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Fuertes y fortines
Como resultado de las reformas borbónicas, se produjo la creación del Virreinato del Río de la
Plata en 1776 y se designó como capital a la ciudad de Buenos Aires. Dichas reformas
tenían el objetivo de alcanzar un control político y económico más estricto sobre las colonias que
redundara en mayores beneficios para la metrópoli.
Así, en el último cuarto del siglo XVIII prosperaron iniciativas tendientes a realizar fundaciones de
fuertes y fortines que permitieron la expansión de la frontera en torno a la ciudad de Buenos Aires.
Esta decisión de los gobernantes virreinales se debió al desarrollo de una política defensiva en
virtud del conflicto permanente que mantenían con el indígena en la región pampeana y también
como una forma de organizar a los pobladores que se encontraban dispersos en la campaña.
Ante denuncias de los pobladores sobre el avance de los indígenas entre 1738 y 1739 se construyó
el Fuerte de Arrecifes y luego los de Laguna Brava y La Matanza.
Hacia 1779 y 1781, se puso en marcha el "Plan de Fronteras" preparado durante el gobierno del
Virrey Juan José Vértiz y Salcedo. El plan consistía en fundar cinco fuertes principales (Chascomús,
San Miguel del Monte, Luján, Salto y Rojas) y cuatro fortines intermedios en Ranchos, Lobos,
Navarro y Areco. Los fuertes y fortines no sólo concentraron a la población militar y a sus familias
sino que crecieron hasta constituirse en pequeños núcleos.
El número de fuerzas regulares para custodiar la frontera era escaso, al igual que los recursos
destinados al mantenimiento de los fuertes. Por esa razón, los pobladores de la campaña
participaron en el servicio de las armas y aportaron recursos económicos al sostenimiento de la
defensa contra el indio. Los fortines y las guardias fronterizas se diferenciaban de los fuertes por
ser los pobladores quienes se constituían en milicia y sostén de los mismos.