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Los tres versos primeros son lo exhortativo: el pie quebrado, el contemplando, es, en su
significación, exhortativo también, puesto que nos invita a considerar algo, a meditar en
ello. Al mismo tiempo, y actuando de elemente puente, nos conduce a la parte segunda, nos
señala el objeto de la contemplación deseada por el poeta: “cómo se pasa la vida…”. Todos
estos versos exponen o declaran la doctrina del poeta sobre lo pasajero de la vida, lo fugaz
del placer y su conversión, al retrospecto, en pena. Los dos elementos gramaticales, el
“cómo” y el “cuán presto”, contienen el mismo sentido explicativo. Y acaba la estrofa así:
“cómo a nuestro parecer/ cualquiera tiempo pasado/ fue mejor”. Es la sentencia- y una de
las más famosas de la lengua española- que remata la estrofa, no ya en su extensión formal,
sino en su intención espiritual. A eso iba: a la depreciación de todo lo que vive únicamente
en el tiempo. Eso había no solo que exponerlo, elucidarlo ante la conciencia del lector, y así
se hace, primero. Pero queda que hacer más, aún: elevarlo, resumido, a puro valor poético,
dar con la perfecta exteriorización verbal. Es el “cualquiera tiempo pasado/ fue mejor”. En
estas pocas palabras están subsumidas las anteriores, las explanatorias, que ya pueden
olvidarse. Ellas hacen sentir al hombre, por encima de las explicaciones, todo lo elusivo y
de lo vano del presente y del futuro, que no valen lo que valdrá su recuerdo […]
¿Puede caber duda alguna sobre la unidad absoluta de las Coplas? ¿Son una poesía a un
muerto, una elegía o una meditación sobre la mortalidad, un sermón? Leídas a lo hondo se
evidencia su verdadero ser: poesía a la mortalidad y poesía a un hombre mortal. Una
muerte, la de don Rodrigo, bien puede representar a todas las muertes. Lo que la voz
misteriosa dice tan claramente al Maestre, todos lo oímos, y se le da la lección, delante de
nuestras almas conmovidas, para que nos la aprendamos también. No se podrán entender a
fondo las Coplas, mientras se vea en ellas como dos elementos separados de lo genérico
humano y lo humano individual, “nuestras vidas” y la del Maestre. El equilibrio con que los
lleva adelante por toda la elegía el poeta, su fusión, triunfo último del poema, son su clave.
La vida del Maestre, referida por su hijo, exaltada en las coplas panegíricas al nivel de los
grandes varones, individualizan a don Rodrigo, afirman su humanidad, rasgo a rasgo. Y
luego, cuando después de haberlo historiado, se le presenta en su última hazaña – dar la
cara a la muerte-, se acusa, se realza lo inalienable y único de su persona: es un hombre,
don Rodrigo Manrique, que muere en su villa de Ocaña, entre sus hijos, su mujer, sus
guerreros. Pero para remediar toda posible inclinación a considerar al Maestre así aislado,
como un hombre y no más, para atajar todo exceso de individualización, ahí está el resto de
la elegía, envolviendo al hombre de carne y hueso en maravillosos anillos concéntricos,
cada vez más amplios y generales, de pensamientos y meditaciones sobre lo humano
innumerable e indiferenciado, sobre el mar de la humanidad. Esta muerte de este hombre,
tan vívidamente representada, desemboca en el mar de todos los hombres muertos, y allí se
borran los contornos del individuo, rendidos a la grandeza abrumadora de lo sin nombre,
sin persona, hasta que llegue el día de la resurrección.
Don Rodrigo es uno de la elegía, pero retorna a los muchos. Por encumbrado que sea un
varón, y él lo fue, la lección de humildad cristiana de las Coplas le ordena que se una a la
gran multitud constante, a la humanidad desaparecida, “a la gran mayoría”, que dijo el
latino […]
Por tres luces se guía Manrique para sacar sus Coplas de la tradición. Primero la capacidad
integradora. Escoge el enfoque más ancho y comprensivo del tema- lo mortal y lo inmortal-
, un circulo de experiencia humana de radio tan largo que dentro de él cabe todo y abarca
todos los grandes tópicos del pensar medieval, tiempo, fortuna, muerte, menosprecio del
mundo. De esta potencia inclusiva del poema emana esa impresión de densidad de
pensamiento, de riqueza de referencias, de plenitud humana, porque en las cuarenta Coplas
está la vida entera presente, en sus esencialidades.
1. La vida terrenal, la vida de la fama y la vida eterna existen en las Coplas como ideas lo
mismo que como representaciones. […]
Las Coplas, según podrá ver cada lector, se dividen en tres partes, cada una de ellas
dedicada fundamentalmente a una de esas vidas.
En primer lugar, un llamado al hombre para que recuerde su condición mortal y su destino
divino: a cambio de la muerte genérica, una vida eterna. Después, el impresionante retrato
de la vida sensorial, la residencia en la tierra con sus grandiosas figuras humanas, su
fascinador engaño, su pirotécnica belleza, tanto más deslumbrante cuanto que es tan
transitoria. Y finalmente la vida de la fama, encarnada en don Rodrigo Manrique, una vida
“pintada” con su brazo-espada en escenas que muestran sus hazañas y su hombría. De ahí
su salvación final. Como brillantemente ha mostrado Américo Castro, las Coplas son ante
todo, en sus tres partes, un poema de la vida, un cántico a la vida; en cierto sentido, un
triunfo tripartito de la vida, que supera a la tradición ascética de la cual ha brotado. El lector
llega a sentir la maravilla que significa cada tipo de vida- la eterna, la terrenal, la de la
fama- según se le va mostrando en la parte respectiva del poema.
Luego de apreciar el efecto psicológico que deja el UBI SUNT, podemos concluir
que Manrique utiliza el procedimiento retorio que le presenta la tradición literaria de
la muerte, ya que le permite llegar frontalmente, y en forma rápida, a la sensibilidad
del lector. No tiene un camino más preiiso y mas expedito qe señalarle a ese lector
ese constante pasar, ese innumerable desfile de muertos que se van a alzar frente a
la vista de quien los contempla. Pero ese pasar implica una doble perspectiva o
significación, si observamos con mayor detención: significa un desfile, vale decir,
un número indeterminado de muertos que pasan frente a nosotros; pero, por otro
lado, el pasar tiene una significación más conmovedora y más trascendente: morir.
Este último aspecto implicará, por lo tanto, que contemplamos el pasar de nuestro
tiempo vital; es la vida que se nos termina al igual como les ha sucedido a los que
desfilan. De esta manera, Manrique encierra en la utilización de ese pasar de
muertos (que se observa en el tratamiento del ubi sunt) un significado mucho más
profundo: pasar es ver morir a los hombres, pero sin llevarse consigo ninguno de los
bienes obtenidos.
EL TRATAMIENTO DEL UBI SUNT EN J. MANRIQUE.
Ahora bien, Manrique acepta la tradición planteada por el UBI SUNT, es decir, va a
enumerar una serie de muertos, pero dejará de lado la forma tradicional y literaria que se
empleó en el UBI SUNT para coger solamente el sentido que esta figura encerraba, vale
decir, el sentido de la ejemplaridad.
De allí, pues, que Manrique va a resumir y condensar una virtud determinada en algunos
casos históricos de muertos ilustres, que lo servirán para realizar y explicar aún más esas
ideas morales que había expuesto anteriormente. El poeta nombrara, entonces, algún casos
históricos, les agregará alguna situación o detalle significativo; pero, sin embargo se alejará
de la tradición literaria del UBI SUNT, ya que lo que le interesa a Manrique – en último
término- no es la simple enumeración de muerto destacados, sino que demostrar por la vía
del ejemplo (posibilidad que le brindaba el uso del ubi sunt) que los bienes del mundo son
fugaces y perecederos.
De este modo, en Manrique se destaca un tratamiento especial del UBI SUNT,
procedimiento que ya se advierte en la estrofa 15, cuando señala que debemos dejar de lado
los troyanos porque “sus males no los vimos,/ ni sus glorias…”, y que es preferible “venir a
lo de ayer” porque “también es olvidado/como aquello.”
Vale decir, Manrique va a comenzar con una idea moral de tipo general, para luego
descender al plano de las experiencias humanas particulares, experiencias que Manrique
toma e casos históricos cercanos a él, por lo cual existe en el poeta una intención de
humanizar a los muertos ilustres, de aproximarlos a nosotros, con el objeto de que podamos
apreciar de una manera más inmediata el ínfimo valor y el fugaz paso que poseen los bienes
mentirosos, las cosas del mundo.
Manrique se va a ubicar frente a la tradición, empleará el UBI SUNT; pero lo utilizará
desde una perspectiva personal, para lo cual introducirá tres modificaciones importantes,
que son:
a) Reduce la zona histórica y fija a los muertos en su propio tiempo histórico (lapso
ubicado entre 1406 y 1446).
b) Reduce la zona espacial, ya que ubica a los muertos en el Reino de Castilla.
c) Reduce la cantidad, el número de muertos, ya que de la larga lista de muertos
empleada por otros autores, Manrique solamente se queda con SIETE NOMBRES,
es decir, son sólo OCHO los muertos que él escoge (of. Habla de los Infantes de
Aragón, con lo que la suma da 8).
La fortaleza nombrada
Está en los altos alcores
de una cuesta,
sobre una peña tajada,
Maciza toda de amores.
Muy bien puesta;
Y tiene los baluartes
Hacia el cabo que ha sentido
El olvidar,
Y cerca a las otras partes
Un río mucho crecido
Que es membrar.
En este Cancionero se sigue el gusto de la época por la alegoría y la sátira. Aunque
graciosos y bien hechos, no alcanzan un valor superior. Sólo en las “Coplas” el autor llega a
las más altas cimas. Escritas con elegancia, profundizan en el sentido de la vida y de la
muerte. Saben del orden medieval a la vez que atisban la visión renacentista de la
existencia. Aprovechan viejos lugares comunes, pero todo está presentado con tal
sinceridad que nada es mera repetición o fórmula vacía: Se equilibran armoniosamente en
ellas la actividad y la contemplación. Imposible no repetir el juicio de los críticos de antes y
de ahora: las “Coplas” es una de las composiciones más bellas de la literatura española de
todos los tiempos. Nos referimos enseguida a ellas en forma pormenorizada. Métrica. Las
“Coplas” de Manrique están escritas en versos de arte menor ―ocho y cuatro sílabas― que
se agrupan en estrofas de pie quebrado. El nombre deriva precisamente de la menos
extensión de algunos versos, en especial del último. El conjunto adquiere una candencia
singular, pues el tetrasílabo detiene ―por así decirlo― el dinamismo de los octasílabos.
Hay un sabio aprovechamiento estilístico de tal efecto, visible ya en el comienzo de la
primera estrofa:
Recuerde el alma dormida,
Avive el seso y despierte
Contemplando…
Esta última palabra agota el verso, y el lector no puede menos que hacer una pausa que
corresponde a la acción propia de contemplar, con su carga de silencio, de ocio, de
elevación espiritual. O sea, el poema comunica la paz e invita ella no sólo con la
significación textual, sino también con la medida de los versos, con la adecuada colocación
del pie quebrado y con el carácter tetrasílabo de la voz destacada.
Cada estrofa consta de doce versos, de los cuales el tercero y el sexto, el noveno y el
decimosegundo tienen cuatro sílabas. La rima es consonante y se distribuye conforme al
siguiente esquema: abcabc; en la segunda parte de la estrofa el esquema se repite, pero con
variación de la rima. Atendiendo a este aspecto, se podría considerar que la estrofa de las
“Coplas” tiene un carácter compuesto: el que resulta de la reunión de dos sextillas.
Rima y ritmo están logrados con perfección, de modo que la lectura fluye fácilmente como
la vida y los ríos que la simbolizan.
Genero.
Dentro del género mayor de la línea, las “coplas” constituyen una forma especial llamada
elegía. Esta, de una larga tradición en la poesía universal, tiene por objeto la lamentación
por la muerte o destrucción de una realidad amada o admirada. Se suele distinguir la elegía
heroica, en la cual se deploran las desgracias públicas, de la elegía personal, en la
lamentación nace frente a una desgracia privada, que hiere hondamente la interioridad del
hablante lirico. A esta segunda suerte de elegía pertenece la de Jorge Manrique.
En las elegías hay necesariamente un tono severo, a veces patético. El autor hace
consideraciones generales sobre la muerte y las desgracias de la vida, que llevan
necesariamente a sacar consecuencias éticas. Pueden decirse que la elegía, en especial la
del tiempo estudiado, es una poesía moral. El elogio al ser desaparecido se junta a la
tristeza por su ausencia.
En las letras españolas medievales abundan las elegías. Pedro Salinas recuerda de la de
Juan Ruiz por la muerte de Trotaconventos y las que aparecen en varios cancioneros del
siglo XV. Así, en Jorge Manrique culmina una rica tradición universal y peninsular.
Estructura
El poema esta compuesto por 40 estrofas. El carácter lirico no se pierde en ningún
momento; mas, a medida que el texto avanza, el lirismo se deja acompañar de tonos
narrativos y aun de formas de dialogo. Se ha visto en su composición una división tripartita.
“las 14 primeras introducen a la muerte y su cortejo, en visión filosofía de validez general;
de la Copla 15 a la 24 se les ve acercarse a través de una evocación histórica muy próxima
al autor; de la 25 hasta la 40, final, se asiste a la estilizada presentación de Don Rodrigo
Manrique y a su encuentro con la muerte”.
La obra contiene una variedad de motivos, enlazados con sabiduría en torno al
motivo principal de la caducidad de los bienes terrenos. Estos están sujetos a un triple
poderoso enemigo, a saber, el tiempo, la fortuna y la muerte. Es engañoso ese nombre
“bienes”, ya que ante el embate de los adversarios no presentan resistencia alguna-
Se comienza con una exhortación a lo más horido y espiritual del hombre -su alma-para que
contemple la transitoriedad de la vida. Siguen sentencias que muestran la ninguna
consistencia de cuanto está sujeto al tiempo. Viene luego la vía genérica. El poeta recurre al
tópico del “¿ubi sunt?” – dónde están- empleado en la Biblia y la Antigüedad y en los
tiempos medievales. La pregunta retórica, al no ser respondida, muestra la nada en que
rematan las grandezas mundanas.
Sólo que Manrique introduce una gran alteración a la postura tradicional: reduce el número
de casos invocados y los circunscribe al ámbito geográfico y cronológico de su vida.
expresamente deja de lado los troyanos y los romanos, cuyas desventuras no conoció
personalmente, y se pone frente a los poderosos españoles del siglo. Surgen las célebres
interrogaciones:
¿qué se hizo el rey don Juan?
Los infantes de Aragón,
¿qué se hicieron?
El poeta alude a los reyes Juan II, Enrique IV y el pequeño Alfonso, su hermano; luego, en
ordenada jerarquía, al condensable don Alvaro de luna, favorito de Juan II; a los favoritos
de Enrique IV, el marqués de Villena y don Beltrán de la cueva (“maestres tan
prosperados/como reyes”) y a Innominados duque, marqueses, condes y barones. Se llega,
finalmente, como un caso más, al del padre, el maestre don Rodrigo. Surge el elogio con
honda convicción, con entrañable cariño, con estremecedora belleza poética. Todo lo
anterior no ha sido sino una sabia preparación a este encuentro con el más cercano y el más
amado de los desaparecidos. La misma Muerte, que aparece personificada, lo consuela con
la esperanza del premio celestial imperecedero. También en adecuada jerarquía, propia de
los tiempos medievales, son mostrados engañadora; la vida de la fama, más larga aunque
según las vocaciones, con esfuerzo de contemplación o esfuerzo de actividad. El padre, en
fin, acepta con voluntad placentera la muerte, “que querer hombre vivir/ cuando Dios
quiere que muera,/ es locura”.