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Vivimos en una sociedad llena de descontento. Nos sentimos descontentas con nuestro
trabajo, sueldo, nuestros matrimonios, la iglesia, la salud, nuestra apariencia (si tan
solo tuviera menos arrugas…) y en casi cada área de nuestras vidas. Esta falta de
contentamiento es producto del pecado en nosotras. Con el descontento viene la queja; y
con la queja, el enfado; y con el enfado la amargura. El contentamiento, ya lo decía
Jeremiah Burroughs hace casi 400 años, es “una joya rara”, sin embargo es una de las
virtudes cristianas más importantes.
Qué es el contentamiento
El contentamiento cristiano no es algo natural en el ser humano, pero Dios nos manda a
vivir en contentamiento. Cuántas veces oímos e incluso yo misma las he dicho,
expresiones como “¡qué le vamos a hacer!”, “no hay más remedio”. Pero esto no es
contentamiento: es resignación o fatalismo. El contentamiento cristiano tiene que ver más
con la aceptación. Es reconocer que Dios ve y está en control de todo lo que pasa en mi
vida y en toda la creación, y por lo tanto, implica que acepto con paz y serenidad cualquier
circunstancia que llegue a mi vida, sea buena o mala, porque no hay nada que ocurra que
sea fuera de su voluntad para mi vida, la cual, en Cristo, es siempre buena, agradable, y
perfecta.
Quizás estés pasando por circunstancias muy difíciles en tu vida, pero permíteme
recordarte al apóstol Pablo, quien recibió azotes sin número, estuvo prisionero varias
veces, fue apedreado, padeció tres naufragios, estuvo en peligro muchas veces, en ríos, a
manos de ladrones, peligros de dentro y de fuera de las iglesias, peligros en el desierto,
en el mar, enfrentándose a falsos maestros, trabajando duramente, sufrió muchos
desvelos, pasó hambre y sed, frío, desnudez y tenía su aguijón en la carne que no le fue
quitado (2 Co. 11:23-29).
No creo que podamos compararnos con él, sin embargo, él pudo decir estas palabras
inspiradoras y de tanto ánimo para nosotras como creyentes. Para él no era solo teoría,
sino que Él las pudo experimentar en su propia vida: “No que hable porque tenga escasez,
pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación. Sé vivir en pobreza, y
sé vivir en prosperidad. En todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado
como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en
Cristo que me fortalece” (Fil. 4:11-13).
Viviendo en contentamiento
Ya hemos afirmado que la fuente del contentamiento está en Cristo y todo verdadero
creyente tiene a Cristo, por lo tanto, todo cristiano debe y puede vivir en contentamiento
ya que Jesús lo ha hecho posible a través de su muerte y resurrección. La mayor razón
por la que podemos vivir en contentamiento es porque nuestras vidas fueron libradas, en
Cristo Jesús, del peor de nuestros problemas: la paga de nuestro pecado. Entonces ¿quién
nos separará del amor de Cristo? ¡Nada! ¡En Él estamos seguras!
Ahora, ¿cómo podemos poner en práctica una vida de contentamiento? Para empezar
tienes lo principal, a Cristo y su poder en ti, pero podemos sacar algunas enseñanzas
prácticas del ejemplo de Pablo:
1. Aprende a contentarte. El apóstol dijo “he aprendido a contentarme” “por todo estoy
enseñado”. No aprendemos a vivir en contentamiento de la noche a la mañana: va
creciendo en la medida en la que vamos confiando en que Dios tiene control de toda
nuestra vida y de todos los acontecimientos que nos ocurran.
6. Vive por encima de tus circunstancias. Pablo vivía por encima de las circunstancias
que le tocaron vivir, sabes ¿por qué? Porque su mirada no estaba en este mundo sino en
la gloria venidera, en las promesas eternas, “Pues tengo por cierto que las aflicciones del
tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de
manifestarse” (Ro. 8:18). ¿Dónde está puesta tu vista?
7. Predícate el evangelio cada día. Porque se nos hace bien fácil olvidar dónde está
nuestra confianza y dónde están nuestras riquezas, recuérdale cada día a tu alma que tu
vida está escondida con Cristo en Dios (Col. 3:3).
Hija y sierva de Dios por pura gracia. Esposa del pastor Luis Cano desde 1985, madre de
Bequi y Débora. Junto a su esposo sirve en la “Iglesia Cristiana Evangélica” de Ciudad
Real, España. También es maestra de inglés en un colegio público de infantil y primaria.
Desde hace 30 años participa activamente en la “Asociación de Campamentos Cristianos
Castilla La Mancha” para niños y adolescentes.