You are on page 1of 2

HOMENAJE A LA MUJER

Por Miguel Da Costa Leiva

Difícil tarea la de rendir un homenaje justo y perfecto a la mujer, pero a la vez resulta ser
un esfuerzo honroso, porque para llevar bien a cabo este intento hay que ser un poco de
poeta, filósofo, y hombre comprometido, todo a la vez. No basta con decir palabras
galantes y bonitas en una ocasión así en que se celebra el Día Internacional de la Mujer,
hay que ahondar y experimentar hondamente sentimientos nobles y profundos para
estar a la altura de las circunstancias.

La mujer, dicho en términos sinópticos, representa uno de los paradigmas más valiosos
de la especie humana. A través de nuestra biografía va transformando su imagen
encarnándose sucesivamente en valores y aspiraciones que centran las distintas
expectativas que experimentamos los humanos durante la existencia. Es así que, en
primer momento, es madre, después hermana, amiga y compañera, novia, esposa, hija,
en fin, mujer con distintos perfiles y matices, y con cada uno de ellos, llena espacios y
tiempos existenciales que pueblan los días y etapas de nuestra mortalidad.

Cuando el temor e inseguridad ronda nuestro espíritu en formación, allá en la infancia,


instintivamente buscamos el necesario sostén, la ayuda y el andamiaje de la mujer que
nos cría y nos ha dado a luz. Ella nos reconforta, nos da fuerzas y despliega nuestras
alas para volar por el mundo que aún no conocemos, cuidado solícito que termina hasta
que ella ya se ha ido.

La madre es el crisol en que se fragua, no sólo nuestro cuerpo, sino los valores y
conductas que nos acompañarán mientras dure nuestro peregrinaje existencial. A su
recuerdo recurrimos insistentemente cuando en momentos de gloria, de triunfo, pero
también de tribulaciones, llegamos en algún instante del vivir personal. Es la MADRE-
MUJER que inunda a borbotones calor de hogar, de ternura espiritual, de arrullo
espontáneo en el dormir, de manos cálidas y seguras ante el temor y la incertidumbre,
de voz segura que manda y ordena de quien se sabe constructora de un destino
humano puesto a su disposición, de nuestro destino de hijo que atisba hacia el futuro
con la mirada atenta del vigía que cautela en lontananza lo mejor para nosotros. Madre
que madruga sólo para paliar cuantas necesidades tenemos desde que dejamos su
vientre y que nos abre los ojos del mundo con sus consejos, cuidados y desvelos. De
ella aprendimos nuestros primeros cantos y ante ella dibujamos la sonrisa que nos hizo
definitivamente humanos. Madre, que te fuiste un día, casi sin despedirte, dejando
vacíos y recuerdos que nunca olvidaremos.

MUJER HERMANA, que creciste a nuestro lado, compartiendo casi todas nuestras
alegrías y penas de niño y adolescente, que fuiste testigo de los experimentos y
excursiones idealistas de nuestra incipiente mocedad. Tu también llenaste oquedades y
horas de extrañeza cuando descubrimos lo que era el mundo de los demás. De niña que
eras, igual que nosotros, te transformaste en mujer adulta y en un recodo del camino, te
fuiste por tu lado a escribir tu propio destino, un día cualquiera en el gran calendario de
la vida.

MUJER ESPOSA, aquella que un día nos abrió las puertas de su corazón, para
compartir lo bueno y lo malo de una unión casi inmortal. Ella sembró ilusiones en la
aurora de nuestro conocimiento de hombre adulto y, de a poco, el amor que nos unió fue
transformando en hijos, en proyectos amplios y fecundos que dieron verdadero sentido a
lo que somos. Por intermedio de esta unión comprendimos nuestro papel en el universo.
Tomamos conciencia del valor de la familia y supimos cuán grande es el amor. Este
profundo sentimiento vivificó todo lo que hemos realizado estos años, juntos, unidos, en
pro de un ideal, de una promesa que un día, embelezados, hicimos solemnemente en la
primavera de nuestro noviazgo. Mujer-esposa, que se fue incrustando en nuestro ser, en
nuestra personalidad, hasta llegar va constituirse en una unidad con nosotros.

En esta unión, ella adivina nuestros problemas e infortunios, conjura las preocupaciones
mundanas que nos entorpecen el desarrollo normal de la vida, nos inflama de optimismo
cuando somos asaltado por la derrota, la maledicencia y el fracaso, la fatalidad o la
miseria humana de los demás. Por sobre todo, nos da amor, ese necesario oxígeno que
tanto necesitamos para seguir viviendo en paz. Nuestros hijos son vástagos de ese
amor, que anhelan también amar a otros seres para que el linaje perdure en el tiempo. A
estas esposas, entrego especialmente este homenaje a la mujer. Su presencia aquí, nos
orgullece, nos hace aflorar un delicado sentimiento de ternura, comprensión y afecto por
lo que han representado para todos y cada uno de los aquí presentes. En un fugaz
instante de ensimismamiento, cada uno de nosotros puede vislumbrar en su mente la
trayectoria entera de una vida compartida en matrimonio, desde el momento mismo de la
ceremonia nupcial hasta este minuto ¡cuánto ha pasado, verdad! ¡cuántas cosas por
contar! El drama no escrito de nuestras vidas son el corolario exacto de lo que hemos
sido y no sido en todos estos años. Historia cuajada de límites y necesidades, con
dolores y alegrías, claros oscuros y felicidades, de completudes, de proyectos
terminados, de satisfacciones, en fin, una bitácora que es la urdiembre precisa de todo
aquello que hemos vivido juntos.
MUJER-ESPOSA, en especial, te rindo homenaje porque me hiciste más humano y
digno de vivir a tu lado.

Está también la MUJER-HIJA, resumida en una sola ecuación: ella es consuelo de


nuestra ancianidad, la que un día no lejano nos cuidará con la más exquisita ternura y
afabilidad hasta que dejemos este mundo.

En suma, la mujer es un universo tan amplio y coherente que llena toda la vida y
también la historia de la humanidad.

You might also like