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aparatos especialmente diseñados para el estudio de corpus de una amplitud que los
eruditos de antes, con sus fichas, no podían ni soñar con abrazar. Se ha insistido
también que las operaciones mismas que caracterizan el trabajo genético —constitución
del dossier, su organización, clasificación, transcripción y edición-- no se distinguen
mucho de las formas clásicas de la actividad del filólogo. Es lo que opinan, por
ejemplo, especialistas de la talla de André Guyaux (1990) o Michel Espagne (1992),
según quienes las posibilidades de avance de la genética pueden verse sumamente
mermadas si la disciplina sigue obstinándose en no asumir su filiación filológica.
Contra este juicio, la respuesta de la genética ha sido contundente - léase el profuso y
no menos convincente artículo publicado en Genesis por Jean-Louis Lebrave (1992).
Los genetistas arguyen en efecto que el objeto de la filología es el texto o la obra,
mientras que lo que a ellos les atañe es la textualidad y la escritura, y que esta
discrepancia teórica se ve reflejada, en la práctica, en lo que separa una edición crítica
y una edición genética. La primera, en efecto, es un trabajo en el que todo gravita en
torno al (mejor) texto, el texto final que hay que reconstruir o restituir como garantía de
estabilidad; la edición genética, en cambio, se debe de reproducir todos los manuscritos
clasificados en el orden de su redacción; claro está que ese despliegue de las fases
preparatorias de la obra da lugar a una presentación cuya autenticidad compromete en
gran medida el uso del producto: al ser escritos no destinados originariamente al
público, los documentos genéticos son en general de lectura ingrata o árida, por lo que
el umbral de legibilidad corre el riesgo de ser fácilmente rebasado - hay que tener en
cuenta que la edición de un relato de diez páginas puede ocupar más de cien.
Pero la cuestión de la recepción es en cierto modo lateral, por cuanto lo que
pretende el análisis genético es promover una estética de la producción y las prácticas
de escritura. No en vano, el discurso de la disciplina se encuentra informado por dos
series metafóricas que, si algo ponen de relieve, es el acto creador y su naturaleza, ya
sea pulsional o artificial. La primera serie es de índole biológica, pues asimila el
escritor al parturiente y su obra a la criatura, que se desarrollará a imagen y semblanza
del mundo natural; la segunda, más moderna, es de carácter artificial, e insiste en la
idea de la literatura como construcción calculada. Como se ve, el sentido de la palabra
"génesis" está aquí muy alejado del que podía tener, por ejemplo, para un Bourget
(1878), quien utiliza el término como sinónimo de fuente de inspiración, pues su interés
se centra en la búsqueda de los ecos y las huellas de la obra de Balzac y Stendhal en la
posteridad literaria. Y cuando al cabo de casi medio siglo Gustave Rudler (1923)
piensa en la posibilidad de una "critique de genèse", su foco de atención no son
tampoco los manuscritos, sino el trabajo mental del que saldrá la obra, y para cuyo
rastreo propone el establecimiento de un inventario de elementos sensoriales,
sentimientos e ideas elaborados por asociación o analogía; "génesis" es pues concebida
en este caso no ya en el sentido externo de fuente de influencia, origen o herencia, sino
como fuente interna y secreta de la creación, y por tanto desde un punto de vista
psicológico muy antiguo según el cual la escritura es la manifestación de un espíritu en
el momento de pensar. Por oposición a esta doble tradición genealógica y psicologista,
los estudios genéticos parten de una realidad ciertamente más empírica, pues sustentan
en el objeto único y singular que es el manuscrito las hipótesis que a su entender
pueden formularse acerca de los senderos recorridos por la escritura.
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plausible que sea la idea de que toda obra es interrumpida o abandonada por fatiga o
saturación más que propiamente acabada o concluida, el caso es que la soberanía que
se desprende del gesto de dar conformidad a las pruebas de imprenta tiene fuerza de
ley, por contestada o contestable que pueda ser esta fuerza. En este sentido, los
genetistas piensan que lo que se considera como la última voluntad de un autor no es
más que la última voluntad fechada, y que la decisión de cortar el cordón umbilical de
la génesis para hacer bascular el antetexto en el texto es un criterio falible por
definición; de esta idea se desprende que para gran parte de los especialistas el autor no
es tanto firmante de un texto como potencia que se gasta infinitamente sin consumirse
en ninguna obra en concreto, argumento en el que confluyen también la psicología de la
creación y las ciencias cognitivas de las que participa en gran medida la genética
textual. No es menos cierto sin embargo que la historia de la literatura, especialmente
desde finales del siglo XVIII (época a partir de la cual los escritores empiezan a
conservar sus manuscritos), ha registrado no pocas quejas de autores indignados ante el
interés demostrado por muchos editores por borradores que habían sido desechados y
sustituidos por una versión ulterior. Dicho brevemente: para el autor, en contra de lo
que piensa el historiador, los papeles que la génesis deja tras de sí no pertenecen al
mismo espacio que el del texto; al no ser objetos de comunicación, no tienen verdadera
eficacia cultural.
El hecho de conceder el estatuto de obra a las variantes de la génesis - ya sea
presentándolas bajo forma de facsímiles o reproduciéndolas por medio de
transcripciones exhibe una clara tendencia a la mitificación de la escritura y, por
contacto metonímico, de la figura del autor. La primera es consecuencia, en parte, de la
impresión de autenticidad e inmediatez que se deriva del objeto real, único e
incontestable que es el manuscrito, y que consagra una aproximación que
"individualiza" en extremo el hecho literario; así, no es extraño que cada genetista se
convierta con el tiempo en el especialista de "su" autor, gracias a la alta competencia
adquirida a fuerza de estudiar miles de folios pertenecientes a un único dossier. Por su
parte, la mitificación del autor deriva mayormente de la "fetichización" de la escritura
misma, pues la importancia dada a la escenificación viva y en acto de la fabricación del
producto desencadena automáticamente el interés por su genitor. Precisamente, uno de
los retos de la genética - y del que por otra parte parece muy consciente - es ir más allá
de esta fijación por lo individual y dirigir sus investigaciones a un terreno más general,
a la búsqueda de tipos y prácticas de escritura, o, como dice Almuth Grésillon (1994),
"universales" de la producción escrita. Se trataría, por ejemplo, no sólo de explorar el
conjunto de la obra de un escritor para constatar si ha habido evolución de un texto a
otro, sino de comparar la génesis textual de obras de escritores, épocas, géneros y
lenguas diferentes.
Acabaré con un ejemplo con el que quisiera ilustrar uno de los peligros que
conlleva la aplicación indiscriminada del presupuesto inicial de la genética según el
cual las huellas de la evolución de una obra explican dicha obra, que debe ser releída si
cabe a la luz de lo que nos dicen los borradores. El ejemplo es la reinterpretación
misma que, una vez consultado el antetexto, podría hacerse de Los papeles de Aspern,
el extraordinario relato de Henry James, que no puede dejar indiferente a ningún
genetista. El tema de la obra es precisamente la búsqueda de los manuscritos inéditos
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de Aspern por parte del crítico narrador, quien intenta primero conseguirlos a través de
Juliana, la antigua amante del poeta desaparecido, y después, a su muerte, por medio de
Tina, su sobrina heredera. La cuestión clave a lo largo de toda la historia son las dudas
que se abaten sobre la existencia misma de los papeles, tema perfecto para el
despliegue de la ambigüedad del autor. Al final, como era de esperar, el texto opta por
no despejar la incógnita. En los apuntes personales de James se encuentra sin embargo
la solución al enigma, la declaración de Tina al narrador: "le daré todos los papeles si
se casa conmigo" ("I will give you all papers il fou marry me"). La frase explicita pues
lo que el texto no dice, el chantage matrimonial como eje de toda la historia.
No queda claro al leer la obra que el precio que tiene que pagar el narrador
para poseer los papeles es unirse a Tina. Me parece que al leer los borradores queda
precisamente demasiado claro todo lo contrario. En algún momento de la historia del
texto James decidió modificar su intención primera; creer que el texto definitivo se
buscaba ya a sí mismo desde el primer momento es pues un abuso, una ilusión
retrospectiva ciertamente muy gratificadora, pero que escapa a toda verificación
científica en el sentido propio de la expresión. Me parece claro el peligro al que aludía
hace un momento: creer que el antetexto es tanto o más verdadero que el texto, cuando
lo que dice, muchas veces, es otra cosa.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS