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Esta reseña se ha realizado gracias a la concesión de una beca postdoctoral por parte de
la Fundación Séneca, Agencia Regional de Ciencia y Tecnología de Murcia (España) para el desarrollo de
una investigación sobre Sergio Pitol y la narrativa mexicana del siglo XX.
en los retruécanos de su propia prosa y despojándose de ciertos artificios que aún así
corpus narrativo que, con el paso del tiempo, se va antojando mayor y cuyo principal
Un corpus narrativo que ha ido, poco a poco, tejiendo una red ficcional sobre el
lo que supone vivir, crecer, madurar, sobrevivir y amar en el México de finales del siglo
XX y en el de principios del Siglo XXI. Y, desde este punto de vista, tanto sus relatos de
viajes como el excelente, cuidado y, para nada, anecdótico Palmeras de la brisa rápida:
estos textos, Villoro se ocupa de ciudades como Berlín o de músicos como Peter
Gabriel, pareciera que, en última instancia, todos estos recorridos o rutas alternativas
otra manera, a México. Nos vincularan a la manera en que los habitantes de la capital y
del país mexicano, se situaran o enfrentaran a los cambios y vaivenes modernos así
como a su capacidad para asimilar y hacer propios los ritmos sonoros, matices
muy sui generis en México, como muy bien podemos deducir de una atenta lectura de
Y, desde luego, -más allá de sus narraciones infantiles en las que puede que
Villoro muestre su cara más escondida y oculta pero más sincera- a esta reflexión o
hermosa El testigo, ayudaría el hecho de que, asimismo, sus dos primeras novelas, El
disparo de Argón y Materia dispuesta, sean dos obras en tránsito y metafóricas sobre el
Materia dispuesta, el ritmo narrativo al que nos empujaba Villoro para introducirnos en
sus realistas fábulas mexicanas, fluía, en ocasiones, de manera vertiginosa al tiempo que
el estilo se mostraba puntilloso en extremo –lo que no deja de ser una consecuencia
lógica de la faceta protagonista y superlativa que para Villoro como para un gran
estructural de una novela que se libera de cualquier tipo de artificio retórico para
concebir una historia meditada y pausada que, más allá de los complejos hechos
la hora de tejer los distintos hilos, voces y tiempos de una narración desarrollada por
entero en presente pero que, sin embargo, apunta sin recatos a un tiempo amplio y
global: las facetas ocultas de la intrahistoria mexicana desde los años de la Revolución
y el ascenso del PRI y la guerra cristera hasta la primera victoria del PAN.
Por estas razones, podemos afirmar que El testigo es una obra de madurez en
todos los aspectos y donde, acaso por primera vez en el territorio novelístico, Villoro ha
alcanzado a dejar oír su voz sin temores, recatos ni asperezas de ningún tipo. Una
madurez que Villoro demuestra a la hora de enfocar desde los vericuetos de una prosa
porosa, construida a retazos, con talento de orfebre y tan argumentativa como lírica, los
reflejada por su capacidad en conjugar el aparato crítico y teórico de la novela con una
prosa lírica que, en ocasiones, bordea la épica en el sentido en que a través de toda la
novela, se forja una batalla íntima en la que el narrador es consciente, en todo momento,
de bucear en los pozos del fracaso o de pasear por el rincón de los perdedores sin temor
alguno a naufragar.
No cabe duda, por tanto, teniendo en cuenta estos aspectos que nos encontramos
ante una obra mayor que ha sido cuidada hasta el mínimo detalle y que se perfila como
duradera en la medida en que su pensada estructura camina siempre lentamente
alecciona para que, lentamente, vaya adentrándose en los pormenores de una historia en
la que todo detalle está cuidado con esmero además de ubicado en el exacto y justo
Dividida en tres partes ( “Posesión por pérdida”, “La mano izquierda” y “El
Páramo) -la vuelta al pueblo, Los Cominos, donde pasó su infancia de uno de sus
escepticismo a gran parte de los tópicos, absurdos y temáticas complejas fabricados por
la modernidad mexicana.
país natal, México una vez que el PRI ha sido delegado del gobierno de México por el
PAN después de haber estado durante décadas interminables instalados en el poder, con
la intención de observar los nuevos cambios que este hecho ha deparado en su patria. A
la vez, este cambio del país quedará transustanciado e imbricado con su propia
México así como sobre las de toda una generación golpeada por los años, los sucesos
verdad que, hasta ahora, ha conseguido opacar que refulge ferozmente ante su rostro
gracias al reencuentro con sus orígenes: su viaje hacia Europa no fue de descubrimiento
sino una huida. Durante sus años de adolescencia se vinculó amorosamente de manera
peligrosa y prohibida con su prima Nieves que, finalmente, no acudió a la cita decisiva
que debía unirlos para siempre y la tesis que lo condujo a Europa a ocupar un puesto de
uruguayo. Por ello, este reencuentro con sus orígenes será un proceso doloroso, de
merced a la telenovela sobre la guerra cristera que se ha de rodar en su pueblo natal, Los
“En Europa siempre soñaba con el Canal México: veía Insurgentes, Niño
Perdido, Obrero Mundial, el cine Alameda de San Luis, con su falso cielo nocturno. Su
canónico, nariz de muñeco de palo- le hicieron sentir que no había salido de México ni
catódico mundo contemporáneo, comienzan a ser un tópico de una gran parte de las
engarzar la historia particular del personaje no sólo con la historia colectiva de toda una
generación individualista y disuelta entre las marismas del caos, sino, sobre todo, con el
poeta epígono de México en cuya vida podría resumirse y anticiparse el destino común
el presente de Julio y de México y el destino fatal de López Velarde realice Villoro, para
sumergirnos aún más en las libérrimas y descontroladas raíces del atónito México
guerra cristera que como un islote detenido en la historia del siglo XX se vuelca sobre el
Esencial serán, a su vez, los personajes secundarios –que, por momentos, saltan
al primer plano- como el padre Monteverde, el tío Donasiano o el Vikingo, cuyo aliento
no sólo permite engrasar la historia de Julio sino que la hacen más comprensible. Como,
asimismo, es fundamental el mérito de Villoro para ir cautelosamente descubriéndonos
las cartas de una narración que, poco a poco, y casi de manera casual, se va haciendo
ante un lector atento a contemplar cómo tanto la religión como la violencia soterrada o
el calibre social del dinero son tan sólo los tejidos visibles de la historia oculta de unos
individuos que parece marcada desde mucho antes de su nacimiento y, como hemos
modernidad literaria, el cómo todo un país pudo haber también efectuado este cambio
en lo que se refiere a su dirección política e histórica. Teniendo en cuenta que con López
todo tipo en torno a un arsenal metafórico que parecía saldar para siempre la deuda que
Amado Nervo todavía poseía con el modernismo de Rubén Darío y los movimientos
simbolistas franceses y sin dejar de huir de estas influencias, mostraba un talante único
advenimiento del PRI parecía que podían obrar este mismo milagro en la vida social y
testigo.
mexicana: la provincia y la capital, las santas y las putas, los creyentes y los escépticos,
“íntimo decoro”; al mismo tiempo, los habituales del table-dance podían encontrar en él
(Villoro, 52 y 53).
tenido de otro modo, lo llevó a la capital. ¿Qué hubiera sido de él encerrado para
infancia. Sin ese viaje no hubiera extrañado “el santo olor de la panadería” ni “la
Por tanto, como entiende con lucidez Villoro y transmiten tanto Julo Valdivieso
como otros personajes de El testigo a lo largo de toda la novela, López Velarde a través
despliega de manera inédita hacia las porosas fosas de la modernidad como, a su vez,
afín a las tradiciones de un México rural, acaso perdido para siempre y en trance de
descomposición, refleja en los avatares de su vida las diversas contradicciones a las que
debería enfrentarse el país mexicano para construir un futuro libre y plural sin por ello
Olvido que es, sin duda, el artilugio contra el que lucha toda la novela de Villoro
de su vida, familia, López Velarde y México con el fin de encontrar una verdad personal
tal y como la telenovela sobre la guerra cristera parece indicar, o rebelarse contra esta
situación de asfixia y oprobio una vez que experiencias como la de Lucio Cabañas,
Tlatelolco y las reformas revolucionarias de la dictadura recién caída del PRI atestiguan
con claridad el fracaso del sueño de un México insurrecto y libre y la miseria de tantas
porqué la novela de Villoro se nos aparece como una obra verdaderamente mayor que
sin necesidad de enfatizar en exceso la crítica o los hechos a los que se refiere, muestra
una visión clarividente del México moderno y, de algún modo, se adelanta a los hechos
acaecidos en las pasadas elecciones generales del año 2006 al mostrar descarnadamente
apocalíptico, como se lo ha querido definir, que el tránsito hacia una modernidad plural
todavía está lejos de acaecer en México con total normalidad. Asunto este que, sin duda,
nos devuelve a los lúcidos pensamientos de un Octavio Paz que fijaba una gran parte de
dado que estaba bajo el influjo hispano, instituirse en la tradición europea que produjera
Por todo ello, podemos decir que nos encontramos ante una obra central en el
tránsito actual que está viviendo la narrativa mexicana en cuanto se sitúa en medio de
una crítica constructiva del México moderno y los procesos ahistóricos a los que le ha
conducido la modernidad que, desde luego, ahonda más en ese proceso de revisionismo
las sátiras mordientes e irónicas de José Emilio Pacheco, las carnavalescas máscaras
prosaicas que encontramos en las novelas de Pitol, los experimentos estilísticos cuyo fin
Una obra que encuentra un final hermoso y simbólico en el nuevo amor furtivo –
gracias al que se redime de su antiguo amor adolescente con su prima Nieves y su actual
matrimonio aburguesado con Paola- de Julio con Agustina y el incendio de la finca que
contenía gran parte de los manuscritos de López Velarde, gracias a los que Julio tomará
cerrada por las tierras perdidas y arrancadas de su seno por las potencias extranjeras
durante el siglo XIX que, sin embargo, se mantiene en pie con toda dignidad y es capaz
de conceder figuras tan desinteresadas como las de la propia Agustina que concitan una
última esperanza en Julio Valvidieso: la plena vivencia del tiempo presente merced a la
paralización de toda voluntad racional gracias a la integración con las memorias tejidas
de una tierra que le muestra un aleph abierto e inmortal a través del amor y el arte.
comida con grato sabor a tierra que le preparará Agustina a Julio Valvidivieso en los
momentos finales de la novela y que, como no podía ser menos, y recurriendo a una
explicación contenida por el propio Villoro en sus magnífico artículo Retrato de grupo:
historia de ese país, crisol de razas y culturas y de varios tiempos llamado México cuya
Nos referirá Villoro en el citado artículo que, teniendo como punto de referencia
el poema La suave patria de Lópe Velarde (cuya huella es omnipresente durante todo El
testigo), Jorge Luis Borges se sentía intrigado particularmente por un verso concreto del
mismo que no es sino “Suave patria, vendedora de chía”. Y comenta Villoro que, ya
ciego y anciano, en un encuentro que tuvo con Octavio Paz, Borges no dudó en
preguntarle a qué sabía el agua de chía hallando como respuesta por parte del poeta
mexicano, la misma que exclamará Julio Valdivieso al final de la narración: “sabe a
tierra”.
sus protagonistas que la explicación que el mismo Villoro concede de este episodio, en
apariencia, anecdótico pero nada azaroso con el que concluye su novela: “La escena
sugiere una parábola: durante un siglo los mexicanos buscaron un país esencial sin
advertir que lo bebían a diario” (Villoro, Safari accidental, 44). Estaba, efectivamente,
Obras citadas.