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Estado: conjunto de instituciones que ejercen el gobierno y aplican las leyes sobre la
población residente en un territorio delimitado, provistos de soberanía, interna y
externa.
Este proceso va acompañado de una crisis del mundo feudal y de una lucha
sangrienta entre los señores feudales, en la que se impone el rey. Este pasa a
tener el fundamente de su poder, que se basa en una legitimidad que estriba en la
fuerza.
Hay que distinguir la naturaleza del Estado de las características de este. Las
características, aquellas que le distinguen del feudalismo, son las siguientes:
Identidad.
Qué economía y qué sociedad. La interrelación entre política y economía-
sociedad hace que sean las segundas las que marcan la naturaleza de la primera.
La clave para entender el Estado estriba en comprender esta relación.
Quién decide, cómo, para qué y cuáles son las relaciones que se establecen entre
el conjunto de instituciones.
El adjetivo soberano indica que está sobre algo, que es el que manda. El soberano es
aquel que puede hacer leyes. Se pasó de la brutalidad de las luchas feudales y dinásticas
a una juridificación. El poder ha consistido a partir de entonces en tener la capacidad de
dictar leyes. El Estado es un conjunto de instituciones en las que se concentra la
capacidad de decidir.
1. Estado absoluto.
2. Estado liberal.
3. Estado social.
El poder, que se basa en la legitimidad divina, está concentrado y no tiene límites, pero
aún quedan algunos resquicios del feudalismo. Existe una completa falta de libertad. El
Estado es intervencionista y se rige por reglas estrictas y se da el mercantilismo. El
intervencionismo afecta a la burguesía, que quiere detentar poder político. Esta, en un
momento en que la economía va a cambiar, propicia el surgimiento del:
Estado liberal
En esta época se forja el nuevo concepto de sociedad civil, que se asienta sobre los
derechos naturales y el mercado.
Ahora, se debe ordenar el Estado, que es el que tiene el poder y puede ejercer la
coacción. Para que todo sea coherente con estas bases socioeconómicas, hay que
completar el otro elemento de la ecuación: el Estado. Este está para defender las
libertades y para restaurar, en su caso, el equilibrio. Definido su fin, hay que organizarlo
para que sea funcional. El Estado se concreta en organización:
Esto asegura cierto orden. La burguesía alega que, de instaurarse esto, dejará de haber
guillotinas y sans-culottes. Todo esto se regula por la constitución, que origina de la
nada una nueva forma de organización. Regula de manera total, sistemática y
exhaustiva. Pretende ser revolucionaria y cambiar el orden de las cosas.
Como el poder está ahora en el Parlamento, la burguesía quiere que solo lleguen hasta
allí sus intereses y por eso instaura el sufragio censitario.
El Estado tiene que proteger el estado de las cosas, defender los derechos que afirma,
para lo cual se vale del Derecho y de la coacción para el orden público. El Estado no se
conforma con ser garante estático y se va implicando paulatinamente en la economía:
transportes, correos, carreteras… Va supliendo las carencias que detecta.
El siglo XIX fue el de las revoluciones, según Eric Hobsbawm. Estas pretendían
modificar la premisa que permitía el gobierno de la burguesía: el sufragio censitario. El
Estado liberal fracasa porque la sociedad y la economía cambian. En el periodo de
entreguerras —las bases del Estado liberal se derrumban ya con la guerra del 14— se da
el aldabonazo final a esta forma de gobierno:
Como respuesta a estas circunstancias, surge el Estado social, que ha de conciliar los
intereses de la burguesía y el proletariado.
El fundamento del nuevo Estado es un pacto socialdemocrático. Hay que defender los
intereses tanto de los capitalistas como los trabajadores. Los primeros quieren
propiedad y libertad de empresa. Los trabajadores, por su parte, quieren que la
economía funcione para tener trabajo. Esto se consigue con el mercado y con la
intervención del Estado como sujeto activo con sus empresas y como regulador de la
economía. Los trabajadores también obtienen derechos sociales: protecciones cuando se
sale del mercado de trabajo (jubilación, parto, baja) y prestaciones esenciales: educación
y sanidad. Todo esto conlleva un mayor bienestar.
Todo esto se traduce en una ley presupuestaria, en la que se fija cuánto gasta el Estado
en cada costa. El poder real reside aquí.
Todo se concreta en una organización del poder que responde al mismo esquema pero
tiene otro sustrato. Es una herencia del siglo XIX, aunque actualizada a las condiciones
del momento:
Separación de poderes.
Principio de legalidad.
Derechos fundamentales.
Como hay dos términos, hay tensión entre la organización comunitaria y la organización
estatal. Ahora, en estos momentos concretos, prima la estatal, con Merkel y Macron a la
cabeza. Como consecuencia del ascenso de la extrema derecha —AfD las últimas
elecciones alemanas—, Merkel tendrá que pactar con los liberales y esto va a lastrar la
política europea.
En la UE, esto queda claro con todas las instituciones. Como quedaba patente en el
esquema, lo social se veía amenazado al tiempo que el Estado, por el contrario,
prevalecía. Ahora, sin embargo, también se cuestiona lo del Estado, porque está la
Unión Europea. Aun así, se mantienen las tesis de que los Estados mandan en el fondo,
porque se necesita el acuerdo entre ellos para cambiarlos. Mantienen aún cierta
soberanía. El Tratado de Lisboa, por ejemplo, fue rechazado por los Países Bajos y
Francia y no se elaboró una Constitución europea. Queda claro, pues, que los Estados
son los «dueños» de los tratados importantes.
Sin embargo, esta soberanía solo se manifiesta en momentos concretos y cada vez se
transfieren más competencias a la Unión Europea. Con el euro, cada país no puede
devaluar por su cuenta la moneda y tiene que resignarse a reducir los sueldos para
mantener la competitividad en los momentos complicados.
Existe otro nivel adicional, el internacional. Este está menos articulado. En la Unión
Europea, hay una arquitectura similar a la de los Estados: poderes legislativo, ejecutivo
y judicial.
En las organizaciones mundiales, la arquitectura es menos compleja, pero tienen gran
incidencia, que se hace patente, sobre todo, en momentos de crisis. Las competencias
están difuminadas y esto provoca un debilitamiento del poder democrático. No hay
nadie ante quien rendir cuentas. El Estado pierde capacidad de decidir. Lo que queda de
la función del Estado está respondiendo al esquema de transformación, en que el
mercado libre ha fortalecido a los poderes privados, que tienen como objetivo la
apropiación de la riqueza.
La esperanza de la relación contra la globalización son, por ejemplo, las protestas contra
el G-20 en Hamburgo y manifestaciones de ese tipo…, pero no ha habido una reacción
institucionalizada. La esperanza es también Jeremy Corbyn. Se verá ni inaugura una
etapa de posneoliberalismo. Si Inglaterra fuera capaz de salvarse de la redada del
neoliberalismo, sería un gran ejemplo para el resto de Estados. Cuando se vislumbran
ápices de resistencia a la globalización, se recortan libertades. La Ley Mordaza
responde a una crisis del neoliberalismo.
El mercado tiene un poder salvaje (no se detiene ante el cambio climático, destroza el
terreno…). Lo que va a suceder es imprevisible, pero conocemos el problema. La
Constitución rige menos, porque parte de los poderes encomendados al Estado se han
transferido a otras instituciones. El modelo constitucional no rige y nos regula solo
parcialmente, se pierde normatividad. Hay un sucedáneo, porque la arquitectura
constitucional no está adaptada a las organizaciones internacionales: falta democracia en
estas organizaciones. Los poderes ejecutivos están descontrolados y el Parlamento
Europeo no manda, no sirve, no representa a los europeos.
Sin embargo, hay algo, aunque sea fragmentario. Ante ciertas violaciones, por ejemplo,
se puede recurrir al Tribunal Europeo de Derechos Humanos. No hay un orden
constitucional. Los elementos son insuficientes y poco a poco se va intentando judificar
todo.