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Maurice Godelier

Antropolog’a y econom’a
EDITORIAL ANAGRAMA
BARCELONA

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êNDICE
T’tulo de la edici—n original:
Un d—maine contestŽ: l«anthropologie Žconomique
© ƒcole Platique des Hautes ƒtudes (VI Section) y Mouton & Co.
Par’s, 1974

Traducci—n:
Jordi Marf‡ (pr— logo y texto de BŸcher), Pedro Scar—n (texto de Marx,
Ed. Siglo XXI), Antonio Desmonts (textos de Maine, Malinowski, Bur-
ling, LeCIair Jr., Polanyi, Dalton, Kaplan), Ed. Ayuso s. n. (texto de
Morgan), Francisco Payarols (texto de Sahlins, Ed. Labor), J. Ed uardo Pr—logo
Cirlot (texto de Wolf, Ed. Labor), Oriol Roman’ (texto de Godelier) Un terreno discutido: la antropolog’a econ—mica . . . . 9

Revisi—n: PRIMERA PARTE


LA HERENCIA DEL SIGLO XIX
Jesœs Contreras
Karl Marx
Formas que preceden a la producci—n capitalista . . . . 21
Maqueta de la colecci—n:
Argente y Mumbrœ Henry S. Maine
El derecho antiguo................................................................ 47

Henry S. Maine
Los efectos de la observaci—n de la India en el pensamiento
europeo moderno............................................................... 54
Lewis H. Morgan
Desenvolvimiento del concepto de propiedad . . . . . 61

SEGUNDA PARTE
RUPTURAS Y CONTROVERS IAS
Un evolucionismo empobrecido:
© EDITORIAL ANAGRAMA
Calle de la Cruz, 44 Karl BŸcher
Barcelona-17
Estadios de la evoluci—n econ—mica (1893)............................... 85
ISBN 84- 3 3 9 -0 6 0 6 -2 Dep—sito
Legal: B. 11133 -1976
De la encuesta sobre el terreno a la ruptura con el evolucionismo:
Printed in Spain
Bronislaw Malinowski
Gr‡ficas Diamante, Zamora, 83. Barcelona-5
La econom’a primitiva de los isle–os de Trobriand . . . 87
PRîLOGO
El enfoque formalista:
UN TERRENO DISCUTIDO: LA ANTROPOLOGêA ECONîMICA
Robbins Burling
Teor’as de maximizaci—n y el estudio de la antropolog’a eco
n—mica ................................................................................. 101
Edward E. Leclair, Jr.
Teor’a econ—mica y antropolog’a econ—mica....................125

El enfoque substantivista:

Karl Polanyi
El sistema econ—mico como proceso institucionalizado . . 155

George Dalton
Teor’a econ—mica y sociedad primitiva ...................................... 179
En la actualidad resulta evidente que los pioneros de la histo-
David Kaplan ria econ—mica medieval se han visto a menudo arrastrados de
La controversia formalistas -substantivistas de la antropolog’a forma involuntaria, a sobrestimar la importancia del comercio
econ—mica: reflexiones sobre sus amplias implicaciones . 208 y la moneda. La tarea m‡s necesaria Ñy, sin duda, tambiŽn la
m‡s dif’cilÑ consiste en definir lo que en dicha civilizaci—n fue-
ron, realmente, las bases y los motores de la econom’a. Para
ÀNeo-evolucionismo o marxismo? poder encontrar esa definici—n, las reflexiones de los economis-
tas contempor‡neos resultan, de hecho, menos œtiles que las de
Marshall Sahlins los etn—logos.
Econom’a tribal................................ ................................ ........ 233 Georges DUBY
Guerriers et paysans, 1973, p‡g. 12.
Eric Wolf
El campesinado y sus problemas ................................ ........ 260
Lo que se denomina desarrollo hist—rico se basa, a fin de
cuentas, en el hecho de que la œltima forma de sociedad consi-
TERCERA PARTE dera a las formas anteriores como etapas que conducen a su
propio grado de desarrollo y, como esa sociedad es muy poco
ANTROPOLOGêA Y ECONOMêA: UN BALANCE CRITICO capaz, y ello adem‡s en unas condiciones perfectamente deter-
minadas, de llevar a cabo su propia cr’tica [...] esa sociedad
Maurice Godelier las concibe siempre bajo un aspecto unilateral.
Antropolog’a y econom’a. ÀEs posible la antropolog’a eco Karl MARX
n—mica? .............................................................................. 279 Introducci—n a la Contribuci—n a la cr’tica de la
econom’a pol’tica, 29 de agosto de 1857.
Bibliograf’a............................................................................... 335

Estas dos reflexiones, separadas por m‡s de un siglo, expresan


claramente por quŽ este libro Ñprimer volumen de una selecci—n
de textos que dar‡ origen a un total de tresÑ no est‡ dirigido œni-
camente a los antrop—logos sino tambiŽn a los historiadores, a los
economistas y, por encima de las distintas especialidades de las cien-
cias humanas, a los hombres comprometidos en la acci—n, que militan
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por el tŽrmino entendemos un sistema de intercambio libre y com- EL ENFOQUE FORMALISTA:
petitivo de bienes y servicios, con el juego de la oferta y la demanda
determinando el valor y regulando toda la vida econ—mica. Pero hay
un largo trecho entre esto y la asunci—n de Buecher, de que la œnica ROBBINS BURLING
alternativa es una fase pre-econ—mica, donde un individuo o una sola
unidad domŽstica satisface sus necesidades primarias lo mejor que TEORêAS DE MAXIMIZACIîN Y EL ESTUDIO DE LA
puede, sin ningœn otro mecanismo m‡s elaborado que el de la divi- 1
ANTROPOLOGêA ECONîMICA
si—n del trabajo segœn el sexo, y de vez en cuando cierto regateo.
En vez de ello nos encontramos con un estado de cosas donde la pro-
ducci—n, el cambio y la consumici—n est‡n organizados socialmente y
regulados por la costumbre, y donde un sistema especial de valores
econ—micos tradicionales gobierna sus actividades y les estimula a
esforzarse. Este estado de cosas podr’a llamarse Ñpues una nueva
concepci—n requiere un tŽrmino nuevoÑ Econom’a Tribal.
El an‡lisis de las concepciones propias de los ind’genas sobre valor,
propiedad, equivalencia, honor y moralidad comercial, abre un nuevo
horizonte a la investigaci—n econ—mica, indispensable para una com-
prensi—n m‡s profunda de las comunidades ind’genas. Los elementos
econ—micos entran en la vida tribal en todos sus aspectos Ñsocial, Hace mucho que se considera, confiadamente, que la econom’a,
de costumbres, legal y m‡gico-religiosoÑ, y a su vez est‡n controlados junto a la religi—n, el parentesco y las otras materias que constituyen
por Žstos. el ’ndice de las innumerables monograf’as antropol—gicas, incluye un
No incumbe al observador de campo encontrar respuesta o refle- tipo de comportamiento humano considerablemente bien definido.
xionar sobre el problema metaf’sico de cu‡l es la causa y el efecto, Nos las arreglamos para comunicarnos con los dem‡s cuando habla-
el aspecto econ—mico o los otros. Es, no obstante, deber suyo, estudiar mos de actividades econ—micas, de motivos econ—micos y de grupos
su articulaci—n y correlaci—n. Ya que pasar por alto la relaci—n entre econ—micos, incluso cuando no podamos dar definiciones expl’citas de
dos o varios aspectos de la vida ind’gena, es tan err—neo como pasar estas expresiones. Sin embargo, la Çeconom’aÈ ha tenido casi tantos
por alto cualquiera de sus aspectos. significados para los antrop—logos como la Çfunci—nÈ, y la confusi—n
entre sus distintos significados ha llevado a muchos malentendidos.
En uno u otro momento, los antrop—logos han dado por lo menos
cinco significados al tŽrmino: 1) el estudio de los medios materiales
para la existencia del hombre; 2) el estudio de la producci—n, distribu-
ci—n y consumo de los bienes y los servicios; 3) el estudio de las
cosas que estudian los economistas; 4) el estudio de los sistemas de
intercambio cualquiera que sea la forma en que estŽn organizados;
y 5) el estudio de la distribuci—n de los bienes escasos a fines alter-
nativos. Ninguna de estas definiciones abarca exactamente el mismo
campo de comportamiento que cualquiera de las otras. En la primera
mitad de este escrito defenderŽ que la primera definici—n se refiere
a un campo de comportamiento que probablemente ser’a mejor deno-
minar con un tŽrmino menos ambiguo, mientras que la segunda es
demasiado general para tener mucho significado. La tercera se hace
groseramente il—gica y etnocŽntrica. La cuarta quiz‡s sea demasiado
limitada, aunque parece œtil para determinados prop—sitos, y es
l—gicamente inatacable. En la segunda parte del art’culo dedicarŽ una
especial atenci—n a los problemas y las posibilidades de la quinta
definici—n.
1. Este texto es el resultado de varios intentos frustrados de dar un curso titulado
"Econom’a primitiva" y de decidir quŽ quiere decir la palabra. Mis estudiantes merecen mis
gracias y disculpas por permitirme poner a prueba sobre ellos diversas ideas. TambiŽn estoy
en deuda con Edward B. Harper, del Bryn Mawr College, por sus sugerencias y cr’ticas.

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Los significados de Çeconom’aÈ
materiales de la vida. Los salarios deben pagarse a las personas que
I) La econom’a se ocupa de los medios materiales de la existencia hacen tareas materiales y los precios deben aplicarse a los bienes
del hombre. Incluso los economistas han reclamado desde hace materiales, pero tambiŽn se asignan con igual firmeza salarios y pre-
mucho tiempo la igualaci—n del lado material de la vida con el com- cios a acontecimientos no materiales. Los salarios que gana un can-
portamiento econ—mico, de tal forma que apenas puede sorprender tante de —pera y los precios para o’r su actuaci—n no tienen nada
descubrir que los antrop—logos los siguen. En nuestros debates, la de material, aunque evidentemente son econ—micos. La guerra es real-
vida material ha sido considerada de varias formas. Muchas de las mente destructiva de bienes materiales, pero para sostener una guerra
monograf’as antiguas simplemente tomaban la econom’a como sin—- con Žxito evidentemente se debe economizar. Pero el verdadero meollo
nimo de la tecnolog’a y recog’an cuidadosamente datos tan interesan- de la cosa es que debemos repetidamente ec onomizar entre los fines
tes como la manera de hacer un trineo o c—mo se curten las pieles materiales y los no materiales. Debemos hacer repetidas elecciones
bajo el encabezamiento de Çvida econ—micaÈ. Este particular uso del entre metas, de las que unas son materiales mientras que otras no
tŽrmino se ha quedado completamente fuera de moda y, sin elaborar lo son. Debemos decidir si es m‡s importante para nosotros a–adir
un punto que ya ha sido correctamente elaborado por otros (por ocio o a–adir el dinero extra que podr’amos ganar trabajando horas
ejemplo, Herskovits, 1952, p‡g. 57), creo que puede suponerse que po- suplementarias. ÀPrefiero un coche nuevo o un viaje a Europa? Es ab-
cos de nosotros es probable que sigamos confundiendo la econom’a surdo pretender que todas estas metas son ÇmaterialesÈ, por lo menos
con la tecnolog’a. Otros aspectos de la vida material, no obstante, si- si se pretende que ÇmaterialÈ tenga algœn significado normal, pero si
guen apareciendo con regularidad en nuestras discusiones sobre econo- estas elecciones son elecciones econ—micas, y lo son sea cual sea el uso
m’a. Todos hablamos de los australianos como poseedores de una Çeco- convencional que los economistas dispongan para este tŽrmino, la eco-
nom’a cazadora y recolectoraÈ, o de los beduinos como una Çecono- nom’a engloba mucho m‡s que la simple vida material. Es poco acer-
m’a pastoralÈ, y muchos de nosotros seguimos hablando de las eta- tado calificar algunos de nuestros objetivos de Çecon—micosÈ y otros
pas del desarrollo econ—mico o, por lo menos, de la revoluci—n agr’- de Çno econ—micosÈ si el acto mismo de elegir es una decisi—n eco-
cola como si fuera en primer lugar una Çrevoluci—n econ—mic aÈ. n—mica y si debemos ahorrar nuestros medios para satisfacer nues-
Todas estas expresiones implican que la econom’a equivale al estudio tras necesidades. Robbins subraya que, en un determinado sentido,
de los modos de subsistencia, una idea no muy alejada de definirla tambiŽn se podr’a decir que alguno de nuestros objetivos no es final-
como tecnolog’a. La econom’a tambiŽn se ha utilizado, a veces, en un mente material. ÇLa renta que se obtiene de un objeto [tambiŽn] ma-
sentido ligeramente m‡s amplio, equivalente a lo que otros han deno- terial debe ser concebido en œltimo extremo como teniendo un uso
minado ecolog’a, o bien la forma total en que la cultura se ajusta 'inmaterial'. De mi casa, como de mi criado o los servicios de un
a su medio ambiente. ƒsta puede incluir, no s—lo las formas en que cantante de —pera, obtengo una renta que 'perece en el mismo instante
se extraen los alimentos del bosque, de las corrientes de agua o del de su producci—n' È (Robbins, 1935, p‡g. 8).
suelo, sino tambiŽn la forma en que se obtienen las plumas para los Segœn mis conocimientos, se ha intentado s—lo una vez, en el
tocados ceremoniales o la forma en que el medio ambiente se refleja transcurso de los œltimos a–os, tomar en serio la idea de que el
en la mitolog’a del pueblo. aspecto material de la vida depende espec’ficamente de la teor’a eco-
Estas nociones giran todas alrededor de que la econom’a es algo n—mica. Se trata de la obra Trade and Market in the Early Empires
relacionado con los bienes materiales, y esto ha causado m‡s confu- de Karl Polanyi y sus colegas (1957). Estos autores rechazan expl’cita-
si—n entre los antrop—logos y los economistas que cualquier otra mente la mayor parte de la teor’a econ—mica tradicional, por lo
cosa. Es cierto que los propios economistas han definido, a veces, menos sus posibilidades de aplicaci—n a sociedades distintas de la
la econom’a como Çel estudio de las causas del bienestar materialÈ nuestra. Polanyi efectœa una larga y œtil distinci—n entre la econom’a
o el Çestudio de acci—n humana relacionada con la consecuci—n y el en el sentido sustantivo de aprovisionamiento de bienes materiales
uso de los requisitos materiales del bienestarÈ (Herskovits, 1952, y en el sentido formal de c‡lculo racional o Çeconom’a de los mediosÈ
p‡gs. 45- 46), No obstante, cuando lo han hecho as’, han tenido (correspondientes aproximadamente a la primera y quinta de las
que definir ÇmaterialÈ en un sentido tan amplio que pierde su signi- definiciones estudiadas en este art’culo). Polanyi parece pensar que,
ficado ordinario de artefactos visibles y tangibles, y algunos econo- por lo menos, en la sociedad occidental moderna, estas dos definicio-
mistas han sostenido que el hecho de que un bien o un servicio sea nes cubren, m‡s o menos, el mismo dominio. ÇMientras la econom’a
o no material no tiene nada que ver con que sea econ—mico. En un sea regida p or [mercados creadores de precios] el sentido formal
ensayo cl‡sico, que merece ser le’do por todos los antrop—logos que y sustantivo [de lo 'econ—mico'], en la pr‡ctica, no pueden m‡s que
crean estar interesados por la econom’a, el economista brit‡nico Lio - coincidirÈ (Polanyi, 1957a, p‡g. 244). Si esto quiere decir que las dos
nel Robbins desvasta estas definiciones materialistas (1935). Se–ala definiciones cubren los mismos aspectos del comportamiento, es falso
que los economistas, normalmente, se ocupan de muchos aspectos no simplemente, pues nuestra econom’a de mercado engloba, de hecho,
numerosos productos no materiales y no sustantivos, mientras que
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adem‡s, como ya mostrarŽ en detalle m‡s adelante, algunos bienes muy corriente entre los antrop—logos y, a primera vista, parece muy
materiales son distribuidos a veces fuera del sistema de mercado. inofensiva. Aunque haya puesto en evidencia la importancia que Po-
Incluso en nuestra propia sociedad, el aspecto material de la vida y lanyi y sus colegas conceden a los bienes materiales, parece que
el sistema de mercado no coinciden, aunque se superpongan. Polanyi a fin de cuentas ellos se interesan muy particularmente en el meca-
y sus colegas tienen raz—n en operar una distinci—n entre las dos defi- nismo de la distribuci—n, aunque yo no haya podido descubrir directa-
niciones de la econom’a y subrayar que ellas pueden no coincidir en mente d—nde lo muestran y admiten expl’citamente. Polanyi declara,
las sociedades primitivas. Se equivocan, en mi opini—n, al suponer por ejemplo, que examinando otras sociedades distintas de las socie-
que ellas coinciden m‡s en nuestra sociedad, y creo que su an‡lisis dades occidentales modernas, la econom’a debe concentrarse sobre el
m‡s bien oscurece la hip—tesis segœn la cual las sociedades primi- Çproceso institucionalizado de la interacci—n entre el hombre y su
tivas podr’an, igualmente, Çeconomizar los mediosÈ (es decir, prac - medio, que permite al hombre disponer permanentemente de los
ticar un c‡lculo racional), incluso con la ausencia de mercado. medios materiales para satisfacer sus necesidadesÈ (1957a, p‡g. 248).
Adem‡s, como podemos escoger entre las definiciones sustantivas No obstante, no se interesa en absoluto por los fen—menos tŽcnicos
y formales, me parece lamentable utilizar el tŽrmino de econ—mico que esta definici—n parece implicar, sino, m‡s bien, examina los
para la primera pues est‡ en contradicci—n con el uso corriente. mŽtodos de distribuci—n de los bienes y construye una tipolog’a de
Si se desea, arbitrariamente, definir la econom’a de este modo, no los sistemas de distribuci—n que Žl llama, respectivamente, Çrecipro-
podemos poner ninguna objeci—n; sin embargo, prescindiendo de la cidadÈ, Çredistribuci—nÈ, e ÇintercambioÈ.
posici—n de Polanyi y de sus colegas, este uso tendr’a muy poco que Numerosos antrop—logos han concentrado, igualmente, su aten-
ver con las actividades de los economistas. Adem‡s, para los antro- ci—n sobre el an‡lisis de la distribuci—n. Si s—lo se interesan por la
p—logos, ser’a una decisi—n terriblemente arbitraria considerar los distribuci—n de los objetos materiales, se precipitan en lamenta-
bienes materiales como econ—micos y los servicios (que, indudable - bles complicaciones, a las cuales ya hemos hecho alusi—n; pero, si
mente, son no materiales) como no econ—micos. ÀQuŽ pasa, entonces, consideran seriamente incluir en la econom’a la distribuci—n de todos
cuando se intercambia un objeto material con un servicio no material? los bienes y servicios, ya sean materiales o no, entonces todo lo que
ÀDebernos considerar una mitad de la transacci—n como econ—mica hace el hombre entra en la definici—n. Nos inclinamos a creer, un
y la otra mitad como no econ—mica? poco de paso, que algunos servicios tienen, antes que nada, un car‡c-
La tecnolog’a, las artes de la subsistencia y la ecolog’a son todos ter pol’tico o de parentesco, como el arbitraje de querellas o la ense-
ellos campos de estudio importantes y la finalidad real de este art’culo –anza de los buenos modales a los ni–os, pero ellos tambiŽn pres-
consiste en intentar saber si nos conviene aplicar el tŽrmino Çecon—- cinden de otros servicios como son todos los actos de naturaleza
micoÈ al objetivo de aquŽllos mientras que otros tŽrminos est‡n dispo- social. Cuando se define la econom’a como la producci—n y la distri-
nibles y que excluyen tantas cosas que, habitualmente, pensamos que buci—n de bienes y servicios, generalmente, se tiene en el ‡nimo algœn
pertenecen a lo Çecon—micoÈ. El intercambio de joyas ceremoniales, otro significado impl’cito de lo Çecon—micoÈ, que provoca que algunos
la herencia de blasones, o, en nuestra propia sociedad, la propiedad de servicios sean econ—micos y otros no lo sean. En otras palabras, ÇLa
copyrights, generalmente son considerados como pertenecientes sin econom’a es el estudio de la distribuci—n3 de bienes y servicios econ—-
mucha ambigŸedad a los fen—menos econ—micos, a pesar de que ape- micosÈ, pero esto no es una definici—n . Puesto que esta definici—n
nas formen parte de las actividades de subsistencia o del Çaspecto ma- no aisla un tipo particular de comportamiento de otro, no sirve para
terial de la vidaÈ. En mi opini—n, es preferible llamar a la tecnolog’a, nada a menos que se quiera decir que econom’a y organizaci—n social
a la subsistencia y a la ecolog’a por su propio nombre, y no otorgar- son sin—nimos. Como creo que son muy pocos los antrop—logos que
les pomposamente el vocablo de Çecon—micoÈ que deber’a ser reser - comparten esta idea, es preferible abandonar esta definici—n.
vado para un concepto m‡s amplio. Ciertamente, nos continuaremos
haciendo entender hablando de Çactividades econ—micasÈ, pero si de- 3) La antropolog’a econ—mica analiza, en las sociedades primiti-
seamos discutir con economistas y no simplemente entre nosotros, vas, las esferas de la vida que los economistas estudian en nuestras
har’amos mejor en considerar que importa poco que una cosa sea
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material o no .
3. Esta absurda formulaci—n dif’cilmente exagera la postura de algunos investigadoras.
Dalton dice: "Pocas transacciones econ—micas [en la econom’a occidental de mercado] tienen
2) La econom’a estudia la producci—n, la distribuci—n y el con- lugar sin el uso de la moneda". Si una transacci—n es econ—mica porque implica la moneda,
sumo de los bienes y de los servicios. Se trata, Žsta, de una definici—n entonces se trata de una gloriosa tautolog’a. Si "econ—mico" recibe otro significado, entonces
la afirmaci—n no es cierta (Dalton, 1961, p‡g. 13). Una afirmaci—n parecida es la de Polanyi:
"S—lo en presencia de un sistema de mercados formadores de precios tienen los actos
de intercambio de los individuos la consecuencia de fluctuaciones de precios que integran el
2. Para un tratamiento por parte de un economista de al s falsas interpretaciones antro- sistema econ—mico" (1975b, p‡g. 252). Pero un mercado formador de precios se define como
pol—gicas de "economies" ("sistemas econ—micos" "ahorros") y "subsistencia", vŽase la recen- un dispositivo institucional en el que los actos de intercambio de los individuos tienen como
si—n de Knight de The Economic Life of Primitive Peoples, de Herskovits, reeditada en consecuencia unas fluctuaciones de precios que integran el mercado. Es hermoso descubrir
Economic Anthropology, especialmente las p‡ginas 520-521 (Knight, 1952). definiciones.

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sociedades. A pesar de que esta definici—n no inspira gran cosa al
pensamiento puesto que es enunciada de un modo burdo, estoy con- proporcionan la riqueza o las personas libresÈ. ÇEl valor de una cosa
vencido de que ella ha dominado el pensamiento de los antrop—logos es la cantidad de cualquier otra cosa que se dar’a a cambio de la pri-
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que han intentado ocuparse seriamente de la econom’a a lo largo mera cosaÈ . Una vez pasadas sus definiciones iniciales y formales,
de la œltima o dos œltimas dŽcadas. Los antrop—logos han compren- sin embargo, los economistas han sido perfectamente claros sobre quŽ
dido que no basta con hablar de la tecnolog’a ni de la subsistencia ni incluye su materia. Knight ha declarado que, en la pr‡ctica, el campo
de la cultura material, pero nadie se ha tomado en serio la sugeren- de la econom’a es estrecho, situaci—n que considera completamente
cia de que la distribuci—n de todos los bienes y servicios debe incluirse correcta. Dice:
dentro de la materia. De alguna forma se ha comprendido que debemos
descubrir quŽ es lo que hacen los economistas y luego hacer lo mismo. ...hay muchas formas en que puede organizarse socialmente la
Antes de hacerlo ser’a mejor que tuviŽramos una clara comprensi—n, actividad econ—mica, pero el mŽtodo predominante en las nacio-
no s—lo de la definici—n formal de los economistas de su objeto, que nes modernas es el sistema de precios o de libre empresa. En
puede corresponder o no corresponder a lo que en realidad hacen, sino consecuencia, es la estructura y el funcionamiento del sistema de
tambiŽn, de sus razones para tener en cuenta temas concretos. Esto libre empresa lo que constituye el tema principal a considerar
es lo que me conduce a una verdad racionalmente obvia, pero, por lo en un tratado de econom’a (Knights, 1951, p‡g. 6).
menos entre los antrop—logos, s—lo espor‡dicamente percibida:
cualquiera que sea la definici—n formal que puedan dar de su ciencia Aunque Robbins, como veremos m‡s adelante, da una definici—n
(y Žstas var’an considerablemente), los economistas estudian en mucho m‡s amplia de la econom’a como conjunto, incluso Žl entiende
realidad el funcionamiento del sistema de precios en nues tra sociedad que es correcto que los economistas se concentren en el funcionamien-
y el intercambio de4 los bienes y los servicios con precio a travŽs del to de la Çeconom’a de intercambioÈ (nuestro sistema de mercado en
sistema de mercado . cuanto dominado por los precios monetarios) y reconoce que siempre
Merece la pena se–alar que en las secciones introductorias de sus lo han hecho as’. Robbins dice que no es incorrecto estudiar otros
libros, cuando se dan las definiciones, los conceptos abstractos de tipos de econom’a, s—lo que simplemente no es especialmente œtil
la materia, los economistas pueden presentar formulaciones que no (1935, p‡g. 19).
hacen referencia al dinero ni a los mercados, sino que se establecen Sin lugar a dudas, hay razones pr‡cticas para ocuparse del dinero
en tŽrminos completamente generales. En un manual introductorio
de econom’a, envejecido pero standard, el Fairchild, Furniss y Buck y de los precios. Por algo permiten los precios una forma de cuanti-
(1936, Cap’tulo I), se definen la mayor parte de los grandes conceptos ficaci—n. Se puede especificar si el precio sube o baja, se puede com-
econ—micos sin la menor referencia al dinero: ÇLa riqueza consiste putar el valor ÇtotalÈ y se pueden comparar distintas mercanc’as y
en todas las cosas materiales œtiles que poseen los seres humanosÈ. servicios por medio del comœn denominador de d—lares, libras o
ÇEl ingreso consiste en los beneficios o servicios rendidos por la rublos. Como consecuencia, la discusi—n econ—mica, por razones
riqueza o por las personas libres.È ÇLos acontecimientos indeseables pr‡cticas, si no por razones te—ricas, se limita a los bienes y servi-
cios que se miden con dinero. Pero los antrop—logos deben darse
que causa la riqueza se denominan los perjuicios o costes de la rique-
za.È ÇLa diferencia entre los ingresos y el costo de cualquier art’culo cuenta de hasta quŽ punto es arbitraria la distinci—n entre mercanc’as
de riqueza son los ingresos netos.È La propiedad es Çel derecho a los con precio y sin precio, y de hasta quŽ punto es inœtil para su propia
ingresos; es decir, el derecho a los beneficios o a los servicios que trabajo. No lo hacemos as’, sin embargo, pues esta distinci—n es la
que nos hace entender que quien gana un salario realiza un servicio
econ—mico, mientras que el trabajo del ama de casa queda excluido
4. Esta observaci—n fue claramente hecha por Dalton, aunque pon’a el Žnfasis en la
econom’a de intercambio y minimizaba el lugar de la moneda. Dice: "El termino de econom’a de todas nuestras estad’sticas econ—micas nacionales. Es la raz—n por
monetaria pone el Žnfasis en un rasgo derivado m‡s bien que dominante de la estructura la que la comida servida en un restaurante se considera un bien
econ—mica occidental. El uso de la moneda para todos los prop—sitos no es un rasgo indepen- econ—mico, pero no la comida que se sirve hospitalariamente a los
diente, sino mas bien un requisito para el funcionamiento de una econom’a de intercambio de
mercado" (Dalton, 1961, p‡g. 15). No estoy seguro de entender completamente estas frases. amigos en la propia casa. Es la raz—n por la que los servicios de la
Parecen afirmar que la moneda es tanto un prerrequisito como un derivado del mercado,
pero lo importante seguramente es que ponemos precio a los bienes en nuestra sociedad prostituta son econ—micos, pero no los de la esposa. Esta es la raz—n
siempre que hablamos de la existencia de un mercado para estos bienes (o servicios). Los dos por la que la comida que se compra en una tienda, pero no los r‡banos
conceptos son casi sin—nimos y m‡s bien que como centro de una idea abstracta del mercado, crudos de m’ patio trasero, entran en la estad’stica del producto
tambiŽn se podr’a reconocer que los bienes con precio han constituido el nucleo de los mate-
riales que estudia el economista. nacional bruto. Esta es la raz—n por la que se distingue entre los atle-
TambiŽn debe se–alarse que la expresi—n "moneda para todos los prop—sitos" no es
afortunada, y que hay muchas cosas en nuestra sociedad (esposas, hospitalidad) que no 5. S—lo cuando se definen estos tŽrminos aparece finalmente la moneda y los autores establecen
pueden comprarse con dinero y que ordinariamente no tienen precio. Como consecuencia que "...el valor casi siempre se expresa en tŽrminos monetarios" (1936 , p‡g. 23). Esta œltima
no hay mercado para estos art’culos. Nuestra moneda de ninguna forma sirve para "todos afirmaci—n no tiene sentido si las anteriores definiciones se toman en serio (Àse expresa en moneda
los prop—sitos". el valor de las esposas, los regalos de Navidad o el patronazgo pol’tico?), pues las anteriores
definiciones son tan generales que pueden interpretarse como aplicadas a todos los aspectos del
106 comportamiento social.

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tas profesionales y los aficionados. Puesto que nosotros, en los pa’ses magia de las palabras no oscurece el hecho de que, en algunas partes
occidentales, normalmente ponemos precio a la comida, el alojamien- del mundo, se transfiere riqueza a cambio de novias. En muchos luga-
to, la tierra, la mayor parte de los productos manufacturados y la res, se paga una compensaci—n monetaria para reparar delitos como
mayor parte del trabajo no domŽstico, f‡cilmente caemos en el h‡bito el robo, el adulterio e incluso el asesinato, aunque, dado que no nos
de considerar que estas cosas son econ—micas por naturaleza. Puesto parece adecuado poner precio a tales transacciones, generalmente en-
que no ponemos precio a otros bienes y servicios Ñla hospitalidad, el tendemos que no son Çecon—micasÈ.
trabajo del ama de casa, el cuidado de los ni–os por sus padres, las Creo que es adecuado exponer que Herskovits, en el tratamiento
novias y los regalos de NavidadÑ, Žstos no se consideran econ—micos. m‡s extenso que existe hasta la fecha de la antropolog’a econ—mica,
Dentro de nuestra propia sociedad, para determinados prop—sitos se adhiere por regla general a la idea de que la econom’a antropol—-
pr‡cticos, es una forma de aproximaci—n œtil, si bien no te—ricamente gica se ocupa, en otras sociedades, de los mismos fen—menos que el
intocable. Sirve a algunos prop—sitos œtiles para calcular el producto economista se ocupa en la nuestra (Herskovits, 1952). Reconoce que
nacional bruto, y esto s—lo puede hacerse sumando los valores de las los economistas se concentran en los bienes y servicios con precio,
cosas producidas, y el œnico comœn denominador aparente a que se pero no saca la conclusi—n de que esto haga irrazonable el estudio
pueden reducir estos objetos es el valor o precio en dinero. Dado que de la misma clase de bienes y servicios en otras sociedades. Eviden-
el trabajo del ama de casa no tiene precio, no hay forma concebible temente, entiende que existe una categor’a de comportamiento que es
de a–adir su trabajo al valor de los bienes y servicios producidos en razonable denominar Çecon—micaÈ y que puede convertirse en el centro
nuestra sociedad, por muy inc—modos que podamos sentirnos con de un estudio especial (vŽase, por ejemplo, p‡gs. 60-61). A juzgar por
respecto a la l—gica de las cifras que lo excluyen. los temas de que se ocupa, incluye la tenencia de la tierra, la
Incluso se puede comprender que esta concentraci—n en el sistema propiedad, el comercio, la divisi—n del trabajo y el crŽdito, incluso en
de precios no s—lo es pr‡cticamente justificable, sino incluso te—rica- sociedades donde no se utiliza el dinero para organizalos. Es cierto
mente. Dentro de nuestra sociedad, los concretos bienes y servicios que tambiŽn ampl’a su examen a cosas como el intercambio ceremo-
que tienen precio se tratan de ciertas formas especiales. El hecho de nial y de regalos, que entre nosotros no tienen precio, y en esta
poner precios monetarios y el funcionamiento de los mercados pro- medida extiende y hace m‡s œtil nuestra concepci—n de la econom’a.
porcionan unidad a cierto segmento de nuestra cultura, y este seg- Pero Herskovits no se ocupa de todos los bienes y servicios que se
mento es importante y merece ser estudiado. Pero si la econom’a se intercambian o producen en la sociedad. Por ejemplo, no se ocupa del
limita al estudio de los bienes con precio, es una incre’ble contra- cuidado de los ni–os por la madre, ni de los servicios del dirigente
dicci—n de tŽrminos hablar de econom’a primitiva cuando nos ocu- pol’tico y el seguidor entre s’. Hubiera sorprendido a mucha gente
pamos de una sociedad sin dinero. No obstante, lo que han hecho los de haber incluido estos servicios, pues no encajan en nuestra precon-
antrop—logos es observar el tipo de bienes y servicios a que nosotros cepci—n de lo que abarca la econom’a, pero son servicios que se inter-
ponemos precio y considerarlos econ—micos incluso en otras socieda- cambian tanto como los servicios del equipo de mutua ayuda en la
des, en lugar de comprender que es el fen—meno mismo de ponerles recolecci—n. La œnica raz—n para considerar econ—micos a los œltimos
precio lo que proporciona su unidad a estos concretos bienes y servi- y no a los primeros es que en nuestra sociedad ponemos precio al
cios. El trabajo, los bienes manufacturados y la tierra y la forma en trabajo agr’cola, mientras que se supone que el patronazgo pol’tico
que se asignan e intercambian se consideran econ—micos, incluso o los cuidados de la madre no tienen precio.
cuando en otra sociedad pueda no tener m‡s precio que el trabajo Debe hacerse notar que cuando nos ocupamos de una sociedad dis-
de cuidar a un ni–o. S—lo porque la tierra tiene precio en nuestra tinta de la nuestra, el precio es un medio totalmente inœtil para dis-
sociedad no hay raz—n para calificarla de econ—mica en otra sociedad tinguir el aspecto econ—mico de la sociedad de los otros aspectos no
donde no tenga precio, y sin embargo, la tenencia de la tierra se con- econ—micos. Si la unidad de la econom’a nace del hecho de que se
sidera universalmente dentro del campo de lo Çecon—micoÈ. Algunos ocupa de bienes con precio, entonces, en algunas sociedades primi-
pueblos, no cabe duda, ponen precio a bienes y servicios a los que tivas, es tonto buscar ningœn comportamiento que pueda denomi-
nosotros no ponemos precio. Es frecuente que se pague por las novias, narse Çecon—micoÈ. Resulta il—gico argumentar que otras socieda-
pero, dada nuestra perspectiva etnocŽntrica de que las novias no son des utilizan otros mŽtodos de distribuci—n de estos bienes (que es,
una mercanc’a econ—mica (porque nosotros no pagamos por ellas), los creo, lo que afirman Polanyi y sus colaboradores) y que sus sustitutos
antrop—logos se han resistido a la idea de que las mujeres pueden del mecanismo de mercado deben estudiarse con el t’tulo de
comprarse y venderse y se ha sugerido que es algo m‡s simp‡tico econom’a, si es el mecanismo de mercado y sus precios lo que pro-
6
hablar de Çriqueza de la noviaÈ que de Çprecio de la noviaÈ . Esta porciona su œnica unidad a los concretos bienes y servicios de nuestra
econom’a. Es como si el antrop—logo de una sociedad matrilineal in-
sistiera en estudiar los agrupamientos matrilineales de todas las dem‡s
6. Este absurdo fue claramente desmontado por Roben F. Gray en un reciente art’culo
que demostraba cu‡n imposible es evitar llamar a esto una compra (1960). sociedades. DespuŽs de todo, se puede aislar a aquellos parientes que

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bio en otras sociedades, aunque pueden ser absolutamente distintos de
est‡n relacionados entre s’ por v’a matrilineal incluso en nuestra todos los que tenemos en la nuestra. Algunos de Žstos son viejos
sociedad. Lo que ocurre es simplemente que es absurdo hacerlo conocidos de la literatura antropol—gica: el anillo del kula; el sis-
porque nosotros no asignamos ninguna responsabilidad ni obliga- tema de potlatchs de la costa noroeste (de EE.UU.). Las relaciones
ci—n en base a la filiaci—n matrilineal. La asociaci—n en un sistema entre el hecho de dar fiestas, y el prestigio y poder en Melanesia; las
unificado de aquellos bienes y servicios a los que nosotros ponemos novias y el ganado en çfrica.
precio es tan arbitraria como la asociaci—n de las personas en Debe resaltarse que la posibilidad de aislar estos distintos siste-
matrilinajes. Es absurdo examinar cualquiera de estos sistemas donde rnas s—lo es parcial. Por regla general, es posible convertir los bienes
no existen, y servicios que normalmente se intercambian dentro de un sistema
Me he visto llevado a rechazar la definici—n ÇmaterialÈ de econom’a en los correspondientes a otro sistema. Por supuesto, nosotros utili-
porque me parece que la tecnolog’a, la subsistencia y la ecolog’a pue- zarnos dinero para comprar bienes que se utilizan para entreteni-
den denominarse m‡s convenientemente por un tŽrmino distinto de miento, de tal forma que nuestro sistema de mercado y nuestro sis-
Çecon—micoÈ. Rechazo las definiciones que dicen que la econom’a se tema de hospitalidad est‡n interrelacionados, pero esto no significa
ocupa de los bienes que tienen precio en nuestra sociedad por distin- que el valor de la hospitalidad pueda expresarse en un precio mone-
tas razones: no se trata de una categor’a real m‡s que en nuestra tario, como es evidente a partir de nuestra valoraci—n diferente de
sociedad. En realidad, es un asombroso etnocentrismo. la simple pero c‡lida hospitalidad de nuestros conocidos menos ricos
Creo que es nuestro conocimiento sentido, pero no manifiesto de y de la ostentaci—n suntuosa de las gentes ricas. Bohannan presenta
las zonas de nuestra vida que se ven afectadas por nuestro propio un ejemplo excepcionalmente claro de la parcial independencia y la
sistema de precios lo que nos hace esperar alguna unidad de lo que parcial interdependencia de tres sistemas de intercambio que se dan
hemos denominado la econom’a. Si el hecho de poner precio es lo entre los tiv: 1) de los bienes de subsistencia, que consisten en los
que confiere unidad a la econom’a, tal vez har’amos mejor en dejar alimentos y diversos objetos domŽsticos, que se intercambian libre-
de utilizar el tŽrmino a menos que estemos estudiando una sociedad mente unos por otros, pero que son m‡s dif’ciles de convertir en otras
donde la moneda sea importante. Quiz‡s los estudios Çecon—micosÈ formas de riqueza; 2) de los bienes de prestigio, que consisten en ba-
m‡s conseguidos de los antrop—logos se han hecho en regiones en rras de hierro, ganado y esclavos; y 3) de mujeres, que antes de la
que la moneda es importante, como en Panajachel, estudiado por confusi—n producida por la introducci—n de la moneda constitu’a un
Tax, y entre los pescadores malayos que estudi— Firth. Pero si la eco- sistema de intercambio en si mismo (Bohannan, 1955).
nom’a significa ocuparse del sistema de precios, entonces algunas La comparaci—n sistem‡tica de los distintos sistemas de intercam-
sociedades simplemente no tienen econom’a. Esto no me ofender’a, bio podr’a resultar enormemente interesante. Se podr’an hacer pre-
pero existen otros usos alternativos del tŽrmino que permiten apli- guntas como si se utilizan en todos ellos mŽtodos similares de c‡lculo,
carlo a una categor’a de hechos culturales menos arbitraria, y que si est‡n presentes los mismos principios de asignaci—n racional y en
merecen ser examinados. quŽ medida var’an las motivaciones individuales. Pero debe quedar
completamente claro que estos sistemas de intercambio no necesa-
4) La econom’a es el estudio de los sistemas de intercambio, cua- riamente incluyen bienes materiales ni precios en dinero. Nadie puede
lesquiera que puedan ser los dispositivos concretos institucionales que predecir por adelantado quŽ sistema se encontrar‡ en una sociedad
los rodeen. He se–alado que la justificaci—n del ‡mbito tradicional concreta. Segœn esta definici—n, no existe un sistema econ—mico en
de la econom’a en nuestra sociedad es que determinados bie nes cada sociedad, sino varios, y sus caracter’sticas s—lo pueden descu-
y servicios est‡n unidos dentro de un sistema por el uso comœn del brirse mediante la observaci—n emp’rica.
dinero cuando se intercambian. Probablemente, toda sociedad tiene Quiz‡s la definici—n de econom’a como el estudio de los sistemas
algœn sistema de intercambio y, evidentemente, nosotros mismos tene- de intercambio conduzca a resultados menos complejos y contradic -
mos varios sistemas completamente distintos. La hospitalidad se de- torios que cualquiera de las cinco definiciones aqu’ sugeridas, pero
vuelve con considerable responsabilidad y calculada exactitud, aunque es limitada. Parad—jicamente parece sugerir que una œnica socie-
sin la mediaci—n del dinero. Utilizamos expresiones incluso como Çde- dad puede tener varios sistemas econ—micos. ÀPor quŽ no llamarles
ber una invitaci—nÈ o Çlibrarnos de nuestras deudas dando una fiestaÈ. simplemente sistemas de intercambio?
El intercambio de regalos y cartas en las distintas fiestas constituye Queda una œltima definici—n que nace de determinados principios
otro sistema. Ser’a tan legitimo, aunque sin duda de menor impor- fundamentales de la econom’a te—rica. ƒsta se aproxima m‡s a la
tancia para los objetivos convencionales, estudiar la forma en que forma en que muchos economistas, en sus momentos m‡s meditativos
estos regalos y contrarregalos se equilibran, calculan y acuerdan, y menos pr‡cticos, definen su materia, y aqu’ volvemos a la formula-
corno estudiar las transacciones del mercado formador de precios. ci—n de Lionel Robbins.
Una vez que se han percibido estos sistemas de intercambio, dif’cil-
mente se puede dejar de dedicarse a reconocer sistemas de intercam- 111
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fiesta y ÇentregaÈ comida con objeto de acumular prestigio est‡n
5) La econom’a es el estudio de la asignaci—n de los medios esca- adoptando decisiones Çecon—micasÈ, tanto si el dinero tiene que ver
sos a objetivos mœltiples, o m‡s ampliamente Çla ciencia que estudia como si no con su elecci—n, y tanto si se ocupan o no de objetos Çma-
el comportamiento humano como una relaci—n entre fines y medios terialesÈ. Si Robbins, como otros economistas, sigue por el estudio de
escasos que tienen usos alternativosÈ (Robbins, 1935, p‡g. 16). Muchos aquellos tipos de comportamientos en que el aspecto econ—mico (elec-
antrop—logos que se han ocupado de los problemas econ—micos han ci—n y asignaci—n) puede hasta cierto punto medirse en dinero, ello
utilizado recientemente definiciones similares, incluyendo a Firth en no se debe a los fundamentos de la econom’a, sino a supuestos com-
sus 7 œltimos tratamientos de la econom’a antropol—gica y a Hersko- plementarios y convenientes sobre quŽ clases de comportamientos
vits . Pero estos autores, despuŽs de indicar que la elecci—n, la asig- son m‡s o menos importantes o m‡s o menos f‡ciles de analizar.
naci—n y la Çeconomizaci—nÈ constituyen el nœcleo del comportamiento Evidentemente, volviendo a 1a sociedad primitiva, esta alternativa de
econ—mico, vuelven a introducir una consideraci—n de ÇeconomizarÈ restringirnos a los fen—menos con precio no existe. Las implicaciones
entre los fines y los objetos materiales, o bien s—lo entre los objetos de agarrarse al aspecto ÇeconomizadorÈ del comportamiento, como
que nosotros incluimos en nuestro sistema de mercado. ƒste es el aspecto central de los estudios de econom’a, tienen mucha m‡s ampli-
error que Robbins evita y Žsta es la raz—n por la que encuentro tan tud de lo que a veces se ha comprendido y mi mayor critica, tanto
valioso su ensayo y l—gicamente mucho m‡s satisfactorio que las for- sobre Herskovits como sobre Firth, por ejemplo, es que ninguno de
mulaciones de muchos antrop—logos que se han ocupado de estos ellos sigue las implicaciones de sus propias definiciones. Si todo com-
problemas. portamiento que implica asignaci—n es econ—mico, entonces la rela-
Robbins se–ala que no hay problema econ—mico si se dispone de ci—n de la madre con su hijo es tan econ—mica, o mejor dicho tiene
medios ilimitados para alcanzar una meta y, adem‡s, no tenemos que tanto aspecto econ—mico, como la relaci—n de un patrono con su
economizar si algo no tiene usos alternativos cualesquiera que sean. trabajador a sueldo. Un granjero que escarba sus –ames no hace
ÇCuando el tiempo y los medios para alcanzar los fines son limitados, nada m‡s econ—mico que cuando charla con sus camaradas en el ca-
y susceptibles de una aplicaci—n alternativa, y los fines pueden dife- sino. El aspecto econ—mico del comportamiento Ñla elecci—n y la
renciarse en orden de importancia, entonces el comportamiento nece- asignaci—n de los medios escasos, incluidos el tiempo y la energ’a y
seriamente asume la forma de elecci—nÈ (1935, p‡g. 14. Cursivas del no s—lo la monedaÑ est‡ presente en todo este comportamiento.
original). Hay que escoger entre los medios escasos y aplicarlos a fines Desde este punto de vista, es bastante absurdo hablar de una institu-
valorados de forma diversa. La unidad de la ciencia econ—mica, dice ci—n o de un grupo como de naturaleza econ—mica. Todos los grupos
Robbins, se encuentra en la forma que asume 8
el comportamiento tienen un aspecto econ—mico.
humano para disponer de los medios escasos . Ni los fines ni los Es posible observar a la sociedad como una colecci—n de indivi-
medios pueden necesariamente medirse en tŽrminos monetarios, ni duos que hacen elecciones, cuya misma acci—n implica una selecci—n
la necesidad consiste en objetos materiales, y por tanto la econom’a consciente o inconsciente entre medios alternativos para fines alter-
definida de esta manera no tiene necesariamente conexi—n con el uso nativos. Los fines son las metas del individuo coloreadas por los valo-
del dinero ni de objetos materiales. Puesto que virtualmente dispone- res de su sociedad hacia las cuales intenta avanzar. Aqu’ pueden in-
mos de medios escasos en todo lo que hacemos, en esta concepci—n la cluirse el prestigio, el amor, el ocio e incluso el dinero. Los medios son
econom’a se centra en un aspecto particular del comportamiento y no las capacidades tŽcnicas y el conocimiento a su disposici—n, inclu-
en cierta clase de comportamiento (Robbins, 1935, p‡g. 17). La mujer yendo capacidades como la oratoria o la resistencia en la caza, as’
que organiza su trabajo domŽstico, el hombre que reparte su tiempo como el conocimiento tŽcnico en cuanto tal. No hay tŽcnicas espec’-
entre la familia y el club, el ni–o que decide si jugar al bŽisbol o con ficamente econ—micas ni metas econ—micas. Lo econ—mico es œnica-
la cometa, el l’der pol’tico que reparte patronazgo y el que da una mente la relaci—n entre fines y medios, la manera en que un individuo
7. Las primeras palabras del primer cap’tulo de Herskovits son: "Los elementos de esca- manipula sus recursos tŽcnicos para conseguir sus objetivos.
sez y elecci—n son los factores sobresalientes de la experiencia humana que dan su raz—n de Ahora bien, estrictamente hablando, dado un conjunto de capaci-
ser a la ciencia econ—mica" (1952, p‡g. 3). De manera similar, Firth establece: "[Un antrop—-
logo econ—mico moderno] examina las formas en que [el pueblo que estudia] concibe y dades tŽcnicas y conocimientos y dado un conjunto de fines o valores
expresa sus necesidades y dispone de sus recursos disponibles en un medio social dado" escalonados, s—lo existe una forma que sea la mejor forma de utilizar
(1959, p‡g. 25). los unos para alcanzar los otros. El economista no suele interesarse
8. Dalton tambiŽn reconoce que esta es una de las definiciones significativas que se ha
dado a la "econom’a" y la presenta de forma muy parecida. Por desgracia, despuŽs de se–alar ni por los fines ni por los medios en s’ mismos, sino por la forma
sensiblemente que el c‡lculo economizador no se limita a la creaci—n y distribuci—n de en que se manipulan los medios para alcanzar los fines, y sobre todo
bienes materiales, continœa diciendo que los economistas se ocupan del c‡lculo economi-
zador con respecto a los bienes materiales y, a partir de ah’, distorsiona seriamente el se interesa por el funcionamiento de la forma m‡s eficiente posible
trabajo de los economistas. Incre’blemente, despuŽs de un breve p‡rrafo en que utiliza la de alcanzar determinados fines, dados los medios. En este punto es
palabra "material" no menos de cuatro veces, en un intento de definir de quŽ se ocupa el
an‡lisis econ—mico occidental, hace una erferencia al ensayo de Robbins, aunque una de las posible que los economistas manifiesten su falta de interŽs por la
principales observaciones que Robbins ten’a que hacer era que el an‡lisis econ—mico no tiene econom’a de los pueblos primitivos, puesto que, presumiblemente, el
una conexi—n necesaria con los bienes materiales (Dalton, 1961, p‡g, 7).
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procedimiento m‡s econ—mico no es diferente para un primitivo que
para cualquier otro, teniendo en cuenta, desde luego, que tanto los secuencia del estatus social de su familia. Los casos de disminuci—n
fines como los medios pueden ser distintos en otra sociedad que en la o aumento de la cantidad de ganado disponible para el precio de la
nuestra. Para la mayor parte de los economistas tiene poca importan- novia (por enfermedad o por otros motivos) muestran que el precio
cia c—mo toman sus decisiones los miembros de cualquier sociedad tambiŽn depende del abastecimiento de ganado. Parece por completo
concreta. Si son ineficaces y no orientan sus medios hacia la realiza- razonable sugerir que determinadas caracter’sticas de nuestro siste-
ci—n racional de sus fines, entonces, tanto peor para ellos. ma de mercado que se conocen con el nombre de Çley de la oferta y la
En la pr‡ctica, por supuesto, los economistas no se han preocupado demandaÈ son aplicables a contextos mucho m‡s amplios que nuestros
del problema general de c—mo pueden lograrse todos los distintos propios mercados. Esta posibilidad se oscurece si limitamos, el
fines de un individuo. Han limitado su problema a c—mo un deter- significado de econom’a a la consideraci—n de los bienes mate-
minado individuo, pongamos un empresario, puede conseguir mejor riales, como sugiere Polanyi. Si podemos volver a los supuestos ini-
el fin de un gran beneficio monetario, c—mo puede llevarse al m‡xi- ciales de los economistas sobre la escasez de los medios y lo ilimitado
mo el dinero. Esto adquiere un aire de irrealidad cuando se aplica de las necesidades, podr’amos constatar que todav’a hay suposiciones
a la sociedad primitiva. La gente trabaja y trata de conseguir sus œtiles, incluso en ausencia de mercados y precios.
metas. Quieren m‡s comida, o m‡s prestigio, o m‡s mujeres, y evi- He aqu’, pues, la œltima zona de comportamiento a que podr’a
dentemente trabajan para conseguir estos objetivos, pero los fines aplicarse el tŽrmino Çecon—micoÈ, el ‡rea de la elecci—n y la asignaci—n
que tienen presentes nunca son tan simples como aquellos de que de los recursos escasos a metas alternativas. Estudiar’a un aspecto
se ocupan los economistas que hablan de grandes beneficios mone- del comportamiento, no una clase de comportamientos, y ser’a un
tarios. Por supuesto, tampoco son tan simples los fines del empresa- aspecto del comportamiento que no tiene mayor conexi—n con los
aspectos materiales de la vida que con los otros, y ninguna conexi—n
rio, pero lo burdo de la supersimplificaci—n resulta inevitable cuando necesaria con los objetos que tienen precio en nuestra sociedad. Uno
se observa una sociedad primitiva. de los problemas de nuestra comprensi—n de la econom’a de los pue-
Polanyi y sus colaboradores reconocen que la Çeconom’aÈ se ha uti- blos primitivos ha sido, seguramente, que hemos confundido las distin-
lizado muchas veces en este sentido, para referirse9 a situaciones que tas definiciones posibles de econom’a y nos hemos convencido de que
requieren elecci—n en zonas de medios limitados . Argumentan que la asignaci—n de los recursos era m‡s caracter’stico del comportamiento
los mercados formadores de precios s—lo se encuentran en un segmento que se ocupa de los bienes materiales que del otro comportamiento, o
limitado de la historia humana. Parecen concluir que, por esta bien que el uso de la moneda coincide con el uso de los bienes mate-
raz—n, es dif’cil estudiar la adopci—n de elecciones en otras socieda- riales o que s—lo utilizando dinero se pod’a economizar racionalmente.
des, pero sus intereses no se centran simplemente en la adopci—n de Sin embargo, est‡ claro que el c‡lculo economizador, los bienes mate-
elecciones. Sin embargo, puede que merezca la pena examinar la adop- riales y los art’culos que se intercambian mediante marcados forma-
ci—n de elecciones incluso en sociedades donde est‡n ausentes la dores de precios se refieren a cosas claramente distintas.
moneda y los mercados formadores de precios. Dif’cilmente se puede Una vez nos centramos sobre la elecci—n y la asignaci—n, resulta
defender que la Çeconomizaci—nÈ, el cuidadoso c‡lculo de las elec - visible que ha habido cierto nœmero de escuelas de pensamiento,
ciones con el ojo puesto en las propias perspectivas, se pierde simple - dentro de las ciencias sociales, que ha observado el comportamiento
mente porque un determinado entramado institucional que nos ayuda humano desde este punto de vista esencialmente econ—mico. En lo que
a tomar algunas decisiones economizadoras (el mercado) se pierda. resta de este art’culo investigarŽ s—lo una de las implicaciones de
Presumiblemente, los primitivos no son ni m‡s ni menos racionales considerar el comportamiento humano como si estuviera controlado
que nosotros, aunque pueden utilizar distintas instituciones a travŽs por el intento de asignar los recursos escasos de una forma racional.
de las cuales manifestar su racionalidad. Desde luego, el sistema de Creo conveniente denominarlo el principio de Çmaximizaci—nÈ, pero
precios regulados por el mercado no puede estudiarse en ausencia est‡ ’ntimamente relacionado con la idea de Çc‡lculo racionalizadorÈ,
del mercado regulador de precios, pero puede que siga siendo œtil
estudiar el c‡lculo racionalizador. Adem‡s, determinadas caracter’s-
ticas de los mercados reguladores de precios pueden f‡cilmente obser - Teor’as de la maximizaci—n
varse incluso en sociedades muy distintas de la nuestra y con muy
distintos marcos institucionales. Donde las dotes son importantes o se La noci—n de que el comportamiento humano est‡ de alguna forma
exige el precio de la novia, la suma a pagar puede ser cuesti—n de un orientado hacia una maximizaci—n de algœn fin deseado ha aparecido
cuidadoso regateo. El precio total de la novia puede depender de la en gran nœmero de teor’as de las ciencias sociales. La maximizaci—n,
deseabilidad de la muchacha, sea por razones personales o como con- por supuesto, es un concepto fundamental en econom’a, pues un
9. El nœcleo de la teor’a de Polanyi se encuentra en el Cap’tulo XIII del libro, que escri- axioma central de esta disciplina es que las necesidades humanas
bi— el propio Polanyi (Polanyi et. al., 1957). son ilimitadas, pero que constantemente tendemos a maximizar nues-
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tras satisfacciones. M‡s espec’ficamente, el conjunto de la microeco- menos, bastante distintos Ñla maximizaci—n de los ingresos moneta-
nom’a, el estudio de c—mo debe comportarse un empresario o una rios y la maximizaci—n del placerÑ y el contraste es especialmente
empresa, supone que el individuo o la empresa est‡ tratando de maxi- fuerte cuando el placer parece estar m‡s ’ntimamente relacionado con
mizar el beneficio monetario. Cuestiones tales como quŽ pasar‡ con el el sexo. Pero el sexo es un conc epto muy amplio en la versi—n freu-
beneficio si aumenta el precio, o c—mo afectar‡ una disminuci—n de diana de la personalidad y, como se ha dicho, los ingresos moneta-
la producci—n a la proporci—n entre ingresos y costos, est‡n en el rios son una simplificaci—n conveniente, de tal forma que, hablando
coraz—n de una gran parte de la teor’a econ—mica, y se supone que sin rigor, ambos individuos se esfuerzan de formas paralelas hacia
el fin en perspectiva es ganar tanto dinero como sea posible. Desde objetivos paralelos si no idŽnticos.
luego, nosotros sabemos, y haciŽndoles justicia creo que tambiŽn Otras teor’as de la maximizaci—n han aparecido en las ciencias
lo saben los economistas, que ni siquiera los empresarios pretenden sociales, aunque ninguna ha quedado incorporada en sistemas te—ricos
siempre maximizar el beneficio monetario, sino que a veces pueden tan elaborados como los anteriores. Parte de la concepci—n de la
preferir otra cosa Ñocio, concebiblemente incluso buenas relaciones sociedad que Leach presenta en su libro Political Systems of Highland
humanasÑ mejor que m‡s dinero. Esto no es negar que tales empre- Burma implica el supuesto de que el hombre por regla general busca
sarios estŽn tratando de maximizar algo, sino que s—lo expone que
a veces tienen que elegir entre el dinero y algœn otro fin deseado. La el poder. Leach dice:
suposici—n de que s—lo el dinero es lo que se maximiza, es una simpli- ... Considero necesario y justificable suponer que el deseo cons-
ficaci—n conveniente de acuerdo con el interŽs general de los econo- ciente o inconsciente de conseguir poder es una motivaci—n muy
mistas hacia aquellas instancias de elecci—n y comportamiento en
que aparece el dinero. generalizada en los asuntos humanos. En consecuencia, supongo
No obstante, la econom’a no es de ninguna forma la œnica rama que los individuos que afrontan una elecci—n para la acci—n nor-
de las ciencias sociales que observa al hombre como si estuviera malmente har‡n uso de aquellas elecciones que les permitan con-
maximizando algo. Profundamente incrustada en la concepci—n freu- seguir poder (Leach, 1954, p‡g. 10).
diana de la personalidad se encuentra el principio placer -dolor. El
ello, buscando reducir la tensi—n, opera segœn este Çprincipio del No es correcto para con Leach citarle simplemente este fragmento
placerÈ, actuando siempre de tal forma que maximiza el placer y mi- y fuera de contexto, pues, y justo antes de esta afirmaci—n, tambiŽn
nimiza el dolor. El ego, mediaci—n entre el ello y el mundo exterior, dice: ÇComo norma general, sostengo que el antrop—logo nunca est‡
sin lugar a dudas est‡ controlado por un, ocasionalmente, conflic - justificado en interpretar una acci—n como inequ’vocamente diri-
tivo principio de realidad y debe afrontar el hecho de que el gida hacia un fin concretoÈ. No obstante, para su tarea concreta, a
placer no puede alcanzarse directamente, sino que el camino hacia la saber, el an‡lisis de las movedizas relaciones de poder en la Alta Bir-
satisfacci—n de las demandas que hace el ello debe ser indirecta e mania, encuentra conveniente sugerir que la gente por regla general
implica la formulaci—n de planes y procedimientos complejos antes se esfuerza en maximizar su propio poder. Segœn continœa analizan-
de que se logre la satisfacci—n final. Freud incluso habla de la suspen- do la situaci—n, la bœsqueda de poder por muchos individuos, utili-
si—n del principio del placer durante esta tregua hacia el fin de reducir zando cualquiera de ellos todos los medios que el medio social les
la tensi—n. Finalmente, sin embargo, la meta del ego es la misma ofrece, conduce a la modificaci—n de las relaciones de poder de la
que la del ello, y en esto consiste la reducci—n de la tensi—n o, dicho de sociedad como conjunto, y esto est‡ en armon’a con una concepci—n
forma m‡s general, la maximizaci—n del placer. m‡s amplia de la sociedad segœn la cual la sociedad adquiere su din‡-
mica gracias al mœltiple esfuerzo de todos sus miembros, cada uno
Realmente la sustituci—n del principio de realidad por el prin- en busca de sus propios fines, utilizando cada uno la sociedad segœn
cipio del placer no denota ningœn destronamiento del principio su conveniencia, oponiŽndose cada uno de ellos a las normas habitua-
del placer, sino s—lo su salvaguarda. Un placer moment‡neo, de les de la sociedad donde cree que puede eludirlas y que resultar‡
resultados inciertos, se abandona, pero s—lo con objeto de conse- ventajoso para sus propias metas. Para ser justos con Leach, debo
guir por la nueva v’a un placer asegurado que llegar‡ m‡s ade- decir que no interpreto que presente el poder como la motivaci—n
lante (Freud, 1925, p‡g. 18). principal o m‡s importante de todos los hombres, y que si tuviera que
analizar otras relaciones distintas de las de poder, podr’a centrarse
Esta personalidad freudiana es remarcablemente similar al hombre sobre alguna otra motivaci—n general imputable a todos los hombres.
econ—mico. Ambas se esfuerzan por algo, ambas planean, ambas Tomado de forma superficial, no obstante, se podr’a tener la tenta-
tienen un fin en perspectiva y ambas intentan por todos los medios ci—n de elevar el poder a la posici—n de superioridad que han supuesto
a su disposici—n alcanzar el fin y conseguir tanto de Žl como sea po- las exageraciones similares respecto al beneficio monetario en la eco-
nom’a o los impulsos biol—gicos del ello en psicolog’a. Harold Lass-
sible. Por supuesto, a primera vista los fines visibles parecen, por lo
well, en su libro Power and Personality, considera la bœsqueda del
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en que resulta absurdo establecer la minimizaci—n del esfuerzo como
poder desde un punto de vista similar y compara expl’citamente el la meta superior que gu’a todo nuestro comportamiento. Tal vez no
interŽs de la ciencia pol’tica por la bœsqueda del poder con el interŽs sea m‡s exagerada que la idea de la maximizaci—n de los ingresos,
de la econom’a por la bœsqueda de la riqueza. Sin embargo, Lasswell o del sexo o del poder como la principal fuerza del comportamiento
no sugiere que la bœsqueda del poder se imponga a otras metas en humano, pero quienes han sugerido estas otras motivaciones lo han
el comportamiento humano, sino s—lo que esta bœsqueda concreta es hecho de forma mucho m‡s cauta que Zipf. Los ingresos monetarios
el tema de que se ocupa la ciencia pol’tica (Lasswell, 1948). son para el economista una simplificaci—n conveniente, el ÇplacerÈ en
Estas tres concepciones del comportamiento humano se centran un contexto lo bastante amplio para incluir todas nuestras motiva-
sobre algo que parece real, pero que es incompleto. No siempre tratan ciones y Leach s—lo sugiere el poder para los prop—sitos concretos de
las personas de maximizar el dinero, ni las necesidades biol—gicas b‡si- un an‡lisis concreto. El error de Zipf fue no dejarse una escapatoria,
cas, ni el poder, aunque es evidente que todas estas cosas participan y sostener que la minimizaci—n del esfuerzo era el motivo y el motivo
en nuestras decisiones y, de manera general, cuanto m‡s poseamos fundamental de todo comportamiento humano. Su falta de ambigŸe-
de ellas, m‡s felices esperamos ser.
dad, sin embargo, aun cuando pudo haberle conducido a un r‡pido
La teor’a m‡s expl’cita que conozco de la maximizaci—n es la de rechazo por ser algo parecido a una especie de genio loco, permiti—
George Zipf, que escribi— un incre’ble libro llamado Human Behavior una formulaci—n m‡s exacta de las implicaciones de la teor’a de la
and the Principle of Least Effort (1949). Kluckhohn recension— el libro maximizaci—n que en el caso de cualquiera de los otros, excepto quiz‡s
como Ç...fŽrtil y sugerente, loco e irrelevanteÈ (1950, p‡g. 270), y ver- en la econom’a tŽcnica.
daderamente era todas estas cosas. Zipf cre’a que todo nuestro com- Todas estas teor’as son desconcertantes en gran medida por la mis-
portamiento se orienta hacia la minimizaci—n del esfuerzo. Ahora ma raz—n: todas son demasiado simples. Evidentemente, las cosas que
bien, tomado literalmente, y el encanto del libro de Zipf consiste en nosotros queremos son m‡s complicadas de lo que expresa cual-
que afirmaba sus principios sin la menor ambigŸedad, esto es ab- quiera de estas motivaciones simples. Sin duda, a veces nos sentirnos
surdo. Dentro de este entramado dif’cilmente se pueden comprender
los acontecimientos atlŽticos o el dar un paseo para hacer apetito. felices por evitar el esfuerzo o solemos buscar el dinero o el poder,
Esto, entre otros vuelos de la fantas’a, ha llevado a muchas personas pero no siempre todo el mundo los persigue. Y lo que es m‡s signi-
ficativo, con frecuencia tenemos que elegir entre estas cosas. Debemos
que han tropezado casualmente con su libro a rechazar sus principios
aun cuando reconocieran el fŽrtil entendimiento que les produjo y la decidir si el ocio (m’nimo esfuerzo) es m‡s o menos importante para
notable colecci—n de datos con que cre’a apoyarlos. Sin embargo, nosotros en un momento dado que un aumento de los ingresos mone-
incluso algunos de estos principios pueden merecer un examen. Al tarios, o si debemos perseguir el poder en lugar de cualquiera de
igual que el economista, el psic—logo freudiano, Leach o Lasswell Žstos, y aqu’ es donde Zipf presenta un intrigante argumento. Se–ala
cuando se ocupan del comportamiento pol’tico, Zipf supone que las que es absolutamente imposible maximizar dos cosas al mismo
personas tratan de orientar su comportamiento, es decir, hacen tiempo. Se podr’a, por ejemplo, ofrecer un premio al comandante
sus elecciones de tal forma que obtengan la mayor cantidad posible del submarino que hunda el mayor nœmero de barcos en un intervalo
de algo, Zipf reconoce, y de hecho trata con detalle, c—mo el hombre dado de tiempo. Alternativamente, se podr’a ofrecer un premio a quien
que trata de minimizar el esfuerzo puede verse conducido, a largo hunda un nœmero dado de barcos en el menor tiempo posible: ÇSin
plazo, a dar un rodeo antes de conseguir su meta. A largo plazo puede embargo, cuando ofrecemos un premio al comandante de submarino
ser rentable (en tŽrminos del m’nimo esfuerzo) interrumpir el trabajo que hunda el mayor nœmero de barcos en el menor tiempo posible,
y hacer una nueva herramienta porque, aun cuando hacer la nueva tenemos un doble superlativo Ñun nœmero m‡ximo y un tiempo
herramienta lleve esfuerzo, el esfuerzo total gastado puede ser final- m’nimoÑ que hace el problema completamente sin sentido e indeter-
mente menor cuando se utilice la herramienta. Se ocupa de c—mo los minado, como resulta evidente si se reflexionaÈ (1949, p‡g. 3). De
distintos factores pueden hacer m‡s o menos deseable tener muchas forma similar, no se pueden maximizar simult‡neamente la satisfac-
herramientas especializadas o unas pocas de uso m‡s general. Demues- ci—n sexual y la adquisici—n de dinero, puesto que puede presentarse
tra, con una enorme colecci—n de datos, que las palabras que utiliza- un momento en que haya que elegir entre ambas, y aumentar una
mos con mayor frecuencia son las m‡s cortas y afirma que, a largo ser’a al mismo tiempo disminuir la otra. ƒste es exactamente el
plazo, eso significa un menor gasto de esfuerzo al hablar. TambiŽn mismo argumento que Robbins utiliz— para negar que la econom’a
se–ala que hay un punto m‡s all‡ del cual es m‡s costosa la planifi- pudiera limitarse en principio a los fines materiales, puesto que con
caci—n de minimizar el esfuerzo, en esfuerzo, que el ahorro que pro- frecuencia hay que decidir entre objetivos materiales y no materiales.
duce, y por tanto es extramarginal. En tŽrminos de ahorrar energ’a, Graduar los propios fines y distinguirlos en orden de importancia
le mejor es no planear m‡s all‡ de este punto. Ahora bien, todo esto implica alguna norma general con respecto a la cual puedan medirse
est‡ bastante claro y recuerda las discusiones de los economistas las metas m‡s espec’ficas. Esto es, presumiblemente, lo que quieren
sobre c—mo maximizar los ingresos monetarios, excepto, por supuesto,
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decir los economistas cuando hablan de satisfacer necesidades como dos de esta forma y despojados de sus connotaciones de beneficio
meta œltima. monetario, estos postulados b‡sicos de la econom’a pueden merecer
Ahora bien, decir que el individuo se esfuerza por maximizar incorporarse a una teor’a m‡s general que la del an‡lisis de mercado.
sus satisfacciones es decir poco m‡s que una perogrullada. A menos Desde este punto de vista, ÇeconomizamosÈ en todo lo que hacemos.
Siempre estamos tratando de maximizar de alguna forma nues tras
que las satisfacciones se manifiesten de forma m‡s concreta, como satisfacciones, y de esta forma volvemos a la noci—n de que la
el dinero, est‡n mal definidas y, por supuesto, pueden variar de un econom’a no se ocupa de un tipo de comportamiento, sino de un
momento a otro para la misma persona y tambiŽn ser distintas para
diversos individuos. Todo lo que realmente se dice es que nuestro aspecto del comportamiento. Esta concepci—n econ—mica de la socie-
comportamiento est‡ orientado hacia metas y que las distintas metas dad se convierte en una manera, o si se quiere en un modelo, de obser-
var la sociedad. Es un modelo que considera a los individuos de la
inmediatas son en s’ mismas mensurables unas con respecto a otras sociedad diligentemente dedicados a maximizar sus propias satisfac-
y pueden clasificarse en una escala de valores. Ciertamente, esto no ciones; el deseo de poder, de sexo, de comida, de independencia o
nos ayuda a predecir el comportamiento humano, pue sto que la cualesquiera otros objetivos, dentro del contexto de las posibilidades
œnica forma en que podemos saber lo que se desea es observar las que los rodean, incluyendo las que les ofrece su propia cultura.
elecciones que hacen las personas. As’ que nos enfrentamos con un
dilema. Si afirmamos que las personas actœan de tal forma que maxi- Puesto que uno adopta elecciones en parte con la vista puesta en las
mizan algo lo bastante amplio (las Çsatisfaccio nesÈ) para subsumir elecciones que espera de los dem‡s, es razonable considerar esta
bœsqueda de las satisfacciones como un juego estratŽgico grande y
todas nuestras metas m‡s espec’ficas, decimos muy poco. Si afirma- constante.
mos que actuamos de tal forma que maximizamos una meta concreta Si nos centramos ahora sobre el individuo que est‡ atrapado en la
Ñel poder, los ingresos monetarios o cualquier cosa que podamos es- tela de ara–a de su sociedad y que est‡ tratando de maximizar sus
cogerÑ, entonces generalmente estamos equivocados. Pero la idea de satisfacciones, nos dirigimos a la investigaci—n de su verdadero com-
la maximizaci—n no puede abandonarse puesto que cualquier trata-
miento del comportamiento orientado hacia metas e intencionado, portamiento en las situacio nes de elecci—n. Esta es la cuesti—n eco-
cualquier an‡lisis sobre la elecci—n, implica una teor’a de la maximi- n—mica crucial. En primer lugar, uno debe asignar sus propios recur-
zaci—n y tambiŽn podemos explicitar una noci—n comœn de las sos.Una mujer debe repartir su atenci—n entre su marido y sus
hijos, y todav’a dejarse un rato para su madre. La atenci—n, como el
ciencias sociales y, en este sentido, de nuestro pensamiento cotidiano. dinero o el tiempo, debe economizarse. El patronazgo debe repartirse
Lo cual nos aproxima a uno de los postulados b‡sicos de la econom’a. entre los seguidores. La admiraci—n o el prestigio deben concederse a
Los economistas han supuesto que nuestras necesidades son infi- unas personas, neg‡ndoselos a otras. Cada persona tiene a su dispo-
nitas. Esto no significa que ninguna necesidad particular sea ilimi- sici—n una cierta cantidad de amor, de admiraci—n y de poder, as’
tada, y concretamente el deseo de bienes materiales no puede conce-
birse como ilimitado. El industrialismo occidental ha aumentado los como de trabajo o de dinero o de energ’a, y todas estas cantidades
bienes materiales en tal medida que al menos se puede imaginar que deben distribuirse. Es razonable suponer que se distribuyen con la
intenci—n de maximizar el propio prestigio de uno a cambio del afecto
el deseo de ellos pueda finalmente saciarse. No obstante, algunos bie- o la aprobaci—n social, y es totalmente irrelevante si el dinero o los
nes tienen limitaciones inherentes. El poder y el prestigio no se bienes materiales forman parte de la ecuaci—n en estos distintos tipos
pueden multiplicar para todo el mundo, puesto que la implicaci—n de intercambio, aunque en cierto sentido se estŽ actuando en forma
de m‡s poder y m‡s prestigio para algunas personas de una sociedad que se consiga un beneficio en todo este comportamiento de inter-
significa que otras deben tener menos. Por cada vencedor en la
carrera del prestigio, al igual que en las carreras a pie o en el cambio. Creemos que el prestigio ganado vale m‡s que la comida que
fœtbol, tambiŽn hay un perdedor. Como ha sido se–alado desde hace entregarnos o que el poder ganado vale la distribuci—n de patronaz-
mucho tiempo, sobre todo gran parte de la moderna compra no se go, aunque, por supuesto, la persona con que estamos tratando debe
sentir de forma distinta o nunca llegar’amos a un acuerdo. Esto con-
basa tanto en el deseo de objetos materiales como en el prestigio que duce a la concepci—n de la organizaci—n social en conjunto como un
se espera obtener de estos objetos Ñcoches, piscinas o estanter’as sistema de intercambio, un concepto m‡s amplio que el de los siste-
repletas de librosÑ. El principio de que nuestras necesidades son mas de intercambio limitados y concretos antes mencionados.
ilimitadas es una afirmaci—n dif’cil de demostrar, pero puede ser un
axioma œtil que puede suponerse en la base del comportamiento George Homans sugiri— no hace mucho tiempo que ser’a œtil un
humano y que puede aportar sentido a buena parte de las acciones modelo de intercambio para unir las distintas l’neas de la investiga-
humanas. De manera similar, parece razonable aceptar el principio ci—n social:
de que los medios para satisfacer nuestras necesidades son limitados,
de tal forma que s—lo podemos manipular nuestros medios para satis- ... [la investigaci—n de peque–os grupos] se llevar’a m‡s
facer tantas de nuestras necesidades como sea posible. Interpreta- lejos adoptando la concepci—n de que la interacci—n entre las
personas
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cretas. Creo, no obstante, que una m‡s amplia concepci—n Çecon—mi-
caÈ o Çde intercambioÈ de la sociedad podr’a, si se siguiera de manera
es un intercambio de bienes, materiales y no materiales. Esta coherente, tener interŽs incluso para los economistas. Los proble -
es una de las teor’as m‡s antiguas del comportamiento social mas que hay que combatir para describir la sociedad de esta forma
y que todav’a puede utilizarse a diario para interpretar nuestro se hacen notar m‡s insistentemente all’ donde no se utiliza el valor
propio comportamiento, como cuando digo: ÇEncuentro a fulano del dinero como medio de medida. Una vez se afronta claramente
remuneradorÈ; o ÇHe obtenido mucho de ŽlÈ; o incluso: ÇHablar este problema, resulta evidente que el mismo problema existe en nues tra
con Žl me aporta muchoÈ. Pero quiz‡s precisamente por ser tan sociedad. Hay muchas cosas a las que no ponemos precio y nues tro
obvio, ha sido muy olvidado por los cient’ficos sociales (Homans, comportamiento nunca puede ser comprendido si s—lo nos centramos
1958, p‡g. 597). en aquellos limitados tipos de compo rtamiento que tienen precio.
Debernos elegir constantemente entre las metas monetarias y las
Homans analiza diversos experimentos en sociolog’a e incluso en no monetarias. Incluso si el economista s—lo se interesa por acon-
psicolog’a animal y utiliza tŽrminos como ÇcostoÈ, ÇvalorÈ y Çbenefi- sejar a la gente c—mo debe comportarse si quiere maximizar sus
cioÈ para describirlos e incluso construye la f—rmula: Beneficio = satisfacciones (y no exactamente sus ingresos monetarios), tendr‡
Remuneraci—nÑCosto. Utiliza estos tŽrminos de una manera muy que tener en cuenta las metas no monetarias. Desde este punto de
parecida a como se define en los manuales de econom’a a que me he vista, creo que la antropolog’a puede desempe–ar el honroso papel de
referido antes (Fairchild, Furniss y Buck, 1936), pero Homans se da ampliar el punto de vista de otros y hacer m‡s inteligible incluso nues -
cuenta de que en estos experimentos, como en gran parte de la vida, tra propia sociedad, como consecuencia de la atenci—n que ha dedi-
Žstos no pueden, posiblemente, medirse en dinero. El intercambio, cado a distintas culturas. Por supuesto, primero tendremos que con-
como la maximizaci—n, est‡ evidentemente pr—ximo al nœcleo de la seguir que los economistas nos escuchen, pero probablemente no
econom’a, y de hecho un modelo de ni tercambio de la sociedad es podemos esperar que los economistas nos escuchen mientras no ten-
llamativamente similar al an‡lisis econ—mico convencional, aun cuando gamos una idea clara de lo que la ciencia econ—mica est‡ tratando
tiene en cuenta mucho m‡s que nuestra noci—n primitiva de de conseguir y de lo que significa Çecon—micoÈ. Mientras vayamos
econom’a. Debe ser posible hablar de la oferta de prestigio, la deman- titubeando con la noci—n extraordinariamente etnocŽntrica de que,
da de poder y el costo de la autoridad. No veo razones para que no de alguna forma, la econom’a est‡ relacionada fundament almente
se deba hablar incluso de utilidad marginal del cuidado amoroso. con la producci—n de alimentos, o con la cultura material o con la
Cada hombre puede considerarse un empresario que manipula a los tenencia de la tierra, o determinados tipos restringidos de trabajo,
que tiene a su alrededor, comerciando sus productos del trabajo, estamos perdiendo toda oportunidad de comunicaci—n fruct’fera con
la atenci—n, el respeto, etc., con objeto de obtener a cambio lo m‡s nuestros colegas economistas.
posible.
El problema es, por supuesto, que hay muy pocas perspectivas
de cuantificaci—n. La belleza contraria, quiz‡s una belleza espœrea,
de la econom’a tradicional consiste en que se pueden asignar cifras
a las mercanc’as y servicios que se intercambian, porque tienen
precios, y luego se pueden manipular esas cifras. Pero a menos que
el antrop—logo utilice conceptos de la econom’a, coste, valor, demanda,
oferta, etc., en un contexto mucho m‡s extenso que el acostumbrado
por el economista, con un campo de significaci—n mucho m‡s amplio
que lo que tiene precio, lo mejor que puede hacer es dejar de hablar
de econom’a.
La concepci—n de la sociedad como un sistema de intercambio
y la concepci—n de que los hombres actœan de tal forma que intentan
maximizar las satisfacciones son fundamentalmente econ—micas y
est‡n cerca de la manera en que los economistas consideran su propio
objeto de estudio. No obstante, a diferencia de los antrop—logos, los
economistas no se han interesado normalmente por descubrir s’ las
personas economizan inteligentemente, sino solamente por las cifras
de c—mo pueden economizar m‡s inteligentemente. Esta diferencia
de objetivos crea un vac’o casi insalvable entre la econom’a y la
antropolog’a, porque el antrop—logo siempre est‡ m‡s interesado por
el verdadero comportamiento de los hombres en las situaciones con- 123
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