscar una ruta al Pacífico sin tocar las- posesiones es­
pañolas y de la explotación del continente como una ruta hacia Asia,
continuó tras Jefferson en las creencias de Thomas Hart Benton; pero
conforme él y sus coetáneos fueron descubriendo la enorme extensión
de Norteamérica, abandonaron momentáneamente la concepción de
un imperio comercial y de la conquista territorial como una mera ruta
; hacia Asia, por la de forjar un imperio continental, asentado en la ex­
plotación y desarrollo económico del oeste. Así, tras la adquisición
formal de Oregón en 1846 y de California en 1848, se consiguió el do­
ble objetivo de alcanzar el Pacífico y convertir a Estados Unidos en
una nación continental.8
La expansión territorial din mte el primer tercio del,siglo xix se ha­
bía conseguido sin lucha, gracias a la compra de Luisiana a Francia en
1803 y a través de la cesión española de Florida y su derecho a la
explotación de Oregón en 1819, por el tratado de Adams-Onís. En am­
bos casos, Estados Unidos aprovechó los apuros económicos de dos
imperios europeos afectados por la guerras napoleónicas y sus conse­
cuencias. Francia estaba desde 1803 envuelta en una guerra por el do­
minio continental europeo y las arcas del decadente imperio español
estaban sangradas por una guerra de siete años contra los franceses,
entre 1808 y 1814. El siguiente paso de la expansión continental, el
traslado al Territorio Indio de las tribus del sur y norte, sí que necesitó
en ocasiones el uso de la fuerza militar, pero al finalizar la década de
1830 el objetivo de poder disponer de todas las tierras en el este, para
el asentamiento de los colonos blancos, se daba por concluido.
A comienzos de la década de 1840, lo que seguía uniendo a la ma­
yoría de los norteamericanos era continuar esa expansión continental
hacia el Pacífico, cruzando las Montañas Rocosas y atravesando el le­
jano oeste. En su avance hacia el noroeste sólo podían tropezar con el
imperio británico, con el que compartían la Administración de Oregón;
pero en el suroeste todos estos territorios pertenecieron al imperio es­
pañol hasta 1821, cuando pasaron a México tras su independencia.
Mapa 5: Las primeras rutas hacia el oeste.
F u e n t e : © Frederick Smoot. 2000.
DESTINO MANIFIESTO 135

C a m in o d e S a n t a F e , L a s p r im e r a s r u t a s
Y EMIGRACIONES AL OESTE

El camino de Santa Fe fue la primera ruta que se abrió hacia el Pa­


cífico. Antes de la independencia de México, Santa Fe era la capital y
el centro comercial de Nuevo México, territorio que tenía una pobla­
ción en tomo a los 60.000 indios y mexicanos. Tras la independencia,
México hizo saber que los comerciantes norteamericanos serían bien­
venidos, y en los años siguientes se establecieron de 100 a 200 comer­
ciantes, los cuales demostraron cómo pesados carromatos podían atra­
vesar las montañas, siendo los primeros en desarrollar esta técnica y
organizar caravanas de protección mutua.
La técnica se desarrolló de 1830 a 1850 en las rutas de Oregón y
California. El territorio de Oregón estaba desde 1818 bajo la ocupa­
ción conjunta del Reino Unido y Estados Unidos. Hasta 1830, la ocu­
pación conjunta había sido un tecnicismo legal, pues los británicos
eran los que dominaban la explotación de la zona, basada en el comer­
cio de pieles. Sólo cuando al final de la década de 1830 los misioneros
metodistas comenzaron a extender la noticia de la fertilidad de sus tie­
rras, sus enormes bosques y su clima templado, comenzó una gran co­
rriente migratoria a lo largo del camino de Oregón. Esta com ente mi­
gratoria se convirtió en «fiebre» y «emigración masiva» en 1843, y
hacia 1845 había 5.000 colonos en la región.
Estos emigrantes viajaban siempre en familias y en caravanas de
carros, apodadas «goletas de la pradera». Dejaban Missouri a finales
de la primavera, en mayo, y viajando entre 25 y 30 kilómetros diarios.
..llegaban a su destino en Oregón seis meses después. Algunos se que­
daban con los mormones en Salt Lake City, Utah, otros tomaban en
Fort Hall la rata de California hacia Sacramento.
Desde la década de 1820 tramperos y marineros norteamericanos
habían extendido la imagen de California como «un paraíso natural»,
como una tierra de «leche y miel», y en la década de 1830 el cam i­
no de California y el enclave comercial de Sacramento empezaron a
atraer emigrantes, aunque hasta la fiebre del oro en 1848, en mucha
menor proporción que Oregón. California era además una provincia
remota de México, en perpetua anarquía política y habitada sólo por
8.000-12.000 califomianos descendientes de españoles, una población
india muy mermada y unos ochocientos norteamericanos, que desde
mediados de la década de 1840 pensaban en constituirse en nación in­
136 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

dependiente, bajo la protección de Francia o Inglaterra, o unirse a Es­


tados Unidos.
En total, entre 250.000 y 500.000 personas emigraron hacia el oes­
te entre 1840 y 1870, en caravanas y carros, haciendo las rutas de Ore­
gón y California. La mayoría eran granjeros pobres del Mississippi en
busca de tierras mejores y más productivas o de un clima más suave.
Viajaban con su familia o miembros de sus comunidades más cercanas
y habían sabido de las posibilidades del oeste a través de cartas, con­
versaciones, charlas, noticias aparecidas en periódicos locales. En un
viaje largo y agotador, hombres y mujeres escribieron diarios y cartas,
que son la base de documentadas historias sobre estas expediciones.
En general, lo que se había anunciado como «poco más que un viaje de
placer»9 resultó un largo y penoso trayecto, con trabajo físico agotador
de dieciséis horas diarias, ataques indios y enfermedades contagiosas;
si bien tenía la compensación de un paisaje intacto e inusualmente be­
llo y la promesa de mejorar su situación adquiriendo las tierras que no
podían comprar más al este. Por otro lado, estos pioneros, hombres y
mujeres, aunque reflejaban en sus diarios preocupaciones inmediatas
y rutinas distintas, compartían lo esencial de la experiencia del viaje y
de sus objetivos, al tiempo que pertenecían a una misma cultura, cuyos
valores y características eran «una estética naturalista, trabajo duro,
buéna salud y consideraciones económicas prácticas».10

L a a n e x ió n d e T ex a s

Antes de que esta emigración comenzara hacia Oregón y California,


en Texas, provincia fronteriza de México, residían ya muchos nortea­
mericanos. Cuando en 1821 México se independizó de España, el impe­
rio mexicano pensaba que Estados Unidos era su más directa amenaza,
especialmente en Texas y otras regiones del norte. Esta combinación de
envidia y miedo cambió en 1823, cuando la república sustituyó al impe­
rio y deseaba imitar a su vecino del norte en el desarrollo político y eco­
nómico, a la vez que culpaba de su constante inestabilidad política a la
herencia colonial española. Fue entonces, en 1823, cuando se permitió
que colonos mexicanos se establecieran en Texas, como medio de esta­
bilizar la frontera; aunque las sospechas sobre las intenciones nortea­
mericanas se incrementaron con la estancia del embajador Poinsett de
1825 a 1829, pues intervino abiertamente en la política mexicana y no
ocultó las pretensiones estadounidenses sobre Texas. Tras su mandato,
DESTINO MANIFIESTO 137

aumentó en México la hostilidad hacia Estados Unidos y sus habitantes.


Esto coincidió con la publicación en 1826, en México, de la Memoria
de Luis de Onís, que había sido embajador de España en Estados Uni­
dos y que firmó el tratado de cesión de Florida en 1819. En esta memo-
' ría se admiraba la estabilidad, prosperidad y libertad de,los norteameri­
canos, pero también se avisaba de sus deseos expansionistas sobre las
posesiones españolas en Latinoamérica, de las que Florida era sólo la
primera conquista, pues «como nación se ve a sí misma destinada a ex­
tender sus dominios sobre todas las regiones del Nuevo Mundo».15
También en esos años los mexicanos se preocupaban por la marca­
da superioridad racial que los norteamericanos exhibían respecto a to­
dos los pueblos de color, incluidos los sudamericanos, a los que consi­
deraban descendientes de africanos y, por tanto, inferiores. Esta visión
no era nueva. Antes de la independencia de México, la frontera espa­
ñola era vista con la imagen de la leyenda negra heredada de los países
europeos protestantes. Los angloamericanos consideraban que los es­
pañoles eran «inusualmente crueles, avariciosos, falsos, fanáticos, su­
persticiosos, cobardes, corruptos, decadentes, indolentes y autorita­
rios».12 Esta hispanofobia aumentaba porque las posesiones españolas
obstaculizaban las ambiciones territoriales norteamericanas y por el
mestizaje de las colonias españolas. Los angloamericanos estaban sor­
prendidos de la mezcla de razas que observaban de Texas a California,
pues lo consideraban una violación de las leyes de la naturaleza, que
había producido una raza de hombres «imbéciles y pusilánimes», «in­
capaces de controlar los destinos de aquel bello país.13
En esta atmósfera, la colonia «anglo» de Texas fue creciendo hasta
llegar a ser la mayoría de la población en 1830, pues había en la pro­
vincia 20.000 norteamericanos blancos y 1.000 esclavos negros, frente
a sólo 5.000 mexicanos. Estas cifras alarmaron al gobierno, que prohi­
bió la emigración y envió al Ejército a vigilar la frontera, pero los inmi­
grantes ilegales siguieron cruzándola con facilidad y eñ 1835 los norte­
americanos eran ya 30.000, superando diez veces a los mexicanos.
Cuando a finales de 1834, el general Santa Ana dio un golpe de Es­
tado, disolviendo el Congreso, aboliendo el régimen federal y convir­
tiéndose en dictador, los texanos se levantaron en rebelión, reunieron
una convención y decidieron luchar por la vieja Constitución mexica­
na. El 2 de marzo de 1835, cuando Santa Ana se acercaba con el Ejér­
cito, los texanos declararon su independencia y durante los meses
siguientes lucharon fieramente por ella, con ayuda de muchos volunta­
rios norteamericanos del sur y de algunos mexicanos como Lorenzo de
138 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Zavala, que veía la revolución texana como una lucha para defender el
federalismo mexicano frente al centralismo de Santa Ana.
U no de los momentos cumbre de esta lucha fue el sitio de E l Ála­
mo, donde el Ejército mexicano con 4.000 hombres cercó a 188 texa­
nos y voluntarios norteamericanos, entre los que se encontraba David
Crockett, el héroe de la frontera d el suroeste. El 26 de febrero de 1836,
Santa Ana les pidió la rendición sin éxito. Tras varios asaltos fallidos
de los 4.000 mexicanos, el coronel William Travis dibujó una línea en
el suelo y dijo a los sitiados: «Quien esté dispuesto a dar su vida por la
libertad que cruce esta línea». Todos lo hicieron. El 6 de marzo de
1836, El Álamo ñfe tomado, pero los mexicanos perdieron 1.544 sol­
dados en el asalto y la heroica resistencia empujó al resto de los texa­
nos a luchar fanáticamente.
Sam Houston era el comandante en jefe de las Fuerzas Texanas. Era
un hombre de la frontera de Tennessee, que había luchado con Andrew
Jackson y se había trasladado a Texas en 1833. El 2 de abril de 1836,
Houston dirigió un ataque al campamento mexicano en San Jacinto, en
el que 1.800 texanos y voluntarios norteamericanos, al grito de «re­
cuerda El Álamo», redujeron en quince minutos a los mexicanos e hi­
cieron prisionero a Santa Ana. El dictador compró su libertad firman­
do un tratado que reconocía la independencia de Texas, aunque el
Congreso mexicano lo rechazó, pero la guerra estaba acabando.
Desde el punto de vista de México esta victoria texana se interpre­
tó como una incursión norteamericana y se habló por prim era vez del
«coloso del norte». Se responsabilizaba a Estados Unidos de fomentar
«disturbios» en Texas para favorecer a los especuladores de tierras de
los Estados del sur y extender la esclavitud, a la vez que se veían estas
acciones como el comienzo de una amenaza norteamericana sobre
todo M éxico.14
En cuanto a los anglotexanos, Stephen F. Austin describió el con­
flicto con México como «una guerra de los principios bárbaros y des­
póticos, hecha por el mestizo hispano-indio y la raza negra, contra la
civilización y la raza anglonorteamericana».55 Este sentido de superio­
ridad racial se trasladó después de la victoria texana a la misma escri­
tura de la historia, que presentaba a los texanos como hombres he­
roicos, de una raza superior. Desde entonces una hispanofobia aún
mayor acompañó al expansionismo norteamericano, alcanzando un
punto álgido en la guerra contra México.
Tras la victoria texana se constituyó la República de la Estrella So­
litaria (Lorie Star Repuhiic), que redactó una Constitución e hizo a Sam
DESTINO MANIFIESTO 139

Houston su primer presidente, votando por unanimidad la anexión a


Estados Unidos en cuanto hubiera oportunidad. Aunque Andrew Jack­
son, aún presidente, era amigo personal de Sam Houston, consideraba
que la anexión de Texas planteaba serios problemas pues, en medio de
la campaña abolicionista de peticiones al Congreso, añadir un nuevo
Estado esclavista a la Unión podría haber aumentado las tensiones re­
gionales y hecho peligrar la inminente elección del demócrata Martin
Van Burén como presidente de Estados Unidos. Pero, sobre todo, esta­
ba el peligro de una guerra con México, que hizo que tanto Jackson
como Van Burén no consideraran el tema en sus presideñcias.
Aunque la anexión no se consiguió hasta 1845, muchos norteameri­
canos del sur siguieron emigrando con sus esclavos a la república de
Texas en busca de tierras más baratas para el cultivo del algodón. Es así
como llegó Mary A. Maverick, de Virginia, que tras casarse en 1836 con
Samuel A. Maverick, un texano nativo de Carolina del Sur, se trasladó
con él a Texas en 1838, estableciéndose en San Antonio y después en la
costa. Su marido era «agrimensor» y se dedicaba a la especulación de
terrenos; FJ, como otros hombres jóvenes del sur, había sido voluntario
■■en-la-'guerra de Independencia de Texas y fue atraído por el clima, la
aventura, las posibilidades de especulación y la libertad de la frontera
hacia ese «paraíso real», que hizo posible la «fiebre dé Texas».16
Las memorias de Mary Mavérick ilustran cómo San Añtonio de
Bexar, poblada esencialmente por familias mexicanas cuando ellos lle­
garon en 1838, fue llenándose poco a poco de familias «anglo», que al
comenzar la década siguiente habían conseguido establecer incluso
una agradable vida social para las señoras, con muchos libros, buenas
amigas y «maravilloso cotilleo», tanto de Estados Unidos, como de
San Antonio.57
En 1842 México, en un intento de recuperar Texas, tomó San An­
tonio e hizo prisioneros a los norteamericanos, entre ellos a Maverick.
Al año siguiente habían sido liberados, y estos y otros anglos, que nun­
ca habían abandonado la idea de uñirse a Estados Unidos, recibieron
con alegría la noticia de un tratado de anexión en 1843 . L a decisión fue
tomada por la Administración dél presidente John Tyler, un extraño
whig defensor de los derechos de los Estados, que llegó a la presiden­
cia por la muerte inesperada de William Henry Harrison. Apoyaban
esta anexión los sudistas esclavistas y el Partido Demócrata, pero los
whig ia rechazaron en el Senado, por miedo a aumentar las tensiones
regionales y a una guerra con México.
140 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

L a g u e r r a c o n t r a M é x ic o , 1 8 4 6 -1 8 4 8

Desde luego el tema de la revolución, independencia y posterior


anexión de Texas fue el motivo principal y manifiesto que llevó a la
guerra entre Estados Unidos y México. El tradicional temor y animo­
sidad de México hacia Estados Unidos se convirtió en unánime hosti­
lidad a partir de la revolución e independencia de Texas en 1836. La
indignación aumentó cuando Andrew Jackson reconoció la república
de Texas en 1837 y fue en aumento por una serie de incidentes rela­
cionados con reclamaciones económicas, delimitación de fronteras y
diferencias sobre el futuro de Texas.
Ya en 1838 los franceses, para cobrar lo que México les adeudaba
desde la independencia, bloquearon los puertos del golfo de México y
bombardearon Veracruz. En 1842, Estados Unidos reclamaba dos m i­
llones de dólares a México en compensación por los daños perpetrados
a las propiedades de norteamericanos establecidos en el país. Ese mis­
mo año una expedición texana se había dirigido a Santa Fe, mientras
los norteamericanos habían tomado Monterrey, la capital de Califor­
nia. Cuando en 1844, James K. Polk, demócrata de Tennessee, parti­
dario de la esclavitud y claramente expansionista, fue elegido presi­
dente, los mexicanos no tuvieron dudas sobre sus pretensiones de
anexionarse Texas y las otras provincias del norte de México, Califor­
nia y Nuevo México.
Para enfrentarse con esta amenaza en su frontera norte, que creían
podía extenderse a la captura de todo México, el gobierno mexicano
contaba con un país dividido desde ía independencia en distintos inte­
reses y facciones políticas, sin instituciones estables, sin dinero tras
dos décadas de revolución, guerra y rivalidad entre facciones; con una
población de seis millones de habitantes, compuesta por un millón de
criollos, dos millones de mestizos y tres millones de indios, pocos de
los cuales se sentían comprometidos o identificados nacionalmente.18
El gobierno y los jefes militares mexicanos —en contra de la opi­
nión sostenida por la historiografía norteamericana durante muchos
años— , reconocían esta debilidad y sabían que lo máximo a lo que
México podía aspirar era a úna Texas independiente y a conservar Ca­
lifornia, con la mediación y ayuda británica. Pero los británicos, que ya
habían resuelto el tema de Oregón con Estados Finidos, no iban en ese
momento a apoyar a México. Sin ayuda británica, México tenía pocas
posibilidades de salir con éxito de esta crisis.19
DESTINO MANIFIESTO 141

La crisis se agravó por la pretensión norteamericana de extender la


frontera de Texas del río Nueces a Río Grande» una franja de territorio
que los mexicanos consideraban suya. Aunque siguiendo los consejos
británicos, los mexicanos aceptaron la anexión de Texas en mayo de
1846 y la negociación con Estados Unidos sobre su frontera. Dos me­
ses después, Polk envió al general Zacary Taylor a proteger la fronte­
ra en Río Grande y reforzó la escuadra en el golfo de México. Parece
ser que las intenciones del presidente Polk no eran provocar una guer­
ra, sino aumentar la presión sobre un país que sabía débil y considera­
ba inferior, para conseguir que éste le cediera la mitad de su territorio
por 27 millones de dólares. Dos millones de dólares por la extensión
de la frontera de Texas a Río Grande y 25 millones por California.
Es cierto que mediante compra y negociación, Estados Unidos ha­
bía conseguido de Francia, el Reino Unido y España aumentar sus
territorios, pero en todos esos casos eran posesiones coloniales perifé­
ricas de imperios europeos;-mientras que a México, un país en forma­
ción, se le daba la elección de capitular y entregar la mitad de su terri­
torio o la guerra. Aunque el presidente Paredes y la mayoría de los
políticos mexicanos — a excepción de los federalistas seguidores de
Gómez Farías-— no querían la guerra, no tuvieron otra opción. Tras
dos años de tensión política y varios meses de presión militar, el 23 de
abril de 1846, Paredes proclamó una guerra defensiva contra Estados
Unidos. Un día después, los mexicanos abrieron fuego contra un des­
tacamento de «dragones» norteamericanos al norte de Río Grande.
Mataron a diez soldados, hirieron a cinco y el resto fue hecho prisio­
nero. El informe del general Taylor llegó al presidente Polk el día 9 de
mayo; dos días después Polk leyó su informe ante el Congreso, el cual
aprobó la declaración de guerra tras «la agresión manifiesta» de M é­
xico.20 A pesar de su oposición teórica a la guerra, pocos whig se opu­
sieron a ella, de forma que el Congreso aprobó la declaración por una
mayoría abrumadora de 174 a 14 y solamente hubo un día de debate en
el Senado.
Era la primera guerra ofensiva de Estados Unidos, la primera desa­
rrollada en territorio extranjero, la primera seguida por corresponsales y
prensa, que jugaron un papel fundamental a la hora de moldear a la opi­
nión pública. Al principio el entusiasmo estuvo muy extendido, pero no
fue unánime y la popularidad de la guerra varió según las zonas del país.
Fue inmensamente popular en el Mississippi, también en Nueva York,
donde el novelista Hermán Melville señalaba que la gente se encontraba
en «un estado de delirio»; pero muy impopular en Nueva Inglaterra. La
142 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Legislatura de Massachusetts lá declaró una «guerra de conquista» y en


general se consideraba un asunto de plantadores esclavistas y Estados
del sur, de los que Nueva Inglaterra estaba dispuesta a separarse. Tam­
bién algunos políticos como el ex presidente John Quincy Adams y un
desconocido congresista por Illinois,; llamado Abraham Lincoln, se
opusieron al conflicto; como también lo hicieron los abolicionistas y las
Iglesias Cuáquera, Unitaria y Congregaeionistá, así como algunos tra­
bajadores organizados en Nueva Inglaterra y Nueva York, y los escrito­
res Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau.
La oposición más conocida y tajante fue lá de Henry D. Thoreau,
pues no sólo criticó la guerra como una agresión á México, sino que se
negó a pagar impuestos^ como protesta, motivó por el que fue a.la cár­
cel, aunque sólo permaneció un día,-píies sus amigos pagaron la fian­
za. Lo más importante, sin embargo, fue ese estilo de oposición perso­
nal al conflicto, que inspiró el famoso ensayo sóbre la Desobediencia
civil,21 e inauguró una táctica moderna de lucha cívica y política pací­
fica contra los abusos gubernamentales y el gobierno injusto.
A pesar de la atmósfera de euforia en Estados Unidos» ninguno de
lo s dos Ejércitos parecía preparado para la guerra. El Ejército méxica»
no contaba con más hombres, 32.000, pero la mayoría eran indios cap­
turados para luchar sin haber visto nunca un fusil y sin sentimiento
nacional alguno respecto a México. En cuanto al Ejército norteameri»
cano, contaba sólo con 7.000 hombres y una oficialidad inexperta. Por
primera vez en su historia, é l país se enfrentaba a su primera guerra
ofensiva y a su primera operación militar anfibia en un territorio extra-
ño y muy extenso: pues iba desde la costa este de México y Rio Gran­
de hasta California, Necesitaba por tonto movilizar rápidamente un
Ejército, producir material bélico adecuado, así como proveer la inten­
dencia y los medios-de transporte necesarios.22
En general la movilización fue un éxito y aí final de la guerra el
Ejército norteamericano había llegado a tener 104.000 hombres, de
los que 31.000 eran Ejército regular y marines. El resto eran volunta­
rios de seis o doce meses. Algunos de éstos eran hijos de personajes
distinguidos, como Henry Cláy y Daniel Webster, pero la mayoría
eran hombres que buscaban promoción social y económica. Había ru­
dos hombres de la frontera, sin uniformes, equipo, ni disciplina; había
muchos inmigrantes recientes irlandeses y alemanes, que llegaron a
formar la mitad del ejército de Zacary Taylor: Bastantes de ellos de­
sertaron del Ejército norteamericano y algunos se alistaron en el Ejér­
cito mexicano, como los irlandeses que formaban e l batallón de San Pa~
DESTINO MANIFIESTO 143

tricio, liderado por el sargento Riley, que posteriormente serían cap­


turados y treinta de ellos ahorcados por deserción.
Las rápidas victorias de Taylor al norte de Río Grande en mayo
de 1846 mantuvieron el entusiasmo por la guerra y el reclutamiento vo­
luntario; pero al final de año el reclutamiento fue disminuyendo y los
prerrequisitos físicos para entrar en el Ejército se redujeron hasta el
punto de que casi cualquiera podía enrolarse con un sueldo mensual de
dos dólares. Incluso estas medidas fueron insuficientes para atraer a vo­
luntarios y el Congreso aprobó, a principios de 1847, un presupuesto
para diez nuevos regimientos de Regulares, prometiéndoles 100 acres
de tierra pública.23
Entretanto, en la costa del Pacífico, comenzaba la conquista de Ca­
lifornia. El presidente Polk había intentado comprar esa provincia de
México sin éxito, más tarde buscó provocar un tipo de revuelta pareci­
do al de la revolución texana. Por ese motivo envió a finales de 1845 a
John C. Frémont y otros 60 hombres de frontera, incluido «Kit» Car-
son en otra exploración, a California y Oregón. En junio de 1846, Fré­
mont y sus hombres se trasladaron hacia el valle de Sacramento, ocu­
paron Sonoma y proclamaron la república de California, el 14 de junio
de 1846. A finales de junio Frémont se dirigía a Monterrey, cuando el
comandante de la Flota del Pacífico, teniendo noticias delcomienzo de
las hostilidades con México, proclamó a California parte de Estados
Unidos, contando con el apoyo de una población muy receptiva a esta
anexión. La república de California había durado menos de un mes y,
tras esporádicas luchas, México capituló en enero de 1847. Ese mismo
mes, el coronel Stephen Kearney, habiendo tomado ya Santa Fe sin
oposición y ocupado Nuevo México, se trasladó al sur de California y
ocupó Los Ángeles con 300 soldados.
M ientras se producían esas conquistas, tuvieron lugar las grandes
victorias de Zaeary Taylor y su marcha hacia el sur, al corazón de M é­
xico, en septiembre de 1846. Su primer éxito fue tomar la ciudad de
Monterrey tras cinco días de asedio. Pero ei presidente Polk, descon­
tento por la creciente popularidad de Taylor, así como por su pasividad,
inició negociaciones con Santa Ana, entonces deportado en Cuba, por
facilitar el regreso del dictador a México a cambio de una negociación
de paz ventajosa para Estados Unidos. Sin embargo, cuando en agos­
to de 1846 Santa Ana regresó a M éxico y al poder con la ayuda de Es­
tados Unidos, se preparó para luchar contra el Ejército de Taylor. El
presidente Polk decidió entonces dirigirse a Ciudad de México por
Veracruz y nombrar al general W infield Scott jefe del Ejército, el cual
M a p a 6: Crecimiento territorial de Estados Unidos. F u e n t e : Samuel Morrison, Henry S. Commager y William E.
1 í /if f t f v r i t ' j J Jy íiA /^ k 'K ^ v i i 'O í
146 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

iba a emprender la mayor operación anfibia de la historia del Ejército


norteamericano.
Veracruz se rindió el 27 de marzo de 1847, después de una semana
de asedio. Tras Veracruz el general Scott y sus 14.000 soldados se di­
rigieron a Ciudad de México, en una penosa marcha de 400 kilóme­
tros, en la que muchos soldados enfermaron y se debilitaron por las
diarreas. El 13 de septiembre de 1847, el Ejército norteamericano en­
traba en Ciudad de México, alzaba la bandera en el Palacio Nacional y
ocupaba el Palacio de Moctezuma, pero México no capitulaba.
En ese momento, muchos sectores del Partido Demócrata, concre­
tamente los demócratas radicales, presionaron al presidente Polk para
conquistar todo México, en aras de la regeneración de aquel país y del
«destino manifiesto» de ocupar toda Norteamérica, marcado por lá Pro­
videncia. Pero muchos sectores del Ejército y del mismo Partido De­
mócrata temían que la anexión de todo México fuera demasiado cos­
tosa y peligrosa para las instítuciones nOttCamerieanas, considerando
más adecuado el establecimiento de una «línea de inmunidad» a lo lar-
go del norte de México, que Estados Unidos podría mantener con una
pequeña fuerza armada dé entre 7.000 a 10.000 tropas, lo que haría in­
necesario un inmediato tratado de paz,pero recordaría a los mexicanos
que se enfrentarían a una ocupación permanente si ofrecían resistencia
a una paz satisfactoria;24
El presidente Polk, consciente del creciente sentimiento antibélico
en el país y del costo económico de la guerra, no se apartó de sus ob­
jetivos de una guerra limitada a conseguir unos territorios específicos.
Lo que sí hizo fue aumentar la presión militar sobre México para for­
zar las negociaciones, cuando de forma inesperada llegó la oferta de
México para negociar la paz. El tratado de Guadalupe-Hidalgo se fir­
mó el 2 de febrero de 1848, cuando México retiró sus reclamaciones
sobre la frontera de Texas al norte de Río Grande y cedió California y
Nuevo México por 15 millones de dólares, más el pago de las recla­
maciones de los ciudadanos norteamericanos contra México, que as­
cendía a un total de 3.250.000 dólares. El tratado fue ratificado por el
Senado el 10 de marzo de 1848. A finales de julio, los últimos solda­
dos norteamericanos embarcaron en Veracruz.
DESTINO MANIFIESTO 147

U n a g r a n v ic t o r ia c o n u n p e l ig r o s o l e g a d o

La guerra contra México fue la primera librada por Estados Unidos


en territorio extranjero, frente a una joven república en el mismo con­
tinente, que bacía poco más de dos décadas que se había independiza­
do del imperio español. Con una extensión territorial parecida a Esta­
dos Unidos e importantes recursos en minas de plata, la república de
México estaba muy debilitada económicamente por la lucha por la in­
dependencia y sus élites políticas no habían llegado a un acuerdo polí­
tico básico. Por otro lado, la población era muy inferior en número a la
norteamericana y mucho menos homogénea, contando con una mayo­
ría de indios que, oprimidos en 1a escala social y sin derechos políticos,
difícilmente podían sentirse integrados en el proyecto de la construc­
ción nacional del nuevo país.
Con estas diferencias como punto de partida, él presidente Polk
pensó primero en comprar la mitad del territorio mexicano y después
•~^áúte la negativa de México a vender— en una guerra corta. La guer­
ra fue más larga y costosa de lo previsto. Tras diez meses de hostilida­
des, 1.721 norteamericanos murieron en combate, 4.102 fueron heridos
y más de 1L155 murieron de enfermedad. Pero a cambio de estas pér­
didas humanas y de 98 millones de dólares, Estados Unidos consiguió
la mitad de México: más de un millón y medio de kilómetros cuadra­
dos contando Texas, que incluían los puertos de San Diego, Monterrey
y San Francisco, con incontables riquezas minerales, que completaron
la expansión continental
La guerra dio su oportunidad a una serie de jóvenes generales que
se convirtieron en los líderes militares de la guerra civil, y fue inicial­
mente muy popular, llenando de orgullo nacional al país. Sin embargo,
muy poco después de la victoria fue apeada de la leyenda gloriosa nor­
teamericana, y empezó a considerarse una guerra de conquista, provo­
cada por un presidente expansionista, que amenazaba con reabrir los
conflictos internos entre las distintas zonas del país. Con esta sombra
sobre el horizonte, Zaeary Taylor, el héroe de la guerra contra México,
se convirtió en presidente en noviembre de 1848.
Capítulo 5
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN,
1860-1877

S o b r e l a e x c e p c i ó n a l í d a d .d e l s u r
EN EL ORIGEN DE LA GUERRA CIVIL

A mediados del siglo xix, Estados Unidos tenía 32 millones de ha­


bitantes y cuatro millones de esclavos, siendo el país más poblado del
mundo occidental tras Rusia y Francia. Su crecimiento vegetativo era
cuatro veces más rápido que el europeo y no se debía al crecimiento de
la natalidad, que había descendido, sino a una menor tasa de mortali­
dad y sobre todo a la inmigración. De 1800 a 1850, cinco millones de
inmigrantes europeos habían llegado al país atraídos por la disponibi­
lidad de tierras, los altos salarios y el aumento de la renta per cápita
desde 1820.
Esta población inmigrante tendió a agruparse inicialmente en los
centros urbanos del norte, de forma que aunque Estados Unidos era aún
eminentemente rural antes de la guerra civil, la población urbana crecía
tres veces más deprisa que la rural —del 6 al 20 por 100 del total— y el
trabajo no agrícola pasó a ocupar al 45 por 100 de la población activa.
La revolución del transporte, iniciada con la construcción de cana­
les en la década de 1820, culminaba en 1860 con el tendido de una red
ferroviaria mayor que la del resto de los países occidentales juntos. Por
otro lado, el desarrollo del telégrafo y los periódicos, como medio de
comunicación de masas, contribuía a integrar un país que llegaba has­
ta la costa pacífica.
La creación de este enorme mercado nacional intensificó la espe-
cialización agrícola a escala regional y permitió la estandarización y la
producción en masa en las manufacturas. Las industrias más mecaniza­
150 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

das, como la textil, evolucionaron rápidamente hacia el sistema de fac­


toría; mientras que las menos mecanizadas, como la confección, recu­
rrían al putting out system y empleaban la mano de obra semicualificada
de mujeres y niños, Pero ambos sistemas de producción se caracteriza­
ban por la división y especialización del trabajo, la disciplina laboral, la
mejora de la eficiencia y la mayor producción al menor costo. *
Entre 1850 y 1860 los sectores más dinámicos de la economía nor­
teamericana habían colocado a Estados Unidos en la segunda economía
en producción industrial tras el Reino Unido y en el país con niveles de
vida más elevados. Lo que destacaba de este rapidísimo crecimiento
económico a ojos de los europeos era el llamado sistema americana de
manufactura, en el que la producción estaba altamente mecanizada y
estandarizada, gracias a la utilización de maquinaria específica para la
elaboración de cada pieza.
Este sistema de alta mecanización se adaptó para solucionar el pro­
blema de la carencia de mano de obra y satisfacer el consumo de ma­
sas, aprovechando los abundantes recursos en energía y materias
primas del país, y no hubiera sido posible sirte! alto índice de alfabeti­
zación de la sociedad norteamericana y la extensión de la educación
pública. Incluso contando a los esclavos negros, 4/5 partes de la po­
blación estadounidense sabía leer y escribir en 1850, en contraste con
las 2/3 partes del Reino Unido y el noreste de Europa y 1/4 parte en el
sur y este de Europa. Por otro lado, las escuelas seguían impartiendo
los valores de regularidad, puntualidad, constancia y laboriosidad, ca­
racterísticos de ia ética puritana protestante, que tan bien servían a una
sociedad en rápido crecimiento. En cuanto a los hombres de negocios
del norte, sabían que el desarrollo se sostenía en un sistema general de
educación popular y en trabajadores preparados e inteligentes,
Pero este desarrollo económico rapidísimo, que colocó a Estados
Unidos antes de la guerra civil entre las potencias económicas occi­
dentales, fue sobre todo el desarrollo del norte, que desde 1820 co­
menzó a acentuar sus diferencias con respecto al sur. Así, la población
del norte crecía más rápidamente, se urbanizaba más deprisa — el 26
por 100 de la población vivía en centros urbanos-— y dedicaba a la
agricultura el 40 por 100 de su población activa. Mientras que en el sur
sólo un 10 por 100 de la población vivía en centros urbanos y el 84 por
100 de su población activa estaba dedicada a la agricultura.
Por supuesto, la diferencia más importante era la esclavitud. En el
sur vivía el 95 por 100 de los esclavos del país, que constituían 1/3 de
la población, y sobre la esclavitud giraba la vida económica, política y
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, i 860-1877 151

social de estos Estados. Debido al mantenimiento de la esclavitud y al


«boom» del algodón apenas se desarrollaba la industria, las ciudades
crecían más despacio, era más común que los hombres llevaran armas
y las utilizaran, y el militarismo y la profesión militar estaba más arrai­
gada; mientras que en el norte se multiplicaban los ingenieros, inven­
tores, hombres de negocios. También la esclavitud era una causa im­
portante de que en el sur hubiera tres veces más analfabetos que en el
norte entre la población blanca y siete u ocho veces más contando a los
esclavos, y que las autoridades estatales o locales no se sintieran com­
prometidas con la extensión de la educación.
Una diferencia que se acentuó en las décadas anteriores a la guerra
civil es que el noroeste, que antes había seguido un desarrollo agrícola
similar al del sur, se orientaba hacia la industrialización y el creci­
miento urbano como el norte, hasta el punto de que entre 1840 y 1860
el índice de industrialización en el oeste fue tres veces más rápido que
en el noreste y cuatro veces mayor que en el sur. Lo mismo se podía
decir del crecimiento del empleo no agrícola, de la repercusión del fe­
rrocarril que unió el noroeste con el noreste y del notable crecimiento
de ciudades como Chicago, Cincinnati, Cleveland y Detroit, con sus
industrias de construcción de maquinaria agrícola, equipamiento de fe­
rrocarril, alimentaria, que comenzaron el desarrollo industrial del me­
dio oeste y contribuyeron a que en 1861 el viejo oeste y el este unieran
sus intereses.
Lo cierto es que en las décadas de 1850 a 1860 los coetáneos resal­
taban estas diferencias, que enfrentaban á dos sistemas económicos,
dos estilos de vida, dos civilizaciones, dos naciones, y que a la postre
serían las causantes de lá guerra civil, sobre todo por la anomalía o ex-
cepcionalidad del sur con respecto al desarrollo dominante que el nor­
te representaba. Sin embargo, actualmente hay historiadores, como Ja­
mes M. Mcpherson, que aunque no niegan las diferencias entre norte y
sur, creen que habría que hablar más bien de excepcionalidad del nor­
te, pues eran el norte y el oeste los que habían cambiado rapidísima-
mente; mientras que el sur mantenía los valores político-ideológicos
tal y como se habían establecido en el período de construcción nacio­
nal,1 Otros historiadores, como Edward Pessen, creen que las diferen­
cias se han exagerado al intentar buscar en ellas las causas de la guer­
ra civil. En realidad, él considera que las similitudes superaban a las
diferencias, pues norte y sur eran dos partes complementarias de una
sociedad norteamericana que aún era más rural que urbana, capitalista,
materialista y socialmente estratificada; con un sistema político de re­
152 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

presentación limitada, de gran diversidad religiosa, étnica y racial, así


como profundamente expansionista y chovinista.2
Siguiendo esta pista de Pessen, así como su sugerencia de que esta
guerra civil se debió más a la similitud de intereses, que a las diferen­
cias, habría que considerar como causa directa destacada del conflicto
la distinta forma en que cada zona del país quería utilizar la reciente ex­
pansión territorial; pues tanto el norte como el sur la consideraban im­
prescindible para la supervivencia y difusión de su modelo de socie­
dad. Así las cosas, la tremenda crisis política que esta pugna provocó
fue desgastando un sistema de partidos con representación e implanta­
ción nacional y sustituyéndolo por nuevos partidos con implantación
en una sola de las zonas del país o por los antiguos partidos totalmente
divididos en dos.

C a u s a s d e l a g u e r r a c iv il . « M é x ic o n o s e n v e n e n a r á »:
EXPANSIÓN TERRITORIAL Y ESCLAVITUD

Antes de la guerra con México, el escritor de Nueva Inglaterra


Ralph Waldo Emerson argumentaba su oposición al conflicto, antici­
pando las tremendas consecuencias que una eventual conquista de te­
rritorio mexicano pudiera tener para Estados Unidos, con sus célebres
palabras «México nos envenenará». También John C Calhoun, el co­
nocido político de Carolina del Sur, defensor de los derechos de los
Estados frente a la Unión, señalaba que México era un fruto prohibido
y el castigo por comerlo sería «someter a nuestras instituciones a la
muerte política».3 Ambos acertaron en sus análisis, pues la repentina
adquisición de los inmensos territorios del suroeste reabrió el tema de
la esclavitud en una nueva dimensión; el de su extensión o no a los
nuevos territorios. Al unirse con la expansión territorial, la esclavitud
pasó de ser un problema moral a convertirse en un problema político
fundamental, pues se trataba de dirimir el peso político del norte y el
sur en la Unión.4
La expansión territorial hacia el oeste, iniciada con la compra de
Luisiana por Jefferson en 1803, había planteado ya este problema ante­
riormente. Tras la Constitución de Luisiana como Estado esclavista en
1812, la primera crisis tuvo lugar en 1819, cuando el territorio de M is­
souri quiso incorporarse a la Unión como Estado esclavista, rompiendo
así el equilibrio que existía entre los 22 Estados que entonces confor­
maban la Unión, con 11 Estados libres y 11 esclavistas. El Compromi­
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 153

so de .Missouri (.1820) logró reestablecer el equilibrio al incorporar a


Maine como Estado libre, compensando así la admisión de Missouri y
acordando que al norte del paralelo 36° 30’ se prohibía la esclavitud en
los territorios adquiridos por la compra de Luisiana, y al sur de esta la­
titud se permitía. Fue así como en estos territorios, Arkansas se incor­
poró como Estado esclavista en 1836 y low a como Estado libre en
1846. Pero el equilibrio se rompió fuera de esos territorios provenientes
de la compra de Luisiana, pues Florida entró a formar parte de la Unión
en 1843 como Estado esclavista y Texas se anexionó en 1845.5
Las consecuencias de la anexión de Texas fueron las previstas, pro­
vocando la siguiente crisis grave entre norte y sur.-México rompió re­
laciones de inmediato con Estados Unidos, la guerra comenzó en 1846
y se vivió ya con sentimientos encontrados en el norte y el sur. 2/3 de
los voluntarios eran sudistas, mientras que la población de Nueva In­
glaterra se opuso a la guerra y la clase política del norte se creía ame­
nazada «por una conspiración del poder esclavista». El 8 de agosto de
1846, los congresistas del norte — tanto del Partido Demócrata, como
del Partido Whig— aprobaron la Enmienda Wilmot,6 según la cual la
esclavitud se excluiría de cualquier territorio que se ganara a México
por la guerra.
La Enmienda fue aprobada en la Cámara de Representantes, do­
minada por los whig desde 1846, pero fue bloqueada por el poder su-
dista en el Senado. Los whig, que dominaban la Cámara de Represen­
tantes desde las elecciones de 1846, apoyaron la Enmienda, pero el
poder del sur en el Senado, con 15 Estados esclavistas, frente a 14 li­
bres en 1847, la bloqueó posponiendo la crisis, aunque ya era eviden­
te que la división territorial entre norte y sur iba suplantando a la divi­
sión partidista.7
La Enmienda W ilmot mostraba que los nordistas pensaban que el
Congreso tenía el poder de excluir la esclavitud de los territorios y que
debía ejercer ese poder; pero los sudistas respondieron agresivamente
a la amenaza del norte y por primera vez desafiaron la doctrina de la
autoridad del Congreso para regular o prohibir la esclavitud en los te­
rritorios. John Calhoun hizo pública en 1847 la Plataforma del Sur,
que consideraba que los territorios eran propiedad común de todos los
Estados y sus ciudadanos tenían derecho a emigrar a cualquier territo­
rio y llevar su propiedad consigo. También estimaba que el Congreso
no tenía autoridad constitucional para imponer restricciones sobre la
esclavitud en ios territorios, que la mayoría del norte estaba avasallan­
do a la minoría del sur y si esto continuaba los Estados del sur no ten-
M apa 7: El compromiso de Missouri (1820)
F u e n te : G. B. Tindatl y David E. Shi, America, W. W. Norton & Co, Nueva York, 1993,
LÁ GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 155

drían más opción que separarse; pues todos los Estados, en opinión de
Calhoun, eran Estados soberanos y no sacrificaron su soberanía cuan­
do ratificaron la Constitución de 1787.8
De esta forma, antes de que finalizara la guerra con México, el nor­
te y el sur estaban enfrentados en dos ideologías políticas expansionis-
tas pero excluyen tes. El norte basaba su superioridad en la ideología de
«tierra libre, trabajo libre y hombres libres», según la cual el trabajo li­
bre asalariado era opuesto y superior al trabajo esclavo, pues permitía
la igualdad de oportunidades y la movilidad social. Elemento esencial
para garantizar esta movilidad era la posibilidad de que los nuevos te­
rritorios fueran subastados en lotes lo más pequeños y baratos posibles
y que fueran explotados con trabajo asalariado.9
Frente al trabajo libre, la esclavitud y su extensión seguía siendo la
razón de existencia e identidad de la sociedad sudista. Solamente la ad­
quisición de más tierras para el cultivo del algodón y el incremento del
negocio de venta de esclavos podía mantener un crecimiento económi­
co extensivo y cuantitativo como el del sur, así como su posición políti­
ca en la Unión. Por otro lado, el conservadurismo sudista — ideología
hegemónica en el sur— trataba de conciliar la esclavitud con el impara­
ble progreso económico y la extensión con la democracia que estaban te­
niendo lugar en Estados Unidos desde la década de 1820. Estos sudistas
se presentaban como los genuinos intérpretes de los valores de la cultu­
ra occidental; es decir, respetuosos de la tradición cristiana y herederos
del legado de la Ilustración, sin las perversiones que la burguesía había
perpetrado a los valores de la modernidad, como el trabajo asalariado y
la extensión de la democracia a las clases trabajadoras. Ellos pensaban
que el progreso genuino sólo se conseguiría en una sociedad estratifica­
da y desigual, en la que para que los descendientes de los blancos euro­
peos gozaran de libertad, los negros debían ser privados de ella.10
La naturaleza de ambas ideologías políticas hacía pues las posturas
del norte y el sur irreconciliables y el conflicto inevitable, pero tras la
rendición de Ciudad de México, en septiembre de 1847, había aún mu­
chos sectores en el sur y en el norte, que veían ventajas en la Unión e
intentaron llegar a un compromiso para no destruirla. La solución pre­
ferida por el presidente Polk era extender a los nuevos territorios con­
quistados a México lo acordado en el Compromiso de Missouri para
las tierras procedentes de la compra de Luisiana. Esta propuesta favo­
recía claramente al sur, pues la mayor parte de los nuevos territorios
estaban al sur de la latitud 36° 30% por lo que los congresistas norteños
derrotaron la propuesta en la Cámara de Representantes.
156 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

La noción de soberanía popular tuvo más éxito para llegar a un


acuerdo. Esta idea fue desarrollada por dos senadores demócratas del me­
dio oeste, Lewis Cass, de Michigan y Stephen Doüglass, de Illinois, que
señalaban que la decisión sobre la extensión de la esclavitud a los nuevos
territorios no debía tomarla el Congreso, sino los habitantes de los territo­
rios. La propuesta parecía ofrecer algo a las dos partes. Satisfacía el deseo
del sur de autogobierno y no intervención federal, a la vez que daba la po­
sibilidad de que la esclavitud se extendiera en alguno de los territorios.
En cuanto al norte, podían pensar que los colonos blancos asentados en
los nuevos territorios difícilmente votarían por la esclavitud.
A pesar de que la noción de soberanía popular desafiaba la prácti­
ca previa según la cual el Congreso decidía sobre los territorios, y de
que era un concepto ambiguo y recibía una interpretación distinta en el
norte y el sur,!! fue apoyada por amplios sectores políticos. Solamente
encontró la oposición de algunos sudistas que, siguiendo a Calhoun,
insistían en el derecho de los ciudadanos a llevar sus propiedades — in­
cluidos los esclavos— allí donde quisieran, y de los abolicionistas del
norte, que pensaban que la esclavitud no debía expandirse bajo ningu­
na circunstancia, ni siquiera si la mayoría de los colonos lo deseaba.
En las elecciones de noviembre de 1848, cada partido presentó un
solo candidato, pero hicieron campañas diferentes en el norte y el sur.
Los demócratas encontraron un candidato de compromiso en la perso­
na de Lewis Cass, de Michigan, y oficialmente el partido apoyó la idea
de la soberanía popular, aunque en el sur insistieron en vetar la En­
mienda Wilmot y en el norte señalaban que la soberanía popular re­
vertiría de hecho en tierra libre, sin amenazar a la Unión.
El Partido Whig nominó a Zachary Taylor, el héroe de la guerra
contra México, que aunque era un propietario de esclavos de Luisiana,
era partidario de no extender la esclavitud a los nuevos territorios. Para
evitar la división entre norte y sur, el Partido Whig no presentaba en su
plataforma electoral el tema de la expansión de la esclavitud. Esto sig­
nificaba que se presentaba como partidario de la «tierra libre» y la En­
mienda Wilmot en el norte, y como contrario a ésta y a favor de los de­
rechos de ios Estados en el sur.
La otra novedad de la campaña electoral de 1848 fue que apareció
un nuevo partido, el Partido de la Tierra Libre (Free Soil Party), com­
puesto por demócratas norteños, partidarios de Martin Van Burén,
whigs que se negaban a apoyar a un poseedor de esclavos como Tay-
lor y abolicionistas que habían formado el Partido de la Libertad (Li­
berty Party) en las elecciones de 1844.
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 157

Tras una campaña dominada por el tema de la expansión de la es­


clavitud a los nuevos tenitorios, Taylor ganó las elecciones con votos
del norte y del sur —le apoyaron ocho de los quince Estados esclavis­
tas y siete de los quince Estados libres— , aunque el Free Soil Party
consiguió el 10 por 100 del voto popular. El Congreso, .que se reunió a
partir de diciembre de 1848, estuvo también dominado por el enfre.nla­
miente entre norte y sur y la animosidad aumentó en 1849, cuando Ca­
lifornia ratificó su Constitución para entrar en la Unión como estado li­
bre y miles de mormones en torno a Salt Lake City y los colonos de
Nuevo México querían seguir sus pasos.12
El presidente Taylor, que se oponía a la extensión de ia esclavitud,
había animado a los colonos de California y Nuevo México a diseñar
sus Constituciones y pedir rápidamente su admisión en la Unión, sin
pasar por el proceso previo de establecer gobiernos territoriales. Esta­
ba seguro de que en ambos territorios se votarían constituciones libres,
con lo que contentarían al norte sin que ios sudistas pudieran protestar,
pues los habitantes del territorio lo habrían elegido.
El sur, sintiéndose traicionado por Taylor, al no poder disponer de
unos territorios que se habían conquistado gracias a los voluntarios del
sur,13convocó bajo el liderazgo de Mississippi una reunión de Estados
esclavistas en Nashville, Tennessee, para el mes de junio de 1850. Allí
los Estados esclavistas decidieron adoptar alguna forma de resistencia
frente a «la agresión del norte»; mientras en el Congreso los debates
sobre la extensión de la esclavitud solían ir acompañados de peleas y
puñetazos, y muchos sudistas comenzaron a hablar abiertamente de
secesión.

€ l C o m p r o m i s o be 1850

Aunque el pfésidente Taylor no quería hacer concesiones al sur, al­


gunos políticos del medio oeste y los Estados de frontera, liderados por
el veterano político whig Henry Clay, buscaron la conciliación. En
enero de 1850, Henry Clay presentó una serie de ocho propuestas al
Senado para solucionar la crisis. Las agrupó por pares, de forma que se
equilibraban la una a la otra. El primer par admitía a California como
un Estado libre y organizaba el resto de los territorios adquiridos a Mé­
xico sin ninguna restricción o condición con respecto al tema de la es­
clavitud. El segundo fijaba las fronteras entre Texas y Nuevo México
a favor del último, pero compensaba a Texas con la asunción federal
158 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

de la deuda que había contraído durante su existencia como república


independiente. El tercero abolía e í tráfico de esclavos en el distrito de
Columbia, pero garantizaba la esclavitud en el mismo distrito. El últi­
mo par de propuestas negaba el poder del Congreso para regular el trá­
fico interestatal de esclavos, pero pedía una ley federal más fuerte,
para perseguir a los esclavos fugados a los Estados libres.
Tras siete meses de intensos debates y negociaciones en el Congre­
so,14 la muerte repentina del presidente Taylor y su sustitución por un
político más cauteloso como Millard Fillmore permitieron llegar a un
acuerdo en septiembre de 1850. El Compromiso de 1850 se parecía
mucho a las propuestas iniciales de Henry Clay. California entraba en
la Unión como Estado libre, acabando para siempre con el viejo equi­
librio entre Estados libres y esclavos. Por la Ley de Texas y Nuevo Mé­
xico, este último se constituía en territorio incluyendo la zona disputa­
da a Texas, que a cambio recibía diez millones de dólares para saldar
su deuda. También Utah se organizaba como territorio y, com o Nuevo
México, su Legislatura tenía la potestad de decidir::sobre cualquier
tema, incluida la esclavitud. Esta ambigüedad permitía que los congre­
sistas nordistas pensaran que las Legislaturas territoriales excluirían la
esclavitud de sus territorios según el principio de soberanía popular,
mientras que los sudistas pensaban que no lo harían. Como gesto ante
los abolicionistas, el tráfico de esclavos, aunque no la propia esclavi­
tud, fue abolido del distrito de Columbia; mientras que una nueva Ley
de Esclavos Fugitivos endurecía la persecución de los fugados y colo­
caba su captura bajo jurisdicción federal para contentar al sur.15
El equilibrio conseguido era inestable. El norte ganó más que el
sur, ya que con la admisión de California como Estado libre, pasaba a
controlar también el Senado y era dudoso que Utah y Nuevo México
no entraran en la Unión como Estados libres en el futuro. Por otro lado,
el compromiso no era realmente tal en el sentido de que ambas partes
habían cedido algo para llegar a un acuerdo, sino una serie de medidas
separadas, cada una de las cuales fue aprobada por su mayoría territo­
rial contra la mayoría territorial de los otros.*6 Sin embargo, a pesar de
las limitaciones, el acuerdo logrado en 1850 demostraba que la mayo­
ría de los norteamericanos veía ventajas en mantener la Unión.17 A
partir de entonces comenzaron dos años de relativa tranquilidad, con la
excepción de las tensiones que provocó la aplicación de la nueva Ley
de Esclavos Fugitivos.
La Ley de Esclavos Fugitivos de 1850 fue la única concesión clara
que el Compromiso de 1850 hizo al sur y el único tema en que los Es­
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 18604 877 15 9

tados del sur querían reforzar la autoridad federal; otorgando de hecho


al gobierno nacional más poder que ninguna otra ley de la época, para
reprimir la forma más común de resistencia de los esclavos nortéame-

ricanos.
La Legislación sobre este tema no era nueva. En 1793 una ley fe­
deral autorizaba a los propietarios de esclavos a cruzar las fronteras de
los Estados para capturar a sus esclavos fugados, y así poder probar que
eran de su propiedad ante cualquier magistrado local. Esta ley no daba
ninguna protección de ¡tabeas corpas al esclavo* ni derecho a juicio
con jurado, ni a testificar en su favor. En respuesta a los abusos que am­
paraba la Ley de 1793, algunos Estados del norte promulgaron leyes de
libertad personal -—que daban a los fugitivos el derecho a testificar,
babeas corpus y juicio con jurado, e imponían sanciones criminales
por rapto— > y constituyeron Comités de vigilancia, que cooperaban
con el famoso underground railroad, ayudando a los esclavos a esca­
par a los Estados del norte y a Canadá. Este «ferrocarril subterráneo»
fue exagerado por los sudistas, que lo presentaban como una organiza­
ción «yankee» que robaba miles de esclavos, y por el norte, que lo con­
virtió en mito de su superioridad moral frente al sur. En realidad, no pa­
saba de unos cientos los esclavos que cada año escapaban al norte de
Estados Unidos y Canadá, y muy pocos provenían del sur profundo, la
región que más exigía un reforzamiento de la ley. Sin embargo, como
pasara con la California libre, la ayuda del norte alo s esclavos que es­
capaban era interpretada como una agresión al sur.
La nueva Ley de Esclavos Fugitivos, incluida en el Compromiso de
1850, trataba de acabar con cualquier ayuda del norte a los esclavos fu­
gados. No daba a los negros capturados ningún derecho a probar su li­
bertad y, en cambio, el propietario podía demostrar su propiedad con
una simple declaración jurada ante un tribunal de su Estado o el simple
testimonio de un testigo blanco. Por otro lado, los policías federales de­
bían ayudar a los propietarios de esclavos a capturar su propiedad, bajo
amenaza de 1.000 dólares de multa sí rehusaban hacerlo, y también po­
día multarse a cualquiera que obstruía la captura. En los primeros quince
meses tras la aprobación de la ley, 84 fugitivos fueron devueltos a la es­
clavitud y durante toda la década de 1850 fueron capturados 332. Estas
capturas atemorizaron alas comunidades negras del norte, que huyeron
a Canadá, doblando la población negra de Ontario en la década de 1850.
También provocaron la resistencia de antiesclavistas negros y blancos.
Entre las resistencias destacó la de la comunidad cuáquera de Cris­
tiana, Pensil vania, que se negó a entregar a los esclavos fugitivos obli­
160 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

gando a intervenir al presidente, a las tropas federales y a los marines


en la llamada «batalla de Cristiana». Sin embargo, estas resistencias
fueron actos minoritarios en un norte muy racista,19 mayoritariamente
partidario de cumplir el Compromiso de 1S50 y evitar una guerra por
la esclavitud.
Aunque el impacto moral que tuvo en el norte la aplicación de la
Ley de Esclavos Fugitivos se puede medir por el éxito de la novela de
Harriet Beecher Stowe, La cabaña del tío Tom.20 La autora, formada
en el seno de una familia reformista-abolicionista de Nueva Inglaterra,
narraba con un lenguaje sencillo, sentimental y moral la historia de una
familia de esclavos (k Kentucky, que huyó a Canadá a través del un-
derground railroad, así como la de Tom, un esclavo modelo, vendido
por su amo de Kentucky a un propietario d el sur profundo, donde Tom
encontró la tortura y la muerte. La cabaña d el tío Tom se convirtió en
un fenómeno literario cuando se publicó el libro en 1852, tras ser se­
ñalizado anteriormente en el periódico National Era. Sin publicidad ni
reseñas, vendió 3.000 ejemplares el primer día, 20.000 las tres prime­
ras semanas, 300.000 al cabo del año en Estados Unidos y tres millo­
nes en todo el mundo, traduciéndose en los años siguientes a más de 30
idiomas y divulgándose en obras de teatro.21 Su repercusión política
inmediata fue paralela a su éxito, pues el libro contribuyó a ganar a
muchos nordistas para la causa antiesclavista, hasta el punto de que
cuando Lincoln recibió a la autora en la Casa Blanca en el otoño de
1862 exclamó: «¡De modo que usted es la mujercita que escribió el li­
bro que ha provocado esta tremenda guerra!».
El mismo año en que se publicó la novela, 1852, hubo elecciones
presidenciales. La división del Partido Whig favoreció una victoria
abrumadora del candidato demócrata, Francis Pierce, así como el con­
trol de ambas cámaras por elPartido Demócrata. Éste se presentó uni­
do en tomó a un candidato que era nordista, pero había participado en
la guerra contra México y simpatizaba con los puntos de vista del sur.
Apoyaron como plataforma el Compromiso de 1850 y la idea de apli­
car la soberanía popular para decidir sobre la esclavitud en los nuevos
territorios. El Partido Whig no pudo superar sus divisiones entre norte
y sur, ni la muerte de sus dos principales líderes Daniel Webster y
Henry Clay. Consiguieron ponerse de acuerdo en tomo a un candida­
to, el general Winfield Scott, héroe de la guerra contra México, pero
no en una plataforma electoral más allá del débil apoyo al Compromi­
so de 1850. Mientras que F. Pierce ganó con el 51 por 100 de los votos
y el apoyo de 27 Estados, W. Scott, con el 44 por 100 de los votos, sólo
M apa 8: La Ley de Kansas-Nebraska (1854).
16 2 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

consiguió el apoyo de cuatro Estados, y el descalabro de los whig fue


particularmente grave en el sur, donde gran parte de su voto se pasó a
los demócratas y sólo consiguieron el apoyo de Kentueky y Tennessee.
A partir de esta derrota electoral, el Partido Whig ya no pudo desafiar
en adelante a los demócratas, nicom petir con éxito en otras elecciones,
iniciando la crisis del «segundo sistema de partidos», decisiva en la
quiebra que llevaría a la guerra civil.22
La abrumadora victoria de los demócratas y la ausencia de oposi­
ción reiniciaron los esfuerzos por expandir la esclavitud y reforzar el
poder sudista en la Unión. La Administración Pierce alentó los esfuer­
zos mercenarios y diplomáticos por adquirir Cuba y más territorio de
México, como primera fase de un imperio esclavista centroamericano.
Aunque estos intentos expansionistas fracasaron, Pierce contentó a los
sudistas de su partido endureciendo la aplicación de la Ley de Escla­
vos Fugitivos y abriendo parte de Nebraska, territorio que quedaba sin
organizar de la compra de Luisiana, a la esclavitud.
El endurecimiento de la Ley de Esclavos Fugitivos radicalizó al
norte, donde un abolicionista pacifista como Williams Lloyd Garrison
llegó a quemar una copia de la Constitución, y algunos Estados como
Nueva Inglaterra, Qhio, Michigan y Wisconsin aprobaron leyes más
radicales de libertad personal, que chocaban con la ley federal. Pero
fue la Ley de Kansas-Nebraska de 1854, la que polarizó de tal forma la
vida política del norte y del sur que constituyó el acontecimiento sin­
gular más importante para desencadenar la guerra civil.

L a L ey d e K a n sa s-N eb ra sk a y l a c r i s i s d e l s e g u n d o s is t e m a
DE PARTIDOS

Nebraska era e l’último territorio no organizado que quedaba de la


compra de Luisiana. En la década de 1850, políticos y empresarios del
medio oeste, deseosos de construir un ferrocarril transcontinental de
Chicago a San Francisco, y colonos y especuladores de tierras, atraí­
dos por los fértiles valles dé los ríos Kansas y Platte, se interesaron por
la rápida organización de este territorio inmenso, poco poblado por co­
lonos blancos y mayoritariamente árido.
Los sudistas no parecían tener prisa en que el territorio se organi­
zara, pues se hallaba al norte de la latitud 36° 30’, donde la esclavitud
estaba excluida según el Compromiso de Missouri de 1820; además
preferían una ruta del sur para el ferrocarril transcontinental a través de
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 16 3

Nuevo México. Pero dos políticos demócratas de Illinois, William A.


Richárdson y Stephen A. Douglas —presidentes de la Cámara de Re­
presentantes y del Comité del Senado para los territorios, respectiva­
mente— , no sólo eran destacados representantes de la ideología del
«destino manifiesto», también tenían intereses económicos particula­
res en esta expansión23 y comenzaron en 1853 a elaborar una Propues­
ta de Ley para organizar Nebraska.
Para atraer al sur, la Ley de Kansas-Nebraska (1854) anulaba lo
dispuesto en el Compromiso de Missouri sobré la no extensión de la
esclavitud al norte de la latitud 36° 30’, y lo sustituía por él principio
de soberanía popular, dejando decidir a los habitantes del territorio si
se incorporaba como Estadolibre o esclavista a lá Unión. Él territorio se
dividía en dos: Kansas, al oeste de Missouri, y Nebraska, al oeste
de lowa y Minnesota. Había pocas posibilidades de que la esclavitud se
instalara en Nebraska — rodeada de Estados libres— , pero algunas
de que lo hiciera en Kansas. Douglas pensó que había ganado el apo­
yo del sur sin conceder demasiado a carúbio, pero se equivocó. La ley
provocó un rechazo total en el norte y polarizó de tal forma la política
entre norte y sur, que acabó definitivamente con el segundo sistema de
partidos.
El descontento en el norte se expresó en coaliciones electorales
contra la Ley de Kansas-Nebraska en las elecciones al Congreso de
1854, muchas de las cuales tomaron el nombre de republicanas, en re­
ferencia a la lucha y los principios de 1776 contra la aristocracia. En­
tre la disputada e intensa campana electoral del norte, destacó lá del
Estado de Illinois, donde se enfrentaron Stephen Doüglass y Abraham
Lincoln, aún miembro del Partido Whig. Lincoln, que había nacido en
una cabaña de troncos de Keñtucky, tras pasar por varios empleos y la
Milicia de Illinois, consiguió convertirse en abogado y casarse con la
hija de un propietario de esclavos de Kentucky; llevaba en la política
whig veinte años, primero en la Legislatura de Illinois y después en la
Cámara de Representantes, donde destacó por su oposición a la guerra
contra México.
En los discursos de esa campaña electoral Lincoln anunció los te­
mas que se convertirían en el programa d e l Partido Republicano y le
harían ganar la presidencia seis anos después. Según su interpretación,
«ios padres fundadores», aunque toleraron temporalmente la esclavi­
tud, en principio se oponían a ella, por eso legislaron contra su expan­
sión en la Ordenanza del Noroeste (1787), abolieron el tráfico de es­
clavos en 1807 e iniciaron un proceso de emancipación gradual en los
164 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Estados del norte. La Constitución protegía la esclavitud donde existía,


pero no su extensión, por lo que el precepto de soberanía popular era
falso en principio y pernicioso en la práctica, pues la cuestión de la es­
clavitud no afectaba sólo a las personas que vivían en un territorio,
sino a toda la nación, y esclavizar a los hombres no se podía conside­
rar un derecho de autogobierno. Finalmente, Lincoln consideraba que
el gobierno nacional tenía el derecho y el deber de cortar el «cáncer»
de la esclavitud, evitando su extensión a los territorios.24
Muchos votantes del norte estuvieron de acuerdo con estas ideas y
se opusieron mayoritariamente a la Ley de Kansas-Nebraska y al Parti­
do Demócrata, que perdió 1/4 de sus votantes y el control de todos los
Estados libres menos dos, pasando de 93 a 23 congresistas en el norte.
De esta forma, la oposición demócrata, mayoritaria en la Cámara de
Representantes, estaba repartida entre las dos formaciones políticas que
habían sustituido al Partido Whig en el norte: los republicanos domina­
ban el medio oeste y los nativistas controlaban los Estados del este, en
donde lo más preocupante no era la extensión de la esclavitud, sino el
aumento de la inmigración. Este aspecto los separaba radicalmente,
pues para los republicanos era esencial mantener un abundante flujo
migratorio —que garantizara la abundancia de trabajo asalariado y la
colonización del oeste— , para evitar la expansión de la esclavitud.23
Los «Know Nothing», organizados en principio como una Sociedad
Secreta a imitación de la masonería, debían responder «yo no sé nada»
cuando se les preguntaba, de ahí su nombre. En la campaña electoral
de 1854 salieron a la luz como partido político, consiguiendo controlar
los Estados del noreste y sumando un millón de afiliados. Su éxito se
debía a que eran una alternativa conservadora al antiesclavismo de los
republicanos y a que, ante los temores de la inmigración masiva de ir­
landeses y alemanes católicos, respondían con el control de la inmi­
gración, la exigencia de un período de residencia de veintiún años para
ser naturalizado y la prohibición de que los extranjeros ejercieran car­
gos públicos.26 Con este programa y el nombre de Partido Americano
desde 1855, los nativistas se extendieron al sur, convirtiéndose en un
partido nacional con más posibilidades de sustituir al Partido Whig sin
romper la Unión que los republicanos. Pero la situación de conflicto
abierto en Kansas a partir de 1856 convirtió otra vez la extensión de la
esclavitud en tema político central y al Partido Republicano en here­
dero del hueco dejado por el Partido Whig.
Mientras tanto, como se había previsto, Nebraska se pobló tras la
Ley de 1854 con colonos libres del norte, que asegurarían su evolución
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 165

como Estado libre; en Kansas, los colonos libres y los proesclavistas


procedentes de Missouri compitieron sobre el terreno durante los pró­
ximos años, llegando al conflicto armado. L a Sociedad de Ayuda al
Emigrante, de Nueva Inglaterra, se formó en 1854 para promover el li­
bre asentamiento en Kansas. En Missouri, la Asociación de Defensa
del Municipio (Píate County Deffensive Association) intentó asegurar
que Kansas sería un Estado esclavista. En marzo de 1855, cientos de
proesclavistas de Missouri entraron en Kansas para elegir la primera
Legislatura territorial, que tenía que decidir sobre la esclavitud. El re­
sultado fue que la Legislatura que se reunió en Lecompton en junio de
1855 era totalmente proesclavista y aprobó una Legislación en la que
se consideraba una ofensa capital ayudar a un esclavo fugitivo, podía
ser encarcelado cualquiera que sostuviera que la esclavitud no era le­
gal y la representación de cargos públicos se restringía a los proescla­
vistas. En contestación los colonos libres formaron su propio gobierno
y Legislatura en Topeka, y elaboraron una Constitución antiesclavista,
pero también racista, que prohibía el asentamiento de negros, libres o
esclavos, en el territorio.
Ninguno de los proyectos de Constitución fue aprobado por el
Congreso, pues los republicanos controlaban la Cámara de Represen­
tantes y los demócratas el Senado, mientras la tensión pasaba de la
política a los incidentes y conflictos armados. En el mes de mayo
de 1856, un grupo de esclavistas atacaron Lawrence, centro de las
fuerzas pro Estado libre. En represalia por esa acción, John Brown, un
ferviente abolicionista, padre de veinte hijos, que pensaba que Dios lo
había elegido para acabar con los proesclavistas, provocó 1a sangrien­
ta masacre de Pottowotomie Creek, cuando él y sus hijos mataron a
sangre fría a cinco jóvenes colonos de Missouri. Los periódicos del
norte lo convirtieron en un héroe y comenzaron a hablar de «guerra ci­
vil en Kansas».
Esta tensa situación fue el escenario en que se realizaron las elec­
ciones presidenciales de 1856. Los republicanos se unieron bajo el es­
logan de free soil, free labor, free men, en una plataforma electoral que
era sobre todo una declaración de sus principios antiesclavistas, más
que un programa de acción sobre temas concretos. Eligieron como
candidato a un outsider, John C. Frémont, nacido y criado en el sur,
explorador del oeste, héroe popular, considerado por muchos como «el
conquistador de California», pero con muy poca experiencia política.
En cuanto a los demócratas, eligieron como candidato a James Bucha-
nan, un nordista aceptable para el sur, que no estaba comprometido en
F u e n te : G. B. Tindall, D. E. Shi, America, W. W. Norton & Company, Nueva York 1993,
LA GUÉKRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-187? 167

el conflicto de Kansas por haber sido embajador en Rusia y el Reino


Unido en los últimos años. Como programa electoral apoyaban el
Compromiso de 1850, la aplicación del principio de soberanía popular
a los territorios y el mantenimiento de la Unión.
Los republicanos — que apenas acababan de organizarse para estas
elecciones— se asentaron en el norte como principal partido, desplazan­
do a los «Rnów Nothing», y Buchanan ganó las elecciones con el voto
de los Estados del sur, — excepto Maryland; más los de New Jersey, In­
diana, Illinois y California. Si Buchanan lograba resolver la situación en
Kansas, nada desafiaría la hegemonía demócrata — único partido «na­
cional» del país— , Pero los acontecimientos se precipitaron a partir de
1857, provocando la división total de los demócratas del norte y el sur,
En 1857 estaba claro que la mayoría de los colonos asentados en
Kansas era partidaria de un territorio y Estado libre. Buchanan y mu­
chos demócratas estaban dispuestos a respetar el principio de sobera­
nía popular para que Kansas evolucionara como California, Oregón y
M innesota hacia un Estado libre, pero que votara demócrata. Sin em­
bargo, el gobierno esclavista de Lecompton convocó elecciones para
una Convención que debía redactar la Constitución del Estado. Tras
dos elecciones fraudulentas, los esclavistas dominaron la Convención
y elaboraron una Constitución en la que se consideraba inviolable la
propiedad de esclavos.
Buchanan, temiendo perder el apoyo de los sudistas de su partido,
no se opuso a esta Constitución y su actitud generó la hostilidad y se­
cesión de los demócratas del norte, liderados por Stephen Douglas.
Cuando el propio Buchanan admitió su error, se convocaron nuevas
elecciones en Kansas en 1858, que resultaron en una victoria abruma­
dora de los partidarios de un Estado sin esclavitud, lo cual permitió
que Kansas entrara en la Unión como Estado libre en enero de 1861.
Pero en 1858 los demócratas ya estaban irremediablemente divididos.
La quiebra del Partido Demócrata, la crisis del Partido Americano
y el «pánico económico de 1857» permitieron que los republicanos ga­
naran las elecciones al Congreso de 1858. La campaña electoral supu­
so el nacimiento de Lincoln como líder nacional del Partido Republi­
cano y la exposición pública de sus ideas sobre la esclavitud y la
Unión, expresadas en su famoso discurso de la «casa dividida». Esta­
dos Unidos, señalaba Lincoln, no podía seguir siendo mitad libre y mi­
tad esclavo, como una casa dividida, por lo que se debía restringir la
expansión de la esclavitud y el poder esclavista como primer paso para
su extinción.27
168 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Aunque Lincoln perdió en Illinois frente a Douglas, estas eleccio­


nes fueron una derrota absoluta para los demócratas del norte y de­
mostraron que un partido exclusivamente asentado en el norte podía
ganar las elecciones presidenciales de 1860. Los sudistas estaban alar­
mados ante esta perspectiva, y sus temores aumentaron tras una nueva
incursión de Jolin Brown en el sur, asaltando el arsenal federal de Har­
per Ferry en Virginia. Tras ser capturado, juzgado por traición y con­
denado a muerte, anunció en sus palabras finales que «los crímenes de
esta tierra culpable sólo podrán ser purgados con sangre»,28
Cuando el Congreso se reunió en su primera sesión tras las eleccio­
nes de 1858, ambas Cámaras estaban divididas territorialmente, mu­
chos congresistas iban armados y los insultos eran comentes entre los
congresistas del norte y los del sur, haciendo imposible el desarrollo
normal del Legislativo y evidenciando la gravedad de la crisis política.

L a s ELECCIONES DE 1860 Y LA SECESIÓN

Las perspectivas para el sur ante las elecciones presidenciales de


1860 no eran buenas. E l Partido Demócrata, responsable de la solidez
dél. poder del sur en el conjunto de la Unión desde hacía dos genera­
ciones, se presentaba dividido a las elecciones. Los demócratas del
norte eligieron a Stephen Douglas, que defendía el principio de sobe­
ranía popular y se oponía al gobierno proesclavista de Lecompton. Los
demócratas del sur presentaron a John Breckinridge, de Keñtucky, con
una plataforma que pedía la intervención del gobierno federal para
proteger los derechos de las personas y sus propiedades en los terri­
torios.
Incluso sin la división de los demócratas, los republicanos eran los
favoritos para ganar estas elecciones. La Convención republicana reu­
nida en Chicago, tras tres votaciones, acabó designando como can­
didato presidencial a Abraham Lincoln. Su moderación y firmeza le
hacían el candidato más idóneo para atraer a los diversos votantes po­
tenciales del Partido Republicano, Su oposición a la esclavitud era só­
lida, pero era moderado. Se había opuesto a los nativistas, pero no de
forma sobresaliente. Se oponía a la prohibición del alcohol, pero era
abstemio. Su relativa inexperiencia en la Administración reforzaba su
reputación de integridad y honestidad frente a la corrupción de los de­
mócratas, y representaba la encamación del sueño americano, el hom­
bre común hecho a sí mismo, que había ascendido desde la cabaña de
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 169

troncos a la presidencia, lo que reforzaba el tono populista del nuevo


partido. Esta tendencia populista e integradora se confirmaba en el
programa electoral, pues además de la elevación de los aranceles pro­
tectores para la industria y la promesa de un ferrocarril transcontinen­
tal hacia el norte del Pacífico, se contemplaba la concesión de 100
acres de tierra libre a los colonos que se dirigieran al oeste, así como la
oposición a la extensión de la esclavitud. También se presentó a la pre­
sidencia el Partido Constitucional Unionista, formado por ex whigs su­
distas y simpatizantes del Partido Americano, que trataban de debilitar
a Lincoln en el norte y evitar la posible secesión .
En noviembre de 1860 votó el 81 por 100 del electorado. John Bell,
el candidato unionista, consiguió el 39 por 100 de los votos en el sur y
el 5 por 100 en los Estados libres. John Brenkinridge, el candidato de
los demócratas del sur, obtuvo el 45 por 100 de los votos en el sur y
sólo el 5 por 100 en los Estados libres, mientras que Stephen Douglas
obtuvo el 12 por 100 del voto.popular en el sur y el 30 por 100 del voto
popular en el norte, gracias a los demócratas del medio oeste y a los in­
migrantes católicos irlandeses y alemanes. Lincoln obtuvo sólo el 40
por 100 de los votos totales, pero éstos estaban estratégicamente colo­
cados en el norte, donde obtuvo el 54 por 100 del voto popular y con­
siguió todos los Estados libres y, por tanto, una cómoda mayoría en el
colegio electoral — 180 frente a 123— , convirtiéndose así en el nuevo
presidente.29
Los votantes de Lincoln y del Partido Republicano, votaron contra
la amenaza del poder esclavista y el Partido Demócrata que lo susten­
taba; pero también votaron contra los católicos y contra la corrupción
política frente a ía honestidad que el nuevo partido y su candidato re­
presentaban. Para el sur, la victoria de Lincoln y el Partido Republica­
no con los votos exclusivos del norte significaban que por primera vez
el sur habían perdido el poder en la Unión. Entre 1789 y 1860 2/3 de
los presidentes habían sido plantadores esclavistas del sur; 2/3 de los
presidentes de las Cámaras del Congreso habían sido sudistas, y 25 de
los 35, jueces del Tribunal Supremo. Esta sensación de pérdida de po­
der no correspondía a la realidad objetiva, pues incluso dividido el Par­
tido Demócrata dominaba las dos Cámaras y los sudistas eran mayoría
en el Tribunal Supremo. Pero el sur interpretaba la victoria de Lincoln
como la culminación de una agresión continua del norte en los últimos
veinticinco anos.
Estos agravios acumulados no hacían inevitable la secesión, ya
que aún había muchas simpatías unionistas en el sur —-ios candidatos
170 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

anti-Brenkinridge sumaban el 49 por 100 del voto incluso en el bajo


sur— , y no había un sentimiento de nación sudista, sino de lealtad a
los Estados, ni unanimidad sobre la estrategia a seguir; pero la tem­
prana acción de Carolina del Sur precipitó los acontecimientos en el
bajo sur.
Antes de las elecciones de noviembre de 1860, Carolina del Sur ha­
bía amenazado con la secesión si era elegido presidente un «republica­
no negro» como Lincoln, que consideraba inmoral e injusta la esclavi­
tud y estaba dispuesto a restringir su expansión como primera medida
para su total extinción en algún momento del síglo xix. En dos ocasio­
nes anteriores Carolina del Sur había amenazado ya con la secesión: en
1832. cuando ningún otro Estado le siguió en contra de la «anulación
del arancel protector», y en 1851, en oposición al Compromiso de
1850. En ninguno de estos dos casos se concretaron las amenazas de
secesión, aunque la presión ejercida por; nueve Estados del sur en 1851
tuvo sus efectos. Ño evitó la admisión de una California libre, pero
permitió la esclavitud en el resto de las regiones conquistadas a Méxi­
co; consiguió la ruptura del Compromiso de Missouri con la Ley Kan­
sas-Nebraska de 1854 y forzó al presidente James Buchanan en 1858 a
apoyar la admisión de Kansás cómo Estado esclavista.35
Esta vez la secesión se realizó. El 10 de noviembre de 1860, la L e­
gislatura de Carolina del Sur convocó elecciones a una convención es­
tatal, que se reuniría el 17 de diciembre de 1860 para decidir sobre la
secesión inmediata. Alabama, Mississippi, Georgia, Luisiana, Florida
y Texas convocaron también elecciones para constituir Convenciones
que debían decidir sobre la secesión.
La Convención de Carolina d el Sur decidió de forma unánime la
secesión el 20 de diciembre de 1860 y aprobó una Declaración de
causas de la secesión en que defendía su acción como una defensa de
sus derechos como Estado, reconocidos en la Constitución, frente a la
agresión constante del norte en la última generación. Con más varia­
ciones y menos unanimidad, las seis restantes Legislaturas del bajo
sur aprobaron también la secesión inmediata y acudieron a Montgo-
mery, Alabama, el 4 de febrero de 1861, donde constituyeron un go­
bierno confederal, redactaron una Constitución provisional, que pro­
tegía explícitamente la esclavitud y salvaguardaba los derechos de los
Estados, y nombraron presidente a Jefferson Davis, plantador, educa­
do en West Point, destacado militar en la guerra contra México y co­
nocido por su dignidad, integridad y compromiso con la defensa de
los derechos del sur.
LÁ GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 171

En el alto sur, las elecciones celebradas en febrero de 1861 para


elegir los delegados a las Convenciones de Arkansas, Virginia, Mis­
souri, Tennessee y Carolina del Norte mostraron que la mayoría de la
población no era partidaria de la secesión inmediata. Más oposición si
cabe hubo en los Estados de frontera, pues en Keñtucky ni siquiera se
convocaron elecciones para una Convención, en Maryland el goberna­
dor no quiso hacer una sesión especial sobre el tema en la Legislatura
del Estado y en Delawaré la Legislatura votó contra la secesión inme­
diata. Varios motivos explicaban las reticencias del alto sur: la escla­
vitud era menos importante,32 las relaciones dé estos Estados; con el
norte eran estrechas y si había guerra probablemente tendría lugar en
su territorio. Sin embargo, el que estos Estados optaran por no unirse
de momento a la secesión no significaba que apoyaran la Unión. Las
Legislaturas de Virginia y Tennessee se opondrían a cualquier intento
de obligar a los Estados separados a volver a la Unión.
En esos meses, antes de que Abraham Lincoln tomara posesión de
su cargo en marzo de 1861, hubo dos intentos infructuosos de llegar a
un compromiso. La propuesta del Senado, llamada Crittenden, sugería
extender los términos del Compromiso de Missouri hasta el Pacífico,
dando así esperanzas de expansión al sur en todos los territorios por
debajo de la latitud 36° 30’. La Convención para la Paz, con propues­
tas similares, se reunió en Washington en febrero d e 1861 a petición de
Virginia. En realidad, llegar a un acuerdó era ya muy difícil. Los siete
Estados confederados demostraron que ni siquiera estaban interesados
en discutir y el Partido Republicano — en una posición de fuerza y su­
bestimando la secesión— no iba a aceptar ningún compromiso sobre la
expansión de la esclavitud, ni ningún chantaje sobre la integridad de la
Unión. En el sustrato de este desacuerdo estaba la distinta concepción
que norte y sur tenían sobre el derecho de los Estados a la secesión.
Los siete Estados confederados creían que la Constitución les otorga­
ba derecho legal a separarse,inientras que muchos noídistas y el Par­
tido Republicano consideraban que la Unión era perpetua, pues los Es­
tados habían cedido sus derechos en 1789 y la secesión hacía peligrar
el «experimento republicano».
A pesar de esta sensación de peligro, ni Lincoln ni el Partido Re­
publicano tomaron en serio la secesión, que creían una idea de un pe­
queño grupo de plantadores sin apoyo popular, ni pensaron en mandar
tropas contra el sur. Preocupado por la difícil composición de su Gabi­
nete, Lincoln dilató su toma de postura frente a la secesión hasta su
discurso de inauguración el 4 de marzo de 1861. En el discurso expre­
172 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

só una postura firme, pero conciliatoria, que según sus palabras dejaba
en manos de «sus conciudadanos insatisfechos,., el trascendental asun­
to de la guerra civil». Así, prometió no interferir en la esclavitud don­
de ya existía, ni realizar una acción inmediata para reclamar la propie­
dad federal en el sur. pero reafirmaba la indisolubilidad de la Unión y
su voluntad de mantener las propiedades federales en el sur,
Al día siguiente de su discurso, recibió la noticia de que Fort Sum­
ter, situado en medio de la bahía de Charleston, en Carolina del Sur
— único enclave militar federal importante que no había pasado a la
Confederación— , estaba asediado por tropas confederales y sólo tenía
provisiones para seis semanas. Para ambos bandos, Fort Sumter se ha­
bía convertido en un símbolo de la soberanía nacional. La Confedera­
ción pensaba que no podía tolerar un enclave «extranjero» en medio
del puerto de Charleston y Lincoln, decidido a mantener esta propie­
dad federal, aprobó el envío de ayuda a los asediados. Antes de que la
ayuda llegara, el gobierno confederal decidió atacar Fort Sumter y exi­
gir su rendición. El 12 de abril los confederales abrieron fuego de ma­
drugada, el 13 el mayor Robert Anderson se rindió, el 15 de abril de
1861 el presidente Lincoln hizo la primera llamada a filas de volunta­
rios. La guerra civil había comenzado.
Los ocho Estados del alto sur •—que meses antes no habían opta­
do por la secesión— no pudieron dem orar su toma de posición ante la
guerra. Su decisión podía cambiar ía suerte de la Confederación y del
mismo conflicto, pues estos Estados tenían más de 1/2 dé la población
del sur, 2/3 de su población blanca, 3/4 de su capacidad industrial,
1/2 de sus caballos y muías, 3/5 partes de su ganado y cosechas, y al­
gunos de los más importantes líderes potenciales.
En medio del entusiasmo popular, los pasos iniciales parecían fa­
vorecer a la Confederación, Virginia fue el primer Estado que en abril
de 1861 no sólo optó por el sur, sino que ofreció a Richmond como ca­
pital de la Confederación. La decisión de Virginia, el Estado más anti­
guo de la Unión y el más poblado del sur, fue crucial para la Confede­
ración. En Virginia estaba la única planta capaz de manufacturar
artillería pesada, tenía tanta capacidad industrial como los siete esta­
dos del sur profundo y aportó a Robert E. Lee, considerado el mejor
oficial del Ejército por el general en jefe Winfield Scott. Aunque Lee
era contrario a la esclavitud, no podía, en sus propias palabras, «levan­
tar mi mano contra mi lugar de nacimiento, mi casa y mis hijos», De
esta forma, la lealtad a su Estado le hizo rehusar la dirección de las tro­
pas de la Unión y cinco días después aceptar el puesto de comandante
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 173

E stado s escla vistas

Blancos Esclavos Negros Ubres Total

Delaware 90.589 (80,7 %) 1.798(01,6 %) í 9.829 (17,7 %) 112.216


Kentucky 919,484'(79,6%) 225.483 (19,5 %) 10.684 (00,9 %) L155.655
Maryland ■515.918(75,1%) 87.189.(12,7 %) 83.942(12,2 %) 687.049
Missouri 1.063.489 (90,0%) 114.931 (09,7 %) 3.572 (00,3 %) 1.181.992

'Total 2.589.480 (82,5 %) 429.401 (13,7 %) 1¡8.027 (3,8 %) 3.136.908

P róxim os estad o s c o n fed e r a d o s

Alabama 526.27 S (54,6%) 435.080(45,1 %) ■2.690 (00,3 %) 964.041


Arkansas 324.143(74,4%) 111.115(25,5 %) 114 (00,1 %) 435.402
Florida 77.747 (55,4 %) 61.745(44,0%) 932 (00,7 %) 140.424
Georgia 591.550 (56,0 %) 462.198 (43,7 %) 3.500 (00,3 %) L057.248
Louisnma 357.456 (50,5 %) 331.726 (46,9 %) 18.647 (02,6 %) 707.829
Mississippi 353.899(44,7%) 436.63 ! (55,2 %) 773 (00,1 % ):: 791.303
Carolina del N. 629,942(63,5%) 331.059 (33,4%) 30.463 (03,1 %) 991.464
Caíolína dei S. 291,300 (41,4%) 402.406 (57,2 %) 9.914(01,4%) 703.620
Tennesse 826.722(74,5%) 275.719(24,9 %) 7.300(00,7%) 1.109.741
Texas 420.891 (69,7 %) 182.566 (30,2 %) 355(00,1 %) 603.812
Virginia í .047.299 (65,5 %} 490.856 (30,8 %) 58.042 (03,6 %) 1.596.206

Total 5.447.220 (59,9 %) 3,521.110(38,7 %) 132.760(01,5 %) 9.101.090

Distribución de la población en 1860


F u e n t e : A lan Farner, The Origine o f the American Civil War 1846-¡861,
M odder & Stougwan, L ondres, 1999
174 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

en jefe de las tropas de Virginia, previendo que el país iba a pasar «por
una terrible experiencia, quizás una necesaria expiación de nuestros
pecados nacionales » . 33
El ejemplo de Virginia tuvo un gran impacto en otros Estados del
alto sur, que como Arkansas, Carolina del Norte y Tennessee votaron
por la secesión entre mayo y junio de 1861 con gran entusiasmo popu­
lar. Los motivos aducidos para la secesión eran «los derechos, la liber­
tad y la soberanía de los Estados, el honor, la resistencia a la coacción
y la identidad con los hermanos del sur», aunque el motivo real de la
secesión, tanto en el alto como en el bajo sur, fue «defender la libertad
de los hombres blancos a poseer esclavos y llevarlos con ellos a los te­
rritorios, en contra de los republicanos que querían privarles de estas
libertades » .34
Este papel fundamental de la defensa de la esclavitud en los obje­
tivos de guerra explica que en los cu$£raJ&tados del alto sur que se
unieron a la Confederación hubiera oposición en los condados con po­
cos esclavos como West Virginia, East Tennessee, Western North Ca­
rolina y Northern Arkansas. De todos ellos, sólo W est Virginia (Vir­
ginia occidental) se integró como Estado en la Unión* mientras que las
tentativas secesionistas de East Tennessee quedaron en la aportación
excepcional de 30.000 blancos luchando en el Ejército de la Unión
y en un legado de resentimiento que persistió mucho después de la
guerra.
En los cuatro Estados de frontera — Delaware, Maryland, Missou­
ri y Kentucky— , la proporción dé esclavos era aún menor y aunque
acabaron permaneciendo en la Unión, lo hicieron a costa de enormes
divisiones internas. No hubo problemas con Delaware, con sólo un 2
por 1 0 0 de población esclava; pero en los tres restantes hubo impor­
tantes y decididas minorías secesionistas, que llevaron a sus poblacio­
nes a una guerra civil dentro de la otra .35
Maryland, el Estado que englobaba en sus dos terceras partes a la
capital, estaba dividido entre los condados tabaqueros del sur y el oes­
te, partidarios de ia Confederación, y los del norte y este, que con po­
cos esclavos eran unionistas. La Legislatura del Estado optó por una
neutralidad imposible, dada su dependencia económica del norte y su
estratégica situación entre el norte y el sur, con miles de soldados del
norte atravesando el Estado o estacionados en él. Estas circunstancias
decidieron a Maryland por la Unión, en medio de una gran oposición
secesionista, que desde Virginia organizó regimientos de Maryland
que lucharon en el bando confederal.
LA G U E r M c iV I L Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 175

Aun más dramática fue la decisión de Missouri y Keñtucky de per­


manecer en la Unión. En Missouri, la división política interna entre los
partidarios de una Kansas libre o con esclavitud se convirtió en guerra
civil interna para decidir la suerte del Estado en la guerra. Las fuerzas
partidarias de una Kansas libre y de la Unión lograron controlar la ma­
yor parte de Missouri, mientras que una guerra de guerrillas se instau­
ró en toda ia frontera de Kansas hasta mucho después de acabar la
guerra civil, haciendo famosos a algunos legendarios bandidos, como
Wüliam Quantrill, «Bloody Bill» Anderson y George Todd, y los aún
más famosos Jesse and Frahk James y Colé y Jim Younger. Por su par­
te, los secesionistas derrotados formaron un gobierno en el exilio y
fueron admitidos en la Confederación —como el doceavo Estado con­
federal— , el 28 de noviembre de 1 8 6 1 .
La división entre los partidarios del norte y el sur todavía fue ma­
yor en Keñtucky, el Estado natal de Abraham Lincoln y Jefferson Da­
vis, que también hubiera preferido la neutralidad. Aunque finalmente
los unionistas controlaron el Estado, éste estuvo ocupado por 35.000
tropas confederales en el suroeste, así como por 50.000 tropas de la
Unión en el resto del Estado, y más que en ningún otro sitio la guerra
civil tomó aquí las características de guerra fratricida.
La toma de postura relativamente equilibrada del alto sur fue deci­
siva para el desenlace de la guerra. Si los ocho Estados se hubieran se­
parado de la Unión, el sur probablemente hubiera conseguido su inde­
pendencia. Si todos ellos hubieran apoyado a la Unión, la guerra no
hubiera durado tanto. Tal y como quedó resuelto el problema, los cua­
tro Estados que apoyaron al sur le dieron equilibrio militar; mientras
que la ocupación por el norte de los Estados de frontera dio a la Unión
el control estratégico de las comunicaciones, aunque también le plan­
teó problemas al inmovilizar un gran número de tropas en poblaciones
con lealtades dudosas. En ambos casos, la lealtad dividida del alto sur
complicaba para uno y otro bando el poder definir los objetivos de
guerra y encontrar una estrategia para lograrlos.

La g u e r r a c iv il , 1861-1865.
La p r im e r a g u e r r a m o d e r n a

Si inicialmente la guerra civil se planteó como una guerra corta,


con perspectivas militares del siglo xix, evolucionó tras la batalla ini­
cial de Bull Run —julio de 1861-— hacia una guerra larga, considera­
176 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

da como la primera guerra moderna y que en su última fase» a partir


de septiembre de 1862, iría adoptando una estrategia precursora de la
guerra total .36
Uno de cada 12 norteamericanos sirvieron en la guerra, 630.000 de
ellos murieron en el frente por arma de fuego o enfermedad y 50.000
regresaron a casa con uno o más miembros amputados. La cifra de
muertos en el frente supera a la de todas las guerras de Estados Unidos
juntas y en el sur murió un 4 por 100 de la población total, porcentaje
que excede el costo humano de cualquier país en la primera guerra
mundial y que sólo fue superado en la segunda guerra mundial por la
región comprendida entre el Rin y el Volga .37
El reclutamiento obligatorio para todos los varones blancos 38 — a
partir de abril de 1862 en el sur y de marzo de 1863 en el norte— ex­
tendió aún más el espectro de una guerra que exigió también la movi­
lización directa o indirecta de las mujeres. Aparte de las enfermeras
que habían estado en el frente, la guerra dejó una generación de viudas,
solteras y esposas de mutilados, que durante el conflicto y tras él tu­
vieron que hacerse cargo del sustento de sus familias, convirtiéndose
en granjeras, directoras de plantaciones, oficinistas, trabajadoras en las
fábricas de municiones, maestras. Muchas mujeres vieron así su vida
transformada por la guerra civil, que cambió significativamente la
condición de la mujer en Estados Unidos, acelerando su acceso a la
vida pública y a los empleos tradicionalmente masculinos .39

Q u ié n e s y por q u é l u c h a r o n .
Dos E j é r c i t o s d e v o l u n t a r io s

Una vez decidida la lealtad de los Estados de frontera, ambos ban­


dos se enfrentaron sin preparación previa al que sería el conflicto béli­
co más importante de la historia de Estados Unidos para el que poco
servían las experiencias de la guerra con México, ya que ésta era una
guerra civil, en la que los Ejércitos y sociedades lucharon con una alta
motivación política.
A comienzos de 1861, Estados Unidos tenía un pequeño Ejército de
16.000 hombres, disperso en 75 enclaves de frontera al oeste del Missis­
sippi, que utilizaba viejos fusiles de chispa. El general en jefe, Winfield
Scott tenía setenta y cuatro años, sufría hidropesía y vértigo y a veces se
dormía en las reuniones. Muchos jóvenes militares, frustrados por mo­
nótonas rutinas y escasas oportunidades, habían abandonado el Ejército
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN» 1860-1877 177

por carreras civiles. El Ejército no tenía nada parecido a un Estado Ma­


yor, ni planes estratégicos, ni. programas de movilización. Solamente dos
oficiales teman experiencia de haber mandado una brigada en combate y
ambos tenían más de setenta años. A diferencia del Ejército, la Armada
contaba con un brillante liderazgo y una potente Marina Mercante sus­
ceptible de adaptarse a las necesidades de la guerra; pero de forma inme­
diata sólo podía contar con 44 barcos en acción, de los que únicamente
diez se encontraban disponibles en las costas estadounidenses.
Estos reducidos contingentes del Ejército y la Marina mermaron al
dividirse entre la Confederación y la lealtad a la Unión. La Marina y el
poderío naval siguieron concentrados en el norte, pero 1/3 de los ofi­
ciales del Ejército se unieron a la Confederación, que también conta­
ba con la simpatía de la burocracia del Departamento de Guerra —los
cuatro últimos secretarios de Guerra habían sido sudistas— , y tomó la
iniciativa en la movilización de milicias estatales y compañías de vo­
luntarios, que formaron el grueso de ambos Ejércitos hasta bien entra­
da la guerra / 0
Efectivamente, hasta que el sur estableciera el reclutamiento obli­
gatorio en abril de 1862 y el norte lo hiciera en julio de 1863, tanto uno
como otro recurrieron a los sucesivos llamamientos de voluntarios
para constituir sus Ejércitos. El Congreso confederal autorizó el 6 de
marzo de 1861 un Ejército de 100.000 voluntarios de 12 meses, que se
unieron a las Milicias de los estados formando unidades conjuntas. Al
; principio, aunque el sur seleccionó el gris cadete para el uniforme de
sus oficiales, cada regimiento proporcionaba sus uniformes, los enro­
lados en Caballería y Artillería llevaban sus caballos, otros portaban
amias y muchos de los voluntarios de familias de plantadores llevaban
a sus esclavos para que les cocinaran y lavaran sus ropas. Muchas ve­
ces los hombres ricos del sur pagaban los uniformes y el equipo del re­
gimiento o compañía que habían reclutado.
Después de la toma de Fort Sumter, la Confederación enroló a
60.000 hombres más y el sur comenzó a experimentar los problemas
logísticos y de escasez de recursos que le acompañaron durante toda la
guerra. La Confederación tenía sólo 1/9 parte de la capacidad indus­
trial de la Unión y menos de 1/2 de línea férrea construida, que además
comenzó a deteriorarse rápidamente por la incapacidad de reemplazar
lo destruido. Siempre hubo problemas de falta de tiendas, uniformes,
.mantas, zapatos, caballos, carros y sobre todo escasez de comida. Con
estas carencias, cuado la Confederación en mayo de 1861 autorizó el
alistamiento de 400.000 voluntarios adicionales por tres años, el De­
178 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

parlamento de Guerra tuvo que rechazar a 200.000 hombres por falta


de armas y equipo .41
La Unión tenía 3,5 veces más hombres blancos en edad militar que
la Confederación, aunque descontando a los trabajadores y los habi­
tantes de los distantes territorios del oeste, esta superioridad humana se
reducía a entre 2,5 y 1. De todas formas, no pudo aprovechar esta su­
perioridad numérica hasta el año 1862, pues la iniciativa de la Confe­
deración en la construcción de su Ejército le llevó en junio de 1861 a
casi igualar la movilización en hombres de la Unión.
En abril de 1861, según una Ley de 1795 que preveía la conver­
sión de Milicias de los Estados en el Ejército federal, Lincoln llamó
a 75.000 milicianos. Reconociendo muy pronto que la guerra duraría
más de tres meses y requeriría más de 75.000 hombres, el gobierno fe­
deral hizo un llamamiento en mayo de 1861 de 42.000 voluntarios para
tres años, así como de 18.000 marineros, y decidió aumentar el Ejérci­
to regular a 23.000 hombres.
Cuando el Congreso se reunió en julio de 1861 autorizó otro millón
de voluntarios por tres años y algunos Estados enrolaron voluntarios
por dos años, en torno a los 30.000 hombres, que él Departamento de
Guerra aceptó con reticencias. Al principio de 1862 más de 700.000
hombres se habían unido al Ejército de la Unión; 90.000 de ellos se
alistaron en los regimientos de 90 días, pero muchos de estos hombres
se volvieron a alistar en los regimientos por tres años y algunos regi­
mientos de noventa-días se convirtieron en regimientos de tres-años .42
Como pasara en la Confederación, la financiación y organización
de los regimientos por los Estados, asociaciones voluntarias u hombres
preeminentes, dio al Ejército del norte una fisonomía variopinta, pues
los Estados contactaban con las fábricas para proveerse de uniformes
y zapatos. Los Ayuntamientos y Asociaciones recogían dinero para or­
ganizar y abastecer a sus regimientos, los cuales llevaban tal variedad
de colores en sus vestimentas, que los soldados del sur y el norte se
confundían con facilidad,
A finales de 1861 el Departamento de Guerra tomó la responsabi­
lidad directa de alimentar, vestir y armar a los soldados de la Unión,
pero inicialmente el proceso se caracterizó por la corrupción y la ine-
ficiencia .43 Por lo que, tras una investigación del Congreso, Montgo-
mery Meigs desde el Comisariado de Guerra hizo del Ejército de la
Unión el mejor alimentado y abastecido, convirtiéndose en el artífice
civil de la victoria militar del norte — aunque operaba en territorio ene­
migo y pocas veces pudo vivir sobre el terreno— . La creatividad y efi-
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 17 9

cácia de Meigs, aplicada a abastecer a un Ejército masivo y engrasada


con un enorme presupuesto de 1,5 billón de dólares — la mitad del pre­
supuesto de guerra de la Unión— , permitió que el Ejército utilizara pe­
queñas tiendas de campaña portátiles, se vistiera por primera vez con
uniformes confeccionados en tallas estandarizadas y se calzara con za­
patos cosidos a máquina .44
Tanto en el norte como en el sur los regimientos compartían una se­
rie de características: tenían relaciones estrechas con sus Estados; las
compañías e incluso los regimientos enteros se reclutaban en una sola
ciudad, pueblo o condado, o bien por afinidades étnicas. En uno y otro
caso, localidades y grupos étnicos dieron un fuerte sentido de identi­
dad a los regimientos, lo que les daba ánimos, pero también provoca­
ba desgracias masivas en familias, barrios, pueblos o condados, cuan­
do el regimiento sufría más del 50 por 100 de bajas en Una batalla.
En los regimientos de voluntarios se solía elegir a los oficiales y
muchos generales fueron designados por razones políticas, pero con­
forme avanzaba la guerra——hacia 1863—•, la promoción de oficiales
sobre la base del mérito se convirtió en la norm a en él Ejército de la
Unión. Lá práctica de elegir á los oficiales persistió más en el sur, con
una oficialidad inicial más numerosa y mejor preparada que la del nor­
te .45 Estos oficiales solían ejercer su liderazgo en primera línea del
frente, por lo que había un 15 por 1 0 0 más de bajas entre ellos que en­
tre la tropa y los generales tenían un 50 por 100 más de posibilidades
de morir en el campo de batalla que los soldados rasos.
Las designaciones políticas y ese estilo de lucha inicial fue una ex­
presión de lá xnanera en que una sociedad altamente politizada se mo­
vilizaba para la guerra. La politización estaba también presente en los
motivos para luchar de los voluntarios en uno y otro bando. En estos
primeros meses de entusiasmo, cuando la guerra se presentaba corta y
el amateurismo y la improvisación dominaban ambos Ejércitos, sen­
dos bandos sentían que luchaban por una causa justa, la causa de la li­
bertad y la república. En el sur.la guerra se planteó como uña segunda
guerra de independencia en defensa de sus libertades y autogobierno,
frente a la tiranía: «Como nuestros antepasados se rebelaron contra el
rey Jorge, para establecer la libertad en el mundo occidental..., así tam­
bién nosotros disolvemos nuestra alianza contra este enemigo opresi­
vo y nos enrolamos en la sagrada causa de la independencia y la liber­
tad nuevamente » .46 Asimismo había un sentimiento patriótico de
luchar por la independencia nacional de la Confederación, frente a la
esclavitud del norte, pues era mejor luchar y morir por el país, que per­
180 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

manecer subyugado o esclavizado por la Unión, Pero por encima de


todas estas abstracciones de nacionalismo sudista, libertad, autogo­
bierno y resistencia a la tiranía, se luchaba por la defensa de la propie­
dad y la familia frente al invasor, mezclado con el odio y los deseos de
venganza. 4?
En el norte predominaron los objetivos ideológicos y abstractos
frente al patriotismo y la defensa de la familia, por la composición so­
cial del Ejército y porque la guerra discurrió principalmente en el sur.
Los voluntarios de la Unión luchaban también por el legado de la re­
volución americana, así como por la defensa de la ley y el orden fren­
te a la amenaza de secesión y por la supervivencia de las libertades re­
publicanas en el mundo occidental. Este objetivo universal permitió
que 1/4 de los miembros del Ejército de la Unión, nacidos fuera del
país —como los irlandeses— , identificaran la lucha contra la secesión
con la lucha por el progreso y la libertad en sus países de origen .48
Y por supuesto estaba el tema de la esclavitud en uno y otro bando.
Aunque el sur fue a la guerra y a la secesión para mantener la institu­
ción de la esclavitud, la mayoría de los soldados pensaba, sin caer en
la paradoja, que estaban luchando por ía libertad y la esclavitud, una e
inseparable, como expresara un joven médico de Louisville: «Estamos
luchando por nuestra libertad contra la tiranía del norte, que está deci­
dida a destruir la esclavitud». También luchaban por la supremacía
blanca, fueran plantadores o blancos pobres, pues como señalara un
soldado de Luisiana en 1862: «No quisiera ver el día en que un negro
fuera igual a un blanco. Hay demasiados negros para mi gusto, nada
menos que cinco millones » . 49 Estos sentimientos se disfrazaron duran­
te el conflicto, sustituyendo la palabra esclavo y esclavitud por «sir­
vientes» y «nuestra institución social», respectivamente, e incluso en
los últimos meses de la guerra se llegó a proponer que el Ejército de la
Confederación resolviera el problema de la escasez de hombres libe­
rando y armando a los esclavos ,30
Aunque en principio el norte sólo luchaba por la Unión, muchos
entendieron en el Ejército y la retaguardia que la guerra no acabaría
hasta que se aboliera la esclavitud. Durante el verano de 1862, los prin­
cipios antiesclavistas se unieron con el pragmatismo para decidir la
confiscación de tierra a los propietarios rebeldes y promulgar el De­
creto de Emancipación el 1 de enero de 1863. La medida causó protes­
tas y deserciones en el Ejército de la Unión en el invierno de 1862-
1863, pero las convicciones antiesclavistas predominaron entre
soldados y oficiales, conforme comprobaron que la emancipación he­
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 181

ría al enemigo y ayudaba a su bando, y prueba de ello es que Lincoln


ganó la-reelección en 1864, con el 80 por 100 del voto de los soldados.

E s t r a t e g ia s y t á c t ic a s d e g u e r r a .-D e g u e r r a l i m i t a d a
po r l a U n ió n a g u e r r a t o t a l a n t ie s c l a v is t a

En 1861, los objetivos de guerra de uno y otro bando eran limita­


dos y, por tanto, establecieron una estrategia de guerra corta y restrin­
gida, Jefferson Davis, tras la captura de Fort Sumter declaró: «No bus­
camos la conquista, ni el engrandecimiento.., Todo lo que pedimos es
que nos dejen solos». Para la Unión, la secesión era un levantamiento
contra la autoridad nacional de algunos fanáticos quehabían vencido
temporalmente sobre los ciudadanos cumplidores de la ley; por tanto
su estrategia era de una guerra tan limitada que parecía una acción po­
licial para aplastar un motín; Esta estrategia se fundamentaba en la
asunción de que había una mayoría silenciosa sudista leal a la Unión,
que volvería a ésta en cuanto el gobierno federal demostrara su firme­
za, asegurando el control de las instalaciones militares en el sur. Para
incrementar esta supuesta lealtad de la mayoría, Abraham Lincoln pro­
metió que los 75.000 milicianos de noventa días evitarían «cualquier
devastación, destrucción o interferencia con la propiedad de los ciuda­
danos pacíficos», Clara expresión de este objetivo fue la actitud hacia
los esclavos — la más importante y vulnerable forma de propiedad su­
dista— a la que el Ejército del norte no iba a atacar, pues el objetivo
de guerra en 1861 era defender la Constitución y preservar la Unión .'51
El 21 de julio de 1861, la batalla de Bull Run, a 35 o 40 kilómetros
de Washington, acabó con cualquier perspectiva de una guerra román­
tica y corta. Ambos bandos dirigieron sus inexpertos Ejércitos sobre la
capital ^—ante la expectación de cientos de civiles que fueron de pic­
nic desde Washington— , esperando que una sola batalla resolviera la
guerra. Los generales que mandaban ambos Ejércitos — Irwin Mcdo-
well, el de la Unión y Pierre Gustave Beauregard, el de la Confedera­
ción— habían sido compañeros de clase .en West Point y adoptaron
una estrategia similar de rodear y atacar por el flanco izquierdo. El re­
sultado fue que cuando los federales casi habían conseguido sus obje­
tivos, llegaron refuerzos para la Confederación, que hicieron retroce­
der en desbandada a las tropas de la Unión y aseguraron al sur su
primera victoria técnica; aunque sendos Ejércitos estaban igualmente
desorganizados y desmoralizados y se enfrentaban a una guerra larga.
182 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Dada la superioridad abrumadora del norte ante una guerra larga, el


objetivo de la Confederación era tratar de infligir algunas derrotas sig­
nificativas a la Unión que obligaran a Lincoln a abandonar y a Francia
e Inglaterra a apoyarles. Su estrategia sólo podía ser defensiva y fue de
«defensa dispersa» durante el invierno y la primavera de 1862; es de­
cir, pequeños Ejércitos defendían todos, los puntos neurálgicos de su
territorio frente al enemigo, lo cual resultaba lógico, porque cada Esta­
do conservaba su poder político y reclutaba sus Ejércitos, que se resis­
tían a mandar a otros Estados.
En cuanto al norte, adoptó una estrategia ofensiva, pero de guerra
limitada. Se trataba de defender Washington, de que la Marina estable­
ciera el bloqueo sobre la Confederación y de dividir su territorio, inva­
diendo el sur pordas principales vías fluviales. Ésta era la estrategia
compartida por losrgenerales profesionales más brillantes de la Unión
y por los sucesivos comandantes en jefe del Ejército hasta que Lincoln
nombrara a Ulysses S. Grant en 1864; fes decir, fue la estrategia de Geor­
ge B. McClellan, Henry W. Haileck, Ambrose E. Bumside y Joseph
Hooker, que no eran lo suficientemente agresivos, ni buscaban la des­
trucción total del enemigo de forma rápida, ni estaban preparados para
aprovechar los tremendos reeurSós del norte para vencer al sur.
Sin embargo, tras la derrota en Bull Run, hubo generales con his­
torial militar mucho menos brillante y que habían tenido más contacto
con la vida civil que extrajeron lecciones distintas de esta derrota y de
cuál debía ser la estrategia para ganar la guerra. En concreto, Ulysses
Grant sacó dos ideas no muy ortodoxas: puesto que los dos Ejércitos
eran inexpertos, no había que esperar a que el Ejécito federal estuvie­
ra preparado para, luchar, sino pasar inmediatamente a la acción^ utili­
zando la tremenda superioridad en recursos humanos de la Unión; por
otro lado, no sólo había que hacer retroceder al enemigo, también ha­
bía que destruirlo, pues era inútil luchar con objetivos limitados .52
Estas ideas de Grant sobre la guerra total se confirmaron en sus pri­
meros destinos en Missouri, donde también Philip H. Sheridan y John
Sherman presenciaron desde el principio del conflicto una guerra dis­
tinta. En Missouri, Estado frontera incorporado a la Unión, pero con
lealtades divididas desde la secesión, estaba teniendo lugar una guerra
civil dentro de la guerra civil, agravada por un conflicto armado en la
frontera con Kansas, que había comenzado en el año 1854. En toda esa
zona que bordeaba Kansas, guerrillas confederales, lideradas por ase­
sinos patológicos como W illiam Clarke Quentrill o «Bloody Bill» An~
derson, y famosos bandidos como los hermanos James y Young, ase­
LÁ GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 183

sinaron a unionistas, destruyeron sus propiedades e inmovilizaron con


sus incursiones y emboscadas a miles de tropas de la U nión .53
John C. Frémont —-famoso explorador del oeste y el primer candi­
dato presidencial del Partido Republicano en las elecciones de 1856— ,
como comandante del Ejército de la Unión en el departamento del oes­
te tomó un paso decisivo hacia la guerra total en agosto de 1861. Puso
"a todo el Estado de Missouri bajo la Ley Marcial, anunció la pena de
muerte para las guerrillas capturadas desde las líneas de la Unión, con­
fiscó las propiedades y emancipó a los esclavos de los activistas con-
■federales.
Los abolicionistas y radicales aplaudieron esta actitud, pero el pro­
pio Lincoln, que aún pensaba ganar la guerra atrayéndose a los unio­
nistas del sur, revocó estas medidas y en su mensaje al Congreso en di­
ciembre se 1861 habló explícitamente de evitar que el conflicto
degenerara en «una violenta e implacable lucha revolucionaria». Pero
un conflicto que ya había movilizado a casi un millón de hombres en
cada bando estaba convirtiéndose en una guerra implacable, y pronto
sería revolucionaria.
En ningún sitio como en Missouri estaba siendo esta evolución tan
evidente, pues las atrocidades de las guerrillas eran contestadas por el
Ejército de la Unión, convirtiéndose en prácticas habituales de guerra
asesinar a sangre fría y no tomar prisioneros. Éste fue el escenario en
donde comenzaron su experiencia bélica los generales Grant, Sheridan
y Sherman, llegando todos ellos a la conclusión de que la única mane­
ra de ganar era una estrategia de guerra total, pues como observaba
Sherman, no sólo estaban luchando contra Ejércitos enemigos, sino
contra una población hostil, a la que había que hacer sentir «la mano
dura de la guerra».
Pero la mayoría de los generales y la dirección del Ejército de la
Unión no compartió esta estrategia de guerra total durante el año 1862,
sino que oficialmente se seguía practicando la estrategia de guerra li­
mitada, que pareció funcionar con éxito durante el invierno y la prima­
vera de 1862. En efecto, hasta el verano de 1862 los avances habían
sido muy rápidos y hacían pensar en una pronta victoria de. la Unión.
Grant penetró por el oeste en territorio de la Confederación, tomando
los fuertes Henry y Donelson, a lo que siguieron las victorias del ge­
neral George H. Thomas en Mili Springs (Kentucky), la de Samuel R.
Curtis en Pea Ridge (Arkansas), la costosísima victoria de Grant en
Shiloh (Tennessee), y las de Ambrose E. Burnside en Roanake Island
y New Bem en Carolina del Norte, También se habían tomado tres ciu­
184 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

dades importantes como Nashvüle, Nueva Orleans y Memphis; se ha­


bía expulsado a los Ejércitos confederales de Missouri, Kentucky y
Virginia Occidental; ocupado gran parte del bajo valle del Mississippi
y la mayor parte del Estado de Tennessee, y el Ejército de Potomac, al
mando del general George McClellan, estaba a ocho kilómetros de
Richmond en mayo de 1862.
En estas campañas se enfrentaron dos estilos distintos de concebir
la guerra. Grant en el oeste trataba de avanzar siempre, atacando y tra­
tando de aniquilar al Ejército enemigo. Con esta táctica, logró avances
tremendos en territorio confederal, así como la Victoria de Shiloh, la
batalla más costosa de la historia militar norteamericana, en la cual
después de que la Confederación tomara la iniciativa, Grant pudo ga­
nar gracias a los refuerzos de Sherman y al precio de 25.000 bajas en­
tre los dos bandos. Aunque debido al costo de esta victoria, Grant fue
relevado por unos meses del mando, su espíritu de lucha, de buscar la
victoria y de asertar lo más rápidamente el golpe final al Ejército ene­
migo quedaron demostrados, pero no fueron apoyados por su superior,
el general Henry Halleck, que lo destituyó durante unos meses y no
aprovecho la oportunidad tras la Victoria de Shiloh de penetral' hacia
el sur y acabar con la guerra.
Esta cautela y preocupación por afianzar lo conquistado dirigía
también los pasos del Ejército de Potomac en el este, al mando del co­
mandante en jefe del Ejército de la Unión, George B. MacClellan. Tras
la battalla de Bull Run, habían seguido nueve meses de práctica inac­
tividad en el este. MacClellan estaba empeñado en construir un Ejérci­
to perfectamente preparado para enfrentarse al enemigo, por lo que pe­
día una y otra vez más tropas a Lincoln, y extremó su cautela hasta
dilatar la preparación para la toma de la capital confedera! durante nue­
ve meses. Finalmente, tras la insistencia de Lincoln, el Ejército del Po­
tomac embarcó a mitad de marzo de 1862 y a finales de mayo estaba a
ocho kilómetros de Richmond, donde el 31 de mayo casi pierden la ba­
talla de Seven Pines ante las fuerzas de Johnston.
Precisamente, cuando el Ejército del Potomac se encontraba a las
puertas de Richmond en mayo de 1862, el general Robert Lee fue
nombrado jefe del Ejército del norte de Virginia v lideró el victorioso
contraataque confederal hacia el norte de Virginia y Maryiand. Unos
días antes, el 16 de abril de 1862, las necesidades de la Confederación
le obligaron a decretar el reclutamiento obligatorio de todos los varo­
nes blancos entre dieciocho y treinta y cinco años . ' 4 Ambas decisiones
permitieron que el Ejército de Lee rompiera el cerco sobre Richmond
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 185

con las batallas de los Siete Días y avanzara hacia el norte logrando la
victoria en la batalla de Rull Run o Manassas el 30 de agosto de 1862;
pero no pudieron ganar en Antietam, Maryland, en territorio de la
Unión. Con esta derrota, el general Lee no pudo materializar su estra­
tegia de conseguir una victoria sonada en territorio enemigo que diera
a la Confederación reconocimiento internacional; pero la Unión tam­
poco aprovechó la victoria de Antietam para asestar el golpe definiti­
vo a la Confederación. En diciembre de 1862, en Fredericksburg, Vir­
ginia, las tropas atrincheradas de Lee lograban resistir seis ataques
sucesivos de las tropas de la Unión, que vieron cómo las trincheras
frenaban su nueva incursión hacia el sur.
Con este contraataque al norte de Virginia y Maryland, Lee inau­
guró la estrategia ofensiva-defensiva, frente a la anterior de defensa
dispersa. Esta estrategia se basaba en su convicción de que la Confe­
deración no podía esperar,1$ ayuda exterior tras la derrota de Antietam
— tras la cual, Lincoln aniiñció el Decreto de Emancipación— y su
única posibilidad era conseguir una gran victoria en el norte, que le
diera el reconocimiento internacional y forzara a 1a Unión a abandonar
la lucha. Así, lo fundamental de la estrategia no era defender Rich­
mond, sino avanzar hacia el norte. Esta estrategia también tenía mucho
que ver con su formación napoleónica de decidir una guerra en el clí­
max de una batalla decisiva .55
Esta estrategia de Lee y el contraataque del Ejército confedera!
desde el verano de 1862 frenaron los avances del Ejército de la Unión
en el este y el oeste al acabar el año 1862; la moral de la Unión era
baja, al pensar que sólo unos meses antes parecían estar a un paso de la
victoria. En este punto los demócratas del norte pedían, una paz nego­
ciada, mientras que los radicales hablaban de continuar la guerra con
más energía. Éstas eran precisamente las recomendaciones de Grant,
quien desde el mes de septiembre de 1862 señalaba que esta guerra
sólo podía ganarse con la conquista total, lo cual significaba no sólo
ocupar el territorio y destruir los Ejércitos confederales, sino la toma y
destrucción de todo recurso y propiedad que pudiera usarse para apo­
yar a la Confederación, incluidos los esclavos.
Tanto en el campo de batalla, como en el Congreso, estaban ya en­
tendiendo esta guerra como una guerra contra la esclavitud, pues eran
ya decenas de miles los esclavos de los territorios ocupados que esta­
ban ayudando al norte en el verano de 1862. Por esas fechas Lincoln
llegó a la misma conclusión y decidió proclamar la liberación de todos
los esclavos de los Estados rebeldes. El Decreto de Emancipación se
186 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

anunció ei 22 de septiembre de 1862, tras la victoria de Antietam, y se


hizo efectivo ei 1 de enero de 1863. Ya en el otoño de 1862 se organi­
zaron regimientos negros por los comandantes de territorios ocupados
en el valle bajo del Mississippi, la frontera de Kansas-Nebraska y Ca­
rolina del Sur, y en el invierno de 1863 se organizó con toda solemni­
dad el 54.° regimiento de voluntarios de Massachusetts. Desde entonces
hasta el final de la guerra, 179.000 soldados negros y 10.000 marine­
ros lucharon en el Ejército de la Unión haciendo realidad la pesadilla,
que durante generaciones habían ténido los blancos del sur, de que las
armas pudieran caer en manos de los esclavos.
Con el Decreto de Emancipación el conflicto se convertía oficial­
mente en revolucionario y aniquilador, exactamente el tipo de guerra
que había descrito unos meses antes el general Wilííam T. Sherman,
tras su experiencia en el oeste de Tennessee: «Todos en el sur son
enemigos de todos los del norte el país entero está lleno de guerri­
llas ... todo el sur, mujeres, niños, está contra nosotros armado y de­
cidido » . 56
La estrategia de guerra total antiesclavista exigió que la Unión recu­
rriera al reclutamiento obligatorio de los varones de entre veinte y cua­
renta y cinco años en marzo de 1863. La oposición fue enorme entre los
inmigrantes irlandeses, que hasta entonces habían constituido una parte
importante de los voluntarios del Ejército de la Unión, provocando en
julio de 1863 en¡ Nueva York uno de los disturbios raciales más violen­
tos de la historia de Estados Unidos. Los participantes quemaron los
barrios negros, el orfanato de niños de «color» y lincharon a doce hom­
bres negros. También atacaron las oficinas de reclutamiento, las pro­
piedades federales, las instalaciones de los periódicos republicanos
New York Times y New York Tribune, y las casas de los líderes republi­
canos y abolicionistas. El Ejército, que vino desde Gettysburg en cuan­
to pudo, acabó con los disturbios, cobrándose la vida de 1 2 0 personas.
Estos disturbios expresaban las divisiones que recom an a la socie­
dad norteña respecto a la guerra, así como las tensiones étnicas, racia­
les y de clase que se estaban manifestando en las ciudades del norte
desde que en la década de 1830 comenzó la inmigración masiva, al
tiempo que se afianzaba el desarrollo industrial, el crecimiento urbano
y la política de masas. Los irlandeses norteamericanos, que eran los
votantes y la clientela del Partido Demócrata, habían oído a los líderes
de su partido, desde 1862, que los republicanos estaban haciendo la
guerra para liberar a los esclavos, los cuales emigrarían al norte y les
quitarían sus empleos. A los trabajadores irlandeses no les sorprendía
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 187

que esto fuera posible, pues en úna huelga reciente de estibadores, la


patronal había utilizado esquiroles negros para romperla. Desde esta
perspectiva no tenían interés en luchar en una guerra que desde el mes
de septiembre de 1862 había cambiado su objetivo de preservar la
Unión por el de la emancipación de los esclavos. Por otro lado, el re­
clutamiento la convertía en «una guerra de los ricos» peleada por los
«pobres», pues podían evitar el reclutamiento los que pagaban a un
sustituto o 300 dólares ,57
En el campo de batalla, tras el estrepitoso fracaso del general Hoo­
ker ante Lee en Chancellors ville (mayo de 1863)* la ideas de la guerra
total propiciaron ese mismo año las victorias de Grant y la Unión en
Vicksburg, Gettysburg y Chattanooga y confirmaron a Lincoln que
Grant era el líder militar que se necesitaba para ganar la guerra, Ulys­
ses Grant, nombrado comandante en jefe del Ejército en marzo de
1864, pensaba que la fuerza militar de la Confederación se basaba en
dos Ejércitos, el de Lee en Virginia y el de Joseph E. Johnston en Ge­
orgia. Su estrategia era aniquilar ambos Ejércitos, para destruir así la
Fuerza Armada de la Confederación, y ordenó a sus generales que
practicaran una guerra total, que confiscaran y destruyeran tocios los
recursos y propiedades que pudieran mantener la resistencia dél sur.
Era una estrategia costosa y brutal, pero resultó efectiva .58
Mientras Grant, al mando del Ejército de Potomac, perseguía a Lee
en Virginia en una campaña larga y costosa, Sherman inició su victo­
riosa y devastadora marcha a través de Georgia y Carolina del Sur,
hasta Goldsboro en Carolina del Norte. En esta marcha su Ejército in­
cendió Atlanta y en Georgia dejó un territorio desolado de cientos de
kilómetros* en el que se estimaron unos daños de 1 0 0 millones de dó­
lares. A esas alturas de la marcha, el general Sherman no sólo quería
destruir los recursos económicos del sur, sino la voluntad de la pobla­
ción de resistir, recurriendo al terror, pues como decía, «no podemos
cambiar los pensamientos y corazones de la población del sur, pero
podemos hacer la guerra tan terrible ... hacerles odiar la guerra has­
ta tal punto, que pasarán generaciones antes de que recurran otra vez
a ella » . 59
Esta estrategia funcionó y numerosos soldados de la Confedera­
ción desertaron tras la marcha sobre Georgia, con similares efectos en
la desmoralización general tras su paso aún más devastador sobre Ca­
rolina del Sur. El 1 de febrero de 1865, Sherman con sus 60.000 sol­
dados dejó Savannahe inició su segunda marcha a través del corazón
del territorio enemigo hasta Goldsboro, Carolina del Norte. Esta mar-
rr'~l Estados confederados
1 ""! Estados unionistas
Territorios de ¡a Unión

M a p a 10: La g u erra civil.

F u e n t e : S. Morríson, H. S. Commager y W. E. Leuchtenbnrg, Breve historia de los Estados Unidos, México, 1987.
190 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

cha se presentaba mucho más difícil que la de Georgia. El territorio


era casi el doble — 700 kilómetros— , había que atravesar nueve ríos
principales con sus correspondientes afluentes y fue el invierno más
lluvioso que se recordaba en veinte años. Pero el Ejército de Sherman
salvó las dificultades atmosféricas y del terreno con increíbles logros
logísticos; su batallón de pioneros cortó árboles y construyó miles de
puentes y carreteras elevadas, que permitieron avanzar al Ejército a
una media de 20 kilómetros por día, convirtiéndolo en el mejor Ejér­
cito desde los días de Julio César, en palabras del general confederal
Johnston.
Esta segunda m archa tenía dos propósitos estratégicos: destruir to­
dos los recursos dé guerra que encontráran a su paso y acorralar por
detrás al Ejército-de Lee. Los soldados de Sherman tenían otro objeti­
vo: castigar al Estado qué había comenzado ía secesión y la guerra.
De sur a norte, el Ejército de Sherman atravesó Carolina del Sur, de­
jando un corredor'de destrucción que no sé detuvo hasta llegar a Ca­
rolina del Norte. Los incendios y el pillaje fueron aún más intensos
que en la campaña de Georgia, y en ellos participaron también deser­
tores y unionistas del sur .60
Philip Sheridan realizó una política similar de tierra quemada en el
valle del Shenandoáh (Virginia), no dejando nada que sostuviera a los
Ejércitos confederales, ni que permitiera a los habitantes del valle pa­
sar el invierno^ Algunos años después, cuando servía como observador
norteamericano, para el Cuartel General alemán en la gtiem t í raneo-
prusiana, daba los siguientes consejos para ganar la'guerra: «Infligir al
Ejército enemigo los golpes definitivos tan pronto como sea posible y
causar a sus habitantes tanto sufrimiento que estén deseando la paz y
fuercen a su gobierno a pedirla. Cuando la guerra acabe no debe dejar­
se a la gente más que sus ojos para llorar » . 61 ‘
Abrahan Lincoln, comú Sheridan y Sherman, era p a r tid a s de una
guerra dura y una paz generosa. En el discurso inaugural de su segun­
do mandato, tras ganar las elecciones de noviembre de 1864, habló de
compasión, perdón y misericordia y es famoso por esta actitud, que
tras la guerra permitió conmutar muchas sentencias de ejecución y
concedió muchos perdones; pero en 1864 felicitó a Sherman y a She-
ridan por sus campañas victoriosas y señaló que la paz sólo podía con­
seguirse tras una guerra dura, total.
Grant, mientras tanto, persiguió y acorraló al Ejército de Lee en Vir­
ginia de mayo de 1864 a abril de 1865. Fue una campaña costosísima,
pero un éxito en cuanto que ayudó a acabar la guerra y destruir al ene­
LA CUEREA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 191

migo; los 150.000 soldados del Ejército del Potomac tuvieron siempre
la iniciativa sobre los 65.000 del Ejército de Lee, obligándole a éste a
hacer un tipo de guerra que no podía ganar, manteniéndolo ocupado y
facilitando así las marchas victoriosas de Sherman por Georgia, Caro­
lina del Norte y Carolina del Sur. El 9 de abril de 1865, Lee se rendía
a Grant en Appomatox, Virginia, reconociendo la tremenda superiori­
dad en hombres y recursos del norte. Los términos de la rendición fue­
ron generosos: oficiales y soldados podían regresara sus casas y lle­
varse sus caballos, garantizándoseles la inmunidad frente a la
persecución por traición. Con estos mismos términos, Johñston se rin­
dió a Sherman el 18 de abril, cerca de Durham, Carolina del Norte.
Unos días antes, el presidente confederal, Jefferson Davis, había huido
de Richmond con su gobierno y gran parte de la población* pero fue
capturado en Georgia el 10 de mayo.
Abraham Lincoln quiso acercarse al frente para presenciar el final
de la guerra. Visitó Petersburg el 3 de abril y también Richmond. La
capital confederal había sido incendiada por sus habitantes antes de
huir; pero cuando Lincoln andaba por sus calles desiertas con la úni­
ca escolta de diez marinos, «el emancipador» fue rodeado por ex es­
clavos que le gritaban «gloria a Dios», «bendice ai Señor», «el gran
M esías» y lo tocaban para comprobar que era real .62 Para muchos
blancos de la Confederación, esta guerra civil que se convirtió en to­
tal no les había dejado nada excepto «sus ojos para llorar». No era
hermoso, ni glorioso, pero como Sherman señaló en una alocución
a los jóvenes quince años después, la idea de que la guerra era glo­
riosa era adsurda, «cuando bajas a la realidad, la guerra es un in­
fierno » . 63

C ausas de la derrota d e la C o n f e d e r a c ió n

El general Lee expresó en sus palabras previas a la rendición lo que


se ha considerado desde entonces la causa principal de la derrota del
sur: la superioridad en hombres, armamento y recursos del norte. Poco
después de la guerra, en el sur se fue abriendo paso la idea de que la
Confederación tenía recursos más que suficientes para llevar a cabo una
estrategia defensiva similar a la que Estados Unidos realizó en la gue­
rra de Independencia contra Inglaterra, en donde «necesitaban solamen­
te resistir lo suficiente, para llevar al norte a la conclusión de que el pre­
cio de conquistar el sur y aniquilar sus Ejércitos era demasiado grande».
192 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Esta explicación del sur, compartida hoy por algunos historiadores,


consideraba que las causas de la derrota eran más bien internas, como
la dificultad de la Confederación para afirmar su poder frente a los de­
seos de independencia de ios Estados; la superioridad de liderazgo mi­
litar y civil del norte y, sobre todo, las tensiones de una sociedad divi­
dida entre propietarios de esclavos, blancos pobres sin esclavos, que
comenzaron a desertar cuando la guerra se hizo difícil y cruel, y escla­
vos negros, que constituían 2/5 partes de la población y huyeron por
decenas de miles a medida que el territorio del sur iba siendo ocupado
por el norte .'64
Es cierto que en un tipo de guerra defensiva como la que quería
hacer el sur, el nuevo armamento, las trincheras y las guerrillas retra­
saron la victoria del norte ;65 pero es dudoso ;que en una guerra civil,
en la que se debatía la esencia política y nacional de la república nor­
teamericana, ningún bando abandonara sin luchar hasta el final. Así el
norte, desde que planteó su estrategia de guerra total en septiembre de
1862, sólo podía firmar la paz y dejar de luchar si lograba el doble ob­
jetivo de mantener la Unión y abolir la esclavitud. Para conseguirlo
no sólo contaba con sus enormes recursos humanos y económicos, y
el apoyo o la neutralidad de Inglaterra y Francia, sino también con
la alianza de la fuerza de trabajo del sur, esos 2/5 de la población su-
dista constituida por esclavos negros que esperaban que el norte les
emancipara.

C o n s e c u e n c ia s d e la g u e r r a

La guerra supuso la destrucción del sur, mientras crecía la econo­


mía del norte. Lo que quedó del sur tras su derrota en esa guerra total
fue un desierto económico. Murieron el 25 por 100 de los hombres
blancos de la Confederación en edad militar; la mitad de la maquinaria
agrícola y miles de kilómetros de ferrocarril quedaron destruidos; se
dejaron sin cultivar miles de granjas y plantaciones, murió 2/5 partes
del ganado y sobre todo se abolió la esclavitud, el sistema de trabajo en
el que se había basado la riqueza y productividad del sur y la base de
su estructura social. En total, 2/3 de la riqueza del sur desapareció du­
rante la guerra, mientras que el conflicto estimuló el crecimiento eco­
nómico del norte, tras la recesión inicial de 1861-1862.
En 1864 la producción de hierro del norte ascendió un 29 por 100 y
la de carbón un 21 por 100. Se construyeron más barcos mercantes que
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 193

en ningún otro período de paz y el tráfico ferroviario se incrementó en


un 50 por 100. La industria manufacturera creció un 13 por 100, a pe­
sar de la caída brusca de la industria del algodón, y a partir de 1864 la
industria de armas era capaz de abastecer al gran Ejército de la Unión.
En cuanto a la agricultura, a pesar de la secesión del sur, de ia guerra en
los Estados de frontera y la ausencia de medio millón de agricultores
que estaban sirviendo en el Ejército, los Estados de la Unión superaron
la producción de trigo de 1859 y doblaron sus exportaciones de trigo,
maíz, cerdo y ternera para suplir las necesidades europeas en las crisis
agrícolas de principios de la década de 1860. De esta forma, el dese­
quilibrio económico entre el norte y el sur se incrementó como conse­
cuencia de la guerra. La riqueza del sur pasó de ser del 30 por 100 de la
riqueza nacional en 1860 al 12 por 100 en 1870, mientras que la renta
per cápita descendió de 2/3 de la media del norte en 1860 a 2/5 partes
.tras la guerra ,66
Con respecto a las conseéüencias políticas de ia victoria del norte,
la emancipación inmediata de cuatro millones de esclavos y la confir­
mación del Estado federal frente a la soberanía e independencia de los
Estados, fueron cambios políticos de tal magnitud, que pueden consi­
derarse una segunda revolución americana .67 Este Estado federal más
centralizado y poderoso 68 se convertía también en garante de una li­
bertad que tras la Emancipación era un derecho de todos los norteame­
ricanos, de forma que libertad y Unión parecían inseparables. Si las
primeras doce Enmiendas a la Constitución habían limitado los pode­
res del gobierno federal frente a los individuos y los Estados, seis de
las siete Enmiendas siguientes aumentarían los poderes del gobierno
federal a expensas de los Estados. Este cambio de tendencia comenzó
con la ratificación en diciembre de 1864 de la Decimotercera Enmien­
da a la Constitución, que abolía la esclavitud y daba igualdad civil a los
antiguos esclavos negros, aunque no voto.
: El vehículo de estos cam bios fue el Partido Republicano de A.
Lincoln, que ya durante la guerra fue aprobando una Legislación
acorde con la ideología del capitalism o dem ocrático del free labor,
como la nueva tarifa protectora para la producción m anufacturera
nacional o la construcción del ferrocarril de Omaha a Sacramento,
que favorecían el desarrollo capitalista; pero también medidas que
garantizaban la igualdad de oportunidades y la m ovilidad social,
como la H om estead A ct de 1862, por la que prácticam ente se entre­
gaban 160 acres de tierra libre a aquellos que la hubieran ocupado
durante cinco años, y la M orris Land Grant Act, que proporcionaba
194 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

ayuda federal a las Universidades Estatales y las Escuelas dé A gri­


cultura e Ingeniería.
Tras la guerra y la reconstrucción, el Partido Republicano y el nor­
te siguieron dominando la política nacional durante décadas; mientras
que el Partido Demócrata — vehículo de los intereses esclavistas en las
décadas prebélicasy salió dividido y desprestigiado del conflicto y tar­
dó varias décadas en recuperar su póder. Con la excepción de las dos
presidencias de Grover Cleveland (1884-1888,1892-1896), no hubo
un presidente demócrata hasta Woodrow Wilson (Í912) y hubo que
esperar un siglo hasta qué un demócrata del sur profundo, Lyndon B,
Johnson, alcanzará la presidencia. En cuanto al sur, perdió el poder po­
lítico del que había gozado desde la independencia en las instituciones
federales. A partir de lá guerra, el norte y su visión liberál y democrá­
tica de la república americana s é impondría por encima de la libertad
restringida y basada en la desigualdad civU del sur, situando la guerra
civil norteamericana dentro de las réfoluciones liberales y democráti­
cas triunfantes en el siglo xtx. Con esos presupuestos democráticos, el
gobierno federal y el Partido Republicano comenzaron, ya durante la
guerra, la reconstrucción del sur.

La r e c o n s t r u c c ió n , 1865-1877

Tras tras el Decreto de Emancipación deí í de enero de 1863reata­


ba claro que el sur reconstruido sería una sociedad sin'esclavos; pero
pasó un año hasta que Lincoln anunció su primer programa de recons­
trucción. El 8 de diciembre de 1863 arnmciaba la Proclamación de Am­
nistía y Reconstrucción o Plan del «diez pór ciento», que expresaba el
deseo del presidente Lincoln de realizar una reconstrucción moderada,
que permitiera acortar la guerra y concretar el apoyo de lós blancos po­
bres unionistas y ex w h ig al Decreto de Emancipación y a la Unión.
El Plan de Lincoln — que no contemplaba ni el sufragio, ni la igual­
dad ante la ley para los libértos-—garantizaba el perdón total a los que
juraran lealtad a la Unión y prometieran aceptar la abolición de la es­
clavitud, con la única excepción de quienes habían sido altos funcio­
narios civiles y militares de la Confederación. Cuando el número de
habitantes del Estado leales llegara al 10 por 100 de los votos emitidos
en las elecciones de 1860, esta minoría podía establecer un nuevo go­
bierno del Estado y elaborar una nueva Constitución estatal, que debía
sancionar la abolición de la esclavitud.
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 19 5

El plan del «diez por ciento» se aplicó de forma distinta en los di­
versos territorios esclavistas que entre 1863-1865 estaban en poder de
la Unión. En los cuatro Estados de frontera y en Virginia Occidental,
que como se mantuvieron leales a la Unión no fueron afectados por el
Decreto de Emancipación ni por el Plan de Reconstrucción de Lincoln,
los blancos unionistas se comprometieron con el cambio democrático
y la emancipación, pero excluyeron políticamente a los antiguos escla­
vos y a los seguidores de la Confederación, Así, en Maryland, la nue­
va Constitución del Estado abolía la esclavitud, pero la representación
legislativa se basaba únicamente en el voto de la población blanca leal,
excluyendo tanto a los blancos que habían servido en el Ejército con­
federal y dado público apoyo a la Confederación, como a 1/5 parte de
la población negra del Estado.
En el alto sur confederal, especialmente en Tennessee, la reconstruc­
ción se hizo bajo dirección militar, aunque evolucionó de forma similar
a los Estados de frontera. Después de la captura de Nashville por la
Unión a comienzos de febrero de 1862, Lincoln nombró a Andrew John­
son como gobernador militar, pues era el máximo exponente del unió-
mismo del sur, ya que siendo sudista había permanecido en el Senado
tras la secesión. A finales de 1863» Andrew Johnson abolió la esclavitud
en Tennessee, no tanto por la preocupación hacia los esclavos negros,
sino por odio a la Confederación y a los plantadores esclavistas, qüe se­
gún él habían arrastrado a los pobres blancos a Una rebelión indeseada.
En el bajo sur, sólo Luisiana se vio afectada por la reconstrucción
durante la guerra. La ocupación de Luisiana comenzó en Nueva Or-
leans, una fortaleza unionista, la ciudad más grande del sur con Una po­
blación blanca de 144.000 habitantes, que incluía a extranjeros y bastan­
tes nordistas. Los unionistas estaban divididos entre los conservadores y
los agrupados en 1a Asociación Pro Estado Libre (Free State Associa-
tiori). Los plantadores y ricos comerciantes, esperaban retener su poder
político y recibir compensación por sus esclavos. La Asociación Pro Es­
tado Libre creta que una Luisiana libre debería ser más que simplemen­
te el viejo orden sin esclavitud y apostaba por la ideología del free labor,
por la emancipación como clave de la modernización del sur, y por des­
tituir a una clase dirigente aristocrática y reaccionaria.
En agosto de 1863, Lincoln respaldó el programa de la Asociación
Pro Estado Libre, encargando al general Nathaniel P. Banks su aplica­
ción y la convocatoria de una Convención Constitucional para abolir la
esclavitud. La Convención Constitucional de Luisiana acabó con el
viejo Orden, pero no logró llegar a un acuerdo sobre el estatus de los ne­
196 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

gros libres ,69 comunidad muy numerosa y poderosa en Nueva Orleans


antes de la guerra civil. Así, mientras Lincoln en enero de 1864 apoyó
privadamente el registro de negros libres como votantes en Luisiana, el
general Banks estaba en contra de un sufragio negro limitado, que po­
día amenazar el apoyo blanco para reconstruir Luisiana bajo el Plan del
«diez por ciento».
En cuanto a la reconstrucción económica durante la guerra, es de­
cir, al problema de la tierra y las relaciones laborales, se debía aplicar
la Segunda Ley de Expropiación de 1862, que incautaba las propieda­
des confederales, pero se aplicó poco por el temor de Lincoln al recha­
zo de los posibles plantadores unionistas. Así, se incautaron más tie­
rras por impago de impuestos o por abandono de sus propietarios, que
por aplicación de la Ley de 1862. Qué hacer con la tierra incautada y
cómo organizar en ella el trabajo de los ex esclavos fueron los aspec­
tos esenciales y más conflictivos de la transición bélica al trabajo asa­
lariado, y se produjeron distintos ensayos.
Los más atípleos fueron los de Sea Islands en Carolina del Sur y los
relativos a las plantaciones del presidente confederal Jefferson Davis y
de su hermano en Mississippi, en los cuales los antiguos esclavos go­
zaron de autonomía en la organización de la producción. En noviem­
bre de 1861, el Ejército de la Unión ocupó las Sea Islands, liberando a

1 0 .0 0 0 esclavos acostumbrados a organizar su trabajo. Estos saquearon
las casas de los plantadores, quemaron las desmotadoras de algodón y
comenzaron a plantar maíz y patatas para su supervivencia. Estaba cla­
ro que para ellos el significado inmediato de la libertad no era cultivar
algodón, sino poséer sus propias tierras y permanecer independientes
del mercado; aunque a la larga muchas de estas tierras cayeron en ma­
nos de especuladores y oficiales del norte, interesados en la producción
de algodón y en sustituir la esclavitud por el trabajo asalariado.
■ En Davis Bend, Mississippi, los hermanos Davis habían estableci­
do durante la guerra una comunidad negra modélica, la cual intentaba
alojar y alimentar mejor a sus esclavos que en ningún otro sitio del Es­
tado y permitía un extraordinario grado de autogobierno, incluyendo
un sistema de jurados esclavos que hacían cumplir la disciplina de la
plantación. Cuando llegó el Ejército de la Unión en 1863, los herma­
nos Davis habían abandonado sus propiedades y los esclavos dirigían
la plantación. El general Grant decidió que Davis Bend debería con­
vertirse en un «paraíso negro» para el exclusivo asentamiento de liber­
tos, y el experimento demostró que eran capaces de cultivar producti­
vamente algodón y estar ligados al mercado.
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 197

Arabas experiencias de autogestión negra fueron atípieas; lo más


indicativo de cómo iban a evolucionar las condiciones de trabajo de los
ex esclavos fue la situación al sur de Luisiana. Los libertos aspiraban
también allí a poseer su propia tierra, pero la Luisiana ocupada tenía
un amplio grupo de plantadores unionistas que esperaba que el Ejérci­
to reforzara la disciplina de la plantación. Así, la Legislación de traba­
jo publicada por el general Banks era muy parecida a la esclavitud,
pues prohibía el vagabundeo y la ociosidad y establecía contratos
anuales con los plantadores leales por el 5 por 100 de la cosecha anual
o tres dólares por mes, más comida, alojamiento y cuidado médico.
Una vez contratados, ios asalariados negros tenían prohibido dejar la
plantación sin permiso de sus jefes y el Ejército actuaba más como
«patrulla esclavista» que como agente emancipador. Este sistema de
trabajo obligatorio se extendió tras la caída de Vicksburg, en julio de
1863, a todo el valle del Mississippi.70
El descontento de los congresistas republicanos con esta recons­
trucción moderada de Lincoln quedó manifiesto en la Ley Wade Davis,
aprobada por el Congreso en 1864, pero no firmada por Lincoln; así
como en la creación en marzo de 1865 de la Oficina de Refugiados, Li­
bertos y Tierras abandonadas, dentro del Departamento de Guerra. La
Ley Wadc Davis requería que una mayoría de varones blancos jurara
lealtad a la Unión, y sólo aquellos que demostraran que habían perma­
necido durante la guerra fieles a la Unión podían votar o ser elegidos en
: las Convenciones Constitucionales de los Estados. Estas Convenciones
debían abolir lá esclavitud, denegar derechos políticos a los oficiales y
funcionarios de alto rango de la Confederación y repudiar las deudas de
guerra. En cuanto a la Oficina de Libertos, debía proveer de alimento y
ropa a los esclavos liberados y a sus familias, negociarles los contratos
de trabajo, proporcionarles asistencia médica, construir escuelas; así
como ocupar las tierras abandonadas y confiscadas, para arrendarlas en
lotes de 40 acres a los antiguos esclavos y refugiados leales, que podrí­
an comprarlas a un precio razonable a los tres años.
Tras la rendición de Lee a Grant el 9 de abril en Appomattox, la re­
construcción se convirtió en el principal problema de la nación. El pre­
sidente Lincoln, que hasta entonces había optado por políticas mode­
radas y conciliadoras que aceleraran el final de la guerra, no parecía
tener un plan definido; pero en su último discurso en la Casa Blanca el
11 de abril de 1865 habló por primera vez de un «sufragio negro limi­
tado » .75 Cuatro días después, fue asesinado por el actor proconfederal
John Wilkes Booth.
198 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

El final de la guerra y el asesinato de Lincoln dejaban sin resolver el


dilema del sufragio negro y los otros aspectos dé la reconstrucción, ini­
ciando así un período de transición conflictivo y difícil en el que blan­
cos y negros interpretaron de forma distinta la libertad y la transición al
«trabajo libre». Los antiguos esclavos experimentaron en primer lugar
un sentido inmediato de liberación, pues podían vestirse como quisie­
ran, adquirir cosas hasta entonces prohibidas como perros, pistolas y
bebidas alcohólicas; ya no debían ceder el paso alos blancos, podían te­
ner reuniones y servicios religiosos sin vigilancia blanca, viajar libre­
mente e instalarse en las ciudades, intentar reunirse con los miembros
de su familia y evitar-que trabajaran los niños y las mujeres.
Esta libertad les permitió ir construyendo una comunidad negra, ci­
mentada en sus propias iglesias, escuelas, Sociedades deAyucla Mu­
tua, que encontró sus líderes naturales entre los pastores, maestros y
veteranos del Ejército de la Unión. En las Iglesias Negras 72 pudieron
desarrollar una visión de la fe cristiana que heredaron de la esclavitud,
en la que Jesús se presentaba cómo un redentor personal que ofrecía
paz en la desgracia, mientras que el Viejo Testamento sugería que eran
un pueblo elegido, análogo a los judíos en Egipto, al que Dios libera­
ría de la esclavitud. En cuanto a Ja extensión de la educación, la pasión
por aprender, en una comunidad con un 90 por 100 de analfabetos,
multiplicó las escuelas para negros gracias a los fondos de sociedades
caritativas norteñas, de la Oficina de Libertos y de los Estados, «re­
construidos» a p.ártir’de 1868. Era lógico que con estos progr^O s aso­
ciativos, la comunidad negra tuviera la sensación de «haber progresa­
do un siglo en un año» entre 1865 y 1866.
Aunque la concesión del sufragio a Ios -libertos tuvo que esperar
hasta la aprobación én 1867 de la Quinceava Enmienda a la Constitu­
ción, entre 1865 y 1866 se inició una política negra, que tuvo su ex­
presión en las Asambleas Estatales, donde mulatos libres, exesclavos
veteranos de guerra;'y artesanos negros especializados buscaban exten­
der la igualdad civil y el sufragio, en un tono moderado y conciliador.
Esta minoría negra, ya integrada en la política nacional, siguió con in­
terés los debates sobre la reconstrucción en el Congreso y utilizó a su
favor la Ley de Derechos Civiles de 1866 y la Catorceava Enmienda
—aprobada en 1866 y ratificada en 1868— que extendía la ciudadanía
a los ex esclavos .73
Estos primeros logros en la igualdad civil y autonomía de la pobla­
ción negra del sur fueron contestados con una tremenda violencia
blanca, que hicieron señalar en 1865 a David L. S w ain— ex gobema-
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 199

dor de Carolina del Norte--—que «con referencia a la emancipación es­


tamos al comienzo d é la guerra». En un momento de cambio del orden
social, de las relaciones de poder preexistentes y dé las normas de con­
ducta anteriores, ambas partes tenían perspectivas distintas sobre el
sistema de trabajo que iba a sustituir a la esclavitud. Los plantadores,
que consideraban a los negros indolentes e incapaces de cualquier dis­
ciplina, creían imprescindible para su supervivencia reestablecer un
sistema de trabajo muy parecido a la esclavitud; mientras que los li­
bertos preferían trabajar su propia tierra en propiedad o alquiler.
La Oficina de Libertos llegó a controlar 850.000 acres de tierra
confiscada que, repartidos en lotes de 40 acres, no eran suficientes para
dar tierra a los cuatro millones de esclavos, pero sí para crear Una cla­
se de pequeños propietarios negros. Sin embargo, cuando Andrew
Johnson llegó a la presidencia tras el asesinato de Lincoln en abril de
1865, ordenó restaurar las propiedades a los propietarios confederales
perdonados, con lo que miles de libertos ya asentados especialmente
en Georgia y Carolina del Sur, tuvieron que devolver sus lotes de tie­
rra y en 1866 solamente 2 . 0 0 0 libertos recibieron la tierra que les ha­
bían prometido. La Oficina de Libertos no tuvo otra alternativa que
animar a los antiguos esclavos a firmar contratos de trabajo anuales en
las plantaciones con su supervisión. En medio de conflictos constan­
tes, se llegó a una enorme variedad de acuerdos, que a veces coexistí­
an en lá misma área o la misma plantación, pero hubo una tendencia
general entre 1866 y 1867 a establecer el sistema de aparcería, combi-
nandó así el deseo de autonomía de los libertos con las necesidades de
controlar la mano de obra de los propietarios .74

El f r a c a s o d e l a -r e c o n s t r u c c i ó n p r e s i d e n c i a l

Andrew Johnson, el unionista demócrata de Tennessee que sustitu­


yó a Lincoln tras su asesinato, parecía tener mucho en común con su
predecesor. De origen humilde, ascendió desde el aprendizaje del ofi­
cio de sastre en Raleigh, Carolina del Norte, a próspero propietario de
una sastrería en Grennville, Tennessee. Su actividad política comenzó
en 1829 en la Legislatura de Tennessee, después fue delegado del Es­
tado en la Cámara de Representantes, gobernador del Estado de Te-
nesse durante dos años y en 1857 fue elegido senador. Hombre hecho
a sí mismo, Johnson se convirtió en un efectivo orador, que represen­
taba como nadie las aspiraciones del «hombre corriente», defendiendo
200 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

en sus discursos al honrado propietario agrícola familiar frente a «la


aristocracia esclavista», y abogando por la educación pública sufraga­
da por el Estado y el acceso a 1.a tierra libre. Pero a diferencia de Lin­
coln, era un hombre solitario, encerrado en sí mismo y en sus posicio­
nes, con poca destreza política y escasa sensibilidad hacia el punto de
vista de otros y a los cambios y sugerencias de la opinión pública.
Cuando asumió la presidencia, los radicales republicanos confiaban
en que transformaría el derrotado sur, abogaría por la igualdad de dere­
chos y el sufragio negro, y fortalecería el gobierno federal. Sin embar­
go, él seguía creyendo en una estricta interpretación de la Constitución,
en la que su fervoroso unionismo no estaba reñido con el respeto a los
derechos de los Estados. Tampoco se comprometió con ía igualdad ci­
vil, ni con la extensión del sufragio ni con otorgar un papel político a los
libertos, pues defendía un sur dominado políticamente por los blancos
pobres. Como miembro de esta clase, creía que en el pasado los escla­
vos negros se habían unido a sus amos para oprimir a los blancos po­
bres, y que si se les permitía votar, volverían a hacer una alianza entre
negros y plantadores que restauraría el «poder esclavista».
Su plan de reconstrucción, anunciado en mayo de 1865, constaba
de dos edictos. El primero otorgaba perdón y amnistía — incluida la
restauración de todos los derechos de propiedad excepto los de poseer
esclavos—- a todos los confederados que juraron lealtad a la Unión y
apoyo a la emancipación; aunque algunos sudistas, como los principa­
les oficiales confederales y los dueños de propiedades tasadas en más
de 2 0 .0 0 0 dólares, tenían que pedir un perdón individual al presidente.
El segundo edicto anunciaba la convocatoria de elecciones para nue­
vas Constituciones Estatales, en las que no podrían votar lás personas
no perdonadas según el primer edicto.
• Estos dos edictos, a diferencia de la política d e Lincoln, favorecían
a los pobres blancos unionistas y excluían tanto el sufragio limitado
para los negros, como a la élite esclavista, la cual sin embargo podía
utilizar la vía del perdón personal, dependiendo exclusivamente de la
voluntad del presidente. Así, los gobernadores elegidos fueron fieles
unionistas, pero se encontraron que si aplicaban estrictamente los edic­
tos, no conseguirían la mayoría electoral blanca necesaria para que
Andrew Johnson fuera reelegido presidente en 1868. De esta forma, el
presidente Johnson comenzó a utilizar en el verano-otoño de 1865 una
política generosa de perdones personales 75 para concillarse con la anti­
gua élite sudista, asegurando así la supremacía blanca en el sur y su
propia reelección.
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 201

Si la reconstrucción presidencial hubiera conseguido llevar al po­


der a una nueva élite política unionista, la elección de representantes
para las Convenciones Estatales en el verano de 1865 hubiera sido su
oportunidad. Por esas fechas, pocos miembros de la élite confederal
habían recibido el perdón individual y 2/3 de los delegados elegidos se
habían opuesto a la secesión en 1860. Estas Convenciones debían se­
guir las recomendaciones de la moderada reconstrucción presidencial,
como invalidar las Ordenanzas de Secesión, abolir la esclavitud, repu­
diar o anular la deuda de la Confederación y ratificar la Decimoterce­
ra Enmienda.
La mayoría de las Convenciones Estatales cumplieron los requisi­
tos de Johnson y en el otoño de 1865 procedieron a elegir legisladores,
•gobernadores y miembros del Congreso. En la mayoría de los Estados,
los antiguos whigs ganaron las elecciones; pero en el bajo sur, donde
muchos de estos ex whigs unionistas habían servido en la Confedera­
ción, casi todos los senadores y congresistas elegidos se habían opues­
to a la secesión, aunque habían seguido a sus Estados en la rebelión.
De esta forma, excepto en la zona de las montañas unionistas, la polí­
tica de Johnson falló en crear un nuevo liderazgo político que reem­
plazara a la «eslavocracia» prebélica.
Así, cuando el Congreso se reunió por primera vez desde el final de
la guerra en diciembre de 1865, tenía que reconocer a los nuevos go­
biernos del sur, que en muchos Estados eran demasiado parecidos a los
de antes de la guerra.-Entre sus miembros, estaban el último vicepresi­
dente de la Confederación, cuatro generales confederales, ochó coro­
neles, seis miembros del Gabinete y una hueste de rebeldes de menor
rango. También las primeras leyes que aprobaron recordaban demasia­
do al viejo sur, pues la antigua élite —que había perdido su autoridad
sobre la mano de obra negra— recurrió a las nuevas Legislaturas para
reestablecer la disciplina laboral. De esta forma, las Legislaturas esta­
tales aprobaron nuevas leyes sobre el trabajo, los derechos de propie­
dad, la imposición, la administración de justicia y la educación, que
formaban parte del esfuerzo por ampliar el poder de los Estados en el
diseño de las nuevas relaciones sociales que sucedieron a la esclavitud.
Los Códigos Negros (Black Cades), que trataban de definir los nue­
vos derechos y deberes de los libertos, fueron la primera respuesta de las
Legislaturas estatales a estas demandas. Estas leyes autorizaron a los an­
tiguos esclavos a adquirir propiedad, casarse, firmar contratos, deman­
dar y ser demandados y a testificar en juicio en los casos referidos a per­
sonas de su propio «color». Pero estas disposiciones eran secundarias
202 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

respecto al objetivo principal de estabilizar la fuerza de trabajo negra y


limitar sus opciones económicas. Así, sería la autoridad de cada Estado
la que haría cumplir los contratos laborales y la disciplina en la planta­
ción, además de castigar a aquellos libertos que se negaran a fimiar con­
tratos e impedir a los blancos competir por la mano de obra negra.
Mississippi y Carolina del Sur aprobaron los primeros y más seve­
ros hlack codes a finales dé 1865. Mississippi exigía a todos los ex es­
clavos poseer cada mes de junio un contrato laboral escrito para el año
próximo. Los trabajadores que dejaban sus empleos antes de que el
contrato hubiera acabado perdían el derecho a los salarios ya ganados,
y —como bajo 1a esclavitud—-' estaban sujetos a arrestos por cualquier
ciudadano blanco. L a persona que ofrecía trabajo a quien tuviera ya
contrato se arriesgaba a ser encarcelado o pagar una multa de 500 dó­
lares. Por último, para limitar las oportunidades económicas y la auto­
nomía de los libertos, éstos tenían prohibido alquilar tierras en áreas
urbanas; el vagabundeo podía ser Castigado ¿on multas o trabajo de
plantación, al igual que los gestos o el lenguaje insultante, y rezar el
evangelio sin licencia. En caso de que algo fuera olvidado, la Legisla­
tura de Mississippi declaró que todos los códigos pénales que definían
los crímenes de los esclavos y negros libres sé encontraban vigentes, a
no ser que fueran específicamente alterados por el black code.
El Código Negro de Carolina del Sur era en algunos aspectos más
discriminatorio, pero contenía disposiciones1— como prohibir la ex­
pulsión de los libertos ancianos de las plantaciones---' destinadas a're­
forzar el paternalismo con la fuerza de lá ley. No prohibía a los liber­
tos arrendar tierras, pero solamente podían trabajar de campesinos o
sirvientes, a menos que pagaran una cuota anual de entre diez y cien
dólares. La ley les exigía firmar contratos anuales e incluía detalladas
disposiciones qué regulaban las reláciones entre los sirvientes y sus
amos, incluido el trabajo del amanecer al anochecer, la prohibición de
dejar la plantación o téner invitados sin permiso del patrón .76 Además,
una Ley de Vagabundeo se aplicaba a los libertos desempleados o a
aquellos que llevaban «vidas desordenadas», como los que viajaban
con los circos, los adivinos y los actores .77
Por otro lado, en todo el sur había nuevas Leyes de Aprendizaje que
obligaban a los menores a trabajar sin paga y permitían a los jueces en­
tregar a los propietarios niños de los orfanatos o aquellos cuyos padres
no podían mantenerlos. En cuanto a las nuevas Leyes Criminales, re­
forzaban los derechos de propiedad, pues los legisladores aumentaron
las penas para los pequeños delitos, hasta el punto de que robar un ca-
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 2 03

bailo o muía en Virginia y Georgia en 1866 era un delito capital; mien­


tras que limitaban los derechos de caza, pesca y pastoreo, que tanto
blancos como negros habían disfrutado antes de la guerra civil.
Estas nuevas Leyes Criminales y Laborales eran aplicadas por un
sistema judicial y policial totalmente blanco. Los sheriffs y jueces de
paz raramente perseguían a los blancos acusados de crímenes contra
los negros .78 y muchos de los policías eran antiguos soldados confede­
rales que aún vestían uniformes grises y frecuentemente aterrorizaban
a la población negra, especialmente a aquellos que se negaban a firmar
los contratos de trabajo.
El sistema de impuestos reforzaba la supremacía blanca y la posi­
ción de los plantadores, pues los libertos tenían que pagar elevados
poli faxes o corrían el riesgo de ser declarados vagos y ser obligados a
trabajar para cualquiera; mientras que por la propiedad de la tierra se
pagaban impuestos minúsculos — de un 1 0 por 1 0 0 a un 1 por 1 0 0 -—,
dando como resultado que el propietario de 2 1 ) 0 0 acres pagara menos
que cualquiera de sus empleados sin ninguna propiedad. Á pesar de
que estos impuestos a los libertos llenaron las arcas dé Estados y mu­
nicipios, éstos ios excluyeron de la ayuda a los pobres, así cómo de los
orfanatos, parques, escuelas y cualquier otro Servicio público, insis­
tiendo en que la Oficina de Libertos era la que tenía qué asistirles.
La reconstrucción presidencial no logró su propósito esencial de
acabar con la escasez de trabajo, ni con la resistencia dé los ex escla­
vos a la disciplina de la plantación. El nuevo sistema legal, al limitar
las posibilidades económicas de la población negra y reforzar el acce­
so privilegiado de los blancos alo s recursos económicos, protegiéndo­
les de todas las consecuencias de la emancipación, inhibió el desarro­
llo de un mercado libre de tierra y trabajo. De esta forma, el intento de
restaurar el «viejo orden» impidió la transformación del «nuevo sur»
y supuso el fracaso económico de la reconstrucción presidencial. Fa­
llaron los programas de construcción de vías férreas, los intentos de
atraer a la población inmigrante, el desarrollo industrial; pues los in­
versores preferían invertir en el lucrativo desarrollo de! oeste, que
arriesgar su capital en el inestable clima político del sur.
El problema era que los líderes del Partido Republicano querían de­
sarrollo económico, pero sin aceptar las consecuencias de la reforma
agraria y un mercado de trabajo libre. En cuanto a los plantadores, que­
rían las inversiones del norte, pero si éstas reforzaban el sistema de
plantación y no amenazaban la estabilidad de la mano de obra negra.
Finalmente Andrew Johnson, obsesionado con mantener la suprema-
204 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

cía blanca y conseguir la reelección, abandonó la idea de destruir la he­


gemonía política y económica de los plantadores. El resultado final fue
que la auto re construcción de los Estados del sur no era la construcción
de un «nuevo sur», sino una versión mejorada del «viejo sui*».79

La r e s p u e s ta d e l n o r t e : La r e c o n s t r u c c i ó n r a d i c a l
O RECONSTRUCCIÓN DEL CONGRESO

Inicialmente, la política de reconstrucción de Johnson fue masiva­


mente aceptada en el norte. La apoyaban los demócratas, que espera­
ban así reconstruir su partido; los republicanos, que esperaban mejorar
su posición en el partido, identificándose con el nuevo presidente; los
hombres de negocios, que aún pensaban que la producción del algodón
era esencial para la riqueza nacional. Sólo se oponían en 1865 los re­
publicanos radicales, que señalaban que sin sufragio negro no habría
reconstrucción; pero el presidente pensaba que éstos eran un pequeño
grupo de fanáticos y cuando el Congreso se reunió tras la guerra en di­
ciembre de 1865, el tema del sufragio negro estaba políticamente
muerto.
Sin embargo, la aprobación de los black cades, la violencia contra
la población negra y la vuelta al poder de la antigua élite extendieron
la protesta en el Congreso más allá de los círculos republicanos radi­
cales, Eb conflicto entre presidente y Congreso comenzó en IB 6 6 .,,:
..cuando Johaspn vetó unaJey para alargar la existencia de*la Qficina.de*
“Libertos. A*rfiitad de .maízo de 1866, él Congreso aprobó la*Ley de De­
rechos Civiles, que era una respuesta directa a los black cades, pues
declaraba a todas las personas nacidas en Estados Unidos — excepto
los indios no sometidos a impuestos— , iguales ante la ley. Johnson
vetó asimismo esta ley, pero en abril de 1866 el Congreso derribó el
veto presidencial y en julio aprobó una nueva Ley sobre la Oficina de
Libertos, desafiando también el veto presidencial
Para que no hubiera duda sobre la legalidad de la nueva Ley de De­
rechos Civiles, el Congreso aprobó una nueva Enmienda a la Constitu­
ción — la Catorceava— en junio de 1866, que fue ratificada en julio de
1868. La 14.a Enmienda iba más allá de la Ley de Derechos Civiles y
tendría significativos efectos posteriores. La Enmienda reafirmaba el
derecho a la ciudadanía federal y estatal para todas las personas naci­
das o naturalizadas en Estados Unidos, y prohibía a los Estados privar
de sus privilegios e inmunidades a los ciudadanos, así como despojar a
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1S77 205

cualquier persona de su vida, libertad o propiedad sin «el debido pro­


ceso legal», o negar a cualquier persona la protección de las leyes.
Tennessee, el Estado natal de Andrew Johnson, fue el primero en
ratificar la 14.a Enmienda, pero el resto del sur resistió violentamente 80
el intento del Congreso de reformar el programa de reconstrucción de
Johnson. La oportunidad para los republicanos radicales se presentó en
las elecciones al Congreso de noviembre de 1866, donde consiguieron
una mayoría de 2/3 en las dos Cámaras, con lo que podían rechazar
cualquier veto presidencial. De esta forma, el 2 de marzo de 1867, dos
días antes de que el viejo Congreso expirara, aprobaron tres leyes fun­
damentales de la reconstrucción radical: la Ley de Reconstrucción M i­
litar, la Ley de Dirección del Ejército y la Ley de Permanencia en la
Administración. La primera ley estipulaba las condiciones bajo las que
los nuevos gobiernos de los Estados sudistas debían formarse, las otras
dos buscaban bloquear las ^ cisio n es del presidente. La Ley de Direc­
ción del Ejército requería qne todas las órdenes del presidente, como
comandante en jefe, fueran gestionados a través de los Cuarteles Ge­
nerales del general en jefe del Ejército, entonces Ulysses S. Grant, en
el cual confiaban los radicales. La ley de Permanencia en la Adminis­
tración requería el consentimiento del Senado para que el presidente
pudiera destituir a cualquier cargo y estaba pensada para mantener en
su puesto al secretario de Guerra, Edwin M. S tan ton, que era un sim­
patizante de los radicales.
En realidad,'fue la Ley de Reconstrucción Militar, la qüe .se.-consi­
deró una victoria de laxeconstrucción radical, pero finalmente requirió
poco más que los Estados sudistas aceptaran el sufragio negro y ratifi­
caran la 14.a Enmienda. Con la excepción de Tennessee, que ya había
ratificado la 14.a Enmienda, ios otros diez Estados sudistas fueron di­
vididos en cinco distritos militares. En esos diez Estados se mantuvie­
ron los gobiernos del período de Johnson, pero Convenciones elegidas
por ciudadanos varones, mayores de veintiún años y de cualquier raza
o condición, debían elaborar nuevas Constituciones de acuerdo con la
Constitución federal. Una vez que las Constituciones fueran ratifica­
das por la mayoría de sus habitantes y aceptadas por el Congreso, y las
Legislaturas de los Estados hubieran ratificado la 14,a Enmienda, los
Estados podrían tener representación en el Congreso.
A finales de 18É7, se habían celebrado nuevas elecciones para
Convenciones Constitucionales en todos los Estados menos en Texas,
y un año después, el 27 de marzo de 1868, el Congreso despojó al Tri­
bunal Supremo del poder de revisar los casos judiciales que la aplica­
206 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

ción de la Lev de Reconstrucción Militar pudiera ocasionar. El Tribu­


nal Supremo aceptó este recórte de sus competencias, reconoció el de­
recho del Congreso a rehacer los gobiernos estatales y apoyó su punto
de vista radical.
Después de conseguir el apoyó del Tribunal Supremo, el tínico obs­
táculo que tenía ia reconstrucción radical era la actitud del presidente
Andrew Johnson, Este no podía vetar las leyes radicales, pero conti­
nuaba perdonando a muchos antiguos confederales y transfirió fuera
del sur a los jefes de distritos militares que simpatizaban con los radi­
cales. Como estas acciones no eran ilegales, el Comité Judicial de la
Cámara de Representantes — tras una larga investigación durante el
año 1867— no encontró motivo alguno para iniciar la destitución del
presidente. Fue el-propio Johnson el que provocó el conflicto que ju s­
tificó la apertura del proceso de destitución, al violar ía Ley de Perma­
nencia en la Administración y sustitinr al secretario de Guerra Edwin
M. Stanton por el general Ulysses Grañt. El 24 de febrero de 1868, la
Cámara de Representantes votó la destitución del presidente, alegando
que Johnson había destituido ilegalmente a Stanton y no había dado al
Senado el nombre de su sucesor.
El juicio en el Senado, realizado entre el 5 de marzo de 1868 y el
26 de mayo de 1868, no consiguió destituir al presidente, porque mu­
chos senadores repúblicanos -—en desacuerdo con la destitución por
motivos político^, más que criminales— rompieron la mayoría radical
republicana en lá Cámara y se opusieron a la destitución de Johnson.
E l proceso de destitución fue así un gran error político, pues despresti­
gió a los radicales, y no destituyó al presidente; pero a partir de enton­
ces los republicanos radicales consiguieron que JbühSón no obstaculi­
zara la reconstrucción radical, comenzando así el dominio republicano
en la política del sur .81
En julio de 1868, el Congreso decidió que siete Estados del sur reu­
nían las condiciones para la readmisión, todos menos Virginia, Missi-
sipi y Texas, aunque se rescindió la admisión de Georgia cuando la Le­
gislatura de este Estado expulsó a 28 de sus representantes negros y en
su lugar colocó a algunos líderes confederales. La Comandancia M ili­
tar de Georgia forzó a la Legislatura a readmitir a los representantes de
color expulsados y a ratificarla 15.a Enmienda — que prohibía a los
Estados negar a los ciudadanos el voto sobre la base de la raza, el co­
lor o la condición previa de servidumbre— , antes de ser readmitido en
1870. Mississippi, Texas y Virginia ya habían sido readmitidos en 1870
con el mismo requerimiento de ratificar la 15.a Enmienda.
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 207

Uno de los cambios más importantes debidos a la reconstrucción


radical y al sufragio negro fue la aparición de los afroamericanos en la
escena política. Muchos fueron elegidos en Asambleas Políticas Loca­
les, procedían de Sociedades Fraternas, Ligas de la Unión ,82 Unidades
negras del Ejército, y entre ellos abundaban los mulatos libres de las
ciudades, aunque a partir de 1867 comenzaron a ganar influencia los
antiguos esclavos, poniendo de manifiesto las tensiones en la naciente
comunidad política negra; pues mientras los ex esclavos estaban inte­
resados sobre todo en el tema de la confiscación y distribución de tie­
rras, los negros de piel más blanca, que habían nacido libres, y los que
procedían del norte, ambos de origen urbano, insistían en que la igual­
dad política no significaba igualdad social.
Aunque los sudistas opuestos a la reconstrucción del Congreso ha­
blaban de «reconstrucción negra», los delegados negros sólo fueron
mayoría en la Legislatura de Carolina del Sur —-*76 contra 41-“-. mien­
tras que consiguieron el 40 por 100 de la representación en Florida, el
24 por 100 en Virginia, solamente el 11 por 100 en Carolina del Norte
y el 10 por 100 en Texas. Por otro lado, aunque 600 negros, principal­
mente antiguos ex esclavos, fueron elegidos por las .Legislaturas de los
Estados, pocos de ellos ocuparon cargos en los nuevos gobiernos. Nin­
guno fue elegido gobernador, aunque hubo algunos vicegobernadores,
secretarios del Tesoro y secretarios de Estado, así como dos senadores
y catorce miembros en la Cámara de Representantes.
En realidad, los mejores puestos en los nuevos gobiernos fueron ocu­
pados por los republicanos blancos, a los que la oposición llamó oportu­
nistas (carpethaggers) si procedían del norte y scalawags si eran del sur
y les consideraba igualmente corruptos y ventajistas. Los carpethaggers
eran principalmente veteranos de guerra de la Unión, que habían llegado
al sur entre 1865 y 1866 atraídos p o r las oportunidades económicas,
aunque también se encontraban entre ellos maestros, abogados, hombres
de negocios, pastores y trabajadores sociales. En cuanto a los scalawags,
eran blancos del sur, que se habían opuesto a la secesión y formaban una
mayoría unionista en muchos condados de montaña. Aunque muchos de
los carpethaggers y scalawags fueron unos oportunistas, que consintie­
ron en la corrupción a expensas del gasto público, otros eran antiguos
whigs, partidarios de la expansión comercial e industrial del sur, o ex
confederales que querían que el sur cambiara.
La acusación de corrupción se extendió a las actuaciones de todos
los gobiernos estatales reconstruidos, siendo prácticas comunes el uso
de fondos y créditos públicos pará beneficiar a empresas privadas, es­
208 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

pecialmente a los ferrocarriles. Pero estas prácticas corruptas en la re­


construcción del «nuevo sur» no eran nuevas, ni pueden ocultar las
realizaciones positivas de los gobiernos radicales, como haber profun­
dizado en la democracia de sus Estados al extender el sufragio univer­
sal masculino y establecer el primer sistema de escolarización estatal,
gracias al cual 600.000 afroamericanos estaban escolarizados en 1877;
además de prestar ayuda a los más pobres e incapacitados construyen­
do orfanatos, asilos e instituciones para ios sordomudos y ciegos; me­
jorar la infraestructura viaria y, sobre todo, aumentar los derechos y
oportunidades de los libertos, que por primera vez tenían igualdad ante
la ley, derecho a la propiedad, a tener negocios, ejercer profesiones, ir
al colegio, o bien aprender a leer y escribir.
Así, los blancos que eran hostiles a los .nuevos gobiernos estatales
ño lo fueron tanto por la corrupción como por:1a inclusión de los afroa­
mericanos en la vida pública. A veces la hostilidad se tomaba en terror
blanco, ejercido principalmente por el Ku Klux Klan, Sociedad Secreta
constituida en 1866 en Pulaski, Tennessee, en respuesta a las Ligas de
la Unión. En el Klan participaban tanto campesinos pobres y artesanos,
como plantadores, comerciantes, banqueros, abogados, pastores o mé­
dicos, aterrorizando a negros y a blancos republicanos con sus actos
violentos. En 1870 mutilaron en Mississippi a un líder republicano ne­
gro ante su familia, en Georgia asesinaron a tres scalawags, en Alaba-
ma organizaron un tumulto que mató a c u a tr o negros e hirió a 54 y eran
particularmente activos en Carolina del Sur, donde casi toda Ía;,pcfbla-
ción masculina blanca del condado de^York pertenecía al J<Uan. que fqe
responsable de 11 asesinatoV ciehfes áe azotamientos. ’*
La respuesta del Congreso al terror blanco fue aprobar tres leyes
para proteger a los votantes negros. La primera de ellas multaba a las
personas que interfirieran cualquier derecho ciudadano, la segunda po­
nía bajo la protección de la Fuerza Pública federal las elecciones a con­
gresistas y la tercera prohibía las actividades características del Ku
Klux Klan. El cumplimiento de estas leves disminuyó la actividad del
Klan desde 1871, pero aparecieron otros grupos paramihtares, como el
Club del Rifle en Mississippi y las Camisas Rojas en Carolina del Sur
y se utilizaron métodos más sutiles de intimidación racial y de desgas­
te de los gobiernos republicanos .83
Esta actitud hostil del sur a la reconstrucción acabó minando la
energía de los afroamericanos y republicanos en el sur y aumentando
en el norte el cansancio hacia la llamada «cuestión sudista», pues por
esas fechas el país estaba preocupado por otros problemas, como la
LA GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCION, 1860-1877 209

expansión al oeste» las guerras indias, el desarrollo industrial o la


disputa sobre ia política monetaria. Estos otros problemas fueron
aprovechados por el Partido Demócrata del sur para erosionar la re­
sistencia de los republicanos radicales, sin una particular intervención
del Congreso, ni del norte. De esta forma, ya en 1869 se derrumbó el
gobierno republicano en Virginia y Tennesse y en 1870 lo hizo en
Georgia y Carolina del Norte. Permaneció en los Estados del bajo sur,
donde la población negra era más numerosa, pero en 1876 los gobier­
nos radicales sólo sobrevivían en Luisiana, Carolina del Sur y Flori­
da, derrumbándose todos ellos después de las elecciones presidencia­
les de ese año.
JEri los últimos seis años, el ex general Ulysses S. Grant había sido
presidente. Con su elección en 1868, los republicanos.radicales habían
conseguido controlar también la presidencia, pues íjrañ t apoyaba el
programa de reconstrucción radical y el sufragio negro, así como la
controvertida política de pagar la deuda de guerra en oro, en lugar de
con los nuevos billetes emitidos durante la guerra. Ulysses S. Grant,
' buen militar y hombre honesto, resultó ser un mal político, que se sen­
tía incómodo con los complicados temas de la política nacional y se­
guía pasivamente la actividad del Congreso. Su posición en los asun­
tos monetarios — la retirada de circulación de los billetes emitidos
durante la guerra y el pago de la deuda de guerra en oro— le generó el
apoyo de los grandes banqueros y comerciantes, pero le granjeó la
oposición de jos agricultores del sur y el oeste y de iosvotafltes.perno-
cratas, partidarios de poner mayor cantidad de moneda en circulación
para mantener altos los precios agrícolas. Más graves fueron los pro­
blemas de corrupción ligados a la construcción de los ferrocarriles y la
depresión de 1873, que duró seis años, siendo la más larga y severa
que los norteamericanos habían sufrido hasta la fecha, con numerosas
bancarrotas, desempleo crónico y drástica caída de la construcción fe­
rroviaria. Todos estos problemas permitieron a los demócratas recupe­
rar el control de la Cámara de Representantes en las elecciones al Con­
greso de 1874.
Las elecciones de 1876, celebradas én un clima general de vuelta a
la política conservadora en él sur, fueron las más corruptas de la histo­
ria del país. Los votos populares indicaron la victoria del demócrata
Samuel G, Tilden, pero los republicanos se negaron a aceptar esta vic-
' toria, pues creían que los votos conseguidos eran irregulares en Flori­
da, Luisiana y Carolina del Sur; mientras que los demócratas acusaban
de fraude a los republicanos en Ohio.
210 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

La intimidación y el fraude fueron generales en esas elecciones, y


como la Constitución no ofrecía solución para un caso así, el Congre­
so creó una Comisión electoral especial, que decidió que el candidato
republicano — Ruthenford B. Hayes— había ganado las elecciones por
un voto en el Colegio electoral (con una diferencia de 185 a 184). Fue
decisivo para conseguir este resultado que los demócratas del sur hu­
bieran llegado a un compromiso con los republicanos de Ohio, por el
que éstos se comprometieron a retirar las tropas federales de Luisiana
y Carolina del Sur y dejar que los gobiernos radicales se derrumbaran.
En aplicación del llamado Compromiso de 1877, el ya presidente Ha-
yes retiró en abril de'1877 las tropas federales de Luisiana y Carolina
del Sur y, como estaba previsto, los gobiernos radicales no tardaron en
caer. Comenzaba a s íe í regreso del Partido Demócrata y la supremacía
blanca a la política del sur.

U na r e v o l u c ió n in a c a b a d a

Tras el Compromiso de 1877, lo Único que quedaría de los gobier­


nos radicales de 1870 era un sistema de trabajo para los antiguos es­
clavos que no suponía la completa desposesión o la inmovilidad; le­
galmente no estaban excluidos de la ciudadanía y mantenían el voto y
la igualdad civiLcjue les habían otorgado las Enmiendas 14.a v 15.! de
la Constitución;"aunque estos derechos fueron sistemáticanfeilte viola--
das ^or los. Estados del sur tras: 1877..
Estos pobres resultados parecían un tremendo fracaso, después de
las esperanzas y los sueños que generó la victoria del ríbrte en la guerra
civil y la reconstrucción. En plena depresión económica de 1873, el fra­
caso de la reconstrucción fue no haber realizado una reforma agraria
que hubiera posibilitado el asentamiento del Partido Republicano, legi­
timando así una nueva élite política. En su lugar, el poder seguía resi­
diendo en una clase plantadora más débil y menos rica que antes de la
guerra, pero aún capaz de utilizar su prestigio y experiencia contra la re­
construcción, frente a unos republicanos sudistas dominados por el fac-
cionalismo y la corrupción, que además fracasaron en atraer a los vo­
tantes blancos. Pero fue, sobre todo, el «terror blanco», la contestación
violenta a la reconstrucción, lo que cambió la orientación electoral en
muchas partes del sur y debilitó la resolución del norte de mantener por
la fuerza esta política, cuando el país no tenía ni el deseo, ni los medios
administrativos, para supervisar permanentemente el sur.
LÁ GUERRA CIVIL Y LA RECONSTRUCCIÓN, 1860-1877 211

El fracaso de la reconstrucción fue un desastre para los afroamerica­


nos y para toda lá nación. La pérdida progresiva del voto de los ciudada­
nos negros en é í sur durante las tres décadas siguientes a la reconstruc­
ción, así como sü conversión en trabajadores dependientes» mantuvo al
sur hasta bien entrado el siglo xx —década de 1960— como una zona
de un solo partido, regida por una élite reaccionaria que continuaba em­
pleando la violéntela y el fraude para acabar con la disidencia. Este sóli­
do sur y la expilsiótí de la población más oprimida de la política, hizo
que Estados Unidos girara a la derecha, al alejar cualquier posibilidad
de aprobar Legislaciones progresistas en asuntos sociales y raciales.
Todos los récüérdos y la promesa de la reconstrucción parecían ha­
ber desaparecido en la década de 1950, cuando comenzó el Movimien­
to por la Igualdad de Derechos Civiles de la minoría negra; pero pa­
radójicamente este movimiento se basó en hacer cumplir las leyes y
Enmiendas a la Constitución que se habían aprobado durante la re­
construcción y no hubiera sido posible sin el sentido de comunidad
que le proporcionaron la familia, la escuela y la Iglesia Negra, todas
ellas consolidadas tras la guerra civil .84
Capítulo 6
LA «EDAD DORADA», 1870-1890.
INDUSTRIALIZACIÓN, NUEVAS FRONTERAS
Y FRACTURA SOCIAL

In d u s t r ia l iz a c ió n y m o n o p o l io s .
U na p o t e n c ia e c o n ó m ic a m u n d ia l

La pujanza demostrada por la economía norteamericana en ios


años previos a la guerra civil se aceleró tras el conflicto. Si en las dé­
cadas de 1850 y 1860 el crecimiento del ferrocarril, la urbanización el
crecimiento de la población y la estandarización y mecanización que
caracterizaban el «sistema americano de manufactura», se habían limi­
tado al norte y al noroeste, el triunfo de la Unión en,la guerra
mitió que la ideologíá de 1free labor se extendiera por todo el país., con
M apoyo legislativo del gobierno federal y las enormes posibilidades
de un amplio territorio y un mercado en expansión por conquistar.
Las medidas de política económica aprobadas por los republicanos
durante la guerra protegían el desarrollo de la industria nacional y fa­
vorecían la construcción de líneas ferroviarias continentales, pero tam­
bién garantizaban 1a extensión de la educación y la propiedad agrícola
familiar. Es decir, la ideología del free, labor seguía defendiendo un ca­
pitalismo de libre competencia que garantizara los valores de demo­
cracia y movilidad social identificados con la república. Sin embargo,
el desarrollo económico iniciado en 1865 alteró este panorama en tres
décadas, al cabo de las cuales muchos ciudadanos norteamericanos
creían que las nuevas Sociedades Anónimas y los monopolios estaban
amenazando la identidad republicana.
Aunque la mayoría de las empresas que participaron en el creci­
miento industrial más importante y rápido conocido por Estados Uni­
214 HISTORIA DE ESTÁDOS UNIDOS

dos, seguían siendo medianas o pequeñas empresas familiares que sa­


tisfacían distintos aspectos del consumo,® la novedad fue la aparición
de enormes Sociedades Anónimas y grandes empresarios, los cuales
controlaban todo un sector económico en la vanguardia de la economía
norteamericana .2 La pionera de este tipo de empresas, las cuales mar­
caron ía transición, del capitalismo de competencia perfecta al capita­
lismo corporativo, fue el ferrocarril, que anunció todos los problemas
propios de las grandes empresas que caracterizarían el desarrollo eco­
nómico en la «época dorada». Así, las necesidades de enormes sumas
de capital que promovieron las inversiones bancarias y el moderno
mercado bursátil, así como la necesidad de una dirección científica de
las empresas y de intervención estatal para evitar la competencia des­
tructiva entre compañías medíante la reducción de precios «n .cadena.
El ferrocarril, fundamental para hacer accesible el oeste y'óonsoli-
dar el mercado nacional, estimulaba también con su propia construc­
ción la producción de hierro, aceró y otros bienes de capital. Tras la
guerra civil, comenzó la gran «fiebre» de construcción ferroviaria, en
la que el tendido ferroviario creció de 50.000 kilómetros en 1862 a
320.000 kilómetros en 1900, En esta expansión se dio prioridad a la
construcción de las líneas continentales, que recibieron ayudas de los
gobiernos federales, estatales y lócáles, en forma de donaciones de tie­
rras, créditos y exenciones fiscales.
Lincoln firmó en 1862 La Ley del Ferrocarril del Pacífico {TheJ?aci-
ficM a^way BHl), qtfe autorizaba un$*3»ta norte qué seffía c o n s t n |^ |¿ r la
compañía Union Pacific, de Omaha al oeste y.ppr la Central pacific,des-
dé Sácfámeñtó hasta el este. Airibós trechos comenzaron a 'construirse''
durante la guerra, pero la mayor parte de ellos se trazó trasd8ó5, en me­
dio de grandes dificultades. La Union Pacific empleó a muchos veteranos
de guerra e inmigrantes'irlandeses, los cuales to vieron que enfrentarse a
la existencia de malas carreteras, escasez de agua, mal tiempo y ataques
indios. La Central Pacific, organizada por los comerciantes de Sacramen­
to, utilizó para el -peligroso trabajo de desforéstar el terreno y acarrear
explosivos en medio de tormentas de nieve a 1 2 .0 0 0 trabajadores chinos
— el 90 por 100 de la mano de obra— , a los que pagaba 1/3 del salario de
los norteamericanos. Ambos trechos se unieron el 10 de mayo de 1869 en
las llanuras saladas de Utah, cerca de Ogden, en Promontory. Doce años
después, se completó la siguiente línea continenta.1, cuando Atchison, To-
peka y Santa Fe enlazaron con la Southern Pacific, en el sur de Califor­
nia. Las líneas continentales estimularon numerosas líneas principales,
que a su vez favorecieron la construcción de Otras líneas continentales.
LÁ «EDAD DORADA», 1870*1890 215

El ferrocaM l, además de ser un negocio en sí mismo» hizo posible


que la producción agrícola e industrial norteamericana disfrutara de
un mercado enorme y homogéneo, en constante expansión. Entre
1870 y 1900 la población norteamericana se dobló, hasta alcanzar la
cifra de 76 millones de habitantes, lo que lo convertía en el mayor
mercado interno del mundo, el que crecía más deprisa y el más homo­
géneo. Así, si en 1880 el PIB y la población de Estados Unidos eran
1,5 mayor que los del Reino Unido, en 1900 eran dos veces mayor y
en 1920, tres veces mayor. La tasa de crecimiento de la población nor­
teamericana y del producto nacional bruto fue pues mucho más alta
que la de cualquier otra nación tecnológicamente avanzada — Francia,
Alemania, Reino Unido—- entre la guerra civil y la primera guerra
mundial,3
La perspectiva de aprovechar este enorme mercado de masas, la
necesidad de abaratar costos y la actitud de los directi vos y la mano
de obra especializada permitieron que las innovaciones tecnológi­
cas —en muchos casos invenciones europeas-— se adaptaran rápida­
mente a la producción industrial. En la década de 1890 se registraron
234.956 nuevas patentes, muchas de las cuales transformaron el sec­
tor de la manufactura tradicional o crearon nuevas industrias que cam­
biaron totalmente la vida de la gente. Entre los inventos destacaban el
alambre de espino, los utensilios agrícolas, el freno de aire para tre­
nes, las turbinas de vapor, la distribución de gas y electricidad, la m á­
quina de escribir, la aspiradora, el motor de combustión interna y las
imágenes en movimiento,
Algunas dé las nuevas grandes compañías estuvieron ligadas a in­
venciones que crearon nuevas industrias como la electricidad, el pe­
tróleo, las comunicaciones o la banca de inversión, lo que popularizó
los nombres de ciertos inventores-empresarios como Edison, Westing-
house, Bell, y de los nuevos magnates que gozaron de un enorme po­
der económico y representaban el ideal del hombre que alcanzaba la
cúspide desde la nada.
Este perfil se ajustaba a la biografía del magnate de la industria del
petróleo, John D. Rockefeller, y de Andrew Camegie, el magnate de la
industria del acero. John D. Rockefeller nació en el Estado de Nueva
York, trasladándose de joven a Cleveland, nudo de comunicaciones y
escenario de una enorme «fiebre de petróleo», en cuyo negocio de re­
finado entró agresivamente en 1862, compartiendo la propiedad con su
amigo Samuel Andrews. La firma se expandió y en 1870 la Standard
Oil Company capitalizaba un millón de dólares.
216 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

La refinería de Rockefeller era la mayor del país, pero él estaba dis­


puesto a eliminar toda competencia y en 1879 controlaba el 90-95 por
100 del refinado de petróleo de Estados Unidos. Su éxito se basó en la
integración vertical, las enormes reservas de capital que le hacían inde­
pendiente de los bancos y el control de sus necesidades de transporte.
Para aumentar el control de su negocio en distintos Estados utilizó la fi­
gura legal del trust, y para evitar la aplicación de leyes antimonopolio
estatales, trasformó su estructura en un holding, una compañía que con­
trolaba otras compañías poseyendo todo o la mayor parte de su capital,
Andrew Camegie también ascendió de la pobreza a la riqueza. Na­
cido en Escocia, emigró con su familia a Allegheny, Pensilvania, en
1848. Trabajó desde los doce años en una industria textil y después
como mensajero de telégrafos, donde pronto ascendió a telegrafista.
Durante la guerra desarrolló un sistema telegráfico militar, trabajó en el
ferrocarril y a partir de 1865 se dedicó a sus negocios de hierro, cons­
trucción de edificios y venta de bonos de ferrocarril a Europa. En 1872
Conoció a sir Henry Bessemer, inventor del nuevo procedimiento para
fabricar acero y decidió concentrarse en la producción de este metal.
Esta apuesta le convirtió en uno de los nuevos «capitanes de indus­
tria» que destacaba de la mayoría porque pensaba que hombres como
él debían convertirse en benefactores públicos. Su filosofía fue divul­
gada en distintos ensayos, siendo el más conocido The Gospel of
Wealth, publicado en 1889; en él desarrollaba la idea de la supervi­
vencia del más fuerte, propia del darwinismo social, pero resaltaba el
uso adecuado d e i a riqueza para beneficio social, lo cual practicó en
-^ id ^ o m n d e r
60 millones para la educación superior y convirtiéndose en un aboga­
do de la paz mundial.
El financiero J. Pierpont M organ era otro de los magnates forjados
en la edad dorada, aunque no empezó de la nada. J. P. Morgan era hijo
de un banquero londinense, estudió en Suiza y Alemania y en 1857
empezó a trabajar en Nueva York, representando el banco de su padre.
En 1860 se independizó como agente bancario, bajo el nombre de J.
Pierpont Morgan and Company. Su empresa canalizó muchas inver­
siones de capital europeo, convirtiéndose en un banco de inversión.
Como tal apostó por el ferrocarril, reorganizando y comprando una lí­
nea tras otra, aunque su mayor éxito fue la consolidación de la indus­
tria del acero. En 1901 compró su empresa a Camegie y le sumó otras
fábricas de acero hasta formar la nueva Corporación de Acero de Esta­
dos Unidos {United States Steel Corporation), una empresa holding
LA «EDAD DORADA», 1870-1890 217

que se convirtió en la maravilla del nuevo siglo, la primera gran em­


presa de un millón de dólares .4
El inmenso poder económico y político que tenían estos magnates
era debido a que sus empresas multi-unit tendían a controlar todo un
sector económico mediante trust o Holdings, pues su objetivo final era
defenderse dé la competencia ilimitada, controlando la producción,
estabilizando los precios y asegurando mercados. El gigantismo y el
deseo de evitar la competencia planteaban problemas tanto económi­
cos como políticos. Los primeros se resolvieron con la llamada «re­
volución en la dirección científica de empresas» o Management revo­
lution'; los segundos y los problemas sociales tardarían algunas
décadas en resolverse y tras muchas tensiones establecerían un nuevo
consenso en tom o al capitalismo corporativo al final de la llamada
, «época progresista».
Efectivamente, el gigantismo comportaba una elevada inversión de
capital en planta y en equipo, que sólo sería rentable si se utilizaba a
. pleno rendimiento. Y esta utilización exigía vastos mercados garanti­
zados y el control eficiente de todo el proceso de producción. Los in­
genieros, como ejecutivos de las empresas, protagonizaron esta «revo­
lución de la dirección», que consistió en el establecimiento de una
jerarquía de ejecutivos profesional, que coordinaba administrativamen­
te las distintas unidades de la empresa, frente al capitalismo financiero
o familiar. El otro objetivo de la dirección científica era la organización
conoció popularjr&§nte'a.,fi-
nales del siglo xxx—- que pretendía arrebatar a los trabajadores cualifi­
cados el control y la organización clel trabajo ,5 así como extender la di­
rección científica al trabajo administrativo» la contabilidad de costos y
la comercialización,
El triunfo temprano de los ejecutivos en la dirección de las grandes
empresas distinguía al capitalismo norteamericano del capitalismo eu­
ropeo o japonés, donde las familias o los grupos financieros pudieron
seguir dirigiendo y controlando las grandes compañías hasta después de
la segunda guerra mundial. La dimensión y naturaleza del mercado nor­
teamericano, mucho más grande y homogéneo que el de cualquier país
occidental, que permitió la introducción de maquinaria para la produc­
ción en masa, así como las diferencias sociales y culturales, influyeron
en la estructura y tamaño de las empresas. De este modo, en Europa,
donde el sentido de clase era más fuerte, las familias tendían a identifi­
carse con las empresas como su fuente de ingresos para mantener su po­
sición social, y aunque éstas fueran grandes, las familias seguían con-
218 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

trolando la dirección, prefiriendo a menudo impedir la expansión si eso


significaba la pérdida de su control; mientras que en Estados Unidos,
cuya sensibilidad frente a los monopolios era mucho mayor, ya desde
1890 la Ley Sherman prohibía los cariéis de empresas familiares, for­
zando a éstas a consolidar sus operaciones e n una sola empresa, admi­
nistrada de forma centralizada por ejecutivos asalariados ,6
Este peculiar y pujante desarrollo industrial debía mucho a que Es­
tados Unidos entre 1865 y 1890 era aún un país en construcción, y es­
taba en un momento idóneo para aprovechar sus enormes y crecientes
recursos materiales y humanos, sin graves problemas políticos inter­
nos, ni preocupaciones militares o de política exterior.

Un p a ís e n c o n s t r u c c i ó n : l a s n u e v a s f r o n t e r a s ,
E l «n u ev o sur» ’

Tras el final oficial de la reconstrucción en 1877, parecía el mo­


mento adecuado para que el sur superara el trauma de la derrota y la
abolición de la esclavitud y explotara sus potencialidades en el vertigi­
noso desarrollo económico que el país estaba experiementando. A silo
entendieron algunos jóvenes de la élite, como Henry W, Grady, editor
del Atlanta Constitution, quienes apostaron por un «nuevo sur» que, sin
renunciar a sus valoreSj promoviera el desarrollo industrial y urbano,
l^ á f H é é r íf u f a f a m iíia ^ d i^ s if ic M l J 'a f i i ^ e m W á tía ^ ^ t^ y ia ^ íf^ jb - ‘

ra de las relaciones raciales ,7


Como en el restó del país, el ferrocarril imció el desarrollo econó­
mico. Ayudadas por los gobiernos estatales-demócratas, las compa­
ñías ferroviarias construyeron más ferrocarriles en él sur que en el re­
to del país, y a partir de 1886 unieron el norte y el sur con el mismo
ancho de vía. Esta tendencia a unificar las diversas zonas del país que
tanto el ferrocarril como el desarrollo económico exigían, se confirmó
con el establecimiento de cuatro zonas horarias en todo el territorio de
los Estados Unidos, suprimiendo los horarios anteriores que cada ciu­
dad establecía según el paso del sol y los relojes locales.
El crecimiento industrial se caracterizó por el desarrollo de indus­
trias de bienes de consumo — industria textil e industria tabaquera— e
industrias extractivas — minería de carbón y maderera— , que necesita­
ban poco capital, utilizaban materias primas locales y no requerían mano
de obra especializada, y que en muchos casos se habían trasladado del
norte al sur buscando salarios más bajos y menor conflictividad social.
LÁ «EDAD IX)RADA», 1870-1890 219

La industria textil lideró el despegue industrial del sur, pues transfor­


maba la producción de algodón y no necesitaba ni mucho capital, ni mano
de obra especializada. Aprovechando el curso de los nos, la industria tex­
til se extendió por Georgia y las dos Carolinas, sustituyendo progresiva­
mente a la industria textil de Nueva Inglaterra. Eran fábricas de una me­
dia de 243 trabajadores, financiadas con capital sudista y dirigidas por
técnicos sudistas, que utilizaban mano de obra rural, principalmente mu­
jeres y niños blancos, debido a la decadencia de la agricultura familiar.
Estas características creaban una cultura obrera específica, muy ligada a
las tradiciones de la vida campesina en los llamados mili villages, donde
desde las casas a las tiendas eran propiedad de la empresa. En estas ciuda­
des textiles el trabajo era familiar y se compatibilizaba temporalmente
con las tareas agrícolas; así la familia y las redes de parentesco seguían
manteniendo su protagonismo, desarrollando una cultura obrera caracte­
rizada por la ayuda mutua y la solidaridad típica de la familia campesina .8
La industria tabacalera, que también contó con la materia prima lo­
cal, comenzó con la familia de Washington Duke en su granja cerca de
Durhan, en Carolina del Sur, y en 1872 tenía una fábrica que producía
125.000 libras de tabaco anual. El hijo, James Buchanan Duke invirtió
mucho en propaganda y consiguió acabar con la competencia, consti­
tuyendo en 1890 la American Tobacco Company, que controlaba el 90
por 1 0 0 de la producción de cigarrillos y era una de las primeras em­
presas dirigidas al consumo de masas .9
Pero fueron las industrias extractivas ---minería de carbón y made-
ap-a-^,.|as,que,ataj^rou^ayor cantidad, ciejiiano ,de .pb% 10 Tras.
presión de principios de la década de 1890 y cuando el sindicalismo de
los Trabajadores de Mina (United Mine Workers) logró instaurar la ne­
gociación colectiva en todas las minas del norteólas grandes compañí­
as mineras del medio oeste decidieron instalarse en Virginia Occiden­
tal, en la región al sur de jo s Apalaches, donde el carbón era de mejor
calidad, su extracción menos costosa y los costos laborales y de trans­
porte mucho menores.
En esta zona del sur, en la que no se privó del voto a la población
negra, ni se aprobaron leyes de segregación, los trabajadores negros
—reclutados por agentes negros que recorrían iglesias, bares y rinco­
nes de pueblos y ciudades—- recibían los mismos salarios que los tra­
bajadores blancos además de alojamiento en casas de la compañía . 11
El trabajo en las minas se convirtió en su mayor posibilidad de ascen­
sión social, ya que los altos salarios les permitían mantener a su fami­
lia y conservar sus granjas en Virginia y Carolina del Sur.
220 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

En cuanto a la industria maderera, fue la actividad económica que


como ninguna otra simbolizaba los límites económicos del «nuevo
sur». Las grandes compañías madereras del norte, temiendo agotar las
reservas de pino blanco de su zona, mandaron «oteadores» para locali­
zar extensiones de pinos en las tierras públicas del sur. Entre 1881 y
1888, casi 5,5 millones de acres de tierras públicas se vendieron en
Alabama, Arkansas, Florida y Luisiana, y los mayores aserraderos del
país pasaron de los Grandes Lagos y el noreste a Luisiana, Texas y
Mississippi. En 1900 1/5 de los trabajadores asalariados del sur traba­
jaba en la tala de bosques, en un trabajo extremadamente peligroso y
especializado, sólo para blancos, que vivían en efímeros asentamien­
tos conocidos como «campos de leñadores» (lumber camps), y donde
la escuela dominical de los baptistas era la única institución cívica.
Cuando el aserradero se cerraba, los trabajadores y su comunidad de­
saparecían, dejando atrás un desolado paraje de raíces, en el que ya no
podían posarse ni las águilas doradas ni los halcones.
Pero la agricultura seguía siendo la principal actividad económica
del sur y en este sector los signos de pobreza y marginación subsistían,
marcando enormes diferencias con el norte. La reconstrucción había
fracasado al sustituir la esclavitud y las plantaciones por propietarios
agrícolas familiares; el «nuevo sur» quería también extender la propie­
dad familiar y diversificar la producción agrícola. Sin em bargo, la m a­
yoría de la población rural siguió atrapada por el algodón y por un tipo
de reLypióp labQcaLde < ta e n d e n o « C D n m ,.d»arreiid^ienta:, ^ o b ^
todo lá aparcería , 12
T^siÉ>!WerrTasq^
miliar y cierta diversificación de cultivos — maíz, grano, avena, sorgo,
vegetales, fruta— eran las llanuras costeras — donde la propiedad as­
cendía al 70 por 100— o las zonas muy pobres de las montañas. Los
propietarios de las llanuras costeras, con tierras y mejores comunica­
ciones, eran principalmente blancos; mientras que la mayoría de los
2 0 0 . 0 0 0 ex esclavos que lograron acceder a la propiedad consiguieron
tierras en las zonas montañosas, remotas y pobres dél alto sur. En los
Estados al oeste del Mississippi, donde no se cultivaba algodón, había
poca población y no llegaba el ferrocarril.
Sin embargo, en la mayor paite del sur los agricultores no pudieron
escapar a sus cosechas tradicionales de tabaco y algodón, y el arrenda­
miento y sobre todo la aparcería sustituyeron a la esclavitud como re­
lación de trabajo. La superficie de algodón no sólo se mantuvo, sino
que se extendió fuera de las zonas tradicionales de plantación a miles
■LA; <<EDAD DORADA», 1870-1890 221

de nuevas granjas en Georgia, Alabama, Carolina del Sur y a las fron­


teras de Arkansas y 'fexas, promovida por la subida de precios poste­
rior a la guerra civil y por las ventajas que tenía su cultivo para los tra­
bajadores pobres, pues no era perecedero, podía cultivarlo una familia
y se conseguía crédito del comerciante local.
Este último era, de hecho, la clave del funcionamiento de esta nue­
va expansión del algodón, especialmente en relación con los aparceros
y arrendatarios . 13 Los que tenían una muía e instrumentos de trabajo,
pagaban una renta fija por arrendar una granja. Ésta variaba de una
zona a otra, siendo en general muy alta — 3/4 partes de la cosecha— ,
pero permitiendo en algunos casos un beneficio suficiente como para
comprar una granja en tierras marginales. A pesar dé la difícil situa­
ción de los arrendatarios, su situación era bastante mejor que la del
aparcero, que trabajaba la tierra a cambio de una parte de la cosecha,
generalmente la mitad, .
Tanto si se trataba de propietarios pobres, como de arrendatarios o
aparceros, el comerciante local — que solía ser el plantador o principal
propietario— proporcionaba el crédito para cultivar la cosecha a cam­
bio del derecho exclusivo sobre ella, sin que el cultivador pudiera co­
merciar con nadie más. En el caso de los propietarios, si la cosecha era
buena, el propietario pagaba su deuda con el comerciante. Si se reco­
gía menos de lo esperado o los precios del algodón bajaban, el propie­
tario acababa en deuda con el comerciante, Cuando ésta se acumulaba
más te
^ t e c a sobre la tierra, la muía y los aperos de labranza. Sí pese a ello
seguía aumentando, el comerciante tomaba posesión de la propiedad.
En cuanto a los arrendatarios y aparceros, conseguían créditos a cam­
bio de una hipoteca sobre parte de la cosecha, el llamado crop lien sys~
tem, que les introducía en un círculo de deuda permanente, pues el co­
merciante concedía el préstamo a un interés del 24 por 100 y exigía
una cosecha que pudiera venderse en el tiempo de la recolección.
De esta forma, a pesar de los alegatos del «nuevo sur» sobre la in­
dustrialización, la extensión de la propiedad agrícola familiar y la di­
versificación de cultivos, lo que seguía dominando el panorama eco­
nómico era la ratina del cultivo del algodón y el estancamiento de
millones de aparceros blancos y negros en la pobreza, la marginación
y la ignorancia. En medio de este escenario inmóvil, había algunos sig­
nos de cambio en el crecimiento vegetativo, la emigración a los cen­
tros urbanos, la proliferación de comercios en los pueblos y el tímido
inicio del consumo de masas.
222 h is t o r ia d e e s t a d o s U n id o s

Entre 1880 y 1890 la población del sur creció cinco millones y si­
guió creciendo a un ritmo que fue el doble que el dél noreste hasta la
primera década del siglo xx. El aumento de población, que no podía
absorber una agricultura empobrecida y decadente, se canalizó hacia la
industria y los núcleos urbanos, de forma que en 1900 1/6 de. habitan­
tes del sur vivía en un núcleo urbano. En las zonas rurales se multipli­
caron a lo largo del ferrocarril y--cada subregión sureña vio crecer sus
ciudades más significativas. En ellas, grandes o pequeñas, comenzó, a
partir de la década de 1880, la instalación de tranvías, tendido eléctri­
co, redes telefónicas, desagües y los primeros rascacielos. En las urbes
más grandes vivía la pequeña clase media y profesional negra, pero
para ía mayoría de i a emigración: rural de color, la gran ciudad'sólo Ies
ofrecía la posibilidad de encontrar trabajo en los servicios, es decir, en
las ocupaciones peor pagadas.
Incluso en el campo, las costumbres y el consumo se transformaron
con la aparición y proliferación delósvéñdedores ambulantes, las tien­
das de pueblo y la venta por correo. Como los centros urbanos se con­
centraron a lo largo del tendido ferroviario, una tupida red de vende­
dores ambulantes (drummers), que conocía á sus clientes y los visitaba
asiduamente, introdujo en el consumo a la población rural. A finales
del siglo xix, las tiendas de pueblo eran ya una institución más en todo
el sur rural, un lugar de encuentro, reunión y esparcimiento, que diver­
sificó la dieta gracias a las sardinas en aceite y les inició en el consu-
ifflb ae »Coda^G&la y
que fúsron tes primeras,en utitísar. la^m bfeidad para keraínentar!et-
negocio. Para la población negra, la venta por correo les ofrecía pre­
cios más bajos y la ventaja del anonimato, pues como señalaba Mamie
Eields, de Carolina del Sur: «Todo el mundo suponía que no teníamos
tiempo ni dinero, y si lo teníamos, no debíamos demostrarlo... algunos
pensaban que los negros no debíamos tener cosas bonitas, incluso si te­
níamos el dinero para comprarías » . 14
Sin embargo, en comparación con el resto del país, las pautas de
consumo, como otros aspectos del desarrollo económico, eran muy ba­
jas. La renta per cápita aumentó un 13,5 por 100 entre 1880 y 1900 y
los ingresos un 15,9 por 100 en el mismo período; un aumento signifi­
cativo, pero no lo suficientemente extenso para cambiar el nivel de
vida de la mayoría de la población del sur. El desarrollo industrial fue
extremadamente limitado, pues en 1900 el 67,3 por 100 de la fuerza de
trabajo aún estaba ocupada en el sector primario o en industrias ex­
tractivas, lo que caracterizaba a la economía del sur como una econo-
LA «EDAD DORADA», 1870-1890 223

mía estancada, que tendía a pagar salarios bajos y a aumentar su de­


pendencia del trabajo infantil y presidiario, mantenía a su población
rural en la marginación y la pobreza, ofrecía pocas oportunidades de
movilidad social y, por supuesto, excluía a los ex esclavos de cualquier
posible beneficio del desarrollo económico »15
Estaba claro que los logros de la «segunda revolución americana»
no fueron económicos, pues no hubo ninguna redistribución que
acompañara a la liberación de los esclavos; pero sí fueron políticos,
pues la igualdad civil y el derecho al voto quedaron plasmados en la
Constitución con la 14.a y 15.a Enmiendas. Sin embargo, estos logros
de igualdad civil y política incontestables comenzaron a cuestionarse
antes incluso de que la reconstrucción acabara formalmente en 1877.
La revisión comenzó de la mano de los demócratas conservadores
o Bourbon redeemers, la élite de plantadores y comerciantes que como
los Borbones franceses «no habían aprendido nada, ni olvidado nada
de los aprietos de la revolución » , 16 los cuales fueron arrebatando el po­
der a los republicanos en la mayoría de los Estados del sur a finales de
la década de 1870. El objetivo de la recuperación del poder de estos
«redentores» era acabar con el despilfarro y la intervención de los go­
biernos estatales de la reconstrucción, reducir los impuestos, favorecer
las inversiones de capital y mantener el voto negro controlado;
Las Legislaturas estatales demócratas de las décadas de 1870 y
1880 estaban en manos de funcionarios jóvenes y anónimos del parti­
do que, siguiendo los deseos de la élite del sur, aprobaron leyes contra
T r Y&garfbia yi'os^feqüéñP^rob^^erm ltM ^fí-^iíé' '.los própiet'áriós’ob-'’
tuvieran la primera hipoteca de una cosecha; establecieron Escuelas
Técnicas Agrícolas, Departamentos de Agricultura, servicios de estu­
dios geológicos, ferias estatales; favorecieron las inversiones y la en­
trada de capital en sus Estados ; 17 mantuvieron una imposición baja, re­
gresiva, menor que la media nacional y repudiaron la deuda que los
Estados habían acumulado desde el período anterior a la guerra civil.
Los demócratas conservadores no tuvieron problemas para contro­
lar y manipular el voto hasta finales d é la década de 1880. Los republi­
canos siguieron teniendo buenos resultados y controlaban distritos ex­
clusivamente negros, que daban mayorías republicanas y enviaban
representantes negros al Congreso, pero los demócratas sacrificaban es­
tos distritos a los republicanos para seguir manteniendo la estabilidad
demócrata en los restantes. Es decir, uno y otro partido practicaban la
llamada «fusión», que les permitía repartirse ios beneficios electorales
en un tiempo de voto volátil y compra y venta de votos al mejor postor.
224 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

La corrupción política del sur, junto con la ineficacia de los dos


grandes partidos para satisfacer las demandas de sus electores más ne­
cesitados en tiempos de crisis — los campesinos pobres— , se vio desa­
fiada por los candidatos independientes y los terceros partidos refor­
mistas en los Estados del sur, y a nivel federal por el triunfo republicano
en las elecciones de 1888, El control de las dos Cámaras permitió a los
republicanos legislar contra las manipulaciones electorales demócratas,
de forma que según la Ley Henry Cabot Lodge las elecciones dudosas
serian investigadas por el gobierno federal, animando así a los terceros
partidos a presentarse. A finales de la década de 1880, los demócratas
observaron que no podían controlar ni comprar los votos que necesita­
ban para mantener el monopolio de la política sudista, y decidieron que
la única solución era reformar los sistemas electorales estatales, para
primero restringir y después eliminar el voto negro.
Tras el final de la reconstrucción, ya había habido casos aislados de
restricción del voto negro en los Estados de Georgia, Carolina del Sur
y Florida, recurriendo a la imposición del poli tax y a las manipulacio­
nes electorales. En 1888-1889, Tennessee adoptó el voto secreto,
como estaban haciendo muchos Estados del norte, lo que permitió po­
ner barreras al voto de los analfabetos. En 1889 Carolina del Norte en­
dureció sus Leyes de Registro para Votar, exigiendo requisitos sobre la
edad, el lugar de nacimiento y la ocupación, lo que perjudicaba a los
votantes negros.
El' gfríf^e produjo envM rssissip^íen 1’89(J, donde-tos Mancos

población negra superaba a la blanca en 1 /2 millón, f^ara los demócra­


tas de Mississippi no había otro camino que impedir el voto negro, sin
que se les echara encima el gobierno federal controlado por los repu­
blicanos ni violar la 15.a Enmienda, y sin quitar el voto a los blancos
pobres o iletrados. Tras discutirlo mucho, un Comité de 35 miembros
aprobó una serie de disposiciones para obstaculizar el voto de los ne­
gros, pero no el de los blancos pobres. Los votantes serían registrados
por funcionarios de los Estados, en lugar de funcionarios federales, de
forma que no pudieran designarse oficiales de registro negros o repu­
blicanos. Para poder votar habría que ser residente en ei Estado un mí­
nimo de dos años, o un año en el distrito electoral donde se celebraba
la elección. Los electores no podían haber sido acusados de bigamia o
pequeños robos, los pequeños crímenes «típicos de negros», y tenían
que haber pagado los impuestos, incluidos los poli tax de dos dólares
en los últimos dos años. Finalmente, estaba la Cláusula de Entendi­
LA «EDAD DORADA», 1870-1890 225

miento, por la que un votante potencial debía ser capaz de leer alguna
sección de la Constitución del Estado y entenderla cuando la leía. El
objetivo de esta cláusula era que los blancos analfabetos pudieran en­
tender la Constitución, según el funcionario de registro, mientras que
, un negro an ü tib tio era difícil que convenciera ai oficial de regisU'o de
que la habí i tntt ndido, pues incluso los analfabetos blancos poseían
aptitudes para el ejercicio de la democracia, como un atributo inheren­
te a su raza.
El proceso iniciado en Mississippi se afirmaría en todo el sur du­
rante la década de 1890 y a lo largo de la «era progresista», entre 1900
y 1914. Esta violación de los derechos civiles y políticos de los ciuda­
danos negros en los Estados del sur se completaba con los intentos de
acabar con la movilidad de los negros, la utilización' del trabajo presi­
diario, el aumento de los linchamientos y el comienzo del sistema de
segregación. No era suficiente con impedir que los negros votaran y
ganaran elecciones cuando tuvieran mayoría, había que recordarles
que eran inferiores y que la libertad y los derechos eran blancos . 18
Así, paralelamente a la restricción y supresión del voto negro, se
iba extendiendo una segregación legal y cotidiana, la cual quedaría ofi­
cialmente establecida a principios del siglo xx en una serie de leyes
que regulaban las relaciones entre las razas y proscribían el contacto
entre negros y blancos. Una década después de la emancipación, la se­
gregación se había extendido ya a escuelas, orfanatos, hospitales, ce-
féstateáftlés^" a' todc^Tos es-'
jacios, públicos, excepto aquellos en que no podía evitarse la relación
entre razas, como los lugares de trabajo, los comercios, los espacios
políticos y el nuevo transporte de masas, el ferrocarril.
La segregación legal comenzaría precisamente en el tren. A princi­
pios de la década de 1880, la segregación no había dibujado aún ofi­
cialm ente las líneas de separación entre razas, ni la noción de un mun­
do totalmente separado entre blancos y negros; pero conforme se
;extendía el ferrocarril por el sur, comenzaron los debates y conflictos
sobre su uso conjunto, y entre 1887 y 1891 nueve Estados del sur apro­
baron Leyes de Segregación en los trenes.
En el ferrocarril, dividido entre primera y segunda clase, los con­
flictos tuvieron lugar en primera, pues los blancos se enfrentaban allí a
una clase media y profesional negra que conocía sus derechos y no te­
nía problemas en llevar a los tribunales a las compañías ferroviarias si
no los cumplían. Las resoluciones de los tribunales de los Estados del
sur fueron favorables a los derechos de los ciudadanos negros, pero
226 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

instituyeron un doble mensaje, que pasó después a las Leyes de Segre­


gación en el ferrocarril y a la segregación en general. Los tribunales
decidieron que se debía acomodar igual a quien había pagado el mis­
mo billete y que los ferrocarriles podían disponer vagones separados
para blancos y negros siempre que las condiciones fueran las-mismas
y la separación se Hubiera hecho pública. Este concepto pasó a'las pri­
meras Leyes de Segregación de los Estados, que pretendieron llegar a
un compromiso entre las sensibilidades de los blancos y los derechos
de ios negros, pero no lograron contentar a éstos últimos, que no veían
en un vagón separado la solución equitativa al acoso que sufrían en los
trenes.
Las el ases medias negras intentaron combatir las; primeras Leyes
de Segregación d élo s Estados provocando én 1892 él arresto y poste­
rior juicio de Adolph Plessy, un negro del piel clara (los llamados 7/8
blancos) de Luisiana. El TribünaLSublimo tardó cuatro años en sen­
tenciar el caso y su sentencia consagró el consentimiento federal a la
doctrina y la práctica de «iguales, pero separados». Por esas fechas to­
dos los Estados del sur, menos Carolina y Virginia, tenían Leyes de
Segregación.
El comienzo de la segregación no se debió a úna ola de histeria o a
una concepción racial, sino a la necesidad de defenderse de una políti­
ca de masas que, aunque corrupta, permitía.a los negros votar, y de un
desarrollo económico que favoreció la formación de;una diminuía cla~
se media negra: La necésidád de defenderse dé unos negros «libera­
dos», 'que según los M&ncÓS^Mtámiimb^h'y
sur, se manifestó desde la década de 1870 en el aumento de la pobla­
ción penal negra. Como los gobiernos estatales no querían mantener
mano de obra, pues pretendían reducir aí máximo el gasto público, se
entregó como tal a.empresarios privados la creciente población presi­
diaría, los cuales la sometían a un trato vejatorio y cruel, sin censura de
la opinión pública, convencida de que la criminalidad negra estaba
descontrolada.
Esta creencia permitía también la violencia abierta contra los ne­
gros, expresada en el aumento de los linchamientos en las décadas de
1880 y 1890. Las zonas donde éstos eran más numerosos se extendían
desde las llanuras del golfo de Florida a Texas y las tierras altas de Mis­
sissippi, Luisiana y Arkansas, todas ellas regiones mal comunicadas, de
baja densidad de población rural blanca y altos índices de crecimiento
entre la población negra, en la que había muchos transeúntes que solían
ser acusados y linchados por «asalto sexuala mujeres blancas».
LA «EDAD DORADA», 1870-1890 227

Pero en todo el sur había un ambiente envenenado, que iba más allá
de los condados donde tenían lugar los linchamientos y que generó du­
rante generaciones una interiorización del temor y la sospecha entre
blancos y negros. Las niñas blancas aprendían a temer un asalto sexual
de los negros, y los niños y jóvenes negros supieron que en cualquier
momento podían ser apresados por una multitud que los torturaría,
quemaría y mutilaría, acusándolos falsamente .19
Si las promesas de desarrollo económico del «nuevo sur» no se
cumplieron, tampoco lo hicieron las de extensión de la democracia y
nuevas relaciones entre las razas. El sur añadía a su modelo de indus­
trialización atrasada y a su agricultura empobrecida y poco diversi­
ficada una tendencia a privar de los derechos civiles y políticos a la
población negra, un aumento de la violencia incontrolada contra los
ciudadanos negros y el comienzo de la política segregacionista. Tam­
poco en estos aspectos políticos y sociales fue posible «construir el fu-
turo con los valores del pasado», tal y como rezaba el lema esencial del
«nuevo sur». Era ciertamente un sur distinto del de antes de la guerra
civil, pero aislado de los ritmos de desarrollo del resto del país y con
una aproximación m i generis a la industrialización y a la extensión de
la democracia.

La c o n q u is t a d e l o e s t e

El tejan© oeste^se m antuvo'relativam ente■


civil, abriendo todas sus posibilidades de expansión económica y ex­
plotación de recursos tras el conflicto. El oeste se convirtió en una
«frontera» agraria, minera y ganadera para los miles de pioneros e in­
migrantes que buscaban elevar su nivel de vida y cambiar su suerte,
dando lugar a una configuración de la identidad colectiva estadouni­
dense ligada a esta hazaña individual, heroica y «de libertad» .
Sin embargo, en contra de la mitología que se forjó, el oeste no fue
la creación de esfuerzos individuales y poderes locales, sino que, más
que ninguna otra zona del país, su desarrollo dependió del gobierno fe­
deral, el cual en ausencia de poderes estatales y locales encontró el es­
pacio del que carecía en otros lugares, hasta el punto de que se puede
decir que el gobierno federal en muchos aspectos básicos se creó a sí
mismo en el oeste .20 Con la excepción de Texas y California, que se
constituyeron rápidamente en Estados, los demás territorios fueron, en
algún momento de su historia, uña colonia de Estados Unidos. En es­
228 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

tos territorios, el gobierno federa] dirigió a los pioneros y guió los


asentamientos, que fueron defendidos por el Ejército federal, el cual
hasta la guerra civil y posteriormente a ella fue sobre todo un Ejército
del oeste. Las principales burocracias federales — con la excepción del
Servicio de Correos y Aduanas— fueron sobre todo del oeste, como la
Oficina de Asuntos Indios, la Oficina de Tierras o el Servicio de Ins­
pección Geológica de Estados Unidos.

E x t in c ió n d e l a s n a c io n e s in d ia s

' Tampoco el oeste era un territorio salvaje y vacío, sino un territo­


rio habitado por distintas naciones indias y pueblos hispánicos que ha­
bían utilizado y alterado el medio físico durante siglos, a los que el
«imperio de la liberad» exterminó y despojó- de sus tierras para poder
conquistarlas, acabando con «el mundo común» — muchas veces con­
flictivo y violento— que blancos y naciones indias habían forjado des­
de el siglo XVII.
, El rechazo a ese mundo común comenzó en la década de 1830,
cuando el presidente Andrew Jackson ejecutó el traslado forzoso de las
cinco tribus civilizadas a un territorio indio permanente como la única
forma de preservar la cultura «de un pueblo salvaje y frágil», al que el
juez Marshall consideraba «naciones soberanas, pero dependientes»
* de tó;tutela des gobierno de Estados IftlMos. Desde entonces, el -gü-

la existencia de un territorio indio permanente. En 1832 se creó la Ofi­


cina del Comisionado de Asuntos Indios; en 1834, el Congreso aprobó
una nueva Legislación para reorganizar el Departamento Indio, que se
convertiría con el tiempo en lá Oficina de Asuntos Indios, y la Ley de
Comercio e Intercambio, que a partir de entonces supervisaría el co­
mercio dentro del territorio indio.
Pero casi al mismo tiempo que nació la idea de un territorio indio en
el oeste, se desvanecía víctima del expansionismo norteamericano.
Cuando en la segunda mitad de la década de 1840, Estados Unidos ad­
quirió Texas, California y Oregón, el Congreso no tenía intención de
dejar estos nuevos territorios a los indios y comenzó a cuestionar tam­
bién su estatus en las tierras adquiridas anteriormente por la compra de
Luisiana, en las grandes llanuras. La crisis de esta política de mantener
un territorio indio separado fue evidente en las tensiones y conflictos
constantes que estallaron en las décadas de 1840 y 1850 entre los colo­
LA «E D A D D O RAD A», 1870-1890 229

nos blancos» por un lado, que acosaban las tierras y los medios de vida
indios, y las naciones indias por otro, que asaltaban los trenes en busca
de ganado o exigían el pago para poder atravesar sus tierras de caza.
Estados Unidos intentó reducir estas tensiones y crear un nuevo or­
den en las grandes llanuras con un par de tratados negociados a prin­
cipios de la década de 1850. Así, el Tratado de Fort Laramie firmado
con los sioux, cheyennes, arapahos, crows, assinhoins, gros ventres,
mandans y arikaras, que daba a Estados Unidos el derecho a estable­
cer puestos y caminos a través de la llanura central y del norte, hacía
responsable a cada tribu de sus ataques a los blancos, y se compro­
metía a dar una compensación anual por los destrozos que los blancos
pudieran ocasionar al cruzar territorio indio. Por otro lado, el Tratado
:de Fort Atkinson, negociado con las tribus de las llanuras del sur en
T853, aseguraba el paso por el camino de Santa Fe. Como consecuen­
cia de estos tratados, se introdujo el concepto de colonias indias del
norte y el sur, divididas po r jlh pasillo americano, que atravesaba las
llanuras; se aceptó la idea de un territorio indio, pero no se aseguró la
paz intertribal, ni el confinamiento de los nómadas en los territorios
asignados, y ni siquiera Estados Unidos pudo controlar a sus propios
ciudadanos.
Los colonos blancos ignoraron los tratados y siguieron ejerciendo
presión sobre las tierras indias, especialmente en Texas, donde el Es­
tado reclamó todas las tierras dentro de sus fronteras y adoptó la polí-
^ticatieíexteit^iw íf^re^w lsí^m todos losindios
jsn California los norteamericanos, atraídos por «la fiebre del oro» de
1846-1848, ignoraron los títulos de propiedad indios; en Oregón y
Washington permitieron a los colonos reclamar tierras antes de que el
gobierno hubiera adquirido los títulos de propiedad de los indios, y en
Utah los mormones establecieron su residencia en tierras indias sin
ninguna compra federal previa de títulos de propiedad. Tampoco más
al norte los tratados consiguieron defender a los indios y muchos afin­
cados al este de Kansas y Nebraska pensaron que no había otra so­
lución que ceder sus tierras, generando así una oleada de cesiones que
comenzó en la década de 1850 y continuó durante las dos décadas
siguientes.
El fracaso de la política de un territorio indio permanente, y el re­
chazo de los colonos a reconocer cualquier derecho indio sobre la tie­
rra, llevó al gobierno federal a improvisar una política que reforzara
la separación entre razas, abriera tierras a los colonos blancos y fuera
una alternativa al exterminio. Así, apareció por primera vez la idea de
230 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

las reservas indias en Texas (1849) y California (1851-1852), Estados


donde se incumplían sistemáticamente los tratados, adoptándose en la
década de 1850 como política federal, que pretendía la asimilación de
los indios a la cultura norteamericana, convirtiéndolos en propietarios
agrícolas cristianos.
La asimilación suponía organizar a los indios en familias nuclea­
res, que cultivaban la tierra en lotes, inculcándoles el concepto de pro­
piedad privada de la tierra, así como otros valores culturales angloa­
mericanos. De esta forma* las reservas ya no eran — como sí lo había
sido el territorio indio—- un lugar soberano donde los indios controla­
ban su propio destino, «sitio un lugar donde los indios eran indivi­
dualizados», rompiendo así sus lazos comunales e identidad tribal, y
entrando como individuos en «nuestro gran cuerpo de población ciu­
dadana», en palabras del comisionado Luke Lea en 1851.
Con el objetivo de obtener tierras para las reservas, el gobierno
federal negoció nuevos tratados con los indios en los territorios de
Oregón y Washington. En muchos casos, las tribus y los jefes que los
habían firmado eran simples creaciones de los norteamericanos, por
lo que el descontento indio provocó guerras y las reservas estable­
cidas permanecieron virtualmente deshabitadas durante años. Así, al
estallar la guerra civil la política de reservas había fracasado; en 1850
ya habían comenzado las primeras guerras indias, que continua­
rían con mayor intensidad tras la guerra civil, en las décadas de 1870
y m o :^
Las guerras indias se podrfan d ^ n i r en fres categorías superpues- ,
tas. Las más encarnizadas fueron las que enfrentaron en las grandes
llanuras al Ejército federal con grupos de indios en expansión; las se­
gundas, en el suroeste, no tenían como objetivo conü“ólar territorio in­
dio, sino suprimir Iqs robosde ganado por parte dé los navajos y apa­
ches; en las terceras» tribus pequeñas trataban de mantener sus tierras,
economía e independencia frente a la expansión norteamericana.
En las grandes llanuras las tropas federales se enfrentaron con gru­
pos de nómadas montados, como los sioux, cheyenn.es, lakotas y ara-
pahos. En Colorado, donde cheyennes y arapahos aceptaron un trata­
do por el que se comprometían a emigrar hacia el oeste, algunos
grupos se resistieron y comenzaron a realizar incursiones esporádicas
sobre trenes y minas. En 1864 el gobernador de Colorado, el coronel J.
M. Chivington, consiguió convencerles para que se reunieran en Fort
Lyon y Sand Creek, donde obtendrían protección a cambio de deponer
las armas. A pesar de las promesas de protección, el Ejército al mando
LA «EDAD DORADA», 1870-1890 231

de Chivington atacó un campamento que tenía una bandera blanca de


tregua y mató a 450 pacíficos indios — hombres» mujeres y niños— en
Sand Creek,
A principios de 1865 arapahos, sioux. y cheyennes se vengaron de
esta matanza, destruyendo ranchos y asentamientos al sur de las llanu­
ras, y luego se dirigieron hacia el norte, perseguidos por tropas nortea­
mericanas. En esta persecución, el Ejército federal no sólo cometió
atrocidades, sino que demostró sus limitaciones al no poder ni siquie­
ra encontrar a los indios. Muchos soldados eran veteranos de la guerra
civil, resentidos y tendentes al motín porque deseaban haber regresado
a sus hogares tras la guerra y carecían de alimentos para ellos y sus ca­
ballos. En estas condiciones, unidádes enteras desertaron y hubieran
muerto de hambre de no ser por la ayuda de los pawnées, qué estaban
en guerra don los sioux. Así, la campaña de las llanuras de 1865 fue uó
fracaso total.
Tras el fracaso de esta campana, el Congreso deeídió en 1866 cons­
truir en el norte una línea de fuertes para proteger a los buscadores de
oro en su camino hacia Montana; mientras, el Ejército fracasaba tam­
bién estrepitosamente al sur de las grandes llanuras contra los cheyen­
nes. El gasto de estas guerras, su ausencia de resultados y las atrocida­
des cometidas llevaron al Congreso a iniciar negociaciones de paz que
culminaron en el Tratado de Medicine Lodge, por el que los kiowas,
comcmches, arapahos y cheyennes aceptaron tierras en el oeste de
Oklahoma; mientras que por el Tratado de Fort Laramie, los sioux de­
cidieron asentarse -en la reserva de Black'HiMs, en el territorio de Da*
kota.
De momento habían aceptado la paz las tribus del norte y centro de
las llanuras, pero resistieron las del sur, especialmente los cornanches
en Texas, que aunque estaban en las reservas continuaron con su cos­
tumbre de mata]' búfalos y hacer incursiones contra los colonos blan­
cos, quienes seguían asentándose en sus tierras,'La resistencia se man­
tuvo en las llanuras del sur hasta la guerra del Río Rojo de 1874 a
1875, donde el general Philip Sheridan, héroe de la guerra civil, consi­
guió dominarlos tras dispersarlos en la primavera de 1875,
Pero entonces ya habían comenzado otra vez los problemas en el
norte. En 1874, el general George A. Custer dirigió una expedición ex­
ploratoria, acompañado de buscadores de oro, en la reserva de Black
Hilis. Los mineros se infiltraron en tierra india sin ser molestados por
el Ejército, que sin embargo atacaba a los sioux que cazaban en su te­
rritorio. Después de una serie de enfrentamientos, Custer encontró el
232 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

principal campamento de los sioux y sus aliados cheyennes en el río


Little Big Horn. Separado del principal cuerpo de sus hombres, Custer
y 200 soldados fueron rodeados por 2,500 guerreros y aniquilados. El
Ejército contraatacó y los sioux finalmente cedieron sus zonas de caza
y las minas de oro de su territorio.
En el suroeste el objetivo principal de las guerras era el ganado, no
la tierra. Como los sioux y comanches en el norte, los navajos, mesca-
leros y apaches querían continuar con su medio de vida, que dependía
de la caza del búfalo y el robo de ganado. Kit Carson logró que nava­
jo s y mescaleros aceptaran ir a la reserva de Bosque Redondo en el va­
lle del río Pecos, Los cuatro años que los navajos permanecieron allí,
antes de regresar a su territorio, fueron recordados como cuatro años
de humillación, sufrimiento, muerte y hambre., Al volver a su territo­
rio, recibieron una reserva que sólo era una fracción de tamaño de su
tierra, pero a pesar de estas provocaciones no se arriesgaron otra vez a
una guerra con el gobierno de Estados Unidos. Sólo los apaches, en el
suroeste, resistieron durante quince años más hasta la captura de Geró­
nimo en 1886.
Las tribus más pequeñas — crows, paw nee, arikakas, indios pue~
blor~~ se aliaron en muchas ocasiones con los norteamericanos para
defenderse de la expansión de las grandes tribus, pues ellos definían
las lealtades de acuerdo con la comunidad, no con la raza. Pero para
otras pequeñas tribus, como los puget sound y walla wallas en el nor­
oeste del Pacífico, o íos nez perúes en Idáho, eran los norteamericanos
los que representaban el peligro más grave para su supervivencia e in­
dependencia. Los nez percés, que eran una tribu pacífica, se resistie­
ron a entregar sus tierras y huyeron 24.000 kilómetros a través de lla­
nuras y montañas hasta la frontera canadiense, donde su jefe Joseph
■fue capturado y deportado con su tribu al territorio* indio en Okla-
homa.
El último acto de la conquista y extinción de las tribus indias tuvo
como protagonistas a los sioux y lakotas, que sobrevivieron a las gue­
rras de la década de 1870 y siguieron a Toro Sentado 3' Caballo Loco
a Canadá, regresando después. Caballo Loco murió en un puesto mili­
tar con la bayoneta de un soldado clavada en su espalda; muchos sioux
creyeron que fue un asesinato. Toro Sentado murió algunos años des­
pués por disparos de la policía india, que había ido a arrestarle duran­
te la ejecución de «la danza fantasma». El asesinato de Caballo Loco
inició una larga ordalía sioux, que culminó en 1890 con 1.a matanza
de los «bailarines fantasmas» lakotas en Wounded Knee. Aunque ya
LA «EDAD DORADA», I870-IS90 233

en 1877, cuando entregaron sus armas y sus caballos, sintieron que ha­
bían perdido su libertad.21
Aniquilada la resistencia india, fue el momento de probar otra vez
la política reformista de asimilación cultural y asentamiento en las re­
servas. Las Iglesias Protestantes fueron las primeras que en las décadas
de 1850 y 1860 protestaron por la extinción de las naciones indias y
propusieron como alternativa para su supervivencia la asimilación a la
cultura cristiana y angloamericana, pues eran como «niños» en un es­
tado anterior de civilización. Es decir, para salvar a los indios había
que destruir sus culturas.
A partir de la década de 1870 — a medida que el exterminio se hacía
más impopular— el Congreso y el presidente Grant adoptaron una polí-
,tica reformista y dejaron en manos de las Iglesias Protestantes una di­
rección de las reservas, que progresivamente fueron pasando a las agen­
cias gubernamentales conforme los misioneros protestantes empezaban
a mostrar un interés mayor en los conversos más exóticos de ultramar.
En la década de 1880 la Administración de la política india estaba
cada vez más centralizada en manos del gobierno federal, a través de
los superintendentes y el resto de los 4.000 funcionarios de la Oficina
de Asuntos Indios. Con esta burocracia profesional y eficiente y unas
tribus debilitadas, el gobierno federal ejecutó de forma definitiva los
tres puntales en los que se basaba la política de reforma y asimilación:
la destrucción de la comunidad, la asimilación y la división de la tierra
>n-lotes. EnT883v iá Oficina de Asuntos-Indios comenzó el ataqúe a- la
cultura y religión indias aboliendo la hechicería, la poligamia y 1a
compra de esposas; obligando a los adultos a cortarse el pelo; disol­
viendo las ceremonias religiosas y arrebatándoles los objetos de culto.
En 1884, prohibió por primera vez «la danza del sol» a los lakotas y en
1888 que amortajaran a sus muertos; la tribu perdió así el centro de su
ceremonial religioso y social, lo que más que ninguna otra cosa les
identificaba como tales.
Para algunos reformistas, como Richard Henry Pratt, la educación
era la mejor forma de «matar al indio y salvar al hombre», por lo que
en 1879 convenció al gobierno para fundar «la escuela india Carlisle»
en Pensilvania. En Carlisle, Pratt adoptó la política de aislar a los niños
de su tribu, forzándoles a hablar en inglés y obligándoles a seguir las
costumbres angloamericanas, lo que abrió el camino a los internados
que siguieron después, lugares crueles, peligrosos e insalubres, donde
los niños recibían una cultura que los hacía extraños a su propio pue­
blo y a menudo enfermaban e incluso morían,22
.Ma pa í i: Las guerras indias.
F u e n te : G. B. Tindall: y D.-E,- Shi, America^'W, W. Morton ted Co., Naevayorkv
1993.
LA «EBAI> DORADA», i 870-1390 235

Los reformistas de clase media que controlaban ía política india


pensaban que la propiedad privada y la autonomía individual forma­
ban el corazón de la civilización, por lo que estaban decididos a divi­
dir la tierra de la tribu entre sus miembros y vender el sobrante a los
colonos blancos. En 1887, la Ley Dawes propuso entregar 160 acres de
tierra por familia, que no podría ser vendida ni tasada durante veinti­
cinco años. Con la aplicación de esta ley los reformistas pensaban que
solucionaban el problema indio, pues las relaciones tribales se rompe­
rían, el socialismo se destruiría y la familia y la autonomía individual
subsistirían; para los promotores la ventaja consistía en los millones de
acres que liberaba. Así, la aplicación de la ley y la desposesión de las
naciones indias fue rapidísima; entre 1887 y 1934, los indios perdieron
86 de sus 130 millones de acres, correspondientes al 60 por 100 de la
tierra que les quedaba, y el 66 por 100 de las tierras que les habían dis­
tribuido, que también pasaron a los blancos por el fraude y la relaja­
ción de las disposiciones legales aprobadas.
El único bastión restante era el territorio indio en Oklahoma, don­
de estaban asentadas las cinco tribus civilizadas desde el «traslado for­
zoso». En 1889, el gobierno extendió el sistema federal judicial en
la región. En 1893, el Congreso sancionó la división de la tierra en lo­
tes y pidió el fínal de los gobiernos tribales. En 1898, la Ley Curtís
acabó ünilatérálmeftte con los gobiernos de aquellas tribus, que no es­
taban de aéúérdó en «disolverse» voluntariamente, culminado así el
nuevo ataque a la soberanía y el territorio de las cinco tribus civiliza­
b as. A finales del siglo xix y principios d el xx, los reformistas ralenti­
zaron la aplicación de su objetivo «asimilador», pero continuó la ena­
jenación de tierras y recursos indios a un nivel aún más rápido que a
finales del siglo xix. Mientras tanto, a lo que quedaba de las naciones
indias soberanas le esperaba una vida de margiñíición, pobreza y alco­
holismo en las reservas.

L A ÚLTIMA FRONTERA

La derrota, extinción y confinamiento de las naciones indias abría


una enorme frontera ganadera, agraria y minera para explotar por los
miles de inmigrantes que llegaron al oeste hasta 1890, transformando
en unas décadas un territorio mayoritariamente hispano e indio de pe­
queños pueblos y comunidades tribales en un oeste blanco con ciuda­
des en crecimiento y explotaciones agrarias y ganaderas.
236 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Ya entre 1840 y 1860, aproximadamente 300.000 personas habían


viajado al lejano oeste en las primeras rutas terrestres, estableciéndose
en Oregón (53.000), California (200,000) y Utah (43.000) en busca de
tierras mejores y más baratas, y del oro califomiano.
Desde el final de la guerra civil y hasta 1880, otras fiebres mine­
ras atrajeron a inmigrantes hacia las montañas de Ídaho, Montana,
Colorado, Utah, Nevada, Arizona, Nuevo México y Dakota del Sur;
asimismo una intensa inmigración agrícola ocupó las praderas que
bordeaban la orilla oeste del Mississippi, introduciéndose en las gran­
des llanuras desde la década de 1870 hasta principios de la década de
1890. Menos inmigrantes se dirigieron hacía el suroeste, que perma­
neció en su mayor parte como un enclave indio e hispánico; mientras
que en el noroeste, de 1880 a 1890, los agricultores roturaron 2,5 mi­
llones de acres en Idaho, Oregón y Washington.
La mayoría de los emigrantes que fueron al oeste eran «agriculto­
res», pero no hay que enfatizar el aspecto rural y agrícola de este terri­
torio, pues las mayores migraciones fueron «fiebres mineras», que crea­
ron tantas ciudades y pueblos mineros que hacia 1880 el oeste era la
región más urbanizada de Estados Unidos, pues a menudo los asenta­
mientos urbanos precedían a la colonización agrícola y ganadera.23
¿Suena parte de los emigrantes eran nativos norteamericanos blan­
cos, seguidos por una minoría amplia de canadienses, noruegos, sue­
cos, alemanes e irlandeses. En cuanto a los inmigrantes no blancos,
menos numerosos, los mexicanos se concentraban en el suroeste,‘-en él
sur de Texas, Arizona y el sur de ¿California, antiguo, territorio mexi­
cano, La mayoría de los 200.000 chinos que llegaron a Estados Uni­
dos entre 1876 y 1890 para trabajar en las minas y el ferrocarril se ins­
talaron en California y la costa oeste. Mucho menos numerosa fue la
emigración de afroamericanos antes de 1865. Con la excepción de las
plantaciones al este de Texas cultivadas por esclavos negros, la escla­
vitud impedía a éstos cualquier movilidad, y el asentamiento de ne­
gros libres estaba expresamente prohibido en los nuevos Estados de
Oregón, Kansas y California. Sin embargo, en los años de represión
que siguieron a la reconstrucción en el sur, miles de ex esclavos pro­
cedentes de Luisiana, Mississippi y Texas se asentaron en pequeñas
comunidades de negros en Nevada, Utah, el Pacífico noroccidental y,
en general, en todo el oeste.24
Los emigrantes nativos tendían a dirigirse a lugares de la misma la­
titud, pues al ser la mayoría agricultores, les resultaba más fácil adap­
tarse. Gran parte de ellos pertenecía a la clase media25 —agricultores
LA «EDAD DORADA», 1870-1890 237

relativamente prósperos, comerciantes y profesionales— , y emigraba


en familia para conseguir mayor cantidad de tierra a un menor precio
para ellos y sus descendientes, o para escapar a tierras más saludables
con un clima más suave, como Oregón y California, Distinta era la
emigración esencialmente masculina y de pocos recursos, atraída por
los descubrimientos de oro y plata, o que encontraba empleo en los
ranchos de ganado.
Los motivos cíe la emigración noreuropea — noruegos, suecos, ale­
manes, rasos-alemanes— tras la guerra civil fueron parecidos, pues
buscaban también conseguir más tierras por menos precio, lugares mas
saludables y un clima más suave. Así, muchos propietarios agrícolas
•noruegos emigraron al oeste de Minnesota y a las Dakotas para escapar

: al «destino sin tierras» que les esperaba a ellos o sus descendientes.en
Noruega. Una vez asentados, necesitaban mano de obra que hablara su
propia lengua y compartiera: su cultura, por lo que pagaban el pasaje a
noruegos inmigrantes más pobres a cambio de un tiempo de trabajo en
Estados Unidos, lo cual les daba también a ellos la posibilidad de con-
’vertirse en propietarios. De esta forma se crearon redes de comunida­
des noruegas, suecas, alemanas y ruso-alemanas por todo el oeste.

T ie r r a s p u b lic a s p a r a to d o s : l a e x tin c ió n d e l b is o n t e
y l a c o l o n iz a c ió n d e l a s G r a n d e s L l a n u r a s

Una de las mayores atracciones de la emigración' europea al oeste


era pues la posibilidad de acceder a la propiedad de la tierra con ma­
yor facilidad que en Europa y otras partes del «nuevo mundo», gra­
cias al ideal republicano-j effersoniano de construir una gran repúbli­
ca agrícola-comercial de propietarios familiares, y a una política
definida y coherente de distribución de la tierra desde 1.785. Como he­
mos visto, la Ordenanza de la Tierra de 1785 dividía el territorio en
lotes de 160 acres, que serían vendidos en subasta pública al precio
mínimo de dos dólares el acre, reducido a un dólar y veinticinco cen­
tavos en 1820.
La premisas básicas de este sistema eran, por una parte, que Esta­
dos Unidos no quería imitar a Europa y convertirse en un país con de­
sigualdades entre ricos propietarios y pobres arrendatarios, y por otra,
al ser un país pobre en capital y rico en tierra, pensaba que distribu­
yendo las tierras a bajo precio y donándolas para la construcción de
las infraestructuras básicas — escuelas, canales, carreteras, ferroca­
238 HISTORIA DE ESTADOS ÜNÍDÓS

rril— , la iniciativa privada podía desarrollar y colonizar el oeste con


mayor rapidez que el gobierno federal.
Durante la presidencia de Jackson, cuando la frontera se había tras­
ladado al Mississippi, la presión de la creciente población sobre las tie­
rras públicas excedía a la capacidad gubernamental para inspeccionar­
las y dividirlas en lotes, y miles dtsq u a tters ocupaban y cultivaban la
tierra sin títulos de propiedad. Los políticos tenían puntos de vista dis­
tintos sobre esta ocupación ilegal. M u c h o swfíigs del sur y del este
veían a los squatters como vagabundos sin ley, qué serían incapaces de
mantener las instituciones básicas dé la república y llevarían al oeste a
la anarquía. Pero la mayoría de los demócratas y los políticos del oes­
te los consideraban nobles pioneros que estaban manteniéndo la igual­
dad social e impulsando él rápido desarrollo del país. Esta última vi­
sión política fue la que venció y los demócratas aprobaron distintas
leyes de pre-emtion (que daban derecho a «comprar primero») en la dé­
cada de 1830, que condujeron en 1841 a una ley permanente, según la
cual, antes de la subasta, los squatters tenían derecho prioritario a com­
prar los 160 acres de tierra que habían ocupado a precio mínimo.
Este ideal igualitario se rompía con la creciente presencia de los es­
peculadores, que amasaron enormes fortunas comprando cantidades
ilimitadas de tierra, o pagarés intercambiables por tierra pública, al
precio mínimo de un dolar y veinticinco centavos el acre, vendiéndolo
después a un precio.mucho mayor. Indirectamente su aparición estuvo
•ligada a la utilización por el Congreso de la tierra públrcá para finan­
ciar objetivos políticos y servicios públicos. La tierra-era la paga de los
voluntarios y veteranos de guerra o el incentivo para las empresas que
iban a construir canales o ferrocarriles.-Muchas veces estas concesio­
nes se daban en forma de pagaré, qué podían redimirse á cambio de tie­
rra o podían comprarse y venderse, desah'ollándosé un mercado de pa­
garés de tierra, en el que los especuladores los compraban al precio
mínimo tasado por el gobierno de un dólar y veinticinco centavos el
acre y podían venderlos por mucho más, como también hacían con la
compra de tierras al gobierno.
Por su parte, el Congreso hizo muy poco contra los especuladores,
pues como no podía proporcionar el crédito necesario para adquirir tie­
rras y explotarlas, los especuladores ejercían esa función. Así fue
cómo, con crédito de los especuladores, en las décadas de 1850 y 1860
consiguieron su tierra entre el 80-90 por 100 dé los agricultores. Tam­
bién los agricultores que querían conseguir más de 160 acres al precio
mínimo se convertían en especuladores a través de los «clubs de subas­
LA «EDAD DORADA», 1870-1890 239

ta», en los cuales sus miembros, normalmente squatters, se comprome­


tían a no pujar uno contra otro en las subastas públicas y a impedir que
otros pujaran contra los miembros del club, vendiendo después parte de
la tierra obtenida para financiar la explotación de sus 160 acres.
El objetivo republicano final de «acceso a la tierra libre» se consi­
guió durante la guerra civil, cuando los nordistas eran los únicos polí­
ticos representados en el Congreso. La Ley Homestead de 1862 garan­
tizaba 160 acres de tierra pública a los ciudadanos (y no ciudadanos)
que la cultivaran y vivieran en ella,26 Esta Legislación, que finalmente
dividía la tierra pública en los lotes más baratos y pequeños posibles,
era ideal para el este y para las praderas al oeste del Mississippi, don­
de el terreno era fértil y la lluvia adecuada; pero sin riego, ni la lluvia
necesaria, las grandes llanuras resultaron en la época de sequía un me­
dio inviable para mantener a una familia con 160 acres, lo que obligó
a muchos propietarios a vender sus tierras a grandes rancheros o gana­
deros. Así, la Ley Homestead de 1862 logró sus objetivos en las tierras
más húmedas del este de las Dakotas y en Nebraska, pero fracasó en el
resto de las grandes llanuras y el lejano oeste. De esta forma, de los 32
millones en que Estados Unidos incrementó su población entre 1862 y
1890, sólo dos millones se asentaron en las casi 400,000 granjas que se
formaron gracias a la Ley Homestead, Era un logro importante* pero
no el objetivo ambicioso que se había marcado la ley en 18Ó2.27
El éxito de la colonización de Estados Unidos hasta esta fecha se
1>asó en la adaptación de los norteamericanos a un medio templado y
húmedo,,muy parecido al de su procedencia, pero no-toda Norteaméri­
ca era tan templada y húmeda como Europa occidental pues el oeste,
más árido y con un clima más extremado, se resistió a todos los inten­
tos de convertirlo en un ecosistema similar al del este. Los emigrantes
hablaban de «conquistarla naturaleza», pero la idea de los graiijéros de
transformar el paisaje del oeste en granjas familiares sólo produjo dis­
minución de cosechas, aumento de las riadas y erosión del suelo, como
se pudo observar en las Grandes Llanuras en la década de 1890.
Las praderas occidentales del Mississippi y las Grandes Llanuras
eran tierras de pasto, a las que se habían adaptado con éxito los alema­
nes-rusos, provenientes de las estepas de Ucrania, pero los emigrantes
noreuropeos y del noreste de Estados Unidos, acostumbrados a los
bosques, encontraron las llanuras un lugar terrible, inhóspito, e inten­
taron transformarlo /E sta transformación comenzó con la extinción del
bisonte, la base de la economía y el ritual indio. En su momento álgi­
do, 25 millones de bisontes debieron de pacer entre el este del Missis-
240 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

sippi y las Rocosas, pero ya a finales del siglo xvin los cazadores los
habían eliminado al este del Mississippi, y en el oeste ya estaban en de­
clive antes de la caza masiva a causa de la sequía, la destrucción del
hábitat, la competencia con otras especies exóticas y la introducción de
enfermedades. En 1840 aún pacían más de diez millones de bisontes
en las Grandes Llanuras, divididas por el río Platter. La manada del sur
tenía de seis a siete millones de bisontes, la manada del norte era algo
menor; pero la especie ya era incapaz de reproducirse como antes de
que comenzara la caza masiva.
La primera presión comercial sobre las manadas del oeste comen­
zó con la explotación de ios indios de un mercado para sus mantas y
pemmican, una mezcla de tiras de carne de bisonte, grasa y bayas, que
no se estropeaba durante años, tenía un alto contenido energético y que
compraban las compañías de pieles en grandes cantidades para sus
tramperos en el subártico. La apertura de senderos en las Grandes Lla­
nuras supuso el comienzo de las matanzas sistemáticas de bisontes por
emigrantes, soldados, deportistas del este y europeos; pero fue la lle­
gada del ferrocarril, que abrió un enorme mercado para las pieles, lo
que anunció el fin del bisonte.
Con el nuevo transporte y un mercado más amplio, los cazadores
de bisontes se trasladaron a las Grandes Llanuras a principios de 1870,
Entre 1872 y 1874, exterminaron 4.374.000 bisontes de la manada del
sur, a los que habría que añadir 1.215.000 que eliminaron los indios,
más los que pudieron ser cazados por los colonos o por deporte. Así,
en 1875 la manada del sur se podía dar por desaparecida. En cuanto a
la manada del norte, en 1876 el ferrocarril del Pacífico alcanzó Bis-
marck, Dakota del Norte, y empezó a penetrar en el territorio del bi­
sonte, al tiempo que el Ejército comenzaba a romper el dominio dé los
sioux- en las llanuras septentrionales, iniciando así en 1880 la aniquila­
ción de la manada del norte, que había desaparecido al final de 1883,
quedando sólo montañas de huesos blanqueándose al sol y al viento.
La eliminación del bisonte afectó tanto a la economía como a la
cosmología de los indios de las llanuras. Sin el bisonte los indios no
podían resistir la presión de Estados Unidos; para los nómadas porque
era la base de su economía, y para los agricultores, como los pawnees,
porque era la base del ritual que permitía cultivar maíz cada año, ya
que el sacrificio y ofrecimiento de la carne de búfalo era fundamental
en las ceremonias que aseguraban la continuación de los ciclos natura­
les y permitían a los humanos vivir en la tierra. Como señaló el gue­
rrero crow Dos Polainas tras la extinción del bisonte: «Nada sucedió
LA «EDAD DORADA», 1870-1890 241

después, sólo sobrevivimos. No hubo más batallas, ni captura de caba­


llos, ni caza del búfalo. No hay nada más que contar».28
El vacío que dejaron los bisontes en las Grandes Llanuras lo llenó
el ganado vacuno, que apareció por primera vez acompañando a las
migraciones terrestres. Ya entonces comerciantes y conductores de
animales comprobaron que el ganado vacuno podía resistir el invierno
de las llanuras y crearon la primera manada, pero fue después de la
guerra civil cuando los texanos comenzaron las largas marchas de ga­
nado vacuno, que extendieron los famosos cuernilargos texanos por el
oeste. Economía, cultura y ecología, todo se combinó para producir
una explosión del vacuno.
Los cuernilargos de Texas eran una nueva casta descendiente de un
cruce entre el vacuno criollo, introducido por los españoles, y los ingle­
ses cuernilargos, introducidos por los norteamericanos. Los rancheros
texanos comenzaron a comercializarlo en la década de 1850, llegando a
tener cinco millones de cabezas, y conoció su máxima expansión co­
mercial tras la guerra civil. Eran unos animales con largas piernas y
cuernos, con muchos huesos y poca carne, que era correosa y dura. Pero
estas deficiencias se compensaban por la resistencia del animal: podían
viajar muy lejos con poca agua, defenderse contra los depredadores, to­
leraban el invierno sin índices de mortalidad demasiado elevados y casi
sin alimento, por lo que eran los animales ideales para conducirlos a pa­
cer al norte y al oeste.
Teñían el problema de transportar un pequeño parásito,,'que trans­
mitía la ílrni&ddLfiebre texana o española. Los cuernilargos eran resis­
tentes. a la enfermedad y el parásito moría durante los inviernos del
norte, por lo que los comerciantes de vacuno podían comprarlos sin
problema y llevarlos al este para engordarlos después del frío. Pero en
primavera, verano y otoño el paso del vacuno tejano por una zona agrí­
cola provocaba la muerte del ganado y los animales de granja, con lo
que ya en 1851 Missouri prohibió el paso del vacuno tejano por su te­
rritorio y Kansas estableció una línea de cuarentena en 1867 que no
podían traspasar ni los vaqueros ni el ganado.
Así es como se llegó a la constitución de ciudades ganaderas en el
oeste, alejadas de las zonas de agricultores. Abilene, en Kansas, fue la
primera de estas ciudades creada por la convergencia de la acción de
los parásitos, los cuernilargos y el ferrocarril. En 1867, Joseph McCoy,
un empresario de Illinois, estableció un punto de embarque de ganado
en Abilene, en la conjunción del Pacific Railroad y el Chisholm Trail,
que le unía a Texas a través de territorio indio. Aquí empezó el apogeo
242 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

de las largas marchas de ganado, que cada verano durante veinte años
llevaron el ganado hacia el norte, y de las grandes ciudades ganaderas,
como Wichita, Caldwell, D odgeC ity, que compitieron con Abilene
para atraer el ganado y los vaqueros.
Fue también el momento cumbre de los vaqueros, hasta la intro­
ducción del alambre de espino en la década de 1870. En contra de la
imagen mitificada posterior, los vaqueros eran hombres solos, trabaja­
dores temporeros, entre los que había mexicanos qué habían perdido
sus tierras y negros que escapaban al oeste en busca de un trato más
igualitario. La realidad, pues, tenía poco que ver con l a imagen ro­
mántica del vaquero como m odelo masculino «ánglo», naturalmente
aristocrático, seguro de sí mismo. Su oficio comenzó á declinar Cuan­
do el alambre de espino'cércó las praderas del oeste, impidiendo pácer
al ganado en campo abierto, y el ferrocarril hizoinneees arias las largas
marchas de ganado hacia los puntos de embarque para el mercado.
A medida que se extendía el ferrocarril, se creaban nuevos puntos
de embarque y se disponía de más y más tierras para la cría de ganado.
El ferrocarril de Missouri, Kansas y Texas alcanzó el norte de Texas
en 1873, permitiendo así a los rancheros texanos una unión directa con
Kansas City. AI mismo tiempo, el Pacífico-Texas discurría hacia el
oeste a través del Estado hácia El Paso. El Santa Fe y el Denver y el
Río Grande abrieron Nuevo México y muchas de las llanuras del sur.
El Union Pacific llegó, a Cheyenne, Wyoming» en 1867, y al final cíela .
década dé 1870, Sydney en Nebraska y Pine Bluffs, Cheyenne; y Rock -
River en Wyoming, llegaron a serlo s principales puntos de embarque
del Union Pacific. En 1880 había aproximadamente cuatro millones de
cabezas en Kansas, Nebraska, Colorado, Wyoming, Montana y las Da­
kotas, y el boom se aceleraba.
El comienzo de la década de 1880 com binábala prosperidad rela­
tiva con una nación hambrienta de carne de vacuno y uña red ferrovia­
ria en expansión por las llanuras. Fue entonces cuando la industria ga­
nadera tuvo su apogeo y el capital europeo fluía hacia el oeste, pues el
principal ingrediente de está industria, el pasto, era gratis y pocos ran­
cheros compraban la tierra en que pacía el ganado; de este modo, con
una inversión pequeña de capital, se producían beneficios superiores al
40 por 100, Las Sociedades Anónimas se multiplicaron y sólo en W yo­
ming se habían formado 20 nuevas compañías en 1883.
Conforme los precios de vacuno subían, se consiguió una raza su­
perior a los cuemilargos de Texas, producto de su cruce con los Here-
fords de cara blanca. El resultado fue una res que engordaba más rápi­
LA «EDAD DORADA», 1870-1890 243

do, tenía más carne y no era portadora del parásito que producía la fie­
bre texana. Este auge del vacuno rápidamente saturó las praderas y los
mercados. A mitad de ia década de 1880, había 7,5 millones de cabezas
de ganado en las Grandes Llanuras al norte de Texas y Nuevo México.
La combinación de prados saturados y nuevos mercados contribu­
yó al desastre ecológico que los ganaderos produjeron en las llanuras
entre 1885 y 1887. Al principio de la década de 1880, los inviernos
fueron suaves, lo que permitió al ganado del este sobrevivir en las de­
hesas junto a los cuernilargos, Esta saturación de las dehesas provocó
el descenso de la hierba más adecuada para el pasto y el incremento de
las especies más desagradables y difíciles de tragar, por lo que un ga­
nado mal alimentado difícilmente podría soportar los rigores de un in­
vierno frío como el de 1885.
El desastre comenzó en las praderas del sur, donde un animal que
en 1870 podía mantenerse con cinco acres de tierra, necesitaba 50
acres en 1880. A esas dehesas ya sobresaturadas llegaron, en el otoño
de 1885, 200,000 cabezas de ganado expulsadas de Oklahoma por pas­
tar ilegalmente en territorio indio, asentándose en Colorado, Kansas y
Texas. Aquel fue uno de los inviernos más severos de la historia; el ga­
nado murió de hambre y frío, y las vallas de alambre de espino consti­
tuyeron una trampa mortal para muchas reses que quedaron atrapadas
en ella. Al año siguiente, el desastre se produjo en las llanuras del nor­
te. El verano de 1886 fue seco y cálido, y el ganado entró en el invier­
no mal alimentado y debilitado, por lo que muchas reses no pudieron
soportar el intenso frío y murieron atrapadas en las alambradas..
En 1887 el desastre ecológico alimentó el desastre económico. Con
el país entrando en una depresión y los precios cayendo, los bancos exi­
gían la devolución de sus créditos y muchos rancheros tuvieron que
vender en un mercado saturado, lo que significó su ruina e hizo caer
aún más los precios. Después de las vacas, sus competidoras, las ove­
jas, heredaron muchas de las llanuras. La oveja necesitaba menos agua,
era capaz de ir a buscar forraje más lejos y comía el pasto que el gana­
do vacuno no hubiera tocado. La cría de ovejas había sido la base de la
economía de Nuevo México y se había extendido por el antiguo terri­
torio hispánico de California y Texas, pero conoció una expansión ma­
yor en 1870 hacia la meseta de Columbia, además de en Utah, Wyo-
ming y Montana. Aquellas manadas del norte eran razas mejoradas
para la producción de lana — Rambouillet y merinas— y no la raza co­
mún y de las «churras» del suroeste. Los ganaderos de reses lucharon
contra la expansión de las ovejas, a las que consideraban animales in-
244 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

feneres, criados por hombres inferiores, hispanos, vascos, mormones;


pero en Wyoming y Montana la cría de ovejas sustituyó ál ganado va­
cuno como actividad agrícola principal en 1900.
Con el declive en la productividad de las tierras de pastos, los gran­
jeros acabaron con el sistema de que el ganado paciese en campo
abierto, heredado de españoles y mexicanos, y las compañías que so­
brevivieron a las crisis de las décadas de 1880 y 1890 cultivaron la
hierba apropiada e irrigaron los campos para depender menos de la ve­
getación natural de la dehesa. Este cambio se afianzó a principios del
siglo xx y necesitaba de la intervención del gobierno federal a fin de
asegurar el agua necesaria para el cultivo del pasto y controlar el nú­
mero de animales que debían pacer en las tierras publicas.29
Como los ganaderos, los agricultores alteraron el medio ambiente
del oeste con tremendas consecuencias. La aridez fue el mayor desafío
al que los agricultores tuvieron que enfrentarse en las Grandes Llanu­
ras. Las praderas al oeste del Mississippi estaban dominadas por enor­
mes extensiones de hierba alta, interrumpidas sólo por delgadas hileras
de árboles en los cursos de agua; pero conforme se avanzaba hacia el
oeste, hacia las Grandes Llanuras, desaparecían los árboles y la hierba
alta. No había una frontera exacta entre las praderas y las Grandes Lla­
nuras, sino una ¿ona de transición de 150 a 250 kilómetros de ancho,
cuyo centro estaría en la longitud de 98° 30’. Este cambio de paisaje
Constituía el reflejo más visible de la aridez del terreno, pues el pro­
medio de lluvias suponía la mitad del de las tierras del valle del Mis­
sissippi, lo que era insuficiente pafa cultivar maíz o trigo con los mé­
todos agrícolas tradicionales.
La emigración a las Grandes Llanuras en la década de 1880 coinci­
dió con uno de los ciclos húmedos de las llanuras, por lo que los pio­
neros pensaban que la explotación agrícola estaba transformando el
clima. En esas condiciones el terreno parecía tener ventajas, pues la
tierra era barata, resultaba adecuada para el cultivo del cereal y la au­
sencia de árboles hacía más fáciles los trabajos de roturación. Pero in­
cluso cuando llovía y crecían las cosechas, era difícil adaptarse a la na­
turaleza inhóspita de las llanuras. En una tierra sin árboles, la casa de
troncos tuvo que ser sustituida por casas de hierba o refugios subterrá­
neos, hábitats sucios y húmedos. Los granjeros tenían que soportar un
clima muy extremado — cálido y seco en verano, muy frío en invierno
y siempre ventoso— , con plagas de langosta que se comían las cose­
chas y contaminaban las aguas. Cuando las lluvias fallaron a partir de
1889, y hasta bien entrada la década de 1890, la vida se hizo durísima
LA «EDAD DORADA», 1870-1890 245

y muchos propietarios familiares vendieron sus tierras a propietarios


con mayores recursos y volvieron al este.
Algunos emigrantes con más tierras y capital sobrevivieron a la
sequía y se adaptaron a los ciclos climáticos de las llanuras; buscaron
otros métodos de cultivo, como la irrigación con aguas subterráneas y
la agricultura de secano, y cultivaron especies resistentes, dejando
campos en barbecho. Con ambos métodos de cultivo, grandes explo­
taciones agrícolas y la mecanización que comenzó a principios del si­
glo xx, las Grandes Llanuras conocieron un nuevo auge económico
entre 1900 y 1920 — aprovechando la demanda de la primera guerra
mundial— , y en el norte se pusieron en explotación cinco millones de
acres de tierra. Cuando los precios agrícolas comenzaron a caer otra
vez en la década de 1920, sólo siguieron prosperando las explotacio­
nes más extensas y mecanizadas, pero parecía que al final las Grandes
Llanuras se habían domesticado y otros nuevos cinco millones de
acres se pusieron en explotación en el sur entre 1925 y 1930. Se creía
que los problemas de la década de 1920 eran económicos y organiza­
tivos, pero no medioambientales, y se seguía creyendo en 1930, cua­
tro años antes de que la dust bowl (tormenta de arena) desertizara los
campos de Oklahoma, arruinando a los agricultores de esa zona.30

F rontera u r b a n a : c r e c im ie n t o u r b a n o y n u e v a in m ig r a c ió n

A pesar de la rápida colonización del oeste tras la guerra civil, fue­


ron las ciudades las que atrajeron a un mayor número de inmigrantes
nacionales y extranjeros. Desde la revolución hasta 1830, Estados
Unidos fue un país eminentemente rural, donde las ciudades — que
eran los centros comerciales y políticos—- tenían menos del 5 por 100
de la población total de cualquier región. Pero en 1830 comenzó un
proceso de urbanización que se aceleró tras la guerra civil y que
en 1890 había convertido al país en uno de los más urbanizados de Oc­
cidente tras el Reino Unido, Holanda, Bélgica y Alemania. La trans­
formación del paisaje urbano fue tal, que ya en 1872 los líderes políti­
cos reconocieron implícitamente que la ciudad se estaba convirtiendo
en el hábitat dominante e hicieron del paraje de Yellowstone el primer
Parque Nacional.
Este crecimiento urbano afectó a todo el país y no sólo a las anti­
guas ciudades del este. En el medio oeste florecieron San Luis y pos­
teriormente Chicago; gran parte de la emigración y colonización del
246 HISTORIA DÉ ESTADOS UNIDOS

oeste fue urbana, como demostró el crecimiento de Minneapoiis, Saint


Paul, Omaha, Kansas City, Denveiy San Francisco, Los Ángeles y Seat-
tie; mientras que en el sor destacaban Durham, Birminham y Houston.
Muchas de estás ciudades eran centros industriales que atrajeron a
cientos de miles de inmigrantes, requiriendo toda una proliferación de
nuevos servicios; pues en esta nueva etapa de la urbanización nortea­
mericana, que se extendió hasta 1930, la industria tendió a trasladarse
del campo a la ciudad.
La urbanización estadounidense no sólo se caracterizó pór su rapi­
dez, sino que la mayoría de las ciudades era de hueva planta, y fueron
pensadas para utilizar los transportes de masas — ferrocañil, tranvía,
metro, coches— e inventos fundamentales como ei ascensor a partir de
1889. Su origen reciente y el hecho de que tuvieran un enorme poder
hasta el New Deal — pues eran legalmente empresas públicas, que po­
dían actuar sin Otra limitación que lchttaginación de sus políticos— ,
les confirió una fisonomía distinta de las ciudades europeas. Eran ur­
bes con centros comerciales y de negocios dominados por los grandes
rascacielos, con suburbios residenciales donde sé iba retirando la clase
media, mientras que la creciente población obrera inmigrante se agru­
paba en guetos étnicos en el centro urbano, que iba degradándose y se
tomaba más peligroso cuanto más se alejaba la clase media.31
Chicago era la gran ciudad que, como ninguna otra, representaba el
rápido desarrollo urbano posterior a la guerra civil. Situada junto al
lago Michigan; en la desembocadura del río Mississippi, se convirtió a
finales del siglo xvm y principios del xix en un enclave militar y de
comercio de pieles americano y europeo en medio de una región india.
La construcción en 1848 del canal de Michigan e Illinois, que unía lo s .
Grandes Lagos y el sistema fluvial del Mississippi, la convirtió en la
puerta del oeste. En 1852 las primeras líneas de ferrocarril la unían al
este y al final de la década de 1850 había sustituido a San Luis como
punto de enlace entre el este y él oeste, al convertirse en un nudo fe­
rroviario fundamental, que atraía todo tipo de actividad económica.
La creación dé la Universidad del Noroeste en 1851 era un testimo­
nio de su creciente importancia cultural, y la celebración en 1860 de la
Primera Convención del Partido Republicano, que eligió a Lincoln,
indicaba su creciente peso político. En la década de 1860 y tras la guer­
ra civil, comenzó la industrialización de la ciudad principalmente con
industrias de transformación, relacionadas con el desarrollo de su hin-
terland, como almacenamiento de grano en silos, aserraderos, indus­
trias cárnicas; seguidas por las de producción de máquinas, herramien-
LA «EDAD DORADA», 1870*1890 247

tas e instrumentos agrícolas.32 En 1880, Chicago tenía la mayor canti­


dad de mano de obra asalariada al oeste de los Apalaches — 75.000
personas— , y sus fábricas produjeron casi 0,5 billón de dólares en bie­
nes de mercancías.33
La modernización arquitectónica se inició tras el incendio de 1871
que, aunque dejó las infraestructuras ferroviarias y las estructuras pro­
ductivas intactas, destruyó todo el centro de la ciudad. Su reconstruc­
ción generó un boom inmobiliario que animó a los arquitectos a apro­
vechar al máximo el espacio disponible, elevando los edificios hasta
inventar los rascacielos, los cuales dominaron el centro de la ciudad.
Las clases acomodadas se desplazaron por primera vez a las urbaniza­
ciones residenciales, donde buscaron crear un paisaje ideal que combi­
nara la comodidad urbana con «una cuidadosa selección de distraccio­
nes rurales». «La urbanización era así un lugar con árboles, céspedes,
senderos y casas confortables» en el que los niños podían jugar sin pe­
ligro y las familias de ciase media podían escapar de la miseria y los
riesgos de la ciudad... era el campo sin sus incomodidades; el campo
más las ventajas de la ciudad.»34 Pero este paisaje parasitario necesita­
ba para existir el incómodo campo y la ajetreada ciudad, de forma que
entre los rascacielos comerciales y las urbanizaciones se encontraban
los hacinados barrios pobres y las humeantes y malolientes fábricas.
En 1890, Chicago superó a Eiladelfia «segunda gran ciudad de Es­
tados Unidos tras Nueva York». Su posición en la jerarquía urbana es­
tadounidense dependía de su especial relación financiera y comercial
con Nueva York, al ser la conexión entre este y oeste. En 1893, la Ex­
posición de Chicago, que celebraba el 4.° Centenario de la llegada de
Cristóbal Colón a América, supuso el reconocimiento de la ciudad en
Estados Unidos y en el mundo. Chicago se presentaba como expresión
de la modernidad, y en plena depresión de la decada de 1890, trataba
de mostrar el siglo xix como una época de enorme progreso. Los visi­
tantes de la exposición manifestaron el conjunto de sensaciones con­
tradictorias que les producía la ciudad y que se entendían como la pro­
pia modernidad: fábricas malolientes, que lo cubrían todo con una
nube oscura, sorprendentes rascacielos en su centro comercial, barrios
pobres y hacinados, plácidos suburbios y el ruido monótono y la con­
fusión que «no paraban ni de día, ni de noche».35
Chicago dobló su población en la década de 1880, pasando de
503.000 habitantes a 1.100.000. Otras ciudades del mundo, como To-
ronto, Sao Paulo, Berlín, Nueva York, Hamburgo y Río de Janeiro,
crecieron en proporciones similares en algo más de tiempo. El creci-
250 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

1910, se excluyera al 30 por 100 de los que llegaban. Los chinos fue­
ron los primeros inmigrantes asiáticos en llegar a la costa oeste desde
las empobrecidas regiones agrarias de Kwangtung en el sur de China
para trabajar en las minas de oro de California y en la construcción del
ferrocarril. En 1880 había 100,000 chinos en Estados Unidos, 75.000
de los cuales residían en California, provocando desde el primer mo­
mento el rechazo de los trabajadores blancos porque recibían menos
salario y eran muy buenos trabajadores, diligentes y abnegados.39
Los prejuicios contra los chinos se convirtieron en Leyes de Ex­
clusión cuando en la década de 1880 se acabó la necesidad urgente de
mano de obra barata para el ferrocarril. Un nuevo tratado con China
permitió a Estados Unidos «regular, limitar y suspender» la inmigra­
ción china y en 1882 el presidente Chester Artur firmó la Ley de Ex­
clusión China, por la que se suspendía por diez años la inmigración de
este país, haciéndose permanente en la Ley de Exclusión de 1904.
También el prejuicio racial fue intenso contra los japoneses, el mayor
grupo migratorio asiático que llegó a Estados Unidos a finales del si­
glo xix. Inicialmente, la mayoría — 28.691— fue a Hawai a trabajar en
la caña de azúcar; más tarde, trabajadores cualificados, estudiantes y
comerciantes fueron a la costa oeste de Estados Unidos y grupos más
pequeños a Canadá, el Caribe francés, Perú y Australia.
Muchos inmigrantes europeos, como los italianos, griegos y esla­
vos, practicaron una inmigración temporal e incluso estacional, per­
maneciendo en Estados Unidos de la primavera al final del otoño y
regresando a sus países durante el invierno. Y ésta fue también la ca­
racterística general de los canadienses y mexicanos, que cruzaban con
facilidad las fronteras norte y sur del país. Cuando en 1840 se unieron
el Alto y Bajo Canadá, el gobierno del dominio de Canadá hizo todos
los esfuerzos que pudo para animar la inmigración europea, pues los
francocanadienses se resistían a colonizar las extensas tierras del oes­
te de Canadá, pero paradójicamente emigraban de forma estacional a
Estados Unidos, como el único medio de salvar sus granjas familiares.
Algunos francocanadienses fueron al norte de Nueva York, a i oeste de
Pensilvania, a Ohio, pero la mayoría se quedó en Nueva Inglaterra tra­
bajando con los irlandeses en la industria tex til A finales del siglo xix,
el más de medio millón de emigrantes francocanadienses en el nores­
te de Estados Unidos eran considerados «los chinos de los Estados del
este» por su abnegación y destreza en el trabajo, provocando también
el rechazo y prejuicios nativistas por ser católicos, pobres, ignorantes
y resistentes a la asimilación.
LA «EDAD DORADA», 1870-1890 251

Los mexicanos que entraban por la frontera sur se dirigían a la eco­


nomía agraria del suroeste. Cuando en 1848 se firmó el tratado de
Guadalupe-Hidalgo, ya vivían 75.000 mexicanos en las regiones de lo
que serían los Estados de California y Nuevo México, pero el desarro­
llo económico de esta región en el cambio de siglo llevó a los mexica­
nos a cruzar en masa la frontera tanto ilegal como legalmente, en una
emigración estacional o bien permanente. Eran muchos y trabajaban
por salarios bajos, sustituyeron a los chinos en la construcción de las
líneas de ferrocarril del suroeste, dotaron al sur de California, Texas y
Arizona de una agricultura productora de algodón y construyeron em­
balses que convirtieron los valles de San Joaquín e Imperial, en el cen­
tro de California, en tierras muy fértiles. Esta mano de obra ilegal y
temporera fue especialmente bien recibida en los años de la primera
guerra mundial, pues gracias a ella se pudo mantener la producción
agrícola cuando toda la economía y la población del país estaba cen­
trada en el esfuerzo bélico; pero seguían sin ser bien aceptados como
residentes permanentes, susceptibles de optar a la ciudadanía estadou­
nidense.

C o n f l ic t o s o c ía l y s e g u n d a f o r m a c i ó n d e l a c l a s e o b r e r a

Si desde 1865 a 1890 la industrialización, el crecimiento de las ciu­


dades y la inmigración masiva y diversa estaban transformando total­
mente la sociedad norteamericana, la creciente protesta e intentos de
organización de una clase obrera principalmente inmigrante mostra­
ban abiertamente una sociedad conflictiva y desigual, indicando que el
impresionante crecimiento económico estaba en contradicción con los
principios igualitarios de la república americana.
La primera manifestación de descontento de la clase obrera en esta
etapa de desarrollo industrial acelerado comenzó en las minas de an­
tracita del este de Pensilvania durante la guerra civil. Entre 1862 y
1875 fueron asesinados 16 empleados de las minas, otros sufrieron pa­
lizas y hubo numerosos actos de sabotaje industrial. Las acciones se
atribuyeron a los Molly Maguires, una sociedad secreta famosa en el
campo irlandés de la primera mitad del siglo xix por su violencia. Los
hijos e hijas de la señora Molly Maguire se vestían de mujeres, en re­
ferencia a la mítica mujer que simbolizaba su lucha contra la injusticia,
se ennegrecían o emblanquecían las caras y ejecutaban la «Legislación
de medianoche» contra propietarios, policías, magistrados y arrendata-
248 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

miento de las ciudades en el mundo occidental entre 1880 y 1920 fue


alimentado por grandes migraciones nacionales, transnacionales y
transatlánticas, debidas al aumento demográfico, la crisis de la agri­
cultura familiar y la demanda de mano de obra en las industrias con­
centradas en las urbes,36
Particularmente llamativo fue el incremento de la emigración tran­
satlántica a causa del abaratamiento de los costes de transporte, el de­
sarrollo de los medios de comunicación de masas y las posibilidades
de una mejora rápida del nivel de vida, Gran parte de esta emigración
fue a América, y dentro del continente americano, la mayor proporción
y la más diversa se dirigió a Estados Unidos, aunque a diferencia de
Argentina y Brasil, ni subsidiaba el viaje, ni ofrecía una naturalización
inmediata, ni el gobierno federal tomaba parte activa en reclutar a la
emigración.
Entre 1880 y 1921, alrededor de 23.500.000 personas emigraron a
Estados Unidos. La elección del país §e basó en la combinación de ser­
vicios que ofrecía mayores oportunidades económicas, la atracción de
un sistema político liberal-democrático de alta participación con Judi­
catura independiente, Leyes de Naturalización bastante democráticas
y tolerancia religiosa. Por otro lado, Estados Unidos poseía una capaci­
dad de absorción de inmigrantes mayor que cualquier otro país. Sus di­
mensiones, enormes recursos y el desarrollo económico que estaba ex­
perimentando desde la guerra civil demandaba tanto población para
colonizar su última frontera, como sobre todo mano de obra barata y
no cualificada para su potente industria. Ya en 1864, al aprobar la Ley
de Contratos de Trabajo, el gobierno federal fomentaba a la inmigra­
ción, al permitir a las empresas reclutar trabajadores extranjeros, pa­
gándoles el viaje. Tenía también una política de puertas abiertas, si­
milar a otros países americanos, pero del reclutamiento directo de
inmigrantes no se encargaban los agentes federales, sino compañías
privadas con necesidad de trabajadores o líneas de barcos de vapor de­
seosas de llenar sus buques.37
A la costa este llegaba la mayor parte de la llamada nueva inmigra­
ción europea, compuesta por judíos, católicos y ortodoxos de distintos
países del sur y este de Europa, como italianos, griegos, húngaros, che­
cos, eslovacos, polacos, serbios y croatas. Desde 1892, muchos de
ellos, tras pasar por el centro de recepción de la isla de Ellis, en las cos­
tas de New Jersey, recibían el sello de aprobación para entrar en el país
después de tres o cuatro horas de espera. Sólo al 2 por 100 de los recién
llegados se les negaba la entrada y eran devueltos a sus países de orí-
LA «EDAD DORADA», 1870-1890 249

gen por ser considerados criminales, rompehuelgas, anarquistas o tener


enfermedades infecciosas como tuberculosis y tracoma. Tras la isla de
Bilis y los otros puntos de desembarco en Boston, Filadelña, Baltimo­
re, Nueva Orleans y Galveston, se dirigían a todas paites menos al sur,
sobre todo al noreste, medio oeste y oeste, y aunque la mayoría busca­
ba trabajo en las industrias de las ciudades, la emigración en busca de
tierras no había desaparecido y continuó hasta 1914, fecha en que tan­
to los ferrocarriles como los gobiernos estatales tuvieron tierras para
vender a precios relativamente asequibles.
Las cadenas migratorias de familiares y amigos ya establecidos ju ­
garon un papel crucial en dirigir a personas específicas a sitios concre­
tos y en copar empleos determinados, y estas relaciones endogámicas
continuaron fuera del lugar de trabajo, en ios barrios y relaciones so-
: ciales.38 Una vez alcanzado su destino, vislumbraban los atractivos eco­
nómicos de Estados Unidos, Aunque el éxito no alcanzaba a muchos de
los inmigrantes y nativos, existió una posibilidad de acceder a la pro­
piedad de la tierra en el medio oeste y en el oeste hasta la primera guer­
ra mundial; asimismo, los salarios en fábricas, ferrocarriles, construc­
ción o minas superaban a los europeos, mientras que el costo de la vida
era igual o más bajo. :
Algunos en esta nueva Inmigración, como los judíos rusos que
huían de la persecución religiosa o las otras minorías oprimidas en el
imperio ruso, «emigraron paia quedarse. Otros lo hacían de forma tem­
poral, para ganar dinero y itg ie sa r a su país, Una parte de éstos no
tuvo más remedio que q u ed are , pero la elevada proporción de ree­
migrados en ésta oleada — 54 por 100 entre 1908-1914— alentó con­
tra ellos los prejuicios nativistas, considerándolos aves de paso, que
venían a apropiarse de la riqueza del país para llevársela a su país de
origen.
Este prejuicio se añadía a los temores nativistas ante una inmigra­
ción católica, judía u ortodoxa, que no hablaba inglés y procedía en su
mayoría de zonas agrícolas de países económica y políticamente más
atrasados que Europa occidental o central. También había un fuerte
prejuicio racial respecto a que el enorme volumen de estas «etnias in­
feriores» deshiciera la esencia de la raza norteamericana, síntesis su­
perior de las razas anglosajona, nórdica y germánica.
Pero en estos años, los mayores prejuicios nativistas y las únicas
restricciones migratorias fueron contra la emigración asiática que de­
sembarcaba en la costa pacífica, lo que explica que en el punto de re­
cepción de la isla del Angel, en San Francisco, que abrió sus puertas en
252 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

rios, ejerciendo así una «justicia retributiva» para corregir las viola­
ciones de lo que se consideraba socialmente correcto.
La mayoría de los Molly Maguires de Pensilvania provenía de la
región noroccidental y central del Ulster, concretamente de Donegan,
una de las provincias más pobres de Irlanda —que perdió el 30 por
100 de su población en las hambrunas de 1820 a 1840— , donde la ele­
vada proporción tanto de protestantes como de católicos aumentaba el
odio religioso y el sectarismo entre su población, lo que les predispo­
nía a interpretar la explotación en términos sectarios. En comparación
con otras zonas de Irlanda, la población de Donegan emigró tardía­
mente — primero temporalmente a Escocia y otros lugares del Uls­
ter y posteriormente de forma permanente a Estados Unidos— y mu­
chos hablaban irlandés, lo que reforzaba su condición de «emigrantes
anómalos».40
En Pensilvania, algunos de estos emigrantes de Donegan adaptaron
su tradición de violencia rural ritual a las condiciones de explotación y
discriminación que sufrían en las minas de antracita. El este de Pensil­
vania era un centro industrial importante en el Estados Unidos del si­
glo xix, pero estaba enclavado en un entorno semirrural montañoso y
muy boscoso, donde hasta 1870 la explotación de las minas corría a
cargo de pequeñas empresas y la extracción del mineral bajo tierra era
muy difícil. Los inmigrantes irlandeses, todos ellos dedicados a la mi­
nería como trabajadores no cualificados, eran la minoría mayoritaria
de la zona minera y se encontraron con una división del trabajo que re­
flejaba la discriminación étnica hacia ellos. La tensión era particular­
mente intensa con los trabajadores nativos y, sobre todo, con los gale-
ses — que eran mineros autónomos y cualificados-—, y tomó la forma
de lucha callejera entre bandas rivales de galeses e irlandeses, en la que
se incluía toda una serie de palizas, asaltos, peleas y asesinatos que se
atribuyeron a los Molly Maguires.41
La primera oleada de asesinatos tuvo lugar entre 1862 y 1868, en
medio de la violencia que generó la guerra civil y de las protestas con­
tra el reclutamiento obligatorio. El crecimiento é< onómico de la guerra
civil estuvo acompañado de la dirección centralizada de las minas y el
recrudecimiento de los prejuicios laborales contra los irlandeses, por
ser incapaces de adaptarse al ideal del free labor republicano, pues no
aspiraban a ascender socialmeníe, no se adaptaban a la ética puritana y
se oponían a la lucha antiesclavista por temor a la competencia laboral
de los esclavos liberados y fidelidad al Partido Demócrata. Por otro
lado, aunque 320.000 habitantes del Estado de Pensilvania lucharon en
LA «EDAD DORADA». 1870-1890 253

el Ejército de la Unión, Pensilvanía fue, junto con Ohio, Indiana, Illi­


nois y Nueva York, el centro principal de oposición a la Ley de Reclu­
tamiento Obligatorio, que excluía a los ricos de la lucha. Al finalizar la
guerra civil, el término ¡Molly Maguire era un lugar común para refe­
rirse a los irlandeses, que expresaba «desorden social, activismo obre­
ro y resistencia organizada al reclutamiento».42
Los asesinatos de los Molly Maguires continuaron tras la guerra en
un período de inestabilidad provocado por la desmovilización de miles
de soldados, el continuo flujo de inmigrantes, el declive de los precios
del carbón y la caída de salarios tras el auge bélico. Sin embargo, en­
tre 1868 y 1874, coincidiendo con el comienzo del control de las mi­
nas por la compañía ferroviaria Reading Railroad, bajó el nivel de vio­
lencia debido al establecimiento de un nuevo sistema judicial y al éxito
sindical de la Asociación Benéfica de los Trabajadores (Workingm.en 's
Benevolent Association, WBA), el primer sindicato americano de am­
plia base, en el que la solidaridad de clase superaba las distinciones ét­
nicas y de cualificación.
Era la primera vez que los mineros disfrutaban de una organización
poderosa que representaba a toda la industria de la región, rechazaba la
violencia, buscaba la armonía entre capital y trabajo, intentaba contro­
lar la producción y distribución de carbón para mantener altos los pre­
cios de éste y los salarios y que consiguió un enorme éxito con la apro­
bación en 1870 de la Ley de Seguridad Minera,
En un momento en que los Estados y el gobierno federal dejaban
el poder policial en manos privadas, la Reading Railroad tenía su
propia policía — Coal & Iron Pólice of the Reading Railroad— , y
para debilitar al sindicato infiltró en él a dos detectives de la famosa
Agencia Pinkerton, que debían probar que éste estaba relacionado
con el terrorismo de los Molly Maguires, Ambos detectives no en­
contraron ninguna relación entre los Molly Maguires y la organiza­
ción obrera, pero la establecieron porque era la base de la estrategia
de la em presa para debilitar al sindicato y asegurar su control total de
la industria del carbón. En plena depresión económica que comenzó
en 1873, la confrontación final entre la Reading Railroad y la WB A
tuvo lugar en 1875, en una larga huelga de seis meses que supuso el
comienzo de la desaparición del sindicato, y que fue reflejo de derro­
tas similares del movimiento obrero norteamericano tras las enormes
ganancias obtenidas en los años posteriores a la guerra civil. Después
del fracaso de la huelga de mineros, una nueva oleada de asesinatos
estremeció la región de la antracita en el verano de 1875, recibiendo
254 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

la condena tanto de la Iglesia Católica, como de los líderes del debi­


litado sindicato.
Tras la detención de los sospechosos, los juicios contra los Molly
Maguires comenzaron en enero de 1876, el año del centenario de la
Declaración de Independencia y acabaron en agosto de 1878. Los acu­
sados fueron arrestados por policías privados y acusados con la evi­
dencia de un detective* que a su vez había sido acusado de agente pro­
vocador; la evidencia del detective fue completada por una serie de
informadores que dieron la vuelta a la evidencia del Estado; los católi­
cos irlandeses fueron excluidos de los jurados; muchos de los fiscales
trabajaban para las compañías mineras y el ferrocarril, y el fiscal es­
trella no era otro que FranM inB.G üw en, presidente de Reading Rail-
road. Los juicios de los Molly Maguires representaron así una de las
mayores derrotas de la soberanía en la historia norteamericana, pues
una compañía privada inició la investigacióna través de una agencia
privada de detectives, una policía^ privada arrestó a los supuestos cul­
pables, los fiscales de la compañía de carbón los acusaron y el Estado
sólo les proporcionó la sala y el verdugo.
Algunos de los quince declarados culpables fueron probablemente
inocentes, aunque la mayoría estaría implicada en los asesinatos: Las
ejecuciones comenzaron el 21 de junio de 1877, el llamado «jueves ne­
gro», y aunque eran oficialmente privadas, pues las públicas se abolie­
ron en 1834, algunos cientos de ciudadanos tuvieron el privilegio de
asistir, mientras que otros miles se congregaban fuera de los muros de
la prisión; los detalles se difundieron a través de la prensa nacional, ex­
tendiendo la idea de se trataba de una «conspiración extranjera irlan­
desa» que aterrorizaba la región de la antracita mediante el terrorismo
y la acción sindical.43
Todoslos irlandeses eran pues culpables, ya que en el ambiente na~
ti vista de la época éstos, incapaces de ajustarse a la ética austera y fru­
gal del protestantismo y la clase media, contenían todos los atributos
de la depravación moral: pobreza, alcoholismo, criminalidad, locura,
pereza, idolatría y corrupción política. Mientras tanto, la comunidad
irlandesa-americana, empeñada en buscar su sitio en la sociedad nor­
teamericana, insistía en manifestar su oposición, su rechazo a la exis­
tencia de un comportamiento ético esteorotipado y uniforme para to­
dos los irlandeses, y a un supuesto carácter nacional.44
El conflicto de las minas de antracita no expresaba solamente el de­
sajuste económico entre una mayoría de la clase obrera, no cualificada
y mayoritariamente inmigrante, y una minoría de trabajadores cualifi­
LA «EEJAD DORADA», 1870-1890 255

cados nativos, con salarios raücho más elevados y control sobre su tra­
bajo; sino también el deseo de los trabajadores irlandeses de alcanzar­
la plenitud de derechos políticos de que gozaban los trabajadores nati­
vos desde hacía tres décadas.
Con el juicio y la ejecución de los Molly Maguires acabó la tradi­
ción irlandesa de justicia retributiva y el primer sindicalismo moderno
del movimiento obrero norteamericano; pero los mineros irlandeses si­
guieron buscando una alternativa en organizaciones que seguían las
pautas organizativas de las Sociedades Secretas y conjugaban naciona­
lismo irlandés y movimiento obrero, confirmando la idea de que en este
casó etnia y nacionalismo no segmentaban a la clase obrera, sino que
aumentaban su solidaridad. En 1876 apareció por primera vez la Clan-
na-gael, que recurrió al uso de la fuerza armada pará conseguir la repú­
blica de Irlanda. A principios de 1880, la Liga Agraria unió nacionalis­
mo y movimiento obrero y está misma síntesis estuvo presente en la
formación de Terence Powderly, el primer líder de la Orden de los Ca­
balleros del Trabajo los Knights of Labor — la primera gran asociación
obrera norteamericana— , que trabajó como presidente del Consejo de
la Liga Agraria y tesorero dé la Clan-na-gael.45

C ontra l o s m o n o p o l io s , l a h u e l g a f e r r o v ia r ia b e 1877

Cuando las ejecuciones de los Molly Maguires comenzaron en el


yorano de 1877 y parecieron sofocar definitivamente un focó aislado de
terrorismo y protesta labora!, provocado por una «conspiración irlande­
sa», la huelga del ferrocarril puso a 100,000 trabajadores en huelga, pa­
ralizó las principales vías ferroviarias y se extendió por todo el país. Un
año después del centenario de la Declaración de Independencia y en lo
peor de la depresión económica que había comenzado en 1873, la huel­
ga en el sector simbólico del nuevo desarrollo capitalista corporativo
expresaba el descontento general de desempleados, de trabajadores que
veían reducir sus salarios y de amplios sectores de la sociedad contra el
«poder del dinero que se convirtió en supremo sobre cualquier cosa»,
así como contra la frustración por que los sueños de la república no se
hubieran realizado, pues «la cíase trabajadora de este país [...] de re­
pente ve al capital tan rígido como un monarca absoluto».46
La huelga de 1877 fue el primer conflicto nacional serio tras la
guerra civil y algunos pensaban que podía ser «el comienzo de una gue­
rra civil entre trabajo y capital». Un periódico obrero la interpretó como
256 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

«el comienzo de la segunda revolución americana», que inauguraba


«la independencia del trabajo del capital».47 Tras la Comuna de París,
la huelga ferroviaria fue interpretada por los principales periódicos
como una «conspiración comunista», en la que habían jugado un papel
destacado la I Internacional y el Partido de los Trabajadores de Esta­
dos Unidos (Workingmen Party o f United States, WPUS). Por eso, el
temor de las clases altas provocó una reacción desmedida y se recurrió
a las tropas federales y a los ejércitos privados de las empresas, que en­
conaron la huelga dejando un saldo de 100 muertos y miles de dólares
de propiedad destruida.
Era lógico que esta primera huelga nacional de importancia em ­
pezara en el ferrocarril, pues no sólo constituía el principal negocio
del país, sino que se había convertido en económicamente indispen­
sable. Las compañías ferroviarias tenían un enorme poder político y
económico; poseían minas de carbón y hierro, controlaban la m aqui­
naria política, buscando y consiguiendo favores legislativos, e inclu­
so habían influido en la elección como presidente en 1876 del repu­
blicano Rutherford B. Hayes.48 Esta concentración de poder afectó a
agricultores y comerciantes de pequeñas ciudades, que vieron cómo
se encarecía su modo de vida por la presencia del ferrocarril, lo que
explicaría la hostilidad de amplios sectores de la población contra
este nuevo poder.
En cuanto a la situación de los trabajadores no cualificados del fe­
rrocarril, ésta era muy precaria.49 Sin organización sindical, era común
entre ellos el desempleo temporal o el trabajo precario durante cuatro
días a la semana; la empresa les exigía que estuvieran siempre dispo­
nibles, alojándose en hoteles de la compañía, y cuando finalmente per­
cibían sus salarios, con demoras que llegaban a los tres meses, solían
seguir en deuda con la compañía, que podía así obligarles a realizar un
trabajo no pagado, como limpiar los vagones. Era, además, una ocupa­
ción peligrosa, cuyo riesgo aumentaba por la reducción constante de
las tripulaciones.
Los salarios descendieron y las condiciones de trabajo empeoraron
cuando comenzó la depresión de 1873; los trabajadores respondieron
con las huelgas de 1873 y 1874, que anunciaron lo que podría pasar
tres años más tarde, pues aunque no‘tenían sindicatos, ni experiencia
organizativa, tenían el poder de interrumpir el tráfico de mercancías,
paralizando así la actividad económica en regiones enteras, sin levan­
tar rechazo — sino más bien provocar simpatía— en amplios sectores
de la comunidad.
LA «EDAD BQRADA>>» 1870-1890 257

En 1877 la situación había empeorado en todo el país. Había cinco


millones de desempleados, muchos de los cuales vagaban por todo el
territorio, buscando trabajo en otras zonas y viviendo de la caridad. Los
que tenían la suerte de trabajar vieron que sus salarios caían continua­
mente mientras que los 30 sindicatos nacionales que existían en 1873
se habían convertido en nueve en la primavera de 1877, con un total de
50,000 afiliados, una pequeña fracción de la población de la clase tra­
bajadora no agrícola.
En mayo de 1877, las cuatro principales compañías ferroviarias, reu­
nidas en Chicago, decidieron reducir otro 10 por 100 los salarios. La
oposición a esta medida fue el comienzo de la organización de la huelga.
El 2 de junio de 1877 se constituyó en Pittsburg el Sindicato de Ferro­
viarios (The Trainmen '$ Union), el primero que agrupaba a miles de tra­
bajadores cualificados y no cualificados de Baltimore a Chicago. Quería
comenzar una huelga general ;el 27 de junio si los patronos no elimina­
ban la reducción salarial. Por divisiones entre sus filas, la huelga se apla­
zó y el 1 de julio todas las compañías de ferrocarril, excepto la Baltimo­
re & Ohio, aplicaron la reducción del 10 por 100. Esta última compañía
redujo sus salarios el 16 de julio y, para su sorpresa y la del sindicato, la
huelga comenzó espontáneamente en Mertinsburg, Virginia Occidental,
extendiéndose después a las principales ciudades de la línea Baltimore
& Ohio, en los Estados de Maryland y Ohio. Ante la insuficiencia de la
milicias estatales para contener a los huelguistas y simpatizantes, el go­
bernador y el presidente de la B & O consiguieron que el presidente Ha-
yes enviara a 500 soldados a Baltimore. A partir de entonces la huelga se
extendió por Pensilvania, New Jersey, Nueva York, Indiana y San Fran­
cisco en California, y por Chicago y San Luis en Illinois.
Los mayores y más violentos disturbios comenzaron en Pittsburg
el 19 de julio, en el ferrocarril de Pensilvania, en protesta por la políti­
ca de la compañía de colocar en los convoyes dos locomotoras, que re­
molcarían trenes más largos, reduciendo las tripulaciones de los con­
voyes, pero haciendo el trabajo de los guardafrenos más peligroso. La
huelga empezó de forma espontánea, pero después de iniciada, el Sin­
dicato de Ferroviarios invitó a todos los trabajadores a unirse a ellos.
Todas las fábricas, minas y refinerías se unieron a la huelga. La Mili­
cia de Pittsburg también apoyó a los huelguistas, pero la de Filadelfia
se enfrentó a ellos matando a diez trabajadores. Estos hechos provoca­
ron la solidaridad y el descontento de toda la población, que incendió
y saqueó vagones de tren, un silo y una pequeña parte del centro de la
ciudad. En pocos días 24 personas murieron, incluidos cuatro sóida-
258 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

dos, 79 edificios fueron destruidos y algo parecido a una huelga gene­


ral se extendió por la ciudad de Pittsburg y otras localidades de Pensil-
vania, como Harrisburg, Pottsville y Reading.
En este punto las tres hermandades ferroviarias» que agrupaban a
los trabajadores cualificados, desautorizaron la huelga, mientras que
en la prensa se hablaba de una conspiración comunista, inspirada en la
Comuna, para precipitar a Estados Unidos en el reino del pillaje y el
desorden que le llevaría al comunismo.50 Según esta interpretación,los
instigadores de la conspiración serían la Hermandad de Ingenieros de
Locomotoras y los Knights o f Labor —considerados una amalgama
entredós Molly Maguires y la Comuna— , la I Internacional y muy es­
pecialmente el WPUS, que solo tenía tm año de vida, escasa influencia
y apenas había participado en la huelga hasta la fecha.
La sección estadounidense de la Internacional funcionaba en Nue­
va York desde 1869, pero estaba muy divididaentre lassallianos parti­
darios de la participación política y tas cooperativas, y lo s marxistas,
que pensaban que había que aplazar la participación en política hasta
poder apoyarla en sindicatos más fuertes. En 1874, los lassallianos,
confiando en que la situación era propicia para participar en política,
dejaron la Internacional y constituyeron el Partido de los Trabajadores
de Illinois en el oeste y el Partido Socialdemócrata de Norteamérica en
el este. La participación eñ las elecciones dé 1874 fue un fracaso que
parecía dar la razón a la estrategia marxista, y en 1876, en Filadelfia,
se unieron otra vez lassallianos y marxistas, formando el WPUS —el
segundo partido marxista del mundo que se constituía tras el SPD ale-
rnári— , que representaba a 3.000 socialistas, principalmente a inmi­
grantes alemanes y bohemios, y cuyo programa era un compromiso
entre ambas tendencias, sin hacer ninguna referencia a los negros ame­
ricanos, ni a la emancipación específica de las mújéres.5' La huelga de
1877 les cogió otra vez envueltos en sus disputas y divisiones internas,
aunque una vez iniciada, jugaron un papel importante en Chicago y
uno decisivo en San Luis.
Chicago, el centro industrial y ferroviario del medio oeste, era tam­
bién el centro de la protesta obrera y dé los grupos políticos que aboga­
ban por la revolución proletaria, como el WPUS, que el 26 de julio de
1877 pidió la nacionalización del fen'ocarril e hizo una llamada a la
huelga general en la ciudad, mientras dos compañías de la Infantería de
Estados Unidos ya se habían unido a la Guardia Nacional y a los vetera­
nos de la guerra civil para enfrentarse a los huelguistas, de cuyo choque
en los días siguientes resultarían 18 muertes; El WPUS fue acusado de
LA «EDAD DORADA», 1870-1890 259

provocar los «disturbios» de Chicago, pero en realidad sus líderes per­


dieron el control de una multitud enfurecida por la brutalidad policial.
Algunos kilómetros al sur, en San Luis, la huelga se convirtió en
general, siendo la primera huelga del movimiento obrero norteameri­
cano, y una de las primeras del mundo, en paralizar una importante
ciudad industrial. Con 300.000 habitantes* San Luis era tras Chicago
el segundo centro ferroviario del oeste, Al igual que la ciudad de los
Grandes Lagos; San Luis estaba también atravesada por ferrocarriles,
que convergían al este* al otro lado del río Mississippi. Su intensa acti­
vidad industrial estaba dominada por la fabricación de cerveza, lo que
influyó en que predominaran los trabajadores de origen alemán, tam­
bién mayoritarios en la sección local del WPUS, que con m il miembros
representaba la mitad de la militancia del partido en todo el país y asu­
mió un papel destacado en la dirección de la huelga.
El 27 de julio la huelga se podía dar por finalizada cuando la poli­
cía y la milicia capturaron «Fort Schuler», el lugar de reunión del Co­
mité de Huelga, sin lucha. El 28 de julio, las tropas federales ocuparon
el este de San Luis también sin resistencia y el 29 de julio aplastaron el
último intento de los huelguistas por bloquear el paso de los trenes de
mercancías^;
El vicecónsul británico comentó cáusticamente, en su informe final
sobre la huelga, «que el arresto de unos pocos hombres fue suficiente
para acabar con todo el asunto». La prensa local de San Luis trató tam­
bién de minimizar el conflicto una vez acabado, pero el Globe Demo-
crat reconoció que las fuerzas de la ley y el orden tuvieron que enfren­
tarse a una huelga sin precedentes en la historia norteamericana, con
un liderazgo efectivo, y que la ciudad —en la que pararon 60 fábri­
cas— podía haberse transformado en la «primera Comuna america­
na». El Times estuvo de acuerdo en que San Luis había escapado a la
revolución por muy poco y el Missouri Republican señaló que los
«huelguistas habían proclamado una revolución».52
La huelga dejó una secuela de 100 muertos en todo él país, millo­
nes de dólares de propiedad destruidos, reducciones salariales* despi­
dos, listas negras y muchos detenidos, que aunque fueron condenados,
permanecieron poco tiempo en prisión por la benevolencia de jueces y
jurados quienes, como gran parte de la población, se identificaban con
la lucha de los huelguistas contra el capital monopolista, que en 1877
parecía algo ajeno al espíritu norteamericano.
Esta benevolencia probablemente influyó en que los huelguistas,
aunque fueron derrotados, no se sintieran desmoralizados e interpreta­
260 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

ran la huelga como una «segunda revolución americana», que demos­


tró a la clase obrera su propia fuerza; convirtiéndose en el punto de
partida para la organización política y sindical del movimiento obrero
norteamericano moderno.
La atmósfera de optimismo tras la huelga llevó al WPUS a la parti­
cipación política en alianza con el populismo agrario del Greenback
Party, sobre ía base de un programa que reivindicaba la jom ada de
ocho horas, la abolición del trabajo infantil y la educación pública obli­
gatoria. La alianza tuvo bastante éxito en las elecciones locales del ve­
rano y otoño de 1877 en algunas ciudades importantes —Nueva York,
Cincinnati, Louisville y ciertas urbes de Pensilvania, Maryland y
Ohio— , de forma que al año siguiente el movimiento político salido de
ía huelga iba a liderar la formación de un Greenback-Labor National
Party. El relativo éxito electoral de estas candidaturas decidió el con­
trol del WPUS a favor de los lassallianos, que cambió su nombre por el
de Partido de Trabajadores Socialistas (Socialist Labor Party, SLP).
También los sindicatos atrajeron a nuevos miembros como conse­
cuencia de la huelga. Los marxistas, que habían abandonado el WPUS,
jugaron un papel destacado en el renacimiento y organización del sin­
dicalismo, pues en plena lucha por la jornada de ocho horas, formaron
el embrión de una Federación Nacional de Sindicatos. Pero fueron los
Knights of Labor los que se beneficiaron del crecimiento de la movili­
zación obrera, convirtiéndose en la organización dominante en la dé­
cada de 1880.
En cuanto a los empresarios y los representantes de las Cámaras de
Comercio, vieron la necesidad de defenderse frente a esta primera e
inesperada explosión del movimiento obrero. Exigían una Legislación
más restrictiva contra vagabundos, pobres y huelguistas, y mayores li­
mitaciones del sufragio; un aumento de la intervención federal a través
del incremento de las fuerzas represivas e incluso hubo quien plantea­
ra la necesidad de una «cura preventiva» basada en una «reforma mo­
ral» . Algunas compañías ferroviarias adoptaron pronto esta idea y la
Central Pacific inauguró un hospital para sus em pleaips enfermos o
heridos, les concedió planes de seguros para eliminar la necesidad de
sindicatos e incluso estableció el salario mínimo.
LA «EDAD DORADA», 1870-1890 261

Los K n i g h t s o f L a b o r , l a O r d e n
d e lo s C a b a lle r o s d e l T ra b a jo

Aunque ia repercusión inesperada de la huelga de 1877 impulsó la


organización política y sindical permanente del movimiento obrero,
la mayoría de la clase obrera seguía optando por la solución individual
de la movilidad laboral — pues la «edad dorada» fue un período de má­
xima explotación, pero también de grandes oportunidades— 53 y por
votar a los dos grandes partidos, que demostraron una extraordinaria
capacidad para canalizar los conflictos políticos y hacer concesiones a
los laboristas-reformistas.
Así, en la década de 1870 seis Estados establecieron Oficinas de
Estadísticas Laborales; en 1884, el Congreso creó una Agencia de Tra­
bajo a nivel nacional; entre 1,883 y 1886, la Legislatura demócrata de
cuatro Estados industriales y la Legislatura republicana de otros dos
Estados limitaron el uso de trabajadores presidiarios; en 1886, el Con­
greso aprobó la Ley Foran, que prohibía la importación de trabajo in­
migrante contratado, y tanto los Estados como el gobierno federal re­
conocieron tácitamente la legitimidad de los sindicatos y sus medios de
lucha para resolver los conflictos laborales. Por primera vez, sindica­
tos, huelgas y boicots no eran declarados ilegales por jueces y legisla­
dores, si se limitaban al lugar de trabajo.54
•• Como ya hemos visto, otros electores optaron por dar su voto tras
la huelga de 1877 a distintos movimientos y partidos laboristas-re-
formistas —como las Ligas por la Jom ada de Ocho Horas o el Green-
back-Labor Party— , entre los que destacaron los Knights of Labor.
La noble y sagrada Orden de los Caballeros del Trabajo fue fundada
como una sociedad fraterna y secreta por seis cortadores de la confec­
ción de Filadelfia el día de Acción de Gracias de 1869. La Orden pre­
tendía crear un tipo de organización laboral que uniera a todos los tra­
bajadores en una gran hermandad, a través de la educación, la ayuda
mutua y la cooperación. En sus primeros diez años de vida, estuvo di­
rigida por Uriah Stephens, que imprimió a la organización el secretis-
mo y los rituales de las Sociedades Secretas, pues Stephens conside­
raba que el secreto era un arma poderosa de estabilidad organizativa.
Durante la década de 1870, comenzó su crecimiento y apertura a otros
oficios, extendiéndose a las minas de carbón de Pensilvania, y tras la
huelga de ferrocarril de 1877, a los trabajadores del tren. En 1879, Te-
rence Powderly, el alcalde de la zona minera de Scranton, al este de
262 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Pensilvania, sustituyó a Stephens en la dirección de la organización,


que tenía entonces 9.300 miembros entre trabajadores cualificados y
no cualificados.
En la década de 1880, tuvo una rápida expansión debido sobre todo
a la repercusión del éxito de sus dos huelgas contra el magnate del fe­
rrocarril Jay Gould — «el mago de Wall Street»— , uno de los más odia­
dos «barones ladrones», entre 1884 y 1885. Las victorias de los Knights
sobre J. Gould consiguieron así cambial' el fatalismo de los trabajado­
res por un nuevo sentido de poder y eficacia, que en contra del consejo
de sus líderes se transformó en una oleada huelguística, en la que miles
de trabajadores setaicualificados y cualificados se unieron a la Orden,
Entre julio de 1885 y julio de 1886, en su momento de máxima ex­
pansión, Knights of Labor pasó de 104.000 a 703.000 trabajadores
— entre un 8 y un 12 por 100 de la fuerza de trabajoindustrial— , había
una asamblea de la organización en cada ciudad grande y mediana del
país, y ese mismo año presentó candidatos a las elecciones municipa­
les en docenas de ciudades; Su republicanismo y una organización des­
centralizada fueron la clave de su éxito.
La Orden tenía una ideología de republicanismo de clase obrera,
adaptado a las condiciones de 1880 e impregnado de socialismo. Era
por tanto una organización ábieiita a tódos los productores; sin exclu­
siones de cualificacióm raza o sexo,55 excepto por lo que se refería a ju~
gadores, agentes de bolsa, abogados, banqueros, comerciantes de alco­
hol, esquiroles y espías. Aunque seguían creyendo que el trabajo
asalariado era una amenaza para la república porque se creaba una se­
rie de ciudadanos dependientes, no trataban de volver a la época de los
pequeños productores independientes, sino de extender la democracia
al lugar de trabajo, como la única forma de mantener la república
como régimen de gobierno, a través de la garantía de los derechos de
los trabajadores y de su participación en los beneficios.
Los Knights creían en la intervención positiva del Estado, pero con­
fiaban sobre todo en la autoorganización y en la ayuda mutua para con­
figurar las bases dé una sociedad alternativa. Así, tenían sus propios
Tribunales, Asambleas locales, bandas de música, cooperativas; orga­
nizaban desfiles, circuitos de lectura; pero también participaban en
candidaturas laboristas. Es decir, excedían con mucho las actividades
de un sindicato centrado en la producción; se extendían a la política y
a toda la vida comunitaria y utilizaban tácticas de lucha muy diversas,
que iban desde la huelga y la participación política, hasta los boicots al
consumo. Eran además una organización muy flexible, en la que las
LA «EDAD DORADA», 1870-1S90 263

Asambleas locales tenían gran autonomía y podían organizarse por ini­


ciativa propia a partir de la solidaridad comunitaria.56
Ú na organización de estas características creció sobre todo en las
pequeñas ciudades, donde la mayoría de los miembros de la comuni­
dad vivía en condiciones muy similares e igualitarias, considerándose
todos ellos «productores» frente a los nuevos poderes económicos.
Pero su republicanismo y su flexible organización fueron incapaces de
interpretar el nivel de enfrentamiento social que se alcanzó en 1886.
En marzo de 1886, los Knights convocaron su tercera huelga con­
tra J. Gould, en realidad una trampa del magnate para acabar con el
sindicato, pues Gould en lugar de negociar con ellos envió a los detec­
tives de la Agencia Pinkerton y consiguió que sus trenes siguieran fun­
cionando. El fracaso total de esta huelga hizo que muchos trabajadores
comenzaran a dejar la Orden, y los acontecimientos de mayo de 1886
en Haymarket Square, Chicago, hicieron el resto.
En medio de las huelgas convocadas en todo él país el 1 de mayo de
1886 por ia consecución de la jom ada de ocho horas, los anarquistas de
Chicago, agrupados en la Asociación Internacional dé Trabajadores o
«Internacional Negra» y en la Central de Sindicatos de Chicago, con­
vocaron un mitin en Haymarket Square, en protesta por la muerte de
cuatro huelguistas a manos de la policía. En él mitin sé lanzó una bom­
ba contra la policía, que había llegado para reprimir el acto y estaba
dispersando a la multitud, con el saldo final de siete policías y un nu­
mero similar de civiles muertos y decenas de heridos.
Todos los temores acumulados desde la Comuna sobre una poten­
cial insurrección comunista parecían cumplirse. Bajo la atmósfera de la
primera «amenaza roja» de la historia estadounidense, diez líderes
anarquistas nativos y seis de origen extranjero fueron acusados de ase­
sinato; ocho fueron juzgados y siete condenados a muerte, aunque el
que lanzó ía bomba nunca fue identificado. Sin embargo el juez llegó a
la conclusión de que «si por escrito o palabra los acusados habían alen­
tado a cometer un asesinato, incluso sin fijar tiempo y lugar, entonces
todos los conspiradores eran culpables». De entre los siete condenados,
seis eran de origen alemán mientras que el nativo norteamericano lle­
vaba un carnet de los Knights of Labor en el bolsillo al ser detenido.
Uno de los condenados se suicidó en prisión, dos vieron sus sen­
tencias conmutadas a cadena perpetua y los cuatro restantes fueron
ahorcados en noviembre de 1887, en medio de protestas y peticiones
de clemencia en Estados Unidos, Europa y Australia. En el período de
más de un año que separó el juicio y condena de la ejecución de «los
264 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

mártires de Hay market», los anarquistas de Chicago y los radicales de


todo el país fueron víctimas de una feroz represión, justificada por el
pánico a que se extendiera una insurrección comunista, liderada por
extranjeros; mientras, el país se orientaba hacia posiciones más con­
servadoras y los empresarios se organizaban.
Fue precisamente la organización y contraofensiva patronal, la cual
contó con la alianza deí poder judicial y de un Estado muy fragmenta­
do, que se mantuvo neutral, lo que más que ningún otro factor influyó
en el rápido declive de Knights of Labor tras los sucesos de Haymar-
ket. Frente a esta ofensiva, de nada sirvió una ideología como el repu­
blicanismo de los Knights, que no creía en la lucha de clases, sino en
la convicción de que su idea de una sociedad alternativa era la justa,
irían convenciendo a la sociedad como antes hicieran los abolicionis­
tas de su concepto de república, bastándoles esto para vencer.5'
En 1893, la Orden de los Caballeros del Trabajo ya sólo contaba
con 80.000 afiliados y su rápido declive supuso también la pérdida de
la oportunidad de construir un nuevo sindicalismo industrial, que al
unir trabajadores cualificados y no cualificados en la misma organi­
zación hubiera sido la base sólida necesaria sobre la que asentar un
tercer partido social demócrata o laborista. En lugar de ello, la expe­
riencia de la represión tras Haymarket y los cambios económicos y
sociales que se afianzaron en la década de 1890, propiciarían un sin­
dicalismo de trabajadores cualificados sin interés explícito en la par­
ticipación política, como sería a partir de 1886 la Federación Ameri­
cana del Trabajo (American Federation o f Labor, AFL), dejando así
el terreno abonado para que pareciera cierta la idea de que el radica­
lismo revolucionario era cosa de extranjeros, mientras que los traba­
jadores norteamericanos no eran socialistas.

L a F e d e r a c ió n A m e r ic a n a del T r a b a jo

A principios de diciembre de 1886, 38 sindicalistas se reunieron en


Columbus, Ohio, esperando crear una Federación Nacional del Traba­
jo. A la cabeza del movimiento había tres sindicatos: los cigarreros, re­
presentados por Adolf Strasser y Samuel Gompers; la Federación de
Mineros y Trabajadores de las Minas, liderada por John Mcbridge y
Christopher Evans, y los carpinteros y ensambladores, dirigidos por
Peter McGuire. Muchos de los delegados provenían de los Knights o
de partidos socialistas, pero querían construir una organización sindi­
LA «EDAD DORADA», 1870-i890 265

cal nacional, que fuera la base del movimiento obrero, desplazando a


políticos y reformistas sociales, al tiempo que garantizaban la inde­
pendencia de los distintos oficios.
El motivo directo de este distanciamiento con la ideología y organi­
zación que representaba Knights of Labor era tanto el declive de la or­
ganización desde la represión de 1886, como las tensiones que existían
desde principios de la década de 1880 entre ellos y los sindicatos, que
se sentían amenazados cuando la Orden incluía a los no trabajadores y
prefería como objetivos políticos reformas sociales más amplias. En
1881, los sindicalistas descontentos con Knights of Labor ya habían
creado la Federation of Trades and Labor Unions (FOTLU), para desli­
gar a los sindicatos de su servidumbre política y preservar la autonomía
de cada oficio en una organización nacional. La FOTLU no duró mu­
cho, pero sus ideas fueron la base para la constitución en 1886 de la Fe­
deración Americana del Trabajo (American Federation Labor, AFL).
Los sindicatos que la formarón centraron pues la nueva federación en
sus propias organizaciones, buscando unir a los distintos oficios en una
alianza beneficiosa, pero dándoles completa independencia y autono­
mía, al tiempo que “—como sus delegados querían-— la organización
debía ser pragmática y centrarse en la actividad económica.
Aunque la AFL contribuyó a cambiar la orientación del movi­
miento obrero norteamericano, pasaron muchos años antes de que fue­
ra sinónimo de antisocialismo, sindicato burocrático centralizado y
sindicalismo de «negocios». La AFL inicial incluía muchos sindicatos
que se organizaban en líneas industriales, más que de oficios, y que se­
guían filosofías socialistas o populistas. Fueron la represión de las
huelgas de la década de 1890, el fracaso de los populistas en las elec­
ciones de 1892 y la derrota de la candidatura demócrata de William
J. Bryan en 1896, lo que orientó a la AFL hacía el conservadurismo y
la no participación política bajo el liderazgo de Samuel Gompers,
quien había aprendido que los sindicatos amplios y radicales fracasa­
ban, pues «... las profesiones de radicalismo habían concentrado todas
las fuerzas de la sociedad organizada contra el movimiento obrero,
anulando su avance normal y actividad necesaria».
Fueron también esenciales para esta evolución conservadora de la
AFL los enormes cambios en lá composición de la clase obrera nor­
teamericana que estaban teniendo lugar en la «edad dorada», los cua­
les redundaban en el aislamiento progresivo de los trabajadores cuali­
ficados del resto de la fuerza de trabajo y amenazaban su cualificación.
Aunque la mecanización y división del trabajo permitió reducir costos
266 HISTORIA DE ESTADOS ÜN1DOS

a partir de la eliminación de trabajadores cualificados, los que queda­


ron continuaron ganando salarios mucho más elevados que los no cua­
lificados y desempeñaron un papel fundamental en la producción
como supervisores del trabajo no cualificado» lo que les aisló del resto
de los trabajadores. Este aislamiento se reforzaba en las diferencias ét­
nicas, de género, hábitat y también culturales. En 1896, por primera
vez, los nuevos inmigrantes superaban a los antiguos: provenían del
este y sur de Europa, de México o de Asia, así cómo de la inmigración
interior de mujeres, niños y afroamericanos que abandonaban las zo­
nas rurales; todos ellos ocuparon en las ciudades e industrias los traba­
jos peor pagados y no cualificados, hacinándose en los barrios céntri­
cos cercanos a las fábricas. Mientras que los trabajadores cualificados,
nativos y hombres, desde la aparición de los tranvías fueron despla­
zándose a los suburbiós residenciales. Este progresivo aislamiento de
los trabajadores cualificados facilitaba que se organizaran por cualifi-
cación y no unitariamente por industrias.58
Aun sin un partido laborista o socialdemócrata de ámbito nacional
y sin un sindicalismo industrial que uniera a trabajadores cualificados
y no cualificados, la militancia laboral radical siguió siendo intensa
tras 1886, catalogándose popularmente como una «guerra social» a
partir de 1893, cuando comenzó la mayor crisis económica que el país
había conocido hasta la fecha. Los dos conflictos laborales de mayor
importancia fueron la huelga del acero de Homestead en 1892 y la
huelga de los cochés Pullman en 1894. A principios de 1892, la fábrica
de acero de Andrew Carnegie en Homestead, a la salida de Pittsburg,
Pensilvania, dirigida por Henry Clay Frick, decidió reducir los salarios
de los trabajadores y romper su sindicato — uno de los pocos en la in­
dustria del acero que unía a trabajadores cualificados y no cualifica­
dos— .C uando los trabajadores se negaron a aceptar las reducciones
salariales, Frick despidió a toda la fuerza de trabajo y contrató a 300
detectives de la Agencia Pinkerton para proteger a los esquiroles. Con
el apoyo de la mayoría de los trabajadores de la fábrica y un Comité de
Huelga que contando con las simpatías de la población controlaba la
ciudad, los huelguistas y el sindicato se enfrentaron a los detectives de
la Agencia Pinkerton — con el saldo de nueve muertos entre los traba-
jadores y siete entre los agentes Pinkerton— , obligando a estos últimos
a retirarse. Unos días después, el gobernador envió a 8.000 miembros
de la Milicia del Estado para proteger a los esquiroles, que llevados a
Homestead en trenes sellados sin conocer su destino, ni que había una
huelga en marcha, mantuvieron en producción la planta durante los
LA «EDAD DORADA», 1870-1890 267

cuatro meses de huelga, El dramatismo de la huelga aumentó cuando el


23 de julio de 1892, Alexander Berckam, un joven anarquista de Nue­
va York, amante de Emma Goldman, atentó contra Henry Clay Frick
para ayudar a ios huelguistas. Berkman, que sólo consiguió herir a
Frick, fue capturado y condenado a catorce años de cárcel y su acción
únicamente contribuyó a agravar la derrota del sindicato. En noviem­
bre, tras cuatro meses de huelga, los huelguistas, sin recursos, decidie­
ron volver al trabajo sin conseguir nada. Todos los líderes sindicales
fueron acusados de asesinato y traición al Éstado y otros 160 huelguis­
tas fueron juzgados por distintos crímenes, aunque ningún jurado los
encontró culpables; pero la derrota de Homestead mantuvo a los sindi­
catos fuera de las fábricas de Camegie — y por tanto de todo el sector
del acero— hasta bien entrado el siglo xx.59
Al año siguiente, el país entraba en la mayor crisis económica que
había conocido en su historia. Después de algunas décadas de creci­
miento industrial salvaje, manipulación financiera, especulación in­
controlada y explotación laboral, todo pareció derrumbarse. 642 ban­
cos quebraron, 16.000 negocios cerraron, 3/15 millones de trabajadores
no agrícolas estaban parados. Ningún gobierno estatal votó ayudas
para los parados, pero éstos organizaron masivas manifestaciones a lo
largo de todo el país y forzaron a los gobiernos locales a establecer co­
cinas populares y darles trabajo en calles y parques.
La depresión duró cuatro años y provocó una oleada de huelgas por
todo el país. La mayor de ellas fue la huelga nacional de trabajadores
del ferrocarril, que en 1894 comenzó con la compañía de coches Pull­
man en Chicago y en la que entró en acción Eugen Debs, quien sería
líder del Partido Socialista Americano a partir de 1901. En 1893, Debs
y un pequeño grupo de trabajadores del ferrocarril —entre los que ha­
bía muchos Knights-— se unieron en el Sindicato Americano del Fe­
rrocarril {American Railway Union, ARU). En junio de 1894 los tra­
bajadores de lá eoitapañía de coches Pullman Palace fueron a la huelga
por el despido de 3.000 de sus 5.800 empleados y la reducción de un
25 a un 40 por 100 de sus salarios. La ARU pidió a todos sus afdiados
que no atendieran a los coches Pullman, con el resultado de que como
casi todos los trenes de pasajeros llevaban un vagón Pullman, su ac­
ción se convirtió en una huelga nacional.
Los propietarios de las compañías del ferrocarril pagaron a 2.000
esquiroles para romper la huelga sin éxito. El fiscal general de Estados
Unidos, Richard Olney, un antiguo abogado del ferrocarril, presentó
una orden judicial contra el bloqueo de trenes, sobre la base legal de
268 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

que interrumpía el correo federal. Como los huelguistas ignoraron la


petición judicial, el presidente Cleveland envió tropas federales a Chi­
cago. El ó de julio los huelguistas quemaron cientos de vagones y se
enfrentaron con la Fuerza Pública con el saldo de 13 personas muertas,
53 heridas y 700 huelguistas arrestados. Entre ellos, estaba Eugene
Debs, que aunque entonces negó que fuera socialista, durante sus seis
meses en prisión conoció a muchos socialistas y leyó sus obras. Al sa­
lir de la cárcel escribió en el Raílway Times: «El tema es socialismo
contra capitalismo. Yo estoy por el socialismo, porque estoy por la hu­
manidad (...) Ha llegado el momento de regenerar la sociedad. Esta­
mos en la víspera de un cambio universal».60

R e FORMISMO FRENTE A LA «TIRANÍA» DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS

Todos estos enormes cambios sociales y económicos, que tuvieron


lugar en las tres décadas posteriores a la guerra civil, se reflejaron en
la política. Hubo reacciones nativistas ante la inmigración e intentos
significados de terceros partidos radicales que expresaban el descon­
tento de agricultores y trabajadores; pero en general la política en la
«edad dorada» siguió manteniendo el rasgo distintivo de fortaleza de
los dos grandes partidos, tal y como había sido desde 1830. Entre 1865
y 1900 la participación política de masas se amplió y diversificó por el
crecimiento del país, así como por el voto de los afroamericanos e in­
migrantes recientes de variada procedencia; pero loa,partidos tradicio­
nales siguieron siendo el eje de la política, capaces de canalizar los
nuevos y numerosos conflictos de una sociedad en cambio vertiginoso
hacia la urbanización, industrialización e inmigración masiva.
Desde 1830, los partidos eran las instituciones políticas fundamen­
tales del país porque eran las únicas que daban un sentido de unidad a
una nación muy fragmentada políticamente y ejecutaban una política
económica de promoción de los intereses privados, que daba la sensa­
ción a los electores de que su voto tenía resultados inmediatos en la ac­
ción de gobierno. En una sociedad diversa, en rápido crecimiento, con
un gobierno central débil, los partidos eran como iglesias laicas que
atraían a sus votantes por el conjunto de valores étnicos, religiosos y
culturales que representaban, dándoles un sentido de comunidad y per­
tenencia a la política nacional. En cuanto a la promoción económica,
los partidos pudieron realizar una política distributiva amplia por la
abundancia y extensión de los recursos naturales y por la flexibilidad y
LA «EDAD DORADA», 1870-1890 269

diversidad de su organización partidista para atender demandas muy


variadas. Esta política económica distributiva tenía, sobre todo, enla­
ces locales y estaba basada en la noción de los norteamericanos de que
no existía una demarcación inamovible entre la acción de gobierno y la
empresa privada. Así, las mismas organizaciones que movilizaron a
los ciudadanos el día de las elecciones también estructuraban su re­
cepción de bienes gubernamentales,61 Como resultado de estas dos ca­
racterísticas, desde el comienzo de la política de masas en 1830, los
partidos políticos gozaron de un electorado muy fiel y la participación
electoral fue en constante aumento.
La «edad dorada» fue el período de mayor rivalidad entre los par­
tidos y de participación electoral más elevada. Tras la guerra civil, los
partidos políticos fueron capaces de incorporar a los nuevos votantes
con la vieja retórica, especialmente por lo que se refiere a la tensión
entre poder central y local y a las divisiones étnico-religiosas. Los re­
publicanos, convencidos de los beneficios del gobierno federal para
los ciudadanos, acusaban a los demócratas de su pasada defensa de la
esclavitud y de su oposición o ambivalencia respecto a la Unión. Los
demócratas, por su parte, creían que la autoridad no debía estar aleja­
da del pueblo y que la lucha política seguía basándose en la naturaleza
de la Unión, los conflictos territoriales y la intolerancia religiosa. Con
esta vieja retórica, los partidos siguieron manteniendo la fidelidad de
su electorado en la «edad dorada» y aumentaron la participación elec­
toral — hasta un 80 por 100 en las elecciones presidenciales— a pesar
de las constantes convocatorias electorales.
Esta extrema fidelidad de los votantes, que pasaba de padres a hi­
jos, produjo una extraordinaria rivalidad entre ambos partidos, refleja­
da en unos resultados electorales muy ajustados, especialmente tras las
elecciones presidenciales de 1874. Aunque los republicanos controla­
ron la presidencia durante veinte de los veintiocho años que transcurrie­
ron entre las elecciones de 1868 a las de 1896, el margen entre los dos
partidos principales se estrechó en los años posteriores a la guerra civil,
con un promedio diferencial de sólo 1,4 por 100 entre 1876 y 1892,
comparado con el 4,9 por 100 que existió entre 1840 y 1852. El domi­
nio político republicano fue pues más aparente que real y entre 1872 y
1896 ningún presidente ganó con una mayoría aplastante del voto po­
pular. De esta forma, mientras los republicanos controlaron el Senado,
los demócratas solían controlar la Cámara de Representantes, Solamen­
te entre 1893 y 1895 un presidente demócrata —-Grover Cleveland—
disfrutó de un Congreso totalmente demócrata. Así, los resultados elec­
270 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

torales de los partidos en lá «edad dorada» dependían de mantener la fi­


delidad de sus votantes en sus feudos tradicionales — Nueva Inglaterra
para los republicanos y el sur para los demócratas— , quedando sólo un
posible margen de maniobra entre Connecticut e Indiana.
La mayor competencia entre partidos, el estrecho margen electoral
entre ellos, el volumen de bienes por distribuir cuando se estaban cons­
truyendo las infraestructuras de la Norteamérica moderna y el alimento
y complejidad del cuerpo electoral, así como un movimiento obrero
cada vez más organizado, obligaron a los partidos políticos a reforzar su
organización, y fue de esta necesidad organizativa de donde provino su
mayor innovación en la «edad dorada»: los aparatos u organizaciones
urbanas de los partidos, the party machines.62
Buena parte de este esfuerzo organizativo siguió el camino ya co­
nocido de estimular la asociación voluntaria de sus electores a nivel lo­
cal y de implicarlos después en «caucases» y Convenciones Estatales
y de Distrito, donde los simpatizantes se encontraban constantemente,
con el objetivo final de elegir a los delegados para la Convención Na­
cional que debía elegir al candidato presidencial. En las campañas
electorales se hacían listas exhaustivas de los posibles votantes, clasi­
ficadas por confianza y compromiso; se formaron clubs de votantes; se
mantenía contacto con la mayor parte de ellos, e incluso el Partido Re­
publicano en Indiana llegó a tener 10.000 agentes de distrito que in­
formaban sobre la acdtud de cada votante potencial
Pero en las ciudades se vio la necesidad de innovar la organización
con lo que se ha llamado el aparato u organización local del partido.
En todas las grandes ciudades, los jefes políticos locales— the boss—
hacían campaña de forma tradicional en un ambiente totalmente nuevo
de inmigración masiva, crecimiento urbano, hacinamiento e inactivi­
dad gubernamental ante laá necesidades de nuevos servicios; ganaban
nuevos votantes muy leales entre la población inmigrante, con una ma­
nera de ver las cosas local, parroquiana y tribal, pero que rompía con
la tradición al asumir el aparato del partido la cobertura de los benefi­
cios sociales, lo que extendió los rasgos de clientelismo y patronazgo
— y, por tanto, la corrupción-™ de los partidos.
Los aparatos locales tenían como objetivo atraer el voto de los in­
migrantes recién llegados y estaban liderados por la clase media de la
minoría étnica a la que representaban o querían captar. Se definían
pues por líneas étnicas; asimismo, interclasistas, sus organizaciones de
base eran los barrios y su acción política se orientaba tanto a la distri­
bución de empleos públicos entre los distintos grupos étnicos de la
LA « EDAD DORADA», 1870-1890 271

ciudad como de servicios públicos entre los diversos barrios, asegu­


rando que estos beneficios fueran a sus propios votantes.
Las críticas a la corrupción y tiranía política de los partidos co­
menzaron a hacerse oír en las décadas de 1870 y 1880. De un lado, es­
tuvieron los intentos reformistas-radicales del movimiento obrero or­
ganizado y del campesinado pobre por consolidar un tercer partido,
que defendiera sus intereses frente a los dos grandes; de otro, se ex­
presaron con un nuevo vigor los tradicionales sentimientos antipartido,
pero finalmenté lá Crítica más contundente y con más resultados a lar­
go plazo vino del hüévo industrialismo, que dominaba el panorama
económico desde 1865.

Los p o p u l is t a s : l a o p o r t u n id a d
DE UN TERCER PARTIDO RADICAL-REFORMISTA

El mayor desalío político a los dos grandes partidos vino del Parti­
do del Pueblo o Partido Populista, que defendía los intereses de la agri­
cultura familiar empobrecida, especialmente castigada por las crisis
económicas de final de siglo y el acelerado desarrollo capitalista. De
1870 a 1898, los agricultores del sur, oeste y las zonas áridas del medio
oeste vieron caer progresivamente los precios agrícolas como conse­
cuencia del exceso de producción nacional y eí aumento de la compe­
tencia internacional, debido a la puesta en explotación de tierras muy
fértiles en Argentina o Canadá y a la caída del precio de los fletes.
A la rebaja de los precios agrícolas se unía el aumento de los cos­
tos de producción. Para poder competir en un mercado mundial había
que pagar nuevos abonos, maquinaria agrícola, la tarifa del ferrocarril
y el almacenamiento del grano. La solución fue el endeudamiento. En
el oeste los bancos hacían hipotecas sobre la tierra o la cosecha, en el
sur los aparceros conseguían del comerciante una hipoteca a cambio
de la cosecha futura a un interés del 25 por 100. En caso de mala cose­
cha, unos perdían sus tierras, otros el régimen de aparcería. Por eso fe­
rrocarril, banqueros y comerciantes fueron identificados como los ene­
migos d élo s campesinos empobrecidos.
También les perjudicaban las medidas arancelarias del gobierno fe­
deral, pues los elevados aranceles protegían la industria nacional de la
competencia exterior, mientras los agricultores debían vender sus pro­
ductos en el mercado internacional, donde la competencia hacía bajar
los precios constantemente. E l otro asunto que les enfrentaba con el
272 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

gobierno federal era el tema monetario. Los agricultores pobres aso­


ciaron la caída de los precios agrícolas y la fuente de todos sus proble­
mas crediticios con la escasez de dinero en circulación, pues según
ellos esta escasez hacía que los banqueros subieran los tipos de interés
y encarecieran los créditos. La solución era el bimetalismo y la libre
acuñación de moneda, tal y como existió legalmente hasta 1873.
En efecto, existía un problema objetivo sobre el tema monetario, ya
que a finales del siglo xix la moneda en circulación no tenía la flexibi­
lidad de crecer de acuerdo con el desarrollo de la economía norteame­
ricana, y de hecho había decrecido un 10 por 100 per cápita de 1865 a
1890. Por otra parte, históricamente la Legislación había favorecido la
libre acuñación tanto de oro como de plata. La moneda metálica data­
ba de la Ley de Acuñación de 1792, la cual autorizaba la líbre e ilimi­
tada acuñación de plata y oro en una relación de 15 a 1, que indicaba
que la cantidad de plata en un dólar de plata pesaría 15 veces más que
la cantidad de oro en un dólar de oro. Esta relación fija no reflejaba las
fluctuaciones en los valores de los metales, por lo que cuando éstos su­
bían, dejaban de presentarse para la acuñación, y de hecho el país es­
tuvo en el patrón plata hasta 1837, cuando el gobierno cambió la pro­
porción de 16 a 1 y revirtió la situación hacia el patrón oro, pues
entonces la plata resultaba más valiosa en el mercado que para acuñar.
Esta libre e ilimitada acuñación de plata y oro, escasamente regula­
da por el gobierno, fue revisada por el Congreso en 1873 cuando, sin
ninguna protesta, derogó la disposición de acuñar plata, que llevaba
muchos años en desuso. La decisión se tomó justo cuando la producción
de plata aumentaba con el descubrimiento de nuevas minas en el oeste,
reduciendo su valor de mercado, lo que según la antigua Legislación
hubiera hecho posible presentarla para la acuñación. Así fue cómo los
populistas denunciaron posteriormente «el crimen del 73» como una
conspiración de banqueros y comerciantes para asegurar la escasez de
dinero en circulación. Las Leyes de 1878 y 1890 permitieron que se
acuñara algo de plata, pero demasiado poca para transformar la situa­
ción monetaria y acallar la protesta de los agricultores del sur y el oeste.
La desatención del Congreso, del gobierno federal y de los dos princi­
pales partidos en este y otros temas que preocupaban a los agricultores
empobrecidos, les llevó a organizarse sindical y políticamente.63
En 1867, Oliver H. Kelley, un antiguo agricultor de Minnesota fun­
dó en el sur Los Patrones de la Agricultura (The Patrons o f the Hus-
handry), mejor conocido como El granero (The Grange), para luchar
contra el aislamiento de los agricultores. Comenzó pues como un mo­
LA «EDAD DORADA», 1870-1890 273

vimiento social y educativo, pero al crecer promovió las Cooperativas


de Consumo y Distribución, y ai principio de la década de 1870 parti­
cipó en política a través de los «terceros partidos independientes», es™
pecialmente en el medio-oeste. El principal objetivo político de The
Grange era conseguir la intervención de los Estados en las tarifas de
feixocarril y los silos, consiguiendo en cinco Estados presentar leyes
que apoyaran su derecho a regular la propiedad cuando ésta tenía un
interés público, The Grange declinó gradualmente al dedicarse a la ac­
ción política en detrimento de las cooperativas, pero en 1875 se cons­
tituyó el Greenback Party —el Partido de los Billetes Verdes o de Dó­
lar— que abogaba por la expansión monetaria aumentando la emisión
de billetes. En las elecciones a mediados de mandato de 1878, el Gre­
enback Party consiguió un millón de votos y quince congresistas, pero
desapareció durante la década de 1880.
Con una orientación más radical, la Alianza de Agricultores (Far~
mers Alliance) se fundó en Texas en 1877 y se extendió rápidamente a
otros estados del sur que cultivaban algodón, pues allí era donde el sis­
tema de hipoteca sobre la cosecha resultaba más duro. La Alianza lle­
gó después a Kansas y a las Dakotas y en 1900 tenía un millón y me­
dio de miembros de Nueva York a California, al tiempo que una
Alianza de Agricultores de Color, centrada en el sur profundo, decía
tener un millón de miembros. El éxito de la Alianza se debía tanto a su
programa económico-cooperativo, como a su amplia organización cí­
vica y social— que no discriminaba por sexo o raza— , a su producti-
vismo republicano y a la influencia del evangelismo. Cuando el pro­
grama cooperativo comenzó a fallar, víctima de la discriminación de
almacenistas, manufactureros y banqueros, además de la inexperiencia
en la dirección y las obligaciones crediticias que superaban sus recur­
sos, muchos aliancistas pusieron sus esperanzas en la aprobación de un
Plan del Tesoro, que permitiría a los granjeros almacenar sus cosechas
en silos gubernamentales, asegurándoles créditos por el 80 por 100 de
sus cosechas al 1 por 100 de interés.64
El plan no fue aprobado por el Congreso en 1890, lo que conven­
ció a los aliancistas de la necesidad de organizarse políticamente para
defender sus intereses. Con el nombre de Partido del Pueblo o «popu­
listas» consiguieron éxitos importantes y romper el dominio de los dos
grandes partidos en Kansas, Nebraska, Dakota del Sur y Minnesota.
En el sur trataron de influir en los demócratas para que nominaran a
candidatos proaliancistas, consiguiendo que en las elecciones de 1890
los Estados del sur eligieran a cuatro gobernadores proaliancistas, sie­
274 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

te legisladores, 44 congresistas y algnnos senadores. Entre los políti­


cos demócratas proaliancistas destacaba Tóm Watson, de Georgia,
hijo de un propietario de esclavos, abogado y orador carísmático, que
fue el primer político populista en atraer el voto de los aparceros ne­
gros para luchar contra los «borbones demócratas».
La ruptura dé la hegemonía política de los dos grandes partidos
tomo un carácter nacional con la decisión de los delegados de agricul­
tores, obreros y reformistas, reunidos en Cincinnati en mayo de 1891,
de constituir el Partido del Pueblo. El 4 de julio de 1892, la Conven­
ción Nacional del Partido del Pueblo, reunida en Omaha, Nebraska,
nominó a James B. Weaver, de Iowa, como candidato a la presidencia
con un programa electoral qué, junto a los temas populistas como con­
tener la especulación de la tierra, limitar el poder de los bancos y fa­
vorecer la libre acuñación de plata, contenía otra serie de demandas
para atraerse el votó de IOS trabajadores industriales y profundizar en
la democracia. El programa prometía pues la nacionalización de los fe­
rrocarriles, la ley’federal de las ocho horas, el cese del uso de los de­
tectives de la Agencia Pinkerton para reprimir a los huelguistas, pen­
siones para los veteranos de guerra, restricción de la inmigración,
adopción del principio de iniciativa popular y referéndum para pro­
mulgar y modificar leyes, un solo mandato para presidentes y vicepre­
sidentes y elecciones directas de senadores.65
Con este programa — apoyado por todos los líderes radicales esta»
dounidenses— J. B. W eaver consiguió un millón de votos, pero no
pudo superar el racismo blanco del sur, ni conectarse con el movi­
miento obrero y los trabajadores industriales en el conjunto del país,
por lo que el populismo optó por unirse a los demócratas «silveritas»
— propopulistas, partidarios de la acuñación de plata—- en las eleccio­
nes de 1896. Para esas elecciones los republicanos habían elegido al
atractivo William McKinley, con un programa de defensa del patrón
oro. En el Partido Demócrata, los radicales silveritas encontraron a un
líder carísmático en la persona de William Jennings Bryan, congresis­
ta de Nebraska, que en la Convención Demócrata de 1896 enfervorizó
a los delegados con un discurso conocido como él de «la cruz de oro»,
porque acababa con las siguientes palabras: «No debéis imponer sobre
la frente de los trabajadores esta corona de espinas. No debéis crucifi­
car a la humanidad en una cruz de oro».
El discurso le valió la nominación, pero supuso la ruptura del Parti­
do Demócrata, pues los demócratas partidarios del patrón oro eligieron
a su propio candidato. Sin embargó, Bryan consiguió el apoyo de los
LA «EDÁÜ DORADA», 1870-1890 275

populistas, que eligieron a Tom Waíson, de Georgia, como vicepresi­


dente e incluyeron sus demandas en el programa demócrata, también
respaldado por todos los líderes radicales del país. Mientras todas las
esperanzas radicales estaban puestas en Bryan, el mundo de los nego­
cios, temeroso de un candidato «comunista», se refugiaba en el Partido
Republicano. McKiniey ganó las elecciones de forma aplastante con
un 50 por 100 del voto presidencial, mientras que la candidatura de-
mocrata-popLilísta — con la rémora de que la Administración demócra­
ta en ejercicio se había mostrado inactiva frente a la grave crisis eco­
nómica— no consiguió superar la división interna, ni extender su
influencia más allá de los Estados del sur y el oeste, ya que los trabaja­
dores industriales no manifestaron interés por un programa electoral
que exigíala subida de los precios de los alimentos básicos. La derrota
de Bryan en 1896 fue histórica, pues acabó con las posibilidades
nacionales de formar un tercer partido populista que supusiera una
alianza entre agricultores y movimiento obrero; aunque siguieron exis­
tiendo, en algunos Estados del medio oeste, «partidos de trabajadores y
agricultores» hasta la década de 1930, la influencia populista permane­
ció en los dos grandes partidos a través del movimiento progresista y
los autores populistas norteamericanos66 conocieron un tremendo éxito
nacional e iutérriácional en las dos últimas décadas del siglo xix.

L as e l e c c io n e s d e .1896: e l f in a l d e la «eda d dorada»


DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS

También la élite industrial consideraba que Estados Unidos había


cambiado radicalmente tras la guerra civil y tenía otras prioridades po­
líticas. El crecimiento anárquico del capitalismo corporativo, la inmi­
gración, el crecimiento de las ciudades, el aumento de los conflictos
sociales, exigían un gobierno federal más fuerte, capaz de regular la
actividad económica en un sentido nacional; Consideraban que la po­
lítica tradicional, sustentada en los dos grandes partidos, era incapaz
de articular esas demandas del nuevo industrialismo, pues él gobierno
central era muy débil y los políticos obstruían cualquier intento de ra­
cionalizar el sistema económico: mientras que las demandas económi­
cas eran nacionales y de clase, los partidos ligados a sus lealtades lo­
cales y etnoculturales siguieron buscando satisfacer esos intereses
particulares, convirtiéndose en instituciones inmóviles, recalcitrantes,
oportunistas y muchas veces corruptas.
276 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Las nuevas élites pensaban que el nuevo sistema económico era de­
masiado complejo para ser dejado en manos de los partidos y las-m a­
sas. Necesitaban un sistema con un Ejecutivo fuerte, una Administra­
ción apolítica y una política económica más eficiente, comenzando de
momento a intervenir en la política tradicional a través de grupos de in­
tereses nacionales.
El declive de la «edad de oro» dé lo s partidos políticos comenzó
con el realineamiento electoral de 1894 y 1896, y tomó forma a partir
de 1900 con los presidentes de la época progresista* aunque la transi­
ción duró hasta la segunda guerra mundial.67 Tras las elecciones de
1896, la derrota de las posibilidades radicales en forma de terceros par­
tidos, la transformación del Partido Republicano desde el populismo
de Lincoln a una alianza estrecha con los grandes intereses económi­
cos, las dificultades para registrarse y votar de los ciudadanos negros
en el sur y de los nuevos inmigrantes en el resto d el país, junto con la
falta de competencia entre partidos en muchos Estados68 y la creciente
importancia de los grupos de intereses, hicieron menos democrático el
sistema político y menos atractiva la participación electoral en un mo­
mento en que aumentaba la desigualdad entre la sociedad.
El declive de la participación electoral desde los elevados índices
de la «edad dorada» y la pasión política de todo el siglo xix,69 se con­
firmaría a partir de 1900 con los presidentes progresistas. Queriendo
acabar con la corrupción e ineficacia de los partidos, cambiaron la po­
lítica económica distributiva por otra que enfatizaba el papel regulador
del gobierno federal y buscaron una aproximación no partidista a la ac­
ción política. El resultado fue el comienzo de un período de transición
hacia una política basada más en los individuos que en los partidos,
con un voto inconstante, gran importancia de los grupos de presión y
una escasa participación electoral. El progresismo trató de solucionar
con la intervención del gobierno federal otros muchos problemas pen­
dientes de la «edad dorada», especialmente el de conciliar la igualdad
republicana con la desigualdad social puesta de manifiesto por el cre­
cimiento del capitalismo corporativo y la «guerra social» de la década
de 1890, momentáneamente acallada por el comienzo de la aventura
imperial en 1898.
Capítulo 7
NUEVO IMPERIALISMO, 1890-1917. LA GUERRA
HISPANO-ESTADOUNIDENSE Y EL COMIENZO
DE LA EXPANSIÓN EXTRACONTINENTAL

El líder populista de G eor|iá, Tom Watson, refiriéndose al conflic­


to entre España y Estados Unidos en Cuba, señaló que «la guerra con
España acabó con nosotros, pues el estrépito de la cometa ahogó la voz
de la reforma». En efecto, la guerra de 1898 contra España no sólo aca­
bó con las «guerras interiores»1 que salpicaron la historia de Estados
Unidos en la década de 1890, entre las que «la guerra social» era una
de las más perturbadoras, sino que la victoria en esta guerra colocó a
Estados Unidos en una nueva etapa de su historia, supuso su naci­
miento como imperio y el surgimiento de un nuevo imperialismo.
En 1898, tras la victoria sobre España, Estados Unidos confirmaba
su control en el Caribe, mediante el establecimiento de un protectora­
do d efacto en Cuba y la anexión de Puerto Rico, al tiempo que avan­
zaba su posición en el Pacífico con la anexión de Hawai y el control de
Filipinas, tras una guerra de conquista de tres años. Esto no era más
que el comienzo de lo que serían las líneas maestras de la política ex­
terior norteamericana hasta la primera guerra mundial: actualización
de la doctrina Monroe, confirmando a Estados Unidos como potencia
dominante en el hemisferio occidental y en el Caribe para controlar el
futuro istmo oceánico, que permitiría un acceso más fácil a los merca­
dos asiáticos,
También este primer imperio insular fue el comienzo de un nuevo
tipo de dominación imperial. Tanto en Cuba como en Filipinas, el
Congreso prohibió una anexión formal del territorio, por lo que se es­
tableció un control indirecto basado en la asimilación cultural. El ob­
jetivo era que estas sociedades fueran una réplica económica, política
278 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

y cultural de la nación «superior» y «civilizadora» a la que trataban de


imitar, como la mejor forma de asegurar los intereses económicos nor­
teamericanos. Por supuesto, la intervención militar era contemplada si
peligraban los intereses norteamericanos, y así el trabajo previo de la
llamada «diplomacia misionera», fue completado después con la lla­
mada «diplomacia del dólar» y del «gran garrote» durante ia presiden­
cia de Theodore Roosevelt (1901-1908).

E x p a n s ió n t e r r it o r ia l e id e n t id a d n a c io n a l

Sin embargo, ni la expansión, ni la conquista, rú los métodos de


asimilación cultural eran nuevos en la historia de Estados Unidos; la
novedad era que salieran de «su espacio continental». Frente a la in­
terpretación whig que sostenía que la intervención en Cuba y Filipinas
había sido accidental, ía interpretación radical desde finales de la dé­
cada de 1950 ha mantenido la tesis dé la continuidad de la expansión
en la historia norteamericana a partir del período colonial. Ya en 1958
Albert K. Weinberg2 interpretó la ideología del «destino manifiesto»
en un sentido amplio, ligada al expansionismo, que caracterizaba la
historia norteamericana desde el período colonial y, por tanto, forman­
do parte de la identidad nacional. En 1963 Walter Lafeber3 demostra­
ba que si durante la primera mitad del siglo xix los norteamericanos
buscaban tierras, tras la guerra civil y bajo el impacto de la rápida in­
dustrialización comenzaron a buscar mercados.
En el siglo xvn todos los europeos consideraban que la tierra no
ocupada por miembros de la cristiandad era tierralibre. A esta convic­
ción general, los peregrinos puritanos establecidos en Nueva Inglaterra
añadieron la idea del «pueblo elegido», llamado por Dios a colonizar
una nueva Israel «en el nuevo mundo», distinta y separada de la co­
rrupción europea, y donde la regeneración era posible.4
En las décadas anteriores a la revolución, estas ideas religiosas se
expandieron y secularizaron por las trece colonias, popularizando más
allá de los feligreses puritanos la costumbre concedida por Dios de ele­
gir a sus gobernantes, así como los valores del ahorro, el productivis-
mo, la frugalidad y la preferencia de la agricultura, artesanía y manu­
factura sobre el comercio y la especulación financiera.5 Esta influencia
de la ética puritana en la fundación de la república6 permitió que a la
visión de Estados Unidos como un espacio providencial, seleccionado
para propósitos divinos, se le añadiera el aspecto secular de ser el «gran
NUEVO IMPERIALISMO, 1890-1917 279

experimento», la nueva nación de la libertad, que serviría de modelo a


toda la humanidad.
A pesar de este consenso básico, el tema del tamaño y la expansión
territorial de la república dividió a los primeros partidos políticos e iba
más allá de meros planteamientos ideológicos. El problema de base era
si la joven república podría compatibilizar las virtudes republicanas de
Montesquieu con su ya enorme tamaño y su voluntad de continuar la
expansión continental. Los federalistas, representantes de la élite co­
mercial del noreste, consideraban mejor para la república dilatar la ex­
pansión en el tiempo, pues de esta manera confiaban en controlar el
sistema político de representación restringida y en poder aplicar una
política de reparto de las tierras públicas en grandes lotes. Los republi­
canos, por el contrario, defendían la colonización rápida de lá tierra de
frontera y su reparto en lotes pequeños, paralela a la extensión del su­
fragio y la ampliación del sistema político.
La solución a este dilema de conciliar la virtud republicana con la
amplia expansión territorial del país vino, por tanto, dé los republica­
nos y posteriormente de los demócratas, es decir, de los Sectores polí­
ticos que defendían los derechos de los Estados y los intereses de los
grupos populares. Thomas Jefferson, que fue el primer presidente que
habló de Estados Unidos como un «imperio de la libertad» que Con­
quistara el continente hasta el Pacífico, para buscar una ruta a oriente
por occidente/ consideraba que como era el primer territorio dónde el
hombre podía ser realmente libre, tal expansión era por definición «un
peldaño en la liberación de la humanidad».8 Tras él, James Madison
señaló que «para repúblicas de soberanía popular, la inmensidad no era
un problema, sino una bendición, un seguro contra la corrupción».9
Tras la década de 1820, los demócratas jacksonianos dieron un paso
más en esta lógica señalando que «las repúblicas populares necesitan
extenderse para mantenerse sanas».10
El éxito político de los republicanos y demócratas al ligar expan­
sión territorial a democratización no hubiera sido posible sin el éxito
económico de la colonización de Nueva Inglaterra, que se convirtió en
modelo de colonización para otros territorios del noreste y medio oes­
te. El clima templado, una tierra no demasiado fértil y la religión puri­
tana propiciaron una explotación de la tierra basada en la agricultura
familiar, frente a las plantaciones y la esclavitud de las ricas tierras del
sureste. Esto aseguró en las colonias del norte una proporción de la
clase media y de sus valores sin parangón en otro territorio del mundo
occidental, la cual jugó un papel decisivo en el proceso de la revolu­
280 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

ción y la independencia, que permitió adquirir representación política


e integrar sus valores en la identidad nacional,11 La pérvivencia de la
importancia política de la clase media dependía en gran parte de la co­
lonización de las tierras de frontera en pequeños lotes, y de la evolu­
ción de un sistema político de amplia representación hacia una demo­
cracia, Esta doble tendencia se afirmó a partir de la década de 1820,
cuando la ampliación del sufragio pitra todos los hombre blancos coin­
cidía con el acceso a la propiedad de la tierra de los inmigrantes euro­
peos pobres, gracias a la expansión continental que completaron An­
drew Jackson y los sucesivos presidentes demócratas hasta 1848,
La expansión territorial era, por tanto, una condición para el triun­
fo de un modelo económico, social y político más igualitario para los
varones blancos y sus familias, que las corruptas monarquías europeas
u otras colonias del nuevo mundo; pero el derecho al sufragio y a la
propiedad era exclusivo de los blancos europeos protestantes, frente a
los nativos americanos, los esclavos negros y cualquier otro pueblo
considerado inferior por raza, religión y cultura. El elemento racial era
pues esencial para definir la jerarquía social de la república americana
y justificar su expansión.
La culminación del designio divino de expansión continental y de la
necesidad histórica y social de ésta fue la ideología del «destino mani­
fiesto». Como hemos visto, la expresión fue formulada por el periodis­
ta demócrata John O’Sullivan en 1845, para defender la política de su
partido de anexionarse a Texas y la apertura de hostilidades con Méxi­
co, frente a la opinión de Francia e Inglaterra. Literalmente, se refería
al «derecho a extenderse por el continente, otorgado por la Providen­
cia para el libre desarrollo de sus habitantes, que se multiplican anual­
mente por millones», y fue el sustrato ideológico que justificó la guerra
contra México en aras de adquirir California y Nuevo México, com­
pletando así la expansión continental hasta el Pacífico,
Esta expansión continental, que formaba parte de la ideología e
identidad nacionales, se tenía que hacer sobre territorios que eran pro­
piedad de los imperios francés, británico, español y de los indios ame­
ricanos. Jefferson resolvió el problema francés comprando en 1803
Luisiana a Napoleón, doblando así el territorio del país. Los problemas
con los británicos se resolvieron tras la guerra de 1812; sólo quedaba
entonces eliminar los obstáculos del decadente imperio español y los
nativos americanos en el sureste. El general Andrew Jackson, el héroe
de Nueva Orleans, jugó un papel destacado en la resolución de ambos
problemas. Así, luchó y derrotó a las tribus del sureste, y en sus dos
NUEVO IMPERIALISMO, 1890-1917 281

mandatos presidenciales, fue el responsable de realizar el «traslado


forzoso» de las que habitaban entre el Atlántico y el Mississippi, hacia
tierra virgen más allá del Mississippi, en el llamado Territorio Indio.
En cuanto al imperio español, las incursiones militares de Jackson so­
bre Florida forzaron a España a venderla en 1819. Fue en este contex­
to cuando por primera vez se habló de Cuba, como un apéndice de Flo­
rida y por tanto de Estados Unidos.
Por lo que refiere al amplio territorio del suroeste, necesario para
completar la expansión continental hasta el Pacífico, era propiedad de
México desde que en 1821 este país se independizara de España y fue
necesaria una guerra para arrebatárselo. Estados Unidos se anexionó
Texas en 1845 y para conseguir los codiciados territorios de Califor­
nia y Nuevo México provocó una guerra contra México (1846-1848),
cuya victoria le permitió aumentar en 1/5 su territorio y llegar al Pa­
cífico.
En estos años anteriores %la guerra civil, aunque la prioridad fue
completar la expansión continental, Estados Unidos comenzó a sentar
las bases de lo que sería su moderno diseño de política exterior, inte­
resándose por otros territorios del continente americano y por la ex­
pansión en el Pacífico. Lo más destacado de esta política exterior fue
la llamada doctrina Monroe, elaborada por el presidente James Mon-
roe y su secretario de Estado, John Quincy Adams, y presentada al
Congreso en 1823. Lo esencial del discurso del presidente Monroe fue
la declaración de que Estados Unidos no toleraría la intervención de
los países europeos en el continente americano y que, a cambio, pro­
metía no inmiscuirse en ninguna colonia ya establecida, ni en asuntos
europeos. Por un lado, la doctrina Monroe era una declaración de ais­
lacionismo respecto a cualquier conflicto europeo; pero era también
un reconocimiento del cambiante orden mundial, con el desmorona­
miento del imperio español en Latinoamérica y la creación de nuevas
repúblicas,12 lo que despejaba el camino para la intervención de Es­
tados Unidos.
En este contexto hay que situar el reiterado interés estadounidense
por Cuba. En 1823 Monroe escribió una carta a Jefferson, en la cual
consideraba Cabo Florida y Cuba como «la boca del Missisippi», y ese
mismo año John Quincy Adams informaba de que «... Cuba, casi en
nuestras costas... se ha convertido en un objetivo de importancia tras­
cendental para los intereses políticos y comerciales de nuestra
Unión»,13 A pesar de estas consideraciones, en la primera mitad del si­
glo xix, Estados Unidos no hizo nada por arrebatar Cuba a España, ni
282 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

por favorecer la independencia dé la isla pues temía que, como en Hai­


tí, el proceso de independencia llevara aparejada la abolición de la es­
clavitud.14
Tras la conclusión de la expansión continental volvió a aparecer el
tema de la anexión de Cuba, ligado a los intereses esclavistas del sur,
que querían compensar cón esta adquisición el previsible desequilibrio
de los Estados esclavistas en la Unión cuando se admitieran como Es­
tados los territorios ganados a México. Durante el mandato del presi­
dente Franklin Pierce (1852-1856), se planteó a España una nueva
oferta para comprar Cuba por 130 millones de dólares, pidiendo antes
opinión a los embajadores estadounidenses en París, Londres y Ma­
drid. En el Manifiesto de Ostende, los tres embajadores aconsejaban
comprar la isla y en caso de negativa de España, apoderarse legítima­
mente de ella, pues «... estaremos justificados, bajo la ley divina o hu­
mana, a arrancársela a España si tenemos poder para ello, y esto por el
mismo principio que justifica que un individuo destruya la casa incen­
diada de su vecino, para evitar que las llamas pasen a la suya».15La pu­
blicación del Manifiesto en la prensa de Londres causó sorpresa e in­
dignación en España y otras capitales europeas, así como en el norte de
Estados Unidos, cuya opinión pública estaba cada vez más compro­
metida con el abolicionismo y las tesis del nuevo Partido Republicano.
Por otro lado, los intentos de anexión de Canadá, que se remonta­
ban hasta los primeros años de la independencia, continuaron sin éxi­
to en la guerra de 1812, y en 1854 Estados Unidos y Canadá suscri­
bieron un tratado de Reciprocidad, por el que muchos estadounidenses
pensaban que Canadá se unía a Estados Unidos con lazos económicos
inquebrantables. Como el tratado tuvo el efecto contrarió de reforzar
la autonomía de Canadá, un Senado opuesto a la anexión lo canceló
en 1866.
En cuanto al Pacífico, los misioneros de Nueva Inglaterra comen­
zaron a establecer misiones en Hawai en la década de 1820. En la dé­
cada de 1840 el gobierno norteamericano empezó a enviar mensajes a
Inglaterra y Francia, avisándoles de que no toleraría el control europeo
de las islas, y en la década siguiente ya se trató de negociar un tratado
de Anexión con Hawai; mientras, el primer tratado Comercial con Chi­
na se había firmado en 1844, y en 1854 el comodoro Mathew C. Perrv
abrió Japón al comercio norteamericano.
La guerra civil y la reconstrucción aplazaron la expansión sobre el
Pacífico y cualquier discusión sobre la anexión de Cuba u otro territo­
rio. El triunfo del norte y de la causa antiesclavista en la guerra civil in­
NUBVÓ IMPERIALISMO, 1890-1917 283

validaron el argumento sudista de anexionarse Cuba, de forma que Es­


tados Unidos dio su apoyo nominal a la insurrección cubana de 1868-
1878, por ser también una insurrección antiesclavista. Pero fue preci­
samente en estos años de guerra y reconstrucción cuando William
Henry Seward diseñó las bases de la política exterior moderna de Es­
tados Unidos.
Nombrado secretario de Estado por Lincoln en 1860, Seward era
un hombre franco y poco convencional de la parte occidental del Esta­
do de Nueva York; un político veterano y un intelectual, admirador y
discípulo de John Quincy Adams, que llegaba a la Secretaría de Esta­
do a los sesenta años, tras haberse iniciado en la política con el Free
Soil Party, haber sido senador por el Estado de Nueva York desde 1849
y miembro del Partido Republicano desde su constitución en 1856.16
Como secretario de Estado con Abraham Lincoln y Andrew John­
son entre 1861 y 1868, sus logros principales fueron haber mantenido
a las potencias europeas fuera de la guerra civil y el diseño de una vi­
sión del imperio estadounidense que dominaría la política exterior nor­
teamericana del próximo siglo. De este modo la construcción del im­
perio comenzaba por desarrollar y establecer unas bases económicas
sólidas en todo el continente americano; tras ello, Estados Unidos con­
trolaría el istmo interoceánico en el Caribe, así como emplazamientos
en el Pacífico, que le permitirían conseguir su objetivo final de abrir
el mercado asiático a los productos norteamericanos. Diseñadas estas
lineas maestras, Seward recomendaba una serie de medidas concre­
tas para el desarrollo del imperio, como establecer un arancel alto a fin
de proteger las pequeñas industrias y atraer a trabajadores extranje­
ros; ofrecer las tierras públicas rápidamente y a bajos precios; obtener
mano de obra barata, especialmente atrayendo a trabajadores asiáticos;
unir el continente americano con canales y ferrocarriles transcontinen­
tales; poseer islas en el Caribe para defender a Norteamérica de los po­
deres europeos y para que protegieran el istmo centroamericano y la
ruta hacia el Pacífico. Tras estos pasos, Seward pensaba que México y
Canadá, se integrarían como Estados en la U nión.17
Durante sus mandatos, Seward no logró como pretendía que Esta­
dos Unidos se anexionara Santo Domingo, ni el Caribe danés, ni Ha­
wai; pero si logró en 1867 la anexión de las islas Midway, 2.000 kiló­
metros al oeste de Hawai y la compra de Alaska a Rusia. Aunque su
mayor logro fue la idea de un imperio integrado, con una gran base
económica continental, que producía enormes cantidades de bienes
para millones de consumidores en Asia, y que anunciaba el diseño del
284 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

futuro nuevo imperialismo norteamericano.


Entre 1870 y 1890, cuando Estados Unidos ya había finalizado su
proceso de reconstrucción y las grandes potencias europeas estaban
embarcadas en «la fiebre imperialista», que trataba de repartirse los te­
rritorios restantes en África y Asia, el país estaba centrado en la explo­
tación de sus enormes recursos internos, conquistando y colonizando
el último oeste y continuando el vertiginoso desarrollo industrial, que
la guerra civil había interrumpido. Con recursos inagotables por ex­
plotar, un enorme y homogéneo mercado interior, todas las ventajas de
la protección arancelaria del gobierno federal y ninguna de las desven­
tajas en cuanto a la regulación o intervención del Estado en las estruc­
turas empresariales, financieras o laborales, sin servidumbres con res­
pecto a las antiguas élites, el capitalismo estadounidense acabó el siglo
xix a la cabeza de todos los sectores económicos, sin necesidad de re­
currir a los mercados exteriores.
Esto no quiere decir que el comercio exterior no hubiera aumenta­
do su importancia en un momento clave de la intemácionalización de
la economía. Las exportaciones excedieron a las importaciones todos
los años, excepto 1875,1888 y 1893; éstas eran esenciales para algunos
productos agrícolas como el algodón (70-80 por 100), el tabaco (entre
el 41 y el 79 por 100) y el trigo (hasta el 25 por 100), y suponían már­
genes de beneficio importantes para las nuevas industrias punta, tales
como la producción de hierro y acero (15 por 100), las máquinas de co­
ser (25 por 100) o el aceite para iluminación (57 por 100). Pero estas
exportaciones fueron sobre todo a Europa y a Norteamérica, más que a
Latinoamérica, Asia o Africa y en ningún momento durante el período
excedieron el 7,2 por 100 del PIB .18
Debido a que este enorme desarrollo económico interior centró las
energías del país, el interés por la expansión exterior fue relativamen­
te limitado entre 1870 y 1890. Así, Estados Unidos no intervino en la
guerra civil cubana entre 1868 y 1878; aunque la república Dominica­
na parecía preparada para la anexión en 1870, el presidente Grant no
pudo conseguir apoyo parlamentario; tampoco se materializó la cons­
trucción del canal de Panamá ante el éxito del de Suez e incluso hubo
propuestas a principios de la década de 1890 de abolir el Departamen­
to de Estado, por su escasa actividad.59
Pero también en estas décadas se fue creando una conciencia sobre
la posible necesidad de mercados que absorbieran la hiperproductivi-
dad de la economía norteamericana y como un medio hipotético de so­
lucionar los desajustes sociales y económicos de lá industrialización.
NUEVO IMPERIALISMO, 1890-1917 285

Los secretarios de Estado que sucedieron a Seward continuaron entre


1870 y 1890 tanto la política de expansión por el Pacífico, como el
control y la penetración en Latinoamérica. En 1878 Samoa firmaba un
tratado otorgando a Estados Unidos la base naval de Pago Pago. En
1875 Hawai había firmado un tratado de Reciprocidad por el que otor­
gaba la base naval de Pearl Harbour a cambio de que el azúcar ha-
waiano entrará sin impuestos en Estados Unidos. El tratado aumentó la
presencia y el poder de los norteamericanos en Hawai, que en 1887 ya
controlaban el 65 por 100 de la tierra y dominaban el nuevo gobierno
constitucional. En el Caribe se afirmó el dominio norteamericano fren­
te al Reino Unido, Francia y Alemania, y en México, tras el golpe de
Estado del general Porfirio Díaz en 1876, aumentaron las inversiones
norteamericanas en infraestructura, minería y petróleo; extendiéndose
después por toda Latinoamérica y suplantando progresivamente al
Reino Unido.
Todos estos progresos fueron acompañados de la expansión de la
Marina. En 1880, la gran Armada norteamericana de la guerra civil se
había convertido en poco más que una flotilla anticuada e insegura en la
que sólo 48 de los 1.942 barcos podía disparar, pero en 1881 se creó un
Comité Consultorio Naval, que aconsejaba en aspectos técnicos y es­
tratégicos; en 1884 se constituyó el Colegio Naval de Guerra; entre
1885 y 1889 el Congreso autorizó la construcción de 30 barcos, y en
1886 el Departamento de Marina ordenó que todo el material para cons­
truir barcos norteamericanos debía proceder de Estados Unidos. Al
mismo tiempo, cambió la orientación de las funciones de la Armada, de
la mera defensa costera y comercial, a la búsqueda de la superioridad en
los mares, introduciéndose de lleno en la competencia naval de las
grandes potencias.20
Pero todos estos indicios no alteraban el hecho de que en 1890 no
había una demanda social generalizada, ni una petición unánime del
mundo de los negocios, ni siquiera un consenso político entre los dos
partidos sobre la prioridad de búsqueda de mercados y expansión ex­
terior, ni tampoco una actuación gubernamental decidida. Fueron
pues las circunstancias particulares de la década de 1890, en concre­
to el cierre de «la frontera» anunciado por el censo de 1890 y la gra­
ve crisis económica de 1893-1897, las que orientaron al país hacia el
imperialismo.
286 HISTOMÁ DE ESTADOS UNIDOS

T e s is d e l a f r o n t e r a , u n a e x p l i c a c i ó n a l a c r is is
DE FINAL DE SIGLO

El historiador Frederícfc Jackson Tumer, en julio de 1893, cuando


la crisis de la primavera sé estaba con virtiendo en depresión, fue el
primero que en el Congreso de Historiadores Estadounidenses de Chi­
cago supo ver la gravedad de la crisis y darle una explicación. En su
famoso ensayo La frontera en la historia amerticaña señalaba que
como lo que había moldeado la identidad política, social y económica
de Estados Unidos había sido la abundancia de tierra libre en el oeste;
con el cierre de la frontera, no sólo se agravó la crisis;económica, sino
que Estados Unidos dejó de ser un país excepcional y aparte».21 Asu­
miendo que la expansión a f oeste explicaba el éxito de la i’epública.
americana, el país debía ajustarse a ser una sociedad sin posibilidad
de expandirse o buscar nuevas áreas de expansión, lo que tendría
enormes repercusiones en la política exterior.22
Turner desechó como solución la búsqueda de nuevos territorios de
frontera, pues agudizaría lá crisis política que ya sufría Estados Unidos
y consideraba que la única alternativa era la expansión comercial. Sin
embargo, él no estableció una relación directa entre cierre de la fronte­
ra y expansionismo, ni se puede ver su influencia inmediata en los ex-
pansionistas; aunque ciertamente su «tesis de la frontera» influyó en la
visión de la historia estadounidense de personalidades políticas tan des­
tacadas como el presidente Theodore Roosevelt, que como otros mu­
chos norteamericanos sí relacionaron en esos años el cierre de la fron­
tera con la necesidad de abrir una nueva frontera extraeontinental.
Antes de que Turner difundiera su famosa tésis,Josiah Strong tam­
bién relacionaba el cierre de la frontera con la necesidad de abrir una
nueva frontera mundial para solucionar los problemas económicos,
políticos y, sobre todo, espirituales del país. Nacido en Illinois, Strong
era un ministro congregacionista que había viajado intensamente por
el oeste para la Home Missionary Society y en 1885 publicó Nuestro
país, un libro en principio destinado a ser un manual para las misiones
cristianas, que se convirtió en un rotundo best-seller acerca de la ido­
neidad de la expansión de Estados Unidos. La desaparición de tierras
públicas y el rápido proceso de industrialización, al que el individuo
no podía ajustarse, daban un sentido de urgencia a la crisis económica,
que se agudizaba en el oeste, más afectado por el agotamiento de las
tierras públicas. El país sólo podía solucionar su crisis involucrándose
en los asuntos mundiales, comenzando desde el oeste hasta alcanzar la
NUEVO IMPERIALISMO, 1890-1917 287

cristianización del mundo, pues los anglosajones» por sus virtudes de


«libertad civil» y «pureza espiritual», estaban especialmente dotados
para extender su «genio colonizador a México, América Central y Su-
damérica» a las islas del Pacífico y África».23 La expansión de la cris­
tiandad anglosajona resolvería también la cuestión fundamental de la
superproducción, pues el comercio seguiría a la evangelización.
Josiah Strong fue sin duda el mayor popularizado!* del darwinismo
social y anglosajonismo aplicado a la expansión imperial, que resultarí­
an decisivos para readaptar la ideología del «destino manifiesto» a las
nuevas circunstancias de finales del sigo xix. Sólo la superioridad civi­
lizadora, consustancial a la raza anglosajona, podía justificar que un
país que se forjó en una guerra de independencia contra el imperio britá­
nico y que se definió como «excepcional» con respecto a las monarquí­
as europeas, se viera envuelto en una política similar de guerras y ex­
pansión colonial por territorios que no estaban en el norte del continente
americano, considerado hasta la fecha su espacio natural de expansión.
El darwinismo social individualista, que tanta influencia había teni­
do en Estados Unidos hasta la década de 1890, por el interés de la nue­
va élite industrial hacia 1a competencia sin restricciones, decayó a par­
tir de entonces por las criticas de la clase media reformista, pero cobró
nuevo vigor en el momento de la construcción imperial para justificar
la competencia entre naciones y razas. Esta vertiente del darwinismo
social estaba estrechamente ligada al anglosajonismo, que enfatizaba la
superioridad racial y civilizadora anglosajona, constituyendo el princi­
pal ingrediente racista del imperialismo norteamericano.24
Este anglosajonismo influyó en el cambio de siglo en historiadores,
politológos y políticos en ejercicio. Entre los historiadores, destacaría
el grupo de la Universidad John Hopkins liderado por James K. Hos-
mer, para el que las instituciones democráticas de Inglaterra y Estados
Unidos provenían de las primeras tribus germánicas y su superioridad
hacía inevitable que la raza que hablaba inglés se extendiera por el
Nuevo Mundo, África y Australia. En el campo de la teoría política,
John W. Burgess señalaba: «... la capacidad política no era un regalo
común a todas las naciones, sino limitado a unos pocos»,25 a las nacio­
nes arias, que eran las naciones políticas por excelencia.
El presidente Theodore Roosevelt, que había sido estudiante de
Derecho con John W. Burgess en la Universidad de Columbia, tam­
bién interpretaba la historia estadounidense en clave de expansión
racial. En El vencedor del oeste, analizando la lucha del hombre de
la frontera contra las naciones indias, llegó a la conclusión de que
288 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

«una guerra racial hasta el final era inevitable» y «el desarrollo am e­


ricano representa la culminación de esta vigorosa historia de creci­
miento racial».26
Mayor influencia sobre la élite política gobernante tuvieron las teo­
rías de Brooks Adams y Alfred Thayer Maham sobre las necesidades
de expansión exterior, Brooks Adams, hijo de Charles Francis Adams,
hermano de Henry Adams y nieto de John Quincy Adams, fue afecta­
do directamente por la.,crisis de 1893 y, con pesimismo, trató de ela­
borar una ley de la historia para explicar la situación de Estados Uni­
dos. Su libro, La ley de la civilización y la decadencia, trataba de
clasificar las fases y los motivos por los que la sociedad pasaba, en sus
oscilaciones, del barbarismo a la civilización, del almacenamiento de
energía sobrante al despilfarro de ésta, de la concentración a la disper­
sión. Su conclusión era que la expansión podía restituir las reservas de
energía que el país necesitaba, pues el Lejano Oriente tenía el poten­
cial de energía por el que competían los poderes mundiales. Brooks
creyó descubrir en Theodore Roosevelt al hombre que podía dirigir esa
expansión y en,la guerra contra España la oportunidad de comenzar a
quebrar la «ley de la decadencia», por lo que la Administración del
presidente William McKinley proclamó a Brooks Adams su profeta.27
Aún más influyentes en el Gabinete de McKinley fueron las teorí­
as del almirante Thayer Maham. En 1890 Maham publicó su libro clá­
sico The Influence o f Sea Power upon History, 1660-1783, donde ya
insinuaba los problemas que planteaba la desaparición de la frontera y
la superproducción, A su juicio la solución era buscar una nueva fron­
tera en el mar que, a diferencia de la idea tradicional norteamericana,
dejaría de ser considerado una simple defensa contra la intriga euro­
pea, para convertirse en una gran carretera por la que se circularía en
todas las direcciones. Y precisamente para transitar por esta amplia vía
de comunicación, Estados Unidos necesitaría una potente Marina de
Guerra con la que proteger a la Flota Mercante, fuera ésta «propia o
foránea».
Maham compartía con William McKinley, Theodore Roosevelt y
Henry Cabot Lodge la idea de que las posesiones coloniales eran sim­
ples bases para controlar y proteger los mercados latinoamericanos y
asiáticos. De acuerdo con esta estrategia, lo primero que demandaba
Maham era que Estados Unidos construyera un canal ístmico, gracias
al cual la costa atlántica competiría con Europa en igualdad de condi­
ciones por los mercados asiáticos y las costas occidentales de Latinoa­
mérica. Veía Hawai desde el mismo prisma, aunque no consideraba
NUEVO IMPERIALISMO, 1890-1917 2 89

conveniente anexionar Filipinas. También las ideas de M aham dieron


racionalidad a la política de puertas abiertas (open door) en China, pues
veía las ventajas de la expansión comercial por encima de la expansión
territorial, ya que no causaba conflictos políticos, y si los había, los de­
cidiría el poder naval.28

P r im e r a s in t e r v e n c io n e s : V enezuela y C uba

Estas posiciones intelectuales hacia la construcción de un imperio


extracontinental ya encontraron su expresión política en la Adminis­
tración demócrata de Grover Cleveland (1893-1896) y especialmente
desde que ascendió a la Secretaría de Estado Richard Olney en 1895.
El primer episodio fue la crisis de la frontera de Venezuela entre 1894
y 1895, en un momento en que Estados Unidos veía amenazado su li­
derazgo en el hemisferio occidental por las intervenciones del Reino
Unido y Francia en Nicaragua, Trinidad, Santo Domingo y Brasil. La
crisis se planteó porque los británicos querían extender su territorio en
las Guayanas hasta la desembocadura del Orinoco, entonces en Vene­
zuela; mientras que los norteamericanos querían mantener la desem­
bocadura abierta, como un medio de penetración en Venezuela y toda
Sudamérica.29
Estados Unidos, en una reedición de la doctrina Monroe, apelaba al
derecho a intervenir en una controversia entre dos o más naciones,
cuando ésta afectara a la tranquilidad, los intereses y el bienestar del
país. Richard Olney consideraba que la seguridad y el bienestar de Es­
tados Unidos se habían visto afectados de dos formas: por un lado, los
países de América Latina eran sus «amigos y aliados» y así «la domi­
nación de cualquiera de ellos por un poder europeo «significaba la pér­
dida de todas las ventajas de su relación natural con nosotros»;30 por
otro lado, el pueblo de Estados Unidos tenía un interés vital en la cau­
sa del autogobierno.
En realidad, el control del Orinoco era trascendental para la nave­
gación por el interior de Sudamérica y Estados Unidos se implicó en
esta controversia no por el interés de Venezuela, sino porque quería
evitar que el control militar británico del Orinoco hiciera del Caribe un
«lago británico». Si Inglaterra controlaba la entrada del Orinoco y pre­
sionaba a Venezuela a aceptar la posición británica, «no solamente la
doctrina M onroe se convertiría en una concha vacía, sino que Estados
Unidos daría un gran paso en la pérdida de sus derechos».35
290 HISTORIÁ^DB ESTADOS UNIDOS

En esta actitud dé reclamar el dominio delhem isferio occidental,


Cleveland incluso amenazó con la intervención armada y contó con el
consenso tanto délos líderes políticos, como de los principales círculos
económicos, que en lo peor dé la depresión veían una solución en la ex­
pansión económica por Latinoamérica. La solución a la crisis vino con
el tratado de Pancefote-Olney, firmado el 12 de noviembre de 1896,
que dejó la gestión de la crisis en manos de un Tribunal Arbitral, for­
mado por dos americanos, dos británicos y una autoridad rusa en Dere­
cho Internacional. Sólo al final se permitió a Venezuela tener un repre­
sentante, lo que muestra hasta qué punto «... el asuntó de Venezuela no
era una cuestión extranjera, sino la más nítida de las cuestiones inter­
nas»,32 como confesara el presidente Cleveland á finales de 1896.
En los tres años siguientes, nuevos acontecimientos prepararon el
camino para la actitud final de intervenir en Cuba: la revolución cubana
de 1895 a 1897; junto con el cambio de poder en el Lejano Oriente con
la ascensión de Japón y el intento de Rusia y Alemania de aprovechar
este desequilibrio en el Pacífico en beneficio de su expansión territorial,
y el acercamiento a Inglaterra como el mejor aliado para defender los
intereses norteamericanos en el Pacífico. Para consolidar esta tendencia
intervencionista, fue decisivo el cambio político que significó la victo­
ria del republicano William McKinley en las elecciones de 1896 — aun­
que la política exterior no fuera un aspecto fundamental de la campaña
electoral— , así como el comienzo de la recuperación económica.
Wiliam McKinley llegó a la presidencia como un político experi­
mentado y hábil, curtido en la escuela política de Ohió del ultimo cuar­
to del siglo xix y muy sensibilizado con los problemas económicos y
sociales que estaba causando la depresión iniciada en 1893. En su inau­
guración presidencial en marzo de 1897, ya dejó clara su decisión de
intervenir legislativamente para restaurar la prosperidad económica, y
a los tres meses de tomar posesión consideraba que lá mejor forma de
asegurar la recuperación era centrando «nuestras energías en el creci­
miento de los mercados exteriores... mejorarían el empleo y la condi­
ción de las masas».33 William McKinley usó pues su talento político y
sus buenas relaciones con él Congreso para eliminar los obstáculos a la
expansión comercial. Uno de estos obstáculos lo constituía la situación
revolucionaria en Cuba, con respecto a la cual el programa del Partido
Republicano había anunciado una política exterior más agresiva.
La Administración de Cleveland creía que la garantía española de
autonomía para Cuba era la mejor solución para los intereses nortea­
mericanos, sosteniendo así la soberanía española sóbrela isla para evi-
NUEVO IMPERIALISMO, ]890-1917 291

lar la revolución. Por el contrario, el programa del Partido Republi­


cano en las elecciones de 1896 estaba a favor de la independencia cu­
bana, pero McKinley no se comprometió en principio con ella y apos­
tó en su discurso inaugural por una política de «no intervención en los
asuntos internos de Otras potencias». Frente a esta actitud del presi­
dente, en 1897, 300 banqueros, en representación de los intereses eco­
nómicos, pidieron al secretario de Estado que Estados Unidos intervi­
niera en Cuba y consiguiera una reconciliación honorable entre las
partes en conflicto, «a fm de evitar ulteriores pérdidas, reestablecer el
comercio norteamericano y también asegurar las bendiciones de la paz
para millón y medio de residentes norteamericanos en la isla de Cuba,
que ahora soportan increíbles penas y sufrimientos».34 Esta actitud del
mundo económico era lógica, pues desde el final de la guerra de los
Diez Años en 1878, había invertido en Cuba más de 33 millones de dó­
lares y el arancel aprobado en 1890 estrechó aún más las relaciones en­
tre ambos países, haciendo a los consumidores norteamericanos de­
pendientes del azúcar cubano.
De esta presión de los inversionistas estadounidenses surgióla nue­
va posición de McKinley con respecto a Cuba. Para defender los inte­
reses estadounidenses en la isla, McKinley amenazó a España con in­
tervenir — sin excluir la anexión-— si no era capaz de reestablecer el
orden; aunque de momento apoyaría e l plan español de dar autonomía
a los cubanos para conseguirla paz. Pero pronto llegaron las noticias
consulares señalando la ineficacia de las reformas españolas y estas in­
formaciones coincidieron con la opinión del presidente de la Asocia­
ción de Banca Norteamericana —“John J. McCook— , acerca de que
sólo la independencia terminaría con ía guerra y se ofreció a prestar di­
nero al gobierno de Estados Unidos para comprar la isla.
Mientras el embajador norteamericano en España, Steward L. Wood-
ford, iniciaba en Madrid las negociaciones para la compra de Cuba, el
moderno acorazado Maine había sido enviado a Cayo Oeste, Florida,
por si tenía que salir hacia Cuba, y la escuadra del Atlántico norte, por
primera vez en dos años, comenzó un viaje hacia el golfo de México y
el mar Caribe para las maniobras de invierno. El 24 de enero de 1898,
McKinley decidió enviar el Mame al puerto de La Habana, como un
gesto de amistad hacia España, en reconocimiento de su éxito en Cuba
—cuando hacía tres años que se habían suspendido este tipo de visitas
y la isla estaba en plena guerra civil— . Al mismo tiempo, la Armada
de Estados Unidos concentraba sus buques de guerra en agrupaciones
de combate en Cayo Oeste y un destacado grupo de hombres de negó-
292 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

cios entregaba una carta a McKinley en la que se le recordaba que los


intereses norteamericanos en la isla habían perdido cien millones de
dólares anuales durante los tres años que ya duraba el conflicto entre
España y Cuba, y necesitaban una «paz verdadera».35
En medio de este ambiente, dos incidentes decidieron la interven­
ción: la publicación en el Journal el 9 de febrero de 1898 de una carta
privada del embajador de España en Washington, Dupuy de Lome, y
la explosión del acorazado Maine el 15 de febrero. La carta que el
1 de enero de 1898 enviara De Lome a su amigo José Canalejas no
sólo presentaba al presidente McKinley como un «politicastro oportu­
nista», sino que ofrecía pruebas tangibles de que España no era since­
ra sobre el establecimiento de reformas en Cuba y estaba utilizando la
autonomía como un nuevo ardid para aplacar a la opinión pública, ga­
nar tiempo y engañar al gobierno norteamericano mientras reprimía la
insurrección. En cuanto a la explosión del Maine el 15 de febrero de
1898, en la que murieron 266 de los 350 tripulantes, Fitzburg Lee, el
cónsul norteamericano en La Habana, y los oficiales del Departamen­
to de Marina creyeron que la explosión había sido accidental. No en
vano, en los últimos años había habido unos 20 incendios en buques
de la Armada norteamericana — entre ellos, los acorazados Brooklin,
Cincinnati, Nueva York y Oregón— que, se sospechaba, estaban re­
lacionados con el riesgo que suponía que carboneras y municiones
estuvieran separadas tan sólo por una mampara de dos centímetros
de grosor.36
Pero la prensa sensacionalista de Nueva York hacía tiempo que uti­
lizaba el tema de Cuba para la guerra de ventas entre sus periódicos
—el New York World, de Joseph Pulitzer y el New York Journal, de
Randolph Hearst—- y consideraba que Estados Unidos había sido ata­
cado por España y debía intervenir. En esta batalla periodística estaba
ganando el Journal, de Randolph Hearst, rico heredero, alumno expul­
sado de Harvard y propietario del Examiner de San Francisco, el cual
en 1895 había comprado el Journal a precio de saldo con una tirada de
50.000 ejemplares, y muy pronto decidió que la gueria de Cuba sería la
guerra del Journal. El 9 de febrero de 1898, el yate Bucaneer, propie­
dad del Journal, entraba en el puerto de La Habana para seguir infor­
mativamente la presencia norteamericana en Cuba. Seis días después,
cuando el Maine estalló, los titulares del periódico no dudaron en afir­
mar que el Maine había sido destruido por un torpedo o una mina espa­
ñola, y exigían la declaración de guerra. Por entonces, el periódico ha­
bía alcanzado la tirada de un millón de ejemplares y cuando la guerra
NUEVO IMPERIALISMO, 1890-1917 293

se declaró» la tirada del periódico llegó a alcanzar el millón y medio de


ejemplares y Hearst promovió el alistamiento de 250.000 voluntarios
bajo el célebre eslogan «recordad el Maine», «al infierno con España».
En medio de esta presión, una Comisión de Investigación del Con-
greso se encargaba de determinar las causas de la explosión del Maine,
mientras los anexionistas ganaban poder dentro de la Administración
McKinley, la cual exigía una indemnización a España, o Estados Uni­
dos utilizaría la fuerza y tomaría La Habana. Entre los anexionistas,
destacaba el subsecretario de Marina, Theodore Roosevelt, que desde
hacía unos años consideraba que Estados Unidos necesitaba una gue­
rra y tras la explosión del Maine confesaba a un amigo: «Me gustaría
que fuéramos más jingoístas acerca de Cuba y Hawai»,37
Theodore Roosevelt había nacido en Nueva York en el seno de una
-familia acomodada de origen holandés. Su padre, importador de vidrio
y filántropo, tuvo una relación muy estrecha con el hijo, al que animó
a superar las debilidades de su cuerpo asmático con la vida al aire libre
y el deporte. Desde entonces, se convirtió en un naturalista «aficiona­
do», amante de la vida al aire libre, a la vez que en un voraz lector que
gozó de una formación cosmopolita, pues su familia viajaba con mu­
cha frecuencia a Europa, En Harvard, además de destacar en los estu­
dios, practicó el boxeo y el remo, y editó una revista estudiantil Allí
conoció a su primera mujer, Alice Hathaway Lee, miembro de una
familia acomodada de Boston, con la que se casó en 1880 a los veinti-
'dos años.
Tras su graduación y matrimonio, invertir en un rancho de ganado
y escribir La historia naval de la guerra de 1812, comenzó su partici­
pación en política en 1881 como representante en la Legislatura del
Estado de Nueva York por el Partido Republicano, destacando por
promover la Legislación que regulaba las condiciones de vida de las
cigarreras de Nueva York y por su oposición al magnate de ferrocarril
Jay Gould, En 1884 su mujer moriría a consecuencia del parto y su ma­
dre de fiebres tifoideas. Para sobreponerse a esta doble tragedia, Roo­
sevelt se marchó a criar ganado a las «malas tierras» de Dakota y tras
esta experiencia decisiva, la realidad y mitología del oeste marcarían
su estilo de vida y su discurso político.
En 1886 se casó de nuevo con Edith Carow y los republicanos de
Nueva York le pidieron que se presentara como candidato a la Alcaldía
Trente a la candidatura del populista Henry George, «El candidato cow­
boy» quedó en tercer lugar, pero tras una estancia de seis años en Wa­
shington como presidente de la Comisión de Funcionarios, en 1895 vol­
294 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

vió a la política neoyorquina y en 1896 hizo campaña por William M c­


Kinley, quien al año siguiente le nombró subsecretario de Marina, Des­
de este puesto, Theodore Roosevelt reiteraba su creencia en la necesi­
dad de expansión ultramarina y favoreció la guerra contra España
acerca de Cuba, pero no la provocó, ni fue el elemento fundamenta! en
la dirección de la diplomacia de McKinley, simplemente ayudó a pre­
parar a la Marina de Estados Unidos a luchar contra España.
Tampoco su telegrama dél 25 de febrero de 1898 al comodoro Geor­
ge Dewey causó la intervención norteamericana en Filipinas. Como el
secretario de Marina, John D. Long, estaba fuera ese día, Roosevelt te­
legrafió al capitán Dewey, que estaba en Hong Kong: «En el caso de
una declaración de guerra a España, su obligación será procurar que el
escuadrón español jio abandone la costa asiática y haga después opera­
ciones ofensivas en la costa filipina», Pero éste no era el acto de un im­
petuoso imperialista, sino la ejecución dé un plan diseñado en 1895, que
formaba parte de un programa de preparación de hostilidades. Long no
rescindió la orden cuando regresó a su puesto al día siguiente,38
Mientras, el Tribunal dé Instrucción norteamericano consideró cul­
pable a España de la explosión del Maine dado que el control del
puerto llevaba aparejada la protección de la propiedad y la gente—» y
cuando las gestiones para comprar Cuba fracasaron, la guerra fue ine­
vitable. La intervención se justificaba por motivos humanitarios, por el
desgobierno español y por la responsabilidad del gobierno estadouni­
dense en la protección de los ciudadanos e intereses norteamericanos,
pero no se reconocía la independencia, ni la república de Cuba, que sí
deseaban gran parte del Congreso y muchos norteamericanos.
Finalmente, se llegó a un compromiso en la declaración conjunta
del Congreso, que no reconocía expresamente a la república de Cuba,
pero apoyaba la intervención de; Estados Unidos a fin de establecer
«por la libre acción del pueblo, un gobierno estable, independiente y
propio de la isla». Esta declaración incluía la aprobación de la En­
mienda Teller, que impedía la anexión de Cuba a Estados Unidos. En
la votación del Congreso, la mayoría de los congresistas expresó la
postura ideológica de sus votantes, pero otros estaban defendiendo los
intereses de la remolacha azucarera o de aquellos sudistas que se resis­
tían a admitir en la Unión «a un pueblo extranjero e insubordinado, de
fe católica, con una mezcla de sangre negra».39
El 20 de abril de 1898 McKinley firmó la declaración conjunta; ese
mismo día España rompió relaciones diplomáticas con Estados Unidos
y dos días más tarde McKinley ordenaba el bloqueo naval a Cuba, real­
ÑÜEVO IMPERIALISMO, 1890-1917 295

mente empezaba la guerra. España declaró formalmente la guerra el 24


de abril y el 25 de abril el presidente McKinley pidió al Congreso una
resolución conjunta reconociendo el estado de guerra. El 30 de abril, la
escuadra de cuatro guardacostas y dos cañoneras del almirante Dewey
entró en la bahía de Manila y con un día de bombardeo destruyó diez
barcos de la escuadra española, así como todas las baterías de la costa.
Estados Unidos entraba en guerra sin haber reconocido explícitamente
a la república de Cuba, pero la Junta Cubana en Nueva York conside­
raba que la resolución conjunta d el Congreso era equivalente al reco­
nocimiento de la república de Cuba, por lo que ofreció la total colabo­
ración de las fuerzas revolucionarias a las tropas de Estados Unidos.

U n a « e s p l é n d id a g u e r r it a » e n C uba

Como parecía mostrar la primera acción de guerra, los dos bandos


reconocían que quien dominara las aguas en tomo a Cuba dictaría el
curso dé la guerra y saldría victorioso, pero la preparación de uno y
otro bando era muy distinta ante e l conflicto.
El gobierno español de Práxedes Mateo Sagasta, desde su forma­
ción en octubre de 1897, se mostraba cada vez más preocupado por el
problema de cómo evitar una guerra con Estados Unidos sobre la cues­
tión cubana, pues pensaba que los recursos militares españoles estaban
al límite,40 la Habana no podría resistir un bloqueo de más de dos me­
ses y la única esperanza de éxito era q u e la Armada española pudiera
romper el bloqueo norteamericano y ganar el dominio del mar.
Sobre el papel, la Armada española parecía una fuerza naval im­
presionante y similar a la Armada norteamericana, pero en realidad la
mayoría de los barcos españoles estaba en una situación penosa, como
reconociera el comandante en jefe, el almirante Pascual Cervera y To­
pete. Éste conocía exactamente las deficiencias de la flota a su mando,
en la que casi cada barco necesitaba reparación urgente, sufría esca­
sez de carbón y provisiones e incluso carecía de mapas y cartas de na­
vegación.
Tampoco tenía España ningún plan de guerra preparado, excepto el
esquema de dejar en el puerto de Cádiz algún barco para la defensa del
país y de enviar el resto de la flota a Cuba que, tras un primer ataque
victorioso a la base naval de Cayo Oeste en Florida, establecería un
bloqueo en la costa atlántica de Estados Unidos para dificultar sus co­
municaciones con Europa. El almirante Cervera no solo creía imposi­
296 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

ble este plan —pues sabía que las Fuerzas Navales a su mando eran tres
veces más débiles que las de Estados Unidos— , sino que pensaba que
España había perdido ya la batalla en Cuba y debería abandonar la isla
antes de enfrentarse a una guerra con Estados Unidos, lo que sería un
desastre para el país.
Sólo esta inferioridad española permitía hablar de una clara supe­
rioridad militar estadounidense, especialmente de «la nueva Armada
norteamericana», que desde 1895 se estaba preparando para la guerra y
tenía ya un plan muy preciso de ataque.41 Las Fuerzas Navales nortea­
mericanas aprovecharon rápidamente sus ventajas de proximidad geo­
gráfica y superioridad numérica en ios buques para establecer un bloqueo
sobre Cuba y Puerto Rico. Al mismo tiempo — con el fin de destruir los
recursos militares españoles— , se harían ataques contra barcos mer­
cantes y objetivos militares en las costas de España, Canarias y Filipi­
nas, y en todo momento la flota debía estar preparada para enfrentarse
a la llegada de la Armada española, pues se pensaba que la lucha entre
ambas flotas decidiría la guerra; mientras que el Ejército simplemente
apoyaría a los insurgentes cubanos en el asalto a La Habana,
Con los disturbios de La Habana en enero de 1898, y sobre todo
tras la explosión del Maine en febrero del mismo año, este plan de
guerra pasó de ser un mero ejercicio académico a una estrategia real
contra España. Tras la explosión del Maine, Theodore Roosevelt, si­
guiendo el plan naval de 1895, envió al comodoro George Dewey a
Manila y todas las operaciones militares comenzaron con un bloqueo
de Cuba que se esperaba suficiente para obligar a rendirse a los espa­
ñoles antes de la llegada de la estación lluviosa en octubre. Incluso si
el bloqueo no conseguía la rendición, al menos permitiría ganar tiem­
po para que el Ejército organizara una fuerza expedicionaria.
Las dificultades del Ejército eran lógicas, pues a diferencia de la
Armada, era pequeño, de 25.000 hombres, y no se había moderniza­
do, ni había tenido inversiones extraordinarias en los últimos años.42
El Ejército seguía siendo, en 1898, el de las guerras contra los indios
y no se le otorgaba un papel decisivo en el conflicto con España, ex­
cepto por lo que se refería a la defensa costera, que podía quedar en
manos de los voluntarios de la Guardia Nacional.43
Pero cuando las hostilidades con España estaban a punto de co­
menzar, el presidente McKinley se mostró partidario de ampliar el
Ejército con voluntarios, por si debía intervenir en campañas decisivas
en territorio cubano. El total de voluntarios ascendió a lo largo de la
guerra hasta 200.443 soldados — 2/3 de los cuales permanecieron en
NUEVO IMPERIALISMO, 1890-1917 297

Estados Unidos y nunca sirvieron en ultramar— , en su mayoría distri­


buidos en regimientos de Infantería, con la excepción de tres regimien­
tos de Caballería, entre los que se encontraban los famosos Rough Ri~
ders, promovidos por el subsecretario de Marina, Theodore Roosevelt.
, El reclutamiento de voluntarios se convirtió en un conflicto entre el
Ejército federal y los Estados.44 Mientras el Ejército federal quería con­
trolar todo el proceso de reclutamiento y formación, los Estados apela­
ban al derecho constitucional de mantener sus milicias que, agrupadas
en la Guardia Nacional,45 debían ser el contingente básico del Ejército
de voluntarios. Los Estados y los gobernadores tenían también un inte­
rés político en la defensa de las milicias, ya que eran una fuente de pa­
tronazgo que los partidos no querían abandonar en tiempos de guerra.
Los Estados consiguieron su propósito y bajo la dirección de los
comandantes federales organizaron un Ejército de voluntarios, sepa­
rado del Ejército federal. Los voluntarios se enrolaban en regimientos
estatales, dirigidos por sus propios oficiales, los cuales fueron elegi­
dos siguiendo la recomendación de los gobernadores de los Estados.
En los meses siguientes, los voluntarios viajaron de sus Estados a los
Campamentos de Instrucción en el sureste — Chickamanga Park en
Tennessee, Mobile y Tampa en Florida o Camp Alger en Virginia— ,
donde se comprobó que la descentralización en el sistema de recluta­
miento estaba provocando una confusión enorme en la intendencia e
instrucción.
Los^ voluntarios provenían de todos los Estados y lugares de la
Unión, pues el estallido de la guerra se vivió como una «apoteosis del
patriotismo», como una guerra que podía reestablecer la unidad nacio­
nal tras las enormes divisiones que habían surgido después de la gue­
rra civil y la «guerra social» de la década de 1890. El patriotismo se
evidenció en la respuesta de un millón de voluntarios a la primera lla­
mada a filas de McKinley y en la demanda de banderas nacionales, que
agotó todas las existencias. En cuanto a las expectativas de reconcilia­
ción nacional, se manifestaban tanto en los batallones que se formaron
en las zonas populistas del oeste y medio oeste — por ejemplo, en el
tercero de Nebraska, liderado por el propio Jennings Bryan— , como
en la extraordinaria respuesta de los voluntarios blancos y negros del
sur o en el nombramiento gubernamental de los oficiales confederales
Fifzburg Lee y Joseph Wheeler como generales.46
• Particularmente, los afroamericanos vieron la guerra como una
oportunidad para demostrar su patriotismo e integrarse plenamente en
la nación. Esta sensación de oportunidad era mayor entre los dudada-
298 HISTORIA D É ESTADOS UNIDOS

nos negros del sur, quienes interpretaban la lucha de los cubanos por
su independencia como similar a la suya, pues era Una lucha por la li­
bertad de las gentes de color liderada por un general mulato, Antonio
Maceo.47 El líder afroamericano Booker T, Washington llegó a pedir la
intervención de Estádos Unidos en Cuba y quería reclutar a 10:000 vo­
luntarios negros en el sur para que el ciudadano negro pudiera recla­
mar su lugar en la nación y obtener su libertad y sus derechos. Otros lí­
deres afroamericanos pensaban, sin embargo, que en lugar de luchar
por los cubanos, los norteamericanos debían luchar por la libertad de
los ciudadanos negros en los Estados del sur y creían que la militariza­
ción que acompañaría a la guerra sólo aumentaría la violencia de los
blancos contra los negros.
Desde la guerra civil el Ejército de la Unión había significado para
los ciudadanos negros una oportunidad de equiparación social e inte­
gración en la nación. MUehos de ellos,permanecieron en él tras la gue­
rra civil y lucharon en las guerras indias en el oeste. Estos «soldados
búfalo», que tenían ya una reputación como buenos soldados, fueron
de los primeros en ser trasladados al sur para embarcar hacia Cuba,
pues se creyó que su fisiología era más adecuada para luchar en los tró­
picos. A ellos se unieron otros 10.000 voluntarios negros, que en ge­
neral tuvieron un papel destacado en Cuba, donde ganaron 26 certifi­
cados de mérito y cinco medallas de honor del Congreso.
Pero ni siquiera en la guerra estos soldados negros, tan apreciados
en el campo de batalla, pudieron escapar a la segregación. Testimonios'
de los «soldados búfalo» señalaban que habían sido vitoreados por la
multitud en su trayecto desde Utah y Montana, pero en cuanto llegaron
al sur, a Kentucky y Tennessee, sólo encontraron silencio y ya no eran
soldados de Estados Unidos, sino sólo negros;48los voluntarios afroa­
mericanos que vivían en el norte se sorprendieron cuando al ir a los
Campamentos de- Instrucción en el sur, trataron de ponerlos en vago­
nes segregados y, por supuesto, en la guerra lucharon en batallones se­
parados. Así, confirmando ios presagios más pesimistas, la guerra no
mejoró, sino que empeoró la situación racial en el sur, ya que sirvió
para la reconciliación de los blancos del norte y sur, a cambio del sa­
crificio de la ciudadanía negra del sur.49
El político que mejor entendió la guerra como una posibilidad de
afirmación y reconciliación nacional fue Theodore R oosevelt Desde
su puesto como subsecretario de Marina, en 1897 se había manifesta­
do partidario de promover la guerra contra España, pues Creía que
«una guerra justa era a la larga mucho mejor para el alma humana que
NUEVO IMPERIALISMO, 1890-1917 299

la paz más próspera».50 De acuerdo con está máxima, en cuanto la


guerra estalló, Roosevelt dimitió de su cargo y participó activamente
en el conflicto, constituyendo un regimiento de C aballería— los Rough
Riders— que simbolizaría la identidad norteamericana, que para él, y
para el historiador Frederiek lakson Turner, encamaban «la frontera»
y el oeste.51 Los Rough Riders estaban formados principalmente por
vaqueros de los distintos Estados del oeste, algunos indios, policías de
Nueva York y graduados universitarios de Princeton y Harvard. El co­
ronel que mandaba el regimiento, Leonard Wood -—«el doctor guerre-
ro»— , era conocido en el oeste por su campaña contra Gerónimo, por
la que había recibido una medalla del Congreso. El objetivo del regi­
miento era «ser el modelo de regimiento de Caballería de la presente
generación», en el que cualquier hombre sería un experto tirador y ji­
nete, y su coronel y teniente coronel eran conocidos «por la agresivi­
dad y arranque que marca a los que han nacido para ser líderes».52 Ro­
osevelt lo consideraba el prototipo del regimiento norteamericano,
porque «ai lado de los cowboys, este regimiento está compuesto por
hombres de cada sector del país, de cada Estado de la Unión... Es prin­
cipalmente un regimiento americano y lo es porque está compuesto
por todas las razas que han construido América».53
Desde mediados de abril de 1898, este Ejército de voluntarios for­
mado por ocho cuerpos de ejército — cada uno de ellos con 30.000
hombres— , pequeñas unidades de personal especializado —-Caballe­
ría, ingenieros y hombres de señales— y los once regimietitos de In­
fantería, que se suponían inmunes a las enfermedades tropicales
— cuatro regimientos de soldados negros y siete de «soldados búfa­
lo»— , se concentraba en el sureste dispuesto a embarcar hacia Cuba.54
Desde Tampa, en medio del caos, el desorden y sin barcos suficientes,
partió la primera expedición a Cuba el 14 de junio de 1898, la fuerza
expedicionaria más importante que había dejado Estados Unidos hasta
la fecha, la cual no sería sobrepasada en tamaño hasta la primera guer­
ra mundial.55 El buen tiempo y la ausencia de ataques españoles per­
mitió que los primeros 16.058 soldados estadounidenses llegaran a la
bahía de Guantánamo, sin pérdidas, seis días después, el 20 de junio de
1898. En los dos meses siguientes, un total dé 200.000 hombres cruza­
rían el Caribe.56
Como estaba previsto en el plan de guerra, las operaciones milita­
res comenzaron con el bloqueo de la costa norte de Cuba el 21 de abril.
El objetivo era interrumpir el comercio entre Cuba y el resto del mun­
do para obligar a rendirse a la dotación española. En este sentido, el
300 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

bloqueo tuvo éxito, pues aseguró que ni los países neutrales ni el con­
trabando abastecieran a Cuba, También cumpliendo el plan de guerra,
el 24 de abril, el presidente McKinley confirmó la orden de que De­
wey atacara Filipinas. Dewey logró sorprender a los españoles en­
trando en la bahía de M anila en la medianoche del 30 de abril y a las
10.45 del domingo 1 de mayo había acabado con la resistencia espa­
ñola sin ninguna baja. En unas horas, Dewey se convirtió en el «héroe
de Manila», el presidente McKinley le ascendió a almirante y el Con­
greso decidió regalarle un sable diseñado por Tiffany’s, valorado en
10.000 dólares.
Esta acción dañó a España, pero no fue suficiente para tomar Ma­
nila. El gobierno español, decidido a mantener el control en las Filipi­
nas, dispuso no enviar ningún refuerzo al Caribe; donde las tropas del
capitán general Blanco en La Habana y del almirante Cervera en San­
tiago de Cuba, tras haber aguantado el bloqueo naval durante varias se­
manas, se enfrentaban a la inquietante perspectiva de la llegada de la
fuerza expedicionaria norteamericana sin refuerzos.
Al desembarcar en Cuba, los soldados norteamericanos que iban
con uniformes de invierno se encontraron con la densa jungla, los
mosquitos, la temporada de lluvias; los caballos no llegaron a tierra y
la Caballería tuvo que luchar como Infantería o «Caballería desmon­
tada» toda la campaña. Asimismo, les sorprendió que los insurrectos
cubanos fueran un conjunto de «mulatos o negros, que parecían una
horda de sucios mendigos, pelagatos y vagabundos», mostrándose in­
capaces para la lucha.57 A pesar de estas dificultades iniciales, la fuer­
za expedicionaria obtuvo sus primeros éxitos fácilmente en las bata­
llas de El Caney y la Colina de San Juan.
En la batalla naval de Santiago de Cuba, la flota estadounidense
destruyó al escuadrón español, tal y como el almirante Cervera había
previsto. La toma de la ciudad costó a los norteamericanos sus prime­
ras bajas importantes — 243 muertos y 1.445 heridos— , pero fue un
paso decisivo hacia la victoria, ya que en menos de un mes el Ejérci­
to había desembarcado en territorio enemigo, tomado ta segunda ciu­
dad de Cuba y apresado a más de 20.000 prisioneros españoles.
Dos acciones militares más, ambas en agosto de 1898, fueron ne­
cesarias para acabar la guerra: la conquista de Puerto Rico y la toma de
Manila. En principio, Estados Unidos no tenía interés en Puerto Rico,
pero al desarrollarse la acción militar en el este de Cuba y hacia el Ca­
ribe, se pensó que esta isla de un millón de habitantes, centrada en la
producción de azúcar, podía cumplir un papel similar al de la isla de
NUEVO IMPERIALISMO, 1890- í 917 301

M alta para los británicos en el Mediterráneo. El 12 de agosto de 1898,


las fuerzas españolas se rindieron a las norteamericanas; las bajas es­
tadounidenses fueron de siete muertos y 36 heridos; las españolas, diez
veces más. .
También en agosto tuvo lugar la batalla y la toma de Manila, cuan­
do el protocolo de paz ya había sido firmado en Washington el 12 de
agosto, pues las noticias no llegaron a Manila hasta el día 16. En la ocu­
pación de la ciudad, los insurgentes —liderados por Aguinaldo— no
fueron invitados a hacer una ocupación conjunta de la ciudad, ya que
hubiera supuesto el reconocimiento norteamericano del gobierno de la
república de Filipinas. En lugar de ello, los norteamericanos estable­
cieron su autoridad y ordenaron a los insurgentes retirarse de Manila.
Ante la firma del protocolo de paz, Estados Unidos exigía a España
no sólo la retirada de Cuba y la cesión del control de la isla, sino tam­
bién la entrega de Puerto Rico y Guara, en concepto de indemnización
por los gastos de guerra. En cuanto a Filipinas, había división de opi­
niones en el gobierno norteamericano, pues aunque la mayoría era par­
tidaria de la anexión, se tenían dudas sobre si ésta se debía restringir a
la ciudad de Manila, la isla de Luzón o a todo el archipiélago. España,
sabiendo que sólo podía admitir la derrota, quería limitar las pérdidas a
Cuba, pero cuando se firmó el protocolo de paz en Washington, el 12
de agosto de 1898, aceptó la cesión de Puerto Rico y Guam, quedando
aplazada la cuestión de Filipinas para la Conferencia de Paz de París. Lo
que sí estaba claro es que la deliberada exclusión de cubanos, filipinos y
puertorriqueños del proceso de paz expresaba la determinación de la Ad­
ministración McKinley de controlar el proceso unilateralmente.
Así, en París quedaba pendiente el problema de Filipinas, archipié­
lago sobre el que ya abiertamente McKinley hablaba de anexión, en
plena política exterior expan sionista en el Pacífico, como demostraba
la reciente anexión de Hawai y Guam, En cuanto a los problemas mo­
rales que podía representar para McKinley la anexión de Filipinas
como una colonia de Estados Unidos, el presidente los resolvió ape­
lando a que la guerra «nos ha dado nuevas obligaciones y responsabi­
lidades, como educar a los filipinos, civilizarlos y cristianizarlos».58
De esta forma, Estados Unidos ofreció a España por las Filipinas
20 millones de dólares y el 25 de noviembre España accedió a las con­
diciones norteamericanas sobre el tratado de Paz, que estuvo prepara­
do para la firma el 10 de diciembre de 1898. El Senado de Estados
Unidos lo ratificó con dificultad el 6 de febrero de 1899, cuando ya ha­
bía comenzado la insurrección de Filipinas. La ratificación por España
302 HISTORIA BE E S f ADOS UNIDOS

fue aún más difícil, pues tenía que firmarse en medio del descontento
interno y el cambio del gobierno de Práxedes Mateo Sagasta por el de
Francisco Silvela. Pero si España no firmaba el tratado en un período
de seis meses, se colocaría en una situación muy complicada ante Es­
tados Unidos. Así, la regente María Cristina cerró las Cortes el 6 de
marzo y, haciendo uso de sus prerrogativas reales, firmó el tratado en
su nombre el 19 de marzo de 1899. E l l l de abril de 1899, la guerra se
daba oficialmente por concluida, con el intercambio de ratificaciones
del tratado de París.
Para España, la guerra de Cuba fue un desastre nacional con 5(5.000
muertos, que puso al país en la bancarrótá y significó la efectiva diso­
lución del imperio español y la demostración internacional de que su
poder de lucha había desaparecido. Para Estados Unidos, está guerra
corta y con relativamente pocas bajas fue «una espléndida guerríta»,
como escribiera John Hay a Theodore Roosevelt, «que comenzó por
las razones más altruistas, y se llevó a cabo con gran inteligencia y
buena moral, auspiciada por la fortuna que favorece á los valientes».
La victoria de 1898 fue el comienzo del imperio estadounidense en
ultramar, y como potencia victoriosa tenía que organizar políticamente
las antiguas colonias españolas en el Caribe y el Pacífico, En Cuba, Es­
tados Unidos no reconoció ni la independencia, ni el gobierno provisio­
nal, optando por ocupar militarmente la isla el 1 de enero de 1899, Se­
gún la Enmienda Teller, esta ocupación militar, dirigida por el general
John R. Brooke, sería temporal, pero la duración de lá ocupación no se
especificaba. De momento las autoridades norteamericanas pensaban
que era prematuro dejar el gobierno de Cuba en manos de los cubanos a
los que consideraban analfabetos, ladrones y, en su mayoría, negros o
mestizos, los cuales podrían llevar a la isla a una inestabilidad parecida
a la de la república negra de Haití. Así, del 1 de enero de 1899 al 20 de
mayo de 1902, el pueblo cubano fue gobernado por el Ejército de Esta­
dos Unidos, dirigido primero por el general John R, Brooke y después
por el general Leonard WoótI. Este gobierno militar provisional llevó a
cabo una reforma dé la Administración, realizó un programa de obras
públicas de emergencia y convocó elecciones en septiembre de 1900,
para elegir una Asamblea constitucional que redactara la Constitución
de una Cuba independiente.
El 17 de marzo de 1901, el Congreso de Estados Unidos aprobó la
Enmienda Platt, que constaba de ocho artículos y definía las futuras re­
laciones de Estados Unidos con Cuba. El más famoso y controvertido
fue el artículo tercero, por el que Estados Unidos se reservaba el dere-
NUEVO IMPERIALISMO, 1890-1917 303

che a intervenir en Cuba para garantizar la independencia del país y el


mantenimiento del gobierno adecuado, así como proteger convenien­
temente la vida, propiedad y libertad individual Otras cláusulas res­
tringían los poderes de Cuba para contraer deudas y establecer tratados
con otras naciones, y permitían a Estados Unidos comprar la base de
Guantánamo.
Después de un considerable debate, la Asamblea constitucional cu­
bana aprobó la Enmienda Platt el 12 de junio de 1901 por 16 votos a
favor, 11 en contra y cuatro abstenciones. Casi un año después, en La
Habana, el 20 de mayo de 1902, el general Wood declaró el fin de la
ocupación y formalmente transfirió los poderes de gobierno a Tomás
Estrada Palma, el presidente elegido de la nueva república de Cuba,
proamericano sucesor de Martí en el Partido Cubano Revolucionario.
La Enmienda Platt fue esencialmente un sustitutivo de la anexión,
pues garantizaba la independencia de Cuba, pero retenía parte de la so­
beranía de la nueva república, convirtiendo de facto a la isla en un pro­
tectorado de Estados Unidos, En 1902 el gobierno estadounidense se
encontraba tan satisfecho de cómo se había resuelto políticamente la
cuestión cubana, que deseaba que una solución similar se materializa­
ra con éxito en Filipinas.

F il ip in a s y l a e x p a n s ió n e n e l p a c íf ic o

En contaste con Cuba, Filipinas no estaba atada a las disposicio­


nes de la Enmienda Teller que impedían la anexión, y aunque ésta no
se planteó al principio del conflicto, una vez acabada la guerra, las po­
sibilidades de control del archipiélago de cara a una futura expansión
asiática, llevaron al presidente McKinley a pensar que Estados Unidos
debía reemplazar a España como gobierno soberano de las islas. Mc­
Kinley no reconoció la existencia de un gobierno filipino y no mostró
disposición a consultar al pueblo filipino respecto a su estatus, lo que
planteaba a Estados Unidos la novedad de una ocupación formal en un
territorio a muchos kilómetros de distancia.
En la justificación de esta actitud estaba la consideración de los fi­
lipinos como una raza inferior, incapaces del autogobierno, a quienes
Estados Unidos debía tutelar hasta que estuvieran preparados para la
independencia. En palabras d el presidente McKinley, como no podían
devolver Filipinas a España, porque hubiera sido una cobardía; ni dár­
selas a Francia o A lem an ia— sus rivales comerciales en Oriente—
304 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

pues hubiera sido un mal negocio; n i dejárselas a los filipinos, ya que


no estaban preparados para el autogobierno; no le quedaba otra alter­
nativa «que hacernos cargo de ellos y educarlos, elevarlos, civilizarlos
y cristianizarlos,..».59 Esta justificación del dominio colonial, basada
en la inferioridad racial y cívica de los filipinos, era similar al argu­
mento utilizado con respecto a los indios americanos durante el siglo
xix, y su tratamiento legal y político siguió los esquemas de la política
federal con relación a las naciones indias.
La pérdida progresiva de soberanía de las naciones indias desde el
«traslado forzoso» no tuvo una contrapartida en la obtención de la ciu­
dadanía estadounidense plena para sus habitantes. Cuando en 1831, en
el caso de la nación cherokee contra Georgia, el juez John Marshall
sentenció que las naciones indias eran soberanas, pero dependientes, y
que estaban bajo la tutela de Estados Unidos, decidió que la Constitu­
ción permitía el gobierno de otros Estados, sin garantizar la ciudadanía
a sus habitantes. En 1885, otra decisión del Tribunal Supremo añadió
que las naciones indias no eran un Estado o nación, sino solamente
«comunidades locales dependientes»; de forma que los indios nacidos
en las reservas, no eran ciudadanos protegidos por la 14.a Enmienda,
sino «nacionales», personas que debían lealtad a Estados Unidos, pero
sin los privilegios que van asociados a la ciudadanía. Esta misma con­
dición de «nacionales» se otorgó a los habitantes de Filipinas, pero en
este caso el gobierno norteamericano desde el principio no reconoció
ni la soberanía filipina ni el gobierno filipino.60 La continuidad con la
política india se reflejaba también en el discurso de muchos imperia­
listas, quienes consideraban a las Filipinas como más tierra libre para
el asentamiento, y a los filipinos como indios, que —como señalara
Theodore Roosevelt-— «cuando estuvieran maduros para el autogo­
bierno se les garantizaría la igualdad, pero no hasta entonces...».61
Con esta retórica, no es de extrañar que las tropas que lucharon
contra la insurrección filipina entre 1899 y 1902, tuvieran la sensación
de que era otra guerra india, especialmente cuando el 87 por 100 de los
generales en servicio en Filipinas había luchado en las guerras indias,
y muchos de los regimientos provenían de los Estados del oeste, con
recuerdos muy vividos de dichas guerras, que aún continuaban en los
territorios de Arizona y Nuevo México contra los navajos y los apa­
ches.62
Lo que William McKinley no había calculado al decidir esta polí­
tica de educar y cristianizar Filipinas — aunque la mayoría era católi­
ca— , es que supondría el comienzo de una guerra larga y costosa con-
NUEVO IMPERIALIísMO, 1890-1917 305

tra los nacionalistas filipinos. Tras la firma y ratificación del tratado de


Paz con España» en febrero de 1899, los norteamericanos sólo domi­
naban Manila, y Emilio Aguinaldo lideraba una insurrección en el res­
to del territorio de las islas, en la que 50.000 filipinos luchaban por la
independencia» lo que obligó a Estados Unidos a iniciar una guerra de
■conquista. ....
Aunque la organización de la resistencia se quebró a finales de
1899, los filipinos se refugiaron en las montañas al noreste de Luzón,
donde el avance norteamericano tropezó con el comienzo de la esta­
ción de lluvias y, como en Cuba, los soldados se encontraron a miles
de kilómetros de sus casas en un país tropical, donde la humedad era
intensa, las lluvias torrenciales y la enfermedad un peligro constante.
Allí comenzó una guerra de guerrillas que continuó, tras la captura de
Aguinaldo en marzo de 1901, hasta mediados de 1902 y, de forma es­
porádica, cinco años más.
Los insurrectos no consiguiéron la victoria, pero retrasaron las
expectativas de los estadounidenses de una rápida victoria militar y
obligaron a los generales norteamericanos a pedir constantemente re­
fuerzos, alcanzando la cifra de 70.000 soldados en 1900. Hasta que
el conflicto fue controlado en julio de 1901, la isla estuvo bajo go­
bierno militar y el general Arthur McArthur, que fue elegido gober­
nador, practicó una política de «reconcentración» similar a la del ge­
neral español Valeriano Weyler en Cuba, reinstalando a los civiles
en ciudades y pueblos fortificados, protegidos por las tropas nortea­
mericanas.
A pesar de una prensa muy censurada, las noticias de las atroci­
dades cometidas por los norteamericanos en Filipinas enfrentaron a
parte de la opinión pública contra esta guerra colonial. Cientos de nor­
teamericanos de diversa procedencia política se unieron en Ligas An­
tiimperialistas y asociaciones, porque veían la expansión imperial con­
traria a los principios democráticos de la república americana. En este
movimiento antiimperialista, de composición muy diversa, había ex
presidentes pertenecientes a ambos partidos, como Benjamin Harrison
y Grover Cleveland; muchos políticos en activo de los dos partidos;
políticos independientes reformistas; presidentes de universidad y aca­
démicos en general; líderes sindicales, como Samuel Gompers; algu­
nos empresarios como Andrew Carnegie, Edward Atkinson, George F.
Peabody y Henry Villard; antiguos abolicionistas, que descubrieron
una nueva causa moral en el antiimperialismo, y unos cuantos escrito­
res, entre los que destacaba Mark Twain. Sin embargo, los grupos do­
306 HISTORIA t)E ESTADOS UNIDOS

minantes eran los reformistas progresistas independientes y los disi­


dentes republicanos.63
La debilidad argumental de los antiimperialistas residía en que cri­
ticaban lo que consideraban la primera intervención colonial nortea­
mericana porque violaba los principios democráticos, los cuales se ba­
saban en la doctrina del consentimiento de los gobernados — que
presuponía que si había anexión, los filipinos debían ser ciudadanos
norteamericanos-—, sin tener en cuenta que el precedente de la política
india, al que ellos no se habían opuesto, permitía todo tipo de ambi­
güedades para que Estados Unidos tuviera un dominio colonial sin
violar los principios de la Constitución.
Por otro lado, los líderes y la mayoría de los Miembros dé las Ligas
Antiimperialistas pertenecían a una generación mayor, cuya influencia
no era ya tan amplia en la sociedad norteaméricaná.64 Así, el movi­
miento decayó rápidamente tras las elecciones de 1900, cuando el de­
mócrata y conocido antiimperialista Jénniñg Bryan fue derrotado otra
vez en las elecciones presidenciales y el gobierno perdió interés en ad­
quirir nuevos territorios; aunque la agitación antiimperialista subsistió
hasta la década de 1920 distribuyendo panfletos, investigando las atro­
cidades de Filipinas, presionando por conseguir resoluciones anticolo­
niales en las Convenciones de los dos principales partidos y abogando
incansablemente por la independencia de Filipinas.
En julio de 1901, el gobierno militar finalizó y el juez William Ho-
ward Taft fue nombrado gobernador civil. La Ley del Gobierno Filipi­
no fue aprobada por el Congreso el 1 de julio de 1902 y el presidente
Theodore Roosevelt declaró oficialmente el final deTa lucha en el ar­
chipiélago. Esta ley hizo de las islas Filipinas un «territorio no incor­
porado» bajo el control soberano de Estados Unidos y consideraba a
sus habitantes ciudadanos de Filipinas.
Pero los costos de esta victoria habían sido altos. La guerra filipi­
no-americana duró rúas de tres años — desde febrero de 1899 a julio de
1902-™, en los que combatieron Un total de 126.468 soldados estadou­
nidenses, de los que 4.234 murieron y 2.818 fueron heridos. Los insur­
gentes sufrieron entre 16.000 y 20.000 bajas, siendo aún más destruc­
tivo el impacto de la guerra en el campo, donde murieron 200.000
civiles. Y además, la imagen de Estados Unidos como una nación de­
dicada a la promoción de la libertad y la democracia, también salió
perjudicada.
La extensión de la soberanía norteamericana sobre Puerto Rico, Ha­
wai, Guam y Samoa fue menos complicada y se alcanzó de forma mu­
NUf-VO IMPERIALISMO, 1890-1917 307

cho más pacífica que en Cuba o Filipinas, pues al ser islas mucho más
pequeñas, plantearon escasa resistencia política y militar. En 189B Ha­
wai se había incorporado a Estados Unidos como un territorio nortea­
mericano, con un gobernador norteamericano; Puerto Rico en 1900 ha­
bía pasado a ser un «territorio no incorporado» con un gobernador
norteamericano, y en 1899 las Islas Samoa Americanas —--Samoa, Wake
ísland, Tutuila— quedaron bajo la administración d é la Marina, de for­
ma que Estados Unidos tenía bases navales extendidas a lo largo del
océano Pacífico.

La p o l ít ic a e x t e r io r d e T h e o d o r e R o o s e v e l t :
el «GRAN GARROTE» Y LA CONSTRUCCIÓN DEL CANAL DE PANAMÁ

Con estas conquistas coloniales, Estados Unidos era la potencia he-


gemónica en el continente americano y se convertía en una fuerza ac­
tiva a nivel internacional, pero fue en la primera década deí siglo xx,
bajo la presidencia de Theodore Roosevelt, cuando comenzó a desem­
peñar un papel de liderazgo en la política internacional. Theodore Ro­
osevelt, considerado un héroe nacional tras su participación en la gue­
rra de Cuba, fue elegido gobernador de Nueva York en agosto de 1898
y vicepresidente con McKinley en 1900, convirtiéndose en presidente
tras el asesinato de McKinley en septiembre de 1901.Ya antes de lle­
gar a la presidencia, Theodore Roosevelt había señalado que la mejor
receta para la política exterior era «hablar suavemente y llevar un gran
garrote», de forma que el «gran garrote» pronto se convirtió en el em­
blema de su política exterior para mantener la primacía de Estados
Unidos en el hemisferio occidental y particularmente en el Caribe,
frente a cualquier posible intervención de las potencias europeas. Los
otros presidentes progresistas, Wüliam Taft y Woodrow Wilson, con­
tinuaron esta política hasta la participación del país en la primera gue­
rra mundial en 1917.
El primer acto de esta política exterior tuvo lu g ar en Venezuela.
Allí, Alemania había prestado al gobierno del dictador Cipriano Cas­
tro más de 70 millones de marcos, de los que Alemania no había reci­
bido ningún interés. A principios de 1901, Castro hizo saber a Alema­
nia y otros países europeos, que no iba a devolver ni los préstamos, ni
los intereses, por lo que al final de ese año Alemania estaba conside­
rando establecer un bloqueo sobre Venezuela para cobrar las deudas
por la fuerza, pero asegurando a Estados Unidos que esto no supondría
308 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

una ocupación permanente del territorio de Venezuela. La respuesta


norteamericana fue que «sólo se opondría si un país extranjero busca­
ba crear una base permanente en el hemisferio occidental».
Durante el verano de 1902, el Reino Unido y Alemania renovaron
sus discusiones sobre una posible acción conjunta cerca de Puerto Rico
y quedaron de acuerdo con Italia en declarar un bloqueo a la costa de
Venezuela. En noviembre de 1902, tras mandar un ultimátum a Castro,
e informar a Estados Unidos de sus intenciones, una fuerza conjunta
anglo-alemana estableció el bloqueo el 9 de diciembre de 1902, mien­
tras la Marina norteamericana, al mando del comandante Dewey, esta­
ba preparada para intervenir en la base de la isla Culebra, en Puerto
Rico. No fue necesario, ya que el 11 de diciembre de 1902 ambas par­
tes decidieron que la disputa fuera arbitrada por Estados Unidos.
Insatisfecha con esta solución, en enero de 1903 Alemania intentó
primero presionar a Venezuela abriendo fuego sobre las instalaciones
venezolanas en Puerto Cabello y Fuerte San Carlos, y posteriormente
propuso la creación de un Consorcio Internacional que dirigiera las fi­
nanzas latinoamericanas. Estados Unidos consideraba que la política
alemana desafiaba la doctrina Monroe y que «ninguna república ame­
ricana debería estar bajo el control de un poder europeo ... con la pre­
tensión de garantizar el cobro de deudas».65 Pero como sugirieron los
británicos, si Estados Unidos no dejaba que las potencias europeas de­
fendieran sus intereses en el hemisferio occidental, debería hacerlo
por ellas.
Roosevelt no iba a tolerar una segunda intervención europea en La­
tinoamérica, pero reconocía que estas «desdichadas repúblicas me cau­
san una enorme cantidad de problemas», por lo que a veces pensaba que
la única solución era algún tipo de «protectorado sobre América Central
y del Sur».66 Tras ejercer presión sobre Haití, para que satisfaciera las
deudas contraídas con los países europeos, la oportunidad de ensayar la
fórmula del protectorado se le presentó en Santo Domingo, donde du­
rante cinco años los banqueros neoyorquinos habían luchado con los fi­
nancieros franceses y alemanes por el control de los recursos económi­
cos del país. A principios de 1904, Santo Domingo parecía encontrarse
en un estado permanente de inestabilidad revolucionaria, por lo que Ro­
osevelt ordenó a 1.a Armada de Estados Unidos ocupar las aduanas del
país, pagar la deuda externa e impedir, bajo ninguna circunstancia, que
cualquier actividad revolucionaria interrumpiera el desarrollo del país.
La ocupación de Santo Domingo fue racionalizada con el «corola­
rio Roosevelt» a la doctrina Monroe, que el presidente hizo público en
NUEVO .IMPERIALISMO, 1890-1917 309

su mensaje al Congreso de 1904, según el cual «la perversidad crónica


o la impotencia que resulte de la pérdida general dé los lazos de una so­
ciedad civilizada puede, en América o en cualquier sitio, requerir al fi­
nal la intervención de alguna nación civilizada, mientras que en el he­
misferio occidental la adhesión de Estados Unidos a la doctrina
Monroe puede someterlos, aunque a regañadientes, ai ejercicio de un
poder de policía internacional, en casos flagrantes de tal perversidad o
impotencia». Tras Santo Domingo, en 1906, Roosevelt envió tropas a
Cuba para comenzar una ocupación militar de tres años, confirmando
así el carácter puramente formal de la independencia de la isla.
En medio de esta política que afirmaba el deseo de Estados Unidos
de evitar cualquier interferencia europea en el hemisferio occidental,
tuyo lugar una fricción menor entre el Reino Unido y Estados Unidos
por delimitar la frontera entre Alaska y Canadá — la Columbia británi­
ca— , tras el descubrimiento de oro en Yukón en 1898, pues esta zona
fronteriza era crucial para el dominio de la riqueza minera de la región.
Roosevelt envió tropas a Alaska, pero el incidente se resolvió en 1903
por negociación a favor de los norteamericanos.6;
No hay duda de que la construcción del canal interoceánico que
permitió el acceso al Pacífico fue el centro de la política de Roosevelt
y lo más relevante de su mandato en asuntos internacionales. Incluso
antes de pensar en la expansión en el Pacífico, ya se tenía la idea de
construir un canal que acortara distancias entre las dos costas del país.
Tanto la fiebre del oro de California en 1848 como'4a posterior de
Alaska en 1890 habían demostrado lo caro, lento y peligroso que era
transportar gente y mercancías rodeando el cabo de Hornos o atrave­
sando el istmo de Panamá, por un territorio montañoso y selvático, in­
fectado de fiebre amarilla.68 Los proyectos internacionales para la
construcción de un canal comenzaron ya en la década de 1850, y entre
1879 y 1.889 una compañía francesa, dirigida por Ferdinand de Les-
seps, el ingeniero del canal de Suez, había tratado de construir sin éxi­
to un canal en Panamá. Pero tras la victoria en Cuba, McKinley seña­
ló en su discurso al Congreso en diciembre de 1898 que se exigía «la
construcción de un canal debido a la anexión de las islas de Hawai y la
perspectiva de expansión de nuestra influencia en el Pacífico, y debe
ser controlado por Estados Unidos».
El primer paso de los norteamericanos para asegurarse la construc­
ción del canal fue revisar con los británicos el tratado de Cayton-Bul-
wer, firmado en 1850 entre el Reino Unido y Estados Unidos, por el
cual ninguno de los dos países ejercía exclusivo control sobre el canal.
310 HISTORIA BE ESTADOS UNIDOS

La revisión d e l tratado a favor de Estados Unidos se consiguió en


1901, pues el Reino Unido estaba ocupado con la ascensión de Ale­
mania en Europa y la guerra de los bóers en Sudáfrica. Quedaba pen­
diente la cuestión de dónde construir el canal. Desde Í870 se pensaba
en Nicaragua, país con una cadena de lagos que podían h acerla cons­
trucción menos ardua que en Panamá, donde Lesseps había fracasado.
Por otro lado, la ruta de;Panamá resultaba más cara, ya que un grupo
de franceses, liderado por Philippe Bunau-Varilla, que había compra­
do la arruinada compañía de Lesseps, pedía 109 millones de dólares
por sus acciones y losderechos de la coñcesáoñ j>ara construir en Pa­
namá. Sin embargo, la oposición del gobierno nacionalista nicara­
güense de Santos Zelaya, y la opinión de los ingenieros de la Comisión
Walker, hicieron optar a Estádos Unidos por la ruta de Panamá, en es­
pecial cuando la compañía francesa de Bunau-Varilla rebajó el precio
de venta de las acciones y derechos a 40 millones de dólares; la ruta de
Panamá parecía más ventajosa a todos los efectos.
Sólo faltaba conseguir el beneplácito de Colombia, país del que
Panamá era una provincia. En enero de 1903, el secretario de Estado
John Hay convenció al em bajador colombiano Tomás Herrán de que
firmara el tratado Hay -Herrán por el cual Colombia cedía a Estados
Unidos diez kilómetros de territorio en la zona del canal en un usu­
fructo de 99 años a cambio de 10 millones de dólares y un pago anual
de 250.000 dólares. El tratado Hay-Herrán fue ratificado por el Se­
nado norteamericano en agosto de 1903, pero rechazado por él Sena­
do colombiano, que téiñía la pérdida de soberanía en Panamá y exi­
gía el pago inmediato de 2 5 ' millones de dólares, especialmente
viendo el negocio que ya estaba haciendo Estados Unidos al explotar
el ferrocarril ístmico, sin que el Estado colombiano percibiera ningún
beneficio.
Roosevelt máldijó á esas ^despreciables pequeñas criaturas», pero
en este punto sus objetivos en Panamá se encontraron con los tradicio­
nales deseos de independencia de los panameños, y los aprovechó a su
favor. Desde que Colombia se independizó de España en 1821, nunca
fue capaz de controlar Panamá, un territorio de difícil acceso, separa­
do de Colombia por montañas y selva,69 sin tierra cultivable ni riqueza
minera, y habitado por una mayoría de transeúntes y una minoría de
pequeños propietarios. Éstos eran muy distintos de los grandes pro­
pietarios de las zonas dominantes de Colombia y sabían que su fortu­
na dependía del uso que los extranjeros hicieran de lo que constituía su
principal fuente de riquéza: su situación geográfica, por lo que eran
N u EVO IMPERIALISMO, 1890-1917 311

fervientes partidarios del liberalismo económico. Todas estas circuns­


tancias hicieron de los panameños rebeldes iñdependentistas y entre
1846 y 1903 Colombia había solicitado en distintas ocasiones la ayu­
da de Estados Unidos para sofocar a los insurgentes panameños, sien­
do la última vez en noviembre de 1902, para acabar con la guerra de
los Mil Días,70
En noviembre de 1903» Roosevelt aprovechó a su favor los deseos
independentistas de los panameños, activados por el rechazo de Co­
lombia a firmar el tratado de H ay-tlerrán, asegurándoles qué e l acora­
zado Nashville estaría en la ciudad panameña de Colón él 2 de no­
viembre de 1903. Al día siguiente, 500 panameños sé levantaron
contra el gobierno colombiano, encontrándose Cón los barcos nortea­
mericanos en todo el litoral. Unos pocos días después; la Adminis­
tración Roosevelt reconoció lá independencia dé Panamá y el 18 de
noviembre el presidente norteamericano y el nuévo embajador de Pa­
namá en Washington, que resultó ser Bunau-Varilla, firmaron un tra­
tado para la construcción del canal.
El nuevo tratado ampliaba la zona del cañal de 10 a 16 kilómetros
de ancho, mientras que mantenía el pago en 10 millones de dólares en
efectivo y 250,000 dólares anuales; asimismo, Estados Unidos se com­
prometía a garantizar la independencia de Panamá. La principal nove­
dad del nuevo tratado era que Estados Unidos recibía a perpetuidad el
uso, control y ocupación de la zona, lo que significaba actuar como si
tuviera la soberanía del territorio y ejerciera un protectorado virtual so­
bre el nuevo país. El gobierno panameño protestó amargamente ante la
«manifiesta renuncia de soberanía» que se les exigía, pero sí rechaza­
ban firmar el tratado se enfrentaban a peores alternativas: Estados Uni­
dos podía ocupar la zona del canal sin pagar, dejar de proteger á la nue­
va república o construir eJ canal-en Nicaragua, abandonando a los
revolucionarios panameños a merced d el Ejército de Colombia, Así
pues, los panameños no tuvieron más opción que firmar.
Pronto comenzaron los roces y enfrentamientos entre Panamá y
Estados Unidos. A principios de 1904, el Departamento de Estado in­
sistió en que Panamá debía reconocer en su nueva Constitución — no
meramente en el tratado— el derecho de Estados Unidos a la inter­
vención. Finalmente, el artículo 136 de la Constitución dio a Estados
Unidos el derecho a intervenir en cualquier parte de Panamá para re-
establecer la paz y el orden constitucional, y por supuesto eran los
norteamericanos quienes determinaban cuándo la paz y el orden eran
amenazados. Aún creó mayores problemas el artículo tercero del tra­
312 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

tado, que otorgaba a Estados Unidos los derechos, poderes y autori­


dad de la zona, como sí éste tuviera la soberanía del territorio, estatus
al que el secretario de Estado se refirió como «soberanía titular» o
«equivalente de soberanía». Por otro lado, el artículo segundo repre­
sentaba un virtual cheque en blanco para Estados Unidos, pues daba a
Washington el derecho a perpetuidad de «ocupar y controlar cual­
quier territorio fuera de la zona del canal, que en su opinión necesita­
ran». De esta forma, entre 1908 y 1930, Estados Unidos estableció 14
bases militares «para proteger el canal», demostrando que Panamá se
había convertido en una colonia norteamericana de facto.11
Sin embargo, la principal novedad de la política exterior de Roose­
velt fueron las intervenciones más allá del hemisferio occidental,72 La
guerra contra España dio a Estados Unidos una posesión en el Pacífico
occidental —las Filipinas— , convirtiéndolo hasta cierto punto en un
poder colonial asiático. Por otro lado, desde 1899 la política de «puer­
tas abiertas» en China no sólo trataba de preservar la integridad territo­
rial y comercial china, frente al reparto del imperio entre las «esferas de
influencia» de las distintas potencias europeas y zonas comercialmente
protegidas, sino que indicaba que Estados Unidos tenía algo que decir
en China. Así lo demostró el envío de 2.500 soldados con la fuerza ex­
pedicionaria internacional que reestableció el orden en agosto de 1900,
frente a la revuelta nacionalista de los bóxers. Tras esta revuelta el se­
cretario de Estado, John Hay, reelaboró su política de «puertas abier­
tas», señalando que ésta no sólo pretendía preservar «la integridad ad­
ministrativa y territorial china», sino conseguir «un comercio imparcial
e igual» con todas las partes del imperio chino.
La política de «puertas abiertas» estaba basada en el interés econó­
mico de Estados Unidos por explotar sin restricciones el mercado chi­
no, aunque encontró simpatías entre los que se oponían al imperialis­
mo, especialmente entre aquellos que defendían ía integridad territorial
china; pero cuando a principios del siglo xx, Rusia y Japón competían
por Manchuria y Corea, se demostró que Estados Unidos no tenía me­
dios militares para defender la política de «puertas abiertas» en Chi­
na.73 Sin recursos militares suficientes, Roosevelt optó por frenar el ex­
pansionismo ruso, dejando a Japón expandirse, lo que acabó en la
guerra Ruso-Japonesa (1904-1905), cuyo final arbitró Estados Unidos,
favoreciendo a Japón en el tratado de Portsmouth (1905), en donde Ru­
sia tuvo que reconocer el predominio político y económico de Japón en
Corea — principado que se anexionaría en 1910— y ambos países es­
tuvieron de acuerdo en renunciar a Manchuria.
NUEVO IMPERIALISMO, 1890-1917 313

Por otro lado, el temor de Estados Unidos a que el joven y poten­


te imperio japonés amenazara Filipinas se zanjó con el acuerdo Taft-
Katsura (julio de 1905), por el que Japón renunció a cualquier inter­
vención en Filipinas y Estados Unidos aceptaba el control japonés de
Corea. Este acuerdo se reforzó en 1908, con el acuerdo Root-Ta-
káhira, por el que ambas partes apoyaban el statu quo, prometían res­
peto a las posesiones de los otros y respaldo a la política de «puertas
abiertas» en CMhá. Pero por debajo de esta aparente amistad, crecía
la desconfianza mutua, pues Estados Unidos veía que el expansio­
nismo japonés en el este de Asia estaba sustituyendo al expansionis­
mo ruso.
Roosevelt también intervino en el conflicto marroquí, presidien­
do la Conferencia de Algeciras, que en 1906 confirmó la indepen­
dencia de Marruecos y garantizó el acceso comercial de Estados
Unidos. Ese mismo año, Roosevelt recibió el premio Nobel de la
Paz, por las mediaciones en la guerra ruso-japonesa y en el conflicto
de M arruecos, y en 1907 envió a la flota estadounidense — ya la ter­
cera del mundo tras la británica y alemana— a dar la vuelta al mun­
do, regresando a Estados Unidos en febrero de 1909, justo a tiempo
para cerrar su presidencia.
El activismo diplomático de Roosevelt no fue mantenido por su su­
cesor, William Taft, que excepto en los asuntos chinos, redujo su acti­
vidad diplomática al hemisferio occidental. El también republicano
.William Taft, en su mandato presidencial de 1908 a 1912, siguió en el
Caribe la política intervencionista de Roosevelt, que comenzó a lla­
marse diplomacia del dólar. Esta política tuvo sus orígenes en China
en 1909, cuando Taft telegrafió personalmente al gobierno chino para
defender los intereses de los inversores norteamericanos, interesados
en un consorcio internacional que financiara las líneas de ferrocarril
chinas. En América Latina esta diplomacia funcionó de forma distinta
y con mayor éxito; consistía en animar a los banqueros nortea­
mericanos a ayudar a apuntalar las finanzas de los gobiernos caribeños
inestables e intervenir política y militarmente cuando los intereses eco­
nómicos estaban amenazados.
La primera intervención de esta «diplomacia del dólar» tuvo lugar
en Nicaragua entre 1893 y 1909, cuando el régimen liberal y naciona­
lista de José Santos Zelaya — aunque muy conservador— chocó parti­
cularmente con los intereses norteamericanos y, en general, con los in­
tereses extranjeros y conservadores de su propio país. El nacionalismo
económico moderado de Zelaya se enfrentó directamente con Estados
314 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Unidos al negarse a ceder él control de una parte d eí territorio para la


construcción del canal interoceánico; pero cuando Estados Unidos ya
estaba construyendo él canal por Panamá, Zelaya: trató de negociar con
capitalistas europeos la posibilidad de construir otro canal en Nicara­
gua. Este incidente ya supuso la ruptura de relaciones diplomáticas en­
tre 1908 y 1909, y los residentes extranjeros, aliados con los conserva­
dores, provocaron el derrocamiento del régimen liberal de Zelaya y el
establecimiento de un gobierno más conservador, con apoyo de Esta­
dos Unidos. Tres años después, aprovechando la caótica situación de
las finanzas nicaragüenses^ los infantes de Marina desembarcaron en el
país, confirmando al régimen conservador Marioneta, haciéndose con
el control de las aduanas, los ferrocarriles y el Banco Nacional Nicara­
güense, y creando una Guardia Nacional mandada por oficiales norte­
americanos.74 Casi sin interrupción, los norteamericanos administra­
ron Nicárágua durante los veinte años siguientes, como intervinieron y
administraron otras economías en el Caribe —desde 1915, Haití y des­
de 1916, la República Dominicana— , hasta la llegada a la presidencia
de Franklin Delano Roosevelt en 1932, que supuso un cambio de polí­
tica respecto a Nicaragua, el Caribe y América Latina en general

Tras una «espléndida guerrita», Estados Unidos afirmó su dominio


del Caribe en el hemisferio occidental y con la anexión de Filipinas
como <<territorio no incorporado», se convirtió en un nuevo poder co­
lonial asiático, Pero en vísperas de la primera guerra mundial,.Estados
Unidos aún no formaba parte del sistema de las grandes potencias.
Aunque su Marina era ya la tercera del mundo, su Ejército seguía sien­
do muy reducido ^ in sig n ifican te comparado con países como Serbia
o Bulgaria— y tras la presidencia de Theodore Roosevelt, la diploma­
cia norteamericana se aisló en el hemisferio occidental y quedó cada
vez más alejada dé las zonas conflictivas internacionales, que a partir
de 1906 fueron los'Balcanes ó el mar del Norte, zonas en las que no te­
nía intereses concretos que defender.75
El Cótníenzo del «nueVó imperialismo» no consiguió unificar y re­
conciliar totalmente a un país fraccionado por la guerra civil y la crisis
de la década de 1S90. Momentáneamente, ahogó la protesta política y
el conflicto social; a la larga reconcilió a los blancos del norte y del
sur, pero a costa de los ciudadanos negros, y planteó un nuevo objeti­
vo nacional, la expansión económica extracontinental, que a diferencia
de la expansión continental no parecía tener beneficios inmediatos
para la ascensión social dé la mayoría, pues beneficiaba a los grandes
M apa 12: La expansión norteamericana por el Caribe en las primeras
décadas del siglo xx.
F u e n t e : G. B. Tindall y D. E. m , America, W. W. Norton and Co„
' Nueva York* 1993.
316 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

negocios y no a la clase media. Pero, sin duda, esta nueva «grandeza»


de la nación fue un elemento más del nuevo consenso, que entre 1900
y 1916 fueron construyéndolos presidentes progresistas, para tratar de
conciliar capitalismo corporativo con los ideales políticos de la repú­
blica americana.
Capítulo 8
MONOPOLIOS y REPÚBLICA.
E L PROGRESISMO, 1900-1920

El im p u l s o r e f o r m is t a

Tras el paréntesis de la guerra contra España y una vez saldada con


éxito la primera experiencia imperial de Estados Unidos, la demanda
de reforma política y la denuncia de corrupción asociada a las grandes
compañías dejó de ser un asunto exclusivo de los populistas o las nue­
vas élites industrialistas. El descontento con los desajustes que había
provocado la industrialización acelerada afectó a todos ios sectores so­
ciales y tomó un carácter nacional, gracias al protagonismo de la Clase
media urbana, que fue la que sostuvo y lideró este movimiento d e re­
forma, llamado progresismo.
La clase media urbana instruida, de origen anglosajón, protestante,
que vivía en las grandes ciudades del este y medio oeste, denunciaba el
peligro de las grandes corporaciones para la democracia norteamerica­
na, la corrupción política y el déficit de servicios en las ciudades. Pero
sil denuncia no suponía el rechazo a la industrialización y el desarrollo
del capitalismo, sino la necesidad de que el gobierno federal intervi­
niera para regular la actividad económica y aliviar las peores conse­
cuencias sociales del desarrollo económico acelerado.1
Su impulso de reforma estaba guiado por la convicción moral del
evangelismo protestante y el optimismo de poder aplicar la racionali­
dad científica a los problemas de la sociedad mediante las nuevas cien­
cias sociales, como la economía, la sociología y la psicología. Por eso
el activismo reformista era mayor entre los profesionales y las muje­
res. La importancia de los profesionales iba asociada al crecimiento
del profesorado universitario y de la burocracia del Estado. En cuanto
318 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

a la participación destacada de las mujeres, provenía del evangelismo


y sobre todo de su experiencia de seguir excluidas de la política,2 cuan­
do la participación en asociaciones voluntarias era cada vez más acti­
va, llegando a establecer 400 «casas de acogida» en ciudades de todo
el país — ofreciendo, a los inmigrantes y familias pobres, alojamiento,
cuidado de los niños, enseñanza del inglés y de oficios— , así como en
el movimiento antialcohólico, que les dio la experiencia organizativa
necesaria para reunifícar el movimiento sufragista a través de la Aso­
ciación Nacional de Mujeres Sufragistas (National Women Sujfrage
Association) e iniciar una lucha por el voto y la reforma de la Consti­
tución Estado tras Estado,3
La lucha por la prohibición4 de la manufactura y venta de alcohol
unió desde 1900 el impulso reformista de las mujeres con otros secto­
res de la clase media5 y trabajadores cualificados, porque estaba aso­
ciado al nativismo, al antiradicalismo y a las demandas crecientes de
controlar ía inmigración. La Asociación Nacional de Fabricantes y la
élite blanca del sur paralizaron de momento cualquier Legislación que
controlara o restringiera la inmigración; pero su posición se iba debili­
tando debido al fracaso en atraer inmigrantes al sur y, sobre todo, por
la rápida mecanización industrial.
Pero lo que extendió el progresismo a todos los sectores sociales,
convirtiéndose en un clamor popular hacia 1905-1906, fue el descu­
brimiento de la corrupción política gracias al periodismo de denuncia
practicado por los 'muckrakers, «los que escarban en la basura»,'Este,
fenómeno del periodismo realista de denuncia tenía tanto que ver
con los cambios sociales, como con los cambios en el periodismo.6
Éste debía tratar de explicar e interpretar la realidad social a los in­
migrantes que llegaban a las ciudades, e incluso ir creando otro mun­
do de contactos indirectos, que sustituyera al mundo rural que habían
dejado atrás. Fue así como periódicos y revistas redujeron sensible­
mente su precio, alcanzaron una circulación nacional y por primera
vez interesaron a los ricos con la descripción de las condiciones de
vida de los pobres. Paralelamente* el periodismo se iba convirtiendo
en una profesión respetable y m ejor pagada, atractiva para la clase
media culta.
El pionero en esta revolución fue Samuel S. McClure, que en 1893,
cuando tenía treinta y seis años, fundó e lM cúlure’s Magazine, revista
que alcanzó una tirada nacional masiva serializando la ficción y publi­
cando artículos de ciencia, tecnología, viajes e historia reciente. Otros
editores copiaron su fórmula, extendiendo esta revolución del mundo
MONOPOLIOSY REPÚBLICA. EL PROGRESISMO, 1900-1920 3 19

dé las revistas y estableciendo así el primer medio periodístico verda­


deramente nacional de entretenimiento e información.
Con la intención de explorar nuevas fórmulas, en 1902, S. S. Mc-
Cltire ordenó a su escritor estrella, Lincoln Steffens, que se embarcara
en una odisea de denuncia de la corrupción y promoción de la reforma.
El resultado fue la serie La vergüenza de las ciudades, en la que Stef­
fens encontró en Minneapolis, Chicago, Pittsburgh, Filadelfia y Nue-
vaYork la misma red de corrupción que relacionaba los intereses eco­
nómicos con 1a corrupción política. Otros periodistas siguieron el
modelo de periodismo de denuncia iniciado por Steffens, como Ray
Stannarcl Baker, que describió las condiciones de trabajo en las minas
y el ferrocarril,: y .'serie de dos años de Ida M. Tarbell, La historia de
la Standard OH Company, que fue la que más impacto causó por su
descripción de los itiétodos que John D. Rockefeller había utilizado
para acabar con sus competidores, A estas series siguieron otras que
denunciaron la corrupción en las compañías de seguros, patentes far­
macéuticas, la bolsa e incluso las corruptas influencias en el Senado de
Estados Unidos J La denuncia más espectacular tuvo lugar a fínales de
1905, cuando el escritor socialista Upton Sinclair publicó L a jungla
{The Jungle)* que al narrar las vicisitudes de un inmigrante lituano en
Chicago, describía la corrupción política del aparato demócrata de la
ciudad y el negocio que los mataderos de Chicago hacían con la carne
en mal estado. Este ultimo aspecto convirtió el libro en un best-seller,
lo que provocó lá intervención directa e inmediata del presidente The­
odore Roosevelt y fue determinante para la aprobación de una Ley Fe­
deral sobre la Inspección de la Carne.
Exceptuando casos como el del socialista Upton Sinclair, este perio­
dismo de denuncia no tenía motivos altruistas, sino económicos, pero
tuvo algunos efectos políticos inmediatos. Muchos hombres y sus apa­
ratos fueron derrotados por hombres honestos en ciudades y Estados,
como el gobernador de Wisconsin, Robert la Folíete, que se convirtió en
una figura política nacional y en modelo para otros políticos reformistas.
Así, en Wisconsin y otros Estados, se aprobaron leyes que regularon la
actividad económica en bancos, ferrocarriles y compañías de seguros.
No obstante, el efecto principal del periodismo de denuncia fue
conm ocionar a la población -—ya frustrada por la incapacidad guber­
namental para afrontar los problemas de la industrialización— con los
niveles de corrupción política alcanzados y convertir este impulso re­
formista en un sentimiento popular masivo, lo que llevó a cambios po­
líticos significativos en las ciudades y los Estados.9 La novedad de es­
320 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

tos escándalos de corrupción fue que aparecieron ante el público por


primera vez como un fenómeno nacional, como el resultado no de ac­
ciones individuales de «hombres malos», sino de un proceso de desa­
rrollo histórico concreto, consecuencia directa de la incapacidad de la
vieja política económica partidista de «distribución indiscriminada»
de resistir las demandas de las grandes compañías.10
Las medidas políticas inmediatas que se tomaron entre 1905-1908
no sólo intentaron «limpiar la política», sino que también cambiaron la
naturaleza de la participación política en Estados Unidos. El cambio
no fue radical, sino moderado. Fue un cambio político hacia la inter­
vención, la burocracia y la organización. Como las denuncias de co­
rrupción sólo buscaban limpiar la política sin aportar soluciones pro­
fundas para el descontento económico, las reformas se hicieron muy
rápidamente y el resultado fue bastante conservador. Así, lo que triun­
fó fue la intervención pública mediante Comisiones de Expertos, que
parecía efectiva y moderada, favorecía a los consumidores y sobre
todo era lo suficientemente maleable como para que una diversidad de
grupos de interés pudiera aspirar a conseguir resultados positivos. De
esta forma, un movimiento que empezó con un enorme respaldo popu­
lar acabó siendo controlado por unos pocos y triunfó sobre todo en su
aspecto más burocrático y organizativo, sin que esta evolución se de­
biera a causas conspirativas.n
Por esas fechas, el movimiento cívico y la irritación social habían
cristalizado en un movimiento político que se estableció en los dos
principales partidos y caracterizó a los presidentes que se sucedieron
de 1901 a la primera guerra mundial: Theodore Roosevelt, William H.
Taft y Woodrow Wilson. Aunque con diferencias particulares, todos
trataron de adaptar la república americana al nuevo desarrollo indus­
trial mediante la intervención del gobierno federal frente a los mono­
polios, para regular la competencia y asegurar que éstos no corrompie­
ran, ni usurparan, la acción política; pero también mediaron en las
relaciones laborales, para limar las peores consecuencias de la indus­
trialización y reconocer el trabajo organizado, y finalmente para luchar
contra la corrupción política y por la democratización.
Con estos presidentes progresistas se fueron sentando las bases de
un nuevo consenso social, que transformó el liberalismo de una repú­
blica de pequeños productores en el liberalismo corporativo adecuado
al desarrollo económico del país. Esta transformación no fue solamen­
te el triunfo de una nueva élite industrialista sobre el conjuntó-de la
sociedad, sino que fue resultado de un proceso de ajuste social que su­
MONOPOLIOS Y REPÚBLICA. EL PROGRESISMO, 1900-1920 321

puso la alianza de esta nueva élite ¿on la clase media, nuevos realine­
amientos políticos en los partidos, así como transformaciones en el Es­
tado y la Judicatura. El proceso dominó toda la «época progresista», y
esencialmente consistió en la aceptación del capitalismo corporativo y
una reforma política que tuvo como centro la transformación del papel
del Estado federal.12
A pesar de los enormes cambios que produjo este ajuste social,
pudo resolverse por medios políticos; pero esto no quiere decir que el
proceso estuviera exento de conflictos, violencia y fuerza coercitiva.
Entre otras cosas, el proceso supuso la supresión total del voto y los
derechos civiles de los ciudadanos negros de los Estados del sur con
violencia legal y extralegal, el debilitamiento del sindicalismo indus­
trial y la consiguiente pérdida de poder de negociación de los trabaja­
dores industriales, y una primera experiencia imperial con las guerras
dé Cuba y Filipinas que generó una ola de chovinismo y permitió una
presidencia fuerte.

U n NUEVO CONSENSO EN TORNO AL LIBERALISMO CORPORATIVO. EL


CAPITALISMO CORPORATIVO

La reorganización corporativa de la industria se desarrolló ini­


cialmente entre 1880 y 1896, en respuesta a la intensificación de la
competencia que había sucedido al extraordinario crecimiento econó­
mico de 1879-1893, cuando había algunas corporaciones pero el capi­
talismo corporativo no caracterizaba como un todo la economía políti­
ca. Como primer paso para favorecer la creación de un mercado de
capitales en la industria, el Tribunal Supremo equiparó las-corporacio­
nes a las personas, dándoles los mismos derechos y privilegios de la
ley contractual, contemplados en la 14.a Enmienda, lo que suponía que
nadie podía privarles de la propiedad sin una acción judicial; Al defi­
nirlas como entidades naturales, con los mismos derechos y deberes
que los ciudadanos de Estados Unidos, se debilitaron las restricciones
a la actividad corporativa y se reforzó la responsabilidad limitada de
los accionistas.
La regulación del mercado resultó más difícil, hasta el punto de que
la disputa sobre los monopolios fue el principal conflicto político en la
transición al capitalismo corporativo. La depresión de 1890 se presentó
como una crisis de superproducción y caída de precios, que tenía solu­
ciones distintas según los sectores sociales implicados. Para los peque­
322 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

ños productores y los populistas, era debida a factores exógenos, como


los monopolios o la corrupción política que alteraban la armonía del
mercado, cambiaban los flujos monetarios y ponían precios artificiales.
La solución era que el gobierno interviniese sobre los factores externos
previniendo la concentración de capital y restaurando la competencia
del mercado. Para la élite industrialista, por el contrario, la superpro­
ducción era estructural, inherente al moderno desarrollo capitalista,
pues el aumento de la competencia producía la caída de precios por el
exceso de oferta, lo que redundaba en la caída y destrucción del benefi­
cio. La solución para esta élite consistía en regular y reestructurar el
mercado, evitando el exceso de competencia, sin tener que destruir el
capitalismo, ni hacer válido el populismo o abrazar el socialismo.
De esta formadla lucha por elaborar y aplicar una Legislación que re­
gulara el mercado ocupó el centro del conflicto político entre los peque­
ños productores-y las corporaciones, hasta que, en 1911, la decisión del
Tribunal Supremo, conocida como la Rule o f Keasom,cormx\z6 a labrar
un consenso legislativo sobre la regulación del mercado, que la Admi­
nistración Wilson sedimentó en 1914, cuando se constituyó la Comisión
Federal de Comercio y se aprobó la Ley Clay ton Antimonopolios.
El punto conflictivo era si la Ley Sherman Antimónopolios de 1890
confirmaba o superaba el Derecho Consuetudinario y distinguía, como
éste, entre restricciones al comercio razonables y no razonables, para
determinar la validez o ilegalidad de los contratos, acuerdos y combi­
naciones industriales. El conflicto pasó por distintas etapas hasta 1*911.
De 1890 a 1897 se aplicó la Ley Sherman según el Derecho Consuetu­
dinario; de 1897 a 1911 se aplicó prohibiendo todas las restricciones al
comercio, tanto las razonables, como las no razonables; y a partir de
1911, el Tribunal Supremo decidió en la Rule o f Reasons restaurar la
aplicación de la Ley Sherman según el Derecho Consuetudinario, aun­
que sobre la nueva base de una economía reorganizada por parámetros
corporativos. Es decir, aunque la ley regulaba la administración corpo­
rativa del mercado, para mantenerlo dentro de los límites razonables y
proteger el interés público, sancionaba y legalizaba los monopolios y
dejaba la iniciativa de regular el mercado a los intereses privados,
mientras que el gobierno, mediante la acción ejecutiva o judicial, de­
sempeñaba un papel secundario.13
En las últimas dos etapas de este conflicto, tuvo una gran trascen­
dencia la opinión política correspondiente a los distintos presidentes
progresistas, pues mientras que Roosevelt era partidario de una aplica­
ción estatal de la Ley Sherman y de la intervención directa del gobier­
MONOPOLIOS Y REPÚBLICA. EL PROGRESISMO, 1900-1920 323

no nacional en la regulación del mercado, T afty Wilson eran partida­


rios de la regulación indirecta del gobierno. Estas dos actitudes respec­
to a la regulación dé los monopolios provocaron en 1911 la ruptura en­
tre Theodore Roosevelt y el Partido Republicano, y fueron el tema
principal 4e la confrontación en la campaña electoral de 1912 entre el
«nuevo nacionalismo»;de Roosevelt y la «nueva libertad» de Wilson.

T H E O IX M E ;ROOSEVELT Y EL «NUEVO NACIONALISMO»

Roosevelt consideraba a la gran empresa no sólo como inevitable y


el vehículo por excelencia d el moderno desarrollo económico, sino
como la característica distintiva del desarrollo económico de Estados
Unidos, país que pugnaba por asumir el papel que le correspondía en
la política internacional, dominada por la competencia comercial entre
los países industrializados. : :
La ley debía pues adaptarse a esta inevitable evolución económica
regulando los monopolios, no prohibiéndolos. La Legislación Antimo­
nopolio debía asegurar a los ciudadanos norteamericanos que su repú­
blica seguía basada en «el gobierno de la ley» y el principio de la igual­
dad de los ciudadanos ante la ley, evitando cualquier sentido de
injusticia y resentimiento social. De estas consideraciones sobre la su­
premacía de la ley para asegurar la igualdad de los ciudadanos, Roose­
velt fue evolucionando hacia un estatalismo que él llamó nuevo nacio ­
nalismo, pues en una sociedad industrial solamente el gobierno nacional
podía asegurar ia democracia política y económica al pueblo americano.
De esta forma, el «nuevo nacionalismo» reconciliaría el republicanismo
con e l progreso, adaptándolo a la sociedad industrial mediante un poder
ejecutivo y judicial que buscaran sobre todo el «bienestar social», e in­
tervinieran en la economía para asegurar la responsabilidad social de la
propiedad.

W oodrow W il s o n y l a «nueva l ib e r t a d »

Woodrow Wilson interpretó la depresión de la década de 1890 y


los cambios económicos subsiguientes a la luz délas teorías de su ami­
go el historiador Frederich J. Turner, como el resultado de la conjun­
ción del «fin de la frontera» y la industrialización. La experiencia de la
crisis económica reafirmó a Wilson sobre la importancia de la econo­
324 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

mía en los procesos históricos y sociales, por lo que la política en la era


industrial debía entender, por encima de todo, las cambiantes condi­
ciones económicas y hacer el ajuste institucional necesario.
De entre esos cambios económicos, Wilson veía la concentración
industrial como algo esencialmente beneficioso y progresista, resulta­
do de las leyes naturales de la evolución económica y el comercio. Los
desequilibrios del poder político y económico, los conflictos de clase,
el descontento social, la revuelta política, eran resultado del desfase
existente entre la transformación económica y el marco legal e institu­
cional. Por eso, la única manera de evitar la dislocación social y la tur­
bulencia política era buscar urgentemente «una nueva armonía» y una
«nueva libertad» que ajustaran las leyes a los hechos. Esta fue también
su política respecto a los monopolios.14
Wilson creía que el Estado debía intervenir en una sociedad cada
vez más compleja «para crear las condiciones que hicieran tolerable la
vida», y en concreto frente a los monopolios, para reconciliar el inte­
rés individual con el general y hacer de la ley un instrumento no de
mera justicia, sino de progreso social. Pero a diferencia de la posición
de Roosevelt., la intervención gubernamental sería indirecta. El sector
privado gestionaría el mercado, sujeto a la intervención del gobierno
si era necesario, mientras que el poder judicial actuaría como autori­
dad suprema.
La regulación gubernamental indirecta fue la filosofía que inspiró
toda la Legislación económica de Wilson: la revisión del arancel, el im­
puesto sobre la renta, la reforma bancaria, que estableció la Reserva Fe­
deral y la Legislación Antimonopolio. La vieja aspiración demócrata
de rebaja del arancel consiguió finalmente una reducción del 24-26 por
100, que fue compensada tributariamente con la aprobación de la pri­
mera Ley del Impuesto sobre la Renta — 16.a Enmienda a la Constitu­
ción— , la cual afectó principalmente a las grandes fortunas, pues gra­
vaba con el 1 por 100 los ingresos personales superiores a 20.000
dólares anuales, subiendo hasta el 6 por 100 para los ingresos superio­
res a 50.000 dólares. La Ley de la Reserva Federal de 1913 reestable-
cía un sistema bancario federal desde los tiempos de Jackson que com­
binaba control gubernamental con descentralización, ya que bajo la
dirección de la Junta de la Reserva Federal. 12 bancos regionales de la
Reserva Federal acogían en todo el territorio nacional a los bancos que
deseasen adherirse, suscribiendo el 6 por 100 de su capital en la Reser­
va Federal y depositando una parte de sus reservas allí. Este sistema
bancario tenía como objetivo regular el flujo monetario y el crédito se­
MONOPOLIOS Y REPÚBLICA. EL PROGRESISMO, 1900-1920 325

gún la actividad económica y ajustar los tipos de interés para luchar


contra la inflación y estimular la economía.
En cuanto a la Legislación Antimonopolio, la Ley Clayton de 1914
sustituyó a la Ley Sherman, con un texto mucho más extenso y detalla­
do que, a diferencia de la Ley Sherman, no consideraba a los sindicatos
«combinaciones ilegales», que limitaban el comercio. Por otro lado,
ese mismo año se constituyó la Comisión Federal de Comercio, que
atendería las quejas sobre el cumplimiento de las Leyes Antimonopo­
lio, iniciaría sus propias investigaciones y emitiría dictámenes sin ne­
cesidad de recurrir a largos trámites judiciales. Esta Legislación acabó
con la polémica sobre la legitimidad de los monopolios, apartándolos
del centro del debate político y haciendo el ajuste legal necesario para
asentar el capitalismo y el liberalismo corporativo. Esto no hubiera
sido posible sin un consenso social que tardó dos décadas en gestarse,
pero Wilson articuló el liberalismo corporativo, haciéndolo accesible a
la población y entroncándolo con la tradición liberal norteamericana.
Este intento significaba conciliar un capitalismo muy centralizado con
la diversificación social y económica de la población y una forma de
democracia política en la que un gobierno positivo no atentara contra la
supremacía de la sociedad sobre el Estado.15

R e f o r m a P o l ít ic a .
T r a n s f o r m a c i ó n d e l E sta d o f e d e r a l

Todas las demandas de reforma política, el cumplimiento de las


Leyes Antimonopolio y la realización de los programas del «nuevo
nacionalismo» o «nueva libertad» exigían una transformación del Es­
tado que pudiera conciliar una democracia con la concentración de
propiedad característica del capitalismo desarrollado. El Estado debía
responder a los problemas de Estados Unidos como sociedad indus­
trial y urbana, con agudos conflictos y divisiones de clase, donde la
tierra libre se había acabado y comenzaba a gestarse un imperio con
pretensiones de liderazgo internacional. Esta transformación —en re­
alidad, la construcción de un nuevo Estado— consistió básicamente
en evolucionar de un Estado de partidos y tribunales muy descentrali­
zado a un gobierno nacional fortalecido con una burocracia profesio­
nal y no partidista,16
El motivo de que la evolución hacia la centralización y la burocra-
tización exigiera en Estados Unidos la creación de un nuevo Estado era
326 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

debido a su anómala punto de partida, en comparación con los Esta­


dos europeos. Como hemos visto en el capítulo 1, mientras que en el
siglo x v i i i los Estados europeos habían evolucionado hacia la centra­
lización y la simplificación, y los poderes semiautónomos se subordi­
naban a un poder central — fuera monarquía o Parlamento—*en el que
residía la soberanía; la república americana se constituyó como un Es­
tado descentralizado y complejo, porque debía su origen a una guerra
de independencia contra un poder fuerte y alejado dé los ciudadanos
como la monarquía británica. De esta forma, la Constitución federal no
sólo no permitía la evolutíión institucional hacíala centralización, sino
que dejaba en la ambigüedad las cuestiones prácticas del funciona­
miento del Estado.
La soberanía era compartida entre el gobierno federal y los Esta­
dos, que mantenían su organización institucional, su Legislación y su
aparato administrativo. Las tres ramas del gobierno nacional — Ejecu­
tivo, Legislativo, Judicial— tenían jurisdicciones superpuestas, sin de­
marcación institucional ciara y con la ley como único referente sustan­
cial de dirección del Estado. Tras los intentos de centralización dé los
presidentes federalistas, la tendencia de la evolución dél Estado duran­
te el siglo xix fue la devolución del poder a lós Estados, a los que el
gobierno nacional dejó las principales tareas de gobierno, siendo los
partidos y los Tribunales los que dieron cohesión a esta dispersión de
poderes e hicieron funcionar el Estado ante la ausencia de un gobierno
nacional centralizado. Los Tribunales interpretaron Una, Constitución
ambigua, arbitraron las disputas institucionales y delimitaron la juris­
dicción de las distintas ramas de gobierno. A partir de 1830, los nue­
vos partidos de masas se hicieron cargo del gobierno nacional. Por su
papel en el funcionamiento del Estado se les llamó «partidos constitu­
yentes», pues no importaban tanto por su programa, como por la uni­
dad que impusieron al Estado, enlazando a lo largo de todo el territo­
rio nacional al gobierno federal con los gobiernos locales y regionales,
y coaligando electoralmente sectores sociales muy diversos con la pro­
mesa de una amplia distribución de bienes y poder. Este Estado de par­
tidos y Tribunales sobrevivió a la crisis de la guerra civil, reforzando
la idea de la ausencia de Estado en la cultura política norteamericana,
pero no pudo enfrentarse a las demandas de permanente concentración
gubernamental que exigía la industrialización.17
La reconstrucción del Estado norteamericano consistió en pasar de
una Administración controlada por los partidos a una burocrática; evo­
lucionar de un Estado organizado de abajo arriba a otro organizado de
MONOPOLIOS y REPÚBLICA. EL PROGRESISMO, 1900-1920 327

arriba abajo; pasar de un Estado unido por procedimientos de reparto


y distribución de cargos a otro distinto orientado en tomo al proce­
dimiento de designación dé cargos por méritos, con una burocracia
permanente y nuevos cuadros de profesionales independientes. Tras el
realineamiento de 1896, la relativa estabilidad electoral del periodo
1896-1911, con dominio republicano y mayor representación de los
intereses del norte, permitió iniciar las reformas; pero no hubo consen­
so sóbre la fisonomía y el funcionamiento del nuevo Estado. Eos tres
presidentes progresistas estaban de acuerdo en fortalecer el poder de la
presidencia, pero cada uno de ellos ensayó una nueva relación entre la
Presidencia y el Congreso.
Theodore Roosevelt tuvo la mejor oportunidad para construir un
nuevo Estado burocrático, tras la mayoría electoral conseguida en las
eleccioiies de 1904. Desde una posición de mayoría sólida del Partido
Republicano en el Congreso y con estabilidad electoral suficiente, Ro­
osevelt pudo expandir el poder de la Presidencia, con su Administra­
ción y recursos independientes, más allá de las limitaciones que unos
partidos basados en coaliciones locales y provinciales imponían al li­
derazgo nacional. Su gran obstáculo fue un Congreso republicano con
un liderazgo conservador, al que Roosevelt trató de esquivar, más que
controlar, expandiendo la Administración presidencial. El resultado
fue la división del partido -—-por la expansión del poder presidencial— ,
y elconflicto institucional entre él Congreso y la Presidencia. De esta
forma, Roosevelt alejó a Estados Unidos de un Estado d e partidos y
Tribunales, pero no consolidó un huevo orden gubernamental.
Taft creía que una estricta interpretación de la Constitución pro­
porcionaba la única guía legítima para articular las líneas de autoridad
y reestablecer el orden gubernamental, mientras se expandían las ca­
pacidades administrativas de la nación. Como autoridades institucio­
nales, separadas e iguales, cada una de las prerrogativas del Congreso,
la Judicatura y la Presidencia, iban a ser protegidas, respetadas y desa­
rrolladas «con su propia esfera». Así, la expansión administrativa se
llevaría a cabo separando los nuevos poderes burocráticos, reconci­
liándolos con el diseño constitucional original. Taft consiguió el apo­
yo de la vieja guardia republicana para su reforma, pero este apoyo le
aisló de los moderados republicanos y de los progresistas, que se unie­
ron a los demócratas frente a Taft, cuando en 1911 estos últimos con­
siguieron el control del Congreso.
La división de los republicanos proporcionó a W. Wilson en 1912
una victoria aplastante, con un sólido Congreso demócrata. Wilson optó
328 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

por colaborar con su partido para forjar una relación cooperativa entre
el Congreso y la Presidencia, y su esquema de expansión de la Admi­
nistración nacional seguía las mismas líneas de cooperación entre el
presidente y sus compañeros de partido en el Congreso. Pero con los
preparativos de la entrada de Estados Unidos en la primera guerra mun­
dial, ni Wilson ni su partido tuvieron tiempo de plasmar este esquema
burocrático mientras se organizaba la contraofensiva de la oposición y
el Congreso por el control de la reforma administrativa, cuando, en la
preparación de la intervención estadounidense en la primera guerra
mundial, el Ejecutivo tuvo que recurrir a poderes excepcionales.
Así pues, ninguno de los tres presidentes progresistas consiguió un
consenso sobre la construcción del Estado nacional bajo el liderazgo
de la Presidencia. La construcción del nuevo Estado supuso una lucha
entre la Presidencia y el Congreso por el nuevo poder burocrático, con
el resultado final de un punto muerto constitucional entre ambas insti­
tuciones. El Estado resultante era ciertamente un Estado moderniza­
do, el cual amplió la burocracia nacional con un 70 por 100 de funcio­
narios que accedieron a sus puestos por méritos propios, y que pudo
responder a las necesidades de una sociedad industrializada mejor que
el Estado anterior, aunque no era ni muy eficiente, ni racional.18
La eficacia y la racionalidad estaban constreñidas por un Estado
cuya capacidad de acción se veía paralizada por el empate constitucio­
nal entre el Congreso y la Presidencia, que había quebrado la antigua
dependencia de los partidos y Tribunales, pero que no estableció nue­
vos vínculos con ellos, de forma que siguieron existiendo, pero deja­
ron de ocupar un papel central en el aparato político. Así, si en la es­
tructura del Estado anterior los problemas de debilidad gubernamental
eran debidos a la vitalidad y límites de los partidos y Tribunales; los
problemas de debilidad gubernamental a partir de 1920 fueron debidos
a la expansión burocrática y a la debilidad de partidos y Tribunales.59

D e m o c r a t iz a c ió n

Otro de los objetivos de la lucha contra la corrupción política fue


debilitar el poder de los aparatos de los partidos y restaurar el poder del
pueblo en la democracia estadounidense. La lucha por devolver la mo­
ralidad al sistema político y democratizarlo se sustentó en ia consecu­
ción de una serie de reformas concretas, como la extensión de las Pri­
marias — en lugar de los caucuses— para elegir a los candidatos del
MONOPOLIOS Y REPÚBLICA. EL PROGRESISMO, I90G-I.920 329

'.■partido, la elección popular directa de senadores, el derecho a legislar


por iniciativa popular, el recurso al referéndum para aprobar medidas
gubernamentales, el derecho popular a la revocación de leyes o desti­
tución de funcionarios gubernamentales, el voto secreto, las Comisio­
nes gubernamentales de Expertos.
Los progresistas pensaban que con estas reformas .arrebatarían el
poder a los aparatos de los partidos y restaurarían una participación po­
lítica basada en los principios más que en los intereses, lo cual redun­
daría en una acción de gobierno más transparente y eficaz. Este movi­
miento regenerador era promovido por Sociedades Cívicas como, por
ejemplo, la Liga de Consumidores, la Federación Cívica Nacional, el
Comité de Trabajo Infantil, la Asociación de Comida No Adulterada o
la Liga Nacional Reformista de Funcionarios, que sostenían que los
partidos no eran propiedad de los aparatos, sino de sus votantes y de­
bían ser controlados por ellos; E l problema es que estas ideas sobre
participación directa de los ciudadanos en política y la crítica a los apa­
ratos de los partidos tenían dificultades para triunfar en 1a sociedad
compleja de finales del siglo xix y principios del xx, si no se asenta­
ban en algún tipo de organización.20
Éste fue el secreto del éxito de Robert M. La Follette en Wisconsin
y, en general, de los políticos que imitaron su ejemplo en política esta­
tal y municipal. La Folíete, nacido en una pequeña granja del sur de
Wisconsin, abogado y gran orador, era ya una estrella política del Es­
tado cuando en 1880 ingresó en el Partido Republicano y fue elegido
fiscal del distrito y posteriormente congresista. En la década de i 890,
se orientó hacia el reformismo, encabezando una coalición de republi­
canos de Wisconsin descontentos, formada principalmente por granje­
ros y propietarios de pequeños negocios escandinavo-americanos,
agobiados por los elevados costos del transporte ferroviario y ofendi­
dos por el desinterés de los dos grandes partidos hacia sus problemas.
En 1900, siendo ya el político más popular de Wisconsin por sus
discursos en las ferias comarcales, La Folíete ganó las elecciones a
gobernador del Estado como candidato del Partido Republicano y se
propuso regular las tarifas del ferrocarril y revisar su imposición, así
como extender las elecciones primarias para todos los cargos esta­
tales y nacionales del Estado. Fue relativamente fácil revisar el siste­
ma impositivo de W isconsin para hacer que los ferrocarriles pagaran
las mismas tarifas que los agricultores y otros negocios; pero resultó
más difícil la regulación de los ferrocarriles y el establecimiento de
Primarias,
330 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

La dificultad técnica de racionalizar las tarifas según distancias, lo­


calidades y productos requirió la formación de una Comisión de Exper­
tos, de la Universidad de Wisconsin, que en 1905 formó la Comisión de
Ferrocarriles de Wisconsin, para investigar las prácticas ferroviarias y
supervisar, revisar o anular las tarifas de ferrocarril, aunque la Comi­
sión no podía fijar las tarifas.21 Por lo que respecta a las Primarias, en
1904, aprobó una Ley de Primarias y ai año siguiente se amplió la par­
ticipación popular en el gobierno con la aprobación de la Iniciativa Po­
pular 1a cual permitía a grupos de ciudadanos proponer leyes; el Refe­
réndum, que permitía al electorado aprobar o revocar leyes propuestas
y cambios constitucionales, así como el Derecho Popular de revocar le­
yes o destituir a cargos públicos.22
Los logros de La Follette en Wisconsin marcaron la pauta á,seguir
para otros líderes y movimientos reformistas én la política estatal y
municipal en todo el país, En lowa, el gobernador republicano refor­
mista Albert Cummings centró sus reformas en teinás nacionales,
como el arancel y la Regulación Federal delFerrocarríl. En la costa
oeste, los reformistas de Gregóh trabajaron principalmente fuera de los
dos partidos, y aprobaron la Iniciativa Popular, el Referéndum y el De­
recho de Destitución. En el sur, el demócrata reformista James K. Var-
danan consiguió en 1903 ganar las elecciones a gobernador de Missis-
sippi con un discurso político que combinaba el racismo con el ataque
a los monopolios — característico del progresismo sudista— , y duran­
te su mandato se áprobó el sistema de Primarias, se abolió el trabajo
presidiario, se regularon los monopolios y se mejoraron la educación
pública y los servicios sociales para los blancos.
Tras 1905 algunos políticos reformistas, elegidos-senadores, co­
menzaron a actuar en la política nacional. En ésta volvió a destacar
Robert M. La Follette desde su célebre discurso de marzo de 1908 en
el Senado, donde denunció que la economía norteamericana estaba
controlada por menos de cien personas.23 Convertido en una figura po­
lítica nacional, en 1912, tras intentar sin éxito obtener la designación
del Partido Republicano a candidato presidencial, abandonó este parti­
do y apoyó a Wilson en las elecciones presidenciales de noviembre de
1912 como político reformista independiente.
Por entonces los políticos reformistas ya habían conseguido que la
mayoría de los Estados hubiera adoptado el voto secreto, las Primarias,
la posibilidad de que grupos de ciudadanos revocaran leyes o destitu­
yeran funcionarios, el referéndum popular y en 1913 la ratificación de
la Emienda Decimoséptima, que permitía la elección de senadores por
MONOPOLIOS Y REPÚBLICA. EL PROGRESISMO, 1900-1920 331

votación popular. A estos enormes avances en la limpieza y democra­


tización de los procesos electorales y el funcionamiento político, se
unió la ampliación del sufragio a las mujeres, bajo la presión del mo­
vimiento feminista sufragista. Sin embargo, la concesión del voto fe­
menino a nivel nacional tuvo que esperar hasta el final de la primera
guerra mundial, cuando el 4 de junio de 1919 el Senado aprobó la De­
cimonovena Enmienda, ratificada el 21 de agosto de 1920; aunque va­
rios Estados ya habían concedido el voto a las mujeres, que fue clara­
mente un logro del reformismo progresista.
Esta ampliación del electorado — que contrastaba con la permisivi­
dad con la que el progresismo toleró que los Estados del sur continuaran
y acabaran el proceso de privar del voto a sus ciudadanos negros— se
debía a que muchos reformistas creían que un electorado independiente,
no partidista ni muy radical como las mujeres, podía ayudar a rescatar la
política de los políticos y a orientarla hacia la persecución del bien co­
mún,24 Por otro lado, era difícil negar el voto al sector social que más se
había destacado en la lucha por la reforma y asistencia social del Estado,
otro de los logros políticos fundamentales del período progresista.

F e m i n i s m o , RBFófeMisMO:s o c i a l , c o n s u m o d e m asas

En las dos primeras décadas del siglo xx, el movimiento sufragista


se convirtió por primera vez en un movimiento de masas, constituido
por una coalición amplia de mujeres de clase media, sindicalistas, so­
cialistas, trabajadoras sociales, con un discurso más democrático y me­
nos nativista, que tenía como preocupación principal la asistencia del
Estado a las mujeres inmigrantes y la regulación del trabajo de muje­
res y niños.
Su trabajo de asistencia a los pobres a través de la red de «casas de
acogida» o centros benéficos situó el tema de la asistencia social del
Estado en el centro del discurso político. De este movimiento salieron
líderes feministas destacadas como Jane Adams, Florence Kelley
—presidenta de la Liga Nacional de Consumidores—■, Julia Lathrop,
la primera mujer que dirigió una Agencia Federal, y Francés Perkins,
nombrada secretaria de Trabajo por Franklin D. Roosevelt en 1933.
Gracias al protagonismo femenino, las primeras medidas de asistencia
social del Estado fueron «reformas maternales» para asegurar la crian­
za de los hijos de las mujeres trabajadoras y regular el trabajo infantil
y femenino.25
332 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Feministas del movimiento de las «casas de acogida» formaban


parte también del grupo de reformistas laborales y científicos sociales
que inspiraron el programa del Partido Progresista, liderado por Theo-
dore Roosevelt en las elecciones de 1912, y el primero que sentaba las
bases de un Estado del bienestar, consistente en una Legislación na­
cional del trabajo y la salud para mujeres y niños, la petición de jorna­
da de ocho horas y salario mínimo para todos los trabajadores, el reco­
nocimiento del derecho de éstos a formar sindicatos y un sistema de
Seguridad Social que cubriera desempleo, gastos médicos y vejez.
Este programa no sirvió para que Roosevelt ganara las elecciones de
1912, pero su campaña electoral ayudó a dar un moderno contenido
económico y social a la libertad y a redefinir el liberalismo político.26
En esta redefinición del liberalismo y la libertad jugó un papel fun­
damental e! consumo de masas. En la época progresista, la libertad
pasó de estar definida por la autonomía económica, característica del
siglo xvm y xix, a definirse en adelante por el derecho a percibir un
salario decente, que incluía no solamente la mera subsistencia, sino el
acceso a los bienes del consumo de masas, es decir, la democratización
del consumo. La libertad y autonomía, centradas antes en el lugar de
trabajo, se trasladaban al mercado, y el consumo era considerado una
escuela de libertad, «puesto que requería la elección individual de
cuestiones esenciales para la vida».27
El cambio en la definición de libertad coincidió, en efecto, con el
comienzo del consumo de masas, cuando aparecieron los grandes al­
macenes en el centro de las ciudades, las cadenas de tiendas en los ba­
rrios y la venta por correo. Esta expansión de un mercado nacional para
el consumo de masas necesitó un cambio de los valores culturales nor­
teamericanos, hasta entonces asentados en la frugalidad y la austeridad,
hacia el consumí smo, la confortabilidad y la abundancia, como caracte­
rísticas del estilo de vida estadounidense. Todos estos cambios permi­
tieron que en 1910, con la ayuda de la compra a plazos, los norteameri­
canos pudieran comprar máquinas de coser eléctricas, aspiradoras y
fonógrafos y en 1920 hubiera ya nueve millones de coches circulando
por el país.
Posteriormente, los críticos sociales verían el consumo de masas
como una utopía despolitizada, que abandonaba los viejos fundamentos
de la libertad, como la participación activa en asuntos públicos, por una
ciudadanía pasiva y la privatización de las aspiraciones. Pero en el pri­
mer tercio del siglo xx, la lucha por unos salarios más altos para poder
acceder al consumo aumentó la afiliación sindical y cambió los oh je ti-
MONOPOLIOS Y REPÚBLICA. EL PROGRESISMO, 1900-1920 3 33

yos- .de los sindicatos* pues estas demandas salariales contenían una
crítica a los monopolios por incrementar artificialmente los precios.
Al mismo tiempo, los sindicatos descubrieron que la conciencia del con­
sumidor y las protestas por el costo de la vida crecían más rápidamente
que la conciencia de clase.28 Por otro lado, la Liga Nacional de Consu­
midores, bajo el liderazgo de Florence Kelly, luchaba por la regulación
del trabajo de mujeres y niños para evitar situaciones en que el consumo
de las clases medias y altas supusiera la explotación de los trabajadores,
especialmente en forma de trabajo infantil y femenino, uniendo de este
modo a los consumidores conscientes con los asalariados.29
Así pues, el nuevo consenso en tomo al capitalismo y liberalismo
corporativo tuvo como grandes compensaciones el avance de la parti­
cipación política popular, la democracia directa y el acceso al consu­
mo de masas para una gran mayoría, y se basó en la alianza de las nue­
vas élites industrialistas con las clases medias y profesionales, junto
con ciertos sectores de trabajadores asalariados.30 La gran compañía
demostró que podía ofrecer oportunidades de empleo y promoción so­
cial a la clase media y estabilidad en el empleo, mejores salarios, pen­
siones, reparto de beneficios, facilidades recreativas y perspectivas de
ascenso en la jerarquía laboral a los trabajadores. Pero, en general, el
mundo del trabajo organizado, el radicalismo político, los inmigrantes
recientes y los ciudadanos negros del sur fueron excluidos del nuevo
consenso. Las grandes compañías facilitaron el triunfo del llamado ta­
ller abierto^, y el reálineamiento político en los dos partidos tras 1896
supuso un frente común contra el populismo agrario y el radicalismo
socialista en la izquierda, y contra el provincialismo de laissez faire en
la derecha.31

E x c l u s io n e s en el n u ev o consen so.
T r a b a jo o r g a n i z a d o y r a d ic a l i s m o p o l í t i c o

Tradicionalmente, los trabajadores norteamericanos habían busca­


do identificar sus intereses y acciones con sus leyes fundamentales e
instituciones políticas, especialmente la Declaración de Independencia,
la constitución federal y la Declaración de Derechos. Esta tendencia,
debida al protagonismo del artesanado en la revolución, se acrecentó a

* Taller abierto (open shop): como veremos seguidamente, forma eufemística


para referirse a la exclusión de los sindicatos y trabajadores sindicados en las empresas.
334 HISTORIA DE ESTADOS ÜÑIDOS

partir de las décadas de 1830-1840, cuando todos los varones blancos


accedieron al voto y a la ciudadanía, dándose la situación insólita en el
mundo occidental de que los trabajadores eran también ciudadanos.32
La identificación de los trabajadores con la república se reflejó tam­
bién en las críticas, contra el capitalismo corporativo, que organizacio­
nes como Knights t>f Labor o el Partido Populista llevaron a cabo en la
«edad dorada». Sin embargo, tanto el republicanismo de clase obrera
de los Knights como las pretensiones populistas de transformarse en un
«tercer partido radical» fracasaron, y en los conflictivos años de la
«edad dorada» la Judicatura y los poderes públicos demostraron que su
interpretación de los derechos individuales no coincidía con las leyes
fundamentales. Los sindicatos eran sistemáticamente acusados de vio­
lación de los derechos individuales de los empresarios y de conspi­
ración si utilizaban la huelga,Tos piquetes ó e l boicot; mientras, la
Judicatura utilizaba los mandamientos judiciales para prohibir estas
prácticas sindicales, justificando las palabras de decepción de George
McNeill, dirigente de los Knights en 1886: «Recientes decisiones de
los jueces sobre cuestiones de conspiración y boicot son nuevas reve­
laciones del viejo hecho de que la interpretación de la ley está en ma­
nos de los ricos de la comunidad... los intentos realizados ahora para
impedir a la clase obrera el uso del gran poder del boicot estarían en
contradicción no solamenté con los derechos individuales, sino con los
derechos constitucionales».33
La aprobación de las dos primeras Leyes Antimonopolio -—la Léy
de Comercio Interestatal de T 887 y la Ley Sherman Antimonopolios
de 1890— estimularon aún más el uso de los mandamientos judiciales,
pues aunque pensadas para evitar el monopolio del mercado por las
grandes concentraciones industriales, las Leyes Antimonopolio se uti­
lizaron contra las prácticas sindicales que pudieran entorpecer el libre
comercio, como la huelga o el boicot.
El fracaso de la defénsá de los derechos de los trabajadores como
derechos individuales, dentro de la tradición republicana, obligó a sin­
dicalistas y radicales a buscar otras estrategias. En general, el sindica­
lismo, ya fuera reformista — Federación Americana de Trabajo {Ame­
rican Federation o f Labor)— o radical —Trabajadores Industriales
del Mundo (Industrial Workers o fthe World)— , optó inicialmente por
alejarse de la política convencional; mientras que el radicalismo polí­
tico, representado por el Partido Socialista Americano, intentó añadir
a la tradición política republicana la lucha de clases.
MONOPOI IOS Y REPÚBLICA. EL PROGRESISMO, 1900-1920 335

A m e r i c a n F e d e r a t i o n o f L a b o r (AFL)

Samuel Gompers y los otros líderes de la AFL comprobaron en la


década de 1890 que en una sociedad gobernada por grupos de interés
no tenía sentido luchar por los derechos de los trabajadores como de­
rechos individuales, y desilusionados por la política, no esperaban me-
jorar la condición de los trabajadores como resultado de los cambios
políticos en la nación. Renunciando a la política y constituyéndose
como un sindicato exclusivo para trabajadores cualificados; la AFL
fue el primer sindicato norteamericano que aceptaba el capitalismo y
buscó una base legal para la acción sindical. La encontró en la Prime­
ra y Catorceava Enmiendas a la Constitución, referentes, respectiva-
mente, al derecho de cada individuo a «la reunión pacífica» y al dere­
cho a organizarse frente a cualquier intento que «privase a una persona
de sus derechos civiles, libertad individual y libertad de acción». De
esta forma, a partir del principio de la libertad de asociación de los in­
dividuos, el sindicalismo era compatible con la jurisprudencia nortea-
mericana y su objetivo no era transformar la sociedad, sino, como los
sindicalistas británicos, conseguir un sistema de relaciones laborales
autónomo.34 Lo que buscó la AFL en la primera década del siglo xx
fue, por tanto, el reconocimiento de la neutralidad del Estado en el
conflicto social, en especial en lo referente al uso indiscriminado y ar­
bitrario del mandamiento judicial.35
A partir de 1898, la AFL pugnó por conseguir una Legislación
Laboral Federal que contemplara la jom ada de ocho horas —-em pe­
zando por los empleados del gobierno federal—-; la supresión de los
obstáculos legales a la acción sindical --^ín especial, el uso indiscri­
minado de los mandamientos judiciales bajo la Ley Sherman— ; la
erradicación de la competencia del trabajo barato, mediante la restric­
ción de la inmigración, la prohibición de emplear trabajadores chinos,
así como del trabajo presidiario e infantil.36
Con esta estrategia, el sindicalismo conservador de la AFL consiguió
un aumento importante de la afiliación, llegando al millón seiscientos
mil afiliados en 1904, lo que coincidió con la aparición de nuevas orga­
nizaciones patronales, caracterizadas por su antisindicalismo y partida­
rias de la política de taller abierto (open shop) en las empresas, que obli­
garon a la A H , a dirigir su atención a la esfera política no partidista.
La estrategia de open shop comenzó en Dayton, Ohio, en 1900,
cuando 38 empresas se pusieron de acuerdo para no admitir ni a sindi­
336 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

catos ni a sindicalistas en sus empresas. En los próximos años se ex­


tendería a todas las zonas industriales de Estados Unidos, especial­
mente Chicago, Denver, Indianápolis, Pittsburgh y Detroit. Aunque no
había un liderazgo nacional, los movimientos de empresas locales
compartían una ideología basada en el americanismo, la libertad y la
independencia; una retórica que hablaba de la tiranía de los sindicatos
sobre los «inocentes trabajadores» y una crítica al exclusivismo de la
AFL. En todos los casos las tácticas de los empresarios eran similares:
lockouts, organización de los trabajadores no sindicados en Asociack>
nes Protectoras, presión sobre el resto de los empresarios para contro­
lar el mercado laboral y formación de Asociaciones Patronales Anti­
sindicales tales como la Asociación Americana Antiboicot (1902), la
Alianza Industrial de Ciudadanos (1903) y, sobre todo, la Asociación
Nacional de Fabricantes {National Association o f Manufacturers,
1902), que ya en 1904 lideraba la lucha sindical en todo el país, unien­
do a empresarios que estaban muy divididos por regiones, tamaño del
negocio, intereses y preocupaciones diversas.’7
Tanto la AFL, como la Asociación Nacional de Fabricantes (NAM)
dirigieron su atención a la esfera política, tratando de influir en la Le­
gislación del Congreso. Así, la apolítica AFL trasladó sus cuarteles de
Indianápolis a Washington D. C. en 1895, estableciendo allí un Comi­
té Legislati vo permanente que consiguió, entre otras cosas, que duran­
te tres años seguidos la Cámara de Representantes aprobara la jornada
de ocho horas para los empleados gubernamentales y una Ley contra
los Mandamientos Judiciales; aunque esta Legislación fue derrotada
en el Senado. No fue ajena a este fracaso la estrecha relación de la Pa­
tronal con el Partido Republicano desde 1902; por lo que, siguiendo el
ejemplo de los sindicatos británicos, que en 1906 consiguieron que al­
gunos sindicalistas llegaran al Parlamento, la AFL decidió entrar di­
rectamente en política en apoyo del Partido Demócrata.
En las elecciones de 1908, Gompers y la AFL apoyaron a la iz­
quierda del Partido Demócrata, lo que dio a William Jenning Bryan el
poder necesario dentro del partido para ir cambiando la imagen de un
partido demócrata, defensor de los derechos de ios Estados y del lais­
sezfaire, a un partido reformista, partidario de la intervención guber­
namental. Pero en las grandes ciudades y zonas industriales del este, el
voto de la clase obrera dio la victoria a Taft y los republicanos.38 Mien­
tras los demócratas recordaban a los electores la depresión de 1893 y
pensaban atraer a la clase obrera con objetivos estrechamente sindica­
les, los republicanos aparecieron en esas elecciones como los artífices
MONOPOLIOS Y REPÚBLICA. EL PROGRESISMO, 1900-1920 337

de la recuperación y la expansión económica, que prometían «comida


en abundancia para todos».
Finalmente, en 1910, los congresistas demócratas, entre los que
había un número creciente de sindicalistas, ganaron el control de la
Cámara de Representantes y en 1912 el demócrata Woodrow Wilson
ganó la presidencia con el apoyo formal de la AFL. La Legislación La­
boral más importante de la Administración Wilson, la Ley Clayton de
1914, garantizaba por primera vez el derecho de los sindicatos a exis­
tir y les aseguraba el juicio con jurado en los casos de desacato crimi­
nal; pero todos pensaron entonces, — incluido Wilson y la mayoría de
los congresistas— que esta ley no protegía a los trabajadores de la per­
secución bajo la Legislación Antimonopolio.
Mucha más trascendencia tuvo el nombramiento de Frank Walsh
como presidente de la Comisión de Relaciones Industriales (CIR), que
cambió la naturaleza de la comisión y el papel que ésta jugó en la po­
lítica norteamericana. Bajo su mandato, los miembros del CIR viaja­
ron por todo el país y hablaron con la gente para detallar los problemas
a los que se enfrentaba el trabajador norteamericano y buscar solucio­
nes. El informe destacaba cuatro causas principales de descontento la­
boral en Estados Unidos: la injusta distribución de la riqueza, el de­
sempleo, la desigualdad judicial para los trabajadores y la ausencia de
derecho a organizarse y negociar colectivamente.
Como posibles soluciones, la comisión propuso establecer un Im­
puesto de Herencia que no permitía a nadie heredar más de un millón
de dólares; un impuesto a los propietarios de tierras no productivas;
restricciones para las Agencias privadas de detectives; leyes y enmien­
das constitucionales que garantizaran el derecho de los trabajadores a
organizarse y a librarles del acoso de las Agencias gubernamentales y
de los empresarios. Finalmente, el informe abogaba por la «interven­
ción estatal» para mejorar la situación de la clase obrera, política que
se ejecutó en la situación de emergencia nacional que supuso la prime­
ra guerra mundial, cuando el Estado tomó la iniciativa en el cambio de
relaciones laborales, económicas y políticas. En 1916, el Partido De­
mócrata ganó las elecciones como el Partido del Pueblo. Tras la victo­
ria demócrata, en medio de los preparativos para entrar en la primera
guerra mundial, fue el gobierno federal, no los sindicatos, el que en
una situación de emergencia nacional consiguió avanzar hacia un sis­
tema de relaciones laborales moderno.39
338 H ISTO R IA L* ESTADOS UNIDOS

T r a b a ja d o r e s I n d u s t r ia l e s del M undo (IW W )

El antisocialismo de la cúpula de la AFL, su aceptación del capita­


lismo y del estahlishmeni político y su configuración como un sindi­
cato de trabajadores cualificados varones blancos, dejaba un enorme
espacio para un sindicalismo industrial, adscrito a una política socia­
lista o radical. En un período de enormes transformaciones económi­
cas, dominadas por la mecanización creciente en la industria y la auto­
matización de las tareas, los empleos para trabajadores cualificados
disminuían a favor dé los trabajos no cualificados o semicualificados,
desempeñados por mujeres40 y sobre todo por inmigrantes recientes
del sur y del este de Europa.41
Por otro lado, como ya hemos visto, los trábajadores negros eran
muy importantes en la minería del carbón del sur, y asiáticos y mexica­
nos hacían los trabajos peor pagados etl el oeste y suroeste, También
nativos o inmigrantes abundaban en el medio oeste y, sobre todo, en el
oeste, los trabajadores itinerantes, llamados bímdlestiffs o blanketstiffs,
por el pequeño altillo con sus pertenencias que cargaban sobre sus hom­
bros. Solían ser trabajadores muy jóvenes, que se trasladaban de un si­
tio a otro montando ilegalmente en los trenes, trabajando tanto en la re­
cogida de cosechas, como en la tala de árboles o las minas del noroeste.
Eran difíciles de organizar por su movilidad laboral y él aislamiento de
sus condiciones de trabajo y aunque muchos eran ciudadanos nortea­
mericanos, al no tener residencia fija, no podían registrarse para votar.
Fue precisamente en las minas del noroeste donde surgió el germen
del nuevo sindicalismo industrial a finales del siglo xix. En las minas
de oro, plata y cobre, de Colorado, Montana,Tdaho, A m ona y Neva­
da, ía búsqueda de metales preciosos pasó de ser úna actividad indivi­
dual e igualitaria a transformarse en menos de veinticinco años en el
símbolo del gran capitalismo que estaba dominando la economía nor­
teamericana, Las minas pasaron a ser explotadas por grandes compa­
ñías, en las que era el gerente y no él propietario quien se enfrentaba a
unos mineros con los que compartía hasta cierto punto un lenguaje co­
mún, cierta similitud étnica y tradiciones sindicales. Había una mayo­
ría de trabajadores nativos y entre los inmigrantes predominaban los
que provenían de Irlanda, el Reino Unido y Escahdinavia, muchos de
los cuales ya eran ciudadanos y todos eran trabajadores cualificados en
una zona donde escaseaba la mano de obra. Estas características les
permitieron integrarse con facilidad en las comunidades muy poco ins­
MONOPOLIOS Y REPÚBLICA. EL PROGRESISMO, 1900-1920 339

titucionalizadas del oeste y compartir con sus habitantes una sensación


de libertad y aislamiento que hacía la utopía igualitaria más real.
La irrupción de las grandes compañías y las innovaciones tecnoló­
gicas incrementaron la productividad, pero disminuyeron la importan­
cia de las cualificaciones profesionales y acabaron con el igualitarismo
de las comunidades del oeste. Estos cambios estimularon la organiza-
d ó n d e los mineros, que ya en 1878 formaron el Sindicato de Mineros
de Butte, el cual se integraría a partir de 1893 en la Federación de M i­
neros del Oeste (Western Federation o f Miners, WFM). En la década
siguiente -1 8 9 4 -1 9 0 4 — un conflicto social muy violentó enfrentó a la
WFM con las grandes compañías y los poderes públicos en las minas
del oeste. De esta guerra social saldrían los líderes que eñ 1905 funda­
ron en Chicago Trabajadores Industriales del Mundo (Industrial Wor­
kers o fT h e World, IWW), pues como señala Melwyn Dubosky: «La
guerra social en el oeste finalmente creó una ideología d e clase.,; que
hizo que los trabajadores evolucionaran del sindicalismo dé oficios al
sindicalismo industrial y el socialismo».42
Con esta experiencia de la guerra social en el oeste y en plena cam­
paña nacional de las Asociaciones Patronales por el «taller abierto»,
200 personas se reunieron en Chicago el 27 de junio de 1905, a fin de
constituir «un gran sindicato» para todos: Trabajadores Industriales dél
Mundo (IWW), popularmente conocidos como w w hlies. Este sindica­
to no dependía de ningún partido, pero a diferencia de la AFL, sí que
estaba comprometido con la ideología y política radical. Creía en la lu­
cha de clases, en la acción directa y en que la solución a las injusticias
sociales y económicas en Estados Unidos y en el mundo residía en la
creación de un sistema político controlado por los trabajadores, catalo­
gado como «democracia industrial». Su tarea inmediata y prioritaria
era crear sindicatos industriales, afiliados a IW W que cuando fueran
suficientemente fuertes convocarían una huelga general y paralizarían
toda la actividad económica. La condición para volver al trabajo sería
que los sindicatos pasaran a controlar el gobierno y la economía. Esta
revolución pacífica y democrática se extendería paulatinamente de un
país aotro.
Entre las personalidades que asistieron a la constitución de IWW
había anarquistas, socialistas y sindicalistas radicales. Estaban Euge­
ne V. Debs, líder del Partido Socialista Americano desde su constitu­
ción en 1901; Mary Jones, conocida popularmente como Mother Jo­
nes, que a sus setenta y cinco años había sido organizadora del United
Mine Workers y recorría el país en apoyo de los huelguistas,43 y Vin~
340 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

cent Saint John junto con Bill Haywood, líderes de la Federación de


Mineros del Oeste, nombrados consecutivamente secretarios generales
de la organización, hasta que ésta prácticamente desapareció en 1917.
Bill Haywood dejó claro en el Congreso Constitucional que «el objeti­
vo de esta organización debe ser poner a la clase obrera en posesión
del poder económico, los medios de vida, el control de la maquinaria
de producción y distribución, sin tener en cuenta a los propietarios ca­
pitalistas».44
Para conseguir este objetivo último de tomar posesión de los me­
dios de producción, la IWW pasaría por distintas etapas. Entre 1905 y
1908 su actividad sindical estaba relegada a la actividad de la WFM,
después comenzó a tener notoriedad más allá de las zonas mineras por
su novedosa campaña por la libertad de expresión en los barrios bajos
de las ciudades del oeste, donde muchos trabajadores itinerantes pasa­
ban los inviernos. Las tácticas empleadas seguían la línea de la deso­
bediencia civil ante leyes injustas, apelando a la violación de la Prime­
ra Enmienda; cuando las autoridades locales impedían hablar en
lugares públicos a los militantes de IWW, convocaban a todos sus sim­
patizantes a reunirse en la localidad donde se les impedía hablar y de­
safiando a las autoridades insistían todos en hablar e ingresar en la cár­
cel, desbordando así a las autoridades, incapaces de hacer cumplir la
normativa ante tantos oradores. :
Esta aplicación de la táctica de acción directa para la defensa de
derechos civiles se ensayó primero en Missoula, Montana. En los si­
guientes seis años, se practicó en 24 ciudades, consiguiendo claras vic­
torias y el apoyo de muchos simpatizantes. Al mismo tiempo, organi­
zaron huelgas de trabajadores inmigrantes en el este, la más destacada
de las cuales fue la del textil en Lawrence, Massachusetts, que se con­
virtió en la primera victoria laboral de los wooblies, los cuales conta­
ban entonces con el apoyo explícito del Partido Socialista Americano
y se beneficiaron de la popularidad del líder de ambas organizaciones,
Bill «Big Haywood». Éste, con su único ojo, su supuesto metro ochen­
ta de altura y su facilidad para las frases dramáticas, se había converti­
do en un personaje nacional, desde que en 1907 fue declarado inocen­
te en el juicio seguido contra varios wooblies por el asesinato del
gobernador de Idaho en 1905. Sin embargo, la estela de violencia le
persiguió desde entonces y la táctica de acción directa o sabotaje fue la
causa de la ruptura entre IWW y los socialistas en 1913, aunque para
él era una forma de «hacer retroceder, extraer y destrozar las fauces del
capitalismo.45
MONOPOLIOS Y REPÚBLICA. EL PROGRESISMO, 1900-1920 341

La llegada a la secretaría general de Bill Haywood en 1914 supuso


la consolidación del sindicato. Logró organizar de forma más eficaz a
los trabajadores inmigrantes, gracias a su sistema de «delegados de tra­
bajo», que captaban a los militantes y simpatizantes en el puesto de
trabajo y les perseguían allí donde fueran. Fue entonces cuando alcan­
zaron resonancia nacional y el aura de romanticismo que les acompa­
ñó siempre, pues aunque nunca tuvieron más de 100.000 miembros
que cotizaban, sus métodos de lucha innovadora, sn propaganda con
canciones y cómics, les hizo muy populares en diversos ámbitos y en­
tre los intelectuales, quienes los consideraban representantes genuinos
del socialismo y la revolución.
Pero fue entonces cuando estalló la prim era guerra mundial, y
aunque Bill Haywood pensaba que ésta era una catástrofe para el
mundo occidental y especialmente para la clase obrera, decidió tácti­
camente no resaltar la posición contraria a la guerra de IWW. El sin­
dicato ni siquiera tomó la postura de no cooperación con el esfuerzo
bélico de muchos grupos religiosos y miles de norteamericanos, ya
que temía la represión contra radicales y disidentes. Fue una es­
trategia inútil, pues la entrada en guerra y la aprobación de la Ley de
Espionaje en 1917 serían el instrumento principal para el desmame-
lamiento de IWW.

E l P a r t i d o S o c ia l i s t a A m e r i c a n o

Fue la conjunción en el tiempo y la unidad de acción entre IWW y


el Partido Socialista Americano de 1905 a 1913, la que llevó a hablar
de «avance del socialismo» en Estados Unidos antes de la primera
guerra m undial El Partido Socialista se había constituido en 1901 y
gran parte de su relativo éxito se debió a la personalidad de su líder,
Eugene Victor Debs y a su concepción del socialismo.46 Eugene Debs
había nacido en Terra Haute, Indiana, en 1855, cuando la ciudad era
aún una comunidad de frontera igualitaria, que el desarrollo industrial
corporativo trastocaría en los años siguientes. El ferrocarril fue la pri­
mera de las grandes empresas que transformó la fisonomía de la ciudad
y en él comenzó a trabajar Debs a los quince años, ascendiendo a fo­
gonero unos años después y militando en el sindicato de su oficio, la
Hermandad de Fogoneros de Locomotoras. Del sindicato de oficios y
la defensa del trabajador nativo norteamericano evolucionó en la déca­
da de 1890 a propugnar un sindicato ferroviario para todos, como me-
342 HÍSTORÍ A DE ESTADOS UNIDOS

dio de defensa frente a la acción combinada de las corporaciones, la ju­


dicatura y los poderes públicos.
El Sindicato Ferroviario Americano {American Railway Union,
ARU) se constituyó en 1893 en Chicago y tenía ya 150.000 miembros,
cuando en 1894 planteó la huelga contra la compañía de coches Pull­
man. Como vimos, la huelga fue un gran fracaso del nuevo sindicato
industrial, que hizo pensar a Debs que la solución estaba en una acción
que entroncara con la tradición política republicana norteamericana y
resaltara la importancia del derecho al voto y el poder de la ciudadanía.
Por eso, Eugene Debs apoyó a los populistas entre 1894 y 1896, pero la
derrota de Bryan en 1896 y las lecturas realizadas en la cárcel le orien­
taron hacia el socialismo, citando ya la huelga de Pullman lo había con­
vertido en un referente de resistencia al capitalismo corporativo.
Sin embargo, su socialismo derivaba directamente del republica­
nismo y de la democracia estadounidense, consideraba la Declaración
de Independencia como sü base ideológica ¡^interpretaba la lucha de
clases en clave norteamericana, sin dogmatismos. En cuanto al socia­
lismo, era un destino inevitable, al que se llegaría Mediante las elec­
ciones, pues las propias corporaciones estaban preparando el camino
al destruir los valores tradicionales.47 A pesar de las críticas de otros
socialistas, como Victor Berger en su mismo partido o De León del
Partido Socialista de los Trabajadores, a falta de un análisis de clase, el
Partido Socialista Americano se constituyó en 1901 con esta conexión
entre socialismo y tradición política norteamericana bajo el liderazgo
de Eugene V. Debs.
Fue el socialismo de Debs, que entroncaba con la revolución, hacía
compatible el socialismo con el individualismo norteamericano, ex­
cluía inicialmente a los ciudadanos negros y no prestaba atención a las
mujeres,48 el que le permitió conseguir entre 1902 y 1912 los mayores
avances electorales de la historia del socialismo estadounidense. En
las elecciones de 1904; trece Estados dieron a la candidatura socialista
más de 100.000 votos, en Nueva York el voto sé triplicó, en California
se cuadruplicó, en Illinois sé septuplicó, pero füe sobre todo en el oes­
te y medio oeste —-lowa, Ohio, Kansas, las Dákotas y M innesota—-
donde el incremento resultó espectacular. Incluso en ocho Estados del
sur los socialistas recibieron más de 100.000 votos.
De acuerdo con este despegue electoral, las expectativas de buenos
resultados se incrementaron ante las elecciones presidenciales de 1908.
Contribuyeron a estas expectativas la atmósfera radical y de cambio in­
minente que generáronlas acciones de IWW; el que hubiera dos perió-
MONOPOLIOS Y REPÚBLICA. EL PROGRESISMO, 1900-1920 343

dicos socialistas en circulación — The Appeal toR eason y Wilshires


M a g a z i n e con una tirada aproximada de 250.000 ejemplares, los
cuales denunciaban repetidamente las contradicciones básicas del capi­
talismo norteamericano; el éxito de la novela de Upton Sinclair La ju n ­
gla y las publicaciones de otros muckrakers como Ida larbel y Lincoln
Steffens, BI crecimiento del partido también parecía alentar esperanzas
en los resultados Méctorales de .1908, pues en esa fecha el Partido So­
cialista Americano (PSA), tenía ya 41.000 afiliados y 3.000 asociacio­
nes locales en las que abundaban los profesionales de clase media, que
dominaban los órganos del partido; m ientrasque 1/6 parte eran traba­
jadores r la mayoría cualificados.
Las buenas expectativas electorales parecían confirmarse en la cam­
paña electoral, para la que el partido alquiló un tren con tres vagones,
The Red Special, que entre finales de agosto y el 2 de noviembre trans­
portó a Dehs y a su equipo, incluida una banda de música y un vagón de
equipaje lleno de libros, por más de 300 localidades y 33 Estados. Y en
casi cada parada «un enorme entusiasmo animó a las multitudes», pero
no se tradujo en suficientes votos en las elecciones de noviembre de
1908. Sólo 18-000 votos se añadieron al resultado de los 400,000 con­
seguidos en 1904; parecía que el descontento y el deseo de cambio se
dispersó entre el Partido Demócrata, los socialistas y las distintas plata­
formas progresistas, permitiendo una holgada victoria al republicano
W. Taft en un período de clara expansión económica.49 Se tuvo que es­
perar a 1912 para que las expectativas cristalizaran en avances electo­
rales significativos. Los socialistas consiguieron 900.000 votos* el 6 por
100 del voto presidencial* ocho ciudades más eligieron alcalde socialis­
ta y otros veinte socialistas se sentaron en las Legislaturas de los Esta­
dos; lo que inducía a pensar que cuando las opciones electorales refor­
mistas fracasaran, los votantes se dirigirían al Partido Socialista.
Este avance electoral de 1912 fue importante sobre todo en el suro­
este y en el oeste. En los Estados de Kansas, Gklahoma, Texas y Ar-
kansas, en una década en la que muchos campesinos habían perdido
sus tierras y se habían convertido en arrendatarios, el rápido desarrollo
de las industrias extractivas estaba formando una clase obrera indus­
trial muitiétnica, sin defensas frente a la ofensiva empresarial. Los
campesinos empobrecidos adaptaron el republicanismo y el evangelis-
mo al socialismo, por eso el elemento singular de organización socia­
lista, inspirado en el segundo despertar religioso, tomó la forma de
campamentos socialistas, que se reunían a mitad del verano. Estas
acampadas eran tanto una ocasión para la agitación política, como una
344 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

oportunidad de ocio y esparcimiento en las que se conectaba el evan-


gelismo de las pequeñas ciudades del suroeste con el socialismo. El ta­
lante religioso les inducía a considerar que los problemas sociales no
eran meramente intelectuales y a confiar en la regeneración, en el re­
nacimiento a través del sufrimiento de la existencia humana. En el su­
roeste y en los Estados madereros y mineros del oeste —Washington,
Montana, Utah, California— la combinación de impulso religioso y so­
cialismo profético generó una amplia y popular crítica del capitalismo.
Frente a esta nueva afluencia de militantes radicales, que compartían
su militancia socialista con la pertenencia al sindicato IWW, los núcleos
socialistas tradicionales del este y medio oeste y líderes como Víctor
Berger cuestionaban el socialismo de los nuevos militantes y censuraban
su militancia en el sindicalismo industrial de IWW. Este grupo logró la
victoria sobre Debs en el Congreso de mayo de 1912, cuando el partido
decidió excluir a los militantes que practicaban el sabotaje o cualquier
otra forma de violencia conocida como acción directa.
La división del partido fue el comienzo de su decadencia, pues per­
dió 23.000 militantes entre 1912 y 1913 y otros 23.000 en 1914. El de­
clive se reflejó ya en las elecciones de mitad de mandato de 1914, en
las que Wisconsin perdió el 22 por 100 del voto socialista; Washing­
ton y California, el 25 por 100 y Michigan, Illinois y Pensilvania, el 50
por 100. Estos resultados descorazonadores no podían explicarse ex­
clusivamente por la división del Partido Socialista. La mayor parte de la
clase trabajadora norteamericana siguió votando a su partido tradicio­
nal, que se adaptó a las circunstancias presentando un programa pro­
gresista, o acaso prefirió votar al Partido Progresista, de Theodore Ro­
osevelt y simplemente, como señala Nick Salvatóre, no hubo declive o
decadencia, porque nunca existió un crecimiento socialista importan­
te. Para Salvatóre era más bien un problema cultural, pues «la mayoría
de los norteamericanos rechazaron el socialismo como no americano»
y era difícil afirmar una identidad colectiva en una cultura individua­
lista, en una sociedad conservadora respecto a sus valores fundaciona­
les y no tolerante respecto a la transgresión de éstos, como se compro­
baría en la primera guerra mundial,50

R a c is m o y s u p r e m a c ía b l a n c a e n e l p r o g r e s is m o s u d i s t a

Los ciudadanos negros del sur fueron radicalmente excluidos de


los beneficios de la política progresista y del nuevo consenso liberal-
MONOPOLIOS Y REPÚBLICA. EL PROGRESISMO, 1900-1920 345

corporativo. En las dos primeras décadas del siglo xx, se incrementó la


tendencia de la «edad dorada» a excluirlos de la política y segregados
de los lugares públicos en el sur. Las Primarias fueron una nueva res­
tricción al voto negro. Si los ciudadanos negros aprendían a leer y es­
cribir, entendían la Constitución, adquirían suficiente propiedad, re­
cordaban pagar el poli tax y guardaban el recibo, aún tenían la
zancadilla de tener que pasar por las Primarias, exponente del avance
democratizado!' del movimiento progresista, que en el sur las normas
de los partidos restringieron a sus votantes y simpatizantes blancos. El
procedimiento fue efectivo para acelerar la supresión del voto negro y
la desaparición de la representación política afroamericana. Los
130.334 votantes negros que había en el Estado de Luisiana en 1896 se
redujeron a 1.342 en el año 1904, y las 26 parroquias que tenían ma­
yoría del voto negro en 1896 la perdieron en 1900. Con las excepcio­
nes notables de Menphis, Houston y San Antonio, donde los aparatos
de los partidos dependían de lús votos negros, los Estados sudistas re­
gistraron menos votos en las elecciones presidenciales de 1940 que en
las de la década de 1880, aunque la población creció y efectivamente
se dobló el electorado por el voto femenino.51
En cuanto a la discriminación social, que las Leyes de Segregación
en el Ferrocarril habían sancionado antes de 1900 en todos los Estados
del sur y en 1896 habían recibido apoyo federal con la decisión del
Tribunal Supremo a favor de la doctrina de «iguales, pero separados»,
se extendió durante la época progresista a todos los ámbitos y a todos
los afroamericanos sin distinción de clase, estatus, educación o com­
portamiento social. Primero, a las salas de espera de las estaciones,
después a otros medios de transporte como el barco de vapor o los
tranvías, posteriormente a los hospitales, lugares públicos de diversión
y recreo, ámbitos de trabajo y finalmente a través de la segregación re­
sidencial en las ciudades.
Esta segregación residencial — que no afectó a las ciudades marí­
timas-—- siguió distintos patrones en la segunda década del siglo xx.
Én 1910, Baltimore, en Maryland, optó por las manzanas de negros o
blancos en áreas ocupadas por ambas razas; Richmond, en Virginia,
decidió que la manzana fuera blanca o negra según la mayoría de los
residentes, y Norfolk, en el mismo Estado, decidía el color de la man­
zana teniendo en cuenta tanto la mayoría de propietarios, como de re­
sidentes. En Nueva Orleans, Luisiana, una persona de cualquier raza
necesitaba obtener el consentimiento de la mayoría de los residentes
en el área antes de establecerse. La expresión ultima de la segregación
346 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

residencial fue la exclusión de residentes afroamericanos en algunas


pequeñas ciudades de Texas, Oklahoma y Alabama, y la existencia de
30 ciudades y un cierto número de asentamientos habitados exclusiva­
mente por afroamericanos.
En algunos casos, como en el ferrocarril, la segregación se aplica­
ba tras aprobar Leyes Estatales, pero la mayoría de las veces eran las
normativas locales, reglamentos internos y sobre todo las costumbres
y hábitos sociales, los que anticipaban y superaban a las leyes.32 No en
vano, el racismo y la supremacía blanca se extendieron en el sur como
justificación política de la segregación y la supresión del voto negro,
cuando la democratización del período progresista estaba permitiendo
avanzar a otras minorías como las mujeres, porque ni el liberalismo del
norte ni el radicalismo del sur tenían fuerza suficiente para contener el
racismo.53
Ya en la «edad dorada», las decisiones judiciales del Tribunal Su­
premo indicaban que los liberales del norte estaban dispuestos a sacri­
ficar al ciudadano negro en aras de la reconciliación de los blancos del
norte y el sur. La guerra contra España y el «nuevo imperialismo» con­
firmaron esta reconciliación y facilitaron la aceptación del racismo en
el norte, como una dominación civilizadora sobre pueblos inferiores,
de color, que podía servir de ejemplo para la dominación del sur. En
cuanto al radicalismo sudista, que en las décadas de 1880 y 1890 había
agrupado a votantes blancos y negros pobres en el Partido Populista,
provocó tal reacción en su contra que al final de la década de 1890 no
solamente había sido derrotado el populismo y comenzado la supre­
sión del voto negro, sino que los políticos populistas culparon a los vo­
tantes negros de su derrota y se convirtieron en los mayores defenso­
res de la negrofobia y la supremacía blanca.54
Antiguos populistas y progresistas presentaban el racismo y la su­
presión del voto negro como la única forma de evitar la corrupción po­
lítica. El caso más llamativo en esta transformación fue el de Tom
Watson, el político de Georgia que, en 1904, fue candidato populista a
la presidencia y, en 1906, llegó a la conclusión de que los principios
populistas sólo triunfarían si el «negro» era eliminado de la política,
ofreciendo el voto populista a cualquier candidato progresista que se
presentara con un programa de reformas populistas y la supresión del
voto negro.55
El progresismo sudista realizó algunas reformas importantes contra
la corrupción política de los aparatos de los partidos: reguló los ferro­
carriles y las compañías de seguros, promovió legislaciones laborales
MONOPOLIOS ^Y REPÚBLICA. EL PROGRESISMO, 1900-1920 347

humanitarias para los mineros, así como para los trabajadores indus­
triales y el trabajo infantil, y defendió los derechos de los consumido­
res. Pero el racismo era el verdadero fundamento de la política progre­
sista sudista, pues lá unidad racial se consideraba una base más sólida
para la reorganización democrática que la distinción de riqueza, oficio,
propiedad, familia o clase. Así, cuando la democracia y la afinidad se
extendían entre los blancos, más se obligaba al ciudadano negro a
«ocupar su lugar», un espacio que estaba gradualmente estrechándose
tanto en el sur como en el norte.
El racismo llegó al gobierno federal con Woodrow Wilson, el pri­
mer sudista demócrata que alcanzaba la Presidencia tras la guerra ci­
vil gracias al voto de los progresistas sudistas de su partido, entre los
que destacaba Josephus Daniels, el encargado de la campaña electoral,
Daniels, a punto de ser nombrado miembro del Gabinete de Wilson,
dejó claro que el sur nunca se sentiría seguro hasta que el norte y el
oeste adoptaran la total proscripción política y segregación social de
los negros,56
En este ambiente de negrofobia, racismo y supremacía blanca, el
odio contra los ciudadanos negros se manifestó en la forma ya tradi­
cional del linchamiento57 y en la nueva del disturbio racial. 60 ciuda­
danos negros en 1905 y 70 en 1915 sufrieron el ritual de ser captura­
dos por una multitud de blancos, torturados y ahorcados en una
atmósfera festiva, con niños y mujeres entre la multitud. En cuanto al
disturbio racial, en realidad un alboroto de muchedumbres blancas en
barrios negros, el más violento tuvo lugar en Atlanta, Georgia, donde
durante cuatro días de violencia, 11 ciudadanos negros fueron asesina­
dos, 60 heridos y muchos negocios y casas destruidos. En 1908 estalló
el primer disturbio racial en una ciudad del norte, en Springfield, Illi­
nois, la ciudad donde creció Abraham Lincoln.58
Así las cosas, por primera vez, los ciudadanos negros dieron su
propia respuesta cívico política al aumento de la violencia, el racismo
y la supresión de derechos políticos. Desde el sur, Booker T. Washing­
ton, hijo de una esclava y un blanco, que en 1881 había fundado en
Tuskegge, Alabama, una importante universidad para negros, optó por
animai* a los afroamericanos del sur a que buscasen la autonomía eco­
nómica y se preocupasen de su formación, frente a la lucha política por
la igualdad.59 Desde el norte, W. E. B, du Bois, de Massachusetts, hijo
de negros libres, doctorado en Historia en Harvard y profesor de la
Universidad de Atlanta, insistía en concentrarse en la educación supe­
rior para conseguir un liderazgo político e intelectual.60 En 1906 fundó
348 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

el Movimiento Niágara, un movimiento en el que militaban tanto ne­


gros como blancos herederos del abolicionismo, y en 1909 constituyó
sobre las mismas bases sociales la Asociación Nacional para el Avan­
ce de la Gente de Color (The National Associationfor the Advancement
o f Colores People, NAACP), que antes de la primera guerra mundial
realizó una campaña legal-constitucional para reestablecer el poder de
la 14.a y 15.a Enmiendas en el sur, respaldadas en el norte por la presión
sobre la conciencia moral de los blancos nordistas.
Sin embargo, la respuesta masiva de los afroamericanos del sur
ante el racismo y la violencia blanca fue emigrar hacia el norte en bus­
ca de mejores salarios y un trato menos discriminatorio. Con ésta .es­
peranza, entre 1900 y 1910, 200.000 ciudadanos negros dejaron el sur
para asentarse principalmente en las ciudades del noreste y medio oes­
te, a los que siguieron otros 300.000 en la década sígüiénté. Fue el co­
mienzo de la emigración masiva, que a mitad del siglo xx había lleva­
do a la mayoría de los afroamericanos a abandonar el sur, haciendo de
las relaciones de raza un asunto nacional.
En el norte se encontraron con barrios bajos, trabajos mal pagados,
prejuicio y resentimiento; también les acompañó la violencia de los
blancos en forma dé linchamientos y disturbios raciales. Pero los afro­
americanos, á pesar de su color, tenían algunas ventajas con respecto a
otras minorías inmigrantes, como la lengua, la ciudadanía, la religión
protestante y la cultura afroamericana, cimentada en las tradiciones
orales, la iglesia y la música negra. Todos estos elementos les ayudarí­
an a preservar su «identidad y autonomía», indispensable para la fun­
dación futura de un duradero y efectivo peso político.
En las dos primeras décadas del siglo xx, el progresismo intentó,
desde la moderación y la reforma, salvaguardar los valores republica­
nos sin negar el desarrollo económico y la expansión exterior, así como
evitar la revolución y la extensión del radicalismo. Para conciliar el
igualitarismo .republicano con la desigualdad generada por los mono­
polios fue necesario gestar un nuevo consenso en torno al liberalismo
corporativo, que exigió regular los monopolios, reformar y modernizar
el Estado, democratizar la política y extender el consumo de masas.
De 1900 a 1920, la expansión económica permitió que la construc­
ción de esté consenso fuera en genera! un éxito, fraguando una nueva
alianza entre clases medias, nueva élite industrialista, trabajadores cua­
lificados de las industrias punta y electores nuevos como las mujeres.
Pero la fortaleza del consenso marcó la violencia de la exclusión con
respecto al trabajo organizado, el radicalismo político y los afroameri­
MONOPOLIOS Y REPUBLICA. EL PROGRESISMO, 1900-1920 349

canos en el sur. Contra el trabajo organizado se utilizó la ofensiva pa­


tronal del open shop, la interpretación de la ley, la violencia del Estado
y los ejércitos privados. Contra el relativo éxito del Partido Socialista,
bastó de momento la hegemonía cultural del individualismo norteame­
ricano, a la que se añadiría a partir de 1914 la persecución política. Y
contra los afroamericanos, el progresismo sudista justificó el racismo y
la supremacía blanca como la única forma de conseguir la democrati­
zación y la reforrtia política en el sur.
Capítulo 9
«DIPLOMACIA MISIONERA»,
GUERRA EN EUROPA E INTERVENCIONISMO
ESTATAL, 1912- 1920:

« D ip l o m a c ia m is io n e r a » e in t e r v e n c io n is m o

En las competidas elecciones presidenciales de 1912, la división de


los republicanos y el ascenso del Partido Socialista Americano permi­
tieron a los demócratas alcanzar la Presidencia y el dominio de las dos
Cámaras por primera vez tras la guerra civil.1El nuevo presidente Wb-
odrow Wilson, natural de Virginia, era un sudista unionista, que había
apoyado la reconstrucción y se convirtió en el primer presidente sudis­
ta en llegar a la Casa Blanca tras la guerra civil.
Wilson, que había sido rector de la Universidad de Princeton de
1902 a 1910 y gobernador de New Jersey desde 1910, heredó de su pa­
dre, pastor presbiteriano, el rigorismo religioso y el compromiso mo­
ral, que influyó en toda su actuación política, orientada a servir a la hu­
manidad con un sentido de destino y obligación. Esta convicción
moral impregnó también la política exterior que diseñaron Wilson y su
secretario de Estado, William Jenning Bryan, catalogada como diplo­
macia misionera.
El nuevo presidente, que compartía con muchos de sus predecesores
la ignorancia e indiferencia por los asuntos exteriores,2 se enfrentó a una
crisis tras otra en política exterior, entre ellas la más importante fue la
primera guerra mundial. En toda su actuación internacional, Wilson y
Bryan quisieron reemplazar el intervencionismo del «gran garrote» y «la
diplomacia del dólar» por el compromiso de extender la democracia y el
bienestar; política que paradójicamente provocaría más interferencias en
los asuntos internos de otros países que en ningún otro período anterior.
352 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Entre 1913 y 1914, la Administración Wilson negoció tratados de


Conciliación con 30 países, incluidas todas las grandes potencias me­
nos Alemania, por los que se comprometían a someter a arbitraje in­
ternacional todas las disputas y a observar un año de tregua antes de re­
currir a las armas. Pronto se comprobó que las buenas intenciones no
eran suficientes para resolver asuntos diplomáticos delicados, como
las relaciones con Japón, que comenzaron a enturbiarse cuando el Se­
nado de California aprobó el 9 de mayo de 1913 una ley que prohibía
a los extranjeros — incluidos los japoneses— tener propiedades en Ca­
lifornia, violando así el tratado Americano-Japonés de 1911. La ten­
sión con Japón aumentó cuando la primera guerra mundial llegó al Le­
jano Oriente y los japoneses vieron la oportunidad de extender su
control sobre China.3
Pero donde hubo más dificultades para plasmar los ideales de la «di­
plomacia misionera» fue en el Caribe y Latinoamérica. Toda Latinoa­
mérica confiaba en que los demócratas iniciarían una política de no in­
tervención en los asuntos latinoamericanos, pues desde 1898 el Partido
Demócrata y su figura más destacada, W. J. Bryan, se habían opuesto al
intervencionismo de Estados Unidos en el Caribe. El mismo presidente
Wilson, en su discurso en Mobile el 27 de octubre de 1913, prometió
«la liberación de las repúblicas del sur del control asfixiante de las con­
cesiones extranjeras»; pero Wilson no cumplió en absoluto sus prome­
sas sobre el Caribe y América Central, donde la intervención entre 1913
y 1921 fue a una escala mucho mayor que en los años previos.
La Administración Wilson heredó una política caribeña — cuyo ob­
jetivo principal era la protección del canal de Panamá— difícil de alte­
rar sin un cambio radical en la política exterior, consistente en utilizar
los recursos económicos del gobierno de Estados Unidos para liberar
Latinoamérica del control de los bancos privados. Por otro lado, W il­
son y Bryan estaban convencidos de que el bienestar del Caribe depen­
día totalmente de la supremacía norteamericana en el área y que, como
«predicadores» de la democracia, los estadounidenses debían enseñar a
mexicanos, centroamericanos y caribeños a elegir buenos líderes y a
establecer instituciones estables. De esta forma, las intervenciones
siempre se racionalizaban en términos de buena vecindad para salvar a
los países amigos de los peligros de la política exterior y resolver los
desórdenes internos. Finalmente, estas intervenciones se confiaron mu­
chas veces a personas que tenían intereses directos en la zona.4
Todas estas consideraciones estuvieron presentes en la política de
la Administración sobre Nicaragua, donde Bryan optó por mantener al
«DIPLOMACIA MISIONERA» 353

gobierno conservador de Adolfo Díaz, quien estuvo dispuesto a firmar


en 19.13 un tratado por el que Nicaragua vendía a Estados Unidos una
opción de su ruta del canal por tres millones de dólares, los cuales ser­
virían para poner en orden las finanzas nicaragüenses. El tratado in­
cluía una cláusula por la que Estados Unidos podía intervenir para
mantener el orden gubernamental, proteger la propiedad y asegurar la
independencia nicaragüense, Bryan justificaba el derecho a la inter­
vención como la única forma de preservar la influencia norteamerica­
na en el Pacífico y prevenir la guerra civil y la anarquía en Nicaragua.
La cláusula de intervención levantó las protestas del resto de América
Central y de los miembros demócratas del Comité de Relaciones Exte­
riores del Congreso, que rehusaron aprobar el tratado con dicha cláu­
sula. Tras este rechazo, la política del Departamento de Estado siguió
; siendo de intervención activa en Nicaragua, manteniendo un régimen
que la mayoría de la población no quería y que dependía del apoyo mi­
litar y económico de Estados Unidos.
Parecida fue la política norteamericana con respecto a la República
Dominicana, Este país, independizado de España tardía y efímeramen­
te, tuvo que luchar desde 1865 con los sucesivos intentos de Haití por
invadirlo, pues Haití consideraba la independencia de la República
Dominicana una secesión. Así, la República Dominicana, con una po­
blación de sólo 150.000 personas, era un país sin conciencia nacional
ni poder, donde los caudillos locales estaban en guerra constante, y ne­
cesitaba la protección de un poderoso tercer país para defenderse de
Haití. A cambio de protección, la República Dominicana ofrecía con­
cesiones económicas e incluso el arrendamiento y venta de la penínsu­
la de Samaná. Desde su independencia, los ingresos del gobierno de­
pendían de los derechos de importación y exportación y de los
préstamos extranjeros, siendo el principal prestamista el banco Wes-
tendorp and Company, de Amsterdam, que a cambio administraba las
aduanas, entregando un porcentaje fijo al gobierno y destinando el res­
to a amortizar los intereses de los préstamos. En 1892. arruinado Wes~
tendorp, transfirió sus derechos de aduanas a la Compañía para el De­
sarrollo de Santo Domingo, de Nueva York. Desde entonces, Estados
Unidos fue el país protector de la República Dominicana, cuya econo­
mía se estaba orientando cada vez más a la producción de azúcar.
Ya en 1904 Theodore Roosevelt quiso convertir la República Do­
minicana en un protectorado de Estados Unidos e intervino la admi­
nistración de las aduanas para cobrar los intereses de los préstamos. En
1907, a cambio de reducir la deuda, y que la refinanciación fuera rea­
354 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

lizada por los banqueros Kuhn, Loeb and Company, de Nueva York, el
gobierno dominicano permitió a Estados Unidos controlar de hecho to­
dos los Ministerios, En 1914, W ilson decidió intervenir militarmente
para acabar con la guerra civil; y en 1916, ante la inseguridad de que la
República Dominicana cumpliera sus obligaciones económicas inter­
nacionales, Estados Unidos oenpó definidvaffiénte el país y estableció
un gobierno militar bajo el mando dei capitán Harry S. Kiiapp.5
En cuanto a la otra parte de la isla de La Española, Haití, con una
mayoría de población constituida por antiguos esclavos negros y una
élite de mulatos, había sido el primer país independiente de América
Latina y el primero que había protagonizado una-insurrección esclavis­
ta victoriosa en 1804, A principios del siglo xx la política en la antigua
Santo Domingo estaba dominada por un estilo militarista, en el que los
golpes de Estado de las distintas facciones eran la forma de llegar al po­
der. En cuanto a la economía, Haití se había convertido en el primer
productor de azúcar del mundo, cultivaba café y algodón, mientras que
el control comercial estaba principalmente en manos dé los alemanes.
A partir de 1911, hubo cuatro años de agitación social e inestabili­
dad gubernamental — con seis presidentes— , mientrás aumentaba el
control económico de Estados Unidos, pués había compañías nortea­
mericanas extrayendo él mineral dé hierro, instalando el abastecimien­
to de agua y construyendo él ferrocarril. La ocupación militar se deci­
dió en 1915, por el altruismo equivocado de la política exterior de
Wilson, para asegurar el control estratégico dél Caribe y salvaguardar
las inversiones norteamericanas.6 Los marines desembarcaron en
Puerto Príncipe el 28 de julio de 1915 y en agosto dél mismo año la
Asamblea Nacional de Haití eligió un presidente proámericano, Sun-
dre Dartiguenave, que al mes siguiente firmó un tratado con Estádos
Unidos por el que aceptaba la supervisión financiera norteamericana,
el desarme del Ejército y él establecimiento dé una Policía nativa bajo
control estadounidense. Lá firma del tratado convirtió a Haití en un
protectorado de Estádos Unidos.7
Tras la guerra con Estados Unidos, México se había embarcado en
una guerra civil (1857-1860) y en una guerra contra los franceses
(1861), que se saldó con el fin del imperio y la ejecución de Maximi­
liano de Austria. Durante y después de estos conflictos, las relaciones
de Estados Unidos con México mejoraron, pues la élite liberal, que
apoyaba al gobierno constitucionalista de Benito Juárez, tomó como
modelo la república de Estados Unidos, al tratar de atraer a inmigran­
tes europeos de distinta nacionalidad y de dar estabilidad al país, ere-
«DIPLOMACIA MISIONERA» 355

ando una clase media de propietarios agrícolas. Aunque el gobierno de


Juárez realizó una desamortización eclesiástica para fomentar la pe­
queña y mediana propiedad agraria, los inmigrantes europeos no en­
contraron motivos especiales para dirigirse a México. Los salarios
eran muy inferiores a los europeos y no había una política agraria igua­
litaria, similar a la desarrollada por Estados Unidos tras la aprobación
de la Ley Homestead en 1862» que selló en el país vecino parte de los
conflictos internos generados por la guerra civil y atrajo, por el contra­
rio, a muchos inmigrantes europeos.
Posteriormente, el régimen dictatorial de Porfirio Díaz (1876-
1880; 1884-1900) dio al país estabilidad interna, un Estado fuerte y
eficaz y un crecimiento económico que dependía de las inversiones
extranjeras de Alemania, Francia, el Reino Unido y, cada vez más, de
Estados Unidos. Asimismo, la relación económica entre México y Nor­
teamérica se estrechaba por las com entes migratorias, pues en el últi­
mo cuarto del siglo xix unos 15.000 estadounidenses — tanto inversores
como mineros o trabajadores del ferrocarril— se habían establecido en
el norte de México y muchos mexicanos emigraban estacionalmente a
■Estados Unidos.
Pero en la crisis del porfiriato (1900-1910), que desembocaría en la
revolución mexicana, las relaciones con Estados Unidos empeoraron,
ya que Díaz, temeroso de la importancia que Norteamérica estaba co­
brando en la economía mexicana, de su intervencionismo en el Caribe
y de las continuas referencias a la anexión de México en la prensa me­
xicana, estimuló el incremento de las inversiones europeas en el país.
Esta política favoreció al Reino Unido, al que el gobierno ofreció
arrendamientos sobre tierras gubernamentales y contratos de suminis­
tro de petróleo, cancelando en cambio los que la Administración ante­
rior había otorgado a la empresa norteamericana Mexiccin Petroleum
Company .8 De esta forma, Porfirio Díaz se encontró en la situación pa­
radójica — que provocaría su caída— de que su política le enemistaba
cada vez más con las empresas norteamericanas y el gobierno de W as­
hington; pero la oposición mexicana lo consideraba un satélite de Es­
tados Unidos. No es casualidad que en 1911 el gobierno9 y los intere­
ses norteamericanos apoyaran inicialmente la revolución mexicana y a
Francisco M adero.!0
Un mes antes de que Woodrow Wilson accediera a la Presidencia
en marzo de 1913, Francisco Madero fue depuesto y asesinado por su
general en jefe, Victoriano Huerta. Wilson, siguiendo los principios de
su «diplomacia misionera», quería ayudar a México a establecer un ré­
356 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

gimen constitucional y a las masas populares a conseguir «tierra y li­


bertad», por lo que a diferencia del Reino Unido y otras potencias eu­
ropea, no reconoció el régimen del general Huerta y apoyó el constitu­
cionalismo de Venustiano Carranza. Su intervención directa en los
asuntos internos mexicanos le llevó, de noviembre de 1913 a abril de
1914, a utilizar todos ios medios — aislamiento diplomático, ayuda ar­
mada a Carranza—- para forzar la salida del poder de Huerta, a cambio
de guiar el proceso democrático mexicano; aunque Carranza no quería
la tutela de Estados Unidos, sólo su ayuda armamentística y reconoci­
miento diplomático.
En abril de 1914 tuvo lugar el incidente — marines estadouniden­
ses fueron detenidos en Tampico mientras escondían municiones—
que Wilson aprovechó para enviar a los marines a Veracruz. La inter­
vención militar directa de Estados Unidos causó malestar en México
y provocó la mediación de Argentina, Brasil y Chile, tras la cual el go­
bierno estadounidense aceptó retirar sus tropas de Veracruz, a cambio
de la dimisión de Huerta y el establecimiento de un gobierno provi­
sional. Tan pronto como los constitucionalistas llegaron al poder, se
produjo una división entré Venustiano Carranza y su general más co­
nocido, el antiguo bandido Pancho Villa, que decía representar al pue­
blo; Estados Unidos simpatizó con su postura y pasó del apoyo a Vi­
lla, a la neutralidad y posterior reconocimiento de Carranza en octubre
de 1915.11
Esta actitud oscilante del gobierno de Wilson provocó la reacción
de Villa, que en enero de 1916 asesinó a 16 ingenieros de minas nortea­
mericanos, en un intento deliberado de provocar la intervención arma­
da de Estados Unidos, desacreditar a Carranza y presentarse como el
opositor a «los gringos». A este incidente siguieron otros dos, que co­
locaron a Estados Unidos y México al borde de una guerra en 1916. En
marzo, Villa y sus partidarios quemaron la ciudad de Columbus, en
Nuevo México, y asesinaron a 15 personas. La reacción inmediata de
Wilson fue enviar a México un Ejército de 11.000 hombres, que con el
el consentimiento de Carranza persiguió a Villa sin éxito durante un
año por el corazón del territorio mexicano. En medio de la alarma que
la presencia de este Ejército provocó en México, tuvo lugar el inciden­
te de Parral, donde murieron 14 mexicanos y dos soldados norteameri­
canos y Carranza exigió la retirada de las tropas norteamericanas. Pero
mientras Carranza y Wilson trataban de llegar a un acuerdo, Villa cru­
zó otra vez la frontera y en Glen Springs, Texas, sus hombres mataron
a tres soldados y un niño. El gobernador de Texas amenazó con ocupar
«DIPLOMACIA MISIONERA» 357

todo el norte de México, mientras ambos gobiernos parecían preparar­


se para la guerra y dos incidentes más aumentaban ia tensión: el cho­
que entre soldados mexicanos y marines estadounidenses en el puerto
de Matzalán en junio de 1916, y el ataque a la fuerza expedicionaria
norteamericana en Carrizal, también en junio.12
Pero ciertamente ni Wilson ni Carranza querían un conflicto arma­
do, y llegaron a un acuerdo final por el que los mexicanos consiguieron
la promesa de la retirada inmediata de la fuerza expedicionaria, a cam­
bio de negociar las condiciones de las inversiones norteamericanas en
México y asegurar la protección de las propiedades petrolíferas británi­
cas y estadounidenses. El acuerdo se selló con la elección como presi­
dente constitucional de Venustiano Carranza, al que Estados Unidos re­
conoció en marzo de 1917, el mismo mes en que la guerra submarina
alemana provocaba la intervención norteamericana en la primera guer­
ra mundial,

D E LA NEUTRALIDAD A LA PARTICIPACIÓN
EN-LA PRIMERA GUERRA M UNDIAL

El gobierno de Wilson, preocupado por los asuntos mexicanos y


caribeños cuando en agosto de 1914 estalló la primera guerra mundial,
proclamó inmediatamente la neutralidad de Estados Unidos en el con­
flicto. Esta decisión correspondía a la lógica de la política exterior nor­
teamericana, centrada en el Pacífico y especialmente en el hemisferio
occidental, y conectaba con la mayoría de ia opinión pública, que con­
sideraba el conflicto un asunto exclusivamente europeo.
Además, en una población que aún guardaba el recuerdo reciente de
la guerra civil, el pacifismo estaba muy extendido. No sólo la izquierda
radical se oponía al conflicto, por considerarlo una guerra imperialista,
sino que había muchos políticos reformistas progresistas, tanto inde­
pendientes como miembros de los dos principales partidos, que eran pa­
cifistas y tenían amplio respaldo popular en el sur y el oeste, zonas tra­
dicionalmente sospechosas de ser cantera del militarismo y ios ejércitos
permanentes. Éste era el caso del propio secretario de Estado, William
J. Bryan, del senador por Wisconsin Robert La Follette y de algunas su­
fragistas, como Jane Adams y Carrie Chapman, que constituyeron en
1915 el Partido de Mujeres por la Paz (Women ’s Peace Party).
Por otro lado, la participación de Estados Unidos en la guerra po­
día dividir aún más a una población ya muy segmentada por las gran­
358 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

des migraciones recientes y la diversidad de países d e procedencia. De


los 92 millones de habitantes qué tenía Estados Unidos en 1910, más
de 32 eran inmigrantes de primera o segunda generación, y entre ellos,
los 8 millones de alemanes y los 4 de irlandeses simpatizaban con los
imperios centrales, mientras que muchos inmigrantes rusos y escandi­
navos habían dejado Europa para evitar el servicio militar.0 En con­
traste, la mayoría de la población estadounidense era de origen británi­
co y se sentía identificada con los aliados y las democracias liberales
francesa y británica, frente al militarismo alemán, que podría quebrar
el statu quo europeo y ya había intentado alterar la primacía de Esta­
dos Unidos en el Caribe y América Central.
La simpatía de la opinión pública con respecto a los aliados era
compartida por la mayoría de los miembros del gobierno, que trató de
ser neutral, pero en realidad tuvo mucho más en cuenta las violaciones
alemanas de los derechos de los neutrales, que las violaciones franco-
británicas. La ya intensa relación comercial que Estados Unidos man­
tenía con los aliados se incrementó desde que los británicos comenza­
ran en 1914 el bloqueo sobre Alemania; mientras que la relación
comercial con los imperios centrales se volvía insignificante. Así, las
exportaciones de armas a los aliados aumentaron de 40 millones de dó­
lares en 1914 a 1.290 millones en 1916, y el comercio total pasó de 825
millones de dólares a 3.214 millones. Para financiar estas compras, los
banqueros de Wall Street prestaron 2.000 millones de dólares a los
aliados y 27 millones a las potencias centrales» hasta que Estados Uni­
dos entró en guerra en abril de 1917.14
Ciertamente, el interés económico de Estados Unidos prefería una
victoria aliada, pero hubiera querido que ésta se consiguiera desde una
posición de neutralidad, que garantizara todas las ganancias económi­
cas de la guerra sin ningún sacrificio. A sí,lo que finalmente llevó a Es­
tados Unidos a la preparación de la guerra y después a su intervención
no fueron los motivos económicos, sino la defensa de los derechos de
los países neutrales y la violación de estos derechos por la guerra sub­
marina de Alemania. Desde el principio del conflicto, Estados Unidos
entabló una batalla perdida por conservar sus derechos como país neu­
tral. Nada más iniciada la guerra, los británicos declararon que todo el
mar del Norte y el canal de la Mancha eran «zonas militares» y corta­
ron todo el comercio directo de Estados Unidos con las potencias cen­
trales. Alemania, enfrentada a la estrangulación de su economía, res­
pondió a los aliados con las únicas armas de que disponía: las minas y
la guerra submarina limitada. El problema fue que mientras el bloqueo
<<blPLOMACIA MISIONERA» 359

aliado no costó vidas humanas, la guerra submarina supuso la muerte


de 209 norteamericanos.
Wilson informó al gobierno alemán el 10 de febrero de 1915 de que
«Estados Unidos se veía obligado a pedir cuentas al gobierno imperial
por los daños en las propiedades y la pérdida de vidas humanas», y em­
prendería el camino que llevaba necesariamente a la guerra, a no ser
que Alemania diera marcha atrás. Cuando en mayo de 1915, los ale­
manes hundieron el barco semibélico Lusitania, en e lq u e murieron
128 norteamericanos, una opinión pública conmocionada aumentó su
hostilidad hacia Alemania. Theodore Roosevelt pidió entonces la in­
tervención en la guerra y Wilsón envió el 9 de junio de 1915 una espe­
cie de ultimátum a Alemania, lo que provocó la dimisión de su secre­
tario de Estado, William J. Bryan.!5
Tras el hundimiento del Lusitania, Wilson procuró tanto buscar la
paz como iniciar la preparación para una eventual participación en la
guerra. Así, mientras en febrero de 1916 intentó sin éxito que ambos
bandos alcanzaran un acuerdo de paz, inició también un programa de
preparación militar. La Ley de Defensa Nacional, de junio de 1916,
aumentó el Ejército regular a 175.000 hombres, la Guardia Nacional a
400.000 y estableció un cuerpo de oficiales de reserva. La Ley de
Construcción Naval, de agosto de 1916, autorizó un presupuesto de
más de 500 millones de dólares para un programa de construcción de
tres años. La Ley de la Junta de Embarque destinó otros 50 millones de
dólares a la compra o construcción de barcos mercantes. Paralelamen­
te, se aprobó un impuesto sobre la riqueza que financiaría parte de es­
tos gastos.
Todas estas leyes eran también parte de la preparación para la
campaña electoral de las elecciones presidenciales de noviembre de
1916, en las que los demócratas no querían aparecer como ajenos a la
defensa nacional, ante un Partido Republicano partidario de entrar en
guerra. Frente a los republicanos, W ilson y el Partido Demócrata se
presentaron con un programa de Legislación social, neutralidad y ra­
zonable preparación para la guerra. Pero el eslogan «¿Quién nos ha
mantenido fuera de la guerra?» junto con la promesa de paz y neu­
tralidad fueron el eje de la campaña de W ilson, lo que le permitió la
reelección con el apoyo de los votos progresistas y de muchos socia­
listas.
En enero de 1917, mientras Wilson seguía buscando la paz y pro­
nunciaba ante el Senado su famoso discurso Paz sin Victoria, Alema­
nia tomó la decisión de declarar la guerra submarina ilimitada, aun a
360 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

riesgo de provocar la entrada de Estados Unidos en el conflicto. Eso


fue lo que efectivamente sucedió cuando, en marzo de 1917, los sub­
marinos alemanes torpedearon cinco buques mercantes estadouni­
denses y, en respuesta, el Congreso aprobó la Declaración de Guerra
el día 6 de abril de 1917. Al gobierno de Wilson quedaban tres tareas
ingentes para hacer posible la participación de Estados Unidos en el
conflicto: convencer a una opinión pública que le había votado en
1916 para que mantuviera al país fuera de la guerra, reconventir la
economía y reclutar a un Ejército de cuatro millones de hombres para
combatir en Europa.

C onvencer a l a o p in ió n p ú b l ic a

Para convencer a la opinión pública de que Estados Unidos partici­


paba en una guerra por la defensa de la democracia, el gobierno cons­
tituyó el Comité de Información Pública (Committee on Public Infor­
mation, CPI), en el que colaboraban básicamente voluntarios,
dirigidos por el periodista George Creel. La principal tarea del Comité
-~^una vez desechada la censura— fue abrumar con información sobre
la guerra a los medios de comunicación. Los temas elegidos eran siem­
pre aquellos que resaltaban la unidad nacional, la imagen del enemigo
despreciable, mientras que presentaban la guerra como una cruzada
por la paz y la libertad. Para esta tarea, el CPI reclutó a 75,000 volun­
tarios, llamados «hombres de los cuatro minutos», que difundían bre­
ves mensajes patrióticos en los cines y teatros; pero también tenían una
división de educación, que seleccionaba ensayos, poemas y cuentos de
guerra, en los que se resaltaba el heroísmo y el sacrificio.16
La propaganda patriótica unificó por primera vez la idea nacional
en Estados Unidos y la orientó en un sentido conservador. Hasta la pri­
mera guerra mundial, hubo al menos dos interpretaciones de la nación
estadounidense: la de la nación emancipadora y democrática, que veía
al Estado como el garante potencial de sus derechos y libertades, y la
tradición militarista, que había ido creciendo desde la guerra con Es­
paña y enfatizaba sobre todo la lealtad a la nación. Además, el senti­
miento nacional variaba según la zona del país que se habitara, la raza,
la clase o el país de procedencia. En este sentido, a pesar de los nati-
vistas, los inmigrantes relativamente recientes habían podido mante­
ner dos lealtades nacionales — a su país de origen y a Estados Uni­
dos— e incluso pudieron vivir aislados de la cultura dominante,
«DIPLOMACIA MISIONERA» 361

Pero con la primera guerra mundial, el Estado tomó un papel pro­


tagonista al articular el discurso nacionalista, reforzando una concep­
ción de la nación chovinista, militarista» conservadora y específica­
mente antiliberal, que fomentó un tipo de patriotismo conservador e
intolerante. Este americanismo conservador, que inauguró como sim­
bolismo la lealtad a la bandera, fue utilizado para la represión política
de los grupos disidentes y la anglo-conformidad de los inmigrantes.17
El control de los disidentes fue dirigido principalmente contra la iz­
quierda, que unía a su pacifismo las simpatías por la revolución bol­
chevique, pero en general se extendió a todos aquellos que rehuían el
reclutamiento, criticaban la intervención norteamericana en la guerra o
difundían noticias del frente que podían desmoralizar a la población,
■Este control se ejerció mediante tres leyes aprobadas por el Con­
greso: la Ley de Espionaje (junio de 1917), que fijaba una pena máxi-
‘ma de 10,000 dólares y 20 años de prisión; la Ley de Sedición (mayo
de 1918), que extendía estas penas a cualquiera que dificultara el es­
fuerzo bélico obstaculizando el reclutamiento, criticando la Constitu­
ción, la forma de gobierno, ya insultando a la bandera o los uniformes
militares, y la Ley de Comercio con el Enemigo (octubre de 1917), que
autorizaba al presidente a censurar todas las comunicaciones interna­
cionales y facultaba a ia Administración de Correos para intervenir la
prensa en lengua extranjera. Aplicando estas leyes, el gobierno detuvo
a 96 dirigentes de Industrial Workers of The World y a su secretario
general, Bill Haywood, condenado a 20 años de cárcel y 30.000 dóla­
res de multa; así como a los principales líderes del Partido Socialista
Americano, Eugene Debs y Víctor Berger, también sentenciados a 20
años de cárcel. En total, 1.500 personas fueron acusadas y 400 fueron
encarceladas por oponerse al reclutamiento. A estas leyes, se sumaron
las aprobadas por los estados que, como en Minnesota, consideraban
un crimen hablar contra el reclutamiento y en otros 9 Estados lo era
oponerse verbalmente al esfuerzo bélico, mientras que 15 Estados
aprobaron Leyes Antisindicales.18
Esta campaña de uniformidad patriótica y «caza de rojos», contó
con la colaboración de 350.000 voluntarios, agrupados en la Liga para
la Protección de América y la Liga para la Seguridad Nacional, que ca­
nalizaban las denuncias y ayudaban a perseguir a los desertores. Inclu­
so 300.000 niños, enrolados en los Boy Scouts, colaboraron con el es­
fuerzo bélico en la retaguardia, vendiendo bonos de la libertad,
cultivando huertos y patrullando la costa.
El fervor patriótico se dirigió también contra los inmigrantes re­
362 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

cientes, buscando la americanización de América, es decir, la anglo-


conformidad y la desaparición de la influencia de las otras culturas na­
cionales, Así, desde 1917 el Congreso aprobó Leyes de Inmigración
que exigían exámenes de lealtad a los principios norteamericanos y que
hicieron mucho más fáciles» en la década de 1920, las deportaciones
políticas de los radicales. Las mayores sospechaste dirigieron contra
los alemanes americanos» el segundo grupo migratorio del país, que en
1900 había hecho de Nueva York la ciudad con mayor concentración
de alemanes tras Berlín. En esta atmósfera de xenofobia, los america­
no-alemanes fueron obligados a cambiar sus apellidos y a abandonar
su lengua y tradiciones cu ltu raleslas ciudades prohibieron los libros
alemanes en las bibliotecas, se dejó de enseñar alemán en los colegios
públicos y se cambiaron los nombres de las calles que pudieran tener
resonancias alemanas.59

R e c o n v e r s ió n d e l a e c o t ío m ía

El crecimiento económico de Estados Unidos desde 1880 y la me-


jora de la eficacia y la capacidad administrativa del gobierno federal
hacían pensar qüe Estados Unidos era el país mejor preparado para ac­
tivar rápidamente sus recursos y enfrentarse al nuevo tipo de guerra to­
tal que representaba la primera guerra mundial. Pero un país que des­
de el mandato de Theodore Roosevelt había centrado su política
exterior en el aislacionismo con respecto a los asuntos europeos, no es­
taba preparado para una rápida movilización, y cuando trató de trans­
formar su economía para la guerra^ ésta sufrió enormes trastornos, que
la sumieron en el caos absoluto entre abril y diciembre de 1917. Du­
rante esos meses se puso en evidencia tanto la inadecuación militar de
Estados Unidos, como la escasa institucionalización de las relaciones
laborales y, sobre todo, las insuficiencias de la red de transportes ante
el enorme reto que supuso movilizar a 4 millones de hombres y abas­
tecer a los aliados, cubriendo a la vez necesidades económicas de reta­
guardia.
Además de pasar de un Ejército de 200.000 hombres a uno de
4.000.000 — lo que exigió la introducción del reclutamiento obligato”
rio—, había que abastecerlo. En este sentido, el Ejército seguía tratan­
do con compañías asentadas en el noreste que no podían atender a sus
demandas; no había una centralización de los suministros militares y
cada oficina tenía una idea cerca de cuanto poseían y necesitaban, por
<<blFLÓMÁGIÁ MISIONERA» 363

lo que competían entre sí por los mismos productos* a la vez que com­
petían también con la Armada, los aliados y los civiles. El resultado de
esta competencia fue un aumento de precios que — favorecido por la
escasez de mano de obra— provocó demandas por salarios más altos y
reducción de horas de trabajo, acompañadas por un aumento de las
huelgas en algunos sectores clave para la guerra, como el cobre y el
plomo.20
Pero sin duda alguna el trastorno más grave fue el derrumbe de la
red de transporte y la consi guíente congestión de mercancías en él in­
vierno de 1917. La red ferroviaria estaba en malas condiciones ya an­
tes de esta fecha, debido a un equipamiento sobreutilizado y mal man­
tenido y unas finanzas exhaustas tras décadas de especulación. En
realidad, no se podía decir que Estados Unidos tuviera una red ferro­
viaria nacional, excepto porque las líneas de ferrocarril se extendían
por todo el país. La taita de estandarización entre las distintas líneas
regionales en mecanismos esenciales como el enganche que üníá Un
vagón a otro, hacía difícil cargar un convoy qué atravesara Estados
Unidos, pues eran necesarios varios transbordos en vagones de dife­
rentes líneas y los consignatarios se quejaban de las altas tarifas ferro­
viarias* Además, algunos directivos de líneas regionales se negaban a
desviar el tráfico a otras compañías y cuando las líneas trataban finalmen­
te de unificar criterios, el fiscal general los amenazaba por violar la Ley
Antimonopolios. Con estas deficiencias, era lógico que la red ferrovia­
ria se derrumbara ante las exigencias del masivo transporte militar.
Para aumentar el caos, la fuerza expedicionaria embarcó desde
puertos del noreste, donde líneas antiguas de una sola compañía regio­
nal tuvieron que transportar tropas, pasajeros civiles y mercancías. La
escasez de barcos agravó el problema, ya que los submarinos alemanes
destruían los mercantes con más rapidez de la que los astilleros los
construían, los barcos costeros tuvieron que utilizarse para el servicio
transatlántico y su carga fue transportada por ferrocarril. De esta for­
ma, se provocó una congestión del tráfico én el este y el medió oeste;
las municiones no podían transportarse, había escasez de carbón al este
del Mississippi, y se tenía que abastecer a los aliados y a la fuerza ex­
pedicionaria, al tiempo que escaseaban las materias primas y los ali­
mentos para la población civil en el primer invierno de guerra.21
El conflicto mundial estaba revelando las debilidades del sistema
industrial, y en estas circunstancias el gobierno intervino para resolver
los problemas económicos más graves, controlando y dirigiendo de
hecho la economía norteamericana entre diciembre de 1917 y noviem­
364 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

bre de 1918. Fue el momento en que los progresistas pudieron aplicar


el programa de reforma social e intervención económica que no habí­
an podido realizar en tiempos de paz y que constituiría una primera ex­
periencia de intervención económica del Estado, utilizada después en
el New Deal. El control se hizo con la colaboración de la empresa pri­
vada, de la que saldrían los famosos a dallar a year men, los ejecuti­
vos que dirigieron la intervención económica.22
En agosto de 1917, la Ley de Control de la Comida y el Combusti­
ble, autorizó al presidente a regular la producción, distribución y pre­
cio de la comida y a controlar cada producto, incluido el fuel, que se
utilizaba en la producción de alimentos. La administración de alimen­
tos, bajo la dirección de Herbert Hoover fijó el precio del trigo, cons­
tituyó una Agencia para comprar y vender granos, organizó el abasto y
la compra de alimentos y trató de convencer a la población de que re­
dujera el consumo, animándoles a comer «los lunes sin trigo, los mar­
tes sin carne y los jueves sin tocino». La gestión de Hoover fue muy
efectiva y Estados Unidos logró exportar en 1918 el triple de la canti­
dad normal de cereales, carne y azúcar. En cuanto a la administración
de combustible, bajo la dirección de Harry A. Garfield, se introdujo el
ahorro de luz en horas del día, los domingos «sin combustible», se
prohibieron los anuncios eléctricos y se cerraron las centrales eléctri­
cas no esenciales para ahorrar carbón.
La guerra produjo enormes cambios en el mundo laboral y en las
relaciones del gobierno con los sindicatos. El Servicio de Empleo de
Estados Unidos colocó a 4 millones de hombres en puestos clave para
la economía de guerra, mientras otros tantos eran movilizados. Una
Junta Nacional de Política Laboral de Guerra estandarizó los salarios y
las horas de trabajo y, por primera vez, estableció una política laboral
nacional. Pero el organismo más importante fue la Junta Laboral de
Guerra, dirigida por el ex presidente Taft y el abogado laboralista
Frank P, Walsh que, a cambio de paz social y el esfuerzo en la pro­
ducción de guerra, pactaron con el sindicalismo moderado de la AFL,
reconociendo los sindicatos en las empresas, imponiendo la jornada de
ocho horas y penalizando la explotación del trabajo femenino e infan­
til. Por otro lado, en una situación de escasez de mano de obra, se re­
dujeron las horas de trabajo, los salarios aumentaron un 20 por 100 y
la AFL ganó más de un millón de afiliados.
Ante el caos del transporte, el gobierno federal decidió en diciembre
de 1917 controlar la mayor parte de los ferrocarriles del país y así, bajo
la dirección de William G. McAdoo, la administración ferroviaria fede­
«DIPLOMACIA MISIONERA» 365

ral, a cargo de casi 300 compañías, pudo unificar los ferrocarriles en una
red coordinada, haciendo muchas de las reformas que el sector necesita­
ba y consiguiendo que un año después el sistema ferroviario trabajara
más eficazmente que en los días anteriores al control gubernamental.
Pero la clave de la estructura de la coordinación de la economía
norteamericana fue la Junta de Industrias de Guerra, compuesta por
los representantes de la mayoría de los grupos de interés económicos
y dominada por lós industrialistas. Esta agencia culminó los esfuerzos
— que habían comenzado antes de la guerra— por estrechar los lazos
entre el Ejército, el mundo de los negocios y los profesionales, dise­
ñando un sistema de movilización económica en el que la competencia
diera lugar a la cooperación. Por medio del patriotismo, la amenaza, la
coerción y, sobre todo, los incentivos, el gobierno fue interviniendo
- primero los sectores prioritarios, hasta controlar casi toda la economía
norteamericana en el verano de 1918.23
La experiencia de la guerra, en la que los ejecutivos de las empre­
sas pudieron dedicarse a mejorar la calidad industrial sin preocuparse
por la competencia o la caída de los precios, hizo surgir en algunos sec­
tores económicos la propuesta de un «nuevo capitalismo», que alejara
la incertidumbre del capitalismo del siglo xix y evolucionara hacia un
sistema más estable y eficiente con dirección científica, así como polí­
ticas laborales que favorecieran a los sindicatos no radicales y evitaran
los conflictos, incentivando la identificación de los trabajadores con
las empresas. Por otro lado, este «nuevo capitalismo» planificaría la
producción, evitando las crisis y caídas de precios; promovería la coo­
peración técnica, reduciendo los costos y estandarizando los métodos
de producción, y estabilizaría los mercados, asegurando ganancias es­
tables y aumentando la participación en los mercados extranjeros.24
También la financiación de la guerra se debió a la intervención gu­
bernamental y se resolvió en parte con una orientación progresista. El
Departamento del Tesoro utilizó dos métodos de financiación: aumen­
tar los impuestos y pedir dinero prestado. Los impuestos financiaron
1/3 de la guerra, la mayor paite a través del Impuesto Progresivo sobre
la Renta, que hizo caer el 70 por 100 de la imposición sobre las gran­
des empresas y los sectores acomodados.25 Una parte menor del tercio
impositivo se financió mediante impuestos indirectos sobre el alcohol,
el tabaco y los artículos de lujo. Pero la mayor parte de la guerra se fi­
nanció mediante créditos, de los cuales 1/3 se cubrió gracias a los bo­
nos de guerra a bajo interés, los «bonos de la libertad», mientras que el
resto de lo adeudado se dejó a las generaciones siguientes.26
3 66 HISTORIA DÉ ESTADOS UNIDOS

A pesar de los esfuerzos de activación de la economía norteameri­


cana y de la intervención del Estado, los resultados fueron mixtos. No
se consiguió lo proyectado en construcción de material de guerra y la
Fuerza Expedicionaria Americana tuvo que usar material aliado en Eu­
ropa. Al terminar la guerra, las fábricas norteamericanas sólo habían
producido 64 tanques, el m otor de aviación Liberty apenas había
entrado en producción, la artillería de campo dependía casi exclusiva­
mente de los cañones franceses de 65 mm, y más soldados estadouni­
denses llegaron a Europa en barcos ingleses qué en navios norteameri­
canos.27 Pero la ayuda de Estados Unidos fue decisiva para permitir
que los aliados fabricaran eL material bélico con dinero y materias pri­
mas norteamericanas y poder suministrar alimentos a la población ci­
vil aliada, mientras que los resultados de la intervención del Estado
fueron excelentes porque aumentaron la eficacia y racionalidad del sis­
tema productivo norteamericano.28

M o v il iz a r un E jé r c it o

Como ya hemos visto^ en junio de 1916 lá Eéy de Defensa Nacio^


nal expandió el Ejército regular de 90.000 a 175.000 hombres y permi­
tió un aumento gradual hasta 223.000 hombres, al tiempo que autori­
zaba una Guardia Nacional de 440.000 hombres. El resultado fue que
cuando Estados Unidos entró en la guerra en abril de 1917, la fuerza
combinada del Ejército regular y la Guardia Nacional era de 370.000
hombres, de los cuales en junio de 1917 se envió el primer contingen­
te de 14.500 a Francia, mandados por el general John X Pershing. Al
llegar a París, Pershing comprendió que sólo si Estados Unidos enviar
ba a Francia un millón dé hombres, los aliados podían organizar una
ofensiva con garantías de éjeito. Wilson se comprometió a hacerlo para
la primavera siguiente.
La necesidad de conseguir un número tan elevado de hombres obli­
gó a Wilson a recurrir a la solución del reclutamiento obligatorio, pero
recordando los problemas que el reclutamiento había causado durante
la gueiTa civil, lo presentó como un «servicio selectivo», «la selección
de una nación que se había presentado voluntaria en masa», organiza­
da por Juntas de Reclutamiento en las que eran los vecinos voluntarios
y no el gobierno federal quienes enviaban al Ejército. Cumpliendo la
Ley de Servicio Selectivo del IB de mayo de 1917, todos los hombres
entre veintiún y treinta y un años — más tarde entre dieciocho y cua­
« DIPLOMACIA MISION ERA» 367

renta y cinco años— debían registrarse señalando su nombre, direc­


ción, ocupación, edad y* en su caso, motivos por los que no debía ser
reclutado. A cada uno se le daba una pequeña tarjeta verde con su
nombre y un número de registro y comenzaron a ser elegidos al azar
públicamente en el Senado el 20 de julio de 1917, en un ambiente de
fiesta que acompañó también su salida a los Campamentos de Instruc­
ción y al frente.29
Los norteamericanos respondieron a esta llamada patriótica de
forma distinta. 400.000 miembros de la Guardia Nacional entraron en
el Ejército federal y otros cientos de miles corrieron a presentarse vo­
luntarios, Entre ellos, había inmigrantes de primera y segunda gene­
ración, deseosos de confirmar o adquirir la ciudadanía, y también m u­
chos estudiantes universitarios, que sintiéndose la élite de la nación
hacía ya algún tiempo que se estaban preparando para la guerra y es­
peraban que ésta homogeneizara el país y limara las diferencias de
clase.30 .... ■ ■'
La actitud de los soldados reclutados era menos entusiasta. Las
Juntas de Reclutamiento registraron 24 millones de hombres y envia­
ron 750.000 a las Fuerzas Armadas, pero entre 2,5 millones y 3,5 m i­
llones de jóvenes no se registraron y 338.000 dé los reclutados no se
presentaron para la Instrucción o desertaron después de llegar a los
campamentos de instrucción. En algunos estados, el 8 por 100 se de­
claró exento, miles se casaron rápidamente, otros mintieron sobre su
salud o se automutilaron y unos 65,000 se declararon objetares de
conciencia^1
En total el Ejército estadounidense se compuso de 4.000,000 de
hombres, de los cuales el 28 por 100 componían el ejército regular y
los voluntarios, y el 72 por 100 restante eran soldados procedentes
del reclutamiento. 2.000.000 formaron la Fuerza Expedicionaria
Americana (AEF), que cruzó el Atlántico a las órdenes del general
John J. Pershing, de los cuales 1.400.000 entraron en combate en
Francia, convirtiéndose en la fuerza m ilitar decisiva para ganar la
guerra.
A l acabar el año 1917, la situación era muy favorable para los Ejér­
citos alemanes. En octubre de 1917, el Ejército italiano se había des­
plomado en Caporetto y los aliados tuvieron que mandar tropas del
frente occidental para detener a los austríacos. En noviembre de 1917,
la victoria de la revolución bolchevique supuso el inicio de negocia­
ciones de paz entre Alemania y la Unión Soviética, que en marzo de
1918 cristalizaron en la paz de Brest-Litovsk, la cual permitió trasladar
368 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

a miles de soldados alemanes al frente occidental y hacer confiar al


Alto Mando alemán en tomar París y acabar la guerra. La gran ofensi­
va alemana comenzó en marzo de 1918 y a principios de junio habían
capturado a 100.000 prisioneros y estaban en la orilla derecha del M ar­
ine, amenazando París. En esa situación adversa, el general Pershing
distribuyó a 1.750.000 soldados, que llegaron a Francia entre marzo y
octubre de 1918, entre los Ejércitos aliados, bajo la dirección del ma­
riscal Ferdinand Foch.
Aún más decisiva fue la actuación del Ejército norteamericano en
la última fase de la ofensiva alemana, que comenzó el 15 de junio de
1918, conocida como la «segunda batalla del Mame». Allí los 275.000
soldados norteamericanos, que apoyaron a los franceses, lograron de­
tener en tres días el ataque alemán. En septiembre de 1918, Pershing
pudo formar un Ejército independiente norteamericano, que destacó en
la batalla del Marne-Argonne — en la que hubo 117.000 bajas nortea­
mericanas— , desempeñando un papel importante cuando atravesaron
la línea Hindenburg y obligaron a los alemanes a pedir la paz.
La experiencia de estos intensos meses de lucha fue enorme entre
los combatientes. Como todos los Ejércitos contendientes, tuvieron
que adaptarse a la dura experiencia de vivir en trincheras durante me­
ses, conviviendo con el gas mostaza, el barro, los cadáveres, la sucie­
dad, el frío, la falta de sueño y, por supuesto, el combate, el fuego ene­
migo, los muertos y los heridos graves. Así, aunque la gran mayoría de
la AEF luchó valerosamente y, en ocasiones, de forma temeraria, mu­
chos trataron de evitar el combate. Un promedio de cuatro o cinco sol­
dados desertaban de cada compañía32 y tmos 100.000 hombres «se per­
dieron por el área» en la batalla Marne-Argonne.33
La dura experiencia de la guerra se transformó también en nuevas
enfermedades, entre las cuales, la más destacada era la que los solda­
dos llamaban shell shock —-porque pensaron que era debido a una con­
moción cerebral provocada por las explosiones— y el Departamento
Médico del Ejército catalogaba como «neurosis o psicosis de guerra».
Los síntomas de esta enfermedad eran mirada fija y aterrorizada, tem­
blores violentos y frío, a veces sordera, enmudecí miento, ceguera o pa­
ralización. 11.000 soldados fueron diagnosticados de psieoneurosis
durante la guerra y el ejército respondió a estas necesidades asignando
una división de psiquiatras y estableciendo hospitales neurológicos
cerca de las zonas de combate. Todavía en 1940, de los 11.501 vetera­
nos hospitalizados, 9.305 eran casos psiquiátricos.34
«DIPLOMACIA MISIONERA » 369

LA TRANSFORMACIÓN SOCIAL PRODUCIDA POR LA GUERRA

También, como en todos los países contendientes, la guerra trans­


formó socialmente la retaguardia, especialmente en aquellos grupos
subalternos, como las mujeres y los ciudadanos negros, que esperaban
que su participación en el conflicto les ayudara a alcanzar la igualdad
civil. La llegada de Woodrow Wilson a la presidencia en 1912 no ofre­
cía ninguna esperanza de avanzar en la igualdad racial, pues no sólo el
presidente estaba convencido de la inferioridad racial de los afroame­
ricanos, sino que, como vimos, llevó a Washington el racismo del sur,
al incorporar a su Administración a muchos progresistas sudistas, que
con su beneplácito extendieron la segregación al gobierno federal.35
Sin embargo, el estallido de la guerra en Europa comenzó a cambiar
sus vidas, ya que aceleró la emigración negra hacia las grandes ciuda­
des del norte, como Nueva York y especialmente Chicago, en busca de
mejores salarios y un trato más igualitario. De esta forma, 330.000
afroamericanos salieron del sur, convirtiéndose por primera vez en
mano de obra industrial, en sustitución de los emigrantes europeos,
elevando así hasta medio millón la población negra del norte al acabar
la guerra.
Las perspectivas de mejora para los ciudadanos negros parecieron
ampliarse cuando el país entró en guerra en abril de 1917. Muchos es­
peraban que el conflicto relajara las barreras raciales, otros más mili­
tantes, como los afiliados a la National Association for The Advance-
ment of Colored People (NAACP), trataron de aprovechar la ocasión
para que el Congreso aprobara una Ley contra el Linchamiento y para
poner a Wilson ante la contradicción de defender la democracia en Eu­
ropa, cuando ésta no se podía ejercer en Estados Unidos. Finalmente,
los sectores más radicales no esperaban ningún cambio y consideraban
que los afroamericanos no debían intervenir en conflictos de blancos,
aunque como señalara el poeta James Weldon Johnson, ésta era una
política peligrosa, pues «los negros no se podían permitir ser conside­
rados elementos desleales de la nación».36
La opinión de gran parte de la minoría negra de apoyar el. esfuerzo
bélico para rentahilizarlo coincidió con las necesidades de moviliza­
ción total. Así, el presidente colocó a algunos ciudadanos negros de ca­
rácter conservador en puestos públicos, neutralizó a los radicales y el
CPI contó con la colaboración de 100 ciudadanos negros, que alerta­
ban a los afroamericanos sobre la eventual vuelta a la esclavitud si ga-
370 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

naban los alemanes. Por persuasión, patriotismo u oportunidad, millo­


nes de ciudadanos negros apoyaron el esfuerzo bélico de distinta for­
ma. Pastores negros y universidades negras animaron a enrolarse en el
servicio militar, la minoría negra compró millones de dólares en «bo­
nos de la libertad», organizaron desfiles patrióticos y miles de trabaja­
dores encontraron empleó en las industrias de guerra. Sin embargo,
este esfuerzo patriótico n o fu e compensado con la igualdad racial du­
rante el conflicto y tampoco después.
Los que emigraban a las ciudades comprobaban que la violencia
racial les perseguía; en los Campamentos de Instrucción37 y en el cam­
po de batalla la discriminación y la segregación les acompañó. La
Aviación y los marines los excluyeron de sus armas; l a Marina y ef
Ejército les confinó a los puestos de servicio.38 Los pocos que sirvie­
ron en el frente recibieron peor equipamiento y un entrenamiento me­
nos intensivo, entraron en combate corno soldados de segunda, en ba­
tallones y compañías segregadas, y obtuvieron escasos éxitos
militares, lo que ensombreció el enorme esfuerzo que realizaron.
La discriminación se extendió también al cuerpo de oficiales. Solo-
había un oficial de alto rango y se le retiró como inválido en cuanto se
descubrió que tenía la tensión alta. Tras las protestas de la NAACP, eb
Departamento de Guerra estuvo de acuerdo en organizar un campo de
instrucción especial para oficiales negros en Fort Des Moines, lowa,
donde se formaron 1.100 oficiales,39 a los que resultó difícil que los
blancos obedecieran y recibir las formalidades de la cortesía militar.40
Los ciudadanos negros sacaron algunas cosas positivas del conflic­
to, como impulsar su emigración al norte, o experimentar en Europa
una sociedad sin discriminación, que les permitió quedarse en el viejo
continente e incluso ir a sus universidades. También adquirieron cono­
cimientos militares que utilizarían en los disturbios posbélicos; pero en'
general la mayoría pensó qué había luchado en la guerra en vano y mu­
chos se sintieron tan desilusionados con su país que en la década de
1920 siguieron masivamente a Marcus Garvey en su idea de crear una
república negra en Africa.
Cuando llegó la guerra, las mujeres estaban mucho más organizadas
que la minoría negra. Desdé finales del siglo xix, las sufragistas te­
nían organizaciones locales y estatales — imitando los aparatos de los
partidos políticos— , gracias a las cuales habían conseguido el derecho
a voto en 11 Estados antes de 1917. Por otra parte, constituían un sec­
tor fundamental en el reformismo progresista, destacado por su preocu­
pación social y la lucha antialcohólica. Su argumento político con res-
«DIPLOMACIA MISIONERA» 371

pécto a la guerra era similar al de la minoría negra, pues hicieron ver al


gobierno de Wilson la contradicción de negarles el derecho al autogo­
bierno, cuando estaban luchando por el autogobierno de otros pueblos.
La lucha concreta de las mujeres se organizó en torno a dos orga­
nizaciones y estrategias: la Asociación Nacional Americana para el
Sufragio de la Mujer (National American Women Suffrage Associa-
tiori) —que consideraba que el gobierno debía conceder el voto a la
mujer en recompensa a su servicio patriótico— , y eí Partido Nacional
de las Mujeres (National W omen’s Party), que utilizó una estrategia
más radical de acción directa, estableciendo piquetes fuera de la Casa
Blanca durante año y medio que tachaban al presidente de «káiser W il­
son». En enero de 1918, un año después de que comenzaran los piqué-
tes» el Congreso aprobó la Enmienda Decimonovena a la Constitución,
que concedía el voto femenino. El presidente Wilson señaló que no ha­
bía hecho partícipes a las mujeres de la guerra como unas compañeras
de «privilegios y derechos»; sino de «sacrificio y sufrimiento».41 Así,
aunque la Enmienda Decimonovena no fue ratificada por todos los Es­
tados hasta 1920, la guerra influyó claramente en su aprobación, como
también avanzó la igualdad femenina en otros aspectos, pues aunque
muchos de los logros fueron temporales, el conflicto les permitió sa­
b orearla independencia y fue la ocasión de plantear campañas nacio­
nales con relativo éxito, como la lucha por la prohibición alcohólica.

E l FINAL DE LA GUERRA: VUELTA AL AISLACIONISMO,


MOVIMIENTO HUELGUÍSTICO Y DISTURBIOS RACIALES

Cuando acabó la guerra, Wilson quiso participar directamente en el


diseño de la paz, representando informalmente las ideas de los libera­
les intemacionalistas, quienes desde 1914 comenzaron a hablar sobre
la forma de evitar futuras guerras. Creían que la vieja diplomacia, ba­
sada en la rivalidad del equilibrio de poderes, grandes Ejércitos y Ar­
madas, había hecho las guerras inevitables, y en su lugar apostaban pol­
la concertación de poderes democráticos y la intemacíonalización de
todos los estrechos y canales marítimos. Respecto al final de la guerra,
confiaban en conseguir una paz sin anexiones ni indemnizaciones, así
como la autodeterminación de los pueblos. Wilson se convirtió duran­
te la guerra en el líder de este programa liberal de paz,42 hasta el punto
de que la creación de una Sociedad de Naciones fue parte central de su
programa electoral en las elecciones de 1916.
372 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Al entrar en la guerra, Estados Unidos dejó claro que lo hacía para


conseguir un «mundo seguro para la democracia» y una «paz justa»
que permitiera la reconciliación entre los contendientes. Esto signifi­
caba que luchaba por sus propios objetivos de guerra, como un asociado
de los países de la Entente, a los que pensó que podía ir convenciendo
con respecto a sus objetivos de paz. Para dejar claro por qué estaban
luchando los norteamericanos, Wilson hizo públicos el 4 de enero de
1918 sus famosos «14 puntos», apoyados por liberales, sindicalistas y
laboristas, tanto en Europa como en Estados Unidos. En ellos había
puntos generales que prometían una diplomacia abierta —como la li­
mitación de armamentos, la retirada de barreras para el comercio in­
ternacional, la solución imparcial de las disputas coloniales o el esta­
blecimiento de una Sociedad de Naciones— ; y otros relativos a temas
específicos —la evacuación de Bélgica, la evacuación de Rusia o la
autodeterminación del pueblo ruso— . Finalmente había seis puntos
que podían ser negociables, como la devolución de Alsacia y Lorena a
Francia, la autonomía para los pueblos del imperio austrohúngaro, el
diseño de la frontera italiana sobre líneas de nacionalidad, la evacua­
ción de los Balcanes y el libre desarrollo de los Estados de aquella re­
gión, la seguridad para la parte turca del imperio otomano, la interna-
eionalización de los Dardanelos y la creación de un Estado polaco con
acceso al mar y garantías internacionales de independencia.
Wilson tuvo la oportunidad de conseguir el orden internacional que
perseguían sus 14 puntos en la Conferencia de Paz de París, ciudad en
la que permaneció desde diciembre de 1918 hasta junio de 1919, para
intervenir personalmente en la conferencia de paz y en la negociación
del tratado de Versalles. El presidente tuvo que transigir en el princi­
pio de la autodeterminación de los pueblos en Europa central, así como
en las reclamaciones territoriales de Francia sobre Alemania y en las
reparaciones de guerra.43 Pero Wilson logró imponer su opinión sobre
la Sociedad de Naciones y consiguió que se reconocieran muchos de
los principios liberales de los 14 puntos, inaugurando las bases de un
nuevo orden internacional.44 Sin embargo, a su regreso a Estados Uni­
dos, tras seis meses de estancia en París, se encontró un país decepcio­
nado por la participación en la guerra, con graves problemas de ajuste
económico y social tras el conflicto y un Congreso hostil al internacio­
nalismo y, por tanto, a lo firmado en Versalles.
En realidad, las dificultades de W ilson habían comenzado antes de
partir hacia París, cuando en las elecciones de mitad de mandato de no­
viembre de 1918 los republicanos consiguieron la mayoría de las dos
«DIPLOMACIA MISIONERA» 373

Cámaras y la Comisión de Exteriores de! Senado paso a estar presidi­


da por Henry Cabot Lodge, ferviente imperialista en la guerra contra
España y fírme partidario de la intervención en la primera guerra mun­
dial, el cual, como gran parte de su partido y la opinión pública, estaba
evolucionando hacia el aislacionismo y el nacionalismo. Además esta­
ba la hostilidad mutua entre Cabot Lodge y Wilson, que garantizaba
dificultades de ratificación del tratado en el Senado, y el error de Wil­
son de no ir a París con ningún representante destacado del Partido Re­
publicano que reflejara la nueva mayoría en el Congreso.
Por otra parte, la posición de Wilson también se había debilitado
entre algunos grupos sociales que hasta entonces habían sido sus alia­
dos. Destacados intelectuales, que estaban de acuerdo con Keyn.es en
que el tratado de Versalles había plantado las semillas para otra guerra,
criticaban a Wilson la ausencia de un programa de reconstrucción in­
terna y su falta de compromiso con los derechos civiles; políticos pro­
gresistas, como La Follette y George Norris» se mostraron muy críticos
con la intervención militar de Estados Unidos en la Rusia bolchevique;
minorías étnicas como los italoamericanos y los irlandeses-america­
nos, estaban resentidos porque Wilson no hizo valer sus intereses na­
cionales respectivos en las negociaciones de paz, mientras que sí había
cedido a las exigencias territoriales de Japón en China.45
Fue en esas circunstancias cuando llegó el momento de la ratifica­
ción del tratado en el Senado..La mayoría se mostraba conforme con sus
aspectos punitivos, pero creía que las atribuciones dadas a la Sociedad
de Naciones ponía en peligro la soberanía norteamericana. Para ratifi­
carlo, el Senado exigía que Estados Unidos pudiera retirarse en cual­
quier momento de la Sociedad de Naciones, que las tropas norteameri­
canas no pudieran enviarse a ultramar sin aprobación del Congreso, que
las cuestiones internas quedaran fuera de la jurisdicción de la Sociedad
y que, por último, no alterara los principios de la doctrina Monroe.
Wilson se obstinó en que el tratado debía ratificarse sin modifica­
ciones y desesperado porque el Senado no iba a hacerlo, apeló directa­
mente al pueblo, emprendiendo un viaje en tren por las zonas más hos­
tiles del oeste y medio oeste, en el que hizo 40 discursos en 20 días, lo
que le llevó al agotamiento nervioso y le provocó una apoplejía que le
dejó incapacitado para el resto de su mandato. Con el presidente re­
cluido en la Casa Blanca, el tratado no fue ratificado por el Senado, ni
en la primera votación de noviembre de 1919, ni en la de marzo de
1920. En 1922, ya con los republicanos en la Presidencia, Estados Uni­
dos envió un observador a la Sociedad de Naciones, pero nunca formó
374 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

parte de ella. La no ratificación del tratado decepcionó a los aliados


franceses y británicos, quienes desconfiaban de la capacidad de Esta­
dos Unidos para liderar el mantenimiento del statu quo posbélico,
cuando, además, ese país se enfrentaba intemacionalmente a otros de­
safíos, tales como las relaciones con la Unión Soviética, la amenaza de
Japón en el Pacífico y la defensa de sus intereses en Latinoamérica.46
Las relaciones con la Unión Soviética pasaron por momentos tensos,
cuando Estados Unidos —como el resto de los aliados-™ envió tropas
para ayudar a los rusos blancos en la guerra civil. Las fuerzas norteame­
ricanas se retiraron, pero la tensión se mantuvo hasta 1921, mientras
duró lo peor de la «amenazaroja» en Estados Unidos. Entre 1921 y 1923
Estados Unidos no reconoció a la Unión Soviética, a diferencia del res­
to de gobiernos occidentales, pero bajo la dirección de Herberí Hoover
llevó a cabo la llamada bread intervention, que alimentó diariamente a
diez millones de rusos mientras duró la hambruna de esos años. En cuan­
to a Japón, desde que Estados Unidos le había pennitido, en la Confe-*
rencia de Paz de París, arrebatar Shandong a China, este país -^-conside-
rado en la década de 1920 «la Prusia del este»-—pasó a convertirse en la
amenaza número uno de Estados Unidos en el Pacífico, contra el que
previsiblemente podría haber una guerra en el futuro.
Respecto a Latinoamérica, continuó la intervención en Santo Do­
mingo, Haití y Cuba, pero mejoraron las relaciones con México, pues
en 1923 se consiguió un acuerdo por el que México respetaba las com­
pras de subsuelo realizadas antes de 1917. A cambio, Estados Unidos
reconoció al gobierno mexicano y dio armas a Obregón para acabar
con la revuelta de los nacionalistas, descontentos con; la capitulación
ante Estados Unidos. También el petróleo hizo que Estados Unidos
mejorara las relaciones cón Colombia y Venezuela. En 1921, el Sena­
do estadounidense ratificó un tratado con Colombia en el que pedía
disculpas por la intervención de 1902 en Panamá y concedía 25 millo­
nes de dólares como desagravio. En cuanto a Venezuela, el Departa­
mento de Estado fomentó úna agresiva política petrolífera, que ayudó
a las firmas norteamericanas a obtener importantes concesiones.

C ontra la «am enaza r o ja »

En política interna, la decepción tras la guerra se apoderó de los


sectores más comprometidos con el progresismo, que esperaban que
Wilson continuara con el control gubernamental de la economía, los
«DIPLOMACIA MISIONERA» 375

impuestos elevados sobre la riqueza y las garantías de los sindicatos a


organizarse. Pero ya en el discurso del Estado de la Nación de diciem­
bre de 1918, Wilson desilusionó a sus seguidores progresistas, pues
preocupado por la paz y forzado a reducir gastos po r un Congreso re­
publicano, no mencionó apenas los asuntos internos, desmanteló las
distintas Agencias gubernamentales y eliminó e l control gubernamen­
tal de la economía, tal y como sé vio en el caso del ferrocarril, ya que
la Ley de Transporte Esch-Cummins de 1920 devolvió los ferrocarri­
les a sus antiguos propietarios, aunque creó el Consejo Laboral del Fe­
rrocarril para proteger los derechos de negociación colectiva de los
sindicatos.
En otros sectores económicos, los sindicatos no estuvieron tan pro­
tegidos. La AFL acabó la guerra con enormes expectativas de cre­
cimiento sindica] y desarrollo de lás relaciones laborales; pero éstas
expectativas sindicales chocaron con la ofensiva de las grandes em­
presas, en un ambiente económico de inflación y aumento del desem­
pleo, generando ei movimiento huelguístico de 1919. Éste movilizó a
cuatro millones de trabajadores en distintos sectores industriales de
todo el país contra la inflación, los beneficios de las empresas, los ritmos
de trabajo rápido impuestos por la guerra y las llamadas «contribu­
ciones voluntarias», como la exigencia de colaborar en las campanas
para vender «bonos de la libertad». Acabada la guerra, los sindicatos
plantearon que había llegado la hora de plasmar la democracia y el
idealismo en casa, de acabar con «el kaiserismo y los junkers» en las
empresas y de que fueran los empresarios los que «hicieran algún sa­
crificio».47
Entre los millones de trabajadores que participaron en el movi­
miento huelguístico de 1919, había por primerá vez un porcentaje im­
portante de inmigrantes recientes del sur y este de Europa, que al no
poder regresar a sus países durante la guerra y haber participado en el
esfuerzo bélico, se veían por vez primera como trabajadores industria­
les permanentes y consideraron a los sindicatos un vehículo con el que
poder ganar un poco de respeto y seguridad en el empleo.
Los conflictos más graves fueron la huelga general de Seattle, la
huelga de Policía de Boston, la huelga en la industria del acero y la de
las minas de carbón. En Seattle, 60.000 trabajadores se solidarizaron
con el sector pesquero y controlaron la ciudad durante una semana. En
Boston, casi toda la Policía abandonó el trabajo en demanda de mayo­
res salarios y en solidaridad con sus líderes, que habían sido despedi­
dos. Ambas huelgas atemorizaron a la clase media, que ya acusaba a
376 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

los sindicatos del aumento del costo de la vida. La industria del acero
estaba controlada por la empresa más grande del país, U.S. Steel Cor­
poration, símbolo del poder industrial norteamericano y bastión del
antisindicalismo desde la derrota en 1892 de la huelga de Homestead,
Pensil vania; esta empresa utilizaba «espías y listas negras» para elimi­
nar a los sindicatos y la mitad de su plantilla trabajaba doce horas dia­
rias, siete días a la semana.
La huelga tomó cuerpo cuando en la primavera de 1919, los orga­
nizadores encontraron un inesperado apoyo a las demandas de acabar
con la jornada laboral de doce horas siete días a la semana éntre los tra­
bajadores eslavos, húngaros y lituanos, de las zonas de Chicago, Cle­
veland y Buffalo, a quienes los norteamericanos llamaban «hunkies»,
y que constituían el grueso de los trabajadores no cualificados y semi-
cualificados en las fábricas de acero. Para que la huelga triunfara, los
organizadores tenían que intentar entrar en el distrito de Pittsburgh, el
centro de la industria del acero, donde predominaban las ciudades fac­
toría entre los ríos Monangahela, Allegheny y Ohío, reconocibles a
distancia por el cielo al rojo vivo durante la noche, las yermas laderas,
la casas decrépitas. La Primera Enmienda no existía en esas pequeñas
ciudades, en las que los alcaldes solían ser supervisores de la empresa
y los sindicatos prácticamente no podían entrar.
A pesar de estas dificultades, la huelga comenzó el 22 de septiem­
bre de 1919, cuando más de 250.000 trabajadores pararon. Los empre­
sarios y directivos se prepararon para resistir una huelga larga, negán­
dose a firmar ningún acuerdo que reconociera a los sindicatos en el
distrito de Pittsburgh y, con la ayuda de las autoridades, interrum­
pieron mítines, asaltaron las casas de los trabajadores, dieron palizas,
trajeron rompehuelgas negros del sur y tacharon a los huelguistas de
comunistas, aunque la mayoría eran eslavos católicos sin ninguna sim­
patía por el bolchevismo.
Los huelguistas frente a los empresarios no estaban muy organiza­
dos. La AFL, como sindicato de oficios, apenas tenía incidencia en una
industria donde la mayoría de los trabajadores no eran cualificados, de
forma que los líderes del sindicato nunca dieron su total apoyo a la
huelga. De esta forma, entre noviembre y diciembre dé 1919, los tra­
bajadores tuvieron que volver al trabajo con las mismas jornadas de
doce horas y sin esperanza de alcanzar la democracia empresarial,
mientras los propietarios obtenían una victoria decisiva.48
En el sector minero, la tradición de organización sindical era total­
mente distinta de la de la industria del acero. Trabajadores Mineros
«DIPLOMACIA MISIONERA» 377

Unidos (United Miner Workers, UMW) era el principal sindicato de la


.AFL, dirigido por uno de sus líderes más carismáticos, John L. Lewis,
quien, a diferencia de otros líderes dé la AFL, apostaba por la apertura
del sindicato a todo tipo de trabajadores. La UMW ya había organiza­
do toda la región de la antracita y del carbón bituminoso en Pensilva-
nia, el norte de Virginia Occidental, Ghio, Indiana e Illinois, y en 1917
y 1918 había penetrado en la región antisindical del sur, que compren­
día el sur de Virginia Occidental, Kentucky y Alabama. Acabada la
guerra, el UMW inició un conflicto en septiembre de 1919 por un au­
mento salarial del 60 por 100. En noviembre del mismo año, más de
400.000 mineros pararon, desafiando a la dirección del sindicato y
consiguiendo un aumento salarial del 20 al 27 por 100, aunque al sur
de Virginia Occidental, donde las compañías poseían desde las escue­
las hasta las iglesias, los trabajadores tuvieron retrocesos graves. Allí
los empresarios se negaron a firmar ningún acuerdo con las centrales
sindicales, emplearon a detectives privados y obligaron a los trabaja­
dores a firmar contratos que les prohibían afiliarse a los sindicatos.
A pesar de estos retrocesos, hasta que la economía entró en rece­
sión a mitad de 1920, los sindicatos continuaron creciendo en afilia­
dos» pasando de 2,9 millones en 1917 a 5 millones a principios de
1920. Tuvieron una victoria importante en 1919 entre las trabajadoras
de la confección; hubo prometedores intentos de organizar el textil, y
las conservas de carne y la construcción y el ferrocarril permanecieron
fuertemente sindicados. Sin embargo, cuando la crisis comenzó, los
empresarios volvieron a emplear dos estrategias antisindicales ensaya­
das ya antes de la primera guerra mundial: el «taller abierto» (open
shop) y el capitalismo del bienestar (welfare capitalism:).
La ola huelguística de 1919 coincidió con los temores a la ex­
tensión de la revolución rusa en Europa y América, lo que desató la es­
peranza de los radicales y la histeria anticomunista, confundiendo
cualquier conflicto sindical con comunismo y convirtiendo el america­
nismo antialemán de la primera guerra mundial en antibolchevismo.
Algunos sectores económicos promovieron una amplia campaña na­
cional contra «la mano codiciosa del bolchevismo» y grupos cuasigu-
bernamentales, como la Liga para la Seguridad Nacional o la Liga para
la Protección de América, que habían perseguido a los pacifistas du­
rante la guerra, pasaron a atacar a los bolcheviques, mientras el eslo­
gan «cien por cien americanismo», acuñado por Theodore Roosevelt
en 1915, se convirtió en el emblema de los cruzados contra la «amena­
za roja».
378 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Entre ellos estaba la Legión Americana, fondada en m arzode 1919


por oficiales del Ejército destinados en París, que animaba a sus miem­
bros a asaltar mítines socialistas y atacar a los wooblies. También los
gobiernos estatales depuraron a todos los sospechosos de comunismo.
El Congreso del Estado de Mueva York expulsó a sus cinco congresis­
tas socialistas y otros Estados aprobaron leyes contra el sindicalismo
«criminal», prohibieron las «doctrinas subversivas» e interpretaron el
derecho a la libertad de expresión exclusivamente como «lealtad al
país». ..........
Con la resaca del patriotismo bélico, la Asociación Americana de
Libertades Civiles (American Civil Liberties Union, ACLU) intentó
protestar contra las violaciones de la Primera Enmienda, sin encontrar
ningún apoyo en Wilson, ni en el fiscal genera]. A . Mitchell Palmer,
quien pasó del pacifismo a la más agresiva beligerancia durante la
guerra y la persecución de radicales en la posguerra. Palmer, actuando
por su cuenta, estableció una división ántirradicál espacial en la Fisca­
lía General, que en 1920 cambió su nombre por el de División General
de Inteligencia (General Intelligence División), dirigida desde enton­
ces por J. Edgar Hoover, que pronto comenzó a reunir archivos de ra­
dicales sospechosos, un proyecto que persiguió durante los siguientes
cincuenta años.
Al principio, el objetivo de Hoover y Palmer fueron los inmigran­
tes, pues según la Ley Especial de 1903 sobre Extranjeros, los inmi­
grantes podían ser deportados sin necesidad de juicio con jurado. En
febrero de 1919, 36 wooblies fueron deportados y en noviembre de
1919, el Departamento de Justicia asaltó la sede del Sindicato de Tra­
bajadores Rusos y deportó a 249 sospechosos dé radicalismo, inclui­
dos los anarquistas Emma Goldman y Alexander Bérkfnan. El clímax
tuvo lugar el 2 y 3 de enero de 1920, cuando el Departamento de Jus­
ticia, con la ayuda de la Policía Local e informadores infiltrados, asal­
tó simultáneamente casas, clubs y lugares de reunión en más de 30 ciu­
dades, deteniendo a unos 3.000 radicales sospechosos, la mayoría de
los cuales eran ucranianos, judíos, lituanos, rusos y polacos. Sólo la
protesta del subsecretario de Trabajo, Louis Post, limitó el número de
deportados. Lo peor de la «amenaza roja» y el miedo al bolchevismo
había pasado en la primavera de 1920, cuando la predicción sobre un
supuesto levantamiento comunista para mayo de 1920 se demostró fal­
sa. Pero los temores persistieron y las acusaciones de abogar por el co­
munismo se utilizaron contra sindicalistas, liberales y progresistas.49
«DIPLOMACIA MISIONERA» 379

C h ic a g o 1919, e l p r im e r d is t u r b io r a c ia l m o d e r n o

También 1919 fue un año de conflictos raciales relacionados con


la guerra y la desmovilización posbélica. Tanto en Sudáfrica — Johan-
nesburgo— , como en Inglaterra —Londres, Liverpool, Cardiff— , los
soldados desmovilizados atacaron a los negros y ocuparon sus puestos
de trabajo durante la guerra. En el sur de Estados Unidos» la guerra y
la desmovilización aumentaron los linchamientos y la violencia contra
los negros, provocando la protesta de la NAACP cuando entre 1918 y
1919 fueron quemados vivos 13 ciudadanos negros. Sin embargo, ya
en 1917, los disturbios del este de San Luis, Illinois, donde murieron
9 blancos y 40 negros, anunciaron que la violencia racial no era sólo
una cosa del sur, y de abril a octubre de 1919, en 25 ciudades de sur a
norte se produjeron disturbios raciales, con un saldo total de 120 ciu­
dadanos blancos y negros muertos. Destacaron los cuatro días de dis­
turbios raciales en Washington —-donde hubo 4 muertos y 100 heri­
dos— en julio de 1919 y los que comenzarían en Chicago unos días
.después. . ..
Julio de 1919 fue un mes de un calor sofocante en Chicago. Los ni­
ños estaban de vacaciones, gran parte de los trabajadores de la ciudad
estaba en huelga o se preparaba para ella y regresaban los soldados
desmovilizados; mientras tanto, seguía en vigor la Prohibición Bélica,
por la que se prohibía la manufactura y venta de bebidas que contuvie­
ran medio o un grado de alcohol hasta que finalizara la desmoviliza­
ción. Los disturbios comenzaron cuando en uno de esos días sofocan­
tes de julio, unos jóvenes negros decidieron bañarse en la playa de la
calle 29, aunque existía una ley no escrita por la que las playas eran
sólo para blancos. Mientras se bañaban fueron apedreados por blancos
y uno de los jóvenes, Eugene Williams, murió. Al tiempo que un poli­
cía negro trató sin éxito de detener al agresor, blancos y negros se agol­
paron en la playa, cuando un hombre negro disparó sobrela policía, hi­
riendo fatalmente a uno de ellos y provocando el comienzo del
disturbio racial, que estuvo incontrolado durante cinco días y desbor­
dó los barrios negros, llegando al distrito de negocios de la ciudad. Du­
rante otra semana, siguieron los disturbios esporádicos, que arrojaron
un saldo total de 7 hombres negros muertos por disparos de la policía
y 16 negros y 15 blancos brutalmente asesinados por la multitud o
francotiradores, así como 500 heridos.
Varios eran ios motivos que desencadenaron estos violentos distur­
380 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

bios. Por un lado, estaba la violencia latente de los descendientes de in­


migrantes irlandeses contra los negros, expresada, organizada y antici­
pada a través de los llamados clubs atléticos, pandillas de adolescentes
y hombres jóvenes, que llevaban aterrorizando a los ciudadanos ne­
gros durante años. Así, los Ragen Colts, los Hamburgers, los Ayl-
wards, los Dirty D oten, los O urflag, los Sparklers y el Standard, cau­
saron los primeros heridos entre los afroamericanos. Los 3.500
hombres de la milicia del Estado utilizaron indiscriminadamente la
violencia contra los afroamericanos, pero la novedad era que éstos es­
taban armados y dispuestos a defenderse de la violencia blanca. El re­
sultado fue un nuevo tipo de disturbio racial, pues ya no se trataba de
un pogromo, en el que los blancos asaltaban los barrios negros y pro­
vocaban el disturbio, sino de una lucha racial en la que blancos y ne­
gros se enfrentaban por todos los barrios de la ciudad.50
La guerra fue la responsable de la aparición del disturbio racial mo­
derno, pues aceleró la emigración a las ciudades del norte y creó al
«nuevo negro», consciente de sus derechos y dispuesto a defenderlos.
Un enorme porcentaje de los 450.000 negros que emigraron al norte en­
tre 1916 y 1919 se dirigió a Chicago, que en esos cuatro años dobló su
población negra — la aumentó en 50.000 personas— , agravando los
problemas de vivienda, trabajo y política que tenía la ciudad. La atrac­
ción de Chicago se debía a la oferta de trabajo y a los buenos salarios,
pero también a los ferrocarriles, que conectaban esta ciudad del medio
oeste con el sur, a que había una emigración negra previa y a la acción
de los agentes gubernamentales y privados, que durante la guerra fue­
ron al sur en busca de mano de obra. Con estos atractivos, la emigración
a Chicago iba acompañada de un sentido de liberación y oportunidad,
pero los ciudadanos negros que, procedentes del medio rural, llegaban
del sur con sus pollos y delantales, debieron adaptarse a un medio ur­
bano, pasar de la servidumbre a la ciudadanía, adoptar nuevas costum­
bres que regulaban las relaciones de raza y hacer esta adaptación de for­
ma individual, sin sus antiguos líderes ni la comunidad negra del sur.
Aparte de estos ajustes, se enfrentaron a una inesperada discrimi­
nación racial, manifestada principalmente por los inmigrantes anterio­
res. Era muy fuerte la hostilidad entre irlandeses y afroamericanos,
pero también los negros ya residentes culpaban a los recién llegados de
haber llevado consigo la discriminación. Desde luego, la competencia
por el trabajo fue un motivo fundamental para estas tensiones, pues los
trabajadores negros habían pasado de ser el 6 por 100 de la mano de
obra al 32 por 10051, y rechazados por los sindicatos y amenazados por
«DIPLOMACIA MISIONERA» 381

e l desempleo en primera instancia, no estaban sindicados y eran con­


tratados como esquiroles; mientras que el 90 por 100 de los inmigran­
tes blancos estaba sindicado. Así, en julio de 1919 había 250.000 huel­
guistas en la ciudad» pero la mayoría de los trabajadores negros seguía
trabajando,52
La política fue otro motivo de tensión entre blancos y negros. Des­
de 1910 los votos negros fueron decisivos en Chicago» hasta el punto
de que a ellos se debió la elección en 1915 del alcalde William. Hale
Thompson, un político corrupto, al que los votantes negros considera­
ban un segundo Abraham Lincoln, pues no dudó en favorecerles polí­
ticamente. Durante la guerra, fueron elegidos tres concejales negros,
pero la fortaleza del voto negro de Chicago costó enormemente cara a
los afroamericanos de la ciudad, que se ganaron la hostilidad de los vo­
tantes blancos, por elegir a líderes políticos irresponsables y corruptos.'53
La escasez de viviendas, agravada por la inactividad en el sector de
la construcción durante la guerra, junto con la llegada masiva de inmi­
grantes negros y el regreso de los soldados desmovilizados fueron'
otros factores de tensión. La presión de una población creciente sobre
las viviendas escasas aumentó los alquileres hasta el 100 por 100 y la
emigración negra reforzó la tendencia a la segregación espacial. Si en
1905 la población negra estaba dispersa por toda la ciudad, en 1920 se
encontraba recluida en el llamado cinturón negro, convertido en la
zona más degradada de la ciudad, con casas mal mantenidas, barrios
insalubres, una mortalidad que doblaba la media de la,urbe y una es­
peranza de vida similar a la de la ciudad de Bombay. Estos barrios eran
además el centro del crimen, el juego y la prostitución, por lo que mu­
chos blancos acusaban a los negros de la decadencia de Chicago. La
degeneración de estos barrios era también la responsable de que en
cuanto los negros progresaban desearan emigrar a barrios blancos,
pero fueran detenidos por los residentes blancos, quienes se organiza­
ban para coaccionar a todos aquellos que intentaran alquilar casas a los
negros, ya que la consigna era mantener los barrios totalmente blan­
cos. El resultado fue una ciudad racialmente muy segregada, en la que
las dos comunidades vivían separadas, con sus respectivos estereoti­
pos sobre el contrario y en donde los blancos seguían considerando al
negro como una persona indisciplinada, sucia, que merecía castigo.54
El estereotipo nada tenía que ver con el «nuevo negro» surgido de
la experiencia de la guerra. Como señalara el líder de la NAACP,
W. E. Du Bois, los veteranos negros «ya no eran los mismos hombres,
tras haber luchado ocho meses en Francia». En efecto, los soldados
382 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

que venían de luchar en Francia estaban orgullosos de su raza» dis­


puestos a exigir los derechos que les garantizaba la Constitución, y
habían ganado en el campo de batalla y a defenderse de la agresión,
utilizando si era preciso la fuerza armada.55 Entre ellos, estaban los ve­
teranos del Octavo Regimiento de Illinois, el único regimiento manda­
do exclusivamente por oficiales negros la mayor parte de la guerra, a
quienes los alemanes llam aban «diablos negros» y los franceses «per­
dices». En los barrios del «cinturón negro», sus fotos adornaban mu­
chos escaparates y rodeando las fotografías había tiñes, cascos y car­
tucheras, que los soldados habían mandado desde Francia. El 25 de
julio de 1919, dos días antes de que comenzaran los disturbios, toda la
comunidad negra de Chicago se preparaba para recibirlos.56
En 1919 Estados Unidos había pasado de ser úna república provin­
ciana a tener la responsabilidad de liderar el diseño del statu quo en
Europa, pero decepcionado por la guerra, se orientaba hacia el aisla­
cionismo. Tras la expansión económica bélica, la población se enfren­
taba a la inflación y el desempleo, mientras los soldados eran desmo­
vilizados, desencadenando un importante movimiento huelguístico y
aumentando las simpatía por el bolchevismo. La reacción institucional
y patronal fue la persecución de todos aquellos que podían simpatizar
con el bolchevismo, al tiempo que el racismo se extendía a las ciuda­
des del norte, inaugurando el conflicto racial moderno. Todos los
acontecimientos de 1919 parecían anunciar el aislacionismo, el con­
servadurismo y el racismo que dominarían la década de 1920.
Capítulo lij
PROSPERIDAD Y CONSERVADURISMO
EN LA DÉCADA DE 1920

R e t r o c e s o D B ti^K doR B siSM D

Ante lás elecciones de 1920, los republicanos se mostraron confia­


dos en la victoria, pues el ticket demócrata, formado por James Cox, de
Ohio y el ex secretario de Marina, Franklin Delano Roosevelt, no sólo
se enfrentaba al desempleo, la inflación y la desilusión posbélica, sino
que la campaña electoral transcurrió bajó la sombra de Wilson, quien
quiso plantear las elecciones como un referéndum sobre e l tratado de
Versalles y la Sociedad de Naciones, tema en el que las distintas fac­
ciones republicanas se encontraban unidas contra los demócratas.
Tras una nominación de candidatos muy reñida, la Convención Re­
publicana eligió como candidato presidencial al senador Warren Har-
ding, de Ohio. Harding, editor de un periódico en una pequeña ciudad,
era un hombre atractivo y cordial, mujeriego y amante del poker, que
no había tomado partido sobre ningún tema importante; Representaba
la cara opuesta de Wilson y prometió el «retorno a la normalidad», la
serenidad y la preocupación por los asuntos nacionales, frente al idea­
lismo y el internacionalismo de la Administración anterior. Como can­
didato a la Vicepresidencia se eligió al gobernador Calvin Coolidge,
de Massachusetts, un bastión de la oposición a los sindicatos.1
Por otro lado, los progresistas desilusionados con Wilson habían
comenzado en 1919 tres estrategias distintas para formar un tercer par­
tido. Sindicalistas inspirados en e l crecimiento espectacular del Parti­
do Laborista británico, pensaban que había llegado la hora de que los
sindicatos constituyeran su propio partido político, con un amplio pro­
grama de reconstrucción social y control democrático de la industria.
384 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Progresistas e intelectuales, agrupados en el Comité de los 48, exigían


en su programa la nacionalización de los ferrocarriles y otros monopo­
lios, la restauración de las libertades civiles y garantías para la nego­
ciación colectiva. Por otro lado, algunos agricultores de M innesota y
Dakota del Norte, herederos de la ideología antimonopolio del popu­
lismo y antiguos militantes y simpatizantes del Partido Socialista Ame­
ricano, se agruparon desde 1915 en ia Liga No partidista, bajo el li­
derazgo de los ex socialistas Arthur C. Townley y A. E. Bowen, cuyo
objetivo era utilizar las Primarias directas, para capturar' las nominacio­
nes del Partido Republicano y progresivamente dominarlo, definiendo
su programa y acción legislativa. La estrategia funcionó bien en Dako­
ta del Norte en 1916, pero fracasó en Minnesota en 1918 y 1920.2
Todas estas tendencias reformistas se reunieron en Chicago, en ju ­
lio de 1920, para discutir las posibilidades de fusión. El encuentro no
limó las diferencias entre estos sectores, aunque de allí salió el Farmer-
Labor Party, que nominó como candidato a la presidencia a Parley Par­
ker Christensen, de Utah, pues Robert La Folíete, el conocido político
progresista de Wisconsin, rechazó la nominación por la división de los
progresistas. En la izquierda clásica, el Partido Socialista Americano
presentaba una vez más como candidato al veterano Eugene V, Debs,
el cual se encontraba en la prisión federal de Atlanta, cumpliendo la
pena de diez años que se le impuso durante la guerra por violar la Ley
de Sedición.
En plena depresión posbélica sólo votó el 49 por 100 del censo elec­
toral en unas elecciones en que los republicanos consiguieron el 60 por
100 del voto popular y el control de las dos Cámaras con su campaña de
«vuelta a la normalidad», americanismo y antieuropeísmo. Los demó­
cratas no consiguieron ningún Estado aparte del sur profundo, debido al
descontento de los irlandeses-americanos con el tratado de paz. El Far-
mer-Labor Party no ganó en ningún Estado y no consiguió ser el tercer
partido que uniera a la izquierda moderada; en cuanto a los socialistas,
consiguieron casi un millón de votos — aunque su candidato presiden­
cial se encontraba en prisión— , pero este resultado no ocultó su deca­
dencia tras la guerra, debido a la represión sufrida por su oposición al
conflicto y a que muchos de los simpatizantes de la revolución bolche­
vique ingresaron en el Partido Comunista Americano.
Aunque Harding mantuvo en su Administración algún progresista
destacado, como el secretario de Comercio Herbert H oover3 y no pudo
desmantelar las Agencias gubernamentales, trató de neutralizar los
componentes sociales y económicos del progresismo con una política
PROSPERIDAD Y CONSERVADURISMO EN LA DÉCADA DE 1920 3 85

económica de reducción de impuestos y proteccionismo de los secto­


res no competitivos,4 que favoreciera a las grandes compañías y esti­
mulara la actividad económica.
Su política de favorecer a las grandes empresas salpicó a ía Admi­
nistración de Harding de escándalos de corrupción, el mayor de los cua­
les fue el de Teapot Dome, la privatización de una reserva de petróleo»
que se encontraba en tierra federal de Wyoming. El descubrimiento de
este y otros escándalos quebró la salud de Harding» quien murió en San
Francisco en 1923, tras haber sufrido un ataque al corazón. Le sucedió
el vicepresidente Calvin Coolidge, quien con mucha más determina­
ción que Harding favoreció los intereses empresariales, a costa de
cualquier intervención del Estado. Coolidge consiguió con facilidad la
nominación presidencial republicana para las elecciones de 1924, en
las que se enfrentaba a un Partido Demócrata muy dividido y al Far-
mer-Labor Party que eligió al senador Robert M. La Follette como
candidato a la presidencia, contando con el apoyo del Partido Socialis­
ta y la Federación Americana del Trabajo. Coolidge barrió tanto en el
Voto popular como electoral» los demócratas consiguieron sólo el sur
profundo y La Follette, tachado de comunista por los republicanos,
sólo consiguió mayoría en Wisconsin.

C r is is e c o n ó m i c a , « n u e v o c a p i t a l i s m o » y d e b i l i d a d s i n d i c a l

La crisis económica posbélica se hizo más profunda en 1,921, y se


convirtió en la depresión más grave que había tenido Estados Unidos
desde 1890, afectando a toda la actividad económica tras la gran ex­
pansión del período de guerra; pero muy particularmente a las llama­
das «industrias enfermas», como la minería del carbón o el textil, y so­
bre todo a la agricultura. El sector agrícola había conocido una época
dorada tras 1896, que alcanzó su cénit cuando el país entró en guerra,
pues durante el conflicto la agricultura estadounidense abastecía a mu­
chos países europeos. La expansión de la demanda permitió el alza de
los precios agrícolas y la puesta en cultivo de millones de acres entre
1917 y 1918. Este boom acabó bruscamente en 1920-1921, cuando las
políticas deflación arias de la Reserva Federal y la disminución de la
demanda europea iniciaron una depresión agrícola que duró más de
una década.5
Los precios del algodón cayeron de un dólar la libra a 20 céntimos
la libra; el trigo no podía venderse ni al costo de producción y casi un
386 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

millón de agricultores perdieron sus propiedades entre 1920 y 1921,


viéndose obligados a emigrar a los centros industriales. La crisis al­
canzó proporciones tan catastróficas, que los representantes dé los Es­
tados agrícolas al Congreso se agruparon en un Bloque Agrario o Blo­
que Progresista. Los más conservadores — agrupados desde 1920 en la
Federación Agrícola Americana— consiguieron que el Congreso
aprobara la Ley Mcnary-Hanguen, por la que el gobierno garantizaba
los precios agrícolas basta que éstos subieran e inundaron el mercado
exterior con el exceso de producción. Los más radicales, centrados en
los Estados de Wisconsin, Minnesota, lowa, las Dakotas y Nebraska,
buscaron alianzas con el movimiento obrero, que cristalizaron prime­
ro m farmer-labor partiesestatales y, a partir de 1920, en el Farmer-
Labor Party a nivel federal.
A la ruina de los agricultores, se sumó el desempleo como principal
consecuencia de la crisis posbélica, La tasa de desempleo ascendió has­
ta el 20 por 100 en el sector industrial, las principaíes industrias impu­
sieron un 20 por 100 de reducción salarial durante 1921 f los sindicatos
se debilitaron y se fortaleció la posición de los empresarios. La crisis
posbélica comenzó a superarse a mediados de 1922, y de 1923 a 1929
el sistema industrial norteamericano conoció un Crecimiento cualitativo
y cuantitativo que extendió la prosperidad a amplios sectores de la cla­
se obrera y parecía alejar las crisis cíclicas y el desempleo. El «nuevo
capitalismo» aparecido durante la guerra conoció en la década de 1920
un auge extraordinario en las industrias punta, es decir eléctricas, quí­
micas, construcción de maquinarias, caucho, comunicación — teléfono,
telégrafo-—, entretenimiento de masas — radio, cine---- y aquellas rela­
cionadas con los nuevos medios de transporte, como la industria aero­
náutica y la del automóvil; Muchas de estas industrias se concentraban
en la región de los Grandes Lagos; desde Buffalo a M ilwaukee,pasan-
do por Cleveland, Detroit y Chicago. Este «nuevo capitalismo», que
aplicaba las nuevas tecnologías y la dirección científica, consiguió ni­
veles de productividad muy elevados, por lo que el «capitalismo del
bienestar» pudo extenderse a los trabajadores.
Existe un amplió consenso al considerar que el «capitalismo del
bienestar» fue una estrategia de la dirección y el capital para debilitar
a los sindicatos, muy fortalecidos por la guerra. Ya en 1928, el econo­
mista de la escuela de Wisconsin, Selig Perlman, señalaba que el «ca­
pitalismo del bienestar» era otra forma de reducir el poder sindical,
pues el empresario trataba de vender su psicología del individualismo
competitivo a los trabajadores, intentando transformar sn mentalidad
PROSPERIDAD Y CONSERVADURISMO EN LA DÉCADA DE 1920 387

de escasez de oportunidades, en el optimismo capitalista de que cada


hombre créa su propia oportunidad. De igual modo, trataba de demos­
trar que el sindicalismo iba en detrimento tanto del empresario como
del trabajador, pues los sindicatos favorecían al trabajador sindicado, y
que la única solidaridad natural era aquella que unía a todos los que
trabajaban en la misma empresa, fueran empresarios o trabajadores.7
Pero el «capitalismo del bienestar» era algo más que una estrategia
para debilitar a los sindicatos. Sus orígenes iban unidos a la aparición
de las grandes compañías en la «época dorada», a la aplicación de los
principios de la dirección científica y la emergente ciencia dé la psico­
logía industrial, que consideraban que los intereses dé los empresarios
y trabajadores no estaban enfrentados y que el bienestar del trabajador
incrementaría su productividad. Estas ideas se concretaron durante la
guerra, cuando muchos empresarios comprobaron que el fervor patrió­
tico había estimulado la producción y, p o r primera vez, pensaron en el
elevado costo de reemplazar a hombres con experiencia.8
Así, durante los años de enorme crecimiento económico entre 1923
y 1929, se extendió una consideración del trabajo como «la mejor in­
versión», al que había que evitar la incertidumbre del deserhpleo y la
enfermedad, por lo que muchas empresas instauraron distintos planes
de bienestar social. Había planes para fom entarla adquisición de accio­
nes d éla empresa, otros para financiar la compra de la vivienda, o para
proteger a los trabajadores y sus familias con seguros de accidente, en­
fermedad, vejez y muerte. Además, las empresas mejoraron las condi­
ciones de seguridad y los servicios de los trabajadores, instalando ca­
feterías y servicios médicos; facilitaron el disfrute del ocio de sus
empleados, incentivando los equipos deportivos o repartiendo parcelas
de tierra para la práctica de la jardinería y, a iniciativa d e algunas em­
presas, los trabajadores designaron a compañeros que los representa­
ban ante la dirección.9
Todos estos cambios en las condiciones de vida del trabajador fue­
ron posibles porque los salarios ascendieron en torno al 15 por 100 entre
1922 y 1929, mientras que los precios se mantuvieron estables. Aun­
que estas alzas salariales no eran proporcionales al aumento de la pro­
ductividad, ni tan extraordinarias como fueron los aumentos salariales
durante la guerra; sí fue extraordinario el aumento general del nivel de
vida en la década de 1920, debido a la revolución tecnológica, la cual
hizo posible por primera vez que amplios sectores de la clase obrera
accedieran a muchos bienes de consumo duraderos. La electricidad, la
calefacción central, los cuartos de baño dieron una nueva sensación de
388 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

confortabiliclad a los hogares norteamericanos; los electrodomésticos


hacían más fácil la vida cotidiana, y la radio, el fonógrafo y el automó­
vil daban una sensación de prosperidad desconocida hasta entonces
para el trabajador, diferenciando su vida radicalmente de lo que había
sido en torno a 1900. A todo esto había que sumar la mejora de los ser­
vicios públicos gratuitos, como la extensión de la educación secunda­
ria, la proliferación de bibliotecas públicas, parques y hospitales; así
como la trepidante y atractiva nueva vida de las ciudades con sus cines,
teatros y lugares de esparcimiento colectivo.50
Aunque, en conjunto, todos los trabajadores norteamericanos expe­
rimentaron un alza de salarios reales en torno al 15 por 100 entre 1922
y 1929, la prosperidad no alcanzó a todos los trabajadores, ni a todas
las industrias. Los agricultores familiares y los que trabajaban en los
llamados «sectores enfermos» de la industria, como la minería de car­
bón, el textil, la confección, el ferrocarril y la industria cervecera, no
sólo no experimentaron alzas salariales, sino que sufrieron el desem­
pleo y la emigración. Un millón de agricultores perdieron sus propie­
dades, 19 millones de personas emigraron del campo a la ciudad y
cientos de miles de obreros industriales tuvieron que emigrar en busca
de trabajo cuando las empresas de carbón y textil del norte se traslada­
ron al sur en busca de salarios más bajos y paz laboral.11
Por eso, cuando el escritor radical de origen yugoslavo Louis Ada-
mic visitó en 1928 las ciudades de la industria textil y zapatera de Nue­
va Inglaterra, transmitió una imagen de crisis industrial, desempleo
masivo y progresivo despoblamiento.12 La industria del calzado, loca­
lizada en Haverhill y Lynn, Massachusetts, tenía reputación de ser una
industria depredadora, una forma rápida de hacer dinero caracterizada
por la dureza de las condiciones de trabajo. En el mismo Estado, Lo-
well, el histórico centro de la industria textil, había sido hasta 1925 una
ciudad próspera; pero a partir de entonces las fábricas de algodón se
trasladaron definitivamente al sur, donde unas instalaciones más mo­
dernas, y sobre todo los blancos pobres de Tennessee, Alabama y
Carolina del Sur, resultaron ser una mano de obra más barata que los
inmigrantes italianos, lituanos y canadienses francófonos, que trabaja­
ban en Nueva Inglaterra. Éstos, desde la histórica huelga de Lawrence
en 1912, habían utilizado tanto la presión huelguística como el sabota­
je para conseguir mejorar sus salarios y condiciones de trabajo, for­
zando al Estado de Massachusetts a establecer una jomada laboral má­
xima de ocho horas, mientras que en el sur no había leyes que regularan
el número de horas de trabajo, ni el trabajo de.mujeres y niños.13
PROSPERIDAD Y CONSERVADURISMO EN LA DÉCADA DE 1920 389

Así, los límites de la prosperidad en la década de 1920 fueron una


tasa de desempleo del 10 por 1.00 sin ayudas estatales o federales para
paliarlo; el que 1/3 de la clase obrera industrial se encontrara bajo el
nivel de la línea de pobreza en 1929; que los estratos más bajos de la
clase obrera no pudieran disfrutar de una dieta nutritiva; que las dife­
rencias salariales y de condiciones de trabajo fueran enormes según la
etnia y el sexo; que los salarios no crecieran al mismo ritmo de la pro­
ductividad y los trabajadores no pudieran manifestar sus quejas en
unas industrias sin sindicatos.14
Aunque la prosperidad no era para todos, sorprendía a los observa­
dores extranjeros el elevado nivel de vida de los trabajadores nortea­
mericanos,55 en el que destacaba el uso del automóvil, del cual disfruta­
ba ya el 50 por 100 de las familias obreras. Sin embargo, también
observaban la extrema debilidad de los sindicatos, tanto en las indus­
trias punta que practicaron el «capitalismo del bienestar», como en las
industrias en crisis en las que los empresarios realizaron una nueva
campaña de «taller abierto». En aquellos años, el clásico estudio de los
antropólogos Robert y Helen Lynd sobre Middletown — en realidad
Muncie, Indiana— anunciaba las consecuencias de la prosperidad y el
«capitalismo del bienestar» en la desintegración de la vida comunitaria
de la clase obrera y el declive sindical, pues la mayor parte de los tra­
bajadores cualificados, que constituían el grueso de los sindicatos, ha­
bía perdido su lugar central en la economía de la ciudad. Por otro lado,
el tiempo de ocio había aumentado, ya que la semana laboral pasó de 60
a 50 horas semanales, incluyendo libre el sábado por la tarde, pero ya
no se disfrutaba en el sindicato o en reuniones con los compañeros de
trabajo, sino en actividades que aislaban al trabajador de sus compañe­
ros, como escuchar la radio, ir al cine o pasear en coche. Además, el au­
tomóvil tendía a dispersar los lugares de residencia, destruyendo los an­
tiguos barrios obreros, al tiempo que desaparecía la vida institucional
de la clase obrera y muchos de ellos podían esperar de forma realista
que sus hijos ascendieran a trabajadores de cuello blanco, ayudados por
la enorme expansión de la educación pública secundaria.16
En cuanto a la segunda campaña de «taller abierto», comenzó con
la crisis posbélica de 1919-1921 y trató de ligar americanismo con an­
tisindicalismo. Se denominó Plan Americano de Empleo (American
Plan o f Employmeni), pues según los empresarios las normas de los
sindicatos restringían la producción, sus demandas salariales elevaban
el costo de vida y rebajaban a todos los trabajadores al nivel de los me­
nos capaces. El objetivo de la ofensiva empresarial era, en esta oca­
390 HISTORIA DE ESTADOS UÑIDOS

sión, la AFL y, en concreto, sus sindicatos más establecidos, que ya en


1922 habían protagonizado huelgas esencialmente defensivas en el
textil de Nueva Inglaterra, las minas de carbón del norte y el ferroca­
rril. En todos estos tonflietos, la AFL, sin e l apoyo gubernamental y
judicial del que había disfrutado durante la guerra, tuvo que aceptar re­
trocesos salariales, un empeoramiento de las condiciones de trabajo y
despidos para evitar perder más empleos y militantes, sin poder evitar
que muchas empresas de minería de carbón y textiles se trasladaran a
las zonas no sindicadas del sur, agravando la pérdida de militantes de
la AFL, que pasó de tener 5 millones de afiliados en 1920 a 3,6 millo­
nes en 1923.
Sólo los sindicatos de la construcción se libraron dé la ofensiva del
«taller abierto», encarte porque recurrieron al crimen organizado para
defenderse de los ataques dé la patronal..La relación entre los sindica­
tos y el crimen organizado comenzó en la construcción, en Chicago.
En ellos trabajaban muchos sindicalistas que habían sufrido la derrota
de la huelga del acero de 1919 y que vieron como única alternativa,
para defenderse de las bajadas de salarios y de la utilización de pisto­
leros y mandamientos judiciales por las empresas, la contratación de
profesionales del crimen, llamados gángsters. Entre 1920 y 1923,1a
mitad de los atentados que hubo en Chicago destruyó o dañó edificios
en construcción o casas de contratistas que se oponían a los sindicatos.
De esta forma, la relación entre los gángsters y rhafiosos y los sindica­
tos se incrementó en la década de 1920, al tiempo que crecía el crimen
organizado en todo el país, y se pasó de la utilización puntual de pisto­
leros por los sindicatos a qué algunos de éstos estuvieran controlados
por la mafia. En 1930, los gángsters no sólo controlaban treinta sindi­
catos en Chicago, sino que habían extendido su dominio a la ciudad de
Nueva York, donde obtenían dos millones de dólares de beneficios af
año extorsionando a los empresarios de la construcción, bajo amenaza
de causar conflictos sindicales.17
En medio de todas estas condiciones adversas, la AFL intentó
adaptarse a la prosperidad y al «capitalismo del bienestar», mode­
rando su liderazgo y ensayando nuevas tácticas sindicales. Tras la
muerte de Samuel Gompers en 1924, le sustituyó W illiam Green, con
el que la organización pasó de la militancia a la respetabilidad. En
1925, Green adoptó la táctica de relacionar los sindicatos con la pro­
ductividad y la AFL evolucionó hacia un sindicalismo de servicios,
estableciendo bancos sindicales y una compañía de seguros de
vida.38 Sin embargo, en general esta estrategia fue un fracaso, pues
PROSPERIDAD Y CÜNSE& V ADURISMO EN LÁ DÉCA DA DE 1920 391

las empresas estaban demostrando que podían funcionar mejor sin


sindicatos, y la AFL tenía la limitación de ser un sindicalismo exclu­
sivo para trabajadores cualificados o semicualifícados, excluyendo
así al grueso de la nueva clase obrera.
Para paliar las limitaciones de la AFL, estaba surgiendo un nuevo
sindicalismo de izquierda, con voluntad de incluir al mayor número de
trabajadores de cada industria, interesado en la productividad de la em­
presa, preocupado por el bienestar inmediato de sus miembros y, sobre
todo, dedicado a Ja educación dé sus militantes. Sindicalistas y profe­
sores universitarios cooperaron en el establecimiento de «universida­
des obreras», que ofrecieron a los sindicalistas cursos de economía, de
histdria o de cómo hablar en público; Entre estas instituciones educati­
vas, destacaban el Bookwood Labor College, el Instituto de Educación
de los Trabajadores, de A. X, Muste y la escuela de verano para muje­
res obreras, Bryn Mawr.
Sin embargo, todos estos esfuerzos no pudieron ocultar el enorme
declive sindical que supuso la década de 1920, ya que los trabajadores
sindicados pasaron de ser el 19,4 por 100 de la mano de obra no agrí­
cola en 1920, al 10,2 por 100 en 1930. Los sindicatos no pudieron
competir con las alzas salariales, las mejoras sustanciales del nivel de
vida y la ofensiva patronal, que demostraban la enorme fortaleza y ver­
satilidad del capitalismo norteamericano en la década de i 920. El con­
servadurismo de la clase obrera se reflejó en el ámbito político, y en
1928 muchos trabajadores optaron por votar al candidato republicano
progresista Herbert Hoover, al que también apoyaban importantes lí­
deres sindicales, como John Lewis.59
En este ambiente general, era lógico que muchos pensaran que Es­
tados Unidos había entrado en una nueva era en las relaciones capital-
trabajo. Selig Perlman resaltaba en 1928 que el movimiento obrero nor­
teamericano era el de menos conciencia de clase del mundo occidental,
tanto por la enorme fuerza de la propiedad privada, la tradición de opor­
tunidades ilimitadas y las posibilidades de ascenso social, como por
los cambios que suponían la segunda revolución industrial y el nuevo
capitalismo.20 En el mismo sentido, el destacado ex socialista de iz­
quierdas, John Spargo, al explicar en 1929 por qué no había regresado al
Partido Socialista, señalaba que Marx se había equivocado, pues el tra­
bajador en lugar de descender al nivel de subsistencia, disfrutaba de un
creciente confort e incluso de cierto lujo, concluyendo que «al menos
aquí en América, el sistema industrial y el orden económico resultante
de él constituían la parte mejor y más sólida de la civilización».21
392 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

C o n s e r v a d u r is m o y « a m e r ic a n is m o c ie n p o r c ie n »

El antisindicalismo mostrado en la década de 1920 se completaba


con otras formas de conservadurismo, como la lucha contra el radica­
lismo político, identificado siempre como una amenaza extranjera. Ya
hemos visto que, en el espectro político, la coalición progresista de La
Foliette no consiguió los resultados esperados en las elecciones de 1924
y los republicanos recuperaron el poder durante toda la década de
1920. En cuanto a ía izquierda más radical, representada por el Partido
Socialista Americano y los wooblies, no se recuperó después de la gue­
rra, ni tras la «amenaza roja» de principios de los años veinte; y el Parti­
do Comunista, constituido en 1919 a partir de una escisión del PSA, no
comenzó a tener importancia hasta la depresión de la década de 1930.
Así, el PSA sufrió durante la guerra y tras ella una gran transformación
en su militancia y electorado —-que contribuyó a disminuir su atractivo
electoral— , pasando de ser un partido genuinamente americano, enrai­
zado en el oeste rural, a ser un partido con una militancia urbana y ex­
tranjera, que no incluía a ía nueva clase obrera negra, A ello se unió su
4ivisión en dos tendencias en 1919, una socialdemócrata y un ala iz­
quierda, constituida por las Federaciones en Lengua Extranjera, que se­
rían el núcleo del movimiento comunista de Estados Unidos.22
Los motivos de la debilidad de socialistas y comunistas durante la
década de 1920, a diferencia de algunos países europeos, fueron el an-
tiizquierdismo de la AFL y, sobre todo, la distinta manera en que se
vivió la guerra en Estados Unidos. La primera guerra mundial no llevó
a ninguna quiebra ni desgaste del Estado, ni acarreó ninguna demanda
de transformación social radical o moderada. AI contrario, la guerra
fortaleció el sentimiento patriótico, «como un agente que limpiaba y
revitalizaba la democracia»,23 al tiempo que el capitalismo salía forta­
lecido, pues Estados Unidos se convertió en el país más rico y tecno­
lógicamente más avanzado del mundo. Lo qqp quedó de la guerra fue
el nacionalismo y el patriotismo, que en 1919 parecían amenazados
por conflictos raciales y de clase, los cuales podían disolver los valo­
res del republicanismo norteamericano. Por eso, la respuesta a la
«amenaza roja» fue des medidamente intensa; no hubo ninguna ame­
naza real de revolución y el conservadurismo permaneció durante la
década de 1920, tomando la forma de una reacción contra la inmigra­
ción extranjera en un intento de reconstruir el consenso nacional para
proteger los imperativos morales de los blancos, anglosajones y pro­
PROSPERIDAD Y CONSERVADURISMO EN LA DÉCADA DE 1920 393

testantes,24 Este programa de «americanismo cien por cien», que refor­


zaba el Plan Americano de Empleo y la propiedad privada y rechaza­
ba la cultura cosmopolita de las ciudades, fue ejecutado por distintos
grupos de intereses, entre los que destacaban las Sociedades Patrióti­
cas y las asociaciones empresariales.
Las Hijas de la Revolución Americana, y sobre todo los grupos de
veteranos, idealizaban úna imagen de la república en la que no cabían
influencias extranjeras. La Legión Americana en su congreso del año
1921 consideraba radical a «cualquiera que trataba de cambiar nuestra
forma de gobierno mediante la revolución» y los veteranos se consti­
tuían en «guardianes de la virtud cívica». Por su parte, la Comisión
Americana de la Legión Nacional realizaba cursos de inglés y civiliza­
ción para inmigrantes, incentivaba los rituales patrióticos en las escue­
las, distribuía literatura patriótica, organizaba concursos de ensayos
patrióticos y financiaba equipos de béisbol juvenil. En cuanto a las or­
ganizaciones empresariales,25 todas ellas defendían el Plan Americano
de Empleo y consideraban que el sindicalismo no era patriótico ni
americano.

E x tra n je ro s y r a d ic a l e s : la e je c u c ió n de Sacco y Va n z e tti

Por otro lado, el americanismo de la década de 1920 estaba im­


pregnado de un potente racismo, apoyado por los trabajadores nativos
norteamericanos, a favor de la restricción de la inmigración. Así, el Ku
Klux Klan, convertido en el adalid del americanismo, llegó a tener dos
millones de miembros entre 1920 y 1920, convirtiéndose en una fuer­
za política importante en varios Estados más allá del sur, con un pro­
grama que ya no era simplemente antinegro, sino anticatólico, antise­
mita, antiextranjero y profundamente antirradical. El racismo del Klan
estaba además decisivamente influido por el fundamentalismo protes­
tante, que presentaba el triunfo económico como una recompensa de la
virtud y luchaba contra la degeneración del modernismo de las ciuda­
des. Bajo el influjo de este movimiento religioso, aumentó la afluencia
a la iglesia en la primera mitad de la década de 1920, se utilizó la edu­
cación para luchar contra las ideas modernistas y extranjerizantes — par­
ticularmente, la teoría de la evolución de las especies, de Darwin— 26,
así como para promover el mantenimiento de los valores tradicionales
de la América protestante, blanca y anglosajona.
Y, por supuesto, la contención del comunismo y radicalismo se sus­
394 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

tentaba en su extranjerismo, como demuestra el caso de la detención y


ejecución de los anarquistas italianos Nicola Sacco y Bartolomé© Van­
zetti, El 15 de abril de 1920, el encargado de pagar la nómina de una fá­
brica de calzados en South Braintree, Massachusetts, y su escolta, fue­
ron asesinados durante un robo. Tres semanas más tarde, Sacco, un
obrero del calzado, y Vanzetti, un vendedor ambulante de pescado, am­
bos inmigrantes italianos y anarquistas, fueron acusados de participar
en el crimen. El juicio, que tuvo lugar en los peores momentos de la
«amenaza roja», se desarrolló en una atmósfera de intensa hostilidad
contra los defendidos, hacía los que el jurado tenía intensos prejuicios,
pues estaban armados cuando fueron detenidos y eran extranjeros,
ateos y anarquistas. El 23 de agosto de 1927 fueron electrocutados se­
gún la Legislación del Estado de Massachusetts, en medio de enormes
protestas nacionales e internacionales. Muchos creían que eran inocen­
tes y que no fueron sentenciados a muerte por ser culpables, sino por ser
italianos y anarquistas. Otros creían que, culpables o inocentes, no ha­
bían tenido un juicio justó y, aún hoy, no se ha probado la acusación
contra ellos, ni se puede establecer con seguridad su inocencia.27
Ambos emigraron a Estados Unidos en 1908 y ambos provenían de
familias campesinas relativamente acomodadas, aunque Vanzetti era
del norte de Italia y Sacco del sur. Su emigración no tuvo pues motivos
económicos, sino que fueron decisiones vitales — para Sacco seguir el
ejemplo de su hermano mayor y para Vanzetti escapar del dolor de la
prematura muerte de su madre— , que tomaron atraídos por «la.prome­
sa de libertad» que Estados Unidos significaba.28 Una vez allí, Sacco
se estableció en Mildford, Massachusetts, donde había emigrado un
amigo de su padre y había una amplia comunidad italiana, convirtién­
dose en un obrero especializado del calzado, que llevaba una vida es­
table de hombre casado y padre dé un hijo. Vanzetti $e estableció en
Nueva York y tuvo menos suerte con el trabajo, pues tras pasar por dis­
tintos oficios y experimentar la suerte del trabajador itinerante no cua­
lificado en la Norteamérica industrial, decidió convertirse en vendedor
ambulante de pescado y trasladarse a Massachusetts.
Ambos entraron en contacto con el anarquismo en 1912 y fueron
seguidores de Luigi Galleani, el piincipal líder anarquista italiano en
Estados Unidos durante las dos primeras décadas del siglo xx, al que
seguían miles de trabajadores italianos. Galleani representaba la co­
rriente anarcocomunista del anarquismo italiano, rechazaba el Estado
y la propiedad privada y defendía una estructura de círculos anarquis­
tas autónomos, más que una organización rígidamente jerarquizada,
PROSPERIDAD Y CONSERVADURISMO EN LA DECADA DE 1920 395

que tenía su órgano de expresión y contacto en la revista Cronaca Sov~


versiva. Su estrategia de lucha era participar en huelgas y manifesta­
ciones para exacerbar la confrontación entre capital y trabajo, al tiem­
po que iban creando una sociedad alternativa con sus propios círculos,
escuelas, cultura» organización del ocio, celebraciones festivas y ritua­
les sociales, tratando de vivir de forma anarquista dentro dé los inters­
ticios de la sociedad norteamericana.
Sacco y Vanzetti fueron militantes de base, comprometidos con el
anarquismo hasta el último día de sus vidas. Para Sacco, el anarquismo
se convirtió en su pasión y su modo de vida; en cuanto a Vanzetti,
abrazó el anarquismo como una actitud esencialmente moral, que ade­
más daba un sentido a su vida itinerante y desarraigada. Sacco y Van­
zetti no eran pues los inocentes soñadores que muchos pretendieron
posteriormente, sino que creían en la lucha despiadada contra el go­
bierno y el capital; asimismo, pertenecían a una rama del movimiento
anarquista que abogaba por la violencia insurreccional y las represalias
armadas — incluido el asesinato— *ya que consideraban que tales acti­
vidades eran la respuesta a la monstruosa violencia del Estado.29
Al estallar la primera guerra mundial, siguiendo la consigna anar­
quista de no registrarse para el reclutamiento, Sacco y Vanzetti huyeron
con el grupo de Galleani a México, donde reforzaron su compromiso con
el anarquismo y con la acción directa. En Monterrey, se prepararon para
embarcar hacia Italia, esperando que la revolución se extendiera a aquel
país. Como esto no sucedió, dirigieron su atención a Estados Unidos,
adonde regresaron en 1918. Allí la demonización criminal del anar­
quismo y su represión habían comenzado con el asesinato del presiden­
te McKinley en septiembre de 1901, a manos del anarquista León
Czolgosz; pero la deportación no fue un instrumento fácil hasta la Ley
de Inmigración de 1918. Esta ley eliminó el límite de cinco años de es­
tancia en el país para ejecutar la deportación y castigaba con ella las ac­
ciones individuales o de pensamiento, por lo que se podía deportar a
cualquier miembro de una organización anarquista o a aquellos que es­
tuvieran en posesión de propaganda anarquista. Era, por tanto, una ley
pensada para expulsar de Estados Unidos a todos los extranjeros anar­
quistas o radicales.
En 1919 comenzó pues el «delirio de la deportación»,30 coincidien­
do con la campaña de acción directa del anarquismo, en la que hubo
envíos de paquetes bomba y distintos atentados, el más espectacular de
los cuáles tuvo lugar en Washington contra la casa dél fiscal general,
Palmer, Hay evidencia de que Sacco y Vanzetti páiticiparon en esta
396 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

campaña de atentados, frente a los que la deportación se planteaba


como la solución para limpiar el país de elementos extraños. Así, entre
noviembre de 1919 y febrero de 1920, cerca de 3.000 extranjeros su­
frieron trámites de deportación. Unos 800 — muchos anarquistas, entre
los que estaban Emma Goldman y Alexander Berkman— fueron final­
mente expulsados del país, aunque pocos habían cometido una ofensa
criminal. En pleno «delirio de la deportación», fue detenido ilegal­
mente en marzo de 1920 el anarquista Andrea Salsedo, a quien se le
extrajo una confesión, tras seis semanas de tortura y encarcelamiento,
que le llevó al suicidio, muy cuestionado como tal por la familia y los
anarquistas. A consecuencia de la confesión de Salsedo, fueron deteni­
dos Sacco y Vanzetti el 5 de mayo de 1920. Ellos pensaban que era
otro caso de deportación, pero se equivocaron. Su ejecución en 1927
fue la máxima expresión de una atmósfera que identificaba extranjero
con radical y en la que se rechazaba tanto la ideología radical, como la
presencia de los nuevos inmigrantes del sur y este de Europa, contra
los que se dirigieron también las nuevas leyes que restringían la inmi­
gración.

Control d e l a in m ig r a c ió n

En 1920, Estados Unidos tenía una población de 106 millones de


habitantes, entre los que había 36 millones de europeos que eran inmi­
grantes de primera y segunda generación, así como más de 185.000
asiáticos. Muchos de estos inmigrantes europeos provenían del norte y
oeste de Europa, pero como los europeos del sur se hacinaban en las
grandes ciudades, parecía que eran mayoría y estaban cambiando el
sustrato étnico de la nación. La sensación que tenían muchos estadou­
nidenses al comienzo de la década de 1920 era de encontrarse «acorra­
lados» por razas inferiores, como los mediterráneos y los «sucios ju ­
díos», que les amenazaban con su radicalismo y criminalidad, al
tiempo que se resistían a la asimilación, haciendo fracasar los progra­
mas de «americanización». La sensación de que Estados Unidos no
podía «absorber tal cantidad de inmigrantes» exigía —como señalara
el líder del Congreso, Albert Johnson, en diciembre de 1920— «que se
cierre la puerta a la inmigración por un tiempo, pues están entrando en
tal cantidad que no podemos cuidar de ellos adecuadamente».31
En esta ocasión, los temores nativistas tomaron por primera vez la
forma de leyes que restringían la inmigración, porque había otras fuen­
PROSPERIDAD Y CONSERVADURISMO EN LA DÉCADA DE 1920 397

tes de mano de obra, como la inmigración interna o la proveniente de


Canadá y México, que peimitieron que el presidente Harding firmara
en mayo de 1921 la Emergency Q uotaAcf. Esta ley establecía un tope
anual de inmigrantes de 357.800 y una cuota anual del 3 por 100 de los
extranjeros de cada nacionalidad, que hubiera en Estados Unidos, se­
gún el censo de 1910; lo que significaba que más de la mitad del cupo
estaba reservada a inmigrantes del norte y oeste de Europa. El si­
guiente paso legislativo fue la ley del 26 de mayo de 1924, la Ley
Johnson-Reed, que reducía las cuotas anuales de cada nacionalidad
al 2 por 100 y las basaba en el censo de 1890, con un tope anual de
menos de 165.000 inmigrantes, asignando así más del 85 por 100 del
total a inmigrantes del norte, centro y oeste de Europa, particular­
mente el Reino Unido (43 por 100), Alemania (17 por 100) e Irlanda
(12 por 100).32
Esta Legislación restringía el acceso de europeos no nórdicos a Es­
tados Unidos y excluía totalmente a los asiáticos, a los que el Congre­
so consideraba «extranjeros inadecuados para la ciudadanía», pero de­
jaba las puertas abiertas a la inmigración estacional norteamericana, con
lo que mexicanos y canadienses sustituyeron a los inmigrantes del sur
y este de Europa. El objetivo de estas leyes era «preservar la composi­
ción tradicional norteuropea del pueblo americano»v así como dejar
bien claro que la ciudadanía no estaba disponible para todas las razas,
con lo que por primera vez se expresaba oficialmente que unos grupos
’ nacionales eran más deseables que otros.
Las leyes de .1921 y 1924 supusieron un cambio histórico en la tradi­
cional política inmigratoria norteamericana de puertas abiertas, que se
mantuvo hasta la década de 1960, pero tuvo el resultado paradójico de
acelerar la asimilación y el acceso a la ciudadanía de los inmigrantes que
ya estaban en Estados Unidos. La restricción de la inmigración, al obli­
gar a los inmigrantes a decidir si establecerse en Estados Unidos o re­
gresar definitivamente a su país, acabó con el factor reemigratorio.33 Los
que decidieron quedarse emprendieron un proceso de asimilación y as­
censión social, facilitado por el acceso a la educación y una sociedad
cada vez más orientada hacia el consumo y la cultura de masas, en la que
la radio, los deportes y el cine eran importantes factores de asimilación.
No es casualidad que el período de entreguerras fuera la gran época de
los deportistas judíos y que tanto en boxeo como en fútbol americano o
en béisbol hubiera muchísimos irlandeses, judíos, lituanos y polacos, y
que también el primer Hollywood estuviera lleno de empresarios y acto­
res extranjeros.
398 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

La asimilación propició a nivel cívico el acceso a la ciudadanía,


que permitió que en 1930 todos los inmigrantes fueran ya ciudadanos,
lo que dio a las distintas minorías étnicas un enorme peso político. Po­
líticos de origen extranjero alcanzan ya cargos públicos en el período
de entreguerras y el número creciente de electores de origen foráneo
permitió el cambio electoral iniciado en 1928vcuando las minorías ét­
nicas de las grandes ciudades apoyaron al candidato demócrata-católi­
co, de origen irlandés, Al Smith, anunciando la revolución electoral
que supuso la elección de Roosevelt en 1 9 36:34

P r o h ib ic ió n y p e r m is iv id a d ,
UN MOVIMIENTO DE CLASES MEDIAS

Probablemente nada expresó mejor los temores de que la emigración


destruyera los «valores americanos» que la lücha por la prohibición;
Después del descenso del consumo de alcohol tras la cruzada antialco­
hólica de mediados del siglo xix y de décadas de estabilidad, el consu­
mo de alcohol volvió a ascender tras 1900, hasta alcanzar la cifra de 2,6
galones por persona y año en 1910. A este ascenso se atribuyeron algu­
nos de los problemas de una sociedad de masas industrializada y buró-
cratizada —como el malestar de los individuos y las familias o la inse­
guridad e ineficacia en el trabajo— , que la clase media reformista
pensaba resolver, no transformando las conciencias como en el siglo x ix/
sino tratando de conseguir que ciudades, Estados y posteriormente el go­
bierno federal, aprobaran leyes prohibiendo el consumo de alcohol.
La prohibición era tanto un intento de controlar los enormes desa­
justes del crecimiento económico; como de unificar y mantener los va­
lores «típicamente americanos». Mientras muchos sectores de lá clase
media reformista conservaban los antiguos valores de las poblaciones
pequeñas en que habían crecido — preocupación por el orden y cohe­
sión social, moralidad estricta— ; la clase obrera inmigrante, que ya era
la población mayoritaria de las grandes ciudades como Nueva York o
Chicago, exhibía una cultura alternativa en la que el saloon y el dis­
frute masculino de la bebida eran símbolos de autonomía y cohesión
comunitaria.35
Esta cultura de la bebida se concretaba en la cerveza y en el urban
saloon. A principios del siglo xx. la cerveza había desplazado al
whisky como la bebida alcohólica más consumida, hasta el punto de
que el 60 por 100 del alcohol consumido por los norteamericanos pro­
PROSPERIDAD Y CONSERVADURISMO EN LA DECADA DE 1920 399

venía de la cerveza. Su éxito se debió al aumentó de la inmigración y


a la concentración de la población en las ciudades, a las mejoras téc­
nicas en ía producción y a las innovaciones empresariales de la indus­
tria cervecera desde 1800, cuando la producción de cerveza se con­
centró en unas 100 firmas y las grandes cerveceras del medio oeste
— Pobst, Schlitz, Blatz, Lemp y Moerlin— comenzaron a comerciali­
zarla nacionalmente.
Conforme la industria se modernizaba, desarrolló lazos más estre­
chos con el urban saloon. Hasta 1920 no se expandió el consumo de
cerveza embotellada, por lo que la forma más usual y barata de consu­
mirla era vendida a granel en los saloons. A finales del siglo xix, para
e v itarla competencia y mantener los precios, las grandes marcas de
cerveza comenzaron a controlar los saloons, introduciendo en Estados
Unidos el tied-house system inglés, por el que a cambió de un pago
mensual y de vender sólo una marca de cerVeza, los cerveceros sumi­
nistraban al encargado del saloon, la barra, el espejo y los barriles; pa­
gaban las licencias del saloon, alquilaban el local o lo compraban. En
1916, por este sistema, el 70 por 100 de los 7.094 saloons con licencia
de Chicago estaba bajo control de las cerveceras, así como más del 80
por 100 de los de Nueva York y los 200 salones de Los Ángeles.36
El tied-house system permitió la multiplicación de los saloons en
las áreas urbanas del noreste y medio oeste, donde para aumentar sus
beneficios atraían a los clientes tanto con medios légales cómo ilega­
les. Así, alargaban los horarios, no cumplían las leyes que obligaban a
cerrar en domingo, admitían el juego, permitían la prostitución, tenían
cabarets. Todas estas prácticas, que desafiaban los valores «america­
nos», tendieron a dirigir la lucha antialcohólica contra la cerveza y los
cerveceros por su asociación con el saloon; de forma que una bebida
antes saludable se convirtió en el principal objetivo de la prohibición,
extendiéndose la idea de que había un «monopolio dél alcohol», que
por su relación con el saloon podía corromper la democracia.
En efecto, los saloons eran mucho más que establecimientos de be­
bida, eran centros de reunión política y de sociabilidad para los obre­
ros inmigrantes. En muchas ciudades se celebraban elecciones en la
parte de atrás de los saloons, muchos encargados de saloon participa­
ban en la política local y era allí donde se llevaban acab o las prácticas
corruptas -—intercambio de dinero y favores— que foijaban la lealtad
a los aparatos de los partidos. Pero eran también suministradores de
servicios en barrios obreros de inmigrantes. En ausencia de bancos, los
obreros podían cobrar allí sus cheques de paga, guardar cosas valiosas.
400 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

usar el teléfono, recibir el conreo, leer el periódico, usar el lavabo y dis­


frutar de una comida gratis al comprar un níquel de cerveza. Era «el
club del pobre», un lugar caliente, bien iluminado, un refugio agrada­
ble para relajarse y relacionarse.37
Era lógico por tanto que fuera el saloon el objetivo principal de la
lucha por la prohibición, y la Liga Antisaloon, la organización que li­
derara con éxito esa lucha.38 La creación de la liga se debió a Howard
H. Russel, un abogado convertido en ministro congregacionista, que
organizó la Liga Antisaloon en Ohio, contando con la colaboración de
muchos veteranos en la lucha abolicionista. Consiguieron el apoyo
popular al centrar su lucha por la prohibición en los saloons, no en el
hábito personal de beber, y se extendieron por todo el país, apoyados
en una cuidadosa y moderna organización. En 1905, la liga de Ohio se
unió a otras ligas similares formando La Liga Antisaloon de América
(The Anti-Saloon League o f America, ASLA), que en .1907 trabajaba
ya en 43 Estados, editando 300.000 ejemplares de su periódico La
Cuestión Americana (The American íssue) mensualmente, y convir­
tiéndose en 1909 en el principal editor de literatura antialcohólica en
Estados Unidos.
Su éxito en todo el país y particularmente en los Estados del sur,
oeste y medio-oeste se debió sobre todo a que el movimiento utilizó las
modernas técnicas organizativas de la política de masas. En efecto, la
liga contrató a una plantilla de profesionales masculinos, creó distintos
departamentos para llevar a cabo sus actividades, centró su lucha en un
solo objetivo, adoptó una estrategia no partidista, convirtiéndose en el
prototipo del grupo de presión moderno, con una estructura centraliza­
da, burocrática y eficiente. Su estrategia a largo plazo se construyó
progresivamente, desde los Tribunales locales a las victorias legislati­
vas en los Estados y, finalmente, al éxito nacional. Fue un triunfo la­
borioso — les costó más de una década que sus esfuerzos fructificaran
en los Estados— ,39 fraguado en una agresiva captación de fondos, una
red política de base ciudadana en relación con las Iglesias Protestantes,
un estilo de grupo de presión y la utilización de todas las innovaciones de­
mocráticas de la era progresista, como el referéndum y las Primarias.40
A pesar de estos significativos avances, en 1913 la ASLA, com­
prendiendo que las legislaciones estatales no podían «secar» el país,
tomó la decisión de luchar por la inclusión de una Enmienda prohibi­
cionista en la Constitución federal. Pensaron que necesitarían veinte
años de trabajo para conseguirlo; el que lo consiguieran en cuatro se
debió al estallido de la primera guerra mundial y al movimiento ínter-
PROSPERIDAD Y CONSERVADURISMO EN LA DÉCADA DE 1920 401

nacional contra el alcoholismo. Entre 1913 y 1919, muchos países to­


maron medidas para restringir el consumo de alcohoL En el Reino
Unido, durante la guerra, el gobierno reguló las horas de apertura de
los pubs e impuso la prohibición en algunas zonas del país. En Escan-
dinavia, hubo movimientos populares antialcohólicos que llevaron a la
adopción de la prohibición en Finlandia, a la prohibición de alcohol de
grado elevado en Noruega en 1919 y al control de la industria del al­
cohol sueca en 1920. Én Norteamérica, Canadá adoptó la prohibición
en 1919, y en Estados Unidos, Emest H. Charrington, jefe de publica­
ciones y secretario ejecutivo de la ASLA, estaba preparando la Liga
Mundial contra el Alcoholismo para conseguir «un mundo seco».
En esta lucha mundial contra el alcoholismo, la ASLA y Estados
Unidos jugaron un papel de liderazgo, pues ya en 1916, los prohibi­
cionistas eran el grupo de presión más importante del país. Tras las
elecciones presidenciales de 1916, había 19 Estados «secos» y los
prohibicionistas tenían mayoría de 2/3 en las dos Cámaras del Con­
greso. Como otros grupos de presión, trataron de utilizar la guerra a su
favor, extendiendo la idea de que los consumidores de cerveza eran
desleales y proalemanes41 y de que la abstinencia alcohólica aumenta­
ría la eficacia del Ejército. Para las feministas y reformadoras, la
prohibición era un elemento más de la «pureza social» que debía
acompañar a la «gran cruzada» bélica. El objetivo de la cruzada era
luchar también contra la prostitución y por la abstinencia sexual de
los soldados, para evitar enfermedades venéreas en mása en la Fuerza
Expedicionaria Americana, forjando entre los soldados «una coraza
invisible», «... un escudo moral e intelectual para su protección en el
extranjero».42
La primera Legislación prohibicionista de la Administración W il­
son fue la Ley del Servicio Selectivo de 1917, con una sección que
prohibía el uso de comestibles en la producción del alcohol destilado
desde septiembre de 1917 hasta el final de la guerra, desmantelando
así la industria de la destilación alcohólica.43 Finalmente, el 21 de no­
viembre de 1918 se aprobó la Ley de Prohibición de Guerra, que
prohibió la manufactura de vino y cerveza a partir de mayo de 1919, y
la venta de todas las bebidas tóxicas desde el 30 de junio de 1919 has­
ta el final de la desmovilización.
Paralelamente, el Congreso continuó la campaña contra el alcohol
y el 22 de diciembre de 1917 aprobó la Enmienda Decimoctava, que
fue ratificada dos años después, el 16 de enero de 1920, La ley que pre­
cisaba y hacía cumplir el contenido de la Decimoctava Enmienda, la
402 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Ley Volstead, fue aprobada por el Congreso después d e tres meses de


debate por 255 votos frente a 166* Un presidente Wiíson, muy. enfer­
mo y debilitado por su lucha frustrada por mantener a Estados Unidos
dentro de la Sociedad de Naciones, la vetó, pero ese mismo día e l veto
fue anulado por el Congreso. Así, tanto la ratificación de la Enmienda
prohibicionista, como la aprobación de la Ley que garantizaba su cum­
plimiento, fueron sorprendentemente rápidas; rapidez que fue uno de
los motivos del fracaso en su aplicación.
La Ley Volstead, que sorprendió por su rigidez, debió su nombre a
Andrew J. Volstead, congresista luterano por M innesota de origen no­
ruego, el cual facilitó su aprobación como jefe d el Comité Judicial del
Senado, aunque en realidad estuvo inspirada por el líder de la ASLA,
Wayne Wheeler. La ley prohibió todas las bebidas con más de un 0,5
por 100 de alcohol, aunque no prohibía él consumo de alcohol en pri­
vado y lo eximió también por cuestiones religiosas, medicinales o eco­
nómicas, permitiendo asi la fabricación de sidra y vinagre en Califor­
nia. La rigidez de la Ley Volstead fue inmediatamente desafiada por
las Legislaturas de Nueva York, New Jersey y Massachusetts, que en
1920 aprobaron leyes permitiendo la elaboración y venta de vino y cer­
veza con bajo contenido alcohólico.
La responsabilidad de aplicar la Enmienda prohibicionista recaía en
la Dirección de Hacienda, incluida en el Departamento del Tesoro, la
cual constituyó la Oficina de la Prohibición, con un director e impor­
tantes atribuciones y autonomía para requisar y vender coches, barcos,
aviones u otros vehículos privados que se hubieran usado para trans­
portar licor ilegal. La saturación de trabajo de la Dirección de Hacien­
da y la falta de fondos federales y estatales llevó a que ésta aceptara la
oferta informal de W heeler y la ASLA para aplicar lá ley, momento en
que la Oficina de la Prohibición comenzó a funcionar de forma co­
rrupta. A los agentes de lá oficina no se les exigieron los requisitos de
la función pública, sino que eran élegidos por motivos políticos,44 pues
W heeler utilizó la selección de agentes para ejercer el patronazgo po­
lítico — más que para aplicarla ley— , tratando de m antener un Con­
greso favorable a la prohibición y de ganar influencia personal en el
Partido Republicano.
La ley tuvo algunos efectos positivos, comó él descenso en el con­
sumo de alcohol y el declive del saloon y de la cultura masculina d é la
bebida asociada a él. Si la m edia de consumo de alcohol en 1915 era de
2,5 galones anuales por persona 45 litros-—, tras la prohibición en
1934 el consumo descendió a 0,97 galones — 3,66 litros— , iniciando
PROSPERIDAD Y CONSERVADURISMO EN LA DÉCADA DE 1920 403

cincuenta años de consumo moderado de alcohol, hasta que en 1970 el


consumo volvió a ascender a 2,5 galones anuales por persona.45 Por
otro lado, al declinar el saloon, apareció una nueva cultura del entrete­
nimiento y la bebida, asociada al cambio de costumbres de la clase me­
dia urbana, que curiosamente acabaría-por erosionar el principal apo­
yo social a la prohibición.
Ya en los speakeasies, los bares clandestinos de la prohibición, co­
menzó una cultura de la bebida recreativa y juvenil, en la que era muy
importante la relación social entre hombres y mujeres, que iban cam­
biando el cortejo del siglo xix por el dating y en la que emergió una
heterogénea vida social nocturna que en las grandes ciudades incluía el
contacto interracial y la subcultufa gay.46 Los jóvenes de clase media
ya no compartían los valores Victorianos, sino la búsqueda de la reali­
zación personal a través del consumismo y el entretenimiento de ma­
sas. Y éstos eran, cada vez más, los valores que también podía permi­
tirse cierta clase obrera norteamericana.
Por otro lado, la clase media se quejaba al final de la década de
1920 de que la prohibición en lugar de purificar a la sociedad había ge­
nerado violencia y corrupción.
En las zonas rurales del sur, la violencia ligada á la prohibición
provenía del Ku Klux Klan, ya que la lucha contra ella fue lo que per­
mitió la expansión del Klan por todo e l país en la primera mitad de la
década de 1920 47 La otra violencia provenía del crimen organizado en
las zonas urbanas. En los márgenes de la cultura del saloon, siempre
había un submundo de criminalidad, en torno al juego y la prostitu­
ción, que aumentó con el comercio ilegal de alcohol, negocio que se
constituyó en la fórmula de ascensión social rápida para jóvenes cri­
minales inmigrantes y motivo de rivalidad y enfrentamiento entre pis­
toleros.48 El tráfico de alcohol provocó entre 1920 y 1933,1.000 muer­
tos en Nueva York y 8.000 en Chicago.
La ola de criminalidad asociada al tráfico ilegal de alcohol iba
acompañada de corrupción política, lo que daba la impresión de que la
prohibición había llevado al país a la anarquía. En realidad, la corrup­
ción había empezado en la presidencia de Warrent Harding entre 1920
y 1923, el cual puso en la Administración a hombres de su confianza
de Ohio de dudosa respetabilidad. Entre ellos, estaban Harry Dogerthy
—-al que nombró fiscal general— y Jess Smith —que no tenía un car­
go definido, pero actuó de hecho como un fiscal general extraoficial"-™,
quienes recibieron millones de dólares a cambio de inmunidad al prin­
cipio de la prohibición.49
404 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Tradicionalmente, había habido una relación entre alcohol y políti­


ca, pues los intereses del alcohol habían controlado Ayuntamientos,
Juntas de Comisiones y Legislaturas estatales. Durante la prohibición,
la influencia política de los intereses del alcohol disminuyó algo en las
ciudades y condados, pero se incrementó en la Casa Blanca y W a­
shington. El alcohol corría en abundancia en el Congreso, senadores y
congresistas a menudo aparecían borrachos en las sesiones, siempre
había reservas de alcohol en las Cámaras y ios comerciantes de licor
con conexiones tenían libre acceso a ellas. Por otro lado, al contar con
escasos fondos federales y estatales para aplicar la Ley Volstead, los
agentes de la prohibición completaban sus sueldos recibiendo propinas
de los bares clandestinos para que les avisaran ante una redada, mu­
chos policías aceptaban sobornos y los jefes del aparato del Partido
Demócrata de Nueva York y Chicago gobernaban en connivencia con
el mundo del crimen.50
En Nueva York, James Waiter, el alcalde y jefe de Tammany Hall,
hasta que Fiorello La Guardia fue elegido alcalde en 1929, disfrutó de
una cómoda relación con el hampa. En Chicago, la connivencia entre
la política y el mundo del crimen fue total. Chicago era ya una ciudad
«abierta» al crimen organizado antes de la prohibición, pues los jefes
demócratas del primer distrito, John Coughlin y Michael Kenna, hijos
de inmigrantes irlandeses, debían su riqueza a los sobornos de los bur~
deles que protegían, y sus éxitos electorales, a la práctica del llamado
voto encadenado, por el que se esfumaban votos que eran una y otra
vez sustituidos por votos marcados. Así, mucho antes de 1920, los
gángsters de Chicago habían establecido un tácito modus vivendi, dis­
tribuyéndose las distintas actividades lucrativas de la ciudad, ampara­
dos en la protección de los políticos, que permitían y daban respetabi­
lidad a los barrios chinos y los negocios criminales.51
La prohibición acabó con esta situación y convirtió a Chicago en
sinónimo de guerra entre bandas. De 1920 en adelante, emergió una
nueva generación de gángsters, que aprovechó sus relaciones con la
Policía, la política local y la Judicatura para acabar con sus rivales con­
virtiendo a Chicago en una ciudad sin ley. Esto sucedió en los tres
mandatos del alcalde Big Bill Thompson, en los que Jonny Torrio y
sobre todo Al Capone dirigieron Chicago y el condado de C ook.'2 Al
Capone, nacido en los barrios bajos de Brooklin, de origen napolitano,
creció en un medio donde la única forma de ganar dinero rápido y vi­
vir una vida de aventura era entrar en una banda criminal. Cuando en
1920 Al Capone comenzó su actividad en Chicago, la ciudad estaba di-
PROSPERIDAD Y CONSERVADURISMO EN LA DÉCADA DE 1920 405

vidída en bandas rivales. Él empezó controlando la mayor parte de la


ciudad y alrededores, basta lograr el control de todo el Estado de Illi­
nois. En 1923, Capone era ya el criminal más conocido y temido de
Estados Unidos; los periódicos le habían convertido en un mito y la
Comisión contra el Crimen de Chicago le había catalogado de «ene­
migo público número uno», mientras él ganaba más de 60 millones de
dólares anuales con el contrabando de bebidas alcohólicas. Capone era
un hombre familiar, generoso en sus donativos para obras de calidad,
que curiosamente se consideraba un hombre de negocios honesto por­
que pagaba puntualmente a los corredores de apuestas, y aunque su ne­
gocio podía ser ilegal, lo consideraba legítimo en términos humanos,
un asunto de «hospitalidad».53 Cuando en 1928, Herbert Hoover llegó
a la Presidencia y por primera vez puso los medios para aplicar la Ley
Volstead, la Comisión Federal contra el Crimen inició una campaña
personal contra Capone, quien sólo pudo ser condenado a once años de
prisión por evasión fiscal, mientras fuentes oficiales tuvieron que re­
conocer en 1931 que la prohibición no se cumplía.
A la violencia criminal, se unían las muertes y discapacidades pro­
vocadas por la adulteración de alcohol. El Departamento de Salud
anunció que hasta 1927 había habido 50.000 muertos por ingestión de
alcohol adulterado, aparte de las cegueras y parálisis. El peligro estaba
en utilizar alcohol desnaturalizado que a veces se volvía a destilar para
eliminar el veneno; pero en muchas ocasiones se vendía sin redestilar,
como el 98 por 100 del alcohol confiscado en Nueva York en 1927. A
pesar de su peligrosidad, era fácil utilizar alcohol desnaturalizado para
uso industrial, ya que no sólo era legal, sino que estaba exento de im­
puestos y podía ser vendido sin etiquetas que señalaran su contenido
venenoso, cuando la sustancia desnaturalizante era normalmente me-
tanol, extremadamente venenoso, pues tres vasos podían ser letales.
Era lógico entonces que, entre la criminalidad y las muertes provo­
cadas por el alcohol adulterado, muchos sectores de la clase media y
del mundo de los negocios, que antes habían apoyado la prohibición,
se manifestaran claramente en su contra hacia 1926. Entre las asocia­
ciones que se organizaron para abolir la Decimoctava Enmienda esta­
ban el Comité Voluntario de Abogados; los Cruzados — una organiza­
ción de hombres jóvenes, constituida en 1929 tras la matanza del día
de San Valentín, que atrajo casi a un millón de miembros— ; la Orga­
nización Nacional de Mujeres para la Reforma de la Prohibición, cons­
tituida por Pauline Sabine, miembro destacado del Partido Republica­
no y casada con un banquero antiprohibicionista, que llegó a atraer a
406 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

1,5 millones de mujeres de todas las clases sociales. Pero el gmpo más
influyente para abolir la Decimoctava Enmienda fue la Asociación
contra la Enmienda de la Prohibición (Association Against The Prohi-
bition Amendment; AAPA).
La AAPA fue fundada en 1918 por William Stayton, un antiguo
oficial de Marina que atrajo a mediados de la década de 1920.a impor­
tantes personalidades políticas, industriales y hombres de negocios,
que ahora ya no pensaban que la abstinencia aumentaba la productivi­
dad, sino que la abolición de la prohibición bajaría los impuestos sobre
la renta y sobre los. beneficios empresariales. Su crítica a la prohibición
era claramente conservadora, pues creía que la Ley Volstead violaba la
Constitución por ser una injerencia del gobierno nacional en los dere­
chos de los Estados y en las libertades individuales — con estos mis­
mos argumentos la AAPA se opuso a la Legislación que regulaba el
trabajo infantil— . Con estas convicciones, la AAPA pasó de los pri­
meros intentos de modificar la ley, a la lucha por la abolición de la De­
cimoctava Enmienda a partir de 1928, con una campaña propagandís­
tica que trataba de centrar el debate sobre los costos sociales,
económicos y políticos de la prohibición, así como en formas alterna­
tivas de control del consumo de alcohol.54
La campaña de la AAPA introdujo también el asunto de la prohibí-
ción en el centro de la lucha política partidista, convirtiéndose en el
tema político principal en las elecciones presidenciales de 1928. El
Partido Demócrata se comprometió a aplicar la Ley Volstead, pero eli­
gió como candidato a Al Smith, el carismático gobernador de Nueva
York, líder de las minorías étnicas dentro del partido y público defen­
sor de la abolición de la Decimoctava Enmienda desde 1923, quien en
la campaña electoral dejó claro que la regulación del alcohol era un
asunto de las autoridades locales y estatales? no del gobierno federal.
En cuanto al Partido Republicano, eligió como candidato a Herbert
Hoover, el prestigioso servidor público progresista, que prometió po­
ner todos los medios para hacer cumplir la ley prohibicionista. Herbert
Hoover ganó ampliamente las elecciones en 1928, con el apoyo de va­
rios Estados demócratas del sur, pero perdió el apoyo de algunos dis­
tinguidos republicanos de la AAPA, que decidieron apoyar a Smith.
La opinión antiprohibicionista fue, sin embargo, creciendo durante
su mandato, conforme fracasaba el intento de hacer aplicar la ley con
rigor, especialmente cuando este objetivo se priorizaba en medio de la
mayor depresión económica de la historia de Estados Unidos. En las
elecciones presidenciales de 1932, la crisis económica era el principal
PROSPERIDAD Y CONSERVADURISMO EN LA DÉCADA DE 1920 407

problema del país^ pero la prohibición siguió teniendo importancia en


la decisión de los votantes y la postura antiprohibicionista de los de­
mócratas fue una de las claves del éxito electoral de Franklin Delano
Roosevelt, apoyado en un mapa electoral transformado por la asimila­
ción y naturalización de las minorías étnicas a lo largo de la década.

U na c u l t u r a u r b a n a l ib e r a l y c o s m o p o l it a

Este rápido cambio de actitud de la clase media urbana frente á la


prohibición evidenciaba la solidez de algunos de los avances sociales
y culturales dé la primera guerra mundial, como el nuevo estatus pú­
blico de las mujeres o la toma de conciencia de la minoría negra, que
pervivieron a pesar d e l conservadurismo posbélico. No en vano, am­
bos eran fenómenos que recordaban que al lado del americanismo pro­
vinciano, las grahdes ciudades de la década de 1920 eran e l exponente
de una cosmopolita y liberada cultura urbana,
Ert las gratidés ciudades norteamericanas, donde las ideas de Sig-
mund Freud teñían una inmensa popularidad en la década de 1920, se
impuso la imagen de la nueva mujer de la era del jazz y el charlestón,
con la falda y el cabello corto, que fumaba, bebía, bailaba sensual­
mente, se relacionaba sexualmente con los hombres en los petting par-
lies o, en el casó de las estudiantes universitarias, tenía relaciones se­
xuales prematrimoniales;55 además, incrementó su incorporación al
trabajo durante ésta década e incluso en la depresión de la década de
1930.
Paralelo al desarrollo de la asimilación y aumento del peso político
de las minorías étnicas de origen europeo, en las grandes ciudades co­
menzó a valorarse por primera vez una cultura norteamericana, que no
se sentía inferior a la europea, y en la que era elemento destacado la cul­
tura negra o afroamericana que tanto interés había despertado en Euro­
pa desde la primera guerra mundial, En este movimiento cultural juga­
ron un papel destacado los veteranos de guerra, «los nuevos negros»,
los cuales se sentían verdaderamente norteamericanos y culturalmente
superiores á los millones de inmigrantes del sur y este de Europa que
habitaban en las grandes ciudades, ya que hablaban inglés, eran nati­
vos y habían llegado antes que el resto de las minorías étnicas.56
La conciencia de la superioridad de la cultura afroamericana y del
nacimiento del «orgullo negro» coincidió con la transformación de Har-
lem en un barrio en e l que se concentró la clase media acomodada ne­
408 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

gra en las décadas de 1920 y 1930, que lo convirtió en «nuestra propia


versión de París»,57 en el centro del movimiento político y cultural de
la minoría negra durante el período de entreguerras.
Allí se instaló el Cuartel General de la NAACP tras la primera
guerra mundial y, posteriormente, el nacionalismo negro de Marcus
Garvey,58 Y sobre todo fue el centro del Harlem Renaissance, el mo­
vimiento que, a través del arte, trataba de ganar el poder político que se
le negaba a la minoría negra.59 El primer paso fue indagar en la histo­
ria, para sustituir «la vergüenza de ser negro, por el orgullo de ser ne­
gro», con el fin de que la historia recuperara «lo que lá esclavitud nos
quitó». Así, en 1916, Cárter G. Woodson fundó en W ashington D.C.
la Asociación para el Estudio de la Historia y Vida del Negro, que
comenzó a publicar The Journal o f Negro History . Por su parte, un
colaborador suyo, Arthur Schomburg, nacido en Puerto Rico y educa­
do en el Caribe, fundó la Sociedad Negra para la Investigación Histó­
rica (The Negro Society fo r Historical Research), en Nueva York en
1911, que llegó a albergar una de las principales colecciones del mun­
do en documentación africana y afroamericana, A la recuperación his­
tórica siguió la reivindicación del arte y la música negra en todas sus
variantes — gospel, ragtime, blues, jazz— , así como el descubrimien­
to de una literatura negra más amplia de lo que se conocía hasta enton­
ces y la aparición del teatro negro.60
A finales de la década de 1920, Estados Unidos había vuelto al
aislacionismo en política internacional y disfrutaba del mayor creci­
miento económico de su historia. El «nuevo capitalismo» y la prosperi­
dad elevaron el nivel de vida de amplios sectores de la población y de­
bilitaron drásticamente a los sindicatos y al radicalismo, demostrando
la fortaleza y versatilidad del capitalismo estadounidense. Sin embar­
go, los intentos de regresar a los «valores tradicionales americanos»,
blancos, anglosajones y protestantes, fracasaron frente a la creciente
importancia política de las minorías étnicas y la cultura cosmopolita y
multiétnica de las grandes ciudades.
Capítulo 11
LA CRISIS DEL 29, FRANKLIN D. ROOSEVELT
Y EL NEW DEAL

LAS ELECCIONES DE 1 9 2 8 , EL CRAC DE W ALL STREET


Y EL COMIENZO DE LA DEPRESIÓN

Las elecciones presidenciales de noviembre de 1928 enfrentaron al


republicano Herbert Hoover y al demócrata Al Smith en medio de la
mayor prosperidad económica que había conocido Estados Unidos. El
mantenimiento de la prosperidad y la prohibición fueron los temas prin­
cipales de la campaña electoral Como era lógico, los republicanos» que
llevaban gobernando desde el principio de la década, se presentaron
como artífices de la prosperidad, de la que Herbert Hoover — ingenie­
ro, hombre de negocios de éxito y político experimentado™ había sido
responsable destacado desde su posición de secretario de Comercio en
la Administración de Coolidge, En su programa, Hoover prometía man­
tener la prosperidad con una política de reducción de impuestos y deu­
da, así como proteger ía agricultura e industria nacional. En cuanto a la
prohibición, Hoover, cuáquero e hijo de la middle America, quería po­
ner todos los medios para hacerla efectiva, pues consideraba que era
«un gran experimento social y económico». Esta posición le enfrentaba
al gobernador demócrata por el Estado de Nueva York, Al Smith, que
como católico e hijo de inmigrantes irlandeses, representaba a los vo­
tantes de las grandes ciudades y era un crítico de la prohibición.
Aunque Al Smith consiguió doblar el voto demócrata, arrasar en
las grandes ciudades y empezar a dibujar una coalición de trabajadores
industriales de las grandes ciudades y agricultores descontentos del
oeste; Herbert Hoover consiguió la tercera gran victoria republicana de
la década, porque los electores tenían la esperanza de que con él conti­
410 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

nuaría la prosperidad. Ganó en voto popular por 21 millones de votos


frente a 15 millones, consiguió 444 electores frente a 37 e incluso lo­
gró victorias en los Estados tradicionalmente demócratas del sur, de­
jando a Smith solamente con los seis Estados del sur profundo, además
de Massachusetts y Rhode Island.
La noticia de la*victoria de Hoover provocó en la bolsa el llamado
auge de la victoria, el mayor incremento jamás registrado en la con­
tratación de valores. Las declaraciones republicanas sobre el manteni­
miento y aumento de la prosperidad presidieron los meses transcurri­
dos entre las elecciones en noviembre de 1928 y la toma de posesión
en marzo de 1929. El 4 de diciembre de 1928, el presidente saliente
Calvin Coolidge, en su último mensaje al Congreso sobre el Estado de
la Unión, señalaba„que «ninguno de los Congresos de Estados Unidos
hasta ahora reunidos para examinar el Estado de la Unión tuvo ante sí
una perspectiva tan favorable como lá que se nos ofrece en los actua­
les momentos. Por lo que respecta a;los"asuntos internos, hay tranqui­
lidad y satisfacción... y eLrnás largo período de prosperidad».1 En su
toma de posesión, el 4 de marzo de 1929, en plena fiebre especulativa
en Wall Street, Herbert Hoover manifestó que la prosperidad parecía
tan sólida, que «no tenía temor por el futuro del país»; pero toda su
Presidencia estuvo determinada por la mayor depresión económica de
la historia del capitalismo mundial, cuyos síntomas empezaron a apre­
ciarse claramente en otoño de 1929.
En realidad, como el mismo Hoover confesara en sus memorias,
desde mediados de la década de 1920 había habido algunos síntomas
de recesión y de tendencias especulativas en la economía. Aparte de
los sectores industriales tradicionales y la agricultura en crisis desde el
comienzo de la década, el sector de la construcción residencia! entró
en crisis a mediados de 1926 y las ventas de automóviles comenzaron
a bajar en 1927. En cuanto a la especulación, las posibilidades de enri­
quecerse rápidamente para la mayoría comenzaron por primera vez
con el boom inmobiliario de Florida en 1925-1926. Las mejoras del
transporte y el aumento del nivel de rentas hicieron pensar en construir
en Florida «la Riviera americana» que permitiera, a los habitantes de
las frías ciudades del norte, escapar a los peores meses del invierno en
el cálido sur. Comenzó así a dividirse lá tierra en parcelas edificables
y a venderse como opciones de compra, al 10 por 100 de su valor, que
a los quince días podían venderse por un valor muy superior.
Cuando este aüge inmobiliario se desvaneció a mediados de 1926,
el dinero y las tendencias especulativas se refugiaron en Wall Street,
LA CRISIS DEL 29, FRANKLIN D. ROOSEVELT Y EL NEW DEAL 411

En 1927 comenzó la expansión de la bolsa, donde día a día y mes tras


mes los precios de los valores subían; pero fue en 1928 cuando, en ex­
presión de Galbraith, se entró en «el nuevo mundo de la fantasía».2
Tras el invierno, la bolsa comenzó a subir con grandes saltos y en mar­
zo se llegó a la euforia, que se reafirmó tras la elección de Hoover en
noviembre. El nuevo fenómeno, ya avanzado en Florida, era que todo
el mundo, y no sólo un reducido sector, tenía la posibilidad de hacerse
rico rápidamente, pues se podían comprar valores a plazo con fianza,
ya que el comprador cedía sus títulos en prenda al agente de bolsa,
como garantía por el préstamo que permitió pagarlos. Si el mercado
estaba en alza, el comprador obtenía los beneficios del incremento de
los valores sin arriesgar el capital Esta práctica tuvo su máxima ex­
pansión en 1928 y 1929, cuando los bancos suministraban créditos a
los agentes de bolsa, éstos a sus clientes y, con un mercado al alza, las
garantías de pago volvían a los bancos como un caudal continuo y au­
tomático; de esta forma en 1928 conceder préstamos para invertir en
bolsa era una de las inversiones más seguras y rentables, pues se con­
seguían intereses de hasta el 12 por 100. Asi las cosas, Wall Street co­
menzó a atraer capitales extranjeros de todos los lugares del mundo,
que encontraban muy beneficioso financiar la especulación, e incluso
los banqueros de Nueva York hicieron un negocio aún más redondo,
pues pedían dinero prestado a la Reserva Federal al 5 por 100, para
prestarlo a su vez en el mercado de dinero al 12 por 100.3
Los trusts de inversión incrementaron aún más la burbuja especu­
lativa. Introducidos en Estados Unidos en la década de 1920, estas
compañías, dedicadas a la inversión en valores de otras compañías, se
fueron convirtiendo en Sociedades Anónimas de inversión, que ven­
dían sus valores al público y los administraban sin las características
de cautela y prudencia que caracterizaban a los trusts ingleses y esco­
ceses desde el siglo xvni. A partir de 1929, Wall Street permitió la ins­
cripción de los trusts de inversión, con una minuciosa inspección anual
sobre sus libros, precio y títulos propios en el momento de la inscrip­
ción; pero el prestigió de la administración de los trusts era tal, que pu­
dieron evadir cualquier control, vendiendo más títulos de los que com­
praron y llegando a vender títulos de empresas inexistentes.
Durante el año 1929, ninguna de las instituciones o personas que
pensaban que debían y podían hacer algo para frenar la especulación lo
hizo. Ni el presidente de Estados Unidos, ni el secretario del Tesoro, ni
el Consejo de la Reserva Federal, ni el gobernador y directores del
Banco de la Reserva Federal de Nueva York — el más poderoso de ios
412 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

bancos de la Reserva Federal— , ni el gobernador de Nueva York»


Franklin Delano Roosevelt. Todos ellos responsabilizaban de la toma
de decisiones a los otros y optaron por el laissezfaire, con lo que a par­
tir del 1 de junio de 1929, Wall Street comenzó a experimentar alzas
sin precedentes, que se mantuvieron durante todo el verano; pero a
partir del 5 de septiembre, los valores empezaron a caer.
Durante el mes de septiembre y parte de octubre, aunque la ten­
dencia era a la baja, el volumen de los negocios era todavía muy alto.
Las caídas fueron muy serias desde el lunes 21 de octubre de 1929 y se
derrumbaron el 24 de octubre, cuando el pánico se apoderó de Wall
Street y muchas personas, incapaces de aumentar las fianzas con dine­
ro en efectivo, lo vendieron todo y se retiraron del mercado. Pero el pá­
nico cedió cuando los banqueros de Nueva York se reunieron a me­
diodía en la Banca Morgan, decidiendo un «sostén organizado» de
fondos que apuntalara el mercado. La confianza se recuperó el resto de
la semana, pero el lunes 28 de octubre las pérdidas fueron muy fuertes,
y el martes 29 de octubre de 1929 la bolsa se derrumbó. Mientras se
arruinaban los pequeños inversores esa semana, y los grandes la sema­
na siguiente, los bancos ya no establecieron ningún «sostén organiza­
do» para estabilizar el mercado, sino que comenzaron a vender.
Además de vender sus valores, los bancos de Nueva York restrin­
gieron sus créditos, imprescindibles para la financiación del mercado de
bienes, trasladando así la caída de los precios de las acciones a las mer­
cancías. El hundimiento de precios, con sus secuelas de stocks sin ven­
der, problemas de liquidez y empresas en quiebra se alimentó a sí mis­
mo. La reacción del presidente y los sectores empresariales fue expresar
esperanza en la recuperación espontánea de la bolsa y la economía y re­
comendar precaución, lo que repercutió aún más en la caída de precios
y de salarios y en la quiebra dé los negocios.4 Así, entre 1929 y 1932 los
ingresos personales de los norteamericanos declinaron más de la mitad,
cerraron más de 9.000 bancos, fábricas, minas y ciudades enteras se
abandonaron. El desempleo creció del 3 por 100 — 1,6 millones de pa­
rados— en 1929, al 25 por 100 — 12 millones-—en 1932, y Jos campe­
sinos, ya en crisis desde el principio de la década, se enfrentaron a una
catástrofe por la caída de los precios agrícolas en un 50 por 100, lo que
provocó la venta de un millón de granjas por impago de las deudas o hi­
potecas.
El aumento del proteccionismo y la reducción de créditos del país
líder en la economía mundial convirtió la crisis en internacional, con
sus síntomas de caída de precios y desempleo ©levado;3 aunque las ten-
LA CRISIS DEL 29, FRANKLIN D. ROOSEVELT Y EL NEW DEAL 413

siones en 3a economía internacional no eran nuevas y se habían detec­


tado desde principios del siglo xx, cuando comenzó a evidenciarse la
asimetría entre el desarrollo de Estados Unidos y Europa, y entre el
conjunto de países industrializados y no industrializados. Estas tensio­
nes provocaron la ruptura del equilibrio económico internacional y la
desintegración del sistema monetario, que hasta entonces se había ba­
sado en la posición dominante del Reino Unido. Entre 1901 y 1929, la
tasa de crecimiento de Estados Unidos cuadruplicó a la de los países
europeos y el saldo de su balanza comercial respecto a Europa creció
espectacularmente. La primera guerra mundial consolidó el traslado
del centro de la economía internacional hacia Estados Unidos, pues au­
mentó el superávit de su balanza comercial con los principales países
europeos y lo convirtió de deudor en acreedor, dependiendo toda la re­
cuperación europea de sus créditos a corto plazo. También la guerra
afectó a la relación entre países industrializados y no industrializados,
ya que el conflicto provocó la expansión de la producción y el alza de
precios en los países no industrializados; pero al finalizar la guerra, las
medidas proteccionistas y la vuelta a la producción en los países con­
tendientes provocó enormes caídas de precios y beneficios en unos
países que, a finales de la década de 1920, compraban 3/5 partes de las
manufacturas mundiales. Con este panorama, dominado por los obstá­
culos para articular un sistema estable de intercambio de mercancías y
movimientos de capital, el crac y la grave recesión de la economía nor­
teamericana tuvo un efecto desastroso.6 , ,
En efecto, la economía norteamericana estaba liderando un cambio
estructural en el capitalismo, basado en sectores industriales que re­
querían un consumo de masas sostenido de bienes duraderos, cuando
tuvo lugar el crac de 1929. Pero ni estos sectores dinámicos eran los
predominantes en la economía norteamericana, ni la distribución de
los ingresos permitía el rápido desarrollo de los nuevos mercados de
masas.7 Como hemos visto, «la prosperidad de los veinte» se basó en
un aumento de los beneficios del 52 por 100 y de los dividendos del 65
por 100, mientras los salarios crecieron sólo un 15 por 100 y existía ya
un desempleo estructural en los sectores económicos «tradicionales».
Esta distribución desigual de los ingresos fue agravada por la política
republicana de hostilidad hacia los sindicatos, que contribuyó a dismi­
nuir la capacidad adquisitiva de los salarios y a impedir la expansión
del mercado de bienes de consumo duradero. También las políticas
económicas republicanas fueron responsables del crac en otros senti­
dos, pues la reducción de los impuestos originó el exceso de ahorro y
414 HISTOMA DE ESTADOS UÑIBOS

la disminución de la demanda; los altos aranceles protectores desani­


maron el comercio internacional y el relajamiento en la aplicación de
la Legislación Antimonopolios estimuló la concentración industrial y
los altos precios. .
Ante este panorama, Hérbert Hoover creyó estar ante una crisis si­
milar a la de 1921 y realizó una estrategia parecida para enfrentarse a
ella. En primer lugar; exhortó a los empresarios a mantener la confian­
za intentando no bajar los precios, sostener los salarios y aumentar el
empleo, y a los banqueros a facilitar el crédito, mientras mantenía una
política económica ortodoxa de laissezfaire contraria a recurrir al dé­
ficit, abandonar e l patrón oro o devaluar el dólar. Paralelamente, in­
tentó aliviar el paro recurrieñdo a la caridad privada y a las iniciativas
de los gobiernos locales, siguiendo sus convicciones de cooperación
comunitaria, asociación voluntaria y antiestatismo para resolver los
problemas sociales.8 Con estas medidás, Hoover esperaba una recupe­
ración en sesenta días,* y cuándo ésta no se produjo, interpretó los pro­
blemas norteamericanos Como una consecuencia de los problemas
económicos internacionales tras la crisis financiera europea de 193 L
Según este diagnóstico, su política trató de resolver en Europa los
problemas de las deudas y reparaciones bélicas con úna moratoria de
los pagos, y en Estados Unidos apuntalaba a las instituciones financie­
ras con la intención de facilitar el crédito y dar confianza a los empre­
sarios para utilizarlo. Pero, al mismo tiempo, consideraba que la con­
fianza económica-'sólo se podía sostener con una moneda'fuerte, el
mantenimiento del patrón oro y un presupuesto que no recurriera al dé­
ficit para promover el gasto publicó.
Ni estas medidas surtieron efecto, ni las autoridades locales y la ca­
ridad privada podían enfrentarse a l desempleo masivo. Alrededor de
las ciudades crecían barrios de chabolas llamados Hoovervillés, a un
periódico se le llamaba manta Húover y a un bolsillo vuelto del revés
bandera Hoover, lo que mostraba la erosión política del presidente. En
esas circunstancias, en las elecciones a mitad de mandato de noviem­
bre de 1930, los demócratas consiguieron la mayoría en la Cámara de
Representantes y suficientes avances en el Senado para controlarlo en
coalición con los representantes de los agricultores del oeste, permi­
tiendo que se aprobaran distintas medidas de gasto público de enero a
junio de 1932 que ayudaran a los sectores más peijudicados por la de­
presión, como los bancos y sociedades de crédito — Glass Steagall
Act—~, los propietarios de casas Federal Home Loan Bank Act— , o
los desempleados — Emergency R elief and Construction Act—~. Sin
LÁ CRISIS DEL 29, FRANKLIN D. ROOSEVELT Y EL NEW DEAL 415

embargo, la ayuda a los agricultores hacía tiempo que se había abando­


nado, pues a mediados de 1931 el gobierno dejó de comprar excedentes
y, sin poder hacer nada» vio derrumbarse los precios.
Ante esta situación desesperadas, algunos agricultores comenzaron
a desafiar la ley^ amenazando con linchar a los jueces que ejecutaban
las hipotecas, quemando cosechas para subir los precios o desabaste­
ciendo el mercado con las llamadas huelgas agrícolas. No en vano, to­
das las zonas agrícolas del país estaban en crisis en 1932, pues a la ca­
ída general de los precios en el sur, oeste y medio oeste, se añadieron
la pérdida total de mercados de exportación para sus productos y/o las
intensas sequías registradas entre 1930 y 1936. También en 1932 las
primeras manifestaciones de parados, organizadas principalmente por
los comunistas, tuvieron lugar en Chicago, Detroit y Nueva York, ex­
presando que la crisis económica se extendía a todos los sectores in­
dustriales y a distintos estratos sociales, con sus secuelas de un eleva­
do y sostenido índice de desempleo — 25 por 100 de los trabajadores
no agrícolas— , marginación y pobreza.
El descontento se extendió a los veteranos de la primera guerra mun­
dial, a quienes el Congreso premió en 1924 con un bono - —póliza de se­
guros— , que podían hacer efectivo en 1945. Con la depresión, muchos
veteranos desempleados, incapaces de obtener ayuda de sus municipios,
pidieron al Congreso y al gobierno poder adelantar el cobro de sus bo­
nos, y organizaron una marcha sobre Washington de 25.000 veteranos
—el Bonus Army— , algunos de los cuales acamparon en edificios ofi­
ciales. Para desalojar estos edificios de unos veteranos sospechosos de
ser «comunistas o criminales», e l presidente ordenó la intervención de la
Policía y el Ejército, al mando d el general Douglas MacArthur, asistido
por dos jóvenes generales, Dwight Eisenhower y George Patton Jr. La
intervención armada dispersó violentamente a los veteranos y sus fami­
lias, quemando sus tiendas y causando dos muertos. Hoover no ordenó,
pero sí consintió, esta represión violenta, que aumentó la desesperación
y desmoralización del país y el desprestigio del presidente, el cual se­
guía resistiéndose a aumentar los fondos públicos para reactivar la eco­
nomía cuando se iba a entrar ya en el tercer año de crisis económica.

F r a n k l in D e l a n o R o o s e v e l t y el p rim e r N ew D eal

En este ambiente de crisis económica persistente, todos esperaban


que un demócrata ganara las elecciones presidenciales de noviembre
416 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

de 1932. La Convención demócrata reunida en Chicago en junio de


1932, tras tres votaciones, eligió como candidato presidencial a Fran-
klin Delano Roosevelt, el gobernador de Nueva York, quien desde
agosto de 1931 estaba intentando luchar en su Estado contra el desem­
pleo y la pobreza con la intervención directa del gobierno del Estado
en la economía.9 La experiencia de Nueva York demostraba que los
recursos de un Estado eran insuficientes para luchar con una crisis eco­
nómica tan profunda, y que Roosevelt era el político que estaba lide­
rando esta lucha, sin prejuicios para recurrir a remedios no convencio­
nales ante una situación sin precedentes.
Franklin Delano Roosevelt era el hijo único de una aristocrática fa­
milia del valle Hudson de origen holandés, que le dio una educación
cosmopolita de gentleman farmer, para que se dedicara a la adminis­
tración de los negocios y la finca de la familia. Así, tras graduarse en
Derecho por Harvard, empezó a trabajar en una firma de Wall Street,
pero tras su noviazgo y posterior matrimonio en 1905 con su prima le­
jana Eleanor Roosevelt, sobrina preferida del ex presidente Theodore
Roosevelt, mostró su decisión de dedicarse a la política, siguiendo los
pises de su admirado primo.
t omenzó su carrera política en 1910, cuando el Partido Demócra-
t i estaba buscando un candidato con recursos económicos en el valle
de Hudson para arrebatar ese distrito electoral en el Senado del Es­
tado de Nueva York a los republicanos. Roosevelt tenía a su favor un
cambio de tendencia favorable a los demócratas, el que no formara
parte del aparato del partido, su apellido, juventud, entusiasmo, con­
fianza en sí mismo, atractivo físico y su capacidad para aprender rápi­
damente. En la Cámara estatal actuó como un moderado progresista,
cercano a Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson, el gobernador de
New Jersey y estrella ascendente del Partido Demócrata, por el que
hizo campaña vigorosamente en las elecciones presidenciales de 1912.
En recompensa, fue llamado a Washington a ocupar un puesto menor
en la Administración, eligiendo el Subsecretariado de Marina para se­
guir los pasos de su primo Theodore. El estallido de la primera guerra
mundial dio mayor relevancia a ese cargo, ya que a partir de abril de
1917 le permitió demostrar su capacidad para conseguir que las cosas
se hicieran con rapidez y visitar el frente europeo en 191.8. La expe­
riencia de siete años en Washington le proporcionó un conocimiento
directo de la Administración federal; un amplio abanico de contactos
políticos, económicos y laborales; una relación estrecha con la prensa,
así como una actitud responsable hacia la guerra y la paz y una con­
LA CRISIS DEL 29» FRANKLIN D. ROOSEVELT Y EL NEW DEAL 417

cepción constructiva del papel de Estados Unidos en la escena inter­


nacional.
Elegido por lames Cox como candidato a la Vicepresidencia en las
elecciones de 1920, sobre todo, por su apellido, seguía mostrándose
como un político extremadamente vago y cauto, por temor a perder vo­
tantes potenciales, no yendo más allá de un moderado progresismo y
de un idealismo de sentido común; aunque también demostró su habi­
lidad para absorber y utilizar el conocimiento político y su extraordi­
naria relación con el público y ia prensa. Pero sólo él y su círculo ínti­
mo pensaban por aquellas fechas que podría llegar a presidente.
En agosto de 1921, un ataque de polio le dejó paralítico de las dos
piernas a los treinta y nueve años y le afectó psíquicamente. Fue su
mujer — Eleanor Roosevelt— y su estrecho colaborador — Frederíc
Howe— , quienes con su devoción le rescataron de la desesperación y
.mantuvieron sus ambiciones políticas. La enfermedad y la invalidez le
hicieron madurar personal y políticamente, haciéndole más paciente y
comprensivo, más centrado en la política y reforzando su ya notable
dominio de sí mismo, su seguridad, valentía y sentido del humor. Es­
peraba aún poder caminar o que el republicanismo de laissezfaire pre­
cipitara la depresión económica para presentarse como candidato a la
Presidencia, pero mientras tanto volvió a la política como gobernador
de Nueva York en 1928. Allí reunió al equipo de eficientes y leales co­
laboradores, que le acompañarían después en la Presidencia, como su
; jefe de Gabinete Frederic Howe, el experto en ciencias políticas de la
Universidad de Columbia, Raymond Moley, Henry Morgenthau Jr.,
Félix Frankfurter, profesor de Leyes de Harvard, la reformista social
Francés Perkins y, por último, su esposa Eleanor, quien se había con­
vertido en imprescindible para la carrera de su marido proporcionán­
dole muchos contactos con la intelectualidad, los sindicatos y la Asis­
tencia Social. Gracias a este equipo, aumentó las políticas progresistas
de su antecesor Al Smith — ayuda a los agricultores, pensiones, asis­
tencia social en las industrias, lucha contra el crimen, política medio­
ambiental, producción de energía eléctrica— , reconstruyó el Partido
Demócrata en las áreas rurales y visitó exhaustivamente todos los rin­
cones del Estado, ganándose una reelección masiva en noviembre de
1930.
Aunque siempre había dicho que el laissez faire republicano en­
gendraría la depresión, le sorprendió el crac de 1929 y no se dio cuen­
ta de la seriedad de la crisis, hasta que en 1931 Francis Perkins le indi­
có que había un millón de parados en el Estado de Nueva York y siete
418 HISTORIA; DE ESTADOS UNIDOS

millones en el país. En 1932, ya candidato a la nominación demócrata,


Roosevelt recurrió a las Universidades para tener nuevas perspectivas
sobre la depresión, y en abril de 1932 formó un Brain Trust dirigido
por Raymond Moley, que diseñó una política económica nacionalis­
ta, integral y colectivista basada en tres premisas: las causas de la cri­
sis eran nacionales y los remedios debían ser internos; se reconocía
la necesidad de intervención gubernamental, no solamente para pre­
venir abusos, sino para controlar, estim ular y estabilfeár la actividad
económica y, finalmente, cualquier intento de destruir los monopo­
lios destruiría la mayor contribución de Estados Unidos a elevar el
nivel de vida de buena parte de los ciudadanos, e l desarrollo de la pro­
ducción en masa. Sobre estás líneas maestras se estructuraron la ma­
yoría de ios discursos de la campaña de Primarias de Roosevelt, en
los cuales dejó claro la interdependencia entre lá agricultura y la in­
dustria, la necesidad de restaurar el poder de compra dé la población,
así como que la depresión era una crisis de abundancia y una situa­
ción de emergencia nacional similar a una guerra y que necesitaba
para su solución tanto el activismo gubernamental, como la continua
experim entación.10
En su discurso de aceptación en la Convéñciórt demócrata de Chi­
cago el 2 de julio de 1932, identificó al Partido Demócrata como «el
portador del liberalismo y el progreso», declaró que no había tiempo
para el miedo, la reacción o la timidez, atacó el fatalisího republicano
y la reacción, señaló que las leyes económicas no eran naturales, enu­
merando seguidamente sus objetivos para «aliviar la penuria». Entre
ellos, destacaban un programa de obras públicas autofinanciado, una
semana laboral más corta, la regulación de la especulación, una poli-
tica agraria que incluyera empleo ju v en il en trabajos d e conservación
medioambiental, un programa de subvención de precios agrícolas y el
rechazo a la prohibición. É l discurso concluía prometiendo a new
deal fo r the american people, «un nuevo acuerdo para el pueblo ame­
ricano».
A pesar de que las elecciones sé ganaron tres meses antes de cele­
brarse, F. D. Roosevelt, que disfrutaba de su contacto con las multitu­
des, cubrió 32 Estados y 20.000 kilómetros en ocho semanas. Las elec­
ciones de noviembre, sin embargo, representaron más un rechazo
decisivo a Hoover que un mandato para Roosevelt, aunque éste ganó
por 22,8 millones de votos, frente a 15,75 millones, y consiguió 42 de
los 48 Estados, así como mayorías sustanciales demócratas en ambas
Cámaras del Congreso.
LA CRISIS DEL 29. FRANKLIN D. ROOSEVELT Y EL NEW DEAL 419

Pero tras el New Deal, no había un programa detallado de actua­


ción y Roosevelt había hablado en su campaña de cosas contradicto­
rias, como mantener un presupuesto equilibrado, reconocer el derecho
de cada hombre a una vida confortable y ofrecer planes específicos para
la recuperación económica. Tampoco su discurso de inauguración pre­
sidencial el 4 de marzo de 1.933 concretó mucho las cosas, pero sí dejó
claro que su gobierno iba a actuar rápidamente y, una vez más, trans­
mitió su entusiasmo y esperanza al conjunto de la nación. El medio mi­
llón de cartas que recibió a la semana siguiente de su toma de posesión
— que se multiplicarían en los años de su Presidencia--- demuestran las
expectativas que despertó su discurso inaugural. Entre los que escribie­
ron al presidente y a la secretaria de Trabajó, Francés Perkins, había
muchos trabajadores que se consideraban «escl&vqs de la depresión»,11
que esperaban que, como un nuevo Lincoln, Roosevelt los liberara de la.
inseguridad material y eJ gobierno les garantizara empleó digno y esta­
ble.12 Mientras tanto, se había llegado a ló peor de la depresión, con
12,5 millones de parados, en el llamado invierno de la desesperación.
Los primeros cien días de gobierno de F. D. Roosevelt respondie­
ron a las expectativas despertadas, pues fueron tres meses de acción
trepidante en una atmósfera de crisis bélica, en la que se aprobó la ma-
: yoríá de la Legislación del llamado prim er New Óeal, entre 1933 y
1935.13 Su primera decisión política se dirigió a restaurar la credibili­
dad d e l sector bancario, decretando el 9 de marzo cuatro días de «va­
caciones bancarias» y discutiendo ese día en el Congreso el Decreto de
Emergencia Bancaria (The Emergency Banking Bilí). Este proyecto de
ley. elaborado por banqueros y funcionarios del Tesoro de la época de
HooVer, garantizaba la ayuda gubernamental para la reapertura de los
bancos privados con activos líquidos, reorganizaba los bancos con
problemas, otorgaba al presidente pleno control sobre los movimientos
de oro y autorizaba la emisión de nuevos billetes de reserva. La ley fue
aprobada tras treinta y ocho minutos de debate el mismo día 9 de mar­
zo, dando así carácter legal a las recomendaciones que ya habían he­
cho los asesores fiscales de Hoover. El domingo 12 de marzo, en su
primera charla radiofónica (fireside chai) el presidente aconsejó a los
norteamericanos volver a llevar sus ahorros a los bancos. Al día si­
guiente, los bancos abrieron sus puertas de nuevo y por primera vez
desde el crac, los ingresos superaron al dinero retirado.
El 10 de marzo, el presidente pidió al Congreso recortar 400 millo­
nes de dólares de las pagas de los veteranos y otros 100 millones de los
salarios de los empleados federales. Aunque 90 representantes demó-
420 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

cratas se opusieron en la Cámara, el Senado aprobó el proyecto con sólo


dos días de debate, consiguiendo el ortodoxo equilibrio presupuestario
que no pudo conseguir Hoover. El paso siguiente fue proponer al Con­
greso acabar con la prohibición, cumpliendo una demanda cada vez
más popular desde 1926 y asegurando importantes ingresos al Estado
para luchar contra la depresión. Mientras los Estados ratificaban la Vi­
gésimo Primera Enmienda, el 22 de marzo de 1933, el Congreso legali­
zaba la cerveza con 3,2 por 100 de contenido alcohólico e inmediata­
mente muchos de los bancos cerrados por la crisis se convirtieron en
improvisados bares y tiendas de bebidas alcohólicas.
En las dos primeras semanas de la Presidencia de Roosevelt, el país
había recuperado la confianza y la acción, sin embargo la política eco­
nómica era deflacionista y conservadora, pues seguía el programa del
ala derecha del Partido Demócrata, que proponía equilibrar el presu­
puesto recortando los gastos federales y crear nuevas fuentes de ingre­
sos legalizando la venta de alcohol. Pero a partir del 16 de marzo,
cuando el presidente mandó su mensaje agrícola al Congreso, su polí­
tica cambió de orientación hacia la heterodoxia de la intervención gu­
bernamental y cierto gasto público para ayudar a los sectores en crisis.
Aparte del interés personal de Roosevelt por ia agricultura, la atención
inmediata al sector agrícola estaba justificada por diversos motivos:
los agricultores eran en 1930 el 30 por 100 de la población activa; ade­
más, estaban muy bien organizados como grupos de presión desde la
crisis agrícola de final de siglo; por otro lado, los agricultores empo­
brecidos del sur y el oeste habían apoyado a Roosevelt desde el primer
momento y, por fin, el día de su toma de posesión como presidente, la
Asociación de Agricultores del Medio Oeste amenazó con una huelga
agrícola si no se aprobaba rápidamente una Legislación de ayuda.
Henry Wallace, el secretario de Agricultura, conocido especialista
en genética vegetal, pionero en el uso del maíz híbrido y estadístico,
reunió en su Departamento a un selecto grupo de intelectuales libera­
les que utilizaron la estadística y la planificación, y persuadió al presi­
dente de que actuara con rapidez para evitar la sobreproducción y la
caída de precios. El resultado fue la Ley de Adaptación Agrícola (Agri­
cultural Adjustment A ct, AAA), aprobada el 12 de mayo de 1933.
Como medida de choque, la AAA compensaba a los agricultores por
reducir sus cosechas y sacrificar sus animales de cría para subir los
precios, suministrando también créditos por los productos retirados del
mercado. Estas subvenciones se financiaban mediante un nuevo Im­
puesto a las Industrias de Productos Alimenticios, La ley tenía otros
LA CRISIS DEL 29, FRANKLIN D, ROOSEVELT Y EL NEW DEAL 421

objetivos más ambiciosos, como la racionalización y modernización


económica medíanle la planificación — eliminar tierras marginales,
cuidar de la erosión del suelo, cultivar los productos idóneos— y la lu­
cha contra la pobreza agrícola. Hacia finales de 1934, parecía que se
había conseguido el objetivo de reducir la producción de trigo, algo­
dón y maíz, y de elevar los precios hasta un 58 por 100; pero ambas co­
sas se debieron también a la intensa sequía que asoló a muchos Esta­
dos de las grandes llanuras entre 1932 y 1935. La sequía y las
tormentas de arena erosionaron el suelo, provocando la ruina y emi­
gración de 800.000 agricultores de Arkansas, Texas, Missouri y Okla-
homa, desgracia que fue magistralmente narrada por John Steinbeck
en Las uvas de la ira.H Como refleja la novela, estos agricultores arrui­
nados no se encontraron en los valles centrales de California el paraí­
so que esperaban, sino las precarias condiciones de trabajo y vivienda
que afectaban a los trabajadores temporeros mexicanos.
La lucha contra el desempleo fue la siguiente tarea urgente del go­
bierno de Roosevelt, para la cual sí necesitó recurrir en abundancia a
los fondos federales. El 21 de marzo de 1933 envió al Congreso un
mensaje de ayuda al desempleo con el resultado de que, en una sema­
na, el Congreso aprobó la creación del Cuerpo Civil Conservacionista
(Civilian Conservative Corps, CCQ* que emplearía a tres millones de
jóvenes entre los dieciocho y veinticinco años en trabajos de repobla­
ción forestal. En otras dos semanas, se aprobó la creación de la Admi­
nistración Federal de Ayuda al Desempleo (Federal Emergency Relief
Administration, FERA), que suministró en dos años medio billón de
dólares de fondos federales para que los Estados lucharan contra el de­
sempleo, financiando obras públicas o dando dinero directamente a los
parados; pero también financiando campañas de alfabetización de
adultos, pagando la universidad a estudiantes pobres y estableciendo
centros de día para familias con pocos ingresos. La última medida con­
seguida por el presidente fue un programa de ayuda federal, por el
que la Administración de Trabajo Civil (Civil Work Administration,
CWA), constituida en noviembre de 1933, gastó 900.000 dólares en
emplear a cuatro millones de parados en obras públicas y pagar sala­
rios a los que no podían encontrar empleo.
El frente siguiente fue ayudar al sector de la construcción y a los
propietarios de casas desahuciados por no poder pagar sus hipotecas.
En 1932, 250,000 personas perdieron sus casas, y en la primera mitad
de 1933, más de 1.000 personas cada mes perdían el derecho a redimir
sus hipotecas. En junio de 1933, el Congreso aprobó la Ley de Presta-
422 HISTORIA DE ESTADOS U NIDOS

mo para los Propietarios de Casas (The Home Owners Loan Act, THO~
LA), que ayudó a refínanciar una de cada cinco hipotecas de viviendas
urbanas en el país. Paralelamente, a petición de los progresistas de'Ne-
braska, Roosevelt envío al Congreso, el 10 de abril, el proyecto de cre­
ar la Autoridad del Valle de Tennessee, un amplio experimento de pla­
nificación social en una zona deprimida, que pretendía crear embalses
para controlar las frecuentes riadas^ evitando la erosión del suelo y ge­
nerando energía eléctrica. La Autoridad del Valle de Tennessee sería
una empresa pública, que fabricaría abono, construiría un canal de na­
vegación de 1.000 kilómetros, estaría comprometida en la conserva­
ción del suelo y la reforesíación,y colaboraría con el Estado y las
Agencias locales en proyectos sociales. El 18 de mayo de 1933, tras la
aprobación del Congreso, el presidente firmó la Ley dé la Autoridad
del Valle de Tennessee.
Por esas fechas, Roosevelt intentaba qué su gobierno estimulara di­
rectamente la actividad industrial, contentando a empresarios, consu­
midores y trabajadores. La solución vino de la experiencia de la Junta
de Industrias de Guerra en la primera guerra mundial, qué había logra­
do el control gubernamental sin desafiar el capitalismo: Con esta idea,
el 10 de mayo de 1933, el presidente nombró un Comité al que encerró
en una habitación de la que no saldrían hasta que tuvieran una proposi­
ción de ley. El resultado fue la Ley pára la Reactivación de la Industria
Nacional (National Industrial Recovery Act, NIRA), aprobada el 13 de
junio de 1933. La ley fénía dos partes, una intervención directa para es­
timular la economía, a través de la Administración de Obras Públicas
(Public Works Administration, PWA), que gastó 3.3 billones de dólares
en obras públicas de distinto tipo, y üoa parte más ambiciosa, que crea­
ba la Administración para la Recuperación de la Industria Nacional
(Nacional índustral Recove ry Administración, NIRA), para estabilizar
las industrias mediante códigos de «prácticas de competencia justa» en
las empresas, y generar poder de compra creando empleos, determinan­
do condiciones de trabajo estándar y elevando los salarios. Las empre­
sas que suscribían estos códigos se comprometían a reconocer a los sin-'
dicatos y la negociación' colectiva en sus empresas, así como un
mínimo salarial y un máximo de horas de trabajo. En las industrias que
decidían colaborar con el programa, se crearon Comités que represen­
taban a la dirección, a los sindicatos y al gobierno, y que redactaron
«códigos» significativamente progresistas en temas laborales: semana
de 40 horas y un salario mínimo de 13 dólares a la semana, más del do­
ble de lo que se cobraba. Inicialmente, dos millones de empresarios, so­
LA CRLSIS DEL 29, FRANKLIN D. ROOSEVELT Y EL NEW DEAL 423

bre todo de las llamadas industrias enfermas, apoyaron «el águila azul»
que representaba su adscripción a la ÑERA.

R esultad os l i m i t a d o s , o r g a n i z a c i ó n d é l a p r o t e s t a s o c ia l
Y OPOSICIÓN conservadora

El balance de los primeros cien días de la Presidencia de Roosevelt


era impresionante; por primera vez en la historia de Estados Unidos, el
Congreso había aprobado 15 leyes que comprometieron al gobierno
con la recuperación económica y la ayuda inmediata a los sectores so­
ciales más perjudicados por la depresión. La incógnita era si la aplica­
ción de estas leyes podría sacar al país de la crisis económica durante
los meses siguientes y contentar a la mayoría de la población.
En el sector agrícola,13 el sacrificio de millones de animales de cría
“—6 millones de cerdos en el llamado cinturón de maíz-—, la destruc­
ción de cosechas — 10 millones de acres de algodón en 1933— y los
precios subvencionados, consiguieron elevar los precios un 58 por 100
y permitieron que, a lo largo de la década, los ingresos dé los campesi­
nos se recuperaran,56 aunque no llegarían al nivel de 1929 hasta 1941,
cuando el país entró en la segunda guerra mundial. Las ayudas evita­
ron lo peor de la crisis económica y mantuvieron una mano de obra
agrícola subempleada, mientras se creaban las condiciones para que
esta mano de obra pudiera ocuparse en otros sectores económicos.
La forma en que se aplicó esta política de subvenciones perjudicó
a los sectores más pobres y no propietarios de la agricultura norteame­
ricana, como los aparceros negros dél sur o los trabajadores inmigran­
tes mexicanos de California. La necesidad de que los propios agricul­
tores consintieran voluntariamente la destrucción de cosechas o el
control de los precios, obligó a las autoridades federales a incentivar la
formación de grupos de presión agrarios para poder aplicarla ley; gru­
pos que estuvieron principalmente constituidos por las élites rurales
locales.17 En el sur, decenas de miles de aparceros fueron expulsados
de sus tierras como resultado directo de la política de subvencionar
los precios del algodón a aquellos que redujeran la producción. La
Ley de Adaptación Agrícola estipulaba que los propietarios debían
compartir sus beneficios con aparceros y arrendatarios, pero no lo hi­
cieron.18 En cuanto a los trabajadores eventuales mexicanos, emplea­
dos en las explotaciones agrícolas de los valles centrales de California
y en la industria conservera, tampoco se vieron beneficiados con au­
424 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

mentos salariales o mejores condiciones de trabajo con la aplicación


de la AAA*
Era lógico, entonces, que de estos grupos surgieran las mayores
protestas entre 1933 y 1935. En el sur, comunistas y socialistas organi­
zaron a los aparceros negros en el Sindicato de Aparceros de Alabama
(Alabama Sharecroppers Union, ASU) y en el Sindicato de Arrendata­
rios del Sur (Southern Tenant Farmer Union, STFU), respectivamente.
En California, los comunistas organizaron a los temporeros mexicanos
con militancia política y sindical anterior en México en el Sindicato
de Trabajadores Agrícolas y de la Industria Conservera (Cannery and
Agricultural Workers Industrial Union, CAWIU), Ambas tuvieron éxi­
to inicialmente y movilizaron a una militancia interraeial. En el sur,
STFU organizó en 1935 una huelga de recolección y en California CA~
WIU realizó 37 huelgas en 1933, que movilizaron a 47.000 trabajado­
res, los cuales consiguieron momentáneamente un 100 por 100 de in­
cremento salarial, aunque finalmente la protesta se debilitó víctima de
la violencia de los propietarios.19 Terrorismo amparado por la Policía,
secuestros y asaltos a líderes sindicales, desahucios en masa de los
huelguistas y persecución de los líderes comunistas bajo las leyes esta­
tales contra «el sindicalismo criminal», se combinaron para aplastar a
los sindicatos, de forma que, en 1934, la CAWIU ya se había derrum­
bado tras el arresto de sus líderes y, en 1938, la STFU casi había desa­
parecido.
Tampoco los proyectos de planificación y modernización agrícola
se pudieron conseguir por la dificultad de aplicarlos en un sistema de­
mocrático donde el campesinado tenía que consentir y, sobre todo,
porque en la década de 1930 no existían los medios, ni las condiciones
económicas, para que se produjera la gran transformación de la agri­
cultura norteamericana que, diseñada por el New Deal, se consiguió
tras la segunda guerra mundial, cuando fue posible el trasvase de la
mano de obra a otros sectores económicos, permitiendo la virtual de­
saparición de la agricultura familiar, la concentración de la propiedad,
la mecanización y la espeeialización agrícola.
En cuanto a la industria, el director de la NIRA, el general Hugh
Johnson, consiguió en un período de tres meses, durante el verano de
1933, que las diez principales industrias del país colaboraran en la re­
cuperación industrial. Como pasó con la agricultura, la NIRA evitó
que las cosas empeoraran, pero para hacer cumplir la ley se necesitaba
una potente burocracia federal que no existía en Estados Unidos, por lo
que pasados los momentos iniciales, los empresarios y las grandes
LA CRISIS DEL 29, FRANKLIN D. ROOSEVELT Y EL NEW DEAI., 425

compañías controlaron la ejecución de los «códigos de competencia


justa» y utilizaron su poder para eliminar ia competencia, subir los pre­
cios y frenar la recuperación. Así, menos del 10 por 100 de los Comi­
tés que aplicaban los códigos de competencia en las empresas tenían
representantes de los consumidores y trabajadores, y las grandes em­
presas de las industrias punta — acero, automóvil, caucho y quími­
cas— consideraban a la NIJRA una intromisión en el libre derecho de
los empresarios a dirigir sus negocios.20

O r g a n iz a c ió n d e l o s c o n s u m i d o r e s

.Este abuso del poder em presarial provocó la reacción de los con­


sumidores y trabajadores, ambos movilizados y organizados gracias
al New Deai. El consumo de masas» ya parte esencial del funciona­
miento de la economía norteamericana en la década de 1920, se orga­
nizó como arma política progresista gracias al New Deal, pues mu­
chos new dealers diagnosticaron la crisis económica como crisis de
subconsumo. Tres economistas liberales — Robert Lynd, Paul Dou-
glas y Gardiner Means— , que ya habían teorizado en la década de
1920 sobre la relación entre ia ausencia de poder adquisitivo y el po­
der corporativo y la desorganización de la clase obrera, pasaron a co­
laborar con la NIRA, a través del Consejo Asesor del Consumidor
(Consumer Advisory Board, CAB), que luchaba por los. estándares de
calidad y contra las tendencias de precio fijo, que minaban el poder
real de compra de la población.
Creían que la única forma de preservar el capitalismo democrático
era defender el poder adquisitivo de los consumidores, para lo que eran
necesarios sindicatos fuertes y salarios más altos. Por supuesto, el con­
sumo del que hablaban no era el consumo individualista de clase me­
dia, sino el consumo como un derecho colectivo y planificado, que
prefería la durabilidad, la calidad y el buen precio a la moda o el esti­
lo. Además, tenían el objetivo más ambicioso de organizar los intereses
de los consumidores, de forma que éstos, en alianza con los trabajado­
res urbanos, constituyeran una «mancomunidad de consumidores», ya
que en ausencia de un Partido Socialista fuerte, los temas del consumo
de masas eran el centro de la política de clase, y la expansión del con­
sumo podía servir de base a un programa político socialdemócrata.21
Así, el CAB constituyó como experimento 200 Consejos de Consumi­
dores de Condado, que organizaron protestas — como las huelgas con­
426 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

tra el aumento de los precios del pan— y financiaron publicaciones de


orientación al consumidor. Pero todo este activismo de defensa del
consumidor, animado por la NIRA, no pudo restaurar el poder adqui­
sitivo entre 1933 y 1934, ni ev itarla subida de los precios.

El n u e v o s in d i c a lis m o i n d ü s t m a l

Ya en la década de 1920, la Sociedad Taylor había evolucionado


hasta considerar a los sindicatos esenciales para el funcionamiento de
la empresa, pues la autoridad industrial debía descansaren el consen­
timiento y la autodisciplina de los gobernados, para aprovechar mejor
los recursos humanos. Paralelamente, surgía un «huevo sindicalismo»,
representado por sindicalistas como Sidney Hillman, que asumía la di­
rección científica a condición de que estuviera controlada también sin­
dicalmente. Este nuevo sistema de relaciones laborales, que se estaba
fraguando en la década de 1920, se fue instalando en las empresas que
dependían del consumo de masas f éstas, por tante, fueron aceptando
la organización de los trabajadores en sindicatos industriales y la ne­
gociación colectiva.
Se puede decir que en vísperas de la crisis del 29, el nuevo sindica-
lismo industrial, que a partir de 1935 representaría el Congreso de O r­
ganización Industrial (Coítgress o f Industrial Organization, CIO), ya
existía de forma embrionaria. Había una estrategia de formar'-sindica­
tos industriales nacionales; una política económica dé intervención del
estado para aumentar la seguridad y el consumo de los trabajadores;
una dirección sindical y una escuela de cuadros — Bookwood College— ;
junto con decenas de anónimos militantes; una ideología — la demo­
cracia industrial— , y sobre todo una alianza política embrionaria que
incluía a toda lia nueva élite política, la cual tendría capacidad de ac­
tuación plena a partir de 1935, en el segundo New Deal. Entre ellos
habría senadores influyentes, como George Norris, Robert Wagner y
Robert La Folíete; activistas sociales progresistas, como Francés Per-
kins o Harold Ickes; hombres de negocios y científicos sociales que se
reunieron alrededor de la Twentieth Century Fund and Russell Sage
Foundation,22
Los impulsores del nuevo sindicalismo aprovecharon la sección 7.a
de la NIRA, que exigía la representación sindical en las empresas y la
negociación colectiva, para movilizar a los trabajadores cualificados o
semicualificados de las industrias en crisis, en demanda del cumpli­
LA CRISIS DEL 29, FRANKLIN D. ROOSEVELT Y EL NEW DEAL 427

miento de la nueva legalidad en cuanto a salarios mínimos y horas de


trabajo. En 1933, 1.168.273 trabajadores participaron en huelgas en
todo el país, principalmente en la industria textil* la del acero y la del
automóvil; en 1934, la cifra ascendió a L500.G00 huelguistas, inclui­
dos los actores de Hollywood, los periodistas, los trabajadores agríco­
las de California, Washington, Florida y Gonnecticut, y también hubo
huelgas generales en Toledo, Ohio; San Francisco, California, y Min-
neapolis, Minnesota.
Este movimiento huelguístico; él mayor desde el año 1919, tenía la
novedad de incluir, por primera vez, a trabajadores semicualificados y
no cualificados, inmigrantes de segunda y primera generación, así
como a mexicanos y ciudadanos negros, especialmente en el sector
agrícola. Por otro lado, fue un movimiento organizado de form a bas­
tante espontánea y cuyos líderes, que serían también los del CIO, eran,
en muchos casos, comunistas, tróskistas o socialistas.
La expresión de descontento de muchos sectores populares y del
radicalismo político con las medidas del primer New Deal reflejaba el
problema de fondo de que no había ninguna estrategia gubernamental
sólida para recuperar el poder adquisitivo y aumentar las inversiones,
pues Roosevelt seguía creyendo en la ortodoxia d el presupuesto equi­
librado y era escéptico sobre las posibilidades de las obras publicas
como agente de recuperación económica. Así lo demostró en la timi­
dez con que recurrió ál gasto público y en cómo eliminó en la prima­
vera de 1934 la Administración de Trabajo Civil23 en cuanto el invier­
no pasó y el programa costaba ya un billón de dólares. En abril de
1934, cuatro millones de trabajadores volvían a estar en paro.

O p o s ic ió n conservadora

Pero esta reducción del gasto público no era suficiente para los in­
tereses económicos y políticos conservadores, que en el verano de
1934 veían con preocupación aumentar el déficit y la intervención del
Estado en la economía. Lewis Douglas dimitió como director de Pre­
supuesto, en desacuerdo tanto con el déficit creciente, cómo con las
políticas fiscales de Roosevelt. Ese mismo mes se constituyó en W as­
hington, la American Liberty League, que agrupaba tanto a empresa­
rios como a políticos contrarios a la gestión económica del New D eal
La idea había surgido de los ejecutivos de Du Pont en el sur, al com­
probar que los trabajadores negros podían rechazar los trabajos ofreci­
428 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

dos por la empresa cuando encontraban empleos federales mejor re­


munerados. La solución fue crear una organización «para animar a la
gente a trabajar y hacerse rico».24
En principio, la organización estaba abierta a todas las clases so­
ciales, pero de hecho la dominaban los ejecutivos de Du Pont y Gene­
ral Motors y los industriales del noreste, y se convirtió en el vehículo
organizativo para los políticos críticos con el New Deal, que conside­
raban anticonstitucional la intervención económica, por violar los de­
rechos personales y de propiedad. Entre estos políticos, había un am­
plio número de demócratas» como dos ex candidatos presidenciales, Al
Smith y John W. Davis.
Las protestas de sindicalistas, conservadores y radicales no impi­
dieron que los demócratas ganaran de forma aplastante las elecciones
de mitad de mandato en noviembre de 1934. Tras ellas, los demócratas
consiguieron el control de ambas Cámaras, los escaños republicanos
quedaron reducidos al mínimo de su historia — 1/3 del Congreso— , y
el Partido Republicano sólo consiguió siete gobernadores en todo el
país, aparte de demostrar que no tenía programa alternativo, ni líder
nacional. Las elecciones fueron un triunfo personal de Franklin D. Ro­
osevelt, el cual demostraba seguir siendo el mejor líder para gestionar
la crisis económica y las aspiraciones reformistas y radicales.

D is id e n c ia p o p u l is t a

Pero este triunfo aplastante en las elecciones de mitad de mandato


no detuvo las voces disidentes de algunos populistas -—como el sena­
dor Huey Long y el padre Charles Coughlin— , que con millones de se­
guidores descontentos por las medidas del primer New Deal, se orga­
nizaron para desafiar el liderazgo de Roosevelt en las elecciones
presidenciales de 1936.
El senador por Luisiana, antiguo gobernador y jefe del Partido De­
mócrata en el Estado, Huey Pierce Long, había apoyado a Roosevelt
en la Convención demócrata de Chicago de 1932, pero al mes de la
inauguración presidencial sus carreras se separaron. Apodado «king-
fish», martín pescador, por el famoso serial radiofónico Amos and
Andy, ridiculizaba a la élite educada con su estilo chabacano y se pre­
sentaba como un ignorante, aunque era un abogado inteligente y un
político experto. Desde enero de 1934, había defendido un programa
de redistribución de la riqueza y fundó una organización política na­
LA CRISIS DEL 29, FRANKLIN D. ROOSEVELT Y EL NEW DEAL 429

cional* cuyo es logan era share our wealth, «distribuyamos nuestra ri­
queza».
El programa planeaba acabar con todas las fortunas personales
por encima de determinada cantidad y dar a cada familia bastante di­
nero para «comprar una casa, un coche y una radio»; los viejos reci­
birían pensiones y los chicos con talento serían enviados a la univer­
sidad. El programa se completaba con un amplio proyecto de gasto
público, un salario mínimo nacional, una semana de trabajo más cor­
ta, un plan agrícola y el pago inmediato de los bonos a los veteranos
dé guerra.
Share our wealth tuvo una enorme repercusión más allá de Luisia-
na, en algunos Estados del sur, como Mississippi, Arkansas o Georgia,
pero también en muchos trabajadores del norte, en Illinois y Filadelfia,
así como entre los agricultores descontentos del medio oeste. En fe­
brero de 1935, la organización de Long decía tener 27.000 clubs ex­
tendidos por todo el país, así como una lista de direcciones de 7,5 mi­
llones de personas. Según los demócratas, podría ganar como tercer
partido 3 o 4 millones de votos en las elecciones presidenciales de
1936, pero su asesinato en 1935 por Cari Austin Well en el capitolio de
Baton Rouge frustró su carrera.
En cuanto al reverendo Charles Coughlin, sacerdote católico de
una parroquia de Michigan, ya era tan popular en 1930, que la CBS
programó sus charlas a nivel nacional. A finales de 1932, tenía una au­
diencia semanal de 45 millones de oyentes y en 1934 recibía cada se­
mana más cartas que el presidente Roosevelt. En sus charlas radiofó­
nicas, simplificó y dramatizó la depresión, señalando entre los villanos
que la habían causado a los banqueros y al comunismo. El 11 de no­
viembre de 1934, anunció la formación de una Unión Nacional para la
Justicia Social (National Union fo r Social Justice), que proponía un sis­
tema de «justicia social» inspirado en la Italia corporativa, estimulado
por su arzobispo, Michael Gaílager, amigo personal de los presidentes
profascistas de Hungría — Miklos von Nagybanya Horthy— y Austria
—Engelbert Dollfuss— .
Aunque Long y Coughlin no tuvieron una relación estrecha y sus
movimientos no eran exactamente iguales, presidieron la insurgencia
popular más importante desde el movimiento populista de 1890, basa­
da en una tradición política similar: defender la autonomía del indivi­
duo y la independencia de la comunidad frente a la intrusión del mo­
derno Estado industrial. Lo que buscaban no era un futuro colectivista,
sino una sociedad en la que el individuo retuviera el control de su pro­
430 HISTORIA DÉ ESTADOS U NIDOS

pia vida y subsistencia, en donde el poder residiera en instituciones ac^


cesibles y la riqueza fuera compartida con justicia.
La gran depresión dio oportunidad otra vez de poner en cuestión el
capitalismo y el Estado corporativo, reafirmando la tradición política
norteamericana de un poder cercano controlado por los ciudadanos, de
una visión del capitalismo de clase media, basado en la economía a
«pequeña escala», receloso de banqueros y financieros; una tradición
que tenía la contradicción de querer, a la vez, un Estado federal expan­
sivo y limitado.23 A esta contradicción se sumaba otra, la de utilizar la
radio, el más moderno y centralizador medio de comunicación de ma­
sas, como el vehículo privilegiado para difundir sus ideas políticas.
Entre sus millones de oyentes y seguidores estaban ésos sectores de
la clase media baja y de los trabajadores cualificados conservadores, ^
que acababan de acceder al consumo y sé sentían especialmente daña­
dos por la depresión. Entre ellos, había propietarios agrícolas, peque­
ños comerciantes, trabajadores cualificados pertenecientes a la vieja
inmigración, modestos profesionales. Pero a pesar de los millones de
oyentes y cartas recibidas, había, tanto en Long como sobre todo en
Coughlin, vaguedad ideológica, ausencia de organización y falta de li­
derazgo local;26 todo ello los diferenciaba radicalmente del populismo
de la década de 1890 que, sin acceso a los medios de comunicación de
masas, no tuvo otra solución que establecer un sólido movimiento de
base que conectaba a sus seguidores con una política radical y que a fi­
nales del siglo xix parecía ser capaz de desafiar al nuevo capitalismo
corporativo.
Distinto fue el movimiento de personas de la tercera edad en tomo
al doctor Francis Townsed, médico rural sin éxito que emigró a Long
Beach, California, en 1919, encontrando un empleo como funcionario
de salud pública. El cambio de Administración le llevó al desempleo
cuando tenía sesenta y siete años y menos de cien dólares de ahorros.
Viendo que su suerte era también la de otras personas mayores que ha­
bían emigrado al oeste en la década de 1920 y se enfrentaban al paro
con pocos recursos y sin la solidaridad familiar, Townsed elaboró un
plan para ayudar a los desempleados mayores, que a la vez contribui­
ría a la recuperación económica.
En enero de 1934, Francis Townsed y Robert Clemérits, un promo­
tor i mobiliario, formaron Oíd Age Revolving Pensions Limited, que
proponía pagar una pensión de 200 dólares al mes a cada ciudadano de
más de sesenta años, con la condición de que renunciara a ejercer cual­
quier trabajo retribuido y prometiera gastar la suma dentro de un mes
LA CRISIS DEL 29. FRANKLIN D. ROOSEVELT Y EL NEW DEAL 431

en territorio de Estados Unidos. La pensión sería financiada por un im­


puesto del 2 por 100 sobre las transacciones comerciales. El plan aca­
baría con el desempleo, porque los mayores dejarían su puesto a los jó ­
venes y gastarían su cheque de la pensión reactivando el consumo. En
septiembre de 1934, Oíd Age Revolving Pensions Limited tenía un
equipo de 99 personas para atender el correo y 1.200 clubs en los Es­
tados del oeste, donde las tiendas fiaban a plazo esperando que los che­
ques llegaran, y en San Francisco miles de extranjeros trataban de con­
vertirse en ciudadanos, antes de que el plan Townsed se convirtiera en
ley.27 ■■■■■■■'
Las expectativas en los Estados del oeste eran lógicas, pues 16 de
los 20 congresistas de California apoyaron la proposición de la Ley
Townsed, y al menos 10 millones de personas habían firmado la peti­
ción para que la proposición se convirtiera en ley. Este apoyo masivo
reflejaba el nacimiento de un nuevo sector social y una potencial fuer­
za electoral, los mayores, que expresaban tanto la mayor esperanza de
vida, como los cambios en la organización familiar, especialmente en
Estados con fuerte inmigración como California.

E l T k i b u n á L^S í p r B m o c o n t r a e l p r im e r N ew D eal

A esta disidencia organizada, se sumaron las resoluciones del Tri­


bunal Supremo contra las principales medidas del New Deal. El 27 de
mayo de 1935, él Tribunal Supremo declaró la NIRA anticonstitucio­
nal. basándose en el caso más débil posible. El dilema legal de la
NIRA era que el cumplimiento de los códigos industriales suponía po­
líticas de precios fijos, que beneficiaban a las grandes compañías y
vulneraban la Ley Antimonopolio. Así, las denuncias por incumpli­
miento de los códigos siempre recaían en pequeñas empresas, como la
del caso que acarreó la inconstitueionalidad de la ley, en el que un pe­
queño comerciante de pollos kosher de Nueva York fue denunciado
por pagar salarios por debajo de lo establecido en el código, no matar
pollos de la forma requerida y venderlos enfermos.
Los hermanos Schechter dirigían una de las pequeñas tiendas de la
industria pollera de Nueva York, pero su recurso al Tribunal Supremo
estaba financiado por el Instituto del Hierro y el Acero, deseoso de
acabar con la intervención gubernamental. El Tribunal Supremo no
tuvo dificultad en declarar la NIRA anticonstitucional, sobre las bases
de que la ley intentaba regular el comercio que no era interestatal y que
432 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

los códigos representaban una inaceptable delegación del poder del


Legislativo al Ejecutivo.28 Unos meses después, en enero de 1936, en
el caso del Tribunal Supremo contra Butler, el máximo tribunal decla­
raría inconstitucional el impuesto a las industrias de transformación
agrícola que financiaba la Ley de Adaptación Agrícola, puesto que la
producción agrícola era intraestatal y, por tanto, estaba más allá del al­
cance del poder federal.

El seg u n d o N ew D eal

La resolución de inconstitucíonalidad de la NIRA hizo reaccionar


a Roosevelt frente a la disidencia política y el relativo fracaso del pri­
mer New Deal, recuperando la iniciativa en la primavera y el verano de
1935, en los llamados segundos cien días, que inauguraron el «segun­
do New Deal». La Legislación aprobada en estos «segundos cien días»
no tenía mayor coherencia intelectual que la de los primeros, pero es­
taba mejor elaborada, y un Congreso más liberal aprobó más fondos
públicos para acabar con el desempleo y la depresión, al tiempo que
ponía las bases de un rudimentario Estado de bienestar.
Los programas de ayuda federal al desempleo, coordinados por el
Work Projects Administration, WPA) y dirigidos por Harry L. Hop-
kins, la mano derecha del presidente, llegaron a gastar 10 billones de
dólares y a emplear una media de 3,5 millones de personas, alrededor
de 1/3 de los desempleados. Aunque la organización fue a menudo in­
suficiente y hubo poca planificación, los programas eran imaginativos,
cumplieron su objetivo ocupacional y proporcionaron objetivos a lar­
go plazo. Entre sus realizaciones más llamativas estaba el Federal
Project One, el programa de ayuda a los artistas en paro, un programa
de obras públicas a pequeña escala y el que subvencionaba a los jóve­
nes para ir a la universidad.29
La crítica conservadora presentó los programas del WPA como
prototipo de ía inefieiencia y la corrupción; crítica que era totalmente
desproporcionada, aunque los programas federales tenían limitaciones
evidentes, como la excesiva burocracia o el localismo, pero sobre todo
fracasaron en conseguir legitimidad frente a los ataques del Congreso
de despilfarro y radicalismo.
La Ley de Relaciones Laborales, conocida también como Ley
Wagner, por el senador de Nueva York Robert Wagner que la propu­
so, benefició al trabajo organizado y concretamente al nuevo sindica­
LA CRISIS DEL 29, FRANKLIN D. ROOSEVELT Y EL NEW DEAL 433

lismo del Cogreso de Organización Industrial (CIO). Considerada una


verdadera «carta magna» para los sindicatos, confirmó todos los de-
rechos de la sección 7.a de la NIRA y los hizo ejecutables en los Tri­
bunales. La ley daba a los trabajadores el derecho a negociar a través
de los sindicatos de su propia elección y prohibía a los empresarios
interferir en las actividades sindicales. Un Consejo de Relaciones La­
borales de cineó miembros supervisaría las elecciones en las empre­
sas, certificaría a los sindicatos como agentes negociadores y denun­
ciaría las prácticas injustas de los empresarios.30 La ley se aprobó
gracias al empeño personal del senador W agner, pues Roosevelt, que
aún esperaba' volver a restaurar las buenas relaciones con el mundo
empresarial y no era consciente del potencial de voto obrero, incluso
pensó en vetarla. .
■ La Ley de Seguridad Social sí fue un empeño personal de Roo­
sevelt para intentar proteger a los ancianos y desempleados y dar
seguridad económica al conjunto de la población, aunque era «en mu­
chos sentidos una pieza de legislación increíblemente inepta y conser­
vadora».31 Los objetivos de estabilización económica, la presión de ios
que abogaban por seguros sociales, el modelo de planes de pensiones
privados y la existencia de programas de asistencia en los Estados con­
formaron la Ley de Seguridad Social de 1935. La ley proporcionaba,
por un lado, seguros y, por otro, programas de asistencia. En cuanto a
los seguros, las compensaciones al desempleo iban a ser cubiertas por
los Estados, estimulados por incentivos fiscales del gobierno federal;
los seguros de vejez serían totalmente un programa federal, en el que
tanto trabajadores como empresarios contribuirían a un fondo federal.
Respecto a los programas de asistencia, seguirían siendo una respon­
sabilidad de los Estados, igualados por fondos del gobierno federal.
Las limitaciones de la ley eran muy grandes, ya que los seguros de
desempleo variaban según los Estados y, normalmente, no cubrían a
los trabajadores itinerantes. Además, el principio de armonizar fondos
de asistencia significaba que los Estados más ricos del este ofrecían
más beneficios que los estados pobres rurales del sur. Hubo 10 Estados
que no se sumaron a los programas de asistencia y al menos 2/3 de los
niños de los Estados que participaban en el programa no estaban cu­
biertos, Por otro lado, el gobierno federal no fijó estándares mínimos
para los beneficios en los programas de asistencia social y muchos de
los empleos peor pagados — empleados en pequeñas empresas, traba­
jadores agrícolas, sirvientes— estaban excluidos de la cobertura de
asistencia social. Tampoco hubo ninguna previsión para crear un se­
434 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

guro de enfermedad, por la oposición drástica de la Asociación M édi­


ca Americana, y los seguros de vejez se financiaron enteramente con
contribuciones de empresarios y trabajadores, pues el gobierno federal
no pensó en financiar la aplicación de la Ley de Seguridad Social me­
diante impuestos, lo que hubiera significado una sustancial redistribu­
ción de la renta.32
El objetivo de los new dealers §ra dar un prim er paso en la cons­
trucción de un sistema de Seguridad Social que no encontrara la opo­
sición conservadora del Congreso. En efecto, consiguieron que la ley
se aplicara sin problemas; en 1937 todos los Estados aprobaron Leyes
de Desempleo y en 1939 instituyeron asistencia social para los ancia­
nos. A nivel federal, la tarea administrativa de poner án marcha las
pensiones de vejez fue enorme; se tuvieron que procesar 26 millones
de solicitudes para la Seguridad Social, se crearon 2G2 oficinas regio­
nales y, por primera vez en su historia, la Administración federal tenía
una burocracia de asistencia social de unas 12¿000 personas.
A estas medidas principales de los segundos cien días y el segun­
do New Deal, se sumaron otras, como las reformas banoarias, que re ­
forzaron el Consejo de la Reserva Federal a expensas de W all Street;
la ley que defendía a los usuarios contra los precios abusivos de las
compañías eléctricas; y especialmente, la Ley Fiscal de 1935, la tam ­
bién llamada ley del Impuesto Sobre la Riqueza, popularmente cono­
cido como «el impuesto que desplumaba a los ricos>>. Esta ley subía
las tasas impositivas federales en los ingresos mayores de 50.000, dó­
lares. Se elevaron los impuestos estatales y sobre: donaciones, así
como los impuestos a empresas con beneficios superiores a 50.000
dólares anuales. Pero esta ley no aumentó los fondos federales signi­
ficativamente y tampoco supuso una importarite redistribución de la
r e n t a . ' . ' ^ w ■
Estas, como otras medidas del segundo New Deal, eran medidas tí­
midas en comparación con las adoptadas ya por otros países europeos,
pero supusieron un cambio fundamental en el papel del gobierno fede­
ral. Su intervención pretendió aumentar el consumo de masas, domar
el poder de las grandes empresas y salvar al país de la revolución dis­
tribuyendo riqueza. Para los sectores conservadores, como el multimi­
llonario Randolph Hearts, no había ninguna duda: Roosevelt había
evolucionado hacia el radicalismo y e l Impuesto sobre la Riqueza era
comunista.
LA CRISIS DEL 29, FRANKLIN D. ROOSEVELT Y EL NEW DEAL 435

N o v ie m b r e d e 1936, todos los sectores po pu la res


con R oosevelt

Las medidas de los segundos cien días consiguieron que F. D. Roo­


sevelt se convirtiera en el líder de todas las aspiraciones populares para
las siguientes elecciones presidenciales de 1936, desbancando cual­
quier otra política radical. En la construcción de ese liderazgo fueron
esenciales la constitución del nuevo sindicalismo del CIO, así como la
evolución de los grupos reformistas y del Partido Comunista (CPU-
SA), que habían sido partidarios de formar un Partido Obrero Campe­
sino Labor-Farmer Party,

E l SINDICALISMO INDUSTRIAL, CIO

Las demandas en la American Federation o f Labor (ÁFE)y para


que la organización abandonara su característico sindicalismo de ofi­
cios y evolucionara al sindicalismo industrial, se habían incrementado
gracias a la NIRA y al movimiento huelguístico que ésta propició en ­
tre 1933 y 1934, Especialmente intensa era la demanda para organizar
las grandes industrias de producción en masa, con una mayoría de in­
migrantes no cualificados o semicuálificados, donde las grandes em­
presas habían conseguido mantener «el taller abierto».
Favorecidos por la nueva Ley de Relaciones Laborales, que fo­
mentaba y garantizaba legalmente la representación sindical en las em­
presas y la negociación colectiva, algunos sindicatos de la AFL, lide­
rados por el sindicato minero U nitedM iners Workers y su líder John
Lewis,33 defendieron sin éxito en el Congreso dé la AFL, de octubre de
1935, la formación de sindicatos industriales. Tres semanas después,
el 9 de noviembre de 1935, John Lewis, Sidney Hillman y David Du-
binsky constituyeron el Comité para la Organización Industrial Com-
mittee fo r Industrial Organization con los sindicatos de la AFL parti­
darios del sindicalismo industrial. Su principal objetivo era llevar el
sindicalismo industrial a las grandes empresas de producción en masa,
que como el acero o el automóvil estaban sin sindicar, e incorporarlas
a la AFL. Pero la AFL suspendió a todos los sindicatos asociados al
Committee, que en 1938 se separaron formalmente de ella y constitu­
yeron el Congreso de Organización Industrial (Congress o f Industrial
Organization, CIO).34
436 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

E l P a r t id o C o m u n i s t a (CPUSA),
DEL SECTARISMO AL FRENTE DEMOCRÁTICO

En esta campaña por la sindicación de las industrias de producción


en masa fue decisivo el apoyo del Partido Comunista, que había aban*
donado, a principios de la década, la «doble sindicación» y estaba evo­
lucionando hacia la creación de un Frente Democrático en Estados
Unidos. En efecto, la gran depresión comenzó a cambiar el enorme
sectarismo sindical y político del CPUSA. Al comienzo de la década,
el sindicato comunista — Trade Union Unity League (TUUL)— parti­
cipó activamente en el movimiento huelguístico de 1933-1934, espe­
cialmente en sectores e industrias no organizados por la AFL, así como
en la organización de los parados y la defensa de la igualdad civil de la
minoría negra en el sur.
Tras esta estrategia, estaba la creencia, compartida por la Tercera
Internacional, de que la depresión iba a llevar a la revolución en Esta­
dos Unidos y que los negros norteamericanos eran una «nación opri­
mida» con derecho a la autodeterminación en las zonas del sur donde
eran mayoría. A pesar del esfuerzo organizativo de los comunistas nor­
teamericanos, los resultados del partido no fueron brillantes, pues ni el
país estaba al borde de la revolución, ni los negros del sur querían la
autodeterminación, ni sus filas se llenaron de militantes, ya que entre
el 60-70 por 100 de los que se afiliaban al partido eran parados y había
pocos trabajadores industriales.
De esta forma, coincidiendo con la evolución de la Internacional
del tercer periodo al período del frente popular, los comunistas ameri­
canos comenzaron primero a abandonar el «doble sindicalismo» y a
integrarse en la AFL, y cuando el CÍO se constituyó en noviembre de
1935, el CPUSA aportó bastantes líderes a la dirección y muchísimos
organizadores, que con su experiencia é intenso trabajo fueron esen­
ciales para asentar el CIO en las industrias del acero o del automóvil.
También consiguieron un importante apoyo entre los estudiantes libe­
rales, al unirse con los socialistas en el Sindicato de Estudiantes Ame­
ricano, organización democrática y antifascista.
Pero siguieron criticando duramente al New Deal y a Roosevelt
Calificaban al New Deal como un «experimento para alargar la vida
del capitalismo», considerando que la intervención del Estado era «un
paso hacia el fascismo» y que Roosevelt era más brutal que Hoover en
el ataque capitalista a los niveles de vida de las masas y «más chovi­
nista en política internacional». A lo largo del año 1934, el New Deal
LA CRISIS DEL 29, FRANKLIN D. ROOSEVELT Y EL NEW DEAL 437

fue presentado como «la fascistización del gobierno»,35 que el Partido


Comunista iba a desenmascarar. Los comunistas norteamericanos
creían que la estrategia del Frente Popular en Estados Unidos era apo­
yar a los sectores reformistas que intentaban la constitución de un
Partido Obrero-Campesino. Sin embargo, ante las elecciones presi­
denciales de noviembre de 1936, el CPUSA se quedó solo en su es­
trategia, pues las fuerzas políticas y los sectores populares, que ten­
drían que haber formado la coalición del Frente Popular, apoyaron a
Roosevelt; mientras que el Partido Comunista presentó su propio can­
didato, aunque muchos de sus militantes y simpatizantes también vo­
taron al presidente.
Las elecciones de 1936 fueron históricas, pues no sólo supusieron
la. mayor victoria de Roosevelt en sus cuatro mandatos y el éxito elec­
toral más rotundo de los demócratas hasta esa fecha; sino que repre­
sentó el comienzo de un nuevo realineamiento electoral. Tras una cam­
paña en la que Roosevelt volvió a presentarse como un candidato
nacional, por encima de las clases y las divisiones sociales, el presi­
dente consiguió el 60,4 por 100 del voto popular frente al gobernador
de Kansas, Alfred M. Landon, y todos los Estados, excepto Maine y
Vermont, así como amplías mayorías para los demócratas en las dos
cámaras — 76 escaños demócratas, frente a 16 republicanos en el Se­
nado, y 331 frente a 89 en la Cámara de Representantes— . Este triun­
fo abrumador era tanto un triunfo personal del presidente como un éxi­
to para él Partido Demócrata, convertido en el nuevo partido nacional
mayoritario, ya que por primera vez en su historia conseguía controlar
el Congreso y obtener la mayoría del voto popular.
Además, esta victoria se basaba en el apoyo de un nuevo tipo de
electorado urbano, con una clara orientación de clase.36 Entre ellos es­
taban los más pobres, que recibieron la cobertura del New Deal; inmi­
grantes recientes, entre los que destacaban los judíos, italianos y cató­
licos en general, y trabajadores industriales afiliados al CIO, que en
1936 constituyó la Liga Obrera no Partidista para apoyar a Roosevelt
y sufragó el 10 por 100 de los gastos de la campaña electoral demó­
crata. A cambio de este apoyo, los sindicatos necesitaban gobernado­
res que no enviaran tropas federales contra los huelguistas, y alcaldes
y concejales que no recortaran sus prestaciones sociales, contuvieran a
la Policía local y no aprobaran Ordenanzas Municipales contra los pi­
quetes.
Pero, sin duda, los que más drásticamente cambiaron su voto a fa­
vor de los demócratas fueron los electores negros de las grandes ciu­
438 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

dades, que en 1932 aún apoyaron mayoritariamente al candidato repu­


blicano, pero en 1936, el 76 por 100 del voto negro en cada ciudad del
norte fue para Roosevelt. Este apoyo se consiguió a pesar de que la mi­
noría negra se benefició poco de las principales medidas del New
Deal, como la NIRA o la Seguridad Social, y Roosevelt fue muy tími­
do en hacer avanzar los derechos civiles porque necesitaba el apoyo de
los demócratas del sur. Pero tanto en las grandes ciudades del norte,
como en las zonas rurales del sur, esta deficiente ayuda del New Deal
a la minoría negra, era la mayor que dicha minoría había tenido nunca.
Igualmente las mujeres, aunque no recibieron una ayuda específica,
ocuparon por primera vez puestos importantes en la política guberna­
mental gracias a la influencia de Bleanor Roosevelt.
En 1936, el Partido Demócrata tenía un nuevo programa liberal-ur­
bano, definido pcfr el New Deal, consistente en elevar el salario míni­
mo, extender la Seguridad Social, proteger los derechos de los sindi­
catos y garantizar los derechos civiles de los afroamericanos; lo que
era un anatema para la coalición conservadora de demócratas y repu­
blicanos del sur, y de las pequeñas ciudades rurales que acabarían por
paralizar el New Deal.

R e a c c ió n c o n s e r v a d o r a y p a r á l is is del N ew D eal:
CAMBIOS EN EL TRIBUNAL SUPREMO
Y. ALIANZA CONSERVADORA EN EL CONGRESO

Tras la rotunda victoria de Roosevelt en 1936, todo hacía presagiar


una Legislatura progresista y sin sobresaltos. Sin embargo, los intentos
de Roosevelt de reformar el Tribunal Supremo y las huelgas de «bra­
zos caídos» en las grandes empresas provocaron una reacción conser­
vadora en el Congreso, que paralizó el New Deal y tuvo como conse­
cuencia indirecta la recesión de 1937.
Entre 1935 y 1936, el Tribunal Supremo había decidido sólo a fa­
vor de una de las diez Leyes del New Deal que se recurrieron y, entre
otras, había invalidado la NIRA y la AAA. Roosevelt consideraba al
Tribunal Supremo un cuerpo político conservador, que había destruido
gran parte del primer New Deal y estaba dispuesto a destruir el segun­
do. Por eso, aunque no arriesgó la campaña electoral con el tema de la
reforma del Tribunal Supremo, nada más tomar posesión intentó re­
formarlo, neutralizando su composición conservadora. Su propuesta
consistía en aumentar en seis el número de miembros —eran nueve—-,
LA CRISIS DEL 29, FRANKLIN D. ROOSEVELT Y EL NEW DEAL 439

uno por cada juez con setenta años o más y que no se había retirado. El
presidente pensó que el pueblo estaba con él y no imaginó la enorme
oposición política que le\ antaría su propuesta.
En primer lugai, supuso la oposición del Congreso. Pues era éste, y
no la Constitución, el que en cada caso decidía el número de compo­
nentes del Tribunal Supremo, y Roosevelt no consultó a los líderes del
Congreso sobre este tema. Los conservadores sudistas demócratas
aprovecharon este asunto para romper con el New Deal, mientras que
algunos progresistas temían por las libertades civiles. El resultado iue
el comienzo de la alianza conservadora en el Congreso entre demócra­
tas conservadores — principalmente sudistas™ y republicanos, que
evitó al New Deal progresar, impidió la consolidación de un partido
demócrata liberal-progresista y paralizó cualquier acción progresista
hasta el asesinato de John F. Kennedy y la victoria abrumadora de
Lyndon B. Johnson en 1964/
La situación se resolvió porque el presidente del Tribunal Supre­
mo, Charles Hughes Evans, organizó la retirada de uno de los jueces
conservadores, permitiendo a Roosevelt la elección de un juez liberal,
pero evitando su reforma. Con este cambio, pudo aprobarse sin pro­
blemas la Legislación del segundo New Deal, que ya había sido apro­
bada pór ei Congreso, como la Ley de Seguridad Social y la Ley de
Relaciones Laborales, iniciando la llamada «revolución constitucional
de 1937» y el nacimiento de «la segunda Declaración de Derechos».37
En efecto, se pueden considerar una revolución las resoluciones
que a partir de la primavera de 1937 tomó el Tribunal Supremo, ya que
hasta el New Deal el Congreso nunca había encontrado anticonstitu­
cional una ley de gobierno, pero entre 1935 y 1936, en poco más de un
año, lo hizo tres veces. Sin embargo, el 27 de marzo de 1937, el Tri­
bunal declaró constitucional el salario mínimo en el Estado de W a­
shington — alegando que «la Constitución no había hablado de libertad
de contrato, ni reconoció una libertad absoluta»— , sancionó tres leyes
del Congreso que ampliaban el poder del gobierno, se declaró a favor
del gobierno en todos los casos recurridos de La ley de Relaciones La­
borales y de la Ley de Seguridad Social, y declaró válido el poder del
Congreso para aumentar los impuestos y el gasto público en beneficio
del bienestar general.
A partir de 1937, el Tribunal Supremo no sólo parecía comprome­
tido con la Legislación social del gobierno, sino que las relaciones en­
tre las distintas ramas de gobierno se alteraron drásticamente y se pasó
de una época de supremacía judicial a otra de deferencia del Tribunal
440 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Supremo respecto al Congreso, en la que reconocíala necesidad de ac­


ción gubernamental para superar la crisis económica,38 Estos cambios
permitieron la expansión del gobierno federal y, en caso de conflicto,
su defensa frente a los derechos de los Estados; el aumento también del
poder de los Estados; la tolerancia frente a los intentos de los gobier­
nos estatales y municipales de buscar nuevas fuentes de ingresos; el
respeto a las sensibilidades de los tribunales estatales; así como la de­
mocratización del sistema político por la extensión de las libertades y
los derechos civiles.
Este último aspecto, iniciado ya bajo la presidencia de Charles Hug­
hes en 1931, dio lugar a lo que se conoce como el nacimiento de la «se­
gunda Declaración de Derechos». La Declaración de Derechos de
1791, en su primera enmienda, señalaba que el Congreso no podía apro­
bar ninguna ley que restringiera los derechos fundamentales —libertad
de religión, palabra, prensa y reunión— , pero no decía nada de exten­
der esta Declaración de Derechos a los Estados, con lo que el déficit de
libertad era muy elevado. Cuando en 1868 se ratificó la Catorceava En­
mienda, que señalaba que los Estados no podían aprobar leyes que res­
tringieran los privilegios e inmunidades de los ciudadanos de Estados
Unidos, ni privar a persona alguna de vida, libertad o propiedad, ni ne­
gar a nadie la protección de las leyes, comenzó una larga lucha por ver
si la Catorceava Enmienda podía incorporar la Declaración de Dere­
chos.
Prácticamente nada se alteró hasta 1931, cuando, con dos semanas
de intervalo, el Tribunal Supremo anunció que dos aspectos de la De­
claración de Derechos —la libertad de palabra y prensa— se aplicaban
también a los Estados. Aceptado este principio, más y más Enmiendas
de la Declaración de derechos fueron incorporándose a la Catorceava
Enmienda durante el resto' de la década y el proceso se aceleró y com­
pletó en la de 1960, cuando bajo la dirección de Earl Warren, el Tribu­
nal Supremo jugó un papel decisivo en alentar y apoyar la lucha por los
derechos civiles de la minoría negra. Cuando el juez se retiró en 1969,
se había aprobado una segunda Declaración de derechos «más notable
para la mayoría de los americanos, que el documento original».39
El problema para ampliar la Legislación del New Deal no sería
pues el Tribunal Supremo, sino un Congreso dominado por los conser­
vadores desde la pretensión de Roosevelt de reformar el Tribunal Su­
premo. Esta orientación conservadora se confirmó con la oleada de
huelgas de «brazos caídos» de 1937, que el CIO trató de organizar en
las grandes industrias de producción masiva, y consistían en parar las
LA CRISIS DEL 29. FRANKLJN D. ROOSEVELT Y EL NEW DEAL 441

máquinas y permanecer en la fábrica hasta que sus demandas fueran


satisfechas por los empresarios, Al permanecer en la fábrica, los traba­
jadores impedían que los esquiroles pudieran reanudar la producción.
La táctica, posible gracias a la complicidad de las autoridades, fue un
■éxito en Flint,40 Michigan, la sede de la General Motors y a partir de
ahí se extendió a toda la industria del automóvil, el acero y el caucho,
contabilizándose 477 huelgas, en las que participaron 398.117 trabaja­
dores.
En el éxito de estas huelgas tuvieron un papel determinante los sin­
dicalistas comunistas, que ya eran 1/3 del de los militantes del CIO,
destacando en el sindicato por su capacidad de trabajo y moderación.
Y es que la posición de ia dirección del Partido Comunista respecto a
Roosevelt comenzó a cambiar cuando el presidente inició su lucha
contra el Tribunal Supremo. Desde febrero de 1937, la estrategia del
partido fue crear un frente democrático contra «las fuerzas de la reac­
ción, el fascismo y la guerra».
A finales de 1937, el proceso de redefinir las políticas del partido
se había completado. Las raíces del partido estaban firmemente asen­
tadas en la tradición política norteamericana; ios comunistas apoyaban
el ala del New Deal del Partido Demócrata, liderada por Roosevelt y
sustentada en la alianza de trabajadores, agricultores y clase media ur­
bana, que formaban «un frente democrático contra el capital monopo­
lista» sobre el que podría construirse «un partido del pueblo».T am ­
bién cambió la estructura del partido para hacerla más acorde con la
política norteamericana, así como el discurso, centrado ahora en el an-
tifascisno, el progresismo y la democracia. Estos cambios abrieron
nuevas puertas al CPUSA, que pasó a tener programas de radio sema­
nales en todos los pueblos y ciudades del país; las cadenas nacionales
de radio daban cuenta en sus noticiarios de las actividades del Partido
Comunista y de los discursos de su secretario general, Earl Browder,
quien llegó a ser portada en el Time Magazine.
En ese momento Browder, teniendo en cuenta las especificidades
de la política norteamericana, colocó al CPUSA fuera del modelo bol­
chevique, pues consideraba que no se llegaría a la revolución como
consecuencia inevitable de la crisis económica; sino que los trabajado­
res podían alcanzai' una conciencia de clase a través de un proceso lar­
go y gradual, resultado de la lucha por mayores reformas en el marco
de las instituciones democrático-burguesas. Esta evolución del «brow-
derismo» culminaría en el es logan de que «el comunismo era el ame­
ricanismo del siglo xx»,4i
442 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

La oleada de huelgas de «brazos caídos» de 1937 asustó sin em­


bargo a la clase media y aumentaron las críticas de los sectores con­
servadores contra ei New Deal y el propio presidente, el cual, pensan­
do que lo peor de la depresión había pasado, siguió con su objetivo de
equilibrar ei presupuesto, y cortó drásticamente el gasto público. Entre
el otoño de 1937 y la primavera de 1938, la llamada «depresión Roo­
sevelt» fue el declive económico más drástico de la historia de Estados
Unidos, El desempleo ascendió de 7,5 a 11 millones, las contribucio­
nes a la Seguridad Social se tragaron 2 billones de dólares del poder de
compra del país, los tipos de interés subieron e inversiones, precios y
beneficios cayeron.
El presidente parecía sin rumbo; no sabía si atender el equilibrio
del presupuesto que le pedía el secretario del Tesoro o el aumento del
gasto público, para activar la economía, que le pedía el presidente de
la Reserva Federal; Sin embargo, en abril de 1938, los peligros de la
política internacional, la cercanía de las elecciones de mitad de man­
dato y la persuasión de su estrecho colaborador, Harry Hopkins, le de­
cidieron a aumentar en dos billones de dólares el gasto de defensa y a
dedicar 3,75 billones de dólares para ayuda al desempleo y la reactiva­
ción económica. Pero la recuperación era lenta. Cuando la guerra esta­
lló en Europa en septiembre de 1939, aún había 9 millones de personas
en paro.
Mientras, en §1 Congreso sólo se habían aprobado algunas refor­
mas nuevas éntre' 1937 y 1938. La Wagner-Stegall National Hpusing*
Act, la Farm TenantAct, la Second Farm Act y, especialmente, la Fair
Labor Standards A ct. La Ley Wagner-Stegall de Vi vienda y La Ley de
Arrendatarios creaban Agencias federales que facilitaban préstamos
para aliviar el problema de la vivienda en las ciudades y para evitar
que los agricultores marginales se convirtieran en arrendatarios, res­
pectivamente. La segunda Ley Agraria, aprobada en febrero de 1938
por presión del bloque agrario, sustituía a la anticonstitucional AAA.
Esta nueva ley consideraba la conservación del suelo como un progra­
ma permanente, autorizábalos créditos sobre las cosechas, ofrecía se­
guros contra la sequía para las cosechas de trigo y daba poder al Se­
cretariado de Agricultura para distribuir subsidios y lotes de tierra a
agricultores de productos de primera necesidad.42
En cuanto a la Ley de Condiciones Laborales (The Fair Labor
Standards Act), establecía un salario mínimo de 40 céntimos por hora
y una semana laboral de 40 horas, y también prohibía emplear a me­
nores de dieciséis años, y de dieciocho años en ocupaciones peligro-
LÁ CRISIS DEL 2 9 ,FRAÑKÚN D. ROOSEVELT Y EL NEW DEAL 443

sas. La iey logró aprobarse gracias al apoyo de ios sectores industriales


del norté^ que véfaú éñ ésta Legislación federal una protección frente a
la competencia de ios bajos salarios del sur; pero se aprobó muy dis­
minuida por la rotunda oposición de los demócratas sudistas, que no
querían intérferenciás del gobierno federal en las relaciones laborales
del sur. Así, la Versión final de la ley, aprobada en junio de 1938, con­
cedía dos años para alcanzar los estándares de 40 céntimos de salario
mínimo y 40 horas de trabajo, y permitía muchas exenciones, que de­
jaba en manos de las Administraciones locales. El resultado de la apli­
cación de la ley fue muy insatisfactorio, pues cada congresista trata­
ba de buscar exenciones para las industrias de su distrito, pero a pesar
de sus deficiencias, 12 millones de trabajadores que cobraban menos de
40 céntimos se vieron beneficiados y fue un principio de salario míni­
mo federal sobre el que avanzar en el futuro.
Aunque los demócratas siguieron conservando la mayoría en las
dos Cámaras, tras las elecciones de mitad de mandato en noviembre de
1938, la coalición conservadora se afirmó en el Congreso. Los repu­
blicanos consiguieron más escaños én ambas Cámaras y el presidente
no logró que sus candidatos liberales triunfaran en las Primarias de­
mócratas; Así, en 1939, el Congreso redujo drásticamente la ayuda al
desempleo y fueron derrotadas todas las propuestas de gastó en obras
públicas o Construcción de viviendas. Una Cámara de Representantes
hostil permitió que se crearan Comisiones para investigar al WPA y al
Consejo de Relaciones Laborales, mientras el Comité de Actividades
Anüamericanas buscaba comunistas en el gobierno.43
La imposibilidad de Roosevelt de imponer a candidatos libérales
en las elecciones de 1938, le hizo creer que el partido nó nominaría a
ningún otro candidato liberal, excepto a él, para las elecciones presi­
denciales de 1940. Esta convicción, junto con el estallido de la guer­
ra en Europa — sobré la que Roosevelt pensaba que Estados Unidos
debía intervenir para detener a Hitler— y el expansionismo japonés en
el Pacífico, le. llevaron a presentarse a un tercer mandato, rompiendo
con la tradición establecida por George Washington,
Tras dos mandatos presidenciales, el principal fracaso del New
Deal era no haber podido sacar al país de la depresión económica. En
1939 aún había 9 millones de parados,44 la reconversión industrial no
logró aumentar el poder de compra de la economía, las medidas agrí­
colas no disminuyeron drásticamente la producción, ni eliminaron la
mano de obra sobrante, no se redujo el poder de los monopolios, ni se
logró redistribuir la riqueza mediante impuestos. En cuanto a las pres­
444 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

taciones sociales, el seguro de desempleo nunca alcanzó a más del 40


por 100 de los parados y el sistema de la Seguridad Social dejó fuera a
los sectores y grupos sociales que más lo necesitaban, como los traba­
jadores agrícolas y de servicios, que solían ser negros, mexicanos y
mujeres.
Estas limitaciones provenían de la escasa convicción de Roosevelt
en recurrir al gasto publico y de la timidez — reprochada por John M.
Keynes— con que utilizó éste y el déficit público; pero también de la
inexistencia de una burocracia federal, que permitió a las élites locales
y económicas dominar la'aplicación de las medidas del New Deal; así
como de la dependencia del presidente de un Partido Demócrata que
en el sur era conservador y racista, y de la orientación moderada de la
mayoría de los electores, que querían que se aliviara lo peor de la de­
presión, pero que no se hicieran grandes transformaciones.
Sin embargo, el New Deal era mucho más de lo que estaban dis­
puestos a hacer Herbert Hoover y los republicanos para salir de la cri­
sis económica y renovar la política norteamericana, y tenía una con­
cepción de Estados Unidos más diversa y democrática. En este sentido,
los dos primeros mandatos del F. D. Roosevelt significaron el comien­
zo de un capitalismo que recurría a la intervención gubernamental en
tiempos de paz para garantizar el bienestar de sus ciudadanos; la in­
clusión por primera vez de sindicalistas, radicales y minorías étnicas
europeas en la nación, y el inicio de la lucha por los derechos civiles de
la minoría negra. Sin este avance político y económico y el liderazgo
de Franklin Delano Roosevelt, hubiera sido mucho más difícil la mo­
vilización y el esfuerzo bélico que se avecinaba.
Capítulo 12
LA GRAN TRANSFORMACION:
GUERRA,'.PROSPERIDAD E IMPERIO MUNDIAL,
1939-1945

X a 'p o l í t i c a
e x te r io r d e R o o s e v e lt:
DEL AISLACIONISMO A LA GUERRA TOTAL

Tras la primera guerra mundial, la depresión posbélica, los conflic­


tos sociales y los problemas con Europa en relación con los préstamos
de guerra, replegaron a Estados Unidos en el hemisferio occidental y
acabaron con el internacionalismo liberal de Wilson; aunque el aisla­
cionismo no pudo ser total por el carácter de primera potencia mundial
de Estados; Unidos, pues la economía dependía de invasiones y mer­
cados exteriores y las posesiones ultramarinas implicaron al país en
asuntos internacionales, especialmente en el Pacífico.
Lo que sí persistió del idealismo wilsoniano durante los gobiernos
republicanos de la década de 1920 fue la convicción de que la carrera
armamentística había llevado a la primera guerra mundial y que el de­
sarme podía llevar a la paz. Para controlar el poderío naval mundial y
la expansión japonesa en el Pacífico, el presidente Warren Harding
convocó en noviembre de 1921 la Conferencia de Armamento de Was­
hington, en la que Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón, Francia e Ita­
lia se comprometieron a paralizar la construcción naval de guerra du­
rante diez años, repartirse el dominio de los mares, respetar sus
posesiones en el Pacífico y — con la inclusión de China, Portugal y
Bélgica— apoyar la política de «puertas abiertas» en China y respetar
su integridad territorial1
La impotencia e ilusión de estos tratados se evidenció cuando, en
1930, el Ejército ruso acabó con los esfuerzos chinos por hacerse con
446 HISTORIA BE ESTADOS UNIDOS

el control del ferrocarril del este de China, sin que Estados Unidos, que
aún no había reconocido a la Unión Soviética, pudiera hacer nada por
evitarlo. Los gobiernos republicanos habían justificado el no reconoci­
miento de ía Unión Soviética por la naturaleza despótica de su régimen
político, su negativa a cumplir las obligaciones de pago contraídas an­
tes de la revolución y, sobre todo, por el proyecto bolchevique de «re­
volución mundial», que tenía como uno de sus objetivos «los países
coloniales de Latinoamérica».2 El temor y la realidad de la penetración
comunista dominó también la continuación de la política intervencio­
nista de Estados Unidos en el Caribe y S udamérica3durante la década
de 1920 y principios de los treinta, pues e l Departamento de Estado
pensaba que los líderes bolcheviques estaban asandó América Latina
como base de sus actividades contra Estados Unidos y los hizo res­
ponsables de la reciente revolución en Nicaragua — que provocó la in­
tervención de 5.000 marines en 1926— y del levantamiento contra la
dictadura militar salvadoreña en 1932,4
Cuando Franklin D. Roosevelt accedió a la Presidencia en marzo
de 1933, Adolf Hitler había llegado al poder en Alemania y los japo­
neses habían ocupado Manchuria, retirándose de la Sociedad de Na­
ciones al condenar ésta sus acciones en China en 1932. Aunque Roo­
sevelt tenía conocimientos e interés en política exterior y se había
manifestado desde 1920 partidario entusiasta de que Estados Unidos
participara en la Sociedad de Naciones, fuera miembro del Tribunal
Internacional y redujera las deudas de guerra y los aranceles; lá^gráve-
dad de la crisis económica le obligó, durante su primer mandato, a cen­
trase en el New Deal5 y a continuar muchos aspectos de la política ex­
terior de sus antecesores, con la salvedad de acentüar la política de
«buena vecindad» con Latinoamérica y reconocer a la Unión Soviéti­
ca en 1933, buscando en ella un posible aliado frente al expansionismo
japonés en el Pacífico.
Su política de «buena vecindad» acabó con el intervencionismo en
el Caribe y Latinoamérica, En 1934 el Congreso derogó la Enmienda
Platt, por lo que Estados Unidos cedía sus derechos a intervenir a per­
petuidad en Cuba.6 Ese mismo año, los marines se retiraron de Haití,
fue reconocido el gobierno revolucionario de El Salvador y se consti­
tuyó el Banco de Exportación e importación para otorgar créditos a las
repúblicas latinoamericanas. Antes de que acabara la segunda guerra
mundial, el gobierno puso fin al control financiero sobre la República
Dominicana y no se opuso a la nacionalización del petróleo mexicano
por el gobierno de Cárdenas a partir de 1938.
m GRAN TRANSFORMACIÓN 447

Pero en losM os siguientes la tensión no hizo sino aumentar en Eu­


ropa y Asia; mientras el sentimiento pacifista y neutralista crecía en
Estados Unidos, especialmente cuando entre 1934 y 1937 fueron sa­
liendo a la luz los resultados de la Comisión de Investigación del Se­
nado sobre los orígenes de la participación estadounidense en la pri­
mera guerra mundial, que concluía que banqueros y fabricantes de
armas habían hecho escandalosos beneficios con la guerra. En plena
depresión económica, la idea de que el país había participado en la pri­
mera guerra mundial por el interés de los monopolios se extendió en­
tre una población que: creía que las grandes empresas eran las causan­
tes de la crisis económica.
La presión de un movimiento pacifista de varios millones de per­
sonas y la promesa del presidente de mantener al país fuera de cual­
quier conflicto, llevaron al Congreso a aprobar sucesivas Leyes de
Neutralidad — 1935, 1936 y 1937— , mientras aumentaban las agre­
siones al statu quo por parte de Alemania, Italia y Japón. La Ley de
Neutralidad de 1935 prohibía la venta de armas y municiones a todos
los países beligerantes, y tras la invasión italiana de Etiopía, en octu­
bre de 1935, eí Congreso añadió una disposición en enero de 1936 que
prohibía conceder créditos a los países beligerantes. Guando en julio
de 1936 estalló la guerra civil en España y Alemania e Italia apoyaron
al bando insurgente del general Francisco Franco, frente al gobierno
democrático de la II república, Roosevelt apoyó la postura del Reino
Unido y Francia de que solamente la no intervención podría aislar el
conflicto. El presidente pidió el embargo moral del comercio de armas
y animó al Congreso á extender las Leyes de Neutralidad a las guerras
civiles. En la primavera de 1937, el Congreso aprobó una nueva Ley de
Neutralidad, que requería que las mercancías exportadas a países beli­
gerantes fueran pagadas en efectivo y transportadas en sus propios bar­
cos — sistema de cásh ánd carry— , lo que era una forma inteligente de
mantener un comercio provechoso sin correr el riesgo de una guerra.
La nueva Ley de Neutralidad pasó su prueba de fuego en julio de
1937, cuando comenzó la guerra no declarada entre China y Japón, por
lo que Roosevelt no tuvo que invocar la ley de neutralidad y pudo flore­
cer un comercio mundial de armas norteamericanas hacia China, violan­
do el aislacionismo estricto. Las continuas agresiones de Japón sobre la
población civil china — como el bombardeo de Shangai o el saqueo de
Nanquín— provocaron en octubre de 1937 la primera manifestación pú­
blica de Roosevelt contra el «reino del terror» y un orden internacional
sin ley, en el que el 10 por 100 de la población del mundo amenazaba la
448 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

paz del otro 90 por 100; haciendo un llamamiento a poner en «cuarente­


na» a aquellas naciones que creaban un estado de anarquía internacional
e inestabilidad. En 1938, el Departamento de Estado anunció que se opo­
nía a la venta y exportación de armas a los países culpables de ataques a
la población civil, y en julio de 1939, Estados Unidos avisó a Japón de
que cancelaba durante seis meses su acuerdo comercial firmado en 1911,
lo que allanaba el camino para un embargo de materiales de guerra.
A pesar de estos movimientos, Estados Unidos se sentía seguro en
el mundo de 1938 y no consideraba el fascismo, el comunismo o el ex­
pansionismo japonés una gran amenaza. En Europa, Francia y el Reino
Unido podían contener a Hitler, el anticomunismo estaba venciendo en
España, y, además, los gobiernos de la Europa centrooriental eran hos­
tiles a la Unión Soviética y continuaban conteniendo el comunismo. En
Asia, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Holanda dominaban el
Pacífico, y aunque Japón quería acabar con el dominio blanco en el
continente y era una amenaza contra el statu quo, no tenía recursos na­
turales esenciales y estaba atrapado en su guerra contra China. En
cuanto a la Unión Soviética era relativamente débil y no podía ser mi­
litarmente expansionista. En Oriente Medio y África, dominaba el co­
lonialismo europeo, y en América el nuevo imperialismo estadouni­
dense garantizaba materias primas baratas y mercados dependientes.
Esta sensación de seguridad significaba que en 1938, Estados Uni­
dos estaba en contra del expansionismo alemán e italiano en Europa y
del japonés en Asia, pero no estaba dispuesto a hacer mucho para^de­
tener a estos países y mucho menos a mejorar su Ejército.7 Ésta siguió
siendo su postura cuando en marzo de 1939 Hitler ocupó Checoslova­
quia e incluso cuando, tras la invasión de Polonia en septiembre de
1939, Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a Alemania. Tras la
invasión de Checoslovaquia, Roosevelt no pudo Conseguir siquiera
que el Congreso revocara el embargo de armas y permitiera a las in­
dustrias norteamericanas vender material de guerra a Francia y Gran
Bretaña con el sistema de cash and carry, mostrando así a Hitler que
en un futuro inmediato no tenía nada que temer dé Estados Unidos.
Entre octubre de 1939 y la primavera-invierno de 1940, un presi­
dente Roosevelt atrapado por una opinión pública dividida entre el in­
ternacionalismo y el pacifismo, tomó una posición intermedia frente al
conflicto europeo, pues reiteró en el Congreso que mantendría al país
fuera de la guerra, pero consiguió que aquél revocara en noviembre de
1939 el embargo de armas, y aprobara el sistema de cash and carry para
vender material de guerra a Francia e Inglaterra. Esta decisión alineaba
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 449

a Estados Unidos con las democracias europeas, reiteraba la amistad


con Europa Occidental y dejaba claro que el país resistiría cualquier in­
tento de romper el equilibrio de poder en Europa; pero también indica­
ba que Estados Unidos no estaba dispuesto a pagar un precio muy ele­
vado por detener a Hitler.
Con esta filosofía de frenar a E ider al menor costo. Roosevelt se en­
frentó a la guerra Relámpago Alemana —que de abril a junio de 1940
invadió Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica y conquistó Francia en
dos semanas— , dejando al Reino Unido solo frente a Alemania e Italia.
Entonces, por primera vez Estados Unidos se sintió vulnerable y Roo­
sevelt puso a disposición de los británicos 50 destructores de la prime­
ra guerra mundial, a cambio de recibir concesiones por noventa y nue­
ve años en toda una serie de bases aéreas y navales en las Indias
Occidentales británicas. También en septiembre de 1940, el Congreso
aprobó el reclutamiento en tiempos de paz para los varones compren­
didos entre los veintiún y treinta y cinco años.
Estas decisiones y acontecimientos tuvieron lugar en medio de la
campaña electoral de 1940, a la que Roosevelt se presentaba para un
tercer mandato. Siempre había dicho que no iba a presentarse y que es­
taba preparado para aceptar la candidatura de Cordell HulL si había un
progresista como vicepresidente, como Harry Hopkins o Bob Jackson.
Pero ya en enero de 1940 confesó a Henry Morgenthau, secretario del
Tesoro, que no se presentaría a no ser que las cosas empeoraran mucho
•en Europa, Cuando cayó Francia en junio de 1940, aumentaron los.in­
dicios de que Roosevelt estaba pensando en un tercer mandato, ale­
gando que no podía haber tres meses de interregnum en medio de una
guerra; pero en la Convención demócrata de julio de 1940, Roosevelt
ganó la nominación diciendo desde el primer día que no iba a presen­
tarse a la reelección. El artífice de esta lección de estrategia política fue
Harry Hopkins quien, mientras tenía lugar la Convención, alquiló tres
suites en distintos hoteles de Chicago, en las que negociaba con los
distintos jefes del Partido Demócrata, dándoles el mismo mensaje:
«Roosevelt rechazaría la nominación si se emitieran más de 150 votos
contra él en la primera votación»,8
De esta forma, F. D. Roosevelt fue nominado candidato demócrata
a la Presidencia por aclamación popular, orquestada por el jefe de­
mócrata de Chicago, y escogió a Henry Wallace como vicepresidente
— en contra de todos los conservadores del partido-—porque Wallace
era un liberal que protegería el legado del New Deal si él moría. Pese
a la ruptura de F. D. Roosevelt con los líderes negros por la discrimi­
450 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

nación en el Ejército — y^cón el líder del CIO John Lewis, que hubie­
ra querido ser su vicepresidente— los votantes negros, los trabajadores
industriales y, en general, el voto de las grandes ciudades le apoyó
frente a Wendell L. ■■Willkieal que consideraban un candidato de
Wall Street. El presidente recibió 449 votos electorales, contra 82,
pero el apoyo en vdto popular descendió respecto a las elecciones an­
teriores a menos del 55 por 100. La política exterior centró la campa­
ña electoral, en la que Roosevelt reiteró, una vez más, que «vuestros
hijos no van a ser enviados a luchar en guerras extranjeras» y tres días
antes de las elecciones* declaró que «este país no irá a la guerra».
La reelección de Roosevelt para un tercer mandato presidencial for­
taleció su posición de ayudar a los aliados. En su charla radiofónica del
29 de diciembre de 1:940, anunció que Estados Unidos debía convertir­
se en «el gran arsenal de la democracia» y en su mensaje anual al Con­
greso, el 6 de enero de 1941, pidió el apoyo para las naciones que esta­
ban luchando en defensa de lo qiie él llamó las cuatro libertades:
«libertad de palabra, libertad de religión, libertad de la necesidad y li­
bertad del miedo». Cuatro días después, ante las presiónes desespera-"
das de Winston Churchill, porque Gran Bretaña no podía p ag are n
efectivo la enorme cantidad de armas que necesitaba, el presidente pro­
puso al Congreso prestarlas directamente sin cobrarlas, con el acuerdo
de que serían devueltas o reemplazadas una vez acabada la guerra. Éste
fue el espíritu de la Ley de Préstamos y Arriendos, aprobada por un
amplio Margen dé votos en marzo de 1941. La ley autorizaba al ‘presi­
dente a vender, transferir, intercambiar y prestar cualquier artículo de
defensa, al gobierno de cualquier país cuya defensa conciba el presi­
dente como vital para la defensa de Estados Unidos; así como a poner
a su disposición los diques norteamericanos. Eft este prógraína de ar­
mar a los aliados se llegarían a emplear 50.000 millones de dólares. El
24 de junio de 1941,-cuando H itler había comenzado la invasión de la
Unión Soviética, Estados Unidos anunció que la Ley de Préstamos y
Arriendos se extendía a un huevo aliado: la Unión Soviética.
Roosevelt, siguiendo el ejemplo del imperio británico, estaba inten­
tando que otros lucharan por Estados Unidos para mantener el staíu qüo
al menor costo posible;50 sin embargo en los últimos meses aumentó la
tensión directa entre Estados Unidos y el Eje.11 Tras la aprobación de la
Ley de Préstamos y Arriendos, Estados Unidos se apoderó de todas las
naves del Eje que hubiera en puertos norteamericanos; en abril de 1941
tomó Groenlandia bajo su protección y anunció que la Marina patrulla­
ría los mares en las zonas de defensa. En mayo, después de ser hundido
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 451

un buque de carga por un submarino alemán, Roosevelt proclamó una


«ilimitada emergencia nacional». En agosto de 1941/finalmente Chur­
chill consiguió ei ansiado encuentro personal con Roosevelt en Terra-
nova, en donde se redactáron los objetivos de guerra de los aliados, re­
cogidos en la Carta del Atlántico. Además de la lucha por «las cuatro
libertades», los aliados se comprometían a una serie de acciones: re­
nunciara todo engrandecimiento territorial, devolver el autogobierno a
los pueblos que habían sido despojados de él, garantizar el acceso igua­
litario a las materias primas, así como la cooperación económica, la li­
bertad de los mares y un nuevo sistema de seguridad colectiva.
Durante los meses siguientes, el Atlántico pareció el lugar en que
Estados Unidos sería arrastrado a la segunda guerra mundial, pues de
septiembre a octubre de 194 ly dos destructores fueron atacados y uno
hundido por submarinos alemanes,-2 En las semanas siguientes, el
Congreso aprobó eliminar las secciones que limitaban la Ley de Neu­
tralidad, de forma que el presidente podía armar a barcos mercantes y
enviarlos directamente a las zonas de combate. Sin embargo; Estados
Unidos entró en la guerra como consecuencia de la expansión japone­
sa en el Pacífico. En realidad, hacía más de un año que las agresiones
de Japón sobre China eran constantes, pero aun así Estados Unidos no
había declarado el embargo total a Japón y siguió vendiéndole petró­
leo durante toda la primera mitad del año 1941. El éxito de la filitz-
kreig en Europa había permitido que los sectores militaristas en e l go­
bierno japonés fueran desplazando a los moderados, poniendo en
práctica su proyecto de sustituir a los imperios coloniales europeos en
Asia, y expansionándose en busca de los recursos naturales que Japón
no tenía por la Indonesia holandesa y la Indochina francesa, así como
por las posesiones británicas de Malasia, Birmania y la India. Los pri­
meros pasos de esta estrategia fueron un permiso del gobierno francés
de Vichy para construir aeropuertos en Indochina y añadir Tokio al Eje
Roma-Berlín en septiembre de 1940. Mientras tanto, la estrategia de
Roosevelt seguía siendo de conciliación en ei Pacífico, para centrar sus
esfuerzos en el Atlántico, pues consideraba que la Marina norteameri­
cana no estaba preparada para hacer la guerra en dos océanos.13
Sin embargo, la ocupación japonesa de la Indochina francesa en ju ­
lio de 1941 provocó el embargo total y la congelación de fondos y ac­
tivos japoneses en Estados Unidos, Reino Unido y Holanda hicieron
lo mismo, con el resultado de que Japón perdió su mercado norteame­
ricano, así como el abastecimiento de productos vitales para continuar
la expansión y mantenerse en China e Indochina. Los militaristas ja ­
452 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

poneses decidieron declarar la guerra a esos tres países en los meses si­
guientes si no se reanudaba el abastecimiento.
En concreto, las negociaciones entre Japón y Estados Unidos fue­
ron un intento de ganar tiempo por parte de ambos países ante una
guerra que consideraban inevitable, ya que Japón no estaba dispuesto a
salir de China y Estados Unidos no podía contentarse con menos. Las
circunstancias se endurecieron cuando el 16 de octubre cayó el gobier­
no moderado de Fumimaro Konoye, y el general Hideki Tojo, ministro
de la Guerra, se convirtió en primer ministro. Aunque las negociacio­
nes continuaron hasta finales de noviembre, el gobierno norteamerica­
no no podía confiar en un gobierno japonés que, según las informacio­
nes de Magic —el descifrador del código japonés— , había tomado ya
la decisión secreta de ir a la guerra contra Estados Unidos, Gran Breta­
ña y Holanda y atacar distintos objetivos en el Pacífico.
Lo que Estados Unidos no supo o no logró descifrar a través de
Magic — a pesar de lo que señalan las teorías revisionistas— fue el lu­
gar y la fecha del ataque japonés, que se esperaba inminente desde el
25 de no viembre de 1941. Y, desde luego, nadie pensaba que los japo­
neses podían llegar tan lejos, a Pearl Harbor, en el Pacífico sur occi­
dental. 14 Por eso se desechó toda la intensa comunicación entre Tokio
y Honolulú, que Magic interceptó en los primeros días de diciembre y
no se tomó ninguna medida especial en la base de Pearl Harbor, de for­
ma que no se habían cancelado las licencias de fin de semana y los
aviones estaban en üerra ala con ala. En medio de la mayor sorpresa,
el domingo 7 de diciembre de 1941, a las 7.53 de la mañana, al grito de
¡Tora, Tora, Tora!, los japoneses bombardearon la flota del Pacífico du­
rante dos horas. Fue el mayor desastre naval de la historia de Estados
Unidos. Murieron más de 2.400 militares y civiles, hubo 1.178 heridos,
se destruyeron 149 aviones, se hundieron los acorazados Arizona, West
Virginia y California; el Oklahoma quedó gravemente dañado; el N e­
vada fue encallado para que no se hundiera y otros muchos barcos fue­
ron hundidos o seriamente dañados. Aun así, el dcsastie no fue total,
pues los japoneses no bombardearon los depósitos de petróleo y olvi­
daron los portaviones que habían salido de forma tortuita hacía unos
días y que serían decisivos en la guerra naval que se avecinaba.
Más devastadora, y a diferencia de Pearl Harbor, nunca investigada,
fue la derrota que se inflingió al general Douglas MacArthur en Filipi­
nas nueve horas después, en la que fueron destruidos la mitad de los 30
bombarderos que había en las islas. MacArthur no hizo nada a pesar de
haber recibido la información de Magic y tener nueve horas de preavi-
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 453

so. Ese mismo día, los japoneses atacaron también Guam, Midway,
Hong Kong y la península de Malay, Al día siguiente del ataque a PearI
Harbor y a las Filipinas, el Congreso declaró la guerra a Japón. El 11 de
diciembre de 1941, Alemania e Italia, fieles al pacto tripartito con Ja­
pón, declararon la guerra a Estados Unidos. Más de dos años después
de iniciada la guerra en Europa, Estados Unidos entraba e n la segunda
guerra mundial como un miembro de pleno derecho de la «gran alian­
za»,13 que junto con el Reino Unido y la Unión Soviética debía derrotar
primero a Hitler en Europa y después a los japoneses en el Pacífico.
Esta estrategia de guerra suponía que Estados Unidos tenía que
librar una guerra en dos continentes y dos océanos al mismo tiempo
-—-ambos alejados del hemisferio occidental— , mientras seguía siendo
el principal abastecedor de armas y alimentos de los ¿diados. Un es­
fuerzo de estas características exigió la movilización totáí, dirigida por
el gobierno federal.

R e c l u t a m ie n t o , r e a r m e y e c o n o m ía d e g u e r r a

Cuando estalló la guerra en 1939, el Ejército de Estados Unidos te­


nía 200.000 soldados y 200.000 miembros de la Guardia Nacional,
además de 1.800 aviones — obsoletos la mayoría de ellos— mientras
que la mayor parte del equipamiento militar restante estaba diseñado
de acuerdQ c o n |as especificaciones de la primera guerra mundial.'6 En
1938 el gasto militar sólo ascendía al 1,5 por 100 del producto neto,17
pues una opinión pública intensamente neutralista no había consentido
en momento alguno el rearme, a pesar de que éste hubiera podido con­
tribuir a sacar al país de la depresión. Era pues la nación menos prepa­
rada para la guerra, pero en términos de potencial económico y huma­
no, en un conflicto bélico prolongado era el país que superaba a todos
los demás, por lo que Alemania y Japón no contaban inicialmente con
entrar en guerra con Estados Unidos para sus planes de victoria.
La Ley de Expansión Naval de mayo de 1938 y la Ley de la Mari­
na Mercante de 1939 comenzaron a abrir tímidamente el camino hacia
el rearme, pues proporcionaron a la Comisión Marítima y al Departa­
mento de Marina un marco de actuación en el que construir un mayor
número de mercantes. En septiembre de 1940 el Congreso aprobó la
Ley de Entrenamiento y Servicio Selectivo, que permitía el recluta­
miento de los hombres comprendidos entre veintinún y treinta y cinco
años, con lo que el Ejército aumentó a 1,4 millones de hombres en ju ­
454 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

nio de 1941. Tras Pearl Harbor, elC ongreso extendió el reclutamiento


a los hombres de entre dieciocho y cuarenta y cinco años y el servicio
militar hasta seis meses después de que acabara la guerra. Así, inclui­
dos los voluntarios» más de 15 millones de hombres y mujeres sirvie­
ron en las Fuerzas Armadas durante la guerra.
Pertrechar a este Ejército tan numeroso, tener una flota que luchara
en dos océanos, cumplir las exigencias de mantener 12.000 aeroplanos
en servicio ai terminar la primavera de 1942 y seguir abasteciendo a
los aliados, exigió una. enorme reconversión económica dirigida por el
gobierno federal. Esta reconversión sacaría a la economía norteameri­
cana de la depresión y el desempleo y la colocaría en una situación de
expansión, prosperidad y pleno empleo.
La movilización económica, como la militar, se retrasó al máximo,
pero una vez decidida el resultado fue rápido y espectacular. En 1939,
la economía norteamericana era aun una economía en depresión y pre­
dominantemente civil. Los gastos de defensa representaban todavía el
1,4 por 100 del GNP y el desem pleo seguía siendo del 17 por 100
-~9.500.000 parados— . Estas características dominaron también el
año 1940, cuando el desempleo seguía siendo del 15 por 100 y la in­
versión privada alcanzaba aún niveles más bajos que en 1929. Con
todo, a finales de 1940 y durante la primera mitad ¿61941, comenzó
ya la transición hacia una economía de guerra, y a partir de marzo de
1941, con la aprobación de la Ley de Préstamos y Arriendos, se inició
el progresivo, predgttftinio de la producción militar sóbre la cívil^que se
aceleraría tras el ataque a Pearl Harbor.18 •
Esta rápida transformación fue posible porque, a diferencia de lo
que había ocurrido con la financiación del New Deal,19 hubo un con­
senso generalizado en recurrir al gasto publico y al déficit para posibi­
litar el rearme, que a finales de 1941 ascendía al 1.6 por 109 del PIB y
en 1945 al 25 por í 00. Para financiar éste incremento del gasto públi­
co, el presidente hubiera querido recurrir mayoritariamente a impues­
tos, pero el conservadurismo fiscal del Congreso prefirió un aumento
del déficit público a un aumento de la fiscalidad. Así, el 45 por 100 de
los gastos de guerra se pagó cón impuestos, especialmente el impuesto
sobre la renta y también sobre los beneficios empresariales, que fueron
creciendo durante toda la guerra.20 El resto se pagó recurriendo a dine­
ro prestado, en forma de emisiones de bonos de guerra, que se hubiera
preferido que adquirieran mayoritariamente particulares y pequeños
inversores, ya que hubiera supuesto una financiación más democrática
de la guerra; pero como éstos sólo cubrieron 1/3 de las emisiones de
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 455

deuda, la mayoría se suscribió por bancos comerciales durante la guer­


ra y, en la posguerra, por los bancos de la Reserva Federal, los gobier­
nos locales y estatales, y los trust de inversión.21
Como muy bien sabían Alemania y Japón, la economía norteame­
ricana era con diferencia la de mayor prosperidad entre los países con­
tendientes, Estados Unidos producía casi todos los materiales estraté­
gicos en una proporción superior a los otros países beligerantes, era
muy potente en ios sectores más relevantes de cara a la producción de
ai'mamento y en ningún otro país se contaba con industrias tan varia­
das y complejas. Sólo estaban totalmente desabastecidos de caucho
sintético y apenas tenían una industria de aluminio.
La estrategia económica estuvo muy ligada a la estrategia militar.
M cialm ente, cuando se pensaba en mantener la neutralidad a toda cos­
ta y la estrategia militar era rearm ar a aquellos países —Francia., Rei­
no Unido, Rusia y China— que sufrieron las agresiohes más fuertes
por parte de alemanes o japoneses; mientras que la estrategia econó­
mica de Estados Unidos, convertido en arsenal de la democracia, o,ra
ganar la batalla de la producción. Curiosamente, el país no tuvo que
cambiar esta estrategia económica con el ataque a Pearl Harbor^ pues
aunque pasó de la neutralidad a la movilización total, la enorme hol­
gura de su economía permitió el rearme nacional y continuar el sumi­
nistro a los aliados.22
Conseguirlo dependió, en gran parte, de cómo se dirigió la econo­
mía durante la guerra. En la primera mitad de 1940, la movilización
económica fue tímida y eiTática. Por un lado, las empresas, con la
experiencia de la primera guerra mundial y la depresión, se resistían
a aumentar su capacidad productiva o a desviar su producción hacia
la guerra, cuando estaba creciendo el consumo civil.23 Por otro lado, el
presidente era reacio tanto a buscar la colaboración de los empresarios
que se habían opuesto al New Deal, como a centralizar la dirección de
la economía. Así las cosas, tras su reelección para un tercer mandato en
noviembre de 1940, junto con el progresivo avance de Hitler en Europa
y el ataque a Pearl Harbor, la posición del presidente fue evolucionan­
do hasta permitir una centralización suficiente de la dirección de la
economía, que tuvo en cuenta a los dos partidos y no dudó en buscar
la colaboración destacada de ejecutivos y empresarios opuestos abier­
tamente al New Deal. Así, la elección de sus consejeros económicos y
su postura de suspender todos los ataques a los monopolios a partir de
entonces, le hicieron parecer un defensor de las grandes empresas du­
rante la guerra.
456 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Ciertamente, desde que Estados Unidos entró en guerra el objetivo


primordial del presidente era ganarla lo más rápidamente posible; y
eso, en cuanto a movilización económica, significaba primar en los
contratos a aquellas empresas que pudieran armar con rapidez al Ejér­
cito y superar la producción de material bélico de los países enemigos.
Esta era también la opción del secretario de Guerra, el republicano
Henry L. Stimson, y del general George C. Marshall, quienes decidie­
ron aprovechar la capacidad productiva y experiencia de las grandes
empresas, en contra de la opinión de la Junta de Producción de Guerra
(The War Production Board, WPB) —el órgano que teóricamente
controlaba la economía desde 1942— , partidaria de preservar las pe­
queñas empresas.
Pero no era la WPB, sino las Fuerzas Armadas, las que de verdad
regían las prioridades económicas, de forma que en marzo de 1943, el
70 por 100 de la producción militar se dirigió hacia las 100 grandes
compañías del país. Nada pudo hacer, para distraer esta tendencia, la
presión de aquellos congresistas que denunciaban una conspiración
para destruir lo más característico del capitalismo norteamericano y
que consiguió que se organizara, dentro de la WPB, una Corporación
de Pequeñas Industrias de Guerra.24
De esta forma, algunas grandes empresas y conocidos empresarios
se convirtieron, respectivamente, en emporios y magnates industriales
por su capacidad de atender con prontitud las demandas de las Fuerzas
Armadas. Entre estos-magnates, destacó Andréw Jackson Higgfns*- un
empresario de Nueva Grleans, maestro de las técnjcas d§ prpduecióij r
en masa, cuyos barcos batían récords‘de velocidad en el Missisippi an­
tes de la guerra. Durante el conflicto consiguió una gran expansión ele
las industrias Higgins, produciendo para la Marina lanchas de desem­
barco y las famosas Patrol Torpedo PT> las rápidas lanchas torpederas,
que se hicieron famosas en el Pacífico,
Su éxito industrial durante la guerra sólo fue superado por Henry J.
Kaiser, el industrial de California. En los años de la depresión y, mu­
cho más, en los años de la guerra, la rapidez en cumplir los contratos
con el gobierno era mucho más importante que la calidad de lo produ­
cido o los costes de producción. Fue esta rapidez lo que permitió a Kai­
ser hacer una fortuna mediante los contratos gubernamentales durante
la depresión y aumentarla durante la guerra. El imperio de Kaiser ha­
bía comenzado en la industria de la construcción en ,1a. costa oeste,
como miembro de un consorcio denominado Las Seis Compañías, que
ganó un contrato federal para construir la presa Boulder. Se trataba de
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 457

ia obra pública más espectacular de los años de la depresión y propor­


cionó a los constructores un beneficio superior a los diez millones de
dólares. Entre 1933 y 1942 el consorcio construyó, también con con­
tratos federales, los pantanos de Bonneville y Coulee en el río Colum-
bia, y puso los pilares para el puente de Goiden Gate.
De ahí Kaiser y su consorcio pasaron a ejecutar contratos de guerra
y a construir acantonamientos; carreteras militares, refugios y sobre
todo barcos, adaptando las técnicas del prefabricado del negocio de la
construcción; consiguieron así el récord de construir el Liberty Ship, el
carguero principal de la guerra, en cincuenta y cinco días, e incluso es­
tableció otro récord de catorce días. Esta hazaña convirtió a Kaiser en
un «héroe nacional», cuyo consorcio construyó también la planta de
cemento más grande del mundo y su propia fábrica de $cero, que haría
de California otro foco de la industria pesada nacional.25
Estas expansiones industriales eran un negocio seguro, pues el go­
bierno aportaba el capital y el mercado y, como decían los defensores
de las pequeñas empresas, tenían poco que ver con el libre comercio y
la libre competencia. Habían sido posibles gracias a los contratos fe­
derales, pagados con el dinero de los contribuyentes, en los que los
costos de producción eran secundarios, pues primaba sobre todo la ra­
pidez en la entrega* Más difícil fue crecer o mantenerse para las indus­
trias no relacionadas con la guerra. Algunas lo consiguieron adaptán­
dose, como los grandes almacenes Cim bel’s y M acy’s —que
almacenaron producías-que pronto iban a escasear— , y ütras4<*}§i;aron
dem ostrar que sus productos eran «esenciales para la guerra», como
las plumas Parker, la Coca-Cola o el chicle Wringley .
La compañía de plumas Parker, aunque vio reducida su producción
por la WPB al 60 por 100, consiguió que sus beneficios aumentaran
durante la guerra. Concentró su producción en las tres plumas más ca­
ras, extendió su dominio de los mercados exteriores, aceptó abastecer
al Ejército y la Marina sin beneficios, pero también sin costos, e inclu­
so logró aumentar sus ventas en el mercado interior gracias a la tinta
Quink, un nuevo producto de la empresa, creado en 1941, para cuyo
lanzamiento se gastó 2,5 millones de dólares en publicidad, centrada
en el eslogan de que escribir a los soldados mantenía alta su moral.
Con ese reclamo publicitario, 1a venta de tinta Quink — para la que no
había ninguna restricción en la producción— creció un 800 por 100
durante la guerra.
En cuanto a la Coca-Cola, el director general de la Compañía, Ro­
bert W. Woodruff, persuadió al principio de la guerra a la Marina y al
458 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Ejército de que la C.oca-Cola era un producto esencial para la guerra


porque se acomodaba a los gustos y deseos de soldados y marinos. De
esta forma, pudo aumentar la producción, a pesar del racionamiento de
azúcar. Las Fuerzas Armadas animaron a la Compañía a seguir a los
ejércitos con su jarabe y plantas de embotellado, lo que le permitió
mantener y aumentar su producción» pues el azúcar para las Fuerzas
Armadas no provenía de la limitada cantidad dedicada al consumo ci­
v il Coca-Cola no consiguió beneficios inmediatos con esta estrategia
empresarial, pero consolidó el gusto internacional por su bebida, lo
que ayudaría a que la década posterior a la guerra fuera la de mayor
crecimiento internacional de la empresa.
El chicle parecía también un producto destinado a desaparecer du­
rante la guerra. La goma era mitad azúcar y, desde 1941, estaba racio­
nada para el consumó entre un 70-80 por 100 ¿M ás importante aun, la
savia gomosa de árboles exóticos, que hacía la goma masticable, pro­
venía de Malasia y Borneo, dominadas por Japón, o de América Cen­
tral y del Sur, donde los suministros eran básicas pero había dificulta-
des para el transporte. Tampoco se podía convertir en una industria de
guerra, pues sus trabajadores no estaban cualificados y su maquinaria
no era adaptable a otro producto:
A pesar de todos los inconvenientes, Philip K. Wringley consiguió
que su chicle sobreviviera a la guerra, Primero mantuvo su acceso a las
materias primas, enviando a Sudamérica a sus sangradores de árboles
de goma a sangrar también caucho, de forma-que se ahiiacenabafí -e'ii e! '
mismo sitio y los mismos hombres conseguían tra s p o rte para la savia
de la goma del chicle. Para obtener el azúcar, consiguió que su pro-
ducto pareciera esencial para la guerra y el esfuerzo bélico, pues ayu­
daba a eliminar la tensión, limpiaba la boca, aplacaba la sed y evitaba"
fumar* Para conseguirlo, gastó dos millones de dólares en programas
de radio que ensalzaban las hazañas del Ejército y a los trabajadores de
las industrias de guerra; en ellos se introducían cuñas publicitarias so­
bre las bondades del Wríngley's Spearmint como, por ejemplo, «para
ayudar a sus trabajadores a sentirse mejor y trabajar mejor, procure que
tengan sus cinco barritas de chicle cada día». Mediante esta campaña,
en cada ración de combate los soldados llevaban una barrita de Wrin­
gley ’s Spearmint, y la empresa sólo distribuía su goma de mascar entre
los trabajadores de las industrias de guerra quienes, sometidos a una
presión especial, podían relajarse y producir más gracias al chicle.26
LA GRAN TRANSFORMACION 4^y

M o v il iz a c ió n s in d ic a l , « ig u a l d a d e n e l s a c r if ic io »
y CONTROL DE PRECIOS

Los enormes beneficios que estaban consiguiendo las grandes em­


presas con la guerra provocaron tensiones con los sindicatos y la clase
obrera industrial, que se manifestaron en la lucha contra la inflación y
los controles de precios y salarios. A diferencia de la primera guerra
mundial, que se presentó como un conflicto que beneficiaba a los gran­
des intereses económicos, desde que Winston Churchill formó en 1940
un gobierno de coalición con los laboristas, la ayuda de Estados Uni­
dos al Reino Unido en ía segunda guerra mundial parecía beneficiar
sobre todo a los intereses de la clase obrera británica. En 1941, cuando
se firmó la Carta del Atlántico, P. D. Roosevelt insistió en que uno de
los objeti vos de la guerra fuera la mejora de las condiciones económi­
cas y laborales, así como el avance en la Seguridad Social, Estados
Unidos luchaba así por un mundo más igualitario y por extender la po­
lítica del New Deal más allá de sus fronteras.27
De acuerdo con esta interpretación liberal, los líderes del Congreso
de Organización Industrial aprovecharon los primeros pasos de la mo­
vilización, y la demanda de empleo subsiguiente* para organizar sihdi-
calmente las industrias sin presencia sindical, conseguir aumentos sa­
lariales y una planificación económica socialdemócrata. Desde que
Philip Murray asumió la Presidencia del CIO en noviembre de 1940,
intentó organizar todas las grandes industrias sin sindicar y las indus­
trias de defensa para resolver los crónicos problemas financieros y de
organización del CIO, El resultado fue un amplio movimiento huel­
guístico en la primera mitad de 1941, con 4.288 huelgas, que moviliza­
ron a 2,4 millones de trabajadores -—sólo superado por el movimiento
huelguístico de 1919— . La mayoría de estas huelgas tuvo lugar en las
industrias pesadas, que no habían podido ser organizadas en 1937 y
que eran profundamente antisindieáles y contrarias al New Deal, como
Ford, International Hai'vester, Allies-Chalmers, Montgomery Ward y
el grupo de Little Steel.
Las huelgas, lideradas por el CIO en un 70 por 100, fueron bastan­
te violentas, pues desde que en 1940 el Tribunal Supremo había decla­
rado ilegales las huelgas de «brazos caídos», que ocupaban las fábri­
cas, se solían utilizar piquetes de más de 100 personas, que rodeaban
las fábricas, mantenían a los encargados y esquiroles alejados y a me­
nudo luchaban con la policía. Tras estas violentas huelgas, comenza-
460 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

ron a organizarse empresas muy an ti sindicales, se consiguió por pri­


mera vez en la historia laboral acabar con las diferencias salariales en­
tre los mineros del norte y del sur de los Apalaches y, en general, se lo­
gró un aumento de salarios reales.28
En el Congreso, la respuesta de los sectores conservadores fue de­
sacreditar aún más el New Deal, y las Legislaturas de los Estados de
Texas, California y Georgia aprobaron leyes que hicieron la organiza­
ción sindical mucho más difícil. En cuanto al gobierno, intentó acabar
con la oleada huelguística recurriendo al patriotismo, haciendo una lla­
mada a la «producción ininterrumpida» en los sectores de defensa y
nombrando a Sidney Hillman, uno de los líderes del CIO, director aso­
ciado de la Oficina de Dirección de la Producción. Esta agencia consi­
guió constituir un Comité Tripartito de Arbitraje y Cuestiones Labora­
les en marzo de 1941 —el National Defense Mediation Board (NDMB)
y su sucesor el National Labor Board (NLB)— que fue tan importan­
te como la Ley Wagner de 1935, al diseñar el sistema norteamericano
de relaciones laborales, ya que estableció un sistema de jurisprudencia
industrial e hizo más rutinarias y burocráticas las relaciones industria­
les. Pero Sidney Hillman no consiguió el apoyo a su estrategia de insti-
tucionalización de los sindicatos de Philip Murray y otros líderes del
CIO, que seguían defendiendo la autonomía sindical frente a lo que se
interpretaba como intentos de coerción gubernamentales.
La frustración del gobierno a la hora de moderar las acciones de los
sindicatos •se evidenció en la ,huelga de la AviaciómNorteamericana,

lifomia. Desde la década de 1930, el Sindicato de 1a Industria del ‘Au­


tomóvil (United Automobile Workers, UAW), intentaba sin éxito or­
ganizar las empresas aeronáuticas del sur de California, alejadas de los
centros principales del sindicato en el medio oeste y localizadas en tor­
no a la antisindical ciudad de Los Ángeles. Pero el boom de la indus­
tria de defensa lo cambió todo. En 1941, había 100.000 trabajadores
aeronáuticos en Los Ángeles, la mayoría no cualificados, en su primer
empleo industrial, y cobrando salarios bajos — poco mejores que los
que pagaban en la industria textil del sur— ; el UAW, liderado por los
comunistas, intentó organizados en las empresas más importantes, una
de las cuales era la Aviación Norteamericana.
El 5 de junio de 1941 comenzó la huelga, en la que participó todo
el aparato del CIO del sur de California, que sería la más importante en
el Estado desde la huelga general de San Francisco de 1934. La huel­
ga desafiaba la petición que el presidente había hecho el 26 de no-
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 461

viembre de 1940 de mantener la producción ininterrumpida en las in­


dustrias de defensa e inmediatamente causó alarma en Washington,
donde el secretario de Defensa consiguió que el presidente hiciera una
«declaración de ilimitada emergencia nacional», relacionando las
huelgas en las industrias de defensa con la 5.a columna. El 8 de junio,
Roosevelt pidió al Congreso que aprobara una Legislación para man­
tener abiertas las fábricas que estuvieran amenazadas por huelgas, y el
9 de jimio de 1941 autorizó que 2.500 soldados a punta de bayoneta
ocuparan la fábrica y rompieran la huelga,29
Esta represión gubernamental y la invasión de la Unión Soviética
por Alemania el 22 de junio de 1941 cambiaron la política sindical,
que renunció a la actividad huelguística para apoyar el esfuerzo bélico.
En este cambio de actitud fue importante el patriotisrno de la clase
obrera de origen europeo, la cual se vio definitivamente integrada en la
nación durante la guerra, pues la propaganda gubernamental exaltaba
la diversidad étnica nacional y el índice de naturalizaciones creció has­
ta el 40 por 100.30 A cambio del apoyo al esfuerzo bélico, los sindica­
tos obtuvieron el respaldo gubernamental a la sindicación obligatoria, A
partir del mes de junio de 1942, según la unión security, los nuevos tra­
bajadores contratados tenían quince días para decidir si salían del sindi­
cato, pero una vez en él debían pagar las cuotas y seguir sus normas,
pues, de lo contrario, eran despedidos de la compañía y expulsados.
La sindicación obligatoria y el pleno empleo favorecieron un enor­
me crecimiento de los. sindicatos, que en conjunto pasaron d&9,5; tjoi-
Jlones en 1940 a 14,8 millones en 1945, siendo el incremento de la
AFL de un 63 por 100 y el del CIO de un 66 por 100. También afianzó
la orientación institucional y burocrática de los sindicatos, que a partir
de entonces tuvieron como estrategia principal influir en las Agencias
gubernamentales que dirigían la movilización para intentar orientar la
política económica en un sentido socialdemócrata; primero, luchando
por participar directamente en la administración de las industrias bási­
cas -—el Plan Murray, del Consejo Industrial— , y cuando este intento
fracasó, tratando sin éxito de aliarse con todos aquellos elementos en el
gobierno y el mundo de los negocios que se enfrentaban a la alianza en­
tre las Fuerzas Armadas y las grandes corporaciones.
Este fracaso era un exponente más del giro político conservador que
las necesidades de la guerra estaban favoreciendo. Sectores hostiles al
New Deal y a los nuevos sindicatos industriales, como los empresarios
del medio oeste o los conservadores sudistas, reaparecieron con fuerza,
y en aras del aumento de producción, propusieron no solamente más
462 HISTORIA DE ESTADOS ÜNÍDOS

horas de trabajo y el cese de la actividad huelguística, sino la renuncia


a las primas por horas extraordinarias; Ante esta ofensiva conservadora
que trataba de acabar con las reformas del New Deal, Roosevelt y el
WPB propusieron a los sindicatos renunciar voluntariamente a las pri­
mas por horas extraordinarias, a cambio de cobrar en bonos de guerra
las horas que excedían a las 40 semanales.
El 24 de marzo d e 1942, un congreso extraordinario del CIO acce­
dió a renunciar a las primas por horas extraordinarias, a cambio deque
esta renuncia se incluyera en una p o lít ic a n a c io n a l de « v ic to r ia a tr a v é s
de la igualdad en el sacrificio».31 Así, exigían ^ gobierno instituir un
tope salarial de 25.000 dólares anuales, control democrático del racio­
namiento y de los precios, aumentos salariales de acuerdo con el costo
de la vida, m o ra tQ ria .d e las deudas y garantía de u n salario de por v id a
para las personas defendientes de los que estaban sirviendo en las
Fuerzas Armadas.
El presidente Roosevelt* preocupado desde el principio del conflic­
to por las demandas «egoístas» de los distintos grupos en la retaguar­
dia, mientras los jóvenes luchaban en el campo de batalla, aprobó en
abril de 1942 la propuesta sindical de limitación salarial a un máximo
de 25.000 dólares anuales después de impuestos* que no tenía ningún
efecto en desacelerar la inflación, pues solamente afectaba a salarios
muy elevados, pero simbolizaba «la igualdad en el sacrificio» que tan­
to Roosevelt como los sindicatos buscaban.32
Pero el Congreso-rechazó la propuesta en marzo de 194B f'é lC IO
no p¿ido controlar las protestas de sus bases por aéeptar la supresiónde
las primas, ni el que los salarios crecieran menos que los precios. Éste
fue el argumento de la huelga de los mineros de carbón'de 194333 y de
las numerosas huelgas que el CIO no pudo evitar entíe 1943 y 1945.
Aunque los salarios de los mineros crecían menos que los de los otros
trabajadores, todotf los salarios reales crecieron a pesar de la inflación
un 27 por 100 en las manufacturas, un 26 por 100 en la industria del
acero y un 20 por 100"en la industria del automóvil^ pues la intensa de­
manda de trabajo permitió trabajar más horas a la semana y mejorar de
puesto de trabajo. Sin embargo, las dificultades de alojamiento en las
nuevas zonas industriales; y las deducciones del 10 por 100 de los bo­
nos de guerra y el 5 por 100 del llamado impuesto de la victoria a los
trabajadores de las industrias de defensa, llevaron a calcular a los eco­
nomistas de la AFL que por una semana laboral un 20 por 100 más lar­
ga, los trabajadores solamente recibían un salario un 5 por 100 más
elevado que antes de la guerra.34
iía Gr a n t r a n s f o r m a c ió n 463

La huelga de mineros tuvo otras consecuencias, como el control


gubernamental de las minas — que se repetiría otras 63 veces durante
la guerra en otros conflictos laborales— y la aprobación por el Con­
greso de la primera ley antisindical en una generación. La Ley de Dis­
putas Laborales de Guerra o Ley Smith-Connually autorizaba la inter­
vención gubernamental sí una disputa amenazaba la interrupción de la
producción; hacía ilegales las huelgas, lockout o slowdown, en plantas
intervenidas; cualquier violación de estas normas estaba sujeta a mul­
tas o penas de prisión y tenía una cláusula, dirigida a debilitar la acción
política del CÍO, que prohibía a los sindicatos hacer donativos en las
elecciones presidenciales.35
Fracasada tanto la estrategia presidencial como sindical de «igual­
dad en el sacrificio», quedaba al menos que el control de precios fuera
lo más democrático posible. Éste fue el objetivo principal de la Ofici­
na de Control de Precios (Office o fP rice Administration, OPA) cons­
tituida en 1941, a partir de la experiencia de la primera guerra mundial
y de aquellos políticos y economistas que, interpretando la crisis del 29
como una crisis de subconsumo, buscaban una política de salarios al­
tos y precios bajos, capaz de mantener el consumo de masas. Cuando
en abril de 1942, el presidente Roosevelt anunció la regulación del pre­
cio máximo general — conocido popularmente como general max-~~,
para que todos los precios fueran justos y equitativos, el control de la
inflación fue el objetivo inmediato de la OPA.
Aprovechando el movimiento popular de consumidores organiza­
d o ciada década de 1930, la OPA aplico esta p o la c a apelando a una ex­
tensa movilización cívica de consumidores y compradores, en la que
las mujeres ocupaban un lugar' destacado. Cada semana, estos consu­
midores conscientes hacían 4,5 millones d e llamadas a la OPA y en­
viaban "2,5 millones de cartas, más de 20 millones de compradores
— liderados por Eleanor Roosevelt— firmaron el Compromiso de la
Retaguardia (Home Front Pledge). Con esta ayuda de los consumido­
res, sus 5.525 Comités Locales de Racionamiento y Precios de Guerra
y sus 250.0(X) empleados — pagados y voluntarios-*™, la OPA consiguió
en 1944 controlar 8 millones de precios, 3 millones de establecimien­
tos y racionar comida para 30 millones de personas.
Esta intensa movilización ciudadana de consumidores se consiguió
relacionando sacrificio personal con patriotismo, pero también alen­
tando expectativas sobre la prosperidad posbélica. Éste fue también el
mensaje del presidente en su discurso del Estado de la Unión en 1944,
cuando definió la segunda Declaración de Derechos como aquella que
464 HISTORIA DE, ESTADOS UNIDOS

tras la victoria proporcionaría a los ciudadanos el derecho a un empleo,


asistencia médica, buena educación, casa y suficientes ingresos para
«asegurar la manutención, el vestido y la diversión».36
La crisis de la OPA, su significado dentro del New Deal y la inter­
vención del Estado, sobrevino tras la guerra, cuando en 1946 no pudo
evitar la huelga de las industrias cárnicas — resentidas por el poder de
los consumidores— para forzar la subida de precios, que dejaron desa­
bastecidos los mercados de carne. Esta llamada hambruna por los pe­
riódicos no sólo sustrajo apoyo popular a la OPA, sino que ayudó a que
los republicanos obtuvieran la mayoría en las elecciones al Congreso
de noviembre de 1946.37

«L a f u e r z a a r r o l l a d o r a » : a b a s t e c i m i e n t o a l o s ' a l i a d o ? ■
Y PROSPERIDAD e c o n ó m ic a

A pesar de todo, los resultados de la movilización económica fue­


ron rápidos y espectaculares, pues se expandió tanto la producción li­
gada a la guerra, como la economía civil. El porcentaje de producción de
guerra en el PIB pasó del 2 por 100 anual en 1939 al 40 por 100 en
1943, y en 1944, el 55 por 100 de la mano de obra empleada en la in­
dustria manufacturera, la minería y la construcción trabajaban para los
pedidos hechos por las Fuerzas Armadas. 2/3 de la producción de
guerra, s^dedicafea.en. ¿947 a ^.producción de apmamento-y^>d& ®se
gasto bélico no. sq Io s ^ có aLpaís de la^denresión y ¿reactivó todoR. loik
sectores Sefa^écohómía, sino que produjo entre 1939 y 1944 la mayor
expansión industrial de la historia de Estados Unidos. En ese período,
la economía creció a una tasa superior al 15 por 100 anual, la produc­
ción total de bienes manufacturados, un 300 por 100 y la de materias
primas, un 60 por 100, o mientras que la inversión en plantas y equi­
pos de nueva construcción amplió la capacidad productiva de la eco­
nomía hasta un 50 por 100.38
Este crecimiento económico se consiguió gracias a la desviación de
recursos de otros sectores de la economía y a la utilización más pro­
ductiva de los recursos disponibles. Así, en 1944 trabajaban en el sec­
tor industrial 18,7 millones de personas más que en 1939, de las cuales
7 millones eran desempleados y los restantes .11,7 millones eran nue­
vos trabajadores, la mayoría provenientes del sector agrícola — la mi­
tad, mujeres y 400.000 afroamericanos del sur-—, cuya población des­
cendió 7 millones entre 1940 y 1944. Por otro lado, los recursos de
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 465

otros sectores — agricultura, servicios—■se desviaron al sector indus­


trial, que creció del 29 por 100 en ia renta nacional en 1939 al 38 por
100 en 1944. Por último, los recursos se utilizaron más productiva­
mente; así, la productividad del trabajo creció hasta un 25 por 100, por
aumento en la duración de la semana laboral — en las industrias de de­
fensa se llegó a trabajar 90 horas semanales— y por econosnías' de es­
cala, relativas a la planta industrial, el adiestramiento del trabajo, los
nuevos bienes de capital, la agrupación de la información industrial
con vistas a un objetivo común, mayores incentivos para la mano de
obra, incluido el colectivo de ganar la guerra. En cuanto a la producti­
vidad del capital, creció un 30 por 100.39
El resultado fue que, una vez puesta en marcha la economía nortea­
mericana, además depertreehar a su propio Ejército, suministró el 60 por
100 de las municiones de combate a los aliados, así cooio alimentos, má­
quinas. herramientas, vehículos y material ferroviario. Las ventajas de la
economía norteamericana —tamaño de su fuerza de trabajo, disponibili­
dad de materias primas, el no sufrir la destrucción de la guerra en su te­
rritorio, altos niveles de productividad— le permitieron superar a todos
los países contendientes en la producción de armamento y convertirse en
la «fuerza arrolladora» de la que hablara Winston Churchil.40
Pero la expansión económica no se agotó en la producción de guer­
ra. También creció la economía civil, impulsada por el aumento del
consumo, apoyado en el crecimiento de los salarios reales. Y es que, a
4iforerííáa;:4^ yiaJJruórt
- iiomía norteamericana era tal, que no. comprometió todos sus recursos
en el esfuerzo bélico. Así, en 1940 aún había 25.000 personas desem­
pleadas entre los veinte y sesenta y cuatro años, el potencial de trabajo
femenino no fue totalmente desarrollado, hubo siempre una resistencia
entre los empresarios a expandir la capacidad industrial por miedo a la
sobreproducción posbélica41 y, sobre todo, la guerra no supuso estre­
checes para la población civil, sino más bien tiempos de prosperidad y
abundancia, comparados con los duros años de la depresión.
La movilización económica no sólo supuso pleno empleo y la in­
corporación al mercado de trabajo de nuevos sectores sociales, como
la mujeres o los adolescentes, sino que también proporcionó empleos
mejores y mejor pagados, así como un aumento de los beneficios en la
agricultura, la industria y los servicios. A pesar del incremento de los
- impuestos, el control de precios y salarios, el racionamiento y la esca­
sez de algunos productos — azúcar, gasolina, carne— , los años de
guerra fueron para los norteamericanos tras doce años de depresión,
466 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

tiempos de prosperidad y abundancia, que poco tenían que ver con la


retaguardia de otros países en guerra.
En primer lugar comieron bien, pues aunque escasearon el azúcar,
el bacon o la ternera, el gobierno y la industria cooperaron en coordi­
nar programas que asegurasen el contenido de vitaminas en la comida
de los trabajadores; yUes proporcionaba lecha fresca y tentempiés en
las empresas para incrementar la producción y combatir el absentismo.
Asimismo, unos salarios más elevados les permitieron consumir tras
doce años de privaciones o áhorrary aplazar sus expectativas de com­
pra para la posguerra.
Inicialmente, el aumento del consumo, tanto de los hombres como
de las mujeres trabajadoras, se dirigió a los automóviles, la ropa y los
electrodomésticos. Cuando por necesidades de póducción de guerra,
los norteamericanos" no podían comprar éstos productos, gastaron su
dinero en actividades de ocio y entretenimiento, como ir al cine, cenar
fuera, frecuentar los night clubs hacerse socio de clubs deportivos.
Pero, sobre todo, ahorraron y pospusieron su consumo para después de
la guerra.
Las industrias más afectadas por la escasez dé materiales durante el
conflicto — las de construcción de casas residenciales y las de bienes
de consumo duradero—, con la ayuda del mundo publicitario, prepa­
raron a los consumidores para retom ar tras la depresión y la guerra al
american way o flife de la década de 1920 pero mejorado; incitándoles
a ahor«aí :para que tífe^puéspudieran ® ^ ip ra re le é tt^ ó M ^ stíé á ? ^ ^ i!s

electrodomésticos, tras los problemas de vivienda de la depresión y la


guerra, se convirtió en el símbolo por excelencia del american way o f
Ufe, por el que valía la pena ahorrar en la retaguardia y luchar en el
frente,42 El consumo aplazado preparaba así el camino para que la ex­
pansión de la economía norteamericana continuara tras la guerra.

E fectos s o c ia l e s d e l a m o v i l i z a c i ó n e c o n ó m i c a .
M ig r a c i ó n i n t e r n a y n u e v o s c e n t r o s i n d u s t r i a l e s

Aunque entre 1940 y 1945 el crecimiento de la población se man-


tuvo moderado (5,9 por 100) y hubo mucha menos inmigración euro­
pea, las Fuerzas Armadas y las industrias de defensa provocaron en
cinco años la mayor migración interna de la historia de Estados Uni­
dos. 27 millones de personas se desplazaron de sus lugares habitúa­
LA GRAN TRAHSFOIiMÁClÓN 467

les de residencia. I I millones de hombres y mujeres sirvieron en las


Fuerzas Armadas y los 16 millones restantes fueron a buscar trabajo
en las industrias de defensa o siguieron a los soldados hasta sus cam­
pamentos.
La emigración sé dirigió, sobre todo, a las zonas donde se empla­
zaban las industrias de guerra o las relacionadas con ésta. Así, aparte
de encaminarse a las zonas tradicionales industriales del medio oeste o
hacia la costa atlántica, la mayoría de la emigración se dirigió a las
nuevas áreas industriales del Atlántico sur, el suroeste, y sobre todo a
los tres Estados de la costa pacífica, que aumentaron su población en
un 34 por 100, particularmente California, cuya población ascendió Un
37 por 100, pues reunía tanto la industria aeronáutica como la de cons­
trucción de barcos.43 Así, siguieron creciendo Filadelfia y Detroit, pero
también se desarrollaron Nueva Orleans y Batton Rouge en el sur,
Washington y Seattle, Sán Diego y Los Ángeles en el Pacífico.
De esta inmigración y de la expansión de las industrias de guerra
proviene el ascenso de Los Ángeles a ser la segunda ciudad de Esta­
dos Unidos tras Nueva York. Como señala Mike Davis, durante la dé­
cada de 1920, ni el petróleo, ni las naranjas, ni Hollywood, propor­
cionaron una economía básica suficiente para el crecimiento de la
ciudad de Los Ángeles. Por el contrario, las cosas cambiaron, como
en todo el Pacífico y California, con las oportunidades del New Deal
y la segunda guerra mundial. Empresarios como Kaiser y financieros
to m o Amadeo Giannini — fundador del Bank o f America— apoyaron

compensa los billones de dólares en ayuda federal que construyeron


una infraestructura industrial en California, Washington y Texas.44
Con la guerra, aparte de la industria aeronaútica, Kaiser estableció su
planta de acero en Fortuna, a 50 kilómetros de la ciudad, con virtien­
do Los Ángeles en el segundo centro de fabricación dé acero del país.
Esta y otras ciudades vieron multiplicados sus problemas con esta
repentina avalancha migratoria. Había trabajo, pero no alojamiento, ya
que la construcción, en grave crisis desde la depresión, se encontraba
paralizada por las necesidades bélicas. El transporte y los servicios
eran muy deficitarios y, con estas carencias, las ciudades tuvieron que
enfrentarse a los retos de recibir a una población étnicamente diversa,
desarraigada de su comunidad rural o su gueto étnico, lo que se tradu­
jo en violencia y aumento de la delincuencia. A pesar de estos proble­
mas, la emigración a las nuevas zonas industriales y los nuevos em­
pleos constituyeron grandes oportunidades de mejora para las minorías.
468 HISTORJ.A DE ESTADOS UNIDOS

M in o r í a s é t n i c a s e u r o p e a s , a s iá t i c a s y m e x i c a n a

El comienzo de la guerra en Europa aumentó el control y la restric­


ción tanto de la inmigración, como de los extranjeros residentes en Es­
tados Unidos, Durante la guerra, solamente el 10 por 100 de las cuotas
otorgadas a los países europeos fueron utilizadas y, en 1940, el Con­
greso aprobó la Ley de Registro de Extranjeros, que obligaba a los ex­
tranjeros mayores de catorce años a registrarse. A finales de 1940, lo
habían hecho 5 millones, la mayoría procedentes del Reino Unido, Ita­
lia, Alemania,45 Polonia, México y la Unión Soviética. También la na­
turalización se hizo más restrictiva y, en 1941, la Ley Smith autorizó
al presidente a deportar a cualquier extranjero, cuando tal acción fuera
«en interés de Estados Unidos»,46
A diferencia del proceso de asimilación coercitivo que se produjo
en la primera guerra mundial, la asimilación patriótica de la segunda
guerra mundial no trataba de imponer el patrón anglosajón, sino de ce­
lebrar la diversidad étnica de Estados Unidos. Esta tendencia a cele­
brar la pluralidad provenía del segundo New Deal y se reafirmó du­
rante la guerra, cuando los prejuicios raciales no solamente iban en
detrimento del esfuerzo bélico, sino que también se veían como antité­
ticos de las tradiciones americanas.47 Así, los cinco años de guerra no
sólo supusieron, en proporción, el período de mayor número de natu-

participación en el esfuerzo bélico integró definitivamente, a lqs.mjno^

Pero si la asimilación funcionó con las minorías blancas de origen


europeo -—-incluso alemanes e italianos inicialmente considerados
«enemigos extranjeros»— , no sucedió lo mismo con las minorías no
blancas, aunque se dieron algunos avances. Sin duda, el peor trato lo
recibieron los japoneses, considerados todos ellos, aunque fueran ciu­
dadanos norteamericanos, como enemigos extranjeros. Así, tanto los
issei, la primera generación a la que por ser asiáticos se les había des­
pojado de la ciudadanía, como la mayoría nisei, sus descendientes, que
por haber nacido en Estados Unidos eran ya ciudadanos norteamerica­
nos, fueron internados en campos de concentración y despojados de
sus bienes. Durante la primavera y el verano de 1942, 120.000 japone­
ses, que habitaban en su mayoría en la costa oeste, fueron trasladados
a campos de internamiento en las desérticas regiones de Arkansas, Co­
lorado, Utah y Arizona, sin apenas protesta de lo que era una flagrante
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 469

violación de los derechos constitucionales.48 Únicamente el senador


Robert Taft habló de la mayor violación de derechos civiles desde la
esclavitud; el Tribunal Supremo nunca contempló la inconstitucional!-
dad de la medida* mientras que los grupos comprometidos pública­
mente en la lucha contra la discriminación — como el Partido Comu­
nista, la NAÁCP y el American Jewish Commite— defendieran el
internamiento o mantuvieron silencio.49
Mayor suerte tuvieron los japoneses que vivían en Hawai, donde
constituían el 37 por 100 de la población; pues el gobernador militar,
general Délos Emmons, resistió las órdenes de evacuaciónamparándo-
se en su papel económico y en la ausencia de sabotajes. Precisamente
ellos fornaron el mayor contingente de los 23.000 japoneses que pro­
baron su lealtad luchando en el Ejército norteamericano contra Japón.
4,000 sirvieron como traductores e intérpretes en el Pacífico y 18,000
hawaianos y japoneses, que componían el batallón número 100, su­
frieron 9.500 bajas, incluidos 600 muertos, aparte de ganar 18.100
condecoraciones y más menciones presidenciales que cualquier otra
unidad de la historia de Estados Unidos.50
Otras minorías asiáticas, como los chinos» se vieron favorecidos
por su condición de aliados de Estados Unidos. Así, en diciembre de
1943, el Congreso aprobó rescindir la exclusión de la naturalización
que pesaba sobre ellos, en virtud de la ley vigente desde 1882, «por su
contribución a la causa de la decencia y la libertad». A partir de en ton-

años siguientes se extendió a otros pueblos asiáticos que también ha­


bían luchado contra los japoneses, como indonesios y filipinos.51
En cuanto a los mexicano-americanos* la discriminación y el pre­
juicio racial siguieron siendo muy intensos, pero conforme la guerra
avanzaba» la situación mejoró para integrarlos en el esfuerzo bélico.
En el censo de 1930 habían sido reclasificados de blancos a no blan­
cos52 y, en 1941, no había ningún mexicano empleado en las industrias
de guerra; pero en 1944 ya había 17.000 trabajadores mexicanos en los
astilleros y muchos más en la industria aeronáutica, mientras que gra­
cias al llamado «programa bracero», miles de trabajadores temporeros
contratados podían pasar a Estados Unidos, para suplir la falta de
mano de obra en la agricultura durante la guerra. Por otra parte, el ser­
vicio militar les dio reconocimiento gubernamental y confianza en sí
mismos; muchos líderes posbélicos eran veteranos y, como tales, se
habían beneficiado de importantes ventajas educativas y económicas.
470 HISTORIA t>E ESTADOS UNIDOS

M in o k í a n e g r a

Pero sin duda fue la m iñona negra la que, gracias a su organización


cohesión y número, aprovechó mejor la coyuntura bélica. La- partici­
pación de Estados .Unidos en la segunda guerra mundial, tal y como
quedó expresada en la Carta del Atlántico, a í tener como objetivo ex­
tender los principios de la libertad y la democracia a todos los pueblos
y luchar contra la tiranía y el racismo, parecía la oportunidad ideal para
que la minoría negra reivindicara su ciudadanía plena, participando sin
discriminación en el esfuerzo bélico.
Para conseguir este objetivo, estaba mucho mejor preparada y co­
hesionada que en>I^ primera guerra mundial» Eh 1940 había^más de
150 periódicos negros, entre ellos el Chicago Defender, que* vendía
82.000 ejemplarés; había líderes sindicales negros, cómo A. Philip
Randolph, presidente de la Hermandad de mozos de coches-cama (The
Brotherhood o f Sleeping Car Porters) y, durante la depresión, se ha­
bían organizado movimientos de base como el de «empleos para ne­
gros» o los boicots de tiendas. También desde la década de 1930 había
aumentado su influencia política al pasar a votar al Partido Demócra­
ta, gozando de simpatías entre los altos cargos de la Administración
Roosevelt y teniendo un numero sin precedentes de consejeros presi­
denciales.

. era muy bajo e a .L9-39. Había «habido. pocos avanees- en-la integración
en el Ejército tras la primera guerra mundial, que contaba solamente
con 4 unidades negras en el ejército, 3.640 soldados y S olídales ne­
gros. En cuanto a lá Marina, limitó la participación de los negros a tra­
bajaren las cocinas, estaban excluidos entre los marines y admitía a
un número limitad^ de guardacostas. En la vida civil, la minoría negra
sufrió especialmente la depresión, pues el desempleo de los trabajado­
res negros en las zonas industriales del norte fue d e un 38,9 por 100,
mientras que el de los trabajadores blancos era de un 18,1 por 100, y
las reformas del New Deal — especialmente en el sur—~ se aplicaron
con criterios raciales.
Para intentar aprovechar la coyuntura bélica, desde mayo de 1939,
el Comité por la Participación de los Negros en la Defensa Nacional
luchó por acabar con la discriminación, tanto en el reclutamiento y las
Fuerzas Armadas como en las industrias de defensa; pero cuando co­
menzó la movilización en 1940 fueron discriminados en ambos ámbi­
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 471

tos. Desde el principio de la guerra, la organización cívica de la mino­


ría negra tuvo com oobjetivo acabar con esta doble discriminación,
que les alejaba de los beneficios de la guerra; pero los mayores logros
se consiguieron a partir de 1942, cuando la duración del esfuerzo béli­
co exigía utilizar todos los recursos humanos disponibles para ganar el
conflicto.
En el ámbito militar, la declaración que el presidente hizo a la pren­
sa el 9 de octubre de 1940 seria la postura oficial de la Casa Blanca y el
Ejército durante toda la guerra: se aumentarían las oportunidades de la
minoría negra, pero sólo en unidades militares negras. Tras las protestas
posteriores se hicieron algunas concesiones, como nombrar al primer
general negro de la historia de Estados Unidos en la persona del coronel
Benjamín O. Da vis, prometer la formación de unidades dé aviación ne­
gras o designar al representante legal de la N A A CP— William H. Has­
tie---- como ayuda civil del secretario de la Guerra, Estás medidas re­
dundaron en algunos progresos concretos en las Fuerzas Armadas*
como establecer una base de entrenamiento del Ejército del Aire en el
Instituto Tuskegee de Alabama, o que a partir de 1942 la Marina acepta­
ra afroamericanos para el servicio, aunque de forma segregada.
Incluso segregados, los soldados negros gozaban de ventajas con
respecto a su situación anterior Estaban bien alimentados, tenían un
salario fijo, recibieron alguna formación y gozaban de cierto prestigio
y autoridad gracias al uniforme. Pero las Fuerzas Armadas en general
perjudicaban con esta política, pues no podían utilizar todo el po-

relativa baja moral de los soldados negros y aumentaba los conflictos


raciales entre blancos y negros.
Apelando precisamente a la baja moral y eficiencia de los soldados
negros, los mandos militares rehusaron hasta 1943 enviar a soldados
negros a ultramar, y sólo ante la tremenda escasez de Infantería que el
Ejército norteamericano llegó a tener en diciembre de 1944, en la ba­
talla de Bulga, en medio de la desesperada ofensiva alemana de las Ar~
denas, fue cuando el general Dwight D. Eisenhower aceptó que volun­
tarios negros lucharan con soldados blancos, aunque siempre en
batallones negros de 40 hombres, incluidos en compañías blancas de
200 hombres. Hasta el final de la guerra, 37 de estos batallones fueron
asignados a unidades blancas.
Comprobado el despilfarro de recursos humanos que supuso la se­
gregación, el fin de ésta se aceleró tras la guerra en los tres ejércitos. El
Ejército preparó la integración ya en 1945: en la Marina fue un hecho
472 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

desde 1949 y ese mismo año el Ejército del Aire comenzó a organizar­
ía. El resultado sería la integración total en las Fuerzas Armadas en la
década de 1950, en las circunstancias de guerra Fría y confirmación
del liderazgo internacional de Estados Unidos.53
En cuanto a las industrias de defensa, durante 1940 y 1941, la dis­
criminación racial y la cualifícación exigida excluyó a los afroameri­
canos de los beneficios del empleo y la mejora de salarios de los que
ya estaban disfrutando los trabajadores blancos. Fue la permanencia de
la discriminación, tanto en las industrias de defensa como en las Fuer­
zas Armadas, lo que llevo a A. Philip Randolf a amenazar con una
marcha sobre Washington el 1 de julio de 1941, si el presidente no la
suprimía. Cuando Roosevelt supo que 100.000 personas estaban dis­
puestas a marchar sobre Washington, promulgó el Decreto 8,802 del
25 de junio de 1941, que acababa con la discriminación en las'indus­
trias de defensa, aunque no en el Ejército, y constiuía la Comisión de
Prácticas de Empleo. Justas (Fair Employment Practices Commision),
(FEPC), la primera Agencia federal desde la reconstrucción que lu­
chaba por la igualdad de oportunidades de los negros. A este decreto,
considerado «una proclamación económica de emancipación»,54 se
sumó la decisión de la Junta Nacional de Trabajo de prohibir la discri­
minación racial en los salarios, aunque los mayores cambios se produ­
jeron tras 1942, como resultado de la escasez de mano de obra dispo­
nible.
La conjunción de.estas decisiones ^ o líü ca sy de las circunstancias
de la guerra produjo un cambio espectacular en el ámbito laboral. En-4
’ 1: 9 4 4 ; ' ^ ® l B h l M s ^ l i ® ^ ^ n c a h o s , cíe los que ÓOO.OOO
eran mujeres, entraron en el mercado de trabajo. La mayoría encontró
empleo en las industrias de defensa de California o en la región de De­
troit, así como en la Administración federal, especialmente en la Ofi­
cina de Control de Precios. En cuanto a sus ingresos, crecieron el do­
ble durante la guerra, aunque fueron la mitad del promedio de los
ingresos de las familias blancas. Es cierto que todos estos avances se
consiguieron en una situación excepcional de expansión económica y
con una gran proporción de mano de obra blanca ocupada en las Fuer­
zas Armadas, pero una vez probada cierta estabilidad y prosperidad era
difícil volver atrás,55
Pero sin duda los avances mayores durante la guerra se produjeron
en el ámbito de la lucha de la minoría negra por sus derechos civiles.
La organización de la posible marcha sobre Washington, en julio de
1941, supuso el nacimiento de una nueva forma de lucha de la minoría
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 473

negra, basada en la acción directa y la formación de asociaciones ex­


clusivamente negras, pues Randolph transformó su amenaza de mar­
cha sobre Washington en una poderosa organización de base, el Movi­
miento de la Marcha sobre Washington, que explícitamente excluía a
los blancos, pero que por rivalidad con la NAACP y falta de fondos»
comenzó a declinar a principios de 1943.56
Hubo otras formas de acción directa, como las sentadas de estu­
diantes en lugares segregados del norte urbano, y James Farmer or­
ganizó la primera asociación que pregonaba la resistencia pasiva y la
no violencia: el Congreso de Igualdad Racial (Congress o f Racial
Equality, CORE), que organizó su primera sentada en mayo de 1942,
en el restaurante Jack Spratt de Chicago. Hubo también avances en el
sur, que en ,i945 contaba con 1/3 de los 450.000 afili ados a la .NA­
ACP57 y sé vio favorecido por la decisión del Tribunal Supremo en el
caso de Smith versus Allright (3 de abril de 1944) contra la segrega­
ción en las Primarias, ya que permitió el comienzo de las campañas
de registro de votantes. De igual modo, en el ámbito electoral fue de­
cisivo el principio de la coalición entre la minoría negra (NAACP), la
judía (el Congreso Judío Americano) y los liberales de izquierda, que
sería definitiva para acabar con la discriminación racial en las déca­
das de 1950 y 1960. Igualmente importante fue la integración racial
en el CIO durante la guerra, convirtiéndose en el sindicato más inte­
grado racialmente de la historia de Estados Unidos y haciendo que
■l#6_--siadi£;:atpsí I v ^ ^ o r g ^ n i ^ a c i ó ú e s •impoiffin tes
jlentro d ejas comunidades negras.^8
A pesar de estos avances, en el sur continuaron los linchamientos,
Washington siguió siendo una ciudad, segregada y la Cruz Roja re­
chazaba mezclar sangre de blancos y negros en sus bancos de sangre.
En el norte, los problemas de vivienda y la competencia en el.trabajo
causaron disturbios raciales en Detroit y Nueva York en 1943. Pero
estas resistencias no empañaron el balance que hacía Gunnar Myrdal
en su famoso libro, An American Dilemma, en el sentido de que se ha­
bía progresado más en cinco años que en el período comprendido en­
tre la guerra civil y 194-4,59 Sin el efecto igualador que supuso la par­
ticipación en la guerra — incluso en un Ejército segregado— , la
emigración masiva a las zonas industriales, y el disfrute de mejores
salarios y seguridad laboral, sería difícil entender los avances de las
décadas siguientes.
474 HISTORIA DE ES TADOS UNIDOS

M u je r e s EN LA INDUSTRIA DE DEFENSA

La mujer, como la minoría negra» encontró en la guerra la oportu­


nidad ideológica para reclamar la igualdad de trato y la ocasión de re­
forzarlo con un aumento de su incorporación al mundo laboral, 'carac­
terizado por el acceso a nuevos puestos de trabajo —-antes solamente
accesibles a los hombres-*-, la primera oportunidad de ser miembros
regulares de las Fuerzas Armadas y el disfrute de una nueva indepen­
dencia.60 Pero mientras esta enorme transformación de las relaciones
de género tenía lugar en la retaguardia, los soldados luchaban por la
promesa de una «prosperidad centrada en la familia».
Como pasara con la minoría negra^ la posición de partida de las
mujeres era muy baj*a; ya que en mayor medida que los hombres ha­
bían sufrido la depresión y el desempleo* para el que carecían dé ayu­
da gubernamental, no estaban organizadas sindicalmente y tenían que
soportar duras críticas por trabajar fuera de casa, ser egoístas y ocupar
el lugar de los hombres. Esta actitud, común al sector privado y públi­
co, quedó sancionada en la sección 213 de la Ley Económica de 1932,
la cual requería que cuando las Agencias federales reducían personal,
los empleados que estuvieran casados con alguien que tuviera también
un empleo federal, serían los primeros en ser despedidos* Aunque la
ley no hablaba específicamente de sexo, el 75 por 100 dé los emplea-
■-dos-despedidos fu erte”m ujeres^
> Así, jurante la década.de 193Q,hubo una regresión .en,el avancc de.
la posición de la mujer desde la primera guerra mundial. Se retrasó el
acceso de las mujeres a empleos de cuello blanco y disminuyó el por­
centaje de mujeres profesionales; aunque aumentó la ^proporción de
mujeres casadas en q1mercado laboral— pasó del 29 por 100 al 35 por
100— y continuó incrementándose la participación global de las mu­
jeres en el mundo del trabajo “ -del 22 al 25 por 100— en empleos no
cualificados o semicüalificados del sector servicios o como personal
administrativo, con salarios un 50 por 100 inferiores a los de los hom­
bres y una sindicación muy bajay pues hacia 1940 las mujeres consti­
tuían el 9,4 por 100 d é la afiliación sindical, aunque eran el 25 por 100
de la fuerza de trabajo.61
Desde esta situación de inferioridad y discriminación, la guerra les
abrió todo un abanico de posibilidades. En un conflicto planteado como
una lucha por la libertad y la democracia, las mujeres esperaban que su
participación en el esfuerzo bélico les permitiera alcanzar esos objeti-
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 475

vos en su país. La necesidad de mano de obra Femenina les dio una nue­
va legitimidad como trabajadoras y una consideración mayor entre em­
presarios y sindicatos ; ademas, la propaganda bélica resaltaba la impor­
tancia de las mujeres como ciudadanos y les asignaba significativas
responsabilidades públicas. Las ganancias materiales fueron igualmen­
te importantes. Entre 1940 y 1945 la fuerza de trabajo femenina creció
más de un 50 por 100, constituyendo en 1945 el 36; 1 por 100 de la mano
de obra civil, 3/4 partes de la cual eran mujeres casadas. Los incremen­
tos mayores de empleo se produjeron en el sector industrial, especial­
mente en las industrias de defensa; donde el trabajo femenino se incre­
mentó en un 460 por 100, ya que las mujeres sustituyeron a los hombres
en la industria aeronáutica o en los astilleros, tal y como lo popularizó
«Rosie,the Riveter», la famosa mecánica vestida con mono.62 Estos tra­
bajos, antes reservados a los hombres, significaban salai'iós más eleva­
dos y; junto con el alejamiento de sus familias por la emigración a las
nuevas zonas industriales y los hombres en el frente, proporcionó Una
mayor independencia material y personal, tanto a las mujeres solteras
como alas casadas. Sin embargo, estas posibilidades de mayor libertad
sexual fueron combatidas por la campaña de pureza pública, que Urgía a
las mujeres a «permanecer puras para el retomo de los veteranos» y re­
comendaba a los hombres evitar contactos con «mujeres solteras por
miedo a contagiarse de alguna enfermedad infecciosa».63
También la guerra expandió el papel de la mujer como ciudadana.
I2í>s 2/3 de la población adulta femenina no empleada encontraron mu-
chas, oportunidades de apoyaiveL;esfuerzo bélico en la defensa civil,,
vendiendo bonos de guerra, o colaborando con la Agencia de Raciona­
miento y Control de Precios. Incluso su trabajo doméstico estuvo ador­
nado durante la guerra de un sentido patriótico, cuando hacían conser­
vas, ahorraban grasas o administraban las provisiones.
Pero todos estos cambios no alteraron la imagen tradicional de la
feminidad. Hubo más matrimonios, más tempranos y con más hijos;
los soldados luchaban por volver a su país y disfrutar de la abundancia
posbélica, con la familia, en la casa de los suburbios.64 No obstante, la
promesa del matrimonio implicaba un matrimonio distinto, cargado de
sexualidad, por lo que las jóvenes debían enviar a sus novios en el fren­
te sus fotos insinuantes en bañador, para inspirarles a luchar.
Así, cuando la guerra acabó y las mujeres perdieron los mejores
puestos de trabajo en el sector industrial, su recompensa por los servi­
cios prestados no fue equiparable a la d e los hombres —con excepción
de las mujeres enroladas en las Fuerzas Armadas---, y retornaron a
476 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

casa a criar familias numerosas en la posguerra. Para algunas autoras,


a pesar de estos retrocesos, persistieron muchos cambios, entre ellos la
incorporación de la mujer a las Fuerzas Armadas,65 mientras que otras
piensan que no quedó una idea del matrimonio asentada en la igualdad
económica, ni ninguna tendencia en la economía hacia la igualdad de
genero.66

C o n s e r v a d u r is m o p o l ít ic o c o n t r a e l N ew D eal

La guerra supuso, pues, avances y mejoras para el conjunto de la


población, aunque la redistribución fue mucho más limitada por el au­
mento del sentimiento antiNew Deal y el conservadurismo político.
Esta tendencia se hizo ya evidente en 1942, en; el ambiente que prepa­
raba las elecciones de mitad de mandato. El descontento con el New
Deal agrupaba al electorado de ingresos elevados, a republicanos des­
contentos por haber perdido tres elecciones presidenciales consecuti­
vas y a demócratas conservadores del sur, contrariados por la política
de igualdad de empleo en las industrias de guerra y el FEPC,
bn una situación de pleno empleo, salarios altos, beneficios y ex­
pansión económica, parecía menos importante la intervención de un
gobierno67 que elevaba los impuestos, establecía controles y raciona­
miento y, además, parecía incapaz de lidiar con la crisis bélica, tanto
en el frente como en la retaguardia. En el.Pacífico, el avance délos ja ­
poneses era arrollador; en la retaguardia, había crisis en-el abasteci­
miento de materias primas, y descontento con el racionamiento, los al­
tos impuestos y la inflación.
De esta crítica al New Deal, favorecida por la expansión económica
de la guerra, fue surgiendo un nuevo conservadurismo político, muy in­
fluido por el libro del economista austríaco-británico, Friedrich A. Ha-
yek, Road to Sefdom, que establecía que sin libertad de mercado no po­
día haber libertad política. Hayek al equiparar fascismo con socialismo
y New Deal, y establecer que cualquier planificación económica impli­
caba una pérdida de libertad, no sólo ayudó a poner las bases del mo­
derno conservadurismo político, sino que permitió a los conservadores
reclamar la palabra libertad, que según ellos había sido usurpada y de­
formada por «socialistas, partidarios del New Deal y liberales».68
Paralelamente, de entre las filas de los demócratas y liderado por el
vicepresidente Henry Wall ace, surgió la idea de un liberalismo social
para la posguerra,69 cuyo objetivo era seguir una política federal que
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 477

proporcionara a todos los norteamericanos «la libertad de la necesi­


dad» que Roosevelt había prometido en su discurso de «las cuatro li­
bertades», con una economía de pleno empleo en tiempos de paz, un
Estado del bienestar muy desarrollado y un elevado nivel de vida para
la mayoría. En 1943, este sector del Partido Demócrata hizo un llama­
miento a una nueva Declaración de Derechos, que garantizara a todos
los norteamericanos una expansión del sistema de Seguridad Social,
mayor acceso a la educación, seguro médico, vivienda adecuada y tra­
bajo para todos.
Por supuesto, esta política se apoyaba en un sistema fiscal progre­
sivo, presentado por el secretario del Tesoro, Henry Morgenthau, en
marzo de 1942, que enfatizó la necesidad de más ingresos tanto para
financiar la- guerra como para las reformas sociales de la posguerra.
Pero esta propuesta, que suponía un aumento en el impuesto sobre la
renta como en el de beneficios empresariales, así como en las cuotas
de la Seguridad Social, y que introducía el entonces innovador método
de hacer deducciones fiscales de los salarios, quedó muy recortada por
el Congreso en la Ley Fiscal de 1942. Esta ley, claramente, no preten­
día resolver las desigualdades sociales que preocupaban al Tesoro, y
aunque aumentó los impuestos personales y de beneficios de las em­
presas, la subida perjudicó a las familias de menos ingresos, especial­
mente a los trabajadores industriales.70
Así, cuando se celebraron las elecciones de 1942, el tradicional
'eleGtoradQvdtómóerat^^estaba' i r r i t a d o ^ i t ó ^
el electorado republicano y conservador estaba muy movilizado. Ade­
más, los soldados en el extranjero no pudieron votar, ni los trabajado­
res emigrados recientemente podían reunir los requisitos necesarios de
residencia para registrarse y votar. De esta forma, la coalición de repu­
blicanos y conservadores demócratas sudistas, que dominaba el Con­
greso desde 1938, aumentó su confortable mayoría.
El Comité Nacional Demócrata creía que este resultado adverso era
se debía al resentimiento por la excesiva burocracia, el control de pre­
cios y la política laboral y agrícola. Por su parte, Roosevelt entendió el
mensaje y durante el año 1943 no patrocinó ninguna reforma social,
mientras el Congreso fue desmantelando las Agencias del New Deal,71
rechazó el proyecto de ley Wagner-Murray-Dinger para expandir la Se­
guridad Social y aprobó la Ley Smith-Connally que reducía sensible­
mente la autonomía sindical. Por su parte, el Comité de Actividades An­
tiamericanas acusó a 40 empleados de la Administración de actividades
radicales, que iban desde el comunismo al nudismo. Sin embargo, las
478 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

mayores derrotas fueron en el sistema fiscal, que aseguraron que la gue­


rra se financiaría, pero que no habría reparto social en la posguerra, ni
que la Seguridad Social se extendería hasta incluir el seguro médico;72
Roosevelt, centrado en ganar la guerra, acogió todos estos ataques
con pasividad, pero cuando comenzó la campaña para las elecciones
de .1944, tenía qué recuperar a su electorado tradicional prometiendo
reformas y reparto social en la posguerra. A sí,en su mensaje del Esta­
do de la Unión de enero dé 1944, hizo un llamamiento a la aprobación
de una segunda Declaración de Derechos, bajo la cual podían estable­
cerse nuevas bases de prosperidad y seguridad para toda la población.
Sin embargo, con un Congreso hostil, Roosevelt solamente pudo ase­
gurar estos derechos a los soldados, garantizando así a los futuros
veteranos de guerra la protección y las oportunidades que, k opimón
pública identificaba con las esperanzas de los norteamericanos, «la li­
bertad de la necesidad» enunciada por Roosevelt. ;
La llamada G.LBill, convertido éri ley en junio de 1944, tenía como
objetivo proporcionar a los veteranos un estatus seguro y confortable,
con empleo, educación y residencia. Así, la ley daba a los veteranos
prioridad en muchos empleos, orientación ocúpacional y subsidios
mientras buscaban un trabajo satisfactorio, Pero también les ayudaba a
establecer pequeños negdéiós o les pagaba la mitad de los préstamos
para comprar granjas o casas, les financiaba los estudios en cualquier
nivel educativo, proporcionaba asistencia médica integral en los hos­
pitales de .veteranos y establecía la bufbcracia necesaria pará‘íaciIM rí
el uso de todos estos servicios.73

E s t a d o s U n id o s e n e l c a m p o d e b a t a l l a , u n p a ís D e c is iv o
EN LA VICTORIA ALIABA.
U n a g u e r r a r a c ia l e n P a c íf ic o

Tras los ataques a Péáf 1 Harbor y las Filipinas hubo tres meses de
continuas derrotas de los im perios coloniales que dominaban Asia,
pues ninguno estaba preparado para la guerra moderna — basada en la
superioridad naval y aérea—- que los japoneses estaban realizando. En
el mes de diciembre de 1941, los japoneses tomaron Wake, Guam y
Hong Kong y habían comenzado a atacar simultáneamente las Filipi­
nas y Malasia.
En Malasia, los británicos cosecharon una de las peores derrotas de
la guerra, mientras sus mejores tropas estaban luchando en el desierto
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 479

de África contra los italianos. La rápida victoria japonesa fue conse­


guida con una táctica de guerra flexible y dinámica, similar a la guerra
relámpago alemana y muy superior frente a unas tropas indias recién
reclutadas, mandadas por inexpertos oficiales, que no estaban entrena­
das para la lucha en la selva. La derrota culminó con la rendición de la
base naval de Singapur — considerada inexpugnable por los británi­
cos— , el 15 de febrero de 1942. Sir Archibald Wavell, al mando de
más de 130.000 británicos, indios, australianos y voluntarios locales,
se rindió a unas tropas japonesas que eran la mitad, pero se habían apo­
derado de las reservas de agua y amenazaban con un desastre civil.
El 16 de diciembre comenzó la ofensiva contra las Indias Holan­
desas Occidentales, aún peor preparadas que Pearl Hafbor o Singapur
para resistir un ataque de los japoneses quienes, desdé é l enclave bri­
tánico de Borneo, pretendían conquistar Indonesia, llegar a Nueva
Guinea y de allí a la costa norte de Australia, páís que estaba casi sin
defensas, pues el grueso de su Ejército estaba luchando con los britá­
nicos en el Oriente Medio o en el sureste asiático. Ante el inminente
ataque japonés se reunieron todas las fuerzas aliadas de la zona bajo
un improvisado mando único. Este contingente aliado, apodado
ABDA (American-Briíish-Dutch-Ausíralian), consistía en la pequeña
flota asiática de Estados Unidos, la armada real australiana, las fuer­
zas defensivas del Ejército australiano, lo s remanentes de la flota
oriental británica, las unidades que la Armada holandesa tenía en In­
donesia y los 140.000 miembros del Ejercitó indonesio, máyoritaria-
mente nativos mal equipados y entrenados para la guerra moderna. La
estrategia japonesa para conquistar estas preciadas islas, que contení­
an todos los recursos naturales de que Japón carecía-—como petróleo,
caucho, metales no ferrosos, así como arroz y madera— , estaba exce­
lentem ente concebida. Planearon utilizar toda su Fuerza Naval y An­
fibia para atacar, sucesivamente, las distintas islas de un archipiélago
de 3.000 kilómetros de extensión. En enero de 1942 se ocuparía Bor­
neo y las Célebes, en febrero Timor — con lo que se cortaría la cone­
xión aérea entre Java y Australia— , y Sumatra y Java en marzo. Fi­
nalmente, todas las fuerzas se unirían en la conquista de la capital,
Batavia — hoy Yakarta— en la isla de Java. Ante esta estrategia, las
fuerzas de tierra del Ejército holandés de las Indias Orientales apenas
opusieron resistencia. En el m ar los aliados eran más potentes, pero
cuando fueron derrotados en la batalla del M ar de Java ante unas fuer­
zas japonesas superiores, rápidamente se firmó la capitulación aliada
el 12 de marzo de 1942,
480 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Los japoneses fueron recibidos como libertadores por los indone­


sios y lo serían también por los birmanos, la mayoría resentidos por la
colonización británica. El Reino Unido había tenido siempre dificulta­
des para gobernar Birmania, a la que finalmente conquistó en 1886,
pero pocos birmanos aceptaron el resultado de la conquista y al princi­
pio de 1941 un grupo de jóvenes disidentes, bajo el liderazgo de Aung
San, conocidos más tarde cono «los treinta», fueron a Japón para ser
entrenados en fomentar la resistencia a la dominación británica. Su
oportunidad llegó en diciembre de 1941, cuando el 15.° Ejército japo­
nés, que había entrado en Tailandia a principios de mes, cruzó la fron­
tera birmana para apoderarse de los Campos de Aviación de Tenasse-
rim, iniciando al poco tiempo la conquista del país.
Birmania estaba mal defendida por tropas británicas y aliadas que
no tenían apoyo aéreo. La defensa estaba en manos de una división lo­
cal, parte de la 17.a División India, el 66.° Ejército de Chiang Kai-
Shek, de dudoso valor, y dos divisiones chinas mandadas por el temi­
ble americano «Vinehar Joe’ Stilwell». Frente a estas fuerzas, los
japoneses tenían solamente dos divisiones, pero estaban bien entrena­
das y apoyadas por 300 aviones. La campaña fue mal desde el princi­
pio para los británicos, ya que fueron incapaces de defender un amplio
frente con tropas escasas, y el 21 de abril de 1942 tanto las fuerzas bri­
tánicas, como el Ejército de Chiang Kai-Shek, decidieron que sus tro­
pas, acompañadas de miles de refugiados, iniciaran la retirada por se­
parado en lo que sería la mayor retirada militar de la historia británica.
El 19 de mayo de 1942, tras atravesar i .000 kilómetros en nueve se­
manas, los supervivientes de las tropas, británicas cruzaron la frontera
india justo cuando comenzaban los monzones, lo que impidió a los ja ­
poneses perseguirles por la India.
En la retirada perecieron 4.000 soldados de las 30.000 tropas britá­
nicas y otros 9.000 desaparecieron o desertaron. La mayoría de los
evadidos se unió al Ejército nacional birmano de Aung San, que com­
batió bravamente con los japoneses y después de la guerra constituyó
el núcleo del triunfante movimiento de independencia. La victoria en
Birmania casi completó la dominación japonesa en el área sur del Pa­
cífico, sólo los norteamericanos resistían en Filipinas.
Las Filipinas habían comenzado a ser atacadas, como Malasia, el
10 de diciembre de 1941, y el general Douglas McArthur tuvo que
evacuar Manila el 17 de diciembre, retirando su Ejército a la penínsu­
la de Bataan. El 9 de abril de 1942 se rindieron allí a los japoneses
12.500 norteamericanos y más de 60.000 filipinos. Sólo 2.000 perso-
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 481

ñas escaparon a la fortaleza de la isla de Corregidor, que el 6 de mayo


también se rindió a los japoneses con sus 11,000 defensores y un Ejér­
cito filipino de más de 50.000 hombres. En marzo, por orden expresa
del presidente Roosevelt, McArthur había dejado las Filipinas y había
instalado el Cuartel General del Ejército norteamericano en Austra­
lia,74jurando volver.
Tras la caída de Pe ají Harbor y Singapur, los altos mandos milita­
res japoneses creyeron que ingleses y norteamericanos no se recupera­
rían. Ambos, como representantes de la cultura occidental, eran consi­
derados «demasiado egoístas para mantener una guerra larga en un
lugar distante»75 y, como pueblos esencialmente materialistas, no se
creía que fueran a continuar durante mucho tiempo una guerra «sin be­
neficios».76 De esta forma, si Japón luchaba solamente contra los an­
glosajones y no contra la Unión Soviética, podría evitar una guerra lar­
ga y prolongada.
. De diciembre a abril de 1942, estas premisas parecieron confirmar­
se. Los japoneses, en un avance aún más rápido que el de los alemanes,
habían conquistado todo el Pacífico sur y acabado con el dominio de
los imperios occidentales en Asia, a los que infligieron las mayores de­
rrotas de su historia. Tras este avance espectacular, la gran flota anfi­
bia japonesa permanecía intacta y a los aliados solamente les quedaba
la isla de Midway, la base naval de Pearl Harbor y cuatro portaviones
de la flota estadounidense del Pacífico.
Las consideraciones de los altos mandos militares japoneses-refle­
jaban también el carácter de guerra por la liberación nacional y racial
que Japón imprimió a sus conquistas en Asia. Sus ocupaciones territo­
riales inspiraron movimientos de liberación nacional contra la domi­
nación de los imperios occidentales y de la raza blanca. Ya en China,
el gobierno japonés había persuadido al líder nacionalista Wang
Ching-Vuei a que encabezara su gobierno títere. Tras Pearl Harbor, en
Indonesia el sentimiento projaponés fue muy intenso y se expresó en el
entusiasta triple eslogan del llamado movimiento AAA, que conside­
raba a Japón el líder de Asia, el protector de Asia, la luz de Asia, En
Birmania e incluso en la India, los patriotas formaron Ejércitos nacio­
nalistas independientes en colaboración con los japoneses.
El proyecto panasiático de Japón era crear un «nuevo orden», lla­
mado la Gran esfera de la coprosperidad en el este de Asia, donde la
raza Yamato estaba destinada a liderar una jerarquía de pueblos y ra­
zas, que dividió las nacionalidades en Asia entre «razas superiores»,
«razas amigas» y «razas invitadas». El proyecto se formalizó en la
482 HISTORIA BE ESTADOS UNIDOS

Gran Asamblea de las Naciones del Este de Asia, reunida en Tokio en


noviembre de 1943, en ia cual el apoyo a la ocupación japonesa se in­
terpretó como una lucha entre Oriente y Occidente, entre la raza blan­
ca y las razas asiáticas.77
Japón hizo algunos gestos para compensar este apoyo de. lo’s pue­
blos invadidos, com a dar en 1943 la independencia nominal a Filipinas
y Birmania y posteriormente a la Indonesia ocupada. Pero finalmente
se comprobó que la unidad panasi ática era un mito, que ocupación no
quería decir liberación nacional y que, a la postre, los japoneses resul­
taron ser más opresores que los imperios occidentales. Dominaron la
escena política, se apoderaron de los recursos económicos, impusieron
programas de «japonixacióh», torturaron y ejecutaron á los disidentes,
y explotaron tan intensamente a la mano de obra nativa que entre 1942
y 1945 el número dé' muertos entre estos trabajadores aumentó en cien­
tos de miles. El carácter racial de la guerra en el Pacífico era compar­
tido por británicos y norteamericanos, los cuáles consideraban a los
japoneses «traidores y salvajes» y un enemigo más odiado que los ale­
manes. Mientras los alemanes eran nórdicos y, por tanto, racialmente
iguales a los anglosajones, los japoneses eran vistos cómo una ráza in­
ferior y más brutal, que además había infligido las mayores derrotas y
humillaciones militares a franceses, holandeses, británicos y estadou­
nidenses.78 Este odio facial mutuo tiñó la guerra en el Pacífico de una
crueldad especial, donde no había rendiciones ni se tomaban prisione­
ros, qué se incrementó en el ultimo año de la guerra, cuando los man­
dos militares japoneses, conociendo que la derrota era inevitable, obli­
garon a los soldados a no rendirse y resistir hasta la muerte; mientras
que los aliados, para doblegar el espíritu de resistencia japonés, inicia­
ron los bombardeos sistemáticos sobre la población civil,, que acaba­
ron en Hiroshima y Nagasaki, ’ ^ ;
A principios de mayo de 1942, el impresionante avance japonés de
los primeros meses de la guerra hacía pensar qué el desenlace del con­
flicto estaba cerca, pues podían alcanzar pronto Australia, donde sé
había refugiado McArthur, ó entablar una batalla decisiva en medio
del Pacífico que permitiera atacar Hawai, Cuartel General de la M ari­
na norteamericana. Sin embargo, el resultado fue totalmente contrario
a lo esperado, ya que los norteamericanos — con la ayuda del decodi-
ficador Magic— frenaron por primera vez el avance japonés en las
batallas del Mar del Coral y Midway. En la batalla del M ar del Coral,
los norteamericanos, alertados por M agic, impidieron que los japone­
ses capturaran Port Moresby, al sur de Nueva Guinea, lo que les hu­
ÍÍÁ'-GRAN- TRANSFORMACIÓN 483

biera permitido ocupar las islas Salomón y Nueva Caiedonia, y de allí


atacar Australia.
En cuanto al plan del jefe de la Armada, el almirante Isoruku Ya-
mamoto, de realizar una batalla en el Pacífico central para atacar Hawai
fue interceptado por Magic que, una vez más, fue capaz de desbaratar
los proyectos de los japoneses, lo que permitió que los norteamericanos
les sorpre ndieran. La batalla de Midw ay fue un desatre para los j a-
poneses, que perdieron su primera flota aérea y cuatro portaviones y
nunca pudieron recuperarse de estas pérdidas frente a la superioridad
industrial norteamericana.79 A partir de Midway, Japón estuvo conde­
nado a realizar una estrategia do guerra defensiva aunque las conse­
cuencias catastróficas no se manifestarían hasta unos meses después,
cuando los norteamericanos penetraron en el perímetro de defensa del
Pacífico central y del su r a finales de 1943, forzando a los japoneses a
hacer una guerra móvil para la que habían perdido su superioridad en
poder naval y aéreo.550
Después de Midway, tuvo lugar la primera ofensiva aliada en las
islas Salomón, donde los japoneses estaban construyendo Una pista de
aterrizaje en Guadalcanál para atacar las ratas de transporte hacia Aus­
tralia. El 7 de agosto de .1942, la primera división de marines desem­
barcó en Guadalcanal, y tras una lucha de seis meses y siete batallas
navales, que llenaron la «bahía del fondo de hierro» de cascos y cadá­
veres de ambos bandos, derrotaron a los japoneses y los obligaron a
'evacuar la isla; a partir de entonces la Marina japonesa permaneció a
la defensiva el resto de la guerra y perdió todas las batallas navales.
M ientras tanto, Fuerzas norteamericanas y australianas, bajo el
mando de McArthur, habían comenzado a expulsar a los japoneses
de Nueva Guinea. Allí, entre los pantanos y manglares infestados por
el mosquito de la malaria, tuvo lugar la lucha más dura de toda la
guerra, que a finales de enero de 1943 permitió a los aliados asegu­
rar el extremo oriental de Nueva Guinea. La vibtoria en Guadalcanal
había acabado con la fase defensiva de la guerra en el Pacífico; pero
en esos momentos e l objetivo prioritario de los aliados era parar a
H itler en Europa, donde los estadounidenses estaban ya incorporados
al combate.
M apa 13: La g u e rra en el Pacífico, 1942-1945. Fuente: G. B. Tindall y D. E. Shi, America, W. W. Norton and Co.,
Nueva York, 1993.
486 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

L a c o n s o l i d a c i ó n d e -l a .« g r a n a l ia n z a a lia d a »

Cuando tras el ataque a Pearl Harbor, Roosevelt y Churchill se reu­


nieron en Washington, decidieron que el primer objetivo era ganar la
guerra contra Alemania. Estados Unidos pensaba que los ejércitos na­
zis en Europa Occidental y el Atlántico eran una amenaza más directa
al hemisferio occidental, que el potencial de guerra alemán excedía al
japonés y que la ciencia alemana podía construir una nueva arma de­
vastadora; en suma, se tenia la conciencia de que si se perdía en el
Atlántico se perdería en todos los sitios.
Cuando Roosevelt y Churchill se reunieron otra vez en la Casa
Blanca, en julio de 1942, para discutir la estrategia conjunta de guerra,
llegaron noticias de la caída de Tobruk en el norte de África en ma­
nos de los alemanes, lo que les abría el camino hacía Egipto. Si caía
Alejandría y el canal de Suez, los alemanes tendrían abierto el camino
hacia la India, en cuya frontera oriental ya se hallaban los japoneses.
Estos acontecimientos hicieron cambiar el objetivo de la primera ope­
ración militar anglo-norteamericana; mientras los estadounidenses hu­
bieran querido abrir ya otro frente en Europa en 1943, con una invasión
a través del canal de la Mancha, los británicos, con el recuerdo de Dun-
kerke, temían ser rechazados por no estar suficientemente preparados,
por lo que sugirieron una invasión del norte del África francesa. El 8 de
-noviembre de 1942» las Fuerzas Anfibias ahglo-nórteamericaha's;■bajo
el mando del general Dwight D. Eisenhower, desembarcaron en M a­
rruecos y Argelia. Más al este, las tropas británicas estaban haciendo
retroceder al Ejército alemán a través de Libia. Hacia el mes de abril de
1943, británicos y norteamericanos habían capturado en una gran pirn
za a un Ejército de 275.000 hombres, que se rindió el 13 de mayó, de­
jando todo el norte de África en manos de los aliados. ■
En enero de 1943, mientras se desarrollaba la batalla de Túnez,
Churchill y los jefes combinados del Estado Mayor aliado se reunieron
en Casablanca para planear las operaciones futuras, cuando por prime­
ra vez las perspectivas aliadas parecían favorables — los rusos habían
detenido a Hitler en Stalingrado, los ingleses habían salvado Egipto,
Mussolini ya no dominaba el Mediterráneo— . Los jefes militares alia­
dos decidieron invadir Sicilia, dieron máxima prioridad a la lucha an­
tisubmarina en el Atlántico, estuvieron de acuerdo en que Estados
Unidos lanzara una ofensiva contra los japoneses y prometieron aliviar
todo lo posible a los ejércitos rasos, trabando combates con el enemi­
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 487

go en el mejor punto. También decidieron que la guerra acabaría con


la rendición incondicional de todos los enemigos. Esta declaración
aseguraba a Stalin que los aliados occidentales no negociarían por se­
parado con el enemigo — pues necesitaban desesperadamente la coo­
peración soviética para derrotar a A le m a n ia ^ y reflejaba la determi­
nación de Roosevelt de no cometer los errores del armisticio de 1918.
Esta vez, todos los alemanes sentirían que Alemania era una nación
derrotada. Se lia criticado posteriormente esta decisión, pues facilitó
que Hitler obligara a su pueblo a resistir hasta el final y tuvo el efecto
de asegurar a la Unión Soviética el control de Europa Oriental, ya que
la rendición incondicional de Alemania sólo se pudo conseguir gracias
a que los ejércitos soviéticos derrotaron y persiguieron a los ejércitos
alemanes desde Rusia hasta Berlín.
El 10 de julio de 1943, 250.000 soldados británicos y norteameri­
canos desembarcaron en Sicilia, en el mayor ataque anfibio de la guerra,
y tomaron por sorpresa a italianos y alemanes. El. 22 de julio, el gene­
ral George Patton, al mando del 7,° Ejército, entró en Palermo, y el 17
de agosto la isla estaba en manos de los aliados, aunque 40.000 alema­
nes escaparon hacia la península itálica. La invasión de Sicilia fue el
comienzo del fin del fascismo. El rey Víctor Manuel III obligó a re­
nunciar a Benito Mussolini y nombró nuevo jefe de gobierno a Pietro
Bádoglio, que entabló negociaciones con los aliados para estudiar sus
- ofertas tanto de rendición como de cambio de bando. Lamentablemen­
te, las negociaciones se alargaron hasta septiembre de 1943, dando
tiempo a los alemanes para reforzar sus posiciones. En la confusión de
esos meses, el Ejército italiano se desintegró, aunque algunas unidades
y la mayor parte de la M arina se unieron a los aliados, y muchos otros
a los partisanos to s las líneas alemanas. Mussolini, rescatado de su en­
carcelamiento por los alemanes* estableció en el norte de Italia la Re­
pública de Saló, un gobierno títere de Hitler.
La invasión de ía Italia continental fue inesperadamente difícil. Co­
menzó a principios de septiembre de 1943 y, tras terribles luchas, el 5.°
Ejército norteamericano no pudo entrar en Ñapóles hasta el 1 de octu­
bre. Los aliados, con fuerzas superiores en todos los ámbitos, necesita­
ron ocho meses para recorrer los 160 kilómetros que separan Nápoles
de Roma. No fue hasta el 4 de junio de 1944, tras cinco meses de sitio,
cuando el 5.° Ejército norteamericano entró en Roma. Dos días des­
pués, el 6 de junio de 1944 comenzaba la invasión de Normandía, que
había sido coordinada y decidida, en el verano de 1943, en ía Confe­
rencia de Teherán. A cambio de que se abriera un nuevo frente en Eu-
488 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

ropa, Stalin se comprometía a entrar en guerra contra Japón después de


derrotar a Alemania.

«El s a l t o d e l a r a n a », a v a n c e d e s d e e l P a c íf ic o sur
hasta Ja pón, 1944

En los meses en que los aliados estaban limpiando el Atlántico de


la amenaza submarina alemana y preparándose para el asalto al conti­
nente, la guerra en el Pacífico iba a entrar en su fase decisiva. El pri­
mer objetivo era tomar posiciones a una distancia adecuada a fin de
bombardear Japón antes de invadirlo; pero para ello debían arrebatar­
le toda la telaraña de islas que había ocupado. Así, se decidió que el al­
mirante Chester Nimitz, en el Pacífico central, barriera las Gilbert, las
Marshall y las Carolinas; mientras los generales Douglas M cArthur y
el vicealmirante William F. Halsey limpiaban las Bismarck. Después
todos podían reunir sus fuerzas para un impulso final hacia las Filipi­
nas y la costa de China.
En este avance se utilizó una audaz táctica de guerra, llamada el
«salto de la rana», que consistía en pasar de frente los principales ba­
luartes japoneses, como Truk y Rabaul, encerrándolos bajo poder ma­
rítimo y aéreo enemigo, dejando las guarniciones «marchitarse en el
emparrado»,81 mientras los aliados construían una base aérea y naval
en algún punto menos fuertemente defendido, varios cientos de kiló­
metros más cerca-de Japón.
A fetales -de 1943, Me Aíthu* Control aba el norte de la* tostar de*
Nueva Guinea y el 25 de marzo de 1944 la barrera de las Birmarck no
resistió su avance. Mientras tanto, Nimitz había llegado a las Gilbert y
a las Marshall, que dominó con un enorme costo, pues los japoneses
resistieron hasta el final. En la batalla, principalmente aérea, del Mar
de Filipinas — 19-20 de junio de 1944— , los japoneses perdieron tres
portaviones, dos submarinos y unos 300 aviones, frente a 17 aviones
estadounidenses. La batalla aseguró las Marianas, desde donde los
aviones norteamericanos pudieron empezar a bombardear Japón. La
pérdida de las Marianas provocó la dimisión del gobierno japonés del
general Tojo el 18 de julio de 1944, convencido de que la guerra esta­
ba perdida. Pero otros sectores militares aún alentaron otro año de en­
conada resistencia, con la vana esperanza de que los estadounidenses
se fatigaran, cuando la victoria ya parecía a su alcance en Asia y los
aliados habían pasado a la ofensiva en Europa,
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 489

Tras la conquista de Nueva Guinea y las Marianas, el presidente


Roosevelt se reunió con el general M cArthur y el almirante Nimitz en
Honolulú para decidir el paso siguiente. En principio, se creyó que
China era el mejor trampolín para invadir Japón, pero una ofensiva ja ­
ponesa en abril de 1944 había ocupado la mayor parte de los aeródro­
mos, desdeTos que iban a operar los aviones norteamericanos. Todo
esto reforzó la opinión de McArthur de reconquistar las Filipinas, que
proporcionarían una escala más segura. Los japoneses, sabiendo que la
pérdida de Filipinas les cortaría el acceso a los recursos naturales esen­
ciales de Indonesia, hicieron intervenir a su flota desde tres posiciones.
El choque, que se produjo el 25 de octubre, fue conocido como la ba­
talla del Golfo de Ley te, y constituyó el mayor combate naval de la
historia. Tras esa batalla, los japoneses perdieron lo que les quedaba de
poder marítimo, así como la capacidad de defender las Filipinas; pero
los kamikazes, los pilotos suicidas japoneses, entraron por primera vez
en acción, infligiendo importantes daños a la Armada norteamericana
hasta el final de la guerra.

D e N o r m a n d ía a l Rín, j u n i o - o c t u b r e d e 1944,
PRIMERAS DIFERENCIAS ENTRE LOS ALIADOS

La invasión de Normandía fue precedida de intensos bombardeos


aéreos sobre Alemania, terriblemente costosos en vidas humanas y
destrucción material, que pretendían hacer innecesaria la invasión o,
en su defecto, m erm arlas defensas alemanas. No tuvieron éxito en evi­
tar una invasión terrestre, pero hicieron prescindir al enemigo de cien­
tos de aeroplanos cuando más los necesitaban, asegurando así la su­
premacía aérea aliada. En Londres, Eisenhower estaba preparando
para primeros de junio la operación Overlord, que tenía como objeti­
vo cruzar el canal de la Mancha y asaltar el «muro atlántico» de Hitler,
es decir, las minas submarinas, los emplazamientos de artillería, las
minas terrestres y las 58 divisiones del Ejército alemán preparadas
para defenderse de una invasión aliada. Para ello, los aliados habían
reunido en Inglaterra a 2,8 millones de hombres, con 39 divisiones y
11,000 aviones disponibles para el desembarco inicial.
El alto mando eligió como punto de desembarco 60 kilómetros de
playas en Normandía, en los que el sector oriental se asignó a los bri­
tánicos y el occidental a los norteamericanos. Poco después de la me­
dianoche del 5 de junio fueron conducidas tres divisiones de paracai­
490 HISTORIA m ESTADOS UNIDOS

distas a través del canal de la Mancha, para saltar detrás de las playas,
mientras que esa misma noche la flota de la invasión —600 barcos,
4.000 naves de apoyo— condujo a 176.000 hombres a la costa nor­
manda, donde comenzaron a desembarcar a las 6 3 0 de la mañana. Era
el día D, el 6 de junio de 1944. En la playa de Utah, donde desembar­
có el VII Cuerpo debEjército estadounidense, la oposición fue ligera,
pero en la playa de Omaha, las divisiones I y X^íIX encontraron una
tenaz resistencia. Muchos soldados se ahogaron en la marea, otros fue­
ron heridos por las minas submarinas, y los que llegaron a tierra tuvie­
ron que atravesar una playa de 50 metros de anchura, bajó el fuego cru­
zado que provenía de las casamatas, A pesar de todo, el resultado global
del desembarco de Normandía fue un éxito. En una semana los alia­
dos desembarcarom326.OÜ0 hombres, 50.000 vehículos y m ásd e 100
toneladas de abastecimientos. En menos de tres meses los aliados, tras
ocupar Francia y Bélgica, llegaron a París, que sería liberado el 25 de
agosto. El general Charles de Gaulle, líder de la Francia libre, entró
triunfante en la ciudad y ocupó la presidencia del gobierno provisional.
Con París liberado, los ejércitos aliados avanzaron hacia Berlín, al man­
do de general norteamericano George Patton y del británico Bernard
Montgomery; mientras los rusos avanzaban por el este, tomando Ucra­
nia, Polonia, Rumania y uniéndose a las fuerzas de Tito éh Yugoslavia.

N o v i b m b r e ' d e ' 1944.“u n cuarto m andato


p a r a F. D. R o o s e v e l t

En medio de los avances decisivos de los aliados en Europa y Asia,


empezaron a evidenciarse sus diferencias sobre los territorios libera­
dos o a punto de serlo, al tiempo que en Estados Unidos había comen­
zado la campaña electoral para las elecciones presidenciales de no­
viembre de 1944. Las desavenencias entre Roosevelt y Churchill
expresaban la tradición y los problemas políticos de cada país y su dis­
tinta geopolítica. Winston Churchill, primer ministro de una potencia
europea y aún del mayor imperio colonial del mundo, estaba particu­
larmente preocupado por asegurar a Francia un papel importante en
Europa y reconocer a De Gaulle como jefe del gobierno de la Francia
liberada. Era también partidario de que en Italia se mantuviera la mo­
narquía, que las zonas de influencia en el este de Europa se delimita­
ran claramente con Stalin y, por supuesto, de que se mantuvieran los
imperios coloniales en Asia y África.
kA OKAN TRANSFORMACIÓN 491

Esta ultima era la principal diferencia con Roosevelt, firme parti­


dario de la autodeterminación de los pueblos y de tratar a China como
gran potencia. También las diferencias respecto a Europa eran nota­
bles, pues el presidente estadounidense era reacio a considerar a Fran­
cia — que no había hecho nada en la guerra— una gran potencia euro­
pea y no reconoció al gobierno de De Gaulle hasta el 23 de octubre de
1944, Quería que los propios italianos decidieran su forma de gobier­
no y era partidario de una Unión Soviética fuerte, sin preocuparse de­
masiado por su influencia en el este de Europa.
En cuanto a la política nacional 1944 fue un año de elecciones pre­
sidenciales, aunque el país estaba inmerso en una guerra, tal y como
pasó en las elecciones de 1864. Los preparativos comenzaron a princi­
pios de año, cuando el presidente mandó un mensaje al Congreso para
asegurar la aprobación de un voto federal para los militares. El Con­
greso no aprobó el decreto del voto de los soldados, manteniéndose
todo el proceso electoral bajo control de los Estados, y el Senado con­
sideró grave la interferencia presidencial, siendo especialmente sensi­
bles los senadores sudistas, quienes creían que la ley era «un intento de
permitir votar a íos negros».82 La otra Objeción era que el presidente
volvía a presentarse y los soldados votarían en bloque a su comandan­
te en jefe. En efecto, esta vez Roosevelt no tenía dudas en presentarse
a un cuarto mandato presidencial^ por las circunstancias excepcionales
de acabar la guerra y comenzar a diseñar la paz; aunque fuera coman­
dante en jefe y estuviera gravemente enfermo.
La duda y la clavé de esta elección era elegir a Un vicepresidente
que pudiera ser presidente en ím moniéritó cMcial. 'LOs jéf&s d eip artk
do no querían a Henry Wallace por radical y el FBI creía qüe podía ser
un riesgo para la seguridad nacional, pues había sido manipulado por
los comunistas. En su lugar, los dirigentes del partido propusieron al
senador por Missouri Harry Traman, a quien el presidente no conocía
bien y no tenía experiencia en política exterior, pero había hecho un
buen trabajo en el Comité de Investigación del Seriado sobre la asig­
nación de contratos de guerra.
Aunque el presidente aceptó la imposición de la dirección del par­
tido, cuando se reunió la Comisión Demócrata en Chicago el 19 de ju ­
lio de 1944, tanto Wallace, como Traman, como James F. Bymes
— que había dejado el Tribunal Supremo y se había convertido en res­
ponsable de la movilización de guerra-— creían que iban a ser los ele­
gidos. Traman imcialmente rechazó la Presidencia, pero después capi­
tuló ante el argumento contundente de Roosevelt: «Decidle, que si
492 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

quiere romper el Partido Demócrata en plena guerra y quizas perderla,


depende de él».83
En la primera votación ganó Henry Wall ace; en la segunda, los di­
rigentes del aparato del partido en las ciudades y los demócratas del
sur impusieron abrumadoramente a Truman. El 20 de julio de 1944,
Roosevelt hizo una vez-más su discurso de aceptación por radio desde
San Diego, pues al día siguiente salía hacia Hawai para entrevistarse
con Nimitz y McArthur. Pero en esta convención se vio que, por pri­
mera vez, F. D. Roosevelt ya no dominaba el partido. Estaba a merced
del aparato y los contribuyentes de la campaña.
En esta anómala campaña electoral, en la que Roosevelt se presen­
tó como comandante en jefe, frente a Tomas E. Dewey, gobernador de
Nueva York y responsable del encarcelamiento de los pistoleros Legs
Diamond y Lucky Luciano, el candidato republicano no pudo basar su
campaña, ni en la precaria salud del presidente, ni en la información
confidencial de un oficial de la armada antirooseveltiano, que asegura­
ba que el presidente conocía la intención japonesa de atacar Pearl Har-
bor, Así pues, Dewey centró su campaña en el anticomunismo, basado
en el perdón presidencial al secretario general del Partido Comunista,
Earl Browder, y en la idea de que era comunista cualquiera «que apo-
yabaun cuarto mandato, pues así nuestra forma de gobierno podía ser
fácilmente cambiada»,84
En realidad, el objetivo principal de la campaña republicana fue el
líder sindical del CIO, Sidney Hillman; no en vano, lo más destacado-^
' de está sucia catnpaña fue la importancia del sindicalismo del CIÓ en
coordinar el voto a favor de Roosevel t .-Fue Sidney fliilm an quién di­
rigió el Comité de Acción Política {Political Action Committe, PAC)
del CIO dentro de la coalición demócrata, equilibrando la influencia
del ala conservadora d el partido. Actuando como el aparato del parti­
do, el PAC colocó,cabinas de registro del voto en las fábricas y llevó a
los trabajadores a las urnas con el eslogan «cada trabajador, un votan­
te». Incluso la revista Time M a g a zin e publicó una portada con Hill­
man, haciendo creer que el sindicalismo judío estaba dirigiendo el Par­
tido Demócrata y haciendo creíbles las acusaciones que lanzara
Dewey de que, con la ayuda de Hillman, los comunistas estaban con­
trolando el New Deal.
El PAC hizo bien su trabajo. 48 millones de personas votaron, dan­
do al presidente el triunfo en 38 Estados, con 432 votos electorales,
siendo decisivo el voto de las ciudades; aunque fue la victoria más
ajustada de Roosevelt, el cual ganó con el 53,4 por 100 del voto popu-
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 493

lar. Para Roosevelt este cuarto mandato permitiría que Estados Unidos
no volviera al aislamiento tras la guerra y participara en el diseño de un
nuevo orden mundial, que trataría de impedir una nueva guerra en Eu­
ropa en las dos siguientes generaciones.

V ic t o r i a en Europa, p r e p a r a t iv o s p a r a l a p o s g u e r r a
Y MUERTE DE R oQ SÉ V B L f

De octubre a diciembre de 1944, los ejércitos aliados avanzaron


hasta situarse a lo largo de la frontera de Holanda con Suiza, dispues­
tos a lanzarse sobre Alemania. Pero se enfrentaron a una contraofensi­
va alemana en las Ardenas, que al enorme costo de 120.000 hombres,
1,600 aviones y buena parte de ios tanques aliados, detuvo su avance
un mes. A finales de enero, Eisenhower reanudó el avance hacia el Rin,
mientras los rusos, sobre un frente de 1.600 kilómetros atravesaron el
Vístula y avanzaron hacia Alemania en un gigantesco movimiento de
pinza, que causó más de un millón de bajas entre los alemanes.
Con el enemigo prácticamente derrotado en Europa, en febrero de
1945 los jefes aliados se reunieron en Yalta, balneario del mar Negro,
para discutir la posguerra. A pesar de su grave estado de salud, Roose­
velt viajó a Yalta con todo su equipo, con el objetivo de asegurar la
ayuda de la Unión Soviética contra Japón, conseguir que China fuera
considerada una gran patencia yvque se constituyera una organización
internacional con sede' en Estados Unidos1. De menor importancia para
Roosevelt era la preocupación primordial de Churchill de detener la
expansión de Stalin en Europa oriental, pues Estados Unidos no sólo
necesitaba la ayuda de la Unión Soviética contra Japón, sino que el
Ejército rojo era imprescindible para acabar lo antes posible la guerra
con Alemania.
Aunque debido a los éxitos militares del Ejército rojo y a los mi­
llones de víctimas militares y civiles rusas, Stalin llegaba a la Confe­
rencia con una posición de fuerza, en Yalta sólo consiguió lo que su
Ejército ya había obtenido, es decir, que las zonas de Europa centro-
oriental liberadas por ellos quedaran bajo su zona de influencia. En re­
alidad, en contra de lo que se ha dicho, la Conferencia de Yalta fue una
victoria rotunda de los aliados. Los soviéticos querían un compromiso
..firme en las reparaciones de guerra alemanas y no lo consiguieron;
querían excluir a Francia del control de una Alemania derrotada y no
lo lograron; tampoco obtuvieron un comunicado oficial aliado, en la
494 HISTORIA DE EST ADOS UNIDOS

Declaración de Áreas Liberadas, que excluyera a los gobiernos en el


exilio de los nuevos gobiernos, e incluso en cuanto a Polonia, invadi­
da por el Ejército rojo, el acuerdo sobre el nuevo gobierno y las elec­
ciones libres fue una gran concesión a los norteamericanos y británi­
cos. Por otro lado, Roosevelt consiguió que Stalin accediera a entrar en
guerra contra Japón, dos o tres meses después de derrotar a Alemania,
y que apoyara a Chiang Kaí Shek en China, a cambio de que Japón de­
volviera a Rusia Sakhalin y las islas Kuriles, y de algunas concesiones
en China, como que Dairen se convirtiera en puerto franco, la Unión
Soviética pudiera usar lá baáé naval de Port Arthur en arriendo y los
ferrocarriles chinos fueran explotados por una compañía conjunta chi­
no-soviética. Así, los problemas de la posguerra no fueron el resultado
de Yalta, sino de las violaciones de Stalin al tratado en el este de Eu­
ropa, una vez comprobó que los norteamericanos no iban a compartir
sus secretos respecto a la bomba atómica.85,
En el avance militar final sobre Alemania se pusieron de manifies­
to las diferencias políticas entre Estados Unidos y el Reino Unido so­
bre la futura influencia de la Unión Soviética en Europa, reflejadas en
las distintas estrategias militares propuestas por EisenKower y Mont-
gomery. Eisenhower quería una ofensiva en un frente amplio, con
norteamericanos y británicos avanzando hacia Alemania al unísono.
Mientras que Montgomery y Churchill, preferían una ofensiva que pe­
netrara en Alemania, permitiendo a los anglo-norteamericanos llegar
antes a Berlín y unirse lo antes posible corcel Ejército soviético. El
deseo de Churchill áíap o y ar esta estrategiaera frenar él* avancé del
comunismo en Europa, que consideraba tan peligroso o más que el na­
zismo. Ésta era también la opinión de muchos sectores en el Departa-*
mentó de Estado clesde 1941. Concretamente, George Keenan, enton­
ces un funcionario medio del Departamento de Estado, dos días antes
de la invasión alemána de la Unión Soviética, ya señalaba que recibir
a Rusia como un aliado en la defensa de la democracia podía causar
malentendidos, ya que en Europa «Rusia es generalmente más temida
que Alemania».86 En 1944, él embajador de Estados Unidos en M os­
cú, William A. Harriman, compartía los puntos de vista de Keegan,
que en ese momento era su principal consejero, y aconsejaba a Roose­
velt disminuir o eliminar el acuerdo de Préstamos y Arriendos con la
Unión Soviética. Pero prevaleció la postura de Roosevelt y el general
Marshall, que era exactamente la opuesta. Para derrotar lo antes posi­
ble a Alemania, con el mínimo costo en vidas para los aliados, lo más
seguro era aumentar la ayuda a Rusia; pues si el Ejército rojo se para­
LA g r a n t r a n s f o r m a c i ó n 495

ba en la frontera rusa y los alemanes podían entonces concentrarse en


el frente occidental* británicos y norteamericanos no habrían movili­
zado suficientes hombres para llegar a Berlín con esa oposición.87 Por
razones militares» Eisenhower estaba también de acuerdo con esta es­
trategia, ya que pensaba que era una locura enviar sus tropas hacia Ber­
lín, arriesgando muchas vidas, cuando había muy pocas posibilidades
de llegar antes que el Ejército rojo, y sobre todo pretendía que hubie­
ra una línea de demarcación reconocible» de forma que cuando los bri­
tánicos y norteamericanos se encontraran con los rusos, no hubiera in­
cidentes indeseados.
Como desde enero de 1944, y sobre todo desde Normandía, Estados
Unidos tenía la supremacía en la alianza anglo-norteamericana — fa­
bricaba el 50 por 100 de la producción mundial de armas y mercancías
y construía 2/3 de la totalidad de los barcos del mundo; mientras que la
contribución británica o los recursos conjuntos era menor del 25 por
100— prevalecieron las consideraciones militares de Eisenhower y las
políticas de Roosevelt. El 22 de marzo, Patton empezó a atravesar el
Rin en Oppenheim, mientras el I Ejército por el norte y el IX por el sur
englobaron en una pinza gigantesca a 400.000 alemanes. Entonces
Montgomery avanzó hacia Bremen y Hamburgo, Patton hacia Kassel
y el teniente general Alexander Patch, a través de Baviera, hacia C he­
coslovaquia.
Conforme los ejércitos aliados avanzaban sobre Alemania, Austria
y Polonia descubrían los campos de exterminio y las noticias del ge­
nocidio judío salieron finalmente a la luz pública. Durante la guerra, la
Cruz Roja y «fuentes clandestinas» habían reunido evidencias del sis­
temático genocidio alemán contra los judíos europeos. Pero estas noti­
cias apenas encontraron eco en la prensa o el poder político norteame­
ricano. Concretamente, Roosevelt compartía los sentimientos antisemitas
de muchos de los wasp norteamericanos y no estuvo dispuesto a pres­
tar ayuda o atención especial a los refugiados judíos, aumentando la
cuota de inmigración judía. Sólo el secretario del Tesoro, Henry Mor-
genthau — de origen judío— fue sensible muy pronto a esta cuestión y
finalmente convenció al presidente para constituir en enero de 1944 un
Comité de Refugiados de Guerra que, con pocos recursos, rescató a
200.000 judíos europeos y 20.000 de otras procedencias.88
Mientras ios ejércitos aliados avanzaban sobre Berlín, Roosevelt,
cuyo estado de salud empeoró con su viaje a Yalta, moría el 12 de abril
en Warm Spring, Georgia, de una hemorragia cerebral, mientras esta­
ba posando para un retrato en presencia de su amante y amiga Lucy
496 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Ruthenfurd. Ese mismo día en la Casa Blanca, el presidente Truman


juraba su cargo, abrumado por tener súbitamente que dirigir la guerra,
tratar con las Fuerzas Armadas y con Churchill y Stalin. Los colabora­
dores de Roosevelt estaban consternados con la noticia, pero los ban­
queros se alegraron. En un Berlín rodeado por el Ejército rojo,
Goebbels llamó a Hitler para felicitarle por la muerte de Roosevelt y
celebrarlo con champagne. Por su parte, Stalin pensaba que Roosevelt
había sido asesinado. El cuerpo del presidente fue trasladado de Geor­
gia a Washington para el funeral, atravesando gran parte del país, con
destino final en Hyde Park, donde sería enterrado el 15 de abril, el día
del aniversario de la muerte de Lincoln,89
Mientras, los ejércitos aliados seguían avanzando sobre Alemania
llegando hasta el río Elba y encontrándose con los rusos el 25 de abril.
Tres días después, partisanos italianos capturaron y mataron a Musso-
lini y su amante. En Berlín, el último día del mes de abril Hitler y Eva
Braun se suicidaron tras casarse. El 2 de mayo, los rusos entraron en
Berlín. Ese mismo día los alemanes se rindieron en Italia. El 7 de
mayo de 1945, el Ejército alemán firmaba la rendición incondicional
en el Cuartel General aliado en Rheims. De esta forma acabó «el im­
perio del milenio», poco más de doce años después de que Hitler lle­
gará al poder.
■Roosevelt y Eisenhower habían conseguido su objetivo. Los sovié­
ticos llegaron antes a Berlín, pero con un costo de más de 100.000
muertos. Dos meses después, los soviéticos cedieron el oeste de Ale­
mania, y la mitad dé la capital a los aliados; de forma que sin costo al­
guno en vidas humanas; el Reino Unido y Estados Unidos tuvieronsus
sectores en Berlín. Sobre todo, la guerra en Europa acabó sin rupturas
dramáticas, Estados Unidos y la Unión Soviética, a pesar de las fric­
ciones, seguían siendo aliados en mayo de 1945.

V ic t o r ia e n s o l it a r i o s o b r e Ja pó n . E n ero -a g o s t o 1945

Estos últimos meses del conflicto demostraron que si bien la gue­


rra estaba perdida para Japón desde la toma de Filipinas, estaba aún
lejos de ser ganada por Estados Unidos. Japón había perdido su su­
premacía naval y parte de su reciente imperio en el Pacífico, pero su
Ejército estaba intacto, su Fuerza Aérea podía ser muy destructiva con
los kamikazes y sus nuevos gobernantes estaban dispuestos a resistir
hasta el final. Esta resistencia tenaz se evidenció en la conquista de las
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 497

islas de Iwo lim a (febrero de 1945) y Okinawa (abril de 1945), don­


de los norteamericanos avanzaron a un costosísimo precio en vidas
humanas,
. Iwo Jima y Qkinawa supusieron también el comienzo de la «fase
anfibia de la guerra», en la que la Armada y el Ejército actuaron por
primera vez juntos en las islas que rodeaban Japón. Esta'-guerra anfibia
se benefició de la superioridad de los norteamericanos en transferir
tropas desde los barcos a tierra firme, convirtiéndolo en un movimien­
to táctico, que consistía en que las tropas desembarcadas, cubiertas du­
rante el desembarco por un fuego intenso, no debían tomar su primera
posición en la playa, sino en tierra firme, más allá de la primera línea
defensiva enemiga.90
Esta habilidad táctica no impidió que los soldados norteamericanos
tuvieran en Iwo Jima la peor experiencia de desembarcaren el Pacífi­
co. Iwo Jima era una pequeña 'isla, fuertemente defendida por un labe­
rinto de túneles subterráneos, en la que las lanchas de desembarco fue­
ron destruidas por una Artillería que no pudo ser eliminada en tres días
de bombardeos; los fusileros cavaban trincheras que se derrumbaban
tan pronto como eran lo suficientemente profundas para ofrecer cober­
tura y los heridos volvían a ser heridos mientras yacían en las playas
esperando la evacuación. Tras seis semanas, la isla fue finalmente con­
quistada el 16 de marzo, al costo de 6,821 norteamericanos muertos y
20.000 heridos, 1/3 de los que habían desembarcado. Los 21.000 de­
fensores j aponeses nmrieron.91
La conquista de Okinawa, que comenzó el 1 de abril de 1945, sería
aún más difícil y sangrienta que la de Iwo Jima. Okinawa era una isla
grande, de 130 kilómetros de largo, defendida por 120.000 japoneses;
éstos sabían que no podían resistirla invasión, pero estaban dispuestos
a infligir el mayor número posible de bajas al enemigo y resistir hasta
el final. Los 50.000 norteamericanos que desembarcaron el primer día,
y los que se les unieron poco tiempo después hasta llegar a los 250.000
hombres, lo comprobaron en los tres meses siguientes.
La táctica de los japoneses fue dejar desembarcar a los marines sin
lucha, plantear batalla tierra adentro, donde las defensas japonesas
eran inexpugnables, y mientras tanto bombardear la flota con el arma
decisiva de sus karnikazes, con la idea de alejarla de la costa. La táctica
de los japoneses funcionó bien. Sus 900 aviones, de los que 1/3 eran
kaxnikazes, comenzaron a atacar a la flota el 6 de abril y continuaron
con intensidad sus bombardeos durante todo el mes, disminuyendo en
mayo y junio. En los diez ataques masivos de ios kamikaz.es, en los que
498 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

participaron de 50 a 300 aviones, bundieron 14 acorazados, dañaron


los portaaviones y perdieron la vida 5.000 marines — el mayor núme­
ro de bajas que la Marina de Estados Unidos sufrió en un episodio de
guerra— . En tierra, los japoneses lucharon fanáticamente hasta la
muerte y la resistencia no ceso hasta finales d e junio, cuando 4.000 ja ­
poneses se rindiefd'43 y todos los oficiales y muchos suboficiales y ci­
viles se suicidaron ritualmente. En total, los norteamericanos hicieron
solamente 7.400 prisioneros, el resto del contingente japonés hasta
120.000 murió, rehusando rendirse. También la población civil de la
isla quedó seriamente diezmada, muriendo 160.000 de sus 450.000 ha­
bitantes. En cuanto a las pérdidas materiales, los japoneses perdieron
7.800 aviones — 1.000 kamikazes— y 16 barcos.92
Tras la conquista de íwo Jima y Gkinawa, los norteamericanos tu­
vieron más fácil su táctica de bombardear sistemáticamente Japón para
desembarcar finalmente en las islas niponas. Sin embargo, tras la expe­
riencia de lucha en esas dos islas, los mandos militares norteamericanos
calculaban que el desembarco y la conquista de Japón sería lento y cos­
taría más de 250.000 vidas. Hasta entonces las victorias militares esta-
dounidenses se habían basado en su superioridad naval, utilizando una
táctica de evitar el enfrentamiento directo en los bastiones militares de
Japón. Esta táctica les había permitido enormes avances, con un Ejérci­
to relativamente pequeño; pero desembarcar, conquistar Japón y exigir
la rendición incondicional significaba derrotar a un Ejército de seis mi­
llones'de honri?resr prácticamente intacto; una Fuerza Aérea que conta- .
bacon la enorme capacidad de destrocción de los kamikazes, y un im­
perio que aún controlaba la mayor parte de/China y el sureste asiático,
así como toda Corea y Manchuria.
En este punto, todas las esperanzas norteáméricánás Tesidían en
que una vez acabada la guerra en Europa, los ejércitos aliados se trans­
firieran al Pacífico, especialmente el Ejército rojo.93 Desde el purtto
de vista del generál M arshall, era preferible que luchara el E jército'
rojo, que el estadounidense. De esta forma, si lo que diferenciaba a la
guerra en Europa era que había sido una guerra pequeña en un gran te­
rritorio, ahora estaba a punto de convertirse en una gran guerra.94
Mientras esto sucedía y para intentar doblegar la resistencia de los ja ­
poneses, en marzo de 1945 comenzaron los bombardeos sobre las ciu­
dades japonesas. Aunque en Europa ya se había descubierto que los
bombardeos no podían ser un arma de precisión, se realizaron de no­
che con bombas incendiarias, de enorme efecto sobre las casas de m a­
dera y papel niponas. El 9 de marzo se bombardeó Tokio, destruyen-
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 499

do 275.000 edificios y causando la muerte a 89.000 personas; después,


siguieron las principales ciudades y centros industriales — Nagoya,
Kobe. Yokohama, KawasaJd—*, con la muerte, a mediados de junio, de
260.000 personas y dejando a 10 millones de personas sin hogar. En
julio, el 60 por 100 de las 60 ciudades principales había sido destrui­
do, pero esto no había cambiado la decisión del gobierno y de los sec­
tores militaristas de resistir hasta el final para evitar una rendición in­
condicional que amenazase el régimen imperial. Esta actitud suponía
exigir enormes sacrificios al pueblo japonés, como reducir la ración de
alimentos a menos de 1.500 calorías diarias o destinar a más de un mi­
llón de personas a arrancar raíces de pino, de las que poder destilar una
especie de fuel para los aviones. Por otro lado, las industrias estaban a
puntó del derrumbe total, no había suficientes barcos para mantener la
comunicación entre las islas y el sistema ferroviario dejaría de funcio­
nar pronto.
En este punto, el 16 de julio, la primera bomba atómica explotó
con éxito en Alamogordo, Nuevo México, y pareció venir a solucio­
nar todos los problemas militares norteamericanos en el Pacífico. Si
Estados Unidos utilizaba la bomba atómica, podía conseguir rápida­
mente la rendición incondicional de Japón, sin más bajas norteameri­
canas y sin necesitar a la Unión Soviética.95 En la Conferencia de Pots-
dam, el 26 de julio, Traman y Churchill estuvieron de acuerdo en
utilizarla, al mismo tiempo que la declaración final de la Conferen­
cia reiteraba que no se iba a aceptar más que la rendición incondicio­
nal de Japón. Ya el día 25 de julio, Truman había ordenado que la
bomba atómica se lanzara sobre Japón, si éste no se había rendido an­
tes del 3 de agosto.
El 6 de agosto de 1945, a las 9.15 de la mañana el B-29 Enola Gay
lanzó una bomba atómica sobre la ciudad industrial de Hiroshima.
Pocas horas después, 78.000 personas yacían entre las ruinas de la
ciudad, mientras que el gobierno norteamericano exigía la rendición
incondicional sin éxito. El día 9 de agosto, otra bomba atómica se lan­
zó sobre la ciudad portuaria de Nagasaki, matando a 25.000 personas.
El día anterior, 8 de agosto, Stalin había declarado la guerra a Ja­
pón y comenzado una ofensiva en Manchuria, que les llevaría has­
ta Corea del Norte, donde la lucha continuó hasta la caída de Japón el
20 de agosto.
La misma noche del 9 de agosto, el emperador Hiro-Hito pidió a su
gabinete aceptar la rendición, con la sola condición de que él perma­
neciera como soberano. Aí día siguiente, Estados Unidos, para facili­
500 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

tar la rendición, aceptó que permaneciera en el trono, pero solamente


bajo la autoridad de un mando supremo aliado. El 14 de agosto, el em­
perador, en su primer mensaje radiado, anunció la rendición y el 2 de
septiembre, el general McArthur y otros representantes aliados acepta­
ron ia rendición formal de Japón a bordo del acorazado Missouri.

Un im p e r io m u n d i a l

El papel decisivo de Estados Unidos en la victoria aliada y la utili­


zación de la bomba atómica para acabar con la guerra en el Pacífico
permitieron que» con el menor costo en proporción de vidas humanas
de todos los países contendientes 408.000 muertos--- y sin destnic-
ción en su territorio continental, Estados Unidos confirmara su papel
de primera potencia mundial en el nuevo orden internacional. La mo­
vilización bélica lo convirtió también en la m ayor potencia militar y
económica del mundo. En esta ocasión, el aparato militar no se des­
manteló tras la guerra y las exigencias del esfuerzo bélico:acabaron:
con la depresión, llevaron la economía a su máxima expansión, exten­
dieron la prosperidad a la población y avanzaron en la igualdad e inte­
gración de la sociedad.
Por eso hubo consenso en considerar que la segunda guerra mun­
dial no sólo fue la mayor transformación de Estados Unidos tras la
guérra civil y elpunto de partida de lo .que ha; sido su,historia hasta la
actualidad, sino que por los objetivos de guerra — ampliar la democra­
cia, acabar con ios imperios coloniales, extender las reformas del New
Deal a i mundo™- y ía prosperidad que llevó al conjunto de la pobla­
ción, fue una guerra buena,96justificada, que reunía a todas las razas y
clases sociales dé la «América diversa».
El lanzamiento de la bomba atómica, la intensa discriminación de
la minoría negra en el Ejército*97 el internamiento en campos de con­
centración de los japoneses-americanos empañaron esa imagen de
«guerra buena» y unidad nacional. Tampoco los enorrhes beneficios
de la guerra se convirtieron en la redistribución social que muchos new
dealers, sindicalistás y socialistásTiberales hubieran querido para la
posguerra, tras confirmarse el progreso de la alianza conservadora en­
tre demócratas sudistas y republicanos desde las elecciones de 1942.
Pero a pesar de estas sombras, no hubo vuelta atrás en la mayoría de
los aspectos que la guerra transformó y que pusieron las bases del pe­
ríodo de la Guerra Fría y del desarrollo norteamericano durante el res-
LA GRAN TRANSFORMACIÓN 501

to del siglo xx. Desde entonces, la primera república democrática se


convirtió en un imperio mundial, asentado en un poderoso complejo
militar-industrial y en el poder confirmado de las grandes empresas e
intereses económicos; pero, por otro lado, la guerra originó un proce­
so de igualdad social que convirtió a Estados Unidos en una sociedad
de-clase media y sedimentó los éxitos de la minoría negra en las déca­
das siguientes.
Notas

C apítulo 1. Revolución, independencia y construcción


nacional, 1776-1791

1V Las diferencias regionales eran muy grandes, siendo las colonias deí
norte y el Atlántico Medio, caracterizadas por el clima templado y la exten­
sión de la propiedad, las responsables de este crecimiento vegetativo; mien­
tras que en las colonias de ia Bahía de Ghesapeake, en donde predominaban
las grandes plantaciones y la esclavitud, Casi ningún colono vivía lo Suficien­
te para conocer a sus nietos. Véase John M. Murrin, «Benefíciaries of Catas-
trophe: The English Colonies in America» en Eric Foner, ed., The New Ame­
rican History, Temple University Press, Philadelphia, 1997, p. 16. Véase
también M." Pilar Pérez Cantó y Teresa García Giráldez, De Colonias a
Repúblicas, Los orígenes de Estados Unidos de América, Síntesis, Madrid,
1995, p. 124.
2. La mayor parte de la fuerza de. trabajo no esclava llegó a las colonias
de esta forma y en 1770 eran aún lá mitad de los inmigrantes procedentes de
■Inglaterra y Escocía. Véase Eric Foner, «The Idea of Free Labor in Ninete-
enth Century America», introducción a Free Soil, Free Labor, Free Men, The
Ideology ofThe Repuhlican Party Béfore the Civil War, Oxford University
Press, Oxford, 1995, p. xi (numeración romana en e f original).
3. George Brown Tindall y David E. Shi¿America. A Nárrativé History,
Norton & Company, Nueva York, 1993, VOl. 1, p. 6 1.
4. Desde mediados del siglo xvin, nuevos sectores de la clasé media se
habían incorporado al consumo de productos británicos, siendo según T. H.
Breen esta experiencia como consumidores, esencial para moldear la protes­
ta posterior contra Gran Bretaña. T, H. Breen, The Marketplace o f Revolu­
tion. How Consumer Politics Shaped American Independence, Oxford Uni­
versity Press, Oxford, 2004, p. xv, pp. 98-101.
5. Edward Countryman, The American Revolution, Penguin Books,
Harmondsworth, 1991, p. 11
6. Concretamente el cálculo de Gary Nash es que en Boston el 5 por 100
504 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

de la población concentraba el 49 por 100 de la riqueza y en Filadelfia, los 20


primeros contribuyentes incrementaron su riqueza del 33 al'55 por 100. Véa­
se Gary B. Nash, «Social Change and the Growth of Prerevolutionary Urban
Radicalism», en Alfred F. Young, ed., The American Revolution. Explora-
tions in the History o f American Radicalism, Northern Illinois University
Press, Dekalb, 1976, pp. 8-9.
7. En Boston, especialmente perjudicada por la guerra del rey Jorge, los
gastos de asistencia a los pobres creció el doble de lo habitual entre 1740 y
1750. En Filadelfia y Nueva York, crecieron más a partir de 1750, cuando co­
menzaron a dejarse sentir los efectos de la guerra franco-india.
8. Edward Countryman, The American Revolution..., pp. 12-14.
9. Como señala Gordon S.Wood, incluso en una dé las colonias más es­
tables como Virginia, aumentó el número de elecciones impugnadas en la Cá­
mara de los Burgueses y la gente corriente empezó a abandonar la Iglesia
Anglicana, atraída por las nuevas comunidades evangélicas, como los presbi­
terianos de la nueva luz, baptistas independientes y metodistas, que cosecha­
ron nuevos conversos entre los agricultores pobres de la región de Chesapea-
ke, pasando él número de Iglesias Baptistas de 7 a 54, entre 1769 y 1774.
Véase Gordon S. Wood, La Revolución norteamericana , MondadoriTBarce­
lona, 2003, p. 42.
10. Gary Nash destaca la importancia por este aspecto de crítica social
que tuvo en las ciudades, y señala que «los trabajadores de la ciudad apren­
dieron a identificar el “milenio” con el establecimiento de gobiernos elegidos
por el pueblo, libres de las disparidades de riqueza del “viejo mundo”. Véase
Gary B. Nash, «Social Change and The Growth...», en Alfred F. Young, ed.,
The American Revolitímn..:, p. 18,
11. Referido a la autonomía política de■1as colonia§^véage Bernard Bay-,:
Ym, The Ideologicül Origins o f the American Revolution, Harvard University
Press, Cambridge, 1972, pp. 203-205.
12. Michael Mann, The Sources o f Social Power Vol II. The Rise o f
Classes and Nation-States, 1760-1914 , Cambridge University Press, Nueva
York, 1993, pp. 137-141, (Hay traducción castellana: Las Fuentes del Poder
Social Vol. II. El Desatrollo de las Clases y los Estados Nacionales, Alianza
Editorial, Madrid, 1997). Véase también, para el sufragio en la época colonial
Cristopher Collier, «The American People as Christian White Men of Pro-
perty: Suffrage and Elections in Colonial and Early National America», en
Donald W. Rogers, ed., Voting and The Spirit o f American Democracy. Es­
says on The History o f Voting and Voting Rights in America , University of
Illinois Press, Urbana, 1992, pp. 21-23, El autor establece la proporción de
los que ejercieron el derecho al voto en la época colonial, entre el 10 y el 40
por 100 de los varones blancos.
13. M.a Pilar Pérez Cantó y Teresa García Galíndez, De colonias a...,
pp. 152-154.
NOTAS. CAPÍTULO 1 505
14. Samuel Eliot Morison, Henry Síeele Commager y William E.
Leuchtenhurg, Breve historia de Estados Unidos, Fondo de Cultura Econó­
mica, México, 1987, pp. 78-84.
15. Michael Mann, The Sources o f Social Power Vol. II. The Rise of
Classes a n d . pp. 137-141.
16. Citado por Gordon S. Wood, La Revolución norteamericana...,
p. 44,
17. Wilbur R. Jacobs, La desposesión del indio norteamericano, Alian­
za Editorial, Madrid, 1973, p. 111.
18. Angie Debo, ^4 History of the Indians o f the United States, Plxmlico,
Londres, 1995, p. 81.
19. George Brown Tindall, David E. Shi, America.... p. 96.
20. Joseph Ernst, «Ideology and an Economic Interpretation of the Re-
Yolution», en.Alfred F, Young, ed., The American Revolution.,., pp. 173-177.
21. El impuesto debía pagarse en libras esterlinas.
22. Michael Mann, The Rise o f Classes and. Nation States..., p. 145.
23. Gordon S. Wood, La Revolución norteamericana , pp. 71-74.
24. Edimmd S. Morgan, «The Puritan Ethic and the American Revolu­
tion», The William and Mary Quarterly, vol. 24, 1967, p. 5.
25. Alegato del doctor Franklin en la Cámara británica de los Comu­
nes en contra de la «Stamp Act» para América, reproducido en Ramón Cas-
terás. La Independencia de Estados Unidos de Norteamérica, Ariel, Barcelo­
na, 1990, p. 172.
26. Joseph Ernst, «Ideology and the Economic Interpretation...», en Al-
fred F. Young, ed., The American Revolution.... p. 182.
27. Gfe'or¿e;Bi^)^‘n Tindall,.David E. Shi, America..,, pv 108.
,28, Dirk Hoerder, «Boston Leaders and Boston Crowds, 1765-1776, en
Alfred F. Young, ed., The American Revolution..,, pp. 240-241.
29. El término provincial y colonial se usaban indistintamente, pues la
Corona llamaba provincias a sus colonias americanas.
30. Edmund S. Morgan, Slavery and.Freedom..., pp. 28-29.
31. Edward Countryman, The American Revolution..., pp. 128-129.
32. Ihid., pp. 116-117.
33. Eric Foner, Tom Paine and Revoluiionary America, Oxford Univer-
sity Press, Nueva York, 1976, pp. 59-65.
34. Gordon S. Wood, The Radicalism ofthe American Revolution, Vin-
tage Books, Nueva York, 1993, pp. 175-176.
35. Ibid., pp. 1-19. Véase también Eric Foner, «Tom Paine’s Republic;
Radical Ideology and Social Change», en Afred F. Young, ed., The American
Revolution..,, pp. 190-196.
36. Thomas Paine, El sentido común, en Ramón Casterás, ed., La Inde­
pendencia de Estados Unidos de N o rte a m é ric a p. 102.
37. Ibid, p. 102.
506 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

38. Ibid., p. 147.


39. Adriane Kock y William Peden, «Introducción a Thomas Jeffer-
son», Autobiografía y otros escritos, Tecnos, Madrid, 1987, pp. xvn-xxii.
40. Philip F. Detweüer, «The Changing Reputation of the Declaration
of Independence: The, First Fifty Years», William and Mary Quarterly, vol.
19(1962) p. 564. :
41. La cifra es aproximada y puede ser mayor, pues está basada en el
cálculo aproximado de los lectores úq Common Serise, de acuerdo con la va­
loración de Eric Foner en «Tom Paine’s Republic..,», en Alfred Young, ed.,
The American Revolution..:, p. 199.
42. Gordon S. Wood, The Radicalism o f The American..., pp. 176-177.
43. Charles Patrick Neimeyer, America Goes io War. A Social History
ofthe Continental Arrny, New York Uñíversity Press» Nueva York, 1996, pp.
15-26.
44. Gordon S. Wooá, La Revolución nóHeamericam^. fp . 117,
45. John Shy, ,4 People Nurnerom andArmed. Reflectlom on the Mili~
tary Struggle for American Independence;Gxforá\3mver$i±y Press, Nueva
York, 1976, pp. 204-205.
46. Una buena síntesis del desarrollo de las operaciones militares y de
la batalla de Saratoga puede verse en R. E. Evans, La Guerra de la Indepen­
dencia norteamericana, Akal, Madrid, 1991, pp. 27-31.
47. Según Jonathan R. Düll, Saratoga no decidió la intervención de
Francia, pero llegó en el momento oportuno, cuando se habían deteriorado las
relaciones entre Francia y Gran Bretaña. Véase Jonathan R. Dull, A Diplo­
mado History of the American Revolution, Yale University Press, New Ha-
ven,'1985, p. 95,
- 48 k. En este contexto-se-ha inaugurado recientemente The National Cen~~
terfor The American Revolution, diseñado por Robert Stern, orientado a plan­
tear problemas históricos del período, más que a- resolverlos. Herbert Mus-
champ, «Subjecting history to question at á crucible of the U.S. -Revolutíon»,
The International Herald Tribune, 28-29 de febrero, 20Ó4.
49. John Shy, A People Numerous..., p. 9.
50. Ibid., p. 210.
51. En Maryland, la nueva Constitución del Estado excluía de poder
ser elegidos para algún cargo representativo al 90 por 100 de los blancos
que pagaban impuestos. Véase Ronald Hoffman, «The Disaffected in the
Revolutionary South», en Alfred F. Young, ed., The American Revolu­
tion..., p. 280.
52. También en Maryland, estas concesiones fueron la aprobación de un
nuevo sistema de impuestos, que hacía recaer el peso tributario en la élite de
plantadores, así como una ley que permitía pagar las deudas prebélicas con el
depreciado papel moneda continental, con lo que de hecho quedaron abolidas
todas las obligaciones crediticias anteriores al conflicto. Ibid., pp. 304-307.
NOTAS. CAPÍTULO 1 507

53. Ibid., pp. 307-311.


54. Aparte de este hecho cierto, la flota británica debía dividirse en va­
rios escenarios. De hecho ia principal ayuda de España a la causa de la inde­
pendencia fue indirecta,, manteniendo ocupada a la flota británica en la de­
fensa de su territorio metropolitano —tras el fallido intento de invasión de
Inglaterra por la ilota franco-española en 1779—y y en el Mediterráneo, don­
de en 1781 capturaran Menorca y mantenían un cerco sobre Gibraltar. Jona-
than R, Dull, A Diplomatic History,,., p. 111.
55. Gordon S. Wood, La Revolución norteamericana..., pp. 130-131.
56. Gordon S. Wood, The Radicalism...,pp. 176-177.
57. Francis Jennings, «The Indianas Revolution», en Alfred F. Young,
ed., The American Revolution..., pp. 339-344.
58. Charles Patrick Neimeyer. America Goes to War..., p. 82.
59. Peter Kolchin, American Slave/y 1619-1877, Penguin Books, Har~
mondsworth, 1995, p, 73. ^ L'
60. La estimación era de Thomas Jefferson, gobernador de Virginia. Ci­
tado por Charles Patrick Neimeyer, America goes to war,.., p. 80,
61. Ibid>, p<S&.
62. Ira Berlín, The Revolution in Black Life , en Alfred F. Young, ed.,
The American Revolution..., pp. 356-361, 371-377.
63. Joan Hoff Wilson, The ¡Ilusión ofC hange: Women and the Am eri­
can Revolution, en Alfred F. Young, ed., The. American Revolution,.., p. 414.
64. ibid, pp. 420-421.
65. Referencia a la famosa carta que Abigail Adams escribió a su mari­
do, el padre de la patria y futuro presidente John Adams en 1776.
66. Nancy Woloch, Women and the American Experienu A C om ise
Histbry, The MácGraw-Hill Companies, Nueva York, 1996, p. 53
6 7 Véase esta consideración en el excelente estudio de Linda K. Kerber,
Women o fth e Republic, Norton & Company, Nueva York, 1986, pp, 110-113.
68. Puede consultar las citas, textuales y el ambiente de entusiasmo que
presidió ia formación de los nuevos gobiernos revolucionarios en Gordon S.
Wood, The Creatkm o f the American Republic 1776-1787, W. W. Norton
and Company, Nueva York, 1993, pp. 127-128.
69. Eric Foner, Tom Paine and Revolutionary America..., pp. 108-118.
70. Ibid., pp. 131-134,
71. Ronald Hoffman, «The Disaffected in the Revolutionary...», en Al­
fred F. Young, The American Revolution..., pp. 279-280.
72. Edward Countryman, The American R e v o l u t i o n pp. 130-132,
73. Ibid., pp. 134-135.
74. Ibid., pp. 135-136.
75. Esta idea de John Adams está recogida y explicada en Edmund S.
Morgan, The Birth o f the Republic, 1763-1789 ,The University of Chicago
Press, Chicago, 1992, pp, 92-93.
508 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

76. Christopher Collier, «The American People as Christian White Men


of Property: Suffrage and Elections in Colonial and Early National America»,
en Donald W. Rogers, Voting and The Spirit o f American Democracy, Uni-
versity of Illinois Press, Urbana, p. 26.
77. Edmund, S. Morgan, The Birth o f The R e p u b lic .pp. 101-112.
78. La contribución económica se haría en proporción a los habitan­
tes de cada Estado, en la que los esclavos contaban 3/5 partes de una per­
sona.
79. Edmund, S. Morgan, The Birth ofThe Republic.,,, pp. 113-118.
80. Estos incumplimientos daban pie a Gran Bretaña a que fomentase
los movimientos separatistas en el noreste y en Vermont, y a España a no re­
conocer los derechos norteamericanos en el territorio comprendido entre Flo­
rida y el Ohio, cerrando el Mississippi al comercio norteamericano para so­
meter a los colonos de los territorios de Kentucky y Tenness.ee.
81. Gordon, S. Wood, La Revolución n o r te a m e r ic a n a pp. 192-194.
82. Howard Zinn, A People ’s History o f the United- States, Harper Pe-
rennial, Nueva York, 1990, pp. 90-94 (hay traducción castellana: La otra his­
toria de Estados Unidos, Otras Voces, Hondarribia, 1997).
83. Los nueve Estados sureños fueron una mayoría suficiente para blo­
quear un tratado que hubiera cerrado toda salida al mar a los territorios del
oeste; pero estaban resentidos con los siete Estados del norte, que no habían
dudado en sacrificar los intereses del oeste para beneficiar a sus intereses co­
merciales.
84. Para un análisis detallado de los intereses económicos de los miem­
bros de la Convención, véase el estudio clásico de Charles A. Beard, An Eco­
nomic Interpretation ú f the ■CoHstitütión ofthe United States (edición'Original
191.3),JFree Pr^^s, Nueva York^.l 9§& pprI4.9-J51■.
8 5 / Edmund, S.Morgan, The Birth ofthe Republic..., pp. 141-142.
86. La relación de intereses económicos que apoyaban la Constitución
federal, puesta de manifiesto por Charles Beard, ha sido posteriormente re­
frendada y cuantificada pqr Robert A. Mcguire.y Robert L. Ohsfeldt, «Eco­
nomic Interes! and The American Constitutíon: A Quantitative Rehabilitation
of Charles A. Beard», en The Journal o f Economic History, 40, 1984, pp.
502-519.
87. Edmund, S. Morgan, The Birth o f The Republic,,., pp. J50-151.
88. Para el proceso y la cronología de la ratificación, así como para un
análisis de El Federalista, véase Isaac Kramnick, «“Editor's íntroduction” to
James Madison, Alexander Hamilton and John Jay», The Federalist Papers,
Penguin Books, Harmondsworth, 1987, pp. 36-40. (Hay traducción castella­
na; El Federalista, Fondo de Cultura Económica, México, 1994).
89. Leonard, W. Levy, Origins o f the Bill o f Rights, Y ale University
Press, New Haven, 2001. pp. 35-43.
NOTAS. CAPÍTULO 2 509

C apítulo 2. Los años decisivos de i.a república, 1790-1815

1. Doüglass C. North, The Economic Growth o f the United States, W,


W. Norton & Company, Nueva York, 1966, pp. 17-23.
2. Citado por Morton Borden en Parties and Politics in The Barly Re-
public 1789-1815, Harían Davidson, Inc., Wheeling, 1967, p. 9.
3. Citado por George Brown Tindall y David E. Shi en America, A Na-
rrative History, W. W, Norton & Company, Nueva York, 1993, vol. 1, p. 175.
4. Un buen resumen del programa económico de Alexander Hamilton
puede encontrarse en Morton Burden, Parties and Politics in the Early Repu-
b l i c pp. 15-23.
5. Joseph J. Ellis, Founding Brothers, The Revolutionary Generation,
Fabcr y Faber, Londres, 2002, pp. 73-74.
6. Jerome Agél y Mort Gerbeíg, The U,S Constitütion for Everyone,
A Perigee Book, Nueva York, 1987, p, 20.
7. Doüglass C. North, The Economic Growth ofThe United States..., p. 46.
8. Sobre la visión del capitalismo agrícola popular de Jefferson, véase
Joyce Appleby, Capitalism and A New Social Order, New York University
Press, Hueva York, 1984, pp. 40-50.
9. Esta contradicción, así como la crítica al planteamiento de Joyce Ap­
pleby es señalada por John Asworth, «Republicanism, Capitalism and Sla­
very in the 1790s», en Sean Wilentz, Majar Problems in the Early Repuhiic
1787-1848, D. C. Heath y Company, Lexington, 1992, pp. 84-88.
10. Doüglass C. North, The Economic Growth ofThe United. States...,
:-pp.:3J.45..
11. Joyce Appleby, Capitalism and New Social Orier,.., pp. 54-62.
12. ibid., pp-63-68. : '
13. Morton Borden, Parties and- Politics in the Early Repuhiic... Véase
también Dean Mcsweeney y John Zvesper, American Political Parties, Rout-
ledge, Londres, 1991, pp. 15-17.
14. Véase esta versión dél «Mensaje de despedida» de Washington en
Joseph J. Ellis, Founding Brothers..., pp, 120-134. Una versión anterior se
encuentra... en «The Farewell: Washington’s Wisdom at the End», en Don
Higginbotham, ed., George Washington Reconsidered, University of Virgi­
nia Press, Charlottesville, 2001, pp. 212-249.
15. Joseph J. Ellis, Founding Brothers..., pp. 185-188.
16. Ibid, pp. 199-201.
17. Según Peter S. Onuf y Leonard L Sadosky, las elecciones fueron in­
terpretadas por Jefferson como un plebiscito, «en el que el pueblo americano
; se hizo totalmente consciente de sí mismo». Véase Peter S. Onuf y Leonard
J. Sadosky, Jeffersonian America, Blackwell Publishers, Londres, 2002,
pp. 34-35.
510 HISTORIA d e e s t a d o s u n i d o s

18. George Brown Tindall y David E. Shi, America..., pp. 202-203.


19. Este sentido pragmático es resaltado por Richard Hofstadter en
«Jefferson as Cautious Pragmatic», en Sean Wilentz, Majors Problems in the
Early Republic, D. C. Heath y Company, Lexington, 1992, pp. 102-103.
20. Thomas Jefferson, Alocución inaugural a los ciudadanos, 4 de mar­
zo de 1801, en Thomas Jefferson, Autobiografía y otros escritos, Tecnos,
Madrid, 1987, p. 333.
21. ibid., p. 334. '
22. En la época colonial, ciudadanía y derecho al voto tío estaban rela­
cionados. Cuando se fueron eliminando las barreras económicas y de propie­
dad para votar, fueron exigiendo a cambio la ciudadanía. La primera Ley de
Naturalización exigía solamente dos años de residencia en el país para ser
ciudadano. En 1795 una nueva ley aumentó el período de residencia a cinco
años y en 1798 se amplió hasta catorce años. Véase Paul Kleppner, «Difming
Citizenship. Inmigratioñ and the Strugglé for Voting Rights in Antebelíum
America», en Donald W. Rogers, Voting andThe Spirit o f American Demo-
cracy. Essays on the History Of Voting and Voting Rights in America, Uni-
versity of Illinois Press; Urbana, 1992, p. 45.
23. Sean Wilentz, «Property and Power: Suffrage Reform in the United
States, 1787-1860», en Donald W. Rogers, Voting and The Spirit..., p. 33.
Véase también Carmen de la Guardia, «La conquista de la ciudadanía políti­
ca en Estados Unidos», en Manuel Perez Ledesma (comp.), Ciudadanía y
Democracia, Ed. Pablo Iglesias, Madrid, 2000, pp, 87-88.
24. Peter S. Onuf y Leonard J. Sadosky, Jeffersonian America.:., pp. 66-67.
25. Drew R. McCoy, The Elusive Republic. Political Ecoñomy in Jef~
ferSonian, America, University of Noith Carolina^Press,*Chapé!^ :
pp. 185:186.
' ■ ■26. Forrest McDonald, «Jefferson as Reactionary Ideologue», en Sean
Wilentz, Major Problems in the Early Republic..., p. 108.
.27. Para la estrategia de Jefferson; en esta compra, véase Robert W. Tuc- *
kér y David C. Hendrickson, Empire o f Liberty. The Statecra.fi o f Thomas Jef­
ferson, Oxford University Press, Nueva York, 1990, pp. 133-135. .■
28. Morton Bordtn t.Parties and Politics in The Early Republic..., 'pp.'
70-71. :
29. Stephen E. Ambrose, Undaunted Courage. The Pioneering First
Mission to Explore America ’s Wild Frontier, Londres, Pocket Books, 2003,
pp. 63-70.
30. Joseph J, Ellis, Founding Brothers.,., pp. 20-47,
31. James Wilkinson decidió traicionar a Aaron Burr el 25 de noviem­
bre de 1806, con una confesión a Jefferson en la que exageraba la toma in­
mediata de Nueva Orleans, al temer que ia conspiración fracasara por insufi­
ciencia de hombres y material. Véase James Dunkerly, Americana. The
Americas in the World, around 1850, Verso, Londres, 2000, pp. 290-295.
NOTAS. CAPÍTULO 2 511

32. Leonard W. Levy, Jefferson & Civil Libertíes. The Darker Side,
The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge, 1963, pp. 70-77.
33. Douglass C. North, The Economic Growth..., p. 56.
34. Drew R, McCoy, The Elusive Republic.,,, pp. 231-232.
35. Rorv Muir, Britain and The Defeat o f Mapolean 1807-1815, Yale
University Press, New Havert, 1996, p. 233.
36. Estas dos acciones británicas son esgrimidas por Jefferson como
motivo suficiente para no considerar a Estados Unidos país agresor: «Dos ar­
tículos de nuestro catálogo de agravios bastarán para absolvemos de la acu­
sación de agresores: el reclutamiento forzoso de nuestros marinos y nuestra
exclusión del océano», «Caita a James Maury», 25 de abril de 1812, en Tho­
mas jefferson, Autobiografía y..., p. 61.
37. Rory Muir, Britain and.:., p, 232,
38. Roger H. Brown, «The War of 1812 and the Struggle fór Politicai
Permanency», en Sean Wilentz, Major Problems i n the Early Republic...,
p. 173., .■ . '
39. Steven Wats, «The Liberal Impulse to War», en Sean Wiientz, Ma­
jo r Problems in the Early Republic..., pp. 177-179. Véase también Robert
Alien Rutland, The Presidency o f James Madison, University Press of Kan-
sas, Lawrence,1990^ pp, 85-86.
40. Concretamente, Rory Muir da las siguientes cifras: lá Marina mer­
cante creció de IS8;000 toneladas en 1802 a 981.000 en 1810, en cuanto al
valor del comercio pasó de 60 millones de dólares antes de 1793 a 25 millo­
nes en 1807. Rory Muir, Britain..., p. 233.
41. Robert Alian Ruthland, The Presidency o f James Madison..., pp.
106- 108.
.42»,..v,Rqqí P' 237-
43, Drew McCoy, The Elusive Republic..., p. 234,
44. Rory Muir, Britain..., p. 237.
45. Ibid., pp. 332-334.
46, Douglass C. North, The Economic Growth o f The United States...,
pp. 62-63.
47; Ibid., pp. 258-259.
48. Drew R. McCoy, The Elusive Republic..., pp. 245-246.
49. Joseph J. Ellis, Founding Brothers..., pp. 96-115.

C a p ít u l o 3. E l c r e c im ie n t o d e l a r e p ú b l ic a b l a n c a .
L a e r a d e Ja c k s o n , 1815-1850

1. Véase la información sobre estos dos experimentos utópicos en Da­


niel Feller, The Jacksonian Promise, The Johns Hopkins University Press,
Baltimore, 1995, pp. 77-83.
512 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

2. Alexis de Tocqueville, La Democracia en América, Alianza Edito­


rial, Madrid, 1980, 2 vols.
3. Todos los detalles biográficos de Francis Trollope se han extraído de
la introducción de Pamela Neville-Sington a la edición de Domestic Manners
ofThe Americans, Penguin, Harmondsworth, 1997. (Hay traducción castella­
na en la editorial Alba.)
4. «Los ves con una mano enarbolar la bandera de la libertad y con la
otra azotar a sus esclavos. Los ves una hora aleccionando a la multitud sobre
los inexcusables derechos del hombre y a la siguiente expulsar de sus casas y
sus tierras a aquellos a los que habían jurado proteger en solemnes tratados».
Francis Trollope. Domestic Manners ofthe Americans..., p. 168.
5. Ibid., pp. 38-39.
6. Daniel Feller, The Jacksonian Promise..., pp. 15-25.
7. Alian Kulikoff, «The Transítion to Capitalism in Rural America»,
The .William and Maiy Quartely, 46 (1986), p. 130. :
8. Bruce Laurie, Artisans into Workers, The Noonday Press, Nueva
York, 1989, pp.T 5-46.
9. Daniel Feller, The Jacksonian P r o m i s e p, 119.
10. Sean Wilentz, «Society, Politics and the Market Revolution. 1815-
1848», en Eric Foner, ed., The New American History, Temple University
Press, Filadelfia, 1997, pp. 64-65.
11. Ésta es la tesis de Alian Kulikoff, «The Transition to Capitalism in
Rural America», p. 144.
12. La revisión se refiere sobre todo a la igualdad económica y movili­
dad social, que Edward Pessen considera en concreto que no existía como tal
en el segundo cuarU), del &iglqj<ix, Véase Edward Pessen, «The Egalí tarian,
Myth», The American Historical Review, yol. 76 (II), 197i, pp, 989-1.033.
'*13 . -S ^ h ”'WiTéhTzT«Prt^ér^ :
ted States, 1787-1860», en Donald W. Rogers, Voting and the Spirit o f Ame­
rican Democracy, University of Illinois Press, Urbana y Chicago. 1992, pp.
31-39.
14. Robert V. Remini, The Jacksonian Era, Illinois, Harían Davinson,
1989, pp. 1-22.
15. Sean Wilentz, «Society, Politics and The Market Revolution/..», en
Eric Foner, The New American History, p. 65.
16. Robert V. Remini, The Jacksonian Era,.., pp. 61-69.
17. John Ashworth, Slavery, Capitalism and Politics in the Antehellum
Republican, Cambridge University Press, Cambridge, 1995, p. 362.
18. Richard Hofstadter, The Age of Reform, Vintage Books, Nueva
York, 1955, pp. 28-36.
19. Robert V. Remini, The Jacksonian Era..., p, 25.
20. Ibid., pp, 30-33.
21. Daniel Feller, The Jacksonian Promise..., pp. 40-45.
NOTAS. CAPITULO 3 513
22. Peter Terniri. Th e Jackson ¿an Economy, W. W. Norton & Company,
Nueva York, 1969, pp. 16*17.
23. Señalado por Mike Davis, en Prisoners o f the American Dream,
Verso, Londres, 1986, p. 3.
24. Daniel Feller, The Jacksonian Promise.„, p. 128,
25. Se.an W iientz,Chants Democratic. New York City & The Rise of
the American Working Class, 1788-1850, Oxford University Press, Nueva
York, 1984, p. 247.
26. Ibid., p. 254.
27. Bruce Laurie, Working People ofPh.iladelph.ia, 1800-1850, Filadel-
fia, 1980, p. 52-54.
28. Sean Wiientz, «Artisans Qrigins of the America Working Class»,
International Labor and Working Class History, n.° 19, primavera de 1981,
pp. 14-17.
;29. Sean Wiíéntz, Chants Democratic..., pp. 296-297. - '
30, En este sentido, es interesante la tesis de David Montgomery, según
la cual «la política democrática se expandió significativamente tras la década
de 1790, permitiendo a los asalariados libertad de asociación y capacidad
para influir en el gobierno, especialmente en los gobiernos locales. Sin em­
bargo, la posibilidad de los políticos elegidos de influir en el diseño de la vida
social y económica se constriñó». David Montgomery, «Wage Labor, Bonda-
ge and Citizenship in Nineteenth-Century America», International Labor
and Working Class History, n.° 48, otoño de 1995.
31, Citado por George B. Tindall y David E. Shi, America. A Narrative
History, Norton & Company, Nueva York, 1993, p. 309.
3 2 . . Pitra coAoger igspeqjtps generales del <<segmxdo(despertar .religioso»,
.veas&Daniel Feller, The Jacksonian Promise, pp. 95-106.
33. Richard J. Cárwaxdine, Evangeíicah and Politics in ÁHtebéllum
America, Yale University Press, New Haven, 1993, p. 4 y 44.
34. . Ibid., p. 33.
"35, Ibid,, pp. 48-49.
36. Sus palabras concretas eran: «Mucho antes de que la muchacha
americana haya alcanzado la edad núbil, comienza a emanciparse de la tutela
materna; apenas sale de la infancia, cuando ya piensa por sí misma, habla li­
bremente y actúa por sí sola; constantemente se expone a su mirada el amplio
panorama del mundo; lejos de tratar de ocultárselo, cada día se le descubren
nuevos aspectos del mismo y se le enseña a contemplarlo con espíritu firme y
tranquilo», Alexis de Tocqueville, La Democracia en América, Alianza Edi­
torial, Madrid, 1980, vol. II, p. 169.
37. Tindall y Shi, America..., pp, 321-323.
38. A. de Tocqueville, La Democracia en América, vol. II, pp. 102-103.
«No hay más que una nación en la tierra donde se haga uso diariamente
de una libertad ilimitada para asociarse con fines políticos. Esta nación es la
514 HISTORIA DE 'ESTADOS UNIDOS

única del mundo en la que los ciudadanos utilizan continuamente el derecho


de asociación en la vida civil, habiéndose procurado por este medio todos los
bienes que la civilización puede ofrecer.»
39. Mary P. Ryan, Cradle o fth e Middle Class: The Family in Oneida
County, Cambridge University Press, Nueva York, 1981, pp. 105-108.
40. Una publicación evangelista de finales de la década de 1820 co­
menzaba con el siguiente diálogo éntre una niña y su madre: «Madre hay tan­
tas sociedades... Te he estado esperando esta tarde al llegar del colegio y me
dijeron que estabas en la Sociedad Maternal: vas tan a menudo,..». Mary P.
Ryan, Cradle ofthe Middle Class..., p. 105.
41. Paul E. Johnson, A Shopkeeper’s Millenium, Hill & Wang, Nueva
York, 1978. ■
42. Mary P. Ryan, Cradiéofthe Middle C l a s s . , 132-136.
43. Ibid., p, 92.
44. Ibid., pp:-94*99.
45. James Brewer Stewart, Hoíly Warriors. The AntiaboUtionist and
American Slavery>, Hill y Wang, Nueva York, 1996, pp. 36-38.
46. Herbert ApthzkQr, Abolitionism. A Revolutionary Movement, Tway-
ne Publishers, Boston, 1989, pp. 98-99,
47. Ibid., p, 3.
48. Para la comparación de las insutrecciortes de esclavos en el Caribe
y Sudamérica con el sur de Estados Unidos, véase Eugene D. Genovese, Roll,
Jordán, Roll, The World The Slaves Made, Vintage Books, Nueva York,
1976, pp. 587-597.
49. Ibid., p. 4.
5Q. J b id .,^ 5 .
31. Ibid., p. 7. .
52. P§rá iós "détálles bió^aficós de í% de la propia insu­
rrección, véase The Confessions o fN ai Turner, ed. Thomas R. Gray, Balti­
more, 1831. Reproducido y editado por Kenneth S. Greenbéfg en The Con-
fessions o f Nat Tumer and Related Documents, Bedford Books, Boston,
1996, pp. 39-59.
53. Kenneth S. Greenberg, Introducción a The Confessions ofN atTur-
ner and Related Documents, Bedford Books, Boston, 1996, pp. 18-23.
54. Ibid, p. 23. '
55. Ibid., p. 25.
56. Ibid., pp. 26-28;
57. William Styron, The Confessions o f Nat Turner, Nueva York, Ran-
dom House, 1966. (Hay traducción castellana: Las confesiones de Nat Tur­
ner, Lumen, Barcelona, 1980.)
58. Las principales críticas se reunieron en el libro de John Henrik Clar-
ke, ed., William Styron ’s Nat Turner. Ten Black Writers Respond, Beacon
Press, Boston, 1968.
NOTAS. C Á P fT ü lO 3 515

59. Kenneth S. Greenberg, introducción a.,., p. 30.


60. Eugene D. Genovese, «The Nat Turner Case», The Nt w íotk Re­
view o f Books, 12 septiembre de l 968, pp» 34-37.
61. John Ashworth, Slavery, Capitalism and Politics.,., p. 169.
62. Blanche Glassman Hersh, The Slavery o f Sex. Feminist-Aboliiio-
n i s t s in America, V n iv & T s ity of Illinois Press, Urbana, 1978.
63. John Ashworth, Slavery, Capitalism and Politics..., p. 128.
64. James Brewer Stewm., HollyWarriors..., pp. 64-66,
65. John Asworth, Siavery, Capitalism and Politics..., p. 128.
66. ' ibid., pp. 128“129.
67. Ibid., p. 131.
68. Ambos eran contrarios a la expansión de la esclavitud en los territo­
rios del oeste e intentaron ocupar el espacio político dejado por el Partido
Whig en la década de 1850.
69. La expresión es de Blanche Glassman Hersh, The Slavery ofSex, p. 3.
70. Véase una buena síntésis en castellano en Carmen de la Guardia,
«El Gran Despertar. Románticas y reformistas en Estados Unidos y España»,
Historia Social, n.° 31, 1998, pp. 3-25.
71. Ibid., p. 2.
72. 'Ibid, pp. 8-9.
73. Ibid, p. 10.
74. Ib id .p p . 16-17.
75. El libro fue calificado por Lucrecia Mott como elmejor trabajo des­
pués de la Reivindicación de los derechos de ¡a mujer, de Mary Wollston-
c.raft.
76. Ibid., p. 23.
77. .^ , p p , 7 4 - 7 1 , . -
78. Ronald N. Satz, American Iridian Pólicy, University of Nebraska
Press, Lincoln, I975f p. 2.
79. ' Ibid., p. 3. " '
. ., 80. George Washington había imaginado un «muralla china» que sepa­
rara a indios y blancos; Thomas Jefferson, después de la compra de Luisiana
en 1803, contempló la posibilidad de intercambiar tierra vacía en el oeste por
las tierras indias del este, y James Madison pensó en medidas similares cuan­
do intentaba pacificar a los indios tras la guerra de 1812.
81. Esto estaría en consonancia con el «débil racismo» que Álexander
Saxton atribuye a los whig, para los que la amenaza política no estaba en los
negros o los indios, que no tenían voto y su proporción respecto a los blancos
en el noreste era pequeña, sino en los nuevos inmigrantes europeos, como los
católicos irlandeses.
82. Robert V. Remini, The Legacy o f Andrew Jackson. Essays on De-
mocracy, Indian Removal and Slavery, Lousiana State University Press, Ba-
ton Rouge, 1988, p. 46.
516 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

83. De Andrew Jackson a James..Monroe, 4 de marzo de 1817. Citado


por Robert V. Remini, The Legacy o f Andrew Jackson..., p, 48.
84. Ésta es la postura de Francis Paul Pincha, uno de los máximos es­
pecialistas en política india. Véase, F. P. Pincha, «Andrew Jackson Indian
Policy: A Reassessment», en The Journal o f American History, n ° 3, diciem­
bre de 1969, pp. 528-531.
85. Este patemalismo ha sido explorado por Michael Paul Rogín, Fat-
hers and Children: Andrew Jackson and the Subjugation ofthe American lu­
dían, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1975.
86. Ronald N. Satz, American Indian Policy,,,, p. 10.
87. Alexander Saxton, The Rise and Fall o f the White Republic. Class
Politics and Mass Culture in Nineteenth-Century America, Verso, Londres,
1990, p. 142.
88. Ronald N. Satz, American Indian Policy..., p. 12.
89. Ibid, pp, 14-15.
90. David Crockett: «From Speech Before Congress (May 19, 1830)»,
en Louis Filler y Alien Guttmann, eds., The Removal ofthe Cherokee Nation:
Manifest Destiny or National Dishonor, D. C. Heath y Company, Boston,
1962, pp. 39-40."
91. F. P. Prucha, «American Jacksonian Indian Policy...», pp. 538-539.
92. Ronald N. Satz, American Indian Policy..., p. 31.
93. Angie Debo, A History ofthe Indians ofthe United States, Pimlico,
Londres, 1995, pp. 117 y 125.
94. David Crockett, «From Speech Before Congress...», en Louis Filler
y Alien Gutman, eds., The Removal..., p. 40.
95. .//?/í7.)p-.49.
96. Ibid., p. 50.

98. Citado por Howard Zinn en A People’s History ofThe United Sta­
tes, Harper Perennial, Nueva York, 1990, p. 146. (Hay traducción castellana:
La otra historia de Estados Unidos, Otras Voces, Hondarribia, 1997.)
99. Angie Debo, A History ofthe Indians'..., p. 119.
100. Ibid., pp, 125-126.
101. Ibid., pp. 128-149.
102. Robert Winston Mardoch, The Refúrmers and The American In-
dian, University of Missoury Press, Columbia, 1971, pp, 8-10.
103. La expresión es de Alexander Saxton y se refiere al carácter cada
vez más racial de la república, conforme avanzaba la democracia y la políti­
ca de masas.
NOTAS. CAPÍTULO 4 517

C a p í t u l o 4. Obstino manifiesto. E l oeste, l a a n e x ió n d e T ex as


Y LA GUERRA CONTRA MÉXICO, 1828-1848

1. Albert K. Weinberg, Manifest Destiny, A Study ofNationalist Expan-


sionism in American History, Peter Smith, Gloucester, 1958, pp, 11-43.
2. ibid., p. 54. -
3. ibid., p. 55.
4. Ibid,, p. 65,
5. Ibid., pp. 160-189.:
: 6. Henry Nash Smyth, Virgin Land. llie American West as Symbol and
Myth, Cambridge University Press, Cambridge (edición original: en 1950),
1978.
7. Ibid., pp. 1.5-19.
Ibid., pp. 19-34.
9. John Mack Faragher, Women and Men on the Overland Trail, Yale
University Press, New Haven, 1979, p. 7.
10. Ibid, pp. 12-15.
11. Luis de Onís, Memoria sobre las negociaciones entre España y Es­
tados Unidos, que dieron motivo al tratado de 1819, con una noticia sobre la
estadística de aquel país, Madrid, 1820, p. 6 (reimpreso en Ciudad de Méxi­
co en 1826).
12. David, J. Weber, The Spanish Frontier in North America, Yale Uni­
versity Press, New Haven, 1992, p. 336. (Hay traducción castellana: David J.
Weber, La frontera española en América del Norte, Fondo de Cultura Eco-

13. ñndl, p, 337.


14. Geiie M. Brack, México Viéws Manifest'Destiny, 1821-1846, An Es­
say on the Origins ofthe Mexican War, University of New México Press, Al-
burquerque, 1975, pp. 57-71,
15. David J. Weber, The Spanish Frontier..., p. 339.
16. Memoirs o f Mary A, Maverick, ed. Rena Maverick Green, Univer­
sity of Nebraska Press, Lincoln, 1989, pp, 1-11.
17. Ibid, p. 51.
18. Gene M. Brack, México Views,.., pp, 171-172.
19. Norman A. Graebner, «The Mexican War: A Study in Causation»,
; Pacific Historical Review, n.° 49, 1980, p. 416.
20. Ibid., pp. 422-426.
21. Henry D. Thoreau, Desobediencia civil y otros escritos, Tecnos,
Madrid, 1994, p. 30.
• 22. Robert W. Johannsen, To The Hall o f Moctezuma. The Mexican
War in the American Imagination, Oxford University Press, Nueva York,
1985, pp. 13-15.
518 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

23. Howar Zinn, The History o f American People, Harper Perennial,


Nueva York, 1990, p. 159. (Hay traducción castellana: La otra historia de Es­
tados Unidos, Otras Voces, Hondarríbia, 1997.)
24. Norman A, Graebner, «Lessons of the Mexican Wan>, Pacific His­
torical Review, n.° 47, 1978, pp. 330~342.

Capítulo 5. L a guerra civil y la reconstrucción, 1860-1877

1. Para esta tesis y los datos anteriores, véase jámés'M. McPherson,


«Antebellum Southern Exceptioiialism.A New Look atan Oíd Questión», en
Drawn with the Sword, Reflections on the American Civil War, Oxford Uni­
versity Press, Nueva York, 1996, pp. 3-23.
2. Edward Pessen, «How DifTerent from Eaeh Othér Were The Antebe­
llum North and South», The American Historical Review, vol. 85, 1980, pp.
1.119-1.149. V vy ' V - '
..V ’

3. Citado por George Brown Tindall y David E. Slii en America. A Na-


rrative History, W. W. Norton & Company, Nueva York, 1993- vol. I, p. 383.
4. James M. McPherson, Battle Cry o f Freedom. The Civil War Era,
Oxford University Press-Penguin Books, Nueva York, 1990, p. 41.
5. Alan Farmer, The Origins o f the American Civil War, J846-1861,
Hodder & Stoughton, Londres, 1996, pp. 47-49.
6. Wihnot, congresista demócrata por Pensil vania, representaba a los
demócratas del norte, cansados de la dominación sudista del partido y opues­
tos tanto a la anexión de Texas, como al compromiso alcanzado con el Reino
Uaido sofcwe la »&sión éelHemíoRo d«*Oregé«^?n tefno 49^-T^írá--'
do la demanda de muchos nordistas era la ,latitud ^4° 4QI>,
7. James M. McPherson, Battle Cry o f Freedom..., pp. 52-54.
8. A lm F ^ m e r, The Origim ofthe American Civil War.,.^p. 53.
9. Eric Foner, Free Soil, Free labor, Free Men. The Ideology ofthe Re-
publican Party befare the Civil War, Oxford University Press,. Nueva York,
Í995, pp. 300,310-312. ,
10. Eugene D. Genovese, The Slaveholders DUémfna. Fréedorn a n d .
Progress in Southern Conservative Thought, 1820-1860, University of South
Carolina Press, Columbiá,T992, pp. 10-17.
11. La noción de soberanía popular no resolvía en qué momento de la
incorporación a la Unión se iba a decidir sobre la esclavitud. Los demócratas
del norte pensaban que la decisión debía esperar hasta la constitución de la
primera Asamblea territorial; mientras que para ios demócratas del sur la de­
cisión debía tomarse antes de que los territorios estuvieran en la recta final de
su proceso de admisión en la Unión.
12. En todos estos territorios, bajo soberanía mexicana hasta 1848, la
esclavitud había sido declarada ilegal en 1821.
ÑQTAS, CAPITULÓ 5 519

13. 2/3 de los voluntarios en la guerra contra México provenían de los


Estados del sor.
14. En estos debates, aparte de la vieja generación de políticos nacidos
durante la revolución -—Henry Clay, Daniel Webster, John C. Calhoun— se
dio a conocer una nueva generación de políticos como Stephen A. Dóuglas,
William H, Seward, Jefferson Davis y Salmón P. Chase.
15. Veáse un buen resumen de los puntos del Compromiso de 1850 en
Alan Farmer, The Origins..., pp. 58-63, y en G. B.Tindall y D. Shi, Ameri­
ca..., pp. 386-392.
16. J. M. McPherson, Battle Cry o f Freedom..., p. 71.
17. Cuando la Convención de Náshville se reunió por segunda vez en
noviembre de 1850, solamente acudieron la mitad de los delegados y en las
elecciones estatales de 1851-1852 los candidatos de la Unión derrotaron a los
secesionistas, incluso en Carolina del Sur y Mississippi.
18. P. Kolchiflu «Revaluating the Antebellum SlaVe Comffiumty: A
Comparative Perspective», en The Journal of American History , vol. 70, n.°
3, diciembre de 1983, p. 600,
19. En 1851, Indiana y lowá, y en 1853, Illinois promulgaron leyes que
prohibían la inmigración de cualquier persona negra, esclava o libre, a sus Es­
tados.
20. Harriet Beecher Stowe, La cabaña del tío Tom, edición de Carmen
Manuel, Cátedra» Madrid, Letras Universales, 1998.
21. Para un análisis del impacto de la novela, veáse James M.McPher­
son, «Tom on the Cross», en Drawn With The Sword..., pp. 24-36.
22. Alan Farmer, The Origins Ofthe American Civil War,,., pp. 65-66.
23. Concretamente, Stephen A. Douglas, gran propietario inmobiliario
. en.Chicago^gensaba. aumentar, el..valor de sus p r ^ Queva lí­
nea ferroviaria.
24. James M. McPherson, Báttle Cry o f Freedom..:, pp. 126-129.
25. Eric Foner, Free Soil:Free labor, Free Men..., pp. 226-237.
26. Noel Ignatiev, How the Jrish Became White, Routledge, Nueva
York, 1995, pp.' 162-164. ^ .
27. Alan Farmer, The Origins o f The American Civil War..., pp. 96-109.
28. Ibid., p. 110.
29. Ibid., pp. 114-120.
30. La evidencia, según ellos, estaba en los impuestos que débíail pagar
para subsidiar las industrias del norte y en los intentos de excluirlos de los
nuevos territorios. ,
31. James M. McPherson, «The War of Southern Aggression», en
Drawn with the Sword..,, pp. 38-42.
32. La población negra no llegaba al 30 por 100 y muchos blancos acep­
taban la emancipación gradual, como mostraba el caso de Maryland, donde
ya la 1/2 de la población negra era libre.
520 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

33. James M. McPherson, Battle Cry ofFreedom, p. 281.


34. Ibid., p. 281.
35. La lucha por el control de estos tres Estados era paralela a su impor­
tancia económica, pues añadían a la Confederación el 45 por 100 de su pobla­
ción blanca y su poder militar, el 80 por 100 de su capacidad manufacturera,
el 40 por 100 de sus recursos en caballos y muías, así como un entramado de
nos navegables que penetraban a través de Kentucky hacia el sur.
36. Aunque la guerra civil estadounidense no tenía entre sus objetivos
la eliminación sistemática de los prisioneros, tal y como hicieron los alema­
nes en la segunda guerra mundial, la devastación del sur, la movilización de
recursos y las consecuencias políticas del conflicto llevan a considerarla una
guerra totalmente distinta de las anteriores, claramente una primera guerra
total en la experiencia del sur.
37. J. M. McPherson, «From Limited to Total War, .1861-1865», en
Drawn With The Sword, Oxford University Press, Nueva York, 1996, p. 65:
38. Entre diecisiete y cincuenta y cinco años en el sur, y entre veinte y
cuarenta y cinco en el norte
39. G. B. Tindall y David E. Shi, America,.., p. 422.
40. James M. McPherson, Battle Cry of F r e e d o m pp. 313-317.
41. La escasez era provocada en muchos casos por la insistencia de cada
gobernador y cada Estado en retener armas para defender las fronteras del Es­
tado contra potenciales levantamientos de esclavos.
42. James M. McPherson, Battle Cry o f Freedom..,, pp. 318-322,
43. Era común que tras unas semanas los uniformes y zapatos fueran in­
servibles y las mantas se cayeran a pedazos.
44. James M. McPherson, Battle Cry o f Freedom,.., pp. 323-325. . •
45. Esto hacía referencia no solamente a la calidad y motivación políti­
ca de Jos 313 oficiales qué optaron por él Ejército confederal, sino a las ma­
yores posibilidades del sur de formar nuevos oficiales, pues siete de las ocho
academias militares del país se encontraban en territorio confederal.
46. Thomas Rowland to his mother, 14 de junio y 29 de julio, 1861, en
«Letters of Major Thomas Rowland, C. S. A., from the Camps at Ashland y
Richmond, Virginia 1861», William and Mary Coilege Quaterly (1915-
1916), pp. 148-149. Citado por James M. McPherson, What They Foughtfor
1861-1865, Doubleday, Nueva York, 1995, p. 9.
47. Ibid., pp. 17-25.
48. Ibid., pp. 31-36.
49. Ibid., pp, 51-52.
50. Tras un intenso debate, el Congreso confedera! aprobó la Ley del
Soldado Negro el 13 de marzo de 1865, con un margen de tres votos en la Cá­
mara de Representantes y un voto en el Senado.
51. James M. McPherson, «From Limited to Total War, 1861 -1865», en
Drawn With the Sword..., pp. 70-71.
NOTAS. CAPÍTULO 5 521

52. ... Bruce Catton, «The Generalship of Ulysses S. Grant Defended», en


Grant, Lee, Lincoln and the Radicals: Essays on Civil War Leadership,
Grady McWhinev, ed., 1973, Northwestern University Press, pp. 3-29. Re­
producido en Michael Peraian, Majar Problems in the Civil War and Re-
construction, D, C, Heath y Company, Lexington, 1991, pp. 189-190.
53. James M. McPherson. «From Limited to Total War», en Drawn
With The Sword..., pp. 71-75,
54. Cinco meses después se retrasó hasta los cuarenta y cinco años y en
1864 se extendió a todos los varones blancos entre veinte y cuarenta y cinco
años.
55. Russell F. Weigley, «Robert E. Lee: Napoleon of the Confederacv»,
en Michael Perman, Major Problems in the Civil War and Recomtruction
pp. 169-184.
56. Citado en John Bennet Walers, Merchant o f Terror: General Sher-
nían and'Total War, Indianapolis, 1973, pp. 57-58, 59, 60 y reproducido por
J. M. McPherson en «From Limited to...», en Drawn.... p. 81.
57. «Race and Class in the Crucible of War», en J. M. McPherson,
Drawn With The Sword..., pp. 91-94.
58. Bruce Catton, «The Generalship of Ulysses S. Grant Defended...»,
p. 194.
59. Sherman, Memoirs, I, p. 368, II, pp. 249, 254, Citado por J. M.
McPherson en «From Limited to...», en Drawn..., p. 83.
60. J, M. McPherson, Battle Cry o f Freedom...., pp. 807-830.
61. M. Howard, The Franco-Prusian War, Collier Books, Nueva York,
1969, p. 380, Citado por J. M. McPherson en «From Limited to...», en
.Drawn,^,.. p.:84.v
62. J. M, McPherson,. Battle Cry o f Freedom,.., pp. 846-847.
63. Citado en James Resten, Jr., Sherman 's March and Vietmim. Nueva
York, 1984, p. XI. Reproducido en J. M. McPherson, «From Limited to...» en
Drawn..., p. 86.
64. J, M. McPherson, «Why Did The Confederacy Lose?», en Drawn
With The Sword..., pp. 113-136.
65. Hay que recordar que el sur dio la vuelta al conflicto tres veces: en
el otoño de 1862, en el verano de 1863 y en el verano de 1864. Solamente
en el otoño de 1864. tras la captura de Atlanta y las victorias de Sheridan en
Shenandoah Valley, el norte tuvo la seguridad de que podía ganar el con­
flicto.
66. James M. McPherson, Battle Cry o f Freedom..., pp. 817-819.
67. James M. McPherson, Áhrahnm. Lincoln and the Second. American
Revolution, Oxford University Press, Nueva York, 1991, pp. 3-22,
68. Su creciente poder se manifestaba en la política fiscal, el sistema de
reclutamiento, la expansión de los Tribunales federales, la creación de una
moneda nacional y un sistema bancario federal.
522 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

69. En Nueva Orleans vivía la comunidad más importante de negros li­


bres del bajo sur. Descendientes de ricos mulatos de Haití o de uniones entre
franceses y negras, poseían dos millones de dólares de propiedad antes de la
guerra civil; dominaban oficios como el de enladrillados cigarrero, carpinte­
ro y zapatero; eran una comunidad con un fuerte sentido de su historia colec­
tiva y una red de escuelas, orfanatos y sociedades caritativas y, aunque se les
negó el sufragio, disfrutaban de más derechos que los negros libres en otros
Estados, incluyendo la posibilidad de viajar libremente y de testificar en Tri­
bunales contra los blancos,
70. Eric Foner, A Short History o f Reconstruction, Harper & Row, Nue­
va York, 1990, pp. 23-28.
71. Se trataría de que ioicialmente pudieran votar los negros libres y
aquellos con mayor nivel educativo para ampliarlo después hasta incluir a los
antiguos esclavos.
72. Construyeron sus propias Capillas, tanto por sus deseos de autono­
mía, como por el rechazo de los blancos a ofrecerles un lugar igual en sus
Congregaciones.
73. Eric Foner, Short History o f Reconstruction..., pp. 4-í-54.
74. Eric Foner, Reconstruction. Am erica1s Unfinished Revolution, Har­
per & Row Publishers, Nueva York, 1988, pp. 170-175.
75. 15.000 sudistas pidieron los perdones presidenciales desde el vera­
no-otoño de 1865, y en 1866 ya habían sido concedidos 7.000, Eric Foner,
Reconstruction... 1988, p. 191.
76. Las protestas del norte por los black cadesdeMississippi y Caroli­
na del Sur obligaron a Luisiana, Virginia y Texas a suavizar al menos el len­
guaje de sus black.codes.
77. Eric Foner, Reconstruction..,, pp. 199-200.
78. En Texas, entre 1865 y 1866, aunque los tribunales acusaron a qui­
nientos blancos de asesinato de negros, ninguno de ellos fue,condenado.
79. Eric Foner, A Short History..., pp. 82-103.
80. Cuando en mayo y Julio de 1866 estallaron violentos disturbios
en Menphis y NuevalOrleans, respectivamente, se produjeron masacres in­
discriminadas de ciudadanos negros a manos de la policía y de las multitudes
blancas.
81. ' George Browñ Tindall y David E. Shi, America... vol. 1, pp. 460-
464. '
82. Desde 1862 las Ligas de la Unión, que agrupaban a negros y blan­
cos leales, se convirtieron en una poderosa organización de la política repu­
blicana.
83. Ted Tunnell, «The Contradictions of Power», en Michael Perman,
Major Problems in the Civil W ar and Reconstruction..., pp. 450-458.
84. Eric Foner, Reconstruction.., pp. 611-612,
NOTAS, CAPÍTULO 6 523

La « e d a d d o r a d a » , 1870-1890. I n d u s t r i a l i z a c i ó n , -
C a p í t u l o 6.
NUEVAS FRONTERAS Y FRACTURA SOCIAL

L La tesis es de Philip Scranton, que defiende la flexibilidad y compe­


tí tividad de las pequeñas y medianas empresas y las relaciona con la diversi­
dad de experiencias de la clase obrera norteamericana y sus prácticas de mu-
tualismo. Veáse Philip Scranton, «The Workplace, Technology and Theory
in American Labor History», International Labor and Working Class His­
tory, n,° 35, primavera de 1989, pp. 3-22.
2. Para un panorama general del desarrollo del capitalismo corporativo,
■véase Glenn Porter, «industrialización and the Rise of Big Business», en
Charles W. Calhoun, ed.s The Gilded Age, Essays an the Orígins of Modem
America, SR Books, Wilmington, 1996, pp. 1-18.
3. Alfred D.. Chandler, Jr., The Visible Hand. The Managerial Revo-
lutión in American Business, Harvard University Press, Cambridge, 1977,
pp. 498-499. (Hay traducción castellana: La mano visible. La revolución en
la dirección de la empresa norteamericana. Centro de Publicaciones del Mi­
nisterio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1988.
4. Geórge BrownTindall y David E. Shi, America. A Narrative History,
W. W;: Norton & Company, Nueva York, 1993, vol. II, pp. 508-515.
5. El método inicial de Taylor, que consideraba al trabajador como un
simple hombre económico, sin motivaciones psicológicas, y despreciaba a
los sindicatos, fue pronto cuestionado tras su muerte, cuando los revisionistas
comenzaron a valorarlos aspectos sociales y psicológicos del trabajador, así
como el papel de los sindicatos en la estabilidad industrial:
, 6. Alfred D., Chandler, Ir., The Visible Hand..., p. 499..
7. Heñry W. Grady expuso oficialmente estas ideas cil la Sociedad dé
Nueva Inglaterra en Nueva York éii 1886.
8. I D . Hall, R. Korstad y J. Leloudis, «Cotton-MM People: Work,
Commuhity and Protest in the Textile South, 1880-1940», American Histori-
cal Review, n.° 91 abril.de 19^6, pp. 245-55, 257-66, 285. Reproducido en
León Fink, ed., Majar Problems in thé Gilded Age and the Progressive Era,
D. C. Heath y Company, Lexington, 1993, pp. 123-129.
9. G. B. Tindall y D. E. Shi, America..., pp. 481-482.
10. Edward L. Ayers, Southern Crossing, A History o f the American
South 1877'1906, Oxford University Press, Nueva York, p. 63.
11. El alojamiento para los trabajadores negros en las company town era
en casas idénticas a las de los trabajadores blancos, pero segregadas unas de
otras.
12. Edward L. Ayers, Southern Crossing..., pp, 25-35.
13. Ibid., pp. 26-27.
14. Ibid., p. 49.
524 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

15. Paul M. Gastón, «The Myth of the New South», en León Fink, ed.,
Major Problems in the Gilded Age and the Progressive Era..., pp. 120-121.
16. G. B. Tindall y D . E. Shi, America,.., p. 484.
17. Los Estados con mucha tierra no habitada, como Texas y Florida,
dieron miles de acres a los ferrocarriles e incentivos a otras industrias para
abrir nuevas áreas de desarrollo.
18. E. L. Ayers, Southern Crossing..., pp. 71-87.
19. I b i d pp. 88-110.
20. Richard White, A New History o f the American West, University of
Ok.1ahorna Fress, Norman, 1993, pp. 57-59
21. Angie Debo, A History o f The Indians o f United States, Pimlico,
Londres, 1995, pp. 233-283, y Richard White, A New History..., pp. 94-108,
22. El sistema de internados fracasó en conseguir los resultados espera­
dos, siendo sustituido por la asimilación en; las escuelas locales.
‘23. A principios del siglo xx, los habitantes,de la ciudad de Seattle es­
taban preocupados porque no había suficientes agricultores en los alrededo­
res para sostener la economía de la ciudad,
24. Para el papel de los afroamericanos en la expansión y conquista del
oeste, véase Wiliiam Loren Katz, The Black West, Nueva York, Touchtone,
1996.
25. Incluso cuando los lotes de tierra fueron prácticamente gratis, a par­
tir de la aplicación de la Homestead Act de 1862, los muy pobres no podían
emigrar al oeste, pues el viaje, el costo de establecer una granja y esperar un
mínimo de dos años para conseguir la primera cosecha de subsistencia, y tres
o cuatro para obtener algún excedente, significaba un capital total de L000
dólares para no fracasar, „
26. Acompañando a esta ley, se aprobó otra que donaba tierras para
la construcción del ferrocarrircontineñtM, y la Ley Morril, por la cual se
donaban tierras a los Estados para que construyeran un sistema público de
educación superior que formara técnicamente a ios agricultores y trabaja­
dores cualificados.
27. Para la políticía de distribución de tierras, véase R. White, A New
History o f the American West..., pp. 137-154, Para el significado político de
la Ley Homestead, véase también Henry Nash Smyth, Virgin Land. The Ame­
rican West as Symbol and Myth, Cambridge, Harvard University Press, 1978,
pp. 165-173.
28. R. White, A New History ofthe American West..,, p. 220.
29. Ibid., pp. 220-227.
30. Ibid., pp. 227-235.
31. Veáse todo lo relativo a las características del crecimiento urbano
norteamericano en Eric H. Monkkonen, America Becomes Urban. The Deve-
lopment o f U.S. Ciñes & Towns, 1780-1980, University of California Press,
Berkeley, 1990, pp. 69-88.
NOTAS. CAPÍTULO 6 525

32. Howarcl R, Lamar, The New Encyclopedia o f the American West,


Yale University Press, New Haven, 1997, pp. 196-196,
33. William Crooon* N ature ’s Metrópolis. Chicago and the Great West,
Norton, Nueva York, 1992, pp. 311-315.
34. Ibid.,p. 347
: 35. Ibid.:, p. 350. ? -
36. Waltér Nugent, Crossing, The Great Trasaúantic ' Migrations,
.1879-1914, Indiana Umvéísity Press, Bloomington, 1995, p. 163.
37. Ibid,, pp. 150-162.
38. Por ejemplo, eslovacos de segunda generación se seguían casando
con personas del mismo pueblo o cercanías; los judíos de Lituania, el Palatí-
nado ruso o la Galitzia polaca fundaron Sinagogas y una red de sociedades
llamadas landsmanshatn, estrechamente ligadas a las pequeñas comunidades
y Sinagogas de ,donde prevenían. .. . ...
; 39. Para él prejuicio^antiebino entre los trabajadores de California, véa­
se Alexander Saxton, The Indispensable Enemy. Labor and the Antí-Chinese
Movement in California, University of California Press, Berkeley, 1995, pp.
229-258.
"40. Kevin Kenny, Making sense ofthe Molly Maguires, Oxford Univer­
sity Press, Nueva York, 1998, pp. 29-38.
41. Ibid, p. 65.
42. Ibid, p. 85.
43. Ibid, p. 245. ;
44. Estas divisiones de la comunidad irlandesa se expresaron tanto en el
comportamiento de la mayoría de los mineros irlandeses que se afiliaron a la
WBÁ y recháxábah la1violencia, éomo en la actitud también crítica de la'J'gle-'
sia Católica.
45. The Knights of Labor tuvo una rápida expansión en la región de la
antracita y en 1878, Terence Powderly fue elegido alcalde de Scranton, en la
zona minera, y Alan Pinkérton abiertamente acusó a los Knights de ser una
amalgama entre los Molly Maguires y la Comuna.
46. National Labor Tribune, 12 de diciembre de 1874; 26 de junio y 17
de julio de 1875.
47. Workingman ’s Advócate, 1 de julio de 1876.
48. Philip S, Foner, The Great Labor Uprising o f 1877, Monad Press,
Nueva York, 1977, pp. 13-23
49. Los trabajadores cualificados, organizados en tres hermandades —la
Hermandad de Conductores de Ferrocarril, la Hermandad de Fogoneros de Lo­
comotoras y la Hermandad de Mecánicos de Locomotoras—, gozaban de me­
jor situación, debida en paite a esta organización de sus oficios en sindicatos,
50. Ibid,, p. 105.
51. lbid.,pp. 103-114.
52. Ibid,, pp. 183-188.
526 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

53. Martín Shefter, «Trade Unions and Politicai Machines: The Organi­
zaron and Disorgamzation of the American Working Class in the Late Nine-
teen Century», en Ira Katznelson y Aristide R. Zolberg, eds., Working Class
Formatíon, Nineteerith-Century Pattems in Western Európe and the United
States, Princeton University press, Princeton, 1986, p. 231.
54. Ibid., pp.*249~250,
55. En 1887, las mujeres y los negros constituían el 10 por 100 de los
afiliados.
56. Kim Voss. The Making o f American Exceptiormlism. TheKnights of
Labor and Class Fotmation in The Nmeteenth Century, Comell University
Press, Ithaca, pp. 72-76.
57. Ésta es la interpretación de Kim Voss, The makiñg of,., pp. 87-89,
58. Julie Green, Puré and Simple Politics. Thé American Federatíonof
Labor and PoliticaiActivism, 1881-1917, Cambridge Uníversity Pr^s, N u e-.
va York, 1998, ££'.*-£9*36.
59. Howard Zinri, A Peáples’s H istory’&f The UnitedStates, Happer Pe-
rennial, Nueva York, 1990, pp: 270-271. (Hay trad. castellana otra histo­
ria de Estados Unidos, Otras Voces, Hondarribia, 1997.)
60. Citado por Howard Zirtn* A People’s History:.., p, 275.
61. Richard L. McCormíek, «The Patty Períodand Public Policy: An
Explanatory Hypothesis», The Journal o f American History, voL 66, n.° 2,
septiembre de 1979, p. 287.
62. Martin Shefter, «Trades Unions...», pp. 270-271.
63. G. B. Tindall y David E. Shi, America.,., pp. 575-576.
64. Robert C., McMath, Jr., American Populism, Hül and Wang, Nueva
York, 1993, pp. 83^W :
65. 76/¿/.,pp. 144-179.
66. Tal sería el caso de Henry George y Edward Bellamy, especialmen­
te en el mundo anglosajón.
67. Para la política en la «edad dorada», así como parala crisis de la po­
lítica de partidos, véase también Joel H. Sil bey, The American Politicai Na­
ti on, J838-J893, Staíiford Uníversity Press, Stanford, 1991, pp. 215-2.51.'
68. Tras las elecciones de 1896, en la mitad de los Estados de la Unión
había un único partido.
69. El porcentaje de participación electoral en las elecciones presiden­
ciales entre 1888 y 1896 fue del 78,7 por 100 y fue descendiendo del 60,6 por
100 en el período 1900-1924 al 59,4 por 100 entre 1928 y 1940. Véase Wal-
ter Dean Burnham, «The Turnout Problem», en A. James Reichley, ed-, Elec-
tions American Style, Brookings ínstitution, Washington D. C.» 1987, pp.
113-114.
NOTAS. CAPÍTULO 7 527

C apítulo ?. N u e v o im p e r ia lis m o , .1890-1917.


L a guerra hispano-estadounidense y el comienzo de la expansión
extracontinental ;

1. «The Spanísh War Ended All Our Other Wars», New York Herald, 5
de junio, 1898.
2. Albert K. Weinberg, Manifest Destiny. A Study of Nationalist Expan-
sionism in American History , Peter Smith, Gioucester, 1958.
3. Waiter Lafeber, The New Empire. An Interpretation o f American E x­
pansionismo Corneli University Press, Xthaca, 1963l0.
4. Todos estos aspectos del designio divino que acompañaron a los pe­
regrinos puritanos se pueden ver en el interesante libro de Anders Stephan-
son, Manifest Destiny . American Expansión and the Empire ofRight, Híll and
Wang, Nueva York, 1995. pp. 1-12. .
5.' Rowland Berthoff, «Peasants and Artisans, Puritans and Republi-
caos: Personal Liberty and Communal Equality in American History», Jour­
nal o f American History , vol. 69, n.° 3, diciembre de 1982.
6. Edmund S. Morgan, «The Puntan Ethic and the American Revolu-
tion», The William and Ma/y Quarterly, vol. 24, 1967, pp. 3-43.
7. Henry Nash Smith, Virgin Land. The American West as Symbol and
Myth, Harvard University Press, Cambridge, 1978.
8. Anders Sfephanson, M anifest D e s t i n y p. 23.
9. Ibid., p. 17.
10. Ibid., p. 18.
11. Éste es el argumento de Charles Bergquist, según el cual los siste­
mas de trabajo de las colonias americanas'y ño la acción independiente del
clima, la raza o la cultura, son los que explican mejor las paradojas de su
desarrollo histórico. Por tanto lo determinante en el desarrollo político de
Nueva Inglaterra y otras colonias del norte fue el sistema de trabajo libre y la
propiedad familiar. Véase Charles Bergquist, Labor and The Comrse of Ame­
rican Democracy, Verso, Londres, 1996, p. 10.
12. Estados Unidos ya había reconocido en 1822 a las repúblicas de
México, Brasil, Chile, Argentina y La Plata, que entonces comprendía los ac­
tuales Estados de Colombia, Ecuador, Venezuela y Panamá.
13. Citado por Albert K. Weinberg en M anifest Destiny.,., pp. 65-
67. '
14. José Manuel Allendesalazar, El 98 de los americanos, Ministerio de
Asuntos Exteriores, Madrid, 1997, pp. 13-17.
15. ibid., p. 20.
16. Henry Adams, La Educación de Henry Adams, Alba Editorial, Bar­
celona, 2001, pp. 138-140.
17. Waiter Lafeber, The New Empire..., pp, 24-32.
528 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

18. Joseph A. Fry, «Phases of Bmpire: Late Nineteenth Century U.S.


Foreign Relations», en Challes W. Calhoun, ed., The Gilded Age, Essays on
the Origins ofModern America , SR Books, Wilmmgton, 1996, p. 24.
19. Anders Stephanson, M anifest Destiny..., p. 70.
20. Waiter Lafeber, The New B m p i r e pp. 58-60.
21. Frederick Jackson Turner, The Frontier inAmerican History , Henry
Holt and Company, Nueva York, 1948, p. 312.
22. Waiter Lafeber, The New Empire..,, pp. 63-72.
23. Josiah Strong, Our Country: íts Possible Future and Its Present
Crisis , Nueva York, 1885, pp. 159-180. Citado por Waiter Lafeber, The New
Empire..., p, 78.
24. Richard Hofstadter, Social Darwinism in American Thought , Rea-
con Press, Boston, 1992, p. 172.
25. John W. Burgess, Political Science and Comparative Constitutional
Láw , I, VI, pp. 3-4, 39, 44-45. Citado por Richard Hofstadter, Social Darwi­
nism in American Thought..., p. 175.
26. Ibid., p. 175,
27. Waiter Lafeber, The New Empire..,, pp. 82*85.
28. ib id , p. 85-93.
29. Concretamente, un grupo de inversores norteamericanos gozaba de
una concesión de 200 kilómetros de territorio en el área disputada, rica en mi­
nerales y madera,
30. Albert Bushnell Hart, The Monroe Doctrine: An ínterpretation ,
Boston, 1916, pp. 203-204. Citado por Waiter Lafeber, The New E m p i r e . p,
261. Véase también Sylvia L. Hilton, «América en letra y espíritu: la doctri­
na Monroe y el presidente McKinley en 1898», Cuadernos de H isto ria ro n -
temporánea, n.° 20, 1998, pp. 205-219,
31. Waiter Lafeber. The New Empire.... p, 281.
32. Parker, Recollections of Cleveland, p, 195. Citado por Waiter Lafe-
b'er, The New Empire..., p. 283.
33. William McKinley, Speeches, 1897-1900. Citado por Waiter Lafe­
ber, The New Empire..., p. 332.
34. Instancia al secretario de Estado, incluida en George R. Mosle, Nue­
va York, a Sherman, 17 de mayo de 1897. Cartas diversas a.1 Departamento
de Estado, Archivos Nacionales. Citado por Philip S. Foner, La. guerra his­
pano/cubano/americana y el nacimiento del imperialismo norteamericano,
Akal, Madrid, 1975, vol. I, p, 271.
35. Philip S. Foner, La. guerra hispano/cubano/americana..., pp. 289-295,
36. José Antonio Plaza, «Al inf¡.emo con España». La voladura del
Maine como fin de un imperio », Edaf, Madrid, 1997, pp, 140-14 L
37. Theodore Roosevelt a Henry White, 30 de abril de 1987, Letters.
Citado por Lewis L. Gould, The Presidence o f Theodore Roosevelt, Kansas
University Press, Lawrence, 1991, p. 6.
NOTAS, CAPÍTULO 7 529
38. Según Lewis L. GoukL Long no rescindió la orden cuando regresó
a su puesto al día siguiente y la decisión de atacar la tomó directamente ei
presidente McKinley el 24 de abril de 1898. Véase The Presidence ofTheo-
dore Roosevelt..., p. 6.
39. Philip S. Foner» La guerra hispano/cubano/americana,.., pp, 335-341.
40. Había ya 150,000 soldados españoles en Cuba y 4,000 estaban en
tomo a La Habana. Véase Sylvia L. Hilton, «Democracy Goes Imperial: Spa-
nish Views of American Policy in 1898», David K. Adams y Comelios A.
Van Minnen, eds., Reflections on American Exceptionalism, Keele Univer­
sity, Stafordshire, 1994, pp. 97-128.
41. Desde 1895 la posibilidad de una guerra había sido tema de discusión
preferente en el Colegio Naval de Newport y se elaboraron sucesivos planes de
guerra secretos que predijeron con bastante acierto los acontecimientos.
42. La construcción de buques de guerra se estimuló no solamente por
razones de defensa nacional, sino por el efecto de arrastre que tenía para la
economía y los-beneficios que aportaba a los puertos, la industria de armas y
la de hierro y acero. En comparación, el Ejército tenía pocos «botines» que
repartir.
43. Para la preparación militar de uno y otro bando, véase Joseph Smith,
The Spanish-American War, Longman, Londres, 1994, pp. 48-72.
44. Tbid,f p. 99.
45. El Ejército reservaba habitualmente a la Guardia Nacional un papel
policial y en esta guerra se le había asignado la defensa de la costa.
46. Ibid., p. 102.
47. Edward L. Ayers, Southern Crossing. A History o f the American
South, 1877-1906, Oxford University Press,' Nueva York, 1995, p. 257.' :
48. Ibid,, p. 259. ■ '.
49. Ibid., p. 260-261.
50. Citado por George Brown Tindall y David E. Shi, America. A Na-
rrative History, W. W. Norton & Company, Nueva York, 1993, p. 608.
51. «When Roosevelt goes to battíe», New York Herald, 20 de abril de
1898.
52. «Roosevelt Rough Riders will be the finest in the world», New York
Herald, 1 'de mayo de 1898. Véase también para la composición del regi­
miento y su significado, el propio relato de Theodore Roosevelt, The Rough
Riders, University of Nebraska Press, Lincoln y Londres, 1998, pp. 1-39, Re­
edición de la edición original de Challes Scribner’s Sons, Nueva York, 1898.
53. «Roosevelt and His Rough Riders Part», New York Herald, 14 de
septiembre de 1898.
. 54. Las dificultades de improvisar un Ejército se evidenciaron en los
Campamentos de Instrucción, donde la comida era incomible,, faltaban los re­
quisitos sanitarios mínimos y durante el verano se extendieron las fiebres ti­
foideas, cobrándose la vida de 532 soldados.
530 HISTOMÁ DE ESTADOS UNIDOS

55. Estaba integrada por 29 barcos de transporte y 6 de intendencia,


que transportaban 819 ofíciaiesv 16.058 soldados, 30 administradores civi­
les, 272 transportistas y embaladores, 107 estibadores, más de 100 periodis­
tas y observadores extranjeros, 959 caballos, L336 muías de carga, así como
toneladas de equipo, que iban desde la artillería pesada a los utensilios de
cocina.
56. Joseph Sm úh.TheSpam sh-A m erican W ar..,,p. 118.
57. La expresión es de Georgé Kennan, citada pór Joseph Smith, The
Spanish-American War..:, p. 128.
58. Citado por Joseph Smith, The Spanish-ÁmencaH 'W a r .. p. 195.
59. Así lo explicaba MéKínley a un grupo de metodistas; Citado pór
George Brown Tindall y David E, Shi, America .L, p. 601.
60. Waiter L. Williams, «United States Indián Policy and the Debate
over Philippine Anngxation: Impíicátíons for the Origins of American Im-
perialism», The Journml o f Americán History, vol. 66, n,° 4, marzo de 1980,
p. 813.
61. Roosevelt a Woícótt, 15 de septiembre de l900/eiTWí)r^ ofTheo-
dore Roosevelt, xiv, p. 372. Citado por Waiter L. Williams, «United States
Indian Policy...», p. 826.
62. Aunque las guerras indias habían acabado en las Grandes Llanuras
en diciembre de 1890 con la derrota de los lakotas en Woundés Knee, conti­
nuaron en los territorios de Arizona y Nuevo México contra los navajos y los
apaches hasta 1912.
63. Robert L. Beismer, Twelve Against Empire. The Anti-Impérialists,
1898-1900, McGraw-Hill Book Company, Nueva York, 1968, pp. x-xn.
64. Ibid., pp*. 225-228.
65. Lewis L. Gould, 77w Pre$idence:..,pp, 77-80.
66. Citado por Waiter Lafeber, The Panama Canal , Oxford University
Press, Nueva York, 1978. Recopilado por León Fink en M ajor problems in
the Gilded Age and the Progressive Era, D, C. Heath and Company , Lexing-
ton, 1993, p. 515,
67. El 24 de enero de 1903, el tratado de Hay-Herbert acordó que la
disputa fuera resuelta por un Tribuhállnternacional. Én octubre de 1903 es­
tableció que una línea alo largo de la costa y dos islas eh el canal de Portland
se otorgaran a Estados Unidos, mientras que los canadienses recibieron otras
dos, aunque pensaban que debían recibir cuatro.
68. John Milton Cooper, Jr., Pivotal Decades The United States 1900-
1920, W. W. Norton & Company, Nueva York, 1990, p. 52.
69. En 1903, los norteamericanos podían llegar a Panamá en barco de
vapor más rápido que los colombianos a caballo.
70. Waiter Lafeber, The Panama Canal..., en León Fink, M ajor pro­
blems..., pp. 516-514.
71. Ibid.,p 519-522.
NOTAS. CAPITULO 8 531

72. Paul Kennedy» Auge y caída de las grandes potencias, Globos, Ma­
drid, 1994, vol, Lp. 313.
73. Japón, tras la guerra con China entre 1894 y 1895, se había apode­
rado de Taiwan.
74. Leslie Betheil, ed., México, América Central y el Caribe, c. 1870-
1930, en Historia de América Latina, Crítica, Barcelona, 1992, vol. 9, pp. 205,
207-208.
75. Paul Kennedy, Auge y caída de las grandes potencias... vol. 1,
pp. 315-316.

C a p í t u l o s. M o n o p o li o s y r e p ú b l i c a . E l p r o g r e s is m o , 1900-1920

1. Véase una visión clásica del progresismo y su liderazgo en Richard


Hofstadter, The Age o f Reform. Frotn Bryan to FDR, Vintage Books, Nueva
York, 1955, pp. 131-164.: ,
2. Excepto en cuatro Estados del oeste *Wyoming, Idaho, Utah y Co­
lorado— en los que las mujeres ya tenían voto.
3. Para la participación femenina en el movimiento progresista, véase
Nancy Woloch, Wornen and the American Expérieñce. A Cóncise History,
Overture Books, Nueva York, pp. 168-199.
4. El objetivo no era, como en la cruzada antialcohólica de 1830-1840,
convencer de la abstinencia alcohólica a las personas, sino prohibirla manu­
factura y venta de alcohol en las ciudades, Estados y finalmente en la nación
con una Enmienda a la Constitución. Desde 1884 existía un Partido Prohibi­
cionista, que a principios del siglo xx consiguió el 2 por 100 dei voto popu­
lar en las elecciones presidenciales:
5. El movimiento prohibicionista logró atraer a los agricultores radica­
les del sur y el oeste al presentar a las destilerías y las cervecerías como una
expresión más del poder de los monopolios.
6. Para estos cambios en el periodismo, véase Richard Hofstadter, The.
Age of Reform..., pp. 186-198.
7. En La traición del Senado, el novelista David Grahám Phillips reve­
laba que los senadores estaban comprados por los grandes intereses econó­
micos. Para una síntesis del trabajo periodístico de los muckrakers, véase
John Milton Cooper, Jr., Pivotal Decades. The United States, 1900-1920, W.
W. Norton & Company, Nueva York, 1990, pp. 83-89.
8. Upton Sinclair, The Jungle, Penguin Books, Harmondsworth, 1985.
(Edición original estadounidense de Dóubleday, 1906.) (Hay traducción cas­
tellana: La jungla, Orbis, Barcelona, 1985.)
9. Richard L. McCormick, «Evaluating the Progressives», en León
Fink, ed., Majar Problems in the GildedAge and The Progressive Era, D. C.
Heath and Company, Lexington, 1993, pp. 317-318.
532 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

10. Richard L. McCormick, «The Discovery that Business Corrupts Po-


Htícs: A Reappraisal of the Origins of Progressivism», en The American His-
torical Review, vol. 86, 1981, pp. 260-265.
11. Ihid., pp. 268-269y 274.
12. Véase esta interpretación del capitalismo y liberalismo corporativo
como la construcción-de un nuevo consenso, en Martin J, Skiar, The Corpora-
te Reconstruction o f American Capitalism, 1890-1916, The Market, the Law
and the Politics, Cambridge University Press, Cambridge, 1988, pp. 1-15.
13. Jbid., pp. 168-169.
14. Ihid., pp. 352-355.
15. Ib id., pp. 428-430.
16. Stephen Skrowronek, Building A New American State. The Expan­
sión o f National Administrative Capacities, 1877-1920, Cambridge Univer­
sity Press, Nueva York, p. 10.
17. Ibid., pp. 19-31
18. Ibid, pp. 209-211.
19. Ibid, p. 208.
20. Richard L. McCormick, «Public Life in Industrial America», en Eric
Foner, ed., The New American History, Temple University Press, Filadelfia,
pp. 128-129. Véase la opinión sobre los problemas organizativos de los mo­
vimientos progresistas, en Richard Hofstadter, The Age o f Reform..., p. 271.
21. Para los datos sobre la actividad del gobernador Robert La Folíete
en Wisconsin, véase John Milton Cooper, Jr. Pivotal Decades. The United
States, 1900-1920, W. W. Norton & Company, Nueva York, 1990, pp. 91 y
93. Véase también Steven J. Rosenstone, Roy L, Behr y Edward H. Lazaras,
Third Parties^ in America. Citizen Respon.se. to M ajor Party F aihtre, Prince-
ton University Press, Princeton, New Jersey, 1984, pp. 95-97.
22.' Richard Hofstadter, The Age o f Reform..., pp. 155, 255 y 266,
23. Ibid., p, 232.
24. Eric Foner, The Story o f American Freedom, Picador, Londres,
1999, p. 154.
25. Se concretaban en pensiones para las madres que les permitían de­
dicarse a la crianza de los hijos y ser independientes al mismo tiempo, así
como en la prohibición del trabajo infantil, la regulación del horario de traba­
jo femenino y el salario mínimo femenino.
26. Eric Foner, The Story o f American Freedom..., pp. 158-161.
27. Ibid., p. 147.
28. Ibid., p. 148.
29. Ibid., p. 151.
30. Véase este análisis de los sectores sociales que participaron en el
nuevo consenso del capitalismo y liberalismo corporativo, así como la capa­
cidad de integración de la gran empresa, en Martin J. Sklar, The Corporate
Reconstruction o f American Capitalism..., pp. 22-30.
NOTAS. CAPÍTULO 8 533

31. Ibid., p. 30.


32. Para este enfoque sobre los trabajadores y la búsqueda de legalidad
dentro de la república, véase León Fink, «Labor, Liberty and tire Law: Trade
Unionism and the Problem of the American Constitudonaí Order», The Jour­
nal o f American History, vol. 74, n.° 3, diciembre de 1987, pp. 907-909.
. 33. George E. McNeill, «Declaration of Principies of the Kni.ghís\of La­
bor», en McNeill ed., Labor M ovement , pp. 488-489, Citado por León Fink,
«Labor, Liberty and the Law...», pp. 912-913.
34. León Fink, «Labor, Liberty and the Law...», pp. 914-918.
35. Para una síntesis panorámica de la estrategia de la AFL en estos
años y del sindicalismo en general, que evolucionó desde las tácticas conspi­
rad vas hasta la negociación colectiva, véase Cristopher L. Tomlins, The Sta­
te and the Unions. Labor Relations Law and the Organized ÍMbor Movement
in America, Cambridge University Press, Nueva York, 1985,^pp. 60-95,
36. Julie Greene, Puré and Simple Politics . The Americán Federation o f
Labor and Political Activism, 1881-1917 , Cambridge University Press, Nue­
va York, 1998, pp. 73-88.
37. Para la estrategia de «taller abierto», véase Julie Greene, Puré and
Simple Politics .... pp. 88-93.
38. Ibid., pp. 142-158.
39. Ibid,, pp. 248-259.
40. Eran 1/5 parte de lafuerza de trabajoen 1919.
41. A principios del siglo xx los inmigrantes del este y sur de Europa
eran ya el 90 por 100 de los mineros en las minas de antracita de Pensilvania
y 8 de cada 10 trabajadores en ciudades como Chicago, Milwaukee, Detroit,
Nueva York, San -Luis, Cleveland y San Francisco. Para una descripción ge­
neral de 1a clase obrera en la época progresista, véase Jacqueline Jones, A So­
cial History o f The Laboring Classes , Blackwell Publishers, Oxford, 1999,
pp. 145-171.
42. Melwyn Dubofsky, We Shall Be All, A History o f The Industrial
Workers ofThe World , Quadrangle Books, Chicago, 1969, p. 56. Éste es el li­
bro clásico sobre IWW, pero también es muy interesante por sus testimonios
orales el de Stewart Bird, Dan Gergakas, Deborah Shaffer, Solidarity Fore­
ver. An Oral History ofThe IWW, Lake View Press, Chicago, 1985.
■ 43. Mother Jones siguió apoyando a los huelguistas de todo el país has­
ta la década de 1920, poco antes de su muerte a los cíen años de edad en 1930.
Véase Mary Field Parton ed., The Autobiography o f Mother Jones, prólogo
de Clarence Darrow, introducción y bibliografía de Fred Thompson, Charles
H. Kerr & Company, Chicago, 1972, pp. in-xv.
44. Citado por Howard Zinn, A People's History o f the United States,
Hgrper Perennial, Nueva York, 1990, p. 322, (Hay traducción castellana: La
Otra Historia de Estados Unidos, Otras Voces, Hondarribia, 1997.)
45. Para una semblanza de Bill Haywood y su evolución, véase Joseph
534 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

R. Conlin, «William D. “Big Bill” Haywood: The Westeraer as Labor Radi­


cal», en Melvyn Dubofsky y Warren Van Tiñe, Labor Leaders In America,
University of Illinois Press, Urbana, 1987, pp. 111-132.
46. Imprescindible para el socialismo de Eugene V.Debs, véase la bio­
grafía de Nick Salvatóre, Eugene V. Debs, Citizen and Socialista University
of Illinois Press, Urbana y Chicago, 1982.
47. Ibid., p. 162/ ; ;
48. En esto el PSA no se diferenciaba del resto del socialismo nortea­
mericano. Aunque la exclusión inicial de los afroamericanos se eliminó años
después, siempre hubo pocos ciudadanos negros en el partido por temor a que
restara afiliados blancos en muchas zonas del sur y porque sé pensaba que la
cuestión racial, ai ser una parte mas de la opresión de clase, no merecía espe­
cial atención. En cuanto a las mujeres, para E. Debs su lugar estaba en el ho­
gar y solía resaltar la hombría en su concepto de ciudadanía.
49. Entre las plataformas progresistas, destacaría el éxito de La liga In­
dependiente {The Independen! League), del magnate periodístico Randolph
Hearst en Nueva York', Toledo, Cleveland y Chicago.
50. Véase Nick Salvatóre, Eugene V. Debs.,., pp. 270-271.
51. C. Vann Woodward, The Strange Career ofJimCrow, Oxford Uni­
versity Press, Nueva York, 1974, pp, 83-85.
52. Ibid, pp. 97-109.
53. Ibid., p. 69.
54. Ibid, pp. 77-82.
55. Compartía esta política el político progresista James K, Vardaman,
elegido gobernador de Mississippi en 1903.
56. C. Vann Woodward, The Strange Career-..., p. 93.
■' 57. En el sur, el 90 por 100 de las víctimas de los linchamientos eran
negros y los Estados en los que hubo un mayor número fueron Mississippi y ;
Georgia. La gran mayoría de los hinchamientos que se realizaron contra
blancos tuvo lugar en el oeste, a menudo en relación con huelgas o conflictos
laborales. El año 1915 fue también el de mayor número de linchamientos de
hombres blancos, ascendiendo la cifra a 46.
58. Para la violencia contra los negros, véase J. Milton Cooper, Jr., Pi­
votal Decades..., pp. 73-74, Véase también Edward L, Ayers, Southern Cros­
sing..., pp. 105-110.
59. Para entender sus puntos de vista, véase su autobiografía: Booker T.
Washington, Up from Slavery, Oxford University Press, Nueva York, 1995.
(edición original de 1901.)
60. El libro clásico en donde expresaba sus puntos de vista es: The Souls
of Black Folk, Bantam Books, Nueva York, 1989. (Primera edición de 1903.)
NOTAS. CAPÍTULO 9 535

C a p í t u l o 9. « D ip lo m a c ia m is io n e r a » , g u e r r a e n E u r o p a
E INTERVENCIONISMO ESTATAL, 1912-1920

1. Desde la guerra civil, sólo un presidente demócrata, Grover Cleve­


land, había alcanzado la Casa Blanca en dos ocasiones, de 1884 a 1889 y de
1892 a 1896; pero únicamente durante dos años en su segundo mandato —de
1893 a 1895— el Partido Demócrata controló, además de la Presidencia, am­
bas Cámaras.
2. Wilson comentó a su amigo E. G. Conclin antes de ir a Washington
que «sería una ironía deí destino si mi Administración tiene que tratar princi­
palmente con asuntos exteriores». Citado por Ray Stannard Baker, Woodrow
Wilson: Ufe and Letters , Garden City, Nueva York, 1927-1939. vol. IV, p, 55.
Citado a su vez por Arihur $. Link, Woodrow Wilson and the Progressive
Era, Harper & Ró^v Publishers, Nueva York, 1963, p. 81.
3. Ante está agresión, Ik Administración Wilson tardó mucho en tomar
una posición a favor de la independencia de China.
4. Arthur S. Link, Woodrow Wilson and the Progressive Era..,, pp.
96-97.
5. H. Moetink, «La República Dominicana/ c. 18704930», en Leslie
Bethell, ed.. Historia de América la tin a , Crítica, Barcelona, 1992, vol. 9, pp.
259-270. -
6. David Nicholls, «Haití, c. 1870-1930», en Leslie Bethell, ed., Histo­
ria de América Latina, vol. 9, pp. 275-285.
7. Para ios términos del tratado, véase Arthur S. Link, Wodrow Wilson
and the Progresive Era, p. 102.
8. Además-, Porfirio Díaz apoyo ál gobierno nacionaHstá mcaragüense;
de José Santos Zelaya, al que Estados Unidos ayudó a derribar, y canceló una
concesión para la explotación de carbón en la baja California, que e l gobier­
no mexicano había acordado previamente con la Marina norteamericana.
9. El presidente Taft en marzo de 1911 movilizó a 20.000 hombres a lo
largo de la frontera y envió barcos de guerra a los puertos mexicanos, en apo­
yo de Francisco Madero.
10. Friedrich Katz, «México: la restauración de la República y el Porfí-
riato», en Leslie Bethell, ed,, Historia de América Latina, vol. 9, pp. 16-77.
11. John Womack, Jr., «La Revolución mexicana, 1910-1920», en Les­
lie Bethell, ed„ Historia de América Latina, vol. 9, pp. 77-114,
12. Para los graves incidentes entre México y Estados Unidos dei año 1916,
véase Arthur S. Link, Wodrow Wilson and the Progresive Era.,,, pp. 136-146.
13. George Brown Tindall y David E. Shi, America, A Narrative His­
tory, W . W. Norton & Company, Nueva York, pp. 649-650.
14. En agosto de 1914, el Departamento de Estado señaló que cualquier
crédito a una nación beligerante era una violación del espíritu de neutralidad,
536 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

pero un mes después ya permitió créditos a los beligerantes, y en cuanto W.


J. Bryan abandonó la Secretaría de'Estado en junio de 1915, suprimió toda
restricción de crédito a ios aliados.
15. Tras el Lusitania, los alemanes hundieron el Arabic en agosto de
1915 y después hubo seis meses de tranquilidad, hasta que en marzo de 1916
los submarinos alemanés torpedearon el vapor Sussex, provocando la amena­
za de Wilson de romper las relaciones diplomáticas. Berlín prometió no tor­
pedear sin aviso ningún barco mercante y mantuvo buenas relaciones con Es­
tados Unidos durante el verano y otoño de 1916.
16. Ronald Schaffer, America in the Great War, The Rise o f the War
Welfare State, Oxford University Press, Nueva York, 1991, pp. 3-11.
17. Ésta es la tesis de Cecilia Elizabeth O’Leary en To Die For. The Pa­
radox o f American Patriotism , Princeton University Press, Princeton, 1999,
pp. 220-222.
18. Ronald Schaffer, America in the Great War..., pp. 13-18,
19. Cecilia E. O’Leary, To Die F or...- pp. 236-242.
20. Ronald Schaffer, America in the Great War.,., pp. 31-34,
21. Ibid,, p. 34:
22. Para el control económico del Estado, véase Barry D. Karl, The
Uneasy State: The United States from 1915 to 1945, University of Chicago
Press, Chicago, 1983, pp. 34-49. Reproducido en León Fink, Major Problems
in the Gilded Age and the Progressive Era, D, C. Heath and Company, Le-
xington, i 993, pp. 542-551. Véase también Ronald Schaffer, America in the
Great War..., pp. 34-63.
23. Ronald Schaffer, America in the Great War..., pp. 31-46.
24. Ibid., pp.5S-60.
25. La Ley Fiscal de Guerra del 4 de octubre de 1917 autorizó un im­
puesto sobre iaTenta’gradual, que comenzó con un 4 por 100 en ingresos de
más de mil dólares, aumentó los impuestos de las grandes empresas e institu­
yó un impuesto de exceso de ganancias sobre los beneficios personales y de
las grandes empresas.
26. Ibid., pp. 39-40. ■
27. Una mayor disponibilidad de material bélico hubiera requerido años
previos de preparación y un entramado militar-industrial que hubiera,supues­
to más impuestos y menos bienes para los civiles.
28. A pesar de los buenos resultados económicos, nadie pensó que la
intervención gubernamental se mantendría tras la situación excepcional de
guerra, de forma que todos los Ejecutivos que colaboraron con la econo­
mía dirigida, debieron pagarse el billete de regreso a casa cuando la guerra
finalizó.
29. Ronald Schaffer, America in the Great War..., pp. 175-177.
30. Ibid., pp. 182-188.
31. Ibid., p. 177.
NOTAS. CAPÍTULO 9 537

32. En 1918, 1.553 soldados fueron acusados de deserción, 24 de los


cuales fueron sentenciados a muerte, aunque no se ejecutó ninguna sentencia.
Ronald Schaffer, America in the Great W a r p. 167.
33. La estimación es del general Hunter Ligget, comandante en jefe del
primer Ejército estadounidense.
34. Véanse estos y otros datos sobre las enfermedades mentales causadas
por la guerra, en Ronald Schaffer, America in the Great War..., pp. 199-212.
35. Ya en la década de 1880 Wilson se refirió a los negros como una
raza inferior y dudaba de que se les debiera dejar votar. Cuando fue rector de
la Universidad de Princeton, llevó a cabo una política de exclusión de estu­
diantes negros, y tras ser elegido presidente en 1912, nombró como secreta­
rio de Estado a Robert S. Lansing, quien pensaba que los negros eran incapa­
ces del autogobierno.
. , 36. Citado por Ronald Schaffer &n America in the Great War..., p, 77.
37. Él incidente más grave se produjo en Houston, en agosto de 1917,
donde en respuesta a la paliza propinada a una mujer negra por un policía
blanco, cientos de soldados negros del 24 regimiento de Caballería asaltaron
el Cuartel de Policía de Houston y mataron a 15 blancos o «hispánicos». Tras
los hechos, 64 soldados fueron juzgados y 29 fueron condenados a muerte, de
los cuales 19 fueron ahorcados.
38. El 90 por 100 de la tropa negra se confinó a puestos de servicio.
39. Suponía el 1 por 100 de los oficiales en un Ejército con un 12 por
100 de soldados negros.
40. Ronald Schaffer, America in the Great War..., pp. 81-82.
41. ibid,, pp. 90-95,
42. Arthur S. Link, «Wilson and-the War for Demqcraey», en León
Fink, M ajor Prohlems in the Gilded Age and the Progressive Era, D. C.
Heath and Company, Lexmgton, pp. 552-555.
43. Estados Unidos sabía que Alemania no podía pagar, y como lidera­
ba la Comisión de Reparaciones, pudo renegociarlas de forma más realista en
1924 con el Plan Dawes y, en 1929, con el Plan Young. En 1932, las poten­
cias europeas reunidas en Lausana redujeron las obligaciones alemanas a 700
millones de dólares y reconocieron tácitamente que la deuda nunca podría ser
pagada.
44. Arthur S. Link, frente a la opinión muy extendida que considera la
paz de París como el germen de la futura guerra, cree que el nuevo orden in­
ternacional se quebró sobre todo por el efecto devastador de la crisis del 29,
que debilitó la resistencia del imperio británico y Estados Unidos a la expan­
sión japonesa en Manchuria y explica la tibieza con que Francia y el Reino
Unido negociaron con Hitler, ai que creían poder utilizar como contrapeso
frente a los soviéticos. Véase Arthur S. Link, «Wilson and the War for Demo-
cracy», en León Fink, Major Prohlems in the Gilded Age and the Progressive
Era, D. C. Heath and Company, Lexington, 1993, pp. 563-564.
538 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

45. David J. Goláh&rg, Discontenied America. The United States in the


1920s, The Johns Hopkins University Press, Baltimore, pp. 20-21.
46. Ibid., pp. 23-26.
47. Ibid., pp, 66-71,
48. Mike Davís erifa&Ea la derrota en la industria del acero como mi ele­
mento esencial para la ofensiva empresarial de la década de 1920, la retrac­
ción de los «nuevos inmigrantes» de sus sindicatos y la vuelta al refugio de
sus comunidades étnicas hasta el New Deal, Mike Davís, Prisoners o f the
American Dream, Verso, Londres, 1986, p. 50.
49. Para la «amenaza roja», véase M. J. Heale, Am enean Anticomimism,
Combating the Enemy Within, 1830-1970, The Johns Hopkins University
Press, Baltimore, pp. 60-78.
50. William M. Tuttle, Jr,, Race Riot, Chicago in the Red Summer o f
1919, Atheneum, Nueva/York, 1977, pp. 33-66. ,
51. De 27.000 a 70.000 trabajadores,
52. William M. Tuttle, Jr., Race Riot. Chicago in..,, pp. 112^ 151-142,
53. Ibid., pp. 184-207.
54. Ibid., pp. 181-183.
55. Como señalara un veterano afroamericano: «Yo he hecho mi parte
y voy a luchar aquí hasta que Tío Sam haga la suya. Puedo disparar tan bien
como cualquiera, pero si alguien se cruza en mi camino no voy a evitarlo».
400.000 afroamericanos sirvieron en el Ejército, 200.000 fueron enviados a
Francia y 42.000 entraron en combate.
56. William M. Tuttle, Jr., Race Riot . Chicago in The Red Summer...,
pp. 208-222.

C a p í t u l o 10. P r o s p e r i d a d y c o n s e r v a d u r i s m o b n l a d é c a d a d é 1920

1. Para el ascenso dé los répúblicáhos en las eléécionés dé 192Ó y i9 2 4 ,:


véase David J. Goldberg, Discontented America. The United States in the
1920s, The Johns Hopkins Üniversity Press, 1999, Baltimore y Londres,
pp. 44-46, 60-65.
2. • Millard L. Gieskfe, Minnesota Farmer-Laborism. The Third-party Al-
ternative , University of Minnesota Press, Minneapolis, 1979, pp. 10-14, 17-
18,53-62. '
3. Alan Blinkey destaca los aspectos del progresismo que se mantuvie­
ron en la década de 1920 y el poder político que siguieron teniendo los pro­
gresistas en el Congreso y en gobiernos estatales y locales; Herbert Hoover
fue el representante del progresismo en la Administración presidencial. Véase
Alan Brinkley, «Prosperity, Depression and War, 1920-1945», en Eric Foner,
ed., The New American History, Temple University Press, Filadelfia, 1997,
pp. 142-143.
NOTAS; CAPÍTULO 10 539

4. Los aranceles se elevaron en la industria química y de procesamien­


to de metales para evitar la competencia alemana. También se elevaron los
aranceles a las importaciones agrícolas para aliviar la grave crisis agrícola
posbélica.
5. David G. Goldberg, Disconteniéd América..., pp. 57-58.
ó. En algunos centros industriales, la crisis alcanzó proporciones catas­
tróficas, como en Lawrence, centró textil de Massachusetts, donde la gran
empresa American Woolen Company cerró todas sus fábricas durante dos
meses y las reabrió con la condición de trabajar cuatro días por semana- En
Akron, Ohio, casi 50.000 parados abandonaron la ciudad.
7. Selig Perlman,A Theory o fih e Labor Movement, 1928, reeditado en
Nueva York, por Augustus M. Kelley Publishers, 1970, pp. 209-210.
8. Esta opinión es defendida, éntre otros, por el historiador radical Da­
vid Brody. Véase «The Eise and Decline of Welfare Capitalism», en Workers
in Industrial America. Essays on the 20th Century Struggle, Oxford Univer­
sity Press, Nueva York, 1980, pp. 49-54.
9. Ibid., pp. 54-55.
10. Ibid., pp. 62-64.
IL Irving Bemstein, The Lean Years. /I History o f ihe American Wor-
ker, 1920-1933, Da Capo Paperback, Nueva York, 1960, pp. 47-49.
12. Louis Adamic, My America, Harper and Brother Publishers, Nueva
York, 1938, pp. 263-275.
13. En la propia Nueva Inglaterra, el Estado de Rhode ísland permitía
extender la jomada laboral a 54 horas a la semana y el de Connecticut, a 55
horas.
14. Para una síntesis de los límites de la prosperidad, véase F. Stricker,
«Affiuence ,fí)r Whooi? Another Look at Prosperity and The Working Clas-
ses in the 1920s», en Labor History, vol 24, 1983, pp. 8-9.
15. Entre ellos se encontraba el australiano Hugh Grant Adam, que en
su libro An Australian Looks at América, Londres, 1928, recoge el informe
de la Comisión Australiana de Empresarios y Sindicalistas, que en 1926 re­
corrió Estados Unidos para examinar las causas del éxito industrial nortea­
mericano.
16. Citado por David Brodv, Workers in Industrial America..., pp.
64-65.
17. Para la relación entré sindicatos y crimen organizado, véase Louis
Adamic, Dynamite. A Century ofC lass Vioíence in America, 1830-1930. Edi­
ciones originales de 1931 y 1.934, reeditado por Rebel Press, Londres, 1984,
pp: 186-193.
18. Irving Bemstein, The Lean Years..., pp. 97-108.
19. Irving Bemstein, The Lean Years..., pp. 81, 104.
20. Selig Perlman, A Theory o f The Labor M o v e m e n t pp. 154-169.
21. John Spargo, «Why I Am No longer A Socialist», Nation ’s Business
540 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

17 (marzo de 1929), pp. 29-31, 168. Citado por D. Brody, Workers in Indus­
trial America..., p. 62.
22. Para la transformación de la mili tanda del PSA, véase John H. Las­
lett, «Reluctant Proletarians», pruebas de imprenta consultadas por gentileza
del autor, Los Angeles, ejemplar inédito, 1984, p. 103.
23. La expresión y la idea es también de John Laslett, «Reluctant Prole­
tarians...», p. 109.
24. J. Laslett señalaba que este sentimiento antiextr3njero estaba ali­
mentado por el hecho de que ningún país beligerante tenía tal cantidad de teó­
ricos enemigos viviendo en su territorio, ni ningún país de Europa occidental
tenía tal cantidad de inmigrantes rusos y de Europa oriental, que se suponía
que apoyaban las ideas revolucionarías. Véase «Reluctant.,.», p, 112. La opi­
nión de la reacción conservadora como básicamente antiextranjera y proame­
ricana es compartida por M. J. Heale, American Anticomunism. Comhating
th'eenemy within, 1830-1970 , The Johns Hopkins"University Press, Baltimo­
re, 1990, p. 80.
25. Entre ellas destacaban las asociaciones locales'y estatales del «ta­
ller abierto», ia Asociación Nacional de Fabricantes (NAM), The Better
American Federation -—fundada por empresarios de California— y la M i­
nute M en fo r The Constitution -—organizada por el banquero de Illinois y
futuro vicepresidente Charles G. Dawes— que distribuía propaganda, pro­
porcionaba oradores, movilizaba votantes, patrocinaba gobiernos en interés
del «americanismo 100 por 100» y mantenía vivo el lenguaje de «la ame­
naza roja».
26. Se aprobaron leyes contra la enseñanza de la teoría de la evolución
en las escuelas en algunos Estados 'del sur y en Tennessee se celebró en julio;
de 1925 el famoso juicio del mono contra nn profesor de instituto, John^T.
Scopes, acusado de vulnerar una de estas leyes. El caso alcanzó resonancia
nacional, porque la Asociación de Libertades Civiles Americanas respaldó la
defensa del acusado y actuó como fiscal el líder demócrata populista William
Jenning Bryan. Aunque Scopes fue declarado culpable, el Tribunal Supremo
de Tennessee no ratificó la multa de 1,000 dólares impuesta al detenido y
aconsejó no prolongar el juicio.
27. Esta es la opinión de Paul Avrich, Sacco and Vanzetti, the Anarchist
Background , Princeton University Press, Princeton, 1991, pp. 3-6.
28. Como Sacco decía, Estados Unidos era el país «que siempre estaba
en sus sueños». Citado por Paul Avrich, Sacco and Vanzetti p íO.
29. Paul Avrich, Sacco and Vanzetti..., pp. 45-56, 57.
30. La expresión, así como las precisiones sobre la dt portación, son
también de Paul Avrich, Sacco and Vanzetti, pp. 122-136.
31. Citado por Hlliot Robert Barkan, And Still They Come, hnmigrants
and American Society I920s to the 1990s, Harían Davidson, Inc., Wheeling,
1996, p. 11.
NOTAS. CAPITULO 10 541

32. La ley perjudicaba claramente a los italianos, cuyo promedio de in­


migración era de 158.000 inmigrantes al año y se les dio una cuota anual de
5.802; así como a los griegos, que emigraban unos 17.600 al año y se Ies dio
una cuota anual de 307.
33. Entre 1899 y 1953, 1/3 de todos los inmigrantes europeos volvían a
sus países. Para la importancia del factor reemigratorio y. sus cambios, véase
Dick Hoerder, «Immigration and the Working Class; The Remigration fac­
tor», International Labor and Working Class History, 21, primavera de 1982,
pp. 28-41.
34. En las elecciones de 1936 se registraron 6 nuevos millones de vo­
tantes, de los que 5/6 apoyaron a F. D. Roosevelt. Entre ellos, estaban todas
las minorías étnicas, incluso los noruegos y suecos, que abandonaron su tra­
dicional apoyo a los republicanos para votar al presidente.
35. Véase, para estos contrastes culturales, Thomas R. Pegran, Battling
¿Demon Rúm. The Strugglefor a Dry America, 1800-193$;Ivart R. Dee, Chi­
cago, 1998.
36. Para la relación entre el saloon y las cerveceras, véase Thomas R,
Pegram, Battling Demon Rum .,.,pp. 92-104.
37. Ibid,t pp. 101-104.
38. Tras la decadencia del Partido Prohibicionista y la Women’s Chris-
tian Temperante Union desde la última década del siglo XIX.
39. En general los éxitos en las Legislaturas de los Estados fructifica­
ron cuando los partidos vieron que la ASLA podía decidir quién ganaba las
elecciones.
40. Para la información sobre la estructura y estrategia de la ASLA,
véase;1Austin JCefivOrganizMÍfor Pmhihition. A New Histom o f the-Anti-Sa~
loon Le agüe, Yale University Press, New Haven, 1985, pp. 1-11 y 115-130.
41. Teoría que los cerveceros alimentaron al hacer donaciones a 1a
Alianza Germano-Americana, constituida tinos años antes para luchar contra
la prohibición.
42. Extracto de un discurso del secretario de Guerra Newton D. Baker
en 1917, en Ronald Schaffer, America in the Great War. The Rise ofthe Wel-
fare State, Oxford University Press, Nueva York, 1991, p. 100.
43. La cerveza se salvó temporalmente, pero la ley dio poder al presi­
dente para rebajar el contenido de alcohol en la cerveza y reducir drástica­
mente la adjudicación de grano para su elaboración, lo que hizo a partir de di­
ciembre de 1917.
44. En 1927, cuando la Oficina de la Prohibición se independizó del
Departamento del Tesoro y convirtió a sus agentes en funcionarios, sólo el 40
por 100 de los agentes aprobaron el primer examen bajo la nueva normativa.
45. Edward Behr, Prohibition, The 13 years that changed America,
Penguin Books, Hermordsworth, 1997, p. 150.
46. Thomas R, Pegram, Battling Demon R u m p. 168.
542 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

47. Hacer cumplir la prohibición era uno de los puntos programáticos


del Klan, que gracias a ello se convirtió en la fuerza política dominante en los
Estados de Oregón, Colorado e Indiana. Véase Nancy MacLean, Behind The
Mask ofChivalry, The Making of the Second Ku Klux Klan, Oxford Univer-
sity Press, Nueva York, 1991, p. 16.
48. El escándalo sáljó a la luz cuando Jess Smith se suicidó en 1923.
49. Edward Behr^Prohibition.,., pp. 109-123.
50. Ibid., pp. 66-69.
51. Para la relación entre la mafia y la política durante ia prohibición,
véase Humbert S. Nelli, The Business ofCrime. Italians and Syndicate Cri~
me in the United States, The Chicago University:Press,» Chicago, 1976,
pp. 142-178.
52. Para la historia de la relación entre Bill Thompson y Chicago, véa­
se Edward Behr, Prohihition..., pp. 177-194.
53. Citado por Andrew Sinclair en el prólogo a F, D. Pasley, Al Capo­
ne, Alianza Editorial, Madrid, p. 9.
54. Thomas R. Pegram, Battling DemonRum...,p, 180.
55. La mitad de las estudiantes universitarias confesaba en 1930 haber
tenido relaciones sexuales con sus futuros maridos.
56. Éste es precisamente el argumento, con el que el líder negro W. E.
B. Du Bois acaba su famoso libro, The Souls o f Black Folk (1903), Bantam
Books, Nueva York, 1989.
57. Entre 1920 y 1930, 118.792 blancos dejaron Hariem y llegaron
87.417 negros. Véase Ann Douglas, Terrible Honesty. Mongrel Manhattan in
the 1920s, Papermac, Londres, 1997, pp. 310-312.
58. Véase la impotencia política del voto neg»o,resumida ea Ann Dou­
glas, Terrible Honesty^pp. 318-320. '
59. A diferencia de las minorías étnicas europeas, los políticos negros
no ganaron poder en el aparato político de los partidos en Nueva York y otras
grandes ciudades, de forma que los votos negros no se traducían en empleos,
servicios sociales y promoción para la minoría negra.
60. Este ambiente.de colaboración pacífica éntre razas y reivindicación
cultural no sectaria ~—pue$:tenía en cuenta las aportaciones blanco-europeas
a la cultura negra -—acabd bruscamente en marzo de 1935, cuando miles de
afroamericanos protestaron por el ataque policial al joven puertorriqueño
Lino Rivera, destruyendo dos millones de dólares en propiedad blanca.

C a p ítu lo 11. L a c r is i s d e l 29, Frankun D. R o o s e v e l t y e l N e w D e a l

1. Citado por John K. Galbraith, El crac del 29, Ariel, Barcelona, 1985,
p. 31.
2. Citado por John K. Galbraith,--El crac del 29..., p. 44.
NOTAS. CAPÍTULO 11 543

3. John K. Galhraith, El crac del 29.,., pp. 55-56.


4. Para la rapidez con que se extendió la caída de precios tras el crac,
véase Charles P. Kindleberger, La crisis económica, Crítica, Barcelona,
1985, pp. 136-146,
5. Según Charles P. Kindleberger, la crisis del 29 fue tan profunda por
un problema de liderazgo internacional para estabilizar el sistema económi­
co, por la incapacidad británica y la falta de voluntad de Estados Unidos. En
La crisis económica, J929-1939..., pp. 340-342.
6. Véase una buena síntesis de las causas de la depresión económica in­
ternacional en Jordi Palafox, ¿Atraso económico y democracia, Crítica, Bar­
celona, 1991, pp. 128-148.
7. Ésta es la tesis de Michael A, Bemstein, «Why The Great Depression
Was Great: Toward a New Understanding of the Internar Economic Crisis in
the United States», en Steve Fraser y Garv Gerstle, The. Rise and Fall ofThe
New Deal Order, 1930-1980, Princeton University Press, Princeton, 1989,
pp. 34-35. ' ",
8. Esta semblanza más compleja de Hertbert Hoover, revisada en los úl­
timos años, es analizada, entre otros, por Anthony J. Badger, The New Deal
The Depression years, 1933-1940, The Noonday Press, Nueva York, 1989,
pp. .41-42- ■■■
9. En Nueva York, la Temporary Emergency Relief Admimstration
(TERA) empleaba a parados en obras públicas, financiada por un incremento
de impuestos de 20 millones de dólares.
10. Una buena síntesis biográfica de Roosevelt es la Michael Simpson,
Franklin D. Roosevelt, Basil Blackwell, Oxford, 1989, pp, 1-22, Véase tam­
bién, entre las muchas biografías de F. D. Roosevelt existentes, Ted Morgan,
FDR. A Biografy , Touchstpne Book,.Nueva York, 1985..
11. La expresión, sacada dé una de las cartas a Francis Perkins, con fe­
cha del 29 de marzo de 1935, da título también al libro de cartas enviadas al
presidente y a la ministra de Trabajo, editadas y seleccionadas por Gerald
Markowitz y David Rosner, «Slaves o f The Depression». Workers Letters
About Life On The Job», Corneil University Press, Ithaca y Londres, 1987. En
la introducción, los editores destacan no solamente la extensión del de­
sempleo, sino la tremenda precariedad laboral de ios que aún tenían trabajo.
12. Este énfasis sobre la libertad ligada a la seguridad es resaltado por
Eric Foner en The Stoty o f American Freedom, Picador, Nueva York, 1998,
pp. 197-198.
13. Para el esquema de los primeros cien días, se ha seguido una de las sín­
tesis fundamentales del New Deal: Wüliam E. Leuchtenburg, Franklin D. Roo­
sevelt and The New Deal, Harper Torchbooks, Nueva York, 1963, pp. 41-62.
14. John Steinbeck, Las uvas de la ira, edición de Juan José Coy, Cáte­
dra, Madrid, 1992.
15. Véase un análisis exhaustivo de la política agraria de Roosevelt y su
544 h is t o r ia d e e s t a d o s u n id o s

repercusión en España en Antonia Sagredo Santos, Franklin D. Roosevelt y


la problemática agraria: su eco en la prensa española, 1932-1936, tesis doc­
toral dirigida por la doctora Sylvia L. Hilton, Universidad Complutense, Ma­
drid, 2000.
16. Pasaron de 2 billones de dólares en 1932 a 4,6 en 1939.
17. Véase lá muy bien analizada aplicación de la política agraria en
Anthony J. Badger, The New Deai. The Depression Years, 1933-1940, The
Noonday Press, Nueva York, 1989, pp. 147-190.
18. La forma en que se aplicó la Ley de Adaptación Agrícola en el sur
mostraba el enorme poder de los demócratas del sur dentro del partido y su
capacidad para hipotecar esta y otras reformas que pudieran beneficiar a la
minoría negra.
19. Véase el libro esencial para la actividad huelguística en los valles
centrales de California, la condición de los trabajadores inmigrantes y ía re­
presión empresarial y estatal en Devra Weber, Darle Sweat, Whíte Gold. Ca­
lifornia Farm Workers, Cotton and The New De al, University of California
Press, Berkeley, 1994, pp. 79-111.
20. Anthony J. Badger, The New Deai..., pp. 88-94,
21. Ésta es la tesis de Mel Jacobs, «"‘Democracy’s Third Estate”: New
Deal Politics and the Construction of a “Consumíng Public”», International
Labor and Working -Class History, 55, primavera de 1999, p, 29.
22. Steve Fraser, «The Labor Question», en Steve Fraser y Gary Gers-
Ue. The Rise and Fall ofThe New Deal Order, 1930-1980..., pp. 59-62.
23. Creado en noviembre de 1933 para dar empleo y ayudas a los de­
sempleados de aquel invierno,
24.. La expresión es, de John J. Raskob, alto ejecutivo de Du Pont y an­
tiguo presidente del Partido Demócrata. The New York Times, 21 de diciem­
bre de 1934, Citado'por William E. Léuchtenburg, Franklin D. Roosevelt" and
the New Deal..., p. 92.
25. Esta es la tesis fundamental de Alan Brinkley en Voic.es o f Protest,
Buey Long, Father Coughlin and the Great Depression , Vintage Book, Nue­
va York» 1983, p. XI.
26. Ibid., p. 193.
27. William E. Leuchtenbnrg, Franklin D. Roosevelt and the New
Deal..., pp. 103-106.
28. Anthony J, Badger, The New Deal..., p. 93,
29. Ibid., pp. 215-227.
30. Para el significado de la ley, dentro de la política de negociación co­
lectiva del New Deal, véase Christopher L. Tomlins, The State and The
Unions. Labor Relations, Law and the Organized Labor Movement in Ameri­
ca, 1880-1960, Cambridge University Press, Cambridge, 1985, pp, 132-147,
31. La opinion es de William E. Leuchtenbnrg, Franklin D. Roosevelt
and the New Deal..., p. 132.
NOTAS. CAPÍTULO i 1 545

32. Para las limitaciones-de la Ley dé Seguridad Social, véase Anthony


J. Badger, 77i<? New Deal..., p. 232.
33. Para el papel determinante de John Lewis en la constitución deí CIO,
véase Melvyn Dubofsky y Warren van Tiné, «John L. Lewis y the Triumph of
Mass-Production Umonism», en Melvyn Dubofsky y Warren van Tiñe, Labor
Leaders in Americal, University of Illinois Press, Urbana, ,1987, pp. 185-204.
34. Rhonda F, Levine, Class Slruggle and the New Deal Industrial La­
bor, Industrial Capital And The State, University Press of Kansas, Lawrence,
1988, pp. 137-144. Véase, también, como testimonio de uno de los protago­
nistas en la constitución del CIO, Art Preis, Twenty Years ofthe CIO. Labor's
Giant Step, Pathfmder Press, Nueva York, 1972, pp. 34-44.
35. Véanse estas palabras del líder comunista Eari Browder, así como la
información sobre la evolución del CPUSA durante la depresión, en Fraser
M. Ottanelli, The Communist Party ofThe United States. From The Depres-
\ siónTo World War II, Rutgers University Press, New Brunswick, pp. 72-73.
Véase también para el Partido Comunista durante la depresión, Harvey Klehr,
The Fleyday of American Comumsm. The Depression Decade, Basic Book,
Nueva York, 1984.
36. Véase un análisis detallado del nuevo realineamiento electoral en
Anthony J. Badger, The New Deal,.., pp. 245-271,
37. Véase todos los aspectos relativos al intento de reforma def Tribu­
nal Supremo por Roosevelt, así como a la «revolución constitucional de
1937» y la llamada segunda Declaración de derechos, en Wüliam E. Leuch-
tenburg, The Supreme Court Reborn. The Constitutional Revolution in the
Age o f Roosevelt, Oxford University Press, Nueva York, 1995, pp. 215-251.
. \ .38. Esta tendencia se afirmó a partir de 1941, cuando la retirada de
..cuatro magistrados conservadores del Tribunal Supremo', y después de
Charles Hughes, permitió a Roosevelt sustituirlos por jueces partidarios del
New Deal.
39. Newsweek, 25 de ipayo de 1987. p. 66. Citado por Wüliam E.
Leuchtenburg* The Supreme Court Reborn..., p, 258.
40. Una monografía completa sobre el conflicto de Flint es Sidney Fine,
Sit~Down. The General Motors Strike o f1936-1937, Ann Árbor, The Univer­
sity of Michigan Press. 1969. Un buen reportaje sobre la atmósfera de temor
que las ocupaciones de 1937 produjeron entre los empresarios, se encuentra
en el número de noviembre de 1937 de la revista Fortune, bajo el título «The
Industrial War».
41. Fraser. M. Ottanelli, The Communist Party ofThe United States...,
pp. 111-135.
42. También tras celebrar referéndums, los cultivadores de algodón y
■tabaco negro se comprometieron a reducir la producción. Pero en cosechas
como el algodón, a pesar de los subsidios, la producción fue en 1938-1939
tres millones de balas superior a la de 1932.
546 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

43. En 1943, todos los programas de ayuda habían sido rebajados, pero
en plena guerra mundial, Roosevelt los intercambió por el gasto que suponía
la intervención de Estados Unidos en la guerra.
44. En 1941, el desempleo había descendido a seis millones, pero no de­
sapareció hasta 1943, cuando hacía más de un año que el país estaba movili­
zado en el esfuerzo bélico.

C a p í t u l o 12, L a g r a n t r a n s f o r m a c i ó n : g u e r r a , p r o s p e r i d a d
e im p e rio m u n d i a l , 1939-1945

1. Los compromisos se alcanzaron, respectivamente, en tres tratados: el


tratado de las Cinco Potencias Navales, el tratado dé las Cuatro Potencias y
el tratado de las Nueve Potencias.
2. Thomas G. Paterson, ed., Majorproblems in American Foreign Po-
licy, D. C. Heath and Company, Massachusetts, 1984, vol. II, p , 117. •, .
3. Desde 1929 el Comintern estaba tratando de intervenir en México,
Argentina y Uruguay, e intervino en 1932 en la rebelión de Farabundo Martí
en El Salvador, en los levantamientos campesinos del sur de Chile y en la re­
vuelta de Luis Carlos Prestes en Brasil en 1935. Véase Héctor Cárdenas, His­
toria de las relaciones entre México y Rusia, F. C. E.t México D.F., 1993, pp.
191-193.
4. Douglas Little, Malevolent Neutrality, Comell University Press,
Ithaca, 1985, pp. 19-20.
5. Ésta es la tesis de Robert Dallek, Franklin D. Roosevelt and Ameri­
can Foreign PolicyfJ 9^32-¡945, Oxford University Pr^ss, Nuev& York, 19.81, ,
pp. 3-34. ' ' ■
6. Ese mismo año, el Congreso aprobó la Lev Tydings-McDuffie, por ia
que las Filipinas obtenían una promesa de independencia en 1946. .
7. Ésta es la tesis de Stephen E. Ambrose, Rise to Globalism, American
Foreign Policy since 1938, Penguin Books, Harmondsworth, 1988, pp. 2-3.
8. Para conocer toda la trastienda relativa al tercer mandato de F. D. Ro­
osevelt, véase Ted Morgan, FDR.A Biography, Simón and Schuster, Nueva'
York, 1985, pp. 520-529. ' ,
9. Wendell L. Wiilkife era un republicano moderado y antiguo demócra­
ta, que no se oponía a los programas del New Deal existentes y que, como
Roosevelt, era partidario de apoyar a los aliados. Su candidatura se apoyaba
en una extrañísima coalición que iba de los comunistas —que habían roto con
Roosevelt por el pacto germano-soviético— a Wall Street.
10. Stephen E. Ambrose, Rise to Globalism.,., p. 4.
11. Tras la aprobación de la Ley de Préstamos y Arriendos, Estados
Unidos se apoderó de todas las naves del Eje que hubiera en puertos nortea­
mericanos y, en abril de 1941, tomaron Groenlandia bajo su protección y
NOTAS. CAPÍTULO 12 547

anunciaron que la Marina estadounidense patrullaría los mares en las zonas


de defensa. En mayo, después de ser hundido un buque de carga por un sub­
marino alemán, Roosevelt proclamó una «ilimitada emergencia nacional».
12. El destructor Reuben James fue el primer barco de guerra estadou­
nidense hundido por submarinos alemanes en octubre de 1941. En el hundi­
miento perdieron la vida 96 oficiales y marinos estadounidenses.
13. Ted Morgan, FDR..., pp. 571-577.
14. Éste es el argumento principal de Ted Morgan, F D R p, 601, Ste-
phen E. Ámbrose, Rise to Globalism.... p. 14, y la mayoría de los historiado­
res que están en contra de la teoría revisionista, la cual señala que Roosevelt
no avisó del ataque japonés a Pearl Harbor para que la opinión pública y el
Congreso abandonaran su política neutralista y entraran en la segunda guerra
mundial.
15. Esta diferencia con la participación de Estados Unidos en la prime­
ra guerra mundial es señalada, entre otros, por Samuel Eliot Morison, Henry
Steel Comrnanger y Wüliám E. Leuchtenburg, en Breve Historia de Estados
Unidos, Fondo de Cultura Económica, México, 1987, p. 758.
16. Alan S. Milward, Z¿r Segunda Guerra Mundial, en Wolfram Fisher
(dir.), Historia Económicú Mundial del siglo XX, Crítica, Barcelona, 1986,
p. 64.
17. Ibid., p.62.
18. Ha.roId G. Vatter, The U.S Economy in World War II, Columbia
University Press, Nueva York, 1985, p. 3.
19. En 1939. el gasto público ascendía solamente al 5 por 100 del PIB,
20. El impuesto sobre la renta pasó de un 3,4 por 100 en 1941 a un 12
por 100 en 1945, no habiendo retrocesos tras la guerra. En cuanto a los im­
puestos sobre losrbeneficios de las grandes empresas, éstos pasaron de ingre­
sar 2 billones de dólares en 1941 a Í6 billones en 1945, pero descendieron
tras la guerra.
21. Harold G. Vatter, The US Economy in World War II..., pp. 109-112.
22. Alan S. Milward, La Segunda Guerra Mundial..., p. 65.
‘23. Harold ú . Vattór, The US Economy in Word War II..., p. 24.
24. John Mórion Blum, V Was fo r Victory, Politics and American Cul­
ture during War World 11, Harcourt 6 race & Company, San Diego, pp. 119-
131.
25. Ibid., pp. 110-116.
26. Ibid., pp. 106-110.
27. Nelson Lichtenstein, Labor's War at Home. The CIO in World War
II, Cambridge University Press, Cambridge, 1987, p. 43.
28. Ibid., pp. 44-47.
29. Ibid., pp. 53-63.
30. Por supuesto, la exaltación de la diversidad étnica no tuvo en cuen­
ta a los ciudadanos negros. Véase Gary Gerstle, «The Working Class Goes to
548 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

War», en Lewis A. Erenberg y Susan E. Birsch, The War in American Cultu­


re, The University of Chicago Press, Chicago, 1996, pp. 113* 116
31. La propuesta venía de The United Automovile Workers (UAM), véa­
se Nelson Lichtenstein, The CIO in World War II, pp. 98-103.
32. Mark H. Leff, «The Politics of Sacriñce oti The American Home
Front in World War H», The Journal o f American History, marzo de 1991,
pp. 1.300-1.301. V ,
33. Aparte del desfase salarial de los mineros, fue determinante para
plantear esta huelga que John Lewis y United Mine Workers of America, se
hubieran retirado del CÍO en 1942 por discrepancias con la dirección en su
apoyo al presidente.
34. Nelson Lichtenstein, Labor's War at Home..., pp. 110-112.
35. La ley no prohibía las huelgas decididas por un voto mayoritario, ni
las realizadas en fábricas no intervenidas por. el gobierno, ni debilitó seria­
mente durante la actividad huelguística de la guerra a los sindicatos.
36. Meg Jacobs, «How About Some Meat. The Office of Price Admi-
nistration, Consumption Politics, and State Building from the Bottom up,
1941-1946», The Journal of American History, diciembre de 1997, p. 920.
37. Ibid., pp. 931-940.
38. Alan S. Milward, La Segunda Guerra M u n d i a l pp. 80-82,
39. Harold G. Vatter, The US Economy in World War //..., pp. 17-18.
40. En cinco años produjo 300.000 aviones, de los que 97,800 eran
bombarderos —mientras que Alemania produjo 117.767 y sólo 32.600 bom­
barderos—, sus navios de guerra llegaron a desplazar 8,5 millones de tone­
ladas y construyó 86.700 carros de combate. Véase Alan S. Milward, La
Segunda Guerra Mundial,..; pp. 87-94. Paul Kennedy resalta que la superio­
ridad en potencia economica y productiva de los aliados, frente a las poten­
cias del Eje —incluso en el mayor momento de expansión de los imperios
alemán y japonés—, hacían la desproporción entre ambos bandos mucho
mayor que la que existió entre aliados e imperios centrales en la primera
guerra mundial. Paul Kennedy, Auge y caída de las grandes potencias (II).
El nuevo orden mundial y su futuro previsible, Globus, Madrid, 1994, p.
439. *
41. Harold G. Vatter, The US Economy in World War II..., pp. 19-21.
42. John Morton Blum, V Wasfor V i c t o r y p 102,
43. Harold G, Vatter, The US Economy in World War II..., pp. 114-117.
44. Mike Davis, City of Quartz. Excavating The Enture in Los Angeles,
Verso, Londres, 1991, p. 387.
45. Inicialmente, los alemanes e italianos registrados fperon cataloga­
dos como «enemigos extranjeros» y excluidos, por tanto, del proceso de na­
turalización. Sin embargo a partir de 1942 se les incluyó debido al peso nota­
ble que estas minorías tenían en Estados Unidos y en aras de utilizar esta
población en el esfuerzo bélico.
NOTAS. CAPÍTULO 12 549

46. Eliott Robert Barkan, And Stití They Come. Immigrants and Ameri­
can Society 1920 to the .i 990$, Harían Davidson, Wheeling, 1996, pp. 58-59.
47. Eric Foner, The Story of American Freedom, Picador, Londres,
1999, pp. 236-239.
48. El fiscal general de California, Eari Warren, argumentaba que por
motivos raciales no sepodía confiar en los Nisei, mientras que los norteame­
ricanos de origen italiano o alemán eran, al fin y al cabo, de la raza caucásica.
También el general que supervisó el intemarniento de los japoneses —John J,
DeWitt— justificó así la perpetua extranjería de los asiáticos: «En la guerra
en que estamos envueltos las afinidades raciales no se han roto por la emi­
gración. La raza japonesa es una raza enemiga, y mientras la segunda y ter­
cera generación de japoneses nacidos en suelo estadounidense poseen la ciu­
dadanía de Estados Unidos y se han americanizado, sus trazos raciales no se
han diluido». Citado por Reed Ueda, en «The Changing Path To Citizenship:
Ethnicity and Naturalization durihg World War 11», en Lewis A. Erenberg y
Susan E. Hirsch, eds., The War ¡h American Culture..., pp. 207-208.
49. Eric Foner, The Story o f American Freedom..., p. 241.
50. Eliott Robert Barkan, And Still They Come..., pp. 63-64.
51. Reed Ueda, «The Changing Path to Citizenship: Ethnicity and Na­
turalization during World War II», en Lewis A. Erenberg y Susan E. Hirsch,
The War in American Culture..., pp. 208-213.
52. Eric Foner, The Story o f American Freedom..., p. 240.
53. Neil A, Wynn, The Afro-American and the Second World War, Paul
Elek, Londres, 1976, pp. 21-38.
54. La expression es de Ira Lewis, director del Pittsburg Courier, cita-
. do por Neil-A. Wymi; The. Afro-American and the Second■World War,..,
p. 46.
55. Ibid, pp. 56-59.
56. Robert Cook, Sweet Land of Liberty. The African-American Strug-
gle for Civil Rights in The Twentieth. Century, Longman, Londres, 1998,
p. 73.
57. Ibid., pp. 75-81.
58. Eric Foner, The Story o f American Freedom..., pp. 244-245.
59. Gunnar Myrdal, American Dilemma, Nueva York, 1944, pp. 3-5.
60. Elaine Tyler May, «Rosie The Riveter Gets Married», en Lewis A.
Erenberg y Susan E. Hirsh, eds., The War in American Culture..., pp. 128-129.
61. Susan M. Hartman, The Home Front and Beyond, American Women
in the 1940s, Twayne Publishers, Boston, 1982, pp. 16-19.
62. Ibid., p. 21.
63. Elaine Tyler May, «Rosie The Riveter...», en Lewis A. Erenberg y
Susan E. Hirsch, eds., The War in American Culture..,, p. 134.
64. Un programa de radio, patrocinado por The Office ofFacts and Fi­
gures, reproducía el siguiente diálogo sobre las razones por las que se lucha­
550 HISTORIA BE ESTADOS UNIDOS

ba en la guerra: «Es sobre gente como nosotros, sobre el amor y tener una
casa, hijos y respirar aire freco en los suburbios, es sobre vivir y trabajar de­
centemente, como personas libres». Citado por Elaine Tyler May, «Rosie the
Riveter gets...», en Lewis A. Erenberg y Susan E. Hirsch, eds., The War in
American Culture..., p, 137.
65. Susan M. The Home Front and Beyúnd..., pp. 26-2%'
66. Ésta es la opinión de Elaine Tyler May, «Rosie The Riveter Gets...»,
en Lewis A, Erenberg y Susan E. Hirsch, eds,, The War in American Cultu­
r e . pp. 26-27.
67. El Wall Street Journal señalaba que «durante lá guerra el sector pri­
vado podía y debía ocuparse de la dirección ... Este proceso aseguraría pleno
empleo y prevendría la depresión». Citado por John Morton Blum, V was for
Victory..., p. 223.
68. Eric Foner, The Story o f American Freedoni..,, p. 236,
69. Para los cambios que la guerra provocó en el Mberálisino norteame­
ricano y que serían la base de la «gran sociedad» de la década de 1960, véase
Alan Brinkley, «World War II and American Liberalism», en Lewis A. Eren­
berg y Susan E. Hirsch, The War in American Culture..., pp, 319-320.
70. John Morton Blum, V WdsforVictory..,, p. 230.
71. En el año 1943 se desmantelaron Civilian Conservation Corps, Na­
tional Youth Administration, National Resources Planning Bóard\ se redujo
drásticamente el presupuesto de Farm Security Administration, Rural Elec-
trification Administration y Office o f War Administration.
72. Respecto al seguro médico, la oposición fue tanto del Congreso,
como de la poderosa American Medical Ássociation y de las compañías de
seguros pri vadas, que ya había estado obstaculizando ferozmente desde11933
la expansión de la Seguridad Social, Véase Anthony/J,.JJadger, The New
Deal. The Depression Years, 1933-1940, The Noonday Press, Nueva York,
1989, pp. 235-238.
73. John Morton Blum, V w ^ /o r VíCtó/y..., p. 250, ; '
74. Véanse todos los aspectos militares de las conquistas de Malasia,
Birmania y las Indias Orientales Holandesas en John Tíbegan^ The Seeortd
World War, Penguin Bopks* Harmondsworth, 1990, pp. 256-267.
75. John W. Dower, War WithoutMercy. Race and Power in The Pací-
fie War, Pantheon Books, Nueva York,1986, p. 36.
76. Ésta era, en concreto, la opinión del coronel Tsuji Masanobu, que
planeó el asalto a Singapun Citado por John W. Dower en War Without
Mercy..., p. 36.
77. Ibid., pp. 5-6.
78. Ibid., pp. 34-35.
79. Mientras los japoneses añadieron entre 1942 y 1944 seis portavio-
nes a su flota, Estados Unidos botó 14, así como 9 light carriers y 66 escort
carriers.
NOTAS. CAPÍTULO 12 55 1

80. John Keegan, The Second World War..., p. 278.


81. Esta misma táctica fue empleada por el Ejército norteamericano en
la guerra de Irak, en el año 2003, para llegar lo más rápidamente posible a
Bagdag obviándo las ciudades que no controlaban las «fuerzas de la coalición
internacional».
82. Ted Morgan, F DR...,p.709.
83. Ibid., p. 729.
84. Ibid., p. 738.
85. Ibid., p. 755.
86. Citado por Stéphen E. Ambrósé en Rise to G lo b a lis m p. 34.
87. Stephen E. Ambrose, Rise to Globalism,.., p. 35.
88. Ted Morgan, FDR, p. 715.
89. Ibid., pp. 763-770.
90. John Keegan, The Second World War..., p. 561.
91. Ibid., p. 566.
92. Ibid., p. 566-573.
93. Stephen E. Ambrose, Rise io Globalism..., p. 48.
94. Keegan se refiere concretamente a la diferencia de hombres movili-
zados en un escenario y otro. Así, en Europa la URSS había movilizado a 12
millones de hombres, Alemania 10 millones, Reino Unido 5, Estados Unidos
3; mientras que en el Pacífico los japoneses habían movilizado un Ejército de
6 millones de hombres, principalmente localizados en China, y Estados Uni­
dos 1*25 millones de hombres, pocos de los cuales se vieron envueltos en pe­
ríodos prolongados de combate,
95. Éstos son los dos argumentos principales que se barajaron en la de­
cisión de lanzar la bomba atómica y que vinieron a solucionar las carencias
militares norteamericanas en el Pacífico. Stephen E, Ambrose, Rise to Glo~
balism..., pp. 49-51.
96. Sobre preservar ía imagen de la «buena guerra» en la memoria co­
lectiva, véase Martin J. Serwing, «Hiroshima as Politics and History», The
'Journal o f American History, diciembre 1995, p. 1.091,
' 97. El general Emest Harmon pensaba que «el mayor error de Estados
Unidos fue enviar soldados de color a Europa. Él aconsejó al gobierno no en­
viar a ningún negro. Ahora son un problema mayor que los alemanes». Opi­
nión citada por David Brion Davis, «World War II and Memory», The Jour­
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AAA, movimiento, 481 Alianza de Agricultores (Farmers Al lian-


Adamic, Lotus, escritor, 388 ce), 273
Adams, AJMgail, mujer de John Alianza Industrial- de Ciudadanos
Adams<36, 68 v:; (1903), 336 ’
!Adams, Brooks, 266; La ley de la Civi­ Alien, familia de los, 32
lización y la decadencia, 288 Allies-Chalmers, industria, 459
"Adams, Charles Francis, 288 American Daily Advertaiser, The, pe­
Adams, Henry, 288 riódico, 66
Adams, Jane, líder feminista, 331, 351 American Federation of Labor (AFL),
Adams, John Quincey, hijo de John 435,436,461,462
Adams, 68, 97, 120, 283, 288; se­ American Liberty League, 427
cretario de Estado, 281; sexto pre­ American Railway Union (ARU), 267
sidente, 98-99, 124-125, 132; ex American Tobacco Company, 219
presidente, 141 Amherst, Jeffrey, general, 9
Adams, John: Hijos de la Libertad, Amos and Andy, serial radiofónico,
: ■' 14, 23/31, 43-44C52: 70; vicepre­ 428
sidente, 58; presidente, 67, 68-69, Anderson, «Rloody Bill», bandido, 175,
71 182
Adams, Samuel, líder patriota, 14, 15, Anderson, Robert, mayor, 172
16,50,51 Andrews, Samuel, petrolero, 215
Administración de Obras Públicas Appeal to Reason, The, periódico, 343
(FWA), 422 Aranceles Townsendy 14
Administración de Trabajo Civil, 421 Ardenas, batalla de las, 471, 493
Administración Federal de Ayuda al Árizona, acorazado, 452
Desempleo, 421 Artur, Chester, presidente, 250
Administración para la Recuperación Asamblea Nacional de Haití, 354
de la Industria Nacional (NIRA), Asamblea, 4; colonial, 14; legislativa,
422, 424-425, 426, 431-432, 435, 16; provincial, 18, 19-20, 23, 42
437, 438 Asociación Americana Antialcohóli­
Agencia Pinkerton, detectives, 253, ca, 109
263,266,274 Asociación Americana Anti-Boicot
Aguinaldo, Emilio, líder insurgente, (1902), 336
301, 305 Asociación Americana de Libertades
Álamo, El, sitio de, 137-138 Civiles, 378
570 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Asociación Antiesclavista Americana, Banco Nacional de Estados Unidos,


112 101-102, 104
Asociación Benéfica de los Trabajado­ Bank of America, 467
res, 253 Banks, Nathaniel P., general, 195-196,
Asociación Continental, 18 197
Asociación contra la Enmienda de la Barras, almirante, 31
Prohibición, 406; - Beauregard, Pierre Gustave, general,
Asociación de Agricultores del Medio 181
Oeste, 420 Bell, empresario, 215
Asociación de Banca norteamericana, Bell, John, candidato unionista, 169
291 Benton, Tilomas Hart, 133'
Asociación de Comida No Adulterada, Berckam, Alexander, anarquista, 267,
329 396
Asociación Internacional de Trabaja­ Berger, Víctor, 342,344, 361
dores, 263 Berkman, Alexander, anarquista, 378
Asociación Médica Aíusncana, 433 Bessemer, sir Henry, 216
Asociación Nacional Arítericana para Biblia, 122
el Sufragio de la Mujer, 371. Biddle, Nicolasvpresidente del Banco
Asociación Nacional de Fabricantes Nacional, 101, 102
(NAM),318, 336 Bill, G. I., 478
Asociación Nacional «te Mujeres Su­ Bill of Ríghts, The (Declaración de de­
fragistas, 318 rechos), 55
Asociación Nacional de Propaganda black cade, 200-201, 203
Antiesclavista (1828), 112 Black Hills, reserva, 231
Asociación Nacional para el Avance Blanco, general, 300
de la Gente de Color (NAACP), Blatz, industria cervecera, 399
348 Blitzkreig, 451
Asociación para el Estudio dé la Histo­ Bloque Agrario (o Bloque Progresis­
ria y Vida del Negro; 408 ta), 386
Asociación pro estado libre, 195 Bois. W. E/B. du;;347,381
Atkinson, Edward, empresario 305 Bonus Army, 415
Atlanta Constitution, revista, 217 Booke, John R., general, 302
Aung San, líder del grupo de «los Bookwood College, escuela de’ cua*
treinta», 480 dros, 426
Austin, Stephen F., 138 Bookwood Labor College; 391 '
Autoridad del Valle cié Tennessee, Bosque Redondo; reserva de, 232
422; Ley de la, 422 ... Bourbon redeemers, élite de plantado­
res y comerciantes, 223
Bowen, A. E„ 384
Badoglio, Pietro, 487 Boy Scouts, 361
Baker, Ray Stannard, periodista, 319 Braddock, Edward, general, 6
Baldmore & Ohio, compañía ferrovia­ Brain Trust, 418
ria, 257 Braun, Eva, 496
Banca Morgan, 412 Breckinridge, John, 168, 169-170
Banco de Exportación e Importación, Brest-Litovsk (1918), Paz de, 367
446 Brooklin, acorazado, 384
Banco Federal, 95 Browder, Earl, 441
ÍNDICE ALFABÉTICO 571

Brown, John, abolicionista, 165, 168 carpetbaggers, republicanos del norte,


Bryan, William Jennirigs, 265, 274- 207
275, 297, 306, 336, 342; secretarioCarranza, Venustiano, 356-357
de Estado, 351-353, 357, 359 Carson, «Kit», 143, 232
Bryn Mwar, escuela de mujeres obre­ Carta de la colonia, 16
ras, 391 Carta de Massachusetts, 17
Bucaneer, yate; 292 Carta del Atlántico, 451, 459,470
Buchanan, James, 165, 167; presiden­ Cass, Lewis, senador demócrata, 156
te, 170 Castro, Cipriano, dictador, 307-308
Buiga, batalla de (1944), 471 Central de Sindicatos de Chicago, 263
Bull Run, batalla (1861), 175, 181, Central Pacific, compañía ferroviaria,
182, 185 214, 260
Bunan-Varilla, Philippe, 310, 311 Cervera y Topete, Pascual, almirante,
Burén, Martin van, 99, 156; presiden­ 295, 300
te, 129, 139 Chandler, Eüzabeth, 121
Burgoyne, John, general, 28 Chapman, Carrie, sufragista, 357
; Burguess, John W., 287 Chapman, Mary Weston, 121
Bumside, Ambrose E., general, 182,183 Charrington, Emest H., 401
Burr, Aaron, 68, 70, 71; vicepresiden­ Checoslovaquia, ocupación de, 448
te de Jefferson, 77*78; intentos se­ Chesapeake, buque, 80
cesionistas, 78-79 Chew, familia de los, 32
Byrnes, James R, 491 Chiang Kai-Shek, 480, 494
Chicago Defender, periódico negro,
470
Caballo Loco, jefe sioux, 234 Child, Lydia María, 130
Cage, Thomas, comandante, goberna­ Chivington, J. M., coronel, gobernador
dor de Massachusetts, 16 de Colorado, 230-231
Calhoun, John C., 82,97,153,156; vi­ Christensen, Parley Parker, 384
cepresidente, 100 Churchill, Winston, primer ministro
California, acorazado, 452 británico, 450-451, 459, 465, 486,
Cámara de Representantes, 52-53, 54, 490, 493-494, 496, 499
59, 77, 83, 86, 98,153, 155, 163, Cicerón, 78
164, 165, 199, 206, 207, 209, 269, Cincinnati, acorazado, 292
336,337,414,419,437,443 Cincuentenario de la Independencia
Cámara de Representantes de Virgi­ (1824X92
nia, 24 Civil Work Administration, 427
Camisas Rojas, grupo paramilitar, 208 Clan-na-gael, grupo, 255
Canalejas, José, 292 Clark, familia de comerciantes, 32
Cannon, James, matemático, 40 Clark, William, 76, 133
Capone, Al, 404-405 Clay, Henry, 92, 97, 102, 142, 157,
Cárdenas, Lázaro, presidente mexica­ 158, 160; presidente de la Cámara
no, 446 de Representantes, 82; secretario
Camegíe, Andrew, magnate del acero, de Estado, 99
215, 216, 266, 267, 305; Cospel of Clements, Robert, 430
Wealth, The, ensayo (1889), 216 Cleveland, Grover: presidente, 194,
Carow, Edith, segunda esposa de The- 269, 289-290; ex presidente, 305
odore Roosevelt, 293 Clinton, sir Henry, general, 29, 31
572 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Club del Rifle, grupo paramilitar, 208 Compromiso de la Retaguardia, 463


Coca-Cola, 457-458 Compromiso de Missouri (1820). 152-
Colegio Naval de Guerra, 285 153,162,163,170,171
Colón, Cristóbal, 132, 247 Comuna de París, 256, 258, 263
Comisión de Comercio Federal, 322 Confederación de Estados, 44, 45, 46,
Comisión de Ferrocarriles de Wiscon- 47, 49, 51, 53, 58, 66, 172-175,
sin, 330 177-197 ‘
Comisión de Investigación del Sena­ Confederación del noroeste, 77
do, 447 Conferencia de Algeciras (1906), 313
Comisión de Prácticas de Empleo Jus­ Conferencia de Armamento de Was­
tas, 472 hington (1921), 447
Comisión de Relaciones Industriales Conferencia de Paz de París (1918-
(CIR), 337 1919), 372,374
Comisión Federal contra el Crimen, Conferencia de Potsdam, 499
405 Conferencia de Teherán (1943), 488
Comisión Marítima, 453 Conferencia de Yalta, 493-494, 495
Comisión Walker, 310 1Congresó,' 44, 45-47, 51, 52, 55, 59,
Comité de Acción Política (PAC), 492 61,68, 70, 76, 82, 83, 89, 98, 100,
Comité de Actividades Antiamerica­ 102, 119, 120, 126-129, 141, 143,
nas, 443, 477 153, 157-159, 165, 169, 178, 183,
Comité de información Pública (CPI), 185, 197, 198, 201, 204-208, 209,
360 228, 231, 233, 235, 238-239, 261,
Comité de los 48, 384 . 269, 272, 273, 277, 294-295, 300,
Comité de Refugiados de Guerra, 495 306, 309, 325, 327-328, 360, 361,
Comité de Relaciones Exteriores del 362, 372, 375, 378, 391, 396-397,
Congreso, 353 401-402, 404, 415, 418, 419-423,
Comité de Trabajo Infantil, 331 432, 434, 437, 438-439, 443, 447,
Comité del Senado, 163 450, 453, 461, 463, 468, 477, 478,
Comité del Tesoro, 58 „ 491; medalla del, 29*8, 299; negros
Comité Judicial, 206 al, 223; véase también elecciones
Comité Nacional Demócrata, 477 al Congreso
Comité por la Participación de los Ne­ Congreso confederal, 177
gros en la Defensa Nacional, 470 Congreso Continental en Filadelña,
Comité Voluntario de Abogados, 405 18, 21, 23, 24, 26, 38, 40, 51, 67
Committee for Industrial Organiza- Congreso de Historiadores Estadouni­
tion, 435 denses en Chicago, 286
Common Sense, texto, 21, 22-23, 24,25 Congreso de Igualdad Racial (CORE),
Compañía de las Indias Orientales, 16 473
Compañía de Ohio, 46 Congreso de Organización Industrial
Compañía Manufacturera de Boston, 95 (CIO), 426, 427, 432, 434, 436,
Compañía para el Desarrollo de Santo 437, 440-441, 450, 459, 460, 463,
Domingo, de Nueva York, 353 473,492
Compromiso de 1850, 158, 159, 160, Congreso Judío Americano, 473
167,170 Congreso mexicano, 138
Compromiso de 1877, 210 Congreso Provincial, 18
Compromiso de Connecticut (Gran Congress of Industrial Organization,
Compromiso), 52 435
INDICE ALFABÉTICO 573

Consejo Asesor del Consumidor, 425 Cruzados» organización de los, 405


ConsejoCensor, 41 Cuerpo Civil Conservacionista, 421
Consejo de Nombramientos, 42 Cuestión Americana, La, periódico,
Consejo de Relaciones Laborales, 432, 400
443 Cummings, Albert, gobernador de lowa,
Consejo de RevisiónrModificación, 42 330 ' ■■:v
Consejo Ejecutivo, 41 Curtís, Samuel R., genera!, 183.
Consejo Laboral del Ferrocarril, 375 Custer, George A., general, 231-232
Constitución Federal (1787), 4, 333 Czolgosz, León, anarquista, 395
Constitución, 61; 14.a enmienda, 304,
321, 348; 15.a enmienda, 348; 16.a
enmienda a la, 324; reforma de la. Daniels, Josephus» 347
318 Dartiguenave, Sundre, presidente de
Constituciones de los Estados, 4 Haití, 354
Convención Antiesclavista de Mujeres Darwin, Charles, polución según, 393
Americanas (1837), 122 Davis» Benjamiiv O,, primer general
Convención Constitucional, 40, 53, negro, 471
88,111 Davis, Jefferson, presidente confede­
Convención Constitucional de Luisia- ral, 170, 175, 181, 191, 196
na, 196. Dawis, John W., 428
Convención Constitucional de Virgi­ De Gasse, almirante, 31
nia (1829-1830), 97 De Lancey, familia, 32
Convención de Delegados Ciudada­ De León, socialista, 342
nos, 14 De Preyster, familia, 32
Convención demócrata de 1932, 418 Debs, Eugen, líder del Partido Socia­
Convención para la Paz, 171 lista Americano, 267, 268, 339,
Convención republicana, 168. 341-343, 361, 384
Coolid.ge. - Calvin, 409-410; goberna­ Declaración de áreas liberadas, 494
dor, 383; vicepresidente, 385 Declaración de causas de la recesión
Comwallis, lord Charles, 31 (1860), 170
Corporación de la Ciudad de Filadel- Declaración de derechos (1791), 55,
fia, 19 67, 440; enmiendas a la, 55-56:
Corporación de Pequeñas Industrias «segunda», 439, 463, 478
de Guerra, 456 Declaración de Derechos y Quejas de
Coughlín, Charles, padre, 428,429-430 las Colonias (1765), 13
Coughlin, John, 404 Declaración de Independencia, 23-24,
Cox, James, 383; vicepresidente, 417 26, 44, 56, 83, 254, 255, 333, 342
Crawford, William H., 97 Declaración de Sentimientos y Propó­
Creel, George, periodista, 362 sitos, 118
Crittenden, propuesta, 171 Decreto de Emancipación (1863), 180,
Crockett, David, 126» 127, 137-138 185-186, 195, 196
Cronacci Sowersiva, revista anarquis­ Decreto de Emergencia Banearla, 419
ta, 395 Departamento de Estado, 284, 353,
crop lien system, hipoteca sobre paite 374 , 446,448,494
de la cosecha, 221 Departamento de Guerra, 177, 178,
Crueger, familia, 32 197,370
Cruz Roja, 473, 495 Departamento de Justicia, 378
574 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Departamento de Marina, 68, 285, Emergency Quota Act(l92I), 397


292,453 Emergency Relief and Gonstruction
Departamento de Salud, 405 Act, 414-415
Departamento del Tesoro, 365, 402 Emerson, Ralph Waldo, escritor, 142,
Departamento Indio, 228 152
depresión de 1833, 336 V , Ernmons, Délos, general, 469
depresión de 1890, 321, 323* enmiendas: Platt, 302-303, 446; Te-
derecho de descubrimiento y explora­ Uer, 294,302,303; Wilmot (1846),
ción, 77 : 153, 156
Dewey, George, comandante, 294, Enola Gay, avión B-29, 499
295, 296, 300, 308 Ervktg, familia* 32
Dewey, Thomas E., 492 Estrada Palma, Tomls, presidente de
Diamond, Legs, pistolero, 494 Cuba, 303
Díaz, Adolfo, presidente de Nicara­ Estuardo, dinastía de los, 9
gua, 353 . y^ Evans, Charles Hughes, presidente del
Díaz, Porfirio, general mexicano, 285; Tribunal Supremo, 439
régimen dictatorial de, 355 Evansy Christopher, líder sindical, 264
Dikinson, general, 79 Evans, R. E., 8, 37
Dirección de Hacienda, 402 Examiner, periódico, 292
División General de Inteligencia, 378 Exposición de Chicago, 247
Dogerthy, Harry, fiscal general, 403
Dollfuss, Engelbert, canciller de Aus­
tria, 429 Fair Labor StandarsAet, 442
Donelson, Raquel, esposa de Andrew Farm Act, Second, 492
Jackson, 98 Farm Tenent Act, 442
Douglas, Lewis, 427 Farmer, James, 473
Douglas, Paul, economista, 425 Farmer-Labor Party, 384, 385-386
D'ougiass, Stephen A., áenador demó­ Federación Agrícola* Americana, 386
crata, 156, 163, 167-168, 169 Federación sAmericana dei Trabajo,
drummers, vendedores ambulantes, 222 264, 265, 334,335-337, 338, 364,
Du Pont, empresa, 427 V 375,376-377
Dubinsky, David, sindicalista, 435 Federación Cívica Nacional, 329
Dubosky, Melwyn, 339 Federación de Mineros del Oeste, 339
Duer, William, comerciante, 42 ; Federación de mineros y trabajadores
Duke, James Buchanan, fabricante de de las minas, 264
tabaco, 219 Federal Bureau of Investigation (FBI),
Dunmore, lord, gobernador, 18 491
Dupuy de Lóme, Enrique, embajador Federal Home Loan Bank Act, 414
de España en Washington, 292 Federal Project One, 432
Federal Trade Commission, 325
Federalista, El, tratado de ciencia po­
Edison, Thomas A., empresario, 215 lítica, 55
Eisenhower, Dwight D., general, 415, Federation of Trades and Labor
471, 486, 489, 493-495, 496 Unions (FOTLU), 265
elecciones al Congreso: de 1796, 67; Fields, Mamie, 222
de 1854, 163; de 1858, 167; de Fiske, John, historiador, 46
1866, 204; de 1874, 208 Floyd, gobernador de Virginia, 116-1Í7
ÍNDICE ALFABÉTICO 575

Foch, Ferdinand, mariscal francés, 368 Goehbels, Joseph, ministro nazi de


Ford, industria, 459 Propaganda, 496
Fort Des Moines, campo de instruc­ Goldman, Emma, anarquista, 267,
ción para oficiales negros (AEF), 378,396
370 Gómez Farías, 141
Franco, Francisco, general, 447 Gompers, Samuel, líder sindical, 264,
Frankfurter, Félix, 417 265,305,335,336
Franklin, Benjamín, 9, 13, 22, 23, 31, Gould, Jay, magnate del ferrocarril,
40,50,51,67 262-263, 293
free labor, ideología» 212, 252 Gowen, Franklin B. *254
Free Soil Party, 283 Grady, Henry W,, editor, 218
Frémont, John C., 143, 165, 183 Gran Asamblea de las Naciones del
Frente Democrático, 435 Este de Asia, 484
Frente Popular, 436 Gran Despertar, El, 4
Frick, Henry Clay, 266-267 Grant, Ulysses S.: comandante en jefe,
Fuerza Expedicionaria Americana, 366, 182, 183-185, 187, 192,196, 197;
367, 368 general en jefe, 205, 206; presi­
dente, 209, 232, 284
Gray, Thomas R., 115
Gag Rula (Ley del Silencio), 119 Green Mountain Boys, Los, 43
Galbraith, John Kenneth, economista, Green, Nataniel, general, 30-31
411 Green, William, líder sindical, 390
Gallager, Michael, arzobispo, 429 Greenback Party, 260
Gallean!, Luigi, líder anarquista, 394- Greenback-Labor National Party, 260,
395 : 261
Garfield, Harry A., 364 Grenville, George, primer ministro de
Garrison, William Hoyd, 112, 117, Jorge III, 10, 11
118, 119, 120, 121, 130, 162 Grimké, Angelina, 122; An Appeal to
Gaivey, Marcus, 370,408 ■' the Christian Women ofthe South,
Gaspée, goleta británica, 15 122
Gates, Horatio, general, 28 Grimké, Sarah, 122; Letters on the
Gaulle, Charles de, general, 490- Equalityof the Sexes and the Con-
491 dition o f Women, 122
General Motors, 427-428,440 Grundy, Félix, 82
General Trade Unions (GTU), 104 Guadalcanal, batalla (Je, 485
Génet, Edmond-Charles, embajador Guardia Nacional, 258, 296, 297, 359,
francés, 63 366, 367, 453
Genious of Universal Emancipation, guerra Black Hawk ( 1812), 129
The, publicación, 112, 121, 130 guerra civil en Estados Unidos (1861-
Genovese, Eugene E., 114, 118 1865), 150, 162, 177, 175-199,
George, Henry. 293 210-211,215,230,255,282,298
Germain, lord George, estratega, 29 guerra civil en México (1857-1860),
Gerónimo, jefe indio, 299 354, 355
Giamini, Amadeo, banquero, 467 guerra civil en España, 447-448
Cimbel’s y Macy's, almacenes, 457 guerra con México, 139-147, 152, 156,
Glass Steagall Act, 414 160
Globe Democrat, 259 guerra de 1812, 87, 282
576 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

guerra de Cuba, 292, 295-303, 307, Harrison, Benjamín, ex presidente, 305


321,346, 373 Harrison, William Henry, 139
Guerra de la Independencia, 9, 24, 32, Hastie, William tí.,' 471
34,39,49,67,82,192 Hawthome, Nathaniel, 131
Guerra de la Oreja de Jenkins (1739- Hay, John, 302; secretario de Estado,
1742), 5 310,312
Guerra de la Reina Ana, véase Guerra Hayek, Friedrich A.: Road to Sefdom,
de Sucesión Española '476
guerra de los bóers, 310 Hayes, Ruthenford EL, presidente, 211,
Guerra de los Mil Días (1902), 311 *256, 257
Guerra de los Siete Años (1754-1763), Haywood, Bill, líder sindicalista, 340-
véase Guerra Franco-India "341,361
Guerra de Sucesión Austríaca, 5 Hearst, Randolph, editor, 292-293,
Guerra de Sucesión Española, 5 434
Guerra del Rey Jorge (1744-1748), véa­ Henry, Patrick, 51, 55
se Guerra de Sucesión Austríaca Hermandad de Fogoneros de Locomo­
guerra filipino-americana (1899-1902), toras, sindicato, 341
306-307, 321 Hermandad de Ingenieros de Locomo­
Guerra Franco-India, 6, 7, 9, 75 toras, 258
Guerra Fría, 472, 500 Hermandad de mozos de coches-cama,
Guerra Mundial, Primera, 176, 215, 470
245, 249, 251, 277, 299, 307, 314, Hermanos de Filadelfia, 40
320, 328, 331, 337, 341, 344, 348, Herrén, Tomás, embajador colombia­
351-352, 357, 360-374, 377, 392, no, 310
395, 400, 407-408, 413, 415, 416, Heyrick, Elizabeth: Inmediate, Not
422, 445, 447, 449, 453, 455, 459, Gradual Emancipation, 112
463, 468, 470, 474 Higgins, Andrew Jackson, magnate,
Guerra Mundial, Segunda, 176, 217, 456
276, 423v424, 446, 45L459, 467/Higginson, familia de los, 32
468,470,478-500 Hijas de la libertad, 36
guerras indias, 230-233 Hijas de la Revolución Americana,
393
Hijos de la Libertad, 12
Halleck, Henry W., general, 182, 184 Hillman, Sidney, sindicalista, 426,
Halsey, William F., vicealmirante, 488 435, 460, 492
Hamilton, Alexander, 51, 55, 66, 68, Hiro-Hito, emperador de Japón, 499
69, 70, 77-78, 101; secretario deHiroshima, bomba atómica de, 499
Estado, 59-62; muerte de, 78; In­ Hitler, Adolf, 443, 446, 448-449,450,
forme sobre los fondos públicos, 453, 455,485, 487; '4*89, 496
59-61; Informe sobre las manufac­ Home Missionary Society, 286
turas, 61 Homestead Act (1862), 193
Hamilton, familia de los, 32 Hooker, Joseph, general, 182, 187
Hancock, John, 55 Hoover, Herbert C„ 364, 374, 391,
Harding, Warren G.: senador, 383; 418-420, 436, 444; presidente,
presidente, 384-385, 397,403, 445 405, 406, 409-411, 414, 415; se­
Harlem Renaissance, movimiento, 408 cretario de Comercio, 384
Harriman, William A., 494 Hoover, J, Edgar, 378
ÍNDICE ALFABÉTICO 577

Hopkins. Harry L,, 432,442, 449 Johnson, Albert, 396


Hosmer, James K., 287 Johnson, Andrew: gobernador militar,
House of Burgesses, The, disolución 195; presidente, 199-205, 207,283
en 1774,18 Johnson, familia, 19
Houston, Sam, comandante en iefe, Johnson, Hugh, general, 424
138 Johnson, James Weídon, poeta, 369
Hdwe, Frederic, 417 Johnson, Lyndon B., presidente, 194,
Howe, Richard, ¿7 439
Howe, William, general, 20, 27, 28 Johnson, Richard M , 82
Huerta, Victoriano, general en jefe, Johnston, Joseph E., general, 187,190,
355-356 191
Hull, Cordell, 449 Jones, Mary, 339
Hutchinson, Thomas, gobernador de Jorge III, rey de Inglaterra, 10, 21
Massachusets, 12,15, 16 Joseph, jefe indio de los nez percés,
232
Journal, periódico, 292
Iarbel, Ida, 343 Journal of Negro History, The, 408
Ickes, Harold, 426 Juárez, Benito, gobierno de México
Ilustración americana, 76 de, 354
Informe Dikinson, 44 Junta de Aduanas (1767-1768), 13, 15
Instituto de educación de los trabaja­ Junta de Comercio, 9
dores de A. J, Muste, 391 Junta de Industrias, 422
Instituto del Hierro y el Acero, 431 Junta de Producción de Guerra
Instituto Tuskegee de Alabama, 471 (WPB), 456, 457,462
Internacional Negra, 263 Junta Nacional de Política Laboral de
Internacional, Primera, 253, 258 Guerra, 364
Internacional, Tercera, 436 Junta Nacional de Trabajo, 472
International Harvester, industria, 459 Juntás de Industrias de "Guerra, 365
Iwo Jima, batalla de, 497-498

Kaiser, Henry J., empresario indus­


Jackson Cabot, familia de los, 32 tria!, 456-457,467
Jackson, Andrew: general, 72, 84, 86, Keamey, Stephen, coronel, 143
- 87, 91, 98, 99, 125-129, 138, 140; Keenan, George, 494 .
: presidente, 93, 99-103, 107, 138, Kelley, Florence, líder feminista, 331,
139, 228, 238, 280-281 333
Jackson, Bob, 449 Kelley, Oliver H., 272
James, Frank, bandido, 175,182 Kenna, MichaeK 404
James, Jesse, bandido, 175, 182 Kennedy, John F., asesinato de, 439
Jay, John, 31, 42, 55, 58,64-65; presi­ Key, Francis Scott, abogado, 85; The
dente del Tribunal Supremo, 59 Star Splanged Banner, 85
Jefferson, Thomas, 22, 23, 25, 39, 46, Keynes, John Maynard, economista,
50, 52, 58, 62, 65, 67, 68, 70, 87, 373, 443
92, 100; secretario de Estado, 59, Knapp, Harry S., capitán, 354
60; vicepresidente, 68, 69; presi­ Knights of Labor, asociación obrera,
dente, 70-75, 76-81, 84, 102, 132, 255, 258, 260, 261-264, 265, 267,
133, 152, 279, 280 334
578 HISTORIA DÉ ESTADOS UNIDOS

Know Nothing, sociedad secreta, 164, Ley de Acuñación (1792), 272


167 Ley de Adaptación Agrícola (1933),
Knox, Henry, secretario de Guerra, 420,423,431,438,442
58-59 Ley de Arrendatarios, 442
Konoye, Fumimaro, 452 Ley de Comercio con el Enemigo
Ku Klux Klan, 208, 393^403 (1917), 361 '
Kuhn, Loeb and Company, de Nueva Ley de Comercio e Intercambio (1834),
York, 354 228
Ley de Comercio ínterestatai (1887), 334
Ley de Condiciones Laborales, 442
La Fayette, marqués de, 92 Ley de Construcción Naval (1916), 359
La Folíete, Robert M., gobernador de Ley de Contratos de Trabajo (1864), 248
Wisconsin, 319, 329, 357/ 373, Ley de Defensa Nacional (1916), 359,
384, 385, 392; senador, 426 366
La Guardia, Fiorella, alcalde de Nueva Ley de Derechos Civiles (1866); 198,
York, 404 204
Labor-Farmer Party, 435 Ley de Dirección del Ejército, 205
Lafeber, Walter, 278 Ley de Disputas Laborales de Guerra
Landon, Alfred M., gobernador de (o Ley Smith-Connually), 463,
Kansas, 437 477
Lathrop, Julia, líder feminista, 331 Ley de Enemigos Extranjeros, 69
Laurie, Bruce, 104 Ley de Entrenamiento y Servicio Se­
Lea, Luke, comisionado, 230 lectivo (1940), 453
Lee, Alice Hathaway, primera mujer Ley de Esclavos Fugitivos (1850),
de Theodore Roosevelt. 293 158-159, 160,162
Lee, familia de los, 32 Ley de Espionaje (1917), 341, 361
Lee, Fitzburg, cónsul estadounidense Ley de Exclusión1¡China (1882),. 250
en La Habana, 292; general, 297 Ley de Expansión Naval (1938), 453
Lee, Robert E., general, 172, 184, 185, ^Ley de Expropiación (1862), 196
187,191-192,197 Ley de Ferrocarril del Pacífico (1862),
legión Americana, 378, 393; Comi­
sión Americana de la, 393 Ley de Inmigración (1918), 395
Lemp, industria cervecera, 399 ■ Ley de Kansas-Nebráska (1854), 162-
Lesseps, Ferdinand de, 309-310 168
Lewis, John, líder sindical, 391, 435, Ley de la Administración Imparcial, 16
450 Ley de ia Junta de Embarque, 359
Lewis, Meriwether, secretario particu­ Ley de la Marina Mercante (1939), 453
lar de Jefferson, 76, 133 Ley de la Moneda, 10-11, 15
Ley Agraria (1820), 100 Ley de la Reserva Federal (1913), 324
Ley Agraria (1938), 442 Ley de Motines, 50
Ley Antimonopolio, 431 Ley de Naturalización: de 1798,69; de
Ley Clayton Antimonopolios (1914), 1802, 72
322, 325, 337 Ley de Neutralidad (1935), 447, 451
Ley Curtis( 1898), 235 Ley de No Relaciones Comerciales
Ley Dawes (1887), 235 (1809), 81
Ley de Acuartelamiento (1765), 11, Ley de Permanencia en la Administra­
15,16 ción, 205,206
ÍNDICE ALFABÉTICO 579

Ley de Préstamos para ios Propietarios Ley The Foran (1886), 261
de Casas (1933), 421 Ley Townsed, 431
Ley de Préstamos y Arriendos (1941), Ley Volstead (1920), 401 -402, 404,
'450,454 405,406
Ley de Prohibición de Guerra (19IB), Ley-Wade Davis (1864), 197
401 Ley Wagner-Stegall de Vivienda, 442
Ley de Quebec (1774), 16, 33 \ Ley Wamer-Murray-Dinger, 477
Ley de Reclutamiento Obligatorio, Leyes Coercitivas (1774), 16-18
253 leyes de emancipación gradual, 34
Ley de Reconstrucción Militar, 205- Leyes de Extranjería y Sedición
206 (1798), 69, 70; derogación de, 72
Ley de Relaciones Laborales (1935), leyes de libertad personal, 159
432, 435, 439, 460 Leyes de Navegación (1651), 9, 10, 15
Ley de Sedición (1918), 361, 384 Libe rator, The, periódico, i 12,118, 121
Ley de Seguridad Minera (1870), 253 Liberty Party, 156
Ley de Seguridad Social (1935), 433, Liberty Ship, carguero, 457
439 Liberty, motor de aviación, 366
Ley de Servicio Selectivo (1917), 3í>7, Liga Agraria (1880), 255
401 Liga Antisaloon de America, 400
Ley de Texas y Nuevo México, 158 Liga Antisaloon de Ohio, 400
Ley de Tierras (1796), 65 Liga de Consumidores, 329
Ley de Transporte Esch-Curamins Liga de Control de la Comida y el
(1920), 375 Combustible (1917), 364
Ley de Traslado (1829), 126 Liga de la Neutralidad Armada, 29
Ley Declarativa (1766), 13 Liga de Naciones, 371, 372
Ley del Azúcar (1764), 10, J1, 15 Liga Mundial contra el Alcoholismo,
, Ley del Embargo (1807), 80 401
Ley del Gobierno de Massachusetts, Liga Nacional de Consumidores, 331,.
16 333
Ley del gobierno filipino (1902), 306 Liga Nacional Reformista de Funcio­
Ley del Impuesto sobre la Riqueza, narios, 329
434 Liga No partidista, 384
Ley del Puerto de Boston (1774), 16 Liga Obrera no Partidista, 437 ■
Ley del Timbre (1765), 11, 12-13, 15 Liga para la Protección de América,
Ley del Traslado Forzoso (1830), 127 361; 377
Ley Económica (1932), 474 Liga para la Seguridad Nacional, 361,
Ley Fiscal (1935), 434 377
Ley Fiscal (1942), 477 Lincoln, Abráham, 119,141, 163-164,
Ley Henry Cabot Lodge, 224 167-169, 170, 246, 276, 347, 381;
Ley Homestead (1862), 239. 355 presidente, 171-172, 175, 178,
Ley Johnson-Reed (.1924), 397 181, 182, 184-185, 187, 191, 193-
Ley Mcnary-Hanguen Bill (1920), 386 197, 214, 283, 419, 496; asesinato
Ley para la Reactivación de la Indus­ de, 198, 199
tria Nacional (1933), 422 Little Big Hom, batalla de (1874), 232
Ley Sherman (1890), 218, 322, 325, Little Steel, grupo industrial, 459
334,335 Livmgston, Robert R., 23, 42
Ley Smith (1941), 468 Lloyd, familia de los, 32
580 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Locke, John, 24 Marshall, John, 66; juez, 228; presi­


Lodge, Henry Cabot, 288, 373 dente del Tribunal Supremo, 79,
Long, Huey Pierce, senador, 428-430 124, 128,304
Long, John D., secretario de Marina, Martí, José, líder cubano, 303
294 Marx, Kart, 103, 391
Lovejoy, Elijah, editor abolicionista, Matlack, Tímothy, 40
119 Maury, James, reverendo, 76
Lowell, familia de los, 32 Maverick, Mary A., 139
Lowell, Francis Cabot, industrial tex­ Maverick, Samuel A,, 139
til, 95 Maximiliano, emperador de Austria,
Loyal Land Company, 75 354
Luciano, Lucky, pistolero, 492 • McAdoo, William G., 365
Luis X VI, rey de Francia, 62 Me Arthur, Arthur, general, 305
Lundy, Benjamín, antiesclavista, 112 Mcbridge, John, líder sindical, 264
Lusitania, barco semíbélico, 359 McClellan, George B., general, 182,
Ly/y,revista, 123 : 184 -.-V-
Lynd, Helen, antropóloga, 389 McClure, Samuel S., 318-319
Lynd, Robert, antropólogo y econo­ McClure ’s Magazine, revista, 318
mista, 389, 425 McCook, John J., 291
McCoy, Joseph, empresario, 241
Mcdowell, Irwín, general, 18.1
MacArthur, Douglas, general, 415, McGuire, Peter, líder sindical, 264
452, 480-481, 484, 485, 488-489, McKiniey, William, 274, 275; presi­
492, 500 dente, 288, 290-293, 294-296,
Maceo, Antonio, general mulato, 298 300, 301, 303-305, 309, 395; ase­
Mackenzie, Alexander: Voyages from sinato de, 307
MontreaL 76 Mcneill, George, 334
Madero,. Francisco, 355 Mepherson, James M,, historiador, 15 í
Madison, James, 50-51, 52, 55, 59-61, Means, Gardnier, economista, 425
■;62, 65, 69-70? 92; presidente, 81- Meigs, Montgomery, 178-179 -
83, 85, 86, 87, 279 Melville, Hermán, 141
Magia, información de, 452,453, 484- Memorial of the Cherokee Nation,
485 The, 127
Maham, Alfred Thayer, almirante, Mexican Petroleum Company, empre­
288-289; The ínfluence of Sea Po­ sa, 355
wer upon Histoiy, 1660-1783, 288 Midway, batalla de, 485
Maine, acorazado, 291-292, 293, 294, Milton, Francis, 93
296 Missouri, acorazado, 500
Malthus, Thomas Robert, economista Missouri Repuhiican, 259
y demógrafo, 73 Moerlín, industria cervecera, 399
Management revolution, 211 Moley, Raymond, 417-418
Manifiesto de Ostende, 282 Molly Maguire, sociedad secreta, 251-
María Cristina, regente, 302 252, 253-255, 258
Mame, batalla del (1918), 368 Monroe, doctrina, 277, 281, 289, 308-
Mame-Argonne, batalla del (1918), 368 309, 373
Marshall, George C, general, 456, Monroe, James, 71,92,98; presidente,
494, 498 125
ÍNDICE ALFABÉTICO 581

Montgomery Ward, industria, 459 New York Tribune, periódico, 186


Montgomery, Beraard, 490, 494-495 New York World, periódico, 292
Morgan» J, Pierpont, financiero, ,216 Nimitz, Chester, almirante, 488-489,
Morgenthau Jr., Henry, 417; secretario 492
del Tesoro, 449, 477, 495 Normandía, desembarco de, 487, 489-
Monis Lamí Grant Act, 193 490,495
Morris, Goüvemeur, 42, 52 Norris, George, senador progresista,
Mott, Lucrecia, 122.130 373,426
Movimiento de ía Marcha sobre Was­ North American Aviation, huelga de,
hington, 473 460
Movimiento'Niágara (1906), 347 North, lord, ministro de Hacienda, 15,
Movimiento por la Igualdad de Dere­ 29
chos Civiles, 211 Nueva York, acorazado, 292
Movimiento Regulador, El, 3, 19
Movimientos, para la Tierra Libre, 120
Murray, Philip, 459, 460 O’SulUvan, John L., Mtor, 131, 280
Mussolini, Benito, 486, 487 Oberlin College, en Ohio, 108
Myrdal, Gunnar. An American Dilem Oficina de Control de Precios (OPA),
nía, 473 463-464,472
Oficina de Dirección de la Producción,
460
NAACP, 469,471,473 Oficina de la Prohibición, 402
Nagasaki, bomba atómica, 499 Oficina de refugiados, libertos y tie­
Nagybanya Horthy, Miklos von, presi­ rras abandonadas, 197, 198, 199,
dente de Hungría, 429 203, 204
Napoleón Bonaparte, 69, 75, 79, 80, Oficina de Tierras, 228
83, 85, 86, 280 Oficina del Comisionado de Asuntos
Nashville, acorazado, 311 Indios, 228, 233
National Anti-Slavery Standard, The, Gkínawa, batalla de, 497-498
130 Oklahoma, acorazado, 452
National Association for the Advance- Oíd Age Revolving Pensions Limited,
ment of Colored People (NA­ 430
ACP), 369-370, 379, 381, 408 Olney, Richard: fiscal general, 267;
National Defense Mediatíon Board secretario de Estado, 289
(NDMB), 460 Onís, Luis de: Memoria, 136
National Era, periódico, 160 Orden de los Caballeros del Trabajo,
National Labor Board (NLB), 460 261,264
National Union for Social Justice, 429 Ordenanza de 1784, 46
Negro Society for Historical Research, Ordenanza de 1785, 46
The, 408 Ordenanza de la Tierra (1875), 237
Nevada, acorazado, 452 Ordenanzas del noroeste (1787), 35,
New Deal, 364, 418-419, 424-428, 46-47, 65, 163
431-432, 434, 436-446, 449, 454- Órdenes del Consejo, 80, 81-82,83,86
455, 459, 460-462, 464, 467, 468, Oregón, acorazado, 292
470, 476, 492, 500 Organización Nacional de Mujeres
New York Journal, periódico, 292 para la Reforma de la Prohibición,
New York Times, periódico, 186 405
582 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Osceola, jefe seminóla, 129 323, 327,329, 330, 336, 359, 373,
Otis, James, abogado, 14 384,402,405,406,428
Overlord, operación, 489 Partido Socialdemócrata, 258
Owen, Robert, reformador británico, Partido Socialista Americano (PSA),
91-92 267, 334, 339, 340, 341-344, 349,
351,361,384, 385,391, 392 -
Partido Whig, 107,120,127,130, í 53,
Pacific Raihvay Bill, The, 214 156, 160, 162,163,164
Paine, Thomas, editor, 1-22, 24, 40 Patch, Alexander* general, 495
Palmer, A. Mitchell, fiscal general, Patrol Torpedo PT, lanchas torpede­
378 ras, 456
Parker, Mary S., 122 Patrons of the Husbandry, The, 272-
Parker, plumas, 457 273
Parlamento británico, 10, 11, 12, 13, Patton Jr., George, generál, 4I5, 487,
14, 16, 82, 336 490,495
Parlamento de York, 84 . Pa2 de París (1763), 7
Partido Americano, 164, 167, 169 Peabody, Georgé F., empresario, 305
Partido Comunista Americano (CPU- Peale, Charles W., retratista, 40
SA), 384, 392, 435-436, 441, 469, Pearl Harbor, ataque japonés a, 452-
492 455, 478, 479, 481, 486, 492
Partido Constitucional Unionista, 169 Penn, familia de los, 32
Partido Cubano Revolucionario, 303 Pennsylvania Magazine, 21
Partido de la Tierra Libre, 156-157 Perkins, Francés, secretaria de Traba­
Partido de los Trabajadores de Estados jo, 331, 417, 419, 426
Unidos, 256, 258-260 Perlman, Selig, economista, 386, 391
Partido de los Trabajadores de Illinois, Perry, Mathew C, comodoro, 282
258 , Pershing, John J., general, 366, 367,
Partido efe Mujeres por la Paz, 357 ■ 368 .. ' / :
Partido del Pueblo (o Partido Populis­ Pessen, Edward, historiador, 151 -152
ta), 271 r 273, 274, 334, 346; Con­ Pickering, Timothy, senador, 77
vención Nacional del (1892), 274 Pickney, Thomas, 68; véase también
Partido Demócrata, 99, 104, 107, 115, : Tratado de Pickney
120,131, 139, 146, 153, 160,164, Pierce, Franklin, presidente/160, 162,
167, 168, 169, 186, 194, 209, 210, 282
274-275, 336, 337, 343,'.359, 385, : Piermont Morgan and Company, J., •
404, 406, 416, 417, 418, 420, 428, banco de inversión, 216
437-438, 441, 444, 449, 470, 477, Pitt, William, presidente del Consejo
492 / , : de Ministros ^6
Partido Federal, 75 Plan Americano de Empleo, 389, 393
Partido Federalista, 70, 77-78, 81, 82 Plan de Unión de Albany, 6
Partido Laborista británico, 383 Plan del diez por ciento, 194-195, 196
Partido Nacional de las Mujeres, 371 Plan Lincoln, 194
Partido Progresista, 332, 344 Plan Murray de Consejo Industrial,
Partido Republicano, 66, 72-73, 86, 461
107, 120, 163, 164, 167, 168, 169, Plataforma del Sur (1847), 153
171, 183, 193-194, 203, 210, 246, Píate County Deffensive Associatlon,
270, 276, 282, 283, 290-291, 293, 165
ÍNDICE ALFABÉTICO 583

Plessy, Adolph, 226 30, 32, 34-36, 39, 40, 44, 47, 49,
Pobst, industria cervecera, 399 58, 59, 68, 69, 89,96,97, 104, 105,
Poe, Edgar Alian, 131 106,109,278,279,333
Polk, James K,, presidente, 140-141, Revolución francesa, 62, 110
143, 146-147, 155 Revolución mexicana, 355
poli tax, 224, 225 Richardson, William A., 163
Polonia, invasión de, 448 Riley, sargento, 142
Posser, Gabriel, 113 Rittenhouse, David, científico y relo­
Post, Louis, subsecretario de Trabajo, jero, 40
378 Rockefeller, John D., magnate petrole­
Powderly, Terence, líder de los ro, 215-216, 319
Rnights of Labor, 255, 261 Rojo, río, guerra de (1874-1875), 231
Pratt, Richard Henry, reformista, 233 Roosevelt, Eleanor, mujer dé Franklin
Prevost, George, general, 85 D. Roosevelt, 416, 417, 438, 463
Proclamación de amnistía y recons­ Roosevelt, Franklin Delano: goberna­
trucción, 194 dor, 412, 416-418; subsecretario
Proclamación Real (1763), 10 de Marina, 416; presidente, 314,
Producto Interior Bruto (PIB), 215, 398, 407, 420-421, 428, 429, 433,
454,464 434, 436-444, 446-451, 459, 461-
Pulitzer, Joseph, editor, 292 463, 467, 472, 477, 478» 486, 487,
Pullman, compañía de coches, 265, 490-491, 492-495; discurso del
267,342 Estado de la Unión (1944), 463;
muerte de, 495-496
Roosevelt, Theodore, 293, 302, 304,
Quantrill, William C., bandido, 175, 323,344,359; presidente, 278,286,
182 287, 288, 306-313, 314, 319, 320,
Quink, tinta 457 327, 331, 332, 353, 362; subsecre­
tario de Marina, 293-294, 296-297,
298-299; ptemio Nobel dfe la Paz,
Railway Times, 268 313; eslogan «cien por cien ameri­
Randolph, A. Philip, líder sindical, canismo», 377; La historia naval de
470,472-473 la guerra de 1812, 293; The Win-
Randolph, Edmund, fiscal general, 59 ning o f the West, 287-288
Reading Railroad, compañía ferrovia­ Root-Takahira, acuerdo (1908), 313
ria, 253-254 Rough Riders, regimiento de caballe­
Rebelión de Bacon (1776), 18 ría, 299
Rebelión de Pontíac (1763), 9 Rule of Reasons, 322
«rebelión del Whisky», 64, 66 Rush, Benjamín, medico, 22, 40
República de la Estrella Solitaria, 138 Russel, Howard H., 400
República de Saló, 487 Ruthenfurd, Lucy, 496
Reserva Federal, 324, 385, 411-412,
442, 455; Consejó dé la, 411, 434
Resoluciones del condado de Suffolk, Sabine, Pauline, 405
18 Sacco, Nicola, anarquista, 394-396
Revolución bolchevique* 377, 361, Sagasta, Práxedes Mateo, 295, 302
367,384 > Saint John, Vincent, líder sindicalista,
Revolución en Estados Unidos, 17-25, 339-340
584 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Salsedo, Andrea, anarquista, 396 Sindicato de Mineros de Butte, 339


Salvatóre, Nick, 344 Sindicato de Trabajadores Agrícolas y
Sao Valentín, matanza del día de de la Industria Conservera, 424
(1929), 405 Sindicato de Trabajadores Rusos, 378
Sand Creek, matanza de indios (1864), ■ Sindicato Ferroviario Americano, 342
231 Sistema Continental, 80, 81
Santa Ana, general, 137-138, 143 Smith vérsus Allright, caso de, 473
Santón, Edwin M., secretario de Guer­ Smith, Adam, economista. 62, 73
ra, 205, 206 Smith, Al, 398, 406, 409-410, 417,
Scagawea, mujer india, 77 428
scalawags, republicanos del sur, 207 Smith, Henry Nash: Virgin Land, The
Schechter, hermanos, 431 American West as Symbol and
Schlitz, industria cervecera, 399 Myth, 132
Schomburg, Arthur, 408 Smith, Jess, 403
Scott, Winfield, general, 143, 160,162, Socialist Labor Party (SLP), 260, 342
172,176 Sociedad Americana de Colonización
Seguridad Social, 433-434, 437, 441, (1816), 111
443, 477-478 Sociedad Americana para el Fomento
Seis Compañías, Las, consorcio, 456 de la Abstención Alcohólica, 109
Senado, 42, 44, 52-53, 62, 75, 78, 98, Sociedad Antiesclavista Americana
128, 129, 139, 141, 153, 157, 158, (1833), 118, 121
165, 171, 195, 205-206, 269, 282, Sociedad Antiesclavista de Nueva In­
310, 330-331, 336, 359, 367, 373, glaterra, 121
374.414,419,491 Sociedad Antiesclavista Femenina de
Servicio de Empleo, 364 Boston, 121
Servicio de Inspección Geológica de Sociedad Antiesclavista Femenina de
Estados Unidos, 228 Filadeffia, 122
Seward, Wüliam Henry, 283-284 Sociedad de Ayuda al Emigrante de
Shay, Daniel, ex capitán, 50, 51 Nueva Inglaterra, 165
Sheridan, Philip'H., general, 182, 183, Sociedad de Naciones, 372-374, 383,
190, 231 402, 446
Sherman, John, general, 182, 183, 184 Sociedad Patriótica, 19
Sherman, Roger, 23 Sociedad Taylor, 426
Sherman, William T., general, 186, Spargo, John, 390
187,190-191 squatters, 238-239
Shi, David E., 48, 76,136 St. Leger, Barry, teniente coronel, 28
Shippen, familia de los, 32 Staiin, Josef Vissarionovic Dzugasvili,
Siete Días, batalla de los (1861), 185 487, 488, 493-494, 496, 499
Silvela, Francisco, 302 Standard Gil Company, compañía pe­
Sinclair, Upíon: The Jungle, 319, 343 trolera, 214
Sindicato de Aparceros de Aiabama, Stayton, William, 406
424 Steffens, Lincoln, periodista y escritor,
Sindicato de Arrendatarios del Sur, 319, 343; La vergüenza de las ciu­
424 dades, serie, 319
Sindicato de Estudiantes Americanos, Steinbeck, John: Las uvas de la ira,
436 421
Sindicato de Ferroviarios, 257 Stephens, Uriach, 261-262
ÍNDICE ALFABÉTICO 585

Stimson, Henry L., secretario de Guer­ Townshend, Charles, ministro de Ha­


ra, 456 cienda, 13, 15
Stowe, Harriet Beecher. La cabaña del Trabajadores Industriales del Mundo
tío Tom, 160 (IWW), 334, 339-341, 342, 344,
Strasser, Adolf, 264 361
Strong, Josiah, ministro congrega- Tráde Union Uijity League (TUUL),
cionista, 286-28?; Oúr Country, : 436
286 Tratado de Alianza (1778), 69
Styron, William, 117-118; The Con- Tratado de Cayton-Bulwer (1850),
fassions ofNat Turner, 117 309
-Swain, David L., ex gobernador de Ca­ Tratado de Fort Atkinson (1853), 229
rolina del Norte, 199 Tratado de Fort Laramie (1850), 229,
231
Tratado de Grenville (1795), 33, 65
Taft, Robert, senador, 469 ■'>■■■ Tratado de Guadalupe-Hidalgo
Taít. William Howard, 306, 327; pre­ (1848), 146, 251
sidente, 307, 312, 320, 323, 3361 Tratado de Jay: con España, 51; con
343; ex presidente, 364 Inglaterra, 64-65, 66, 67, 68
Taft-Katsura, acuerdo (1905), 314 Tratado de Medicine Lodge, 231
Talleyrand, Charles-Maurice de, mi­ Tratado de New Echota (1935), 128
nistro de Exteriores francés, 68 Tratado de Pancefote-Onley (1896),
Tappan, Lewis, 119 290
Tarbeíl, Ida M.: La historia de ¡a Stan­ Tratado de París (1899), 302
dard Oil Company, 319 Tratado de paz de Gante (1814), 86
Taylor, Zacary, general, 141,142, 143, Tratado de Pickney con España
147, 156; presidente, 157-158 (1795), 65, 66, 75
Temín, Feter, 103 Tratado de Versalles. 372-373, 383
'Thomas,"George H,, general, 183 Tratado Hav-Herrán (1903), 310, 3 ti
Thompson, Big Bill, alcalde de Chica­ Tratado Transcontinental (o Tratado
go, 404 de Adam-Onís), 98, 132, 133
Thompson, William Hale, alcalde de Travis, William, coronel, 138
Chicago, 381 Tribunal Internacional, 446
Thoreau, Henry David, escritor, 131, Tribunal Supremo de Tennesee, 98
142; Desobediencia civil, 142 Tribunal Supremo, 42, 53, 79, 124,
Tilden, Samuel G., 210 128, 169, 206, 226, 304, 321, 322,
Time Magazine, revista, 441, 492 345, 346, 431, 438-441, 459, 469,
Times, periódico, 259 473,491
Tito, Josip Broz, mariscal, 490 Trollope, Francis, 93; Domestic Man-
Tobruk, caída de, 486 ners of Americans, 93
Tocqueville, Alexis de, 92,96, 109; La Trollope, Henry, 93
democracia, en América, 93 Trollope, Thomas Anthony, 93
Todd, George, bandido, 175 Traman, Harry S., senador, 491-492;
Tojo, Hideki, general, 452, 488 presidente, 496, 499
Toro Sentado, jefe indio sioux, 232 Turner, Frederick Jackson, historiador,
Torrio, John, gángster, 404 286, 299, 323; The Frontier in
Towley, Arthur C,, 384 American History>,286
Townsed, Francis, doctor, 430 Turner, Nat, 113, 115
586 HISTORIA DE ESTADOS UNIDOS

Twain, Mark, escritor, 305 Wagner, Robert, senador, 426 433


Twentieth Century Fund and Russell Wagner-Stegall National Housing Act,
Sage Foundation, 426 442
Tyler, John, 139 Walker, David, ex esclavo: An Appeal
to the Colored Citizens o f the
World, 11.2
U, S. Steel Corporation, empresa, 376 Wall Street, 358410-412, 416, 434,
Unión Federal, 71, 77, 85, 86, 88.-89, 450,467
100, 119-120, 126, 139, 152, 156, Wallace, Henry, 491-492; secretario
157, 158, 162, 164, 167, 168, 169, de Agricultura, 420; vicepresiden­
171-175, 177-197, 207, 208, 253, te, 449,476
269, 282, 294, 297, 299 Walsh, Frank P., presidente del CIR,
Union Pacific, compañía ferroviaria, 337; abogado laboralista, 364
214,242 Waiter, James, alcalde de Nueva York,
United Automobile Workers (UAM), 404
460 ' Waitón, familia dé los, 32
United Mine Workers (UMW), sindi­ Warig Ching-Yueí, 481
calismo de, 219, 339, 377-378, Warren, Earl, 440
435 Warren, Mency, 36
United States Magazine and Démo- Washington, BoókerT., líder afroame­
cratic Review, The, revista del Par­ ricano, 298, 347
tido Demócrata, 131 Washington, George, 39, 67, 68; jefe
United States Steel Corporation, hol- de milicia, 21, 22, 26-27, 29, 31;
ding de acero, 217 presidente. 51, 58, 63, 64, 65, 66,
Universidad de Atlanta, 347 71, 125, 443;Mensaje de despedi­
Universidad de Columbia, 287, 417 da, 66
Universidad de Harvard, 293,416,417 Watson, Tom, líder populista, 274,
Universidad de Oxford, 93 275,277,346
Universidad de Princeton, 351 Wavell, sir Archibald, 479
Universidad de Wisconsin, 330 Wayne, Anthony, general, 33
Universidad John Hopkins, 287 Weaver, James B., general, 274
Utrecht, Tratado de (1713-1714), 5 Webster, Daniel,» 142,160 -'
Weinbérg, Albert K„ 131, 132, 278;
- Manijes t Destiny, 131 vi
Vanzetti, Barto!orneo, anarquista, 394- Well, Cari Austin, asesino de Long, 429
396 Wellington, ejército de, 84, 85
Vardanan, James K., gobernador de WestPoint, 170, .181
Mississippi, 330 West Virginia, acorazado, 452
Víctor Manuel III, rey de Italia, 487 Westendorp and Company, bando de
Villa, Pancho, revolucionario mexica­ Amsterdam, 353
no, 356 Westinghouse, empresario, 215
Villard, Henry, empresario, 305 Weyler, Valeriano, general español,
Volstead, Andrew J., congresista lute­ 305
rano, 402 ' Wheeler, Joseph, general, 297
Vates o f Proceeding. The, 15 Wheeler, Wayne, 402
Whitehead, Margaret, 117, 118
TOitman, Walt, 131, 132
ÍNDICE ALFABÉTICO 587

Wilenfcz, Sean, 104 Woodford, Stewart L,, embajador en


Wilkes, John, 22 España, 291
Wilkes and Liberty, movimiento (1768* Woodruff, Robert W., 457
1770), 22 Woodson, Cárter G., 408
Wilkes Booth, John, asesino de Lin­ Work Projects Administration (WPA),
coln, 199 432,443
Wilkie, Wendell L^ 4^0 Wounded Knee, matanza en (1890), 232
Wilkinson, Bliza, 36 Wright, Francis, reformador británico,
Wilkinson, James, general, 79 91,92,93
Williams, Eugene* 379 Wrmgley, chicle, 457-458
Wilshires Magazine, periódico, 343 Wringley, Philip K., 458
Wilson, Woodrow, 102, 383; presi­
dente, 194, 307, 320, 322, 323-
325, 327-328, 330, 337, 347, 351- Yamamoto, Isoraku, almirante, 485
352, 354, 355-360, 366, 369, Young, Thomas, médico autodidacta,
371-373,401-402, 416, 445; «14 40,43
puntos» de, 372; discurso del Esta­ Younger, Colé, bandido, 175, 182
do de la Ngióión, :375; discurso Younger, Jim, bandido, 175, 182
«Paz sin yíctoná», 359
Winslow, fainilia de los, 32
Wood, Leonard: coronel, 299; general, Zavala, Lorenzo de, 137
302-303 Zelaya, José Santos, 310, 313-314

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